La ciudad de México. Laboratorio urbano de la crisis ambiental, en De la geohistoria a la geoficción: ciudades vulnerables y justicia espacial, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2009, p. 1-30

June 30, 2017 | Autor: Alain Musset | Categoría: Historical Geography, Environmental Studies, Water resources, Urban Studies, Mexico
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Descripción

Alain Musset

¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial

Sociología

Editorial Universidad de Antioquia

1 La ciudad de México. Laboratorio urbano de la crisis ambiental

A

ctualmente, la ZMVM (Zona Metropolitana del Valle de México)1 es el símbolo de las ciudades gigantes y vulnerables que acumulan los problemas de una urbanización incontrolada: congestión, contaminación, degradación del medio natural, deficiencia de los servicios urbanos, auge de las disparidades sociales y divisiones espaciales, etc. Su población pasó de menos de 3 millones de habitantes en 1950 a más de 18 millones en 2000, y entre esas dos fechas el territorio urbanizado se duplicó para alcanzar 1.500 km2. En ese espacio reducido (3.540 km2 en total) se concentran no menos de 35.000 industrias y 3,75 millones de vehículos con elevados consumos de hidrocarburos. Según los datos de la Secretaría del Medio Ambiente del Gobierno del Distrito Federal, pese a las medidas tomadas desde mediados de 1

La ZMVM integra a las 16 delegaciones del Distrito Federal, 58 municipios del Estado de México y 1 del Estado de Hidalgo.

2 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial los años ochenta para reducir los niveles de contaminación, la ZMVM en 2006 produjo 58,9 toneladas de CO2, de las cuales 37% corresponden al sector transporte y 32% a las plantas industriales. Las emisiones de gases de efecto invernadero (en particular el monóxido de carbono, el bióxido de azufre, el ozono y el dióxido de nitrógeno) incrementan drásticamente la vulnerabilidad de la capital mexicana hacia el cambio climático, puesto que los aumentos en la temperatura y en las precipitaciones pluviales traen como consecuencia no solo ondas de calor inesperadas en primavera, sino también sequías en verano y graves inundaciones en época de lluvias.2 Sobre esta ciudad tan conflictiva la literatura es abundante, desde la novela famosa de Carlos Fuentes La región más transparente, publicada en México en 1958, hasta El naufragio del cancerbero de Eduardo Monteverde, en 2007, pasando por Tequila coxis del colombiano Eduardo García Aguilar, en 2003 o Le Roi des Ordures (El rey de la basura) de Jean Vautrin, publicado en Francia en 1997.3 Uno de los “héroes” de la novela de Vautrin no es sino un personaje real, Rafael Gutiérrez, que utilizó sus vínculos

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Gobierno del Distrito Federal, Hacia un programa de cambio climático en la Ciudad de México, mayo de 2007, disponible en: http://www.sma.df.gob. mx/sma/download/archivos/progcambioclimatico.pdf, consulta: 5 de septiembre de 2008. Véase, por ejemplo: Salvador Novo, Nueva grandeza mexicana. Ensayo sobre la Ciudad de México en 1946, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2001; Guillermo Zárraga, La tragedia del valle de México, México, s. e., 1958; Fernando del Paso, José Trigo, México, Siglo XXI, 1966; Elena Poniatowska, Fuerte es el silencio, México, Ediciones Era, 1980; Carlos Monsivais, Los rituales del caos, México, Ediciones Era, 1994; Ignacio Padilla, El año de los gatos amurallados, 1994 (disponible en: http://www.ciencia-ficcion.com.mx/?uid=2&cve=631:7, consulta: 29 de noviembre de 2008); Jorge Volpi, La paz de los sepulcros, México, Aldus, 1994; Ignacio Solares, El sitio, México, Alfaguara, 1998; Rodrigo Fresán, Mantra, Albi, Les Éditions du Passage du Nord-Ouest, 2006; Fabrizio Mejía Madrid, Hombre al agua, México, Joaquin Mortiz, 2004; Paco Ignacio Taibo II, Olga Forever, México, Ediciones B, 2006; Lourdes Macluf, Si hubiera mar, México, Alfaguara, 2007. Pero la lista de las obras cuyo escenario es la ciudad de México moderna y posmoderna, queda abierta.

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privilegiados con el PRI (Partido Revolucionario Institucional) en el poder en México desde los años veinte hasta el año 2000, para explotar de manera descarada los pepenadores —estos desdichados encargados de separar y recolectar las montañas de residuos urbanos apilados en la gigantesca descarga de Santa Cruz Mayehualco, ubicada al margen del Distrito Federal. Es a fines de los años ochenta, a raíz del terremoto de 1985, que esta imagen negativa de México se impone. Ya en 1986 la revista francesa Autrement escribía “México, entre esperanza y damnación”. El año siguiente, Miguel Messmacher publicaba un estudio que hacía hincapié en las disfunciones de una aglomeración gigantesca cuyo crecimiento no se podía controlar.4 El año siguiente, Claude Bataillon y Louis Panabière, al basarse en datos estadísticos oficiales y en varios estudios de demografía prospectiva y comparativa, hicieron de la capital mexicana no solo la ciudad más grande del mundo, sino también la más contaminada.5 En este campo, el punto de vista muy crítico de los estadounidenses no hizo más que confirmar la impresión de desastre inminente que amenazaba a sus pobres vecinos del sur, tal como lo demuestra el libro de Jonathan Kandell, La capital. The biography of Mexico City.6 Es así como, en las representaciones colectivas, la capital mexicana llegó a ser el ejemplo perfecto de la “monstruópolis”, el símbolo universal de la “crisis de la modernidad” y del desarrollo no sostenible —una ciudad que servía de modelo para varias películas de ciencia ficción que querían poner en tela de juicio el futuro de nuestras sociedades urbanas.7 Ubicada a más de a 2.000 metros de altitud, cercada por montañas cuyas cumbres superan los 5.000 metros, la ciudad

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Miguel Messmacher, Megalópolis, México, SEP, 1987. Claude Bataillon y Louis Panabière, Mexico aujourd’hui, la plus grande ville du monde, París, Publisud, 1988. Jonathan Kandell, La capital. The biography of Mexico City, Nueva York, Random House, 1988. Tal es el caso de Total Recall, de Paul Verhoeven, como lo veremos más adelante.

4 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial de México, al contrario de tantas otras capitales, no se levanta a orillas de un lago, al borde de un río o cerca del mar —lo que da todo su sentido al título de la novela escrita por Lourdes Macluf, Si hubiera mar—. Esta situación explica, en parte, los problemas ecológicos que deben enfrentar los casi 20 millones de habitantes que, en 2007, viven en una de las mayores aglomeraciones del mundo. Con todo, hace aún un siglo, los paisajes de la cuenca de México eran completamente diferentes. Allí donde se extienden hoy amplias zonas semiáridas, salpicadas de una pobre vegetación xerófila, se podían ver grandes lagos bordados por una franja tupida de cañas y hierbas lacustres. Aún a fines del siglo XVIII, la capital del virreinato de Nueva España era una isla conectada a la tierra firme por calzadas heredadas de la época Prehispánica. Se integraba siempre, aunque a regañadientes, a un extenso sistema hidráulico compuesto de presas, diques, canales y compuertas, que tenía por objetivo regular las aguas de los lagos que la rodeaban. Hasta entrando el siglo XIX, México era todavía una ciudad en gran parte lacustre en la cual llegaban barcos y canoas que abastecían sus grandes mercados, así que todavía se mantenía una relación estrecha entre la ciudad y su entorno. En realidad, la situación actual de la cuenca de México no es más que el resultado de una degradación progresiva del medio natural, degradación acelerada por la política hidráulica agresiva que los españoles fomentaron a partir del siglo XVII para protegerse del riesgo de inundación. La “crisis ambiental”, tal como la solemos identificar tanto para México como para muchos otros lugares amenazados en el mundo, no es pues una crisis de la modernidad: al contrario, la tenemos que analizar usando el filtro metodológico de la larga duración, tal como lo proponía Fernand Braudel en sus trabajos de geohistoria. De hecho, cuando los conquistadores dirigidos por Hernán Cortés descubrieron la capital del imperio azteca, en 1519, estos se creyeron transportados en una novela de caballerías. Sobre las aguas claras de un lago inmenso se levantaba una ciudad cuyos muros blancos y brillantes parecían cubiertos de plata:

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[…] nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís,8 por las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto, y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueño.9

Pero después de la toma de la ciudad, dos años más tarde, los compañeros de Cortés no tardaron en desilusionarse. La decisión de su jefe de instalar la nueva México sobre las ruinas de la antigua Tenochtitlán tuvo como efecto directo precipitar el conjunto de la cuenca lacustre en un largo período de conflictos entre los españoles y un ecosistema que no sabían manejar (véase figura 1.1). En 1555, la primera inundación colonial de México puso de manifiesto las debilidades de un lugar que no correspondía a los criterios urbanos en vigor en el mundo hispánico. La decisión de drenar la cuenca, tomada medio siglo más tarde, desencadenó una transformación completa del medio natural, así como la desaparición de las sociedades indígenas que vivían en simbiosis con los lagos. En este sentido podemos hablar de México como un verdadero laboratorio de la crisis ambiental, puesto que la situación conflictiva actual no es sino la consecuencia de la política hidráulica emprendida durante la época colonial, cuando dos civilizaciones completamente diferentes tuvieron que compartir el mismo territorio usando marcos teóricos y técnicos distintos y a veces contradictorios. Las respuestas escogidas por los españoles y los indígenas para enfrentar la misma problemática (el aprovechamiento y control del agua) ponen de manifiesto que las soluciones más drásticas son casi

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La novela de Amadís de Galia (Gaule), o mejor dicho del País de Gales, es una novela famosa de caballerías escrita aproximadamente en el siglo XIV por distintos autores. La única versión que nos queda es el texto de García Ordóñez de Montalvo, compuesto en lengua española en 1495 y publicada en Salamanca en 1519: se trataba pues de una novedad editorial para los compañeros de Hernán Cortés que podían compartir con Amadís la ilusión de descubrir un mundo nuevo con paisajes y personajes fantásticos. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, México, Porrúa, 1983, p. 159.

6 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial siempre equivocadas, sobre todo cuando se utilizan argumentos técnicos para ocultar enfrentamientos de carácter ideológico.

Condiciones históricas y culturales de la crisis ambiental en el valle de México Pese a los prejuicios populares y las tradiciones universitarias, no hay que poner en primera línea los supuestos apremios naturales o condiciones ecológicas para explicar la crisis ambiental que padece actualmente el valle de México. La geografía física no juega un papel decisivo en este proceso de larga duración que empieza con la conquista de México-Tenochtitlán por los españoles y el levantamiento de la capital de la Nueva España sobre las ruinas de la ciudad azteca. Como lo decía Fernand Braudel, tenemos que ubicarnos “[…] bajo el signo de cierta geografía que se preocupa sobre todo de los elementos humanos”.10 Las condiciones históricas y culturales del desastre prevalecen, pues, sobre sus condiciones naturales, aunque tenemos que tomar en cuenta las especificidades del ambiente para entender mejor el impacto negativo de las obras hidráulicas y las políticas de ordenamiento territorial que se llevaron a cabo durante toda la época colonial y hasta fines del siglo XIX para arreglar y controlar un ecosistema considerado como una amenaza para los españoles y sus descendientes criollos.

Ciudad lacustre y modelo cultural Paradójicamente, la ciudad que provocó la admiración de los españoles en 1519 era una fundación reciente y el pueblo que la había edificado era el último en llegar a la cuenca de México. Al principio, los antiguos mexicanos tuvieron que adaptarse a regañadientes a este medio de vida que desconocían por comple-

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Fernand Braudel, La Méditerranée au temps de Philippe II, París, Armand Colin, Livre de Poche, tomo 1, 1990, p. 27.

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to y que, incluso, despreciaban. Algunos cronistas nos informan que la primera reacción de esos guerreros vencidos y repelados por todos los moradores del valle fue afligirse de su suerte, porque tenían que pescar ranitas y cazar patos para sobrevivir. Sin embargo, unas décadas más tarde, su aldea inicial se convirtió en la ciudad más grande y más potente de Mesoamérica, mientras que sus ejércitos aterrorizaban a todos los pueblos vecinos. Esta adaptación tan rápida puede explicarse porque los recién llegados consiguieron valorizar de manera simbólica su lugar de refugio por medio de una hierofanía (aparición divina) que sigue siendo vigente en la memoria colectiva mexicana. Como lo recuerda el Códice Ramírez, el dios Huitzilopochtli dijo a sus sacerdotes que los mexicas tenían que asentarse en medio de los cañaverales, espadañas y carrizales a pesar de lo incómodo de este asentamiento: Id allá a la mañana que hallareis la hermosa águila sobre el tunal y alrededor de él veréis mucha cantidad de plumas verdes, azules, coloradas, amarillas y blancas de los galanos pájaros con que esta águila se sustenta, y a este lugar donde hallareis el tunal con el águila encima, le pongo por nombre Tenuchtitlán.11

Al adoptar o crear modelos culturales que daban lustre al agua y a la vida lacustre, los aztecas exorcizaban sus primeras derrotas frente a los pueblos radicados en torno a los lagos y justificaban a posteriori la elección de un lugar que les parecía al principio desdichado. Es así como Tenochtitlán, la isla adonde llegaron después de su larga peregrinación en las tierras desérticas del Norte, ha sido presentada como la reproducción de Aztlán, su lugar mítico de origen. Convocado por Moctezuma I para hablarle de esta isla misteriosa, cuña de sus ancestros, el historiador Cuauhcóatl hizo un retrato de los modos de vida y de los paisajes pasados muy parecido a las realidades de su época:

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s. a., Códice Ramírez, México, Porrúa, 1980, p. 31.

8 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial […] nuestros padres moraron en aquel feliz y dichoso lugar que llamaron Aztlán, que quiere decir blancura12 […] Allí gozaban de mucha cantidad de patos, de todo género, de garzas, de cuervos marinos y gallinas de agua y de gallaretas. Gozaban del canto y melodía de los pajaritos de las cabezas coloradas y amarillas. Gozaron de muchas diferencias de hermosos y grandes pescados. Gozaron de gran frescura de arboledas que había por aquellas riberas, y de fuentes cercadas de sauces y de sabinas y de alisos grandes y hermosos.13

Pues este paisaje encantador no es sino un reflejo espiritual del valle de México antes de la conquista española, una representación elaborada no solo para justificar el predominio de los aztecas sobre la región que llamaban Anáhuac (“cerca del agua”) sino también para reforzar la idea de un “destino manifiesto” común a todos los exiliados de Aztlán que buscaron y encontraron la tierra prometida.14 En este sentido, la pareja Aztlán-Tenochtitlán puede ser considerada como una representación social tal como la identifica Denise Jodelet: “[…] una forma de conocimiento socialmente elaborada y compartida con una meta práctica que favorece la construcción de una realidad común a un grupo social”.15

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Por esta razón, el Códice Ramírez recuerda que cuando los sacerdotes se acercan de Tenochtitlán, reflejo material de Aztlán, descubren un mundo señalado por el color blanco, tanto la flora (cañas, espadañas, sabinas, sauces) como la fauna (“ranas blancas y muy vistosas”). Ibíd. Fr. Diego Duran, Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, México, Porrúa, 1967, tomo 2, p. 216. En el ámbito geopolítico, es interesante destacar que los mexicanos actuales siguen ubicando Aztlán en las tierras del norte, es decir del “otro lado” del río Bravo. Para los chicanos que migraron hacia Texas o California, el suroeste de Estados Unidos no es sino la tierra mítica de sus antepasados. A su juicio, el flujo continuo de trabajadores que cruzan hoy en día la frontera no puede ser considerado como un movimiento migratorio sino más bien como una “reconquista”, la reconquista de esas tierras perdidas que son la matriz original de la nación mexicana. Dense Jodelet, “Représentation Sociale: Phénomènes, Concept et Théorie”, en: Serge Moscovici, dir., Psychologie sociale, París, PUF, Le psychologue, 1997, p. 36.

