La ciudad de San Juan Bautista de Puerto Rico en la historiografía puertorriqueña

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Descripción

La ciudad de San Juan Bautista de Puerto Rico
en la historiografía puertorriqueña

Martín Cruz Santos, Ph.D.



Introducción



El tema de este trabajo es el origen y desarrollo histórico de la
ciudad de San Juan Bautista de Puerto Rico desde sus inicios previos al año
1521 hasta finales del siglo XIX. El objetivo de la investigación es, en
primer lugar, profundizar el conocimiento de la historiografía de la Ciudad
esparcida en publicaciones desde el siglo XVIII hasta nuestros días; y en
segundo lugar, la utilización de perspectivas multidisciplinarias para
comprender el devenir de la historia urbana y sociocultural de San Juan,
específicamente, lo que hoy conocemos como el Viejo San Juan.

El escrito está dividido en tres partes. Primero dedico una sección al
estudio del trasfondo histórico de la Ciudad, la misma lleva por título Una
mirada al trasfondo histórico de la ciudad de San Juan Bautista de Puerto
Rico. En ese apartado consideraremos el génesis de San Juan a partir de los
tiempos de la fundación de Caparra, así como también una síntesis del
desarrollo posterior. La sección segunda, San Juan en la historiografía
puertorriqueña: perspectivas críticas, es la médula del ensayo en tanto que
abarca la exposición de la historiografía sanjuanera a partir de los
escritos de Fray Iñigo Abadd y Lasierra hasta llegar a la obra de Adolfo de
Hostos, para luego proceder al análisis de cuatro estudios académicos
contemporáneos. La parte tercera contiene las conclusiones. Al final
incluiremos las fuentes bibliográficas del trabajo.

Nuestro ensayo es el producto de la investigación y la reflexión
motivadas por la voluntad de hurgar en temas y problemas que consideramos
de interés primordial para la historiografía puertorriqueña.


Una mirada al trasfondo histórico de la ciudad de San Juan Bautista de
Puerto Rico



Escribir sobre la emblemática y vetusta isleta de San Juan,
habitable espacio que hoy alberga el entorno urbano de fachadas coloniales
y modernidades desconcertantes, es ensayar historia y emotividad literaria.
Varios siglos sólo pueden ser resumidos en el intento de absorber la vida
de un pueblo, probablemente, a partir de dos grandes perspectivas: la
histórica y la literaria.[1] Una enfoca la mirada hacia los hechos
históricos y su devenir espacio temporal; la otra a la vivencia misma de
una ciudad construida por el hombre y la mujer que no sólo vive en ella y
actúa ciudadanamente, sino que también se emociona, habita y es habitado
por el entorno.[2] Al fin y al cabo, ambas pueden coexistir en la
historiografía siempre y cuando el hecho-problema histórico esté presente.

El trasfondo histórico remoto de la Ciudad está en el año de 1508 cuando
Ponce De León estableció un poblado que el gobernador Nicolás de Ovando
(1460-1511) bautizaría al año siguiente como Caparra, dedicada a la memoria
de la ciudad española fundada antiguamente por los romanos, según la usanza
renacentista valoradora de las gestas fundadoras del pasado.[3] Una aldea
de arquitectura rústica en sus inicios[4] a decir de Adolfo de Hostos, o el
"mezquino caserío de Caparra", perspectiva de Salvador Brau[5], significó
el paso decidido, aunque poco duradero, camino a la construcción de una
ciudad prospectivamente memorable.

La provisionalidad de Caparra fue la crónica de una mudanza anunciada.
Frente a la insistente convocatoria de permanencia esgrimida por Ponce De
León, blandieron sus deseos de cambio los residentes atentos a las
desventajas del lugar y la necesidad de asentarse en un espacio más
adecuado. A partir entonces comenzó un recorrido "lento y dificultoso",
además, "bien ordenado e ideado"[6] hacia el desarrollo de lo que hoy es
el Viejo San Juan. El siglo XVI atestiguó que el devenir histórico de la
Ciudad estaría ligado durante siglos al levantamiento de cercos de piedra
para defender la tierra conquistada y el lugar escogido para hacer un
espacio común habitable y lleno de construcciones oficiales
gubernamentales, eclesiales y de beneficencia[7], todo en el contexto
arquitectónico de una plaza militar murada, como lo había considerado la
Corona española desde el comienzo de la colonización.[8] Dos siglos, el
XVII y el XVIII, testimoniaron igualmente la extensión del programa de
fortificación y amurallamiento.

Crecer duele. San Juan creció demográficamente como un vecindario que,
según Fray Iñigo Abbad y Lassiera, contaba con "6,605 almas de todas las
clases" [9] para la época que él escribió. Acompañó su crecimiento el
mejoramiento de las viviendas, la promoción cultural y artística en la
figura de José Campeche, y la construcción de capillas, ermitas y oratorios
en una ciudad rodeada de estructuras defensivas.[10] Pero tiempo después,
llegado el ocaso del siglo XIX, la ciudadanía de San Juan sintió achicado
su espacio habitable de convivencia urbana. Un año antes de la invasión
estadounidense, los vecinos, con el aval del gobierno, derribaron la
muralla "sobre tierra, o sea la parte del cerco que se extendía al saliente
de la ciudad, desde el extremo sur de la calle Tetúan".[11] Esa vez
utilizaron herramientas de trabajo para abrir la estrecha Puerta de
Santiago.

El siglo XX, que hace poco se marchó, es difícil de historiar por la
cercanía subjetiva de nosotros sus herederos legítimos. San Juan no es la
excepción. Una vez rebasó las murallas y se extendió para urbanizar
sectores desde la cercana Puerta de Tierra, el turístico Condado, Miramar,
Santurce, Hato Rey y Río Piedras, San Juan envejeció, y fue descuidado por
las autoridades convocadas a auxiliarla, y la vejez impuso ansías de
restauración, revitalización y conservación. La actividad ha sido
documentada como la prolongación de la historia sanjuanera sin la cual
cualquier intento restaurador sería vano.



San Juan en la historiografía puertorriqueña: perspectivas críticas

En este apartado dedicaremos atención a la producción historiográfica
sobre la ciudad de San Juan a través de los tiempos y hasta el final del
siglo XIX. Procederemos sistemáticamente a considerar de modo crítico los
relatos que a partir del siglo XVIII dedicaron énfasis a la historia de la
Ciudad y a su desarrollo urbano, incluidos algunos trabajos recientes. La
perspectiva quedará circunscrita a los escritos académicos que consideramos
de mayor relevancia. Expondremos algunas miradas cotidianas imbuidas en
nostalgia literaria junto a trabajos historiográficos de rigor científico,
piezas todas que integran el retrato de la Ciudad. Como bien ha afirmado la
Dra. Libia M. González, la construcción de los relatos y sueños del futuro
"sobre las bases de la historia fueron ejercidos no sólo por historiadores,
sino de educadores, artistas, periodistas, ensayistas y poetas".[12]

A. Consideraciones sobre la Historia Geográfica, Civil y Natural de la
Isla de San Juan De Puerto Rico, de Fray Iñigo Abbad y Lasierra




Para analizar La Historia Geográfica, Civil y Natural de la Isla de
San Juan de Puerto Rico, escrita por Fray Iñigo Abbad y Lasierra,[13]
utilizamos la cuarta edición que publicó la Editorial de la Universidad de
Puerto Rico, data del 1979, cuando era dirigida por el fenecido profesor
Eugenio Fernández Méndez, y que fuera preparada por el Seminario de
Estudios de Historia de Puerto Rico del Recinto Universitario de Río
Piedras. Participaron en ella los profesores Rafael W. Ramírez, Aida Caro
Costas, Labor Gómez y Jorge Iván Rosa Silva, además, la Sra. Casilda
Rivera, Auxiliar de Investigaciones. El Dr. Luis M. Díaz Soler, en aquel
entonces Director del Departamento de Historia, tuvo a su cargo la
dirección de los trabajos finales del libro; la Dra. Isabel Gutiérrez del
Arroyo trabajó el estudio preliminar. La edición está basada en el
manuscrito original de la obra de Abbad y Lasierra.

Como buen recopilador de datos de interés para escribir su obra, el
fraile benedictino observó con agudeza distintos aspectos de la ciudad
capital, así como también del resto de la tierra conquistada por sus
antepasados. La narrativa geográfica, topográfica, demográfica, agrícola,
económica, política y cultural de la ciudad de San Juan Bautista de Puerto
Rico es plétora de información tanto del estado de ésta cuando él la visitó
como de los siglos anteriores. Postulamos que los supuestos epistemológicos
e historiográficos que subyacen a su obra hunden sus raíces en el clima
intelectual de su tiempo, tan influido por un humanismo de corte filosófico
que privilegiaba la razón como dote esencial del ser humano.

Hay en la historiografía de Iñigo Abbad y Lassiera una amplitud de
manifestaciones de la vida humana, especialmente, el contenido histórico de
la misma. Comprensible si consideramos que era propio de su época, por
ejemplo, escribir historias de la civilización con carácter universalista,
al estilo Voltaire. Mediante la razón como instrumento idóneo para alcanzar
el conocimiento, también se podía hacer historia con actitud empírica, es
decir, observar y experimentar como base de cualquier metodología de
investigación. Probablemente, ambas características del espíritu de la
época o Zeitgeist[14] nutren el omnipresente objetivismo de Abbad y
Lassiera.

Es importante señalar, con Isabel Gutiérrez del Arroyo,[15] que el
empeño historiográfico del Benedictino tiene sus deudas intelectuales con
las obras que consultó para la construcción de su historia. Para empaparse
sobre épocas previas, trabajó a los cronistas de indias, como Gonzálo
Fernández de Oviedo (1478-1557)[16] y a los franceses de los siglos XVII y
XVIII, entre ellos, Du Tertre, Rochefort y Labat[17]; en filosofía, está
influido por el también benedictino Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro
(1676-1764), quien fue uno de los intelectuales más prolíficos de su época.
De Feijóo proviene la tendencia a escribir y comentar sobre diversos temas
con algo de mirada científica y universalista, que resulta ser
controversial por las posiciones ideológicas que tal cometido implica.

Auscultamos esas corrientes ideológicas, especialmente, en la
descripción física y arquitectónica de la Ciudad, forma en que Abbad y
Lassiera denota influencias marcadas, particularmente, mediante fuentes
citadas para dar mayor peso a un argumento suyo, lo cual Gutiérrez del
Arroyo considera "una preocupación ornamental de tipo barroco y no
precisamente por la urgencia de un sólido testimonio".[18] Se trata de una
técnica histórica del siglo XVII propia del Barroco que perduraba en
algunos escritores coetáneos de Abbad y Lassierra.

