La cultura en contextos turísticos

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Descripción

Publicado en: A.M. Nogués Pedregal (coord.): Cultura y turismo. Págs. 27-54. Signatura ediciones, Sevilla, 2003 (ISBN 84-95122-57-X)

LA CULTURA EN CONTEXTOS TURÍSTICOS Antonio Miguel Nogués Pedregal Universitas Miguel Hernández

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años, puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara. Jorge Luis Borges

Este capítulo propone un modelo teórico-metodológico para abordar desde la antropología el estudio comprensivo del turismo. A tal fin, se establece una distinción entre el análisis del turismo como industria y como proceso sociocultural, y se muestra la visión ocio-turismo como una construcción occidental. Sobre una base etnográfica se propone una terminología más precisa para ordenar y presentar el material etnográfico, y un modelo de análisis más apropiado para explicar las prácticas sociales y culturales relacionadas con el turismo. Finalmente, se plantea la noción de “desarrollo ecológico-cultural” tal como, desde la etnografía, se viene aplicando a través de varios proyectos y convenios de investigación en el grupo de investigación interuniversitario Etnomedia-CD.

La antropología, como disciplina del conocimiento, ahonda en el mundo de la acción turística, es decir, en los procesos sociales y culturales que se derivan de la presencia de un colectivo humano el cual, mediado por la industria turística, recala durante un tiempo en un lugar habitado por otro grupo social y/o cultural diferente. En definitiva, la antropología aborda la comprensión del hecho etnográfico del turismo.

Entiendo pues que el estudio antropológico del turismo no es el estudio de lo que la gente hace cuando sale de su entorno cotidiano en el periodo de ocio, ni tampoco es el análisis espacial de la realidad turística en un territorio delimitado, sino el estudio del contexto socio-cultural del turismo en el destino, en el lugar donde se dan los hechos que se analizan y el tiempo en que se

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producen. Esta diferencia fundamenta dos perspectivas científico-sociales distintas. Por un lado, la sociológica y geográfica y, por otro, la antropológica. La sociología se centra, de forma más directa, en la acción y en las prácticas del turista como agente, y en los impactos de este colectivo sobre las zonas receptoras.

Por

otro,

la

geografía

se

centra

principalmente

en

la

territorialización de la industria turística en tanto que conjunto destinado a satisfacer la necesidad de ocio, desplazamiento, alojamiento y otros servicios en destino1.

Este contraste entre disciplinas ilustra una distinción entre el turismo como industria y el turismo como contexto que expongo desde estas líneas. Las disciplinas mencionadas abordan las consecuencias del turismo en planos diferentes. La sociología o la geografía buscarán, por ejemplo, los motivos para la elección de un determinado destino turístico, o el modelo de ocupación del espacio detectado en un territorio concreto. Para la antropología, además, el hecho turístico está indisolublemente ligado al destino, a las características sociales y culturales del lugar de recepción; a la cultura en su doble dimensión espacial y temporal.

Según este planteamiento, desde la antropología sería difícil realizar un trabajo de campo a lo largo de una ruta turística o en un parque temático a menos que estuviésemos interesados, por ejemplo, en el primer caso en el sentido cultural que la ruta dibuja de un territorio, para lo cual deberíamos empatizar con los turistas que la realizan, o en la aparición de un nuevo sentido de identidad entre las poblaciones que configuran la ruta; o, en el segundo caso, en analizar cómo se construyen los nuevos espacios de ocio como representaciones míticas de otras culturas, por ejemplo, o incluso en indagar en la producción de sentido cultural en la asepsia de estos parques2.

Esta declaración de principios, sin embargo, no puede hacernos creer en el 1 Para un primer acercamiento a los enfoques de las distintas disciplinas que han estudiado el turismo puede consultarse el monográfico de Annals of Tourism Research, Vol. 18, 1991. 2 La foto de la portada, tomada frente a la reproducción de una arquitectura de la Grecia Clásica en el Parque Temático de Terra Mítica y no en la Acrópolis ateniense, invita precisamente a reflexionar sobre la idea de cultura, sentido cultural, representación y mito, o de “cultura y simulacro” como titulara Jean Baudrillard.

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absurdo de argumentar la preeminencia de una disciplina frente a otras olvidando que, precisamente, el hecho turístico se basa en la idea de permeabilidad de las fronteras. Muy al contrario, y como también se muestra en este volumen, la aportación desde cada disciplina es imprescindible y necesaria para la correcta comprensión de la complejidad del turismo. Porque, en definitiva, todos los investigadores coincidimos en que el turismo es una industria diferente y de mayor peso económico en la actualidad; en que es un hecho que rompe con lo cotidiano; que genera espacios y tiempos cualitativamente distintos; y en que es uno de los grandes agentes del cambio, la modernización y el globalismo.

La comprensión del hecho etnográfico en contextos turísticos, pues, subraya la cualidad constructiva del turismo, invita a reflexionar sobre su naturaleza discursiva, y a abordarlo desde el plano de los significados. Se propone tratar las prácticas sociales en las zonas turísticas como un texto, y el turismo, en tanto que industria mediadora, como una gramática, que construye sentidos ordenando elementos conforme a unas reglas sintácticas y semánticas. Turismo, ocio y tiempo libre Existe un fuerte componente ideológico en la complementariedad que presentan las nociones de ocio y tiempo libre. En líneas generales, se acepta que el ocio es aquel tiempo dedicado a la subjetividad del individuo, y el tiempo libre es todo aquel tiempo distinto al productivo y remunerado.

“El tiempo libre—escribe Dumazedier—incluye el ocio, así como todas las demás actividades que tienen lugar fuera del contexto del empleo retribuido. Las necesidades personales de comer, dormir y cuidar de la salud y el aspecto individuales, así como los deberes familiares, sociales

cívicos y religiosos,

deben atenderse en el tiempo libre.” (1975 [1968]: 404) El ocio, por el contrario, (1) libera al individuo de la fatiga del trabajo, es decir, descansa; (2) abre al individuo a nuevos mundos a través de los que escapar del aburrimiento diario, es decir, divierte; y (3) capacita al individuo para autotrascender su potencia creadora, es decir, desarrolla el plano personal (Dumazedier, (1975 [1968]:

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405).

