La conciliación de la vida escolar, familiar y laboral

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Descripción

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La Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA) no se identifica necesariamente con el pensamiento, opiniones y afirmaciones de los artículos que corresponden exclusivamente a sus firmantes

Edita Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA) Presidenta Lola Abelló Planas Junta Directiva Lola Abelló Planas, Pedro Rascón Macías, Encarnación Salvador Muñoz, José Antonio Puerta Fernández, José Luis Pazos Jiménez, Fernando Martín Martínez, Antonio López Martín, Valle Vallano Bueno, José Pascual Molinero Casinos, Juan José Fornovi Vives, Francisco Redruello Parrondo, Adelma Méndez Henríquez, Juan Antonio Vilches Vázquez, Fernando Vélez Álvarez, Jesús Fernández Pageo, José Luis Sánchez Durán, Francisco Martínez Martín, Ginés Martínez Cerón, Isabel Mª Vicent Soriano-Canos, Sara Inés Vega Núñez Directora Lola Abelló Planas Redactor Jefe Pedro Rascón Macías Consejo de Redacción Lola Abelló Planas, Pedro Rascón Macías, Fernando Vélez Álvarez, Ginés Martínez Cerón, Fernando Martín Martínez, Francisco Martínez Martín Coordinador Santiago Dosal Ariza Colaboran en este número José Antonio Caride, Mª Belén Caballo, Carmen Morán de Castro, Javier Francisco Rouco Ferreiro, Raúl Fraguela Vale, Héctor M. Pose Porto, Francisco Delgado Diseño y maquetación Gregorio Chacón Administración, suscripciones y publicidad CEAPA. Puerta del Sol, 4 6º-A 28013 MADRID Tlf. 91 701 47 10 Fax 91 521 73 92 [email protected] www.ceapa.es Realiza ROELMA, S.L. Deposito legal: M-10221 - 1988 Edición: 12.500 ejemplares

S U M A R I O

CEAPA ES UNA ENTIDAD DECLARADA DE UTILIDAD PÚBLICA

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Editorial Entrevista / Ignacio Calderón Balanzategui, director general de la FAD Federaciones y confederaciones informan PLANES DE APERTURA DE CENTROS

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Abrir la escuela, algo más que cuestión de espacios y tiempos

Carmen Morán de Castro y Javier Francisco Roudo Ferreiro

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Acción socioeducativa municipal: hacia modelos organizativos más integradores

Raúl Fraguela Vale y Héctor M. Pose Porto

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La conciliación de la vida escolar, familiar y laboral

Mº Belén Caballo y José Antonio Caride

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Más allá del tiempo lectivo Francisco Delgado

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Opinión / Renovarse o morir

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Opinión / La formación de madres y padres

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Gene Palacios, presidenta de FAPA Rioja Mercedes Fernández Portugal, responsable de formación de CONFAPACAL

Política educativa / CEAPA pide más recursos para la escuela pública Noticias y actividades / Acto público de la campaña por una escuela laica Noticias y actividades / Entrega de premios del VII Concurso de Experiencias Educativas impulsadas por las APAS Noticias y actividades / V Encuentro Estatal de CEAPA Noticias y actividades / CEAPA Y CANAE firman un convenio de colaboración Infancia y Familia / Constituido el Consejo Estatal de las Familias Biblioteca Web / IV Congreso de Educared

A P E R T U R A C E N T R O S

La incorporación de la mujer al ámbito laboral y los nuevos sistemas de producción y consumo, han causado un gran impacto en los “usos del tiempo”

