La dignidad de la persona humana en La dignidad humana y sus matrices existenciales, de Gabriel Marcel.docx

May 20, 2017 | Autor: Adolfo Wissar, LC | Categoría: Existentialism, Human Dignity, Gabriel Marcel, Christian existentialism, Dignidad Humana, Dignidade Humana
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Descripción

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ATENEO PONTIFICIO REGINA APOSTOLORUM
Facultad de Filosofía






La dignidad de la persona humana en La dignidad humana y sus matrices existenciales, de Gabriel Marcel







Profesor: P. Alberto Carrara, LC
Estudiante: H. Adolfo Wissar, LC
Número de matrícula: 00012250
FILE 1001, Elaboratum de fin de ciclo
Roma, 20 de abril de 2017





Al final de su obra el Artífice deseaba que hubiese alguno que entendiese la racionalidad de una obra tan grande, que amase su belleza, que admirase su inmensidad.

No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, para que formes para ti mismo la forma que prefieres, como un libre y noble modelador y forjador de ti mismo.

G. P. della Mirandola, Oratio de hominis dignitate










INTRODUCCIÓN
Es suficiente con mirar a nuestra sociedad actual para darnos cuenta de la apremiante importancia que el tema de la dignidad humana comporta para la misma. El hombre moderno, al repasar la historia de numerosas culturas antiguas, se escandaliza frente a la esclavitud humana practicada durante tanto tiempo. Mira hacia la revolución industrial del siglo XVIII, y a duras penas, consigue digerir la idea de la explotación laboral infantil a la que se sometió a tantos niños con el único fin de producir un poco de lucro. Dirige su atención a las cámaras de gas de Auschwitz y se horroriza frente al genocidio humano sufrido por el hombre a manos de su propio hermano.
Y, sin embargo, la situación actual no es mucho mejor. En muchos lugares, la dignidad del hombre es pisoteada sin cuartel, en algunos casos, por parte de aquéllos a quienes en primer lugar les corresponde defenderla. Testimonios mudos de esto son los gritos de miles de niños no nacidos, quienes no tuvieron la suficiente prudencia de nacer para ser reconocidos como personas.
E incluso entre aquéllos que sí la tuvieron, podemos contar innumerables mujeres y niños "comercializados" como objetos sexuales en venta al mejor postor. Niños soldados arrancados de los brazos de sus madres para luego devolvérselos muertos o marchitos en la primavera misma de sus vidas. Personas marginalizadas o rechazadas por el simple hecho de pertenecer a un determinado pueblo, por poseer la piel de un color o de otro, o por no poseer bienes económicos que la sociedad juzga como "respetables". Personas que son consideradas como estorbo para sus familiares, por lo que "resulta mejor" dejar que mueran "dulcemente", entre tantos otros casos en los que el hombre, de una forma u otra, es denigrado en aquello más sagrado que posee: su dignidad humana.
El reconocimiento de la dignidad del hombre, hoy como antes, continúa siendo una lucha constante en tantas partes del mundo por parte de personas que son aisladas de las demás a causa de su raza, de su religión, de su procedencia geográfica, entre tantas otras cosas.
En cada rincón de la tierra hombres y mujeres, aunque amenazados por la violencia, han afrontado el riesgo de la libertad, pidiendo que les fuera reconocido el espacio en la vida social, política y económica que les corresponde por su dignidad de personas libres. Esta búsqueda universal de libertad es verdaderamente una de las características que distinguen nuestro tiempo.

Es por ello que una definición clara de lo que es la dignidad del hombre es hoy más que nunca indispensable, y constituye el motivo de fondo por el cual ha sido escrito este trabajo. Refiriéndose a la dignidad de la persona humana Kant anota: «Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, en cambio, lo que se halla por encima de todo precio, y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad». Es en este sentido en que será empleado el término "dignidad" en este elaboratum.
La dignidad del hombre y su fundamento. Este es el tema que la presente investigación filosófica busca dilucidar, conducidos para ello de la mano de Gabriel Marcel, grande filósofo francés contemporáneo cuyo pensamiento ahonda sus raíces en la vertiente del existencialismo cristiano de inicios del siglo XX. Para ello, se buscará argumentar que toda persona humana tiene una dignidad inalienable e igualitaria desde el momento de su concepción hasta la muerte, la cual encuentra su origen último en el hecho de ser creatura e hijo de Dios, y al mismo tiempo, por el hecho de ser persona: sustancia individual de naturaleza racional. Y todo esto, será expuesto desde una perspectiva existencialista, permeada de una visión cristiana del mundo.
El presente trabajo constará de tres partes: en primer lugar, se ofrecerá una exposición del contexto histórico-filosófico acerca de la vida de Gabriel Marcel y de la corriente filosófica en la que puede enmarcarse, es decir, del existencialismo cristiano. Luego, se desarrollará el concepto y el fundamento de la dignidad del hombre que ofrece Marcel, tal como se presenta en su libro La dignidad humana y sus matrices existenciales. Por último, se realizará un análisis comparativo, desde el punto de vista fenomenológico y metafísico, de la dignidad de la persona humana con el pensamiento marceliano al respecto.
Por lo tanto, el método empleado en este trabajo será de tipo expositivo, cuando se presente el contexto filosófico de nuestro autor, demostrativo-argumentativo, al exponer su pensamiento filosófico, y comparativo al realizar el análisis fenomenológico y metafísico de la parte conclusiva de este elaboratum.


CONTEXTO FILOSÓFICO DE GABRIEL MARCEL Y DE SU PENSAMIENTO
Exposición biográfica
Gabriel Marcel, filósofo, dramaturgo y compositor, nació en París el 7 de diciembre de 1889. Su padre era consejero del estado, ministro de Francia para Suecia, director de Bellas Artes, director de la Biblioteca Nacional y de los Museos Nacionales. Su madre, de origen judío, falleció cuando él apenas contaba con cuatro años de edad, por lo que creció junto a su tía, que se convirtió en la segunda esposa de su padre. Marcel recibió su educación en el liceo de Carnot y en la Sorbona de Paris obteniendo un título de Agregado en filosofía en 1910; sin embargo, nunca logró completar su tesis doctoral que tenía como tema un estudio sobre las condiciones necesarias para la inteligibilidad del pensamiento religioso.
Los filósofos que tuvieron mayor influjo en su formación inicial, como Marcel mismo deja ver, sobre todo en su diario metafísico, fueron los idealistas alemanes Hegel y Schelling, y en el ámbito francófono, Léon Brunschwig, quien se afirmaba en aquel entonces como líder del idealismo francés. Así mismo, recibió gran influencia de los idealistas anglo-americanos Bradley, Bosanquet, Royce y Hockings, quienes fueron tanto aliados como adversarios en el desarrollo de su pensamiento «hacia lo concreto, hacia la comunión intersubjetiva de individualidades únicas, hacia la relación inmediata con la realidad trascendente».
Bergson fue otro pensador importantísimo en el desarrollo del pensamiento marceliano, quien, con su crítica al idealismo, su visión de la primacía de lo concreto sobre lo abstracto y su constante ataque al intelectualismo y a la sistematización en favor de la espontaneidad del pensamiento, atrajo el interés y el posterior esfuerzo de Marcel en el ámbito académico. Durante el tiempo de su madurez intelectual, los numerosos y fructíferos encuentros con pensadores como Martin Heidegger y Karl Jaspers contribuyeron a enriquecer el bagaje filosófico del pensador francés, poniéndolo en contacto directo con los filósofos de mayor renombre de su época.
Gabriel Marcel enseñó filosofía en diversos liceos, pero dedicó la mayoría de su tiempo a la investigación filosófica como un intelectual libre de compromisos formales. Marcel también trabajó como lector para dos editoriales en Paris la Plon y la Grasset, y fue a su vez el editor de la serie Feux Croisés para la editorial Plon. Dicha serie consistía una colección de traducciones de obras producidas por escritores extranjeros, a partir de 1927. Además de sus prolíficas producciones en filosofía y drama, Marcel realizó diversos análisis críticos de literatura y teatro desde 1920.
En su trabajo filosófico Marcel se caracterizó por una gran espontaneidad, la cual le permitió amplia libertad de pensamiento en el análisis de los diversos fenómenos que presentaba para ilustrar un determinado punto. Dicha espontaneidad conlleva para el estudioso de sus obras una gran dificultad a la hora de querer esquematizar su pensamiento.
Marcel mismo rechazó conscientemente dichos esquemas, considerándolos limitaciones innecesarias para una filosofía que se centra en el hombre concreto, inmerso en una situación y en un tiempo determinados. Para Marcel, la existencia del hombre sólo se entiende como respuesta a una llamada por parte del otro, como participación, es decir, «como una relación real de los seres individuales al ser último por medio de la fe y de la razón».
Gabriel Marcel fue un filósofo que podríamos llamar de corte fenomenológico y existencialista, antes incluso de la aparición de dicho tipo de pensamiento en el mundo filosófico de su época, pues según él «el espíritu de verdad debería estar sujeto a una descripción fenomenológica».
Marcel era un pensador no esencialmente tomista en el sentido escolástico, y sin embargo, abierto a las ideas provenientes del tomismo tradicional. Un filósofo que se jugaba toda su vida al querer penetrar en el misterio que analizaba, lo que le llevó a su conversión al catolicismo, gracias a su cometida honestidad intelectual, el 23 de marzo de 1929, al cumplir los cuarenta años de edad.
Marcel obtuvo numerosas condecoraciones durante su vida, entre ellas el Gran Premio de literatura de la academia francesa en 1948, el Premio Goethe en 1956, y el Gran Premio nacional de las Letras en 1958, entre muchos otros. Fue miembro del Instituto de Francia y de la Academia de las Ciencias Morales y Políticas, oficial de la Legión de Honor y comandante de la Orden de Artes y de la Orden de Palmas Académicas, y también recibió el honor de la Gran Cruz en la Orden Nacional de Mérito en 1972.
Al final de una vida dedicada a la investigación filosófica y al estudio del misterio del ser y del hombre, Marcel murió en Paris el 8 de octubre de 1973, a la edad de 84 años, dejando más de una veintena de ensayos filosóficos y alrededor de treinta obras entre teatro y criticismo literario.

