LA CRISIS DEL VINO DE DOMICIANO

June 7, 2017 | Autor: Genaro Chic-García | Categoría: Economic History, Arqueología, Economic Crisis, Imperio romano, Ánforas Béticas, Vino
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Descripción

LA CRISIS DEL VINO DE DOMICIANO

Mosaico de Écija

Tito Flavio Domiciano (81-96), preocupado por el bienestar de su pueblo, prestaba más atención al aumento de la productividad que a los impuestos. De ahí su decisión de entregar a los poseedores las tierras recuperadas para el fisco por su padre. Para abaratar costes y garantizar los suministros, sabemos además que impuso ventas obligatorias a productores de artículos que consideraba esenciales y a los que no tenía acceso directo con el sistema impositivo en especies (el aceite, por ejemplo). Preocupado por la falta de trigo, que se hacía crónica en algunas partes del Imperio, ordenó —con el pretexto moral de que el vino incitaba a las revueltas— que se arrancase la mitad de la vid de las provincias, con el objeto de que, en su lugar, fuera sembrado este cereal. Se ha fechado esa decisión en el año 92 o en 95 (Tchernia, 1986). El proyecto se basaba en el sentimiento de que las tierras italianas se veían apartadas del cultivo de los cereales, dependiendo de forma 1

exagerada de las importaciones, pues, debido a la existencia del Imperio, resultaba más barato importar una tonelada de cualquier cereal que producirla localmente; cosa de la que ya eran conscientes tanto Augusto como Tiberio —a cuyo cincuentenario por cierto dedicó Domiciano una moneda—, y tenida muy presente por otros emperadores como Claudio. El abandono del cultivo de los campos preocupaba, y Plinio nos hace notar que “los latifundios perdieron a Italia”, refiriéndose sin duda no tanto al tamaño de las explotaciones cuanto a la poca atención dedicada a las mismas, en la línea en que poco antes lo había hecho Columela. Debemos partir del hecho de que Roma tenía una economía que hoy día sólo podemos ver a la luz de lo que sucede en nuestro aún llamado impropiamente “Tercer Mundo”, donde los gobiernos dedican cada vez menos atención a los problemas de la agricultura, base fundamental del sustento de cerca de dos tercios de la población. El mundo de los negocios, limitado en buena medida a la especulación financiera, iba haciendo fuerte la vida de la ciudad a expensas de un campo que no recibía apenas nada a cambio. Atraídos por una mejor vida, los agricultores tendían a emigrar hacia la ciudad, lo que implicaba una enorme presión que imposibilita la cobertura de las necesidades básicas de vivienda, empleo y servicios para atender a la demanda de esta población urbana en crecimiento. Esto, a su vez, generaba otros problemas pero sobre todo un hecho dramático: cada vez que un agricultor abandonaba el campo y emigraba a la ciudad, se estaba ante un productor de alimentos menos y un consumidor de alimentos más. Y los gobiernos, que tenían su sede en la ciudad y para los que la población urbana representaba un riesgo de sublevación mayor que la 2

rústica, tendía a comprar esos alimentos en el exterior, lo que no sólo desequilibraba la “balanza de pagos”, sino también la llamada dependencia alimentaria, y afectaba a la producción de alimentos locales. Aquellos campesinos que, en cambio, se quedaban en su tierra, se veían agobiados por condiciones de pobreza en progresivo incremento, debido a la falta de atención hacia la agricultura y al proceso de emigración de la población joven, y sobre todo masculina, a las ciudades. De ahí que se limitaran en muchos casos a los llamados cultivos de subsistencia, es decir, a producir alimentos para su propio y casi exclusivo consumo. Faltos de capital, se veían privados de los medios de regenerar la tierra (maquinaria, abonos) y la producción decaía. El consumo de madera como combustible casi único (Meiggs, 1982), acrecentaba los efectos negativos sobre el medio ambiente. En este sentido, las medidas de los Flavios, tendentes a aumentar la productividad por la vía de la racionalización de la utilización de los recursos, no hacen sino intentar hacer frente a una situación largamente denunciada. La vida urbana, que los propios emperadores contribuyeron a expandir, apartaba a la gente de la producción en el campo buscando un mejor nivel de vida en las ciudades, y la convertía en mayor consumidora de artículos que no eran de primera necesidad. La demanda de vino en una ciudad como Roma tenía que haber llegado a ser grande. De hecho el propio Augusto tuvo que reprimir a una multitud que le exigía este producto aconsejándole que aprovechara los magníficos acueductos creados por Agripa para amortiguar su sed. La parte más emprendedora del empresariado rural debió de considerar las posibilidades del negocio y las ánforas dan testimonio de la importancia del viñedo italiano. El 3