La mayoría de los autores que tratan la cuestión del ocio subrayan la individualidad, y conceptualizan al ocio como el conjunto de actividades desarrolladas por el individuo en su tiempo libre, sin presiones de ningún tipo, ni laborales ni sociales, sin remuneración alguna y que busca la satisfacción del individuo (Argyle, cit. San Martín, 1997: 20). El ocio se construye así como una forma de ruptura psíquica y física en nuestro cotidiano social y productivo de la que, en principio, se excluyen todas aquellas actividades que nos socializan.

Para la antropología resulta claro pues que esta noción de ocio está pensada desde, e instrumentalizada para un occidente urbano en el que los valores que construyen comunidad (cooperación, reciprocidad, dependencia) quedan relegados a un segundo término. El concepto de ocio, tal como queda presentado en los párrafos anteriores, no es un concepto aplicable a otros contextos culturales, como por ejemplo el Yanomani, el cual, como resalta Clastres, podría denominarse una “civilización del ocio, ya que estas gentes pasan veintiuna horas por día sin hacer nada [productivo]. No se aburren. Siestas, bromas, discusiones, drogas, comida, baños, así consiguen matar el tiempo.” (1996 [1980]: 25)

Vemos pues que la noción hegemónica de ocio se conforma a partir del concepto productivo y remunerado de trabajo, esto es, de empleo (Giddens, 1998 [1989]: 396), y se vincula con ese proceso, tan weberiano, de la incansable búsqueda del beneficio, a través de la racionalización técnica y organizativa. No en vano, durante más de un siglo, muchos autores, desde Lafargue (1871) hasta Debord (1967) pasando por Russell (1935), han desmadejado el fuerte componente ideológico que oculta la extensión del ocio3. Esta estrecha relación entre la idea de ocio turístico y el concepto occidental de ocio condiciona la posibilidad de realizar una antropología del turismo en toda su extensión multicultural.

3

Un buen acercamiento a estos planteamientos se encuentra en VV.AA., 1971 donde se recogen colaboraciones de Dumazedier, Touraine, o Maget entre otros.

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Por esta razón, y aunque reconozco que la distinción teórica entre ocio y tiempo libre ayuda a comprender mejor la especificidad cultural de una sociedad, la occidental, y un sistema económico fundamentado en la monetarización de toda actividad social, el capitalista, encuentro más oportuno para la antropología emplear ocio y tiempo libre como sinónimos por cuanto ambos refieren al periodo de tiempo no directamente relacionado con las actividades productivas y, desde luego, no remunerado. Tomando en consideración lo expuesto, denomino turismo ciertas actividades que se realizan durante el tiempo libre4 y fuera del entorno geográfico o socio-cultural habitual, e industria del turismo al conjunto de estrategias y prácticas sociales, culturales, económicas y políticas destinadas a facilitar el acontecimiento de aquéllas. Espacios, territorios y lugares5 Cuando recapacito sobre la expresividad mágica del párrafo que encabeza este capítulo, lo pienso y me recreo en su ritmo, me viene a la mente la perspectiva antropológica de esta otra cita: “Sobre un espacio las culturas construyen sus territorios, los señalan con deícticos, los dotan de topónimos y prosopónimos los cualifican en términos de creencias, valores, ideologías, les dan sentido. Así los transforman en lugares cuando los hermosean o deterioran, viven y recuerdan.”(Mandly, 2002a: 108)

Y es que cuando dibujamos nuestro mundo, ese entorno cotidiano que da sentido a nuestra vida, lo poblamos con las imágenes familiares que nos dan continuidad en el tiempo a nosotros y a los nuestros sobre un territorio que, así, consideramos nuestro lugar.

La pregunta de investigación que surge entonces es cómo y con qué imágenes poblamos 4

el

lugar

cuando

aparecen

las

prácticas

de

explotación,

No empleo el término “ocio” puesto que hay muchas vacaciones que no son libremente escogidas por el individuo y, si tomamos en consideración la ecuación propuesta por los psicólogos sociales y sociólogos de “ocio = tiempo libremente escogido”, entonces dichas vacaciones pueden denominarse propiamente como ocio. 5 Parte de este apartado ha sido publicado en “Turismo. Patrimonio y desarrollo”. En S. Rodríguez Becerra (coord.), Enciclopledia de Antropología de Andalucía. Tomo II, págs. 53-82. Publicaciones Comunitarias. Sevilla, 2001.

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transformación, apropiación y gestión características de la industria turística6. La idea de construir un nuevo modelo de análisis casi siempre aparece tras una pregunta y con la necesidad de ordenar los datos etnográficos que, tras años de trabajo de campo, se agolpan en la mesa y la mente del investigador. A continuación explicaré el modelo propuesto, y en el apartado siguiente intentaré mostrar su capacidad explicativa con ejemplos de investigación.

Partamos del concepto de turista que, con poca variación, se utiliza en la confección de los índices econométricos relacionados con el turismo. Para los propósitos estadísticos de, por ejemplo, la Encuesta de Coyuntura Turística de Andalucía (ECTA) un turista es “toda aquella persona que, siendo residente fuera de Andalucía, visita nuestra Comunidad Autónoma por motivo distinto al de ejercer una actividad que se remunere en el lugar visitado y pernoctando en él, así como aquellas personas que siendo residentes en Andalucía se desplazan a una zona distinta de la de residencia por un motivo distinto al de ejercer una actividad que se remunere en el lugar visitado, pernoctando también en él”. De esta definición de turista se excluye al excursionista, que es aquella persona que, si bien se desplaza a otro lugar distinto de donde reside por motivos no remunerados, no pernocta en el lugar visitado (Anuario Estadístico de Andalucía, 1999: 410-414)7.

Se observa pues cómo la propia distinción estadística entre quiénes son y no son turistas, muestra una realidad peculiar y, al mismo tiempo, ilustra esa necesaria diferencia antropológica entre el turismo como industria y como contexto. La construcción del turista como objeto estadístico, y su definición como aquella persona que viaja, no cobra y pernocta, caracteriza al conjunto turistas ante todo como consumidores de bienes y servicios y, por oposición, al conjunto residentes como productores de esos bienes y servicios. No en vano el objetivo de la ECTA, al igual que el de todas las encuestas de estas características, es conocer primero, la evolución y composición del gasto que

6

Pregunta que también se aborda en la monografía de Jacquelin Waldren (1996) sobre Deià, pequeña localidad de unos 600 habitantes en la isla de Mallorca. 7 Es importante recordar que una pernoctación es la ocupación por una persona de una o más plazas o de una cama supletoria dentro de una jornada hotelera y en un mismo establecimiento. Por tanto, si una persona ocupa en el mismo día plazas en alojamientos distintos, producirá más de una pernoctación.

