La circularidad entre el arte bello y el verdadero crítico en la estética de Hume

August 28, 2017 | Autor: Juan Sanguineti | Categoría: David Hume, Estética, Estetica, Arte, Critica De La Obra Artistica, Del Criterio Del Gusto
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LA CIRCULARIDAD ENTRE EL BELLO ARTE Y EL VERDADERO CRÍTICO EN HUME Juan Matías Sanguineti Universidad Nacional del Litoral [email protected]

El objetivo del presente trabajo es determinar si, en el célebre ensayo de David Hume Del Criterio del Gusto, el bello arte establece quién es el verdadero crítico y viceversa. Algunos autores consideran que existe esta viciosa circularidad y otros han reaccionado afirmando lo contrario. Al respecto sostendremos que la disolución de tal circularidad por parte Kivy y Korsmeyer no es satisfactoria, y que la circularidad que sostienen Brown y Noxon no se deriva textualmente, ni del planteo de Hume. Para probar nuestra hipótesis primero presentaremos el ensayo de Hume; luego, la postura de los autores mencionados; y por último, analizaremos estas posturas en relación a dicho ensayo. --------------------------------------------------------- I -----------------------------------------------------------Según Hume, es natural la búsqueda un criterio que permita discernir entre lo bello y lo que no lo es, tal criterio serviría para condenar o confirmar los sentimientos de los hombres respecto a lo bello. Pero esta investigación se ve impedida por cierta filosofía que Hume presenta, según la cual: todo sentimiento es correcto porque no refiere a algo más allá de sí mismo y es siempre real; sólo las determinaciones del entendimiento pueden no ser correctas pues refieren a algo más allá de sí mismas, siendo sólo una la correcta; el sentimiento sólo denota una conformidad entre el objeto y las facultades de la mente; la belleza no es una cualidad de las cosas; nadie debe regular los sentimientos de los otros; no tiene sentido discutir sobre gustos. Hume contrapone la anterior filosofía a cierto sentido común: Obilby (un escritor prácticamente desconocido hoy día) es peor que Milton (escrito que todavía se enseña); nadie presta atención al gusto de quien afirma que Ogilby es mejor que Milton, pues tal gusto sería ridículo; Homero gustó en Grecia y también es admirado en Londres; la autoridad y el prejuicio puede hacer populares a un mal poeta temporalmente, pero el verdadero genio encuentra más admiración cuando más esparcidas y perdurables se hallen sus obras. Por tanto, Hume afirma que hay ciertos principios generales de aprobación y reprobación cuya influencia puede ser trazada por una mirada cautelosa. De aquí que

algunas cualidades y formas están calculadas para gustar o para disgustar según la estructura de nuestra mente. Estos principios son identificados por Hume también como reglas de composición, pero aclara que no pueden ser fijadas por razonamientos a priori, sino por la experiencia. Éstas serían descubiertas por observaciones generales sobre lo que ha sido universalmente placentero en todos los países y épocas. Pero registrar la inspiración de la imaginación y reducir toda expresión a la verdad geométrica sería lo más contrario a las leyes de la crítica, pues produciría una obra insípida. Sin embargo, la poesía debe ser guiada, según Hume, por reglas descubiertas por el autor, por su observación o genio. Los escritores irregulares no placerían porque rompen las reglas, sino a pesar de ello: las bellezas de su trabajo superan sus errores. Y si nuestro placer surgiese por una parte de la obra que consideramos errónea, entonces deberíamos cambiar nuestras reglas críticas, pues no sería errónea. Sin embargo, según Hume, si las obras que están calculadas para gustar por naturaleza fallan en un caso particular, se debe a un defecto en el órgano del crítico. Ocurren situaciones e incidentes que, o bien arrojarían una falsa luz sobre los objetos, u obstaculizarían que la verdadera forma trasmita a la imaginación el sentimiento o percepción adecuados. Lo mismo sucedería en el caso de un hombre afiebrado que no puede decidir en lo concerniente a sabores. Pero como habría un acuerdo considerable en los sentimientos entre los hombre en un estado eficaz de sus órganos, Hume sostiene que es posible derivar a una idea de la belleza perfecta. Por lo que sólo un hombre en un estado eficaz y no defectuoso podría proporcionar un verdadero criterio del gusto y sentimiento. A partir de la anterior consideración, Hume afirma que una carencia de delicadeza de la imaginación es una causa que produce un defecto en el sentimiento de belleza. Para desarrollar esta noción se vale de un relato de Sancho Panza en Don Quijote, según la cual dos de los parientes de Sanchos fueron invitados a degustar de un vino de cierta cuba que se suponía excelente. Pero uno detectó un sutil sabor a cuero en el vino, y el otro, a hierro. Ambos fueron ridiculizados hasta que vaciaron la cuba y encontraron en el fondo una llave con una cuerda de cuero. De este modo, Hume define a la delicadeza de la imaginación como la exactitud de la imaginación para percibir lo sutil, aunque también la llama “delicadeza del gusto” sin hacer una distinción. Con este ejemplo, nuestro filósofo sostiene que se debe admitir que, aunque la belleza y la deformidad no son cualidades de los objetos así como la amargura y la dulzura, existen ciertas cualidades en los objetos que están hechas por naturaleza para producir determinados sentimientos en nosotros. Aquí, los principios o reglas de la belleza