Por ejemplo, en el capítulo XX, que titula Descripción topográfica de
la ciudad de Puerto Rico y de sus inmediaciones, narra con detalles
minuciosos la ubicación geográfica de la ciudad de San Juan Bautista de
Puerto Rico. No sólo informa las coordenadas exactas donde se encuentra la
ciudad, sino también incluye datos específicos de las calles y el estado
material de éstas:

"La ciudad de San Juan Bautista de Puerto Rico, capital de toda
la Isla, está en 18 grados 40 minutos de latitud. Se halla en el
extremo occidental de una isleta de 3 millas de larga al norte
de la Isla grande. Un puente fundado sobre dos calzadas, que se
avanzan por un lado y otro en la mar, unen las dos islas,
dejando formada la bahía, que se comunica por los dos extremos
con el mar de afuera. Aunque el terreno que ocupa la Ciudad está
levantado hacia la parte del norte, las seis calles que corren a
lo largo de oriente a poniente son llanas, espaciosas y
derechas. La siete que cortan la Ciudad por lo ancho de norte a
sur, aunque igualmente anchas y rectas, tienen una parte de
cuesta incómoda, se extienden a lo largo como 500 toesas y poco
más de 200 a lo ancho; todas están desempedradas; en algunas
partes se ve la peña viva; en otras el piso de arena movediza
que fatiga para andar. Lo posición pendiente en que se halla la
Ciudad, la da una perspectiva más extensa, la hace gozar mejor
de los aires y es menos molestada de la variedad de mosquitos y
otros insectos que atormentan la Isla".[19]




El fraile, también secretario y confesor nombrado por el Obispo
Manuel Jiménez Pérez, muestra una ciudad estructurada con sus calles bien
planificadas, pero en estado de deterioro. De hecho, es curioso que en el
Viejo San Juan de hoy, y en Puerto Rico en general, muchos pisen sus
adoquines creyendo que estos fueron instalados allí desde los principios
mismos de la colonización española. Abbad y Lasierra, como otros autores de
los siglos XVIII y XIX testimonian que esas calles no estaban adoquinadas.
Desempedradas, en la peña viva o con un "piso de arena movediza que fatiga
para andar"[20], son las expresiones descriptivas de nuestro autor. Al
respecto esperamos por la publicación de la obra póstuma de la Dra. Aida
Caro Costas sobre el adoquinado del Viejo San Juan que estuvo trabajando
hasta su muerte en septiembre de 2008. De seguro traerá claridad histórica
sobre el tema.

Su descripción de las viviendas y de quienes las habitaban es una
relación de corte sociológico y hasta antropológico que discurre a la par
de disquisiciones arquitectónicas y observaciones paisajistas. Afirma el
historiador que "la construcción de las casas es tan varia como las castas
o clases de sus habitantes".[21] Observó diferencias entre las casas de los
españoles acomodados, los mulatos, los negros y los pobres. Unas y otras
diferían en sus características de construcción. De las casas edificadas
por los españoles de mejor posición socioeconómica asevera:

"Las de los españoles y ciudadanos acomodados están hechas de
cal y canto, cubiertas de teja, algunas tienen el techo de
azotea. Nunca les echan más de un piso de alto, que generalmente
es de tabla, algunas veces cubierto de ladrillo, bien que por lo
común aun estas casas de piedra son bajas y sólo tienen el piso
de la tierra; evitan darles elevación por temor a los huracanes
y terremotos, que son muy temibles y por ser muy costosos los
materiales y los artífices...La mayor parte de las casas tienen
aljibes, en donde recogen el agua de los tejados, que les sirve
para beber y demás uso domésticos, pues no hay fuentes en la
isleta en que está la Ciudad, ni más que un pozo de agua salobre
en la marina y un manantial muy escaso en el foso del Castillo
de San Cristóbal".[22]




Utiliza la técnica del contraste para comparar y describir las
viviendas de los otros sectores poblacionales (los mulatos, los negros y la
gente pobre). Pero igualmente contrasta en su texto, y es destacable, que
el autor dedique descripciones amplías al ámbito público, al que confiere
un realce estético que no atribuye a las casas particulares. Si de estas
últimas declara que no tienen lujos interiores, en sus propias palabras:
"el lujo de la ebanistería, tapicerías y adornos, no ha entrado todavía en
Puerto Rico: todos sus muebles están reducidos a las hamacas y alguna silla
tosca de madera o de paja"[23], y es categórico al resaltar la falta de
primor, la tosquedad de la fabricación y la grosería y carencia de gusto;
sí reconoce la belleza panorámica de la Ciudad como totalidad:

"Con todo, la posición de la Ciudad en el declive de la cuesta,
los muchos huertos o patios poblados de vistosas plantas, las
azoteas de muchas casas, algunos edificios públicos
perfectamente construidos y la proporción y rectitud de las
calles, le dan de lejos una perspectiva extensa y agradable,
hermoseada de árboles y plantas, que resaltan entre las casas,
formando un bosque en poblado. Esta es la idea que sobre poco o
más o menos debe formarse de las casas y Ciudad de Puerto
Rico".[24]




La descripción de los edificios eclesiásticos tales como la Iglesia
Catedral, los conventos de los franciscanos, dominicos y las carmelitas es
similar a la expuesta a tenor con las casas particulares y la ciudad. Por
un lado elogia la "magnificencia y hermosura" de las edificaciones a pesar
"de la languidez y pobreza en que lo tuvieron sepultado las calamidades
padecidas desde sus principios"[25], pero lamenta que en los conventos no
hubiera "en ninguno de los tres un solo rasgo de arquitectura que acredite
habilidad particular de sus artífices, como ni tampoco en las ermitas de
Santa Ana y Cristo de la Salud, edificadas junto a la muralla, aunque con
el debido decoro y aseo".[26]

Amplía el relato histórico con la exposición de detalles específicos
de los edificios públicos. Toda una descripción que va a la par de las
normas estéticas y literarias de su tiempo, cuando la expresión bien
lograda con detalles destacables era no sólo finura, sino acierto
literario. Y pareciera estar decepcionado con las características
arquitectónicas y estéticas de los edificios, como si el paradigma español
peninsular no hubiera encontrado en estas tierras la reproducción que el
autor esperaba. No hay grandeza en la ciudad, sólo reducciones de lo
imaginado. Incluso en el Palacio Episcopal, la casa del Obispo Fray Manuel
Jiménez Pérez, su superior, "no hay en él más recomendable que la virtud y
modestia del prelado que lo habita".[27] Ciertamente, conocemos por otra
historiografía de la época, que había pobreza y faltaba desarrollo urbano;
el fraile e historiador no peca de exagerado, pero hay en su narración, en
el tema particular que nos atañe, un dejo de crítica a la vez que de aguda
y refinada observación.

Ahora bien, el autor encontró monumentalidad en las obras de
fortificación defensiva que describió como "lo más soberbio y admirable que
hay en esta ciudad".[28] Dedica toda una relación detallada de los
Castillos del Morro y San Cristóbal, asimismo, sobre las murallas de la
ciudad. La importancia estratégico militar de El Morro queda claramente
establecida en la descripción del fraile benedictino:

"El Castillo del Morro es un obtusángulo con tres órdenes de
baterías hacia el mar, unas sobre otras, que dirigen sus fuegos
con tres órdenes, que dirigen sus fuegos cruzados como el
castillo antecedente, defendiendo por esta parte la entrada del
puerto. Por la de la ciudad tiene una muralla real flanqueada de
dos bastiones guarnecidos de gruesa artillería, que domina todo
el campo intermedio hasta la ciudad; parte de ésta costa y la
costa del mar del norte, cruzando su fuegos con los del
Caballero de San Cristóbal. Tiene sus cuarteles, aljibes,
almacenes, capilla, repuestos y oficinas necesarias, todo a
prueba de bomba. Por una mina se baja a una batería que está a
flor del agua en mitad de la entrada del puerto; por ella puede
salir la tropa, recibir socorros y comunicarse con el Castillo
del Cañuelo". [29]




La Dra. Isabel Gutiérrez del Arroyo escribe en la conclusión del
estudio preliminar a la edición utilizada de la obra histórica de Iñigo
Abbad y Lasierra que él "será siempre antecesor ilustre y punto de
referencia primero e imprescindible de nuestra historia patria"[30].
Coincidimos, naturalmente, con su apreciación bien cualificada. Todos los
estudios que abordaremos en adelante, excepto el de Fernando Miyares
González, de algún modo u otro, son deudores historiográficos de ese
trabajo.



1. Diario de un militar: Noticias particulares de la Isla y plaza de
San Juan Bautista de Puerto Rico, de Fernando Miyares González







Fernando Miyares González (1749-1818), coetáneo de Iñigo Abbad y
Lasierra, aunque nacido el primero en tierras americanas, Cuba,
específicamente, y de vocación distinta al benedictino, ya que Miyares fue
un militar de carrera, residió en Puerto Rico durante diez años (1769-1779)
después de su trasladado desde La Habana, donde ingresó al regimiento
militar en 1764, a la edad de quince años. Como resultado de su estadía en
la Isla y el interés en los asuntos de ésta, escribió sus Noticias
Particulares de la Isla y plaza de San Juan Bautista de Puerto Rico en el
año 1775 cuando contaba veintiséis años de edad.

La edición consultada para este trabajo fue la primera del manuscrito
original publicada por la Revista Historia de la Universidad de Puerto
Rico en el año 1954. La preparación estuvo a cargo de profesores y
estudiantes adscritos al Centro de Estudio de Historia de Puerto Rico,
entre ellos la Dra. Aida Caro Costas, y los profesores Eugenio Fernández
Méndez y Luis Manuel Díaz Soler con el apoyo de Casilda Rivera, Auxiliar de
Investigaciones Históricas. Así consta en la página de Reconocimiento de la
obra.[31]

Eugenio Fernández Méndez, quien escribió los Apuntes preliminares
sobre la vida y obra de Don Fernando Miyares González, en el análisis de
texto, señala que "la obra, inédita hasta hoy, consiste en una breve reseña
descriptiva, sólo incidental o accesoriamente histórica, de un territorio
ultramarino del imperio español. Para su redacción no contó el Capitán
Miyares con ninguna relación completa previa, hasta habiendo sido su
principal fuente de noticias hasta el año 1713, como el mismo advierte, los
apuntes manuscritos de Fray Pablo Calderón de la Barca".[32] De modo que, a
diferencia del tratado escrito por Iñigo Abbad y Lasierra, el de Miyares es
un escrito llano y sin la sistematización ni el rigor que caracterizan a
los estudios historiográficos, pero rico en observaciones e informes de
corte noticioso que sirven como materia prima para la comprensión de una
época.
Con tales características del autor, podemos aseverar que las mismas
responden de modo discursivo a la ausencia de consultas de los cronistas e
historiadores que le precedieron, de lo cual se excusa en el prólogo de la
obra. Su fin es informativo, y a partir de ese objetivo utilizó los
documentos a su disposición, particularmente, aquellos que conoció durante
su experiencia en la Secretaría de Gobierno y Capitanía General de la Isla
durante seis años. No tuvo como propósito indagar en los cronistas e
historiadores que ya habían trabajado el tema (Oviedo, Las Casas,
Castellanos, etc.), por tanto, no hace crítica de ellos. Más bien se enfoca
en lograr una aportación personal como observador de campo.
A Miyares le asiste la tradición de los diarios militares, especies de
noticias cortas de las campañas y las evaluaciones con fines estratégicos
sobre un territorio en particular. De ahí que se tome la molestia de
informar de modo cuantitativo, estadístico, sobre la población de la Isla,
nota esa de carácter empírico, administrativo y pragmático. Es un militar
de carrera, un funcionario de gobierno, con vocación de observador de a pie
que intenta explicar sin mayor rigor los procesos socioeconómicos y
políticos que observa. Contempla, toma notas y redacta noticias: ese es el
plan de su obra.
Es notable a lo largo de su obra la citada influencia de Fray Pablo
Calderón de la Barca, especialmente, en las descripciones de corte
religioso con rasgos de emotividad o fervor. Diera la impresión en
ocasiones que del autor emana cierto afán por lo sacro y su monumentalidad
manifiesta en los templos y otras edificaciones eclesiales. Asimismo, sus
descripciones y anécdotas sobre San Juan siguen al citado fraile en cuanto
a las formas estilísticas propias del siglo XVII.[33] En la Breve
descripción de la Isla y plaza de San Juan de Puerto Rico menciona lo
estratégico y valioso del puerto que ganó para la Isla el título que
ostenta su nombre hasta nuestros días:
"La ventajosa situación que advirtieron los primeros españoles
que entraron en este puerto, viéndole naturalmente resguardado
con la angostura que forma la barra en la misma boca del Morro,
a lo que es bastante un navío de línea, granjeó a esta isla y
plaza el título de Puerto Rico".[34]



La brevedad del comentario es común a la tónica de Miyares que no se
detiene a profundizar o no arguye, pues su fin es más práctico que erudito.
En otro momento expone una especie de relación del linaje de las familias
de la Capital. Mezcla elementos éticos con otros de índole natural,
política y cultural en general.[35] Añade relatos de tormentas acontecidas
y expediciones militares para lograr el desalojo de enemigos ubicados en
las islas vecinas al este de Puerto Rico. Todo sin mayores diferenciaciones
o clasificaciones en el esquema del texto. No obstante, en su sencillez hay
sentido de observación y captación de las peculiaridades que describe.