La conciliación de la vida escolar, familiar y laboral Mª Belén Caballo y José Antonio Caride Grupo de Investigación SEPA (“Pedagogía Social y Educación Ambiental”) Universidad de Santiago de Compostela Transformaciones sociales, como por ejemplo la incorporación de la mujer al ámbito laboral o los nuevos sistemas de producción y consumo, han causado un gran impacto en los “usos del tiempo”. En los últimos años, hemos tomado conciencia de la necesidad de conciliar nuestras distintas obligaciones e incrementar los tiempos dedicados a la vida personal, familiar y de participación comunitaria, y que dan un nuevo valor al ocio como realización personal y colectiva. La sociedad debe responder a estos nuevos desafíos y someterse a un debate cívico, que no puede reducirse, en el ámbito del sistema educativo, al perverso debate en torno a la jornada escolar. Los horarios son una piedra angular de la convivencia y, posiblemente sin pretenderlo de forma explícita, de la felicidad humana. O al menos eso parece cuando se analizan con cierto detalle las inquietudes que se han ido suscitando en los últimos años acerca de los distintos modos de idear, planificar y/o gestionar sus ritmos, sea cual sea el escenario en el que nos situemos: la familia, el trabajo, los transportes, el ocio, la comunicación o la

actividad económica. También en la educación y las diferentes oportunidades formativas que habilita para las personas, desde la primera infancia hasta la vejez, dentro de las escuelas y fuera de ellas. Posiblemente esto sucede porque todo, o casi todo, ha acabado por traducirse en tiempo, y éste –cada vez más, por paradójico que resulte en una sociedad que ha incrementado significativamente

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Comenzamos a asumir que los tiempos de apertura y cierre de los centros de enseñanza no tienen por qué coincidir con el horario de los profesores.

la esperanza de vida de sus pobladores– en un bien escaso, fuente de problemas y debates que recorren el mundo con significados totalmente nuevos, desempeñando un papel cada vez más relevante en los procesos del cambio que están experimentando nuestras vidas en los inicios del tercer milenio. Cambios que, nunca como antes, muestran la gran variabilidad existente en formas de relacionarse las personas con el tiempo, atendiendo a cuestiones tan dispares como la clase social, el lugar de residencia, la edad, el género, la formación recibida, la actividad laboral o las expectativas sociales.

Un tiempo de tiempos De un modo u otro, todas ellas son circunstancias o realidades que están en la base de las continuas controversias a las que da lugar cualquier modificación que afecte a la duración de la semana y de la jornada laboral, a los momentos de apertura y cierre de los centros comerciales, a la regulación de la programación televisiva, o a la revisión del calendario escolar. Y que, en líneas generales, son una muestra palpable de la gran heterogeneidad existente en los usos del tiempo, complicando sobremanera el acomodo de las personas a las estructuras temporales rígidas y uniformes. Al fin y al cabo, se trata de un tiempo de tiempos, cuya complejidad y variabilidad difícilmente puede sustraerse de los conflictos –más o menos visibles– que emergen de la vida cotidiana de las personas, a las que llega a condicionar o limitar profundamente en sus derechos al bienestar, provocando importantes desajustes (situaciones de “estrés”, ansiedad, saturación, rutina o pereza) entre los relojes biológicos del cuerpo humano y los artificios tecnológicos de las sociedades avanzadas, que siguen mostrando como uno de sus grandes logros estar “abiertas las 24 horas” del día en todos y cada uno de los días del año.

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Durante décadas, la indiferencia científica y social a las “enfermedades” del tiempo (o, si se prefiere, a sus “contratiempos”), supuso un preocupante desconocimiento de sus problemáticas específicas y de sus efectos en la salud o la calidad de vida de las personas. Pero también, un resistente alejamiento de los poderes públicos y de la sociedad en general –exceptuando las reivindicaciones puntuales de las organizaciones sindicales y de determinados colectivos profesionales– a cualquier búsqueda de alternativas congruentes con el alcance y la trascendencia de sus realidades, obviando o minusvalorando las disfuncionalidades que el tiempo monocrónico heredado de la revolución industrial estaba generando en la sociedad red; una sociedad “atemporal” que en opinión del sociólogo Manuel Castells además de despedazar el tiempo lineal, irreversible y predecible, “facilita decisivamente la liberación del capital del tiempo y la huida de la cultura del reloj”.

