La Cariátide-Niña y la Apreciación Musical

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Descripción

Relato publicado originalmente en la Revista ACONTRAGOLPE de Oaxaca_México, Enero de 2013.

La Cariátide-Niña y la Apreciación Musical Aunque las mujeres que soportan los frisos clásicos son una imagen griega, en México me pareció encontrar su versión viva, con una capacidad de apreciar el arte que me obligó a cuestionarme sobre la valoración que generalmente se hace acerca de las manifestaciones musicales. Por Prometeo Alejandro Sánchez Islas*

Permítaseme describir: está a punto de iniciar el concierto de música de cámara de The Gothenburg Combo en la Sala Manuel M. Ponyvloce de Bellas Artes (ciudad de México)… todos contenemos la respiración… finalizamos nuestro arrellanamiento en la butaca… y fijamos los ojos en los dos magníficos guitarristas David Hansson y Thomas Hansy. Las notas de La vida breve de Manuel de Falla comienzan a llenar el salón mientras la audiencia adopta las clásicas poses de contemplación auditiva. Y en la butaca casi frente a mí, pasillo de por medio, descubro que una adolescente, muy erguida, mira acuciosamente a los intérpretes con sus avellanados ojos. Su mentón levantado y perfil recto, hace que se vea elegante. Su cabello acomodado en dos secciones que imitan esponjosas valvas sujetas por un listón que cae displicente sobre el hombro derecho, me trae a la mente a las matronas griegas; y su blusa holgada, a semejanza de una túnica, hace lucir su cuello y sus orejas. No hay duda: ¡estoy viendo una escultura griega! Esto es México, pero tengo ante mis ojos a una cariátide exactamente igual a las que soportan el Erecteión1 de la Acrópolis de Atenas. El parecido es tan alto que he tenido que corroborarlo en una foto de enciclopedia. Ahora medito: la danza española que estamos escuchando no es fácil de digerir. Es más, a los adolescentes generalmente los llevan sus padres a los conciertos de música 1

El Erecteión es uno de los cuatro templos que coronan la Acrópolis, construido en el siglo V a.C., dedicado a Atenea, Poseidón y el mítico Rey de Atenas Erecteo. Se caracteriza por el pórtico soportado por cariátides o columnas en forma de mujer.

clásica, mientras que esta “cariátide” es acompañada por otros cuatro jovencitos en la misma fila. Así que: ¿qué la motivó a asistir? ¿Vinieron en grupo con afán explorador? ¿Son conocedores precoces que pagaron su boleto para pasar una tarde-noche de viernes en Bellas Artes? Es cierto que los guitarristas Hansson y Hansy tienen un estilo tan fresco y desenfadado, que los críticos especializados han calificado como “hipnótico y con una poderosa presencia teatral-, pero no son conocidos a nivel popular. Ahora es el turno de Claude Debussy. Los músicos interpretan Claro de luna con una perfección técnica que tiene a todos arrobados… y la cariátide sigue muy atenta… eventualmente voltea a ver a sus compañeros quienes también escuchan respetuosos, aunque más relajadamente sentados. Observo que su ropa es humilde, que no está maquillada y que el listón que sujeta informalmente su pelo es realmente un listón de moño de regalo… Y concluyo: ésta es una chica de extracción económica baja… y sus amigos, cuando los vi de cuerpo entero en el intermedio, me lo confirmaron con su vestimenta. Me doy cuenta que lo que está en juego es ahora mi prejuicio. Generalmente he visto gente adulta, en lo posible bien vestida y característicamente arreglada para acudir al Palacio de Bellas Artes; pero no había compartido la sala con una quinta de chavitos solitarios, y lo más sorprendente, atentos y cumplidos ante las formalidades de un concierto. Su actitud, y muy especialmente la de la niña-cariátide, demuestran que la valoración afectiva y/o la toma de conciencia intelectual ante la composición musical, están al alcance de quien se lo proponga. La razón de mi extrañeza estriba en que, tradicionalmente, hemos enfocado nuestros esfuerzos a entender a los creadores de música, así como a sus intérpretes, pero los estudios sobre el tercer componente de la apreciación musical, es decir, la del oyente, han sido eludidos o se han quedado cortos, habida cuenta que los factores que influyen en la capacidad de atención y en el entendimiento de una estructura musical, dependen de las sutilezas formativas de cada individuo. Por ello es más fácil encontrar niños-músicos que niños-oyentes, pues para apreciar una obra se requiere una sensibilidad que no condiciona el saber solfeo, conocer la biografía y época del compositor, estar al tanto de las dificultades técnicas de los instrumentos, ni poseer un lenguaje capaz de expresar adecuadamente una opinión sobre el gusto o la emoción que produce cierta pieza. Así que cuando los guitarristas entraron a terrenos desconocidos en México, interpretando la pieza china Zi Zhu Diao (Melodía del Bambú Púrpura), no me quedó ninguna duda de que se requirió de todo el bagaje intelectual de los presentes para re-