Como buen militar, relata con lujo de detalle el ataque holandés de
1625. Aunque la cita será extensa, vale la pena por el parangón que
establece con el carácter estratégico de El Morro que tanto él como Iñigo
Abbad exaltaron:

"La tercera, que fue el de seiscientos veinte y cinco, se
apoderó de ella Baudobin Enrique, general de la armada
holandesa, pero no pudo en aquel tiempo tomar la principal
fortaleza (que era el Morro) por las rectas disposiciones
militares de los jefes que tuvieron la dicha de mantener la
plaza, defendiéndose en grande parte esta victoria de las armas
españolas al capitán de infantería Juan de Amesqueta Quijano,
natural de la villa de San Sebastián, en el señorío de Vizcaya,
quien hallándose en el castillo donde estaba recogida toda la
gente con su gobernador Juan de Haro, salió con los que
quisieron seguirle, de dio batalla campal al enemigo en el llano
del Morro y a vista de su gobernador, esgrimió cuerpo a cuerpo
con el general holandés y le dejó muerto a sus pies, siguiendo
al enemigo en la retirada que hizo hasta hacerlo embarcar
atropelladamente y levantando un fortín en la Puntilla, con
faginas que hizo en una noche; al día siguiente le obligó a
alejarse, quitándole un navío que le echo a pique y aunque la
emulación pretendió silenciar estas bizarras acciones a S.M., no
dejaron de llegar a sus reales oídos, en cuya atención y de
otros servicios particulares, le confirió S.M. a dicho capitán
Juan de Amesqueta Quijano, el gobierno de Santiago de Cuba,
donde fabricó, principiando a sus expensas, el castillo del
Morro que hoy tiene aquella plaza, tan semejante al antiguo de
ésta en su construcción, que cualquiera que lo hubiese visto
como yo uno y otro, en nada diferenciará el frente de
tierra".[36]




Es un tanto curiosa la comparación de los dos castillos, el de La
Habana y el de San Juan, al final del relato. Si bien enaltece la figura
heroica de Amézquita, también retrae el distingo entre la construcción que
éste edificó en la ciudad originaria de Miyares y la que existe en San
Juan. ¿Regionalismo subjetivo o intento objetivo de comparación? No importa
mucho. Lo que sí trasciende es la descripción sobre el Estado Militar y
Real Hacienda que aparece a partir de la página 46 del texto.

Tras describir la composición de la guarnición, incluso algunos
aspectos raciales de la división de las milicias[37], Miyares entra en los
pormenores de la fortificación militar y su función defensiva:

"Defiende la precisa entrada del puerto por estar fundado sobre
la punta de la misma barra, con tanta mediación al inexcusable
paso de la canal que los fuegos de las baterías hacen casi
impenetrable la entrada. Todo lo anterior de este castillo, que
mira al mar, estaba en anfiteatro; la figura era triangular; el
frente de la tierra, el de hornabeque…Defiende también parte de
la bahía, el llano hasta la ciudad y la playa intermedia que
corre hasta el frente del fuerte de la Perla".[38]




Más adelante vuelve sobre el tema para añadir otros detalles del
Castillo que, a su decir: "Se halla, en el día, en un bellísimo estado para
impedir la entrada en el puerto de los navíos enemigos…".[39] El tema es
recurrente, como es natural, para un militar de experiencia.[40]

Sin pretender agotar las posibilidades de la fuente bibliográfica en
cuestión, hemos expuesto las referencias mayores que Fernando Miyares
aporta en sus Noticias, que propician que hoy conozcamos mejor el devenir
histórico de San Juan. El documento de Miyares constituye un puente
historiográfico entre la Historia de Iñigo Abbad y Lasierra y los escritos
de historiadores puertorriqueños como Salvador Brau, Cayetano Coll y Toste
y Adolfo de Hostos, quienes ocuparon el cargo de Historiador Oficial de
Puerto Rico.[41] Precisamente, a Adolfo de Hostos, el quinto de los
historiadores oficiales, dedicaremos un apartado del estudio, dado que
escribió una historia específica de San Juan, que en la opinión de su
homólogo, el Dr. Luis E. González Váles, es "la mejor historia de nuestra
ciudad capital".[42]

2. Historia de San Juan, Ciudad Murada, de Adolfo de Hostos: las
perspectivas del Historiador Oficial




En el año 1948, el entonces Historiador Oficial de Puerto Rico, Adolfo
de Hostos publicó un ensayo historiográfico cuyo título es Ciudad Murada:
ensayo acerca del proceso de la civilización en la ciudad española de San
Juan Bautista de Puerto Rico (1521-1898). Prolífico ensayista, fue el
autor, entre otras publicaciones, de Investigaciones históricas (1938)
Antropological Papers vol. I (1942), el Índice hemero bibliográfico de
Eugenio María de Hostos (1942) y Al Servicio del Clío. Como Historiador
oficial dirigió los trabajos que concluyeron con un desglose de la
literatura histórica de Puerto Rico y otros materiales que poseía el
Archivo Histórico de Puerto Rico publicados con el título de Índice
histórico de Puerto Rico (1936).[43]
Cabe resaltar, que el hijo del prócer Eugenio María de Hostos (1839-
1903), además de profesar el oficio fundado por Herodoto, introdujo en la
Isla el estudio arqueológico como ciencia más que como mera afición.[44]
Por ejemplo, las excavaciones que llevó a cabo en 1938 en el área de la
antigua Caparra dieron lugar a estudios ulteriores reveladores de la
importancia histórica del lugar. Igualmente, la etnografía es altamente
influyente en la obra de este autor al punto que es difícil deslindar de su
quehacer intelectual lo entreverado de la historia, la arqueología y la
antropología.
Por otro lado, comparte con Fernando Miyares el haber sido oficial
militar, en su caso, del Ejército de los Estados Unidos, durante la Primera
Guerra Mundial. Dato relevante en cuanto a la configuración esquemática
mental que suele condicionar la vida y la obra intelectual de un militar.
Como señaláramos, la edición primera de Ciudad Murada vio la luz
primera en La Habana en el año 1948. No obstante, cabe decir que, según la
nota al lector escrita por el autor para esa publicación, la tirada entera
yace "en el fondo del Mar Caribe, cerca de las costas de Colombia"[45],
debido a un naufragio de la nave de envío a Puerto Rico, la Euzquera,
conductora de personal circense y animales amaestrados, azotada por un
huracán el 1 de septiembre de 1948. Por esa razón singular, reapareció
impresa (Photo-Lithoprint Reproduction) por la compañía estadunidense
Edwards Brothers, Inc., de Ann Arbor, Michigan.
Ciudad Murada es un ensayo historiográficamente diverso por la
multiplicidad de temas y aspectos sociales que investiga y relata. La
historia de la ciudad, esbozada en los tres primeros capítulos, y que
citáramos en el trasfondo histórico que sirve como punto de partida de
nuestro trabajo, no difiere mucho de otras fuentes acerca de la conquista
española Puerto Rico; pero sí es peculiar en cuanto a los relatos del
desarrollo de la Ciudad de San Juan Bautista. Cumple así su propósito de
historiar la ciudad capital. En el capítulo I se juntan los intereses
interdisciplinarios de la arqueología y la historia tan afines a Adolfo de
Hostos. En el subtema titulado Un villorrio indígena en la isleta de San
Juan demuestra su afán cuando afirma:
"En el año 1937 un arqueólogo de la Universidad de Yale, Mr.
Irving Rouse, practicó un reconocimiento del conchero, pudiendo
comprobar el hecho de su indiscutible ocupación por nuestros
aborígenes. El depósito de restos de barro y concha de caracol
se extiende hasta el borde mismo del barranco que separa la
orilla del mar de la planicie en donde están construidos los
edificios de la Guardia Nacional.


Ha quedado así demostrado, con anterioridad a la prueba
histórica de que ya hemos escrito, que en la Isleta había agua,
cuando menos en el subsuelo, porque no de otro modo hubiera
podido ser habitada por los indígenas; que las aseveraciones a
este respecto por los caparrenses que deseaban mudar la villa,
eran ciertas".[46]

El hallazgo de Rouse, y la recopilación de los datos por De Hostos,
sirven en Ciudad Murada para dos propósitos primordiales: demostrar la
existencia de poblados autóctonos en la zona sanjuanera prehispánica y
fundamentar la tesis de la obligatoriedad del traslado de Caparra a la
Isleta basado en pruebas de peso, como lo es la existencia de agua en el
subsuelo, además de las otras razones estratégicas esgrimidas por los
pobladores.
Por otro lado, opinamos que hay rigor investigativo en el modo como De
Hostos analiza el crecimiento de la Ciudad. Estudia la población y recopila
estadísticas desde los siglos XVI al XVIII[47], igualmente en la citación
de fuentes primarias y en las relaciones de la población con el número de
casas, el tipo de viviendas, la cantidad de vecinos y el número total de
habitantes en cada siglo. Datos todos que abonan a la comprensión actual
de la evolución paulatina de un poblado convertido en ciudad. En este
sentido hay continuidad con la historiografía puertorriqueña que venía
produciéndose.
A la vez podemos observar en su insistente afán recopilador de
documentos y particular atención al dato empíricamente cierto, influencias
del positivismo comtiano, filosofía que sirvió de marco conceptual moderno
a los pensadores latinoamericanos decimonónicos y de las primeras décadas
del siglo XX.[48] La comprensión del autor sobre la realidad histórica de
la Ciudad está permeada, pues, por postulados filosóficos europeos y
estadounidenses entonces en boga. Dicha tendencia filosófica, como también
el racionalismo, el idealismo, el vitalismo y el pragmatismo, entre otras,
cobraron formas particulares en Puerto Rico, como en el resto de la América
hispana, en las mentes de sus pensadores formados en Europa y en los
Estados Unidos.
El aporte específico de Ciudad Murada a la historiografía de San Juan
está directamente relacionado con la capacidad de su autor de exponer un
relato histórico capaz de identificar a los lectores con la vida cotidiana
de un pasado lejano. Junto con la información oficial (datos estadísticos,
legislación del cabildo, normas de convivencia social, etc.) para conocer
el estado de la vida en la ciudad en cada época, encontramos la descripción
paisajista, las preocupaciones comunes o las noticias de los eventos
extraordinarios. Ejemplo de lo anterior es la descripción de las calles
durante el primer siglo de la Ciudad. El siguiente pasaje es significativo
en datos legales, una pizca de ironía, y la descripción física, además de
paisajista, de las primeras calles:
"No sabemos hasta qué punto se obedecieron por el Cabildo de San
Juan las disposiciones de las Leyes de Indias que reglamentaban
la construcción de las poblaciones. Sí sabemos que la
Recopilación de las Leyes de los Reinos de India, publicada en
1860, contenía cierta ley disponiendo, por paradójico que
parezca, que 'en los lugares fríos sean las calles anchas y en
los calientes angostas'…


…Desprovistas éstas (las calles) de alcantarillas y cloacas, las
lluvias torrenciales buscaban turbulentamente los niveles más
bajos socavándolas por todas partes, haciéndolas intransitables.
El desagüe natural, de norte a sur, desde la parte alta de la
ciudad, ocurría a lo largo de la Tanca, en su zanjón que, como
en el caso de las corrientes que desaguaban en el canal de
entrada, a lo largo de la calle de San Francisco, fue convertido
en un caño que desembocaba en el recinto sur. Afortunadamente,
el suelo de la isleta era en partes muy arenoso, circunstancia
que permitía a nuestros antepasados, según un autor del siglo 17
conservar limpios los zapatos blancos después de un
aguacero".[49]




El centenario tema de las calles está presente en la recopilación
histórica de los primeros cincuenta años de la ciudad hasta el siglo
decimonónico. De Hostos lo presenta con viveza descriptiva sin perder el
rigor histórico.
Adolfo de Hostos tiene el mérito de haber escrito la primera historia
completa de la Ciudad Murada desde el siglo fundador hasta el ocaso del
gobierno español en Puerto Rico. He ahí el valor historiográfico mayor de
la obra. El siglo XX presenció el interés de investigadores de diversas
disciplinas interesados en esa historia al punto de escudriñar ángulos
específicos, veamos.