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realizan los turistas, abundando en el carácter económico del fenómeno y, segundo, la opinión que les merece su estancia en destino, indagando en el mundo de las percepciones.

Observamos que el ámbito geográfico que constituye la Comunidad Autónoma de Andalucía, a través de esa construcción estadística a la que se ve reducido la realidad del turismo, adquiere y se presenta en una doble naturaleza. Por un lado, Andalucía se re-presenta como un territorio donde existen también prácticas de explotación, transformación, apropiación y gestión características de la industria turística; es decir, Andalucía es un territorio turístico. Y, por otro lado, Andalucía se re-presenta como un escenario turístico a través del cual el visitante—turista o excursionista—experiencia sus vivencias y desde donde encuentra la motivación para su viaje.

Sin embargo, Andalucía es, y los andaluces así lo sentimos, algo más que un territorio o un escenario turístico. Andalucía es nuestro mundo expresivo. Es una realidad objetiva en la que los andaluces habitamos, trabajamos y vivimos; y en la que, desde siempre y sin darle mayor importancia, nos venimos historiando como grupo humano. Andalucía es nuestro lugar. Un lugar donde con nuestras prácticas culturales de explotación, transformación, apropiación, gestión y comunicación, y a través de esos lazos que dan valor a nuestras vigencias, hemos construido Andalucía. Y pocas o ninguna de nuestras prácticas culturales se habían generado en un marco turístico. Hasta ahora.

Entiendo pues que, aunque el turismo lleva implícito el desplazamiento y, por tanto, la componente espacial es fundamental en su comprensión, para mirar desde la antropología a los hechos expresivos y a las prácticas sociales y culturales en contextos turísticos, es necesario establecer metodológicamente unas esferas que atenúen un posible determinismo geográfico y ayuden a comprender mejor el proceso.

En principio existen dos realidades: la de los visitantes y la de los residentes. Ambas son objetivas en tanto que externas a los individuos e históricas, y ambas interactúan en un mismo ámbito geográfico, Andalucía, aunque en dos

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planos diferentes: el plano físico y el plano de la significación. El primero es el plano geográfico, y está relacionado con los aspectos de ordenación, planificación y construcción del territorio. En este plano se sitúa por un lado, lo que llamamos territorio turístico y que en la actualidad se corresponde morfológicamente con la oferta turística destinada a facilitar el acontecimiento de las actividades: establecimientos hoteleros (hotel, hotel-apartamento, pensión, camping), extrahoteleros (apartamentos, y casas rurales), zonas de ocio (bares, restaurantes, casinos, espectáculos) y, por otro, el lugar, que se corresponde con la zona donde no se registra una presencia significativa de visitantes o donde la impronta e impacto visual de éstos es mínimo. Existe una tercera zona, el espacio negociado, de difícil delimitación pero que, forzados a ello, correspondería a esos terrenos donde la relación entre grupos es más evidente, o aquellas áreas donde los conflictos de apropiación física o simbólica se manifiestan con mayor intensidad.

En el segundo plano, el de la significación, se troquelan los dos mundos expresivos ya mencionados: el mundo perceptual y motivacional del visitante y que llamamos escenario turístico, y el de los residentes, el lugar, donde nos mostramos a través de la acción estética y emotiva. Al emplear el término lugar en ambos planos se significa la necesaria identificación que en el universo cotidiano del residente quiere existir entre lo que siente, lo que hace y lo que expresa (Ricoeur, 1981). Por el contrario, para el caso del visitante los vocablos son diferentes (territorio y escenario) acentuando el carácter dual de la experiencia turística en tanto que ésta distancia al individuo de su mundo cotidiano.

Mostraré lo anterior con una imagen tomada una mañana de junio en Zahara de los Atunes (Cádiz) en 1992, y que vengo empleando desde entonces para ilustrar el planteamiento teórico (Foto 1). La primera apreciación pasa inevitablemente por reparar en esa línea divisoria que separa a los dos grupos. Ambos esperan el mismo hecho: la llegada de las barcas con la pesca del día. Pero al mismo tiempo, para cada uno de los dos grupos el mismo hecho significa cosas distintas: su percepción de la realidad es diferente, de ahí que compartan espacios tan distanciados.

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FOTO 1: Dos mundos diferentes. Un mismo horizonte. Así se aguardan las barcas en las mañanas de verano. Zahara de los Atunes 1992.

Si analizamos la fotografía con más cuidado, observaremos una diferencia en la disposición espacial de ambos grupos. Los

visitantes, fácilmente

reconocibles por sus atuendos, están esperando la llegada de la pesca. La razón de su espera aún no ha llegado, por lo tanto, se mantienen en un discreto segundo plano. Este grupo no tiene nada que ver, o para ser más precisos, que compartir, con el grupo de zahareños que está más cercano a la orilla.

Veamos el grupo de zahareños. Estos no están esperando la pesca. Ellos esperan las barcas. Para ellos, las barcas no traen pesca, sino el tema de conversación de esa mañana. El objeto, aunque no está en escena, está presente. Al contrario que el grupo de visitantes, los zahareños no miran al mar, lo otean y ponen a prueba sus aptitudes visuales. Aforan la cantidad de cajas según el volumen de quilla que se vea, y la cantidad de espuma que la proa vaya desplazando, teniendo en cuenta el viento, el oleaje y la maniobra que esté realizando la barca en el momento de ser avistada.

La distribución espacial habla por sí misma de la percepción que de ese espacio tiene cada uno de los grupos. Si comparásemos esta fotografía de playa con una fotografía tomada desde la última fila del patio de butacas el día del estreno de una obra teatral, las disposiciones espaciales no distarían mucho una de otra. Desgranando la comparación llegaríamos a la fácil

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deducción de que ciertamente los de la primera fila son, en vista de la cercanía al escenario, si no actores de la obra, al menos puede que sean los productores artísticos o quizás extras que piensan participar en alguna escena. Sin embargo, los del grupo más cercano a nuestra butaca son, como nosotros, simples espectadores: ni tienen papel, ni tan siquiera saben el guión.

