La depresión: ¿El mal oscuro de la sociedad actual o el efecto de las renuncias personales?

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La depresión: ¿El mal oscuro de la sociedad actual o el efecto de las renuncias personales? Dr. Víctor Hernández Ramírez1 9 de febrero de 2015, Rotary Club Barcelona Europa Agradezco la invitación para compartir con vosotros un tema que me parece muy pertinente, puesto que se ha dicho que la depresión es el mal de nuestra sociedad. La OMS nos indica que aproximadamente el 3% de la población padece o ha padecido de éste síndrome y calcula que en el mundo hay alrededor de unos 350 millones de personas que sufren de este trastorno. Se trata de un trastorno común pero grave, porque imposibilita muchos aspectos de la vida práctica. No deja de ser un tanto misterioso que hayamos logrado enormes desarrollos científicos y tecnológicos en este siglo XXI, al mismo tiempo que podemos caer en esa oscuridad opresiva llamada depresión, en ese mal oscuro que puede conducir a la desesperación o a una inmovilidad que va deteriorando una vida entera, y de paso las vidas que le rodean. Porque no se trata tanto de un trastorno en el sentido de una etiqueta o de una enfermedad que se tenga que estigmatizar, sino que con la depresión nos enfrentamos a una condición que puede ser tan sólo un breve episodio de la vida normal, como puede también ser un proceso que conduce a una situación de parálisis, de una parálisis perniciosa además, porque la persona quiere pero no puede y no sabe por qué ni parece tener soluciones prácticas sobre el cómo hacerlo. Mi intención es invitaros a una breve reflexión que nos permita considerar este mal de nuestro siglo, la depresión, como algo ligado de modo ineludible a la vida de todos, como algo que también supone un problema real cuando se instala como renuncias y, finalmente, me parece pertinente que reflexionemos sobre la misma oscuridad, sobre la sombra que arroja la depresión sobre nuestra sociedad, a fin de iniciar la búsqueda de una cierta luz para nosotros y quienes nos rodean. 1

Doctor en Psicología. Licenciado en Teología. Psicoterapeuta y psicoanalista en práctica privada. Despacho: Travessera de Gràcia 45, 5º 1ª, 08021 Barcelona. E-mail: [email protected]. Teléf. +34 628 665 003.

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La depresión como anormalidad ineludible y necesaria Primero, para que podamos salir del ámbito de las etiquetas o de los prejuicios con respecto a los trastornos mentales, quisiera decir que la depresión se nos plantea como algo ineludible en la vida misma, para todos. Esto queda muy claro cuando pensamos en los duelos por las pérdidas de personas queridas. En 1917 Sigmund Freud publicó un artículo titulado “Duelo y melancolía”, en el cual establecía una clara relación entre la depresión y los procesos de duelo, mostrando esa frontera tan permeable entre las situaciones de ruptura y pérdida y aquella condición melancólica que llamamos depresión. Freud, en su texto [escrito en 1915] definía esos estados depresivos de la siguiente manera: La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo.2 Lo que Freud quiere que veamos, en primer lugar, es cómo todos somos alguna vez protagonistas que padecemos esa desazón que adviene cuando estamos dentro de un duelo: la apatía por el mundo exterior, la inhibición de las capacidades para el trabajo y para el amor, así como el abatimiento que nos devalúa en algún sentido. Lo que nos muestra el maestro Freud es que, alguna vez al menos, todos hemos sido el espejo de quienes sufren ese tipo de dolor del alma y de la existencia. Porque nos afecta la ruptura de los vínculos, puesto que aquello que nos une es lo mismo que nos puede desgarrar en las pérdidas, en las separaciones. Y, sin embargo, esto no es algo que tenga que verse de modo totalmente negativo. Se ha dicho que la vida consiste en un proceso de crecimiento en donde no hay avance ni maduración sin experimentar las pérdidas o los duelos que se corresponden con las diversas etapas de la vida. Son las pérdidas

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Sigmund Freud (1917) “Duelo y melancolía”, en Obras completas, Amorrortu: Buenos Aires / Madrid, 1979, vol. XIV, p. 242.