B. En una ciudad llamada San Juan[50]: cuatro estudios académicos
contemporáneos

Los autores que analizaremos en este apartado corresponden
cronológicamente a una cepa de académicos con visión interdisciplinaria que
han desarrollado su labor durante la segunda mitad del siglo XX y la década
presente. Son varios, y algunos no tienen como oficio la investigación
histórica, estrictamente hablando. Sin embargo, todos poseen la
capacitación y las herramientas investigativas y analíticas propiciadoras
del quehacer científico. Algunos de ellos, como veremos particularmente,
son académicos vinculados por la común formación en un contexto académico
influido por los estudios culturales en pleno auge entre los años 1980 y
1990, década caracterizada por el interés en la cultura y la historia, y
los sesgos del giro antropológico heredado de las décadas de los años 1960
al 1970. Cada presentación ausculta el valor de la obra para el fomento del
conocimiento histórico de San Juan. El carácter multidisciplinario de las
obras que analizaremos propicia un Weltanschauung integrador de la
historiografía sanjuanera.

1. Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (siglo XIX) de María de los
Ángeles Castro


La Dra. María del los Ángeles Castro, Catedrática de Historia de la
Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, donde ha impartido
cursos de historia del arte, historiografía, historia de Puerto Rico y de
América Latina, también ha ocupado puestos de carácter administrativo y
académico, entre ellos Decana Asociada de Asuntos Académicos y Decana
Auxiliar de Estudios Graduados e Investigativos, así como también Directora
del Centro de Investigaciones Históricas. Obtuvo el grado de Doctora en
Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid en el año 1976. Publicó
su tesis con el título Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (siglo XIX)
en el año 1980, estudio que es historiográficamente valioso por la
aportación hecha al conocimiento de la evolución urbana de San Juan.

Enfatiza la docente e investigadora el análisis de monumentos
civiles, religiosos y militares en sus dimensiones arquitectónicas e
históricas. Su principal objeto de investigación es la Historia de Puerto
Rico, tema del cual es autora de varios libros,[51] además de artículos y
ensayos en revistas. Escribe la Dra. Castro Arroyo a tenor con temas que no
son nuevos en la historiografía puertorriqueña, pero sí lo es el enfoque de
sus investigaciones. Giro éste que pertenece a un modo de historiar puesto
en boga durante los años ochenta de la pasada centuria, y que François
Dosse cataloga como una ruptura que convoca a los historiadores a "visitar
una vez más los mismos objetos de manera distinta".[52] Así las cosas,
observamos en la autora el rigor inquisitivo de los historiadores formados,
en parte, en la Universidad de Puerto Rico y posteriormente en la
Universidad Complutense con influencias de la Historia Tradicional y
también de la Nueva Historia. La historia institucional, la historia del
arte, el urbanismo y los estudios sobre planificación, son tendencias
presentes en su trabajo. Ella contempla la historia de la Ciudad con una
mirada que resalta el carácter evolutivo de su arquitectura a través del
tiempo. Tiene presente el contexto político colonial que sirvió de
escenario a la edificación arquitectónica, pero interesa y hurga más en el
proceso histórico, estético y cultural de ese marco social.

Nos luce que la Dra. Castro Arroyo transita por un camino
historiográfico de larga tradición a la vez que formula nuevas
perspectivas. Visualiza los contornos de la vida urbana manifestada en su
arquitectura y hace hincapié en las corrientes artísticas tras la
majestuosidad del San Juan neoclásico. Simultáneamente, historia el devenir
estructural de la ciudad a través de los siglos. En ese sentido, no se
aparta de una tradición historiográfica interesada en las manifestaciones
de los sujetos, no tanto en las mentalidades de estos. A nuestro juicio, su
trabajo está lejos del al retorno al sujeto, que fue propio del contexto
sociopolítico e ideológico que caracterizó las tendencias de los años
setenta. No es posible, por tanto, ubicar sus influencias en el paso de la
segunda a la tercera generación de Annales con el redescubrimiento del
sujeto mental.[53]

Sin embargo, podríamos inferir en la obra toques de la Nueva
Historia, pero sin abandonar el paradigma de una historia tradicional tal
vez no tan cercana a Leopold von Ranke (1795-1886). El tema de la
arquitectura sanjuanera está inevitablemente ligado a la política de la
ciudad durante el siglo XIX, por tanto, el paradigma tradicional diría que
ese problema histórico le es propio. Pero la arquitectura y sus estilos, el
arte y sus movimientos, son manifestaciones de la actividad humana, cuyo
fundamento filosófico, según la Nueva Historia, es la constitución de la
realidad como social o culturalmente condicionada.[54] Más aún, el manejo
de la historia del arte comporta rasgos de la Historia Visual, tan
contemporánea, en cuanto que participa de una tendencia a considerar la
práctica de la arquitectura como diseño representativo de una época, no
tanto como una de las bellas artes tradicionales que por su monumental
presencia es digna de ser resaltada.[55]

Directo al análisis del texto, nos encontramos con una parte dedicada
al desarrollo histórico de la capital desde sus orígenes hasta el siglo
XVIII, punto de partida del contexto urbano del San Juan neoclásico
emergente. Pero la parte principal del trabajo de la Dra. Castro es la
segunda, dedicada al siglo XIX. Un siglo de arquitectura neoclásica, es el
título correspondiente a esa sección, que explica el siglo XVIII como
antesala de la centuria resucitadora de lo clásico innovado, pero que
cierra con "vacíos institucionales"[56] que afectaron los planes
gubernamentales de desarrollo arquitectónico para San Juan. En contraste,
el siglo XIX trajo un cambio radical ligado a la realidad política
hispanoamericana. Ante la emancipación de las colonias americanas, España
prestó mayor atención a las Antillas, Cuba y Puerto Rico, en cuanto a la
construcción pública se refiere. La autora demuestra su tesis argumentando
con ejemplos múltiples de la edificación ocurrida desde el principio mismo
del siglo.

El teatro municipal fue una de las ideas materializadas durante la
gobernación de Miguel de La Torre, quien gobernó la Isla de 1823 a 1837.
Respondió al deseo de habilitar un espacio físico y cultural para la
escenificación del arte dramático a pesar de la oposición de las
autoridades eclesiásticas.[57] El 19 de febrero de 1830 fue inaugurado en
el local que hoy alberga obras teatrales en San Juan, frente a la Plaza de
Santiago (ahora Plaza de Colón). También fue construido el Seminario
Conciliar de San Ildefonso, estructura religiosa enmarcada en el propósito
tardío de fundar un centro de formación sacerdotal para Puerto Rico, según
lo había dispuesto el Concilio de Trento en su sesión del año 1563. La
Dra. Castro relata el acontecer de circunstancias alrededor de la decisión
final que dio paso a la construcción del Seminario, pero, especialmente,
describe detalladamente la fachada de la obra:

"La fachada del edificio está animada por siete ventanas con
rejas abalaustradas, cobijadas por graciosos doseletes,
terminados en flámulas, que se hallan alineadas a un mismo
nivel. La portada es una representación fiel del momento
ilustrado. Extremadamente sencilla, se resuelve a base de dos
pilastras rehundidas que flanquean la entrada y el
característico frontis como remate. Dos escudos, tallados en
piedra por Francisco Costa, constituyen su único motivo
ornamental: en el tímpano, las armas reales y bajo éste, sobre
el dintel, las del obispo Gutiérrez de Cos, símbolos elocuentes
de los dos poderes regentes: el Estado y la Iglesia, unidos a
través de toda la historia puertorriqueña hasta 1898".[58]




El programa urbanista de Miguel de La Torre finalizó con el proyecto
del Seminario Conciliar.

Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (siglo XIX), brinda atención a
los barrios, así como también a las calles, los paseos y las plazas como
piezas del entorno urbano que configuraron el carácter peculiar de la
ciudad. En este sentido el proceder historiográfico de la autora atiende
temas que rebasan la historia institucional sobre aspectos arquitectónicos
y cobra rasgos de historia cultural.[59] Narra el carácter popular cuando
"en 1847 la ciudad permanecía dividida en cuatro barrios"[60] a los que
luego se añadieron otros a causa de la expansión citadina. La Puntilla,
Puerta de Tierra, Ballajá y Cangrejos, este último fuera de la isleta de
San, son los nombres de esos barrios. Entre ellos, el barrio de Cangrejos
marcó un hito en la expansión de la ciudad más allá de sus muros.

Las calles, paseos y plazas dibujaban el perfil del San Juan, según la
autora. Contrario al afán constructor público, las vías de tránsito diario
permanecían en un deterioro lamentable y nada cónsono con la simetría
neoclásica, y "hasta el 1838 careció la ciudad de paseos públicos, ausencia
que no puede extrañar en una Plaza que apenas comenzaba a despojarse de su
estricto carácter de presido artillado".[61] El primer paseo público fue el
de Puerta de Tierra que "se iniciaba éste, como indica su nombre, en la
puerta de Santiago y se prolongaba por un largo trecho"[62]; en el 1854 fue
inaugurado el Paseo de la Princesa que tuvo como prolongación un jardín
botánico. La Plaza de Armas remozó tras permanecer con suelo de tierra
enlodazado con las lluvias. Otras plazas también fueron reestructuradas:
Santiago y Santo Domingo.