funcionarían como la llave el fondo de la cuba, pues según tales principios podría corregirse el gusto de quienes no poseen delicadeza de la imaginación. Pero a su vez, con este ejemplo muestra que frecuentemente estas cualidades pueden estar en un bajo grado, sin afectar al gusto de quienes no poseen un órgano lo suficientemente exacto o delicado para percibir hasta lo más sutil. Sin embargo, Hume afirma que, por ejemplo, quizá las bellezas de la literatura jamás puedan ser reducidas a principios, pero ello no impediría la preferencia del juicio de un hombre por sobre el otro. Habrá diferencias en gustos, pero igualmente será preferible el juicio de aquellos que posean delicadeza de gusto porque son sensibles a cada belleza o defecto de una composición. Por otro lado, aquí Hume adelanta una cuestión que surgirá posteriormente con más fuerza, afirma que la mejor manera de hallar delicadeza de la imaginación en alguien es apelando a aquellos principios que han sido establecido por la experiencia en todas las naciones y épocas: es seguro que el juicio de quien posee delicadeza de la imaginación apruebe de los principios de la experiencia, los clásicos. Por otro parte, Hume nota que las personas difieren en cuanta delicadeza poseen pues ésta mejora con la práctica de un arte particular y experimentando o pensando sobre un tipo de belleza en particular. Cuando los objetos son presentados a la imaginación por primera vez, el sentimiento que surge sería confuso y oscuro, y la mente no sería capaz de pronunciarse acerca de sus defectos y méritos. Lo más que se puede esperar sería un pronunciamiento sobre la obra en su conjunto. Pero cuando uno gana experiencia, el sentimiento se volvería más exacto y fino, capaz de asignar el elogio o la censura que le corresponda a cada parte. Por otro lado, Hume sostiene que también debe ser un requisito el analizar una obra más de una vez para emitir un verdadero juicio sobre la belleza. En una primera impresión de una obra no se percibe la relación de las partes, los verdaderos caracteres del estilo se distinguirían poco, y los defectos y perfecciones se presentarían indistintamente a la imaginación. Incluso, existiría una belleza superficial que agrada en una primera instancia pero que al hallarla incompatible con la justa expresión de la razón o de la pasión, desagrada al gusto. Así mismo, Hume considera que también es necesario comparar las diferentes clases de bellezas para juzgar apropiadamente. Sólo con la comparación sería posible asignar a cada objeto su lugar correspondiente entre las producciones geniales y fijar epítetos de alabanza o rechazo. El pintarrajo más burdo puede contener cierto grado de exactitud imitativa que sería agradable a un campesino o indio, pero ello porque es gente no familiarizada con bellezas más complejas y elevadas. Pero una belleza mediocre molestaría al versado.

