LA COMUNIDAD CRISTIANA / El cristianismo y la Iglesia

July 25, 2017 | Autor: Jorge Luis Cuétara | Categoría: Cristianismo Primitivo
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Descripción

ORÍGENES DEL CRISTIANISMO II

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LA COMUNIDAD CRISTIANA El cristianismo y la Iglesia

Jesús de Nazaret reunió en torno suyo a una comunidad, a un grupo de personas que le seguían y vivían como él. Reunirlas fue lo primero que hizo al empezar su ministerio apostólico, según refieren tanto los evangelios sinópticos* (Mt 4,18-251; Mc 1,16-202; Lc 5,1-113) como el evangelio de Juan (Jn 1,35-514). Desde el principio el seguimiento de Jesús estuvo ligado a * Todas las referencias bíblicas transcritas a pie de página en este documento proceden de la Biblia de Jerusalén, en su edición revisada de 1998. 1 Caminando por la ribera del mar de galilea [Jesús] vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante dejaron la barca y a su padre, le siguieron. Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda Siria; y le trajeron todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán. 2 Bordeando el mar de Galilea, [Jesús] vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él. 3 Estaba él [Jesús] a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.» Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mi, Señor, que soy un hombre pecador.» Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.» Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron. 4 Al día siguiente, Juan [el bautista] se encontraba de nuevo ahí [en Bethabara, al otro lado del Jordán] con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí –que quiere decir ‘Maestro’– ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste encuentra primeramente a su propio hermano, Simón, y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» –que quiere decir, Cristo. Y le llevó a Jesús. Fijando Jesús su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» –que quiere decir, ‘Piedra’». Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea y encuentra a Felipe. Y Jesús le dice: «Sígueme.» Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.» Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.» Vio Jesús que se

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un «arrepentimiento» –metanoia, en griego–, una transformación de corazón y mente que implicaba un cambio radical en el comportamiento (Theissen, 2005, 253-274). De manera, pues, que adherirse a la comunidad significó desde el comienzo el abandono de actitudes y modos de actuar anteriores, que fueron asumidos como «pecados». Principalmente el apóstol Pablo y el evangelista Juan entendieron la vida cristiana y el culto cristiano como una comunidad con Dios, o con Cristo –también con su padecimiento y muerte (Rm 6,5-115)–, pero así mismo como una comunidad de fieles orientada a la mutua atención y a la consideración con los débiles (Rm 12,1-2.9-12;14,1.18-196), en correspondencia a la ética «comunitaria» de Jesús (Markschies, 2001, 164). 1. Las comunidades paulinas. Por las cartas de Pablo –datadas entre los años 50 y 59– tenemos constancia de que las comunidades paulinas se hallaban entonces en pleno proceso de auto-definición. En ellas existen formas de incorporación, prescripciones sobre el estilo de vida e incluso criterios para determinar cuándo se hace necesaria la expulsión de la comunidad. En cuanto al ingreso a ésta, el bautismo puede ser descrito como una celebración del aprendizaje (Macdonald, 1994, 103), donde el iniciado se desnudaba, se sumergía en el agua, salía y se volvía a vestir; acompañándose dichas acciones con una recitación registrada en la Carta a los Gálatas (Ga 3,27287) que subraya el hecho de que el bautizado o la bautizada, mediante el ritual, regresaba al estado de la creación, cuando aún toda la humanidad se hallaba unificada «a imagen del creador» (Gn 1,268). Para Pablo el seguimiento a Jesús tomaba forma en una comunidad enacercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.» 5 Porque si nos hemos injertado en él por una muerte semejante a la suya, también lo estaremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda libre del pecado. Y si hemos muerto en Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. 6 Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto. (…) Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. […] Acoged al que es débil en la fe, sin discutir sus opiniones. (…) Pues quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres. Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación. 7 Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 8 Dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra; que manden en los peces del mar y en las aves del cielo, en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra.

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tendid da como «cu uerpo de Crristo» (Rm 12,5 1 9; 1Co 12 2,2710); de hecho, h la paalabra griegaa koinonía,, designada para «comunidad», inicialmente –y como continuación de esta concep ptualización n paulina (Markschies, 2001, 166)– aludía a al rito o memorial de d la cena del Señor (1C Co 10, 1611) pues p median nte el alimeento eucarísttico los individuos reno ovaban la exxperiencia baautismal y formaban parte p del «cu uerpo de Criisto», manteeniéndose en comunidad –«comuniión»– con Diios. Laas primeras comunidadees cristianass se reunían en las casaas privadas de d miembro os pudientees. En Siria se e han conservado algunas de ellas y el ejemplo más famoso o se encuenttra en la ciud dad de Duraa-Europos, ju unto al Éufrrates, dondee se descubrrió una casaa que desdee muy tempaano fue utiliizada probablemente para acoger a una de esstas comunidades. Cuan ndo a mediaados del siglo o III, debido al incremen nto de los crristianos, se procedió a derribar d un muro para lo ograr un esp pacio más am mplio –de un nos 65 m2– toda t la plantta fue empleeada para el culto α religio oso [véase la ilustración n ]. La inveestigación arqueológica a a arroja que el presiden nte de la com munidad se situaba en un lugar ligeramentee elevado y,, como no se s ha encon ntrado ningún n altar fijo, se entiendee que la comunidad see servía de una u mesa no ormal. No see descarta el e hecho de que el segu undo piso see utilizase como c vivien nda del pro opietario, o para hospedar a cristiaanos que see encontrabaan de paso. En todo casso, con la exxcavación haa quedado comprobadaa la existenccia de una iglesia u casa que luedomésstica que se reunía en una go se convirtió en n una domuss ecclesiae, es e decir, un n edificio doméstico quee en un mom mento dado es e reutilizad do exclusivam mente –al menos m en parrte– como centro de acttividades dee una comun nidad cristian na. Actualmente en Rom ma se conocen veinticinco «Iglesias titulares», llamadas asíí porque tien nen su origeen en casas privap das do onadas a la comunidad d por particculares cuyo o nombre ess recordado o en el título; de éstas, dieciocho so on de antes de las grand des persecucciones y nueeve de ellas llevan l nomb bre de mujer, lo que consstata el papeel destacado o que las mu ujeres tuvierron en el crisstianismo prrimitivo (Agguirre, 1998,, 97), pues habitualment h te el propiettario de la caasa donde laa iglesia dom méstica se reunía era considerado c o su anfitrión n o patrón, y tanto él como c ella teenían en el grupo g una co onsiderable autoridad. Laas iglesias do omésticas so olían agruparrse en torno o a las familias, que estaban formadas no sólo por p el «núcle eo familiar», sino también por tíos, primos, paarientes, etcc., además de d los esclavvos y otros clientes c o personas p con n quienes see tenían relaciones com merciales (W White, 9

así tam mbién nosotro os, siendo much hos, no formam mos más que un u solo cuerpo o en Cristo, sien ndo los unos para los otros, miembros. m 10 Ahoraa bien, vosotro os sois el cuerp po de Cristo, y sus miembros cada uno a su modo. 11 La co opa de bendició ón que bendeccimos, ¿no es acaso a comunió ón con la sangree de Cristo? Y el pan que parrtimos, ¿no es comunión c con el cuerpo de Cristo? C α Casa-iiglesia de Duraa-Europos (Markschies, 2001,, 175).

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2007, 235). En ellas se intentó vivir el espíritu cristiano promoviendo nuevas formas de convivencia, en un marco de fraternidad que rompía con las diferencias que fuera de la comunidad separaban a las personas, mientras que en el interior participaban en pie de igualdad tanto esclavos como libertos, ciudadanos, artesanos y mujeres. En este sentido es común el error de pensar en aquellas primeras comunidades como grupos de esclavos y desheredados, porque si bien ejercían atracción sobre los sectores sociales más deprimidos, no faltaban en ellas personas de cierto relieve y con buena situación social que desempeñaban funciones de responsabilidad. En Corinto, por ejemplo, Gayo poseía una casa especialmente amplia y Erasto era tesorero de la ciudad (Rm 16,2312), Crispo el jefe de la sinagoga (Hch 18,813). Prisca y su marido Áquila fueron jefes de una iglesia en Éfeso primero (1Co 16,1914) y en Roma después (Rm 16,3.515), y cuando se les menciona se escribe el nombre de ella sin reducirla al papel de la ‘‘la esposa de Áquila’’ (1Co 16,1914; Rm 16,3.515; 2Tm 4,1916; Hch 18,2-3.18.2617), por lo que probablemente haya sido una misionera muy destacada y posiblemente más conocida que él, pues en ocasiones se le nombra primero; incluso parece haber sido una mujer instruida, porque intervino en la enseñanza cristiana de Apolo17, que es presentado como un hombre culto (Hch 18,2418). El libro de Hechos refiere la conversión de mujeres de buena posición (Hch 17,4.1219), y por el propio Pablo conocemos el nombre de Apfia que, junto con Filemón y Arquipo, era líder de una iglesia en su casa (Flm 220). Lidia fue la primera convertida en Filipo, y posiblemente en su casa también haya radicado una iglesia doméstica (Hch 16, 14-1521). De la iglesia en esa misma ciudad se conocen los nombres de Evodia y de Síntique, que debieron ser mujeres importantes porque Pablo las exhorta a resolver sus diferencias para que la autoridad que ejercen sea más eficaz (Flp 4,2-322). Cuando uno lee la larga lista de 12

Os saluda Gayo, que me hospeda, y toda la iglesia. Os saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y Cuarto, nuestro hermano. 13 Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y otros muchos corintios creían y, al oír a Pablo, se bautizaban. 14 Las iglesias de Asia os saludan. Os envían muchos saludos el Señor Áquila y Prisca, junto con la iglesia que se reúne en su casa. 15 Saludad a Prisca y Áquila, colaboradores míos en Cristo Jesús. (…) saludad también a la iglesia que se reúne en su casa. 16 Saluda a Prisca y Áquila y a la familia de Onesíforo. 17 Se encontró [Pablo] con un judío llamado Áquila, originario del Ponto, que acababa de llegar de Italia, y con su mujer, Priscila [llamada también Prisca], por haber decretado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma; se llegó a ellos y como era del mismo oficio, se quedó a trabajar en su casa. (…) Pablo se quedó allí todavía bastantes días; después se despidió de los hermanos y embarcó rumbo a Siria; y con él Priscila y Áquila. En Cencreas se había afeitado la cabeza, porque tenía hecho un voto. (…) Éste, pues [Apolo], comenzó a hablar con valentía en la sinagoga. Al oírle Áquila y Priscila, le tomaron consigo y le explicaron con más exactitud el Camino. 18 Un judío, llamado Apolo, originario de Alejandría, hombre elocuente, que dominaba las Escrituras, llegó a Éfeso. 19 Algunos de ellos se convencieron y se unieron a Pablo y Silas así como una gran multitud de los que adoraban a Dios y de griegos y no pocas de las mujeres principales. (…) Creyeron, pues, muchos de ellos y, entre los griegos, mujeres distinguidas y no pocos hombres. 20 [a nuestro querido amigo y colaborador Filemón,] a la hermana Apfia, a nuestro compañero de armas, Arquipo, y a la iglesia que se reúne en su casa. 21 Una de ellas [las mujeres que habían concurrido], llamada Lidia, vendedora de púrpura, natural de la ciudad de Tiatira, y que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo. Cuando ella y los de su casa recibieron el bautismo, suplicó: «Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid y hospedaos en mi casa.» Y nos obligó a ir.

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saludos con que concluye la Carta a los Romanos, la impresión que recibe es la de una comunidad donde todos, mujeres y hombres, colaboran unidos. El apóstol saluda a cuatro de ellas –María, Trifenia, Trifosa y Pérside– (Rm 16,6.1223) con quienes emplea el mismo verbo griego –kopiaô: trabajar, afanarse– que utiliza para referirse a los quehaceres apostólicos de quienes tienen autoridad en la comunidad (cf. 1Co 16,1624; 1Ts 5,1225), e inclusive a su propia labor (1Co 15,1026; Ga 4,1127; Fil 2,1628). Saluda además a la madre de Rufo (Rm 16,1329); y una mujer, Junia, es llamada «apóstol», junto con Andrónico, sin ninguna restricción, en seguida de haber sido saludados (Rm 16,730)α. Otras dos parejas son objeto de saludos –Filólogo y Julia y Nereo y su hermana– (Rm 16,1531), donde el apelativo «hermana» puede referirse a la condición de «cristiana» (1Co 9,532) y, posiblemente, se trate de parejas misioneras como Prisca y Áquila, para quienes el apóstol emplea el mismo título de «colaboradores»15 –sunergos, en griego– que utiliza al referirse a otras personas de su confianza, como Timoteo (Rm 16,2133) o Urbano (Rm 16,934). Febe es la mujer con que la lista empieza –se trata probablemente de la portadora de la Carta a los Romanos–, de quien Pablo dice que es diaconisa –«servidora»– de la iglesia de Cencreas –un puerto cercano a Corinto– (Rm 16,1-235); la llama también «protectora» –prostatis, en griego–, palabra que designa una responsabilidad jurídica –se aplicaba a personas que tomaban bajo su tutela a un liberto o a un extranjero (Lugo Rodríguez & Maciel del Río, 2004, 275)– y tiene la misma etimología que la palabra «presidente» –o «patrón»– empleada por él para designar las tareas de los que gobernaban a la comunidad (1Ts 5,1236). En el sentido paulino, el término griego diakonon –tal como se aplica a Febe– se refiere a quien es responsable de toda la iglesia, e implica el oficio eclesial de en22

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Ruego a Evodia, lo mismo que a Síntique, tengan un mismo sentir en el Señor. Saludad a María, que se ha afanado mucho por vosotros. (…) Saludad a Trifenia y a Trifosa, que se han fatigado por el Señor. Saludad a la amada Pérside, que trabajó mucho en el Señor. 24 También vosotros mostraos deferentes con ellos y con quienes con ellos trabajan y se afanan. 25 Os pedimos, hermanos, que tengáis en consideración a los que trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan. 26 Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. 27 Me hacéis temer haya en sido en vano todo mi afán por vosotros. 28 [brilláis como estrellas en el mundo] manteniendo en alto la palabra de la vida. Así, en el Día de Cristo, seréis mi orgullo, ya no habré corrido ni me habré fatigado en vano. 29 Saludad a Rufo, escogido del Señor; y a su madre, que lo es también mía. 30 Saludad a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros en prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo. α Muy pronto el prejuicio androcéntrico consideró intolerable que se llamase apóstol a una mujer y los comentaristas con frecuencia convirtieron a Junia en varón, lo que no es sostenible. Otras veces, cuando aceptan que se trata de una mujer, dicen que es apóstol, pero «en sentido amplio». (Aguirre, 1998, 206-207). 31 Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, lo mismo que a Olimpas y a todos los santos que están con ellos. 32 ¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana [literalmente: «una mujer hermana»], como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas? 33 Os saluda Timoteo, mi colaborador; lo mismo que Lucio, Jasón y Sosípatro, mis parientes. 34 Saludad a Urbano, colaborador nuestro en Cristo; y a mi querido Estaquio. 35 Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo. 36 Os pedimos, hermanos, que tengáis en consideración a los que trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan. 23

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señar y de misionarα. La tríada formada por apóstoles, profetas y doctores aparece constantemente en los textos de Pablo. Los apóstoles eran evangelizadores itinerantes que iban de una ciudad a otra difundiendo la buena noticia –euangelion, en griego– de la vida, muerte y resurrección de Jesús; los profetas comunicaban a la asamblea mensajes inspirados y los doctores instruían a la comunidad en materias de fe y praxis, obteniéndose la autoridad en los dos últimos casos por el hecho de que las funciones desempeñadas los acreditaban como especialistas mediadores de la revelación divina (Torjesen, 2005, 36-37). En la Enseñanza de los Doce Apóstoles –Didajé–, o Enseñanza del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles, un escrito del siglo I procedente de la región de Siria (Aguirre, 1998, 131), se propone una prueba para determinar si era acaso legítima la pretensión de hablar en nombre del Señor: Y en relación a los apóstoles y profetas, según la doctrina del evangelio, actuad así: Que todo apóstol que venga a vosotros sea recibido como el Señor. Pero no permanecerá sino un día y, si tuviera necesidad, incluso otro. Pero, si permanece tres [días], es un falso profeta. Y cuando parta el apóstol que no reciba nada excepto pan, hasta que se cobije. Pero, si pide dinero, es un falso profeta. No pondréis a prueba ni juzgaréis tampoco a ningún profeta que hable en espíritu, pues todo pecado se perdonará, pero este pecado no será perdonado. Pues no todo el que habla en espíritu es profeta, a no ser que tenga la conducta del Señor. Así pues, por la conducta se conocerá el falso profeta y el profeta. Todo profeta que ordena en espíritu [preparar] una mesa, no comerá de ella, si no, ciertamente es un falso profeta. Y todo profeta que enseña la verdad, si no hace lo que enseña, es un falso profeta. Didajé, XI.3-10β

Los ministerios de profecía y revelación eran muy valorados en las primeras comunidades cristianas, que reconocían la autoridad de quienes poseían esos dones sin importar se tratase de varones o mujeres (Torjesen, 2005, 39). Pablo argumentaba su condición de apóstol invocando el hecho de que también él había visto al Señor, y enumeraba las apariciones de Jesús (1Co 15,3-837). Era judío (1Co 9,2038); y un pasaje del Talmud revela que en el mundo judío también las mujeres eran llamadas a leer la Torá, aunque sólo en el ámbito privado: «Todos están cualificados para contarse entre los siete [que leen la Torá los sábados por la mañana en la sinagoga], incluso un menor y una mujer, pero no se debe permitir a una mujer que se adelante y lea la Ley también en público»χ. Del mismo modo la sociedad grecorromana definía los quehaceres de hombres y mujeres en función de los espacios doméstico y α

Cuando Pablo llama a Febe diácono no es correcto entenderlo como si de una función eclesial subordinada se tratase, por ejemplo, de atender a los pobres, a los enfermos y ayudar a vestir y desvestir a las mujeres en su bautismo. Así sería en los siglos posteriores el papel de las diaconisas. (Aguirre, 1998, 207). β (Rivas, 2007, 10). 37 Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. 38 Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley –aún sin estarlo– para ganar a los que están bajo ella. χ Tosephta, Megilla, IV.II.226. Cf. Nedarim IV.3 (Torjesen, 2005, 53).

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públicoα. El oficio de maestro, por ejemplo, no estaba restringido a uno de los géneros, pero sí el espacio donde tenía lugar la enseñanza: una mujer podía enseñar en el ámbito de su casa pero no en público; y esta preocupación es también expresada por Pablo en su comentario sobre el discurso público de las mujeres (1Co 14,34-3539), aunque actualmente muchos especialistas consideran que esa parte del texto no es realmente de Pablo, sino una interpolación posteriorβ. Frecuentemente –y desde los orígenes– las interpretaciones de Pablo han sido contrapuestas a causa de su radicalmente ambigua actitud respecto a la relación del cristiano con el mundo. Sociológicamente el apóstol se mueve entre la «secta» –que se encierra en sí misma y es hostil al mundo– y la «Iglesia» –que se abre inclusive adecuándose a él–, en respuesta a su plan misionero de hacer del cristianismo una realidad viable, con posibilidades de desarrollo (1Co 14,1240). Por eso la invitación al orden que se expresa en sus exhortaciones (1Co 14,27-29.4041), un deseo de respetabilidad social –y, por tanto, culturalχ– que también está presente en la importancia que da al hecho de que las mujeres cubran su cabeza (1Co 11,2-642), exigiéndoles prudencia para no hacer ostentación de su libertad con comportamientos externos que planteaban graves problemas a la comunidad en su vida interna y en α

La antropología cultural nos enseña que en el mundo mediterráneo del siglo I todas las cosas que se llevan de dentro a afuera son masculinas y todas las que quedan dentro son femeninas. Los lugares de contacto entre el interior y el exterior –el patio familiar, la plaza del pueblo o la zona de las puertas de la ciudad– son masculinos cuando están presentes los hombres, aunque las mujeres puedan a veces entrar en ellos: cuando no hay hombres, cuando van debidamente acompañadas o cuando están presentes sus maridos. En esta disposición del espacio la esposa se convierte normalmente en administradora de las finanzas, al cuidado de la llave del arcón familiar, cuando el esposo se ve obligado a salir –a trabajar al campo, a otros pueblos o en peregrinación– (Malina, 1995, 69). 39 las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra; antes bien, estén sumisas como también la Ley lo dice. Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa; pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea. β Rafael Aguirre es uno de ellos y ofrece tres razones: 1) el «cállense las mujeres en las asambleas» es contradictorio con el papel que Pablo reconoce a las mujeres, que pueden orar y profetizar oficialmente; 2) estos versículos no son coherentes con el contexto; y 3) coinciden con un texto posterior no escrito por Pablo (Aguirre, 1998, 213). En palabras de Suzanne Tunc, la interpolación se deduce del hecho que esos versículos cortan el razonamiento que se va llevando, están desplazados en diversos manuscritos, su vocabulario no es el propio de Pablo, y su contenido es contrario a su dinámica (Tunc, 1999, 111). 40 Así pues, ya que aspiráis a los dones espirituales, procurad abundar en ellos para la edificación de la asamblea. 41 Si se habla en lenguas, que hablen dos, o a lo más, tres, y por turno; y que haya un intérprete. Si no hay quien interprete, guárdese silencio en la asamblea; hable cada cual consigo mismo y con Dios. En cuanto a los profetas, hablen dos o tres, y los demás juzguen. (…) Pero hágase todo con decoro y orden. χ Una definición clásica de cultura que nos aproxima al complejo fenómeno a que nos referimos es la de Kroeber y Kluckhohn, que dicta: “La cultura consiste en los modelos –explícitos e implícitos– de y para la conducta, adquiridos y transmitidos por símbolos, que constituyen las realizaciones distintivas de grupos humanos, incluidas sus expresiones materiales: el núcleo esencial de la cultura consiste en ideas tradicionales –es decir, seleccionadas en el cauce de la historia– y especialmente los valores vinculados a ellas; los sistemas culturales pueden, por una parte, ser considerados productos de la actividad, y, por otra, influencias que condicionan ulteriores actividades” (Malina, 1995, 26). 42 Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones como os las he transmitido. Sin embargo, quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios. Todo hombre que ora y profundiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza. Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza; es como si estuviera rapada. Por tanto, si una mujer no se cubre la cabeza, que se corte el pelo. Y si es afrentoso para una mujer cortarse el pelo o raparse, ¡que se cubra!