Exposición del existencialismo cristiano de Gabriel Marcel
El existencialismo cristiano se enmarca dentro de la corriente de pensamiento filosófico existencial, corriente que contrapone la esencia a la existencia y privilegia esta última. De este modo, el filósofo existencialista no ve el mundo como algo ya completamente dado, como un conjunto de sustancias fijas e inmutables a las cuales compete tan sólo ser analizadas, sino como un mundo en el cuál el ser se manifiesta y al mismo tiempo se esconde; un mundo en el cual el hombre no está determinado totalmente por su esencia, sino que llega a ser plenamente lo que ya es por naturaleza por medio de la libertad. Así, el hombre llega a ser hombre en sentido pleno cuando ejercita de modo adecuado su libertad.
Por otra parte, el existencialismo cristiano, por el hecho de hallar su inspiración esencial en las fuentes de la doctrina cristiana, no llega a las conclusiones fatalistas a las que tienden gran parte de los autores del movimiento existencialista, sobre todo los autores franceses ateos del siglo XX, tales como Sartre y Camus, al exagerar el binomio posibilidad-libertad, hasta encumbrarlo como el único elemento importante para la comprensión del hombre.
Para el pensador de corte existencialista, la existencia no es una característica entre muchas otras, sino que es el mismo hombre. La persona no sólo ocupa un espacio, no se encuentra únicamente en el horizonte del ser, sino que además "existe", es decir, es consciente de su propia existencia y sabe que lleva la voz de mando sobre su propio futuro a través de sus decisiones, elecciones y acciones. Para el ser humano, la existencia no se presenta como algo ya dado, sino como una posibilidad por realizar a través de su propia elección. «La persona no es una entidad completa, sino una voluntad, una aspiración a trascender la existencia presente, es un sursum, no un sum»; en esta frase se puede descubrir la clave de interpretación de la ontología marceliana.
En el existencialismo cristiano la existencia no se encuentra en relación de diametral oposición con la esencia; por el contrario, la existencia complementa la esencia y le ofrece una comprensión definitiva. De este modo, no basta con que la persona se sepa "poseedora" de su esencia humana, sino que ella misma debe escoger realizar su esencia por medio de su libertad. Por supuesto, esta decisión de llegar a ser libremente lo que ya se es por esencia se enmarca dentro de la situación concreta en la cual se encuentra cada persona. A este propósito escribe Marcel: «La esencia del hombre es encontrarse en una situación». El hombre es un ser encarnado, un ser situacionado.
Únicamente en este contexto resulta verdadera la afirmación de que el hombre se encuentra frente a una existencia en la cual su libertad adquiere un rol central y determinante. Al individuo, en cuanto hombre, le compete dar una respuesta satisfactoria acerca del sentido de su propia vida; sin embargo, la relevancia del papel de la libertad dentro de la visión del hombre como un todo armónico no le lleva a afirmar que las características esenciales de su existencia sean la angustia o el absurdo.
La apertura a la trascendencia, y por tanto también a la investigación metafísica, se presenta como un elemento esencial del existencialismo cristiano. En palabras de Marcel: «La exigencia de trascendencia… ha sido el hilo conductor de toda mi investigación». Es esta misma apertura al "otro", ya sea apertura a otro ser humano, ya apertura al Otro divino, la que coloca esta corriente filosófica en conexión directa con algunos elementos del personalismo y del pensamiento dialógico, de los que es heredera, precursora e intérprete.
A continuación, se presentarán algunos elementos esenciales del pensamiento marceliano, que permitirán un análisis más fructífero del concepto de "dignidad de la persona humana" y el fundamento existencial que Marcel le atribuye.
El primer elemento sine qua non del pensamiento de Gabriel Marcel, es sin lugar a dudas, su concepto de participación, el cual permea toda su doctrina. Para el filósofo francés este concepto se entiende como la comunión inmediata entre seres reales, determinados y distintos, que sin embargo, retienen su propia distinción y determinación. En otras palabras, participar quiere decir hallarse en comunión, descubrirse como un ser con una determinada carga ontológica en medio a otros seres que me rodean. Participación se trata más del "nosotros somos" en sentido dialógico, que del ego cogito de Descartes.
De hecho, para Marcel, la sensación, y no el pensamiento se halla más allá de cualquier duda existencial posible. El hombre se descubre a sí mismo como un ser existente en el mundo por medio de su cuerpo, de este modo, sabe que su existencia significa también coexistencia. La persona se da cuenta de que ser quiere decir, en su sentido más profundo, ser conjuntamente con otros. Es en este sentido que «Marcel rechaza todo tipo de dualismo estricto a nivel filosófico, ya sea sujeto-objeto, mente-cuerpo, sentido-cosa sentida, idea-acto, pensamiento-existencia, en favor de una existencia de carácter global».
Otra idea crucial en el pensamiento de Marcel es su concepto del "tú". Para Marcel, toda relación posible entre un ser y otro es esencialmente personal, ya que «la misma realidad personal de cada uno es intersubjetiva». Decir tú implica darse cuenta de la presencia del otro que me llama y exige de mí una respuesta. El otro me incumbe profundamente, hasta el punto de solo poder darme cuenta de mi propia identidad como un yo a partir del reconocimiento del otro como un tú. Es por ello que todo diálogo con otra persona que supera el nivel de un mero intercambio de información más o menos técnica manifiesta la propia relación y disposición hacia dicha persona, ya que «existir es coexistir».
En última instancia, el hombre descubre a Dios como el Tú absoluto que colma plenamente toda su sed de infinidad, con quien ha iniciado el diálogo de la existencia. En este sentido, la oración es entendida como un estar con otro, superando así el ámbito del "tener", de esperar una respuesta material a cambio de mi oración. En palabras de Marcel, «rezar es negarse a admitir que todo ha sido ya dado, es invocar la realidad tratada como voluntad».
El pensamiento de Marcel también debe entenderse como un continuo ataque y defensa frente aquellas corrientes filosóficas que buscan desencarnar y despersonalizar al hombre, ya sea negando su irrepetibilidad y el valor de su corporeidad (como afirma gran parte de la corriente de filosofía idealista), ya sea exigiendo la verificación empírica de todo aquello que cae en el intelecto del hombre para afirmar la posibilidad de su espesor ontológico (frente al pensamiento cientificista de carácter lógico-positivista). De este modo, Marcel no se opone a la abstracción, sino al "esprit d'abstraction" que impide el contacto con la realidad concreta.
Los conceptos de "esperanza" y "libertad" también ocupan un lugar privilegiado en el pensamiento de Marcel, al punto de que toda realidad y experiencia humana son consideradas en relación a ellas. Marcel es el filósofo de la realidad del hombre para el cual todo ser limitado se dirige en última instancia hacia el ser infinito.
De esta manera, Marcel no percibe la esencia del hombre como una realidad fija e inmutable, sino como una realidad que se va construyendo por medio de la libertad propia. En cierto modo, es esencial para el hombre la libertad que posee, si él así lo quiere, de no llegar a ser aquello que por naturaleza está llamado a ser. De este modo la posibilidad del suicidio, de la desesperación y de la traición halla su lugar dentro de la estructura del universo. «En este sentido, la posibilidad de la negación y la posibilidad de la afirmación están mutuamente implicadas en la estructura de nuestro mundo».
Es precisamente esta libertad la que permite al hombre la percepción de la alteridad, ya que sin dicha libertad todos los hombres seríamos exactamente iguales, ya que todos poseemos la misma esencia, la misma forma sustancial humana participada. El principio de individuación, que pasa a través de la especificación de la forma sustancial por medio del principio metafísico de la materia prima, es constatado a un nivel existencial por Marcel a través del análisis de la libertad del hombre.
A su vez, Marcel hace una distinción entre el ser y la vida del hombre, entre misterio y problema. Por un lado, el ser hace referencia al ámbito de lo eterno, de lo meta-problemático, del misterio que nos envuelve y del cual pende nuestra vida, mientras que la vida se refiere más bien a lo problemático, a aquello que se acaba con la llegada de la muerte. «El ser no es un problema para ser analizado y resuelto, sino un misterio que debe ser reconocido y realizado». A este respecto, Marcel afirma:
El problema es algo que uno encuentra, un obstáculo en el camino. Se encuentra por entero frente a mí. Por el contario, el misterio es algo en lo que yo me encuentro comprometido, cuya esencia se trata justamente de no estar por entero frente a mí. Es como si en esta zona la distinción entre el "en mí" y el "en frente de mí" perdiera su propio significado.
El pensamiento Marceliano dedica también una amplia reflexión filosófica a la distinción entre ser y tener. Por una parte, el ser es aquello que permite al hombre entrar en relación con el mundo, aquello que no depende de él y que lo supera infinitamente. Por otra parte, tener implica apropiarse de las cosas en cuanto a que estas pueden ser empleadas como un simple objeto en función de los propios fines. En este sentido, el cuerpo humano se presenta como el confín entre el ser y el tener, pues este es la condición de posibilidad mínima sobre la que se basa cualquier tipo de posesión, y al mismo tiempo, la condición de posibilidad de toda participación ontológica.
Estar en relación con el mundo en el plano del ser implica una actitud de disponibilidad, la cual consiste en la capacidad del hombre de estar presente, o al menos de permanecer en actitud de apertura hacia el ser o hacia los otros seres que le rodean constantemente; en términos de Marcel, consiste en una perpetua actitud de comunión ontológica.
Relacionarse con el mundo en el plano del tener, por otra parte, implica una actitud de cierre sobre sí mismo, una actitud de retraerse ante los otros seres y de permanencia dentro de los confines de uno mismo. En fin, se trata de una incapacidad para sostener una comunión profunda con las otras personas en quienes puede reconocerse un tú, un alguien que comparte la propia humanidad y que debe ser respetada y tratada como un fin en sí misma.
Encontrarse en relación con el mundo en el plano del ser implica también el "compromiso" (engagement), palabra que Marcel asocia inmediatamente con su concepto de participación. Comprometerse significa tomar parte de algo que presenta un interés primordial para mí, entregar mi vida y mis fuerzas a una causa que me supera y mantener dicho compromiso por medio de la fidelidad a la palabra dada por medio de las propias acciones.
En última instancia, Marcel conduce todo tipo de compromiso a aquél que se asume frente a Dios, ya que «toda fidelidad a un ser está basada últimamente en el mismo ser, o en términos religiosos, en el compromiso a Dios y la pertenencia de Dios sobre mí». A partir de estas palabras puede deducirse que el hombre busca su plenitud en aquello que va más allá de su estado actual, y por tanto la religión es para él disponibilidad y compromiso con el ser último y primordial.
Para Marcel, el hombre puede definirse como «aquél que es capaz de dar testimonio», de modo análogo a la definición Nietzscheana del hombre como el animal que es capaz de realizar una promesa. En efecto, tan sólo el hombre, entre todos los seres vivientes es capaz de colocarse a sí mismo como referente ontológico en sentido cronológico.
En otras palabras, cuando el hombre da testimonio de algo, afirma que un evento ha sucedido mientras él ha estado presente, mientras ha tenido plena consciencia de sí mismo, de sus actos y de su propio yo como agente de sus acciones por medio de una reflexión indirecta iniciada a partir de sus sentidos. Por medio de la experiencia sensitiva, la persona es capaz de llegar a una concepción espiritualizada del hombre, es decir, puede concebir al otro como un tú. En este sentido, se puede afirmar que la esencia del hombre es dar testimonio del ser.
Por último, para comprender el método fenomenológico sui generis de Marcel es necesario entender que, de acuerdo con él, el verdadero filósofo es aquél que llega al descubrimiento de la verdad a través de una profunda experiencia personal y no meramente a través de una reflexión abstracta de los primeros principios. De este modo, la experiencia de vida del filósofo ilumina constantemente la comprensión del mundo en el que se desenvuelve, y esta comprensión le ayuda a su vez a vivir de un modo más apropiado.
Para alcanzar este fin, el filósofo debe comportarse como quien es llamado por parte de la humanidad a analizar ciertos fenómenos del mundo y determinadas experiencias personales, de modo que pueda encontrar en ellas las respuestas a las incógnitas más apremiantes de los hombres.
Consiguientemente, el verdadero filósofo debe recoger su espíritu, vaciarse de sí mismo y abrirse a la trascendencia; sólo de esta manera el hombre será capaz de hallar el sentido último que se encuentra latente en cada experiencia, reconociendo en cada una de ellas un mar de significado. Es en este sentido que puede entenderse el sentido legítimo de las siguientes palabras de Marcel: «la filosofía es una elevación de la experiencia, no la castración de la misma».