Pero una fácil deducción a costa de una fácil comparación, por evidente que pueda parecer, no suele contentar a los antropólogos más exigentes. Aplicando un rápido microanálisis a las figuras de la fotografía podemos observar dos actitudes bien distintas. Por un lado la rigidez y quietud de los huéspedes. La forma de estar de pie, con los brazos o manos cruzadas sobre pecho o bajo vientre, denota claramente una actitud pasiva, receptiva. Están esperando a que pase algo. Su atuendo urbano nos revela su status de clase media acomodada, y la edad de los miembros nos informa que posiblemente sea un matrimonio con sus hijos. Ellos no piensan participar en la obra, a no ser que la pesca merezca realmente la pena; están en un territorio percibido como escenario turístico.

Por el otro, como se habrá comprobado ya, la irregular disposición del grupo anfitrión transmite un tipo de comunicación bien distinta a la observada en la disposición lineal del grupo de visitantes. Estos se encuentran todos al mismo nivel. Aquellos, los zahareños, están en su casa, y por tanto, pueden moverse en la dirección que deseen. Parece como si no necesitasen mirarse a la cara para saber de qué están hablando, o como si no necesitasen reafirmarse como grupo ante la presencia de un escaso número de extraños. La soltura que imprimen sus movimientos, acompañados de algún que otro escorzo, transmiten todo lo contrario que en el caso anterior. La soltura puede interpretarse como seguridad. Nadie está rígido en su terreno, porque ellos sí piensan entrar en escena aunque la pesca no merezca la pena. Están en su lugar. La conversión del lugar a través del espacio turístico. Como hemos visto, aunque residentes y visitantes tengan una misma realidad

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física, un todo homogéneo, que podríamos llamar entorno turístico, lo entienden de forma diferente. Por esa razón unos están y se sienten delante, y otros se sitúan detrás. En este caso, las dos poblaciones están compartiendo un mismo plano físico pero desde mundos expresivos totalmente diferentes en su naturaleza y significado. Desde el modelo que propongo, unos están siempre en su lugar, y los otros están físicamente en un territorio turístico percibido y entendido como escenario turístico.

Espacio Turístico (mediación significativa que da sentido al Escenario Turístico y al Lugar)

Escenario Turístico (dimensión expresiva de los visitantes)

Espacio Negociado Territorio Turístico (dimensión física de los visitantes)

Lugar (dimensión física y expresiva de los residentes)

Y es precisamente, en la dialéctica entre ambas prácticas desde donde surge un espacio turístico “que representa la proyección en el espacio y el tiempo de los ideales, de los mitos de la sociedad global” (Chadefaud, 1987: 19)8; es decir, un marco que acumula las imágenes que dan contenido, que sirven de referente, y que median en la interpretación, entre otros, del plano físico, del entorno turístico. Este proceso que ya comenzó en la Costa del Sol en los años 50 con lo que Gaviria llamó acertadamente el “neocolonialismo del uso del espacio de calidad” (1974: 275), se ve acrecentado cuando el lugar pasa a ser percibido, experienciado, interpretado y entendido a través del mundo perceptual del visitante y de los referentes del “mundo del que se habla” (García Calvo, 1989); cuando, progresivamente, la tradición desaparece como

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“[L]’space touristique pris dans son acception matérielle (hebergéments, équipements…) ou immatérielle (images marchandes, sites…) représente la projection dans l’space et le temps des idéaux, des mythes de las société globale. ”

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amalgama cultural y se re-presenta tanto para los unos como para los otros; cuando en definitiva, el lugar se convierte a través del espacio turístico y aparece el turismo como el discurso que prevalece en las más variadas facetas de la cotidianeidad cultural, social y económica9.

En la mayoría de los casos, y en los distintos contextos turísticos, las prácticas culturales

de

residentes

y

visitantes

se

complementan

sin

mayores

inconvenientes. Incluso suponen un valor añadido que incrementa el atractivo de autenticidad de un determinado entorno turístico, como muestra la segunda fotografía de la playa de Zahara de los Atunes en la que se combina el lugar de trabajo de los pescadores con el escenario turístico de las visitantes que al fondo toman el sol.

FOTO 2: Roles diferentes. Trabajo y ocio. La armonía de los contrarios en la playa de Zahara de los Atunes en el verano de 1992.

Esta sutil y progresiva conversión del lugar a través del espacio turístico no está, sin embargo, exenta de contradicciones y enfrentamientos que se ritualizan de distintas formas y maneras en lo que proponemos denominar espacios negociados.

En el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar (Almería), por ejemplo, surgió una polémica entre la visión de los visitantes, ecologistas de clases urbanas

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Frente la noción esencialista de la cultura que subrayaría el carácter negativo de verbos que denoten la idea de ‘transformación en algo distinto’, propongo el verbo ‘convertir’, el cual incorpora la idea de dinámica y continuidad cultural al modelo, y connota que no hay cambio de sustancia (el lugar sigue siendo el lugar) sino de sentido.

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acomodadas, y la de los residentes, quienes ven la posibilidad de acabar con la precariedad económica de la zona y entienden que cualquier medida conservacionista limita su potencial de desarrollo. Con el tiempo, se ha desembocado en una circunstancia en la que los vecinos, tras percibir su entorno por la mediación simbólica de los visitantes, intentan apropiarse de ese nuevo valor añadido que han descubierto y presentarlo como un hecho tradicional a través del cual manifiestan su identidad de grupo (Provansal, 1993: 49-51).

Contra lo que podría parecer, la correspondencia “lugar vs. territorio turístico es igual a clases populares vs. clases acomodadas” no es cierta cuando hacemos etnografía del turismo desde este modelo de análisis. La equivalencia se invalida cuando el proceso de conversión del lugar lleva aparejado la socialización de nuevos espacios costeros, y en los que éstos van adquiriendo un «tono social» diferente (Urry, 1990: 23). O expresado de otra forma, existen realidades etnográficas en la Andalucía turística en las que el lugar no siempre tiene el mismo “tono social”, y los visitantes ni son de mayor poder adquisitivo que los residentes ni proceden de ambientes urbanos: el caso paradigmático podría ser Puerto Banús, donde la equivalencia “zonas y tono social” se invierte. En estos lugares también existen reacciones y métodos para preservar las características simbólicas del área y frenar o dificultar la irrupción masiva de visitantes: barreras, badenes, guardas privados, etc.