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su relación con la sociedadα. El velo entrañaba significados simbólicos como el de que a la mujer en cuestión le preocupaba el decoro –y específicamente la modestia sexual– al guardar la vista de sus cabellos para la exclusividad de su marido y su familia (Torjesen, 2005, 54). No es que Pablo se opusiera directamente a que las mujeres profetizaran, sino que sólo bastaba que usaran el velo para que a todos quedara claro que el movimiento cristiano no pretendía socavar la sociedad, posibilitando con ello su supervivencia. No obstante, las afirmaciones del apóstol sobre el matrimonio –donde se expresa la clara intención de liberar a los cristianos de cualquier ansiedad en un mundo pasajero– (1Co 7,31-3443) situadas en su contexto histórico resultan francamente subversivas del orden socialβ, dado que no se trataba de renunciar al sexo, sino de liberarse de las estructuras patriarcalesχ. Ni Lidia21 ni Febe35 –por referir a mujeres que ya han sido mencionadas– parecen haber tenido relación alguna con ningún hombre. De nadie más que de Prisca se dice de modo explícito –probable– que está casada17; e incluso cuando Pablo defiende el matrimonio contra las tendencias ascéticas que lo negaban (1Co 7,3-5.10-13.1644) subraya la reciprocidad e igualdad entre los sexos, y, por cierto, no pone nunca la unión entre el varón y la hembra en función de la procreación (Aguirre, 1998, 212). Tan sólo unas cuantas mujeres son puestas en relación con un hombre en cuanto madres –la de Rufo29– o hermanas –acaso la de Nereo31, mas no olvidemos el uso del término como «hermana en Cristo»32–, ninguna como hija; lo que no carece de importancia teniéndose en cuenta que en la cultura mediterránea del siglo I se definía a las personas libres por su pertenencia a un hombre (Stegemann & Stegemann, 2001, 533). En el caso de α

La comunidad de Corinto estaba formada por gente procedente de diferentes ambientes, cuyas ideas sobre los comportamientos sexuales y familiares –diversas también– colaboraron al desconcierto de los cristianos y provocaron fracturas dentro de la familia y de la comunidad, ambos ámbitos claramente interrelacionados. Parece que los excesos ocasionados suscitan estas respuestas de Pablo, que tienen, pues, un contexto determinado; por lo que la interpretación de las mismas exige tener en cuenta esa situación original a fin de poder comprender la riqueza que encierran más allá de su literalidad. La preocupación del apóstol no fue jamás ofrecer un manual de ética cristiana, ni siquiera una serie de pautas para todos los tiempos y lugares: ofreció más bien un ejemplo de la capacidad creadora –del Espíritu– y de la necesidad de insertarse en un mundo complejo con la mirada puesta en el futuro –escatológico– (Gil Arbiol, 2005, 62-63; 2006, 159). 43 Los que disfrutan del mundo, como si no lo disfrutasen. Porque la representación de este mundo pasa. Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. β Augusto había introducido una severa legislación sobre el matrimonio para fortalecer la familia tradicional: favorecía el alto número de matrimonios y de hijos, imponía sanciones fuertes para los solteros y una viuda se debía casar de nuevo si aún no había cumplido los cincuenta años de edad (Aguirre, 1998, 211). χ La noción romana de la integridad moral de la mujer se desarrolló en función de la propiedad personal; y la castidad femenina se convirtió en parte integrante de la posesión de un bien físico, como cualquier expropiación (Klossowski, 2006, 41). 44 Que el marido cumpla su deber con la mujer; de igual modo la mujer con su marido. No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para daros a la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia. (…) En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, y que el marido no se divorcie de su mujer. (…) En cuanto a los demás, digo yo, no el Señor: si un hermano tiene una mujer no creyente y ella consiente en vivir con él, no se divorcie de ella. Y si una mujer tiene un marido no creyente y él consiente en vivir con ella, no se divorcie. (…) Pues, ¿qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvaras a tu mujer?

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otras mujeres –Apfia20, Junia30, Julia y la ‘‘hermana’’ de Nereo31– la posibilidad de que hubiese un marido o una relación con un hombre sólo puede suponerse. Esta cautela de Pablo ante la importancia de la institución familiar en el mundo grecorromano también la encontramos en sus ambiguas respuestas a la cuestión de la esclavitud (1Co 7,21-2345), y en sus afirmaciones sobre el sometimiento a la autoridad imperial y al pago de impuestos (Rm 13,1746). Le preocupaba la forma como podría ser interpretada la conducta de los cristianos desde el exterior de la comunidad (1Co 5,2.9-1347), de cuyos miembros, sin embargo, esperaba una visión diferente de la moralidad a la de los de fuera (2Co 6,1648), más acorde con el amor de padre (2Co 6,1849) con que nutrió el ethos –voz griega para «morada», «costumbre»– comunitario (2Co 6,1350). Con ello aceptaba las diferencias sociales como algo dado, aunque las suavizaba a través de la obligación de la consideración y el amor por parte de los socialmente fuertes hacia los débiles, mientras que a los socialmente débiles se les exigía subordinación, fidelidad y respeto hacia los fuertesα. Esta actitud es evidente, por ejemplo, en las recomendaciones que Pablo hace a Filemón respecto a su esclavo Onésimo, que se había escapado. El apóstol siente la necesidad de informarle de su paradero y devolvérselo (Flm 1451), mostrando con ello respeto por la estructura amo-esclavo, pero haciéndole al mismo tiempo la exhortación a que lo reciba como a un hermano (Flm 1652) y a que lo trate como si se tratara del mismo Pablo (Flm 1753). La liberación de los esclavos, en aquel entonces, históricamente era inaccesible; y la afirmación de que un esclavo podía ser tan cristiano como su amo resul45

¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. Y, aunque puedas hacerte libre, aprovecha más bien tu condición de esclavo. Pues el que recibió la llamada del Señor siendo esclavo, es un liberto del Señor: igualmente, el que era libre cuando recibió la llamada, es un esclavo de Cristo. 46 Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios; y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se resiste al orden divino, y los que resisten se atraerán sobre sí mismos la condenación. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quieres no temer la autoridad? Obra el bien, y obtendrás de ella elogios, pues es un servidor de Dios para tu bien. Pero, si obras el mal, teme; pues no en vano lleva espada; pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal. Por tanto, es preciso someterse, no sólo por temor al castigo, sino también en conciencia. Por eso precisamente pagáis los impuestos, porque son funcionarios de Dios, ocupados en ese oficio. Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor. 47 Y ¡vosotros andáis tan hinchados! Y no habéis hecho más bien duelo para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de semejante acción. (…) Al escribiros en mi carta que no os relacionéis con los impuros, no me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, difamador, borracho o ladrón. Con ésos ¡ni comer! Pues ¿me toca a mí juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes vosotros juzgáis? A los de fuera Dios los juzgará. 48 ¿Qué conformidad entre el templo de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y caminaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 49 Yo seré para vosotros un padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso. 50 Correspondednos; os hablo como a hijos; abríos también vosotros. α Esta idea ha sido conceptualizada por Gerd Theissen con la nomenclatura «patriarcalismo del amor», sosteniendo que su eficacia organizativa radicó en su capacidad de integrar a miembros de diversos estamentos sociales (Macdonald, 1994, 73-75). 51 mas, sin consultarte, no he querido hacer nada, para que esta buena acción tuya no fuera forzada sino voluntaria. 52 y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo como amo, sino también en el Señor! 53 Por tanto, si me tienes como algo unido a ti, acógele como a mí mismo.

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taba no sólo innovadora, sino hasta escandalosa. La estrategia de Pablo era «abrir brecha», y en ocasiones tuvo que ser consecuente con el orden social existente. Sin embargo, se mantuvo inflexible en la abolición de las convenciones que dividían a judíos y gentiles –incluso por este motivo llegó a tener un enfrentamiento con el mismo Pedro (Ga 2,11-1454)– porque, en su tiempo, era ahí donde se jugaba la universalidad del proyecto cristiano (Ga 6,1555; 1Co 12,1356; 2Co 5,1757). Cuando los grupos sociales crecen, requieren mayor organización: la multiplicación de tareas implica la división de trabajos. En las comunidades paulinas había apóstoles, colaboradores, líderes locales y miembros de comunidades. Las funciones estaban configuradas por estructuras de autoridad que perfilaban lo que razonablemente podían esperar y exigir dichas funciones. Para legitimar su enseñanza Pablo acentuaba que su apostolado estaba basado en una revelación directa de Dios37, y mediante sus exhortaciones reforzaba la autoridad de los liderazgos locales35; naturalmente éstos, a su vez, apelaban sin duda a su relación con el apóstol para legitimar sus exigencias. En el liderazgo de tipo «padre» aparece una relación de dependencia-independencia entre Pablo y sus comunidades, porque permite a sus hijos depender de él al mismo tiempo que los exhorta a la independencia50. Tras su muerte, era de esperar que aumentara el sentido de la independencia. Para entonces los grupos cristianos se habían convertido en una entidad socialmente reconocible en las grandes ciudades que se extendían desde Grecia oriental hasta Roma, estaban constituidos por más gentiles que judíos y en general comenzaron a comprenderse a sí mismos bajo una nueva luz, es decir, como ciudadanos del Imperio romano. Había que aceptar y adaptarse a este nuevo horizonte cultural, o aislarse; y hacía falta un liderazgo que orientara la vida cotidiana de las comunidades ante ese dilema. Una respuesta consistió en reunir todas las cartas del apóstol para que circularan entre las iglesias que no contaban con una, o para crear una especie de manual sobre temas diversos (White, 2007, 328). También fueron realizados escritos en nombre de Pablo que no fueron hechos por él, pues había muerto. A este proceso se le denomina pseudoepigrafía y mediante él fueron elaboradas las cartas ‘‘de Pablo’’ a los Colosenses y a los Efesiosα, ambas estrechamente relacionadas con las cartas auténticas –a los Romanos, 1ª y 2ª a los Corintios, a los Gálatas, a los Filipenses, 1ª a los Tesalonicenses, y a Filemón–, en un intento de sus colaboradores por estabilizar la creación del apóstol en ausen54

Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era censurable. Pues antes que llegaran algunos de parte de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquellos llegaron, empezó a evitarlos y apartarse de ellos por miedo a los circuncisos. Y los demás judíos disimularon como él, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado a la simulación. Pero en cuanto vi que no procedían rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: «Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar? 55 Porque lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la creación nueva. 56 Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. 57 Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. α Michael White indica que así como Platón había compuesto diálogos ficticios entre Sócrates y sus discípulos, otros discípulos escribieron cartas también ficticias con el nombre de Sócrates, Diógenes, Crates y otros famosos filósofos de la antigüedad, con el objetivo de expresar las ideas de una determinada escuela filosófica recurriendo al nombre de su más destacado maestro; y afirma que puede acuñarse la frase «escuela paulina» para referirse a las fases posteriores del desarrollo de las iglesias paulinas, o de aquellas que siguieron su tradición teológica (White, 2007, 328-329).

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cia de éste, apelando a su mismo universo simbólico y ampliándolo –modificándolo– en función de los nuevos contextos de la segunda generación cristianaα. Los problemas de crecimiento –y la mayor distancia respecto a los orígenes– exigían armonizar las relaciones entre cristianos de procedencia cada vez más diversa en la sociedad grecorromana, y de manera particular en las casas cristianas en ella enmarcadas. La casa era la estructura básica de la sociedad preindustrial y desde el siglo IV a.C. había dado origen a una tradición moral y filosófica en torno a la oikonomia –voz griega para «administración doméstica»–, siguiendo la lógica de que sólo quien podía dirigir bien su propia casa –oikos, en griego– era capaz de gobernar acertadamente el Estado-ciudad –polis, en griego–; de modo que el orden doméstico no era una cuestión privada, sino que pertenecía a la esfera pública y por tanto debía estar centrado en la figura del oikodespotes –voz griega para «cabeza de familia»–, es decir, un varón, que además fuera padre, y libre. Esta tradición, que se hallaba profundamente enraizada en el mundo grecorromano, a todas luces refleja un orden patriarcal y jerárquicoβ. Si se compara lo dicho por Pablo en la fórmula bautismal registrada en su Carta a los Gálatas: «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús»7, con un tópico retórico muy extendido en la sociedad helenista sobre «los tres motivos de gratitud», atribuido a Tales o a Platón: «porque he nacido ser humano y no bestia, hombre y no mujer, griego y no bárbaro»χ, pueden ser percibidas las dimensiones del choque cultural que hubo de ser enfrentado por los seguidores de Pablo ante la nueva situación. Y optaron por una postura conservadora, estipulada en lo que se conoce como «códigos domésticos» (Col 3,18-4,158; Ef 5,24-6,959), para ajustar a los grupos cristianos a su entorno soα

Margaret Macdonald observa que en general no se ha hecho mucho caso a las implicaciones sociales de la pseudonimia de las cartas a los Colosenses y a los Efesios, señalando que se ha dado una respuesta inadecuada a la pregunta ¿qué significa para el desarrollo del movimiento paulino el hecho de que colaboradores de Pablo escribiesen en su nombre para afrontar situaciones nuevas? (Macdonald, 1994, 136). β El estoico Aerius Didymus escribió una Epitome de ideas aristotélicas que influyó de manera importante en Filón de Alejandría; dice: «Se da una primera politeia –forma de estado– en la unión de un hombre con una mujer según la ley para engendrar hijos y para la comunidad de vida. Esto es una casa –oikos–, que es el principio de una ciudad… Porque la casa es como una pequeña ciudad… [II 148,5]. La relación de los padres a los hijos tiene carácter monárquico; la del hombre a la mujer, aristocrático; la de unos hijos con otros, democrática… [II 148,15]. El hombre por naturaleza tiene el mando de su casa. Porque la facultad deliberativa de la mujer es inferior, en los hijos no existe aún, y es totalmente extraña en los esclavos. La dirección racional de la casa y de lo perteneciente a la casa corresponde al hombre» (Aguirre, 1998, 118). χ Diógenes [Laertius 1,33] lo atribuye a Tales. Lactantius [Divinae Institutiones 3,19], a Platón (Aguirre, 1998, 204). 58 Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados. Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos de este mundo, no porque os ven, como quien busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón, temiendo al Señor. Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en consecuencia. El Amo a quien servís es Cristo. Al que obre la injusticia, se le devolverá conforme a esa injusticia; que no hay favoritismos. Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un amo en el cielo. 59 Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño de agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborrecerá jamás

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cial –significan, ante todo, un sí fundamental a éste–, a pesar de sus límites y provisionalidad; a partir del «amor de padre» paulino reflejan la convicción teológica de que Dios ofrece su gracia a todos, y de que en todas las condiciones puede ser realizada la vida cristiana. Para Pablo el universalismo de Dios se había traducido en la gran batalla por anular la separación entre judíos y gentiles; y esa batalla dejó de de darse –por haber sido ganada– en la tradición postpaulina y en las comunidades donde se asumen los códigos (Ef 2,1460). La preocupación de éstos era mostrar que el cristianismo no era cosa de una minoría que vivía en condiciones especiales, sino un proyecto al alcance de cualquier situación social. Aceptar la casa como realidad social y moral –y al entorno preestablecido donde se encontraba– tenía una pretensión de incidencia política a largo plazo: la Carta a los Colosenses se escribió entre los años 70 y 80, y la dirigida a los Efesios entre el 85 y el 95; en ésta última destaca su perspectiva sobre «la Iglesia», que deja de ser considerada un conjunto de congregaciones diferentes o iglesias domésticas del pueblo de Dios para constituirse en una entidad abstracta, creada por Dios como parte de su plan histórico de salvación (Ef 1,18-2361). El hecho de que esto haya sido afirmado empleado vocabulario procedente del himno de la Carta a los Colosenses (Col 1,152062), que a su vez tiene sus raíces en Pablo10, constata el esfuerzo de los seguidores de éste para reinterpretar al apóstol en el nuevo contexto. 2. La tradición juánica. El evangelio de Juan ha sido siempre el favorito de todos los espiritualistas que desprecian la su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, también vosotros, que cada hombre ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido. Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la exhortación según el Señor. Esclavos, obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón, como a Cristo, no por ser vistos, como quien busca agradar a los hombres, sino como esclavos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios; y de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres; conscientes de que cada cual será recompensado por el Señor según lo hiciere: sea esclavo, sea libre. Amos, obrad de la misma manera con ellos, dejándoos de amenazas; teniendo presente que está en los cielos el Amo vuestro y de ellos, y que en él no hay favoritismos. 60 Porque él [Cristo] es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio de la enemistad. 61 iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados por él [el Dios de nuestro Señor Jesucristo]; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Sometió todo bajo sus pies y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todo. 62 Él [Cristo] es imagen del Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles e invisibles, tronos, dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas.

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jerarquía y la autoridad de la Iglesiaα. No hay en él ni rastro de autoridades eclesiales. Jesús es la única autoridad e inclusive él mismo es dibujado con algunos «rasgos anti-autoritarios» (Theissen, 2002, 167). Desde el primer capítulo de Juan existen notables diferencias respecto al cuadro sinóptico del ministerio de Jesús. Los cuatro evangelios muestran respeto por Juan el bautistaβ (Mc 6,14-1563; Mt 16,13-1464; Lc 7,2065; Jn 1,19-21.25-2766), pero el cuarto le atribuye un conocimiento de la preexistencia de Jesús (Jn 1,29-30.33-3567) que sin duda es producto de la teología juánica. Además –como ha podido apreciarse en las primeras cuatro referencias bíblicas de este trabajo–, los tres evangelios sinópticos dicen que fueron Pedro, Andrés, Santiago y Juan los primeros llamados al ministerio, mientras que en el de Juan los primeros son dos discípulos del bautista –que de inmediato atribuyen a Jesús el título de «Rabbí»–; uno de ellos es Andrés, y al día siguiente ambos lo presentan a Pedro –hermano de Andrés– como «Mesías»; luego –otro día más, es decir, al tercer día– aparece Felipe, que presenta a Jesús a Natanael como «aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas», y éste llama a Jesús –además de «Rabbí»– «Hijo de Dios» y «Rey de Israel». En el evangelio de Marcos, por ejemplo, ningún seguidor de Jesús confiesa que él es hijo de Dios antes de su muerte (Mc 15,3968); y en el de Mateo, Pedro es designado receptor de la revelación divina precisamente porque, en medio del ministerio, reconoce a Jesús como el hijo de Dios (Mt 16,16-1769) –en el evangelio de Lucas, Jesús sólo acepta ese título ante el Sanedrín, α

De hecho, la palabra «iglesia» –ekklesía, en griego– nunca aparece en este evangelio (Brown, 2005, 13). Las citas bíblicas de las notas63, 64, 65 y 66 siguen el orden cronológico en que fueron escritos los evangelios: el de Marcos entre los años 70 y 75, el de Mateo entre el 80 y el 90, y el de Lucas –así como el libro de Hechos, de su autoría– entre el 90 y el 100; el evangelio de Juan fue concluido entre los años 95 y 120 (White, 2007, 296-297; 308-309; 318-310; 389-390). Las citas de las notas1, 2, 3 y 4 –en la página 1 de este trabajo– siguieron el orden en que aparecen en la Biblia. 63 Se enteró el rey Herodes, pues su nombre [el de Jesús] se había hecho célebre. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas» Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas.» Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado.» 64 Llegando Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» 65 Aquellos hombres [dos de los discípulos de Juan el bautista] se acercaron a él [Jesús] y le dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» 66 Y este fue el testimonio de Juan [el bautista] cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?» Él confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo.» Y le preguntaron: «¿Qué pues?; ¿eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy.» – «¿Eres tú el profeta?» Respondió: «No.» (…) Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.» 67 Al día siguiente [Juan el bautista] ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. (…) Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua [para que él sea manifestado a Israel], me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto [al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él] y doy testimonio de que ése es el Elegido de Dios.» 68 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios». 69 Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino de mi Padre que está en los cieβ

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tras ser torturado (Lc 22,70-7170)–; pero en el de Juan, no sólo parece que Jesús ve esos títulos como inadecuados –«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees?»–, sino que promete una comprensión mayor: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»4.α La comunidad juánica comenzó entre judíos que se acercaron a Jesús y sin mucha dificultad le reconocieron como el Mesías que esperaban (2Sm 7,1371). Probablemente algunos de ellos eran seguidores de Juan el bautista; y, posiblemente, de entre ellos emerge la misteriosa figura del «discípulo amado» (Jn 13,23;19,26-27;20,1-972), a quien se atribuye este cuarto evangelio y que al parecer sólo en él aparece. Quizá sea el discípulo innominado que en un principio acompaña a Andrés4 (Brown, 2005, 33): el hijo de Zebedeo de los evangelios sinópticos1,2,3 –en el evangelio de Juan solamente se encuentra una referencia indirecta a los hijos «de Zebedeo» (Jn 21,273)–; lo cierto es que en este evangelio no se menciona a ninguno llamado Juan. Se han hecho varias propuestas que lo identifican con Lázaro (Jn 11,1-15.17.2028.32-36.39-4474), o con Nicodemo (Jn 3,1-15;19,3975); pero resulta imposible afirmarlo con los. 70 Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de dios?». Él les dijo: «Vosotros lo decís: Yo soy.» α El cuarto evangelio es sin duda menos histórico y más teológico que los sinópticos al situar ya toda su cristología al principio del ministerio de Jesús; sin embargo, puede ser más efectivamente histórico al describir a los primeros seguidores de Jesús como discípulos de Juan el bautista –y al haberlos llamado en el valle del Jordán y no en el lago de Galilea– (Brown, 2005, 28). 71 (Él constituirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre.) 72 [Durante la última cena de Jesús] Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús [cuando éste anunció que uno de ellos lo iba a entregar]. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando.» Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» […] [Estando en la cruz] Jesús, viendo a su [propia] madre y junto a ella al discípulo a quién amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. […] [Tras la muerte de Jesús] El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor; y no sabemos dónde le han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. 73 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 74 Había un enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tu quieres, está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» Le dicen los discípulos: «Rabbí, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?» Jesús respondió: «¿No son las doce horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él.» Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle.» Le dijeron los discípulos: «Señor, si duerme, se curará.» Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos allá.» (…) Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro

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seguridad (White, 2007, 383). Sin embargo, se da por supuesto que los destinatarios del evangelio –los miembros de la comunidad juánica– conocían la identidad de este personaje; pensaban que él era la fuente de «su» evangelio y sabían que él era el fundador de su comunidad. La función testimonial del discípulo amado al final del evangelio está unida a la última aparición de Jesús a los discípulos tras la resurrección (Jn 21,1-1376), seguida de un coloquio entre Jesús y Pedro (Jn 21,15-1977) donde se evocan las tres negaciones –previamente anunllevaba ya cuatro días en el sepulcro. (…) Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.» le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.» Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees eso?» Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.» Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama.» (…) Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás.» Jesús derramó lágrimas. Los judíos entonces decían: «Mirad, cómo le quería.» (…) [El sepulcro era una cueva, y tenía puesta encima una piedra] Dice Jesús: «Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día.» Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado.» Dicho esto gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal afuera!» Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.» 75 Había [en Jerusalén] entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste a Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tu realizas si Dios no está con él.» Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.» Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo lo que nace del Espíritu.» Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?» Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? «En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna. […] [Después, cuando Pilato concedió la autorización para que los discípulos retiraran de la cruz el cuerpo de Jesús] Fue también Nicodemo –aquel que anteriormente había ido a verle de noche– con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. 76 [Aquella noche, los discípulos habían intentado pescar en el mar de Tiberíades sin conseguirlo] Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis nada qué comer?» Le contestaron: «No.» Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Cuando Simón Pedro oyó «es el Señor», se puso el vestido –pues estaba desnudo– y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brazas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.» Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aún siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. 77 Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez:

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ciadas por Jesús (Jn 13,36-3878)– de éste (Jn 18,17.25-2779); ahí el autor pone especial cuidado en aclarar a los destinatarios quién les escribe, remitiéndoles al relato de la última cena donde este discípulo, «a quien Jesús amaba», estuvo recostado junto a él a la mesa (Jn 21,202480)72. El hecho de que en ese pasaje haya sido anunciada la muerte de Pedro77 tal como más tarde se conoceríaα, deja claro que el texto es posterior a ese acontecimiento. Y de la misma manera, la explicación sobre el rumor de que el discípulo amado «no moriría»80, seguida de la aclaración de que dicho rumor era falso, puesto que se fundamentaba en una interpretación errónea de lo que Jesús realmente había querido decir, indica que el autor, o, mejor dicho, los autores –porque también el plural de «nosotros sabemos»80 es significativo– estaban intentando mitigar la desilusión causada en la comunidad por la muerte de su fundador, que posiblemente había sido tenido como inmortal hasta el retorno de Jesús. El evangelio de Juan, tal como ha llegado hasta nosotros, fue concluido después de varias fases de transmisión y redacción, en cuyo primer escrito se encuentra probablemente la personalidad del discípulo amado (White, 2007, 385). La denominada «tradición juánica» incluye la labor de un grupo de maestros que buscaban enseñar a su comunidad mediante la clarificación, actualización y acrecentamiento de la tradición que habían recibido y estaban desarrollando (Vidal, 1997, 41)β. Sus orígenes se remontan al ámbito religioso y social del juda«Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice: «apacienta mis ovejas. «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a dónde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras.» Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.» 78 [Cuando Jesús dijo a sus discípulos que partiría] Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «A donde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti.» Le responde Jesús: «¿Qué darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que tú me hayas negado tres veces.» 79 [Cuando Jesús fue prendido y llevado primero a casa de Anás] La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?» Dice él: «No lo soy.» (…) Estaba allí Simón Pedro calentándose [con los siervos y los guardias que tenían unas brazas encendidas porque hacía frío] y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?» El lo negó diciendo: «No lo soy.» Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja [en su intento por defender a Jesús], le dice: «¿No te vi yo en el huerto con él?» Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo. 80 [Cuando Jesús indicó la clase de muerte con que Pedro iba a glorificar a Dios] Pedro se vuelve y ve, siguiéndoles detrás, al discípulo a quien Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor; y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.» Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. α La tradición señala que, tras dejar Jerusalén en los años cuarenta, Pedro viajó por Asia Menor hasta llegar finalmente a Roma, donde fue martirizado por el emperador Nerón tras el gran incendio del año 64 (White, 2007, 342). β Senén Vidal piensa que así como una escuela paulina formada por seguidores de Pablo elaboró los escritos paulinos posteriores –véase la notaα al pie de la página 10 de este mismo trabajo–, la noción de una «escuela juánica» es clave para entender la continuidad y a la vez la transformación de esta tradición en las sucesivas etapas de su desarrollo: E1) la confección del primer evangelio; E2) una reflexión más profunda que se efectuó posteriormente; E3) la revisión comentada de dicha reflexión; y E4) una evolución ulterior que configuro tanto lo que conocemos como el «evangelio de Juan» como las tres «cartas de Juan», los cuatro textos que finalmen-

