La Casa de Beneficencia. Control social en una institución valenciana de carácter benéfico-asistencial

August 2, 2017 | Autor: J. Candela Guillén | Categoría: Etnologia, Valencia, Historia Contemporánea de España
Share Embed


Descripción

La Casa de Beneficencia. Control social en una institución valenciana de carácter benéfico-asistencial Antonio Ariño Villarroya José María Candela Guillén

El control social en el Estado liberal La ciudad del siglo XIX se constituye en el escenario del poder, de la economía, de la política, el lugar donde se dan cita, conviven y trabajan banqueros, autoridades civiles, militares y eclesiásticas, empresarios, comerciantes y todas las nuevas profesiones que emergen a la luz del desarrollo del capitalismo y la burguesía, su principal impulsor y artífice. La ciudad ofrece el marco idóneo en el que se gestan y donde se ponen de manifiesto las grandes fortunas burguesas, al amparo de un sistema y una legislación favorables que facilitarán la obtención de grandes beneficios económicos y que dará como resultado una fisura social cada vez más amplia. En efecto, la aparición de grandes bolsas de potenciales obreros empujados desde el campo produjo, con el desarrollo industrial, el afianzamiento de una nueva clase de pobreza asociada al ámbito del trabajo fabril, cuyo aumento constante explica la rápida modificación del paisaje urbano. La necesidad de acoger más población motivó el derribo de las murallas que circundaban la ciudad histórica medieval y, de igual manera, se constató una clara segregación espacial. Surgieron así barrios obreros a las afueras de las ciudades en donde el hacinamiento, la falta de higiene y la carencia de infraestructuras mínimas se constituyeron en características indisociables, y de otro lado ensanches en los que la planificación urbanística y las nuevas ideas higienistas dotaron de toda clase de mejoras, como el alumbrado público, el asfaltado de las vías, el agua potable y viviendas confortables. El liberalismo político propugnó, en este clima de profundas divisiones sociales y económicas, un nuevo concepto del poder y del control social para erradicar en lo posible cualquier atisbo de insurgencia y de desorden. El pauperismo, que había sido asumido desde otros presupuestos ideológicos y prácticos en el Antiguo Régimen, trata ahora de ser domesticado en base a unos argumentos no instalados solamente en razones religiosas, sino en criterios acordes con principios de legitimidad social y económica de la burguesía. Pero para que esta nueva noción de poder y de control social prosperara era necesario establecer “mecanismos susceptibles de inducir actitudes y configurar comportamientos y opiniones” (Fraile, 1992), es decir, implementar toda una red productiva que pasa a través de todo el cuerpo social, que cala en los individuos, que produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos, en palabras de Foucault. Estamos pues ante un sistema que interviene en la vida, en los hábitos y hasta en la mentalidad de los individuos, y que para prevenir las desviaciones requiere de importantes mecanismos de vigilancia. La modelación de actitudes y valores corrió a cargo de la Iglesia hasta el siglo XVIII, y aunque en el siglo XIX pervive su influencia de manera decisiva, será el aparato burgués el que extenderá e inculcará con éxito su idea del orden y de la moral, empresa para la cual necesitará y empleará recursos materiales y humanos y se dotará de autoridad para imponer y mantener sus valores. El control social se ejerce en todos los órdenes de la vida, desde la regulación del comercio hasta la ordenación del territorio, plasmada en los Tratados de Policía, pasando por el diseño de cárceles, hospitales, hospicios o correccionales. El sistema

benéfico-asistencial, pues, será uno de los elementos fundamentales en que cristaliza con mayor énfasis y calado el intento de legitimación de los valores socioeconómicos y morales imperantes en esta etapa. A través del análisis arquitectónico y administrativo de estas instituciones puede intuirse “cómo proyectan sus miedos e intereses los grupos dirigentes que las modelan, cómo se configuran a base de sus propios esquemas económicos, refuerzan con ello sus programas políticos, en ellas proyectan sobre el resto de la sociedad sus representaciones mentales, sus sistemas de comportamiento, los nuevos hábitos de trabajo y previsión, diseñan moldes de sumisión y dependencia, estrategias de control, mensajes de religiosidad y sociabilidad” (Carasa Soto, 1992:85). Desde este punto de vista, la pobreza y la asistencia benéfica habrán de entenderse necesariamente como una historia de confrontación entre dos actitudes, dos mentalidades, dos intereses económicos, dos modelos sociales distintos y a menudo contrapuestos, superando el gastado antagonismo patrono-asalariado/ capital-trabajo acuñado por los postulados de la historiografía economicista para analizar no sólo las estructuras sociales y económicas, sino también las vivencias personales y sociales del individuo. De ahí que la antropología y la historia hayan de caminar juntas para estudiar la evolución y características del pauperismo y la asistencia social, haciendo confluir en ellas elementos como la colectividad y el individuo, la clase dirigente y las masas, la economía y la sociedad, las mentalidades y la política, la antropología y la sociología, lo religioso y lo material (Carasa Soto, 1992:86-88). Precisamente la incursión de la antropología y la sociología en el estudio de la pobreza y la asistencia benéfica ha hecho posible constatar la validez del método prosopográfico y del método de la historia oral. Esta última podría surtirnos de todo un compendio de experiencias vivenciales de asilados o antiguos asilados cuyas biografías relatadas nos proporcionaría una gran cantidad de datos para calibrar el grado de inserción de la persona en la sociedad y/o la permanencia de actitudes de resistencia. De igual manera, la entrevista a informantes que formaron o forman parte del sistema como asistentes podría ofrecernos el correlato de valores, el poso ideológico, actitudes, concepciones religiosas, etc. de los detentadores del control social.

Fachada de la Beneficencia En la Valencia preindustrial los establecimientos de carácter benéfico-asistencial más importantes fueron el Hospital General1 y la Casa de la Misericordia, que responden a una funcionalidad polivalente cuya finalidad última es el socorro a menesterosos y miserables bajo el prisma de la caridad cristiana. El primero tiene como cometido el auxilio de los enfermos pobres, de los expósitos y de los dementes de ambos sexos. La Casa de la Misericordia ampara a impedidos y ancianos, acoge a niños expósitos y sirve como hospicio para la infancia y primera juventud desamparada, utilizándose de igual manera como lugar de encierro y corrección para vagabundos y mendigos (Díez R., 1992:109). El concepto de la caridad cristiana irá progresivamente evolucionando hacia la racionalización de la pobreza, la cual distingue entre los pobres verdaderos (pobres de solemnidad), identificada con las condiciones socioeconómicas de los que la padecen y aceptada socialmente como una realidad inevitable, y los pobres falsos (pobres vergonzantes) vinculada a la vagancia y a la depravación moral y perseguida y reprimida por los poderes públicos por tratarse de un peligro social. Este tipo de pobreza es objeto de un proceso de cauterización a través del cual se intentará por todos los medios posibles controlar, vigilar y neutralizar a todo tipo de elementos perniciosos tales como malentretenidos, vagos y vagabundos, recluyéndolos en instituciones que nacen como fruto de la sensibilidad religiosa y de la preocupación política y donde la

1

Para un análisis más detallado de los hospitales en la Baja Edad Media en Valencia ver: RUBIO VELA, A. (1984): Pobreza, enfermedad y asistencia hospitalaria en la Valencia del siglo XIV. Valencia, Institució Alfons el Magnànim. Para la Edad Moderna ver LOPEZ TERRA, M.L. (1987): El Hospital General de Valencia en el siglo XVI (1512-1600). Valencia, Universidad de Valencia; VILAR DEVIS, M.M. (1990): El Hospital General en el siglo XVII (1600-1700). Valencia, Universidad de Valencia.

tutela del individuo conllevará un programa de tratamiento y corrección en el que no está exento el castigo corporal. Ya en el siglo XIX, la asistencia al pobre deviene en ciencia política, entendida aquí como ciencia “porque su solución no proviene de medidas orquestadas por principios religiosos y supersticiosos, sino de medidas fundadas en una teoría del comercio y la producción de riquezas” (Alvarez Uría, 1986). Este cambio de protagonismo de la Iglesia al Estado liberal sobre el control de la asistencia benéfica obedece a la lucha de fuerzas entre ambas instituciones que se produjo a lo largo de todo el siglo XIX y que desembocaría en la supremacía absoluta del Estado-Providencia sobre la institución eclesiástica. La pérdida de la Iglesia en el pulso sobre “el negocio de los pobres” cristalizó en el incremento de poder conferido a los ayuntamientos y juntas provinciales a través de la promulgación leyes liberales –plasmadas en las Cortes de Cádiz, la Ley de Beneficencia de 1822, etc.-, así como por el protagonismo del colectivo profesional médico, cuyos principios higienistas y de salud pública y privada sustituyeron a las rogativas y rezos de letanías durante los episodios epidémicos que tan frecuentemente asolaban a la población. También coadyuvó la progresiva implantación de políticas de socorro a domicilio en detrimento de la asistencia en hospitales y casas de caridad, proceso en el que intervino sin duda la cada vez mayor importancia concedida a las políticas de individualización del pobre. En tercer lugar, las exclaustraciones de los bienes de la Iglesia marcó de forma decisiva la relación de las congregaciones religiosas con la asistencia benéfica. No obstante, el proceso de secularización y estatalización del mercado del pauperismo fue respondido con la fundación de innumerables fundaciones pías dedicadas a la beneficencia, de la misma manera que, debido a la ausencia de personal laico dedicado a tareas de socorro al menesteroso, fue la Iglesia la que pasó a prestar sus servicios en instituciones públicas, supeditada a la autoridad y directrices del Estado (Alvarez Uría, 1986:125-126). El esfuerzo del Estado por detentar el control de la asistencia social que, como hemos visto, quedó muchas veces relegado al plano teórico, se vio auspiciado por la aparición de una serie de leyes que trataron de normativizar y reglamentar el funcionamiento y el papel de hospitales y hospicios. La Ley de 8 de Enero de 1845 confería a las recientemente creadas provincias las competencias sobre las instituciones de carácter benéfico, viéndose reforzada y complementada posteriormente por una serie de normas legales (Ley General de Beneficencia de 20 de Junio de 1849, y su Reglamento de 1852) que legitimarán la labor de los poderes públicos estatales, provinciales y municipales en la fiscalización de los establecimientos asistenciales, en su tutela y reglamentación interna. En lo que concierne a la Diputación, correspondía a la institución provincial “la instalación y financiación de, al menos, una Casa de Maternidad y Expósitos, una Casa de Misericordia, de huérfanos y desamparados, y un Hospital de enfermos pobres curables” (Esteban de Vega, 1992:126). En la práctica, la Casa de Misericordia y la Casa de Beneficencia cumplirán la tarea de auxiliar a la pobreza estructural, y apenas serán sensibles a los frecuentes vaivenes de la desocupación. Por otro lado, el régimen disciplinario interno explicita bien a las claras la función de control social que el Estado liberal les tiene asignada, confinando en ellas a elementos sospechosos de desviación moral, considerados peligrosos sociales por su nula adaptación a los valores consagrados del trabajo.