La obra pública dedicó espacio considerable a las casas individuales y
a la normativa que regía ese tipo de construcción, y que nos recuerda hoy
las exigencias del Instituto de Cultura Puertorriqueña al respecto frente a
la realidad urbana de las décadas recientes:

"En 1863 el director de Obras Públicas recalca la importancia de
conservar la armonía entre la altura de las casas y el ancho de
las calles, equilibrio que se estaba rompiendo no sólo con las
proporciones de las casas, sino incluso con los pretiles de las
azoteas y los balcones corridos de la fachada alta".[63]




María de los Ángeles Castro retrotrae las descripciones que de los
patios y huertos hiciera Iñigo Abbad y Lasierra un siglo antes y advierte
que estos "se iban suplantando paulatinamente con nuevas casas o en su
defecto, con fracciones domiciliarias que reducían sensiblemente el área
del patio, pero que imponía el hacinamiento que ahogaba a la
población".[64]

A propósito, Eduardo Lalo, en la obra ya citada, considera que San
Juan es el lugar de la historia oficial, ya que "en ella quedan los
archivos y las piedras; la máxima concentración posible de huellas del
hombre"[65], pero, contradictoriamente, "no es espacio fecundador, sino
uno, de desecho y muerte".[66] Consideraciones éstas, que con un tono de
pesimismo y nostalgia, añaden una mirada de entrecruce desde la cual los
múltiples significados de la ciudad histórica buscan juntarse. Por su
parte, y respirando otra atmósfera que no es la de Lalo, Edgardo Rodríguez
Juliá considera que "en el espacio de la ciudad el tiempo no es del todo
histórico, apenas es consecuente, la memoria coincide en el espacio de
épocas disímiles".[67]

Precisamente, y de vuelta a nuestra autora, en sus reflexiones
finales, la Dra. Castro expresa la magia tentadora del Viejo San Juan que
al mirarlo y admirarlo sentimos esa nostalgia de un tiempo que no vivimos,
pero que tanto historiadores como literatos nos han narrado, y la necesidad
de volver a recorrer sus calles: "No nos cansan los edificios de San Juan;
podemos recorrerlos y a la par que señalamos las invariantes, disfrutamos
sus particularidades[68]; y añade como puntillazo final:

"La ciudad de San Juan, que ha sobrevivido tantos embates a
través de los siglos, debe permanecer siempre como un recuerdo
imperecedero de nuestra estirpe y un testimonio continuo del
histórico destino común de pueblo hispanoamericano que
corresponde a Puerto Rico".[69]



Contribuye, pues, a afianzar, con su aportación específica en
Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (siglo XIX) tanto la valoración
arquitectónica de la ciudad como el imaginario hispanoamericano que ha
influido tanto en la investigación histórica puertorriqueña. Sin duda
alguna, en su momento la obra aportó al estudio de la evolución de la
ciudad capital, en particular, porque tuvo acceso a fuentes que en aquel
entonces eran de difícil acceso. Es, además, una contribución a la historia
del arte urbano que en nuestros tiempos ha cobrado auge en las
manifestaciones no tradicionales del arte público en las ciudades.[70]



2. San Juan: historia ilustrada de su desarrollo urbano, 1508-1898, de
Aníbal Sepúlveda Rivera




¿Cómo entiende un planificador el devenir histórico? ¿Cuáles es el
valor de la historiografía para el ejercicio de su oficio? ¿La ciudad y sus
entornos urbanos propician el encuentro multidisciplinario o lo fragmentan?
Pretendemos hallar algunas respuestas en la lectura crítica de uno de los
trabajos investigativos de Aníbal Sepúlveda Rivera, doctor en Planificación
Urbana y profesor en la Escuela Graduada de Planificación de la Universidad
de Puerto Rico, también miembro fundador del Centro de Investigaciones
CARIMAR.[71] En el año 1989 publicó el libro titulado San Juan: historia
ilustrada de su desarrollo urbano, 1508-1898, obra que recopila la
trayectoria urbana de la capital desde los tiempos de Caparra hasta el
final del siglo XIX.

La mirada histórica del autor hacia San Juan es eminentemente la de un
planificador urbano que reflexiona a la luz del fluir de los tiempos e
indaga el cómo se afectan mutuamente los quehaceres de la convivencia
social, el diseño arquitectónico, la política pública, la planificación, el
desarrollo económico y la cotidianeidad en los espacios imaginados por un
colectivo llamado pueblo que se ha asentado en la ciudad. Sepúlveda extrae
las lecciones no sólo del material cartográfico y los documentos históricos
depositados en archivos y bibliotecas, sino del recuento diacrónico que
lleva a cabo para intentar conocer "cómo imaginaron, pensaron, diseñaron,
dibujaron y construyeron la ciudad de San Juan las personas que precedieron
a las recientes generaciones".[72]

El autor domina la cartografía y la hace parte de su estudio de San
Juan. Los documentos producidos por los cartógrafos, ingenieros, artistas,
arquitectos, fotógrafos y otros profesionales desde la fundación de la
capital, son la materia prima de Sepúlveda para el análisis del tema. Hurgó
primero en archivos, bibliotecas y colecciones privadas en Puerto Rico,
Estados Unidos y Europa, y a partir de ese ejercicio recopiló los
ingredientes necesarios para lograr un estudio enjundioso. Fluye en su
escrito la vivencia histórica junto a la memoria documentada, lo que
permite al lector visualizar, desde diversos ángulos, las tangencias entre
varios periodos cuando la ciudad sanjuanera experimentó fases de crisis y
de renovación. Como en una mirada de conjunto y de síntesis, propone
considerar el desarrollo urbano no de un modo histórico lineal, sino
abarcador, regresivo, progresivo, conflictivo, en fin, desarrollo
social.[73]

A lo largo de ocho capítulos, el planificador urbano analiza el
devenir sanjuanero visto como un proceder heredero de influencias iniciadas
por las similitudes de los criterios de localización de Higüey-Caparra, los
dos poblados fundados por Juan Ponce De León en 1505 y 1508
respectivamente[74] y los asentamientos urbanos de las Islas Canarias.
Evalúa la fundación de Caparra en comparación con las disposiciones de las
Leyes de Indias de 1573, que fijaron el número mínimo de vecinos (30) para
autorizar la fundación de una villa; de lo cual Aníbal Sepúlveda infiere
las primeras instrucciones sobre planificación urbana para Puerto Rico.
Dedica esfuerzo intelectual e investigativo a los primeros siglos de
desarrollo urbano en San Juan en el contexto del sistema caribeño de
entonces, que es conocido hoy por dos fuentes distintas: las demográficas y
las cartográficas. La demografía provee buenos indicadores de la
procedencia de los colonos españoles durante el siglo XVI, los lugares de
asentamientos y el tipo de industria a la que se dedicaban. Mientras que la
cartografía dibuja en el imaginario posterior la forma urbana en evolución,
el antes y el después. Claro, la imagen no siempre resulta diáfana, pues
"se conservan muy pocos planos manuscritos de las ciudades latinoamericanas
trazados en el siglo XVI". [75]

El libro es rico en gráficas, mapas antiguos y referencias primarias.
Los diseños urbanos, la construcción del perímetro murado y las
construcciones públicas, pueden ser apreciados en su planificación original
gracias a la preservación de dichos documentos. Junto con los estimados de
la población urbana en los siglos estudiados, además de una selección de
fotos del siglo XIX, la documentación es imprescindible para el
conocimiento de las actuales generaciones, en especial, los estudiosos de
la historia citadina.

Sepúlveda incluye también información valiosa sobre la economía
interior y el comercio exterior tanto en San Juan como en otras localidades
importantes de la Isla, lo cual permite comparar el devenir de la
producción de riquezas en la capital con la del resto del País. No quedan
fuera las dificultades de toda índole que afectaron la diversificación de
productos agrícolas y su efecto sobre el desarrollo de la Isla frente a la
realidad que "Cuba y Puerto Rico constituían mercados cautivos para el
excedente de los productos agrícolas españoles"[76], condicionamiento
colonial que impidió un mayor desempeño económico de ambas islas.

El último capítulo del libro, el octavo, está dedicado a la
planificación urbana dentro de la ciudad durante el siglo XIX. Muestra las
transformaciones urbanas que también han historiado otros autores tratados
en nuestro trabajo. La diferencia en la perspectiva estriba en que hay en
Sepúlveda un objetivo de planificación holística, es decir, articula los
temas urbanos con interrelación de intereses que transitan desde la
integración de los valores de los terrenos y las tendencias de la
construcción hasta el sentido de función social de las edificaciones como
espacios institucionales, por ejemplo: el Asilo de Beneficencia, el
Manicomio, el Hospital, la Plaza del Mercado, el Colegio de Párvulos, etc.
En ese aspecto hay coincidencias entre su obra y la de la Dra. María de los
Ángeles Castro. Como añadido, nuestro autor arroja conocimiento, incluso,
de la materialización del primer estacionamiento habido en San Juan,
notable intento de organizar el crecimiento urbano en apogeo:

"Frente a la plaza del mercado, entre ésta y las murallas del
norte y la bajada del camino del cementerio, se construyó,
además un corral para los caballos y mulas que venían al
mercado. De esta manera se regularizó el estacionamiento de los
transportes".[77]




Al final sugiere posibles temas de investigación en relación con la
construcción privada y las normas de planificación urbana. Son elocuentes
sus palabras y cargadas de entusiasmo al afirmar la importancia de un tema
micro histórico capaz de aportar información de la vida cotidiana de los
moradores de las viviendas particulares de todos los estratos sociales.
Provoca la curiosidad epistemológica de los investigadores
interdisciplinarios con su aseveración:

"La evolución de cada uno de los tipos de vivienda urbana, la
belleza austera que refleja las particulares condiciones
económicas de cada familia, su austeridad caribeña, son temas de
estudio que aún no se han agotado".[78]




Probablemente tiene razón y será menester adentrarse en los archivos,
en la historia oral y en las vertientes multidisciplinarias para continuar
indagando la historia urbana de San Juan.







3. San Juan tras la fachada: una mirada desde sus espacios ocultos

(1508-1900), de Edwin R. Quiles Rodríguez



Arquitecto, planificador, activista social y profesor universitario,
Edwin R. Quiles Rodríguez es el autor de San Juan tras la fachada: una
mirada desde sus espacios ocultos (1508-1900), ensayo que ha recibido
reconocimientos variados, incluido el Premio Nacional de Ensayo del Pen
Club de Puerto Rico, 2006. Mencionamos ese galardón entre otros conferidos
a arquitectos, porque es indicio del valor literario y científico del
mismo. La primera edición se publicó en el año 2003; hay una reimpresión
del año 2007, ambas por la Editorial del Instituto de Cultura
Puertorriqueña.

De lectura ágil y amena, la obra intercala textos, gráficas, notas
al calce y comentarios atinados que guían al lector a adentrarse por los
espacios ocultos de la ciudad. Con su lenguaje de matiz poético y cargado
de vivencias comunitarias personales, Quiles Rodríguez reivindica la
memoria de los artífices de la Capital; no los contratistas y
desarrolladores, sino los trabajadores, quienes aportan "no sólo al
desarrollo económico y social del país, sino a la construcción de la ciudad
de San Juan".[79] Perfila en el autor y su obra un compromiso personal,
además de profesional y ciudadano, en la publicación, y probablemente, sin
proponérselo, una propuesta dialógica a la usanza de los estudios
culturales para auscultar respuestas transdisciplinarias al fenómeno de la
vida urbana vista desde los espacios ocultos, marginales, periféricos o lo
que comúnmente no es descrito ni analizado por la intelligentsia.

Los títulos de los capítulos son sugestivos y definitorios del
contenido de cada apartado. La urbanización: instrumento de penetración
imperial, Caparra: el primer intento de ocupación territorial son dos
ejemplos de la óptica ideológica o la escuela filosófico y sociológica de
pertenencia y de la mirada oportuna a ángulos tal vez poco observados por
otros autores. Hay historia, literatura, urbanismo, arquitectura,
sociología, política, economía y espiritualidad entreverados en un mismo
texto, cuya base es histórica, no puede ser de otro modo, pero sobre ella
se montan reflexiones que trascienden los hechos mediante interpretaciones
diversas, pero siempre interconectadas por un hilo conductor: lo que hay
detrás de la fachada.

El manejo del espacio urbano es uno de los temas omnipresentes en el
cuerpo del ensayo. A los ciudadanos corresponde hacer la ciudad, no sólo a
las autoridades civiles, militares o religiosas, insiste el autor. Manejar
los espacios de convivencia es cosa de todos, mas el ciudadano transforma
lo físico y social mediante la práctica cotidiana y la experiencia
acumulada.[80] En San Juan, queda evidenciado en los cuerpos de leyes
emanados de las necesidades recurrentes y los problemas vecinales:

"El depósito indiscriminado de desperdicios del matadero en la
calle del Mondongo, ahora la sección oriental de la calle de San
Sebastián, los problemas de los ruidos y los pleitos por
problemas de convivencia entre vecinos, los perros realengos,
las basuras domésticas tiradas en las calles y hasta la
celebración de fiestas nocturnas son ejemplos de situaciones
ambientales que al ser problematizadas exigieron acciones
reguladoras por parte de las autoridades".[81]



Hay problemas en San Juan que tuvieron que ser manejados desde la
fundación misma de Caparra. La especulación inmobiliaria, por ejemplo, no
era una actividad de exclusiva pertenencia a los residentes sanjuaneros del
siglo XIX; por el contrario, los pobladores de Caparra enfrentaron tanto a
comerciantes como a otros propietarios que solían arrendar espacios de
alojamiento. Es interesante el ejemplo traído por Quiles, y cito: "En el
siglo XVI el obispo de San Juan alquilaba viviendas en ranchones de paja
subdividíos para esos propósitos".[82] No obstante, falta alguna referencia
bibliográfica que lo sustente. Claro, no significa que nos parezca
imposible que la acción haya sucedido por tratarse de un clérigo de
jerarquía mayor.

