La cuestión social en el s. XIX: la odisea de comer cada día

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Descripción

ÍNDICE EDITORIAL Javier Romero

03

¿QUIÉNES SOMOS?

04

ARTISTA EMERGENTE DEL MES

05

Alicia Moneva

EXPOSICIONES Dionisio González

Jose Antonio Chacón

PERSPECTIVAS DE GÉNERO Cuerpos Indómitos. La enfermedad como absceso hacia la empoderación del cuerpo femenino.

Rocío Abellán

ARTISTA EMERGENTE DEL MES Diana Ríos

Esther Fernández

NARRATIVAS CULTURALES La cuestión social en el siglo XIX: la odisea de comer cada día.

Víctor J.Ortega

ENTREVISTA A ARTISTA EMERGENTE Clotilde Lechuga

Anabel Fernández

NARRATIVAS CULTURALES La memoria de los difuntos: un patrimonio vivo. Parte I.

Sergio Larrauri

ENTREVISTA A ARTISTA EMERGENTE Rigoberto Camacho

Patricia Martín

NARRATIVAS CULTURALES La Roma fascista de Mussolini.

Juan Montiel

LETRAS Natalia Castro y Giovanni Collazos

CRÉDITOS

Laura Pavón

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LA CUESTIÓN SOCIAL EN EL S.XIX: LA ODISEA DE COMER CADA DÍA.

Narrativas culturales

Asistimos durante el siglo XIX, y con mayor dureza en los años finales del reinado de Isabel II, a una etapa donde el hambre se extiende por prácticamente toda Europa. Aunque con menor frecuencia que en el Antiguo Régimen, las crisis demográficas siguen produciéndose, resultando fatales los años en que coinciden una mala cosecha con la aparición de alguna epidemia. Por Víctor José Ortega Muñoz Doctor en Historia Contemporánea

Dificultades laborales.

Agitación social.

Para los componentes de la base de la pirámide social, las condiciones de trabajo no admitían mucho más que la mera subsistencia; los sueldos eran bajos, el trabajo severo y arduo, y la familia demasiado amplia para poder atenderla en adecuadas circunstancias. Se hacía necesaria la colaboración tanto de la esposa como de los hijos, que aun integrados en el mercado laboral, no garantizaba alcanzar unos recursos mínimos de subsistencia.

Este escenario es caldo de cultivo para convulsiones y rebeliones, avivando el recelo de la burguesía ante la masa de parados y empleados pobres, lo que lleva a tantear el problema de la cuestión social. El sistema político favorecía a la burguesía: una clase que intentaba salvaguardar la estabilidad y sus propios privilegios, tarea que presenta cada vez mayor dificultad debido al ensanchamiento de la distancia entre ricos y pobres.

Igualmente, una madre que presentara desnutrición no podía criar convenientemente a su hijo recién nacido, a lo que se añade que si no disponía de alimentos para ella, menos aún para una nueva boca que alimentar. Asimismo, un número considerable de madres se ven avocadas a renunciar a sus hijos, llevándolos como expósitos a la inclusa. Esta acción la efectuaban con tristeza, pero convencidas de que allí dispondrían de mayores posibilidades para sobrevivir y nuevas esperanzas de futuro, anhelo que no siempre se correspondía con la realidad.

Inclusa de Santa Florentina (Murcia)

Como solución a dicha cuestión, la clase potentada va a poner en marcha diferentes mecanismos. Por una parte interviniendo en los ayuntamientos en aquellos casos en