La Casa de Beneficencia2 Apenas hace quince años que la Casa de la Beneficencia ha dejado de tener la función que su nombre designa: un asilo o establecimiento donde se recogen menesterosos. Los niños y ancianos que durante más de siglo y medio habitaron entre aquellos muros tuvieron que ceder el espacio a otros inquilinos y, finalmente, tras 12 años de usos fugaces y provisionales, el edificio ha sido transformado en un complejo cultural. Por ello, al hablar en la actualidad de la Casa de la Beneficencia parece que se evoca más un continente que un contenido, un edificio más que una institución o función social. En este capítulo, sin embargo, centraremos nuestra atención en el segundo aspecto y veremos emerger y cristalizar la institución social en el contexto de la transición a la sociedad burguesa, contemplaremos cómo los pobres deambulan por varios locales, acoplados en proyectos diversos y dependiendo de organismos cambiantes, hasta que por fin la institución se plasma en una realidad duradera al asentarse en el antiguo Convento de la Corona. La larga trayectoria de una institución como ésta permite observar, oblicuamente y de perfil a veces, pero otras crudamente y de forma directa, la historia toda de una sociedad, porque en ella se cruzan y confluyen sus diversos caminos: pobres y patricios, lazarillos, vagos y prostitutas, monjas, devotos y clérigos, niños huérfanos, pobres de solemnidad y ancianos senescentes. En la instauración de un régimen de encierro para los pobres percibimos tanto los egoísmos, angustias y miedos de unas clases cómodamente asentadas sobre sus privilegios como la plasmación de solidaridades generosas hacia la desnuda orfandad de una infancia inocente; en el breve historial que contienen las hojas de filiación de los asilados atisbamos biografías quebradas y dramáticas, donde se han grabado dolorosamente las huellas de los desequilibrios sociales y los zarpazos de las crisis económicas. Filantropía y control social, dominación y caridad, se dan la mano en una socialización que trata de constituir sujetos a un tiempo sumisos y autónomos (sumisos hacia la autoridad, pero autónomos para ganar su sustento). Reanimando el pasado gracias a la linterna mágica del historiador, podemos observar cómo se introducen en la Casa los avances técnicos y las nuevas disciplinas sociales ("adelantos pedagógicos") o cómo efectúan sus visitas protocolarias las máximas autoridades que con paso satisfecho y seguro de su estatus, examinan cada detalle complacientemente y desbordan deferencia mientras los asilados les regalan con sus sonrisas y gestos adiestrados. A la luz de estos datos, pueden tomarse igualmente como verdaderas las historias laudatorias y las críticas, las apologías conmemorativas y las interpretaciones foucaultianas. Pruebas, las hay para todos los gustos. La casa proporcionó cobijo a centenares de niños huérfanos y ancianos decrépitos, pero los segregó de su sociedad y su tiempo. Les impuso con férreo rigor una disciplina de adaptación al sistema, pero tal vez a algunos los puso en el mercado de trabajo en condiciones ventajosas y favorables en comparación con los niños de su clase. Puede que los celadores y las Hermanas de la Caridad se entregaran y desvivieran por ellos como si fueran sus hijos, pero en el marco de una institución autoritaria y con el distanciamiento que ésta impone al fluir de los afectos, sometidos siempre a una omnipresente vigilancia patriarcal y represiva.

2

En la recopilación documental y análisis estadístico se ha contado con la colaboración de Manuel López.

Resulta difícil hacer un balance sin otras fuentes que las oficiales. ¿Qué fue de las vidas de los cientos de niños y niñas que pasaron por las aulas y talleres de la Casa? ¿Quedaron marcados y estigmatizados para siempre o, por el contrario, disfrutaron de ventajas de oportunidad gracias a la disciplina vital y los conocimientos y habilidades adquiridos? En una sociedad que descargaba en los vínculos familiares toda la atención a la vejez desvalida y dependiente, ¿qué hubiera sido, sin este albergue, de ancianos carentes de techo y hogar? Al no poder dar respuesta a estos y muchos otros interrogantes, nuestra visión resultará forzosamente sesgada. Pero si la precariedad de los datos impone limitaciones al alcance de la mirada, no es menos cierto que podemos vacunarnos y neutralizarlas haciéndonos conscientes de ellas y dejando que floten en el aire las correspondientes preguntas.

Fachada de la iglesia de la Beneficencia

I. La fundación de la Casa de Beneficencia En el marco del paulatino derrumbamiento de la sociedad feudal y el lento alumbramiento de una sociedad burguesa, proceso que tiene lugar desde finales del XVIII y durante gran parte del XIX, se producen coyunturas económicas críticas y una gran inestabilidad política. Superpuesta a este horizonte, la denominada guerra de Independencia tendrá unos efectos particularmente destructivos. Si a ello se suma la incidencia de crisis más localizadas o coyunturales (tal es el caso de la decadencia de la producción sedera en Valencia), comprenderemos que muchos campesinos y artesanos se vieran abocados a la proletarización y el paro, que en bastantes hogares desapareciera el cabeza de familia o quedara gravemente inválido y que por todo recurso sus miembros sólo contaran con la mendicidad.

¿Cómo puede restañarse la quiebra de estos vínculos tradicionales?. La "invención de lo social" se produce justamente cuando las instituciones de que dispone la sociedad feudal para suturar las fisuras y desagregaciones del tejido social, o para solventar lo que ahora, no sin cierta impropiedad, denominamos "problemas sociales", resultan obsoletas y se requieren nuevas respuestas políticas. Es decir, acciones institucionales orientadas a transformar las condiciones de vida y evitar las rupturas revolucionarias. En la España de finales del XVIII y principios del XIX, tanto la inestabilidad política como la debilidad del aparato de poder y el escaso grado de desarrollo económico impedían la formación y el despliegue coherente de tales enfoques. Durante el reinado de Carlos III se asiste a cierta efervescencia legislativa sobre el tema (mejora de la beneficencia domiciliaria, dotación de hospicios, creación del fondo pío beneficial para regular la caridad individual, aproximación de las sociedades económicas al problema de la mendicidad y organización de las Juntas de caridad por barrios, parroquias y a nivel general), pero estas iniciativas no son inspiradas por una nueva concepción de la política social, sino más bien por la urgencia coyuntural, y carecen de articulación y racionalidad. En concreto, en la ciudad de Valencia, desde finales del siglo XVIII hasta 1826, vemos sucederse planes y proyectos que tratan de hacer frente, con dudoso éxito, a la miseria y pobreza de las clases populares que se ven amenazadas por la crisis de la industria sedera y el paro. Desde su fundación en 1673, la Casa de Misericordia recogía a los pobres e indigentes, pero las nuevas condiciones sociales dejaron tras sí una masa creciente de parados y mendigos, que ya no podían ser absorbidos por ella. Al tomar conciencia de dicha realidad, ciertos sectores "ilustrados" de la ciudad y los detentadores del poder, integrados en la Real Sociedad Económica de Amigos del País (RSEAP), se propusieron afrontar el problema mediante una solución duradera, pero la falta de cooperación general y más en particular la insensibilidad de las clases pudientes convirtieron cada plan sucesivo en un ensayo efímero que culminaba pronto en frustración. Estos planes serían: las sopas económicas ensayadas por la Junta de Beneficencia de la RSEAP, la primera Casa de Beneficencia fundada por el Capitán General Xavier Elío y el Elaboratorio de Beneficencia creado por la Junta instituida a instancias del Capitán General O´Donnell. I. 1. Las sopas económicas Como ha mostrado Justo Serna (1988), la coyuntura de finales del siglo XVIII presenta violentos desajustes que ponen de relieve el carácter caduco y la disfuncionalidad de la Casa de la Misericordia. En un informe de la RSEAP, fechado en 1778, puede leerse al respecto que "para cada pobre que hay en la Casa de Misericordia, van por la Ciudad más de seis que ó verdaderos ó fingidos piden limosna". En el seno de la RSEAP se promovió la búsqueda de soluciones creando para ello una Junta de Beneficencia. Ésta, siguiendo una práctica común en la época, estableció premios a las memorias que más acertadamente propusieran medidas eficaces y después desarrolló un plan de socorro mediante la entrega de raciones a aquellos pobres que tomaran parte en el trabajo en obras públicas. El plan, aunque se presentaba con pretensiones de estabilidad, se tradujo en actuaciones transitorias y esporádicas en 1798, 1800, 1801 y 1805. Pese a las reiteradas llamadas a la colaboración de la sociedad valenciana y la angustiosa búsqueda de fórmulas de financiación (suscripciones, limosnas, cuotas de impuestos, ingresos por multas, etc.), las dificultades económicas y el constante déficit frustraron una vez tras otra su perdurabilidad.

