La Cruzada de Barbastro, precedente hispánico de la I Cruzada

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II JORNADAS DE LA ORDEN DEL SANTO SEPULCRO Zaragoza 23-25 Noviembre 1995

LA CRUZADA DE BARBASTRO Y SU INFLUENCIA SOBRE LA FORMACIÓN DEL IDEAL DEL CABALLERO CRISTIANO. Dr. Luis Valero de Bernabé y Martín de Eugenio Caballero Profeso de la Orden del Santo Sepulcro

En la actualidad, a mil años de las Cruzadas la moderna historiografía está revisando los diferentes factores que intervinieron en las mismas. Esta Ponencia se incorpora a esta tendencia en lo que respecta a la figura del Caballero cruzado. Cuando se habla de la Caballería y de las Cruzadas automáticamente se asocian con Francia, lo que no es más que una deformación histórica interesada, fruto de la literatura francesa que ha atribuido casi en exclusiva a este país la autoría de las Cruzadas y revestido a los Caballeros franceses de una mítica aureola. Cuando leemos lo que los historiadores franceses nos han contado sobre estos hechos nos ocurre, lo mismo que cuando contemplamos los cuadros renacentistas en los que se representan pasajes de la pasión de Nuestro Señor, pues en ellos los diversos personajes que rodean a Jesucristo están ataviados con vestimentas y adornos que no se corresponden con los que se utilizaban en Palestina en los primeros años de nuestra era, sino con los usados en las ciudades italianas catorce siglos después de los acontecimientos relatados. Los autores franceses siempre han pretendido atribuir a Francia todos los méritos en la formación de la Caballería, y silenciado la aportación hispánica como se manifiesta en la "Chanson de Roland", en la que la gesta de los navarros al derrotar al invasor Carlomagno sería transformada por el autor galos en una ataque traicionero de los musulmanes a la retaguardia imperial. También se manifiesta en el fervor con que inicialmente serían acogidas las tesis del alemán Brunner sobre la formación de la Caballería franca por Carlos Martel a fin de defender a Francia de la Caballería musulmana, cuando en aquellos primeros tiempos apenas si existía aún ésta. Sino más bien fue el ejemplo de la tradición ecuestre Visigoda llevada a Francia por los refugiados godos, según el ilustre historiador Sánchez Albornoz. En nuestra Ponencia trataremos de analizar cual fue el ropaje espiritual del Caballero europeo de comienzos del siglo XI y como fue evolucionando hacia el llamado "Ideal Caballeresco" que aparece en las postrimerías del medievo, destacando en especial cual fue la aportación de la Caballería hispana en la formación del Caballero de las Ordenes Cruzadas de Caballería que se constituyeron en Palestina para la defensa de los Santos Lugares.

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I. LA SOCIEDAD FEUDAL Y LA CABALLERÍA EN LA ALTA EDAD MEDIA: Si nos situamos en el siglo XI, nos encontramos con una Europa muy distinta de la que conocemos hoy en día, no existen aún ni las naciones que la configuraron ni las fronteras modernas. Europa era entonces una sociedad fragmentada por el feudalismo y regida, al menos nominalmente, por dos cabezas: el Emperador y el Pontífice. Según el historiador francés Louis Halphen el feudalismo nace como consecuencia de la quiebra del Estado frente a los desórdenes y miserias de todo tipo que se habían abatido sobre Occidente. A partir del siglo IX la sociedad carolingia se había visto asaltada por multitud de pequeñas invasiones, provocadas por los normandos, mongoles, eslavos y sarracenos. Estas no fueron más que expediciones de saqueo en la que los invasores asolaban una comarca, no para someterla a su dominio sino únicamente para expoliárla de sus riquezas, solo les guiaba el ansia de aventuras y el afán de botín. La falta de organización y la debilidad de la monarquía carolingia fueron los factores que impedirían asegurar la defensa de las fronteras, por lo que las diversas comarcas quedaron libradas a sus propias fuerzas; lo que redundaría en beneficio de aquellos Señores que pudieron y supieron organizar una defensa efectiva de sus territorios. Así la incuria del poder central facilitó la aparición de multitud de pequeños poderes locales que ejercieron, en su propio nombre y beneficio, su jurisdicción feudal sobre un cierto territorio variable. Más estos mismos Señores feudales que debían su poder inicialmente a una delegación real, a fin de facilitar la protección de la sociedad frente a un enemigo exterior, tendían a convertir la guerra en una función permanente. Según Touchard, "Después de la lucha contra el desorden aparece el desorden establecido". La sociedad feudal es una sociedad que por principio excluye la idea de Estado, entendido éste como un poder público que ejerce en nombre de un interés general una cierta coacción sobre los individuos. No hay más poder que el que se ejerce con la espada y en ella se encuentra todo el fundamento que precisa. Los castros señoriales se convierten en un foco de poder, ejercido por unos guerreros especializados, y van irradiando su influencia forzando a someterse a la misma a toda la población circundante. Este sometimiento es desigual: los más débiles entrarán en una penosa servidumbre campesina, sujeta a todo tipo de imposiciones y abusos, mientras que los más fuertes serán obligados a servir como vasallos en la mesnada del señor, en contrapartida recibirán de éste ciertos beneficios feudales. Ello les permitirá convertirse en subseñores y rodearse a su vez de siervos y vasallos, lo que configurará la llamada pirámide feudal, en la que no existe guerrero sin señor ni campesino sin servidumbre. Así según el eminente historiador Marc Bloch, los rasgos fundamentales del feudalismo europeo se resumen en tres: fraccionamiento de los poderes engendrador del desorden, sujeción campesina a la servidumbre feudal y supremacía de una clase de guerreros, unidos entre si por vínculos de obediencia y protección. En la estructura feudal podemos diferenciar varios estratos jerárquicos: en primer lugar las Baronías Feudales o feudos soberanos cuyos titulares, Princeps o Sires, antiguos oficiales reales que deben su infeudación a los reyes carolíngios, ostentan un título de Duque, Marqués, o Conde; en segundo lugar: los Valvasores o vasallos de los anteriores a los que deben la posesión de su feudo, sobre el que sus titulares, Avoués o Aloders, ejercen una amplia jurisdicción aunque ligada por el vínculo feudal a su señor natural o Barón, en cuyo nombre detentan un castillo; en tercer lugar los Casati que disfrutan de un pequeño manso o Casamenta (Chasement) suficiente para mantener sus armas y caballo y en contrapartida