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Como prueba de esta gran capacidad de adaptación, muy pronto el agua ocupó un lugar fundamental en la cosmogonía náhuatl. Varias crónicas recuerdan que Tláloc, dios de la lluvia, acogió a los primeros mexicanos cuando llegaron a Tenochtitlán. Esta divinidad jugó un papel tan importante en su vida cotidiana, que los aztecas le dedicaron un oratorio en la cumbre del templo mayor de México, junto a su dios tribal, Huitzilopochtli. Se materializaba así la dualidad de la sociedad azteca, a la vez belicosa y agraria. Pero Tláloc no era la única divinidad del agua adoptada por los hijos del Sol. Para hacer llover, lo ayudaba una multitud de dioses secundarios, los Tlaloque, a menudo asimilados a las montañas más altas donde se forman las nubes. En su palacio celestial, los Tlaloque disponían jarras enormes en cada uno de los cuatro puntos cardinales. Las inclinaban hacia el suelo golpeándolas con palillos para dejar que se escapara el preciado líquido. Cuando un recipiente se rompía, se entendía el trueno, y si un pedazo de barro caía del cielo, se veía un relámpago.16 Chalchiuhtlicue, “La que tiene falda de jade”, hermana o esposa de Tláloc, se encargaba del cuidado de las aguas terrestres: lagos, ríos, fuentes. La temían los pescadores que se adentraban con sus canoas en los lagos de la cuenca de México, a veces agitados por fuertes tormentas. Al lado de las divinidades principales se encontraban otros dioses más o menos vinculados con el agua y los cultos agrarios, tal como Uixtocíhuatl, diosa del mar y de las aguas saladas, protectora de los salineros; Ehécatl, avatar de Quetzalcóatl, la “Serpiente emplumada”, dios del viento que abría el paso a las lluvias de Tláloc; Xipe-Totec, “Nuestro Señor, el desollado” que simbolizaba las lluvias primaverales; y muchos más que tenían una vinculación directa y específica con los lagos de la cuenca de México, tal como Nappatecuhtli, dios de los cañaverales: “[…] y porque tenían que este dios producía también las lluvias, hacíanle fiesta donde le reverenciaban y adoraban y 16

Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, México, Porrúa, Colección Sepan Cuantos, 1985, p. 49.

10 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial le demandaban que diese las cosas que suele dar, que es agua, juncias, etc.”.17 La presencia material y física de todos esos dioses relacionados con el agua dibujaba en la cuenca de México una geografía sagrada que giraba en torno de lugares marcados por una hierofanía, tal como islas, cavernas o montes. Así era el caso del famoso Pantitlán (más conocido por los habitantes actuales de México porque es el nombre de una estación de metro), lugar sagrado de la laguna dedicado al dios Tláloc donde cada año sacrificaban a varios niños con el propósito de pedirle las lluvias necesarias para el crecimiento de las sementeras. Se decía que era una zona de contacto, una puerta abierta entre el mundo real y el paraíso terrenal del dios de la lluvia porque en este torbellino místico desaparecían los cuerpos de los sacrificados y nunca volvían a la superficie de las aguas.

La economía del agua La relevancia de esta religión del agua no puede entenderse sino en el marco de una economía basada en el aprovechamiento de este recurso natural y en el contexto de una verdadera civilización lacustre. Ahora bien, la estructura particular de la cuenca de México, privada de drenaje natural por el levantamiento del eje neovolcánico al final de la edad Terciaria y al principio del Cuaternario, permitió la acumulación de las aguas de lluvias que no tenían salida natural. Se debe a esta convulsión tectónica la formación de los extensos lagos que impactaron la imaginación de los conquistadores españoles, en particular porque encontraron a 2.000 metros de altura un gran lago de agua salada, cuyo origen les parecía misterioso. Hasta principios del siglo XX, la explotación de la sal fue una actividad lucrativa en esta zona puesto que por evaporación se extraían del lago de Texcoco muchas concreciones saladas

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Ibíd., p. 48.

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llamadas tequesquite por los indígenas. En la administración española, los oficiales que se dedicaban a esta actividad eran protegidos por la Corona ya que la sal que producían se mandaba hacia las minas del Norte para purificar el mineral de plata. Además de la sal, los pueblos establecidos a orillas de los lagos recogían las cañas y juncos que se utilizaban para construir casas, fabricar muebles, entretejer cestas, recipientes y esteras, tal como lo decía Sahagún al evocar el dios Nappatecuhtli: Dicen que éste es el que inventó el arte de hacer esteras, y por eso lo adoran por dios los de este oficio, que hacen esteras que llaman petates, y hacen sentaderos que llaman icpales, y hacen cañizos de juncias que llaman tolcuextli.18

Pero más que una fuente inagotable de materias primas, los lagos de la cuenca de México ofrecían a sus habitantes una gran variedad de comida y mantenimientos. Gran parte de la población se dedicaba a cazar o pescar no solo peces sino también ranas, crustáceos o mariscos, así como un anfibio típico de México, el axólotl, considerado el placer de los príncipes. La cocina tradicional indígena era completada por otros productos extraídos de la laguna, como el axayacatl, mezcla de distintos hemípteros acuáticos; el ezcahuitl (gusanos encogidos en bloques compactos); o el ahuauhtli (huevos de moscas). Aún al final del siglo XIX los lagos de México alimentaban una franja importante de la población indígena con productos que espantaban a los viajeros extranjeros: Hay allí [comidas] muy extrañas; los antiguos aztecas sacaban del valle de México una gran parte de su subsistencia: se alimentaban no solamente con pescados, sino con ranas, renacuajos, salamandras, tuétano de junco, y con muchas otras cosas cuyo único nombre nos hace horror. Los indios actuales heredaron el gusto depravado de sus antepasados.19

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Ibíd. Jules Leclercq, Voyage au Mexique, de New-York à Veracruz par Terre, París, Hachette, 1885.