I.2. La primera Casa de Beneficencia (1818) La fundación de un establecimiento denominado Casa de Beneficencia aparece por primera vez en 1818, en el marco de las medidas adoptadas por el Capitán General Xavier Elío para hacer frente al paro urbano. El proyecto, que era muy ambicioso, no se circunscribía a la ciudad de Valencia, sino que afectaba a todo el territorio bajo su jurisdicción, y aún tenía aspiraciones de globalidad. Para ello, proponía la creación de casas en las principales cabezas de partido, que estarían sometidas a "la dirección eminente" de una casa matriz instalada en la capital. En estos establecimientos, la dirección y orden internos, siendo responsabilidad última del gobierno, se descargarían "en personas eclesiásticas y seglares de probidad acreditada", mientras que la financiación dependería "de los accionistas que concurrieran a la formación de fondos", añadiéndose otras fuentes de ingresos como "obras pías y mandas de caridad", las multas de policía, los productos de rifa y otros arbitrios semejantes. Como puede inferirse a partir de la información periódica que proporciona la prensa, la institución fundada por Elío era un centro de trabajo, de formación y de residencia, es decir, un hospicio ocupacional. En principio, dependía de una forma muy directa del apoyo y gestión de su fundador, pero pasó después a manos del Ayuntamiento, funcionando así hasta 1822, cuando aquejado por la crisis financiera, fue disuelto en la Casa de Misericordia.

Dormitorios

Según se desprende de diversas fuentes, la mayoría de los internos debían ser jóvenes, para los cuales el hospicio cumplía una función formadora y correctora. ¿Cómo se realizaba esta resocialización? Las fuentes hablan de la educación "moral e industriosa", es decir del trabajo en los telares y de algún tipo de indoctrinación religiosa, puesto que la Casa contaba con un director espiritual. En uno de los estados mensuales se afirma que el centro recogió a "la multitud de jóvenes de ambos sexos que iban por la ciudad á bandadas sin educación ni subsistencia ni recursos para adquirirla... Una multitud de jóvenes de ambos sexos que antes estaban al borde del precipicio, ahora se educan en lo moral é industrioso, y por el tiempo serán miembros útiles de la Religión y Estado" (DV, 6 febrero 1820). Al parecer, las propias familias, viéndose incapaces para cubrir el sustento de sus hijos e impotentes para domeñarlos, los entregaban para su corrección al establecimiento, como se deduce del texto siguiente que explica las causas de las salidas que se producen en 1819: "65 padres que han presentado á sus hijos, unos por rebeldes á sus preceptos, otros por ser de estragadas costumbres, y otros por reñidos con el trabajo, han tenido la satisfacción de recogerlos llenos de sumisión y respeto". Inicialmente, el centro, acogido bajo la protección de la Virgen de los Desamparados, se ubicó en la extinguida Cartuja de Val de Crist, siendo trasladado a mediados de 1821 al ex-monasterio de San Miguel de los Reyes. Económicamente, se sustentaba en los beneficios que proporcionaba la venta de los productos elaborados en el centro y con las suscripciones y limosnas que recogían los alcaldes de barrio. El estado de sus cuentas, al igual que sucedió en experiencias precedentes, fue crónicamente deficitario Las llamadas a la solidaridad se repiten periódicamente. Sin embargo, los gestos de desprendimiento y caridad (o de filantropía) seguían siendo persistentemente escasos y decepcionantes en su alcance. El proyecto de Elío era ambicioso: crear una red amplia de establecimientos asilares, regidos por Juntas de Beneficencia, que por su carácter territorial abordarían el problema de la pobreza y el paro in situ, generarían riqueza para el país al poner en movimiento la fuerza de trabajo útil y, además, inculcarían virtudes cívicas. Al parecer se organizaron juntas en diversos municipios y algunos de ellos llegaron a fundar Casas de Beneficencia. Además de las de Sagunto y Valencia, tenemos noticias de actuaciones similares en Alcoi (abierta el 8 de enero de 1820 con un curioso ceremonial), de Aldaia, Ludiente, Argelita, Ahín, Culla y Ares. Sin embargo, las bases sobre las que se sustentaba eran muy endebles: apelaba a la conciencia de una sociedad civil prácticamente inexistente y, en todo caso, muy heterogénea, tratando de sensibilizarla no sólo con la motivación religiosa de la caridad sino, ante todo, por la vertiente práctica del auto-interés: un número creciente de parados y vagabundos podían constituir un peligro público grave. A tenor de la respuesta obtenida, y que luego volvería a manifestarse en la refundación de 1826, no parece que existiera una aceptación generalizada de tal diagnóstico. Por otro lado, la apelación a la solidaridad económica de la sociedad civil contrastaba con el férreo control político que ejercía el capitán general.

I.3. El Elaboratorio de Beneficencia (1826) Hacia 1826, la crisis de la sedería valenciana se había agudizado en extremo y las calles se hallaban repletas de mendigos. A finales de abril, el Ayuntamiento, estimando la situación insostenible, convoca a diversas autoridades para estudiar medidas urgentes. El Capitán General O´Donnell asume el problema, pide informes y el 13 de mayo reúne en su palacio a un grupo de personalidades relevantes con el propósito de crear una Junta de Beneficencia y cooptar a los miembros que la hubieran de componer. Se acordó utilizar un procedimiento ensayado en ocasiones precedentes, aunque, como se ha visto, con dudoso éxito: las suscripciones. El día 24 de agosto se ponía en marcha el plan de socorro: se trataba de impedir la mendicidad a cambio de ofrecer trabajo a los pobres hábiles y una ayuda pecuniaria a los inhábiles. Aquellos que continuaran practicando la mendicidad a partir de dicho día, serían detenidos y arrestados. La forma como se institucionalizó este plan recibía el nombre de Elaboratorio de Beneficencia y consistía en un establecimiento donde se congregaba a los pobres hábiles para hacer trabajos de esparto y de palma. Las mujeres "matriculadas" en el establecimiento trabajaban en sus domicilios confeccionando hilo, mientras los pobres inhábiles recibían una ayuda pecuniaria. Dado el objetivo de la Junta -erradicar la mendicidad- se requerían dos tipos de acciones: proporcionar trabajo a los pobres hábiles, corrigiendo a los que fueran holgazanes, y proporcionar socorro a los inhábiles. En relación con el primer aspecto, sin duda el más importante y el que ocupó la mayoría de sus desvelos, los miembros de la Junta confiaban en que un cambio de coyuntura, propiciado por la instalación de la Fábrica de Cigarros o la realización de determinadas obras, facilitaría la integración laboral de una porción importante de la población desempleada. Pero como dichas posibilidades estaban fuera de su alcance, organizaron ellos mismos una actividad laboral, sencilla y más bien marginal: los hombres trabajaban el esparto y la palma y las mujeres el cáñamo. Al mismo tiempo, se proponían desempolvar los telares de la antigua Casa de Beneficencia almacenados en la Casa de la Misericordia. Para el trabajo de los hombres se habilitó el Cuartel de san Pío V, propiedad del Real Patrimonio, que no debía hallarse en muy buenas condiciones pues al poco tiempo ya amenazaba ruina una de sus paredes y tenían que efectuarse diversas reparaciones. La jornada de trabajo no era muy larga: un total de siete horas, bastante espaciadas (de 7 a 11 y de 3 a 6). Los días festivos cobraban el jornal a cambio de asistir a misa y a la sesión de doctrina cristiana. Obtener la acreditación de pobre socorrido no obligaba a acudir todos los días al trabajo, por el contrario la Junta consideraba que si se encontraba una ocupación alternativa se debía aceptar, sin perder por ello el derecho a retornar al Elaboratorio en cuanto se careciese de trabajo. Esta flexibilidad alentó la picaresca y así en la primera semana algunos sólo acudieron al Elaboratorio el domingo para percibir el jornal a cambio del cumplimiento de las obligaciones religiosas establecidas. Para atajarla, se decidió que únicamente podría percibirse el socorro de los días festivos si se habían trabajado al menos tres días durante la semana precedente. La organización del proceso productivo y el régimen interno del taller fueron establecidos mediante un Reglamento de Policia para el Elaboratorio de Beneficencia o Instrucción de Policia y buen gobierno de la Casa Elaboratorio.