Coadyuvar en la consecución de una ciudad habitable supone la voluntad
activa y la dedicación cooperativa de los residentes. Quiles Rodríguez
relata un San Juan de finales de siglo ávido de modernización residencial y
comercial a la vez que repleto de conflictos sociales. Aquejaban a los
residentes todo tipo de problemas: pobreza, hacinamiento, epidemias,
sabandijas, enfermedades, alto costo de la vida, inseguridad laboral,
tensión política, etc.[83] Pero, "al mal tiempo, buena cara", como dice el
refrán. Los vecinos organizaron cooperativas, manifestaciones y presiones
políticas. La convivencia urbana hubo de apropiarse del espacio por la
solidaridad o por la delincuencia como manifestaciones sociales.

La tónica imperante en San Juan tras la fachada es optimista y
descubridora de miradas alternativas a la historia de la ciudad. Son
básicamente las mismas etapas historiografiadas por Iñigo Abbad y Lasierra
y Adolfo de Hostos en dos tiempos distintos, pero hay un valor añadido: la
otra cara de la historia, la de los barrios marginales, los pobres tantas
veces ausentes de la historia oficial. Pobres de intramuros y extramuros,
de Ballajá o Cangrejos, La Puntilla o Puerta de Tierra que, como las
familias de la burguesía y de la clase media, abrieron espacios de
convivencia social. Allí sus viviendas dicen quiénes las habitan, porque
expresan "dominio, resistencias, mestizajes. La vivienda es, además de
cobertizo, una reflexión de identidades, de lo que se es o se aspira a
ser".[84] Donde otros han estudiado las fachadas de las casas, la
cuadrícula de la ciudad o la arquitectura de los edificios oficiales,
Quiles interpreta la identidad humana y social de quienes habitan esos
espacios.[85]

San Juan tras la fachada es una mirada a la ciudad desde el barrio y
el barrio desde la ciudad, como el autor reconoce en la introducción. A
nuestro juicio la obra aporta a la historiografía puertorriqueña una visión
más heterogénea del desarrollo urbano, una historia de divergencias y
solidaridades, de simetrías soñadas o reales en la arquitectura, pero
ausentes en las relaciones sociales; en fin, lo que se oculta tras la
fachada.







1. San Juan: la ciudad que rebasó sus murallas, compilación de ensayos
de Luis E. González Vales, Milagros Flores, Aníbal Sepúlveda,
Silvia Álvarez Curbelo y Arturo Bird Carmona



San Juan: la ciudad que rebasó sus murallas[86] es una colección de
cuatro ensayos publicada en el año 2005 como un catálogo bilingüe
complementario de la exhibición homónima patrocinada por el Servicio
Nacional de Parques de los Estados Unidos, Sitio Histórico de San Juan,
mediante un acuerdo cooperativo con la Academia Puertorriqueña de la
Historia. Consta de un prefacio escrito por el Sr. Walter J. Chaves,
Superintendente del Sitio Histórico Nacional de San Juan, las palabras
introductorias del Dr. Luis E. González Vales, Director de la Academia
Puertorriqueña de la Historia, y cuatro ensayos historiográficos: El
derribo de las murallas y en ensanche de San Juan, cuyo autor es el Dr.
González Vales; El estado de las defensas de San Juan y el derribo de las
murallas, de la Dra. Milagros Flores; De 'zona polémica' a barrio: Puerta
de Tierra y el nacimiento de un espacio urbano en San Juan, de Aníbal
Sepúlveda y Silvia Álvarez Curbelo; y Puerta de Tierra, la vida de un
barrio obrero, de Arturo Bird Carmona.

El tema general de la colección es la extensión territorial de San
Juan después del derribo de una parte de sus murallas en el 1897. Cada
coautor expone sus hallazgos, análisis y aportaciones investigativas en
torno al asunto central, al cual suma notas historiográficas centradas en
la expansión la ciudad hacia el barrio antes extramuros de Puerta de
Tierra.

El Historiador Oficial de Puerto Rico, Luis González Vales devela
hechos de la historia militar española y estadunidense descubiertos en
documentos archivados en España desde la caída del régimen español en
América y posteriormente traídos a Puerto Rico, que sirven de trasfondo a
la decisión de derribar las murallas y dar holgura al hacinamiento vivido
por los residentes de San Juan debido al aumento poblacional y las
limitaciones geográficas. Reseña el Dr. González Váles las opiniones
jurídicas y políticas, y analiza la Ley del 5 de julio de 1883 que
autorizó el derribo de las murallas, así como también la figura del
gobernador Antonio Dabán Ramírez de Arellano, clave en la toma de la
decisión final. Podemos aseverar que la aportación de González Váles está
adscrita a la historia oficial de las instituciones, especialmente, la
ligada a la historia militar, de la cual el autor es especialista.

La Dra. Milagros Flores, historiadora del patrimonio fortificado,
especialmente, las fortificaciones sanjuaneras, evalúa el estado de las
defensas de San Juan al momento del derribo de las murallas. Partícipe de
la historia institucional, su historiografía revela el interés por
establecer relaciones entre la investigación sobre los espacios amurallados
y su relación con la vida social de la época. En este caso, la premisa
fundamental es la dualidad debatida por los ciudadanos durante el siglo
XIX, esto es: el control militar de los terrenos mediante proyectos para la
defensa de la ciudad frente a las necesidades de la población civil que
demandaba terrenos para ensanchar la ciudad.

Modernizar las defensas se hizo imperativo a raíz de lo obsoleto de
éstas. Los planos para reformarlas proliferaron, entre ellos, la Dra.
Flores aparta por su importancia el sometido por Don Sabino Gámir y
Maladeñ, Comandante del Estado Mayor del Ejército de Puerto Rico, el 31 de
diciembre de 1859, quien expone los "conceptos bajo los cuales puede
considerarse siendo atacada la Isla: mediante la Toma de San Juan, como
plaza de primer orden por él y fuerza moral de que goza en los habitantes
de esta Antilla. O por bloqueo marítimo a la Plaza y conquista del
territorio verificando desembarcos en los Puertos".[87] El mal estado de
las defensas es la preocupación medular no sólo del militar citado, sino de
otras autoridades de la misma institucionalidad.

Como hemos afirmado, el derribo de las murallas fue inevitable a causa
de la "conspiración" de las defensas obsoletas y el clamor ciudadano por
espacio para el desarrollo urbano ante el crecimiento demográfico de la
población de habitantes intramuros y extramuros. El 28 de mayo de 1897,
entre ruidos de dinamita demoledora y festejos carnavalescos, San Juan
cedió parte de sus murallas y abrió el espacio habitable hacia el Barrio de
Puerta de Tierra. La Dra. Flores hace hincapié en un hito histórico que
propició el crecimiento urbano de una ciudad centenaria que rebasó sus
fronteras en el ocaso del siglo. La pérdida del valor defensivo significó
el comienzo de una nueva era que marcaría la futura distinción entre el San
Juan antiguo y el otro, ubicado más allá incluso de Puerta de Tierra,
símbolo de la modernidad.

Rebasadas las limitaciones del territorio amurallado sanjuanero, otros
fueron los retos para sus habitantes, tanto la oficialidad gubernamental
como la ciudadanía. Los catedráticos riopedrenses, Dra. Silvia Álvarez
Curbelo, investigadora de temas históricos y de comunicación, así como
también profesora y guionista, asesora y curadora de exhibiciones, y el
Dr. Aníbal Sepúlveda colaboran en el estudio del crecimiento extramuros de
San Juan bajo el título: De "zona polémica" a barrio: Puerta de Tierra y el
nacimiento de un espacio urbano en San Juan.

Permea en ese estudio la pluralidad de enfoques interdisciplinarios,
por ejemplo, la Dra. Álvarez Curbelo enfoca la simbología detrás de los
hechos históricos, un énfasis semiótico que es propio de su quehacer
académico. Discursivamente, y a diferencia de historiadores allegados a
tendencias tradicionales o menos eclécticas, la autora, especialista en
historia cultural y en el análisis semiótico del discurso político, refleja
en el análisis sus influencias no sólo como investigadora histórica, sino
como teórica comunicacional y creadora de relatos historiográficos de modo
multidisciplinario. Por su parte, el Dr. Sepúlveda aporta el análisis
estructural de la planificación urbana y sus significados sociales.
A partir de la demarcación de los límites del término modernización,
los ensayistas desarrollan una explicación coherente de la problemática
urbana de San Juan en el siglo XIX donde los espacios públicos estaban muy
restringidos por la presencia militar y la conflictividad generada por esa
tensión. El protagonismo de una plaza militar convertida en ciudad en
tiempos cuando ya la importancia geopolítica concedida por España había
mermado, y el crecimiento poblacional emplazado en un territorio estrecho,
se debatía entonces. El problema de los ejidos o terrenos a las afueras de
la población hundía sus raíces en las Leyes de Indias y sus
disposiciones[88] reglamentadoras de la vida urbana. La insuficiencia de
terrenos y espacios para la vivienda, el esparcimiento y el cultivo
agrícola - propósitos de los ejidos, además de las posibilidades de
extensión territorial- contrastaba con el dominio militar de los mejores
terrenos, pues "la ocupación de los ejidos sanjuaneros por los militares
representaba un límite para cualquier plan de expansión".[89]

Hacia la mitad del siglo XIX fueron enumeradas las zonas polémicas o
demarcaciones de orden militar por los propósitos a los que estaban
dedicados dichos espacios. Eran "demarcaciones imaginarias vinculadas al
radio de alcance de los cañones emplazados en las diversas líneas de
defensa".[90] El tirijala dialéctico llegó a la inflexión hacia el año 1867
a causa de las controversias cívicas y militares, y de la madre naturaleza,
pues hubo un huracán y un terremoto ese año que pusieron en vilo a la
población sanjuanera:

"Para los residentes de la ciudad de San Juan, tanto de sus
clases populares como los sectores comerciales y de industria
incipiente, las limitaciones al crecimiento urbano, el
hacinamiento intramuros y la intransigencia militar que coartaba
el desarrollo en las zonas polémicas, se sumaban a la lista de
achaques".[91]




El ensayo de Curbelo y Sepúlveda aporta la comprensión histórica de
las razones para que Puerta de Tierra dejara de ser una zona polémica y se
convirtiera en el barrio y espacio de desahogo que significó para la
ciudadanía que luchaba por extender las fronteras del casco de San Juan y
sus barrios aledaños. Evidencian los autores que el Barrio se pobló de
viviendas de todo tipo e instituciones de carácter civil: la casa del Peón
Caminero, iglesia, un asilo de ancianos, etc. Luego aparecerían los locales
modernos de consumo y las estructuras industriales, así como también
muelles, y como no, estructuras militares, cuyos oficiales y soldados
tuvieron que adaptarse a la vida extramuros en un barrio civil, aunque por
poco tiempo, pues se acercaba la Guerra Hispanoamericana, tras la cual
Puerta de Tierra sería remilitarizada por una base naval. La demolición de
las murallas y la apertura de una ruta hacia las afueras de la ciudad fue
motivo de fiesta más que de nostalgia y desconsuelo. Sin embargo, la
tensión cívico militar no había terminado, aunque ya no había límites de
piedra en una parte de la Ciudad.

