La constitución de voluntades políticas en el proceso de representación en Ernesto Laclau. Del sujeto histórico a la contingencia.

July 17, 2017 | Autor: A. Mendieta Rodrí... | Categoría: Ernesto Laclau and Chantal Mouffe, Hegemony, Ernesto Laclau, Representación política
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Descripción

La constitución de voluntades políticas en el proceso de representación en Ernesto Laclau. Del sujeto histórico a la contingencia. Abraham Mendieta Rodríguez Ciencias Políticas UCM Filosofía UNED La concepción marxista de la representación de voluntades políticas, en la cual una clase social sería capaz de representar a la sociedad como un universal, desde dentro de la propia sociedad y por consiguiente, llevarla a su emancipación, implicaría varios supuestos ontológicos con los que Laclau beligera a la hora de entender como se articulan las luchas políticas y sus sujetos. En primer lugar, implica asumir que la sociedad tienda a una homogenización y proletarización de la sociedad bajo la lupa económica, lo que Marx llamaba, el proceso de simplificación creciente. En segundo lugar, y con esta base teórica, supondría entender que los intereses de las clases sociales preceden ya al propio devenir político, y estan constituídos antes del proceso de representación, entendiendo este como una mera pantalla en la que se reflejan cuestiones políticas ya definidas y una clara prioridad ontológica. Esta visión de los sujetos políticos históricos en el marxismo, encarnados por el proletariado, retira completamente la importancia al componente político. Aquí los sujetos están determinados y representan intereses concretos. Por otra parte, la visión de la democracia de los modelos agregativos de Rawls o Schumpeter también plantean la necesidad de una voluntad del pueblo constituída desde antes de la representación, un sujeto racional, hijo de la modernidad, capaz de ordenar preferencias sobre la totalidad de las cuestiones políticas que le rodean, con pleno dominio de la información y capaz de realizar un permanente cálculo entre coste y beneficio. En resumen, un sujeto igualado a la sustancia que elimine la frontera entre lo real y lo racional, lo que implicaría nuevamente la necesidad del sujeto histórico y teleológico. No será hasta las teorizaciones de Antonio Gramsci en las que el componente político-ético, como él lo llama, cobre importancia para el marxismo, frente a lo estático de la esféra económica. Gramsci entiende que en el proceso de representación política sí que hay una pelea por conseguir la hegemonía, la necesidad de articular un parcial que encarne un todo en la sociedad, por ello, para el filósofo italiano, los agentes sociales serían ya las voluntades colectivas articuladas, resultados del agrupamiento plural de movimientos heterogéneos, algo que se contrapone a la sociedad tendente a la homogeneidad que Marx imaginaba, en la que dicho papel lo ocupaban las clases sociales. Es por ello que el campo de lo político-ético es el momento permanente de subjetivación y construcción de las identidades. Para Gramsci, en este punto, las clases sociales ya no evidencian intereses a los que representar, sino que el bloque histórico es el que debe articular sus intereses en el terreno político en pos de esa hegemonía. Laclau, desde una perspectiva posestructuralista, plantea que la propia constitución de esos sujetos políticos se da en el transcurrir de los procesos políticos, mediante un proceso de representación en el que lo parcial ocupa, siempre de manera contingente el lugar de lo universal. Aquí aparece su concepto de la cadena equivalencial, en la cual demandas particulares (que el autor plantea como las unidades básicas del análisis social) se agrupan bajo un paraguas común, y sin perder del todo su particularidad, quedan resguardadas discursivamente por una demanda que se articula políticamente como universalizante, aunque nunca lo es por completo y siempre es contingente. Las demandas, para Laclau, están necesariamente divididas entre su componente particular y su componente universal. Aquí no solo se constituye esa voluntad del representado, sino que se articula de igual manera el discurso del representante, así como su posición en el juego político. Son las voluntades