Los nuevos usos del tiempo En todo caso, un desinterés que además de pasar por alto los riesgos de una sociedad cada vez más tensionada por la rapidez y la eficiencia de los procesos (hacer las cosas más deprisa, en menos tiempo), ha tardado mucho en tomar conciencia del impacto que en los “usos del tiempo” estaban causado las transformaciones sociales derivadas de la incorporación progresiva de la mujer al mercado laboral, de los sistemas de producción y consumo, del envejecimiento de la población y de los procesos migratorios, de los avances comunicacionales, o del desarrollo urbano… a lo que cabe añadir un importante cambio “paradigmático” en los modos de conceptuar y percibir el tiempo, al que las últimas tendencias y aportaciones de la investigación científica (en la Psicología, Sociología, Antropología… y hasta la Física) se inclinan a considerar mucho más como una vivencia personal y subjetiva que como algo

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estrictamente físico. Una experiencia en la que el peso de las emociones y de las interacciones sociales nos ha ido abocando a una nueva lectura del tiempo; y, con ella, de los desafíos que deben afrontarse para conseguir un mejor desarrollo humano, que –inexcusablemente– ha de ser aquél que concediendo un mayor protagonismo individual y colectivo a los sujetos, dé respuesta a sus necesidades y derechos. Entre otros, los que –en nombre del ocio y de su educación, pero también del trabajo y de todo lo que comporta atender las necesidades fisiológicas (sueño, alimentación, descanso, etc.)– favorezcan una vida más plena, autónoma y satisfactoria; lo que quiere decir más libre y armónica, en la que el tiempo pueda ser disfrutado y no sólo padecido. Ésta es la filosofía que las nuevas políticas del tiempo están tratando de situar en la agenda de la ciudadanía, cuando declaran expresamente su voluntad de adecuar el tiempo de la vida colectiva a las necesidades de las personas, buscando que perciban el tiempo no como algo de lo que carecen para sentirse mejor, sino como algo de lo que disponen para distribuirlo de forma armónica entre los distintos ámbitos de su vida, en palabras de Imma Moraleda, Concejala de Nuevos Usos Sociales del Tiempo en el Ajuntament de Barcelona. Y que, con mayor o menor énfasis en el quehacer cívico o en las responsabilidades políticas, converge con el interés de la Unión Europea por sensibilizar a la sociedad respecto de la importancia de una modificación de nuestros horarios y hábitos para hacerlos más racionales, sobre todo desde el punto de vista de una

participación más equilibrada de hombres y mujeres en la actividad profesional y en la vida familiar. Como se sabe, buena parte de este logro gira en torno a la palabra “conciliar”; una expresión que se ha incorporado al vocabulario moderno de la clase política, del mundo empresarial y de las personas con hijos o personas mayores a su cargo, que deben compatibilizar la jornada laboral con el cuidado de la familia. Pero también, una expresión que ha tomado forma jurídica, tanto a nivel internacional como nacional y autonómico, como sucede en España con la promulgación de la Ley 39/1999 de 5 de noviembre para promover la conciliación de la vida familiar y laboral de las personas trabajadoras, en la que al redactarse su exposición de motivos, reconoce que la incorporación de la mujer al mercado laboral supuso uno de los cambios más profundos del siglo XX, haciendo “necesario configurar un sistema de compromiso entre mujeres y hombres que permita un reparto equilibrado de las responsabilidades en la vida profesional y en la privada”.