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prestan servicio militar en el castillo de su Señor. Estos suelen ser pequeños propietarios rurales que han preferido cambiar sus alodios en una posesión feudal más segura, recibiendo el nombre de Milites. Aunque también se da el caso de campesinos que han escapado a su servidumbre mediante el ejercicio de las armas convirtiendose en Cabalarius o Ritter. Los Sires y Aloders forman la nobleza feudal, estrechamente enlazada por lazos de sangre e intereses territoriales. En sus Castillos reúnen una cierta corte integrada por domesticus, menestrales y milites, cada uno de estos grupos caracterizado por el desempeño de un cierto oficio, entre los que el uso de las armas no sitúa en posición más destacada a los milites con respecto a los otros sirvientes, según Hers. Historiadores como Duby, Genicot, Bloch y Gashoff, ponen de manifiesto que en los siglos X y XI la condición de los Caballeros (Cabalarius o Ritter) era todavía muy semejante a la de los otros criados domésticos. Vivían junto a su Señor, sin establecerse por su cuenta, Viviendo dentro del castillo o bien en tierras próximas a él en donde se había establecido el "Chasement". Su situación difería poco del campesino libre e incluso muchos seguían siendo siervos. Hers nos dice que estos caballeros no presentaban sus causas ante los tribunales feudales, reservados a los litigios entre vasallos nobles, sino ante los propios tribunales condales o señoriales que decidían los litigios entre los siervos. En el siglo XI, según Poly y Bournacel, el calificativo de Caballero no parece especialmente honorable y todavía esta unido a la condición de campesino. Nunca un "Sire" será titulado de Caballero y tampoco un noble hace gala de su condición de Caballero. Sin embargo, dos siglos más tarde la Caballería ha dejado ser un simple oficio para convertirse en el modelo ideal de toda una sociedad. El ser Caballero se ha convertido en un preciado título y la Caballería una virtud que equilibra a la nobleza. ¿Como se ha producido esta transformación?. Trataremos de explicarlo seguidamente.

II. LA INFLUENCIA DE CLUNY EN LA CRISTIANIZACIÓN Y DIGNIFICACIÓN DE LA CABALLERÍA: La Iglesia se va a convertir en la gran reformadora de la sociedad feudal a partir del movimiento cluniacense, originado a partir de la Abadía de Cluny, fundada en el año 910 en el Maconnais francés, por Guillermo el Piadoso, Duque de Aquitania, bajo la regla de San Benito y con total independencia de cualquier jurisdicción laica o eclesiástica por lo que solo debería obedecer directamente a la Santa Sede. Muy pronto los monjes de Cluny ganaron renombre por su rigurosa vida, que contrastaba con la relajación de costumbres de la sociedad francesa. Su influencia se extendió por toda Europa especialmente en tiempos de su V Abad llamado Odilón (994-1049). Al final del siglo XI 1.400 abadías dependían de la jurisdicción de Cluny con un total de diez mil monjes y en el año 1073 un monje de esta abadía y discípulo del Abad Odilón, llamado Hildebrando, accedía al solio pontificio con el nombre de Gregorio VII, convirtiendose en el gran reformador de la Iglesia lo que le llevaría a chocar con el Emperador y los Príncipes, por su intromisión en las Investiduras cubriendo las vacantes de los obispados y abadías con personas de su confianza. Desde su fundación Cluny había propugnado que, para lograr la tan necesaria reforma de la iglesia, era necesario acabar con la intervención del poder civil sobre la vida interna de la Iglesia. Otro de los deseos desarrollados por el movimiento cluniacense fue el terminar con las estériles contiendas domésticas que, constantemente enfrentaban a un Señor feudal con sus vecinos y ensangrentaban las tierras cristianas. Ello les llevaría a convencer a los Señores feudales la necesidad de establecer unas reglas que limitaran los daños de las guerras, es

