La cooperación técnica universitaria: rasgos del ámbito valenciano

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La Cooperación Técnica Universitaria: Rasgos del ámbito valenciano.

XIMO REVERT ROLDÁN

El objetivo de este artículo es reflexionar sobre la situación a la que se pueden enfrentan las universidades para establecer su dimensión cooperadora como nuevo actor de desarrollo en la sociedad. El marco de actuación de las universidades en el ámbito de la cooperación al desarrollo humano y sostenible (DHS) viene definido en el Plan Director de la AECI 2005-2008. En él se establece que: La Universidad constituye un ámbito privilegiado para la cooperación al desarrollo, desde dos perspectivas fundamentales: en primer lugar como institución dotada de recursos técnicos y humanos altamente cualificados, que abarcan todos los campos del conocimiento, y cuya proyección hacia los procesos de desarrollo de los países y sociedades destinatarias de la ayuda española puede ser de gran importancia. En segundo lugar, porque constituye un espacio de enorme interés para la sensibilización y educación de un segmento significativo de la población, y para la difusión de valores solidarios y universalistas en un sector de la juventud llamado a jugar un relevante papel social en el futuro. Durante los últimos años, la cooperación universitaria al desarrollo ha ido ampliando sus ámbitos de actuación. Reflejo de la importancia de esta cooperación es la “Estrategia de Cooperación Universitaria al Desarrollo”, elaborada por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, en 2000. Sin embargo, la creciente proyección hacia el exterior del trabajo de las universidades ha propiciado un panorama en el que se solapan diversas actividades internacionales de carácter universitario, desarrolladas en un gran número de países y con diferentes contrapartes. Por ello, es necesario delimitar de manera precisa el ámbito de la cooperación al desarrollo diferenciándolo, hasta donde sea posible, de otros aspectos de la cooperación internacional de las universidades. Àgora - Revista de Ciencias Sociales nº 16 - 2007

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En este sentido, se pueden considerar como ámbitos de la cooperación universitaria al desarrollo los siguientes: – Investigación para el desarrollo. – Investigación aplicada y transferencia de tecnología adaptada a las condiciones locales. – Fortalecimiento institucional de las universidades de países en vías de desarrollo. – Educación para el desarrollo y la sensibilización. – Asesoría técnica en las distintas fases del ciclo de los proyectos. – Formación de profesionales en los ámbitos de la cooperación y el desarrollo. – Fomento del voluntariado y formación inicial de los estudiantes. Sin embargo, no debe excluirse que, dentro de su autonomía financiera, las universidades puedan llevar a cabo proyectos propios de cooperación al desarrollo en aquellos sectores que resulten especialmente adecuados a las características de la universidad, como la capacitación profesional o la educación social. Asímismo, debe tenerse en cuenta que la alta capacidad técnica de las Universidades puede redundar en beneficio de las intervenciones de otros actores de la cooperación, como las ONGD o el sector empresarial, mediante el establecimiento de fórmulas de asociación. Es necesario un mayor y más expreso reconocimiento, por parte de las distintas administraciones públicas, del papel de las universidades en la cooperación al desarrollo, lo que debería traducirse en mecanismos de coordinación de las actuaciones que permitan la plena inserción de las mismas en las estrategias generales de cooperación. Ello implica la necesidad de fortalecer la relación entre la universidad y los distintos agentes públicos y privados de la cooperación, así como de favorecer instrumentos y marcos que permitan una más estrecha colaboración entre ellos, para la puesta en marcha de proyectos y programas conjuntos. Para ello, las administraciones públicas deberán promover espacios de confluencia que reconozcan el papel de la Universidad como agente de la cooperación, favorezcan la complementariedad de esfuerzos y promuevan un mejor aprovechamiento de los recursos existentes. En este sentido, debe fortalecerse la participación de las universidades en los Consejos de Cooperación, tanto a escala estatal como en el caso de las Comunidades Autónomas. También en esta dirección, el fortalecimiento de las estructuras de cooperación de las universidades será uno de los objetivos de la Cooperación Española. Para ello la Cooperación Española apoyará la coordinación entre las distintas universidades y primará el compromiso de éstas 140