Imprenta Para favorecer la disciplina y el buen clima laboral se dictó una serie de normas, que se encontraban expuestas en tablillas en los lugares más visibles del establecimiento. Redactadas en forma de edicto, rezaban como sigue: "La Junta de Beneficencia en su sesión (aquí la fecha) manda se observe en el Elaboratorio lo siguiente. - No será permitido el cambiar de local sin necesidad. - Se prohibe el canto a todo trabajador - Se evitarán las voces injuriosas que promueban discusión - Será castigado con rigor todo dicho obsceno y toda mala palabra - Será recomendable la aplicación al trabajo, así como servirá de nota la aficción a la holganza. - Después de la hora de las once de la mañana y seis de la tarde sólo quedarán en el Elaboratorio los castigados. - El Director que es Vocal de la Junta está autorizado para imponer los castigos á que se hagan acrehedores los que la Beneficencia socorre. - Los Pobres que no hayan asistido por la mañana no recibirán el socorro por la tarde. - Pueden ir a trabajar a otra parte donde se les ocupe, seguros de que bolberán a ser admitidos en el Establecimiento quando concluyan su labor".

A partir de lo expuesto, queda claro que no estamos inicialmente ante un asilo, sino ante un local de trabajo, con ciertas peculiaridades. No obstante, debía cumplir también la función de correccional y de calabozo; de correccional, porque asumía la función de reeducar mediante la sumisión al régimen disciplinario a personas cuya socialización primaria debía parecer bastante deficitaria a los ojos de la burguesía y el clero. También servía de calabozo para aquellos pobres que habían sido sorprendidos mendigando después de puesta en marcha la experiencia del Elaboratorio.

El socorro de las mujeres hábiles y de los pobres inhábiles se regía por la Instrucción y Reglas que han de obserbar las Juntas de Barrio desde primero de Setiembre de mil ochocientos veinte y seis para repartir el Socorro a los inhábiles y entregar el Cañamo a las Mugeres hábiles: Las mujeres hábiles residían en su domicilio y las comisiones de barrio o Juntas Subalternas les entregaban la materia prima, así como un huso, una rueca y una madeja de hilo para muestra, devolviendo semanalmente el hilo producido, por el que cobraban seis libras. En principio se pensó que los pobres inhábiles serían socorridos con su correspondiente ración de comida en la Casa de Misericordia, pero dados los obstáculos que se opusieron a ello, se decidió pagarles diez cuartos diarios, distribuidos en tres entregas por mes. El principal problema de la Junta de Beneficencia era la financiación de su proyecto. Días antes de ponerlo en marcha se efectuó un cálculo de la relación entre pobres a asistir y fondos en caja, encontrándose que se partía con un déficit de "189 reales y pico" (14 agosto). La dinámica posterior aún tendería a incrementar más dicha carencia: la picaresca pervertía el proceso de socorro, las instancias de pobres solicitando su ingreso no cesaban (a principios de septiembre ya eran 1.104 los matriculados) y mientras tanto "los vecinos ofrecían poco" y las "excitaciones a la piedad" encontraban escaso eco, pese a que se enfatizaban "las ventajas que reporta al vecindario de Valencia después que se han reunido los Pobres en el Elaboratorio y las funestas consecuencias que amenazan de no poderlos sostener sin un aumento considerable de las subscripciones" (7 de septiembre). Ante la "falta de medios y penetrado de las funestas consecuencias que se han de seguir" si tiene que disolverse el Establecimiento, el capitán general comunica a la Junta el día 23 de octubre que ha decidido cambiar la forma de actuación: desde el 1 de noviembre cesará el socorro pecuniario, "substituyendo en su vez una ración guisada, y que los Pobres que quieran ser admitidos al socorro de la Beneficencia, esten todo el día reunidos y encerrados en un Local" para lo cual proporcionaba la Casa Cuartel frente a san Esteban. De esta manera tan precipitada y aparentemente coyuntural se transformaba el objetivo inicial expresado en el lema socorre y ocupa por el encierro asilar. Este establecimiento, que todavía recibe el nombre de Casa de Laboratorio (ver 9 noviembre), ya no es prioritariamente un centro de trabajo, sino un asilo y requiere una organización acorde con su recién estrenada funcionalidad. Para ello, se nombran nuevos cargos y se dictan (11 noviembre) unas Normas de buen gobierno del Establecimiento. Al parecer, esta nueva forma de organizar el socorro de pobres logró pronto el objetivo propuesto, pues en Navidad se dice que el número de los que se alimentan en la Casa está próximo a los 400 (23 diciembre). Se había producido una reducción sustancial: la eliminación del socorro pecuniario y la amenaza del encierro habían surtido el efecto disuasorio apetecido, pero también estaban generando una nueva institución. A la luz de cuanto llevamos expuesto parecen observarse algunos datos significativos: en primer lugar, que pese a existir el precedente de la antigua Casa de Beneficencia como institución asilar, ahora se había comenzado por crear exclusivamente un plan de empleo; en segundo lugar, que persiste la escasa respuesta de la sociedad valenciana y de las familias pudientes ante las reiteradas llamadas a la filantropía y la caridad,

aunque para ello se adujera el beneficio de clase que reportaría atenuar el conflicto social; en tercer lugar, la indefinición orgánica de la institución que se crea: no es una institución pública, puesto que ni se financia con el dinero público ni su organización depende directamente del Estado en cualquiera de sus niveles de actuación; pero tampoco nos hallamos ante una institución exclusivamente civil y privada (que debería haber surgido de una inexistente libertad de asociación), puesto que el Capitán General se autodesigna presidente, vigila y se reserva la aprobación de todas las actuaciones e impone en última instancia soluciones expeditivas. Pese a que habitualmente no asiste a las reuniones de la Junta, su sombra se halla omnipresente.

Aula de música En conclusión, podemos afirmar que la Casa de Beneficencia no surgió como un proyecto definido y claro en el momento de su fundación, sino más bien como un resultado no indeseado pero sí imprevisto de la acción social de cierta oligarquía urbana que intentaba resolver el problema de la mendicidad, basándose en la tradición de las Juntas de Beneficencia ensayadas desde principios de siglo y de acuerdo con los postulados de la nueva mentalidad burguesa sobre el trabajo, en un contexto en el que se carecía de los medios económicos y de los instrumentos políticos adecuados para ello, porque la sociedad civil no estaba articulada ni siquiera claramente definida y las políticas sociales públicas apenas habían comenzado a esbozarse. De esta ambigüedad y debilidad fundacional eran conscientes los miembros de la Junta, pues en el Reglamento de 1829 afirman que el instituto "fundado sobre arena", con el discurrir del tiempo, se ha afirmado "como sobre piedra tallada".

II. El encierro asilar "Ramón Sánchez, hijo de Ramón y Angela Torres difunta. Lazarillo de los dos anteriores, de edad de quince años soltero natural y vecino de Ruzafa, fué conducido por el fusilero Vicente Fabra y dos más de su compañía por disposición del Excmo. Sr. Capitán General hasta nueva orden de S. E. en 25 de septiembre de 1830 = Por decreto de S. E. de 8 de octubre de id. fue filiado para permanecer en la Casa = Otra =Condución 2a. vez por la Patrulla de Capa en 23 de marzo de 1833, se dió cuenta a S. E. haberse fugado al tiempo que iba al Hospital a curarse la tiña que padece, y mandó, de acuerdo del S. Juez de Vagos a quien se entregó el 29 del mismo, fuese preso con igual objeto al referido Hospital = Otra = Salió del Hospital en 31 de Julio de 1833 = Otra = Volvió al Hospital en 5 de Agosto de 1833; salió el 6 y en seguida fue puesto en livertad por haberle aumenado la tiña" (A.D.P. Casa de Beneficencia, b.2.3.1/1).

El improvisado centro que surgió a finales de 1826 era un asilo de tipo antiguo, carente de toda especialización funcional. Partiendo de este modelo indiferenciado, la Casa de Beneficencia, sometida a las exigencias de cada momento histórico, seguirá una trayectoria marcada, aunque de forma imperfecta, por la especialización y racionalización de las instituciones benéficas. En la exposición que sigue distinguiremos tres grandes etapas, sobre el cimiento de dicho criterio: en la primera, que iría desde la fundación hasta 1870, se define claramente el internamiento; en la segunda, que abarcaría hasta los años sesenta del siglo actual, predomina la función educativa; en la tercera, que llega hasta 1982, se hace patente la caducidad del modelo asilar y se inicia un rápido proceso de apertura a la sociedad. Salvando ciertos matices, pueden señalarse continuidades que llegan hasta 1980: la Casa de Beneficencia de forma predominante es un internado en el que, aunque segregados, comparten cobijo asilados de todas las edades, pero preferentemente niños. Desde la perspectiva de la edad, puede hablarse, pues, de una especialización, pero muy deficiente, porque la heterogeneidad etaria persistirá hasta el momento mismo de su desmantelamiento. Pese a ello, la trayectoria de la Casa deberá ser interpretada preferentemente desde las políticas sociales del menor y no tanto desde lo que pasó a denominarse "cuestión social". Ambas problemáticas, que se hallan co-fundidas en la primera mitad de siglo, se bifurcan y diferencian después, como consecuencia de la escolarización creciente y de la consecuente transformación del ciclo vital y de la posición de los niños en la sociedad. Por otro lado, entre las etapas citadas existen discontinuidades notorias: en la primera el trabajo en los talleres es más importante que la instrucción escolar; el centro no sólo tiene un carácter formativo sino también correccional; orgánicamente, persiste la indefinición fundacional y, económicamente, sigue siendo autónomo. En la segunda, predomina su definición como centro educativo: reinterpretando el trabajo desde dicha óptica y reservándolo para la última fase del ciclo formativo, el establecimiento pasa a depender de la Diputación y sus principales ingresos proceden de las instituciones públicas. Finalmente, en la tercera se aplica una pedagogía de reinserción social y desmasificación que culmina con la desinstitucionalización. II.1. Los asilados Según el Reglamento de 1829, art. 1, el objeto de la Real Casa de Beneficencia "es el asilo del artesano menesteroso, donde dirigido religiosamente se le ocupa y socorre con