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especial en lo concerniente a los clérigos y campesinos que no tenían nada que ver en las rencillas entre Señores: Surgirá así en el año 1041 la llamada "Tregua de Dios", que impedía combatir de viernes a domingo y en tiempo de cuaresma, así como obligaba a respetar los templos, y la "Paz de Dios", que obligaba a los guerreros a respetar a las mujeres, los débiles y los clérigos. Más estos pactos se revelaron insuficientes para controlar el ardor guerrero de la nobleza, había que cristianizar y dignificar a los propios guerreros. En esta acción se encontrarían hermanados clérigos y caballeros pues ambos habrían de escapar al férreo control de sus Señores feudales. Entre las facultades que se reservaba el Señor estaba la de designar a los clérigos que habían de servir las Iglesias de su Señorío. A veces el propuesto era un siervo suyo y con éste motivo le otorgaba la libertad; en cualquier caso antes de ser ordenado o de tomar posesión de la Iglesia solía exigírsele juramento de fidelidad, después se le hacía entrega de la Iglesia con una investidura simbólica. Lo mismo ocurría con el joven de su feudo al que se le entregaban las armas previo juramento de fidelidad a su Señor. Juan de Salisbury, Obispo de Chartres, en su "Politicratus", escribe: "Dos cosas hacen al Caballero al igual que al Clérigo: la electio y la professio. La primera no es más que la elección del Caballero por su Señor, más ésta no debe ser dejada a su capricho pues al neófito se le deben exigir ciertas cualidades al igual que al Clérigo para ser elegido por su Obispo. Mientras que la Professio es el juramento de fidelidad del joven guerrero a su Señor por lo que había de cristianizar éste mediante un ritual, similar al de la ordenación de los clérigos, llamado "adoubement", mediante el que eran bendecidas las armas del nuevo Caballero y éste hacía profesión de su fe. Siguiendo estas ideas, los Obispos franceses organizaron en sus catedrales brillantes ceremonias de armar caballeros, a las que fueron invitados a participar los hijos de la nobleza, así caballeros nobles y caballeros "Chassés" fueron hermanándose en una nueva camaradería de armas. Más carecían aún de noble empresa a la que dedicar su ardor guerrero. La Sociedad Feudal es una sociedad cerrada sobre si misma, no existe un interés común que aglutine sus esfuerzos. La inexistencia de guerras exteriores contra un enemigo común, les ha llevado a una continua guerra doméstica de todos contra todos. Era preciso encontrar una causa noble y ésta sería presentada por los propios monjes cluniacenses que regresaban de España.

III. LA INFLUENCIA DEL EJEMPLO HISPANO EN LA FORMACIÓN DE LA CABALLERÍA FRANCA. Los primeros contactos de los de Cluny con España se habían iniciado ya en el año 1023 con el rey navarro Sancho Garcés III "El Mayor", preocupado éste por abrir sus reinos a las corrientes espirituales de más allá de los Pirineos, con la adopción de la norma de San Benito en los monasterios navarro-aragoneses. Si bien no se ponen de acuerdo los historiadores sobre el alcance y consecuencias de esta reforma, hecho en el que discrepan Ubieto, Pérez de Urbel y García de Valdeavellano. Si concuerdan en que a partir de entonces hubieron frecuentes relaciones con los cluniacenses, deseosos de introducirse en los reinos hispánicos y lograr el cambio del rito visigodo imperante entonces por el rito romano propugnado por Cluny. Estos mismos monjes en sus desplazamientos de uno a otro lado de los Pirineos llevarían a su Abad Odilón las inquietudes e ideales de la Reconquista hispánica. Los autores romanos nos hablan de los famosos jinetes ibéricos, en cuyos poblados se adoraba a Epona diosa de los caballos. En estelas, monedas y estatuitas aparecen reproducidos jinetes y caballos. La caballería ibérica, ligera como el viento, ágil y valerosa,

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fue durante largos años el terror de los pretores romanos. Los escritores romanos se refieren a ella en términos muy elogiosos, impresionados por el valor de sus enemigos iberos, los “Soldurios”, y por el código de valores que los regía, basado en el doble principio de fidelidad al compromiso adquirido para con sus jefes, la llamada “Devotio Ibérica”, y respeto a sus divinidades a las que encomendaban todas sus acciones; lo que les convertía en los primeros jinetes europeos que aunaban religiosidad y código caballeresco. Según el gran historiador Sánchez Albornoz, ninguno de los países occidentales europeos posee una tradición ecuestre-guerrera tan remota y tan importante como España desde los tiempos prerromanos. Tradición que sería continuada por la Caballería Visigoda, quienes a diferencia de los merovingios francos nunca perdieron la costumbre de pelear con sus corceles, lo que se sublimizaría en una caballería especial, los “Gardingos”. Según el gran historiador Sanchez Albornoz, los reyes visigodos a fin de defender su trono de las acometidas de la turbulenta nobleza, se rodearon de guerreros llamados “Gardingos”, unidos a ellos por un vínculo personal de fidelidad (obsequium et servitium") y a los que entregaron en benefio donaciones de tierras, subordinadas éstas a la continuidad de dicho vínculo. Ello convertiría a la mayoría de los Gardingos en ricos hacendados a la vez que muchos ricos propietarios entraron a la vez en las preciadas filas del Gardingato; a sí la Le Visigothorum cita a los Gardingos entre la nobleza a continuación de los Duques y Los Condes, quienes aparecían también rodeados de sus clientelas militares o Bucellaríus a cuyo frente iban a la guerra según las Leyes de Wamba sobre la milicia. Así los Reyes con sus Gardingos se contraponían a los Dux y Comes con sus Bucellarius en el equilibrio del Reino Visigodo. Al producirse la invasión musulmana, mientras que la mayor parte de la población confraternizaba con el invasor, otros dirigidos por dichos Gardingo, se alzaron contra éste y comenzaron la resistencia. Una parte de ellos por motivos estratégicos cruzaron los Pirineos y se refugiaron en la Galia franca. Estos refugiados conservaron sus viejos hábitos guerreros de luchar como jinetes, ante la extrañeza de los francos que preferían combatir a píe, ofreciendoles un claro ejemplo de la caballería hispana que sería recogido por las crónicas francesas.. Los musulmanes afincados en España formarían una poderosa caballería, cuyos jinetes recibieron de los Valies, en beneficio o en "Icta", tierras con que sustentarse con la carga aneja del servicio de guerra al servicio de los Valies arabes. Precedente feudal hispano que antecede a las confiscaciones de tierras eclesiásticas mandadas hacer por Carlos Martel para formar la Caballería franca. Pués, según las conocidas tesis de Brunner, Martel tras la Batalla de Poitiers, en la que a duras penas logró rechazar a los musulmanes que habían cruzado los Pirineos, confiscó las tierras de los obispados franceses para repartirlas en Beneficium a sus vasallos en contraprestación de servicios militares a caballo, a fin de crear una caballería franca que oponer a la musulmana. Si bien estas tesis están hoy en día superadas por su simplicidad. Siguiendo con el ejemplo del gardingato los reyes de Asturias, de León y de Navarra también se rodearon desde el siglo IX de “Fideles Regis” que les prestaban servicios tanto palatinos como bélicos y que les unía una relación personal de fidelidad. En contraprestación recibían de ellos diversas donaciones en general en forma de tierras. Entre estos Fideles se reclutaron los Comes y Potestas, en los reinos occidentales, o Seniores en los orientales, que gobernaron los territorios reconquistados, así como los Infanzones o simples guerreros. Más además de esta nobleza en el Fuero de Castrojeriz, en el año 974 el Conde soberano de Castilla, García Fernández, a fin de potenciar la caballería castellana otorgó el estatuto jurídico de los Infanzones a los habitantes de dicha villa que le sirvieran como jinetes en la guerra. al tiempo que les otorgaba los mismos derechos y privilegios de los nobles con los que los igualaba.

