La bioética frente a la muerte. Entre el sufrimiento y la eutanasia

August 11, 2017 | Autor: F. Benítez Rubio | Categoría: Bioética, Filosofia Y Bioética, Eutanásia, Fundamentación de la Bioética
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LA BIOÉTICA FRENTE A LA MUERTE ENTRE EL SUFRIMIENTO Y LA EUTANASIA

EXPERTO BIOÉTICA Y BIODERECHO. UNED AÑO 2010 FRANCISCO JAVIER BENÍTEZ RUBIO

LA BIOÉTICA FRENTE A LA MUERTE ENTRE EL SUFRIMIENTO Y LA EUTANASIA EXPERTO EN BIOÉTICA Y BIODERECHO. UNED.

“Reconozcamos que la muerte hace siempre una justa distribución de la nada” Mario Benedetti

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INDICE: Prólogo

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BIOÉTICA ¿ES POSIBLE EL CONSENSO DE CONTENIDOS MÍNIMOS EN BIOÉTICA? ¿ES DESEABLE Y NECESARIO?

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APUNTES DE CARTOGRAFÍA

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LOS DERECHOS HUMANOS COMO GUÍA BÁSICA EN LA RELACIÓN ENTRE LA BIOTECNOLOGÍA Y LA BIOÉTICA

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BREVES REFLEXIONES EN TORNO A LA DIGNIDAD HUMANA COMO LÍMITE NATURAL DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

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ANÁLISIS ÉTICO-JURÍDICO DE LA RES BIOÉTICA

14

EL MURO Y EL ABISMO

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HITOS FUNDAMENTALES EN LA HISTORIA DE LA BIOÉTICA

20

LOS PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA

22

EL CAMPO DE BATALLA DE LA BIOÉTICA

26

LA JURIDIFICACIÓN DE LA BIOÉTICA

27 Anotaciones

MEMENTO MORI

30 32

Anotaciones

36

EUTANASIA SOBRE BIENES, MALES Y DERECHOS. REFLEXIONES AL VUELO.

37

EL UNIVERSO ÉTICO (I)

38

EL TECHO JURÍDICO

44

EL UNIVERSO ÉTICO (y II)

46

LO QUE NO SE VE, LO QUE NO SE DICE, LO QUE NO SE CUENTA. UNA CONCLUSIÓN INCONCLUSA.

50

Anotaciones

54

ANEXO I

60

ANEXO II

61

BIBLIOGRAFÍA

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Prólogo Morimos. Moriremos todos y sólo el recuerdo quedará de nosotros. Pero si morir fuera solamente morirse no habría lugar para la reflexión del cómo vamos o tenemos que morir. Y como es palmario que desde siempre nos morimos con dolor, sufrimiento y, en muchos casos, larga agonía, surge la reflexión por la búsqueda de una buena muerte. Mueren. Mueren todos ante nuestros ojos, los seres queridos, aquellos a los que detestamos y la gran mayoría de seres humanos anónimos que nunca llegamos a conocer pero que conforman el mundo en el que vivimos. Y es que siempre nos toca reflexionar sobre la muerte del otro porque a la nuestra nunca se nos invita a reflexionar. Hemos de dar por supuesto que será como la de los otros a las que hemos asistido, y en base a esa información montamos nuestros entramados mentales. Mayoritariamente, la reflexión es individual y personal, y sólo transita por el ámbito privado. Es más, la muerte ha sido siempre un tema peliagudo para la mayoría de las personas. Cuesta trabajo y hay que armarse de mucho valor para afrontar en la soledad del pensamiento semejante cuestión. A lo sumo, suelen preferirse las narraciones ajenas generalmente en la literatura o el cine para abordar de pasada el asunto. Sigue habiendo personas que no quieren ni oír hablar del tema, y mucho menos pensar sobre el mismo, o participar en conversaciones sobre la cuestión, vaya a ser que atraiga sobre él la mala suerte. Pero el problema surge cuando todo este maremágnum rebasa el ámbito de lo privado. Como tendremos tiempo de ver, el asunto de la muerte, en abstracto, y el asunto del morirse la persona en concreto, no es algo nuevo. Lo que es nuevo es el contexto cultural en el que habitamos, en el que lo tecnológico y lo científico tiene tan peso específico, inoculando muchas de sus categorías en los comportamientos de millones de seres humanos. Y añadir la nada desdeñable novedad de la intercomunicación cuasiautomática en la que vivimos. Ambas categorías, lo técnico-científico y la inmediatez, convierte a nuestro mundo, en

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relación a la reflexión sobre la muerte y el morirse, en un lugar donde el tema supera el ámbito de lo privado, colocándolo en medio, casi, de la plaza pública. Y es aquí, en este mismo contexto donde surge también la bioética. Como forma y modo de vertebrar en coherencia todas las reflexiones que surgen sobre el ser humano y sus vicisitudes (y la muerte lo es ¡cómo no!). La pregunta básica del ámbito privado es ¿cómo quiero morirme cuando llegue mi hora? Y creo que unánimemente respondemos que en paz, sosiego y dignidad, sin fútiles sufrimientos, rodeado de los nuestros. Pero, ¿podemos los seres humanos, con la libertad natural e innata que nos define, decidir que se cumpla este deseo? ¿Podemos poner todos los medios a nuestro alcance para que se cumpla este íntimo anhelo? Todos hemos visto el sufrimiento del mal morir. Todos lo conocemos, no es algo que pueda ocultarse hoy en día, o que sólo atañe a unos cuantos parias. A estas alturas del partido, pocas son ya las personas en cuyo entorno familiar no ha habido una mala experiencia. Quizás un padre o una madre, quizás un marido o una esposa, quizás una hermana, algún sobrino, quizás un amigo de la infancia o un compañero del trabajo; quizás, el más doloroso de todos esos quizás: un hijo o una hija. ¿Concuerda esas vivencias, muchas veces de primera mano, con nuestros deseos? Por este sufrimiento es por lo que se llega a la determinación de querer para uno mismo la buena muerte. Pero al hacerlo puede que se rompa una cadena, un muro; y como todo actuar, ésta conlleva una consecuencia. No hay monedas de dos caras. Y es aquí, en este momento, donde de lo íntimo y lo privado se salta a la palestra de lo público y lo compartido, de lo legislado. Y es aquí, por eso mismo, donde surge el bioderecho como el necesario telón de fondo en el que lo íntimo y lo compartido convivan razonablemente bien avenidos.

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BIOÉTICA El castizo refranero patrio nos deja muchas pepitas de oro escondidas dentro de sus frugales sentencias. Este trabajo vamos a empezarlo haciendo caso a uno de ellos: ‘poner el parche antes de que salga el grano’. Un aviso a navegantes sobre las dificultades que entraña la bioética y el bioderecho. Luego, llegado el momento de entrar en materia, hemos de comenzar profundizando en los Derechos Humanos y la Dignidad Humana, por que han de ser estos los primero baluartes que tenemos que fijar, para no olvidarnos nunca que estamos tratando con seres humanos antes que nada. A continuación, tras un breve repaso por la historia de nuestra disciplina, llegará la reflexión sobre los principios que ha de guiar a la bioética. Concluyendo con un tema fundamental: la juridificación de la bioética. No me alargo más. Comenzamos.

¿ES POSIBLE EL CONSENSO DE CONTENIDOS MÍNIMOS EN BIOÉTICA? ¿ES DESEABLE Y NECESARIO? La Historia de la Ciencia relata desde hace muchos siglos cómo el ser humano se las ingeniaba para hacer frente al mundo que le rodeaba. Fueron muchas las satisfacciones que provocaron los éxitos de medrar lentamente desde la elaboración de lascas de piedra con la técnica Levallois hasta el Genoma Humano y el Bosón de Hicks. La ciencia fue arrancando poco a poco los secretos que tenía guardados la Naturaleza. Una parte importante se los ha ido entregando a la sociedad en forma de avances tecnológicos que han transformado por completo la cultura del hombre. Otra parte quedó relegada a lo esotérico de los laboratorios. Evidentemente el nivel de abstracción alcanzado era tal que se fue alejando del mundo del sentido común cotidiano. El nivel de sofisticación, tanto en la

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metodología como en la conceptualización, aumentó in crescendo hasta convertir a la Ciencia en una cuestión propia de mandarines elegidos para la gloria. Pero además, podemos completar este rápido bosquejo con un tercer nivel resultado de los dos anteriores. La Ciencia tiene un valor más allá de lo evidente, de lo empírico, más allá de sus propias categorías de cuantificación. Hemos de preguntarnos por el sentido y luego por las consecuencias sobre la vida de los hombres. Más aún, cuando por la evolución de la ciencia se terminó asociando inextricablemente al poder, al mercado y a la monetización. Un análisis conjunto de la relación hombre-ciencia, aun siendo muy resumido como éste, no sería justo si no mencionamos los fantasmas de la ciencia: Auschwitz e Hiroshima. El progreso científico nos ha terminado de colocar en una posición de determinación desconocido hasta ahora1. Hasta no hace mucho la ciencia dirigía su atención hacia el afuera de la Naturaleza. Pero con Darwin y con Mendel, comenzó la Ciencia a mirar con fuerza y atención al adentro de la Naturaleza: al propio hombre. El resultado de ese giro ha llenado centenares de libros de diversa índole. Ese largo encadenamiento de acción-reacción-repercusión que la literatura detalla nos coloca finalmente y en la actualidad reciente en una época de miedos e incertidumbres, que lejos de ser obviadas o ninguneadas deben ser atacadas con resolución. Si bien pudiera haber un consenso amplio hasta aquí, a partir de ahora nos movemos en suelos resbaladizos, al no estar muy claros los límites de la intervención. La indeterminación del universo moral y los diferentes universos culturales en los que habita el hombre hacen difícil el establecimiento de ese horizonte. Es, y será siempre, loable sacramentar al diálogo como fundamento de la convivencia pacífica, pero también es importante anunciar que no es una panacea que soluciona todos los problemas con sólo nombrarla. Los dialogantes, sin ellos no hay diálogo, porque ni las piedras ni los libros dialogan entre sí, no deben dejarse atenazar por sus preconcepciones cuando han de sentarse a la mesa para buscar esos mínimos. Si los dialogantes no son capaces de superar sus máximos ningún mínimo será posible, por mucho que digamos lo excelso del diálogo. Por tanto, y he aquí la gran dificultad, el diálogo fructífero requiere la renuncia consciente de

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algunas de las posturas de partida. ¿Es posible esa renuncia a la tradición pretérita en la que cada uno decide insertarse? Así todo diálogo será nominal, y en todo punto infructuoso. Es en este momento cuando afrontamos las preguntas del comienzo. La segunda pregunta tiene una respuesta clara y simple: sí. Evidentemente responder a esta segunda pregunta no es ir más allá de una declaración de intenciones. Pero para responder de manera correcta a la primera tenemos que ir más allá de las buenas intenciones y de un rutinario ejercicio de voluntarismo. Los temas que trata la bioética no son desde luego pecata minuta, como tampoco lo son las consecuencias que conllevan el poner en práctica lo que se piensa. Ni mucho menos las opiniones y los compromisos vertidos en ella son livianos. No seamos ingenuos, la bioética es una trinchera excavada en medio de un campo de batalla junto a otras muchas. Hay que colocarse en algún sitio, hay que elegir un posicionamiento. Aunque se pretenda no participar en la contienda, no es esté un lugar de neutralidades, por muy frías, racionales y asertivas que se nos muestren. Ya sabemos cómo determinadas instancias hacen de su capa un sayo y aniquilan el principio lógico de tercio excluso. No se puede estar a favor de hacer algo y a la vez estar a favor de no hacer algo. La bioética no debería, por su bien, adoptar estas deformaciones del ámbito político. También sabemos cómo otras instancias ascienden a nivel de Verdad inamovible e inmutable el fruto de su reflexión. La bioética no debería, por su bien, adoptar estas deformaciones del ámbito religioso. No debería subyugar sus principios racionales a una serie de dogmas, basados en el principio de autoridad, que se han ido transformado a lo largo de los siglos. La autonomía de la Bioética y el Bioderecho debería ser condición sine qua non de su ser. Si no es así, sería un apéndice más al servicio de la demagogia y el populismo de unos; o bien convertirse en el atizador de conciencias descarriadas de otros. ¿Qué concepción ética debe presidir la acción legislativa? ¿Debe ser el campo legislativo un espacio neutro? […] ¿Debe el Derecho configurar unos mínimos éticos? ¿Debe el Derecho permanecer neutral frente al pluralismo moral?2. Dejemos aquí,