Tiempos para compartir Es en este marco de confluencias y responsabilidades compartidas donde han de situarse las decisiones y actuaciones que se adopten respecto de los calendarios y horarios escolares, con las distintas variantes que articulan su planificación, administración y gestión, desde la sesión lectiva hasta el curso escolar, pasando por las modalida-

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des de distribución de la jornada, de la semana o de cualquier otro período que regule la actividad de las escuelas y de su prolongación formativa en las mal llamadas “actividades extraescolares”; o lo que es lo mismo, los períodos de tarea y descanso, los tiempos del quehacer curricular y los vacacionales, justo cuando ya comenzamos a asumir que los tiempos de apertura y cierre de los centros de enseñanza no tienen porque coincidir con el horario de los profesores, sino adaptarse a los alumnos y a su contexto social, con criterios de una mayor flexibilidad y pluralidad horaria. En verdad, como ya anunciaba el profesor Cardús y su equipo hace años, recogiendo las propuestas de intervención para la conciliación de horarios familiares, escolares y laborales, de esto se trata cuando pretendemos situar nuestras actuaciones en la senda de los principales ejes en torno a los que se articulan las políticas de conciliación en la Unión Europea: ! Medidas en relación a los tiempos de trabajo asalariado, favoreciendo la flexibilización de la jornada laboral, las medias jornadas, etc. ! Permisos y excedencias laborales por maternidad, paternidad y parentalidad, facilitando la corresponsabilidad en el cuidado de los hijos en las primeras etapas de la vida, así como el cuidado de familiares enfermos.

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! Creación de diferentes modalidades de servicios de atención a los niños y niñas durante la primera infancia, potenciando así la incorporación de la mujer al mundo laboral. ! Creación de servicios de atención a personas con discapacidad y ancianos dependientes. ! Medidas para organizar los tiempos de las ciudades –grandes y pequeñas–, especialmente en relación con los horarios de los servicios públicos, comerciales, escolares y de transportes. En este sentido, cabe destacar iniciativas novedosas como los “bancos de tiempo” que algunos municipios y asociaciones están poniendo en marcha. ! Medidas para promover el incremento de los tiempos que los hombres dedican al trabajo doméstico y familiar, buscando la corresponsabilidad en las tareas cotidianas y una mayor igualdad real para hombres y mujeres. En su conjunto, son propuestas o acciones que deben ir orientadas no sólo a facilitar una mejor conciliación de las obligaciones que los adultos –hombres y mujeres – asumimos en el ámbito familiar, doméstico y social, sino a incrementar los tiempos para la vida personal, familiar y de participación comunitaria; tiempos para compartir que le dan un nuevo valor al ocio como realización personal y colectiva, y que ponen de mani-

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El debate no puede reducirse a la perversa confrontación que han venido deparando los debates acerca de la jornada escolar.

fiesto los importantes desafíos que deben asumir nuestras sociedades en su logro, que no es otro que el de un desarrollo local y global a escala humana, dejando de ser un tema privado para convertirse en un problema público.

Por un debate cívico, de amplias miras Como tal ha de ser entendido y sometido al debate cívico. Un debate que no puede reducirse en el ámbito del sistema educativo a la perversa confrontación que han venido deparando los debates acerca de la jornada escolar (única versus partida), por muchas consecuencias que la adopción de una u otra tenga para los profesores, las familias y los niños. Pero que tampoco puede eludirlo, sino aprovecharlo como una oportunidad –de las pocas que las escuelas se dan a sí mismas– para repensar en su conjunto los tiempos del aprendizaje y de la educación en una sociedad que comienza a sentir la tragedia de no poder desvincular el “valor del tiempo” de las urgencias que surgen en el día a día, hasta el punto de mantener permanentemente abierto un interrogante como el que nos ha dejado la profesora María Ángeles Durán en uno de sus últimos libros: ¿Cuántas horas te faltan al día? De partida, y con amplias miras, ninguna de las posibles respuestas queda fuera de las opciones que ha procurar la conciliación de la vida escolar, familiar y laboral. O lo que es lo mismo, de quiénes como padres, madres e hijos tienen como principal objetivo de su cotidianeidad el hecho simple, y a la vez extremadamente complejo, de convivir. En realidad de esto es de lo que hablamos siempre que buscamos hacer compatible en nuestra experiencia al tiempo y al espacio. La escuela y la familia, por lo que son y representan, nunca podrán olvidarlo. Tampoco las políticas que digan hablar, en su nombre, de la calidad de la educación y del bienestar de las personas.

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