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Así se dignificó y nobiliarizó la milicia a caballo en Castilla al servicio del soberano, a diferencia de Francia en la que los Caballeros no eran más que unos simples servidores de los Señores feudales. También en Navarra desde tiempo inmemorial los Milites o Caballeros se habían organizado en Cofradías, bajo una advocación religiosa, y ordenadas hacia el servicio de la cristiandad en la lucha contra el islam. Los propios reyes se denominaban como Caballeros y se igualaban en una fraternidad de armas denominada Orden de Caballería con los demás Milites y Caballeros de su reino. En el año 905 el rey Sancho Garcés I, "El Grande" (905/925), nada más acceder al trono había convocado a la juventud noble de su reino a olvidar sus rencillas internas y comprometerse como Caballeros en la defensa del reino frente al islam. Había obtenido que el Papa Gregorio II ratificara la ancestral orden de Caballeros de la Encina, cuyo origen se remontaba según la tradición al propio García Jiménez, fundador del reino de Pamplona, quien en el año 722 mientras se preparaba para atacar con sus hombres a los sarracenos, elevó la vista al cielo para impetrar el auxilio divino y vio sobre una encina el símbolo de la cruz. Enardecido por este símbolo divino hizo que sus guerreros pusieran una cruz sobre sus pechos y se lanzaran al combate iniciándose así la Reconquista en Navarra. El Papa Gregorio II al ratificar la Orden les concedió como divisa una cruz ancorada de gules sobre una encina de sinople y la leyenda "Non timebo millia circundastes me". Un siglo más tarde, el rey Sancho Garcés III, "El Mayor" (1000/1035), en aquellos tiempos el rey más poderoso de la Península Ibérica, instituyó en el año 1023 una nueva Orden de Caballeros denominada de los Lirios, cuya enseña eran dos lirios celestes entrecruzados y en medio Nuestra Señora de la Encarnación, patrona de la Orden, con el lema: "Deus primun christianum servet". En dicha Orden se cruzaron tanto el propio Rey como sus Barones. Una vez fallecido el Rey sus hijos siguieron con su tradición caballeresca. Así Don García III (1034/1054), siguiendo el ejemplo paterno construyó en su reino de Navarra el Monasterio de Santa María la Real de Nájera, sin gravar por ello a sus súbditos pues aprovechó para ello los dineros que como parias o tributo de guerra le pagaban los moros. A fin de demostrar su deseo de continuar la guerra contra el islam fundó también la Orden de Caballeros de la Teraza, bajo la advocación de la Virgen de Nájera cuyo condado había ostentado en su juventud. Su distintivo era un collar de oro del que pendía una jarra de azucenas. El primero que se cruzó como Caballero fue el propio Rey y seguidamente sus hijos y Barones, así como numerosos Caballeros de su reino. Así pues en los reinos hispánicos existía una gran diferencia entre un Caballero y un simple jinete armado, por lo que sería el ejemplo de la Caballería hispánica el que fue llevado a Francia, por los monjes cluniacenses, y utilizado como guía en sus esfuerzos por cristianizar y dignificar la caballería franca. Más no era suficiente la aportación de estas infoermaciones si no que faltaba el contacto de los Caballeros franceses con los del otro lado del Pirineo, la ocasión se presentó con la petición de ayuda del Rey aragonés Ramiro I contra los moros de Barbastro que sería aprovechada por Cluny en beneficio de sus ideas.

IV LA RECONQUISTA ARAGONESA Y LA IDEA DE CRUZADA Ramiro I, una vez consolidada la existencia de Aragón como reino, dedicaría todos sus esfuerzos a la lucha contra los musulmanes a fin de ampliar a su costa las fronteras de su pequeño reino. Más ello no le sería nada fácil, pues primero habría de enfrentarse a los