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necesarias3: la separación del bebé con respecto al cordón umbilical que le unía a su madre, la separación del niño/a que sale de casa al mundo exterior de la escuela, la separación de los amigos de diversas etapas en la adolescencia y en la adultez joven, la separación de nuestras imágenes profesionales y adultas en los finales de etapas diversas, etc. Y eso sin pensar en otras pérdidas que no eran previsibles, como los divorcios, las muertes, los exilios. Hablamos de pérdidas necesarias en tanto son ineludibles, como los son los procesos de duelo y sus condiciones de melancolía. Pero también estas pérdidas nos permiten ir al siguiente eslabón, a otras etapas, a nuevas experiencias. Si los procesos de duelo se han logrado llevar adecuadamente habremos aprendido, habremos crecido en algo y habremos obtenido algunas capacidades para lo que sigue. En este sentido, se dice que los aprendizajes significativos, aquellos que realmente nos permiten adaptarnos e incluso poder aportar algo a la transformación de la realidad, son aprendizajes que han pasado por la depresión. Es como si fuera necesario “bajar a los infiernos” para poder ascender al cielo, por decirlo así, en el sentido de que hemos pasado por momentos de desazón, de mal humor, de pérdida de sentido, de confusiones y de impasses. Y es cierto que solamente cuando se ha pasado por momentos de crisis vitales, cuando se ha tocado fondo, lo cual incluye la opresión de los estados depresivos, es que ha tenido lugar un proceso de reconstrucción o de nueva creación. Esto ocurre sólo después de haber padecido el derrumbe del mundo en que vivíamos.

La depresión como una prisión forjada con renuncias Sin embargo, la depresión está de otra manera en la vida de muchos. Y no es que sea algo exclusivo de nuestra época. Los antiguos conocieron esta forma atormentada de estar en el mundo. En la Iliada, Homero describe la

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Cf. Judith Viorst, Pérdidas necesarias. Las pérdidas necesarias para vivir y crecer, Barcelona: Plaza & Janés, 1990.

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consternación y el estado de desesperanza en que caen los aqueos, cuando sienten que han perdido el favor de los dioses: De los aqueos habíase enseñoreado la ingente fuga, compañera del glacial terror, y los más valientes estaban agobiados por insufrible pesar. (IX, vv 5 ss).4 Hipócrates atribuía este tipo de “locura” al exceso de la bilis negra, de allí que se hable de la excesiva secreción de melánia cholé, como la causa la melancolía. En la Edad Media se refuerza la connotación negativa de la melancolía puesto que su estrecha asociación la autodenigración y la culpa hace que se le confunda con el vicio o el pecado. Por eso, para los medievales, ese vicio culpable se asociaba con la acedia (pereza) y con la tristidia (la tristeza). Y Dante, en la Divina Comedia (Infierno, canto VII, vv 118–1265), coloca a los perezosos como gente triste, en aguas negras y cenagosas, que pagan un castigo eterno por no haber sabido apreciar la belleza del mundo. Comparto también la descripción que hace San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios espirituales, de la “desolación espiritual”, porque muestra su agudeza psicológica: “por desolación entiendo […] la oscuridad del alma [ánima], la turbación interior, el estímulo a cosas bajas y terrenales; la inquietud por toda clase de agitaciones y tentaciones, que empujan a la desconfianza [infidencia], sin esperanza y sin amor, por la que el alma se encuentra

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CANTO IX. Embajada a Aquiles‑ Súplicas. http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/otrosautoresdelaliteraturauniversal/Homero/Iliada/ cantoIX.asp 5 Así lo dicen los versos del Infierno. Canto VII: que bajo el agua hay gente que suspira, y al agua hacen hervir la superficie, como dice tu vista a donde mire. 120 Desde el limo exclamaban: «Triste hicimos el aire dulce que del sol se alegra, llevando dentro acidïoso humo: 123[L79] tristes estamos en el negro cieno.» Se atraviesa este himno en su gaznate, y enteras no les salen las palabras. Cf. http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/ita/dante/dc1.htm