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ísmo, donde la comunidad juánica era un movimiento especial de tipo mesiánico que confesaba a Jesús como el profeta definitivo y pugnaba por la renovación de ese ámbito. Al igual que otras comunidades cristianas, su celebración básica era el bautismo, rito derivado de la actuación de Juan el bautista y practicado por sus seguidores, pero que en las comunidades cristianas se hacía en nombre de Jesús, como sello garante de la participación en la liberación definitiva que implicaba la conversión a su seguimiento. Y como otros movimientos judíos, la comunidad juánica sostenía también una reunión periódica, posiblemente cada semana, que se llevaba a cabo en casa de uno de sus miembros donde probablemente se celebraba la comida comunitaria en memoria de Jesús. En el judaísmo la esperanza mesiánica no era homogénea, sino que había un conjunto de ideas escatológicas con expectativas mesiánicas que surgieron y fueron transmitidas con independencia unas de otras (Schenke, 1999, 186). En algunos ambientes se aguardaba el retorno del profeta Elías (Ml 3,23-2481)α; en otros, un profeta «como Moisés» (Dt 4,45;18,15.1882)β –en cuanto a la idea de «hijo del Hombre», el texto básico es una visión del libro de Daniel (Dn 7,9-10.13-1483)–; pero para el primer grupo juánico la raíz tradicional de la espera de un Mesías escatológico era la profecía de Natán71, donde un descendiente del rey David es adoptado por Dios como «hijo» (Sal 89,4-5.20-3884). te definieron el perfil de la comunidad que ha sido conservado (Vidal, 1997, 13-40). 81 Voy a enviaros al profeta Elías antes de que llegue el día de Yahvé, grande y terrible. Él reconciliará a los padres con los hijos y a los hijos con los padres, y así no vendré a castigar la tierra con el anatema. α En el evangelio de Mateo (Mt 11,10.13-15), Jesús explica que Elías vino ya en la persona de Juan el bautista: “Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío un mensajero delante de ti, que preparará tu camino por delante de ti. (…) Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga”. 82 Estos son los estatutos, los preceptos y las normas que dictó Moisés a los israelitas a su salida de Egipto, […] Yahvé tu Dios te suscitará, de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo: a él escucharéis. (…) Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo mande. β En el evangelio de Marcos (Mc 9,3,7) se narra que Jesús lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan a un lugar aparte, a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, “y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; –pues no sabía qué responder, ya que estaban atemorizados–. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo bien amado, escuchadle.» 83 Mientras yo seguía mirando, prepararon unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestidos eran blancos como la nieve; sus cabellos, como lana pura; su trono, llamas de fuego; las ruedas, fuego ardiente. Fluía un río de fuego que manaba delante de él. Miles y miles le servían, millones lo acompañaban. El tribunal se sentó, y se abrieron los libros. (…) Yo seguía mirando, y en la visión nocturna vi venir sobre las nubes del cielo alguien parecido a un ser humano [«bar naŝa’», en arameo; que en castellano significa: «hijo de hombre»] que se dirigió hacia el anciano y fue presentado ante él. Le dieron poder, honor y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido. 84 Dije: «Una alianza pacté con mi elegido, hice un juramento a mi siervo David: He fundado tu estirpe para siempre, he erigido tu trono de edad en edad». (…) Antaño hablaste en visión a tus amigos diciendo: «He prestado mi asistencia a un bravo, he exaltado a un elegido de mi pueblo. He encontrado en David a un servidor, con mi óleo santo lo he ungido; mi mano le dará firmeza, mi brazo lo hará fuerte. No lo sorprenderá el enemigo, los criminales no lo oprimirán; yo aplastaré a sus adversarios, heriré a los que lo odian. Lo acompañará mi lealtad y mi amor, en mi nombre se hará poderoso: pondré su mano sobre el Mar, sobre Los Ríos su derecha. Él invocará: ¡Padre mío, mi Dios, mi Roca salvadora! Y yo lo nombraré mi primogénito, altísimo entre los reyes de la tierra. Amor eterno le guardaré, mi alianza con él será firme; le daré una estirpe perpetua, un trono duradero

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A este primer grupo se sumó otro formado por judíos heterodoxos que, provenientes de Samaría, repudiaban el culto del templo judío –étnicamente eran israelitasα, pero adoraban a Dios en el monte Garizim (Schenke, 1999, 298)– y creyeron en Jesús, aunque en una perspectiva más mosaica que davídica (Jn 4,5-34.39-4285). La aceptación de este segundo grupo condujo a debates con los judíos ortodoxos que acarrearon la sospecha y hostilidad de los jefes de la sinagoga sobre la comunidad juánica en su conjunto; y eso se refleja en el texto evangélico, donde inclusive son puestas, en labios de Jesús, expresiones muy duras contra «los judíos» (Jn 8,44-4886). Al principio del evangelio se dice que Jesús –«la Palabra» (Jn 1,1-587)– vicomo el cielo. Si sus hijos abandonan mi ley, si no viven según mis normas, si profanan mis preceptos y no observan mis mandatos, castigaré su rebelión con vara, sus culpas a latigazos, pero no retiraré mi amor, no fallaré en mi lealtad. Mi alianza no violaré, no me retractaré de lo dicho; por mi santidad juré una vez que no había de mentir a David. Su estirpe durará siempre, su trono como el sol ante mí, se mantendrá siempre como la luna, testigo fidedigno en el cielo». α El libro del Génesis (Gn 32,29) narra que Dios dijo a uno de los patriarcas de los judíos: «En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y has vencido.» 85 Llega, pues [Jesús], a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: dame de beber; tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva.» Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.» Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.» Él le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.» Respondió la mujer: «No tengo marido.» Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad.» Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte [Garizim] y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.» Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran, deben adorar en espíritu y verdad.» Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo desvelará todo.» Jesús le dice: «Yo soy, el que está hablando contigo.» En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?» o «¿Qué hablas con ella?» La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?» Salieron de la ciudad e iban hacia él. Entretanto, los discípulos le insistían: «Rabbí, come.» Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis.» Los discípulos se decían unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?» Les dice Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.» (…) Cuando llegaron a él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: «ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.» 86 Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Éste era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. (…) El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios.» Los judíos le respondieron: «¿No decimos, con razón, que eres samaritano y que tienes un demonio?» 87 En el principio existía la Palabra la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio

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no a los suyos, pero los suyos no le recibieron (Jn 1,9.1188); formó un nuevo grupo de «los suyos» (Jn 3,189) constituido por quienes le aceptaron (Jn 1,12-1390). Para la tradición juánica el verdadero Israel son aquellos que reciben la revelación de Jesús, como Natanael, de quien él dice: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño»4; y quien le reconoce como «Rey de Israel». Los judíos habían sido el pueblo de Dios por nacimiento –por la «sangre» y la «carne»90–, mas como dijo Jesús a Nicodemo –magistrado judío–: «Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de nuevo»75 –es decir, nacer «de Dios»90–; poco antes de explicarle que Dios envió al mundo a su Hijo para que «el mundo» se salve (Jn 3,1791). En el evangelio de Juan hay señales muy claras de que entre sus destinatarios había un componente gentil, de lo que se deduce que un tercer grupo, formado por no judíos, también se sumó a la comunidad juánica. Prueba de ello es que el texto final se detiene a explicar términos judíos –como «Mesías», o «Rabbí»– a manera de parénesis añadidos4; lo que indica que el esfuerzo por aclarar a los nuevos miembros de la comunidad dichos términos se dio en una redacción posterior del evangelio, cuando la comunidad juánica ya emergía como una entidad propia diferenciada del judaísmo y marginada por éste (Jn 9,22;12,42-4392). Entonces no se trataba ya de intentar renovar el judaísmo, sino de superarlo y sustituir sus celebraciones y prácticas: Jesús se refiere ahora a la Ley judía en tercera persona (Jn 15,2593); el templo de Jerusalén puede haber sido destruidoα, pero ha sido reemplazado por el cuerpo de Jesús, que es el verdadero templo (Jn 2,18-2194), tal como él dice a la Samaritana: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre… los adoradores verdaderos adorarán al junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada. Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. 88 La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. (…) Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. 89 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el extremo. 90 Pero a todos los que la recibieron [a la Palabra] les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. 91 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 92 Sus padres decían esto por miedo a los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía [a Jesús] como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. […] Sin embargo, aún entre los magistrados, muchos creyeron en él; pero, por los fariseos, no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga, porque prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios. 93 Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me han odiado sin motivo. α Al igual que la muerte de Pedro, la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas romanas –datada en el año 70– ya se había producido cuando se escribió el evangelio de Juan. Rafael Aguirre señala que ese acontecimiento abrió una terrible crisis en el pueblo judío, donde prevaleció la ortodoxia de la corriente farisea que, centrada en la Ley y la sinagoga, ocasionó la radicalización del espíritu judío y uniformó un judaísmo que hasta entonces había sido enormemente plural (Aguirre, 1989, 22-23;60-61). Para Michael White, la presentación de los fariseos en el evangelio de Juan como autoridades religiosas que supervisan la ortodoxia es anacrónica con respecto al tiempo de Jesús, y refleja más bien la experiencia de algunos miembros de la comunidad juánica para quienes la confesión de Jesús significó su expulsión de la sinagoga (White, 2007, 394). 94 Los judíos entonces replicaron diciéndole: «¿Qué signo nos muestras para obrar así?» Jesús les respondió: «Destruid este santuario y en tres días lo levantaré.» Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se ha tardado en construir este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del santuario de su cuerpo.

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Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren»85. Las fiestas tradicionales judías ya no son fiestas para los que creen en Jesús, sino «fiestas de judíos» (Jn 5,1;6,4;7,295); si el sábado es el día de descanso, Jesús, al igual que Dios, trabaja en sábado (Jn 5,1796); y si es costumbre rezar por la lluvia durante la fiesta de los tabernáculos, ahora los que tienen sed pueden venir a Jesús, pues de su seno brotarán manantiales de agua viva (Jn 7,37-3897). Los gentiles se integran a la comunidad juánica (Jn 7,3598) y la llegada de «algunos griegos» indica a Jesús que su ministerio ha llegado al final (Jn 12,20-2399), por lo que la inclusión de los no judíos es comprendida –en el evangelio– como parte fundamental en el plan de Dios para el cumplimiento y la plenitud. Ciertamente la entrada de los gentiles supuso la adaptación del pensamiento juánico a formas más ampliamente inteligibles y atractivas, además de una cierta apertura más allá de las implicaciones de lo que la descripción juánica inicial –eminentemente judía– pudiera significar para quienes procedían de otros ambientes o sustratos (Brown, 2005, 59). Como se advierte en las cartas que continuaron la tradición juánica –la primera data probablemente de entre los años 120 y 130 y está destinada a un grupo de gentiles, separado completamente del judaísmo (White, 2007, 396)–, los grupos juánicos se consideraban a sí mismos una comunidad –koinonía– (1Jn 1, 3100), en cuya «comunión» la designación «hermano» –que implica la de «hermana»α– es común (1Jn 2,10;3,14.16-17;4,20-21101; 3Jn 3102), dado que todos los miembros son hijos de Dios (Jn 20,11-18103). En la extensa comunidad juánica el principal mandamiento es la máxi95

Después de esto, hubo una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. […] Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. […] Pero se acercaba la fiesta judía de las tiendas. 96 [Los judíos perseguían a Jesús por haber curado a un enfermo el sábado] Pero Jesús les replicó: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo.» 97 El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús, puesto en pie, gritó: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá el que cree en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.» 98 Se decían entre sí los judíos: «¿A dónde se irá éste que nosotros no le podamos encontrar? ¿Se irá a los que viven dispersos entre los griegos para enseñar a los griegos?» 99 Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Éstos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les respondió: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. 100 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida, –pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos manifestó– lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. α En la tradición juánica se habla mucho en términos inclusivos, sin que se subraye debidamente eso en todas las traducciones. Muchas de las cosas que se dicen sobre varones son atribuibles también a las mujeres (Bernabé Ubieta, 1999, 51). 101 Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. […] Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. (…) En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Si alguno posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? […] Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso; pues si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. 102 Me alegré mucho cuando vinieron unos hermanos que daban testimonio de tu verdad, y de cómo vives en la verdad. 103 Estaba María [Magdalena] junto al sepulcro [de Jesús] fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor; y no sé

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ma «amaos los unos a los otros» (Jn 13,34;15,12104), y ese amor aporta alegría y paz a los que comparten la misma visión de Jesús (Jn 15,11;14,27105), contrapuesta a la de «el mundo»; pero la cristología juánica no es una tentativa abstracta de ortodoxia ajena a la vida comunitaria cotidiana. Si es crucial creer que Jesús es la Palabra preexistente de Dios, que ha venido de Dios y que es Dios87, lo es porque así puede saberse cómo es Dios: un Dios de amor que amó de tal forma al mundo que se dio a sí mismo en su Hijo (Jn 3,16106; 1Jn 4,8-9107). Tal comprensión de Dios y de Jesús exige que el cristiano juánico, que es hijo de Dios, se porte de un modo digno de su Padre y de Jesús, su hermano (Jn 13,35108). Cuando en el texto evangélico dice Jesús resucitado a María Magdalena: «Vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios»103, se indica que Dios Padre es el referente último de autoridad; una autoridad que pasa a los discípulos a través del Espíritu de Jesús (Jn 20,21-22109), pero que no hace jefes y subordinados, amos y siervos, sino amigos y hermanos (Jn, 14,15110), dispuestos a lavarse amorosamente los pies unos a otros (Jn, 13,3-5;12-17111), es decir, a perder autoridad al estilo de la sociedad patriarcal (Bernabé Ubieta, 2006, 48)α. El Padre celestial juánico no sirve, pues, para configurar o ledónde le han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde le has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» –que quiere decir: «Maestro»–. Dícele Jesús: «Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: «He visto al Señor» y que había dicho estas palabras. 104 [Dice Jesús:] Os doy un mandamiento nuevo: Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. […] Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. 105 Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. […] Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. 106 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 107 Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. 108 [Dice Jesús:] En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.» 109 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid al Espíritu Santo. 110 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 111 [Durante la cena, Jesús] sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego hecha agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. (…) Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. α Carmen Bernabé señala que Jesús, al lavar los pies, parece seguir el ejemplo de María –la hermana de Lázaro74–, quien «tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús» (Jn 12,3). Lavar los pies era una tarea de siervos y mujeres, algo impensable en un varón libre –Bruce Malina y Richard Rohrbaugh apuntan que en las sociedades mediterráneas del siglo I, siempre se daba por supuesto que una persona actuaría de acuerdo con el grado de honor que se le reconocía públicamente (Malina & Rohrbaugh, 2002, 358)–, por lo que Jesús, en un gesto simbólico claramente contracultural, puesto que toma sobre sí el papel del siervo y el de la mujer, para proponerlo a varones, desestabiliza parte del sistema identitario patriarcal; y

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gitimar relaciones sociales androcéntricas, porque muestra más las características de origen y proveedor que las de dominio y autoridad propias de los padres humanos en un sistema patriarcal, además de que todos sus hijos son igualados en la categoría de «discípulo», denominación que con respecto a Jesús aparece en el evangelio por vez primera en la boda en Caná, donde tiene lugar el primer signo que él realiza, que es provocado por su madre (Jn, 2,111112). Ahí Jesús da abundantemente el vino que celebra la vida, su madre es testigo de su posibilidad-realidad aún no manifestada y, al provocarla, posibilita que sus discípulos comiencen a creer en él. También Jesús establece ahí una distancia entre él y su madre –«¿Qué tengo yo contigo, mujer?»– a propósito de lo que misteriosamente se llama «la hora» y que más adelante se descubre como la hora decisiva de la muerte y resurrección (Jn 4,21.2385;5, 25.28;7,30;8,20113;12,23102.27;16,21-22.28;17,1-8114); pero junto a la cruz ella vuelve a estar presente, y su papel en la comunidad –donde lo más importante es el discipulado– queda redefinido (Jn 19,26-2772). Para la tradición juánica seguir a Jesús, creer en él, traer otros a la fe en él, amar como él amó y permanecer en él son rasgos de lo que significa ser su discípulo, y dichos rasgos son personificados a lo largo del evangelio tanto en varones como en mujeres. La mujer samaritana85, por ejemplo, cuya posición moral parece algo irregular y que es presentada en un cierto paralelismo antitético con Nicodemo75 –varón, fariseo, maestro de la Ley, jerosolimitano–, comprende quién es Jesús y el alcance de su mensaje y su persona; discute con él de cuestiones teológicas sobre la esperanza mesiánica y se va abriendo a Jesús, además hace a Dios, nombrado como Padre, el garante de semejante postura (Bernabé Ubieta, 2006, 47). 112 Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y no tenían vino, porque se había acabado el vino de la boda. Le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.» Había ahí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Tal comienzo de los signos hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. 113 En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan, vivirán. (…) No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz […] Querían prenderle, pero nadie le hecho mano, porque todavía no había llegado su hora. […] Estas palabras las pronunció en el Tesoro, mientras enseñaba en el Templo. Y nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora. 114 Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero, ¡si he llegado a esta hora para esto! […] La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. (…) Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez al mundo y voy al Padre.» […] Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado.

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hasta que «dejando su cántaro, corrió a la ciudad» para dar testimonio –«¿No será el Cristo?»85–, en un gesto que recuerda a aquellos pescadores que en los evangelios sinópticos dejaron las redes1,2 y todo3 –los útiles de la labor cotidiana– para seguir a Jesús. La confesión cristológica que hace Pedro en el evangelio mateano –«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»69– es hecha en el de Juan por una mujer: Marta, una de las hermanas de Lázaro –«Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»74– quien, como es habitual entre los testigos y discípulos juánicos, lleva a su hermana –María– a Jesús, transmitiéndole su llamada: «El Maestro está ahí y te llama». La confesión cristológica de Marta y la respuesta positiva de María a la llamada de Jesús –«cayó a sus pies»– abrieron camino a la resurrección de su hermano y, de nuevo –como sucedió con la Samaritana y con la madre de Jesús en Caná–, gracias a la acción discipular femenina otros creyeron en Jesús. Para la tradición juánica el discípulo por excelencia es el discípulo a quien amaba Jesús –innominado, como la madre de ésteα–; el texto evangélico dice que «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro». Él es el único varón nombrado que se menciona como objeto del amor de Jesús, sin que nada semejante se diga, por ejemplo, respecto a ninguno de los doce; pero al parecer sus hermanas eran más conocidas que él, puesto que es presentado como un enfermo de Betania, «pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo»74. Otro dato significativo en cuanto al discipulado abierto de la comunidad juánica se encuentra en la parábola del buen Pastor (Jn 10,1-5)115, cuya descripción se realiza en la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena –cuando ella le reconoce al ser llamada por su nombre103–, señalándose por tanto como una de «sus ovejas», las que «le siguen», «las suyas»115, en clara correspondencia a la expresión «los suyos» que se menciona al principio de la última cena89,β. Ella es, además de receptora y testigo de la primera aparición de Jesús resucitado y de la revelación de su nuevo estado –«Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios»–, la enviada con la buena nueva a los otros discípulos –«He visto al Señor»103–. María Magdalena y la madre de Jesús aparecen juntas, en el evangelio juánico, con otras dos mujeres –la hermana de la madre de Jesús y María, la mujer de Cleopás– como testigos, al pie de la cruz, de «la hora» de Jesús que había sido anunciada a lo largo del evangelio (Jn 19,25116) –están a punto de contemplar «el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»4, convertido en escalera que conecta cielo y tierra–; les acompaña el simbólico discípulo amado y representan a la comunidad juánica, y es entonces que Jesús proclama, a su propia madre, «madre» del discípulo juánico –ideal del seguimiento–, y a α

Raymond Brown apunta que no se mencionan sus nombres porque su importancia primaria –no única– está en su simbolismo del discipulado, más que en sus trayectorias históricas (Brown, 2005, 191). 115 «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése en un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una [o bien: «a cada una por su nombre»] y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» β Ya ha sido señalado aquí –página 20– que en la tradición juánica muchas veces se habla términos inclusivos, y que cosas que se dicen sobre varones son atribuibles también a mujeres (Bernabé Ubieta, 1999, 51). Para Raymond Brown está claro que en el cuarto evangelio no se duda en situar a una mujer en la misma categoría de relación respecto a Jesús que los doce, que son incluidos entre los «los suyos» (Brown, 2005, 187). 116 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleopás, y María Magdalena.