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por el momento, el hacer preguntas de profundo calado que tendrán un bosquejo de respuesta cuando hablemos de ‘juridificar la bioética’. Toda persona de buena voluntad, reflexiva, educada cultural y éticamente, suele mostrar, además, una exquisita prudencia a la hora de expresarse, y sobre todo a la hora de dictaminar sobre cualquier cuestión. Es como el ave rapaz que antes de atacar a su presa gira y gira en el cielo acechándola y vigilándola. Lo que ocurre es que si finalmente no se lanza en picado a por ella, habrá estado perdiendo el tiempo en maniobras superfluas. Lo mismo pasa con el pensador o el filósofo o el jurista o el científico que reflexiona sobre las relaciones entre la Biociencia, el Derecho y la Bioética. Al final, tras muchas reflexiones, debe atacar al problema que tiene entre manos y colocarse en una posición estable y coherente. Ha de tomar partido de forma fundamentada. Buscar su sitio en la trinchera, apretar los dientes y tirar para adelante, que la batalla sigue teniendo lugar delante de nuestras narices

APUNTES DE CARTOGRAFÍA3 La bioética no solo plantea al derecho un problema de contenidos en el que el jurista juegue un único papel de discutir la coherencia sistemática de las normas. La bioética muestra que el estricto normativismo deja muchas cuestiones por resolver. El normativismo jurídico es muy válido en muchas situaciones y/o determinados contextos políticos; pero no sirve en otras instancias, como es el caso de la bioética. Efectivamente, el modelo jurídico normativista, su praxis axiológicamente neutral es un instrumento indispensable en la práctica política decisional. Pero su error es apretar la realidad del mundo en paradigmas estancos y cerrados. Su formalismo se torna estéril al enfrentarse al ser del hombre. El mundo en el que vivimos ha puesto contra las cuerdas a muchas de las instancias de sentido que antes eran incontrovertibles. Entre ellas a la experiencia jurídica de sello normativista. Hay un consenso casi generalizado respecto al nombre que otorgamos a la epocalidad que vivimos: el posmodernismo. Y casi el mismo consenso encontramos a la hora de determinar que es un tiempo extraño y complejo lleno de Fco. Javier Benítez Rubio

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posibilidades, pero también de brutales ponzoñas. Ahora bien, a la hora de determinar cuáles fueron los caminos que nos llevaron hasta aquí, y cómo salir de semejante atolladero existencial, la cuestión se vuelve intrincada y obtusa, ya que son muchos los pareceres al respecto, muchos de ellos francamente encontrados. D´agostino apunta que en nuestra época hay generado un vacío, una nada, una radical ausencia de valores y sentidos. Y frente a este nihilismo como la pregunta clave de nuestro tiempo, se han dado hasta el momento dos respuestas. La primera de ellas fue dada por el ínclito Friedrich Nietzsche: la voluntad de dominio. La segunda, compartida ex aequo con la ecología, es el miedo. El gran problema surge al darnos cuenta que ni en la voluntad de poder subjetiva, ni el miedo a priori, pueden fundamentar legítimamente una bioética autónoma. ¿Qué bioética es posible y aconsejable en estos tiempos que corren? D´agostino pone el dedo sobre dos grandes amenazas. Las Escila y Caribdis de la Bioética son por un lado el moralismo que trata de atenazarla; y por otro, el procedimiento decisional (por voto) típico del racionalismo político democrático. O bien llenamos a la bioética con una montaña de ‘post it’ llenos todos de ocurrencias moralizantes. O bien, nos juntamos aquí tres o cuatro como en una pachanga, levantamos nuestras manos y el que consiga el número más alto de dedos levantados gana y todos para casa. El filósofo y jurista italiano no pretende caer en el error que critica, intentando concluir tan ardua cuestión con eslóganes de fácil consumo. Al contrario, no oculta la gran dificultad de nuestra disciplina. La bioética no cuadra fácilmente en los modelos tradicionales de pensamiento jurídico. Pero no deja de ser cierto, que la Bioética, y la ecología, son necesarias en este mundo, ya que son el contrapunto reflexivo a realidades complejas que son o ninguneadas o tratadas a la ligera o con terribles dogmatismo de cuño religioso. Nuestro autor aconseja antes que nada la renuncia a todos los dogmas nihilistas y funcionalistas, como primer paso en la elaboración de una bioética autónoma.

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LOS DERECHOS HUMANOS COMO GUÍA BÁSICA EN LA RELACIÓN ENTRE LA BIOTECNOLOGÍA Y LA BIOÉTICA Y siguiendo transitando por esta senda que se nos ha abierto: “… la biotecnología tiene hoy la capacidad de alterar muy profundamente el curso de los dinamismos naturales que han guiado durante milenios el nacimiento y el desarrollo de los seres vivos. Y esta inusitada capacidad ha hecho que muchos hombres contemplen el horizonte de los avances biotecnológicos bajo la presión de dos sentimientos difícilmente conciliables: de un lado, la esperanza en un considerable despegue de la calidad de su vida y, de otro, el temor a unos riesgos que se entrevén amenazadores y tremendamente graves para el futuro de la humanidad. […] en esa conciencia escindida, es donde surge el preocupante enigma ético de los deslumbrantes avances biotecnológicos y la consiguiente necesidad de contar con unos principios o valores que puedan ser generalmente asumidos como patrón de contrastes de su corrección o incorrección. ¿Dónde encontrarlos?”4. En los Derechos Humanos, por supuesto.

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La relación entre los Derechos Humanos y la Bioética ha de ser entendido como una relación de complementariedad, y no de conflicto. La reflexión profunda y pausada creo que debería ser el punto de partida necesario. Hay que sopesar seriamente los beneficios, los riesgos y los daños. Muchas veces recurriendo a los casos del pasado, pero creo que también es importante vislumbrar las posibilidades del futuro próximo. Si la Biotecnología ayuda a la mejora de los derechos primarios del ser humano será bienvenida. Esto es algo palmario para cualquier persona normal y corriente y que no haya sido abducida por prácticas alienantes. Pero si produce daños irreparables, por pequeños que sean, para la vida y la salud de los seres humanos (también los animales y la vegetación) las prácticas biotecnológicas deben ser radicalmente censuradas. “El interés o bien objetivo de los hombres, como individuo y como humanidad, es, pues, el principio supremo y definitivo para la valoración ético-jurídica de cualquier actuación biotecnológica”5.

BREVES REFLEXIONES EN TORNO A LA DIGNIDAD HUMANA COMO LÍMITE NATURAL DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Es conveniente determinar primero, y antes de entrar en otras profundidades, ¿qué es la dignidad humana?, para luego poder consignar lo que es posible éticamente en la investigación científica. Definir y acotar la cuestión como paso previo a la actuación de poner limitaciones. Tenemos dos perspectivas acerca de la dignidad. La primera6 es la perspectiva ética o fenomenológica y se relaciona con la acción personal y los comportamientos prácticos. Aquí dignidad significa excelencia, grandeza, decoro, gravedad, ser distinguido e ilustre. Usando una expresión más coloquial, diríamos que eres como haces las cosas: “cada individuo se hace acreedor de un grado determinado de dignidad o indignidad en función de sus actos. La segunda7 es la perspectiva ontológica, también llamada digneidad. Esta es la dignidad intrínseca de todos los seres humanos por igual, independiente de los actos. Las personas son dignas per se, por eso no pueden ser maltratadas, ni torturadas, ni condenadas a muerte, aunque cometan actos indignos. El ser es

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digno, esto es, tiene digneidad con independencia de la dignidad o no de sus actos. Una vez delimitado el concepto de dignidad podemos hablar de límites. Uno de los asuntos más difíciles de tratar con la ciencia, y los científicos, es el de sus límites. ¿Cuáles han de ser los límites de la ciencia? Yo diría mejor, ¿cuáles han de ser los límites de los científicos en sus investigaciones científicas? Y lo digo así porque pienso que al decir solamente ‘Ciencia’ se cae en una vaguedad, ya que la ciencia no hace ciencia, son los científicos, personas de carne y hueso insertos en contextos sociales, culturales e históricos, los que hacen ciencia. Igualmente ni la ‘Filosofía’ hace filosofía ni el ‘Derecho’ hace Derecho; son las y los filósofos y las y los juristas los que hacen Filosofía y Derecho. ¿Han de ser solamente los límites técnicos los que limiten a la práctica científica? ¿Han de existir otros? ¿Cuáles? ¿Cómo mostrárselos a la comunidad científica para que los adopte? ¿Qué hacer con aquellos que hacen caso omiso a los límites establecidos? Yo creo que la mayoría de los científicos saben que sus disciplinas no están por encima del bien y del mal y aceptan con naturalidad que “la actividad científica e investigadora no está exenta de condicionamientos éticos o legales”8. También que su labor persigue el beneficio y una mejor calidad de vida en la humanidad. ¿Por qué entonces ha de hablarse de límites? Primero porque la historia más reciente nos ha mostrado los grandes peligros de una ciencia desbocada. Y segundo, con sólo arañar ese primer argumento, son los intereses bastardos que pueden, y de hecho consiguen, manipular a la ciencia a través de los científicos: las ideologías racistas y totalitarias de los experimentos nazis, el ansia de dominio imperial de la carrera armamentística nuclear, y finalmente, los enormes intereses económicos que algunos vislumbran con la futura manipulación del código genético humano o la investigación en farmacología. Efectivamente, hay fantasmas que acechan a la ciencia, y a los científicos. El mundo de la literatura y del cine ha dejado muestras fehacientes de las posibilidades cacotópicas que alberga una ciencia sin humanidad. Por tanto creo importante “establecer qué es lo que está permitido y lo que, si llega el caso, deba prohibirse o regular las condiciones de su ejercicio”9. Y el criterio

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que ha de regir esto, eso que ha de marcar la línea infranqueable, es la Dignidad Humana y el respeto a los Derechos Humanos que vimos en el punto anterior. La libertad de los científicos para investigar lo que quieran y en las condiciones que consideren oportunas han estar fuera de toda duda. Esa libertad es plenamente equiparable a la libertad de pensamiento, de expresión o de credo religioso. Libertad que es reconocida por la Constitución de nuestro país por ejemplo y por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es más, toda investigación que proporcione al ser humano una mejora en su vida, ha de ser alentada. Pero cuando la investigación pueda dañar al ser humano habrá que poner una frontera. Y alguien debe controlar con firmeza esa frontera. El autor nos dice que será el Estado el que tendrá que “regular los límites y las condiciones del ejercicio de la libertad”10. La propia Declaración Universal relaciona claramente a las investigaciones científicas con el beneficio al ser humano, “porque el derecho a la libertad de investigación sólo se justifica por el principio de beneficencia o al menos de no-maleficencia pero el derecho a la investigación nunca podrá atentar contra otros derechos de la persona”11.

ANÁLISIS ÉTICO-JURÍDICO DE LA RES BIOÉTICA Los avances científicos son neutros. La ética es la que califica la relevancia moral de los mismos de acuerdo a parámetros estrictamente morales. Luego será el derecho quien garantice que las recomendaciones de la ética no caigan en saco roto. Así que la Bioética nace con el propósito de elaborar esos “criterios éticojurídicos que sirvan al Derecho positivo eficientemente a la hora de enfrentarse a la difícil tarea de regular todo aquello que tiene que ver con la biotecnología”12. La “ética es un proceso de reflexión, esto es, que se fundamenta en el razonamiento”13. Al ser así, es muy común que choquen las distintas líneas de argumentación que parecen igualmente razonables a quienes la elaboran. Por eso la historia de la ética no es única, sino diversa. Diversos son también los análisis que hacen los expertos en este tema. En primer lugar tomaremos en cuenta el trabajo de Lora & Gascón y a continuación el de Beriain. Fco. Javier Benítez Rubio

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Estos son, groso modo, los dos universos irreconciliables de la ética, y por ende de la bioética. Desde el punto de vista de la ética de mínimos, ella se considera a sí misma como una ética pública, y ‘hace referencia al mínimo común denominador en una sociedad pluralista’14, es el nivel mínimo ético exigido. También desde el punto de vista de la ética de mínimos, la otra, la de máximos, se convierte una ética de uso privado con los máximos opcionales según sus propios ideales de perfección. El punto de vista de la ética de máximos no coincide con la anterior. Primero porque no reconocen esa dualidad de esferas. Y luego, lo que otros consideran como ceguera o actitudes cerriles o dogmáticas, para ellos es un fundamento innegociable. Entienden que hay cuestiones que, por su propia naturaleza, son de una importancia tal que no pueden estar pendientes de discusiones, teorías de juegos, negociones multilaterales, estrategias optimizantes y cosas similares.