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[hallándose toda] perezosa, tibia, entristecida y como separada de su Creador y Señor”.6 Se puede advertir que para nosotros, hoy día, han cambiado muchas cosas con respecto a los padecimientos depresivos. Y no me refiero sólo al arsenal terapéutico de los fármacos que se utilizan para aliviar o hacer remitir las depresiones (aunque siempre hay un porcentaje de entre 10 y 30% que no presenta remisión de los síntomas depresivos), sino a la misma percepción que tenemos con respecto a este mal oscuro. Así por ejemplo, ha ido quedando en un segundo plano todo aquello que los antiguos describían con viva preocupación: el dolor moral, la pérdida de alegría y el sentimiento de culpabilidad. En cambio, en nuestra época es mucha la inquietud con respecto a la ansiedad (y la angustia), ligada a los estados depresivos y, ante todo, a la inhibición que genera, puesto que la depresión implica una parálisis o una serie de evitaciones que llevan a la renuncia. En nuestras sociedades capitalistas la depresión preocupa mucho, en tanto lo que se inhibe es la productividad o el interés por el mundo del consumo. Aquí tendríamos que decir que a pesar de la complejidad y dificultad para ubicar con precisión las causas de la depresión, la investigación que se deriva del trabajo psicoterapéutico, sobre todo basado en la clínica que se orienta a la solución del problema7, nos muestra que la depresión es el efecto de algo que se ha roto, de un resquebrajamiento en la vida de una persona que ha suscitado una profunda desilusión y un efecto de renuncias para hacer. Esta manera de abordar la depresión que se ha instalado como inhibición o parálisis, que se extiende a lo largo del tiempo y que se expande en el entorno vital de la persona, nos permite comprender que la depresión es algo que se asocia con una victimización indeseada, no intencional, pero que ha pasado por un proceso donde han tenido lugar una serie de evitaciones, de soluciones de evitación, que al final consisten en renuncias o retiradas del campo de la acción.

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Cf. Reglas de discernimiento del espíritu. http://www.mscperu.org/espirit/discern/es_discernto_espir.html 7 Cf. Emanuela Mauriana, Laura Petteño y Tiziana Verbitz, Las caras de la depresión, Herder: Barcelona, 2007.

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Esto que digo tiene su expresión en historias que a casi todos nos resultan familiares, porque alguien cercano o al menos conocido por nosotros, lo ha sufrido: puede ser una persona exitosa en el mundo de la empresa y con una familia estable, que ante una experiencia determinada se ha quedado derrotada y abatida, renunciando a la lucha que le era antes habitual. O puede ser una persona que sigue trabajando de manera más o menos normal, pero se va apagando y aislando de los demás, de manera que se va hundiendo en un pozo con paredes hechas de la ansiedad creciente. O puede ser una persona que ha sido excelente en todo lo que hace, desde que era estudiante hasta en su carrera laboral, hasta que un día se bloquea por un ataque de ansiedad y a partir de entonces parece caer en picado, hacia un estado de inmovilidad y creciente dependencia de los demás. Lo que las intervenciones terapéuticas nos han mostrado, a partir de estrategias orientadas a revertir la situación depresiva8, es que siempre subyacen creencias que operaban como maneras de posicionarse ante el mundo (yo estoy en lo correcto y los demás se equivocan, yo soy capaz, nunca debería haber ningún problema entre yo y los demás, yo estoy equivocado y el mundo tiene razón, etc.) y que en algún momento ha tenido lugar una radical desilusión o un resquebrajamiento de ese esquema. El problema no está en desilusionarse, sino en las maneras como hemos buscado soluciones para gestionar la ansiedad, los temores y evitar el dolor de la decepción, lo que generalmente ha llevado a procesos de evitación y de renuncia. Es en tales renuncias donde terminamos construyendo una prisión o como cavamos un hoyo en el cual nos vamos hundiendo. Es como aquel verso de Pessoa que dice que “llevamos en el cuerpo las heridas de las batallas que hemos evitado”.