Otro requisito que Hume considera necesario es el mantenerse libre de todo prejuicio. Toda obra de arte requiere de cierta situación o punto de vista para disfrutar plenamente de su debido efecto. Los sentimientos de un crítico que juzgue una obra dirigida a una época o nación distinta a la propia, se hallarían corrompidos si no impone a su imaginación la violencia requerida para olvidarse de sí mismo. Pues las bellezas y defectos de la obra no ejercerían sus efectos adecuados, y su gusto se apartaría de la verdadera norma del gusto. El buen sentido también es un requisito para gustar apropiadamente una obra según Hume. A fin de percibir la consistencia y uniformidad en su conjunto, la belleza y la deformidad no pueden ser percibidas por aquel cuyo pensamiento no es capaz de aprehender y comparar todas las partes de una obra. Esto porque toda obra de arte responde a cierto propósito para el cual está pensada, y su perfección consiste en el grado de adecuación a su fin. Pareciese que Hume refiere a cada obra de arte en particular, pero luego afirma que el fin de la poesía en general es agradar. De este modo, según las anteriores consideraciones, Hume sostiene que aunque los principios del gusto sean universales en todos los hombres, pocos serían los cualificados para emitir su juicio sobre una obra de arte. Sin embargo, su postura da un paso más radical. Quien cumpla los requisitos establecidos para emitir juicio de acuerdo con los principios universales, no solo puede pretender que su juicio es universal, sino que según Hume, efectivamente es la verdadera norma del gusto y belleza. De aquí que el problema sobre cuál es la norma del gusto ahora es: ¿en a dónde están y cómo reconocer a estos críticos? Aquí Hume condujo el problema a otro terreno, yo no es una cuestión sobre el sentimiento, siendo el subjetivismo una consecuencia difícil de escapar. Ahora el problema es de hecho. Pero el que una persona esté dotada de una delicadeza de la imaginación, libre de prejuicios, etc., puede ser a menudo materia de discusión. Sin embargo, Hume remarca que este problema está sometido al entendimiento, y en donde surgen dudas, lo mejor que se puede hacer es buscar los mejores argumentos para sostener una posición. Pero sostiene que la dificultad no es tan grande como parece, pues como ya ha mencionado, los clásicos han permanecido a través distintas épocas y naciones. Esto al contrario de las teorías y filosofías que se suceden unas a otros. Con ello, Hume pare sugerir que el juicio de los verdaderos críticos al menos debe acordar sobre los clásicos. Sin embargo, Hume brinda otra pista para reconocer al crítico, sostiene que a los hombres de buen gusto se los distingue fácilmente en la sociedad por la solidez de su entendimiento y la superioridad de sus facultades sobre el resto de la humanidad. Además, la influencia que adquieren otorga preeminencia a las producciones de los genios que aprueban. Hume

no se detiene a profundizar el nuevo giro del problema y afirma que fue suficiente con probar que el gusto de algunos es preferible al de otros. Por otro lado, a pesar de todos los esfuerzos por defender la uniformidad del gusto, Hume reconoce que existen dos fuentes de discrepancia que no permite que se dé preferencia a un sentimiento sobre el otro. Pero estas fuentes no serían suficientes para confundir las fronteras de lo bello y la deformidad. Una es los diferentes temperamentos de los hombres; la otra, los hábitos y opiniones particulares de la propia época y país. De este modo, un hombre joven según Hume, cuyas pasiones son más intensas, será más afectados por imágenes de amor y ternura que un hombre de avanzada edad, quien disfrutará con las reflexiones prudentes y filosóficas respecto a la moderación de las pasiones. A una persona le puede agradar más lo sublime, a otra, la ternura, a otra lo burlesco; uno tiene una fuerte sensibilidad para los defectos y es extremadamente cuidadoso con la corrección, otro tiene un sentimiento más vivo de la belleza y perdona veinte defectos por un trazo elevado. De aquí que se escoja al autor favorito por la similitud de temperamento. Pero tales preferencias no podrían ser objeto razonable de disputa ya que no hay norma que pueda decidir la cuestión. Así mismo, Hume afirma que nos agradan más las escenas y personajes que nos recuerdan los que encontramos en nuestra propia época y país, frente a los que describen un conjunto diferente de costumbres. Aquí tampoco es posible una disputa al respecto, pero un hombre culto puede aceptar hábitos que nos son los suyos, aunque un auditorio popular no es capaz de desviarse tanto de sus ideas y sentimientos usuales. Ante la controversia sobre la sabiduría antigua y moderna, Hume considera que estas reflexiones pueden hacer un aporte. Los hábitos inocentes en obras antiguas deben ser aceptados, un hombre que se sorprenda de ellos daría prueba de una falsa delicadeza. De otro modo, el monumento más duradero que el bronce del poeta se derrumbaría si los hombres no aceptaran las continuas modificaciones de costumbres. Pero cuando las ideas de moralidad se alteran de una época a otra, debe admitirse que esto desfigura el poema y constituye un defecto. Así, el fanatismo y la superstición, confunden los principios morales y deben ser por siempre reprochables. En cambio, no ocurre lo mismo con las opiniones especulativas que con los principios morales, pues los primeros están en continuo flujo y ellos no desvirtúan el valor de una composición. Solo necesitaríamos un giro de nuestra imaginación para disfrutar con los sentimientos derivados de estas opiniones. ------------------------------------------------------- II --------------------------------------------------------------