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mediante el apoyo a aquellas actuaciones que cuenten con aportaciones de las universidades, y entre estas, las que impliquen una mayor participación de distintos sectores de la comunidad universitaria y una mejor coordinación de acciones e instrumentos. Para llegar a este punto las universidades emprendieron una intenso recorrido de políticas, acciones y proyectos en el ámbito de la cooperación al desarrollo que se clarifica con la redacción de la Estrategia de Cooperación Universitaria al Desarrollo (ESCUDE) y que se afianza con el reconocimiento por parte de la Administración Estatal y Autonómica de las universidades como actores efectivos de esa cooperación junto a otros actores tal y como se plasma en la redacción de los Planes Directores respectivos. Ante la irrupción de la acción universitaria en la cooperación al desarrollo española fueron muchas las voces externas e internas al sector universitario que pusieron en duda la función de la Universidad como un actor más de la cooperación tal y como todavía se pudo debatir en el II Congreso de Universidad y Cooperación al Desarrollo (Murcia, 2004). Hubo posturas que concedían a las universidades un papel subsidiario al quehacer de otros actores de la cooperación reconocidos y consolidados. Otras voces reclamaban la definición de un marco específico del sector universitario en cooperación al desarrollo que eludiera injerencias y evitara duplicidades en la acción llevada a cabo por otros agentes. Hoy podemos decir que al finalizar el primer lustro de este siglo ese debate ha quedado prácticamente zanjado. El trabajo de las universidades en este sentido, sus resultados, sus revisiones y sus estrategias coordinadas han puesto de manifiesto ante la sociedad, de la que forman parte, que las universidades deben y pueden ejercer su acción responsable para un desarrollo humano y sostenible (DHS). El último Congreso sobre Universidad y Cooperación al Desarrollo celebrado en Madrid en la primavera de 2006 puso de manifiesto ente otros muchos logros que: 1.–La Universidad como institución social tiene como deber irrenunciable contribuir a la erradicación de la pobreza en el mundo (difusión de conocimientos críticos, investigación para el desarrollo, contribución al desarrollo educativo y profesional en regiones que lo necesiten) 2.–En los últimos quince años se han creado en España decenas de estructuras universitarias de gestión de la cooperación al desarrollo. Estas estructuras, oficinas o servicios están bien repartidas por todas las universidades españolas en forma de institutos, patronatos o fundaciones, asociaciones o, mayoritariamente, servicios de cooperación dentro de la propia estructura organizativa y de gestión de la institución. 3.–Existe un perfil profesional identificable que se viene ocupando de estas gestiones y que aspira a ser reconocido en sus deberes, derechos y obligaciones. 141

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4.–La propia naturaleza de la estructura universitaria resulta, bien canalizada, una plataforma de trabajo efectiva, formal, institucional pero también flexible desde donde desarrollar acciones solidarias y de cooperación estables, pero sobre todo, legitimables. La tendencia de la acción cooperadora de la Universidad camina hacia una mayor planificación de los recursos y de las acciones o proyectos, abandonando como puede su funcionamiento disperso caracterizado en muchas ocasiones por una gestión basada en la atención a oportunidades y por la agregación de iniciativas. Podría decirse que la participación de la Universidad en el sistema español de ayuda está relacionada con el efecto de reorganización, autocrítica y reformulación de pautas de cooperación universitaria que van quedando obsoletas. La creación de redes, plataformas y órganos conjuntos de decisión y planeamiento generados por las propias universidades o alentados por las Administraciones públicas debe redundar en una eficacia y mejor destino y control de los recursos disponibles. Otra cosa es, como apunta José Antonio Alonso1, si cada Universidad conoce cual es su potencial cooperador en cuanto a sus funciones básicas docentes, investigadoras y de gestión. Algunos factores de incidencia a ponderar en la acción cooperadora de las universidades pueden ser: 1.–La eclosión de instituciones universitarias públicas y privadas creadas en los últimos quince años ha favorecido sin duda las opciones de investigación y de formación disponibles en el mercado de la formación (estatal y europeo). Pero también hace que se solapen titulaciones, currícula formativos y por tanto resultados de la investigación y de gestión de proyectos o iniciativas entre universidades de un mismo territorio autonómico que se han visto en la obligación de “pujar” por atraer hacia si la financiación (principalmente pública) necesaria para la institución y para sus proyectos. Ello ha generado cierta descoordinación y distorsión en la gestión de iniciativas para el desarrollo. 2.–Las universidades, especialmente las públicas, tienen la obligación social de dar cuenta de sus resultados, de su gestión y de sus proyectos. Más aun cuando los recursos para estas acciones son de carácter solidario y fundamentan su presupuesto inicial en la aportación voluntaria de miembros de la propia comunidad universitaria, o en el mejor de los casos en la asignación del 0’7 del presupuesto de la Universidad a la cooperación al desarrollo –la Universitat de València aprobó en Claustro esta práctica presupuestaria en 1995–. La visualización de esa

1 Cooperación Universitaria al Desarrollo. Jornadas de trabajo del Consejo Social de la Universidad Pública de Navarra (2003); Ed. Consejo Social de la Universidad Pública de Navarra, Pamplona.