Otro ejemplo etnográfico ilustrará mejor este importante punto. En la edición de El Puerto de Santa María del Diario de Cádiz del 10 de septiembre de 1994 apareció la siguiente imagen.

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FOTO 3

La fotografía está tomada en una de las playas más conocidas de la ciudad, el Buzo, y donde se concentraban hace años los veraneantes y residentes cuya representación de status era más ostentosa en el sentido de Veblen; y la pintada Catetos a la Puntilla hace referencia a la playa de La Puntilla, lugar tradicional de los baños de mar de los vecinos de El Puerto. El pie de foto10, en su contundencia, es una muestra clara del valor que adquieren las prácticas sociales y el impacto visual de los visitantes—en tanto que discurso de status— en la comprensión de los contextos turísticos y en la representación del lugar para los residentes. ¿Qué refiere “la parienta y toda la parafernalia”, si no es la representación social de la sombrilla, los niños, la suegra, la nevera, la sandía, la tortilla, la “mari” y los pimientos asados? ¿Qué manifiesta el conocido y muy empleado término de “dominguero” si no es la propia existencia de un discurso de status que, construido por el modelo de excelencia tras el que se camina, está modulando la propia percepción de Andalucía de los andaluces?

10

“Si ‘cateto’ es el que va a la playa a tomar latas de refrescos que deja ahí mismo, juega al balón, y hace acrobacias en el agua, patadones a bañistas incluidos, ése no puede ir ni al Buzo ni a La Puntilla. Si ‘cateto’ es ir con la parienta y toda la parafernalia, sin más, a mucha honra. El Buzo, como las demás playas, es de todos, le pese a quien le pese.”

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El turismo, en su complejidad, conforma una urdimbre de relaciones de significado cada vez más compleja de desvelar. En el caso de la Romería del Rocío, el Parque Nacional de Doñana y la conservación de la naturaleza, ponen el marco geográfico al mundo expresivo de la religiosidad devocional a la Virgen del Rocío y, también, a la representación social de unos grupos a través de sus propios discursos visuales. Salvando el conocido celo de los almonteños, cuyas interpretaciones nos llevaría por otros derroteros, también se han recogido otras formas de resistencia y oposición a los desarrollos turísticos en la zona (Crain, 1996).

En los ejemplos expuestos podemos afirmar que la negociación está, al menos, presente en el proceso. Sin ánimo de encuadrar los hechos etnográficos en una férrea tipología, es cierto que cuando la mediación del espacio turístico rige la significación de las ideas y deseos en relación con muchas de nuestras acciones, la negociación deja paso a formas culturales más expresivas en su significado. El caso del reiterado sabotaje a la placa conmemorativa que recuerda el sitio desde donde Clinton vio el atardecer sobre la Alhambra sería una buena muestra del rechazo al nuevo valor que se le otorga. La colocación de un signo “Clinton estuvo aquí”, cambia radicalmente el sentido del emplazamiento y lo traslada desde el universo de los granadinos “que bonita está mi Alhambra”, hacia el de los visitantes “sitio en el que estuvo Clinton”. Ese emplazamiento se ha convertido en punto hacia el que ir y en el que estar, no en el que sentir o pensar.

En otros casos el rechazo se produce por omisión o ausencia de acción. Aún cuando la imagen turística de El Puerto de Santa María se identifica con el consumo de mariscos y pescaíto frito, ningún portuense acude a los cocederos a consumir a no ser que desempeñe el papel de anfitrión, asuma el discurso turístico dominante y ofrezca al visitante lo que éste quiere (Nogués, 1996: 2123).

Existen otros casos, como es la explotación urbanístico-inmobiliaria, en los que, desafortunadamente, no hubo tiempo de negociación y el lugar sucumbió ante la irrupción del territorio turístico, vía capital e inversiones, y ante la

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abrumadora presencia del escenario turístico en el universo simbólico de residentes y visitantes. Sin mencionar esos otros casos que, reflejos claros y directos de una falta total de planificación y visión política, reproduce el esquema en la colonización de nuevos espacios culturales (carnavales, ferias, semana santa, teatro, museos...) y geográficos (campiñas, valles y montañas).

Los diversos ejemplos etnográficos apuntados en estas líneas, manifiestan que el modelo de la conversión del lugar a través del espacio turístico no presenta secuencias lineales ni plantea tipologías. La gradual presencia de una de las dos realidades sobre la otra, es decir, la progresiva presentación de unos hechos como más reales que otros, se realiza mediante la acentuación dialéctica, y negociada, de unas relaciones de significado entre elementos concretos y específicos del universo cultural. Aparece así el turismo. Desde esta perspectiva, el turismo es un discurso de acción que da valor a unos elementos culturales en detrimento de otros, y cuyos adjetivos (rural, deportivo, cultural, de sol y playa, aventura), acentúan unas características determinadas y parcelan los distintos conjuntos culturales. El desarrollo ecológico-cultural Consideramos que la hipótesis de la generación y mediación del espacio turístico explica adecuadamente las relaciones que se establecen entre residentes y visitantes en las esferas señaladas. Y entendemos que [(si la geografía explica la planificación, es decir, la ocupación para usos turísticos de una determinado territorio, lo que denominamos territorio turístico,) y (otras disciplinas tales como la sociología y la psicología social, abordan la comprensión del turista en su dimensión comportamental y motivacional, lo que denominamos escenario turístico,) y (los enfoques antropológicos clásicos se centran en los impactos del turismo sobre la población residente, lo que denominamos el lugar,)] entonces nuestro modelo conecta ambos mundos expresivos—el del residente y el del visitante—explica adecuadamente la aparición de espacios negociados, y razona la progresiva desaparición de la tradición como amalgama de sentido ante la construcción del discurso turístico.