dos sopas diarias, pan y gratificación pecuniaria proporcionada á su trabajo". Pero en realidad se transformó pronto, de forma predominante, en un orfanato. Inicialmente, fue organizada como un asilo mixto: los pobres socorridos fueron subdivididos en tres categorías: internos permanentes o "fijos de la Casa", internos de día y socorridos en sus domicilios. A su vez, dentro de los internos permanentes podía diferenciarse entre los "refugiados" y los "detenidos". Los internos, si tenían capacidad para ello, estaban obligados a trabajar; los incapacitados debían permanecer durante el día en el establecimiento con el fin de evitar que practicaran la mendicidad. Además, se contemplaba la existencia de presos (aprehendidos mendigando). Esta forma mixta (internado-externado) venía impuesta por las propias limitaciones del edificio ("no permitiendo extenderse mucho en los dormitorios"), por las dificultades de financiación del proyecto y por las características de la población a asistir. Y a su vez, éstas determinarían la deriva progresiva del asilo hacia la atención a una población predominantemente infantil y juvenil. Como consecuencia de ello, a finales de los años treinta y claramente en los cuarenta predomina el internamiento, de manera que en 1859, tan solo son ya 8 los pobres socorridos fuera del establecimiento (Díez, 1993: 100). La capacidad del centro se incrementará notablemente al cambiar de sede, como puede observarse en el gráfico adjunto. En 1841, la Casa de Beneficencia se trasladó al desamortizado Convento de la Corona y durante los años siguientes se efectuaron importantes obras de acondicionamiento. A partir de 1845 su capacidad media se estabilizó entre los 450 y 500 internos, expandiéndose hasta los 700-750 internos en las últimas décadas del siglo, tras la redefinición de su estatuto como centro público (que ampliaba su ámbito de actuación a la provincia y le proporcionaba recursos financieros más seguros) y después de la remodelación general del edificio iniciada en 1876. En el Antiguo Régimen el asilo es un centro indiferenciado desde el punto de vista de la edad: acoge a todo tipo de pobres, ignorando la estratificación por edad que después adquirirá tanta importancia. Allí se reúnen niños huérfanos, minusválidos de cualquier tipo, viudos y ancianos así como mendigos y vagabundos. Siguiendo este criterio, la Casa de la Beneficencia también atiende en sus orígenes a una población heterogénea, sin embargo, el encierro conlleva una decantación de forma clara hacia una población infantil, tendencia que se incrementará con el transcurso del tiempo. Por otra parte, en la Casa de la Beneficencia se da un sesgo muy claro desde la perspectiva del sexo, predominando los varones sobre las mujeres (en torno a un 15% más), tendencia que se incrementa en la década de los 90, cuando los varones superan a las mujeres en un 28%. Según F. Díez, la predominancia masculina se explicaría por la masiva prevalencia en el centro de la población infantil y juvenil y por la lógica de la pauperización en el XIX según el sexo y la edad: "los adolescentes varones muestran una mayor tendencia a caer en las redes de la asistencia institucionalizada que sus compañeras" (1993: 111-112). Este dato se explicaría por la mayor facilidad con que las mujeres encontraban trabajo extra-familiar en la ciudad (servicio doméstico y otros carentes de cualificación) así como por su mayor disponibilidad para el ejercicio de labores domésticas en el interior del propio hogar. Pero la situación se invierte al tratar de las cohortes adultas y ancianas; "la fragilidad ante los factores de pauperización y el recurso al asilo se decantan aquí claramente del lado de las mujeres" (1993: 113).

Lavandería

II.2. El régimen asilar Para estudiar el régimen de vida interno contamos con fuentes que tienen exclusivamente un carácter oficial, razón por la cual conocemos mejor el modelo al cual teóricamente han de ajustarse las conductas que la vida efectivamente vivida. El Reglamento de 1829, la Ynstrucción de 1834, una Reseña de 1869 y la obrita de teatro en valenciano (tres col.loquis) titulada Un pillo y els chics educats en la Casa de Benefisensia de 1846, son las principales fuentes para aproximarnos a las normas que regían la vida en el establecimiento. Todas ellas proporcionan una visión bastante convergente acerca de las características esenciales: segregación por sexos y edad y división por secciones, control constante y vigilancia directa de la conducta que resulta remodelada mediante un sistema de sanciones, rígida disciplina horaria, obligatoriedad del trabajo y la escuela, tutela religiosa que impregna la instrucción y se plasma en determinadas prácticas cotidianas, pero que además se magnifica en las celebraciones extraordinarias que marcan el orden del tiempo, inculcación de un ceremonial de la interacción social asimétrica, disciplina corporal que se traduce en las prácticas de limpieza e higiene, simbolización de la identidad reclusa en las relaciones con el exterior. En conjunto, se impone un modelo de vida mixto que combina elementos procedentes de otros marcos institucionales: el conventual, el militar y el familiar. Como es lógico, esta amalgama, impuesta por las circunstancias, conllevaba contradicciones y tensiones intrínsecas que debían resultar difíciles de armonizar tanto para los tutores como para los asilados.

En la casa hay dos departamentos: uno masculino y otro femenino. Se describe con detalle el masculino, aunque se asevera que en líneas generales las características de ambos son idénticas "y encara es tal vòlta la educasió de estes (las mujeres y niñas) mes complida per la machór reclusió, y machór dosilitat del secso". El departamento está dividido en seis secciones o salas: "cada una está baix de la inspecsió/ de un home de confiansa,/ que la denominasió/ pren de Pare (…)” La ocupación del tiempo cotidiano es descrita con cierto detalle. La actividad central del día es el trabajo en los talleres. La escuela, en consonancia con su reducida funcionalidad económica en esta fase incipiente del desarrollo capitalista, ocupa un lugar secundario: se reserva para los más pequeños y se entiende, ante todo, como enseñanza de la doctrina cristiana. También se nos describe el ritmo de las tareas y las rutinas que pautan la vida cotidiana. El día comienza a toque de campana con rezos matutinos, formación para pasar lista y lavatorio. Vestir con limpieza e higiene constituye un imperativo de la convivencia interna y el desaliño resulta amonestado y castigado, ya que al que "es descuida un tant, li ploüen els espolsons". Esta presentación de la persona en la vida cotidiana (uso del mocador, uñas cortas, manos limpias, etc.) forma parte esencial de la disciplina socializadora y resulta sometida constantemente a vigilancia. Una vez aseados, formando filas, con los brazos cruzados y en riguroso silencio, se dirigen al refectorio para el desayuno e inmediatamente después al trabajo. Durante la comida, como en un convento, se guarda silencio mientras uno de los asilados lee en voz alta para todos. Al terminar se reza por los bienhechores, estableciendo una asociación práctica entre satisfacción física y gratitud. Por la tarde, después de comer, hay instrucción, siendo su contenido fundamental la enseñanza de la doctrina cristiana. Inicialmente, la docencia corría a cargo de uno de los pobres más aventajados, pero en 1838 se busca ya un maestro "que pueda proporcionar a los niños una regular educación, inculcándoles los principios de una buena moral". Después se reanuda el trabajo en el taller hasta el atardecer. Gozan de un rato de esparcimiento en el patio. Llega la hora de la cena y luego se retiran a las respectivas secciones para los rezos de la noche. En este momento, la carga religiosa de la vida cotidiana adquiere su máxima intensidad: rezar el Rosario de rodillas, la Letanía Lauretana y otras devociones, responsos a las almas del purgatorio encomendándoles a los bienhechores fallecidos, sesión de catecismo y acto de contrición, persignándose antes de entrar en la cama. La rutina cotidiana no está estructurada sólo por un horario muy regular, "mecánico", que únicamente varía por razones estacionales, sino por las pautas de conducta que sutilmente impone la inspección constante: disciplina y represión de las actitudes efusivas, alborotadoras e impulsivas (la conducta intachable requiere modestia, comedimiento y recato) y obsesión, típica de los internados, por la pureza y la decencia. Por ejemplo, en la Ynstrucción de 1834 se encomienda a los "padres y madres" vigilar que los asilados se acuestan "con honestidad", procurando "que no se junten dos en una cama, que no hablen ni muevan ruido", y vigilando que, durante las visitas al "común", no "se entretienen en él". Por su parte, la directora del departamento de mujeres "no sufrirá que tengan conversaciones deshonestas, canciones libres, murmuraciones, ni acciones opuestas á las buenas costumbres"; y evitará "con la mayor escrupulosidad todo roce, conversación y señas, escritos y demás medios de que puedan valerse para comunicarse con cualquiera de los habitantes ó asistentes á la Casa".