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éste, «hijo» « de ellla72, convirtiéndoles así a él en su hermano –dee madre tam mbién– y a ella en madree de la comu unidad –del verdadero Israel, I formaado por quieenes creen en e Jesús90–, exaltando con ello el valor de su discipulado y redefinien ndo –en este pueblo nu uevo– el pap pel de e el discipu ulado: la mujjer. En el cuaarto evangellio las mujerres desempeeñan un importante rol en hacen la confesió ón cristológica, reciben n la revelación, preguntan y discu uten de teología, aprend den del mism mo Jesús y su s testimonio lleva a otros a creer en él. Este protagonismo o hace pensar no sólo en la evidentte igualdad que se dio en los grup pos juánicoss –donde parece habersse conseguid do el sueño de Pablo7 que q las comunidades paaulinas no lo ograron–, sin no en el sitio o que ocupaaron las mujeres dentro o del grupo de d maestross que desarrrollaron la «ttradición ju uánica» [véaase en la pággina 16 de esste mismo trrabajo]. 3. El cristianismo o en el Impe erio romano. El ámb bito geográffico de la acttividad de Jeesús de Nazaaret fueron pequeñas poblaciones p s situadas en n la ribera de el lago Geneezaret [Mar de Galilea en e el mapaα], ] al norte dee Judea, quee desde el año a 63 a.C. había sido in ncorporada al Imperio romano y cuya d más imporrtante ciudad era Jeerusalén. En n ella se asentó la primera comun nidad numerosa que se s formó trras la ejecucción de Jesú ús, en el año o 30 d.C., por p lo que se constituyó como ceentro del cristianismo –Pablo lle evó el Evangelio «desde Jerusalén» » (Rm 15,19 9117)–, hasta que fue de estruida en el año 70 d.C. d El cristianismo se expandió po or Palestina [aquí detallaada y situad da en el map pa de la págiina siguientteβ], Egipto [véase en el mismo mapa], Siria –een donde veerosímilmentte se encuentran las raíces de la traadición juánica (Vouga, 2001, 102)–– y en las ciu udades haciaa el Occidentte romano –fundamen ntalmente a través de la misión paulina–; dondee los diferen ntes movimieentos cristianos –cuyas concepciones primariass eran judías– a ritmos diversos see fueron con nsided judaísmo o. rando una realidad diferente del α

Mapa de Judea en tiempos de Herrodes y sus succesores –detallle– (White, 200 07, 41). en virtud v de signos y prodigios, en e virtud del Espíritu E de Dios, tanto que desde Jerusalén n y su comarcaa hasta Iliria hee dado cumplim miento al Evanggelio de Cristo; β Cf. El Imperio Romano (Intellectuaal Reserve, Inc., 2006). 117

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Laa primera me ención indirecta del crisstianismo en n Roma se reefiere a Priscca y Áquila, quienes alo ojaron a Pab blo en Corintto (Hch 18,1 1118) tras hab ber sido expulsados «de Roma»17 –eel historiador Suetonio (c. 69-140) señala que el emperad dor Claudio expulsó e de la ciudad a los alborotaadores judío os que provo ocaban disturbios por instigación i d Cristo, en de n el año 49α–; la medid da estaba lim mitada a la capital del Imperio y al reinado dee Claudio, por p lo que trras la muertte de éste –datada en el e año 54– el e matrimoniio volvió a laa ciudad y reunió r en su u casa 15 una iglesia domésstica . Más adelante a –en n el 64– el emperador e N Nerón hizo de los cristian nos el d la impopu ularidad que le acarreó el e incendio provocado p por él mismo en la chivo expiatorio de ciudad d (White, 20 007, 447)β, e inició la prrimera perseecución oficial contra ellos, como lo o describe el e historiado or Tácito (c. 55-120): 5 Nerón hizo h aparecer como culp pables a los cristianos, una u gente a quienes tod dos 118

Desp pués de esto [P Pablo] se ausen ntó de Atenas y llegó a Corinto. Sueto onio [Claudio 25,4]: 2 “Puesto que los judíos provocaban constantes c distturbios por instigación de Ch hrestus –«impu ulsore Chresto» »–, los expulsó ó de la ciudad””. Orosio [Cf. Historiarum ad dversus pagan nos VII 7,6,15-16] informa que q este decre eto tuvo lugar en el año 49 d.C. (Álvarez Cineira, C 2006, 8). Seguramente este Chresstus es una defformación de Christos, C al quee el historiador o la fuente en que se inspirra tomó por un n personaje aú ún vivo (Teja, 2005, 2 294). β Suetonio [Vida de Nerón N 38]: “bajo el pretexto de d que no pod día soportar po or más tiempo la fealdad de los ane y las angosturas a y reecovecos de laas calles, orden nó prender fueego a la ciudad, tan a las claras que tiguos edificios ciertos ex-cónsules, aunque a sorpren ndieron a algu unos esclavos de d Nerón provistos de estopa y antorchas en sus ( Cineira, 2007, 7). propiass manos, no loss detuvieron” (Álvarez α

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odian por sus abominaciones, y los castigó con muy refinada crueldad. Cristo, de quien toman su nombre, fue ejecutado por Poncio Pilato durante el reinado de Tiberio. Detenida por un instante, esta dañina superstición apareció de nuevo no sólo en Judea, donde estaba la raíz del mal, sino también en Roma. Anales, XV.44α

Efectivamente Jesús había sido condenado a muerte por el gobernador romano en Judea –Pilato– y ejecutado con un suplicio –la cruz– que los romanos solían aplicar a quienes se acusaba de rebeldía contra Roma. La inscripción que se puso sobre su cruz aludiendo al «rey de los judíos» (Mc 15,26119; Mt 27,37120; Lc 23,38121; Jn 19,21122) refleja que, en efecto, el motivo de su condena y ejecución fueron sus pretensiones mesiánicas interpretadas según la ortodoxia judía; aunque en la mente de las autoridades romanas el hecho se percibió de otro modo, e hizo a sus seguidores objeto de la misma impopularidad y odio que ya sufrían los judíos –intransigentes hacia cualquier otra forma de religión que no fuera la suya–, sólo que más incisivamente, puesto que le rendían culto como a dios a una persona condenada por la autoridad legítima romana a morir como revoltoso político. El Imperio dominaba sobre personas de razas, lenguas y creencias religiosas muy diversas, que toleraba siempre y cuando respetasen los cultos oficiales; solamente éstos merecían para él el nombre de «religio», pues religaban la sociedad y el Estado con la divinidad –aceptar, por ejemplo, el culto al emperador, era señal de civismo–, mientras que los demás eran considerados «superstitio» (Teja, 2005, 299). Tácito se refiere a ello cuando dice del cristianismo «dañina superstición» en la cita de arriba; y más adelante cuenta que en su persecución a los cristianos Nerón «no se contentó con hacerlos perecer, sino que se inventó el juego de cubrirlos con pieles de animales para que fueran descuartizados por los dientes de los perros, o eran clavados en cruces o embadurnados con materiales inflamables y, cuando el día había desaparecido, alumbraban las tinieblas como antorchas». Se supone que Pablo, al igual que Pedro [véase la notaα al pie de la página 16 de este mismo trabajo], fue ejecutado en el curso de dicha persecución, junto con muchos cristianos más (Markschies, 2001, 10). Las cartas de Plinio el Joven (61-c. 113), que en el año 109 o principios del 110 fue nombrado por el emperador Trajano legado o censor imperial de la provincia de Bitinia-Ponto, localizada al norte de Asia [véase el mapa de la página anterior], constituyen los primeros testimonios de procesos legales realizados contra cristianos. En un recorrido por la provincia, a finales del año 111, el censor se encontró con la queja, probablemente hecha por comerciantes de la localidad (White, 2007, 451), de que la presencia de algunos cristianos había originado disturbios; y esto fue lo que comunicó al emperador Trajano: No he participado nunca en procesos contra los cristianos: por ello desconozco qué actividades y en qué medida suelen castigarse o investigarse. He dudado no poco sobre si… se castiga el nombre mismo, aunque carezca de delito, o los delitos están implícitos en el nombre [en el hecho de ser cristianos]. Entretanto, he seguido el siguiente proceα

(White, 2007, 447). Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El rey de los judíos.» 120 Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» 121 Había encima de él una inscripción: «Este es el rey de los judíos.» 122 Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’.» 119

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dimiento con los que eran traídos ante mí como cristianos. Les pregunté si eran cristianos. A los que decían que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles con el suplicio; los que insistían ordené que fuesen ejecutados. No tenía, en efecto, la menor duda de que, con independencia de lo que confesasen, ciertamente esa pertinacia e inflexible obstinación debía ser castigada. Hubo otros individuos poseídos de semejante locura que anoté que debían ser enviados a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos [y por tanto podían apelar ante el emperador una sentencia capital dictada por un gobernador provincial]... Los que decían que no eran ni habían sido cristianos, decidí que fuesen puestos en libertad, después que hubiesen invocado a los dioses, indicándoles yo lo que habían de decir, y hubiesen hecho sacrificios con vino e incienso a una imagen tuya, que yo había hecho colocar con este propósito junto a las estatuas de los dioses, y además hubiesen blasfemado contra Cristo, ninguno de cuyos actos se dice que se puede obligar a realizar a los que son verdaderos cristianos. Otros, denunciados por un delator, dijeron que eran cristianos, luego lo negaron, alegando que ciertamente lo habían sido, pero habían dejado de serlo… Todos estos también veneraron tu imagen y las estatuas de los dioses y blasfemaron contra Cristo. Por otra parte afirmaban que toda su culpa o error había sido que habían tenido la costumbre de reunirse en un día determinado antes del amanecer y de entonar entre sí alternativamente un himno en honor de Cristo, como si fuese un dios, y ligarse mediante un juramento, no para tramar ningún crimen, sino para no cometer robos, ni hurtos, ni adulterios, ni faltar a la palabra dada, ni negarse a devolver un depósito, cuando se les reclamara. Que, una vez realizadas estas ceremonias, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar alimento, pero normal e inofensivo; que habían dejado de hacer esto después de mi edicto, en el que, según tus instrucciones, había prohibido las hermandades secretas. Por todo ello, consideré que era muy necesario averiguar por medio de dos esclavas, que se decía eran diaconisas, qué había de verdad, incluso mediante tortura. No encontré nada más que una superstición perversa y desmesurada. Por ello, después de aplazar la audiencia, me apresuré a consultarte. Pues me pareció que se trataba de un asunto digno de tu consejo, sobre todo a causa del número de los implicados; pues muchas personas de todas las edades, clases sociales e, incluso, de ambos sexos son y serán llamados ante el tribunal. Cartas, X.96α

El emperador respondió confirmando el procedimiento seguido por Plinio: obligarles a invocar y sacrificar a los dioses como demostración de lealtad y retracción de cualquier comportamiento dudoso, además de ordenarle que no saliera a cazar cristianos ni que aceptara denuncias anónimasβ. El informe de Plinio demuestra la inexistencia de delitos reales –en el sentido preciso del término– por los que se pudiera acusar a los cristianos; éstos practicaban estrictas normas morales y sus reuniones sólo violaban la prohibición contra las asociaciones privadas. Los ritos celebrados antes del alba –como los referidos, en donde se rendía culto a Cristo «como si fuese un dios» y participaban en ellos «personas de todas las edades, clases sociales e, incluso, de ambos sexos»– habían estado asociados durante siglos en Roma a «suα

(Álvarez Cineira, 2007, 3-4). Trajano [A Plinio, X.97]: “No han de ser perseguidos; si son denunciados y encontrados culpables, han de ser castigados… los panfletos presentados anónimamente no deben tener cabida en ninguna acusación.” (Álvarez Cineira, 2007, 4-5). β

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persticiones» extranjeras potencialmente subversivas, como, por ejemplo, las bacanales dionisíacas (White, 2007, 453); y eso hizo correr rumores sobre los delitos que cometían los cristianos en sus reuniones secretas y nocturnas –rumores documentados en numerosas fuentes paganas y cristianas posteriores (Teja, 2005, 300)–: orgías sexuales, incestos, asesinatos de niños, canibalismo, etc.; de los que Plinio no encontró ni siquiera denuncias anónimas, sino que le llamó la atención y le preocupó «sobre todo» –por ello se apresuró a consultar al emperador– «el número de los implicados». La estimación más plausible sobre la tasa de crecimiento del cristianismo durante sus primeros siglos es de 40% por década (Stark, 2001, 2021); lo que significa que si en el año 40 había mil cristianos centrados en Palestina para mediados del siglo II la cifra era ya cercana a los cuarenta mil quinientos, diseminados por todo el Imperio romano. En éste, demográficamente los hombres superaban por mucho el número de mujeres, entre otras razones porque era legal, moralmente aceptado y ampliamente practicado por todas las clases sociales el abandono de infantes femeninos no deseados, como se ejemplifica en este mensaje de Hilario a su esposa embarazada Alis: Has de saber que todavía estoy en Alejandría. Y no te preocupes si todos vuelven y yo sigo en Alejandría. Te pido y te ruego que cuides muy bien a nuestro pequeño hijo, y apenas yo reciba mi paga te la enviaré. Si sucede que nace el bebé [antes de que yo vuelva a casa], si es un niño, consérvalo, si es una niña, deséchala. Tú me dijiste: “No me olvides”. Cómo podría olvidarte. Te ruego que no te preocupes.α

La carta data del año 1 a.C., aunque la actitud que refleja persistió en los romanos hasta avanzada la era cristiana –Tácito llegó a opinar, por ejemplo, que la enseñanza judía de que «era pecado mortal matar a un bebé no deseado» no era sino una más de sus prácticas «siniestras y repugnantes» (Stark, 2001, 131)–; pero la disparidad de las proporciones sexuales entre los habitantes del Imperio no se debió solamente a la alta mortalidad femenina desde el nacimiento, sino que muchas mujeres murieron también a causa del muy frecuente recurso del abortoβ, practicado tanto para ocultar relaciones sexuales ilícitas como por razones económicas: la imposibilidad de mantener al vástago en los pobres y el no querer demasiados herederos en los ricos. En todo caso, se debe reconocer que en la mayoría de las veces eran los hombres, y no las mujeres, quienes tomaban la decisión de abortarχ, del mismo moα

El texto ha sido citado por muchos autores debido al contraste entre la profunda preocupación por la esposa y el hijo deseado, y la tremenda crueldad al pensar en una posible hija (Stark, 2001, 112). β Michael Gorman [Abortion and the early church, 1982] señala un sorprendentemente largo número de técnicas abortivas, de las cuales las más efectivas eran también excesivamente peligrosas: un método frecuente consistía en la ingestión de dosis casi fatales de veneno –cuyos niveles de tolerancia varían de manera importante de una persona a otra, por lo que en muchos casos tanto el feto como la madre morían–, que a veces sólo se introducían en el útero para matar al feto –desafortunadamente, en muchos casos las mujeres no podían expulsarlos y morían, a menos que fueran tratadas con métodos mecánicos de raspaje–; los métodos mecánicos más usados empleaban agujas, garfios y cuchillos –que requerían de una gran destreza quirúrgica además de mucha suerte, en un tiempo que ignoraba la existencia de las bacterias y en la que aún no se había inventado el jabón– (Stark, 2001, 132-133). χ La ley romana otorgaba a la cabeza masculina de la familia el poder de decidir entre la vida o la muerte de su familia, incluyendo el derecho de ordenarle abortar a una mujer de su seno familiar. Esta perspectiva era sostenida por el peso de la filosofía griega: Platón [La República, V.9] planteaba que los abortos se hicieran obligatorios con el propósito de limitar la población; y Aristóteles [Política, VII.14.10] escribió que debía fijarse un límite para la procreación de la descendencia y, si cualquier persona tenía relaciones sexuales en contravención de

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do que fue Hilario –no Alis– quien decidió que se cometiera el infanticidio si su retoño que habría de nacer resultaba ser una niñaα. Este prejuicio androcéntrico está reflejado en la literatura latinaβ, donde es recurrente el tema de las esposas difícilesχ; la mayoría de los hombres tenía en baja estima el matrimonio y muchos eran promiscuos y frecuentaban a prostitutas y prostitutos (Stark, 2001, 130-131), disminuyendo con ello aún más el ya de por sí bajo índice de natalidad, que también –cuando los varones sí se relacionaban sexualmente con sus esposas– era controlada mediante plantas que se les hacía masticar a las mujeres, además de los ungüentos, mieles y trozos de tela que se insertaban en la vagina para matar el esperma o bloquear el paso del semen al útero –los ricos usaban condones hechos de estómagos de corderos nonatos y vejigas de cabras–, pero los métodos más populares eran las variaciones sexuales que mantenían el esperma fuera de la vagina: el «coitus interruptus», la masturbación mutua y el sexo analδ. En su Carta a los Romanos, Pablo hace referencia al sexo anal a propósito de «la ira de Dios» (Rm 1,26123), al que ya desde en la tradición judía desagradaban los métodos que desviaban el semen de la vagina –como queda claro en la historia de Onán (Gn 38,9-10124), por ejemplo–; también el historiador judío Flavio Josefo (37/ 38101) –que estuvo en Roma entre los años 64 y 67ε– dejó escrito que la Ley judía «anima a tener descendencia, y prohíbe a la mujer abortar lo que ha procreado, o destruirlo después», esas regulaciones, debería practicarse el aborto (Stark, 2001, 134). α Con relación a la nota anterior, también Platón [La República, V] y Aristóteles [Política, II.7] recomendaron el infanticidio como una política de estado legítima (Stark, 2001, 132); con lo que se ilustra hasta dónde hay que remontarse para rastrear estos patrones en la cultura grecorromana [revísense, por ejemplo, las notasβ y χ al pie de la página 11 de este trabajo]. β La única novela latina que ha sido hallada completa es Las metamorfosis o el asno de oro, escrita en el siglo II por Apuleyo de Madaura; y dice: “[A aquel panadero] hombre honrado y muy comedido, le había tocado en suerte la peor esposa y la más malvada con mucho de todas las mujeres, por la cual sufría los peores castigos tanto en el lecho como en el hogar; tanto que, por Hércules, incluso yo, en silencio, me dolía muchas veces de su situación. Y es que a aquella perversa hembra no le faltaba ni un solo defecto; todas las infamias habían confluido en su alma como en una cloaca enfangada: despiadada, depravada, ninfómana, dipsómana, contumaz, pertinaz, avara en sus deshonestas rapiñas, pródiga en sus gastos vergonzosos, enemiga de la lealtad, contraria al pudor. Además, despreciando y pisoteando el poder de los dioses y fingiendo sacrílegamente la creencia en un dios que ella proclamaba que era el único; en lugar de la religión verdadera inventaba unos ritos absurdos; y así mientras tenía embaucados con ellos a todos los hombres y engañado a su pobre marido, se abandonaba al vino desde por la mañana, así como a incesantes adulterios” [2003, Madrid: CSIC. Vol. II, 135] (Álvarez Cineira, 2007, 9). Evidentemente, aquí se reflejan también los rumores populares contra los cristianos –personificados en una mujer– a los que se ha hecho referencia en las primeras líneas de la página anterior. χ Beryl Rawson apunta que es esta la razón por la que los hombres romanos no tenían mucha consideración por el matrimonio [The family in ancient Rome, 1986, 11] (Stark, 2001, 131). δ Después de registrar la gran riqueza de referencias literarias, Jack Lindsay dice que el coito anal heterosexual era algo muy común, y usado como la más simple, convincente y efectiva forma de contracepción [The ancient world: manners and moral, 1968, 250-251]; por su parte, Rodney Stark puntualiza que el hecho de que se practicara más el sexo anal que el oral es comprensible, dada la falta de higiene (Stark, 2001, 135). 123 Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; 124 Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tenía relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando así dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahvé lo que hacía y le hizo morir. ε Después acaudilló en el norte de Palestina la insurrección judía tras la cual fue destruida Jerusalén, y cayó prisionero de los romanos, aunque fue tratado benignamente por haber profetizado al general Vespasiano que llegaría a ser emperador –cuando se cumplió esto, recobró su libertad (Theissen, 2004, 268)–; y más tarde murió en Roma.

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puntualizando que si una mujer incurría en dicha falta sería una «asesina de su propio hijo» (Stark, 2001, 137). Estas prohibiciones fueron heredadas por la subcultura cristianaα e hicieron que el cristianismo condenara los patrones culturales que menguaban la población del Imperio; dada la gran cantidad de mujeres que había en sus iglesiasβ, al prohibir toda forma de infanticidio o aborto los cristianos extirparon una importante causa del desequilibrio genérico, comenzando por incrementar el número de mujeres en sus propias comunidades. Si un factor importante de la baja natalidad entre los paganos era que muchos de ellos tenía en baja estima el matrimonio, la santificación del vínculo matrimonial entre los cristianos y su condena de la doble moral que concedía licencias sexuales únicamente a los hombres fueron determinantes no solamente para una mayor equidad genérica entre ellos, sino también para la expansión del cristianismo mismo, pues los cristianos condenaron la promiscuidad en los hombres tanto como entre las mujeres y pusieron tanto énfasis en las obligaciones del esposo para con la esposa como viceversa44, lo que representó una total novedad tanto para los judíos como los para paganos. La falta de ciudadanos romanos había sido un problema de Estado desde los tiempos del emperador Augusto, que reinó del año 27 a.C. al 14 d.C.; su legislación intentó incentivar la procreación de hijos multando a los solteros y a las viudas que no volvían a casarse cuando aún podían ser madres, es decir, si todavía no cumplían los cincuenta años de edad (Aguirre, 1998, 211). Por supuesto, en una sociedad que privilegiaba a los hombres, al volver a casarse una viuda perdía totalmente su herencia, que pasaba a la propiedad de su nuevo marido (Stark, 2001, 119); pero si una mujer cristiana llegaba a enviudar disfrutaba de grandes ventajas, porque entre los cristianos la viudez era enormemente respetada (1Tm 5,2-3125; St 1,27126) y las segundas nupcias algo sutilmente no recomendado (1Co 7,8127). De modo que en las comunidades cristianas no solamente las viudas acomodadas podían conservar los bienes de sus difuntos maridos, sino que la comunidad se encargaba de mantener a las viudas pobres –desde el origen mismo del cristianismoχ– y ellas podían elegir si se casaban o no nuevamente. Además, muchas mujeres paganas eran forzadas a casarse antes de la pubertad con hombres considerablemente mayores que ellas, en matrimonios que muy a menudo eran consumados al instante (Stark, 2001, 122); y en este sentido también las niñas cristianas gozaron un importante avance, pues se casaban a una edad susα

La Didajé –página 6 de este trabajo–, en su segundo mandamiento [II.2] dice: «no matarás al hijo por aborto ni darás muerte al nacido» (Rivas, 2007, 1). β Además de ya lo dicho aquí en los primeros dos apartados, Adolf Harnak [The mission and expansion of christianity in the first three centuries, 1908, II, 73] señala que las fuentes antiguas “expresan de manera suficientemente correcta la verdad generalizada de que el cristianismo se sostenía particularmente en las mujeres, y también que el porcentaje de mujeres, sobre todo entre las clases más altas, era mayor que el de hombres”; a lo que Peter Brown suma [The body and society: men, women and sexual renunciation in early christianity, 1988, 151]: “tales mujeres podían influenciar a sus maridos para proteger la iglesia” (Stark, 2001, 113-114). 125 a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza. Honra a las viudas, a las que son verdaderamente viudas. 126 La religión pura e intachable es ésta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo. 127 No obstante, digo a los solteros y a las viudas: Bien les está quedarse como yo. χ En la primera comunidad numerosa que se formó en Jerusalén tras la ejecución de Jesús, uno de los primeros conflictos tuvo que ver justamente con la administración de los bienes destinados a ayudar a las viudas como los miembros más necesitados del grupo (Aguirre, 1989, 44). El libro de Hechos [Hch 6,1] lo narra así: “Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana”.