12 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial La falta de tierras agrícolas, o la preocupación de mejorar los rendimientos de una agricultura intensiva que ya empleaba fertilizantes naturales, hizo que las sociedades lacustres de la cuenca de México inventaran la técnica agraria de las chinampas, llamadas incorrectamente “jardines flotantes”. Sobre una balsa de cañas entretejidas se acumulaban capas de tierra y lodo que formaban una verdadera alfombra. Por el peso de este mantillo la balsa se hundía paulatinamente y llegaba a topar con el fondo del lago. Para consolidar el conjunto, los campesinos solían plantar sauces a orillas de la parcela así arreglada. Estrechos canales que servían tanto al drenaje como a la circulación de las aguas separaban las chinampas y permitían el paso de las canoas. En el siglo XVI, el espacio de las chinampas (campos y canales) se concentraba alrededor de la capital y en los lagos de agua dulce del sur del valle. Se las estima en casi 120 km2, de los cuales las dos terceras partes estaban ocupadas por terrenos cultivados.20 En Xochimilco, la superficie de un lote de chinampas oscilaba entre una y dos hectáreas, lo que permitía mantener a un grupo familiar de quince a veinte personas. Entre todas las actividades económicas impulsadas por la presencia de las lagunas, los transportes desempeñaron, sin duda alguna, un papel decisivo en los procesos de urbanización registrados en la cuenca de México antes de la conquista española, pues permitieron que ciertos pueblos se convirtieran en lugares de intercambio y dieron vida a flujos comerciales cada vez más importantes que rebasaban el espectro regional para abarcar el imperio azteca en su conjunto. Los puertos, embarcaderos, lugares de carga y descarga, las vías de comunicación, los canales, esclusas y compuertas formaban parte de un sistema hidráulico complejo que permitía el control de las aguas y organizaba el espacio económico de todo el valle. Según los estudios

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Véase: Jeffrey R., Parsons, The Role of Chinampas Agriculture in the Food Supply of Aztec Tenochtitlan, Nueva York, Academic Press Inc., 1976; Teresa Rojas Rabiela, La agricultura chinampera, México, Universidad Autónoma de Chapingo, 1993.

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realizados por Charles Gibson,21 podemos suponer que había, en la época de Cortés, entre 100.000 y 200.000 canoas en actividad en esta zona. Estas constituían el medio de transporte más empleado por las poblaciones ribereñas de los lagos. Sin embargo, la llegada de los españoles puso entredicho ese modo de comunicación porque a los conquistadores les convenía más el transporte terrestre por medio de mulas. Durante cuatro siglos, la competencia entre transporte terrestre y transporte lacustre hizo que se enfrentaran dos culturas y dos sistemas económicos, hasta que la desecación de los lagos y la llegada del ferrocarril dejaron en el camino a la canoa indígena.

El tiempo de los conflictos Ahora bien, la elección de Cortés de fundar la capital colonial sobre las ruinas de Tenochtitlán obedecía, sobre todo, a razones de carácter político: al instalarse simbólicamente en la cumbre del imperio vencido, el conquistador trataba de sustituirse por los soberanos aztecas para seguir aprovechándose del sistema político vigente. Pero muy pronto esta decisión tuvo graves consecuencias sobre la ecología de la cuenca. A escala de la ciudad, los españoles tuvieron que enfrentar muchas dificultades, pues no estaban preparados para vivir en una ciudad lacustre. Los canales que surcaban la capital azteca no eran para ellos vías de comunicación cómodas sino más bien obstáculos bastante molestos. El agua estaba por todas partes: convertía las calles en lodazales, anegaba los sótanos, minaba los suelos, pudría la carne. En 1596, el italiano Francesco Carletti escribía que era menester drenar las fosas de los cementerios antes de enterrar los cadáveres.22 En algunos casos tenían que lastrar los ataúdes para evitar que volvieran 21 22

Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), México, Siglo XXI, 1984. Francesco Carletti, Razonamientos de mi viaje alrededor del mundo, México, UNAM, 1983, p.76.

14 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial a la superficie del suelo. Los arquitectos tomaban en cuenta lo esponjoso de la tierra para levantar sus construcciones pero pronto la ciudad de México se volvió famosa por la rapidez con que sus edificios solían hundirse. En 1585, Antonio de Ciudad Real señalaba que las primeras iglesias, como la de Santo Domingo, se iban sumiendo poco a poco.23 Una década después, en 1596, Francesco Carletti decía que había que bajar una altura equivalente a la de una persona para alcanzar la entrada de la iglesia de San Agustín.24 Para paliar el deterioro de las calles se decidió empedrar las avenidas más importantes. Las primeras obras comenzaron a principios del siglo XVI y continuaron a lo largo de todo el periodo colonial. Las calzadas construidas por los aztecas con el propósito de conectar la ciudad con la tierra firme, pasaron a ser ejes estratégicos para los españoles ya que les permitía, en caso de emergencia, escaparse rápidamente de un lugar que podía transformarse en trampa sin salida. Por esta razón, los conquistadores en busca del camino más corto hacia zonas no inundables empezaron a asentarse por la parte occidental de la ciudad, diseñando de esta forma una división física que, al expresar en el espacio urbano las desigualdades sociales y las diferencias étnicas, sigue vigente (barrios elegantes al oeste, barrios pobres al este). A escala regional, la situación era igualmente preocupante. Ignorantes de las técnicas hidráulicas desarrolladas por las poblaciones indígenas, los nuevos amos del valle no se percataron de que los diques construidos por los indígenas formaban parte de un sistema integrado de control del agua. A las destrucciones operadas al momento de la Conquista se añadieron numerosas depredaciones (por ejemplo, los franciscanos sacaron piedras de la calzada de Guadalupe para construir su convento) y, sobre todo, una falta crónica de mantenimiento. Las nuevas técnicas 23 24

Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y docto de las grandezas de Nueva España, México, UNAM, 1976, tomo 1, p. 110. F. Carletti, Op. cit., p. 66.

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agrícolas importadas de España (labranza profunda) acrecentaron la erosión de los suelos, al igual que la tala de las montañas circundantes bajo la acción combinada de los indios y los españoles. Unos ponían fuego al bosque para ganarse tierras nuevas, los otros transformaban la madera en carbón o en pilotes destinados a consolidar las fundaciones de los edificios de México: a mediados del siglo XVII, se estima en veinticinco mil el número de árboles cortados por año para este uso. Consecuencia directa de estas prácticas, el trazado y el perfil de los lagos comenzaron a modificarse, poniendo en peligro el equilibrio instaurado antes de la Conquista. Varios cronistas mencionan una retirada parcial de las aguas a partir de 1524, retirada sin duda debida a la destrucción de los diques que permitían mantener estable el nivel de las aguas que necesitaban las chinampas de Xochimilco para prosperar. Con todo, fue necesario que una catástrofe azotara la ciudad para que sus habitantes tomaran realmente conciencia del problema planteado por su situación insular. En 1555, las lluvias de verano fueron tan fuertes que el nivel de los lagos subió peligrosamente y, en octubre, el México español sufría su primera gran inundación. Por cierto, ya a en la época Prehispánica, la ciudad había padecido varias catástrofes de esta índole. En el año de 1382, en el reinado de Acamapichtli, una crecida de agua anegó las chinampas.25 Muchos autores, entre ellos fray Agustín de Vetancurt, hablan, por otra parte, de una inundación que habría ocurrido en 1449.26 En fin, la gran inundación de 1499 es bastante conocida porque al querer traer a Tenochtitlán el agua de varios manantiales ubicados en el territorio de Coyoacán, el rey Ahuizotl provocó una crecida de agua que anegó la ciudad. Sin embargo, para los conquistadores el fenómeno era nuevo e inesperado. Para impedir que las aguas del lago de Texcoco

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Anales de Tlatelolco y Códice de Tlatelolco, versión preparada y comentada por Heinrich Berlin (documentos originales del siglo XVI), México, Rafael Porrúa, 1980 p. 52. Fr. Agustín de Vetancurt, Teatro mexicano, México, Porrúa, 1971, tomo 2, p. 30.

16 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial vertieran en el de México se mandó a edificar un dique nuevo (el dique de San Lázaro),27 pero las medidas adoptadas no lograron frenar inundaciones causadas por una mala gestión de los recursos hidráulicos y por la degradación del medio natural. En 1580, una nueva alerta causó el pánico de la población. En 1604, las aguas subieron hasta el mismo nivel que en 1555. Tres años más tarde la misma situación se repitió de manera dramática. Este último evento hizo que las autoridades españolas tomaran la decisión de acabar definitivamente con los lagos porque ponían en peligro no solo los bienes, sino también la salud y hasta la vida de los vecinos.