Según Brown, la delicadeza del gusto es susceptible de una prueba, pues Hume considera que donde se pueda encontrar delicadeza del gusto, hallaremos los principios del gusto. Aquí habría una circularidad, Hume asume lo que debe demostrarse: Hume has assumed what was to be proved in order to establish a corollary of the main argument. The whole proposition can in fact, be reduced to an absurdity: a standard of taste exists because the common sense and common sentiment of all ages are in agreement in judging certain authors, and they agree because there is a standard of taste upon which their judgements have been formed.1

Brown considera que el hecho de encontrar a quienes poseen delicadeza por su conformidad con la norma es un corolario vicioso del argumento principal del Hume, a saber, que existe una norma del gusto. Pero ello es difícil de comprender si nos atenemos al texto de Brown, pues para Hume la delicadeza es parte de la explicación sobre el defecto de los órganos que debilitan la influencia de las normas generales y no un corolario de que exista una norma. De aquí que, del que exista una norma y de que se encuentren a quienes posean delicadeza por su conformidad a ésta, no se deriva una circularidad. Hume luego afirmará que el juicio de quienes tienen delicadeza y otras cualidades, es la verdadera norma. Es esta etapa de la argumentación de Hume que puede entenderse como el corolario falaz que Brown indica. Por otro lado, James Noxon, luego de analizar el ejemplo de Cervantes usado por Hume, afirma que la objeción más probable de plantear contra Hume es que “...his argument involves him in a circle” 2 . Pues el juicio autorizado del experto establecería cuál es la belleza artística, pero a su vez, identificaríamos a los verdaderos expertos por su habilidad de reconocer tal belleza. Sin embargo, Noxon considera que a pesar de esta lógica viciosa, el círculo circunscribe una verdad histórica. No sería fácil entender cómo una obra es preservada excepto habiendo ganado la admiración de aquellos preocupados en proteger y descubrir las más finas producciones artísticas. A su vez, no es menos fácil entender cómo los expertos se acreditan sino es demostrando su capacidad de apreciar tales producciones. De aquí que Noxon considere que quizá esta circularidad es mejor de lo que aparenta. Desde otra perspectiva, Carolyn Korsmeyer considera que la renuencia de Hume para discutir las cualidades del arte que el buen crítico viene a percibir, puede ser tomada por un lector antipático como una circularidad velada, “...'good art' is 'that art which is appreciated by the delicate taste,' and 'delicate taste' is a 'disposition to appreciate good art'” 3 . Al respecto, sostiene que la sospecha de circularidad puede despejarse “...by grounding a factor of the standard of taste in the art object itself” 4. Por lo que ello nos dejaría con la pregunta –según Korsmeyer- sobre de qué manera estamos constituidos como para tener

las mismas preferencias estéticas, y cuáles son las características de los objetos son sensibles al gusto delicado. Por otra parte, Peter Kivy intenta romper con la circularidad definiciónal que se le ha atribuido al texto de Hume, según la cual resumen de la siguiente manera: (1) good works of art are works of art approved by good critics; (2) good critics are critics possession five requisite qualities; and (3) critics possessing the five requisites qualities are critics who approve good works of art.5