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gestión y de sus resultados tiene mucho que ver con la imagen institucional que cada universidad intenta proyectar hacia su entorno (inmediato o mundial). Para ello necesita obtener la titularidad y las inversiones de los proyectos que es capaz de generar en un entorno de competitividad que a veces dificulta la coparticipación de diversas instituciones en un mismo proyecto integral de más largo alcance cualitativo y cuantitativo. 3.–El principio de autonomía universitaria y de libertad docente e investigadora en el seno de cada universidad, unido al afán cooperador de los integrantes de su propia comunidad universitaria facilita la generación de iniciativas solidarias, que bien formuladas acaban constituyendo proyectos singulares de interés pero que dibujan un escenario disperso de la cooperación universitaria al desarrollo (CUD), incluso dentro de una misma universidad. Esto plantea a las instituciones universitarias y a sus órganos de gobierno el reto de planificar su contribución directa al sistema de ayuda, y exige en cada caso dirimir si cada proyecto surgido en el seno de su comunidad universitaria puede o no obtener el respaldo institucional de su propia universidad (especialmente en le caso de las grandes y centenarias universidades españolas). A nuestro entender lo que legitimaría la acción solidaria surgida de los diversos miembros de cada comunidad universitaria es su asunción responsable por parte de los propios sistemas de participación, representación y gobierno democráticos de la institución cuando la disponibilidad de efectivos humanos, de recursos materiales y económicos, y el apoyo de gestión se hacen con recursos públicos de la propia universidad. La legitimación de esas acciones en el exterior no puede solo sustentarse en la pertenencia de su o sus impulsores a una institución universitaria y su marca. 4.–Existe cierta contradicción de tendencias entre lo que supone el modelo de financiación de las universidades españolas y lo que se espera de ellas. Esta contradicción a nuestro entender se hace más incisiva en el caso de las estructuras solidarias de las universidades españolas y de los resultados de su cooperación al desarrollo. Por una parte la tendencia creciente del sistema universitario estatal viene a basarse en que la financiación pública quede restringida a los servicios de docencia e investigación de las universidades. Ello va forzando a que muchas instituciones académicas deriven servicios y gestión “extra-académicos” a terceras empresas, a Fundaciones o estructuras paralelas a la institución cuyo control por parte de los órganos de gobierno resulta más difuso y distante. Sin embargo son las mismas instancias gubernamentales (autonómicas y estatales) las que han rescatado para su compromiso con el desarrollo a las Universidades como un actor efectivo y eficaz en sus planes de cooperación. Esta asunción gubernamental debiera derivar en el reconocimiento concreto y explícito de las tareas y responsabilidades encomendadas a quienes, principalmente desde el cuerpo docente e investigador, las asumen por designación. Se trata de un reconocimien143

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to no necesariamente dinerario, pero si al menos curricular y de dedicación docente. 5.–En el momento actual los recursos destinados a la cooperación al desarrollo que gestiona una sola universidad pueden llegar a ser de tal magnitud, junto a la proyección social y mediática de sus resultados, que la cooperación universitaria al desarrollo se ha convertido sin duda en una plataforma interesante dentro de la política universitaria y de sus responsables, que si queda fuera del control legítimo y democrático del sistema de participación, responsabilidad y de toma de decisiones de las instituciones académicas, puede generar problemas de funcionamiento y de responsabilidades a los propios equipos de gobierno de la institución. 6.–Partimos de la convicción de que la voluntariedad en temas sociales y de cooperación al desarrollo contemplan una doble dimensión: el derecho personal del individuo, singular o colectivamente activo, por entregar o compartir parte de su disponibilidad, conocimiento y habilidades a una causa que seguramente le generará un provecho en su persona que no busca necesariamente el beneficio lucrativo; y en otra dimensión, el compromiso personal y urgente por arrimar el hombro ante una administración de lo público que, haciendo dejadez de sus funciones, no prioriza lo suficiente –y hasta legitima– problemas de desarraigo social y eliminación de la pobreza. El voluntarismo crítico sabe que su acción viene a solventar la falta de responsabilidad y capacidad de acción en el terreno que no quiere ocupar la acción pública o el negocio. El desarrollo de acciones solidarias y de cooperación al desarrollo legitimadas en la voluntariedad de sus actores y responsables genera a estas alturas no pocos problemas de gestión, de coordinación y de responsabilidad, y por tanto, de trascendencia social y visibilidad de la cooperación al desarrollo de una institución. Es por ello que quizá cuanto más y mejor esté definido el marco (plan) de actuación de cooperación al desarrollo de una universidad más sinergias se podrán crear entorno al plan y a la misión de la institución. ¿Cómo canalizar, pues, ese derecho y ese compromiso ciudadano y universal reduciendo las disfuncionalidades existentes? Quizá ahora más que nunca, la Universidad juega un rol fundamental en la formación de una conciencia solidaria y como instrumento de lo público para asistir a quienes renunciando a las formas de la violencia deseen incorporarse a un “servicio civil” , regulado y legitimado a favor de las comunidades locales e internacionales, tras su paso imborrable por –en este caso– las “academias” civiles por antonomasia: las universidades. 7.–Resulta evidente que el deseo de quienes elaboran los presupuestos de muchas estructuras solidarias es que, si fuera posible, el 100% de lo presupuestado debería estar destinado exclusivamente a la financiación de proyectos y acciones de cooperación al desarrollo. Sin embargo una cooperación universitaria al desarrollo eficaz (ahora ya reconocida por las Administraciones) debe contemplar equipos de ges144