Por su parte, para el Profesor de Miguel Beriain, los dos grandes troncos de la historia de la ética son la ética teleológica y la ética deontológica. La complejidad de los asuntos tratados por la bioética desborda a ambos modelos cuando actúan independientemente, por lo que propone un modelo ecléctico, en el que la ética

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deontológica lleva la voz cantante, pero en el que la ética teleológica se puede, y se debe, introducir en determinas situaciones. Principios que preserven valores primero, y luego, en algunas situaciones puntuales, conductas de actuación utilitaria concretas. Merece la pena leer gran parte de su razonamiento. “El modo de obrar humano debe, a nuestro juicio, ajustarse a una serie de principios que permitan la preservación de unos valores que consideramos fundamentales, y que aquí hemos resumido en dos: la vida humana y la dignidad del hombre. … en muchos casos, cabe emplear en nuestro análisis argumentos de corte consecuencialista que nos permiten ver con mayor claridad cuál ha de ser la conducta más adecuada en cada caso concreto. Se trataría de optar por una Ética deontológica hasta el momento en que debemos razonar de acuerdo con criterios utilitaristas. […] los principios morales tienden a resultar contradictorios en algunos casos. En tales circunstancias, no nos queda más remedio que elegir entre unos y otros, misión para la que resultan más necesarios parámetros como los que nos proporcionan las teorías consecuencialistas. […] en qué momento una Ética de principios ha de dejar paso a los que hemos llamado utilitarismo de extremos. …en primer lugar, el tránsito entre un tipo de Ética y la otra sólo podrá producirse cuando ninguna estrategia que respete estrictamente los principios que más tarde enunciaremos pueda lograr el objetivo buscado; y, en segundo lugar, el objetivo a alcanzar ha de tener la entidad suficiente como para justificar la ruptura de esos principios”15. Existe un acuerdo más que amplio a la hora de ponerle nombre a las etiquetas de los cajones éticos. Pero cuando luego hay que llenarlos, comienzan los problemas. Así ocurre con los valores fundamentales de ‘dignidad humana’ y la ‘vida’, que siendo ambos básicos sobre los que deben girar la ética, luego no hay consenso para determinar sus características. Dignidad humana. Los seres humanos tenemos una dignidad superior a la de otros seres vivos pero idéntica entre nosotros. Hasta aquí todos de acuerdo, pero no podemos ignorar una serie de interrogantes que se plantean. ¿De dónde procede esta dignidad? La dignidad puede partir de las capacidades y facultades

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racionales del ser humano; o se puede entender de modo holístico y ser todo el conjunto humano el que tiene un valor incomparable. Ambas son posturas inmanentes e intrínsecas. Pero no podemos obviar que existe otra valoración de mucho peso e historia que entiende la dignidad humana como algo extrínseco y trascendente. ¿Qué es exigible para respetarla? Lo deseable sería entender al ser humano como fin, pero eso choca con la realidad cotidiana que nos dice que es un medio. En definitiva, problemas y desencuentros. La conclusión ha de ser que no hay condiciones objetivas suficientes que nos permitan dilucidar que seres son dignos y cuáles no16. Hemos de centrarnos en la búsqueda de consensos mínimos, que seguramente es lo máximo que tendremos. Vida humana. La existencia tiene un valor y merece ser respetada. Una vez más, todos de acuerdo. Una vez más desacuerdo a partir de la pregunta ¿cuál es ese valor? Para la tradición cristiana, que es la predominante en el ‘topos’ donde vivimos, al ser la vida un don divino, su valor es absoluto: sólo Dios tiene derecho a arrebatarla. Esta es una concepción heterónoma de la vida, arrebatada al viviente real que vive, y se asocia a la concepción extrínseca y trascendente de la dignidad humana. No olvidemos por un momento que durante siglos, no sólo era esta la única explicación, sino que era imposible, so pena de grandes riesgos, intentar buscar otro tipo de explicaciones. Frente a este valor absoluto aparece el concepto de ‘calidad de vida’, que toma la vida como valor relativo: ante el sufrimiento extremo hay vidas que no merecen ser vividas en esas condiciones, con lo que es posible anteponer el valor de la dignidad de la persona. Y lo que afirma ese ‘relativo’ es que va acompañado de otros valores, que entra en diálogo con ellos, que no trata de imponerse brutalmente sobre todo; no indica, por tanto, ningún rasgo de laxitud o debilidad, de sencillez, simplicidad o de que todo vale.

EL MURO Y EL ABISMO Siendo realistas, es muy difícil que existiendo una ética de máximos pueda una ética de mínimos ser viable, ya que siempre habrá un tope que será insalvable, ese máximo, porque qué hacer con quién no quiere negociar. Y una ética de máximos siempre verá con desconsuelo y pesimismo como sus grandes valores

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son rebajados a meros trámites en una mesa de negociación. Hablando en términos coloquiales que todos puedan entender: la ética de mínimos puede “conformarse”, y tratarlas como un triunfo, con consecuciones menores conseguidas incluso en arduas negociaciones. Para la ética de máximos todo lo que no sea conseguir la totalidad es descorazonador. En los tiempos que corren, de posmodernismo capitalista y de laicismo, las éticas de máximos, siempre vinculadas a poderes fácticos confesionales, especialmente la religión católica apostólica romana, han retrocedido en su auge popular, pero no en la fortaleza de las convicciones de sus iniciados. Aunque no mantengan los poderes pretéritos sobre la vida y la muerte de las personas si se enrocan con fuerza en sus creencias, porque entienden que la reordenación de papeles de estos tiempos es una subversión de la verdad que les ha encomendado proteger. Pero el hecho de que decrezca el interés por unos no ha hecho que aumente el interés por los otros; puesto que, en muchos ámbitos de la vida, incluido la bioética, esa ética de mínimos es tomada por muchos como la igualación, de facto, de mínimos con nada, y que todo está permitido, que no existen ni fronteras ni criterios. Así que la ética de mínimos principialista se debate procelosamente entre un muro y un abismo. Entre la crítica de unos y el pasotismo de otros tantos. La ética de máximos la censura gravemente y otras instancias de la sociedad la ningunea ostensiblemente. Un pueblo, una sociedad, una ciudadanía que en gran mayoría hace caso omiso a su responsabilidad de reflexión sobre los temas que le atañen. ¿Cómo solucionar semejante infortunio? Como dos vectores contrapuestos chocan y se empujan el uno al otro, la una con su pertinaz contundencia con la que se afirma, la otra con la racionalidad que parece explicarlo todo. La pelota está en el tejado de los que defendemos un modelo racional y articulado que serpentee por los recovecos y las aristas de estos problemas sin tener que tirar muros a cañonazos. Es por esa magnífica llama de la razón que todo lo ilumina cuando pasa y que no es capaz de convencer a otros que no seamos nosotros mismos. La razón ilustrada iluminadora de mentes cavernosas sigue sin entran en muchos lugares. Creo que ya llevamos suficiente tiempo de existencia para saber que no toda

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irracionalidad que toca la razón se vuelve automáticamente racional (y menos aun cuando lo que está en juego es nada más y nada menos que la posibilidad de la muerte). Al final parece que los que defienden esta bioética son un puñado de vaqueros parapetados en sus carromatos posicionados en círculo mientras que son rodeados y tiroteados por una horda de furibundos pieles rojas. Y ya no solo hay debate en los despachos, en los libros, o en los grandes Simposios donde asisten expertos multititulados. Aparecen las dificultades de todo tipo en el plano empírico del día a día. ¿Qué es todo esto? En la práctica diaria a los médicos les cuesta no adoptar esa postura paternalista tan contraria al principio de autonomía. A los gestores de los distintos servicios de salud, cargos políticos por cierto, interesados básicamente en cuadrar sus balances de inputs y outputs que no haga peligrar sus respectivas carreras en los escalafones de sus diferentes partidos, les cuesta trabajo no tirar por la borda el principio de justicia. Y el sujetopaciente-votante enfermo, preocupado por lo que tiene encima, no tiene muchas veces en su poder la magnificencia psicológica y moral de tomar las riendas de su vida (y seguramente su próxima muerte) y afrontar con entereza lo que tiene delante, y (muchas veces por la entrada en escena de la familia) se deja llevar por ese ansía paternalista de los médicos y enfermeras que rondamos por allí, que queremos ‘ayudar y cuidar’. El día a día está lleno de peculiaridades y de matices, hasta un punto casi infinitesimal, que la racionalidad cibernética del derecho y sus cuitas de tabularlo absolutamente todo en forma de reglas, disposiciones, sentencias y leyes resbalan como si de un suelo mojado se tratase. No estoy diciendo que sea algo superfluo, al contrario, la utilidad es manifiesta. Lo que quiero decir es que la dificultad es un hecho profundamente ineludible. Y soslayarla, al menos minimizarla en rangos manejables, porque desde luego es ineliminable, no sólo es un asunto de la bioética teleológica o de la deontológica; no sólo es asunto del Derecho y la Legislación vigente. Esto trasciende estas instancias. Tiene también que ver, y mucho, con otro modelo de entender la vida y las relaciones humanas. Tiene que ver, sobre todo con la educación que recibe el espíritu de los pueblos. Y entiendo que este no es lugar para esas grandes disquisiciones. Pero entiendo también que han de ser tenidas en cuenta. Por mucha

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ética y por muchas leyes que queramos plantear, si no se aspira a modificar eso otro, sólo se conseguirá arañar la solución definitiva. Mientras habrá que subsistir en el constante choque de trenes, a la búsqueda del mejor de los peores posibles.

HITOS FUNDAMENTALES EN LA HISTORIA DE LA BIOÉTICA Siglos VI – I a. C. ‘Juramento de Hipócrates’ y el Corpus Hippocraticum. Siglo I a. C. ‘Juramento de iniciación’, Caraka Samhita procedente de la India. Siglos III – IV d. C. ‘Juramento de Asaph’ procedente del mundo médico judío. Siglo X d. C. ‘Consejo de un médico’ procedente del mundo médico árabe. Siglo XVII. ‘Los cinco mandamientos y las diez exigencias’ procedente del mundo médico chino. Siglo XIX. ‘Medical Ethics or an Code of institutes and precepts adapted to the professional conduct of physicians and surgeons’ de Thomas Percival. Siglo XIX. Aparición de los primeros colegios médicos y los primeros códigos deontológicos. 1945. Tribunal contra los crímenes de guerra en Nuremberg (Alemania). 1946. Código Nuremberg. Tras las aberraciones perpetradas por los nazis en la II G.M., el Tribunal Internacional Militar juzgó y condenó a muchos de aquellos criminales. De aquí surgió una declaración de diez puntos sobre lo que debe estar permitido en cuanto a la investigación con seres humanos siendo el consentimiento informado, en el primero de esos puntos, la piedra angular de toda investigación. 1948. Declaración Universal de los Derechos Humanos. 1948. ‘Declaración de Ginebra’ en la 1ª Asamblea de la Asociación Médica Mundial. 1949. ‘Código Internacional de Ética Médica’ en la 2ª Asamblea de la Asociación Médica Mundial. 1953. James Watson y Francis Crick describen la estructura molecular del ADN. 1962. Creación del Kidney Center´s Admission and Policy de Seattle para la distribución de recursos sanitarios relacionados con la hemodiálisis.