Por otra parte, la naturaleza obrera del barrio de Puerto de Tierra es
historiada por el Dr. Arturo Bird Carmona en el ensayo Puerta de Tierra: la
vida en un barrio obrero. El profesor, quien ha estudiado la vida obrera en
el San Juan de extramuros, así como también las luchas obreras de diversa
índole[92], se adentra en la investigación de las primeras décadas del
siglo veinte, valor primero de su ensayo, proveyéndonos atisbos de la
cotidianidad de un sector de triste imagen pública amenazado por el
fantasma de la desaparición posible. Tendencia o influencia ésta presente
en los trabajos de Bird Carmona, quien hace historia desde abajo, es decir,
una microhistoria que explora nuevas perspectivas del pasado a partir del
punto de vista de los procesos históricos tal y como fueron vividos por las
clases marginales.

Participa el autor del tipo de trabajo historiográfico dirigido por la
búsqueda y la utilización de documentación para construir la historia desde
abajo. Propio de la Nueva Historia, con su particular interés por la
teoría, proyecta el autor influencias de los integrantes de la escuela de
los Annales, segunda generación y rasgos de la tercera, hacia la
investigación cualitativa y cuantitativa con fuerte contenido de las
Ciencias Sociales. De ahí lo marcado por el estudio de los procesos
históricos de larga duración y el énfasis en los condicionamientos
socioeconómicos que observamos en Bird Carmona. Probablemente influencias
de Fernand Braudel, Pierre Vilar, Emmanuel Le Roy Ladurie y Pierre Chaunu,
entre otros. Ensaya, pues, como los autores citados, la posibilidad de
construir una síntesis de la historia del pueblo con temas históricos más
tradicionales o referentes a épocas que fueron objeto de investigaciones de
corte tradicional.

Para ilustrar lo antes afirmado, presentemos como ejemplo el tema de
las condiciones de hacinamiento y de construcciones sin orden alguno que
afectaron las vidas y la imagen de los residentes de Puerta de Tierra.
Destaca Bird Carmona que, frente éstas se lanzaron algunas soluciones
radicales, por ejemplo, la presentada por la directiva de la Unión Central
de Trabajadores de San Juan, quienes opinaron que el gobierno de Estados
Unidos tenía el deber de intervenir y "hacer con Puerta de Tierra lo mismo
que habían hecho con el Barrio Chino de la ciudad de San Francisco,
California, cuando fue azotado por la peste. El barrio debía ser quemado y
destruido".[93] Otros, como el Padre Juan Linch, párroco de la iglesia San
Agustín, propusieron que los causantes de los males de Puerta de Tierra
eran los tabaqueros y los trabajadores de la fábrica de tabaco.

Asimismo, echa mano de documentación no escrita que resulta llamativa
y valiosa para la construcción de su ensayo historiográfico. Bird Carmona
hace uso de fotos recreadoras de la época acompañadas con descripciones en
prosa para exponer la vida en Puerta de Tierra de acuerdo con las imágenes
perpetuadas por los fotógrafos. Queda plasmada, de ese modo, la vida de un
barrio popular sobrepoblado, mísero, enfermo, desnutrido y sobreviviente de
los intentos de erradicación. Así, Puerta de Tierra es San Juan
construyendo nuevas páginas de su centenaria historia después de haber
trascendido sus murallas y dejar atrás algunas ruinas, aunque bien sabemos
que "las ruinas son peldaños con los que se construye la historia, el
espacio alegórico desde donde la ciudad moderna surge".[94]

.























Conclusiones

La historiografía de lo que hoy conocemos como el Viejo San Juan, la
ciudad más antigua de Puerto Rico, heredera de Caparra, primer asentamiento
hispano en suelo puertorriqueño, ha sido nuestro objeto de estudio.
Pretendimos abarcar la vida sanjuanera, según diversos autores han
historiado la arquitectura colonial, las calles angostas, los adoquines,
los edificios públicos, los barrios, las viviendas particulares y los
imponentes castillos de la Ciudad Murada, así como también las miradas a
los espacios marginales. El recorrido por los hechos registrados desde
Iñigo Abbad y Lasierra hasta finales del siglo XIX, gracias a
historiadores, arquitectos, planificadores, investigadores
interdisciplinarios y amantes de la Isleta y su configuración socio
cultural, intensifica la curiosidad epistemológico y la voluntad de
penetrar en los túneles de investigaciones que develen otras dimensiones de
la Ciudad.

Nuestro interés ha sido articular un ensayo historiográfico cuyo valor
añadido sea no sólo la recopilación de fuentes secundarias
multidisciplinarias con una óptica primordialmente histórica, sino también
la observación de la historia de una ciudad-población y sus estructuras
tomadas en su conjunto.[95] Sin duda alguna, no agotamos el tema ni la
búsqueda de referencias, huellas y voces del pasado y el presente. Pero sí
aportamos el examen de escritos académicos que, a nuestro entender,
contienen páginas que albergan el producto de investigaciones rigurosas.
Los autores estudiados dedican esfuerzos a rescatar del pasado eventos
capaces de comunicar visiones de la historia de una ciudad; conocimientos
de especialistas cuyos enfoques abonan a la elaboración heterogénea de
narraciones adecuadas para la comprensión del quehacer histórico
sanjuanero.

Los trabajos analizados ayudan a delimitar el contexto donde se ha
constituido paulatinamente el quehacer cultural urbano vivido por
generaciones de personas que desde el 1508 en Caparra y 1521 en la Isleta
comenzaron a recorrer el arduo camino de construir la Ciudad. Sería
significativo, en otro momento, poder trazar la trayectoria de la creación
constante de la identidad ciudadana sanjuanera y la definición de los
grupos que la han compuesto entre conflictos y solidaridades en
determinadas épocas.[96] Una tarea que haya sus comienzos, precisamente, en
el intento de inventariar críticamente qué se ha escrito en general sobre
el tema, los relatos de todo tipo, los posibles diálogos intertextuales y
otros recursos que merecen la atención y el análisis concienzudo de los
interesados. Me basta por el momento haber hecho una incursión primera a
modo de embocadura; comienzo que de seguro refleja, al igual que en los
autores citados - parafraseando al célebre Edward H. Carr - la ubicación
del sujeto historiador o estudioso del tema en el fluir de los
acontecimientos[97]; es decir, no quedamos fuera del encanto del Viejo San
Juan,[98] tal vez porque también estamos adoquinados.[99]





Bibliografía

A. Entrevista

Entrevista al Dr. Osiris Delgado Mercado. Sobre el carácter científico
del trabajo arqueológico de Adolfo de Hostos, quien también perfeccionó
la historiografía de San Juan al sistematizar un estudio que
anteriormente era parte de la historia general de Puerto Rico o estaba
esparcido en diversos géneros literarios. La entrevista se llevó a cabo
el domingo 19 de octubre de 2008 en San Juan, Puerto Rico.


B. Libros



Abbad y Lassiera, Fray Iñigo. Historia geográfica, civil y natural de la
Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Río Piedras: Editorial de la
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C. Referencias electrónicas



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en internet: http://www.oslpr.org/spanish/master.asp?NAV=HISTO,
[consultado: 5/09/2010].












