políticas de los agentes sociales las que se constituyen en este proceso. Laclau no olvida que la sociedad en su conjunto siempre tiene determinadas formas de sedimentación, por ello, esta autonomía que la totalización del significante vacío posee, siempre es relativa, ya que su total independencia respecto a las demandas rompería la cadena equivalencial ya que tiene una función constituyente de esta misma totalidad. Ese universal no es más que la insatisfacción de estas demandas (no solo de manera material, sino especialmente retórica) por parte de un otro, que para Laclau, también se construye discursivamente mediante un proceso de representación en el que se le universaliza como culpable de dicha insatisfacción. Resumiendo, este pueblo que se construye en antagonismo a quién le niega las demandas, sería imposible de articular sin estos mecanismos de la representación que universalizan particulares muy diversos. Llegados a este momento de desarrollo teórico, Laclau retoma la separación entre presentación originaria y representación que plantean, aunque de manera distinta tanto Derrida como Deleuze para defender que en la acción política no existen voluntades constituídas externamente al proceso de representación, que dicha relación entre lo originario y lo contingente no existe necesariamente. Esto implicaría que en el caso de los nuevos movimientos sociales, su campo político nunca estaría limitado de antemano a esa presentación originaria, ni por aquellos a los que apelan (y representan sin presentar) ni por aquellos frente a los cuales se constituyen como oposición. El movimiento, por tanto, tendría un papel contingente en su construcción discursiva que no está atado a consideraciones previas y externas al proceso político. Su capacidad de articular entre sí demandas insatisfechas y elevar algunas a la categorías de universal-contingente de la cadena de equivalencias es la máxima limitación política que el movimiento se va a autoimponer y de la que emanen todas las demás. Por consiguiente, los movimientos sociales se enfrentarían a un problema político, y es que el proceso de representación, no tendrá límites. De la visión de la representación que plantea Laclau se extraen varias consideraciones. En primer lugar, que el proceso de representación puede llegar a ser positivo para la democracia, pues en la articulación de las demandas y en la polarización de las posturas, muchos sujetos se adentran al debate político en el que se están definiendo sus posiciones y construyendo sus identidades. Esta visión posibilitadora otorga a la representación un carácter empoderador, que en el caso de los movimientos sociales permite aumentar el nivel de participación política de la sociedad en la que surge y se desarrolla. Llevando este argumento a sus últimas consecuencias, las identidades completamente constituídas no permitirían la posibilidad del ejercicio democrático, no generarían un espacio para la discusión política. Esto implica una concepción de la democracia en la que no necesariamente su contenido es mejor, sino contingente y no definido de antemano, aun sabiendo que en esa representación, siempre hay una opacidad, y que sin ella, nos enfrentaríamos a identidades desnudas. Lo democrático aquí sería aquello no esencial, que se puede construir de otra manera. En segundo lugar, y esta es una crítica común a los planteamientos de Laclau, si la articulación de las demandas comienza por la capacidad o no de respuesta y asimiliación por parte de las instituciones con potestad de hacerlo, siempre habrá un vínculo con estas mismas instituciones y en particular, con la estructura del estado. Es más, la propia proclamación de la demanda para ser satisfecha implica inexorablemente un reconocidimiento directo de la autoridad a la que dicha demanda queda expuesta para su solución. Al final, según este planteamiento, que un gobierno represente o no a los ciudadanos, no depende de una relación esencial entre estos, sino en la construcción retórica que de esta relación de poder surge como consecuencia tras la respuesta a la articulación de demandas, que en esta articulación tiene inexorablemente un carácter anti statu quo, y pone en tela de juicio la capacidad de ese mismo orden existente de satisfacerla. La demanda aquí ejemplifica la necesidad de referenciar y reconocer lo que se cuestiona.

En tercer lugar, y resumiendo en términos más teóricos esta visión que el autor tiene de la representación, el espacio de lo político no sería ya la superestructura de la sociedad, sino que tendría en sí mismo un componente ontológico de lo social. Constituiría y articularía los actores sociales de la política en el propio devenir representativo, que nunca son fundamentos definitivos, pero que dan forma a la sociedad. El sujeto hegemónico tiene el mismo fundamento que la sociedad en la que se encuentra. Si el resultado actual de la sociedad viene de una progresión inexorable y tiene un fin determinado, el sujeto histórico va de la mano. Si por el contrario, el momento social y político es una construcción contingente, los sujetos y las identidades que lo trasforman también lo serán. BIBLIOGRAFÍA •

LACLAU, E., La Razón Populista, Fondo de Cultura Económica, 2005



LACLAU, E., Poder y Representación, Politics, Theory and Contemporary Culture, Columbia University Press, 1993



LACLAU, E., Representación y Movimientos Sociales, revista www.izquierdas.cl, N°15, abril 2013, ISSN 0718-5049, pp. 214-223



MOUFFE, C., La paradoja democrática, Gedisa, 2003



PANIZZA, F., El populismo como espejo de la democracia, Fondo de Cultura Económica, 2009

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