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Partiendo de estos presupuestos teóricos, y en colaboración con el profesor Antonio Mandly, hemos venido aplicando este modelo en varios de los proyectos y contratos de investigación realizados en los últimos años. Los objetivos específicos de cada proyecto se definen, en sus particularidades, por vertebrar los territorios a través de las fuentes de la memoria histórica. Este objetivo final encuentra su fundamento en el principio de que “el territorio objeto de un proceso de desarrollo al uso sólo es sentido como propio en la medida en que este proceso desvele aquella memoria histórica y cultural que lo cualifica y lo hace suyo. Los procesos de desarrollo al uso no tienen en cuenta que la sociedad es una producción en el tiempo y la cultura un devenir, y quiebran la idea de continuidad cultural.” (Énfasis añadido. Mandly, 2002b: 208)11 En nuestro más reciente proyecto12 el primer análisis de los materiales confirmó que los variados materiales turísticos, independientemente de su soporte (papel, multimedia e internet), tienen como objetivo la construcción hacia fuera del lugar como territorio turístico, y que existe una total coincidencia simbólica en la forma de presentación de los contenidos. Ninguna de las empresas estudiadas, públicas o privadas, que desarrollan su actividad a través del ámbito publicitario del turismo alteran en absoluto el simulacro visual, presentan ofertas cerradas y, lo que desde la antropología crítica resulta más insostenible, dibujan una ordenación del territorio arbitraria que trae una nueva forma de pensar el espacio.

Comprobamos que la ausencia más destacable en todas estas formas materiales es aquélla del lugar en tanto que manifestación y producción directa de los residentes. La relación dominante en la información turística gira alrededor del visitante y en la que el turismo, como industria de los sentidos, actúa como único referente de significado dentro del “actual régimen de la visualidad” como lo denomina Martín-Barbero. Ante la contundencia de 11

Puede consultarse en http://www.madeca10.info Atlas Etnográfico para la Ordenación del Turismo Rural en Andalucía y Propuesta de una Comunicación Cultural Integradora (Iª Fase), realizado mediante convenio de investigación entre la Consejería de Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía y la Universidad de Sevilla y co-dirigido por los profesores Antonio Mandly Robles de la Universidad de Sevilla y Antonio Miguel Nogués Pedregal de la Universidad Miguel Hernández. 12

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aquellos primeros análisis, nos planteamos ¿cómo era posible detener esa fractura y proceder a la regeneración de ese sentido cultural si, en la mayoría de las ocasiones, no percibimos el alcance real de la mediación del espacio turístico?

La solución propuesta inicialmente, y en la cual estamos trabajando todavía, radica en invertir el proceso mercantil del turismo hacia fuera y desarrollar una línea de presentación hacia dentro que descubra la gramática etnográfica del lugar.

Comenzamos descubriendo la diversidad de delimitaciones territoriales que dibujan las informaciones turísticas. El resultado es rotundo. Salvo contadas excepciones, abundan las que se realizan sin criterios y recurriendo la mayoría de las veces a razones político-administrativas para decidir qué pueblos se encuadran en un sitio y cuáles en otro. Sin temor a equivocarnos afirmamos que esta forma de territorializar no responde a la realidad ecológica-cultural de los lugares, sino a los fines directos de la comercialización turística. Entendemos que el sentimiento de pertenencia a un espacio ecológico-cultural compartido por un grupo social, llámese identidad, viene dado por el uso que las gentes hagan del lugar, esto es, dónde se casan, dónde compran, dónde van al médico, dónde ritualizan...

Hemos constatado que cuando el criterio de división no responde al principio del uso sino al de la administración de las esencias culturales (el patrimonio cultural entre otros) se facilita la arbitrariedad y, consiguientemente, la fractura del sentido de continuidad espacio-temporal del grupo social que, por tanto, no se identifica ni con el territorio turístico que se construye, ni con la propia oferta que se propone como representativa de ese territorio.

A partir de los resultados, el modelo de desarrollo ecológico-cultural indaga en el estudio de las vías de comunicación y les da valor como el modelo de vertebración más adecuado a la planificación territorial, proponiendo para ello lo que denominamos caminos etnográficos como alternativa de regeneración a las rutas turísticas. Estas no sólo distribuyen visitantes y beneficios, sino que,

Cultura y turismo (Signatura, Sevilla, 2003)

sobre todo, vertebran los territorios culturales. Las rutas crean un discurso que, amparado en la legitimidad que ofrece la omnipresente mediación del espacio turístico, subraya unas determinadas relaciones de significado en detrimento de otras que, o no son comercializables, o no han sido desveladas todavía etnográficamente.

En este sentido, las rutas re-presentan una ordenación territorial del patrimonio que no se corresponde con el mapa etnográfico, con los lugares de la cultura tradicional de Andalucía. Para el caso específico del mencionado proyecto, el Legado Andalusí, las rutas de Andalucía Mágica, Antigua, Taurina, o Festiva, las del Toro, del Níspero, el Vino o el Aceite, tematizan un ámbito geográfico y desestructuran esos lugares comunes que cohesionan y dan sentido al conjunto de Andalucía. El turismo rural y su manifestación instrumental, las rutas, reparten los beneficios del turismo; son un motor de desarrollo para muchas zonas de interior, y representan una salida al estancamiento económico; pero también construyen una Andalucía de forma artificiosa y que no se corresponde con la realidad etnográfica.

Entendemos que el universo simbólico no puede conocerse a través de las llamadas rutas turísticas, en tanto que representaciones del tiempo y el espacio lineales,

visuales

patrimoniales

y

finalistas

desgajados

en

que su

tratan

sentido

de

promocionar

ecológico

y

elementos

cultural.

Estas

representaciones se enfocan desde el aspecto que se promociona –ruta taurina, ruta de los castillos y monasterios, ruta de los almorávides, ruta de vinos y aguardiente de Andalucía...- y muy segregado de cualquier imagen de las vividas en la experiencia directa.

Por el contrario, mientras que las rutas trazan sobre el mapa administrativo un recorrido que conecta diferentes elementos turísticamente explotables, la idea de caminos etnográficos está en disposición de articular el territorio sobre su base etnográfica. Y brinda al visitante la posibilidad de descubrir los lugares de la memoria y de orientarse más acertadamente en el territorio andaluz.

Desde nuestra perspectiva teórica, la ruta turística o cultural, es decir, la

La cultura en contextos turísticos

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articulación historiada de elementos patrimoniales a lo largo de un territorio turístico, es una visión que, en el plano cognitivo, acentúa la naturaleza estática de la tradición, de la cultura. Consecuentemente, la ruta en tanto que instrumento para un desarrollo territorial, no favorece la sostenibilidad del recurso, del atractivo, ya que facilita un marco ideal para la folklorización de la cultura, para la aparición de una “autenticidad escenificada” (MacCannell, 1989 [1976]) incluso entre los anfitriones una vez se produzca la conversión de los lugares a través del espacio turístico.