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propios reyes cristianos de Navarra y Castilla, como a los Condes de Urgell y Barcelona, que se oponían a todo avance aragonés a costa de las Taifas moras, surgidas de la desintegración del califato tras la muerte de Almanzor; pues, no en vano eran sus protectores a cambio de las suntuosas parias que cobraban de los reyezuelos moros. Así cualquier intento aragonés de asediar una ciudad árabe será desbaratado por las tropas de los otros reinos cristianos que acudirán en su socorro. La misma Iglesia hispánica preferirá lucrarse también de estas Parias a la guerra contra el islam; pues la abundancia de oro en manos de los reyes de Castilla y de Navarra había propiciado la floración de construcciones religiosas, como Santa María de Najera, San Salvador de Leyre, Fromistá.., según nos recuerda Ubieto. Es por ello que las llamadas a la guerra contra los moros del rey aragonés no despertaban el eco necesario ni entre la nobleza, amparada en sus privilegios concedidos por los Fueros del Sobrarbe, ni entre los propios clérigos. El rey de Aragón tendrá que recurrir a la Santa Sede solicitando su auxilio y obteniendo con la ayuda del Pontífice, la ratificación de su tesis que la función de los reyes cristianos no era lucrarse a costa del islam sino luchar contra él. Así el papa Alejandro II en el año 1063 emitió su Decretal "Dispar Nimirum" dirigida al clero de Castel Vulturnu en la Campania italiana, en la que otorgaba que todos los que decidieran ir a combatir contra los sarracenos hispanos, a fin de arrebatarlos la poderosa ciudad de Barbastro, recibirían la remisión de sus pecados. Resulta sintomático que Guillermo Geoffroy, Duque de Aquitania y descendiente del fundador de la Abadía de Cluny, participara activamente en la preparación de la expedición y marchara a ella al frente de los Caballeros de Aquitania, lo que demuestra la implicación de los cluniacenses en la cruzada de Barbastro. Si bien el mando supremo de los cruzados estaba encomendado a Guillermo de Montreuil, Gonfalonero Pontificio o Capitán de la Caballería de Roma según le designan las crónicas, que dirigía las tropas pontificias. A ellos se unieron los Caballeros procedentes de Normandía, capitaneados por el Barón Robert Crepin, los Caballeros de la Champaña francesa y los de Borgoña. El ejército cruzado había de reunirse ante los muros de Barbastro con las tropas del Obispo de Vich, Berenguer Guifredo, y las del Condado de Urgell, dirigidas por el propio Conde Armengol III. Allí también confluirían las del propio rey aragonés, Ramiro I, que acompañado de sus Barones les esperaría para el asalto a Barbastro. Más el infortunio hizo que el rey, que se había detenido ante Graus para conquistar primero esta fortaleza musulmana, para a continuación marchar sobre el objetivo final, Barbastro, le alcanzara la muerte, el lunes 8 de marzo de 1064, mientras revisaba la fortaleza enemiga a fin de preparar su asalto, cuando una saeta lanzada desde la misma le hirió y puso fin a su vida, según nos relata Duran Gudiol. Ello no detendría la empresa de Barbastro, pues su hijo y heredero Sancho Ramírez asistiría a la cita y, tras cuarenta días de asedio, la ciudad caía en manos de los cruzados a principios de Agosto de dicho año 1064. Una vez tomada la ciudad se hizo entrega de la misma al rey Sancho Ramírez que la incorporó a su reino, aunque por breve plazo pues la plaza volvería a perderse a los nueves meses. Más la conquista de Barbastro tendría una gran influencia en todo el Occidente, especialmente gracias a la noticias que se ella a su regreso llevó el Duque Guillermo de Aquitania, conocido por Guillermo “El Trovador”, el cual gustaba rodearse de una corta galante y de séquito de trovadores que relataban sus hazañas. A su regreso a su ducado francés llevó consigo gran número de riquezas y cautivas tomadas en Barbastro que maravillaron a todos sus convecinos, mientras que sus trovadores extendieron la noticia de la toma de Barbastro por todas las aldeas y ciudades francesas, según nos relata el historiador Angus Mackay.

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V. CONSECUENCIAS DE LA CRUZADA REALIZADA EN TIERRAS HISPANAS: 1. Desde el punto de vista religioso: la Cruzada de Barbastro va a poner de manifiesto el gran poder de convocatoria que tenían los Papas, susceptible de mover masas de guerreros procedentes de toda Europa, sin necesidad de tener que pagarlos con soldadas o tierras. Poder que en aquellos momentos no tuvo otra aplicación inmediata, pero que si tendría una muy importante cuando años más tarde, en el 1071, los turcos seldjúcidas derrotaron en Manzikert a los bizantinos. Decisiva derrota que señaló el toque de agonía del Imperio Bizantino pues en los diez años siguientes perdería la mayor parte de sus tierras asiáticas quedando expuestos los Santos Lugares a las depredaciones de los turcos. El Emperador bizantino se dirigió al Papa Gregorio VII rogándole la ayuda de Occidente y prometiéndole en cambio procurar la tan deseada unión de las dos Iglesias. Así este poder de convocatoria será utilizado por la Iglesia cuando treinta años después de Barbastro el Papa Urbano II, el 28 de Noviembre de 1095, en Clermont-Ferrand propuso a los Caballeros volver sus armas contra los musulmanes, al objeto de librar a la Cristiandad de las guerras endémicas entre cristianos que sufría y transformar lo que era una lucha fratricida en un combate digno y meritorio, salvarían así los Santos Lugares y con ello su propia alma de sus pecados. Al grito de "Deus lo Volt" (Juslibol), el llamamiento pontificio actuó de orden de movilización general para toda Europa. 2. Desde el punto de vista político: la Cruzada de Barbastro supuso la quiebra de la vinculación personal creada por el juramento feudal del Caballero a su Señor. Este vínculo feudal podía ser roto temporalmente por la Iglesia, como lo demuestra el hecho que numerosos Caballeros prefirieron tomar la cruz en Limoges y dirigirse a Barbastro alejándose así del feudo al que estaban adscritos. El hecho que el mando de la expedición correspondiera al Gonfalonero de Roma, por encima de los demás Señores feudales presentes en la misma, realza el poder de mando de la Iglesia; lo que resultó de gran importancia en aquellos momentos en que el Pontificado se encontraba enfrentado a los Príncipes por el problema de las Investiduras. En el año 1073 al acceder al solio pontificio Gregorio VII (1073/1085), el monje Hildebrando de la Abadía de Cluny, uno de sus primeros actos fue emitir los "Dictatus Papae", veintisiete principios en los que desarrollaba la supremacía pontificia sobre el Emperador y todos los Príncipes Feudales, a los que el Papa podía deponer y eximir a los súbditos de la fidelidad hacia los Príncipes inicuos. De esta forma la anulación del vínculo feudal se convertiría en la principal arma de la Iglesia, según se puso de manifiesto con la excomunión y deposición al año siguiente del Emperador Enrique IV, comenzando una larga lucha por la querella de las investiduras que no finalizaría hasta el Concordato de Worms de 1122. Más el Pontificado y el Imperio permanecerán enfrentados, de acuerdo con la teoría de las dos espadas, en su lucha por el "Dominium Mundi". Debemos destacar que ni el Emperador ni ninguno de los Reyes participaría en la Cruzada a palestina del año 1095, pues en aquellos tiempos todos ellos se encontraban enfrentados al Pontificado. Los artífices de la Cruzada serían los Caballeros que, de simples guerreros profesionales, se convirtieron en cruzados constituyendo la "Militia Christi". Esta cruzada transformó tanto al Occidente, abandonado por los Caballeros, cuanto al Próximo