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tión que las ejecuten con garantías de formulación, tramitación, ejecución y evaluación de cada actividad que permitan analizar experiencias, devolver resultados y controlar gastos, así como dar soluciones técnicas a los responsables de estas acciones antes ineludibles eventualidades. Es difícil llevar adelante una correcta cooperación sin equipos o con equipos mal conformados. En este último lustro se han registrado en funcionamiento más de setenta estructuras solidarias en el sector universitario español2. Recientemente se ha puesto de manifiesto la necesidad del reconocimiento profesional de estos equipos ante diversas instancias internas o externas a la propia universidad. Se trata de una evolución lenta pero ineludible en las universidades españolas la que deslinda de los tradicionales servicios de relaciones internacionales los servicios de cooperación al desarrollo propiamente dichos. En todo caso sin personas capacitadas, sin profesionales, sin recursos humanos en definitiva no es posible ejecutar los recursos económicos existentes. En alguna parte de los presupuestos de coste de la cooperación debe consignarse adecuadamente los costes de quienes técnicamente los ejecute por mandamiento institucional. En la práctica, estos profesionales devienen el soporte técnico imprescindible para la iniciativa cooperante voluntaria (de profesores, personal de administración y servicios, y de los estudiantes), y reducen le margen de riesgo de las actividades o proyectos. 8.–Las acciones de cooperación al desarrollo universitarias son de muy diversa tipología. En la actualidad se están retomando algunos esfuerzos y voces anteriores que ponen de relieve la necesidad de tipificar estas acciones. Ello contribuirá, sin duda, a la mejor planificación de los recursos y a la ordenación de los planes anuales de actuación de cada institución en relación con el resto de actores de la cooperación. 9.–Podríamos referirnos a lo que reconocemos como dos momentos y modelos divergentes de llevar adelante la cooperación al desarrollo desde las universidades: por una parte, aquellas instituciones que iniciaron su andadura en la cooperación al desarrollo singularizando un servicio universitario para coordinar las primeras acciones. Los diversos miembros de la comunidad universitaria que tenían iniciativas de desarrollo que plantear eran dirigidos a estos servicios para obtener recursos, asesoramiento o apoyo a sus proyectos. Se trata quizá de una fase incipiente de la organización institucional de la CUD. La cooperación así, podía entenderse por el resto de miembros de la propia comunidad como un servicio más, una política universitaria más, con poco peso en el conjunto de políticas universitarias y sus problemas. Por otra parte y tras años de convulsión social por el panorama mundial y tras décadas de trabajo por una sensibilización social y de la propia comunidad universitaria hacia lo que todos nos jugamos en este 2 Arias Careaga, Silvia; Simón Ruiz, Alfonso (2004): Las estructuras solidarias en las Universidades Españolas: Organización y Funcionamiento, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid. Este estudio es una aproximación necesaria y sistemática a la eclosión de organizaciones universitarias de cooperación al desarrollo.