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tancialmente mayyor [véase laa tablaα] y teníaan más injerrencia en la elección del esposo. Pedro había esperrado que las esposas cristianas trajeraan a sus marido os al cristian nismo (1P 3,1-2128), y Pablo se había prronunciado también en favvor de los matrimonios m s exóga129 mos (1 1Co 7,14 ): «Pues ¿qué sabes tú, mujer, m si salvarás a tu marido? m Y ¿q qué sabes tú ú, ma4 44 rido, si s salvaras a tu mujer?» ; parece que nunca co onsideraron que ocurriese lo contraario, y en efeecto, los alto os grado de compromiso c o que generaaba la «koinonía» cristiaana en sus miemm bros –Plinio – hizo referencia r all emperadorr de su «pertinacia e infflexible obstiinación», aú ún bajo la amenaza a de muerte– gaarantizaba seeguridad maatrimonial a los paganoss que se cassaban con miembros m de e las comunidades cristiianas, haciendo realmente frecuen ntes los matrimonios exógamos e y posibilitando con ello laa cristianización de los habitantes del d Imperio,, porque prrocreaban hijos e invitab ban a sus am migos, parientes y vecinos a ser partícipes de laa buena nueeva –el Evan ngelio– de Jeesucristo. En n los orígene es del cristianismo no haay un libro unívoco u sino o una person na: Jesús; y desde d el com mienzo hubo variedad dee interpretacciones acercca de él entree sus discípu ulos y seguid dores, porque su actividaad y palabras se prestan n a diferentees lecturas daado que son n de carácterr controverrtido, ademáás de que –p pronto– las historias h sob bre él fueron n trasladadass a contexto os culturales muy distin ntos y así surgieron, a lo o largo y anccho del Impeerio romano o, comunidades y tradiciiones cristianas diversass que en ocasiones tuviieron desaveenencias –eentre los testimonios más m antiguoss se encuentra la amonestación de Pablo P a los gáálatas por crreer un evan ngelio deform mado, maldiiciendo en tono t encend dido a los representantees de otras corrientes c crristia130 0 nas (G Ga 1,6-7.9 )– pero quee gracias a la l red viariaa imperial taambién hubo contacto entre ellas, aunque a fuerra sólo esporrádicamentee dado que un u principio se sustentaron en relacciones person nales y de buena b volun ntad más qu ue en algún tipo de pro otocolo form mal (White, 2007, 2 469). En E Antioquíaa de Siria, po or ejemplo [véase el maapa de la pággina 25], las cartas de Ignacio –datad das entre los años 113 y 138– ofreccen por vez primera p orieentaciones sobre cargos ecleβ siásticcos estructurrados jerárq quicamente ; que no eran tan rigurrosos en Rom ma, según se s adα

La tab bla muestra loss resultados dee un trabajo del demógrafo histórico Keith h Hopkins [«Th he age of romaan girls at marrriage». En Popu ulation Studiess 18 (1965), 30 09-327], dondee resume un siglo de investiggaciones cuyoss datos cualitattivos proceden n, además de laas historias cláásicas típicas, de d evidencias halladas h en esccritos de abogados y doctorees, mientras qu ue los cuantitativos emanan principalmente de inscripcio ones, la mayoríía funerarias, a partir de las cuales c se calculló la edad matrimonial y pud do conocerse laa religión de las implicadas (SStark, 2001, 12 22). 128 Igualmente vosotras, mujeres, seed sumisas a vuestros marido os para que, si incluso alguno os no creen en n la pan por las palab bras sino por laa conducta de sus mujeres, al a considerar vuestra conducta caslabra, sean ganados no ta y respetuosa. 129 Puess el marido no o creyente queda santificado por su mujer,, y la mujer no o creyente queda santificada por el marido creyente. De otro o modo, vuestros hijos serían impuros, mas m ahora son n santos. 130 Me maravillo de que q tan pronto o hayáis aband donado al que os llamó por la gracia de Cristo, para passaros a otro evvangelio –no que sea otro, sino que hay alggunos que os están turbando y quieren deeformar el evaangelio de Cristto–. (…) Como os tengo dicho, también ahora os lo repitto: Si alguno oss anuncia un evangelio e distin nto del que hab béis recibido, ¡sea maldito! β Ignaciio de Antioquíaa está a favor de una estructtura tripartita denominada «monoepiscopa « al», por estar constic tuida por p un único obispo o o superrvisor –«episko opos», en grieego– que gobierna sobre un n grupo de an ncianos

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vierte en la Primera Carta de Clementeα –que data de entre los años 100 y 120–, quien sin embargo se siente con autoridad suficiente para dar indicaciones a las iglesias de Corinto, sus destinatariasβ. A principios del siglo II los cristianos comienzan a aparecer en Egipto (White, 2007, 496)χ, con un carácter específico al que se suele denominar «gnosticismo»δ y cuya corriente más conocida recibe su nombre de Valentino (c. 100-175), quien enseñó su doctrina en Alejandría [véase en el mapa de la página 25] hasta la edad de cuarenta años, y después en Roma (Luttikhuizen, 2007, 135), donde fungió como un popular maestro entre los cristianos (White, 2007, 498). Su esquema mítico básico está presupuesto en el llamado Apócrifo –que significa «oculto», e indicaba el carácter secreto o esotérico del mensaje– de Juan, un texto datado a mediados del siglo II del que se han encontrado en Egipto varias versiones –tres en los códices II, III y IV de la biblioteca de Nag Hammadi y una más en lo que se conoce como Códice de Berlín, porque actualmente se halla en el museo de dicha ciudad–; en él se cuenta cómo Juan, el discípulo predilecto de Jesús, tras la partida de éste vivió momentos de –«presbyteroi»– y debajo de éstos los ministros, servidores o diáconos –«diakonoi»– (White, 2007, 464). Ignacio era el obispo de Antioquía, y en un momento dado llega a hablar de sí mismo como «el obispo de Siria» [Rom 2,2], con el probable significado de que él era el obispo de todas las iglesias de la zona, donde cada congregación tendría, a su vez, sus propios ancianos y ministros (White, 2007, 466). α Clemente de Roma es el nombre que tradicionalmente se da al autor de esta carta que se cuenta entre los primeros documentos en relacionarse con el liderazgo eclesiástico tras el período apostólico, se conoce como 1Clemente y en ella pueden intercambiarse los términos «obispo», «anciano» y «ministro» (White, 2007, 420. 466). En el libro de Hechos –de finales del siglo I– se narra que Pablo y Bernabé nombraron ancianos en algunas comunidades [Hch 14,23]: “Designaron presbíteros en cada iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído”; llegando a usar para referirse a las mismas personas las voces «presbyteroi» y «episkopoi» –supervisores o vigilantes– [Hch 20,17]: “Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la iglesia de Éfeso” –y les dijo– [Hch 20,28]: “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo”. β Un grupo de ancianos –«presbyteroi»– de Corinto había sido destituido por otro de jóvenes que ocupó su lugar, y el texto de la carta apela a la tradición de la sucesión o designación apostólica para confirmar la legítima posición de los primeros –referidos como «episkopoi»– [1 Clemente 44,1-3]: “Y nuestros apóstoles conocieron por medio de nuestro Señor Jesucristo que habría discordias sobre el nombre de obispo. Puesto que por esta causa tuvieron un perfecto conocimiento, establecieron a los ya mencionados y después dieron norma para que, si morían, otros hombres probados recibiesen en sucesión su ministerio. Así pues, no consideramos justo que sean arrojados de su ministerio los que fueron establecidos por aquellos o, después, por otros insignes hombres con la conformidad de toda la Iglesia y a los que sirven irreprochablemente al pequeño rebaño de Cristo, con humildad, callada y distinguidamente, alabados durante mucho tiempo por todos” (White, 2007, 466). χ Al sur de Egipto se han encontrado catorce papiros cristianos que datan del siglo II, diez de los cuales son bíblicos, y de éstos, cuatro «neotestamentarios» –aunque la expresión sea un anacronismo debido a que entonces aún no existía un canon bíblico–; el más importante de ellos es el Papiro Rylands 457 –mejor conocido como P52–, que incluye algunas líneas del capítulo 18 del evangelio de Juan. Según los expertos el papiro procede de un manuscrito del primer cuarto del siglo II, y su aparición demuestra que el cuarto evangelio era ya conocido en Egipto en una época temprana (Luttikhuizen, 2007, 127-131). δ Se trata de un término derivado de la voz griega gnosis –«conocimiento»– acuñado en el siglo XVIII para referirse al conjunto de ideas religiosas de un movimiento espiritual elitista y secreto que floreció en los siglos II y III dentro del cristianismo (cf. Marcos, 2005, 116; White, 2007, 501). César Vidal Manzanares ha propuesto una síntesis de sus características en estos en cinco puntos: 1) el mundo material se considera un lugar inadecuado para el ser humano, 2) la exclusión de la idea del pecado en un sentido judeo-cristiano, 3) la gnosis –o conocimiento oculto y presuntamente antiguo– como única salida del estado actual, 4) la sustitución de la moral por la realización de ritos mágicos y la captación de adeptos, y 5) la sensación de formar parte de una élite sentida por el adepto (Vidal Manzanares, 1991, Gnosticismo).

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gran incertidumbre acerca de cuestiones que consideraba esenciales, hasta que se aparece Jesús y erradica sus dudas e ignorancia mediante una revelación detallada que narra la comprensión gnósticaα y que concluye con estas palabras: Te he dicho todas estas cosas para que las conozcas y las transmitas secretamente a los que participan de tu espíritu: éste es el misterio de la raza inconmovible… Maldito sea el que trueque estas cosas por un regalo, por comida o bebida, por un vestido o por cualquier otra cosa por el estilo. ApocJn 31,34-35β

Para los gnósticos la enseñanza secreta o apócrifa que Jesús les había transmitido a través de discípulos iniciados, tras haber abandonado su cuerpo material, era la visión total y la verdad completa; y aunque actualmente el término «apócrifo» sea sinónimo de falso, sin autoridad, oscuro o poco creíble, este tipo de textos encierra un enorme valor histórico, dado que desde el siglo II fueron fuente de espiritualidad de comunidades cristianasχ. Los «gnósticos» no se reconocían a sí mismos con este nombre, sino con el de «pneumáticos», «elegidos» o «iluminados»; la «gnosis» era una iluminación interior que les revelaba su propia identidad divina y por su misma naturaleza sobrehumana no se podía enseñar ni aprender, α

Su explicación cosmológica básica es una división de la realidad en tres niveles: el mundo puro y espiritual del Dios perfecto, el nivel intermedio astral de los poderes planetarios, y el ámbito material del mundo sublunar, que no ha sido creado por la divinidad superior sino por una divinidad de segundo orden –el dios creador o demiurgo–, considerado por tanto como un adversario del Dios superior y un enemigo de la humanidad. La primera parte del escrito trata del Dios superior, de sus pensamientos o cualidades –llamadas «Eones»–, concebidas como seres divinos puramente abstractos –los Eones guardan entre sí una relación familiar, pues forman parejas hombre-mujer que han surgido de parejas anteriores de Eones, la primera de las cuales surgió del primer Dios y de su pensamiento o imagen, concebido como un ser femenino; el último Eón en nacer es Sofía, o «Sabiduría», que sin aparejarse concibió en su interior un pensamiento y deseó manifestarse en una imagen salida de sí misma que resultó imperfecta: Yaldabaot, el demiurgo creador, que tomó de su madre una chispa y alejándose de ella abandonó los lugares en los que había sido creado–, mientras que la segunda parte se dedica a la creación del hombre y a la historia de las primeras generaciones: el hombre es una suerte de microcosmos compuesto también por tres niveles, a saber, un núcleo espiritual –«pneuma», que procede del Dios superior–, un alma –«psique», degradación del espíritu que se relaciona con el mundo astral y planetario– y un cuerpo –«soma», el nivel de degradación más bajo que participa de la materialidad del mundo sublunar–; Yaldabaot hizo el alma de Adán con la misma sustancia etérea de la que están hechos los planetas, Marte, Venus, etc. –de ahí sus pasiones–, pero no se movía, por lo que a instancias de subalternos del Dios superior se le aconsejó que soplara sobre la psique de éste la porción de luz que había hurtado de su madre, perdiéndola él y constituyéndose desde entonces en el núcleo espiritual de aquél y sus descendientes, los hombres, de modo que Yaldabaot lo arrojó a zonas inferiores y oscuras encarcelándole en un cuerpo que le fabricó con los cuatro elementos, para que no pudiese regresar al mundo luminoso de la divinidad superior, pero vino una ayudante espiritual que informó a Adán de su origen y de su verdadera naturaleza interior, a lo que el demiurgo respondió con la pretensión de dividir y desvanecer la lucecita espiritual que tenían mediante la procreación de más hombres, enviándoles una serpiente que enseñó al mismo tiempo a sus almas el vicio de la generación y a sus cuerpos la apetencia de la corrupción, sin conseguirlo, porque sus hijos nacieron con el mismo principio espiritual de sus padres, continuando la irritación del demiurgo y sus muchos afanes, de los que todavía algunos han logrado mantener su espíritu libre de la oscuridad mediante el «conocimiento» y la resistencia a las inclinaciones psíquicas y a los instintos corporales, para dedicarse por completo a cuestiones puramente espirituales (cf. Luttikhuizen, 2007, 137-147). β NHC II,1 (Luttikhuizen, 2007, 49). χ Gerard Luttikhizen apunta, por ejemplo, que se han encontrado más papiros antiguos del Evangelio de Tomás –apócrifo– que del texto del Evangelio de Marcos (Luttikhuizen, 2007, 53).

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sino que se trataba de una concesión singular e inmerecida otorgada por la divinidad que si bien se podía alcanzar por diversos caminos como la soledad, el ascetismo, el estudio o la reflexión, quien la conseguía sólo podía orientar a sus discípulos, aunque no todos le lograrían comprender, y menos aún repetir su experiencia; no había manera, pues, de asegurar el éxito, y éste podía llegar inclusive a un desconocido. Quizá sea este uno de los motivos por los que el gnosticismo no hizo una escuela, sino que fue difundido por cauces distintos tendentes a diversificarlo mediante múltiples evangelios, hechos de apóstoles, apocalipsis y cartas que casi siempre se atribuían a discípulos de Jesús, aunque en los diferentes textos que se conservan existe una amplia coherencia que muestra unidad doctrinal en el movimiento. Una de las discrepancias más claras entre los gnósticos y los cristianos no gnósticos es que éstos creen –como los judíos– que la creación era buena en origen y el mal había entrado en el mundo por culpa del hombre, que haciendo mal uso de su libertad desobedeció al creador y por ello el pecado y la muerte alcanzaron a todos (Rm 5,12131); pero para los gnósticos, lejos de ser el hombre quien origina el mal, es más bien la víctima principal de éste, cuyo origen está en relación con sucesos que tuvieron lugar en el mundo divino –la fragmentación de la unidad originaria a raíz de la cual la luz, finalmente, se encontró con la opacidad material [véase la notaα al pie de la página anterior]– antes de la aparición del hombre, por lo que éste está exento de responsabilidad en el asunto. El escrito gnóstico conocido como Testimonio de la Verdad –que se encuentra el códice IX de la biblioteca de Nag Hammadi– polemiza abiertamente con los cristianos no-gnósticos: Piensan los necios que si confiesan «somos cristianos», en sólo palabras carentes de poder, ignorando quién es [verdaderamente] Cristo, vivirán… Pero no tienen la palabra que da la vida. TesVer, 31-32α

La palabra que da la vida –la «gnosis»–, para los gnósticos, no la transmiten los obispos, a quienes consideran en el mejor de los casos «canales sin agua» (Fernández Ubiña, 2005, 237); en cambio, una figura que destaca en sus textos es María Magdalena (Marcos, 2005, 119) quien, por ejemplo, en el Evangelio de Felipe –datado a fines del siglo II y que se halla en el códice II de la biblioteca de Nag Hammadi– es una de la tres Marías que siempre van con el Salvador (EvFel 59,6-11β), distinguiéndola a ella como su compañera –«koinonós»– en un contexto en que se habla de los espirituales en contraposición con los terrenales, donde los primeros tienen una descendencia inmortal y conciben a través del «beso santo», que es el signo de compartir y desearse la gracia engendradora (Bernabé Ubieta, 1994, 210); y más adelante se insiste: La compañera del Salvador es María Magdalena. El Salvador la amaba más que a todos los discípulos, y la besaba frecuentemente en la boca. Ellos le dijeron: «¿Por qué la amas más que a todos nosotros?». El Salvador les respondió: «¿Por qué no os amo a 131

Por tanto, como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron; α NHC IX,3 (Fernández Ubiña, 2005, 283). β Había tres que siempre iban con el Señor: María su madre y su hermana y María Magdalena que fue llamada su compañera. Porque María su hermana, su madre y su compañera [NHC II.3] (Bernabé Ubieta, 1994, 209).

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vosotros como a ella? Un ciego y un vidente, estando ambos a oscuras, no se diferencian entre sí. Cuando llega la luz, entonces el vidente verá la luz y el que es ciego permanecerá a oscuras». EvFel 63-64α

Anterior al de Felipe es el Evangelio de María –que data de las primeras décadas del siglo II y es el primer tratado del Códice de Berlín, aunque se suele citar y estudiar junto con los de la biblioteca de Nag Hammadi por su carácter gnóstico–; en él se revela una tradición perdida sobre la autoridad de María Magdalena que presenta a Pedro como su oponente (Torjesen, 2005, 49), narrando que tras la ascensión de Jesús a los cielos los discípulos estaban desconsolados, deprimidos y temerosos hasta que María se levanta y toma la palabra para exhortarlos a deshacerse de penas y dudas, asegurándoles que la gracia del Salvador estaría con ellos e instándolos a alistarse para la tarea misionera a la que habían sido llamados. Los discípulos cobran valor y comienzan a comentar las palabras del Salvador y, pasado un tiempo, Pedro dice a María: «Hermana, nosotros sabemos que el Salvador te ha amado más que a todas las otras mujeres; dinos las palabras del Salvador que recuerdas y que conoces, pero que nosotros no conocemos ni hemos entendido.» María responde y dice: «Lo que está escondido para vosotros yo os lo anuncio.» Y ella se puso a hacer su revelación… EvMar 9,12-10,10β

Cuando termina, Andrés pone en duda que el Salvador haya dicho tales cosas, que le resultan doctrinas extrañas; y Pedro, irritado, prorrumpe una réplica cargada de encono: «¿Acaso iba a hablar él con una mujer en secreto y no abiertamente? ¿Es que habremos de empezar todos de nuevo y escucharla a ella? ¿Acaso él la prefirió a nosotros?» María, dolida por estas palabras, se volvió a él le dijo: «Mi hermano Pedro, ¿qué es lo que tienes en la cabeza? ¿Crees que yo he inventado esto o que miento a propósito del Salvador?» Finalmente Mateo interviene para zanjar la cuestión: «Pedro, tú siempre has sido impulsivo. Ahora te veo encarnizándote contra la mujer como si fuera los adversarios. Puesto que el Salvador la ha juzgado digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Seguro que el Salvador la conoce muy bien y por eso la amó más que nosotros. Más bien habremos de avergonzarnos y revestirnos del hombre perfectoχ para partir, como nos lo pidió, a proclamar el evangelio, sin establecer otra norma o α

NHC II.3 (Fernández Ubiña, 2005, 282). BG 8502 (Bernabé Ubieta, 1994, 214). χ En el Evangelio de Tomás –del que se conocían sólo algunos fragmentos procedentes de manuscritos diferentes hallados en los papiros 654 y 655 de Oxirrinco I, en Egipto, que pudieron ser identificados cuando se descubrió la versión completa del texto en el códice II de la biblioteca de Nag Hammadi, entre el Apócrifo de Juan y el Evangelio de Felipe– hay ciertos elementos que ayudan a esclarecer esta concepción de «hombre perfecto»: [EvTm 11] “Jesús dijo: Cuando lleguéis a estar en la luz, ¿Qué es lo que haréis? El día en que erais uno llegasteis a ser dos. Pero ahora que sois dos ¿qué es lo que haréis?” [EvTm 22] “Jesús les dijo: Cuando hagáis de los dos uno y hagáis lo de dentro como lo de fuera y lo de fuera como lo de dentro y lo de arriba como lo de abajo, de modo que hagáis lo masculino y lo femenino en uno solo, a fin de que lo masculino no sea masculino y lo femenino no sea femenino (…) entonces entraréis en el [Reino].” [EvTm 49] Jesús dijo: Felices sois los solitarios y elegidos, porque encontraréis el Reino; ya habéis salido de él y de nuevo iréis allí.” [EvTm 61] “Salomé dijo: ¿Quién eres tú (…)? Has subido a mi cama y has comido de mi mesa. Jesús le dijo: Yo soy el que procede de lo que no ha β

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ley sino lo que el Salvador dijo.»α Un personaje que con frecuencia se cataloga entre los gnósticos aunque merece un estudio aparte por la fuerza de su personalidad y por la trascendencia de sus doctrinas (Fernández Ubiña, 2005) es Marción –cuyos escritos no se conservan pero se sabe de él por sus adversarios teológicos posterioresβ– que, habiendo nacido en Sinope –ciudad portuaria situada en la costa sur del mar Negro [véase el mapa de la página 25], en la provincia de la que Plinio era censor imperial cuando se encontró por primera vez con los cristianos– creció como cristiano y al parecer amasó una importante fortuna con su negocio como armador. En torno a los años veinte del siglo II se trasladó a Éfeso [véase en el mismo mapa], donde estudió las cartas de Pablo que llegarían a tener una influencia determinante en su pensamiento; deseasido dividido. Me ha sido dado de lo que es mi Padre. [Salomé dijo]: Yo soy tu discípula. [Jesús dijo]: Respecto a esto digo: si uno llega a ser igual, se llenará de luz, pero si llega a estar dividido, se llenará de tiniebla.” [EvTm 75] “Jesús dijo: Hay muchos que están junto a la puerta, pero los solitarios son los que entrarán en la cámara nupcial.” [Ev-Tm 113]: “El Reino del Padre está difundido sobre la tierra y los hombres no lo ven.” [EvTm 114] “Simón Pedro les dijo: ‘‘Que María salga de entre nosotros porque las mujeres no son dignas de la vida’’. Jesús dijo: ‘‘Mirad yo la impulsaré para hacerse varón, a fin de que llegué a ser también a un espíritu viviente semejante a vosotros los varones; porque cualquier mujer que se haga varón, entrará en el Reino de los cielos’’.”// Aunque la reacción que se pone labios de Jesús no está exenta de cierto machismo, la verdad es que toma partido por María Magdalena, reprobando la opinión de Pedro –acerca de que las mujeres no merecen «la vida»– y señalando –para la rivalidad existente entre diversos grupos cristianos que apelaban unos la autoridad de Pedro y otros la de María Magdalena– que todas las mujeres pueden entrar en el reino de los cielos, con la condición de que «se conviertan en hombres», es decir, con el cumplimiento del ideal –se trata de una variante androcéntrica– de «hacerse uno». El Evangelio de Tomás anima tanto a hombres como a mujeres a distanciarse del mundo material y hacerse «solitarios» –monakhós, en copto– convirtiéndose en individuos completos tras conseguir superar las limitaciones biológicas y culturales de ser hombre o mujer y haber alcanzado el estado de «hombre perfecto» a semejanza de Jesús –como Salomé, que se declara discípula suya en cuanto éste le revela su propia identidad–. Desde que el evangelio comienza se puede leer que [EvTm 2-3] “Jesús dijo: Qué no cese el que busca en su búsqueda hasta que encuentre y cuando encuentre se turbará y cuando se turbe se maravillará y reinará sobre Todo (…) Si os dicen vuestros guías: ¡Mirad, el Reino está en el cielo!, entonces los pájaros del cielo os precederán. Si os dicen: ¡Está en el mar!, entonces los peces os precederán. Pero el Reino está dentro de vosotros y está fuera de vosotros. Cuando os lleguéis a conocer, entonces seréis conocidos y sabréis que vosotros sois hijos del Padre Viviente. Pero si vosotros no os conocéis, entonces vosotros estaréis en la pobreza.” Y a quienes se dejen guiar por estas palabras, se les promete «la vida», la inmortalidad y la entrada definitiva en «la cámara nupcial» del Reino (cf. Luttikhuizen, 2007, 48;75;169-175). α Este pasaje es citado en las obras de Karen Jo Torjesen, Carmen Bernabé y Mar Marcos (Torjesen, 2005, 49; Bernabé Ubieta, 1994, 214-215; Marcos, 2005, 121), cuyos trabajos ejemplifican que los esfuerzos por minimizar el destacado papel apostólico de María Magdalena van siendo superados gracias muchas mujeres teólogas y estudiosas de la Biblia que han rescatado la más genuina tradición de esta «apóstol de los apóstoles» (Lugo Rodríguez & Maciel del Río, 2004, 230). Incluso, Elisabeth Scüssler Fiorenza ha articulado un modelo feminista crítico que “trata de remodelar nuestra autocomprensión histórica y teológica rechazando las reconstrucciones androcéntricas de los orígenes del cristianismo primitivo que marginan o eliminan a las mujeres” (Schüssler Fiorenza, 1996), por lo que dichos estudios –en palabras de ella misma citadas por Rafael Aguirre– “no pueden excluir a las iglesias cristianas primitivas consideradas heréticas por otras ramas del cristianismo primitivo” [«You are not to be called Father. Early Christian History in a Feminist Perspective». En Cross Currents 29 (1979), 311] (Aguirre, 1998, 192). β Tertuliano (155-230), por ejemplo, señalaría que era un rico armador que tenía una flota de barcos en Sinope –al norte de Asia– [Contra Marción 1,1]; e Hipólito (c. 170-236) que era hijo del obispo de aquella ciudad, que lo excomulgó por haber seducido a una virgen [Panarion 42]. El tono excesivamente polémico de estos escritores –y otros– produce sospechas, ciertamente, pero las coincidencias de algunas afirmaciones permiten establecer unas cuantas certezas (cf. White, 2007, 514).