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Oriente que éstos iban a conquistar. Contribuyó a crear un nuevo mundo ensanchando las fronteras de Occidente y abriendo horizontes desconocidos a una multitud de Caballeros, de comerciantes y de clérigos. 3. Desde el punto de vista guerrero: la Cruzada de Barbastro fue la primera gran expedición europea a tierras que entonces se encontraban fuera del Orbe feudal. Supuso el contacto con otras formas de vida, social y políticamente más desarrolladas que el feudalismo. El universo del Caballero galo hasta entonces limitado a la relación personal que le vinculaba a su Señor, que le había salvado de la servidumbre y armado Caballero, se vería desbordado ante la idea de una patria común que los hispanos trataban de recobrar, según la brillante tesis defendida por Menéndez Pidal en su "Teoría de los cinco Reinos Hispánicos". Este idealismo hispánico tendría una gran influencia sobre los Caballeros transpirenaicos, pues descubren así que el concepto heroico de la vida, tan característico de la Caballería, no ha de limitarse a la hazaña por la hazaña en si sino a la hazaña al servicio de un gran ideal. Si bien la conquista de Barbastro no tuvo gran trascendencia pues la plaza se perdió a los pocos meses. Si sería magnificada y convertida en epopeya por la crónica que escribió Amato de Montecassino, titulada "L'Ystoire de li Normand", en la resalta la hazaña de los Caballeros francos y borgoñones. Estos aparecen como los principales autores de la conquista, olvidando la participación de las mesnadas aragonesas y catalanas a los que solo se menciona con el apelativo de "otras gentes". En dicha crónica la hazaña de los cruzados, además de la fama y de las bendiciones espirituales que les procuró, es recompensada con un abundante botín: cautivos, oro, alhajas, ropas exóticas.. que los participantes se llevaron a sus tierras y sirvieron para enriquecer a muchos de ellos. También se relataban los placeres que encontraron en la ciudad musulmana, con sus casas y mujeres exquisitas de las que gozar, llevándoles al conocimiento de una civilización mucho más selecta que la áspera sociedad rural en la que vivían. Noticias que serían extendidas por toda Europa por los torvadores, relatándolas de ciudad en ciudad cada vez más magnificadas. El conocimiento de la epopeya de Barbastro difundiría entre los Caballeros franceses el deseo de aventuras y riquezas. Este mismo hecho ha servido, según recuerda Duran Gudiol, para que algunos historiadores trataran de negar el carácter de cruzada a la conquista de Barbastro, reduciéndola a la expedición de una banda de aventureros, que se portaron indignamente en su camino hacia España, en el curso del cual agrediéron injustamente a comunidades de judíos y mostraron su crueldad y codicia en el saqueo de la ciudad. Pero no debemos de olvidar que en el alma humana pueden anidar a la vez las ideas mas nobles con las más viles. Así cuando los cruzados se dirijan a Palestina, treinta años más tarde, tan fuerte como el espíritu religioso que los guía será el deseo de rapiña, lo que enturbiará muchas de sus acciones. Los cronistas nos relataran el afán de lucro de los cruzados que los llevó a chocar con los mismos pueblos cristianos que en su camino atravesaron. Al igual que había sucedido en la expedición de Barbastro los cruzados desvastaron poblaciones cristianas y judías saqueando y robando a su paso hacia Tierra Santa. Incluso en la toma de Jerusalén tan pronto caían de rodillas extasiados ante el Santo Sepulcro como entraban en los hogares musulmanes y judíos abusando de sus mujeres y martirizando a sus dueños para arrebatarles sus escondidas riquezas.