El desagüe, una solución equivocada De hecho, atrapados en la trampa de los lagos, los españoles dependieron durante todo el siglo XVI de la tecnología indígena para garantizar un control mínimo del nivel de las aguas y mitigar el riesgo de inundaciones. Sin embargo, los conflictos por el agua entre ambas comunidades se exacerbaron porque los conquistadores temían que los vencidos anegaran la ciudad manipulando las compuertas que regulaban el nivel de los lagos, como lo habían intentado hacer durante el cerco de Tenochtitlán por el ejército de Hernán Cortés. Así pues, el drenaje de los lagos parecía ser una solución segura, duradera y hasta económica si se tomaba en cuenta el dinero invertido para defender la ciudad con sistemas tradicionales que no dieron mucho fruto.

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6.000 indígenas de México, Tacuba, Texcoco y Chalco fueron empleados en esta obra gigantesca. A cambio de su fuerza de trabajo el cabildo tenía que facilitarles las herramientas necesarias y algo de comida. Sin embargo, los españoles se negaron a suministrarles la carne que necesitaban porque, a su juicio: “[…] darle una libra de carne cada día a un yndio seria excesivo mantenimiento y daño a los yndios que no están acostumbrados a comerla”. s. t., en: Archivo General de Indias, patronato 181, ramo 29, fol. 990, 1555, Sevilla (España).

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Desecar los lagos: ¿una decisión técnica, económica o cultural? Ya en 1555 el regidor Ruy González, involucrado en varios asuntos relacionados con la defensa de la ciudad, había propuesto al cabildo un proyecto de desagüe parcial hacia el norte. En el mismo momento, Francisco Gudiel presentó otro proyecto para desviar las aguas por el lado de Huehuetoca. Cuando ocurrió la inundación de 1580, Francisco Domínguez repitió, con algunas variaciones, el mismo tipo de desagüe. Todavía en 1604, Antonio Pérez de Toledo y Alonso Pérez Rebelto propusieron un desagüe hacia Tequixquiac. Pero ninguna de esas propuestas prosperó ante la magnitud y el costo de la obra y porque la desecación de los lagos era un tema de debate hasta dentro de la comunidad española. Para algunos peninsulares (y pocos criollos), conservar los lagos era importante no solo porque ofrecían a las poblaciones indígenas una comida barata y abundante, sino porque facilitaban el transporte de las mercancías por canoas. Tal era por ejemplo la opinión de Domingo de Tres Palacios y Escandón, juez superintendente del desagüe, quien todavía a fines del siglo XVIII quería: […] mantener en lo subcessibo este desagüe, sin omitirse el medio y forma de que en el todo no se desagüe la [laguna] de Tezcuco o México, y cese el común trafico y comercio de canoas, tan útil y provechoso a aquel común, lugares, pueblos y Haciendas de sus inmediaciones.28

Entre los opositores más destacados se encontraba un ingeniero holandés, Adrian Boot, enviado a México en 1614 por la Corona para evaluar los trabajos en curso y presentar nuevos proyectos. A su juicio, era mejor proteger la ciudad como se hacía en los Países Bajos, construyendo presas modernas, equipadas de máquinas hidráulicas capaces de bombear el agua en excedente para echarla afuera. 28

“Expedientes pertenecientes al desagüe de Huehuetoca”, en: Archivo General de Indias, leg. 2772, 8 de abril de 1768, Sevilla (España).

18 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial Desgraciadamente, las ideas de Boot no fueron aceptadas por los criollos de México, que veían en ellas un regreso a las técnicas indígenas y solían comparar la obra del desagüe con las mayores realizaciones de la Antigüedad latina y griega. Peor aún, a juicio de los vecinos de México, el agua de los lagos, además de ser peligrosa, envenenaba la atmósfera y el saneamiento de la ciudad pasaba por su total desaparición. Entre los principales detractores del lugar donde estaba asentada la capital de la Nueva España se encontraba el ingeniero-cosmógrafo Enrico Martínez quien, en 1606, publicó un Reportorio de los tiempos y historia natural de la Nueva España que tuvo mucho éxito entre los vecinos ilustrados. En su obra se apoyaba en la autoridad moral y filosófica de maestros incuestionables (Alberto el Grande, Juan de Sacrobosco, Avicena, Hipócrates, Galeno…) para explicar cómo la ciudad de México se había fundado en los parajes más insanos que se pudieran encontrar: […] como esta ciudad está situada a la parte del Occidente de la laguna (que es contrario a lo que las ordenanças reales en razon de fundar nuevos poblazones disponen) está muy dispuesta a ser mal sana, la razon dello es, que el sol levanta entre dia los vapores de la laguna y de sus orillas, y que los que no consume ni se convierten en lluvias, buelven à baxar de noche, y como el movimiento del Cielo sea de levante en poniente: vienen à caer sobre la ciudad; porque estos vapores levanta el sol por medio del calor, el qual como les falta de noche se buelven abatir y acuden al calor de la ciudad.29

Estos argumentos heredados de la antigüedad griega y latina jugaron un papel importante en la decisión del cabildo de emprender el desagüe del valle. Es cierto que a los razonamientos de carácter técnico se añadían otros más culturales o ideológicos: para muchos españoles el agua de los lagos no era sino una enemiga que se tenía que enfrentar y derrocar. Hasta la presencia de lagos salobres a más de 2.000 metros de altura asombró a los con29

Enrico Martínez, Reportorio de los tiempos y historia natural de la Nueva España, México, Condumex, 1981, pp. 184-185.

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quistadores e inflamó su imaginación. Todavía en el siglo XVIII, y sin duda por mucho tiempo después, su existencia solía explicarse por el Diluvio Universal —al quedarse atrapadas en la cuenca cerrada las aguas de los mares que habían anegado el planeta en tiempos de Noé—. Algunos no dudaron en completar este esquema explicativo adivinando en el trazado de los lagos la imagen de la Bestia del Apocalipsis dibujada por San Juan en la Biblia: […] dicen que la [laguna] de Chalco forma la cabeza y el cuello; un peñon el ojo; otro peñon la oreja; la calzada, el collar; el lago donde fue fundada la ciudad de México, el estómago; dicen que los pies son los cuatro ríos; el cuerpo, la laguna grande de México; las alas, los dos ríos de Texcoco y de Papalotla; la cola, la laguna de san Cristóbal y la de Xaltocan, y los cuernos, los dos ríos de Tlalmanalco y de Tepeapulco. De los cuatro lagos, a causa de que no se perciben sino confusamente, dicen que están formados de la baba de la bestia.30

La Bestia, arrojada viva en un lago de azufre y fuego junto con el falso profeta, simboliza la falsedad de la religión indígena. Las lagunas de México, vestigios del mar que exterminó a la primera humanidad pregonan el fin de los tiempos presentes (véase figura 1.2). Del Diluvio al Apocalipsis, la cuenca de México parece ser un resumen dramático del mensaje bíblico. En las mentalidades colectivas españolas de principios del siglo XVII, este mensaje religioso tomaba un carácter sumamente escatológico que puede explicar, en parte, la toma de la drástica decisión de las autoridades coloniales: el desagüe de esos lagos tan cargados de símbolos.

Cuatro siglos de trabajo En 1607, entre muchos otros proyectos de desagüe, se escogió el de Enrico Martínez, ya famoso por su Reportorio de los tiempos y por sus críticas al lugar en donde se había asentado la ciudad 30

Gemelli Careri, Viaje por la Nueva España, México, Jorge Porrúa, 1983, pp. 65-66.