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1964. Declaración de Helsinki en la 18º Asamblea de la Asociación Médica Mundial. El mundo biomédico se otorgó su propia autorregulación haciendo hincapié en la integridad moral y la responsabilidad del médico. No fue este un documento redondo y sufrió varias modificaciones: 29º Asamblea en Tokio 1975, 35º Asamblea en Venecia 1983, 41º Asamblea en Hong Kong 1989, 48º Asamblea en Somerset West, Sudáfrica 1996 y 52º Asamblea en Edimburgo 2000. 1966. En el New England Journey of Medicine aparecen hasta 22 artículos publicados en revistas científicas que eran objetables desde el punto de vista ético. 1967. Primer trasplante de corazón de la historia realizado por Barnard en Suráfrica. 1971. ‘Bioethics: a Bridge to the Future’ de Van Rensselaer Potter. Puede definirse como el estudio sistemático de la conducta humana y de la atención sanitaria, en cuanto se examina esta conducta a la luz de valores y principios morales. 1971. André Hellegers y el ‘Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of Human Reproduction and Bioethics’ 1972. ‘Carta de los Derechos de los Enfermos’ de los hospitales privados estadounidenses. El pilar básico será el Consentimiento Informado. 1974–1978. National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavioral Research y el ‘Informe Belmont: Principios éticos y pautas para la protección de sujetos humanos en la investigación’ creados como respuestas al llamado Experimento Tuskegee. En el estado sureño de Alabama, durante cuatro décadas, se estuvo denegando el tratamiento contra la sífilis a individuos de raza negra afectados, para poder estudiar el curso de esta enfermedad. El Informe traza la distinción entre investigación y práctica, una discusión de los tres principios básicos y observaciones sobre la aplicación de esos principios. 1976. El caso Quinlan y el suicidio asistido en EUA. 1986. En España se aprueba la Ley General de Sanidad. El Derecho básico donde queda anclada la autonomía como manteníamos anteriormente es: el respeto a la personalidad, a la dignidad humana y a la intimidad, sin que se pueda ser discriminado. Fco. Javier Benítez Rubio

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1996. Revés judicial a la pretensión de Ramón Sampedro de que se le ayudara a morir. 1996. Científicos escoceses logran la clonación en animales: la oveja Dolly. 1997. Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos. El genoma humano es patrimonio de la humanidad. 1997. Convenio de Oviedo o Convenio relativo a los derechos humanos y la biomedicina. 2000. 52º Asamblea de la Asociación Médica Mundial. Es la última modificación hasta la fecha de la Declaración de Helsinki. En este documento desaparece la distinción entre investigación terapéutica y no terapéutica. Menciona también la protección a los grupos más vulnerables y la protección a los que son incapaces de prestar su consentimiento. 2000. Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea aprobada en la cumbre de Niza. La Unión está fundada sobre los valores individuales y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad… 2002. En España se aprueba la Ley básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica. 2005. Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos. Pretende establecer unos principios universales que fundamenten las respuestas que la humanidad ofrezca a los dilemas y controversias planteados por la ciencia y la tecnología a la especie humana.

LOS PRINCIPIOS DE LA BIOÉTICA Aunque la bioética tenga sus padrinos de bautismo reconocidos e instituciones internacionales de varias siglas que aportaron documentos de nombres interminables para su desarrollo; creo entender que hay dos escritos que por su especial relevancia y por la maestría en su elaboración, hacen las veces de documentos maestros y fundamentadores para todos los que luego se han dedicado e estas cuestiones. Me refiero al Informe Belmont y al libro de Beauchamp y Childress ‘Principles of Biomedial Ethics’. Es en estos documentos

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donde se desarrollan los 4 grandes principios-raíces que regulan y que son el centro neurálgico de toda la reflexión bioética. Veamos como los expertos desarrollan sus análisis.

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“La bioética es un lugar de tensión en el que las cuestiones de la ética o filosofía moral, tradicionalmente solventadas en términos formales o teoréticos, se ven obligadas a confrontarse con una realidad que las somete a prueba”17. La bioética está en constante revisión, no sólo porque por honradez tenga la pretensión de dar respuesta franca a cada vez que es apelada a dirimir situaciones difíciles; sino porque la velocidad de la propia realidad y los acontecimientos que en ella acaecen, le muestra las nuevas puertas abiertas por las que deberá transitar, so pena de dejar sin luz ni guía a los científicos que sí las cruzan. Por eso la ética de principios debe convertirse en una ética de responsabilidad, porque no hay actos neutros y sin consecuencias en los asuntos concernientes a la biotecnología. Nada es inocuo, o hay consecuencias positivas o hay consecuencias negativas. Por tanto es conveniente reforzar las primeras, y minimizar o eliminar las segundas. Pero siempre, y todo caso, que el que perpetre las negativas se haga plenamente responsable de sus actos.

EL CAMPO DE BATALLA DE LA BIOÉTICA19 El paso de los principios a las reglas es la auténtica trinchera de combate de la bioética en el día a día. Como diría Unamuno, los principios se hacen carne y hueso, lo etéreo y abstracto ha de materializarse en una praxis. Los principios no tiene supuesto de aplicación. Ni ordenan, ni prohíben, ni permiten nada a nadie en unas determinadas circunstancias. Los principios habitan en la órbita de lo universal. Lo que hacen es establecer puntos de orientación sobre determinados fines ideológicos promoviendo su realización. No salen del ámbito de la conciencia individual. Para que un principio pueda ser aplicado debe transformarse en una regla. Una regla sí que tiene supuesto de aplicación y convive con nosotros en la realidad fenoménica cotidiana. Lo ideal sería que tuvieran la estructura de la lógica de enunciados, más concretamente la del Modus Pones y la del Modus Tollens18, pero de ahí a la materialización completa todavía queda un trecho. Las reglas introducen en los principios las condiciones particulares que la generalidad del principio no contempla en su definición. Y en estas, entramos en…

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LA JURIDIFICACIÓN DE LA BIOÉTICA20

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La Ética y el Derecho llevan siglos de fructífero diálogo interdisciplinar, que ahora, cuando ambas tratan de lo científico-biotecnológico sobre lo humano, no solo no se ha interrumpido, sino que se ha estrechado. Bioética y Bioderecho han de convivir estrechamente en este mundo globalizado donde las cosas suceden a una velocidad endiablada. Tanto la una como la otra se caracterizan por el sosiego y la profundidad de sus procederes, y este paso de tortuga, por comparación relativa y no por definición absoluta, es un importante escollo en todo esto que nos ocupa. Otra mala noticia es la eliminación por desbordamiento de las fronteras que quita gran parte del poder de actuación de las leyes ceñidas a los territorios, hoy en día ya convertidos en locales. Es por esto, que la relación entre bioética y bioderecho debe ser más bien avenida que nunca. Que haya entre ambas una doble comunicación y préstamo de pertrechos de trabajo. Que la una enseñe a la otra la nueva visión de la vida y que la otra entregue a la primera sus instrumentos jurídicos. En los tiempos que corren no es malo, ni mucho menos, que la bioética se juridifique, que se recubra de este especial manto de lo jurídico. El bioderecho ha de positivizar la bioética. El Derecho lleva siglos ponderando, a través de sus métodos, toda suerte de conflictos entre principios y también de cuestiones concretas21. Y más allá del espíritu, de las abstracciones que una y otra puedan entregarse, han de ponerse manos a la obra en la realidad de las personas y sus acciones. Así si los Principios los aporta la bioética, el paso estrictamente necesario a las reglas de aplicación en lo cotidiano lo aportará el bioderecho. Una primera vía de juridificación serán las legislaciones. Una segunda vía es la judicialización. Ambos caminos plantean ventajas y serios inconvenientes. Nos interesa detenernos brevemente en estos últimos. La velocidad a la que transitan los adelantos técnicos en nuestra sociedad hace casi siempre que toda ley que en un momento dado puede ser vista como una panacea se convierta en poco tiempo en una antigualla de museo. Legislar se convierte en actuar, casi siempre, a priori, así que, lo que debería ser un trazo fino se convierte en un brochazo soez e inservible. La misma velocidad hace que muchos actúen por su cuenta y riesgo, aplicando la política de hechos consumados, que termina mandando a los juzgados

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todos los conflictos, con el consiguiente abotargamiento del sistema judicial. Judicializar se convierte en actuar, casi siempre, a posteriori, así que, lo que debería ser una toma de decisión rápida y resolutiva se convierte en una auténtica prueba del laberinto. O nos quedamos cortos o nos pasamos. ¿De qué modo y manera se podría juridificar la bioética de manera centrada y certera? El tercer camino es la implantación de Comités de Bioética que jugarían un papel de vital importancia en ese actuar que ataje lo concreto para no quedarnos cortos y que sea resolutivo en un tiempo razonable. Dando forma así, en palabras del Profesor Junquera, a una cuasi-jurisprudencia22 de prestigio y relevancia a la que remitirse. Un Comité Nacional de Ética “podría utilizar el método judicial de ponderación de los principios”, afirma el Doctor Atienza23, “como un modelo plausible de racionalidad práctica”. Del mismo modo que hay establecida en el ámbito nacional una red jerárquica de tribunales, podría establecerse una nueva red de los citados Comités de Bioética que actuarían, como no, de manera pública.

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Anotaciones: 1. Ayllón, Jesús, BIOCIENCIA Y JURISPRUDENCIA, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-MELILLA, 2004, pp. 82-83 2. Ibídem, p. 86 y 89. 3. Dr. Francesco D´agostino, LA BIOÉTICA COMO PROBLEMA JURÍDICO. Breve análisis de carácter sistémico sobre la bioética en el campo jurídico. Traducción del original italiano: Ana María Marcos del Cano, Filosofía del Derecho, UNED, Madrid. Fuente: http://bioetica.com.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=205&Itemid=115] En su breve pero intenso ensayo, D´agostino elabora una ‘hoja de ruta’ para la bioética. Plantea los grandes escollos por los que ha de transitar, tanto en la sociedad-mundo actual en un plano más general, como en el mundo del Derecho en particular. Creo que es un buen punto de partida a la hora de entrar en la Bioética, al tratarse de un fino ejercicio de cartografía que puede ayudar a que desde un primer momento las dudas y complicaciones de nuestra disciplina no disipen nuestro entusiasmo y entrega. Al marcar sobre el mapa los hitos más importantes del camino, el pensador-actuante sabe ya lo que puede estar esperándole en los recodos del camino, sabe ya adónde ha de lanzar los focos de su atención. 4. Castro Cid, B., BIOTECNOLOGÍA Y DERECHOS HUMANOS: ¿COMPLEMENTARIEDAD O CONFLICTO?, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNEDMELILLA, 2004, pp.15-16. 5. Ibídem, p. 26. 6. Martínez Morán, Narciso, LOS DERECHOS HUMANOS COMO LÍMITE A LA LIBERTAD EN LAS INVESTIGACIONES BIOMÉDICAS, en Junquera de Estéfani, Rafael (Director) Bioética y Bioderecho. Reflexiones jurídicas ante los retos bioéticos. Granada COMARES 2008, p. 74. 7. Ibídem, pp. 74,77-78. 8. Martínez Morán, Narciso, LA DIGNIDAD HUMANA EN LAS INVESTIGACIONES BIOMÉDICAS, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNEDMELILLA, 2004, pp. 170. 9. Ibídem, pp. 173. 10. Ibídem, pp. 189. 11. Ibídem, pp. 190. 12. de Miguel Beriain, Iñigo, El embrión y la biotecnología. Un análisis ético-jurídico. Granada COMARES 2004, pp. 4. 13. Ibídem, p. 26. 14. de Lora, Pablo y Gascón, Marina,

BIOÉTICA PRINCIPIOS, DESAFIOS, DEBATES.

Alianza Editorial. Madrid 2008, p. 37. 15. de Miguel Beriain, Iñigo, op. cit., pp. 37-38

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16. Ibídem, p.44. 17. González R. Arnaiz, Graciano, BIOÉTICA: SABER Y PREOCUPACIÓN en Junquera de Estéfani, Rafael (Director) Bioética y Bioderecho. Reflexiones jurídicas ante los retos bioéticos. Granada COMARES 2008, p. 11. 18. Modus Ponens: Si tenemos X entonces haremos Y, como se da el caso de que tenemos X, entonces será Y. Modus Tollens: Si tenemos X entonces será Y, como no se da Y, entonces no será X. Alfredo Deaño. INTRODUCCIÓN A LA LÓGICA FORMAL. Alianza Universidad Textos 19. Atienza Rodríguez, Manuel, JURIDIFICAR LA BIOÉTICA en Isonomía nº8 Abril 1998 p. 96. “El problema fundamental de la bioética es el de pasar del nivel de los principios al de las reglas; o, dicho de otra manera, construir, a partir de los anteriores principios (…) un conjunto de pautas específicas que resulten coherente con ellos y que permitan resolver los problemas prácticos que se plantean y para los que no existe, en principio consenso”. Uno de los portales temáticos que podemos encontrar en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes es el de ‘Filosofía del Derecho. DOXA’. En la Hemeroteca de ésta nos encontramos con ‘Isonomía. Revista de Teoría y Filosofía del Derecho’. De aquí he extraído el trabajo de Manuel Atienza.

http://www.cervantesvirtual.com/portal/DOXA/ http://www.cervantesvirtual.com/portal/DOXA/isonomia.shtml http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/35706177436793617422202/isonom ia08/isonomia08_05.pdf 20. Junquera de Estéfani, R., EL DERECHO Y LA BIOÉTICA, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-MELILLA, 2004, pp. 119-137. 21. Atienza Rodríguez, Manuel, op. cit. pp. 82-83. 22. Junquera de Estéfani, R. op. cit. p. 130. 23. Atienza Rodríguez, Manuel, op. cit. p.98.