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proceso de mundialización y los desequilibrios del modelo predominante y neoliberal de desarrollo, muchas instituciones académicas han visto crecer desde diversas instancias, departamentos, facultades y servicios de sus propias universidades acciones (la mayoría sensibilizadoras) sustanciadas en valores solidarios, en los problemas del desarrollo y con ánimo cooperante pero no necesariamente coherentes con los códigos éticos de la cooperación al desarrollo, ni coherentes con lo que debieran ser la líneas directrices de la CUD establecidas por la propia institución. En un trazado de ida y vuelta, sin duda positivo, la situación actual se diferencia ya de la inicial cuando empezaron a crearse estas primeras estructuras solidarias de gestión de la cooperación. La eclosión de estas acciones en el conjunto de actividades sociales, intra y extra universitarias, donde los servicios de estudiantes, de cultura, de investigación, de planeamiento e infraestructuras, de relaciones internacionales, de voluntariado universitario, institutos, se han lanzado a postular sus acciones con un valor solidario y cooperador, se ha vuelto a hacer necesaria, más que nunca, una coordinación institucional que ya no vuelca su política de cooperación en un solo servicio sino que debe contar con la diversidad de actores de la propia comunidad universitaria para manejar una política coherente de cooperación al desarrollo con múltiples instancias intra-universitarias en actuación, con nuevas demandas, con nuevos demandantes, con nuevos colaboradores externos, y con capacidad de adhesión real a los postulados que se establecen en redes y foros a los que pertenece. Las universidades que crearon incipientes estructuras solidarias han comprobado con interés cómo se ha diversificado la naturaleza, origen y actores de sus acciones solidarias entre su propia comunidad universitaria. Esta horizontalización de la práctica cooperante en el seno de cada universidad ha puesto de manifiesto la necesidad de reordenar la CUD e incorporarla a las razones y postulados de la propia política universitaria. 10.–No en vano, algunas universidades en cumplimiento del Código de Conducta de las Universidades en Materia de Cooperación al Desarrollo (CEURI, 2005), en concreto de su artículo 13, relativo a la identidad de la Cooperación Universitaria al Desarrollo están incorporando a sus estatutos y a sus planes estratégicos los postulados y compromisos que este Código invita a adoptar. Con anterioridad a la promulgación consensuada de este código algunas universidades ya habían hecho frente a la diversidad de acciones cooperadoras al desarrollo de sus comunidades universitarias creando órganos de asesoramiento y de coordinación acordes con la razón democrática, participativa y la estructura académica de sus comunidades universitarias. Desconocemos si la puesta en marcha y ratificación de este reciente código de conducta impulsará la creación de órganos de coordinación plurales y coparticipados en aquellas universidades donde no exista, pero creemos que a 146

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medio plazo será necesario establecer comisiones o consejos emanados de los Claustros (o parlamentos) de cada universidad a modo de Consejos de Cooperación Universitaria al Desarrollo desde donde establecer, controlar y coordinar esa política de cooperación con la estabilidad y perdurabilidad necesarias. A nuestro entender, la cooperación universitaria al desarrollo en una institución dada, debe contemplar un órgano de decisión, y por otro lado, un órgano de asesoramiento para el establecimiento de sus coordenadas de actuación. Al órgano de decisión corresponde, según la representación de los estamentos y fuerzas con representación en sus Claustros, el establecimiento de las líneas de actuación, de los recursos humanos y presupuestarios que la institución va a destinar anual y plurianualmente, del control y evaluación de los resultados y de su rendición de cuentas al Claustro del que emana. Sin embargo pensamos que este órgano debe asesorarse de expertos, técnicos y agentes activos de la cooperación de la propia universidad que emitan informes, observen el cumplimiento de los indicadores y objetivos previstos en cada acción que se proponga, que reconozca buenas prácticas de cooperación al desarrollo dentro y fuera de la propia universidad y sobre todo que aporte análisis y reflexiones críticas hacia aquellas tendencias que se alejen de un compromiso con el desarrollo humano y sostenible desde una óptica mundial y junto a las disposiciones que organismos internacionales vienen proclamando en cuanto a las prioridades contra la pobreza. Es decir, cuanto más compleja, participada y contrastada quiere ser una política de cooperación al desarrollo en una universidad, más necesario se hará conformar un plan director de la cooperación al desarrollo universitaria. No tanto en el sentido de “estrategia” universitaria al desarrollo, sino más bien en el sentido de marcar prioridades, de establecer procesos de concurrencia a recursos –propios o externos en nombre de la institución– debidamente contrastados y participativos, de optar por líneas de actuación hacia lo que propiamente pueda atender una institución universitaria sin despilfarrar esfuerzos o suministrando aquellos que estén realmente a su alcance, de proponer instrumentos de ejecución y determinar responsables para cada acción, y de orientar a su propia comunidad universitaria respecto de lo que la cooperación al desarrollo de su universidad espera de cada equipo, de cada asociación o entidad de su propia institución. 11.–Hasta hace una década, la formación contra la pobreza y las injusticias mundiales podía situarse en dos ámbitos bien distintos: tanto por contenidos como por suministradores de esa formación. Por una parte tendríamos aquella formación superior de base fundamentalmente teórica junto a otra formación de carácter no formal, extra-académica, y surgida de la práctica y experiencias in situ sobre cooperación al desarrollo que ante la demanda de formación de nuevos cooperantes y voluntarios ha ido cubriendo el espacio formativo que la Universidad ha tardado en satisfacer. Con el tiempo estos dos ámbitos concernientes 147