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ba ser aceptado como maestro en las iglesias de Asia pero fue rechazado y se desplazó a Roma, donde inicialmente fue muy bien recibido debido a que dio un generoso donativo de doscientos mil sestercios –aproximadamente la fortuna de un cenador romano– y formó su propia escuela –siendo contemporáneo de Valentino y Justino Mártirα–; pero sus enseñanzas causaron dudas y fue obligado –en el año 144– a dar explicaciones a los ancianos y dirigentes de la iglesia romana –que principalmente cuestionaban el que le pareciesen incompatibles el evangelio y la tradición del antiguo judaísmo–, y fueron rotundamente rechazadas –o así es como se nos cuenta [considérese el último comentario de la notaβ al pie de la página anterior]–, por lo que fue excomulgadoβ. Entonces escribe su principal obra: Antithesis, en donde lleva a sus últimas consecuencias las interpretaciones que había hecho de Pablo y concluye que el Dios de la Ley y las Escrituras judías –Yahvé– era distinto del Dios Padre anunciado por Jesús –creador, justiciero y vengativo el primero y compasivo, misericordioso y redentor el segundo–, argumentándolo mediante una serie de citas emparejadas en las que colocaba pasajes de la escritura judía en oposición –de ahí el título de la obra– con pasajes tomados de escritos cristianos. Negaba tajantemente que el cristianismo fuera el cumplimiento o la culminación de las tradiciones de Israel y mantenía que Jesús no había nacido como un ser de carne y hueso, sino que Cristo era un ser absolutamente espiritual que temporalmente había habitado en un cuerpo humano al que dejó en el momento de la crucifixión. Sostenía que únicamente Pablo había interpretado correctamente las enseñanzas del Salvador130 y –sobre esa base– formó su propia colección de escrituras canónicas –el primer canon cerrado (Luttikhuizen, 2007, 34)– que sólo incluía una versión depurada del evangelio de Lucas y la versión crítica –libre de elementos añadidos por cristianos «judaizantes» (White, 2007, 518)– que hiciera de las cartas paulinas a los Romanos, 1ª y 2ª a los Corintios, a los Gálatas, a los Laodiceosχ, a los Filipenses, a los Colosenses, 1ª y 2ª a los Tesalonicenses, y a Filemón. Por su parte, en la literatura judeo-cristiana del siglo II continuaban apareciendo una clase de libros cuya obra más representativa sería el Apocalipsis –o Revelación– de Juan, que a finales del siglo I se había remontado a una tradición judíaδ para reprochar –mediante el uso retórico de los símbolos culturales judíos tradicionales– la creciente acomodación de los cristianos al mundo romano, intentándoles persuadir de prestar sumisión sólo a Dios resistiendo al poder colonizador hegemónico del Imperio (Schüssler Fiorenza, 2003, 173-175), denominado en el texto α

Justino Mártir (c. 100-164) nació en el seno de una familia pagana en Palestina y peregrinó, tanto geográfica como intelectualmente, de una escuela filosófica a otra, hasta que descubrió el cristianismo y en torno al año 140 emigró a Roma, donde fundó una escuela de filosofía cristiana y sostuvo debates con otros filósofos de la época y con maestros cristianos –en el año 150 reconoce la presencia de Marción [Apología 1,19] pero critica sus enseñanzas sobre «otro dios que era más grande que el creador»–; finalmente, sería acusado de cristianismo ante las autoridades romanas –véase la notaβ al pie de la página 27 de este trabajo– y moriría martirizado (White, 2007, 475-476;515). β Según Ireneo (130-202) –uno más de sus adversarios teológicos–, el dirigente de la iglesia de Esmirna –en Asia– lo había llegado a llamar «primogénito de Satán» [Contra las herejías 3.3.4] (White, 2007, 514). χ Aunque Michael White dice que Marción se refiere así a la Carta a los Efesios (White, 2007, 516), Antonio Piñeiro apunta que algunas cartas de Pablo se perdieron, «la de Laodicea, por ejemplo» (Piñeiro, 2004, 345). δ Sus expresiones más próximas eran los textos apocalípticos que surgieron como reacción a la destrucción de Jerusalén en el año 70, algunos de los cuales fueron escritos con el nombre de personajes relevantes del exilio babilónico –donde nació propiamente el judaísmo, en el siglo VI a.C.–, lo que les permitió utilizar la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor para comprender la experiencia reciente, introduciéndose el modo simbólico de denominar a Roma, la nueva destructora de la ciudad, con el nombre de la Babilonia (White, 2007, 352).

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la «prostituta de Babilonia» en alusión a los cultos imperialesα. A este tipo de textos se les suele calificar en sentido genérico –aunque sea bastante impreciso (Fernández Ubiña, 2005, 229)– de «milenaristas», porque anuncian la derrota de las fuerzas satánicas y la instauración de un reinado milenario de Dios o de Cristo, el Mesías redentor anunciado por los profetas judíos que regresa revestido de poderes sobrehumanos para transformar radicalmente las condiciones de vida –para el autor del Apocalipsis de Juan adaptarse al Imperio equivale a adorar a Satán, y, por tanto, a colocarse en el bando de los perdedores–, cuando al final prevalezca la fuerza de Dios sobre el mal (White, 2007, 363). Al amparo de estas esperanzas muchos cristianos del siglo II vivieron expectantes y elucubraron acerca de ellas –en la biblioteca de Nag Hammadi, por ejemplo, se hallaron dos documentos distintos con el mismo título de Apocalipsis de Pedro, el más antiguo de los cuales, que data del siglo II y se encuentra en el códice VI, muestra la recompensa de los justos y el castigo de los condenados a partir de las predicciones en torno a la destrucción de Jerusalén que Jesús hace en lo que suele denominarse el «apocalipsis sinóptico» (Mc 13,5-37132; Mt 24,4-36133; Lc 21-18-36134)–, señaα

Una de las siete ciudades mencionadas en el Apocalipsis de Juan es Pérgamo –denominándosele [Ap 2,13] “el lugar donde está el trono de Satanás”–, que ostentaba el título de «guardiana del templo» por ser la sede principal del culto imperial en la provincia romana de Asia –donde se pueden ver todavía las ruinas del templo imperial de Trajano– (White, 2007, 354-357). 132 Jesús empezó a decirles: «Mirad que no os engañe nadie. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y engañarán a muchos. Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os alarméis; porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre: esto es el comienzo del alumbramiento. «Pero vosotros mirad por vosotros mismos; os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa, para que deis testimonio ante ellos. Y es preciso que antes sea anunciada la Buena Nueva a todas las naciones. «Y cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a hablar; sino hablad lo que se os comunique en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo. Y entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. «Pero cuando veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe (el que lea, que entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en el terrado, no baje ni entre a recoger algo de su casa, y el que esté por el campo, no regrese en busca de su manto. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Orad para que no suceda en invierno. Porque aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber. Y si el Señor no abreviase aquellos días, no se salvaría nadie, pero en atención a los elegidos que él escogió, ha abreviado los días. Entonces, si alguno os dice: ‘Mirad, el Cristo está aquí’, ‘Miradlo allí’, no lo creáis. Pues surgirán falsos cristos y falsos profetas y realizarán señales y prodigios con el propósito de engañar, si fuera posible, a los elegidos. Vosotros, pues, estad sobre aviso; mirad que os lo he predicho todo. «Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, la estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. «De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!» 133 Jesús les respondió: «Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: ‘Yo

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lando la opresión romana presente y apelando a la perseverancia de los justos. Así surge en el tercer cuarto del siglo II el montanismo –o «nueva profecía», como se referían a sí mismos los adeptos de esta corriente cristiana–, que comenzó sus actividades en la ciudad de Pepuza, al sur de Frigia, provincia romana de Asia. Montano –por quien el movimiento se denomina así– se convirtió al cristianismo y con planteamientos anti-romanos predicó la proximidad soy el Cristo’ y engañarán a muchos. Oiréis también hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Cuidado, no os alarméis! Porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambre y terremotos. Todo esto será el comienzo de los dolores del alumbramiento. «Entonces os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre. Muchos se escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente. Surgirán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos. Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de muchos se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. «Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mudo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin. «Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea, que comprenda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en el terrado, no baje a recoger las cosas de su casa; y el que esté por el campo, no regrese en busca de su manto. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Orad para que vuestra huída no suceda en invierno ni en día de sábado. Porque habrá entonces una gran tribulación cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el presente ni volverá a haberla. Y si aquellos días no se abreviasen, no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días. «Entonces, si alguno os dice: ‘Mirad, el Cristo está aquí o allí’, no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes signos y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho! «Así que si os dicen: ‘Está en el desierto’, no salgáis; ‘Está en los aposentos’, no lo creáis. Porque como el relámpago sale por oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres. «Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Él enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro. «De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todo esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. «Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre. 134 Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea que huyan a los montes; los que estén en medio de la ciudad que se alejen; y los que estén en los campos que no entren en ella; porque estos son días de venganza en los que se cumplirá todo cuanto está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! «Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra y cólera contra este pueblo. Caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que el tiempo de los gentiles llegue a su cumplimiento. «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de la gente, trastornada por el estruendo del mar y de las olas. Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad ante las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque las fuerzas de los cielos se tambalearán. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.» Les añadió una parábola: «Mirad la higuera y todos los demás árboles. Cuando veis que echan brotes, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre.»

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del final de los tiempos en colaboración con dos profetisas –que dependiendo de las fuentes que se consulten podrán encontrarse con los nombres de Prisca, Priscila, Quintila o Maximila– cuyas palabras eran consideradas oráculos procedentes de Dios por sus seguidores (Torjesen, 2005, 42). En realidad, el don de la profecía era común en el siglo II tanto en hombres como en mujeres (Marcos, 2005, 132)α y en la mayoría de los aspectos los montanistas no diferían de las tesis cristianas fundamentales (White, 2007, 520). Afirmaban que a fin de participar en el reino de Dios ante el inminente retorno de Jesucristo había que purificarse mediante ayunos, continencia sexual y, llegado el caso, la aceptación voluntaria del martirio (Fernández Ubiña, 2005, 231). La austeridad de estas prácticas –en donde muchas personas hallaban más alicientes espirituales que en la tibieza eclesial (Vidal Manzanares, 1991, Montano)– hizo que el montanismo adquiriera una gran popularidad en los círculos cristianos de Frigia, después en los de Roma, luego en los del norte de África y más tarde hasta en los de Galia [véase el mapa de la página 25], organizándose en comunidades estables dirigidas por patriarcas, sacerdotes y profetas de ambos sexos que aguardaban con entusiasmo el retorno de Cristo a la «nueva Jerusalén», según un oráculo de Priscila y siguiendo los signos profetizados en el Apocalipsis de Juan (Fernández Ubiña, 2005, 131; White, 2007, 522). Las comunidades que continuaron la tradición juánica en Asia [véase el mapa de la página 25], donde fueron escritas las cartas 2ª y 3ª de Juan –posiblemente en la ciudad de Éfeso, en torno a los años veinte del siglo II– que terminaron de definir el perfil que ha sido conservado de los grupos juánicos [véase la notaβ al pie de la página 16]β, enfrentaron adversidades en un contexto como ese donde empezaba a escucharse de voces que se decían poseedoras de dones proféticos y que pretendían anunciar el mensaje cristiano. Las dos cartas fueron escritas por un mismo autor que se identifica al comienzo de cada una de ellas como «el Anciano o Presbítero», siendo la 2ª dirigida posiblemente a una iglesia indeterminada, aunque el hecho de que se escriba «a la Señora Elegida y a sus hijos» (2Jn 1135) lleva a pensar que se trata más bien de un grupo de iglesias, y que el término «Señora» se refiere al sustantivo femenino «iglesia» –ekklesia, en griego– en un sentido abstracto o institucional; lo que puede fortalecerse si se interpreta también a «los hijos» de la «hermana», hacia el final de la carta (2Jn 13136), como los miembros de las iglesias de un grupo o congregación diferente, que al α

Mar Marcos menciona a manera de ejemplo el escrito apócrifo de los Hechos de Pablo y Tecla, donde una legendaria discípula del apóstol –más tarde conocida como Santa Tecla (Madigan & Osiek, 2006, 74), y cuyo protagonismo en el texto oscurece el de él (Cerro, 2007)– se introduce en la esfera pública desarticulando la forma tradicional de la casa grecorromana –véase oikonomia en la página 11 de este trabajo– al decidir mantenerse soltera encarando valientemente a la sociedad aún a costa del martirio –escapa milagrosamente de las llamas que iban a quemarla viva y se bautiza a sí misma durante el enfrentamiento con las bestias que iban a devorarla– para finalmente ser nombrada por Pablo «maestra de la palabra» (Macdonald, 1994, 262), representando las experiencias reales de mujeres cristianas primitivas que en un sustrato profético del siglo II se aventuraron construir un modelo de casa-comunidad alternativo (cf. Macdonald, 2004, 210; Marcos, 2005, 133). β En las cartas 2ª y 3ª de Juan, sin embargo, no aparece el nombre de Juan. Su relación con el Evangelio y la 1ª Carta de Juan –textos éstos vinculados entre sí literariamente por la sintaxis y la morfología– sólo se basa en la tradición, resultando muy improbable que pertenezcan a un mismo autor, que en cualquier caso no se trata del autor del Apocalipsis de Juan. La unificación de estos escritos –sumamente disímbolos– en un solo cuerpo atribuido a un único autor llamado Juan, es posterior; y todavía continúan discutiéndose las teorías en torno a la consolidación de la «escuela juánica» (cf. White, 2007, 522-523). 135 El Presbítero a la Señora Elegida y a sus hijos, a quienes amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la Verdad,

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ser también «Elegida», es parte también de la «Iglesia», en este sentido institucional. El mensaje central de la carta es una advertencia sobre los falsos profetas y la exhortación del Anciano a ponerse en guardia al respecto (2Jn 7-8137), ordenando que sean rechazados y ni siquiera se les salude (2Jn 10138) porque de lo contrario se sería cómplice de ellos (2Jn 11139); quedando por tanto claro que a quienes sí se acogía en la comunidad implícitamente se les ratificaba participar de la auténtica fe (2Jn 4140), es decir, ser parte de la «Iglesia». El tema de la hospitalidad en la comunidad eclesial, relacionada con el desarrollo institucional de la misma, también se encuentra presente en la 3ª carta, dirigida a un tal Gayo –al parecer, miembro destacado de una comunidad local– que había mostrado lealtad al Presbítero al aceptar a sus emisarios (3Jn 1-2141); se le exhorta a seguir acogiendo a cristianos itinerantes y proveerlos para que continúen con su viaje (3Jn 5-8142), y –casi al final del texto– se reconoce también la labor de Demetrio –líder posiblemente de una congregación diferente y quizá el portador de la carta– (3Jn 12143), por lo que cabe la deducción de que el objetivo fundamental del escrito haya sido la afirmación de la autoridad del Anciano en su red de congregaciones locales (3Jn 13144). Esto se ve confirmado en la parte central de la carta, donde se queja de un presunto patrón de la iglesia llamado Diótrefes, que se ha opuesto a aceptar la autoridad del Presbítero en determinados asuntos (3Jn 9145), incluso criticándole y –«como si no fuera bastante»– negándose a recibir a «los hermanos» –posiblemente cristianos itinerantes que venían de otras iglesias del Anciano, con indicaciones suyas– e impidiéndoles acogerlos a aquellos que estaban dispuestos a hacerlo, llegando a expulsar de la iglesia a quienes le desobedecían (3Jn 10146). Efectivamente, las acciones llevadas a cabo por Diótrefes se parecen mucho a las recomendadas por el Presbítero en la 2ª carta, por lo que el problema no residía, pues, en el procedimiento, sino en determinar bien la autoridad que establecía y definía las redes comunitarias. En este sentido destaca la apelación recurrente por parte del Anciano al concepto de «la Verdad» –incluso en los pocos versículos citados aquí de ambas cartas–, en un intento por cohesionar las congregaciones locales en red ante la proliferación de «las 136

136

Te saludan los hijos de tu hermana Elegida. Han venido al mundo muchos seductores negando que Jesucristo haya venido en carne mortal. Ese es el Seductor y el Anticristo. Cuidad de vosotros, para no perder el fruto de vuestro trabajo, sino para que recibáis una amplia recompensa. 138 Si alguno va a vosotros y no os lleva esta doctrina, no lo recibáis en casa ni lo saludéis, 139 pues el que lo saluda se hace solidario de sus malas obras. 140 Me alegré mucho al encontrar entre tus hijos a quienes viven en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. 141 El Presbítero al querido Gayo a quien amo según la verdad. Querido, pido en mi oración que te vaya bien en todo y que tu salud física sea tan buena como la espiritual. 142 Querido, obras como creyente en lo que haces por los hermanos, y eso que son forasteros. Ellos han dado testimonio de tu generosidad ante la iglesia. Harás bien en proveerlos para su viaje de manera digna de Dios. Pues por el Nombre se pusieron en camino sin recibir nada de los gentiles. Por eso debemos acoger a tales personas, para hacernos colaboradores en la obra de la Verdad. 143 Todos, y hasta la misma Verdad, dan testimonio de Demetrio. 144 También nosotros damos testimonio y sabes que nuestro testimonio es verdadero. 145 He escrito alguna cosa a la iglesia; pero ese que ambiciona el primer puesto entre ellos, Diótrefes, no nos recibe. 146 Por eso, cuando vaya, le recordaré las cosas que está haciendo, criticándonos con palabras llenas de malicia; y como si no fuera bastante, tampoco recibe a los hermanos, y, a los que desean hacerlo, se lo impide y los expulsa de la iglesia. 137

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equivocaciones» (3Jn 4147). Las cartas 1ª y 2ª a Timoteo y la carta a Tito, que al menos en su forma final fueron redactadas como una pieza literaria única –tal vez por un solo autor o por mismo grupo de autores en Roma o en Éfeso– se originaron también ante la necesidad de frenar interpretaciones «erróneas» del pensamiento paulino, entre los años veinte y cuarenta del siglo II (White, 2007, 537). Se les ha dado el nombre de «pastorales» o «deuteropaulinas» por el ánimo de sus remitentes de pastorear las iglesias en nombre de Pablo, escribiendo pseudoepigráficamente a partir de una relectura posterior –deuterosis, en griego– de las cartas del apóstol, a fin de limar las implicaciones que hallaban más problemáticas en su pensamiento para amoldarlo a las formas de la estructura eclesial emergente, marginando a las corrientes del cristianismo paulino –como el marcionismo, el pre-montanismo o ascetismo rigorista representado en los Hechos de Pablo y Tecla [véase la notaα al pie de la página 40] y algunos elementos relacionados con el gnosticismo– que se apartaban de ellas, e incorporando asimismo –a esta firmeza eclesial, tanto doctrinal como institucional– la aceptación de las formas políticas y sociales vigentes en el Imperio romano, continuando con la tendencia iniciada por la tradición postpaulina de las cartas a los Colosenses y a los Efesios [véase de la página 10 a la 12 de este trabajo]; aunque los códigos que presentan las Pastorales no pretendían regular las relaciones internas de las casas cristianas –la configuración de la Iglesia había trascendido ya la esfera doméstica– sino inculcar los deberes de los diversos miembros de una ‘‘comunidad’’ amplia, estratificada –cada clase tenía los suyos– y «patriarcalizada»α. En ellas se indica, por ejemplo, que para epíscopo –supervisor– debía elegirse al cabeza de una buena casa (1Tm 3, 4-5148), lo mismo que para diáconos –servidores– (1Tm 3,12149); denominando a la Iglesia en su conjunto «la casa de Dios» (1Tm 3,14-15150) y señalando lo que ha de enseñarse en ella «conforme a la santa doctrina» (Tit 2,1-6.9-10151), donde se encuentra que las jóvenes debían 147

No siento alegría mayor que oír que mis hijos caminan en la verdad. Dionisio Mingues expresa poéticamente que “Pablo había sido ciertamente audaz en muchas de sus formulaciones, había roto viejos moldes y había creado nuevas estructuras de interpretación y de lenguaje… se aventuró, corrió el riesgo. Y surgieron los pusilánimes, los medrosos. Les daba miedo la novedad; se retraían de la aventura; preferían la seguridad, aunque movediza, de la arena, antes que adentrarse en el mar, donde reina –es cierto– la espuma, pero donde únicamente hay posibilidad de pesca sustanciosa. Y surgió la contestación… Hay que «conservar» la fe como un depósito… El «Evangelio» es una doctrina… hay que instaurar una jerarquía… en nombre del propio Pablo… pero difuminando su audacia… sustituyendo el riesgo de la «fe» (pistis) por la «observancia» y buenas obras (eusebeia), mientras que al «Espíritu» (pneuma) se le deja prácticamente arrinconado… La vehemencia apasionada de Pablo, con la que predica su mensaje, centrado en la persona de Cristo, se cambia en actitud polémica frente a las doctrinas erróneas… hay en las cartas «pastorales» un sistemático recorte de la audacia y creatividad de Pablo” (Minguez, 2004, 299). Michael White, por su parte, ofrece estas cifras reveladoras: de las 848 palabras que sin contar nombres propios se encuentran en las Pastorales, 306 –casi el 36%– no aparecen en ninguna de las cartas auténticas de Pablo ni tampoco en las dirigidas a los Colosenses y a los Efesios, mientras que 212 de ellas suelen hallarse en los escritos cristianos del siglo II que desarrollaron la teología y la organización eclesiástica (cf. White, 2007, 540). 148 Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, (…) que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? 149 Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa. 150 Te escribo estas cosas con la esperanza de ir pronto a ti, pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad. 151 Mas tú enseña lo que es conforme a la santa doctrina; que los ancianos sean sobrios, dignos, sensatos, sanos α

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ser sumisas a sus maridos «para que no sea injuriada la palabra de Dios», y los esclavos «sometidos en todo a sus dueños», con una «fidelidad perfecta para honrar en todo la doctrina de Dios nuestro Salvador». Cuando se pide que se ore por todos se especifica pedir por los reyes y las autoridades, «para que podamos vivir una vida tranquila y apacible» (1Tm 2,2152); y se solicita que se amoneste a los fieles para que vivan sumisos a quienes detentan el poder político, obedeciéndoles y siendo buenos, apacibles y mansos (Tit 3,1-2153). La dura advertencia contra la codicia y el afán de dinero (1Tm 6,8-10154) contrasta con las moderadas recomendaciones para los ricos (1Tm 6,17-19155), dejando claro que lo que se combate no es la riqueza en sí misma sino el deseo de riqueza; aunque se debe observar –sin embargo– que esa ética legitima una situación social esencialmente estática, pues se justifica a los que son ricos pero se condena a quienes desean ascender a ese estado social (Aguirre, 1998, 184). Este conservadurismo se encuentra tan arraigado en el proceso de institucionalización de la Iglesia como el androcentrismo: para las Pastorales, la mujer debe oír la instrucción en silencio y no puede enseñar (1Tm 2,11-12156) –en franca contraposición a lo admitido por Pablo [véase la notaβ al pie de la página 7]α–, sustentándolo en una interpretación del relato judío de la creación (1Tm 2,13-14157) –contrapuesta también a la realizada por Pablo131– y acabando por restringir su papel a la mera maternidad (1Tm 2,15158) [véase la referencia en la página 8 a la obra de Aguirre]; sólo las ancianas podían enseñar a las jóvenes y nada más que los valores tradicionales: «a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas, castas, haen la fe, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento; que las ancianas asimismo sean en su porte cual conviene a los santos: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, maestras del bien, para que enseñen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas, castas, hacendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no sea injuriada la palabra de Dios. Exhorta igualmente a los jóvenes para que sean sensatos en todo. (…) Que los esclavos estén sometidos en todo a sus dueños, que sean complacientes y no les contradigan; que no les defrauden, antes bien muestren una fidelidad perfecta para honrar en todo la doctrina de Dios nuestro Salvador. 152 por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. 153 Amonéstales que vivan sumisos a los magistrados y a las autoridades, que les obedezcan y estén prontos para toda obra buena; que no injurien a nadie, que no sean pendenciaros sino apacibles, mostrando una perfecta mansedumbre con todos los hombres. 154 Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso. Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo y en muchas codicias insensatas y perniciosas que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos. 155 A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquen el bien, que se enriquezcan con bellas obras, que den con generosidad y con liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera. 156 La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. α Para aclarar la tercera razón que da Rafael Aguirre en aquella cita, se transcriben aquí estas palabras suyas: “Probablemente en el mismo círculo en que se escriben las Pastorales se introducen los versículos 1Co 14,33b35 (que responden a 1Tm 2,11-15, pero que son opuestos al pensamiento paulino auténtico) para llevar al apóstol a su campo e impedir que sus adversarios puedan recurrir a él” (Aguirre, 1998, 218). 157 Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. 158 Con todo, [la mujer] se salvará por su maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad.