20 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial de México. Inicialmente, se trataba de desviar hacia el norte el curso del río de Cuautitlán, cuyas crecidas se juzgaban responsables de una gran parte de las inundaciones. En menos de un año, gracias al trabajo de miles de indígenas reclutados por la fuerza, se construyó un canal de 6 km de longitud. A la altura del pueblo de Huehuetoca se empezaba un túnel de 6,5 km de largo y 54 m de profundidad en su punto más bajo. Sin embargo, esta obra gigantesca no bastó para preservar a México de la peor inundación de su historia. En 1629, las fuertes lluvias del verano provocaron una crecida inesperada del lago de Texcoco que desbordó e inutilizó las defensas de la ciudad. Los pobres y los indígenas fueron quienes más sufrieron por este desastre puesto que presentaban el grado de vulnerabilidad social más elevado. En una carta fechada del 4 de diciembre de 1629, fray Francisco de Velasco señalaba que las aguas arruinaron en prioridad los edificios de “frágil consistencia”, es decir las casas de las familias con menores recursos.31 En una carta anterior (11 de septiembre de 1629), el arzobispo de México calculaba en más de treinta mil el número de indígenas fallecidos. De veinte mil familias de españoles, no quedaban más que cuatrocientas en la ciudad anegada. Las demás huyeron hacia pueblos cercanos (San Agustín de las Cuevas, Tacuba, Coyoacán, Mexicaltrzingo, Texcoco) u otras ciudades, en especial La Puebla de Los Ángeles, tal como lo recordaba el jesuita Jerónimo de Mercado en su Relación de la gran inundación de la ciudad de México del 26 de enero de 1630.32 Esta situación se prolongó hasta 1635, cuando las aguas empezaron a retroceder. El balance era catastrófico: millares de muertos, dos terceras partes de la ciudad arrasada, los edificios más firmes socavados por las filtraciones. Los recursos de la ciudad y la corona se habían agotado y era necesario reconstruir y a la vez reservar fondos importantes para costear la obra del desagüe, considerado más que nunca indispensable para 31 32

s. t., en: Archivo General de Indias, leg. 318, núm. 3, Sevilla, (España). Jerónimo de Mercado, “Relación de la gran inundación de la ciudad de México”, en: Biblioteca Nacional, manuscrito 2362, fol. 267 v., 26 de enero de 1630, Madrid.

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la supervivencia de la ciudad. Una vez más se pensó en trasladar la ciudad hacia un sitio más seguro, pero la resistencia de los criollos y de las órdenes religiosas hizo fracasar el proyecto. Como lo decían los frailes agustinos en una carta dirigida al Rey fechada el 25 de enero de 1630: “Algunos avían llegado a pensar que se havía de mudar el sitio de tan grande lugar como es México, cosa que no se debe por ningún camino platicar, y de cuyos recelos quedaran libres los que vieren los reparos que ya se hacen”.33 Para tratar de arreglar el caso, varios proyectos de desagüe fueron de nuevo presentados a las autoridades, entre los cuales unos se basaban en teorías poco acertadas o en relatos heredados de la época prehispánica. El padre jesuita Francisco Calderón pretendió así haber encontrado el sitio antiguo de Pantitlán, la puerta mística que, según los aztecas, desembocaba en el paraíso de Tláloc. A su juicio, bastaba con limpiar esta supuesta salida natural de los lagos para evacuar las aguas de México hacia el mar del norte. Se hicieron unas excavaciones por este rumbo sin lograr encontrar el camino subterráneo que hubiera conducido a las aguas peligrosas fuera del valle, así que se volvió enseguida al desagüe de Huehuetoca. Durante dos siglos, miles de indígenas siguieron trabajando en esta obra poniendo en peligro su vida y con poca ayuda de las autoridades —tradición heredada de los primeros tiempos de la Colonia—. En 1806, Juan José García de Berdeja envió así una carta al virrey, D. José de Iturrigaray, para apoyar la solicitud de los obreros que se quejaban de sus condiciones de vida: “La bondad de V.E. se ha de dignar mandar se les franque a estos infelices indios la leña para que calienten sus tortillas y para que cuando llueve sequen la poca ropa que les cubre según suplicaron a V. E. el sábado 16 del corriente”.34 En período de crisis se empleaban hasta 3.000 personas al mismo tiempo. Cuando el peligro pasaba y bajaba el nivel de las aguas, esta cifra se reducía a unos cuantos centenares. A raíz de la gran 33 34

Carta, en: Archivo General de Indias, leg. 318, núm. 3, Sevilla (España). Juan José García de Berdeja, carta, en: Archivo General de la Nación, “Desagüe”, vol. 38, exp. 22, 1806, México.

22 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial inundación ocurrida entre los años 1629 y 1635, el túnel de Martínez se desbarató para dar paso a un canal a tajo abierto que corta profundamente la montaña (véase figura 1.3). Varias veces se anunció el final de los trabajos, pero bastaba con una temporada de las lluvias más húmeda para que volviera la amenaza de una inundación. A fines del siglo XIX, en el régimen de don Porfirio Díaz, se decidió acabar de una vez por todas con el problema. Se planeó, pues, drenar el conjunto de los lagos estableciendo una conexión por canales desde el sur hasta el norte del valle. Se abandonó el canal de Huehuetoca, que ya no correspondía a este nuevo propósito, aunque todavía sigue evacuando las aguas de río de Cuautitlán cargadas de una parte de las aguas negras de la capital. La nueva obra se estableció unos kilómetros más al este, donde se comenzó la perforación de un túnel entre los pueblos de Zumpango y Tequixquiac. Al mismo tiempo, dragas a vapor cavaban otro gran canal destinado a echar afuera del valle las aguas salobres del lago de Texcoco. En 1900, el presidente-dictador inauguraba la nueva obra del desagüe, convertida en el símbolo del éxito industrial del régimen (véase figura 1.4). Con todo, entre 1940 y 1946 fue necesario taladrar un segundo túnel entre Zumpango y Tequixquiac, para duplicar el canal realizado en el régimen de Porfirio Díaz. Esta decisión mostraba la necesidad de reformar un sistema viejo de apenas cuarenta años. Dos décadas más tarde, en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1965-1970), se decidió crear una nueva red subterránea llamada “de drenaje profundo” con el fin de resolver las dificultades provocadas no solo por la baja capacidad de los túneles en actividad, sino también por el crecimiento demográfico de México y el hundimiento permanente de la ciudad, puesto que este proceso reducía la pendiente de los colectores secundarios.35 Además, los canales previstos al principio para drenar el agua 35

En la zonas más afectadas, el nivel de la superficie del área metropolitana ha sufrido un descenso de 7,5 m con respecto al nivel de referencia original. Véase: http://lanic.utexas.edu/la/Mexico/water/ch1esp.html

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de los lagos y proteger a México de las inundaciones muy rápidamente han sido utilizados solo para evacuar las aguas negras de la capital. Este cambio de función no hizo más que empeorar la situación ecológica del valle de México y de las regiones circunvecinas, puesto que las aguas negras de esta aglomeración de 20 millones de habitantes se vierten hoy día casi sin control en el golfo de Veracruz, vía el río de Tula y el río Pánuco: en 2004, el Distrito Federal contaba con solo tres plantas de tratamiento de aguas residuales industriales, con una capacidad de 31 litros por segundo y, según los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, las 30 plantas encargadas de tratar las aguas municipales funcionaban al 56 % de su poca capacidad (6.809 litros por segundo).36

Consecuencias ecológicas y sociales del desagüe Se puede decir que en la actualidad las consecuencias del desagüe se hacen sentir de manera muy fuerte. No permanece ya casi nada de los lagos que, en tiempos de la Conquista, cubrían centenares de km2. Las zonas lacustres y los pantanos de Coyotepec, Zumpango, San Cristóbal y Chalco desaparecieron. Del lago de Texcoco sólo queda una sucesión de charcos grandes y estanques regularizados donde sobreviven difícilmente los vestigios de la fauna y la flora que representaban la riqueza de los pueblos indígenas. Se calcula su superficie total en aproximadamente 15.000 ha amenazadas por el frente de urbanización de México. En la zona de Xochimilco, el agotamiento del manto freático, la contaminación de las aguas, el uso de abonos químicos y pesticidas ponen en tela de juicio el futuro de las chinampas. Los millares de turistas y paseantes 36

INEGI, Anuario de estadísticas por entidad federativa, México, 2006, pp. 1819. A título de comparación, la planta de tratamiento de Achères (cerca de París) por sí sola tiene una capacidad que rebasa los 17.360 litros por segundo (1.500.000 metros cúbicos diarios). Una parte de las aguas negras de México sigue siendo utilizada para regar y abonar las tierras agrícolas del valle del Mezquital (90.000 ha).

