La dignidad de la política: sobre un texto de Emir Sader

Share Embed


Descripción

La dignidad de la política: sobre un texto de Emir Sader Homero R. Saltalamacchia DOI: 10.13140/RG.2.2.19898.59845 Socializados bajo la hegemonía de la modernidad capitalista de origen europeo, de nuestras acciones cotidianas se ha extirpado la percepción de las dimensiones políticas de nuestras acciones cotidianas. En varias publicaciones he intentado despojarme de esa subordinación repensando y proponiendo repensar algunas distinciones conceptuales que nos conducen a reproducir esa hegemonía. El reciente artículo de Amir Sader me permite volver sobre el tema, adjuntando razones que permiten, creo, unificar nuestras reflexiones y acciones en la común dirección contra-hegemónica que ese autor encarna. Entiendo que esa propuesta se ve fortalecida si, abandonando la dicotomía estado/sociedad (de origen contractualista) entendemos al Estado-nación como una entidad que nos incluye a todos, sea en las instituciones públicas no gubernamentales como en las gubernamentales, haciendo de cada institución el lugar en el que nuestras acciones políticas pueden contribuir, o no, a la reproducción del dominio de las redes trasnacionales y su destructiva gobernanza. I. Los conceptos, las categorías y las clasificaciones son constructos cognitivos ──con investidura afectiva── que nos permiten organizar nuestras percepciones y razonamientos, y son parte principal de cualquier lucha hegemónica. El constructivismo, en sus diversas épocas, nos alertó sobre ello. Nuestras percepciones no son formas y contenidos que desde lo real se imprimen en nuestros cerebros. Por el contrario, desde nuestras conformaciones neuronales y culturales el mundo es captado mediante anticipaciones. Algo semejante a las hipótesis, con las que percibimos lo real según los parámetros aprendidos. Sobre ellos es que se producen las rectificaciones necesarias. Desde esa perspectiva, las hegemonías que marcan las grandes épocas históricas se caracterizan por la incorporación de conceptos que operan desde y sobre nuestras imaginaciones, construyendo homogeneidades culturales que permiten su reproducción, ya que incluso sus más convencidos y eficaces críticos piensan lo real desde esos conceptos, como ocurre con la modernidad capitalista. Entre las constantes culturales de esta última, la dicotomía “estado/sociedad”, es un diapasón que tiende a reconducir otros acordes, como los de la distinción economía/política, que ocultan la dominación (empresarial, étnica, de género, etcétera), bajo la apariencia de que todo se reduce a los deseos autoritarios de políticos gobernantes (Saltalamacchia 2015). II. Valga esta introducción para crear las condiciones dentro de las que razonaré sobre propuesta que hace Emir Sader en el artículo “Una izquierda de la esfera pública”, que apareciese tanto en “Página 12” como en la revista “América latina en movimiento”(Sader 2017). La técnica que utilizaré para este razonamiento será la de recordar párrafos de ese trabajo y elaborar sus afirmaciones. La referencia al número de párrafo, que escribo al terminar cada cita, se debe a que el soporte electrónico del mismo no permite una unívoca referencia a páginas. El artículo de marras comienza diciendo: 1