De aquí que se pregunta si esta es una representación justa del texto de Hume. Al respeto, sostiene que hay una circularidad con respecto a la cualidad de la práctica y la comparación. Kivy se apoya en ciertos pasajes donde Hume explica estos requisitos: la práctica para Hume es “...la contemplación frecuente de una especie de belleza particular” 6, y el uso de la comparación es “...establecer comparaciones entre las especies y los grados de excelencia...”7. Según Kivy, debemos saber qué es la excelencia antes de determinar si un crítico ha contemplado frecuentemente una belleza particular, y debemos saber qué es la excelencia antes de determinar si un crítico establece comparaciones entre grados de excelencia. Por tanto, debemos ser capaces de reconocer la belleza antes de ser capaces de determinar si un crítico posee estas características, pues ellas la suponen. De aquí que haya una circularidad. Por otro lado, no habría circularidad con la cualidad de la delicadeza del gusto, la carencia de prejuicio y el buen sentido. Ello porque las últimas comparten alguno en común: “...are qualities not limited to critics alone”8, pues también serían requisitos de otras actividades. Puede pensarse que la delicadeza del gusto es propia del crítico estético, pues se reconoce a quien posee tal característica en tanto que acuerda con la norma. Pero Kivy nos recuerda que, en el ensayo “Of Delicacy of Taste and Passion”, Hume relaciona la sensibilidad estética con la sensibilidad emotiva en general, implicando que es probable que aquellos individuos caracterizados por la última posean también la primera: How far delicacy of taste, and that of passion, are connected together in the original frame of the mind, it is hard to determine. To me there appears a very considerable connexion between them. For we may observe that women, who have more delicate passions than men, have also a more delicate taste of the ornaments of life, of dress, equipage, and the ordinary decencies of behaviour. Any excellency in these hits their taste much sooner than ours; and when you please their taste, you soon engage their affections. 9

Por tanto, Kivy afirma que, con vista a una definición que no se restrinja al buen arte, podemos identificar al que posee delicadeza del gusto de otro modo. La delicadeza de la pasión cumpliría esta tarea, dado que es concomitante. Así, el buen arte es indicado por los

buenos críticos, los buenos críticos poseen delicadeza del gusto y la delicadeza del gusto es concomitante a la delicadeza de la pasión Aquí el círculo está salvado, el buen arte no es necesario para determinar quién posee la cualidad. Por otro lado, sirviéndose del Tratado de la Naturaleza Humana, Kivy afirma que el estar libre de prejuicios es también un requisito que Hume exige a los juicios morales para que se funden en el sentimiento universal, y no en una preferencia personal. Por ello, no hay circularidad en la definición del estar libre de prejuicios, del mismo modo que no la hay con la delicadeza de la imaginación. Finalmente, Kivy sostiene que el buen sentido puede ser difícilmente considerado como un atributo solamente de los críticos, pues de acuerdo con Kivy “...it is precisely Hume’s point here that intelligence is as much a part of criticism as it is of rational inquiry”10. Por tanto, aquí tampoco habría circularidad definicional. En resumen, Kivy sostiene que, habiendo definido el buen arte en términos de buen crítico, Hume no necesita definir las cualidades del buen crítico en términos de buen arte, pues otros pueden poseer las cualidades. De esta forma, el círculo se rompe. -------------------------------------------------------- III -----------------------------------------------------------Desde nuestra perspectiva, la circularidad no está salvada al modo que Kivy propone. Él sostiene que no necesariamente el buen arte nos indica quién posee –por ejemplodelicadeza del gusto, pues la delicadeza de la pasión cumpliría con esta tarea. Pero puede que no haya forma de indicar si alguien posee delicadeza de la pasión, con lo cual nos quedaría solo el indicador de la delicadeza del gusto. A saber, que quien la posee acuerda con el buen arte posee delicadeza del gusto. Solo que ahora este indicador también nos ayuda a determinar quién posee delicadeza de la pasión. Por tanto, el círculo aún no se resuelve si no se establecen cuáles serían los indicadores que nos permiten determinar quién posee delicadeza de la pasión, tarea que Kivy no realiza. Lo mismo sucedería con los demás requisitos que Kivy sostiene que no pertenecen exclusivamente al crítico de arte: la carencia de prejuicio y el buen gusto. En contraste, Korsmeyer no desarrollo su solución, la brinda más bien a forma de pista, por ello nosotros derivaremos las consecuencias de su propuesta. Según Korsmeyer la circularidad puede ser despejada fundando la norma del gusto en el objeto mismo. De este modo, parece sugerir que el objeto bello sería una instancia independiente de quien posee delicadeza del gusto, pues sería bello en sí, y sería un elemento que funda a la norma. Ello se sostiene porque para Hume, los objetos de arte bello, los clásicos, son por naturaleza bellos: poseen ciertas características que por nuestra naturaleza consideramos bellos. De aquí que Korsmeyer se pregunte por cuáles son las características de los objetos que son sensibles al gusto para resolver el problema. Sin embargo, ante esta pregunta el círculo se