mercado de Roma atraía además la producción de otros centros productores, como por ejemplo el hispano, donde el programa flavio de expansión de la vida urbana llevaba a la de este tipo de productos. Pero, aunque llegase a ser rentable, y hacia su producción se dirigiesen las inversiones especulativas -que, como señala P. Veyne (1990), eran perfectamente compatibles con el estatus de un hombre libre- lo mismo que a la de frutas, hortalizas frescas y algunas exquisiteces demandadas por la vida urbana, el vino no era un producto de primera necesidad (podía ser sustituido por el agua, como decía Octaviano) y no causaba la preocupación de los encargados de la Annona, a quienes en cambio sí preocupaba la escasez de trigo. No es de extrañar que Domiciano, ordenase arrancar las vides de las provincias y la mitad de las de Italia, con objeto de favorecer los cereales, aunque luego no se llegase a realizarlo del todo, debido sobre todo al fuerte carácter religioso que siempre rodeó al vino (la proliferación de mosaicos de tema báquico en regiones poco productoras es una prueba evidente de ello) y tomando en cuenta las quejas razonadas de algunos súbditos.

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Por otro lado, la expansión del cultivo de la vid estaba basada en la especulación, financiada con frecuencia con créditos y emprendida por muchos productores al mismo tiempo en una relación de competencia, como suele suceder en las economías preindustriales (Kriedte et alii, 1986), por lo que era fácil que se produjera una sobreestimación de la capacidad de absorción del mercado, lo que, después de fuertes subidas, debió provocar una grave caída de los precios y el hundimiento de los comerciantes, y con ella la de un tipo de banqueros ligados a ellos. La falta de dinero circulante entre las clases populares debió afectar a la compra, con lo que se desinflaría la burbuja vinaria que se presiente en el texto de Plinio (N.H., 14, 5) en que habla de los precios exorbitantes pagados por los viñedos en la etapa inmediatamente anterior. Lo cierto es que, sea por la causa dominante que fuera, el comercio interregional del vino se derrumbó y los flujos comerciales se orientaron ahora, esencialmente, al abastecimiento regional, utilizando para su transporte, mayoritariamente, odres o toneles, en vez de envases de usar y tirar como eran las ánforas.

Los alfares béticos, por ejemplo, dejaron de fabricar grandes cantidades de ánforas vinarias (y también de salazones, cuyo comercio era igualmente libre) y se limitaron a las olearias —dado que la compra del 5

aceite por el Estado garantizaba una salida al producto—, aunque ampliaron al mismo tiempo, a veces, la producción a un artículo que empieza a tomar auge ahora en las construcciones a imitación de lo que ya sucedía en Roma: el ladrillo. Y esto no sucedió sólo en esta región. Así, por ejemplo, en la Tarraconense, será en este periodo cuando se detecte un importante retroceso en el número de establecimientos rurales a pesar de que aquellos que perduran tienden a agrandarse y mejorar lujosamente, como corresponde a una época de crisis, en que el capital tiende a concentrarse y a disminuir la clase media.

G. CHIC GARCÍA, Historia de Europa (ss. X a.C.- V d.C.), Universidad de Sevilla, 2014, pp. 565-567.

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