PENSAMIENTO DE GABRIEL MARCEL ACERCA DE LA DIGNIDAD HUMANA
La dignidad humana y sus matrices existenciales
«Ser hombre. Continuar siendo hombre: estas son las palabras sobre la cuales no he cesado de concentrar mi atención en los últimos veinte años». Gabriel Marcel, heredero de una filosofía de corte fenomenológico, existencial y personalista, en la línea de E. Husserl, K. Jaspers y S. Kierkegaard, se pregunta qué cosa es el hombre y cuál es su lugar en el horizonte del ser.
Para algunos filósofos de tendencia existencialista el hombre se afianza con una dignidad absoluta que lo coloca al centro del universo, mientras que para otros, la vida humana puede llegar a ser, con mucha facilidad, un sin sentido que termina en la desesperación y en la angustia.
A pesar de que una y otra posición llegan a conclusiones muy diversas (ya que parten de presupuestos diversos), es posible encontrar un factor que las acomuna: ambas posiciones concuerdan en que la reflexión crítica y la capacidad del hombre de entrar dentro de sí para conocer y juzgar el mundo que le rodea hace de él un ser excepcional, diferente de cualquier otra creatura y de cualquier otro animal sobre la tierra; el hombre "sabe", y en este sentido, se halla a sí mismo como sujeto consciente, conocedor de sí, de su entorno y de sus acciones. Kant ilustra este punto con una claridad impecable:
El hecho de que el hombre pueda representarse el propio yo lo eleva infinitamente por encima de todos los otros seres vivientes sobre la tierra. Por ello, él es una persona, y, en fuerza de la unidad de conciencia persistente a través de todas las alteraciones que puedan tocarlo, él es una sola y la misma persona, es decir, un ser completamente diverso, en grado y dignidad, de las cosas, tales como los animales irracionales.

La pregunta acerca del fundamento de esta diferencia esencial entre sí y los demás entes que le rodean surge entonces de manera casi espontánea en la conciencia del hombre: ¿en qué se basa dicha superioridad?, ¿cuál es el fundamento último de la dignidad propia y de la de las otras personas? Este es el tema al que Marcel busca dar respuesta por medio de las conferencias publicadas bajo el nombre de Dignidad humana y sus matrices existenciales.
En líneas generales, este libro presenta una síntesis de los temas fundamentales del pensamiento de Marcel con respecto a su concepción filosófica del hombre. Por medio de una presentación progresiva de dichos temas, Marcel ofrece una fundamentación original y profunda bajo el prisma del pensamiento existencial para la dignidad de la persona humana.
Bajo el término de "matrices existenciales" Marcel se refiere a los móviles últimos del existir humano que le proveen de una experiencia de trascendencia. En palabras de Marcel, dichas matrices son «modalidades superiores de la existencia humana». Entre los principales conceptos analizados en esta obra se encuentran las nociones de participación, existencia y misterio ontológico, las cuales ayudan al hombre a defender su integridad como ser único en el mundo, frente a un mundo impersonal y tecnocrático que poco a poco quiere "reificarlo", es decir, considerarlo como una cosa más entre muchas otras dentro del horizonte del ser.
En este sentido, las matrices existenciales, próximamente, pueden entenderse como una entrada al ser participado, y últimamente a Dios, el Ser por esencia. Es por ello que Marcel afirma:
Para el verdadero filósofo, consciente de sus responsabilidades (…) no hay tarea más imprescriptible que aquélla que consiste en reencontrar esas matrices existenciales fundamentales, constitutivas del ser humano auténtico en cuanto imagen de Dios.