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a la formación en cooperación al desarrollo han convergido necesariamente. El tejido social no ha tardado en exigir a las Academias que suministren voces críticas y sólidas que reformulen el conocimiento sobre los desequilibrios mundiales y sobre los factores y responsables que extienden la pobreza y esquilman nuestro entorno ambiental. Con la creación de no pocos postgrados sobre cooperación, desarrollo, derechos humanos, sostenibilidad, migraciones, resolución de conflictos internacionales, esta formación ha sido legitimada y reconocida, ha necesitado de la contribución de quienes han estado al frente de la cooperación desde plataformas activas y han generado promociones de profesionales cooperantes. Sin embargo, el reto que tiene ante si la Universidad es quizá una vez más, horizontalizar en sus disciplinas valores más acordes con los retos y objetivos del milenio, reconocer que el ciudadano universal debe también de salir de sus aulas con un conocimiento crítico con el modelo imperante de mundialización y abierto a los retos del milenio que difunde por ejemplo Naciones Unidas o la UNESCO. Sus expertos e investigadores deben contribuir junto al tejido social organizado a mantener y mejorar ese debate crítico, proponer soluciones y exponerse a la reflexión y crítica de quienes están al otro lado de la Academia. Desde principios de los 90, decenas de cátedras UNESCO surgieron desde el ámbito universitario por todo el mundo. Más allá de su rica heterogeneidad temática, organizacional y presupuestaria, se trata sin duda de una iniciativa impulsada por la UNESCO que ha establecido en el seno de cada universidad de acogida una formación legitimada en materias que afectan directamente al desarrollo humano y sostenible desde un enfoque coherente con los postulados de Naciones Unidas. En el mejor de los casos esta formación se ha entroncado adecuadamente dentro de los propios ciclos formativos y de las titulaciones que emite la institución. En otros casos, su oferta formativa ha quedado supeditada a interesantes propuestas de libre opción para los estudiantes más interesados. Las cátedras UNESCO como plataforma de gestión de iniciativas para el desarrollo se han convertido en el germen de sólidos servicios universitarios de cooperación y solidaridad. Pero de lo que no cabe duda es de que, con los años transcurridos, el conjunto de Cátedras UNESCO, a través de sus mecanismos de reflexión conjunta, de sus redes, de su vigor social y académico, han creado puntos de contacto en todo el planeta con los que armonizar proyectos de desarrollo, de investigación y de cooperación interuniversitaria. En pocos años, en las universidades españolas han proliferado decenas de cátedras de todo tipo con financiación y objetivos diversos cuya constitución ha aportado recursos a las universidades de acogida. Al respecto, si los ODM se han convertido en un referente programático mundial para contrarrestar los argumentos y resultados del neoliberalismo rampante, es interesante observar cómo muchas de estas cátedras UNESCO especializadas en desarrollo o cuestiones medioambientales 148

