LA COINCIDENCIA DE INTERESES ENTRE RUSIA Y EUROPA

August 16, 2017 | Autor: F. Álvarez Simán | Categoría: Rusia, Europa
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Descripción

LA COINCIDENCIA DE INTERESES ENTRE RUSIA Y EUROPA

Fernando Álvarez Simán*
http://mx.geocities.com/feralvarezsiman/
En un mundo lleno de incertidumbres y con Estados Unidos en declive, se
precisa una Unión Europea, en alianza con Rusia para aportar estabilidad al
mundo

La reunión entre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, la canciller
alemana, Ángela Merkel, y el presidente de Francia, Jacques Chirac,
celebrada cerca de París en el 2006, constituyó un recordatorio de la
amplia agenda y la trascendencia de los temas pendientes entre la potencia
heredera de la desaparecida Unión Soviética y la Unión Europea (UE). Por
razones comprensibles, la atención se centró en el tema de la energía,
Rusia suministra el 30 por ciento del gas y el 18% del petróleo que consume
Europa, y en la compra por el banco estatal ruso VTB del 5.2% de las
acciones del consorcio aeroespacial EADS, fabricante de los aviones Airbus.
Empresa que esta sumergida en el presente en una de sus más graves crisis,
la firma recibiría una inyección multimillonaria si Rusia escoge comprar
sus Airbus (y no los Boeing) para la renovación prevista de buena parte de
la flota de Aeroflot, cifrada en 300 aeronaves, esta adquisición accionaria
representa un porcentaje levemente inferior al que posee España.

Ambas cuestiones son apenas una parte del enorme iceberg de temas comunes
que pueden servir para edificar una alianza estratégica entre ambos poderes
o bien, si imperan los criterios de la no enterrada guerra fría, ser fuente
constante de conflictos, que dañarían seriamente la estabilidad y seguridad
del continente y de su entorno geográfico inmediato. La posición de Rusia
ante Europa no es fácil. Desde hace mucho tiempo, Estados Unidos se ha
empeñado en mantener dividido al Viejo Continente, y temió en el pasado que
se concretara la iniciativa de Gorbachov para crear un "hogar común
europeo". Rusia tiene hoy una extensión de 17, 045,000 km2 y fronteras con
14 Estados: Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajstán, Letonia,
Lituania, Mongolia, Corea del Norte, Finlandia, Noruega, Polonia, Ucrania
China. Tras la debacle soviética se sucedieron procesos desordenados de
reacomodo en la antigua área de influencia de la URSS, unos con buen
desenlace, como las transiciones en Polonia o Hungría y otros con desenlace
desafortunado, como la gratuita división de Checoslovaquia. Un tercero
derivó en tragedia, como ocurrió en la antigua Yugoslavia, cuya historia
final tiene capítulos pendientes todavía por escribir. Las traumáticas
matanzas en los Balcanes tuvieron como efecto paralizar procesos similares,
lo que en política se ha dado en llamar "conflictos congelados, que afectan
a Moldavia (con el separatismo del Transdniéster), Georgia (con Abjasia y
Osetia del Norte) y a Armenia y Azerbaiján (por el enclave de Nagorno-
Karabaj). La lista no termina allí, pues a los "conflictos congelados" hay
que agregar los "conflictos latentes", referidos a los países con
considerables minoría rusas o eslavas, como ocurre con Letonia (40% de
rusos), Estonia (35%) y, especialmente, Ucrania (30%), donde reposa
inquieto el conflicto sobre Crimea, península histórica rusa cedida a
Ucrania en 1954 y sede de la flota del mar Negro. El eventual ingreso en la
Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) de Ucrania, país unido
desde sus orígenes a Rusia, es y podría ser el detonante de un conflicto
geopolítico de onerosas consecuencias.

En la consideración de estos temas se enfrentan dos concepciones
encontradas. Una, propugnada por Estados Unidos, tiene a la OTAN como
ariete y plantea la expansión continua de la alianza atlántica sobre las ex
repúblicas soviéticas como paso esencial para impedir la reconstrucción del
área de influencia rusa en Europa y Asia Central. Según esta doctrina, el
ingreso de Ucrania en la OTAN daría un golpe mortal al resurgimiento de
Rusia como gran potencia y afianzaría el control hegemónico de Washington
en la región. Merced a la OTAN, EEUU penetraría en las entrañas mismas de
Rusia, controlando a Ucrania, que se sumaría a la zona integrada por
antiguos miembros del Pacto de Varsovia, convertidos hoy en dóciles
aliados, como evidenció su alineamiento en las guerras de Afganistán e
Irak.

Se trata, por tanto, de una política de confrontación, que no deja mayores
beneficios a Europa al quedar reducida a ser instrumento de la aplicación
moderna de la vieja teoría de Halford Mackinder de impedir una alianza
entre las dos mayores potencias terrestres europeas (Alemania y Rusia) en
beneficio de la potencia marítima, ayer Gran Bretaña, hoy EEUU. El
británico Mackinder, consciente de que una alianza germano-rusa sería fatal
para el sustento de la hegemonía inglesa en el mundo, propuso, por una
parte, crear una serie de Estados-tapón entre ambos países (lo que EEUU ha
conseguido con la adhesión de los Estados centroeuropeos a la OTAN) y, por
otra, impedir el surgimiento de vínculos estratégicos y económicos entre
Rusia y Alemania. La guerra fría actuó a favor de esa tesis y, con la
desaparición de la URSS, el gobierno de EEUU creyó llegado el momento de
aplicar esa teoría en la región de Euro-Asia. Por ese motivo Ucrania se ha
convertido en pieza esencial de un juego de porvenir incierto, en el que la
UE es reducida a ficha de un tablero ajeno. En el mejor de los casos haría
aún mayor la servidumbre europea respecto a EEUU y, en el peor, la haría
escenario (y rehén) de una suma de conflictos étnicos y geopolíticos de
extrema seriedad.