Depresión: ¿un mal oscuro o una noche que nos conduce al día? Pero este mal oscuro que hoy día llamamos depresión también es un espejo del malestar que produce la sociedad que hemos creado, en la cual vivimos. No es extraño que en la sociedad del capitalismo más desarrollado, la gente se 8

Cf. E. Mauriana, L. Petteño y T. Verbitz, Op. cit

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sienta cansada, decepcionada, agobiada por unas exigencias de éxito que parece condenada a no alcanzar jamás (“haga lo que haga, siempre pierdo”). El filósofo Walter Benjamin dijo alguna vez que el capitalismo es una religión, en el sentido de que opera como una religión que celebra un ritual que se llama consumo o consumismo, pero que este ritual no cesa jamás. No se celebra solamente en domingo o en días especiales, sino que descansa jamás y exige que todos continúen consumiendo más y más. Si la religión medieval producía gente culpable, el capitalismo como religión, según Benjamin, produce gente deprimida. Pero la vida, como decía Freud en “El malestar de la cultura” 9, siempre ha sido gravosa y siempre ha impuesto dolores, desengaños y tareas insolubles. En otras palabras, no ha sido la depresión la que ha inventado las calamidades: ya hemos sido capaces de producirlas o suscitarlas nosotros mismos a pesar de que no teníamos tales intenciones. Pero me gustaría que recordemos el mito griego que habla de la caja de Pandora, porque allí estaban todas las calamidades del mundo, que fueron liberadas cuando Pandora la abrió picada por la curiosidad (curiosidad que le habían dado los dioses). Aunque Pandora trato de cerrar rápidamente aquel infausto recipiente, ya habían sido liberados todos los males del mundo, pero quedó para el final la esperanza. Y esto es algo muy interesante: la esperanza es algo que tiene lugar en la oscuridad de las calamidades. ¿Por qué? Y aunque no sabemos decir por qué, si tenemos la experiencia que nos enseña que cuando todo se hunde, cuando todo ha quedado derruido, en la más completa oscuridad de la noche, es entonces cuando puede ocurrir lo inesperado, lo que no podía tener lugar, que es la aparición de una luz, que puede ser tan tenue como una chispa, pero ilumina y rompe con la oscuridad. Es altamente interesante que los procesos creativos supongan una entrada a la melancolía y a su oscuridad, y del mismo modo vemos en muchas narraciones que hay una estructura de salida al exilio o de bajada a los infiernos, para que pueda tener lugar la creación de algo nuevo o la fundación de una nueva sociedad. Esa es la luz que trae la esperanza: una luz que nace de la noche, 9

Sigmund Freud (1930) “El malestar de la cultura”, en Obras completas, Amorrortu: Buenos Aires / Madrid, 1979, vol. XXI, p. 75.

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de la oscuridad de un final y una caída. Es una luz que no es atractiva en primer lugar, porque supone la confianza en medio de las adversidades y contra toda lógica. Por eso parece tan peligrosa la esperanza y, de hecho, no está exenta de grandes riesgos. Pero la necesitamos. Porque en este mundo de tinieblas, como bien nos lo recuerdan quienes pasan por el valle de las depresiones, necesitamos algo más que viene de donde menos se espera. Bien mirado, la esperanza es algo que ocurre, que le ocurre a más gente de la que pensamos, porque es una luz que llega desde la oscuridad, como lo podemos ver en ciertos milagros, como “el brillo de una sonrisa, la elección de una vocación, el hallazgo de la palabra adecuada o el mero hecho de ir viviendo cada día, que es la constancia de que la vida se va renovando a diario”.10

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Cf. Pablo Fernández Christlieb, La afectividad colectiva, Taurus: México, 1999, p. 154.

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