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cendosas, bondadosas, sumisas a sus maridos»151. Y las viudas, privilegiadas desde el inicio del cristianismo [véase la notaχ al pie de la página 30], también fueron circunscritas (1Tm 5,910159), de acuerdo con –e incluso extremando– una vieja legislación imperial [véase la referencia en la página 30 a la obra de Aguirre] (1Tm 5,14160), por lo que algunas se incorporaron –como muchas mujeres más de la época (Marcos, 2005, 137)– a las corrientes satanizadas (1Tm 5,15161). Para el autor o quienes idearon las Pastorales había que salvaguardar esta «verdadera doctrina» de sus objetores –posiblemente gnósticos– (1Tm 6,20162), entre quienes seguramente había mujeres dado que –además de que es comprensible– descalifica con saña –y por tanto evidencia– sus adhesiones (2Tm 3,6-7163); exhorta también a fortalecerse «en la piedad» para combatir con mayor energía la enseñanza –equivocada, por supuesto– que difundían ellas (1Tm 4,7164) –ejercían liderazgo–, probablemente las viudas jóvenes (1Tm 5,13165) y las solteras que –como la legendaria Tecla [véase la notaα al pie de la página 40]– al decidir no casarse –y no someterse a un hombre– subvertían las formas tradicionales del orden doméstico, social y cultural –incluido el eclesial, al que no deja de vincularse con «la verdad»– (1Tm 4,3166). 4. La formación de la ortodoxia y el surgimiento de la Gran Iglesia. Ciertamente Jesús, como buen judío, había aceptado que la máxima autoridad en cuestiones religiosas recaía en la sagrada Escritura de su pueblo, que unánimemente la consideraba procedente de Dios; sus seguidores –que en un principio eran judíos piadosos– no solamente admitieron la validez de esa «Ley», sino que se asumieron como el verdadero Israel e intentaron demostrar a los demás que Jesús era el cumplimiento de sus profecías. Sin embargo, también es verdad que Jesús no escribió nada; y que había proclamado hablar con una autoridad no inferior a la de «los profetas de la Escritura», colocando sus propias sentencias al lado de las de éstos para ofrecer a quienes le escuchaban una comprensión más profunda, según se observa en las colecciones de sus palabras que –quizá justamente por esto– se consignaron por escrito (Mc 10,2-12167) desde una época muy tempranaP. Inicialmente estas pa159

Que la viuda que sea inscrita en el catálogo de las viudas no tenga menos de sesenta años, haya estado casada una sola vez, y tenga el testimonio de sus bellas obras: haber educado bien a los hijos, practicado la hospitalidad, lavado los pies de los santos, socorrido a los atribulados, y haberse ejercitado en toda clase de buenas obras. 160 Quiero pues, que las [viudas] jóvenes se casen, que tengan hijos y que gobiernen la propia casa y no den al adversario ningún motivo para hablar mal; 161 pues ya algunas se han extraviado yendo en pos de Satanás. 162 Timoteo, guarda el depósito. Evita las palabras profanas y también las objeciones de la falsa ciencia. 163 A éstos pertenecen los que se introducen en las casas y conquistan a mujerzuelas cargadas de pecados y agitadas por toda clase de pasiones, que siempre están aprendiendo y no son capaces de llegar al pleno conocimiento de la verdad. 164 Rechaza, en cambio, las fábulas profanas y los cuentos de viejas. Ejercítate en la piedad. 165 Y además, estando ociosas, [las viudas jóvenes] aprenden a ir de casa en casa; y no sólo están ociosas, sino que se vuelven también charlatanas y entrometidas, hablando de lo que no deben. 166 éstos prohibieron el matrimonio y el uso de alimentos que Dios creó para que los coman con acción de gracias los creyentes y los que han conocido la verdad. 167 Se acercaron algunos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer» Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?» Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y

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labras –que primero fueron anotadas para uso personal, tal vez aún en vida de él (Vouga, 2001, 45)– se predicaron de viva voz por los discípulos junto con breves relatos sobre el Maestro (Koester, 1998, 496), de manera itinerante y dando lugar a comunidades diversas que interpretaron el acontecimiento de Jesús –y la llegada del «Reinado del Padre» anunciada por él– en función de su arraigamiento cultural, intelectual, religioso, geográfico y social (Vouga, 2001, 39). Pablo, que no conoció a Jesús de ese modo (Ga 1,12-17.21-24168), se impuso la tarea llevar su mensaje a un amplio círculo geográfico a través de una empresa misionera organizada (Rm 15,20169), desplazándose a centros urbanos donde fundaba comunidades o iglesias que coordinaba mediante regulares visitas a colaboradores locales y cartas a sus comunidades; estos escritos –que son los documentos más antiguos de la cristiandad conservados directamente, y que sólo en dos ocasiones recurren a «la palabra del Señor» (1Co 7,10170(44); 1Ts 4,15-17171)– constituyen el primer intento de pensar y presentar la fe cristiana como una comprensión de si misma y como un sistema de convicciones racional y coherente (Vouga, 2001, 109), que al dar además instrucciones para la conducta cotidiana en relación con el mundo socio-político circundante y buscar resolver los conflictos internos apelando a una determinada estructura de autoridad, asimismo son instrumentos de «política eclesial», que vinculaban a las comunidades paulinas entre sí porque luego de leerse eran copiados e intercambiados con otras iglesias (Col 4,16172). Durante el siglo I los grupos cristianos en general eran dirigidos por los apóstoles –y sus colaboradores–, los maestros –o doctores– y también los profetas, que al participar del mismo espíritu de Cristo –y sintiéndose plenos de la fuerza e inspiración de ese Espíritu– manifestaban cuál era la voluntad de a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.» P Uno de los escritos cristianos más antiguos –que suele designarse con la sigla «Q», y data posiblemente del año 40 d.C. (Theissen, 2004, 264)– es una colección de dichos de Jesús extraída de los evangelios de Mateo y Lucas, que la habrían utilizado como fuente común junto con el evangelio de Marcos y sendas fuentes propias; en él se halla ya, aunque sea de forma aproximada [Q 16,18]: “Todo el que repudia a su mujer [y se casa con ] comete adulterio, y el que se casa con una repudiada comete adulterio” (Guijarro, 2004, 118). 168 pues yo no lo recibí [el Evangelio] ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues habéis oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la iglesia de Dios para destruirla, y cómo superaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación, aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. Mas cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno, ni subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde volví a Damasco. (…) Más adelante me fui a las regiones de Siria y Cilicia. Personalmente no me conocían las iglesias de Cristo en Judea. Solamente habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir». Y glorificaban a Dios por mi causa. 169 teniendo así, como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros, 170 En cuanto a los casados les ordeno no yo, sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, 171 Os decimos esto como palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron. El mismo Señor bajará del cielo con clamor, en voz de arcángel y trompeta de Dios, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras. 172 Una vez que hayáis leído esta carta entre vosotros, procurad que sea también leída en la iglesia de Laodicea. Y vosotros leed la de Laodicea.

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Dios para su comunidad, llegando no sólo a actualizar las palabras de Jesús sino a recrear algunos de sus dichos, acomodando sus palabras a las nuevas circunstancias y poniéndolas como en boca de él (Piñeiro, 2004, 342); así comenzaron a aparecer expresiones escritas que armonizaban diferentes interpretaciones sobre Jesús hacia el interior de las comunidades, recopilando las diversas opiniones habidas en ellas y legitimando el consenso con la creación de una «imagen de Jesús» acorde con las convicciones del grupo, definiendo su identidad propia y dando lugar a tradiciones particulares mediante su manera de contar la historia de Jesús [compárese, por ejemplo, el distinto matiz de la enseñanza moral sobre el adulterio en la comunidad marcana –últimos dos renglones de la cita167, al pie de la página anterior– y en la mateana (Mt 5,27-28173)], que respondía en cada caso a circunstancias específicas de la vida comunitaria a la que se intentaba dar forma en una dirección determinada, por lo que dichos textos –aunque no de manera directa como las cartas paulinas, sino indirectamente– fueron también instrumentos de política eclesial (Theissen, 2002, 16). La segunda parte de la obra lucana, es decir, el libro de Hechos –cuyo autor pertenece a la segunda generación de la tradición paulina (White, 2007, 567)–, pretende, por ejemplo, contar la historia del cristianismo naciente, pero su relato está condicionado por el interés de describir el camino que el Evangelio siguió de Jerusalén hasta las comunidades fundadas por Pablo, quedando por tanto excluidas las trayectorias de otros grupos y corrientes (Guijarro, 2004, 86-87). Esto da pie para esclarecer de una vez dos asuntos fundamentales respecto al tema que nos ocupa: 1) para los discípulos y los primeros seguidores de Jesús, hubiese sido impensable –por innecesario– algo parecido a una historia de sus orígenes, porque tras la muerte de su Maestro se reconocían a sí mismos como un grupo judío particular precisamente por aceptarlo como el Mesías asociado con el final de los tiempos, de modo que no les interesaba el pasado –ni el presente– sino el futuro; y 2) la prolongación de la espera y el retraso del regreso del Mesías les hizo volver la mirada al presente y empezar a considerar una estancia duradera en el mundo, haciéndose necesario mirar también al pasado –la historia– para recuperar los orígenes y consolidar el grupo, es decir, institucionalizarlo y –también– «depurarlo». Si para componer los evangelios de Mateo y Lucas sus autores emplearon como base preferente el de Marcos y la fuente «Q» [véase la notaP al pie de la página anterior], es porque en esos textos reconocían una cierta autoridad; pero asimismo porque consideraron pertinente mejorarlos, combinando sus datos y enriqueciéndolos. Posiblemente sea el evangelio de Juan, al menos en las últimas fases de su desarrollo –ya en las primeras décadas del siglo II–, el primer intento por consolidar los relatos de varios evangelios primitivos –pues presupone el conocimiento de los de Marcos y Lucas además del de Tomás [véase este último en las notasχ al pie de las páginas 33 y 35] (White, 2007, 569)–, con el objetivo de armonizar algunos aspectos –modificándolos o corrigiéndolos– y al mismo tiempo refutar otros. En esa misma época los textos que recogían las palabras del Señor, las afirmaciones de los apóstoles y las manifestaciones del Espíritu fueron también aludidos, reflejados o citados en otro tipo de obras, como las cartas de Clemente de Roma o las de Ignacio de Antioquía [véanse en las páginas 31-32], quienes –aunque reclamaban para sí cierta autoridad– comenzaron a colocar ya sus propias exhortaciones en materia de moral y teología a un nivel inferior de la autoridad que espontáneamente le concedían a los diferentes escritos que incluían «palabras del Señor» o «testimonios de los após173

Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.

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toles» (Piñeiro, 2004, 343). Desde finales del siglo I empezaron a desaparecer naturalmente los apóstoles y profetas que habían conocido a Jesús o a sus primeros discípulos, la mayoría de ellos misioneros itinerantes, difusores de un mensaje apocalíptico que no estaban interesados en organizar a sus oyentes, sino en convencerlos; los miembros de la comunidad primitiva se sentían gobernados por el Espíritu –efundido en los últimos días (Hch 2,17174)– y la autoridad mínima pero necesaria recayó en los más cercanos a Jesús: los proclamadores de la palabra y acaso también en los más ancianos, conforme al modelo judío (Markschies, 2001, 198). Pronto –y al estilo de lo que sucedía cerca de Jerusalén, en la comunidad de sectarios de Qumrán (Piñeiro, 2004, 444) [véase en el mapa de la página 24]–, se extendería la figura del anciano «supervisor» de la marcha del grupo –epískopos–, que aún no se distinguía del «presbítero» o entrado en años que participaba en el consejo de ancianos –presbyterion– habitual entre los judíos; los episkopoi –en plural– de la época de las cartas de Pablo no eran un órgano rector, sino un subgrupo de los presbíteros (Markschies, 2001, 199) que ejercía un ministerio como otros en la comunidad (Flp 1,1175), donde todos se concebían como manifestaciones del Espíritu para beneficio común (1Co 12,4-7.12.28176), supeditados a la caridad (1Co 13,1-2177) y abiertos a la profecía (1Co 14,1178). La carta de Clemente a los Corintios –o Primera Carta de Clemente [véase en la página 32]–, escrita a comienzos del siglo II –cuando terminaron de desaparecer los testigos del ministerio apostólico de Jesús y sus seguidores más próximos–, relaciona la función de los ancianos episkopoi –también llamados ahí «diáconos»– con una línea jerárquico-teológica –históricamente inexacta, por supuesto– que traslada la autoridad desde Dios Padre, pasando por Cristo, hasta los apóstoles; señalando que éstos habían dado indicaciones «para que, si morían, otros hombres probados recibiesen en sucesión su ministerio» [véase la notaα al pie de la página 32], documentando por tanto que en la comunidad cristiana de Roma –donde se escribe la carta– se había desarrollado un «cargo eclesiástico» en el sentido de posición rectora con primacía y medios de poder establecida inequívocamente en derecho y reconocida por la sociedad (Markschies, 2001, 200). Así, al cabo de dos generaciones, el Espíritu que había gobernado la comunidad primitiva es sustituido por el de los «sucesores de los apóstoles», que inicialmente regulaban –en su calidad de ministrosancianos-supervisores– la vida de la comunidad colegiadamente, pero como no era posible la existencia simultánea de muchos presbyteroi-episkopoi –u «obispos»–, emergió la figura del 174

Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. 175 Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos, con los epíscopos y diáconos. 176 Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. (…) Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. (…) Y así los puso Dios en la iglesia, primeramente los apóstoles; en segundo lugar los profetas; en tercer lugar los maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. 177 Aunque hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; aunque tenga plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. 178 Buscad la caridad; pero aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la profecía.

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epískopos –en singular: un solo «obispo» supervisor–, bajo cuyas órdenes quedó el grupo de los ancianos y debajo de éstos los diáconos o ministros. El hecho de que Ignacio de Antioquía –o el autor que haya escrito bajo su nombre (Markschies, 2001, 201)– recomendara encarecidamente esta estructura «monoepiscopal» –del griego monos, «solo, único»– a las iglesias destinatarias de sus cartas [véase la notaβ al pie de la página 31], indica probablemente que dicha forma organizativa aún no estaba presente en aquellos lugares, y que posiblemente tampoco se hubiese considerando implantarla. Ahora que, por vuestra parte, todos habéis también de respetar a los diáconos como a Jesucristo, lo mismo digo del obispo, que es figura del Padre, y de los ancianos, que representan el senado de Dios y la alianza o colegio de los apóstoles. Quitados éstos, no hay nombre de Iglesia. Carta a los tralianos 3,1α Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al colegio de ancianos, como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, reverenciadlos como al mandamiento de Dios. Que nadie, sin contar con el obispo, haga nada de cuanto atañe a la Iglesia. Carta a los esmirniotas 8,1β Y cuando uno ve más callado a su obispo, mayor reverencia ha de tributársele. Porque como a todo el que envía el paterfamilias a su propia administración, no de otra manera hemos de recibirle que al mismo que el que envía. Luego cosa evidente es que hemos de mirar al obispo como al Señor mismo. Carta a los efesios 6,1α

En esta misma carta a los cristianos de Éfeso –donde posiblemente se redactaron también en aquella época las Pastorales [véanse en la página 42]– se establece la distinción entre el ministerio en sentido amplio –o «sacerdocio»– y los «laicos», que en tanto se mantengan unidos a aquél –constituido por los diáconos, los ancianos y el obispo, «según Dios»χ; y quedando clarísimo que en todo caso es el tercero la autoridad última en el ejercicio ministerial, es decir, en la administración de los sacramentosδ, que significan la «koinonía» [véase en la página 3]–, pueden en todo momento participar de Dios. En efecto, vuestro colegio de ancianos, digno del nombre que lleva, digno incluso de Dios, así está armoniosamente concertado con su obispo, como las cuerdas de la lira. Pero también los particulares o laicos habéis de formar un coro, a fin de que, unísonos α

Ignacio de Antioquía (Rivas, 2007, 9). Ignacio de Antioquía (Rivas, 2007, 10). χ Ignacio de Antioquía [Carta a los filadelfios 4,1]: “Poned todo ahínco en usar de una sola eucaristía; porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo el cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar, así como no hay más que un solo obispo, juntamente con el colegio de ancianos y con los diáconos, consiervos míos. De esta manera, todo cuanto hicierais, lo haréis según Dios” (Rivas, 2007, 9-10). δ Ignacio de Antioquía [Carta a los esmirniotas 8,2]: “Sin contar con el obispo, no es lícito ni bautizar ni celebrar la eucaristía, más bien, aquello que él aprobare, esto es también lo agradable a Dios, a fin de que cuanto hiciereis sea seguro y válido” (Rivas, 2007, 10). β

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con vuestra concordia y tomando en vuestra unidad la nota tónica de Dios, cantéis a una voz al Padre por medio de Jesucristo, y así os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como cánticos entonados por el propio Hijo. Cosa, por tanto provechosa es que os mantengáis en unidad irreprochable, a fin de que también en todo momento, os hagáis partícipes de Dios. Carta a los efesios 4,1-2α

Los tintes autoritarios [véase la notaδ al pie de la página anterior], así como las ideas de cerrar filas de modo «irreprochable» y de merecer por las «buenas obras» a Dios, claramente coinciden con la línea eclesiástica de las Pastorales, donde –si bien todavía no aparece el obispo y aún hay epíscopos– ya no se encuentra el vital ambiente carismático que puede ser percibido en algunos textos de Pablo (1Co 12,7-11179), sino que el don del Espíritu está restringido –como «gracia de estado»– a los que gobiernan la iglesia, a quienes se les confiere por la imposición de las manos (1Tm 4,14180; 2Tm 1,6181) y en consecuencia pueden controlar la doctrina reprendiendo las desviaciones (2Tm 2,25182; Tit 1,9.13;2,15183). En realidad, desde décadas antes Pablo había maldecido a quienes anunciaran un evangelio distinto al de él (Ga 1,9130); y el término «falsos profetas» se encuentra en los tres evangelios sinópticos (Mc 13, 22132; Mt 7,15184;24,11.24133; Lc 6,26185), la 1ª Carta de Juan (1Jn 4,1186), la Didajé [véase en la página 6] y El Pastor de Hermas (Fernández Ubiña, 2005, 252), un texto procedente de Roma que data de entre los años 100 y 140 (White, 2007, 430). Para mediados del siglo II, el cristianismo se había ya extendido por todo el Imperio romano en distintas comunidades que aceptaron el mensaje de Jesús como «verdadera buena noticia», enriqueciéndolo y diversificándolo a la luz de la variedad de las realidades en las que fue interpretado; sus múltiples seguidores se habían tomado en serio la labor misionera de difundir la palabra liberadora del Señor y así fueron redactados numerosos evangelios, cartas, tratados y «revelaciones» –apocalipsis, en griego–, que dieron lugar a sistemas de convicciones diferentes tanto en lo teológico como en lo social. Las sectas y las religiones en general tienden a formarse en torno a los α

Ignacio de Antioquía (Rivas, 2007, 9). Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad. 180 No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros. 181 Por eso te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de la manos. 182 y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad, 183 Que esté adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza, para que sea capaz de exhortar con la sana doctrina y refutar a los que la contradicen. (…) Este testimonio es verdadero. Por tanto, repréndeles severamente, a fin de que conserven sana la fe, […] Así has de enseñar, exhortar y reprender con toda autoridad. Que nadie te menosprecie. 184 «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 185 ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas. 186 Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, antes bien, examinad si los espíritus son de Dios, pues muchos falsos profetas han venido al mundo. 179

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líderes carismáticos, que suelen transmitir su autoridad mediante la selección de sus sucesores y, con frecuencia, cuando éstos empiezan a morir, surgen en ellas conflictos y crisis de autoridad, porque normalmente –por el crecimiento mismo de los grupos– hay más personas que pueden postular su idoneidad para el liderazgo y, en ocasiones, los pretendientes no consiguen ponerse de acuerdo en cuanto a la validez de su autoridad –uno podría afirmar, por ejemplo, que es el favorito del líder inmediatamente anterior; otro, que patrocina o es el anfitrión de la comunidad; alguien más, que está en mayor sintonía con el ideal de los fundadores originales; y algún otro, que posee una autoridad carismática igual a la de los primeros líderes–; desde esta perspectiva hay que comprender las pautas de política eclesial implícitas en la redacción de los evangelios, el afán de alentar a los cristianos posteriores con las primicias de la tradición narradas en el libro de Hechos, el argumento de la sucesión apostólica para legitimar el episcopado garante de la acción salvífica, y la definición de la doctrina auténtica salvaguardada por el piadoso rigor de la disciplina eclesiástica legada por el apóstol por excelencia en las Pastorales (1Tm 2,7187; 2Tm 1,1.11188; Tit 1,1189). La consolidación de los cargos eclesiásticos llevó consigo lo que sociológicamente se denomina «rutinización del carisma»α –ostentado a partir de entonces más bien en el cargo y conferido ritualmente por la imposición de las manos180, si bien a paterfamilias irreprochables (Tit 1,6-7190)–, como parte del proceso de institucionalización reforzada que respondió a la presencia –peligrosa– de las falsas doctrinas, pues por la tajante postura adoptada contra ellas –es lo primero que se señala en las Pastorales (1Tm 1,5-7191)– parece que estaba en riesgo la propia existencia del grupo. Ellas afirmaban que la resurrección ya había acontecido (2Tm 2,18192) –posiblemente enseñando que los cristianos estaban divinizados, y no morirían, tras la experiencia mística del bautismo (Macdonald, 1994, 319)–, prohibían además el matrimonio y se abstenían de comer ciertos alimentos166, por lo que quizá procedían de corrientes cristianas más espiritualistas o «pneumáticas» –como, por ejemplo, la tradición juánica [véase en la página 12]β–, donde las mujeres desempeñaban un papel preponderante [páginas 20-24]. La importancia dada al paterfamilias en el liderazgo eclesiástico, la restricción del carisma a los cargos ocupados por ellos y la correspondiente instrucción de que las mujeres se callen y dejen de enseñar156, así como la rígida normatividad hacia el interior de la Iglesia151, la «casa de Dios»150, concuerdan perfectamente con la noción sociológica de la institucionalizaciónχ, ciertamente 187

y de este testimonio yo [Pablo] he sido constituido heraldo y apóstol –y digo la verdad, no miento–, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. 188 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios para anunciar la promesa de vida que está en Cristo Jesús, (…) para cuyo servicio he sido yo constituido heraldo, apóstol y maestro. 189 Pablo, siervo de Dios, apóstol de Jesucristo para llevar a los elegidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad que es conforme a la piedad, α La noción es de Max Weber y el proceso aludido se da cuando el carisma, inserto primero en un contexto personalizado de fuerte acento emotivo, cae en la rutina y se despersonaliza (Puente Ojea, 2004, 331). 190 El candidato debe ser irreprochable, casado una sola vez, cuyos hijos sean creyentes, no tachados de libertinaje ni de rebeldía. Porque el epíscopo, como administrador de Dios, debe ser irreprochable; no arrogante, no colérico, no bebedor, no dado a negocios sucios; 191 El fin de este mandato es la caridad que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera. Algunos, desviados de esta línea de conducta, han venido a caer en una vana palabrería; pretenden ser maestros de la Ley sin entender lo que dicen ni lo que tan rotundamente afirman. 192 se han desviado de la verdad al afirmar que la resurrección ya ha sucedido; y pervierten la fe de algunos. β Obsérvese también –página 16– que la comunidad juánica pensaba que el discípulo amado «no moriría». χ Peter Berger y Thomas Luckmann apuntan que “el orden institucional en expansión elabora una cubierta co-