La alternativa sería sustituir la confrontación por la confluencia de
intereses entre europeos y rusos, lo que implica asumir líneas políticas
distintas, e independientes de las que promueve Washington. El campo es
vasto y ofrece beneficios incalculables a las dos partes, además de ser la
mejor garantía para asegurar la paz y la seguridad en el continente
europeo. Así pareció entenderlo el ex canciller alemán Gerhard Schroeder,
alentador entusiasta de uno de los proyectos que más contribuirá a cambiar
las relaciones entre Rusia y Alemania, como es la construcción del
Gasoducto Noreuropeo. Éste permitirá el suministro directo de gas desde
territorio ruso, obviando a Ucrania, que perderá, cuando entre en
funcionamiento en 2010, su principal instrumento de presión sobre Rusia y
la UE. Con toda razón, Schroeder afirmó que "el Gasoducto Noreuropeo
cambiará las coordenadas políticas" de la región, reconocimiento de que
esta obra trasciende los aspectos meramente económicos y energéticos. Según
Schröder, el proyecto energético significará inversiones de 2,5 mil
millones de euros. El consorcio germano-ruso North European Gas Pipeline
Company, comenzó ya la construcción de la obra de 1,200 kilómetros de
longitud a través del Mar Báltico a principios del 2008. Si se entiende que
el poder es el control de la energía, la influencia de Rusia sobre Europa
es más que patente. La crisis energética mundial, resultado de la voracidad
de potencias emergentes, como China e India, y de la colosal inestabilidad
de Oriente Medio, hace imprescindible que la UE garantice al máximo la
estabilidad de los suministros. Rusia aparece como el aliado más natural y
solvente, pero ello obligaría a los europeos a tomar en cuenta y satisfacer
intereses preciados de Rusia en este continente y en sus proximidades.

Conviene no olvidar que el mayor adversario de Europa en el sector
aeroespacial es EEUU, no Rusia, y que es EEUU el rival a batir. Lo mismo
puede decirse de otros sectores estratégicos para la UE, como el sistema
satelital Galileo (cuyo primer satélite fue lanzado desde la base rusa de
Baikonur), destinado a sustituir el sistema GPS controlado por EEUU, o la
competencia de mercados en Mercosur o el sistema Quaero, alternativa
europea al omnipresente buscador Google.

El fortalecimiento de la seguridad y la paz mundiales es otro campo
fundamental de coincidencias, como se puso de manifiesto a raíz de la
guerra contra Irak. La convergencia de Francia, Alemania y Rusia fue un
factor decisivo en la derrota política del gobierno Bush y en la no
legitimación de aquella agresión, convertida en desastre. Incluso en
términos egoístas, la UE necesita promover esa alianza. Para Europa, que
recibe el 40% de su petróleo de Oriente Medio, es imprescindible mantener
la región en paz, sobre todo porque su dependencia del crudo de los árabes
seguirá aumentando, como lo ha señalado la propia UE. Para EEUU la
dependencia no es tan definitiva, pues sus importaciones del golfo Arábigo-
Pérsico representan sólo el 19% de su consumo total. Un conflicto mayor en
la zona (por ejemplo, un ataque contra Irán) sacudiría a EEUU, pero para la
UE supondría una catástrofe. De entrada, la obligaría a recurrir a Rusia
para evitar el colapso energético de sus países y la bancarrota de su
economía. En otras palabras, tanto para la paz como para la guerra, Europa
seguiría necesitando de una alianza estratégica con Rusia.

En un mundo lleno de incertidumbres y con EEUU en declive, se precisan
fuerzas capaces de proporcionar cordura y equilibrio y que, en lo
inmediato, contribuyan a poner fin a la espiral de guerras y violencia
abierta en 1999, con la guerra contra la desaparecida y mínima Yugoslavia.
La UE, sola y dividida, no podría. En alianza con Rusia podría aportar
estabilidad al mundo. En cualquier caso, iría contra sus propios intereses
seguir reducida a instrumento de fracasados sueños de dominio mundial.
Rusia, con sus 17 y medio millones de kilómetros cuadrados y su enorme
potencial material, científico y humano es una realidad insoslayable.
Puesto que está allí y allí seguirá, cada vez más fuerte y recuperada del
atroz gobierno de Boris Yeltsin, lo más inteligente será tenerla de aliada.
Así lo han entendido Francia y Alemania. Falta que lo entiendan los demás
países. Buena parte del futuro europeo depende de su relación con el país
más extenso del mundo.

*PROFESOR INVESTIGADOR DE LA UNIVERSIDAD AUTONOMA DE CHIAPAS
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