La sumisión a la norma y la autoridad, inculcada de forma manifiesta o latente, impregna todo. Es el objetivo final, manifiesto y latente, de la reclusión, pero además aparece como contenido explícito en determinados actos. La instrucción en la doctrina cristiana y los rezos transmiten dichos valores: se ora constantemente por los bienhechores, tratando de infundir una actitud de agradecimiento que reafirma la propia condición subordinada. Y en cualquier encuentro con la autoridad, especialmente durante los paseos por la urbe, que siempre deben efectuarse vestidos con el uniforme de la Casa (blusa y sombrero de hule con la inscripción C. B.), han de esmerarse en mostrar acatamiento: "Sumisos á su Gefe superior, obedientes á los maestros, dóciles á los buenos consejos del Director espiritual, reconocidos á los Señores de la Junta, atentos, urbanos y corteses con los Eclesiásticos y con toda persona condecorada, y políticos con todas las gentes" (Reglamento, 1829, art. 101). II.3. Organización y políticas sociales En el Boletín Oficial del 23 de mayo de 1837 se publicaba una Real orden por la que se exigía la presentación de cuentas a todas las instituciones que recaudaran, manejaran o interviniesen fondos o efectos del Estado. La respuesta de la Junta de Beneficencia (1 de junio de 1837) es muy interesante porque en ella se subraya "la naturaleza especial y quizá única en toda la Nación de este establecimiento". Dicha singularidad, que se funda en el Reglamento interior de la Junta de Valencia aprobado por el Rey en 1827, conlleva su autonomía orgánica y financiera: a diferencia de otros establecimientos benéficos éste "no posee productos algunos de rentas, derechos, asignaciones que le sean propios y constituían parte de su dotación más que el impuesto de (en blanco) sobre cada arrova de cacao y azúcar concedido por Real Orden de (en blanco)". Sus ingresos tienen, ante todo, un carácter eventual y contingente: se nutren principalmente de las donaciones y suscripciones y de la venta de los productos elaborados por los asilados. Esta autonomía organizativa y financiera persistió prácticamente hasta los años sesenta, incluso después de la Real Orden de la Secretaría de Estado y despacho del Interior de 22 de Marzo de 1834 (que asignaba la presidencia de dichos establecimientos al jefe superior civil de la provincia), de la Ley de 8 de Enero de 1845 (que nombraba presidente al alcalde) y de la Ley de Beneficencia de 1849, desarrollada por el decreto de 1852, que consideraba la acción benéfica competencia del Estado y definía la Casa como asilo provincial, dependiente de la Diputación. Organigrama del funcionamiento y personal de la Real Casa de Beneficencia, según el Reglamento de 1829

Comisiones de barrio: para drenar recursos, matrícula de pobres, etc.

JUNTA DE BENEFICENCIA Comisiones de trabajo: acopio de víveres, materias primas, etc. Vocal Director Espiritual

Vocal de Turno Director

Director doméstico

Vocal Inspector

Pero en la década de los sesenta no sólo se redefine su estatuto político, sino que también cambian muchas otras cosas: la enseñanza comienza a ser más importante que el trabajo (que cada vez plantea más problemas tanto por la posibilidad de ser interpretado como competencia desleal como por la incompetencia del tipo de población asilada). Y, por otro lado, las políticas sociales que se desarrollan desde el Estado tienden a especializar y racionalizar los centros, lo que significará en este caso la supresión de su carácter represivo. III. La institución total: "alberga y educa" "Facilitándoles no solo una educación religiosa y moral y un albergue sano é higiénico, sino dándoles al propio tiempo una instrucción sólida y esmerada para que pudiesen atender por sí solos á su propia subsistencia y fuesen además útiles á sus semejantes" (Memoria, 1892: 20).

Si inicialmente, al crear el Elaboratorio de Beneficencia, el lema de la institución fue "ocupa y socorre", hemos podido constatar cómo, durante la etapa analizada, el proyecto original fue metamorfoseándose de manera progresiva en un internado, destinado ante todo a los niños y adolescentes huérfanos y pobres, y orientado más a la educación que al trabajo. Por ello, como ya reflejaron en sus memorias diversos directores, el lema que mejor correspondía a esta nueva funcionalidad era "alberga y educa" y, en consonancia, dedicaron sus esfuerzos a mejorar la habitabilidad (reconstrucción del edificio sobre el viejo solar) y a adecuar los planes de estudio a las normas estatales. Hacia 1870, la transformación en internado había culminado en lo fundamental y resultaría consagrada con un nuevo reglamento, que en su articulado definía el objeto del establecimiento de la siguiente manera: "La Casa de la Beneficencia [...] está destinada á albergar, educar, socorrer y ocupar á los pobres de ambos sexos incapaces de un trabajo personal que sea suficiente para proveer á su subsistencia, ni vivir por sí propios por carecer de la protección de sus familias". Definida de una forma tan precisa la función del establecimiento (internado educativo pre-laboral), a partir de este momento casi todos los esfuerzos se orientaron a desarrollar, mejorar y complementar sus características esenciales.

Organigrama del funcionamiento y personal de la Real Casa de Beneficencia, según el Reglamento de 1873

DIPUTACIÓN

A

S

I

Fuente: Antonio Ariño Villarroya

L

O

S

ordenanzas

portero estudiantes

ayudantes

D

gestión

vigilantes

Maestros de taller

lavandería

A

Empleados oficinas

Superiora

talleres

Asiladas mayores de 14 años

ropería

almacén

cocina asiladas

estudiantes

Sacristán Acólitos campaneros

despensa

Comunidad de monjas

secretario-contador depositario-administrador

Ancianas mandaderas Jefes de sección ayudantes

capellán

Dirección doméstica

médico

dentista

maestro

maestra

Empleados facultativos y científicos

Director

conserje

Dirección y administración

Asilados empleados en servicio doméstico

III.1. La integración en la política estatal Aunque con cierto retraso, tras la aprobación de la Ley de Beneficencia de 1849, también la Casa de Beneficencia, que había contado con un régimen autónomo de funcionamiento, se integra y subordina en la política estatal, según la cual los establecimientos benéficos permanentes pasaban a depender de las diputaciones provinciales. Este hecho tendría tres repercusiones distintas: económica, orgánica y de ámbito de acción. Al pasar a depender de la Diputación, la Casa de Beneficencia se vio obligada a ampliar su ámbito de actuación: podían ingresar en la misma pobres de cualquier pueblo de la provincia y no sólo de la ciudad. En el plano económico, este cambio supuso una notable mejoría, pues su financiación dejó de depender de la eventualidad y contingencia de las tradicionales fuentes de ingresos (rifas, donativos y suscripciones), en un momento en que, por otra parte, decrecía la importancia de los beneficios devengados por el trabajo de los internos. Esto significaba en concreto que la Diputación se hacía cargo del déficit anual. En el nivel organizativo desaparecía la Junta de Beneficencia como responsable última, pasando a depender de la Diputación, que dirigía coordinadamente toda la política de beneficencia desde una comisión interna y gestionaba el centro mediante un diputadodirector, apoyado por un secretario-contador y un depositario-administrador, siendo los dos primeros cargos honoríficos y gratuitos. Por otra parte, con la incorporación al centro desde 1873 de las Hijas de la Caridad, la superiora de éstas ostentaba la máxima autoridad interna, en sustitución de los directores domésticos precedentes. Dado que los cargos de gestión eran desempeñados por los diputados durante breves periodos, mientras que las Hijas de la Caridad permanecían en el centro hasta su muerte, cabe sospechar que eran éstas quienes en gran medida controlaban y regían la vida interna y la dinámica del establecimiento. En el diagrama adjunto puede contemplarse la estructura orgánica de la Casa de la Beneficencia según el Reglamento de 1873. Dos aspectos merecen resaltarse de forma especial: los "empleados facultativos y científicos" se caracterizan por depender directamente de la Diputación, por tanto, son independientes de la dirección y en el desempeño de sus funciones actúan bajo su propia responsabilidad. En segundo lugar, la Casa funciona porque un amplio estrato de asilados es cooptado para tareas de responsabilidad intermedia: sus habilidades o sus capacidades les destacan del común y por ello se les encomienda el desempeño de una función de vigilancia directa y coordinación. La estrategia resulta doblemente eficaz y económica: abarata los costes de funcionamiento de la institución y economiza el recurso a instancias exteriores mediante esta capilaridad proxémica del control social.

Aula de costura

III.2. La importancia de la formación: escuela y taller El artículo 2 del Reglamento de 1870 excluye de forma rotunda toda connotación represiva explícita como factor definitorio de la institución: "No puede admitirse en el Establecimiento ningún pobre ni otra persona con el carácter de corrección, ni tampoco detenerse en el mismo más tiempo que el que necesite para su socorro, cuidado e instrucción". Los asilados serán en su gran mayoría niños huérfanos o hijos de padres pobres, a los que se proporcionará albergue e instrucción hasta que algún familiar se haga cargo de ellos o alcancen la edad de 16 años y encuentren ocupación. Del mismo modo, según el artículo 6, quedaba desterrado el trabajo como actividad fundamental. Por esta razón, desde ahora se prestará la máxima atención (que no siempre era mucha) a todo lo relacionado con la instrucción escolar: aplicación de los preceptos de la Ley de Instrucción Primaria de 1857, incorporación de los "nuevos" métodos pedagógicos, nombramiento de maestros cualificados, organización de la escuela, motivación mediante exámenes finales con premios para cursar estudios superiores, creación de nuevos locales acordes con dichas necesidades y subordinación de los talleres a la finalidad formativa. Como se ha dicho, al terminar la instrucción primaria, los niños pasaban a los talleres, aunque todavía seguían recibiendo unas horas diarias de clase en la escuela de adultos. A finales de siglo, los talleres existentes eran 8: imprenta, torno, carpintería, zapatería, alpargatería, horno, sastrería y tejeduría. Por su parte, las niñas pasaban a entrenarse en actividades "propias de su sexo" y a ayudar en los distintos departamentos de la Casa:

cocina, lavandería, remiendos y costura. Además, todos ellos podían recibir clase de solfeo y algunos niños (unos 50) desde 1877 componían la Banda de Música, mientras que las niñas tenían su coro o capilla, que actuaba en las fiestas y funciones del centro.