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iniciada mucho antes, porque, en sentido estricto –todo hábito tipificado es una institución (Verger & Luckmann, 1995, 76)–, el proceso comienza desde Jesús y sus primeros discípulos; pero en el siglo II, cuando ya se habían desarrollado en diversos ambientes y en diferentes lugares fuertes y bien definidos modelos de fe y práctica, las discusiones en torno a los «falsos profetas» –que de distintas maneras habían dado origen a un vocabulario diferencial reducido esquemáticamente a «lo nuestro» y «lo de ellos» para señalar la adhesión o la discordancia respecto a las convicciones propias– se incrementaron, comenzando a catalogarse como «herejía» –palabra procedente del término griego haresis, que significa «escuela de pensamiento»– las enseñanzas opuestas a la «ortodoxia», que literalmente significa «pensamiento u opinión correcto» (White, 2007, 533). Los desacuerdos crecientes entre los diversos grupos cristianos acerca de las enseñanzas originarias de Jesús –y de los libros y ritos en que se transmitían– constituyen la base de lo que se denomina «Gran Iglesia», que surge con la convergencia de distintas tendencias a la unificación por parte de una serie de iglesias ante la necesidad de dar consistencia a la tradición, es decir, había que dar certeza de la fe al creciente número de seguidores procedentes de todas las regiones del Imperio, por lo que fue necesario consolidar la doctrina y los diferentes criterios en torno a la vida cotidiana para poder transmitirlos con mayor seguridad, dadas las notables discrepancias habidas en las múltiples versiones referentes al mismo Jesús. El evangelio de Juan ya había intentado unificar relatos de evangelios precedentes –depurándolos– en las primeras décadas del siglo II [véase en la página 46]; y para finales de los años cuarenta Marción propuso su canon –voz griega para «caña», «vara recta», «vara de medir», «recto», «según las reglas», o «regla»– formado por cartas paulinasα –depuradas– y parte del evangelio de Lucas [véase en la página 37]. Muy poco tiempo después, hacia el año 150, Justino Mártir –detractor de Marción [véase la notaα al pie de la página 37]– es el primero en citar, aunque no textualmente, varios evangelios escritos –el análisis demuestra que junto con evangelios desconocidos utiliza los tres sinópticos (White, 2007, 571) y el de Juan (Rivas, 2007, 10)–, refiriéndose a ellos como los «Recuerdos de los Apóstoles» que solían leerse –cuenta– cuando se podía y alternadamente con los escritos de los profetas –de la tradición judía– en las celebraciones dominicales de las iglesias de Roma –desde donde escribe– y otras másβ, probablemente como continuación de las reuniones ocultas –efectuadas «antes del amanecer»– a las que Plinio se había referido en su informe al emperador Trajano desde el año 111 [véase en la página 27]. Para la década de los años veinte las cartas 2ª y 3ª de Juan relacionan ya a la hospitalidad con la identidad de la Iglesia [véase en la página 41], y en las Pastorales –quizá poco tiempo después– se designa a ésta como la «casa de Dios»150; pero no fue sino hasta la segunda mitad del siglo II que las congregaciones cristianas adaptaron espacios específicamente para el uso litúrgico (White, 2007, 557)χ. En este sentido el descubrirrelativa de legitimaciones, extendiendo sobre ella una capa protectora de interpretación tanto cognoscitiva como normativa”; y señalan que dichas legitimaciones “son aprendidas por las nuevas generaciones durante el mismo proceso que las socializa dentro del orden institucional” (Berger & Luckmann, 1995, 85). α Hubo una colección anterior de las cartas de Pablo –véase la referencia a White en la página 10 de este trabajo–, quizá incluso en vida del apóstol (Piñeiro, 2004, 344). β Justino Mártir [Apología 67,3]: “El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas” (Rivas, 2007, 13). χ Cuando muere Justino Mártir –en el año 164– su congregación se reunía en unos apartamentos alquilados

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miento arqueológico en la ciudad de Dura-Europos, en la Siria romana [véase el mapa de la página 25 y la ilustración de la 3] –aunque procede del siglo III–, permite deducir que a un edificio doméstico en donde se reunía una congregación de cristianos, es decir, a una domus eclesia –«casa iglesia»– se le fueron haciendo adecuaciones conforme el grupo creció y se dispuso de más recursos para establecer una domus ecclesiae –«casa de la iglesia»–, pues la sala de asambleas [número 4 en la ilustración de la página 3] fue ampliada al eliminarse un muro que separaba el comedor y una habitación adyacente que usaron generaciones anteriores (White, 2007, 560), posiblemente desde el siglo I (Markschies, 2001, 174); mientras que las escenas de los evangelios pintadas en las paredes del batisterio (sic) [número 6 en la misma ilustración] se orientan hacia la idea de que ya para finales del siglo II era visible una cultura material propiamente cristianaα. En todo caso, esas pinturas reflejan la versión armonizada de la vida Jesús que Taciano –discípulo de Justino Mártir– escribió en Roma hacia el año 170, tomando únicamente elementos de los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan y evitando la repetición de los lugares paralelos para ofrecer, con fines litúrgicos (Piñeiro, 2004, 344 ) y una forma afín al evangelio de Tomás (White, 2007, 492), una lectura de corrido con la vida y las palabras de Jesús –lo que demuestra que dichos textos no tenían un carácter sagrado, porque de lo contrario el compilador no se hubiera atrevido a manipularlos–β. Poco después, a mediados de la década de los años setenta del siglo II, Ireneo, un presbítero de la iglesia de Lyon, en la Galia romana [véase el mapa de la página 25], realizó un viaje a Roma para hacer una consulta sobre la «herejía» del montanismo, extendida ya en Galia [véase en la página 40] para aquel entonces; a su regreso presenció el martirio de algunos cristianos en Viena y en Lyon –cuyo obispo probablemente murió– y se le encargó que escribiera una carta para informar de esos hechos a los cristianos de otras ciudades, convirtiéndose en el obispo de Lyon hacia el año 177. Muchos especialistas lo consideran un hito clave en la conformación de la «Gran Iglesia» porque estaba convencido de que el mensaje cristiano contenía una «verdad universal» que era la «vara de medir» –canon– para juzgar la utilización correcta –u «ortodoxa»– de las Escrituras, única garantía contra las herejías que adulteraban la enseñanza heredada por los apóstoles. No hemos conocido la economía de nuestra salvación sino por medio de aquéllos por los que ha llegado a nosotros el Evangelio: el cual fue predicado primero, y nos ha sido transmitido después por voluntad de Dios en las Escrituras, para que sea fundamento y columna de nuestra fe. Porque no es lícito decir que predicaron antes de tener perfecto conocimiento, tal como algunos se atreven a decir, vanagloriándose de ser correctores de los apóstoles. En efecto, después de que resucitó nuestro Señor de entre los muertos y los apóstoles quedaron, por la venida del Espíritu Santo, revestidos de la fortaleza de lo alto, se llenaron de certidumbre acerca de todo y tuvieron conocimiento perfecto; marcharon a los confines de la tierra, proclamando la buena nueva de los bienes que nos vienen de Dios y anunciando la paz celeste a los hombres, que poseían el «encima de unos baños» [Martirio de Justino y compañeros 3] (White, 2007, 556). α Graydon Snyder, a partir del estudio de los restos arqueológicos, ha llegado a la conclusión de que el cristianismo se diferenció de la cultura dominante y creó sus propias manifestaciones culturales hacia el año 180 [«Jesus and Culture». En Borgen P. et al. Recruitment, Conquest, and Conflict. Strategies in Judaism, Early Christianity and Greco-Roman World (1998), 120] (Guijarro & Miquel, 2005, 16). β En las excavaciones de Dura-Europos fue encontrado un fragmento de papiro griego de esta obra, conocida como el Diatessaron –que significa «mediante los cuatro»– (Markschies, 2001, 177).

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Evangelio de Dios, o bien todos en común, o bien cada uno de ellos en particular. Así Mateo redactó su evangelio en hebreo, que era la lengua propia de ellos, mientras Pedro y Pablo evangelizaban en Roma y fundaban la Iglesia. Mas, después de su muerte, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió él también por escrito lo que había sido anunciado por Pedro. Y Lucas, compañero de Pablo, consignó en un libro el Evangelio que era predicado por Pablo. Después, también Juan, discípulo del Señor, redactó el Evangelio, cuando moraba en Éfeso de Asia. Contra las herejías 3.1.1α

De esta manera integraba Ireneo hacia el año 180 cuatro tradiciones diversas en una sola verdad «universal» –katholicos, en griego–, consolidada fundamentalmente para hacer frente a las herejías –sobre todo el marcionismo, el montanismo y el gnosticismo [véanse respectivamente a partir de las páginas 36, 39 y 32] (White, 2007, 576)– que mencionaban revelaciones apócrifas y por tanto desconocidas para las tradiciones unificadas, salvaguardadas por los auténticos sucesores de los apóstoles: los obispos reunidos en torno a la preeminencia de la iglesia de Roma, con la que debía estar de acuerdo «toda la Iglesia». Así pues, la tradición de los apóstoles, que ha sido manifestada en el mundo entero, puede ser percibida en toda la Iglesia por todos aquellos que quieren ver la verdad. Y nosotros podemos enumerar los obispos que fueron establecidos por los apóstoles en las Iglesias y sus sucesores hasta nosotros. Ellos no enseñaron ni conocieron nada que se pareciera a las imaginaciones delirantes de estos hombres. En efecto, si los apóstoles hubieran conocido los misterios secretos y hubieran enseñado a los perfectos separadamente e ignorado a los demás, hubieran comunicado también esos mismos misterios sobre todo a los que habían encomendado las Iglesias. Porque querían que fuesen totalmente perfectos e irreprensibles aquellos que dejaban como sucesores suyos: a quienes transmitían también su propia misión de enseñanza, para que fuese de gran provecho a los que desempeñan su cargo correctamente y, en cambio fuese el mayor infortunio para los que faltaran. Mas, como sería demasiado largo en una obra como ésta enumerar las sucesiones de todas las Iglesias, indicamos solamente la de una de ellas, la de la Iglesia más grande, más antigua y más conocida de todos, que la fundaron y establecieron en Roma los más gloriosos apóstoles Pedro y Pablo; mostrando que la tradición que posee de los apóstoles y la fe que ella anuncia a los hombres llega hasta nosotros por la sucesión de los obispos; nosotros confundimos a todos aquellos que de cualquier manera que sea, o bien por propia complacencia, o por vana gloria, por ceguera y error doctrinal, constituyen grupos ilegítimos; porque con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes (en ella, por medio de las gentes que son de todas partes, se ha conservado siempre la tradición que viene de los apóstoles). Contra las herejías 3.3.1β

Lo «apostólico», pues, fue la respuesta dada a finales del siglo II a la pregunta por la autoridad que podía fundamentar sólidamente la doctrina «verdadera», aunque el argumento α β

Ireneo de Lyon (Rivas, 2007, 14). Ireneo de Lyon (Rivas, 2007, 15).

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aparece también –y probablemente en primer lugar (Vouga, 2001, 243)– en la tradición del evangelio de Tomás y otros textos vinculados con gnosticismo [véanse, por ejemplo, las páginas 33-36]. Sin embargo, lo más significativo en la consolidación de la «Gran Iglesia» fue la voluntad de consenso –acción solidaria sin duda, en el sentido estricto de la palabraα– ante la amenaza de resquebrajamiento, como lo demuestra el hecho de que las corrientes ajenas a dicho proceso tuvieron que perecer –con el paso del tiempoβ– al quedar sus defensores reducidos a grupúsculos, mientras que las convergentes en la tendencia unificadora mantuvieron sus diferentes posturas resguardadas por la solidez ortodoxa: además de los cuatro evangelios mencionados, el canon de Ireneo aglutinaba al libro lucano de Hechos, las cartas atribuidas a Pablo –contando las Pastorales y a los Hebreosχ– y la 1ª y 2ª –así como el Apocalipsis– que se atribuyen a Juan, El Pastor atribuido a Hermasδ y posiblemente también la Carta de Clemente a los Corintios, a la que cita frecuentemente y al parecer incluyó en la categoría de «escritura» (White, 2007, 576); en todo caso, la gran variedad de corrientes asimiladas –sin unitarismos excluyentes, como se puede apreciar– llevó la particular perspectiva teológica de cada una de ellas al conjunto que conformó la denominada «regla general de la fe», donde quedó resumido el credo esencial de la Iglesia, cuyo aprendizaje y aceptación –igual que desde un principio [véanse las páginas 3 y 17]– siguió celebrándose en el bautismoε. En primer lugar la regla de fe nos obliga a recordar que hemos recibido el bautismo para la remisión de los pecados en el nombre del Padre, en el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios. Por ello sabemos que ese bautismo es el sello de la vida eterna y de la regeneración en Dios, a fin de que ya no seamos solamente los hijos de los hombres mortales, sino también los hijos de ese Dios eterno e indefectible. Por eso, cuando somos regenerados por el bautismo que nos es dado en el nombre de las tres Personas, somos enriquecidos por este segundo nacimiento con los bienes que están en Dios Padre, por medio de su Hijo con el Espíritu Santo. Pues los que son bautizados reciben el Espíritu de Dios, que los da al Verbo, es decir, al Hijo, y el Hijo los toma y los ofrece a su Padre, y el Padre les comunica la incorruptibilidad. Demostración apostólica, 6φ α

André Comte-Sponville contrapone los conceptos «solidaridad» y «generosidad» de modo muy sugerente: “La solidaridad es una forma de defenderse entre varios; la generosidad es, en último término, una forma de sacrificarse a sí mismo por los demás. Por eso, desde un punto de vista moral, la generosidad es superior a la solidaridad; y por eso la solidaridad, desde los puntos de vista social y político, es más urgente, más realista, más eficaz” (Comte-Sponville, 2002, 37). β El consenso aludido aquí –formulado explícitamente por Ireneo– es solamente el comienzo de un complejo proceso que terminaría hasta mediados del siglo V, cuando se cierra definitivamente el canon de los escritos cristianos (Guijarro & Miquel, 2005). χ Aunque muy pronto se relacionó con Pablo, en ella no aparece su nombre ni tampoco parece una carta paulina; se trata de un esfuerzo realizado a principios del siglo II –probablemente en Roma– para sistematizar las dispares enseñanzas cristianas a fin de reforzar la identidad comunitaria (White, 2007, 399-403). δ El texto [véase en la página 49 de este trabajo] –escrito en forma de apocalipsis por uno o más autores– describe una serie de visiones recibidas por Hermas, cristiano de Roma al que así se le revelan indicaciones morales y catequéticas acordes con el contexto eclesial romano de la primera mitad del siglo II (White, 2007, 429-431). ε Justino Mártir documenta [Apología 61,12] que en la Roma de mediados del siglo II: “Este baño se llama iluminación, para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas” (Rivas, 2007, 10). φ Ireneo de Lyon (Rivas, 2007, 11).

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Prácticamente todas las corrientes coincidían en el carácter sacramental de la conmemoración de la «cena del Señor», tal como se había venido haciendo en las celebraciones dominicales de los fieles romanosα, pero la cuestión sobre qué hacer con los creyentes que reincidían en pecados graves después de la remisión otorgada al haber recibido la iluminación del bautismo [véase la notaε al pie de la página anterior], tenía todavía diferentes soluciones posibles en la regula fidei –«regla de la fe»– o canon de Ireneo: 1) la irremisible expulsión del pecador, sin posibilidad de una segunda penitencia, por parte de la Carta a los Hebreos (Hb 6, 4-8193); 2) la concesión, expresa en el Pastor de Hermas, de otra única oportunidad de arrepentimientoβ; o 3) el admitir, como se hace en la 1ª Carta de Juan –por ejemplo–, la posible renovación del perdón de los pecados a través de Jesucristo, abogado ante el Padre (1Jn 1,9; α

Justino Mártir [Apología 65,2–66,3;67,7]: “Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente el ósculo de la paz. Luego, al que preside a los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: «Amén». «Amén» en hebreo quiere decir «así sea». Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman «ministros» o diáconos, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre la que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes. Y este alimento se llama entre nosotros «eucaristía», de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias (alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes) es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado. Y es así que los Apóstoles, en los Recuerdos, por ellos escritos, que se llaman evangelios, nos transmitieron que así le fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias dijo: «Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo». E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias dijo: «Esta es mi sangre», y que sólo a ellos les dio parte. […] Y celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos” (Rivas, 2007, 12-13). 193 Porque es imposible que cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a pesar de todo cayeron, se renueven otra vez crucificando de nuevo al Hijo de Dios para su conversión y exponiéndolo a pública infamia. Porque la tierra que recibe frecuentes lluvias y produce buena vegetación para los que la cultivan participa de la bendición de Dios. Por el contrario, la que produce espinas y abrojos es desechada, y cerca está de la maldición, y terminará por ser quemada. β En la segunda visión recibida por Hermas –véase la notaδ de la página anterior–, se le revela el sentido de la escritura con estas palabras [Pastor, II.2.2-6): “Tus hijos, Hermas, prevaricaron contra Dios, y blasfemaron al Señor, y traicionaron a sus padres con enorme perversidad, y tuvieron que oírse llamar traidores de sus padres. Y, cometida su traición, ningún provecho sacaron, sino que continuaron añadiendo pecados a pecados, entregándose a las disoluciones y contaminaciones de maldad, con lo que sus iniquidades llegaron a su colmo. Sin embargo, notifica estas palabras a todos tus hijos y a tu esposa, que ha de ser hermana tuya, pues tampoco ella se modera en su lengua, con la que peca; mas, después que hayas oído estas palabras, se contendrá y alcanzará misericordia. Después que les hayas notificado estas palabras, que el Dueño me mandó que te fueran reveladas, entonces se les perdonarán todos sus pecados que antes cometieron (y lo mismo a todos los santos que hubiesen pecado hasta ese día) con tal que hicieren penitencia de todo corazón y arrojen de sus corazones las dudas. Porque he aquí el juramento que ha hecho el Dueño por su gloria acerca de sus escogidos: Si después de fijado este día, todavía se cometiere pecado, no tendrán salvación. Porque la penitencia para los justos tiene un límite. Cumplidos los días de penitencia para todos los santos. Para los gentiles, en cambio, hay lugar a penitencia hasta el día postrero. Dirás, pues, a los dirigentes de la Iglesia que enderecen sus caminos en justicia, a fin de que reciban con creces las promesas con gran gloria (Rivas, 2007, 13).

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2,1194) que es Amor (1Jn 4,8-9107); de ésta última alternativa con el tiempo se instituiría el sacramento de la penitencia –basándose en palabras de Jesús dichas a Pedro (Mt 18,20-22195)– para que los ministros eclesiásticos pudieran otorgar el perdón en nombre de Dios como renovación de los efectos del bautismo, dando un paso más en la edificación de la Iglesia como una «institución de salvación» que controla jurídicamente la perfección moral. Si en un principio la salvación era concebida como algo incoado ya en el presente –«Dichosos los ojos que ven lo que veis… Pues os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron»α–, después pasó a convertirse en algo asequible mediante la observancia –con ayuda de la gracia, desde luego– de ciertos preceptos concretos; de modo que uno debía de ganar o merecer su salvación con buen comportamientoβ, siguiendo las normas estipuladas fundamentalmente en las cartas paulinas posteriores al apóstol –a los Colosenses, a los Efesios y las Pastorales– así como en las de Ignacio de Antioquía [revísense, por ejemplo, las páginas 48-49]. Esta tendencia hacia el legalismo se advierte también en las actitudes del cristianismo frente al Estado, que en su corriente mayoritaria –la paulina-postpaulina-deuteropaulina– rápidamente evolucionaron en búsqueda de un reconocimiento mutuo; de tal suerte que el antagonismo radical entre Jesús, el Mesías de Israel, y el Imperio romano –expresado, por ejemplo, en la tradición apocalíptica [véase en las páginas 37-39], y diluido ya con el distanciamiento del movimiento de Jesús respecto al judaísmo, que se encuentra en los cuatro evangelios pero sobre todo en el de Juan88– dio lugar a la configuración de un perfil del Hijo de Dios en el que se realza su carácter de «salvador espiritual»χ, quedando el Reinado del Padre circunscrito al corazón del hombre –renacido en Cristo por el bautismo– o bien, pospuesto para el juicio particular a cada uno después de la muerte –siempre y cuando se acataran, en ambos casos, las disposiciones de la ética interina aludida más arriba (Ef 5,5196; Col 1,13.23197) [obsérvese que en estas dos citas el Reinado del Padre se convierte en el Reino de Cristo, instituido en esos mismos documentos «cabeza de la Iglesia»61,62], que sumaba al sometimiento a la autoridad imperial y al pago de impuestos decretados por Pablo46 el señalamiento de orar «por los reyes y todos los constituidos en autoridad», a fin de poder vivir «una vida tranquila y apacible»152, obedeciéndoles 194

Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. […] Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. 195 Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». α Q 10,23-24 (Guijarro, 2004, 107). β Antonio Piñeiro observa que el interés por la comunidad, por una salvación en bloque como grupo, se va relegando poco a poco a un segundo plano, y los deseos y aspiraciones religiosos se concentran en la consecución de la propia perfección, que lleva en último término a la salvación personal (Piñeiro, 2004, 449). χ En la tradición apocalíptica la expectativa mesiánica en torno al «tiempo final», que normalmente se designa con la palabra «escatología» –procedente del término griego eschaton, que significa «final»–, no se refiere al «final del mundo», sino al «final» de la perversa era presente y, por tanto, a la quiebra temporal que inaugura el advenimiento de la era buena (White, 2007, 97), en el mundo. 196 Porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso –que es como ser idólatra– participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios. 197 El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados. (…) con tal que permanezcáis sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, he llegado a ser ministro.

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y «mostrando una perfecta mansedumbre»153–, lo que en cualquier caso haría mejorar, efectivamente, las relaciones con el Estado. La sumisión a los poderes civiles –defendida teológicamente por Pablo al afirmar en su Carta a los Romanos que «no hay autoridad que no provenga de Dios»; y que «las que existen, por Dios han sido constituidas», de manera que, «quien se opone a la autoridad, se resiste al orden divino, y los que resisten se atraerán sobre sí mismos la condenación»46– al parecer había echado ya raíces desde finales del siglo I en la capital del Imperio, porque Clemente de Roma transcribe, al final de su primera carta –que se cuenta entre los primeros documentos relacionados con la autoridad eclesiástica tras el período apostólico [véase la notaα al pie de la página 32]–, las palabras con que se oraba en aquella ciudad por los gobernantes (Rahner, 2004, 37), en celebraciones litúrgicas desde luego anteriores a las referidas por Justino Mártir tres décadas después [véase la notaα al pie de la página 55]. Danos la concordia y la paz a nosotros y a todos los que habitan la tierra como la diste a nuestros padres, que santamente te invocaban en la fe y en la verdad; haznos obedientes a tu omnipotente y excelentísimo nombre y a quienes nos gobiernan y nos guían sobre la tierra. Tú, Señor, les has concedido el privilegio del gobierno de tu maravillosa e inescrutable potencia, a fin de que nosotros, conociendo la gloria y el honor que les has concedido, seamos sumisos a ellos y no contrariemos su voluntad; dales, Señor, salud, paz, concordia, estabilidad, para que administren de un modo irreprensible el gobierno concedido por ti; en efecto, tú, Señor del cielo, soberano de los siglos, da gloria, honor y potestad a los hijos de los hombres sobre las cosas de la tierra; tú, Señor, dirige su querer según el bien y lo que te es agradable a ti, de tal manera que te encuentren propicio, gobernando con piedad, en paz y mansedumbre el poder que tú les has concedido. Tú sólo Señor puedes hacer esto y concedernos aún bienes más abundantes; nosotros te damos gracias por Jesucristo, sumo sacerdote y guía de nuestras almas, por el cual sea para ti la gloria y esplendor ahora y de generación en generación por los siglos de los siglos. Amen. Carta a los Corintios 60,4;61,1-32α

Antes de finalizar el siglo II incluso en Cartago –capital del África romana– [véase el mapa de la página 25] los cristianos pedían a Dios por el emperador, según ha dejado apuntado Tertuliano (Estrada, 2005, 128), la primera gran figura del cristianismo que escribe en latín –a partir de los últimos años del siglo II, por lo que apenas cabe mencionarlo en este trabajo que se ha ocupado de los primeros dos siglos del cristianismo–; su obra Apologético ha sido datada en el año 197, y en ella, como el profundo conocedor que era del derecho romano, reclama ya para el cristianismo la condición de «religio» [véase en la página 26], intentando mostrar que de hecho era la única religión verdadera; aunque todavía quedaba mucho camino por recorrer antes de su reivindicación oficial como la «religio romana christianaque», que no sólo acabaría por cristianizar el derecho romano sino a toda la cultura occidental. Cancún, Quintana Roo, México. Septiembre de 2007 – Enero de 2008. α

Clemente de Roma (Rahner, 2004, 45).

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ESTE TRABAJO FUE REALIZADO PARA EL CURSO DE ESPECIALIZACIÓN EN ORÍGENES DEL CRISTIANISMO QUE SE IMPARTIÓ EN LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO (BILBAO) LOS VERANOS DE 2006 Y 2007, EL CUAL FUE POSIBLE TOMAR GRACIAS AL APOYO DE LA FUNDACIÓN SANTA MARÍA.

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