La izquierda del siglo XX fue una izquierda del Estado, que se valió del Estado para organizar proyectos de nación, para hacer que el Estado empujara el desarrollo económico, garantizara derechos sociales. Tuvo un rol fundamental, sobre todo si pensamos que antes había un Estado estrictamente de las elites dominantes, de las oligarquías primario exportadoras, que hacían del Estado un instrumento estricto de sus intereses. [p.1] En esa izquierda gobernante, las fuerzas políticas se denominaron Partido socialista, comunista o movimientos nacionales y populares (en un arco que va desde el Varguismo, los peronismos de Perón y del Kirchnerismo, del Partido de los Trabajadores del Brasil, el Partido Socialista Unido de Venezuela y de la el Partido Alianza País de Ecuador, el Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos de Bolivia, por citar solo algunos). Pero más allá de esa diversidad de nombres y tradiciones, todas efectivamente se entendieron como proyectos de transformación dirigidos desde los órganos gubernamentales electivos, que se consideraban a sí mismos como el núcleo activo de lo que denominaban Estado. En tanto erigidos desde esos gobiernos, fueron proyectos en los que una elite política ── industrialista── desplazaba a las elites primario exportadoras. Lucha entre elites, de las que la ciudadanía era beneficiaria o perjudicataria. Entre las primeras, incluso los agentes más democratizantes expresaban, en sus discursos, la dualidad estado/ sociedad y, por ende, al ubicarse en el lugar del estado no podían menos que percibirse y ser percibidos como beneficiantes o destructores, pero nunca como emergentes de otras fuerzas que no fuesen las propias capacidades de vencer en la lucha política contra los bloques antagónicos. Se pensaban y fueron pensados como demiurgos. Sin embargo, al menos en el caso argentino ──que es sobre el que pensaré en adelante── las conformaciones sociales que emergieron, que se reforzaron y que siguen aún actuantes (antes y después de esos gobiernos), exceden ese corsé explicativo. La organización de la sociedad argentina preexistía al primer peronismo y lo mismo ocurrió, en forma muy reforzada, en los sucesos que siguieron al golpe de estado oligárquico de 1955, incluyendo el reciente gobierno kirchnerista. La propia organización del peronismo inicial tendió a trascender la constricción ideológica liberal, articulando un movimiento político que, por sus características, trascendía las limitaciones de un sistema político de partidos políticos que solo actuaba en y para los procesos electorales. Lejos de ese modelo, el movimiento peronista politizaba toda la vida cotidiana. Para eso, se apoyó sobre redes de unidades básicas que se hacían cargo de la gestión de las necesidades territoriales (como el sindicalismo lo hacía en las empresas). Tales organizaciones actuaban cotidianamente en la gestión de las necesidades de sus adherentes y vecinos, como el sindicalismo lo hacía en las empresas. y para ello se relacionaban con diferentes niveles de las burocracias gubernamentales, en lo que Perón denominaba “comunidad organizada”. En grandes líneas, las dirigencias políticas gubernamentales (incluidas sus burocracias) conducían al conjunto. Pero conducir no significó disciplinar, sino articular, sabiendo que lo diverso no puede ser homogeneizado si no se pretende castrar sus energías. Por ello, esas redes organizativas se constituían en parte de un sistema de relaciones de fuerzas que acotaban el modo de hacer política de los organismos gubernamentales. Tal lo ocurrido en el primer peronismo. Y esas capacidades de gestión de las demandas ciudadanas se fortaleció en los períodos denominados de “resistencia”; en los que esas organizaciones se fortalecieron (y permitieron la continuidad del movimiento peronista ──en sus diferentes versiones── allí donde el partido 2

Radical feneciera1). Incluso autores que expresan el desconcierto que produce la interpretación del movimiento peronista, como es el caso de Steven Levitsky (2008), han detectado que las unidades básicas constituyeron redes que debilitaron muchas de las políticas neoliberales impulsadas desde el elenco gubernamental-empresarial de Carlos Menem. No es mi intención discutir los méritos de dicho trabajo, pero me sirve para introducir un argumento que en la academia suena bien y que permite en parte expresar los límites oscuros del “enigma del peronismo”. Luego de aludir a esos azoramientos dice: La atención en la debilidad de la estructura formal del PJ oscurece la vasta organización informal que lo rodea. La organización peronista consiste en una densa colección de redes personales (que operan desde sindicatos, clubes, ONGs y a menudo desde la casa de los militantes) que están en gran medida desconectadas (y son autónomas) de la burocracia partidaria. Aunque estas redes no pueden ser encontradas en los estatutos y archivos del partido, proveen al PJ de una extensa conexión con las clases bajas y trabajadoras de la sociedad. Nada que los militantes no conozcan. Pero quizá útil para que esos mismos militantes se encuentren con una fotografía de ellos hecha desde el exterior. Fotografía que creo que es fructífera para nuestra discusión. Situando el análisis de Levitsky en la peor época del peronismo, otro mérito del autor es ver que no existe ese famoso liderazgo capaz de hacer marchar al movimiento en cualquier dirección. Así es como comprueba que durante el gobierno de Carlos Menem: […] la relación de con el PJ de base estuvo siempre mediada por las poderosas organizaciones locales. Estas organizaciones proveyeron al gobierno de Menem con un surtido de beneficios políticos que incluyen vastos recursos humanos, canales para la implementación política, distribución de patronazgo y solución de problemas a nivel local. Sin embargo, también restringieron el liderazgo de Menem, limitando su capacidad de imponer candidatos y estrategias a las unidades inferiores. De hecho, estas unidades locales continuamente rechazaban o ignoraban las instrucciones provenientes desde el liderazgo nacional, siguiendo estrategias que poco tenían que ver con Menem o su programa neoliberal. De hecho, obligado por la feroz represión de los golpistas de 1955, el movimiento sufrió una profunda trasformación orgánica. Perseguido intensamente, el movimiento organizó sus entornos mediante una serie de agrupaciones semiautónomas; que muchas veces se enfrentaron entre sí debido a interpretaciones diferentes de los que es y debía ser el movimiento peronista, pero que siempre se reconocieron como parte de una unidad. Al hacerlo, cubrieron la sociedad y tomaron sus formas y rasgos ──influyendo sobre ella y siendo influido por ella── debido a que nunca perdieron la base territorial y/o sindical. En el movimiento, las Unidades