III.3. El incremento de la tutela religiosa Hemos visto con anterioridad cómo la formación y la práctica religiosas estuvieron presentes desde los inicios de la institución: importancia del director espiritual, enseñanza constante de la doctrina cristiana, prácticas devocionales cotidianas, organización del tiempo mediante festividades religiosas, incluso el propio cargo de director de la Casa fue desempeñado en ocasiones por clérigos, etc. Esta impregnación religiosa de la vida del centro se acentuaría profundamente a partir de 1873, tras la incorporación de las Hijas de la Caridad a la gestión del mismo, de acuerdo con el convenio firmado entre la Visitadora de la orden y la Diputación Provincial. El influjo de las hermanas no se circunscribía al recto cumplimiento de las normas o reglamentos establecidos, sino que comportaba también la aplicación de una constante disciplina y racionalidad instrumental tanto a la gestión como a la vida cotidiana y además gozaban de un gran margen de iniciativa propia, como queda reflejado en la historia conmemorativa del centenario de su incorporación a la Casa (1973). Entre otras iniciativas (escuela de párvulos, sopa económica de san Vicente de Paúl, Escuela del Hogar), el padre Aquilino Sánchez señala que para garantizar la perseverancia de los asilados en las prácticas y moral cristianas, una vez que hubieran abandonado el centro, "los fueron enrolando en las Asociaciones Religiosas que la Iglesia ha establecido para la juventud, tanto masculina como femenina. Los varones estaban divididos en tres grupos: 1. Congregación de los Tarsicios, para los pequeños; 2. Congregación de los Luises, para los mayores, internos y externos; 3. Apostolado de la Oración, para personas mayores de ambos sexos. Los grupos femeninos fueron los siguientes: 1. Asociación de los Santos Ángeles, para las pequeñas; 2. Asociación de Hijas de Maria, para las mayores; y 3. Damas de la Caridad, para solteras y señoras externas". En suma, y sin que ello signifique una minusvaloración de la labor de las Hermanas de la Caridad o una interpretación reduccionista de sus diversas aportaciones, gracias a ellas la institución total funcionaba plenamente según un modelo conventual y neocatólico. III.4. La preocupación por la higiene La limpieza e higiene constituían una importante preocupación de la dirección del centro en un establecimiento masificado y donde el menor descuido podía dar lugar a brotes de enfermedades endémicas en la población de la época. De ahí, la importancia de los médicos y enfermeros que asistían al establecimiento; de la construcción de enfermerías, alguna de ellas aislada, para controlar los brotes epidémicos; y, sobre todo, de las Hijas de la Caridad con su meticulosidad para imponer orden, limpieza e higiene. Pero la obsesión higienista no sólo tenía una dimensión sanitaria, sino que jugaba un papel crucial en lo que Foucault ha denominado tecnologías del yo y bio-poder: el control del cuerpo en la interacción cotidiana como un elemento fundamental de la constitución del sujeto y de la afirmación del poder. La sumisión al orden social se logra mediante tres técnicas que inciden directamente sobre la corporalidad: la disciplina que organiza la vida cotidiana, el entrenamiento en conductas estandarizadas que imponen mesura y la vigilancia e inspección continuas. El cuerpo y la conducta deben

encontrarse siempre en condiciones de inspección y aprobación por los superiores, ante los cuales el asilado deberá descubrirse y manifestar sumisión: nada pedir, nada rehusar.

Lavabos

III.5. El orden del tiempo y las relaciones con el exterior Hemos visto anteriormente la organización de las rutinas que pautaban la vida cotidiana, pero a su vez ésta se insertaba en lo que podemos denominar un orden del tiempo. El ciclo anual no era una mera sucesión uniforme de días homogéneos e idénticos entre sí, cuya monotonía sólo resultaría quebrada por la ruptura dominical con sus paseos y las visitas de familiares. Por el contrario, puede hablarse de la existencia de un calendario específico que en gran medida acoplaba con el calendario de la sociedad de la época, pero que en tanto que institución total lo reinterpretaba con una cadencia peculiar. Las principales celebraciones del calendario anual eran las Cuarenta Horas, la Semana Santa, los Patronos de Valencia, la fiesta del Corpus, la Natividad del Señor y la de su patrona tutelar, la Inmaculada Concepción de María. Fecha señalada era también el día de la Primera Comunión. En estos casos, además de las celebraciones religiosas propias de cada solemnidad, gozaban de comida extra y de espectáculos para el esparcimiento. A veces, alguna autoridad local se dignaba asistir a los actos y entonces los festejos, y la comida, revestían todavía mayor esplendor, gracias a su magnanimidad. Hay que advertir que en algunas de estas festividades los asilados podían salir al exterior. El encierro era particularmente duro para las niñas, puesto que la salida individual estaba reservada exclusivamente para los varones, quedando vedada para ellas "por los perjuicios que á su educación y moralidad reportan". Si a ello se añade la segregación interna y las peculiaridades de la instrucción femenina, con una influencia

especialmente directa de las Hijas de la Caridad, habrá que concluir que la reclusión dejaba impresas sus huellas en ellas de forma mucho más grave. Por otra parte, los asilados participaban en las procesiones solemnes de la ciudad, especialmente para rellenar los vacíos dejados por una burguesía que prefería verlas pasar desde el balcón, celebrando animadas veladas en sus salones privados. También asistían a los entierros de los benefactores de la Casa y de los prohombres urbanos, cobrando una pequeña cantidad por engrandecer de esta forma el séquito del duelo. Finalmente, hay que destacar que la banda de música era muy solicitada para concurrir a procesiones y cortejos en las fiestas de la ciudad y de los pueblos. III.6. El post-asilo Hacia los 13 años, al acabar la instrucción primaria, los niños iniciaban su formación laboral en los distintos talleres. Al llegar a los 16 años se suponía que ya estaban en condiciones de enfrentarse al mercado de trabajo y proveer a su propia subsistencia. Tan sólo unos pocos podían seguir residiendo en la Casa, bien porque se les consideraba útiles para alguna tarea o bien porque, al haber destacado en su aplicación escolar, podían realizar estudios superiores sufragados por la Beneficencia. Cuando por fin abandonaban el establecimiento, se les entregaba una cantidad de dinero, correspondiente a las gratificaciones que hubieran acumulado por su participación en los trabajos internos que les había tocado desempeñar y en los talleres. De hecho, en el Reglamento de 1870 se habla de la existencia de una Caja de Ahorros de los Pobres, cuya gestión llevaba el administrador de la Casa. Afrontar la vida fuera de allí no debía resultar fácil, especialmente para aquellos que carecían de familia. Por ello mismo, en 1920 varios diputados propusieron la fundación de un Patronato de post-asistencia. III.7. Los otros asilados: los ancianos Uno de los datos más sorprendentes de la historia de la Casa de la Beneficencia es la persistencia de una composición heterogénea desde el punto de vista de la edad, desde sus orígenes hasta su desmantelamiento. La proporción de personas adultas y ancianas siempre fue muy reducida, pero duró tanto como la institución. Según los datos existentes en el archivo de la Diputación, en algunos momentos se producen incrementos o decrementos puntuales absolutamente extraordinarios (así, por ejemplo, en 1950, al trasladar a la Beneficencia los ancianos que residían en la Casa de Misericordia o en 1953 cuando ingresan algunos en las Hermanitas de los Pobres). Finalmente, se constata que a partir de 1960 su presencia queda reducida a la mínima expresión. Al parecer, algunos de estos mayores, en la medida en que se lo permitían sus capacidades físicas y mentales, realizaban determinadas tareas útiles para la Casa. Por ejemplo, el artículo 45 del Reglamento deja constancia de la existencia de "ancianas mandaderas" y en la Memoria de 1892 se dice que concurren a los talleres 24 ancianos, junto con 78 niños. Este hecho permite sospechar que a su vez también las ancianas colaborarían en las labores de compostura de prendas, remiendos y otras tareas domésticas.