VI. LA CREACIÓN DE LAS ORDENES DE CABALLERÍA:

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Tras la toma de Jerusalén los cruzados se repartieron los diversos territorios conquistados, formándose el Reino Latino de Jerusalén del que eran vasallos el Principado de Antioquía y los Condados de Edesa y Trípoli. Estos territorios estaban a su vez subdivididos en Baronías al modo feudal, en las que se mezclaban hombres de todos los países, idiomas y costumbres. Se trataba de una sociedad feudal plurinacional en la que los Reyes no tenían garantía alguna en la fidelitas de sus Barones, más preocupados en gozar de las riquezas de sus pequeños estadículos y en mantener buenas relaciones de vecindad con sus vecinos arabes que en sacrificar su autonomía a una unidad territorial superior. Surgen así en Tierra Santa las Ordenes de Caballeros Cruzados como milicia permanente para la defensa del Reino Latino de Jerusalén, supliendo así la desunión y falta de solidaridad existente entre los diferentes Barones que se repartieron las tierras cristianas. Estas Ordenes eran el único ejército permanente a cuya custodia quedaron las fortalezas, los caminos y las fronteras del reino latino. Su prestigio atraería a numerosos caballeros que se integraron en ellas y dieron su vida por el ideal que defendían. Las Ordenes Militares fueron, según Huizinga, la unión del ideal monástico con el caballeresco. El ideal caballeresco aparece indisolublemente unido a la idea de Cruzada, desde que el Papa Urbano II, al convocar la Cruzada de Palestina, reprochó a los nobles sus guerras internas y violencias cometidas sobre la población de sus territorios y les incitó a sustituir estas acciones por la defensa de la fe cristiana contra el Islam. se imponía así una "cristianización" de la guerra y el adoptar un férreo código de valores basados en la defensa de la fe y de los más débiles, así como en la fidelidad a un ideal y la lealtad a su Maestre. El cruzarse de Caballero tenía una significación ético-religiosa que lo colocaba en la misma línea que los votos eclesiásticos, suponía la consagración de la vida al más alto ideal. Estaba sometido a un estricto formalismo pues, una vez superado el período de aprendizaje y obtención de méritos, los neófitos había de lavarse y velar las armas la noche anterior en alguna iglesia. Al día siguiente, armados y descubierta la cabeza, habían de presentarse junto con sus padrinos ante el Maestre o el Caballero comisionado para recibirlos, el cual les preguntaba si deseaban ser caballeros y afirmándolo ellos, tras tomarlos juramento de fidelidad, les calzaba las espuelas, les ceñía la espada y les daba un pescozón con la suya para que se acordasen y se les recibía con un abrazo juntamente con los demás Caballeros concurrentes en señal de hermandad. La Orden Ecuestre del Santo Sepulcro, fue la primera de las Ordenes Militares constituida en Palestina en el año 1103 por Godofredo de Bouillon, primer rey del Reino Latino de Jerusalén, cruzándose en la misma sesenta caballeros provenzales y aragoneses con el objetivo de custodiar el Santo Sepulcro y defender a los peregrinos cristianos que lo visitaban del acoso musulmán. La nueva Orden fue aprobada por el Papa Calíxto II en el año 1120, bajo la regla de San Agustín. Su Maestrazgo fue encomendado al Patriarca Latino de Jerusalén. Esta Orden estaba formada por Caballeros y Canónigos, bajo su mando tenían gentes de armas con las que defendieron las fronteras del Reino Latino de Jerusalén convirtiéndose así en la milicia principal de dicho reino hasta su pérdida en el año 1187. Al ocurrir ésta los Caballeros regresaron a sus países de origen con lo que la orden se aristocratizó sin dejar por eso de guerrera contra los musulmanes en España, Italia y Polonia. En el año 1489 Inocencio VIII instó a sus caballeros a que acudiesen en socorro de la Orden de Rodas que se hallaba amenazada por una invasión musulmana de la isla, a fin de facilitar éste los anexionó a dicha orden, lo que sería rechazado por el Rey Fernando "El

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Católico" en lo que respecta a los caballeros aragoneses de la orden y por la reclamación del maestrazgo de ésta orden que dirigió a la Santa Sede. Si bien no logró éste si obtuvo que se conservase la casa matriz de Calatayud. Pese a esta autonomía del Capítulo aragonés y castellano de la orden iría declinando por la presión de los sanjuanistas a los que Carlos I había cedido la isla de Malta para su nueva sede. En el año 1847 Pío IX reactivó la Orden y asumió su maestrazgo que delegó en un Cardenal cono nuevo Gran Maestre, a la vez que nombraba Gran Prior al restablecido Patriarca Latino de Jerusalén. En la actualidad la Orden goza de personalidad jurídica de Derecho canónico y está dividida en 36 Lugartenencias Generales repartidas por todo el mundo y en España existen dos denominadas Capítulo Noble de Aragón, Cataluña y Baleares y el Capítulo Noble de Castilla y de León, cada uno con su correspondiente Lugarteniente. Sus miembros se dividen en laicos: Caballeros y Damas; y religiosos: Canónicos y Canonesas. Los Caballeros visten habito blanco con cruz latina potenzada de gules y cantonada de otra cuatro cruces. La Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, su origen fue una cofradía formada por varios caballeros amalfitanos a la que Balduino I, segundo rey latino de Jerusalén, encargó en el año 1104 el cuidar por los heridos y enfermos del Hospital de San Juan de Jerusalén. Fue autorizada por el Papa Calíxto II en el año 1123 y a su objetivo inicial unió también el velar y proteger a los peregrinos cristianos que visitaran los Santos Lugares. Se hallaba regida por un Gran Maestre y sus caballeros vestían hábito negro y sobre él una cruz blanca A la caída del Reino Latino se refugiaron en Acre difundiéndola durante cien años hasta su pérdida en 1291. Expulsados de allí se refugiaron en Rodas y en la isla de Chipre, Clemente V les concedió en feudo dicha posesión por lo que fueron conocidos como Caballeros de Rodas. Desde su inexpugnable fortaleza trocaron sus caballos por naos y sus galeras atacaron a las musulmanas. El Papa Inocencio VIII premió su acción anexionándoles las Ordenes del Santo Sepulcro y de San Lázaro en 1487 a fin de aumentar su poder; más resultarían derrotados y expulsados por el Sultán Soliman en 1522, pero el Emperador Carlos I les concedió en feudo la isla española de Malta, con la única obligación del pago de un halcón anual al rey de España en reconocimiento de señorío, siendo desde entonces conocidos como Caballeros de Malta, cuyas galeras lucharon denodadamente contra las naos musulmanes que surcaban el Mediterráneo. Estaba regida por un Gran Maestre, con dignidad de príncipe soberano, y se encontraba dividida en ocho Lenguas o naciones: Provenza, Auvernia, Francia, Italia, Aragón, Castilla, Inglaterra y Portugal, cada una de ellas mandada por un Gran Oficial. La Orden de Malta se convirtió en una Orden Soberana hasta que Napoleón invadió la isla en 1802, a su regreso de su fallida expedición a Egipto. Tras ser derrotados los franceses la isla fue anexionada por Inglaterra desoyendo las protestas de la Orden. El Congreso de Viena no pudo devolverlos la isla aunque sí reconoció la soberanía de la Orden. La Orden de San Lázaro del Monte Carmelo, fue instituida en Palestina en el año 1109 por un grupo de caballeros franceses, con la finalidad de velar por los peregrinos de esta nacionalidad que visitaban los Santos Lugares. Fue autorizada en 1255 por el Papa Alejandro VI bajo la regla de San Agustín. Al perderse aquellas tierras sus caballeros retornaron a Francia, en donde permanecieron hasta que en 1487 Inocencio VIII la anexionó a la Orden de