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han abierto sus propuestas hacia el Desarrollo Humano y Sostenible (DHS) integrando en su concepto de desarrollo cuestiones de ética social, de gobernabilidad, de distribución de riqueza y recursos, de democratización de oportunidades, y de respeto a la diversidad cultural y medioambiental. A nuestra consideración este aspecto resulta interesante y más acorde con lo que viene postulando la UNESCO al respecto de dinamizar la sociedad en torno a la protección del patrimonio natural y cultural como factor de desarrollo. De hecho así se viene poniendo en práctica a escala local en aquellos municipios que se han acogido a la razonable puesta en marcha de sus Agendas 21, que si bien en un inicio surgieron como respuesta de la ciudadanía y sus gobernantes por abordar de manera organizada y conjunta propuestas corresponsables ante las amenazas a la sostenibilidad del territorio, han acabado por incorporar factores de tipo social y cultural imprescindibles para re-concebir el futuro de su propio entorno ante las amenazas de un modelo de desarrollo rapaz, extenuante y desequilibrado que esquilma recursos (naturales y también del patrimonio cultural) hipotecando opciones de futuro para la región. Si trasladamos esta observación al ámbito de la cooperación universitaria cabría pensar que a la hora de abordar el desarrollo humano y sostenible, las mejores aportaciones y soluciones duraderas serán participadas tanto por disciplinas técnicas, sociales, sanitarias como humanísticas, sin exclusión. Solo así podría superarse una práctica de cooperación no tan asistencial y más próxima al desarrollo integral de comunidades sociales en regiones determinadas, donde los modelos de gobernanza, de recuperación y uso de recursos culturales y naturales, de estabilidad de entornos de justicia redistributiva y civil son cruciales. En algunos casos, la dinámica de las Cátedra UNESCO permite la incorporación temporal de docentes e investigadores procedentes de universidades de países en vías de desarrollo generando en el seno de las universidades españolas de acogida enfoques contrastados desde el Sur sobre temas de relevancia en materia de desarrollo. En no pocas ocasiones, la transferencia de conocimiento y de investigación aplicada generada en universidades del sur descubre a los equipos docentes e investigadores de las universidades del mundo desarrollado enfoques o prácticas más razonables, más acordes, con el desarrollo humano y sostenible: no ya solo para mejorar su aplicación en el llamado Sur, si no también, para revisar los modelos de desarrollo del llamado Norte (algo que venía reclamándose desde hace décadas por muchas organizaciones no gubernamentales de desarrollo). Alguna de estas experiencias académicas se consolida posteriormente en lazos de cooperación universitaria entre grupos de investigación, junto al establecimiento de interlocutores válidos entre universidades con afán cooperador. En esos casos, el ámbito universitario del llamado mundo desarrollado, a través de los profesores visitantes por las cátedras conoce de primera mano la reali149

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dad medioambiental, social, política o cultural de países del sur. En este sentido, las universidades valencianas han desarrollado fuertes lazos de trabajo con el especio universitario latinoamericano, pero tienen ante sí el persistente reto de conjugar sus esfuerzos hacia el área mediterránea, sus universidades y el tejido social organizado que se manifiesta en su entorno. Al respecto resulta especialmente relevante la práctica cooperadora al desarrollo universitario que ha puesto en marcha la Xarxa Vives d’Universitats que reúne a todas las universidades públicas del área catalanohablante. Esta red, a la que pertenecen las universidades valencianas y tiene su sede central en la Universitat Jaume I de Castelló, ha diferenciado en su organización el ámbito concreto de relaciones internacionales del de solidaridad y cooperación al desarrollo constituyendo una comisión específica de trabajo que lleva adelante programas de cooperación ínter universitaria como el de Recuperación académica de la Universidad de Pristina en Kosovo y ahora el Programa de Cooperación con las Universidades de Argelia (PAU). Se trata de un programa a largo plazo en el que todas las universidades del mediterráneo español han planteado acciones o proyectos concretos a las demandas planteadas por la propia red de universales argelinas. Una vez analizadas y evaluadas las propuestas, éstas han pasado a formar parte del Programa (PAU) para el que se ha buscado la financiación necesaria en su primera fase de ejecución. En definitiva se han armonizado esfuerzos, se han reactivado históricos lazos de relación ínter universitaria entre las universidades de ambos lados del mediterráneo (español y argelino) y se han conjugado en un solo plan para recabar de instancias, principalmente gubernamentales, la financiación necesaria en un intenso esfuerzo de organización. En otro orden de cosas, es necesario indicar que la presencia de estudiantes universitarios procedentes de otras culturas y de otras regiones del mundo en las universidades valencianas puede convertirse en un eficaz activo para la cooperación al desarrollo. Más allá de la atracción que las prestaciones y oferta formativa de las universidades valencianas puedan tener para los hijos de aquellas familias de países en desarrollo que pueden enviarlos a estudiar a Europa, su incorporación a nuestras universidades debiera permitir alcanzar objetivos más solidarios y mundializadores. En el sentido de revisar la restringida visión “desde el norte” de algunas asignaturas, de facilitar el intercambio de ideas y cosmovisiones, de estimular entre el alumnado la convivencia de experiencias y hábitos de vida social y académica, de atenuar las segregaciones hacia estos estudiantes que el sistema pueda inducir, y en definitiva mejorar el sistema de acogida con una perspectiva de codesarrollo. Es decir, son los nuevos alumnos procedentes principalmente del sur mediterráneo y de Latinoamérica los que en su formación en las universidades valencianas pudieran integrar en sus investigaciones hacia el final de sus estudios, la perspectiva de desarrollo a partir de necesida150