Comedor

IV. Al encuentro de la calle El modelo asilar que acabamos de exponer -internado educativo pre-laboral, segregado de la sociedad, rígidamente religioso, con separación de los sexos, masificado- tenía graves problemas de ajuste a las condiciones de la sociedad moderna, a su nueva valoración de la infancia (paidocentrismo), y resultaba en gran medida incompatible con la ciencia pedagógica y las políticas sociales del momento. Finalmente, es a partir de los años sesenta cuando realmente comienza a producirse una apertura hacia la sociedad y a finales de los setenta se desencadena el proceso de desinstitucionalización. IV.1. El Instituto de Asistencia Social Maestro Ripoll En principio, la administración de la IIª República no implantó novedades que pudieran tomarse como significativas. Encontramos un cambio en la denominación del establecimiento: Instituto de Asistencia Social Maestro Ripoll, y aunque carezcamos de otra documentación al respecto, podemos intuir por donde iban los cambios. Cayetano Ripoll había sido la última víctima de la Inquisición, maestro deísta, acusado de no impartir en su escuela de Ruzafa la doctrina cristiana, fue sometido por el arzobispo de Valencia a una "Junta de fe" que lo declaró "hereje contumaz" y fue ejecutado en 1826, curiosamente el mismo año en que hemos visto nacer la Casa de Beneficencia. Por tanto, evocarle era todo un signo de reivindicación y reconocimiento. Pero, además, se sustituye el término "casa" por el de "instituto" y "beneficencia" por "asistencia social" en clara referencia a una concepción moderna y profesionalizada de la política social. Por otro lado, desde la perspectiva educativa, los nuevos rectores del establecimiento propugnaban la coeducación y la enseñanza laica, como queda reflejado en las críticas que después prodigaron los vencedores.

La victoria franquista, con la consiguiente depuración a determinados empleados (a los que se les quitó el 50% del sueldo), no sólo supuso un retorno al pasado, sino una mayor incidencia en los valores más rancios y conservadores, que aparecen por ejemplo en la creación en 1942 de la Escuela del Hogar para las niñas, cuyo propósito era "la transformación completa en mujeres hacendosas, pero sobre todo piadosas, amantes de la virtud, y solícitas de los quehaceres del hogar", es decir, institucionalizar el confinamiento doméstico legitimado en principios religiosos. IV.2. La apertura a la sociedad Con ligeros retoques de maquillaje, nos hallamos ante el mismo esquema analizado con anterioridad. Sin embargo, el Plan de Beneficencia implicaba ciertas obras en los establecimientos dependientes de la Diputación, así como una reorganización y especialización de los centros desde la perspectiva de la edad y el sexo, que los integraba en una política común. Concretamente la Beneficencia iba a destinarse exclusivamente para niñas, con la excepción de los menores de 7 años puesto que los mayores de 6 años ingresarían, a partir de entonces, en la Casa de la Misericordia. A partir de este momento, y salvando la excepción de un par de años, el número de asilados será tendencialmente decreciente hasta el momento de la desinstitucionalización total en 1982. Tal vez podamos ver en esta orientación el reflejo de un cambio en la valoración social de los hijos en particular y de los niños en general. Sin embargo, la apertura decidida hacia la sociedad comienza a manifestarse un poco más tarde, hacia 1970, aunque algunos signos se dibujan desde principios de los sesenta. Concretamente nos referimos a la consecución de una casa en Estivella (partida de Barraix) donde desde 1962, se organizarían vacaciones por turnos para los asilados que no eran recogidos por sus familiares durante el verano. Desde 1970 se realizan de forma regular excursiones y visitas culturales: "en el orden cultural -afirma la Memoria de 1971- los nuevos métodos de enseñanza están demostrando su eficacia y las niñas han sido premiadas con excursiones a Santiago de Compostela, Cullera, Gandía, Denia". Desde 1975 los últimos cursos de la Enseñanza Básica se impartían en centros externos y las niñas se veían obligadas a convivir gran parte del tiempo fuera de la Casa. Otro tipo de actuaciones iba orientada a combatir la masificación y a la creación de un clima de convivencia cotidiana lo más cercano posible al hogar familiar. Por ello, desde 1978 se construyen módulos internos, donde las niñas se responsabilizan de su funcionamiento junto con una educadora. Desde este momento, pocas barreras quedaban por franquear para la desinstitucionalización. De hecho, los acontecimientos se precipitaron y, en el contexto del clima político de la transición democrática y con la efervescencia de las nuevas tendencias pedagógicas y el desarrollo de políticas sociales de inserción social, se procedió al desmantelamiento del centro. IV. 3. La desinstitucionalización Para entender este paso final de la desinstitucionalización, debemos situarnos en el contexto de la década de los setenta, durante la cual se desarrolla una nueva sensibilidad acerca de los "problemas sociales" y por doquier proliferan experiencias impulsadas por grupos vocacionales, aunque carentes de la adecuada preparación técnica. Por otra parte, las políticas sociales propugnadas por los partidos de izquierda postulan una superación de los enfoques benéfico-asistenciales y el desarrollo de políticas de integración e inserción social.

En este clima de creatividad y ensayo se opta por la desinstitucionalización y el desmantelamiento de la Casa de Misericordia (concertada con la asociación Noves Llars) y de la Casa de Beneficencia. Ello supone el reconocimiento de la caducidad de las instituciones totales o el internamiento asilar y la improcedencia de la segregación del menor de su contexto cotidiano. Se comienza por la revisión de expedientes, potenciación de la escolaridad externa, creación de ayudas familiares y convenios con otras instituciones educativas, eliminar la masificación interna mediante la introducción de módulos, y el proceso culmina con la creación de hogares infantiles en el contexto normal de convivencia, en régimen de coeducación y de corresponsabilidad. Todo ello, unido al despliegue de políticas de prevención de los mecanismos de marginación social del menor, mediante equipos de intervención. Concretamente en 1981 se lanza el proyecto de creación de hogares externos, para lo cual se requería comprar o alquilar pisos. A comienzos de 1982, había todavía 180 menores distribuidos en 12 hogares internos, atendidos por sus correspondientes educadoras, pero escolarizados ya en el exterior. A partir de ese momento, la Diputación decide ubicar en el edificio otros servicios provinciales como el Museo de Etnología, el de Prehistoria o el Servicio de Publicaciones y poco más de diez años después crea el Centro Cultural la Beneficencia. En el siglo XIX, la institución benéfica reemplazó a la institución religiosa. A finales del siglo XX, la reconversión en un espléndido complejo cultural ha sepultado y borrado las huellas de la marginación y la pobreza. Destino ineluctable y fatal que aniquila la redentora memoria del sufrimiento. O, tal vez en tanto que espacio para la cultura crítica, ¿sabrá encontrar la forma de reconocer en aquellos muros y patios el patrimonio de los niños y ancianos, minusválidos y pobres, que los habitaron? ¿acaso se tendrá la osadía de dilatar nuestra experiencia del mundo con el inquietante e incómodo clamor de la solidaridad? La respuesta pertenece al futuro, dominio que por principio queda vedado el historiador.

Bibliografía - ACOSTA, J. A. (1993): Beneficencia, formación y empleo en Valencia (1874-1902). Tesis doctoral, Valencia, Universidad de Valencia. - ALVAREZ URIA, F. (1986): “Los visitadores del pobre. Caridad, economía social y asistencia en la España del siglo XIX”, en VV. AA.: 4 siglos de acción social. De la beneficencia al bienestar social. Madrid, Siglo XXI Editores. - CARASA SOTO, P. (1992): “Pobreza y asistencia social en la España contemporánea. La historia y los pobres: de las bienaventuranzas a la marginación”, en Historia Social. Valencia, Fundación Instituto de Historia Social, Centro UNED Alzira, nº 13. - DIEZ R., F. (1992): “Estructura social y sistema benéfico-asistencial en la ciudad preindustrial”, en Historia Social. Valencia, Fundación Instituto de Historia Social, Centro UNED Alzira, nº 13.

- DIEZ, F., (1993): La sociedad desasistida. El sistema benéfico asistencial en la Valencia del siglo XIX. Valencia, Diputació de València. - ESTEBAN DE VEGA (1992): “La asistencia liberal española: beneficencia pública y previsión particular”, en Historia Social. Valencia, Fundación Instituto de Historia Social, Centro UNED Alzira, nº 13. - FRAILE, P. (1992): “Urbanismo y control social en los tratados de policía”, en Ciencia e ideología en la ciudad. I Coloquio Interdepartamental. Valencia, Generalitat Valenciana. - GUZMAN, P. (1892): Memoria de la Casa de Beneficencia. - MONTAÑES, J. de D., Memoria sobre la dirección, administrativa y marcha de la Casa Provincial de Beneficencia de Valencia, 1873-1881. - PALACIO, I.-RUIZ, C (1993): Infancia, pobreza y educación en el primer franquismo. Valencia, Universitat de València. - SANCHEZ, A. (1973): Centenario de las Hijas de la Caridad en la Casa de Beneficencia. Valencia, Diputación Provincial de Valencia. - SERNA, J., (1988): Presos y pobres en la España del XIX. La determinación social de la marginación. Barcelona, PPU. Las fuentes primarias que se han consultado para el presente estudio son: Diario de Valencia (DV), Diario Mercantil y La Voz de Valencia; la obrita de teatro popular Un pillo y els chics educats en la Casa de Benefisensia y lo que serien moltisims chics a no haber este benefic establiment. Tres coloquis, Valencia, Imp. de Agustín Laborda, 1846. La documentación sustancial se ha obtenido en las distintas series del Fondo Casa de Beneficencia del Archivo de la Diputación de Valencia, muy especialmente en las Actas de la Junta (b.1.1.), Actas de la Comisión Auxiliar Consultiva (b.1.3.), Reglamentos (b.1.4.), Memorias (b.1.5.), Protocolo (b.1.9), Acogidos (b.2.), Administración (b.3.), Cuentas de la Rifa (b.5.24), Cuentas de obra, culto y ornato de la capilla (b.5.36), Memorias de la Diputación (A.3.1.12).

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.