1

Salvo en lugares en los que adquirió una organización movimientista, haciendo de los comités algo análogo a las unidades básicas, como ocurrió, por ejemplo, con dos de los movimientos de origen radical y que hoy tienen presencia dirigente en la provincia de Santiago del Estero, que incluso cooptaron dirigentes peronistas convirtiendo sus unidades básicas en comités, que siguieron con sus mismas lógicas organizativas.

3

básicas del movimiento nacional eran el fundamento. No lo era el Partido. Aunque éste interactuase con ellas y ellas votasen candidatos de ese partido. Geografía de relaciones dinámicas que no se ajustan a la construcción hegemónica, que se organiza según la metáfora de la pirámide. Y que, por ello, sus representantes, que miden al movimiento desde anteojeras liberales, perciben en él frecuentes ilegalismos, que son acogidos dentro del movimiento: tales como los piqueteros, las cooperativas de trabajo de la Tupac Amaru en incluso otros, menos confesables. Pese a quienes sostienen la metáfora del Poder como pirámide (performada mediante el ejercicio de los poderes republicanos), lo social excede ese encajonamiento. Se expresa en múltiples mundos sociales, con sus respectivas reglas, en algunos casos aceptadas, en otros rechazadas con indignación moral y, en otros, penadas por la ley. Ilegalismos (que no necesariamente son inmorales) y que muchas veces son funcionales al propio sistema, tal como los describe Robert Merton (1947) en su trabajo sobre funciones manifiestas y latentes. La sociedad se compone de esas relaciones, que ocurren en los barrios y en los lugares de trabajo. El movimiento en muchos momentos de su historia (aunque con menor fuerza cuando ejercieron el gobierno el General Perón, Kirchner y Fernandez de Kirchner) se caracterizó por estar formado no solo por agrupaciones con sesgos diferentes sino por Unidades básicas que se relacionaban con los vecinos. Proximidad a la vida social que se ha manifestado en que, a diferencia de los partidos políticos electorales, que se activan para las elecciones, el movimiento hace de sus Unidades Básicas un lugar de atención a todas las necesidades de los vecinos, durante todo el año. “Clientelismo” fue el término acuñado para desmerecer todas esas organizaciones de base popular. Pero incluso ese concepto (que manifestaba el deseo de denostar al peronismo), reflejaba un hecho que me interesa destacar: su existencia y gestión, eran políticas. Pues nunca fue cierto que actuaban en una sola dirección ──dirigidas desde los “mediadores” ── sino que, organizando las necesidades, exigían, gestionaban y condicionaban el ejercicio de las políticas de los gobiernos, municipales, provinciales e incluso nacionales. Más aun, luego de la decadencia de los sindicatos (junto a ellos) las unidades básicas territoriales se constituyeron en ejes de la organización y movilización, que pusieron y ponen en jaque muchas de las políticas de ajuste de los gobiernos de las nuevas oligarquías. Esa experiencia debe ser revalorizada y retomada, creando según las nuevas necesidades otras formas, si fuese necesario. Pero para comprender y poder dar fuerza legítima a la acción de esas y otras instituciones, el Estado-Nación debe ser representado como un complejo campo de fuerzas. Campo de fuerzas que se despliega en todas las instituciones, incluso en las menos aparentemente políticas (como los clubes de barrio y los hospitales, por ejemplo). Es cierto que, dado que nuestras constituciones organizan nuestros estados-nación en línea con los fundamentos de la modernidad capitalista (inscriptas en las constituciones de las que heredamos sus formaciones), se requiere distinguir entre organizaciones estatales gubernamentales y organizaciones estatales no gubernamentales. Pero, si se quiere una ciudadanía activa, la agencia política cotidiana no puede adjudicarse, principal ni exclusivamente, a las organizaciones gubernamentales, ignorando la trama de asociaciones que son parte de la organización estatal y a las que es importante atribuirles la dignidad de lo político. Por el contrario, debemos instalar la idea de que toda acción institucional es política y en ella, los ciudadanos ejercen esa dignidad de acciones que van conformando un cierto tipo de estado frente a otros po-