La dignidad humana y sus matrices existenciales no se trata de una obra orgánicamente estructurada en la cual cada capítulo es consecuencia lógica del siguiente. De hecho, obras con estas características no salieron nunca del tintero de Gabriel Marcel. Este libro, en realidad, es un compendio de las conferencias tenidas en la Universidad de Harvard durante los años 1961-1962 en el contexto de la serie de conferencias William James Lectures, patrocinadas por los departamentos de filosofía y de psicología de dicha universidad.
Visión de la dignidad humana presentada por Marcel
A la manera de gran parte de los pensadores de corte existencial, Gabriel Marcel no realiza una exposición orgánica de tipo formal acerca de la dignidad humana con bases claramente distintas entre la metafísica y la antropología. En lugar de ello, presenta una visión del hombre que se enriquece y toma forma a partir de las experiencias en las que se ve envuelto, revelando así el misterio en el que por naturaleza participa.
Esto no quiere decir que Marcel no comparta algunos puntos esenciales sobre el origen y la fundación de la dignidad humana con otros autores, sino que su aportación original consiste precisamente en la iluminación de este tema desde la perspectiva de la vida misma del hombre, desde la necesidad que encuentra cada persona de fundar su vida en el misterio ontológico, de tender a la trascendencia, de percatarse de la finitud de su propia vida y de la búsqueda incesante por encontrar un sentido que justifique la propia existencia en el mundo.
En este sentido, Marcel es consciente del grande influjo que el kantismo tiene sobre el tema de la dignidad humana durante la época contemporánea. En palabras de Marcel: «…entiendo aquí la idea de que el valor inalienable de la persona está en el hecho de que es un ser racional». A su vez, el filósofo francés considera las aportaciones de otros autores que prefieren meter el acento sobre «la capacidad de comprensión y de captar el orden inteligible del mundo», o incluso, aquella capacidad de «conformarse a sí mismo con ciertos principios que se tienen por universales». No obstante, el P. Muñoz afirma que «Marcel ve que un "racionalismo abstracto" que propone una definición de la persona "impregnada de kantismo", no basta para fundar la dignidad humana».
Para entender la novedad que aporta Marcel al debate sobre la dignidad de la persona humana hay que tener claro que en el pensamiento marceliano la dignidad del hombre se enmarca dentro del contexto de una realidad trascendente, con la cual permanece necesariamente en contacto. En este marco de pensamiento, se manifiesta con claridad la iluminación que su doctrina filosófica recibe del pensamiento cristiano.
En efecto, todo el pensamiento desarrollado por Marcel durante los años posteriores a su conversión al catolicismo se ha visto imbuido de los principios de la doctrina católica, los cuáles han abierto nuevos espacios a su investigación filosófica, de modo que la fe, lejos de ser una limitación para el desarrollo de los temas analizados por él, propone nuevas vías a los que el entendimiento no sería capaz de llegar por su propia cuenta.
La dignidad del hombre asume espesor y sacralidad en la medida en que esta se relaciona con el ser y con la trascendencia, ya que «existe un pacto, diría casi un vínculo nupcial entre el hombre y la vida». Encontrarse en relación con el ser y con la trascendencia quiere decir, de acuerdo con Marcel, que el hombre se halla a sí mismo como un ser arrojado en la existencia junto con una infinidad de seres distintos a sí mismo, con los cuales comparte un origen único, el cual se encuentra más allá de las cosas que le rodean.
De este modo, la medida de la dignidad humana florece sobre la base de la relación que la propia existencia, entendida como participación, mantiene con la trascendencia, ya que el hombre se da cuenta de que este ser absoluto que lo trasciende no depende de sí, pues él mismo, por naturaleza, es un ser limitado y contingente.
Del mismo modo, la concepción marceliana del hombre como un ser abierto a la trascendencia comparte muchos elementos de la filosofía personalista, para la cual el hombre es un ser esencialmente relacional, dotado de libertad, trascendente y poseedor de un valor en sí mismo, y, por tanto, nunca equiparable a un mero objeto. Para Marcel, el hombre, a través de su experiencia, se descubre a sí mismo como un mortal capaz de amar y ser amado, como un ser capaz de definirse de acuerdo con su naturaleza.
A diferencia de Heidegger, Marcel no entiende a la persona como un "ser para la muerte", sino que, reconoce que el destino último de la vida va más allá del límite impuesto por la muerte y se cumple en la unión de la creatura con su creador, su origen y fin, en quien encuentra la satisfacción plena a todas sus aspiraciones. Por lo tanto, toda la realidad del hombre debe ser entendida a partir de Dios y en Dios, superando así el ámbito de una concepción filosófica meramente materialista o de corte ateo e inmanentista.
Según Marcel, el misterio ontológico debe entenderse como la base de la dignidad humana, ya que el hombre percibe con intensidad la «necesidad de restituir a la experiencia humana su peso ontológico». Percatarse del misterio ontológico y vivir bajo esta luz significa, en el contexto de esta obra, entender la propia vida como una realidad aún no completamente realizada, sino más bien abierta a infinitas posibilidades en función del "llamado" trascendental (en sentido profundamente religioso) a llegar a ser plenamente persona humana.
Vivir a la luz del misterio ontológico significa captar la propia existencia en el horizonte del ser como algo cuya realización me incumbe profundamente, y cuyo cumplimiento me compete como tarea primordial.En este sentido, encontrarse frente a la situación fundamental de la "propia vida" es un misterio en el cual cada uno se reconoce a sí mismo como un ser limitado y contingente, como una creatura que ha recibido la existencia a partir de otros seres humanos.
De este modo, el hombre se da cuenta de que está llamado a ser plenamente hombre por medio de la realización de su libertad, es decir, que está llamado, dentro de su existencia, a llegar a ser cada vez más persona a través de la ejercitación de una relación de fraternidad con los demás seres humanos, con los cuales comparte un origen común en cuanto a que todos son miembros de la misma especie humana.
De hecho, para Marcel la fraternidad supera con creces el mero concepto de igualdad, ya que para él la fraternidad es heterocéntrica, mientras que la igualdad es egocéntrica. Para la persona que considera a los demás como hermanos, el centro de su atención deja de focalizarse sobre sí mismo para concentrarse en el servicio de los demás.
Tratar al prójimo como un hermano quiere decir saber entristecerse y alegrarse junto con él, dejando a un lado la búsqueda de una igualdad a toda costa basada en reivindicación de los propios derechos. Significa aceptar que, aunque todos poseemos los mismos derechos fundamentales, no en todo debemos ser iguales, ya que el logro del hermano se considera y se goza como si fuera un logro propio. De este modo, el otro no se presenta ante mí como una amenaza, sino como sujeto dotado de valor en sí mismo. «Descubrir la dignidad en el otro es considerarlo como hermano, así como descubrir mi propia dignidad es descubrirme como hermano de todos los demás hombres.»
Tan sólo cuando se percibe la existencia del hombre bajo esta clave ontológica, la propia vida y la del otro es percibida como un elemento sagrado y provisto de una dignidad inviolable, ya que participa de manera consciente de la actualidad del ser y es interlocutor activo en el diálogo de la trascendencia, a la cual está llamado por parte de Dios como a su fin último. En este sentido, el P. Muñoz escribe:
Cuando, por el contrario, se considera a los demás como personas, como seres sagrados, sólo entonces se les ve como "hermanos", y sólo esta concepción del otro nos permite fundar un humanismo auténtico. […] Descubrirlo como "hermano" quiere decir captar lo sagrado, el misterio de la persona en el otro.

En este sentido, la plenitud del don de la vida le viene al hombre de una presencia trascendente, presencia que se le va revelando y que le sale paulatinamente al encuentro, ya que el hombre se encuentra anclado en ella al nivel más fundamental, es decir, al nivel del ser. Es por ello que para la persona humana la existencia es esencialmente relación y diálogo, ya que sólo Dios es el rostro auténtico de la trascendencia. Con respecto a esto el P. Muñoz afirma: «Marcel llega a la certeza de una Trascendencia, de un "Tú Absoluto" con el que se es en común y que, a su vez, es principio de toda comunión humana verdaderamente personal».
De acuerdo con Marcel, la búsqueda de la dignidad del hombre debe encaminarse sobre la ribera de la propia debilidad, partiendo de un análisis de la aparente paradoja presente en la mortalidad humana, ya que, según Marcel: «la dignidad debe ser buscada a las antípodas de la reivindicación, y mucho más en el lado de la debilidad».
Dicha paradoja surge a partir de la reflexión del hombre acerca de la propia muerte, en la cual cada uno puede seguir dos caminos opuestos. Por una parte, el hombre puede llegar a la conclusión de que la vida es un sin sentido que segundo a segundo lo conduce hacia la desaparición total su conciencia, o, por el contrario, puede llevarlo a reconocer su dignidad ontológica desde una perspectiva existencialista.
Marcel toma el segundo camino y busca, en el mismo dato ineludible de la propia muerte, una justificación para su vida, y por ello escribe: «Nosotros podemos, al contrario, encontrar en la misma finitud del hombre el principio de su dignidad esencial». Así, el hombre se da cuenta de que él es el único ser sobre la tierra que tiene plena conciencia de su mortalidad. A diferencia de cualquier otro animal, el hombre es capaz de proyectar su propio yo hacia el futuro y sabe que la vida, tal cual como se le presenta, tendrá un final con su muerte en algún momento y en algún modo que desconoce.
Esta experiencia de la propia mortalidad golpea directamente al ser humano cuando se encuentra frente al misterio de la muerte de algún amigo o de algún ser querido. En esta vivencia, que toca sus fibras más profundas, la persona llega casi de modo intuitivo a la conclusión de que el ser querido es irremplazable. A diferencia de una cosa, el ser humano no puede ser simplemente cambiado por otra cosa cuando ya no es útil. Marcel es bastante claro en este punto: «En realidad, cada hombre es exactamente aquél que no se reemplaza». El espacio vacío dejado en el corazón por la persona amada no puede llenarse con otra cosa, ni siquiera con otra persona.
De este modo, la conciencia de la mortalidad implica para el hombre la necesidad de llenar su vida de sentido, valorando la propia indeterminación a la luz de la autenticidad. Por ello, el ser humano, en el mismo instante que tiene conciencia de sí, también se da cuenta de que su existencia aún no está completa, que su ser aún no está completamente determinado y que a él le compete proveer su vida de sentido para llegar a ser plenamente hombre.
El ser humano es un ser para la vida, pero esto lo descubre mirando hacia su propia muerte, cuando se da cuenta que la muerte no es el último confín de su existencia, sino que toda ella gira en torno a la inmortalidad como a su eje natural, impulsado hacia ella por la esperanza. Marcel define la esperanza de la siguiente manera:
La esperanza es esencialmente la disponibilidad de un alma, muy íntimamente comprometida en una experiencia de comunión, para llevar a cabo el acto de trascendencia, por oposición al querer y al conocer, por el cual afirma la perennidad viviente de la cual esa experiencia ofrece a la vez la prenda y las premisas.

De hecho, cada persona descubre que el ser le es dado como un regalo, como un don del cuál no ha sido responsable, el cual se le presenta como condición primera de cualquier otro tipo de posibilidad. El hombre solamente puede llevar a cabo su proyecto de vida y llegar a ser completamente hombre porque, en primer lugar, y al nivel más profundo, es, y no solo es un ser cualquiera, sino que se descubre, a través de la experiencia, como un ser encarnado, es decir, como persona.
El ser humano cae en la cuenta, al mismo tiempo, de que es un individuo que está por encima de un concepto abstracto de sociedad, noción según la cual la sociedad sería un sujeto inconsciente, superior al hombre y a la que toda acción suya se ordenaría como a un todo superior, una sociedad que devora las partes de las cuáles se compone. A este respecto Marcel afirma: «el filósofo no puede contribuir a salvar al hombre de sí mismo a no ser denunciando despiadadamente y sin descanso los estragos causados por el espíritu de abstracción».
Por el contrario, el espíritu del hombre se revela ante la mera posibilidad de ser "reificado", es decir, a ser tratado meramente como un objeto. La sociedad no es un conglomerado tecnocrático-despersonalizante de individuos sin rostro, sino el ámbito relacional en el que cada persona puede desarrollar y llevar a cabo el proyecto de la propia vida. Para Marcel, el ser encarnado del hombre representa el centro de su concepción ontológica.


ANÁLISIS COMPARATIVO ENTRE EL FUNDAMENTO FENOMENOLÓGICO Y METAFÍSICO DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA Y EL PENSAMIENTO MARCELIANO
Enfoque fenomenológico de la dignidad de la persona humana
El método fenomenológico-experiencial, aplicado al estudio de la antropología filosófica, busca realizar un proceso inductivo a partir de la experiencia vivida por el hombre concreto, de modo de lograr así llegar al fundamento profundo sobre el cual reposa el actuar humano.
De esta manera, el hombre experimenta constantemente que él es poseedor de una dignidad, y que esa misma dignidad les compete también a las demás personas por el hecho de ser humanos. A este respecto, el P. Pérez-Soba apunta:
La garantía real de la dignidad de la persona reside en una verdad que la sostiene, fuera de cualquier modalidad relacional externa, simplemente formalista o basada en los pactos, sea procesal o trascendental.