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San Juan. Su insignia era una cruz de oro de ocho puntas, esmaltada de amaranto y cantonada de lises de oro. La Orden de la Milicia del Temple, fue constituida por un grupo de caballeros franceses en el año 1139 para la defensa de Tierra santa y confirmada por el Concilio de Troyes en 1128, siendo autorizada por el Papa Inocencio II en 1139 bajo la Regla Latina. Estaban regidos por un Gran Maestre con el rango de príncipe soberano y varios Maestres provinciales. Sus Caballeros vestían hábito blanco con una cruz de gules rematada en circulo (Tao), distinguiéndose como bravos guerreros. Permanecieron en Palestina hasta la caída de Acre, en cuya defensa cayeron su Maestre y numerosos caballeros, solo sobreviviendo diez caballeros que eligieron nuevo Maestre y se refugiaron en Francia. Allí se llegarían a alcanzar tal poder y reunir tales riquezas que se convirtieron en un estado dentro del estado, lo que les procuró la inquina del rey Felipe IV quien obtuvo de Clemente V, a quien tenía cautivo en Avignon, la disolución de la Orden en 1312 tras urdir contra ellos graves acusaciones. Sus cuantiosos bienes en Francia fueron apropiados por dicho monarca mientas los que tenían en Aragón servirían para la creación de la Orden de Montesa. La Orden de Monte Gaudio, fue constituida en el año 1180 por un grupo de caballeros que se dedicaban a la custodia y protección del Monte Gaudio, lugar de peregrinación en..?. El Papa Alejandro III la aprobó como Orden religiosa, hospitalaria y militar, bajo la regla de San Benito. Su divisa era una cruz octogonal en gules. Al producirse la caída del Reino Latino de Jerusalén los Caballeros de Monte Gaudio se refugiaron en la península Ibérica, unos de el reino de Aragón y otros en el de Castilla, cuyos monarcas les concedieron diversas posesiones y les incorporaron a la lucha contra los moros. Así Alfonso IX de Castilla les dio la fortaleza de Mont-Franc. Sus caballeros se distinguieron en la lucha contra el Islam por lo que el monarca les concedió ricas donaciones en Trujillo por lo que éstos se castellanizaron mudando su nombre al de Caballeros de Montfranc. En el año 1227 fueron incorporados a la Orden de Calatrava por Fernando III. La Orden de los Caballeros Teutónicos, fue instituida en el año 1191 por el Emperador Federico I, distinguiendo con ella a la nobleza alemana que le había acompañado en la cruzada contra el Sultán Saladino. Sus caballeros se consagraban a defender Tierra Santa y a velar por los peregrinos alemanes que visitaban los Santos Lugares, asumiendo así una doble finalidad militar y hospitalaria. Fue aprobada por Celestino III en el año 1192, bajo la regla de San Agustín. Sus estatutos se tomaron de la Orden de San Juan, aunque su hábito fue blanco y sobre él una cruz de sable. Sus miembros eran Caballeros y Clérigos. Al perderse Tierra Santa se refugiaron en Alemania en donde el Emperador les encargó la conquista y cristianización de las tierras de Prusia, a fin de librarlas de los idólatras que las ocupaban. A cambio les permitía quedarse con los territorios que conquistaran con su esfuerzo los cuales llegaron hasta Rusia, hasta que fueron derrotados por su Zar. Estaban regidos por un Gran Maestre y doce Baylios y llegaron a reunir en Alemania un gran poder y numerosas tierras. Napoleón al derrotar la Confederación del Rhin abolió la Orden y repartió sus riquezas entre los príncipes alemanes.

VII COLOFON La ocupación de Palestina por los cristianos resultaría muy efímera, dada la división existente entre ellos, más serviría como crisol para la formación de los Caballeros de las

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Ordenes Militares y trascendería a su propia existencia histórica, pues al regresar éstos Caballeros a sus reinos de origen llevarían con ellos sus ideales y se los imbuirían a sus coetaneos. El ideal del Caballero Cristiano se conservaría en Europa hasta bien avanzada la Edad Moderna y serviría de inspiración a toda la juventud en una confraternidad de armas, centrada en la defensa de la Cristiandad, la fidelidad a su Rey y la protección de los débiles. Constantes todas ellas de profunda inspiración hispánica. Zaragoza, 23 de Noviembre de 1995

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