24 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial que cada domingo van a visitar los canales bordados de flores y sauces contribuyen a acelerar este proceso de degradación. Los “jardines flotantes” están al borde de la asfixia a pesar de un programa de conservación patrocinado por la unesco para salvaguardar lo que permanece de un paisaje agrario anterior a la conquista española. Los grandes proyectos diseñados al final del siglo XVI para vaciar los lagos con el fin de ofrecer tierras nuevas a los campesinos, fracasaron por completo. Los terrenos dejados al aire libre por la retirada de las aguas se revelaron decepcionantes para la agricultura: saturados de sal, solo dejaban crecer hierbas sin valor. En cambio, por el lado de Huehuetoca y Tequixquiac los campesinos bombean el agua negra que sale de las alcantarillas cubierta con una capa gruesa de espuma blanca, para regar sus campos de alfalfa y verduras (véase figura 1.5). En invierno, vientos violentos arrancan del suelo, debilitado por la sequía, grandes nubes de polvo alcalino caen sobre la capital: son las “tolvaneras”. En cambio, cuando viene la temporada de las lluvias los lagos reaparecen y sus antiguos lechos se inundan rápidamente, y afectan en primer lugar a las poblaciones pobres instaladas en estas zonas marginales —tal como ocurría en la época colonial con los barrios indígenas que rodeaban la ciudad española: las vías de comunicación están cortadas, las casas más frágiles se hunden y las familias sin hogar buscan un refugio en las partes altas y piden ayuda a las autoridades. Generalmente, desde la desaparición de los lagos el clima se volvió más seco y las lluvias brutales de verano causan una erosión intensa sobre vertientes mal protegidas por una cobertura vegetal reducida. Por otra parte, la red hidrográfica de la cuenca sufrió daños irreparables porque los cauces naturales han sido cubiertos para mitigar el riesgo de inundación. A juicio de los “defeños” actuales que no conocen la historia de su ciudad, el río del Consulado o el río Churubusco ya no son sino ejes viales u autopistas. De manera paradójica, la ciudad de México que se extendió sobre las tierras liberadas por los lagos desecados carece ahora de agua y sus habitantes la tienen que traer

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desde afuera para sobrevivir. A partir de 1951, se comenzó a bombear el agua del río Lerma, en el valle vecino de Toluca, hasta casi agotarlo. En 1978, se puso en obra la primera fase del sistema Cutzamala, afluente del río Balsas, por medio de un acueducto de 120 km de longitud que sube las aguas de 1.600 a más de 2.200 m de altura. Con una capacidad de 19.000 litros por segundo, esta infraestructura hidráulica es la más grande de América, pero sigue siendo el símbolo del “imperialismo” de la ciudad sobre las comunidades indígenas que no pueden manejar sus propios recursos naturales y suelen quejarse del trato injusto que reciben por parte de las autoridades federales. El control y la distribución del agua sigue siendo un tema político muy sensible también en el ámbito local, ya que las desigualdades sociales son muy fuertes entre los barrios ricos del oeste y las urbanizaciones populares que predominan en la parte oriental de la megalópolis. Ahora bien, esta división del espacio urbano es una herencia de la época colonial, cuando los acueductos abastecían esencialmente las zonas occidentales de la ciudad, donde se asentaron los españoles más acaudalados. El acceso al agua implicó una segregación espacial y social que no se borró con el tiempo y que sigue vigente: cuando los habitantes de las Lomas de Chapultepec o de Tecamachalco no vacilan en desperdiciar el agua para regar su pasto, llenar sus piscinas o lavar dos veces al día sus coches, los residentes de Ixtlahuaca o Nezahualcoyotl tienen que comprar litro por litro el agua traída por pipas rodantes —cuando no captan de manera ilegal el líquido que les hace falta (en 1983, una campaña de regularización permitió descubrir no menos de 240.000 tomas clandestinas). En este caso tampoco se puede hablar de una supuesta crisis de la modernidad urbana: se trata más bien de una tradición que se remonta hasta la época colonial. El Archivo Histórico de la Ciudad de México conserva los documentos de un pleito al respecto que, a primera vista, resulta paradójico. El asunto inicia con una carta enviada al cabildo por Lázaro Miguel Valderrama y Moctezuma, “cacique y principal del barrio de Santa María la

26 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial Redonda”, y fechada el 21 de junio de 1723.37 En nombre de los naturales del barrio, el cacique se quejaba de la falta de agua que padecían los vecinos por culpa de la rehabilitación del acueducto que pasaba delante de sus casas. Antes de esas obras, utilizaban para su uso doméstico el exceso de las aguas traídas desde Santa Fe, a la altura del hospital de San Hipólito. Para que los habitantes del barrio pudieran seguir aprovechando las fugas y derrames del caño, don Lázaro pedía a los regidores que mandaran desbaratar las reparaciones. Dos testigos españoles, Joseph Antonio Navarro y Pedro de Torres, explicaron a las autoridades municipales los métodos empleados por los indios para captar de manera clandestina el agua del acueducto: al nivel de las grietas, solían poner cañas, tubos y hasta vigas, cuya parte central estaba recortada para hacer un pequeño canal. Recogían así el agua que llevaban directamente a sus casas. Pese a las declaraciones de los indígenas de que no pretendían robar el agua sino solamente recuperar el líquido desperdiciado por el caño dañado, el procurador de la ciudad consideró que los habitantes provocaban las fugas para aprovecharse de ellas en detrimento de los usuarios legales. Sin embargo, consciente del problema planteado por el abastecimiento del agua en este barrio marginal, el cabildo optó por una solución equilibrada: se prohibió a los indígenas captar de manera ilícita el agua del acueducto, pero se les concedió la toma oficial que nunca habían podido conseguir hasta entonces. De cierta forma, este pleito de principios del siglo XVIII corresponde a una necesidad de justicia social y espacial que sigue siendo de actualidad, tal como lo comprobó David Harvey en sus escritos polémicos38 y tal como lo vamos a profundizar en la tercera parte de este texto, dedicado al estudio de las relaciones conflictivas entre el barrio indígena de Sutiaba y la municipalidad “española” de León, en Nicaragua. 37

38

Lázaro Miguel Valderrama y Moctezuma, carta, en: Archivo Histórico de la Ciudad de México, “Comunidades, Mercedes a”, exp. 12, 21 de junio de 1723, México. David Harvey, Social Justice and the City, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1973.