los que las crisis amenacen la estabilidad del orden social, actuaciones que se concretarán mediante la contratación temporal de jornaleros y la ejecución de obras públicas; por otra parte, en determinadas ocasiones se va a optar directamente por la represión. Otra dificultad: adulteraciones. Afín al tema de la consecución de alimentos, nos topamos con la trama de las adulteraciones. Se dan éstas principalmente en productos como el pan, un bien de consumo de primera necesidad, base de la dieta popular, que se ve afectado por varias manipulaciones tanto en el precio como en la calidad. Dado su carácter de alimento primordial, las autoridades se ven en numerosas ocasiones solicitadas a intervenir para impedir o hacer frente a posibles rebeliones. La cuestión no es sólo económica, no es sólo un problema de obtener un alimento de inferior categoría a un precio superior, sino esencialmente un asunto de gran riesgo para la salud pública. La venta de productos en mal estado de conservación, rozando en muchas ocasiones la insalubridad, podía provocar la aparición de algunas enfermedades de diverso grado de afectación, desde malestares gástricos hasta males con consecuencias de una mayor gravedad. El debate de las carnes muertas. Ya ha quedado claro que las clases populares no tenían la comida garantizada y ésta se basaba esencialmente en el pan, escaseando la ingesta de otros alimentos que podrían aportar las

vitaminas y proteínas necesarias. La burguesía era consciente de este problema, aunque más que una inquietud por la salud y bienestar de dichas personas, hacían patente la necesidad de disponer de una mano de obra barata y resistente que sirviese como base del sistema económico del que se beneficiaban.

Ilustración en Los Sucesos 19/01/1868

Encuadrado en este contexto y teniendo la alimentación de las clases pobres como motivo principal, surgen artículos en la prensa que plantean el debate sobre la conveniencia del consumo de carnes muertas. Este debate se centraba sobre todo en animales que tradicionalmente habían sido considerados como una alternativa alimenticia. Obviamente, este debate concierne sólo a las clases bajas, en ningún momento se plantea que las clases altas consuman esta carne, ya que podían acceder al consumo de carne de manera habitual. La proposición más destacada es el consumo de carne de caballo. Sobre ésta se argumenta a favor exponiendo casos exitosos de experimentación en otros países europeos donde ha sido recibida con agrado por su buen sabor, así como por la inexistencia de elementos en su contra a lo largo de la historia. Continuaban su

argumentario esgrimiendo que solamente los prejuicios actuaban como freno ante un alimento que obtenía el máximo beneficio del animal: durante su vida se emplearía como fuerza de trabajo y medio de transporte, y una vez muerto se aprovecharía como alimento.

por un precio accesible. Ante el horizonte de penuria extendida y hambruna, no es de extrañar el éxito de este producto y su rápida distribución y extensión por multitud de mercados. El extracto Liebig tendrá muchos partidarios que reconocen el éxito y la utilidad del mismo, dados su buen precio y beneficios al incorporarlo a las dietas populares. La referencia al mismo, así como su publicidad en prensa, son constantes. Conclusión. En definitiva, nos encontramos ante una sociedad con una parte amplísima de sus miembros sin acceso a los recursos necesarios para alimentarse debidamente. Ello supone un problema, principalmente para quienes sufren condiciones tan precarias, pero también para la burguesía, porque considera que no dispone de trabajadores en las condiciones óptimas que sustenten y perpetúen el sistema que les aporta su prosperidad.

La carne Liebig. El consumo de carne de caballo es una de las iniciativas que se proyectan, pero no es suficiente. Se buscarán otras soluciones, y ahí es donde aparece en liza un producto de éxito y fama europeos que se comercializará durante el siglo XIX (y a la venta aún hoy día): la carne Liebig (o extracto Liebig). Su creador fue el químico alemán Justus von Liebig, y pretendía con su invención suministrar los nutrientes básicos presentes en la carne a personas desnutridas (básicamente madres e hijos, actores en la reproducción de la fuerza social)

Será por ese egoísmo de clase que en parte se puedan ver favorecidos los afectados. No es tanto por caridad como por egoísmo que se busquen diferentes alternativas viables para cambiar la situación tales como el consumo de carnes muertas, esencialmente de caballo, así como el recurso a la ciencia para fabricar un compuesto que pudiera actuar como sucedáneo de la carne. Por último, debemos siquiera mencionar la existencia de otras soluciones como los comedores populares y otras instituciones de beneficencia que trataban de contribuir con algo más que comida entre los más necesitados.

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