4

sibles. Concepción que implica pensar al estado-nación como una emergente de esa complejidad de la organización social, en el que los organizadores y dirigentes son propulsores y articuladores de acciones micro y macro políticas. Es en ese marco que acuerdo con el siguiente párrafo, que Sader escribe luego de criticar la utopía liberal de izquierda que promovía el cambio desde una supuesta “sociedad civil”: La versión alternativa era otra. No era el abandono del Estado, sino su democratización. No era ni el abandono a la esfera mercantil, ni el retorno pura y simple a la esfera estatal, sino la construcción, a partir del Estado y de organizaciones sociales, la esfera pública. Una esfera de la ciudadanía, una esfera de los derechos iguales para todos, la verdadera esfera democrática. [p. 5]

Como se desprende de lo que antes sintetizara, en países como la Argentina ya existe una inmensa cantidad de organizaciones, seguramente endebles, pero mucho más poderosas, para la lucha, que las maquinarias burocráticas de los partidos (de izquierda, derecha y centro), pensados según la forma partido heredada del racionalismo de la ilustración, con programas y huestes que se expresan con motivos electorales. De lo que se trata es de que seamos capaces de revisar nuestras ideas, rompiendo con la hegemonía liberal de la modernidad capitalista. Se trata de pensar que cada ciudadano en sus instituciones sepa que hace política y que, con ese hacer, construye una forma de estado frente a otras posibles. Como intelectuales no podemos crear realidades, pero si reforzar algunas de sus facetas mediante interpretaciones adecuadas a un fin que, en este caso, es el de ir combatiendo (escalón por escalón, trinchera por trinchera, como quería Gramsci) la hegemonía de un capitalismo que actúa, desbocado, acumulando riquezas y tratando de aplastarnos, mediante la gobernanza global que logran las grandes redes de empresas trasnacionales y sus aliados. En párrafo 6, el autor al que me refiero rescata el valor de los gobiernos antiliberales de las últimas décadas en América latina. Agregando: Pero incluso estos han recuperado al Estado, sin transformarlo, defendiendo a la sociedad de las consecuencias negativas de un mercado descontrolado, pero sin democratizar al Estado, con la centralidad en la esfera pública. Los aparatos de Estado han resistido, desde adentro, con las alianzas con las fuerzas conservadoras desde afuera, para frenar un amplio proceso de democratización política, social, económica y cultural, de que carecen las sociedades contemporáneas [p. 7]. Ello no es completamente cierto en el caso del Kirchnerismo, ya que durante sus gobiernos no se abandonó la tradición movimientista del peronismo (que incluso movilizó a un sector amplio de la juventud, con organización propia). Pero sí es cierto que predominó la idea “estatalista”, en la que, la consigna “debe haber más estado allí donde es el mercado el que rige en forma salvaje”, no consiguió incorporar la idea de que “más estado” debía implicar más presencia controladora de las organizaciones ciudadanas (concernidas con cada problema producido por la ambición empresarial) en articulación con las organizaciones burocrático gubernamentales. Eso a veces ocurrió. Pero sin una teorización que pusiese el acento en que esas organizaciones no son “sociedad civil” sino organizaciones del orden público estatal no gubernamental, que 5