cierra de nuevo, pues para Hume quienes pueden responderla son sólo los verdaderos críticos, ellos poseen las cualidades necesarias para determinar qué gusta por naturaleza. En respuesta a Brown, cuya interpretación se sirve de ciertos pasajes de Hume, sostenemos que la circularidad que le atribuye no se puede derivar textualmente. Son principalmente dos pasajes desde los que se infiere la circularidad: 1.

Donde sea que puedas encontrar una delicadeza del gusto, es seguro que ella encontrará aprobación y la mejor manera para hallarla es apelar a aquellos modelos y principios que han sido establecidos por el consentimiento y la experiencia uniformes de las naciones y las épocas.11

2.

Y el verdadero veredicto a él unido [quien posee las cinco cualidades del verdadero crítico], si es que puede ser hallado, es el verdadero criterio del gusto de la belleza. 12

Sin embargo, Hume sólo afirma que, donde hay delicadeza de la imaginación es seguro hallar aprobación del buen arte. Ello no se puede extender válidamente al modo de hallar al verdadero crítico, pues debe poseer además otras cualidades: el verdadero experto debe poseer tal delicadeza pero ello no es suficiente. Por lo cual, la circularidad se rompe en tanto que es falso que Hume afirma que el hallaremos al verdadero crítico porque aprueba el buen arte. Ahora, podría pensarse que la circularidad entonces sólo se restringe a la delicadeza del gusto: “...'good art' is 'that art which is appreciated by the delicate taste,' and 'delicate taste' is a 'disposition to appreciate good art'”. Pero ello es falso: quienes poseen delicadeza del gusto no determinan al buen arte, pues son los verdaderos críticos quienes lo determinan. Como ya mencionamos, la delicadeza del gusto es requisito necesario pero no suficiente del verdadero crítico. Por tanto, no hay circularidad en la delicadeza del gusto. Por otro lado, Noxon podría objetar que la circularidad se puede inferir del planteo de Hume: ante la pregunta sobre cómo reconocer a los verdaderos críticos, Hume establecería cómo necesario el que su juicio apruebe el buen arte. Este arte es aquel que posee ciertas características que nos agradan por nuestra naturaleza. La opinión de quienes no gustan de tales obras se explica por la carencia de las cualidades que se requieren para que el propio sentimiento se conforme a lo que nos gusta por naturaleza. Por tanto, quienes poseen estas cualidades deben gustar de lo que ha gustado por naturaleza, el clásico. Luego, Hume afirma el juicio de que quienes poseen estas cualidades es la verdadera norma del gusto. Ello se comprende en tanto que los verdaderos críticos son aquellos cuyo juicio es lo que verdaderamente gusta a la naturaleza humana. Aquí se identifica entonces la norma del gusto que posee la naturaleza humana con la opinión del crítico, y el círculo se cierra. El buen arte es el que define al verdadero crítico y el verdadero crítico es aquel cuyo sentimiento aprueba el buen arte.

Sin embargo, consideramos que anterior objeción deriva de un supuesto falso, pues según el planteo de Hume, el buen arte no determina absolutamente quién es el verdadero crítico. Al respecto sostenemos que, el que el verdadero crítico deba aprobar el buen arte es una condición necesaria, pero no suficiente para indicar quién es el verdadero crítico. Es cierto que el no aprobar el clásico es un indicador de que no se poseen las cualidades de un verdadero crítico. Pero otros también pueden gustar del clásico y no se verdaderos críticos, esto es, no poseer las cinco cualidades. De aquí que Hume se pregunte por cómo reconocerlos: si el aprobar el buen arte sería condición necesaria y suficiente para encontrar al buen crítico, esta pregunta de Hume no tendría cabida en el momento en que la formula, pues ya ha afirmado que es seguro encontrar a quienes poseen delicadeza del gusto por su juicio, pues éste siempre es conforme con el buen arte. Al respecto, Hume señala otra forma de distinguir a quienes poseen las cualidades de un verdadero crítico, a saber, argumentando. Así mismo, propone un criterio social, pues el verdadero crítico es quien está en la cima de la sociedad: ...son fáciles de distinguir en la sociedad por la firmeza de su entendimiento y la superioridad de sus facultades por sobre el resto de la humanidad. La altura que adquieren da preeminencia a esa vívida aprobación con la cual reciben las producciones de los genios y la vuelve predominante.13