De acuerdo con esta línea de pensamiento, en primer lugar, el hombre se descubre como un organismo viviente capaz de realizar actos materiales al igual que cualquier otro ser animado del mundo, pero a diferencia de ellos, también es capaz de realizar actos espirituales. Si en el hombre se constatan efectos espirituales, es decir, actos que no encajan dentro del ámbito puramente material, esto quiere decir que dichos efectos espirituales proceden de una causa que no está limitada a la materialidad, y por consiguiente debe ser espiritual.
Un ejemplo claro de que el hombre es sujeto de acciones espirituales se encuentra en la constatación de que el hombre es capaz de producir ideas abstractas. Dichas ideas, para ser verdaderamente tales, deben ser a su vez de carácter universal e inmaterial.
Ahora bien, todo lo que se encuentra en la naturaleza es particular y material, lo que quiere decir que tan sólo un ser cuya constitución ontológica sea diversa a la del mundo que le rodea será capaz de captar la particularidad de las cosas en modo universal, y la materialidad de forma inmaterial. A ésta constitución ontológica se le conoce bajo el nombre de naturaleza espiritual. El hombre es un ser de naturaleza espiritual.
Las ideas abstractas, a su vez, constituyen la base sobre la cual se construyen los diversos juicios y razonamientos, y son ellos los que permiten al hombre el desarrollo de la ciencia, es decir el conocimiento cierto de alguna cosa a través de sus causas. Sin un lenguaje conceptual, la transmisión de los conocimientos adquiridos y el ulterior progreso de cualquier ciencia sería imposible.
Otro modo de afirmar la dignidad del hombre desde el punto de vista fenomenológico es analizando la capacidad de amar del hombre. De hecho, cada persona hace parte de un mundo de relaciones en las cuales ama a algunas personas y es amado por otras. Sólo el hombre es capaz de sacrificarse hasta el punto de dar la vida por amor a otra persona y de renovar conscientemente el amor a la persona amada.
Este análisis sobre el amor humano introduce a su vez otro panorama que es exclusivo del hombre. Se trata del ámbito de la responsabilidad moral frente a los propios actos, por los cuales cada persona se siente sujeta sea al elogio, sea a la censura que comporta el propio actuar. En este sentido Guardini afirma que «el fenómeno ético aparece exclusivamente en el ámbito de la vida del ser humano».
Existen algunos actos del hombre que manifiestan de modo directo dicho sentido de la responsabilidad basado en los valores éticos, y en cuanto tales, actos que manifiestan que el hombre posee una dignidad.
Por ejemplo, el sentimiento de arrepentimiento y la consiguiente reconciliación por medio del perdón manifiestan la conciencia de que los propios actos poseen una gran relevancia, y, sobre todo, que el bien o el mal moral que se hacen no son indiferentes. En este sentido, el remordimiento se percibe como el deseo profundo de una persona de eliminar un pasado que le atormenta y del cual necesita liberarse.
Otro acto de este tipo es la promesa, por medio de la cual una persona se compromete de modo solemne a cumplir con rectitud y fidelidad un determinado deber. Para realizar este tipo de acción, la persona necesita tener una noción clara del concepto tiempo futuro, y, además, la capacidad de responder por sus actos de modo estable a lo largo de un determinado período de tiempo. La relevancia de la promesa en el actuar del hombre es evidenciada por el P. Lucas del siguiente modo:
La promesa compromete a la persona, en primer lugar, con respecto a sí misma, y luego también con respecto a los demás. La peculiaridad de la persona es la memoria del pasado, la previsión del futuro y la capacidad de conectarlos mediante un propósito.

De este modo, la dignidad de la persona humana, analizada desde un punto de vista fenomenológico, consiste en existir como ser humano, descubriendo a partir de los actos propios del hombre en cuanto hombre, su valor ontológico como persona. Es así como se puede descubrir que «la vida del hombre permanece inviolable ya que él es una persona», y que cada ser humano es un sujeto de valor moral en conformidad con los aspectos esenciales de su propio ser.
Por otra parte, el hombre también es capaz de descubrirse a sí mismo como un sujeto de dignidad superior cuando cae en la cuenta de que es un ser único, irrepetible y portador de derechos fundamentales. De acuerdo con lo dicho, la experiencia muestra rotundamente que un ser humano no es sustituible por otro como lo puede ser una cosa o cualquier otro animal. Para una madre, el vacío dejado por la pérdida de un hijo amado es insustituible.
Cada persona es querida en sí misma y por sí misma; «las personas no se cuentan por montones, no son numerables, no son parte de una serie, cada una de ellas es única, y, por tanto, no repetible». El valor de la persona no aumenta o disminuye con respecto al número de personas que se tengan en cuenta. De este modo, sea una o sean mil, cada una de ellas debe ser tratada siempre como fin, y nunca únicamente como medio.
Es así como puede concluirse que la dignidad inherente a cada persona humana no depende de una decisión subjetiva de una persona o de un grupo de personas, no es concedida ni atribuida, sino que debe ser reconocida como tal en base a un dato objetivo: ser un individuo humano. «Es, por tanto, inherente a la persona, un carácter suyo intrínseco y permanente que tiene valor absoluto».
En la persona humana la existencia coincide con su dignidad, por ende, dicha dignidad debe ser reconocida siempre y por todas las personas. En este sentido Maritain afirma:
La dignidad de la persona humana no querría decir nada si no significa que, a través de la ley natural, la persona tiene derecho a ser respetada y que es sujeto de derecho, posee derechos. Hay cosas que le son debidas al hombre por el mero hecho de que es hombre.

Como ha sido evidenciado por medio de la exposición presentada en la segunda parte de este trabajo, dedicada a la profundización el pensamiento de Marcel sobre la dignidad humana, el desarrollo del pensamiento marceliano hunde sus raíces en el análisis fenomenológico de la experiencia del hombre. Por tanto, el análisis del fundamento antropológico de la dignidad personal realizado por Marcel se adhiere de modo natural a este método de indagación filosófica.
Bajo este enfoque fenomenológico Marcel desarrolla sus renombradas distinciones entre problema y misterio, ser y tener, al tiempo que consolida conceptos tales como participación, misterio ontológico , fidelidady fraternidad, etc. Además de ello, en el contexto de la experiencia real del hombre concreto, el filósofo francés profundiza en el rol que cumple la libertad en la vida del hombre, la relacionalidad existencial que acompaña cada una de sus experiencias, y la experiencia vital de la necesidad de la trascendencia, la cual se manifiesta de modo flagrante en la experiencia de la muerte.

Fundamento metafísico de la dignidad de la persona humana
El fundamento último de la dignidad de la persona humana, a nivel metafísico, se basa en que ella es un individuo subsistente de naturaleza racional. A este propósito Santo Tomás afirma: «La persona humana es lo que hay de más perfecto en el universo, es decir, un ser subsistente en la naturaleza racional».
El hecho de que la persona es un subsistente implica esencialmente tres cosas: el ser in se, el ser per se, y el ser a se. Ser in se quiere decir que la persona es una substancia, que es en sí misma y no en función de otra, es decir, que ella es el sujeto inteligente y libre de sus acciones, incluyendo las actividades espirituales que le son propias. Ser per se, por su parte, significa que cada persona es un fin en sí misma y no un simple medio; en otras palabras, que no tiende hacia otra persona como a su fin. Finalmente, ser a se hace referencia a que la persona no depende de otro hombre para su existencia, sino que es autónoma en sí misma.
El P. Lucas explica este punto de la siguiente manera:
La persona humana, por tanto, aunque depende de otra, precisamente de Dios, porque es creada, es subsistente in se (susbsistens) y existente per se (per se existens), es decir, ha sido dotada de parte de Dios de un ser propio a ella y ha sido creada por Él con un fin intrínseco a ella. El ser in se y el ser per se constituyen aquella interioridad propia de la persona, sujeto abierto al Absoluto y fin en sí misma. De este estatuto suyo deriva el hecho que ella posee una inviolabilidad y unos derechos y deberes fundamentales.

En esta visión metafísica de la persona es necesario precisar que Dios es la persona por antonomasia; él es el primer analogado en cuanto a que Él es el único absolutamente subsistente. El hombre es persona por participación tan sólo en sentido analógico con respecto a Dios, el primer analogado. La dignidad superior y absoluta pertenece tan sólo a Dios. El hombre posee esta dignidad como persona por participación a aquella dignidad divina.
El ser in se de la persona se constata, sobre todo, a través del análisis de su capacidad de estar abierto al absoluto. De hecho, las características propias que promanan de la esencia del hombre son la inteligencia y la voluntad, dentro del ámbito de la libertad.
Esto no quiere decir que el hombre posee una dignidad porque es capaz de realizar actos inteligentes y voluntarios de modo libre, como si su dignidad dependiera del ejercicio de aquellos actos, sino que es capaz de ejercitar dichas facultades en virtud de que ya es, al nivel más esencial, de un cierto modo, es decir, en virtud de que posee en acto la esencia humana. Es en este sentido en que debe entenderse el famoso axioma escolástico agere sequitur esse.
Por medio de su inteligencia, el hombre es capaz de percibir una cosa como verdadera dentro del horizonte del ser, percibiendo lo que es finito dentro de la extensión de lo infinito, y de ese modo, puede considerar al ser en cuanto a que es ser. La apertura de la inteligencia al absoluto no quiere decir que el hombre sea capaz de captar con su intelecto la vastedad total de las cosas que pueden conocerse, sino en el sentido de que posee una potencia ilimitada de conocer la verdad, quedando por ende insatisfecho de todo aquello que no sea infinito.
La persona humana es también un ser per se, ya que es un fin en sí misma y no un medio para alcanzar algún otro fin por parte de otras personas. Una vez más, el fundamento para afirmar que la persona constituye un fin en sí misma se encuentra en su naturaleza espiritual. De hecho, la persona es un sujeto, una realidad que permanece en sí misma, es una unidad de cuerpo y alma que participa en cierta medida del Absoluto. A este respecto la Gaudium et Spes afirma: «En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador.»
Por ello, cada persona descubre dentro de sí una finalidad objetiva intrínseca a la que tiende por naturaleza, la cual descubre por medio de la razón y lleva a cabo a través de su libertad, encontrando en el cumplimiento de la misma la propia realización. A lo largo de estas líneas Kant anota:
Los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, algo que no puede ser usado meramente como medio […] Estos no son, pues, meros fines subjetivos, cuya existencia, como efecto de nuestra acción, tiene un valor para nosotros, sino que son fines objetivos, esto es, cosas cuya existencia es en sí misma un fin.