Por este motivo hemos apostado por el término camino desposeído de su carácter finalista. Para nosotros hablar de caminos supone hablar de trayectos. De recorridos que no unen puntos hacia los que ir, y en los cuales se finaliza; sino al contrario, los trayectos que proponemos tienen tanto o más valor que los puntos que estos pueden unir. No se trata de seleccionar una ruta entre las muchas que se puedan ofrecer e “ir a” algún sitio.... a hacer algo.... a ver algo. La propuesta de la imagen “camino” reivindica el valor del propio trayecto, el valor de “ir por”, y vivenciar ese momento, ese tránsito, ese contexto que confiere sentido al uso de la cultura. El trayecto quiere mostrar las relaciones y los significados que existen entre los distintos puntos que lo jalonan, entre los distintos locus patrimoniales13 detectados y reconocidos por los vecinos.

Sin embargo, para que ese “ir por” se manifieste, para que ese trayecto se disfrute desde que decidimos comenzarlo, consideramos que tenemos que alejarnos, aunque no por ello rechazar, cualquier propuesta que se circunscriba a materializar ese “algo” que, según sus vecinos, haga al territorio especial y distinto de las localidades de alrededor. Dar valor a los caminos etnográficos es un modelo ecológico-cultural que no se contempla en las vigentes ofertas turísticas, pues prioriza aquellas fuentes de sentido y experiencias que afloran de la memoria colectiva, y que son seleccionados culturalmente por los vecinos que hoy desempeñan en la interacción turística el rol de anfitriones. Estos roles,

que

organizan

funciones

de

carácter

económico,

social

y

comportamental, no son, sin embargo, el objeto de nuestras investigaciones. Sí

13

En el sentido de lugares que venimos empleando.

Cultura y turismo (Signatura, Sevilla, 2003)

que lo son las identidades en tanto que modalidades de construcción del sentido. Estas, al ser ritualizadas de forma temposensitiva y toposensitiva, nos ofrecen unos límites simbólicos precisos a la hora de, necesariamente, localizar sobre un plano, cartografiar, el trabajo etnográfico.

En este juego de roles e identidad, nuestra tarea como antropólogos, radica en sacar a la luz la trama del sentido que construye la verdadera urdimbre de significaciones culturales a través de la cual residentes y visitantes comparten experiencias. El enfoque ecológico-cultural posibilita una visión de la cultura que desborda el tramo meramente clientelar entre anfitriones-huéspedes y lo presenta como un ámbito en el que se juega una estratégica batalla cultural. Trazos Urbanos En el caso de otros proyectos hemos aplicado la mirada ecológico-cultural al caso concreto de una localidad: El Puerto de Santa María14. La propuesta antropológica para este proyecto fue mostrar los significados del discurso cultural a los habitantes de una localidad. Si descubrimos, enseñamos, y si enseñamos, explicamos las relaciones que existen entre las distintas manifestaciones culturales que se nos presentan. Mostramos las relaciones entre un hecho o elemento cultural y otro, mostrando su sentido antropológico, desvelándolas y dándole valor. Darle valor sería pues, desde nuestra forma de actuar, darle sentido antropológico desde dentro, reactivando un sentimiento de identidad territorial y, sobre todo, hacia dentro. Y no ponerlo en valor, que supondría un enfoque desde fuera, un discurso construido teniendo en cuenta las expectativas de los potenciales consumidores, y hacia fuera, hacia el mercado y sus demandas.

Hasta el momento, en ninguno de nuestros proyectos hemos pretendido descubrir elementos patrimoniales para ponerlos en valor y añadir otro atractivo más al territorio y que éste, el territorio, se convirtiera en destino de consumo 14

Proyecto Imagine Action, subvencionado por la Unión Europea en el marco del programa EcosOuverture de Cooperación Transregional con los países del Centro y Este de Europa. Como investigadores adscritos durante este proyecto a la Fundación Machado, y a través de un convenio con el Excmo. Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, los prof. Antonio Mandly y Antonio Miguel Nogués llevaron a cabo dicho estudio.

La cultura en contextos turísticos

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del discurso turístico. Lo que siempre hemos pretendido es desvelar a los vecinos la herencia cultural que, en tanto que acción simbólica como apuntara Geertz, existe como instrumento que genera calidad de vida.15 Es una visión distinta. Un enfoque diferente. El resultado del proyecto traza dos líneas de actuación sobre el territorio.16 La primera tiene como objetivo desvelar los focos en torno a los cuales se genera un mayor flujo de personas y con los que los vecinos de cada barrio se identifican.

Los

caminos

socio-culturales

comprenderían

esos

locus

patrimoniales de atracción que son significativos para los vecinos de cada barrio y que podrían ir desde un ultramarino, almacén o comercio tradicional hasta un patio de vecinos, una plaza o, simplemente, un árbol. Una vez detectados estos elementos identitarios, se diseñarían unos caminos que los uniesen y que, más que atomizar la ciudad, la presentaran como un conjunto compuesto por muchos elementos y lugares estrechamente relacionados.

La segunda línea de acción, vertebra el territorio con base en la herencia cultural de los vecinos, plasmada en aquello que se relacione con el aroma, el sabor y el color de la ciudad, y configurando unos caminos de los sentidos. Las características más sabrosas, aromáticas y coloristas de la cultura local quedarían reflejadas en los caminos de ventas, tabernas y ultramarinos. Las primeras, las ventas, ofrecen esa sensación de recuperar el sabor de la tierra. Partiendo de la tierra de albarizas hasta las frescas bodegas de finos, olorosos y amontillados, elementos clave en la conformación social y cultural de la localidad, brotan los espacios sociales de las tabernas, del mismo modo que las tiendas de ultra-marinos vinculan el urbanismo y arquitectura de la ciudad con su legado colonial.