pueden articularse con los órganos de las burocracias gubernamentales, hacia un proyecto común de nación. Desde esta óptica es que concuerdo con Sader en el párrafo 8: Cuando los gobiernos anti neoliberales se enfrentan a obstáculos, no deben ceder pura y simplemente al liberalismo tradicional, al mercado, sino, al contrario, avanzar hacia la trasformación radical de los Estados con la centralidad de la esfera pública. Porque la contradicción fundamental en la era neoliberal es la que se da entre la esfera mercantil – el afán de mercantilizar a todo, de trasformar derechos en mercancías y ciudadanos en consumidores – y la esfera pública, la esfera de los derechos para todos, la esfera de los ciudadanos. Coincidiendo con lo dicho, creo que la esfera de los derechos debe ser pensada atribuyendo a las organizaciones no gubernamentales el carácter de agentes estatales, cuyas respectivas potencias dan carácter específico al estado. Pues esas instituciones son indispensables en la compleja tarea de luchar contra las redes trasnacionales de empresas, que actúan desde dentro y desde fuera de las fronteras estatales y que ponen en riesgo no solo el presente sino el futuro de nuestras vidas. Por eso es cierto que: La esfera pública no representa tan solamente la democratización de la sociedad actual, sino apunta hacia una dinámica anticapitalista, en la medida que el eje y el proyecto central del capitalismo son la mercantilización generalizada de todas las esferas de la sociedad, a transformar todo en mercancías, que todo tenga precio, que todo se pueda vender y comprar. La esfera pública, al contrario, promueve el derecho de todos, la promoción de todos los individuos a ciudadanos, esto es, a sujetos de derechos [p. 10]. Como también es cierto que: Para llegar a tener una izquierda de la esfera pública es indispensable, antes que todo, además de una crítica radical de todos los efectos negativos de la centralidad del mercado, desarrollar una profunda conciencia pública, radicalmente democrática, un espíritu de la centralidad de los bienes públicos, de las empresas públicas, de los servicios públicos, del Estado como un instrumento en las manos de toda la sociedad, antes que todo de los trabajadores y del pueblo. El Estado no es así ni la solución por sí solo, ni el problema. Es un espacio de disputa entre la esfera mercantil y la esfera pública. Cabe a la izquierda del siglo XXI ser una izquierda de la esfera pública, – que es la forma actual de ser anticapitalista- para la construcción de sociedades profundamente democráticas y de un mundo apropiado por sus pueblos a partir de esos Estados nacionales democratizados y centrados en la esfera pública [p. 11]. Con esta propuesta de superación de rémoras ideológicas liberales es importantísimo revalorar los efectos democratizadores de nuestros movimientos nacionales y populares. Pues hacen política todos los días, en y en relación con diversas agencias gubernamentales, gestionado importantes aspectos de la vida social. Acción que hace posible la creación de liderazgos que no responden a las lógicas racionalistas ilustradas de la tradición partidocrática liberal. 6

Es comprendiendo sus potencialidades, entendiendo el genuino carácter político de sus acciones, que iremos colaborando en que emerja una forma de estado capaz de neutralizar (y en algún momento derrotar) lo que hoy es la oligarquía mundial de las redes trasnacionales de empresas que concentran riquezas (tal como lo mostró Oxfam (Hardoon 2017)), a costa de un accionar absolutamente irresponsable contra la vida en el planeta.

Bibliografía Hardoon, Deborah. (Oxfam). 2017. Una Economía Para El 99%. Oxford: Oxfam Internacional,. https://www.oxfam.org/sites/www.oxfam.org/files/file_attachments/bp-economy-for99-percent-160117-es.pdf. Levitsy, Steve. 2008. “Una ‘Des-Organización Organizada’ (1o Parte).” http://www.reconstruccion2005.com.ar/0809/desorganizacion.htm (December 24, 2015). Merton, Robert K. 1947. “Funciones Manifiestas Y Latentes.” En Teoría y Estructuras Sociales, México D.F., México: FCE, 92–160. Sader, Emir. 2017. “Una Izquierda de la Esfera Pública.” América Latina en movimiento: 2–3. Saltalamacchia, Homero Rodolfo. 2015. “Estado/Sociedad: Una Anacronía Regresiva.” ESE (Estudios Sociales del Estado) 1(1). http://reports.weforum.org/future-of-jobs-2016/.

7

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.