Ahora bien, mientras es cierto que la persona es un fin en sí misma, también lo es que ella no es fin para sí en sentido absoluto, ya que últimamente se ordena a Dios, quien es el fin en sí mismo por excelencia. Es por ello que debe decirse que la persona es relativa a Dios, quien la ha creado y a quien se ordena como fin último.
De hecho, Dios mismo, el Ser Absoluto y Personal, es quien constituye el fundamento último de la dignidad de la persona humana, pues siendo el hombre un ser contingente y finito, su dignidad tan sólo puede venirle de Dios, quien es necesario e infinito. Como afirma S. Juan Pablo II: «La vida que Dios ofrece al hombre es un don con el que Dios comparte algo de sí mismo con la criatura [...] La capacidad de conocer la verdad y la libertad son prerrogativas del hombre en cuanto creado a imagen de su Creador.»
Es Dios mismo quien le confiere al hombre su dignidad, dignidad como hijo amado, creado a su imagen y semejanza y con un destino último de inhabitación trinitaria. A este respecto el P. Lucas afirma:
En Dios la perfecta "subsistencia" se expresa en la "aseidad", en la "inseidad" y en la "perseidad", entendidas en manera perfectísima y absoluta. El hombre, por tanto, en cuanto imagen de Dios, participa de la "subsistencia" de Dios, pero participa de ella solo en forma limitada y, sobre todo, en forma no absoluta, sino relativa, porque es propio de la imagen ser relativa a su prototipo.

La persona humana, a diferencia de Dios, no posee autonomía ni libertad absolutas, no es capaz de auto-poseerse a sí misma de modo definitivo y no tiene en sí su fin último, sin embargo, tiende hacia la posesión de dichas características a imitación de Dios que lo ha creado. En Él, y sólo en Él, halla el fundamento último de su dignidad.
Es el Señor quien se dirige al hombre como a su interlocutor cuando lo llama a la existencia. «Él se pone como el Tú del hombre». Es en esta relación primordial del hombre con Dios de donde brota en primer lugar la dignidad del hombre como de su fuente natural. San Juan Pablo expresa esta misma idea en los siguientes términos: «Al hombre se le ha dado una altísima dignidad, que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une a su Creador: en el hombre se refleja la realidad misma de Dios.»
En su obra La dignidad humana y sus matrices existenciales Gabriel Marcel no toca de modo directo el tema del fundamento metafísico de la dignidad humana. El filósofo francés no habla de la persona en términos de individuo subsistente de naturaleza racional, no la considera bajo el punto de vista de la sustancia o de sus propiedades intrínsecas, y, sin embargo, constantemente se puede oír en el fondo de sus palabras el eco de la trascendencia que permea toda su visión antropológica.
Marcel mismo afirma a este respecto que «es imposible pensar en la persona o el orden personal sin pensar al mismo tiempo en aquello que está más allá de ella y de él, una realidad supra-personal que preside todas sus iniciativas, la cual es a la vez su principio y su fin.»
De este modo, el análisis fenomenológico de la experiencia del hombre realizado por Marcel le lleva a reconocer que su dignidad se fundamenta, por una parte – aunque esto no haya sido explícitamente tematizado en esta serie de conferencias – en una visión metafísica muy similar a la anteriormente presentada, una metafísica que podríamos llamar existencial.
A este respecto también pueden leerse las siguientes palabras del Prof. Bortolaso:
La metafísica del ser no sólo no se opone a las categorías existencialistas, sino que, aún más, las funda. (…) La metafísica del ser es esencialmente abierta, ya que todo lo que posee el ser le pertenece, aunque haya sido afirmado por otras filosofías.

Por otra parte, Marcel funda la dignidad humana de modo explícito en la sed de trascendencia radical que lo impulsa a preguntarse acerca de su fundamento último, la cual es la base no sólo de su dignidad, sino también de toda su existencia. En palabras de Marcel: «es imposible pensar la persona o el orden personal sin pensar al mismo tiempo aquello que está más allá de ella (…) una realidad supra-personal, que preside todas las iniciativas, que es a la vez su principio y su fin».




CONCLUSIÓN
Al final de esta investigación filosófica puede concluirse, junto con Marcel, que la dignidad humana es un misterio – entendiendo aquí misterio en sentido marceliano – es decir como un aspecto esencial de la constitución ontológica del hombre en el cual toda su vida está implicada.
A lo largo de su serie de conferencias dedicadas a desarrollar las matrices existenciales de la dignidad humana, Marcel expresa una preocupación constante: que el hombre no se pierda en el mundo de la abstracción y del tener. Sólo así, al recorrer la vía opuesta, la persona llegará a reconocer su propia individualidad como hermano entre hermanos, reconociendo en el prójimo a un hermano con quien comparte la misma dignidad , para así poder moverse verdaderamente como hombre en el universo del ser.
La dignidad de la persona, de este modo, ahonda sus raíces en la dimensión de la participación en el ser, y últimamente en el Ser trascendente. Por ello, Marcel llega a afirmar que la trascendencia es una propiedad constitutiva del hombre.
Según Marcel, la dignidad del hombre debe ser reencontrada sobre todo a través de las experiencias trágicas de la vida, como es el caso de la experiencia de la propia mortalidad o del fallecimiento de un ser querido. A través de estas experiencias adversas, el hombre se da cuenta de su propia contingencia y de la necesidad que tiene de llenar su vida de sentido, y al mismo tiempo descubre que la persona amada es un ser irreemplazable. A este respecto el P. Muñoz afirma: «Es precisamente en estas situaciones-límite, en las que nos descubrimos más débiles, en las que nuestra dignidad se muestra como lo más cierto, aunque también como lo menos aferrable u objetivable». Las matrices existenciales, en este sentido, son consideradas como dimensiones a través de las cuáles se manifiesta la trascendencia del hombre: fidelidad, fraternidad, esperanza, comunión, amor.
Por una parte, la dignidad humana se basa, a nivel fenomenológico, en el ser del hombre en cuanto hombre, y por ende comporta un elemento de sacralidad. De acuerdo con el pensamiento marceliano, es necesario considerar el ser del hombre como el fundamento activo de toda su existencia. De esta manera, el hombre, por medio de las experiencias de la vida, se reconoce a sí mismo y a los demás como portadores de una dignidad inalienable e irrenunciable que debe llevar a cumplimiento.
Marcel no analiza al hombre como concepto abstracto e impersonal, sino que se fija en el hombre realmente existente, a partir del cual realiza sus investigaciones fenomenológicas. La persona es un ser espiritual trascendente que es capaz de darse cuenta de su propia existencia dentro del universo del ser, el cual debe llevar a plenitud por medio de su libertad. En este sentido, es de vital importancia recalcar que los actos de la persona no fundan la dignidad del hombre, sino que estos tan sólo la manifiestan.

Por otra parte, el fundamento metafísico de la dignidad del hombre se basa en el grado de perfección en acto con que la propia esencia limita su acto de ser participado, la cual es la más perfecta entre las esencias terrenas, ya que el hombre es un subsistente individual de naturaleza racional. Dicha esencia, por el mero hecho de que cada persona es descendiente de progenitores humanos, es, necesariamente, una esencia humana. Esta esencia humana es ontológicamente superior a la de cualquier otra creatura, por ello, el hombre participa en mayor grado del Ser por esencia (Esse Ipsum Subsistens), porque actúa su acto de ser de una manera más perfecta que cualquier otro animal. En este sentido, podemos hablar de una superioridad sustancial, y no meramente accidental. Es en esta metafísica del ser en la que se inhiere la metafísica existencial de Marcel.
Por último, el fundamento más profundo de la dignidad humana es Dios mismo, quien «funda últimamente a cada persona en cuanto "yo"». Incluso a un nivel existencial, el hombre se reconoce como creatura, y en este sentido, dependiente de su creador como de su fuente del Ser. Aún más, la persona se reconoce como imago Dei, con unas implicaciones a nivel teológico que van más allá de los límites de este elaboratum. Es Dios quien conserva a su creatura y la sostiene en la existencia; Marcel expresa esta idea del siguiente modo: «La presencia de Dios […] nos impulsa continuamente hacia el anclaje en Él. Entonces, y sólo entonces, hemos descubierto el fundamento último de nuestra dignidad como personas».
Refiriéndose a Dios como fundamento de la dignidad del hombre el P. Muñoz anota: «Y es que esa luz que nos ilumina desde dentro, desde el fondo de nuestra alma, en donde se encuentra plasmada la imagen de la Persona Absoluta, fundamento de nuestra dignidad, esa luz es la misma Luz de Cristo». Es por ello que ««la persona es inagotable y es misterio, pues dice necesariamente relación a la Persona, de la que es imagen y semejanza, semejanza que existencialmente depende en su más y en su menos de cada ser humano».
Culminamos este trabajo transcribiendo algunas palabras de la constitución pastoral Gaudium et Spes, en la cual se trata el tema de la dignidad del hombre como uno de los problemas más urgentes del mundo y de la Iglesia en la sociedad actual:
No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino. Al afirmar, por tanto, en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma, no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la realidad.