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MEMENTO MORI XIX. “Queda la cuarta causa, la que más parece angustiar y tener en vilo a los de nuestra edad, la cercanía de la muerte, que ciertamente no puede estar lejos de la vejez. ¡Pobre anciano el que a lo largo de su vida no haya visto que la muerte ha de ser despreciada! Ésta, o debe ser mirada con la mayor indiferencia, si es que el alma se extingue por completo, o debe ser incluso deseada si es que la conduce a algún lugar donde haya de ser eterna”. Marco Tulio Cicerón.

“Si vis vitam, para mortem” Sigmund Freud.

Quisiera permitirme el lujo de “integrar”, a modo de collage, las opiniones y pensamientos que otros importantes autores han dejado a la posteridad sobre la muerte. He querido comenzar1 con la templanza grandiosa que Cicerón muestra ante la muerte y la tremenda advertencia que hace Freud a todos los vivientes. La muerte no deja a nadie impasible, no pasa desapercibida, ni tampoco podemos decir que no deja secuelas psicológicas y vitales. En la muerte ajena de un ser querido se apodera del hombre el dolor, la congoja y el miedo; en la muerte ajena de un prójimo desconocido, el sentimiento es de perplejidad; en la muerte ajena de un grupo de prójimos el sentimiento dominante es de anonadamiento. Ahora bien en “la experiencia del morir ajeno revierte sobre la posible muerte propia, y nos sugiere que cuando el prójimo muere algo en nosotros queda fundamentalmente afectado”2. Algo nos recuerda que a nosotros también no llegará la hora. La muerte propia se nos aparece como injustificable, absurda y sin sentido, y nos llenamos de rebeldía contra ella. Pero si nos paramos a reflexionar, nos exhorta Ferrater Mora, y observamos la muerte desde el punto de vista de la vida podemos llegar a vislumbrar un nuevo sentido. La muerte elimina la “insignificancia ontológica de la persona, la muerte otorga a ésta una hasta entonces no advertida dignidad y hasta una singular nobleza”3.

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Siguiendo por esta senda de mesura y análisis, J.L.L. Aranguren4, uno de los grandes maestros de Ética de nuestro tiempo, también reflexiona sobre la muerte, las actitudes ante ella y su sentido ético. Para Aranguren estas actitudes envuelven una estimación ética o una negación de su sentido, y de su valor moral. Veamos las cinco actitudes y la conclusión a la que llega el pensador abulense. 1. La Muerte Eludida: Es la más frecuente. La muerte es lo contrario de la vida, paraliza y extingue la vida. El pensamiento de la muerte perturba y paraliza la vida. Es un pensamiento morboso, antivital y condenable. La muerte y la preocupación por la muerte son enemigas de la vida. La muerte no puede ser eliminada, la preocupación por la muerte sí, de diferentes maneras: ♦ Imposibilidad natural de la representación de la muerte, no podemos imaginar nuestra propia muerte, nuestra eliminación del mundo. ♦ Represión natural del pensamiento de la muerte: alejar la muerte de nuestro pensamiento especialmente durante la juventud. ♦ Fomentar el equívoco de que el alejamiento de la idea de la muerte corresponde al alejamiento de la realidad de la muerte, especialmente potenciado por los avances técnicos, científicos y médicos. ♦ Ver la muerte como algo artificial o accidental. La existencia humana se mueve cada vez más en el plano de lo artificial, también por los mismos avances antes comentados. Artificialidad ésta que no elimina el fallo, la contingencia y el azar. La muerte termina siendo reducida a uno de esos fallos que aun se escapa a la ciencia. ♦ La muerte como espectáculo, pero eso sí, sólo la muerte del otro. ♦ Pero finalmente la muerte aparece, a veces ocurre de repente, otras se la ve venir. ¿Cómo eludir la muerte propia? No podemos ni con ‘mentiras piadosas’ ni con los distintos lenitivos que ofrece la sociedad. 2. La Muerte negada: Consiste en quitar gravedad a la muerte considerándola como simple pasaje.

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3. La Muerte Apropiada: Considerar a la muerte como constitutivo mismo de la vida, la muerte es coexistensiva a la vida. Se pueden dar dos interpretaciones: 4. La Muerte Buscada: La gente que busca y quieren la muerte expresan la actitud y la creencia en la nada tras la muerte. 5. La Muerte Absurda: Esta postura es defendida por Sartre, que piensa que, la muerte como hecho es puro azar, contingencia, exterioridad y no interiorización. La muerte priva a la vida de toda significación y no puede ser una estructura ontológica de mi ser, en tanto que “para mí”, sino a los ojos del otro. Concluye afirmando que los hombres no podemos comprender la muerte, no sabemos si es porque es absurda o porque finalmente es un misterio.

La muerte es algo ineludible, más aun, el pensar en ella, también lo es. Pero esto lejos de ser terrible, es un comienzo. Y es que el pensar en la muerte es el pistoletazo de salida para el pensamiento: “(...) la conciencia de la muerte nos hace madurar personalmente (...) crecemos cuando la idea de la muerte crece dentro de nosotros. Por otro lado, la certidumbre de la muerte nos humaniza, nos convierte en verdaderos humanos, en mortales”5. Es extraño empezar por el final, pero es cierto que sin ese final tampoco podría haber un comienzo. A lo ineludible de la muerte y del pensamiento de la muerte, añade Savater una tercera cuestión ineludible: hacernos preguntas sobre el posible destino tras la muerte, si es la nada lo que nos espera o si es el paraíso. Con todo este depósito de gravedad acumulado en nuestra mente, la muerte sirve para que afrontemos con seriedad lo que tenemos ‘entre manos’, que no es otra cosa que la vida: “Así que la muerte sirve para hacernos pensar, no sobre la muerte sino sobre la vida. Como en un frontón impenetrable, el pensamiento despertado por la muerte rebota contra la muerte misma y vuelve para botar una y otra vez sobre la vida. Más allá de cerrar los ojos para no verla o dejarnos cegar estremecedoramente por la muerte, se nos ofrece la alternativa mortal de intentar comprender la vida”6.

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Para terminar lo haremos con Tolstoi y su relato ‘La muerte de Iván Ilich’. Aquí se nos muestra la vida de este juez de apelaciones ruso y su proceso de muerte. El juez implacable que somete a todos los que ante él se presentaban es ahora el que se postra al implacable juicio sumarísimo. Se nos narra la muerte más temida de todas, la muerte tras una enfermedad, tras un largo y penoso tránsito, de desgaste, soledad, penurias y sufrimiento. Para Vania el morirse es realmente su proceso de muerte entre sufrimientos físicos y mentales. Podemos ver reflejado en este relato las mismas constantes que hemos visto acompañan a la muerte. La muerte del otro, tomada a la ligera, como si a uno nunca le fuera a tocar el turno. ”Aparte de las consideraciones que esta muerte suscitó en cada uno acerca de traslados y posibles cambios en los empleos, el hecho en sí del fallecimiento de una persona muy conocida despertaba en todos, como siempre, un sentimiento de alegría, pues resulta que ha muerto otro y no yo"7.

El terrible descubrimiento del fatal desenlace: “El problema no está en el intestino ciego ni el riñón, sino en la vida y... la muerte. Sí, tenía vida, y ahora se va, se va y no puedo retenerla”8.

Detrás de silogismos de inquebrantable lógica nos encontramos una imparable rabia negadora: “Cayo, en efecto, es mortal y es justo que muera; pero yo, Vania, Iván Ilich, con todos mis sentimientos y pensamientos, es otra cosa. No es posible que yo tenga que morir. Sería demasiado horrible”9.

La búsqueda desesperada e infructuosa de un sentido: “Resistir es imposible. Pero si por lo menos pudiera comprender el porqué de todo esto. También ello resulta imposible. [...] ¡No hay explicación! Dolor, muerte... ¿Para qué?”10.

Y finalmente, el ‘acto final’, la rendición, ya no más búsquedas de sentido, ya no más sufrimiento ni dolor, se encuentra ‘a las puertas del instante’ y con la ‘muerte’ del sufrimiento, la muerte desaparece: “Buscó su habitual miedo a la muerte y no lo encontró. ¿Dónde está? ¿Cómo es la muerte? No tenía miedo de ninguna clase, porque tampoco ella existía. [...] ¡Se ha terminado! –exclamó alguien. El oyó estas palabras y las repitió en su alma: Se ha terminado la muerte –se dijo -. Ya no existe”11.

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Anotaciones: 1. Marco Tulio Cicerón. DE SENECTUTE. 1ª Edición, Madrid, Triacastela, 2001. Traducción: Mª. Nieves Fidalgo Díaz, pp. 193 y 195. (Edición Bilingüe). Freud, Sigmund. CONSIDERACIONES DE ACTUALIDAD SOBRE LA GUERRA Y LA MUERTE, en EL MALESTAR EN LA CULTURA. Alianza Editorial Madrid 1996, p. 123. 2. Ferrater Mora, José. EL SER Y LA MUERTE, Alianza Universidad, Madrid 1998, p. 131. 3. Ibídem, p.132. 4. López-Aranguren Jiménez, José L., ÉTICA, Alianza Universidad Textos, Madrid, 1995, pp. 298-308. 5. Savater, Fernando, LAS PREGUNTAS DE LA VIDA, Ariel, 2ª Edición Barcelona 2010, p. 28. 6. Ibídem, pp. 41-42. 7. Tolstoi, León. LA MUERTE DE IVAN ILICH. Biblioteca de Clásicos Universales Ediciones Orbis 1982, p. 9. 8. Ibídem, p. 58. 9. Ibídem, p. 62. 10. Ibídem, p. 88. 11. Ibídem, p.95.

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EUTANASIA “El día que la ciencia dio por imposible curarme la parálisis, pensé, con la desesperación del animal atrapado en la trampa infernal de algún cruel y despiadado cazador, en la bondad de la muerte”. Ramón Sampedro1 “Nunca se insistirá demasiado en lo importante que es para los enfermos incurables toda la atención humana hasta el final”. Hans Küng2

SOBRE BIENES, MALES Y DERECHOS. REFLEXIONES AL VUELO. Entre el Parque Genovés, hablo de Cádiz por supuesto, y la Alameda Apodaca, transita el Paseo de Carlos III, un auténtico remanso de paz y tranquilidad. Entre árboles milenarios, pintorescas farolas negras y antiguas garitas se encontraron cierto día de verano dos amigos que hacían largo tiempo que no se veían. Por cuestiones que no vienen al caso perdieron la comunicación durante años. Ahora, con mucha vida a cuestas, se encuentran los antiguos camaradas; y apalancados, sobre las barandillas de innumerables columnas blancas, comienzan a charlar de sus cosas. La mala suerte nos hace encontrarnos con que uno de nuestros personajes, el que permaneció en la Tacita de Plata, atraviesa duros momentos vitales. El otro, el que salió a recorrer el mundo y volvió triunfante y cargado de medallas, escucha atentamente el razonamiento de su viejo compañero. El uno sabe que el otro es un hombre sabio y que podrá entender lo que pasa por su atribulado espíritu. El otro sabe del uno que es un hombre bueno y responsable y se apresta a escuchar atentamente. La vida es el mayor bien que poseemos los vivientes. Las enfermedades y el sufrimiento son los peores males que nos atenazan. Pero, ¿es morirse un mal?, o si no lo es ¿será un bien entonces? Si no es ni una cosa ni la otra ¿qué será éticamente? ¿Podemos otorgar a semejante suceso estas categorías éticas? ¿Si lo hacemos con la vida, de la que decimos que es un bien, por qué es tan difícil

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hacerlo con la muerte? Y si la vida nos embarca en una pavorosa serie de dolores y sufrimientos ¿podemos argumentar que sea un mal? O ¿seguirá siendo un bien a pesar de los terribles dolores que me atenazan mañana y noche? El silencio solo roto por el batir de las olas dio paso a otra andanada. ¿Quién es propietario último de la vida? Cada uno de la suya. ¿Puede entonces disponer cada uno de su vida según sus criterios? Sí que puede. ¿Puede uno elegir la profesión que desarrollará, la ropa que vestirá cada día, la ciudad donde vivirá, los amigos con los que hablará, a la pareja con la que compartirá su vida, al Dios al que entregará sus mejores pensamientos? Sí, por supuesto. ¿Hasta el punto de quitarse la vida en casos de sufrimiento extremo o de enfermedad incurable? Y mirando al profundo horizonte atlántico, pregunta por último, ¿tengo derecho a morir del mismo modo que me dices que tengo derecho a vivir?