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Crisis ecológica y toma de conciencia El drenaje de los lagos, combinado con la mala gestión de los recursos hidráulicos de la cuenca de México, se convirtió en un desastre ecológico sin precedentes, pero conviene destacar que el desagüe en sí no fue más que un factor entre muchos otros que participaron en la degradación del ambiente. En el transcurso del siglo XX, el crecimiento demográfico de la capital mexicana, la concentración de las actividades industriales y el desarrollo de la circulación del automóvil, denunciado por Federico Fernández Christlieb en un libro con título evocador, Las modernas ruedas de la destrucción,39 implicó una degradación rápida de la calidad del aire en esta cuenca cerrada, situada a más de 2.000 metros de altitud. Sin embargo, después de varios siglos de descuido, asistimos a una toma de conciencia de la crisis ecológica que sufre la ciudad, aunque las medidas tomadas por el gobierno parezcan a veces muy flojas para frenar los procesos en curso. Es así como la refinería 18 de marzo de pemex en Azcapotzalco, inaugurada en 1946 con una capacidad de 50.000 barriles al día en una zona entonces no urbanizada, fue cerrada en 1991. Considerada como peligrosa por las autoridades que no querían invertir en su remodelación, estaba situada en el corazón de la ciudad y representaba 2% de la contaminación total de la zona (dióxido de azufre, óxido nitroso, partículas en suspensión, hidrocarburos, monóxido de carbono).40 Parte del terreno liberado (55 de 93 ha) ha sido transformado en “parque natural” pese a la contaminación del suelo por los derrames de hidrocarburos. En los años ochenta y noventa se adoptaron otras medidas clásicas: controles de contaminación en las empresas, sustitución progresiva del fuel por el gas natural en las industrias, desconcentración de las manufacturas, prohibición de la circulación de los automóviles en el centro histórico los fines de semana, uso de gasolina más limpia… En noviembre de 1989, al considerar que: 39 40

Federico Fernández Christlieb, Las modernas ruedas de la destrucción. El automóvil en la ciudad de México, México, El Caballito, 1991. Datos del Centro Científico y Técnico de la Embajada de Francia en México.

28 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial […] la restricción diaria de la circulación de 450.000 vehículos automotores permitirá que dejen de consumirse 11.500 barriles diarios de gasolina, lo que implica evitar la emisión diaria de 920 toneladas de monóxido de carbono, 40 toneladas de hidrocarburos y 15 toneladas de óxido de nitrógeno, lo que mensualmente significa la emisión de, aproximadamente, 30.000 toneladas de contaminantes a la atmósfera, además de las que se dejan de emitir por la fluidez del tránsito vehicular […],41

se inauguró el programa “Hoy no circula”, muy parecido al sistema “Pico y placa”, en uso en las metrópolis colombianas. A partir de 1996 los vehículos no contaminantes (es decir, con escape catalítico) han sido exentos de esta medida para favorecer la compra de automóviles nuevos.42 Por otra parte, desde fines de la década del ochenta, una nueva política hidráulica ha sido impulsada por las autoridades mexicanas. En 1992, el presidente Carlos Salinas de Gortari decretó que los ejidos de Xochimilco y San Gregorio Atlapulco eran “área natural protegida”, con el propósito de revertir el proceso de degradación ecológica que padecía una zona “representativa del manejo hidrológico de la cuenca suroriental, como un sistema único de cultivo en el mundo que entraña el antiguo funcionamiento del valle de México y que, por sus características morfológicas y geológicas, constituye una de sus más importantes reservas bióticas”.43 En el norte de la cuenca, el lago de Zumpango ha sido rehabilitado usando aguas negras captadas en los canales y túneles de desagüe. Pese a la mala calidad ecológica de esos 41

42

43

Diario Oficial de la Federación, “ACUERDO por el que se establecen los criterios para limitar la circulación de los vehículos automotores que consuman gasolina o diésel en el Distrito Federal un día a la semana”, 1 de marzo de 1990, disponible en: http://comprasep.sep.gob.mx/marco_J/ Acuerdos/avehiculosfram.htm, consulta: 7 de septiembre de 2008. Según los datos del Programa de Calidad del Aire 2002-2010 (Proaire 20022010), del parque vehicular que utiliza gasolina, 52% de los vehículos son anteriores a 1990, carecen de tecnología ambiental, son altamente emisores y aportan cerca de 68% de las emisiones totales de contaminantes. Diario Oficial de la Federación, “DECLARATORIA que establece como zona prioritaria de preservación y conservación del equilibrio ecológico y

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derrames, se pueden ver ahora escenas de caza y pesca que parecían pertenecer definitivamente a la historia. Aprovechando esta bonanza, decenas de puestos y pequeños restaurantes familiares ubicados a la vera de la carretera Zumpango-Cuahtitlán venden pescados asados (básicamente carpas y tilapias) a los visitantes que pasan el fin de semana en la zona. Por supuesto, el crecimiento urbano de los cincuenta años más recientes prohíbe toda vuelta atrás y el proyecto de rehabilitar el gran lago de Texcoco parece bastante quimérico.44 Sin embargo, esta inquietud contemporánea de volver a una situación de equilibrio entre la ciudad y su entorno ambiental, parece justificar a posteriori las ideas expresadas a principios del siglo XVII por el ingeniero holandés Adrian Boot, quien quería conservar y aprovechar los lagos del valle de México, en lugar de desecarlos. Ahora bien, todavía falta mucho para que la capital mexicana solucione sus problemas ecológicos, ya que estos son también, y sobre todo, problemas sociales. En este contexto, el único punto de acuerdo es que la contaminación del agua y del aire afecta a todos, tanto a los ricos como a los pobres. Aún más, puesto que los vientos dominantes en la cuenca soplan desde el norte hacia el sur, las tolvaneras que nacen en las urbanizaciones marginales del noreste suelen recaerse en los barrios elegantes del sur y del oeste. De la misma manera, según los datos del simat

44

se declara como área natural protegida, bajo la categoría de zona sujeta a conservación ecológica, la superficie que se indica de los ejidos de Xochimilco y San Gregorio Atlapulco, D. F.”, 7 de mayo de 1992, disponible en: http://www.paot.org.mx/chinampa/documentos/zppcee07051992.pdf, consulta: 7 de septiembre de 2008. Ya en 1965, el Proyecto lago de Texcoco, rescate hidrológico, pretendía salvar el antiguo lago de Texcoco mediante el tratamiento de aguas residuales para volverlo a alimentar. En los años noventa, los arquitectos Teodoro González de León y Alberto Kalach propusieron otro proyecto controvertido: La vuelta a la ciudad lacustre, basado en la construcción de lagos artificiales de gran profundidad y poca superficie, para almacenar el agua con la menor evaporación posible; la reforestación de áreas desnudas con el fin de combatir las tolvaneras, la recarga de los acuíferos y la recuperación de suelos agrícolas, entre otras obras.

30 / ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial (Sistema de Monitoreo Atmosférico de la ciudad de México), las concentraciones de ozono son mucho más fuertes en la zona suroeste del de la zmcm que en las delegaciones y municipios conurbanos del norte donde se concentran las actividades industriales.45 En una ciudad que experimenta una desigualdad social tan fuerte, es algo divertido ver que la propia naturaleza mantenga cierta justicia espacial…

45

Por ejemplo, el 3 de septiembre de 2008, según el Sistema de monitoreo atmosférico de la Ciudad de México (SIMAT), el valor máximo del ozono en la zona Suroeste alcanzó 130 (índice metropolitano de calidad del aire: malo), cuando en la zona Noreste el índice no ha rebasado los 66 puntos (regular). Disponible en http://www.sma.df.gob.mx/simat/, consulta: 3 de septiembre de 2008.

Figura 1.1 El valle de México a principios del siglo xvi. Ilustración de Alain Musset y Anne-Marie Barthélémy.

Figura 1.2 Los lagos de México y la Bestia del Apocalipsis. Plano atribuido a Adrian Boot (1620) y publicado en: Gemelli Carreri, Giro del Mondo, s. c., s. e., 1700.

Figura 1.4 Presa y compuerta del túnel de Tequixquiac. Fotografía de Alain Musset, 2007.

Figura 1.5 El río Salado recibe parte de las aguas negras de México. Fotografía de Alain Musset, 2007.

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