BIBLIOGRAFÍA

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__________, Summa contra Gentiles, en http://www.corpusthomisticum.org/scg3064.html




ÍNDICE


INTRODUCCIÓN 2
I. CONTEXTO FILOSÓFICO DE GABRIEL MARCEL Y DE SU PENSAMIENTO 5
A. Exposición biográfica 5
B. Exposición del existencialismo cristiano de Gabriel Marcel 7
II. PENSAMIENTO DE GABRIEL MARCEL ACERCA DE LA DIGNIDAD HUMANA 16
A. La dignidad humana y sus matrices existenciales 16
B. Visión de la dignidad humana presentada por Marcel 18
III. ANÁLISIS COMPARATIVO ENTRE EL FUNDAMENTO FENOMENOLÓGICO Y METAFÍSICO DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA Y EL PENSAMIENTO MARCELIANO 27
A. Enfoque fenomenológico de la dignidad de la persona humana 27
B. Fundamento metafísico de la dignidad de la persona humana 31
CONCLUSIÓN 38
BIBLIOGRAFÍA 42









G. P. della Mirandola, Oratio de hominis dignitate, en E. Garin (ed.), Edizioni Studio Tesi, Pordenone, 1994, 4: «Sed, opere consummato, desiderabat artifex esse aliquem qui tanti operis rationem perpenderet, pulchritudinem amaret, magnitudinem admiraretur». La traducción es propia.
Ibíd., 6: «Nec te caelestem, neque terrenum, neque mortalem, neque immortalem fecimus, ut tui ipsius quasi arbitrarius honorariusque plastes et fictor, in quam malueris tute formam effingas».
Juan Pablo II, Mensaje a la asamblea general de la ONU, 2, en https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1995/october/documents/hf_jp-ii_spe_05101995_address-to-uno.html [28/03/2017].
I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik der Sitten (Fundación de la metafísica de las costumbres), Espasa-Calpe, Madrid 1983, 113
S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 34 a. 3 ad 1, en http://www.corpusthomisticum.org/sth1028.html#29852 [03/04/17].
Cf. G. Marcel, La dignità umana e le sue matrici esistenziali, Editoriale Elle di Ci, Torino 1983.
Los datos biográficos en la presente sección han sido tomados de: Cf. S. Cain, Gabriel Marcel, Regnery Gateway, Indiana 1979, 124-125.
S. Cain, Gabriel Marcel, Regnery Gateway, Indiana 1979, 121. La traducción de este pasaje y de los siguientes tomados de este libro es propia.