EL UNIVERSO ÉTICO (I) El morirse no es meramente la fase final de la vida. Es mucho más que eso. Es una de las dimensiones más importantes de la vida que tiene una enorme influencia en todas y cada una de las etapas de la vida. El auténtico memento mori no es una amenaza, cual espada de Damocles, sino la apertura a una nueva actitud vital que haga vivir cada momento con una consciencia diferente. Efectivamente, es el recuerdo de nuestra finitud lo que hace que muchas personas vivan su vida con gran dignidad. Por eso el asunto de la muerte digna comienza con el vivir dignamente. Y si una persona se preocupa, se esfuerza, se responsabiliza de vivir con dignidad, también tiene todo el derecho a preocuparse, esforzarse y responsabilizarse de morir con dignidad.

La buena muerte. La primera parada en toda reflexión que hagamos sobre la eutanasia tendrá que ser, forzosamente, el preguntarnos por el ámbito o el contexto en el que ha de ser aplicado este término con legitimidad. Para que podamos hablar con propiedad sobre el término eutanasia, la persona ha de estar en un contexto de cercanía a su muerte, o que exista la participación de un tercero3. Pero entiendo que podemos añadir algo más. Para Fco. Javier Benítez Rubio

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que podamos hablar con propiedad sobre el término eutanasia, la persona ha de estar situada en un contexto de vida indigna y de quebranto físico irreversible e insoportable. “Por eso la eutanasia,…, no tiene que ver con la muerte digna sino con la muerte cuando la vida ya no es digna ni hay esperanzas de que lo vuelva a ser”4.

“La situación de quebranto físico irreversible proporciona una razón relevante para considerar una excepción de protección absoluta de la vida”5.

Y son tres los supuestos de indignidad irreversible6: los procesos terminales de muerte, la existencia dramática y la persistencia de la vida vegetativa. Eutanasia tiene que ver con esto, con el dolor extremo, con enfermedad incurable o con terribles suplicios físicos y emocionales, y no con caprichosas maldades. Es en este contexto en el que existe eutanasia, en atención a la persona sufriente7, cuya vida es ciertamente un mal, por su ínfima o nula calidad.

Cuestión de nombres. La literatura al respecto ofrece un buen número de posibilidades para encuadrar las diversas formas de eutanasia8. Recojo, primero la distinción de Lora & Gascón y luego la de Marcos del Cano.

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Cada vértice de este cuadro tiene una serie de notas esenciales que provocan la suma total que llamamos acto eutanásico. Si faltara una de estas notas ya estaríamos hablando de otra cosa. Tenemos dos sujetos, uno activo y otro pasivo, el otro interpela al primero mediante un requerimiento y el primero interactúa sobre el paciente bien por acción o por omisión. Importante destacar sobre el sujeto pasivo que: primero está abocado a una muerte próxima; segundo, la solicitud ha de ser expresa al sujeto activo; tercero, ha de mantener la lucidez mental; cuarto, ha de conocer cuál ha sido el curso de su enfermedad, y quinto, que tenga plena capacidad de obrar. Respecto al requerimiento, éste ha de ser indelegable, intransferible y personal. Finalmente reseñar respecto a la conducta,

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que ésta exige una motivación no criminal sino piadosa y misericordiosa, de compasión y solidaridad hacia el sufriente.

¿Sobre qué estamos discutiendo?9 Respecto a la eutanasia, entiendo que primero hay que preguntarse sobre qué cuestiones se ha de discutir; y segundo, sobre cuáles otras no hay discusión. Para empezar, es indiscutible la eutanasia forzosa e impuesta, siempre que sea involuntaria, que merece el claro calificativo de asesinato a sangre fría10. Y si obligar a morir es un delito, obligar a vivir en determinadas circunstancias no lo es, pero es éticamente reprobable. Por tanto, tampoco tiene discusión la distanasia: la lucha en favor de la prolongación de la vida no puede llegar hasta el encarnizamiento terapéutico. Efectivamente, el derecho a la vida no ha de ser impuesto a ultranza11. Estos dos son los extremos que han de ser evitados: el obligar a morir y el de imponer ominosamente la vida. Sigamos avanzando sobre las cuestiones que no deberían tener discusión. Conservar la vida nunca debe ser incompatible con aliviar el dolor y paliar el sufrimiento. Salvar vidas, no es lo mismo que prolongar agonías. No es por tanto errónea la pregunta de, ¿hasta qué punto se han de llevar las actuaciones de prolongación de la vida? La respuesta me parece clara, las medidas extraordinarias han de servir para facilitar la vida y nunca para evitar la muerte inevitable. Cada vez son más las voces que afirman que si ya no puedes curar centrémonos en cuidar12. Por ejemplo, una analgesia adecuada a cada momento del estado y aproximación personalizada al paciente terminal. Podemos incidir algo más sobre este punto. La práctica médica actual, aún con reticencias, se va abriendo a la medicina paliativa. Cuando se trata de enfermedades agudas lo más importante son el diagnostico certero y el pronto tratamiento. Pero cuando las dolencias se cronifican y terminan por convertirse en procesos irreversibles es donde deben comenzar los cuidados paliativos, que son una práctica tan médica como los actos quirúrgicos, el uso de modernos aparatos de diagnósticos o el estudio de cualquier novedoso y deslumbrante fármaco de última generación. Del mismo modo que se le presta atención a la medicina de la curación se le ha de prestar atención a la medicina del cuidado, y los cuidados

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paliativos son con toda seguridad los más importantes ya que atañen a los mayores sufrimientos humanos. Actualmente, el ámbito médico, sensible a todas estas problemáticas, también tiene sus propias aportaciones13, pero huyendo de las calificaciones que hemos tratado, eutanasia pasiva y activa14, tabulando sus actuaciones como prácticas adecuadas y no adecuadas. Así, las medidas de actuación más importantes dentro de la Medicina Paliativa serán el control de síntomas, las medidas terapéuticas de confort, cuidado emocional, actuación en el medio familiar, y llegado el momento, la LET o limitación del esfuerzo terapéutico en sus tres variantes15, y la sedación paliativa o terminal16. Sobre las dos últimas es donde surge la controversia. Éstas, son consideradas como prácticas adecuadas ante la situación terminal de un paciente. Por el contrario, el encarnizamiento terapéutico sí que es considerado como práctica no adecuada. Ambas medidas, especialmente la sedación, son opciones terapéuticas que como cualquier otra intervención sanitaria requiere su adecuada indicación y su correcta aplicación técnica. Es más, tal y como recoge el Código de Ética y Deontología Médica17, es un deber inexcusable la atención a las personas en situación terminal. Pero retomemos de nuevo nuestro sendero filosófico y ético, esta vez afrontando las polémicas en los casos de eutanasia pasiva. ¿Cómo justificamos éticamente este tipo de actuaciones? La manera correcta de hacerlo sería mediante la conjugación efectiva de dos líneas de argumentación: el consentimiento del sujeto afectado y la calidad de vida. Traducido a principios serían los principios de autonomía y de beneficencia18. Si el sujeto está en disposición de consentir, no debería de quedar resquicio alguno de duda en el respeto a la autonomía moral de las personas y en la toma de decisiones que afectan a sus propias vidas (incluidas, o especialmente incluso, la de su muerte). Si por el contrario no estuviera en disposición de consentir, evitar el sufrimiento o no prolongar de manera artificial una vida sin calidad ni dignidad, sería respetar el principio de beneficencia: es bueno para la persona dejar sufrir atroces padecimientos. Aunque éticamente las cosas encajan, el debate no puede ni debe estar cerrado, pero también es cierto que cada vez son más los sectores sociales que aceptan esto19.

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EL TECHO JURÍDICO Las disquisiciones éticas acerca de los principios rectores por ejemplo, o cómo éstos entran en conflicto, no reconocen las lindes que la historia y la política han ido trazando a lo largo del tiempo y la geografía. La ética concierne al Ser Humano. Pero, al fin y al cabo, este ser humano vive en un determinado contexto espacio-temporal, administrativo, político y legal al que debe remitirse. Tras muchas argumentaciones y contrargumentaciones éticas a las que podamos asistir incapaces ambos bandos de conseguir el tres en raya, siempre se llega a un punto, el techo, en el que la legalidad vigente en cada país se debe imponer. Otra cuestión, y no baladí, es la porosidad y permeabilidad de las legislaciones a las inquietudes éticas de la sociedad.

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El panorama legal nos coloca en un espacio cerrado por uno de sus lados, y en el otro, una especie de pantano tenebroso en el que no encontramos caminos despejados por los que transitar. Como la mayoría de las decisiones eutanásicas,

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incluidas las limítrofes, corresponden al personal médico, éste se encuentra contra la espada y la pared en muchas ocasiones, muchas más de las que estarían dispuesto a reconocer. En España, respecto a la eutanasia activa, hay que remitirse a la Ley Orgánica 10/1995 de 23 de noviembre del Código Penal, en su artículo 143, que castiga al que induce al suicidio, la cooperación con actos necesarios y si tal cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte21. «1. El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años. »2. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona. »3. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte. »4. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.»

En cuanto a las actuaciones limítrofes, que podrían caer en la denominación de eutanasia pasiva, nomenclatura rechazada por el sector biomédico en general, tampoco terminan de ser puestas en práctica, a pesar de que el propio código deontológico médico no la ve como moralmente rechazables. El colectivo médico todavía no tiene claro, ni científica ni legalmente, respecto al final de la muerte, qué prácticas serán consideradas punibles y cuáles serán designadas como buena praxis. Seamos claros, a nadie le gusta verse involucrado en un procedimiento judicial, con abogados, fiscales y jueces por medio, con los medios de comunicación metiendo cizaña. La inseguridad judicial es terrible para el estamento médico, y por supuesto, para el sufriente paciente terminal. Un apunte final: “…en el supuesto de que la práctica de la eutanasia llegue a ser considerada como la menos mala de todas las soluciones que puedan aplicarse a una determinada situación de deterioro vital, la correspondiente regulación deberá determinar con precisión cuáles son los supuestos en que se está ante una enfermedad terminal, cuándo se da el tipo de acción eutanásica, quién está legitimado para realizar esa acción, cómo y cuándo puede/debe manifestarse la petición o requerimiento del enfermo, en el supuesto exigido, etc.”22

La práctica médica actual, a lo largo de su modernidad, se ha instaurado en un modelo de actuación en el que casi todo su universo está tabulado y regulado por estructuras jerarquizadas. En el nivel burocrático se dividen claramente las diferentes áreas de gestión, o las especialidades, los distintos escalafones, por Fco. Javier Benítez Rubio

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ejemplo. Pero en la práctica médica directa ocurre lo mismo. Se manejan constantemente unos protocolos herméticos en el que se escalonan los pasos a dar (los árboles de decisión de urgencia son un claro ejemplo). Cuando hay que enfrentarse a una patología concreta, el personal médico actúa siguiendo unos parámetros procedimentales estandarizados, los protocolos, que indican claramente los pasos a seguir. Incluso la moderna enfermería y su afán científico tabula ya sus actuaciones siguiendo sus propios protocolos: valoración inicial, NANDA (Diagnósticos Enfermeros), NIC (Intervenciones) y NOC (Resultados). El mundo biomédico se esfuerza, y mucho, por no dejar nada al azar o al capricho personalista. En el apunte anterior se habla de regulación y de precisión, cosas que hoy en día no tiene el personal biomédico respecto a estos temas tan delicados.