componer, en cada cerebro, la abstracción de aquella música oriental… Mientras tanto, los chicos a quienes yo observaba ¡seguían atentos! Mi admiración iba en aumento, pues la carencia generalizada en nuestro país de un lenguaje específico y universal, aunque sea somero, sobre los elementos de una composición, hacen que el pueblo en general y los jóvenes en particular, se orienten hacia música poco elaborada, basada en ritmos “alegres”, que aunque suenen poderosos o “pegajosos”, son insuficientes en riqueza melódica e incluso ajenos a los valores de la polifonía o, lo que es lo mismo, a la superposición de notas encadenadas de manera simultánea y coordinada, las cuales, en su conjunto, expresan “belleza”. Si he entrecomillado “belleza” es porque generalmente se trata de una construcción intelectual individual, inserta, en nuestro caso, en la cultura occidental. El concierto siguió con Sones y Flores, de Eduardo Marín y Wilfredo Domínguez, obras de inspiración localista que describen el paisaje y que requieren, según entiendo, algo de comprensión geográfica, antropológica o cultural, independientemente de la imaginación que transforma en nuestras mentes, los acordes de las guitarras en voces de aves, en colores de los pétalos, en brisas montañesas o en atardeceres espectaculares. Observo a la cariátide y aún no se aburre… quizá, al igual que yo, evoca viajes e imagina escenas virtuales, como respuesta a los finos arpegios de los maestros alemanes Hansson y Hansy. Debo decir que los intérpretes de The Gothemburg Combo utilizan guitarras clásicas estándar, sin electrónica alguna, y que su vibrante presencia personal, además de lo impecable de su técnica, les ha llevado a viajar por todo el mundo, colaborando en musicalizar obras de teatro y video, y a participar interactivamente con diseñadores de iluminación dinámica, así como con DJ’s, bailarines y coreógrafos. Quizá sea su magia personal, más que la música que interpretan, lo que mantenga a su público absorto y expectante. Cuando la obertura El barbero de Sevilla de Gioachino Rossini irrumpió en la sala, todos los asistentes habíamos formado un cuerpo común con el dúo de cuerdas. Todos éramos adultos, excepto los adolescentes ya mencionados. En ese momento me pregunté si todos en este local apreciábamos la música en los tres planos que académicamente se estilan: el sensual, el expresivo y el puramente musical. El primero de ellos, el sensual, es el más sencillo, pues solo requiere que escuchemos placenteramente los sonidos sin examinar en modo alguno la composición. A veces ponemos un disco o vamos a un concierto por el puro gusto de perdernos o de divagar, ya que la música puede ser un acompañante lateral, un consuelo o una evasión,

pero el secreto está en que, aunque no ejercitemos mentalmente el análisis, la sola presencia de una nota, modifica por completo la atmósfera que nos rodea. Para la cariátide, es obvio que la fuerza primitiva de los sonidos que escuchamos creados por compositores de mérito-, constituían el atractivo central de este poderoso concierto, pero no es la justificación de su profunda abstracción, pues el atractivo sonoro de la música no es lo que le da el valor, aún cuando nuestros sentidos (lo sensual) así lo tomen como primera intención. Se requiere de un segundo plano, el expresivo, que se refiere a lo que la música quiere decir. Este es un tema controversial pues en muchas ocasiones los propios compositores han externado que su música no quiere decir algo, ya que ella es, por sí misma, una “cosa” o un “objeto” con vida propia. Sin embargo, desde el punto de vista del oyente, toda música tiene capacidad de expresión, puesto que nosotros le otorgamos significados tan amplios y personales, que llegan a divergir de la intención original de su autor. En ello se presenta un peligro: el que al forzar la idea de que la música “debe querer decir algo”, imponemos la interpretación personal o aceptamos lo que los “especialistas” o “comentaristas” dicen de cierta pieza y la damos por buena, eliminando con ello la posibilidad de encontrar esa “vida propia” que hace que cada música le diga a cada individuo algo diferente. Esa capacidad del oyente para entender la expresividad de la música, aún cuando ésta cambie cada vez que la escucha, es la que lo caracteriza como un buen espectador… ¡incluso si éste no la puede explicar con palabras! El tercer plano, llamado puramente musical2, se refiere al resultado de la manipulación de las notas por el compositor. Según Copland, “cuando el hombre de la calle escucha ‘las notas’ con un poco de atención, es casi seguro que ha de hacer alguna mención de la melodía. La melodía que él oye es bonita o no lo es, y generalmente ahí deja la cosa. El ritmo será probablemente lo siguiente que le llame la atención, sobre todo si tiene un aire incitante. Pero la armonía y el timbre los dará por supuestos, eso si llega a pensar siquiera en ellos. Y en cuanto a que la música tenga algún género de forma definida, es una idea que no parece habérsele ocurrido nunca”. Para el caso que narro, la cariátide parece dispuesta a aumentar su percepción en materia musical, oyendo las melodías, los ritmos, las armonías y los timbres de un modo muy consciente, aportando lo que en su mente exista sobre los principios formales de la música y quizá sobre el pensamiento del compositor. Sólo así fue posible mantener la atención y la emoción (ambas suficientemente demostradas mediante el lenguaje corporal de la niña a quien he llamado “cariátide”), cuando el dúo interpretó canciones tradicionales suecas y nos sedujo con arreglos sobre 2

Definiciones de Aaron Copland, del libro Cómo escuchar la música, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp 27-35.

tangos de Astor Piazolla. Y más aún, cuando nos dieron una cátedra sobre las características del sonido de la guitarra clásica. ¡Cómo me gustaría encontrar muchas “cariátides” en los conciertos de este país! ¡Cómo cambiaría México si nuestros adolescentes acudieran, por voluntad propia, a escuchar piezas estructurada bajo rigurosas teorías musicales, independientemente de atender cualquier otro género musical! Y cómo me felicito yo de haber disfrutado de ese dúo alemán, mientras observaba a un grupo de potenciales luminarias del arte musical, emergiendo de la masa popular de nuestra propia tierra. (*) Miembro del Seminario de Cultura Mexicana.

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