S. Cain, Gabriel Marcel… 122.
G. Marcel, Homo viator, Aubier, Paris 1945, 164.
J.P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Ediciones del 80, Buenos Aires 1985, 49: «La existencia precede la esencia».
Tómese como ejemplo de esta posición J.P. Sartre, La Nausée, Gallimard, Paris 1938; y también A. Camus, La peste, Gallimard, Paris 1947.
M. Heidegger, Ser y Tiempo, Editorial Universitaria, Madrid 2003, § 31, 183: «El Dasein no es una simple presencia que además posee el requisito de poder alguna cosa, sino que, al contrario, es antes que nada un ser-posible».
G. Marcel, Homo viator, Aubier, Paris 1945, 32: «Su divisa no es un sum, sino sursum».
S. Cain, Gabriel Marcel…, 81.
Cf.: G. Marcel, La dignità umana…, 120: «Yo no soy libre, yo he de ser libre». Las traducciones directas de las obras de Marcel en este trabajo son propias.
G. Marcel, Du refus à l'invocation, Gallimard, Paris 1940, 114.
Cf.: A. Muñoz, La recuperación de la dignidad humana en Gabriel Marcel, PUG, Roma 1996, 42: «Por eso Marcel verá la libertad del hombre no como perfección ni consumación en sí, sino como un medio para la realización de su persona».
G. Marcel, Le mystère de l'être, Aubier, Paris 1951, vol. I, 148.
A este respecto véase la segunda lección dedicada por completo al tema de la participación en G. Marcel, La dignità umana…, 42.
Cf. R. Descartes, Principia Philosophiae, en Oeuvres, Vrin, Paris 1982.
Cf. S. Cain, Gabriel Marcel…, 33.
G. Marcel, Le mystère de l'être, Aubier, Paris 1951, vol. I, 198.
G. Marcel, Testament philosophique, en «Revenue de Métaphysique et de Morale» LXIV, Paris 1969, 262: «Un pensamiento que se dirige hacia el ser restaura al mismo tiempo alrededor de él esa presencia intersubjetiva».
A este propósito véase la conferencia titulada "Yo y el otro", tenida en el Instituto superior de pedagogía de Lyon, del 13/12/1941, publicada en G. Marcel, Homo viator… Es clara la influencia del pensamiento dialógico relacional en el pensamiento marceliano. A este respecto puede consultarse la siguiente obra: Cf. M. Buber, Yo y Tú, Nueva Visión Argentina, Buenos Aires 1999.
G. Marcel, Présence et immortalité, Flammarion, Paris 1959, 162.
G. Marcel, Journal métaphysique, Gallimard, Paris 1927, 258.
S. Cain, Gabriel Marcel…, 59.
S. Cain, Gabriel Marcel…, 56.
G. Marcel, Être et Avoir, Aubier, Paris 1935, 144-145.
A este propósito véase la obra: G. Marcel, Être et Avoir, Aubier, Paris 1935.
S. Cain, Gabriel Marcel... 71.
Ibíd. 72
Cf. F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Editorial EDAF, Madrid 20064, 95: «Criar a un animal al que le sea lícito prometer, ¿no es esta precisamente aquella tarea paradójica misma que la naturaleza se ha propuesto cumplir en lo que respecta al hombre?».
Este tipo de reflexión sobre sí mismo es conocida con el nombre de "reditio completa" en el ámbito de la filosofía escolástica: Cf. S. Tomás de Aquino, Sup. Lib. De Causis Exp., I, 15: «omnis sciens scit essentiam suam, ergo est rediens ad essentiam suam reditione completa», en http://www.corpusthomisticum.org/cdc01.html#84250, [17/03/2017].
G. Marcel, Du refus à l'invocation, Gallimard, Paris 1940, 109.
G. Marcel, La dignità umana e le sue matrici esistenziali, Editoriale Elle di Ci, Torino 1983, 165.
Cf. F. Nietzsche, La voluntad de poder, Biblioteca Edaf, Madrid 200917, Libro IV, § 1060: «¿Queréis un nombre para este mundo? ¿Una solución para todos los enigmas? ¿Una luz también para vosotros, los más ocultos, los más fuertes, los más impávidos, los más de media noche? ¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!».
A este respecto léanse las palabras de Camus: «Cualquier hombre a la vuelta de cualquier esquina, puede experimentar la sensación del absurdo, porque todo es absurdo.» en A. Camus, El mito de Sísifo, Editorial Losada, Buenos Aires 1963, 17.
I. Kant, Antropología en sentido pragmático, en J. Gaos (ed.), Alianza Editorial, Madrid 2015, 67.
Cf. G. Marcel, Homo viator…, 33: «es imposible pensar en la persona o el orden personal sin pensar al mismo tiempo en aquello que está más allá de ella y de él, una realidad supra-personal que preside todas sus iniciativas, la cual es a la vez su principio y su fin».
G. Marcel, Position et approches concrètes du mystère ontologique, Vrin, Paris 1949, 91.
G. Marcel, Pour une Sagesse tragique et son au-delà, Plon, Paris 1968, 75.
La revista filosófica The Journal of Philosophy deja constancia de dicha serie de conferencias en su sección de notas y noticias: «M. Gabriel Marcel of the Institut de France has been appointed William James Lecturer on Philosophy, at Harvard University for the Fall Term of the academic year 1961-62. (…), on the subject "The Existential Background of Human Dignity"», en The Journal of Philosophy, Notes and News, American Philosophical Association Eastern Division Symposium Papers to be Presented at the Fifty-Eighth Annual Meeting, Atlantic City, Vol. 58, No. 27-29, 665-668: http://www.jstor.org/stable/3857119, [16-01-2017]
G. Marcel, La dignità umana..., 129. La presente citación hace referencia explícita a la obra de: I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik…, 82: «El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio... los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio».
G. Marcel, La dignità umana..., 129
Ibíd...129.
A. Muñoz, La recuperación de..., 133.
Cf. Benedicto XVI, Fe, razón, universidad. Recuerdos y reflexiones, "Lectio magistralis" en la Universidad de Ratisbona, 12/09/2006. En este mismo sentido pueden entenderse las palabras del papa Benedicto XVI: «es necesario alargar los espacios de la razón, reabriéndola a las grandes cuestiones de la verdad y del bien».
Cf. J. Maritain, Los derechos del hombre, cristianismo y democracia, Biblioteca Palabra, Madrid 2001, 64: «La trascendencia de la persona, que aparece en el modo más manifiesto en la prospectiva de la fe y de la redención, se afirma así desde antes en las perspectivas filosóficas y concierne en primer lugar el orden de la naturaleza».
G. Marcel, Homo viator…, 100. La citación continúa así: «Es necesario reconocer que el hombre es un ser –el único que nosotros conocemos- capaz de tomar posición frente a su vida, y no solamente frente a su vida, sino a la vida en sí y por sí; no es, por lo tanto, un simple viviente: el hombre es, o, mejor dicho, ha llegado a ser algo más, y se podría decir que él es espíritu justamente a causa de esta facultad de tomar posición».
Cf.: A. Muñoz, La recuperación de..., 31. «El "ser arrojado" del pensador alemán [Heidegger] dista mucho de la concepción marceliana de la existencia, concebida ésta como un estar comprometido o insertado, es decir, como implicando el ser en situación, o en comunicación».
Cf. M., Heidegger, Ser y Tiempo, Editorial Universitaria, Madrid 2003, 271: «La muerte es la posibilidad de la radical imposibilidad de existir [Daseinsunmöglichkeit]. La muerte se revela así como la posibilidad más propia, irrespectiva e insuperable. Como tal, ella es una inminencia sobresaliente».
G. Marcel, La dignità umana… 89.
A. Muñoz, La recuperación de…, 53: «Es desde esta perspectiva que podemos afirmar que la recuperación de la dignidad en nuestro mundo actual, tal como nos la propone este pensador veraz, no se da sin la autenticidad».
Cf. Ibíd., 204: «el misterio ontológico es el registro metafísico en el que se puede ver cómo la autenticidad más profunda, es decir, la autenticidad a nivel ontológico, es el fundamento de la autenticidad epistemológica».
Cf. G. Marcel, Homo viator…, 87: «Tal es mi puesto, mi puesto como creatura arrojada en este tumulto, tal es mi ingreso en este mundo impenetrable».
Cf. A. Muñoz, La recuperación…, 43: «Por eso con toda razón Marcel mismo definirá a su filosofía como "una metafísica del nosotros somos (nous sommes) por contraposición a una metafísica del yo pienso (je pense)"».
Cf. G. Marcel, La dignità umana…, 133: «Para la fraternidad es toda otra cosa: me parece que esa sea heterocéntrica: eres mi hermano, te reconozco como tal, te saludo como mi hermano».
A. Muñoz, La recuperación de..., 133.
Cf. Séneca, Cartas morales a Lucilio, Orbis, Barcelona 1984, Epístola XCV, vol. 2, 97: «Homo, sacra res homini» («El hombre es un ser sagrado para el hombre»).
A. Muñoz, La recuperación de..., 133.
A. Muñoz, La recuperación de..., 130.
G. Marcel, La dignità umana…, 134.
Cf. G. Marcel, La dignità umana…, 135: «A primera vista, en efecto, uno estaría tentado a decir que, para el hombre, el hecho de ser mortal le confiere, no solo a sus actos, sino también a su misma existencia, un carácter irrisorio».
Cf. G. Marcel, La dignità umana…, 135: «Lo que se puede notar es que ésta no es la única vía [la vía que conduce al sinsentido], más aún, que en nosotros puede tomar cuerpo una resistencia contra esta disolución o esta deriva».
G. Marcel, La dignità umana…, 136.
Cf. G. Marcel, La dignità umana…, 136: «Se trata de partir del hecho que el hombre es el único ser conocido por nosotros que sabe que es un ser mortal».
G. Marcel, La dignità umana…, 139.
Cf. A. Muñoz, La recuperación de..., 210. A este respecto pueden leerse las siguientes palabras que aluden a la autenticidad como presupuesto de la dignidad: «No renunciar a la maravilla de ser hombre, por mistérica y trágica que sea; jamás renunciar al acto de afirmarnos como hombres, ese acto que es reconocimiento del amor, reconocimiento de ese amor que se nos da, reconocimiento, en fin, por el que nos convertimos en don».
Cf. G. Marcel, Homo viator…, 100: «Hablando de un pacto entre el hombre y la vida se entiende, por una parte, la confianza que el hombre deposita en la vida y que le da la posibilidad de donarse a ella, pero, por la otra parte, también la respuesta que la vida da a esta confianza puesta en ella de parte del hombre».
G. Marcel, Homo viator… 91.
A. Muñoz, La recuperación de… 41: «Podemos decir que la metafísica de Marcel es una metafísica del don, ya que es sobre este aspecto –el más profundo- del ser que se construye la dinámica ontología-ética».
Cf. G. Marcel, La dignità umana…, 139: «Estaré tentado más bien a pensar que en la sociedad de la cual he hablado se ha verificado una devaluación de la vida, en el sentido en que se puede hablar de una devaluación de los precios».
G. Marcel, Les Hommes contre l'humain, La Colombe, Paris 1951, 204.
Cf. A. Muñoz, La recuperación de…, 43: «No hay auténtica profundidad sino ahí donde puede ser efectivamente realizada una comunión; esta no puede darse ni entre los individuos centrados en sí mismos, y, por tanto, esclerotizados, ni en el seno de la masa, del estado de masa».
Cf. Ibíd., 31: «La existencia como irreducible coincide, en el caso del existir humano, con el mismo ser encarnado del hombre, el cual representa para Marcel, el dato central de la metafísica».
Para la elaboración de esta tercera parte se tomará como referencia el libro del P. Ramón Lucas acerca de la identidad, dignidad y actuar ético de la persona humana. Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità, dignità ed agire etico della persona umana, Cantagalli, Siena 2016.
J.J. Pérez-Soba, «La natura della persona umana si rivela nelle sue azioni», en J.J. Pérez-Soba y P. Galuszka (ed.), Persona e natura nell'agire morale, Cantagalli, Siena 2013, 69.
R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità, dignità ed agire etico della persona umana, Cantagalli, Siena 2016, 298.
Ibíd.
R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 300.
Cf. S. Tomás de Aquino, Expositio libri Peryermeneias, I, lect. 2, n. 9: «Passiones autem animae dicit esse similitudines rerum: et hoc ideo, quia res non cognoscitur ab anima nisi per aliquam sui similitudinem existentem vel in sensu vel in intellectu», en http://www.corpusthomisticum.org/cpe.html#80474 [04/04/2017].
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 301.
R. Guardini, Etica, Morcelliana, Brescia 2001, 147. La traducción es propia.
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 299.
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 299.
R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 299. La traducción de esta y de las siguientes citas de este libro es propia.
R. Guardini, «I diritti del nascituro», en Studi Cattolici 18, 1974, 328. La traducción es propia.
R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità… 300.
Cf. I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik…101.
R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…. 302.
Organización de las naciones Unidas, Declaración universal de los derechos humanos, Preámbulo: «La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana», en http://www.un.org/es/documents/udhr/index_print.shtml, [27/03/2017].
J. Maritain, Los derechos del hombre, cristianismo y democracia, Biblioteca Palabra, Madrid 2001, 58.
Cf. G. Marcel, Être et Avoir… 35-66.
Cf. G. Marcel, La dignità umana… 43.
Ibíd., 89.
Ibíd., 73.
Ibíd., 137.
Ibíd., 136.
S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 34 a. 3 ad 1: «Persona est rationalis naturae individua substantia», en http://www.corpusthomisticum.org/sth1028.html#29852 [29/03/2017].
S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 29 a. 3 co.: «Persona significat id quod est perfectissimum in tota natura, scilicet subsistens in rationali natura», en http://www.corpusthomisticum.org/sth1028.html, [27/03/2017].
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 302.
S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, IIª-IIae q. 23 a. 3 ad 3: «Omne accidens secundum suum esse est inferius substantia, quia substantia est ens per se, accidens autem in alio», en http://www.corpusthomisticum.org/sth3023.html#39746, [29/03/2017].
Cf. I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik…, 102: «La naturaleza racional existe como fin en sí».
R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 303.
Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 29 a. 3 ad 1, «Conveniens est ut hoc nomen persona de Deo dicatur. Non tamen eodem modo quo dicitur de creaturis, sed excellentiori modo», en http://www.corpusthomisticum.org/sth1028.html, [27/03/2017].
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 304.
S. Tomás de Aquino, Summa Contra Gentiles, III, c. 69 n. 20: «agere sequitur ad esse in actu».
Cf. S. Agustín, Confessiones, I.1.1: «Fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te», en http://www.thelatinlibrary.com/augustine/conf1.shtml, [31/03/2017].
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 305: «Es en este sentido que podemos decir que la persona es un fin en sí misma, porque encuentra la razón de ser en sí misma, en su participación del Absoluto».
Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 14, en http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html, [31/03/2017].
Cf. Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 305-306: «La misión de la persona, su fin, es por tanto la propia realización. La razón de su existencia no es ser medio, sino fin en sí misma, porque de algún modo realiza ya en sí misma – por participación – el fin absoluto que es Dios».
I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik…, 101.
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 307: «La persona es por tanto fin en sí misma, es autónoma: esta es su auténtica dignidad, porque ha sido creada en tal modo de poderse dirigir por sí misma al Absoluto».
S. Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 34, en http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html#-O, [31/03/2017].
Cf. Gn 1, 27: «Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Varón y mujer los creó».
Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 19: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva.», en http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html, [31/03/2017].
R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 308.
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 308: «La dignidad y el valor absoluto de la persona tiene origen, en último término, en el hecho que participa de la subsistencia y del valor absoluto de Dios».
Ibíd.
S. Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 34, en http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html#-O, [31/03/2017].
G. Marcel, Le mystère de..., 148: «La exigencia de trascendencia… ha sido el hilo conductor de toda mi investigación».
G. Marcel, Homo viator…, 33.
Cf. A. Muñoz, La recuperación de…, 207: «La metafísica existencial no sólo coincide en el fondo con muchos aspectos de la metafísica del ser, sino que, además, le ofrece un complemento precioso».
G. Bortolaso, Metafisica dell'essere: un problema sempre rinascente, en «Civiltà Cattolica», III, 1982, vol. 133, 148. La traducción es propia.
G. Marcel, Homo viator…, 32.
S. Cain, Gabriel Marcel…, 56.
Cf. A. Muñoz, La recuperación de…, 201: «Para nuestro filósofo es justamente en el reconocimiento del "misterio" que el hombre puede ser verdaderamente descubierto en toda la amplitud que su ser encierra».
Cf. G. Marcel, Les Hommes contre…, 204.
Cf. G. Marcel, Être et Avoir… 35-66.
Cf. G. Marcel, La dignità umana…, 133
Ibíd., 42.
Cf. G. Marcel, Homo viator…, 32.
A. Muñoz, La recuperación de..., 130.
G. Marcel, La dignità umana…, 134.
G. Marcel, La dignità umana…, 139.
Ibíd., 136-137.
Ibíd., 206.
Cf. G. Marcel, La dignità umana…, 162: «A través de esta vía florece también aquí la unión esencial entre la dignidad del hombre y el respeto de la verdad, sobre la cual me he esforzado de poner el acento».
Cf. Ibíd., 165.
G. Marcel, Homo viator…, 1945, 32.
A. Muñoz, La recuperación de..., 203: «Hemos de partir de la experiencia concreta para llegar al hombre real. Es ahí, en la vida del hombre y no tanto en sus ideas, donde se pueden percibir mejor tantos los signos de su dignidad como los de su degradación».
Cf. G. Marcel, La dignità umana… 43.
S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª q. 29 a. 3 co., en http://www.corpusthomisticum.org/sth1028.html, [27/03/2017].
Cf. R. Lucas, Cerchio triangolare. Identità…, 303.
Cf. A. Muñoz, La recuperación de…, 207
Ibíd., 206.
G. Marcel, La dignità umana..., 165
A. Muñoz, La recuperación de..., 52.
A. Muñoz, La recuperación de..., 53
Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 14, en http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html, [31/03/2017].

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