EL UNIVERSO ÉTICO (y II) La muerte misericordiosa23. ¿Sobre qué cuestiones sí que hay discusión y debate24? Está claro, sobre la eutanasia activa directa y voluntaria. A un lado se encuentran los que la entienden como éticamente justificable y piden que sea despenalizada. Al otro lado, los que defienden que siga siendo penalizada al ser, además de éticamente reprobable, un delito. Los que están en contra aducen la existencia de otras alternativas, especialmente los cuidados paliativos (los que están a favor de la eutanasia, que yo sepa, no se oponen en absoluto a estos cuidados), y siempre, humanizar la situación del enfermo terminal. Uno de sus principales argumentos éticos es el siguiente: otorgar reconocimiento al 'derecho a la muerte' es también reconocer que una persona puede quitar la vida al que se lo pide. Y en ese momento, esa persona, hace dejación de algo de lo que no puede hacer dejación: traspasar a otra persona el derecho a su vida25. Los que son contrarios a la eutanasia activa, ética y legalmente, se posicionan claramente. Es más, en la práctica totalidad de los países, la eutanasia activa voluntaria y el suicidio asistido son actividades reprobadas y punibles. Pero luego, así lo entiendo al menos, encontramos a los que no se alinean directamente a favor de la eutanasia, sino que se alinean a favor de que existan más posibilidades a la simple y austera negación-prohibición. Se puede argumentar en contra de la

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eutanasia, claro está, pero de ahí afirmar sin reparos que la muerte misericordiosa es, directamente, un asesinato o un genocidio es equivocarse de facto. Desde determinadas instancias, que evitan el fondo del debate, se esfuerzan por calificar la eutanasia como acto criminal. Por suerte hay quienes tienen fuerzas para templar su discurso: “Es falso identificar sin más con el asesinato cualquier forma de eutanasia activa, como si se tratase de una acto de violencia impuesto al enfermo contra su voluntad y no de un 'acto de gracia' pedido expresamente por el interesado”26. Hay que dejar los subterfugios y centrarse en lo verdaderamente importante: ¿tiene el hombre derecho a disponer de sí mismo y de su vida? ¿Tiene el ser humano derecho a la autodeterminación en la vida y también ante la muerte, mejor dicho, ante SU muerte?27. A un lado se encuentran los que defienden el derecho a la autonomía del ser humano y expresan que ningún credo religioso, por muy mayoritario e histórico que sea, tampoco el Estado, puede tutelar la vida y también la muerte de la Humanidad. Los hay incluso, que entienden que un testamento vital o un documento de voluntades anticipadas, que pueda incluir inclusive la eutanasia activa ha de ser jurídicamente vinculante28. Al otro lado nos encontramos a los que dan por sentado que el hombre no puede moralmente disponer de su vida. Entre estos encontramos a los que plantean argumentos éticos y los que aportan argumentos religiosos. Los primeros entienden que la vida es el valor primario, el derecho humano fundamental que debe tener primacía sobre todos los demás. Para los segundos, es Dios, sólo y exclusivamente Dios, el que tiene el poder de disponer sobre el hombre, al hombre solo le queda aguantarse con el 'fin dispuesto'29. “La vivencia del cristianismo concibe la vida como un don y una bendición que ha recibido de Dios y de la que no puede disponer”30.

Pero estos argumentos religiosos no son definitivos porque siempre podemos recordarle a los teólogos que lanzan anatemas y castigos divinos, al Jesucristo sanador de enfermos, el que alivia sufrimientos físicos y del alma, el cercano a los enfermos y necesitados31; y que tampoco es incompatible, que siendo la vida un don de Dios constituya, además, una tarea personal, quedando a nuestra

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responsable disposición hasta en esta dimensión tan crucial que es la muerte. Sin negar su argumento, que hay algo más que santidad en la vida de las personas. Hay que contar con la dignidad y la calidad de vida. Las decisiones tomadas en conciencia y con autonomía responsable han de ser aceptadas; así, “la eutanasia debe ser entendida como una drástica ayuda a la vida”32. Volvamos por donde empezamos, al punto de vista ético. Todos los argumentos que se han aportado aquí, los de un lado y otro, giran en torno a un mismo concepto, el de la dignidad humana. Estamos ante un mismo punto de partida y dos hermenéuticas que van separándose poco a poco de manera irremediable sin posibilidad de posturas intermedias33. Aunque parece claro que la persona no ha de perder nunca el derecho a la autodeterminación, resulta que esto, hasta sus últimas consecuencias, en el caso de la muerte, no es así. El ámbito legal y jurídico así lo confirman. La vida es un bien del que no dispone su titular ¿Si la vida no pertenece al viviente, hasta sus últimas consecuencias, a quién pertenecerá entonces, al Estado, a la Ley, a los aparatos judiciales y sus ramificaciones, o a los criterios de alguna de las confesiones monoteístas cuya influencia es más que evidente? Este es uno de los frentes de batalla futuros más importantes: el aceptar o no la concepción de la vida como un bien indisponible para su titular34.

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LO QUE NO SE VE, LO QUE NO SE DICE, LO QUE NO SE CUENTA. UNA CONCLUSIÓN INCONCLUSA. La Eutanasia no es una discusión nueva35 que tenga que ver con el modo de vida en el Posmodernismo este en el que nos movemos. La pretensión y esperanza de los humanes por el buen morir lleva anclada en nuestros corazones desde hace mucho tiempo. Lo nuevo es el mundo en el que vivimos y cómo la pluralidad de seres y estares, de interpretaciones y doxáticas se retuercen aprisionando al ser humano en un maremágnum de ideas y discursos. Hasta no hace mucho nos encontrábamos con la línea trazada que había que seguir y con la disidencia de los genios, los locos y los apestados. Actualmente proliferan las verdades y sus guardianes. Cada uno de los cuales quiere arrimar a su orilla al mayor número de adeptos, con lo que el conflicto se ha convertido en una de las categorías definitorias de nuestra epocalidad. Y el tema de la eutanasia no va a ser menos. Si hemos llegado al punto de hablar de eutanasia, es que antes hemos llegado al pensamiento de la muerte. Cuando se piensa en la muerte encontramos las dificultades propias de un tema que se nos escapa y rebasa con creces. Pero la ineludible curiosidad del ser humano, no puede dejar de preguntarse por ese momento desconocido al que tememos. Preguntas encaminadas a entender el antes y el después, porque tengo la sensación de que la muerte ‘en sí’ es inaprehensible, tanto si es un instante como si es una eternidad. En el antes buscamos el sentido de la vida, vivimos el envejecimiento y a veces nos vemos perseguidos y atenazados por dudas y miedos, en el peor de los casos, la muerte termina siendo el estadio final de un penoso proceso. En el después, las teorías y enfoques abundan, y todos los pasos que damos son en el aire. Sobre el “después”, podría encadenar una serie de preguntas sin respuesta. ¿Hay “algo” más después de este “algo” al que llamamos Vida? ¿Hay “algo” más después de este “algo” que llamamos Mundo? ¿Hay “algo” más después de este “algo” que llamamos Yo? Ante estas preguntas vuelven a surgir otras preguntas, ¿qué?, ¿dónde?, ¿cómo?, y ¿porqué?. Y ante estas nuevas preguntas, surgen la Religión, la Filosofía y la Ciencia para contestarlas. Sigamos un poco más: ¿Seguiremos teniendo sentidos después de este “algo”? ¿Seguiremos teniendo Fco. Javier Benítez Rubio

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sentimientos después de este ”algo”? ¿Seguiremos teniendo razón después de este “algo”? Si mantenemos todo lo anterior, no cambiaría nada o casi nada en ese “otro algo”, si todo cambia es “algo” completamente diferente. Yo sólo conozco este “algo” que llamamos vida, cuando hablo o pienso lo hago en referencia a este “algo” y cuando comparo, también, lo hago respecto a este “algo”. ¿Cómo se puede hablar de un “algo” que no es este “algo” que siento y razono? ¿Por qué no me limito a pensar en este “algo” que vivo? ¿Por qué nos sentimos atraídos por ese otro “algo”, cuando con este nos sobra y basta, hasta estar desbordados? Ante la muerte tratamos de anteponer toda clase de lenitivos, bien sean físicos o ideales. Pero a pesar de todos los intentos, estos lenitivos tampoco consiguen despegarnos de ella. Tras los primeros efectos sedantes, finalmente la realidad se impone. Si una persona cree que su ser y su vida es lo más preciado que tiene y no un peldaño más de una escalera, es normal que quiera vivir su vida en plenitud y dignidad. Más aun, si una persona piensa que su vida es la única y definitiva vida que va a vivir y no un regalo de un ser trascendente, es normal que desee vivir cada momento al timón de sus circunstancias. Pero esto no queda aquí, ya que la realidad supera con mucho todo los planteamientos teóricos y abstractos que pudiera hacerse. Cuando tratas con la muerte, ya nada es igual, tanto si ‘sólo’ piensas en ella, como si forma parte de tu trabajo (como es mi caso), como si te afecta de primera mano. Es algo muy duro y muy intenso. Tratar temas como el de la eutanasia es encontrarse con grandes rechazos y enormes silencios, también con hipocresías. Encuentras muchas personas que han tenido la gran suerte de no pasar ni de lejos por situaciones graves relacionadas con enfermedades propias o de sus seres queridos, y que además, ingenuas ellas como avestruces, creen que nunca les pasará, y que estos asuntos les parece como llamar a la puerta de algo muy malo para que les entre en su casa y corren despavoridos huyendo de estas conversaciones. Encuentras a muchas personas que pasan o han pasado por situaciones difíciles de las antes mencionadas y que en ningún momento aceptaron o aceptan la realidad tal y como se la encuentran. De nuevo encontramos una forma de miedo, pero esta vez tamizada de una singular forma de egoísmo, sí como suena

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egoísmo. Entre el dolor y el sufrimiento se cuela una emoción de no querer perder al ser querido, y aunque se aducen muchas razones entre llantos y sollozos, la realidad interna es que la persona no quiere que se vaya algo que considera propiedad suya y que es él o ella el que verdaderamente pierde, es suya la tragedia. El ‘que será de mi entonces’ es su pensamiento más intenso. ‘Mi’, ‘yo’, ¿dónde queda entonces la persona querida que sufre terriblemente, de la que bien poco queda tal y como la conocimos? Hablar con estas personas de la eutanasia es poco menos que un insulto. Lo toman muy mal. Y bueno, un diálogo que comienza con agresividad pocas veces retoma el buen rumbo. Encuentras a muchas personas imbuidas o arrebatadas por la verdad. Creyentes se hacen llamar todos ellos, pertenecientes a muchas y variadas facciones y confesiones, con poca o ninguna autonomía y espíritu crítico, incapaces de pensar por ellos mismos. Que ante cualquier situación delicada siempre echan mano al zurrón de las ideas aprendidas antiguas y mohosas. Es sin duda lo peor de la religión. Ese dogmatismo duro y rocoso, impenetrable, inhumano y salvaje que se mete en lo más profundo de estas personas. Con sus hieráticos ademanes y su insultante condescendencia, hablar de la eutanasia con ellos es todo un ejercicio titánico. En este punto, quisiera detenerme. La religión es parte fundamental del ser humano, por tanto debe ser escuchada en este tema y respetada su opinión (entre muchas otras). Y no es justo meter a todos en el mismo saco. También los hay que hacen muchos menos ruido y tiene menos lugares donde expresarse, que sin renunciar a su fe y sin dejar de creer en lo que creen, y sin dejar de estar en contra de la eutanasia, son capaces de entender otros puntos de vista y respetarlos. Creyentes como ellos deben ser aceptados en todos los ámbitos de la vida. Y hablar con ellos de la eutanasia es algo necesario y privilegiado. Por eso la lectura de Küng me parece imprescindible36. Encuentras a muchas personas en nuestra profesión, enfermer@s y médic@s, que dicen una cosa pero que luego hacen otra bien distinta cuando el que está en la cama yaciendo entre dolores y sufrimientos es alguien cercano, pariente amigo o familiar cercano. Hablar de eutanasia con los compañeros de gremio es imposible, es uno de los grandes tabúes. Nadie habla a las claras de lo que piensa

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porque es tanto el miedo y la desinformación que todos andamos con pies de plomo vaya a ser que nos metamos en problemas legales.37 Yo tengo ya a mis espaldas unos cuantos años como profesional de la Enfermería. He vivido situaciones muy duras y claro está, estos temas no me cogen por sorpresa, ni me echan para atrás. He vivido situaciones a los dos lados de la cama, como profesional he tratado a pacientes sin esperanza ninguna de salvación con una entereza digna de héroes, he oído pedir a gritos la muerte por unos dolores que ni los más potentes calmantes eran capaces de paliar, también he visto a familiares aferrados a esperanzas fútiles, y también he visto cosas tremendas de las que ni quiero hablar ni quiero acordarme. Pero también he vivido los últimos días de mis abuelos, que tras una larga vida vieron como al final les estaba esperando el sufrimiento más rastrero y mezquino, en todo punto inmerecido e inaceptable. Tras una vida larga y creo que fructífera, habiendo amado y siendo amados hasta el último de sus días, y con su presencia constante en nuestro recuerdo, mis abuelos fallecieron en paz y rodeado de familiares y en casa de una de sus hijas. Aunque no me correspondía tomar la decisiones, mi consejo a mi familia siempre fue el de aceptar la realidad que se imponía por la fuerza, y por supuesto, evitar minuciosamente hasta el más leve de los sufrimientos. Perder a mi abuelo y luego a mi abuela en menos de un año, ni es una derrota ni es un castigo, es ley de vida. Dolorosa realidad, pero insoslayable. Amar a una persona, respetarla y convivir con ella sí es algo de lo que podamos decir que fracasamos si no lo hicimos. Pero la muerte no nos corresponde. La vida sí, y cómo se vive también. Yo creo que si una persona ama a alguien y le desea una buena vida, no hay mayor rasgo de amor que desearle una buena muerte.