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des y observaciones de sus propias regiones de origen; son estos estudiantes quienes pueden aportar con estas investigaciones el germen de futuros proyectos de cooperación al desarrollo e integrarse en los equipos pluridisciplinares que los lleven a cabo. El dinamismo de las asociaciones de estudiantes, los dispositivos para facilitar viviendas compartidas a éstos, el sistema de acogida y el seguimiento académico de los alumnos, su proyección profesional en instituciones y sector privado de sus países de origen, la tramitación y traducción jurada a efectos internos de documentos, la disponibilidad de certámenes, canales y medios de comunicación estudiantiles donde poner de manifiesto otros enfoques, otras sensibilidades y debates, el sistema de becas y ayudas al estudio, tienen que ver con esa mudialización de la vida universitaria. Al fin y al cabo se trata de experiencias ya conocidas y exitosas para el sistema universitario español a través del programa Erasmus en el caso de estudiantes de ámbito comunitario europeo que en un futuro deberá extenderse a otras regiones y espacios de educación superior de otras regiones del mundo, como ya ha llegado a proponer alguna entidad financiera española. El afianzamiento institucional entre universidades valencianas y otras del llamado sur, ha permitido en el último lustro poner en marcha otras prácticas consistentes en matricular estudiantes de países en vías de desarrollo como alumnos de la Universitat de València sin desplazarlos de su lugar de residencia, y trasladar temporalmente a profesorado a impartir asignaturas e integrarse en titulaciones o doctorados de universidades del sur, cuyos estudiantes al finalizar sus estudios obtienen su título por alguna de las universidades valencianas evitando el costoso (y en ocasiones sectario) desplazamiento de decenas de alumnos a tierras valencianas. Así ocurre en Derecho Internacional (Bolivia) o Economía Aplicada (Chile y Cuba) por parte del profesorado de la Universitat de València. La incorporación del sector universitario al sistema de ayuda al desarrollo español plantea otra cuestión puesta de manifiesto en el III Congreso, como es la participación de estudiosos, profesores e investigadores en las consultas y elaboración de informes que exigen instancias gubernamentales en materia de cooperación al desarrollo y la evaluación de proyectos. El actual sistema de consultorías se nutre de proveedores externos, independientes y privados. Al respecto, el sector universitario podría ser un importante suministrador de este tipo de consultas e informes que demanda el sector gubernamental para su política de cooperación. En una perspectiva de coordinación entre universidades desde el norte debemos referirnos al recientemente creado (2005) Comité Universitario Valenciano de Relaciones Internacionales y Cooperación (CUVRIC). Podríamos decir que el germen funcional de este comité o estructura multiuniversitaria valenciana fue la coordinación entre responsables universitarios para la creación de un curso de postgrado inter151

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universitario de cooperación al desarrollo hacia 1998. Junto a otros objetivos comunes, CUVRIC surge de la necesidad de coordinar esfuerzos hacia las regiones del mundo donde presta su apoyo, a sumar sensibilidades y resultados hacia la propia sociedad valenciana, y a plantear a la administración valenciana estrategias y recursos comunes a la cooperación universitaria al desarrollo. Cooperar debe formar parte de la propia entidad de una universidad como remarca la estimulante reflexión de Ángel Gabilondo3 en su discurso de apertura del curso de verano sobre Universidad y Cooperación organizado por la universidad de la cual es Rector. Y cooperar quiere decir también la capacidad institucional de dar opciones. Para que esa capacidad se manifieste de manera responsable y pública es necesario coordinar y organizar, lo cual no quiere decir limitar. Dar opciones al afán cooperante de los integrantes de una comunidad universitaria implica también ofrecer un marco de actuación y unas prioridades de lo que se hace con fondos públicos o con la aportación personal del 0’7 de nuestras nóminas. Cooperar también querrá decir que sabemos y admitimos que no solo estamos (deseamos) ayudar a otros, sino que estamos convencidos de que nos ayudamos a nosotros mismos, que la práctica de la cooperación es también una experiencia de ida y vuelta, con resultados que deben incidir en las partes que ejercen esa cooperación, y que el ámbito universitario es –como ningún otro– un espléndido entorno de posibilidades para ejercer experiencias y reflexiones sobre otra manera de estar en este mundo que nos ha tocado vivir. Intentar conjugar estos retos, desde el Norte, facilitará sin ir más lejos, nuestra relación y nuestra manera de afrontar la cooperación al desarrollo en un Sur al que, a menudo, dejamos perplejo con nuestras descoordinaciones técnicas, y nuestras asistencias apresuradas.

3 Gabilondo, Ángel (2006): “Misión y valores de la universidad en un mundo en cambio”, Universidad y cooperación al desarrollo, Colección de Cuadernos Solidarios, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, pp. 15-28.

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LA COOPERACIÓN TÉCNICA UNIVERSITARIA: RASGOS DEL ÁMBITO VALENCIANO

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