-----------------------
[1] Un buen ejemplo al respecto lo encontramos en la obra del escritor
puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá, quien utiliza ambas perspectivas
mediante la narración descriptiva de un recorrido imaginario de la Ciudad
basado en sus memorias de las experiencias vividas en diversos sectores
urbanos tal cual él los vivió a partir de los años cincuenta del pasado
siglo. Los referentes históricos (fechas, lugares emblemáticos de una
época, obras literarias, música, arte, política, etc.) se conjugan en la
construcción de un relato literario con sesgos historicistas. Véase:
Edgardo Rodríguez Juliá, San Juan: ciudad soñada (San Juan: Editorial Tal
Cual, 2005); "Apostillas a San Juan, ciudad soñada" en Maribel Ortiz y
Vanessa Vilches (editoras), Escribir la ciudad (San Juan: Fragmento Imán
Editores, 2009), 13-14.
[2] Esa perspectiva emotiva y sensorial, a la vez que nostálgica y
pesimista permea y contrasta con la de Rodríguez Juliá en: Eduardo Lalo,
Los pies de San Juan (San Juan: Editorial Tal Cual, 2002). Para un análisis
agudo de dicha obra puede consultarse: Ada G. Fuentes Rivera, "La ciudad en
'Los pies de San Juan' en Maribel Ortiz y Vanesa Vilches, Escribir la
ciudad (San Juan: Editorial Fragmento Imán, 2009), 202-217.
[3] Aníbal Sepúlveda Rivera, San Juan: historia ilustrada de su desarrollo
urbano (1508-1898) (San Juan: Centro de Investigaciones CARIMAR, 1989), 38.
[4] Adolfo de Hostos, Ciudad murada. Ensayo acerca del proceso de la
civilización en la ciudad española de San Juan Bautista de Puerto Rico
[1521-1898] (La Habana: Editorial Lex, 1948), 13.
[5] Salvador Brau, Historia de Puerto Rico (Nueva York: D. Appleton y
Compañía, 1904), 45.
[6] Los adjetivos citados fueron pronunciados por: Adolfo de Hostos,
Crecimiento y desarrollo de la ciudad de San Juan [Ciclo de conferencias
sobre la Historia de Puerto Rico] (San Juan: Instituto de Cultura
Puertorriqueña, 1957),3.
[7] Francisco M. Zeno Vázquez, Historia de la capital de Puerto Rico (San
Juan: Publicación Oficial del Gobierno de la Capital, 1959), 77.
[8] Francisco M. Zeno Vázquez, La Capital de Puerto Rico, bosquejo
histórico [1508-1947], ensayo aprobado por el Segundo Congreso Histórico
Municipal Interamericano celebrado en la ciudad de New Orleans, E.U., en el
año 1947 (San Juan: Editorial Casa Baldrich, 1948), 55.
[9] Fray Iñigo Abbad y Lassiera, Historia geográfica, civil y natural de la
Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico (Río Piedras: Editorial de la
Universidad de Puerto Rico, 1979), 100.
[10] María de los Ángeles Castro, Arquitectura en San Juan de Puerto Rico
(siglo XIX) (Río Piedras: Editorial Universitaria, 1980), 94.
[11] Ibid., 83.
[12] Libia M. González, "Esbozos y sueños de ciudad: Puerto Rico desde el
siglo XIX" en Maribel Ortiz y Vanessa Vilches (editoras), Ibid., 73.
[13] Fray Iñigo Abbad y Lasierra nació en la Villa de Estadilla, Lérida,
España, en el año 1745, arribó a la Isla en el año 1771, cuando tenía 26
años, y permaneció aquí hasta el 1778.
[14] La expresión Zeitgeist, que proviene del idioma alemán, ganó presencia
en el mundo académico por su presencia en la filosofía de Hegel y a los
autores románticos. Opinamos que la mejor traducción al español es el
espíritu, la tendencia o el momento fundamental de un pueblo en determinada
época de la historia. Se trata más bien de procesos que marcan épocas y que
están manifestados en el quehacer cultural, principalmente el filosófico.
Cabe señalar que, como concepto para comprender una etapa histórica, el
Zeitgeist ha presentado dificultades epistemológicas, ya que resulta harto
difícil caracterizar con precisión tales momentos. El riesgo al respecto
estriba en pretender homogenizar como proceso único y sustancial la
complejidad de toda una etapa en la producción espiritual de un colectivo
humano.
[15] Isabel Gutiérrez del Arroyo, Estudio preliminar de Fray Iñigo Abbad y
Lassiera, Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan
Bautista de Puerto Rico, XL.
[16] Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Historia general y natural de
las Indias, islas y tierra-firme del mar océano, editada por el Dr. José
Amador de los Ríos (Madrid: Imprenta de la Real Academia de la Historia,
1851), [en línea, disponible en
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/05816284255727262232268/i
ndex.htm] [Consultado: 23/08/2010].
[17] Para un estudio completo sobre los cronistas franceses, léase: Manuel
Cárdenas Ruíz, Crónicas francesas de los indios caribes (Río Piedras:
Editorial de la Universidad de Puerto Rico en colaboración con el Centro de
Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1981).
[18] Isabel Gutiérrez del Arroyo, Ibid, XLI
[19] Iñigo Abbad y Lasierra, 99.
[20] Ibid.
[21] Ibid.
[22] Ibid.
[23] Ibid.,101.
[24] Ibid.
[25] Ibid.
[26] Ibid.
[27] Ibid., 103.
[28] Ibid.
[29] Ibid., 104.
[30] Ibid., LXXIX.
[31] Fernando Miyares González, Noticias particulares de la Isla y plaza de
San Juan Bautista de Puerto Rico (Río Piedras: Revista de Historia de la
Universidad de Puerto Rico, 1954), vii.
[32] Ibid., xxvi
[33] Ibid.,xxviii
[34] Ibid., 8.
[35] Ibid., 12.
[36] Ibid., 17-19.
[37] Ibid., 46.
[38] Ibid., 48.
[39] Ibid., 56.
[40] Es importante reconocer que el tema militar, en particular, las
fortificaciones de San Juan, ha inspirado a diversos literatos, quienes han
creado obras que imaginan la vida en dichas instalaciones y su relación con
la Ciudad toda. Véase, por ejemplo: Amelia Agostini de Del Río, Canto a San
Juan de Puerto Rico y otros poemas (Zaragoza: Ediciones Río Duero, 1974),
Conrado Asenjo, Recuerdos y añoranzas de mi Viejo San Juan (San Juan:
Imprenta Venezuela, 1961), Emilio S. Belaval, Cuentos de la plaza fuerte
(Río Piedras: Editorial Cultural, 1977), J. Paniagua Serracante, Del San
Juan místico y heroico (San Juan: Biblioteca de Autores Puertorriqueños,
1950), Arturo Ramos Llompart, San Juan heroico en tres siglos (San Juan:
Biblioteca de Autores Puertorriqueños, 1984).
[41] La ley que estableció el cargo de Historiador Oficial de Puerto Rico
(Ley para la Colección y Conservación de Ciertos Datos Históricos de Puerto
Rico) fue aprobada el día 12 de marzo de 1903, justo la misma fecha en que
fue fundada la Universidad de Puerto Rico. Los historiadores oficiales han
sido: Francisco Mariano Quiñones (1903-1908), Salvador Brau y Asencio
(1908-1912), Cayetano Coll y Toste (1913-1930), Mariano Abril y Ostaló
(1930-1935), Adolfo de Hostos (1936-1950); luego de esta fecha fue
eliminado el cargo hasta que fue restaurado en el 1993, cuando fue ocupado
por Doña Pilar Barbosa hasta el año 1997. El Dr. Luis E. González Váles
advino al cargo en el año 1997 y es el actual Historiador Oficial de Puerto
Rico. Fuente: Luis E. González Váles, El Historiador Oficial de Puerto
Rico, disponible en internet: http://www.oslpr.org/spanish/PDF/OFICINA-
HISTORIADOR-26-SEPT-2005%20NEW.pdf,[consultado: 5/9/2010].
[42] Ibid.
[43] Ibid.
[44] La aseveración es fruto de una entrevista con el Dr. Osiris Delgado
Mercado, quien postula el carácter científico del trabajo arqueológico de
Adolfo de Hostos y tiene a su haber, además, el perfeccionar la
historiografía de San Juan al sistematizar un estudio que anteriormente era
parte de la historia general de Puerto Rico o estaba esparcido en diversos
géneros literarios. La entrevista se llevó a cabo el domingo 19 de octubre
de 2008 en San Juan, Puerto Rico.
[45] Adolfo de Hostos, Ciudad Murada, Al Lector.
[46] Ibid., 18.
[47] Ibid., 30.
[48] Al respecto recomendamos las siguientes obras del Dr. Carlos Rojas
Osorio: Filosofía moderna en el Caribe hispano (Río Piedras: Decanato de
Estudios Graduados e Investigación de la Universidad de Puerto Rico,
Recinto de Río Piedras, 1997) y Pensamiento filosófico puertorriqueño (San
Juan: Isla Negra Editores, 2002).
[49] Ibid., 38.
[50] El título hace referencia a la obra: René Marqués, En una ciudad
llamada San Juan (Río Piedras: Editorial Cultural, 1983).
[51] Para una consulta al respecto, referimos: María de los Ángeles Castro,
Los primeros pasos: una bibliografía para empezar a investigar la historia
de Puerto Rico (Río Piedras: Ediciones Huracán, 1984); La Carretera
Central. Un viaje escénico a la historia de Puerto Rico (Río Piedras:
Ediciones Huracán, 1997); Remigio. Historia de un hombre: memorias de
Ángel Rivero Méndez (Río Piedras: entro de Investigaciones Históricas del
Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico y La Editorial de
la Universidad, 2008);María de los Ángeles Castro y María Dolores Luque,
Puerto Rico en su historia. El rescate de la memoria (Río Piedras:
Editorial La Biblioteca, 2001).
[52] François Dosse, La historia en migajas (México: Universidad
Iberoamericana, Departamento de Historia, 2006).
[53] Ibid. 62.
[54] Peter Burke, "Obertura: la Nueva Historia, su pasado y su futuro" en
Formas de hacer historia (Madrid: Alianza Editorial, 1993), 17-18.
[55] Ivan Gaskell, "Historia visual" en Peter Burke (editor), Ibid., 221-
254.

[56] María de los Ángeles Castro, 133.
[57] Ibid., 170.
[58] Ibid., 179-180.
[59] Véase al respecto: Peter Burke, Historia y teoría social (Buenos
Aires: Amorrotu Editores, 2005) y ¿Qué es la historia cultural? (Barcelona:
Editorial Paidós, 2006); Michel de Certeau, La invención del o cotidiano I:
Artes de Hacer (México: Universidad Iberoamericana, 2000 [reimpresión de la
edición en español]), XLIX.
[60] María de los Ángeles Castro, Ibid., 186.
[61] Ibid., 200.
[62] Ibid., 202.
[63] Ibid., 340.
[64] Ibid., 342-343.
[65] Eduardo Lalo, Ibid.33.
[66] Ibid., 48.
[67] Edgardo Rodríguez Juliá, San Juan, ciudad soñada, 76.
[68] María de los Ángeles Castro, Ibid., 383.
[69] Ibid., 385.
[70] Véase al respecto: Ivan Gaskell, "Historia visual" en Peter Burke
(editor), Ibid.
[71] CARIMAR es una entidad sin fines de lucro dedicada a la investigación
y divulgación de temas relacionados con la historia de la planificación y
el desarrollo urbano tanto de Puerto Rico como del Caribe. Tiene su sede en
la Calle de la Luna, Viejo San Juan.
[72] Aníbal Sepúlveda, 1.
[73] Cabe señalar, que otros títulos producidos por CARIMAR también ponen
de manifiesto el proceso de construcción de una historia del desarrollo
urbano puertorriqueño. La perspectiva de por sí viene a llenar un vacío, ya
que el historiador puede conocer en mayor o menor grado de planificación,
arquitectura, arqueología, economía u otras disciplinas científico
sociales; pero una perspectiva inquisitiva enfocada por un especialista en
dichas áreas, y solventada por vasto conocimiento historiográfico, arroja
luz sobre aspectos que pueden quedar ocultos o ser relegados a un segundo
plano por quien hace historia general. Por eso, y otras razones, es
bienvenida la perspectiva multidisciplinaria en el campo de la historia.
Véase por ejemplo: Aníbal Sepúlveda y Jorge Carbonell, Cangrejos-Santurce,
Historia ilustrada de su desarrollo urbano, 1508-1950 (San Juan: Centro de
Investigaciones CARIMAR, 1988); Aníbal Sepúlveda, Puerto Rico urbano: atlas
histórico de la ciudad puertorriqueña [4 tomos] (San Juan: Centro de
Investigaciones CARIMAR, 2005).
[74] Aníbal Sepúlveda, 24.
[75] Ibid., 68.
[76] Ibid., 187.
[77] Ibid., 265-266.
[78] Ibid., 301.
[79] Edwin R. Quiles Rodríguez, San Juan tras la fachada: una mirada desde
sus espacios ocultos [1508-1900] (San Juan: Instituto de Cultura
Puertorriqueña, 2007), 14.
[80] Ibid., 51.
[81] Ibid.
[82] Ibid., 53.
[83] Ibid., 67.
[84] Ibid., 130.
[85] Vale la pena volver a traer a colación a Los pies de San Juan, el
trabajo de Eduardo Lalo que ya hemos mencionado y el cual abre sus
incitaciones escritas con una reflexión sobre la ciudad como escenario de
los sueños, que son íntimos a la vez que públicos. Para Lalo vivir en la
ciudad es ser la ciudad: "Los edificios no se habitan a sí mismos y poseer
el falso discernimiento, producto de visiones exclusivamente
arquitectónicas del hecho urbano, de que la ciudad está constituida por las
fachadas es un grave error de un pensamiento vago y repetitivo. La ciudad
es el hombre y la mujer. Los sueños no se pueden mentir. No está en sus
posibilidades". Eduardo Lalo, Ibid., 9.
[86] Luis E. González Vales y otros, San Juan: la ciudad que rebasó sus
murallas (San Juan: Academia Puertorriqueña de la Historia y Servicio
Nacional de Parques de los Estados Unidos, Sitio Histórico de San Juan,
2005).
[87] Ibid., 51-52.
[88] Ibid., 70.
[89] Ibid., 71.
[90] Ibid., 71.
[91] Ibid., 74.
[92] Algunos de sus trabajos son: Arturo Bird Carmona, A Lima y Machete: La
huelga cañera de 1915 y la fundación del Partido Socialista (Río Piedras:
Ediciones Huracán, 2001); Parejeros y Desafiantes: La comunidad tabaquera
de Puerta de Tierra a principios del Siglo XX (Río Piedras: Ediciones
Huracán, 2008).
[93] Ibid., 124.
[94] La cita es una paráfrasis de Walter Benjamin hecha por: Cecilia Enjuto
Rangel, "Baudelaire y Cernuda: un recorrido por las ruinas de la ciudad
moderna" en Maribel Ortiz y Vanessa Vilches (editoras), Ibid., 114.
[95] Al respecto influye en nuestra perspectiva la aportación del
historiador polaco Krzysztof Pomian, "La historia de las estructuras" en
Colectivo de Autores Franceses y Cubanos, La historia y el oficio del
historiador (La Habana: Ediciones Imagen Contemporánea, 2002), 59-89.
[96] Véase: Giovanni Levi, "Sobre microhistoria" en Peter Burke, Formas de
hacer historia (Madrid: Alianza Editorial, 1993), 119-143.
[97] Edward H. Carr, ¿Qué es la historia? Barcelona: Editorial Ariel, S.A,
2006 [reimpresión], 118-119.
[98] Ese encanto, magia, fascinación, mística o afición a San Juan está
plasmada casi devotamente en: José S. Alegría, San Juan, ciudad encantada
(San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 2000).
[99] La expresión "estar adoquinado" la escuché de un amigo, José Ortiz,
quien es natural y residente del Viejo San Juan. Para él, ser sanjuanero es
un modo poético de vivir entre ruinas y modernidades.
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