De aquí que el círculo se rompa, la aprobación del buen arte no es el indicador suficiente para reconocer al verdadero crítico, aunque sí necesario, y al mismo tiempo, Hume propone otros indicadores. Por otro lado, también es falsa la otra proposición del círculo, a saber, que el buen arte, todo buen arte, es determinado por el verdadero crítico. Cuando Hume sostiene que el verdadero crítico es quien determina cuál es el buen arte según la verdadera norma, se refiere a un arte que aún no se ha ubicado en el puesto de belleza que le corresponde. Esto es, el arte presente, éste es que juzga el crítico y lo ubica: “...puede evaluar los méritos de una obra que le es exhibida y asignarle su puesto exacto entre las producciones de los genios”14. Pero el crítico no puede determinar cuál es el buen arte pasado, el clásico, éste ya está determinado por la perdurabilidad en el tiempo a través de naciones. En este sentido el crítico no determina el arte. Por lo cual, supuesta circularidad quedaría disuelta de la siguiente forma: el verdadero crítico determina cuál es el buen arte presente pero no el pasado, y el buen arte pasado, el clásico, nos ayuda a indicar quién es el buen crítico, pero esta ayuda no es suficiente.

BIBLIOGRAFÍA Brown, Stuart, “Observations on Hume’s Theory of Taste”. English Studies, Vol. 20, No. 5, 1938, pp. 193-198. Hume, David, “Del Criterio del Gusto”, en: De la tragedia y otros ensayos sobre el gusto, trad. M. Marey, Biblos, Buenos Aires, 2003, pp. 47-70. Hume, David, “Of the delicacy of Taste and Passion”, en: Selected Essays, Oxford Word’s Classics, UK, 1998, pp. 10-13. Kivy, Petter, “Hume's Standard of Taste: Breaking the Circle”. British Journal of Aesthetics, vol. 7, No. 1, (Jan, 1967), pp. 57-66. Korsmeyes, Carolyn, “Hume and the Foundation of Taste”. The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Vol. 35, No. 2 (Winter, 1976), pp. 201-215. Noxon, James, “Hume’s Opinion of Critics”. The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Vol. 20, No. 2 (Winter, 1961), pp. 157-162.

Brown, Stuart, “Observations on Hume’s Theory of Taste”. English Studies, Vol. 20, No. 5, 1938, p. 196. 2 Noxon, James, “Hume’s Opinion of Critics”. The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Vol. 20, No. 2 (Winter, 1961), p. 160. 3 Korsmeyes, Carolyn, “Hume and the Foundation of Taste”. The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Vol. 35, No. 2 (Winter, 1976), p. 205. 4 Ibídem, p. 206. 5 Kivy, Petter, “Hume's Standard of Taste: Breaking the Circle”. British Journal of Aesthetics, vol. 7, No. 1, (Jan, 1967), p. 60. 6 Hume, David, “Del Criterio del Gusto”, en: De la Tragedia y Otros Ensayos Sobre el Gusto, trad. M. Marey, Biblos, Buenos Aires, 2003, p. 58. 7 Ibídem, p. 59. 8 Kivy, Petter, Op. cit. p. 61. 9 Hume, David, “Of the Delicacy of Taste and Passion”, en: Selected Essays, Oxford Word’s Classics, UK, 1998, p. 345. 10 Kivy, Petter. Op. cit., p. 63. 11 Hume, David, “Del Criterio del Gusto”, ed. cit., p. 58. 12 Ibídem, p. 61. 13 Ibídem, p. 64. 14 Ibídem, p. 60. 1

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