Entre las conclusiones presentadas se propuso que, con la colaboración de los colectivos y asociaciones interesadas, se configurasen unos caminos etnográficos que uniesen esos locus patrimoniales y que sirvieran para dibujar 15

Calidad de vida en tanto que la deseabilidad nace del lugar. La premisa base es que la revitalización económica de un casco urbano pasa por la presencia cultural y social de vecinos, sea por la habitación o por la circulación o encuentro de grupos. Conseguir esto, según que zonas, no es tarea fácil, pero constituye todo un reto para los técnicos municipales. 16

Cultura y turismo (Signatura, Sevilla, 2003)

un mapa “portuense”17 de la ciudad y con el cual, los vecinos de cualquier zona pudieran sentirse identificados. Diseñamos un mapa de caminos temáticos agrupados en dos bloques estrechamente unidos. Caminos que, lejos de ser rutas histórico-artísticas, son trayectos sociales y culturales que muestran y desvelan una ciudad desconocida. Algo parecido a un texto que plasmase ese cúmulo de imágenes que, como escribimos más arriba, pueblan la memoria colectiva de los habitantes y dan significado a un territorio

En este punto quiero subrayar que este proyecto, al contrario de aquellos que trabajan sobre la oferta hacia fuera, reivindica el valor de la cultura como patrimonio, acentúa la utilidad y el sentido que aquélla tiene para los vecinos, y conforma un mapa etnográfico que estructura y articula la ciudad desde la cultura. En la certeza, también y sobre todo, de que ese sentido hará que se valore y que se convierta en un verdadero recurso endógeno de calidad y con un fuerte potencial regenerativo.

Tomemos como último ejemplo el trazado urbano de cualquier ciudad donde el casco histórico sea determinante en la propia percepción de la ciudad (la idea de centro),18 y observaremos que existe una profunda ruptura no sólo del centro con la periferia sino también entre los diferentes barrios. Una ruptura que se plasma no sólo sobre el plano urbano por la sinuosidad de las calles, sino también en el plano social, cultural y económico; y, por supuesto, cabe esperar también que se manifieste una ruptura con lo que podríamos denominar compromiso socio-urbano con la ciudad como forma social de vida. Creemos, pues, que nuestra propuesta ecológico-cultural de los caminos etnográficos integra las zonas periféricas en la dinámica de conjunto urbano, y potencia la integración social y cultural de los vecinos. Conclusión El contrapunto es un estilo musical de escritura que permite que una melodía

17

Gentilicio de El Puerto de Santa María (Cádiz). El ‘centro’ está vinculado a la idea de territorio turístico y a todo el proceso de mediación del espacio turístico que identifica, en la mayoría de los casos, a una ciudad con su casco antiguo; especialmente en el caso de ciudades monumentales.

18

La cultura en contextos turísticos

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se superponga a otras aunque, eso sí, todas deben oírse simultáneamente. Esto exige que haya una gran armonía entre todas y cada una de las voces o instrumentos que aparecen, los cuales, aún manteniendo su propia línea melódica, cuando se superponen deben ofrecer la belleza de la pieza completa, del discurso musical.

Con las cuestiones relacionadas con la cultura, el turismo y el desarrollo ocurre algo bastante parecido. Son muchas las melodías que se entonan con diferentes adjetivos e intenciones: turismo cultural, rural, de aventura, de solyplaya, desarrollo sostenible, crecimiento sostenible, patrimonio histórico, artístico,

etnográfico,

lingüístico,

vitícola,

pictórico,

etc.

pero,

desgraciadamente, sin ninguna intención de combinarlas de forma organizada o de componer algo comprensible, audible. Ante esta situación nos encontramos cuando, animados ante los retos científicos o estimulados por motivos profesionales, deseamos integrar en un mismo modelo, melodías aparentemente contrapuestas, posturas distintas y visiones contradictorias.

Esta aportación quiere colaborar a ello. En primer lugar, se ha ilustrado la capacidad explicativa de un modelo teórico que combina los aspectos territoriales y simbólicos del turismo, respetando la dimensión diacrónica y acentuando el valor de las prácticas. El modelo explica los procesos sociales y culturales en contextos turísticos, la conversión del lugar,

la creación de

entornos turísticos o la espectacularización de los escenarios turísticos, desde una perspectiva progresiva; y entiende la mediación del espacio turístico como elemento clave para una adecuada aproximación antropológica al hecho etnográfico del turismo.

En segundo lugar, el modelo se plasma en la concepción de desarrollo ecológico-cultural (desde dentro, hacia dentro) el cual enfrenta la estrategia de dar valor a la cultura, con la técnica de poner en valor los elementos culturales mediante

su

administración

y

gestión.

Esta

diferencia,

que

podría

materializarse entre otras acciones, en la distinción entre ruta turística y camino etnográfico, reduce los efectos que provocan los planes de desarrollo turístico al uso, evitando la ruptura espacio-temporal, y preservando la continuidad

Cultura y turismo (Signatura, Sevilla, 2003)

cultural. El capítulo, muestra, en definitiva, otro esfuerzo más por articular la teoría crítica y la acción. Bibliografía Clastres, P. [1980] (1996) Investigaciones en antropología política. Gedisa, Barcelona. Crain, M. (1996) “Contested Territories: the Politics of Touristic Development at the Shrine of El Rocío in Southwestern Andalusia”. En J. Boissevain (ed.), Coping with Tourists: European Reactions to Mass Tourism. Berghahn Books, Londres. Págs. 27-55. Debord, G. [1967] (2000) La sociedad del espectáculo. Pre-Textos, Valencia. Dumazedier, J. [1968] [1975] “Ocio”. Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales. Vol.7: 402407. Aguilar Ediciones, Madrid. García Calvo, A. (1989) Hablando de lo que habla. Lucina, Madrid. Gaviria, M. (1974) España a Go-Go. Turismo charter y neocolonialismo del espacio. Turner, Madrid. Greenwood D.J. (1977) “Culture by the pound. An anthropological perspective on tourism as cultural commoditization”. En V. Smith (ed.), Host and guests. The Anthropology of Tourism. Blackwell, Oxford. Págs. 129-138. Giddens, A. [1989] (1998) Sociología. Alianza Editorial, Madrid. MacCannell, D. [1976] (1989) The Tourist. A New Theory of the Leisure Class. Shocken Books, Nueva York. Mandly Robles, A. (2002a) “Espacios, lugares, transparencias”. En M. Luna (ed.), La ciudad en el tercer milenio. Universidad Católica San Antonio, Murcia. Págs. 109-132

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