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Anotaciones: 1. Ramón Sampedro. CARTAS DESDE EL INFIERNO. Booket 9060 Editorial Planeta 9º Edición 2005 Barcelona, p. 12. 2. Hans Küng, Morir con dignidad, en Hans Küng y Walter Jens, MORIR CON DIGNIDAD. UN ALEGATO A FAVOR DE LA RESPONSABILIDAD. Mínima Trotta, Madrid, Tercera Edición ampliada, 2010, p. 43. 3. Javier Gafo, Eutanasia, en 10 PALABRAS CLAVE EN BIOÉTICA. Editorial Verbo Divino, Estella, 8ª edición, 2006, p. 94. Andrés Ollero, LA INVISIBILIDAD DEL OTRO. EUTANASIA Y DIGNIDAD HUMANA, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-MELILLA, 2004, p. 148. En el Anexo I, al final del trabajo, se aporta un esquema resumen con algunas definiciones del término eutanasia. 4. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, BIOÉTICA PRINCIPIOS, DESAFIOS, DEBATES. Alianza Editorial. Madrid 2008, p. 236. 5. Ibídem, p. 244. 6. Ibídem, pp. 237-238. 7. Ibídem, p. 239. 8. El primer cuadro ha sido reconstruido a partir del libro de Lora & Gascón (Ibídem, pp. 240 a 242). El segundo y tercero a partir de Marcos del Cano, A.Mª, LA EUTANASIA ESTUDIO FILOSÓFICO-JURÍDICO, Marcial Pons – UNED, 1999, Madrid, pp. 47 a 69. 9. Hans Küng, op. cit. p. 46. “La discusión actual,…, gira en torno a qué tipo de eutanasia es humana, digna de personas y por tanto moralmente permitida”. 10.

Javier

Gafo,

op.

cit.

118.

Cita

los

casos

de

Michaela

Roeder

(http://www.elpais.com/articulo/sociedad/ALEMANIA/Proceso/enfermera/acelero/muerte/enfermos/terminales/elpepis oc/19890111elpepisoc_3/Tes/)

y

las

auxiliares

del

Hospital

Lainz

de

Viena

(http://www.elpais.com/articulo/internacional/AUSTRIA/escuadron/muerte/hospital/Lainz/elpepiint/19890416elpepiin t_7/Tes/).

11. Hans Küng, op. cit. p.63. “El derecho a prolongar la vida no es de cumplimiento obligado; el derecho a la vida no es una imposición de la vida”. 12. Javier Gafo, op. cit. p. 117. 13. VVAA, Diego Gracia y Juan J. Rodríguez Sendín (Directores). GUÍAS DE ÉTICA EN LA PRÁCTICA MÉDICA. ÉTICA EN CUIDADOS PALIATIVOS. Fundación de Ciencias de la Salud. Madrid 2006. ISBN Tomo 2: 84-8473-535-4.

http://www.fcs.es/ y http://www.fcs.es/publicaciones/etica_cuidados_paliativos.html 'No existen enfermedades sino enfermos' es una frase que se maneja en el mundo sanitario, pero no por ser de uso frecuente pierde su verdad. Cada caso tiene un curso distinto, pero también es verdad que

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ciertos parámetros o se repiten o son similares, con lo que bien pueden establecerse líneas de actuación basadas en la ponderación racional de la casuística. Este texto en particular defiende que la ética en el ámbito sanitario debe aspirar a lo óptimo en cuanto a la salud de las personas. En este sentido, lo que ha de buscar es optimizar la calidad en la toma de decisiones, especialmente en aquellas en las que varios valores entran en conflicto. La ética no le dice al profesional biomédico qué es lo que tiene que hacer. La ética es una guía procedimental que puede capacitar al profesional en el análisis de situaciones en las que los valores entran en conflicto. Por tanto, la ética no da soluciones, la ética ofrece un modus operandi para resolver conflictos de modo prudente, o responsable. Por esto surgen este tipo de Guías para enseñar a los profesionales a deliberar, esto es, tomar decisiones razonables. Cuando dos o más valores de un mismo rango se convierten en antagonistas surge un conflicto moral entre valores. Se debe realizar, por tanto, un ejercicio reflexivo de deliberación que dirima este pleito. De este ejercicio de deliberativo se encarga la ética, con lo que queda patente que ésta es una disciplina práctica, no meramente abstracta. La deliberación conduce a la toma de decisiones, al qué debemos hacer. Efectivamente, la deliberación ha arrojado un número, más o menos amplio, de salidas posibles llamadas cursos de acción. De ellos los primeros en identificarse suelen ser los cursos extremos que como tales deben ser descartados al lesionar uno de esos valores en liza. Luego, con esfuerzo, se identificaran los cursos intermedios de los que se entresacará el más óptimo, que será el que menos lesione los valores en conflicto.

14. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. p. 242. “…en el lenguaje de los juristas pero sobre todo en el de los médicos, se considera preferible aludir a la doctrina del doble efecto, mientras que la expresión ‘eutanasia indirecta’ es cada vez más rechazada”. 15. VVAA, Diego Gracia y Juan J. Rodríguez Sendín (Directores), op. cit. pp. 10, 13 y 23. Las tres variantes son: - Retirada de medidas de soporte vital. - No iniciación de medidas de soporte vital. - Aplicación de tratamiento en intensidad proporcional a la intensidad del sufrimiento. Es lo que recibe el común nombre de doctrina del doble efecto. Realmente la sedación terminal caería en este punto, pero actualmente tiene tanta importancia que se desgaja para poder analizarla correctamente. 16. Ibídem, p.11. “Consiste en la administración de fármacos con el objeto de conseguir la paliación o eliminación de un síntoma somático refractario o de la manifestación de un sufrimiento insoportable, a través de una disminución profunda e irreversible de la conciencia”. 17. Ibídem, p. 55. Art. 27.1. “El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Y cuando ya no lo sea, permanece su obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir el bienestar del enfermo, aún cuando de ello pueda derivarse, a pesar de su correcto uso, un acortamiento de la vida”. 18. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. pp. 244 y 245.

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A esto se le pueden hacer puntualizaciones: “Toda legitimación de la eutanasia se hace girar sobre dos pivotes: el sufrimiento (la baja calidad de vida) y el consentimiento del paciente. Por un lado, el sufrimiento tanto físico como psíquico y, sobre todo, la vivencia de ese dolor hace que no existan dos casos iguales y que sea muy difícil el medir la ‘insoportabilidad’ de ese sufrimiento. Por el otro, dadas las circunstancias en las que se halla el enfermo es muy posible que se encuentre con una autonomía reducida para expresar un consentimiento válido jurídicamente”. Marcos del Cano, A.M. CUIDADOS PALIATIVOS Y EUTANASIA: ESPECIAL REFERENCIA A LA LEGISLACIÓN BELGA, en A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-MELILLA, 2004, p. 209. 19. Incluso instancias tan conservadoras como la Iglesia Católica Apostólica Romana aceptó en su día la eutanasia activa indirecta (doctrina del doble efecto) aunque a alguno de sus seguidores se le olvide. Ver en Javier Gafo, op. cit. p. 103. Dice así Pío XII: “Si entre la narcosis y el acortamiento de la vida existe nexo causal alguno directo, puesto por la voluntad de los interesados o por la naturaleza de las cosas… y, si por el contrario, la administración de narcóticos produjese por sí misma dos efectos distintos, por una parte el alivio de los dolores y, por otra, la abreviación de la vida, entonces es lícita”. Y como se suele decir coloquialmente, con la Iglesia hemos topado, no estaría de más también recordar lo que en 1980 declaró la Congregación para la Doctrina de la Fe (DECLARACIÓN «IURA ET BONA» SOBRE LA EUTANASIA), que pasa a ser la postura oficial de Roma frente al tema de la eutanasia. Aquí se condena tanto la eutanasia activa como el encarnizamiento terapéutico. El camino aceptable es el de la ortotanasia, 'muerte a su tiempo', que evite tanto las abreviaciones como las prolongaciones desproporcionadas. Entresaco de la totalidad del texto lo que me parece más remarcable y luego, en el plano personal, que cada cual extraiga libremente sus conclusiones: I. Valor de la vida humana. 3. La muerte voluntaria o sea el suicidio es, por consiguiente, tan inaceptable como el homicidio; semejante acción constituye en efecto, por parte del hombre, el rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de amor. II. Eutanasia. Ahora bien, es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad. III. El cristiano ante el sufrimiento y el uso de los analgésicos Sin embargo, según la doctrina cristiana, el dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la vida, asume un significado particular en el plan salvífico de Dios; en efecto, es una participación en la pasión de Cristo y una unión con el sacrificio redentor que Él ha ofrecido en obediencia a la voluntad del Padre. No debe pues

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maravillar si algunos cristianos desean moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado (cf. Mt 27, 34). No sería sin embargo prudente imponer como norma general un comportamiento heroico determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana sugiere para la mayor parte de los enfermos el uso de las medicinas que sean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor, aunque de ello se deriven, como efectos secundarios, entorpecimiento o menor lucidez. En cuanto a las personas que no están en condiciones de expresarse, se podrá razonablemente presumir que desean tomar tales calmantes y suministrárseles según los consejos del médico. IV. El uso proporcionado de los medios terapéuticos — Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares. Por esto, el médico no tiene motivo de angustia, como si no hubiera prestado asistencia a una persona en peligro. http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19800505 _euthanasia_sp.html

20. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. pp. 246 a 265. 21. Ibídem, p. 256. “En nuestro país, pues, la eutanasia (voluntaria) directa es una conducta castigada por el artículo 143.4 del Código Penal. A pesar de ello, dicho precepto ni se ha aplicado nunca ni parece que exista voluntad de política criminal de hacerlo”. 22. Marcos del Cano, A. M., De Castro Cid, B. EUTANASIA Y DEBATE SOBRE LA JERARQUÍA DE LOS VALORES JURÍDICOS en Persona y derecho: Revista de fundamentación de las Instituciones Jurídicas y de Derechos Humanos, nº. 41, 1999 23. Hans Küng, op. cit. p. 50. 24. Tal y como apuntan Ollero (Op. cit. p. 142) y Küng (Op. cit. p. 73), entre el clericalismo de autoridad y el laicismo antirreligioso ha de crearse un espacio de reflexión y argumentación sosegada y respetuosa. En este debate son muchos los que meten baza, pero entiendo que para que fluya de manera productiva, los extremos o han de ser llamados al orden racional o, si siguen en sus treces de lanzar anatemas patibularios, serán obviados. Tenemos instancias que se niegan en rotundo a la aprobación ética y a la despenalización de la eutanasia; y no sólo eso, niegan siquiera que pueda haber debate al respecto. Su portazo estruendoso hace mucho daño a la sociedad en la que vivimos, pero sus actos los retratan claramente ante la opinión pública que no es ni mucho menos tonta. También hay instancias que aprueban sin miramientos ‘el todo vale’ con la eutanasia y tampoco quieren entablar debates al respecto. Con estos extremos conviven los que estando a favor o en contra, e incluso los que están aún por determinarse, tratan de formarse e informarse sobre estos asuntos; y luego dialogan, más o menos acaloradamente pero siempre intentando dar respuesta a la necesidad imperiosa de disminuir el sufrimiento de las personas que, por desgracia, enferman y ven como el final de sus vidas están colmados de penurias.

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25. Javier Gafo, op. cit. 137. Gafo, contrario a la despenalización de la eutanasia activa directa, no pone reparos a la Ortotanasia y entiende que hay una serie de documentos que la recogen y justifican: Ley de California, etc. (pp. 126 a 128). Luego propone una especie de balanza donde irá sopesando los argumentos a favor y en contra de la legalización de la eutanasia activa directa. De los posibles argumentos a favor, destaca el cuarto, (p. 133) que vienen a decir que el ser humano debe tener derecho a la vida y también a una muerte digna. Este derecho se fundamenta en la libertad, la autonomía y la dignidad inherente a todo ser humano. De los argumentos en contra destaca el séptimo, que es el que ha sido reseñado. 26. Hans Küng, op. cit. p. 52. En esta obra el filósofo y teólogo de Tubinga acepta las 5 tesis que H.M. Kuitert, teólogo protestante holandés, expuso para considerar una eutanasia como legítima. Hans Küng las comparte y añade que ha de ser eliminada la inseguridad jurídica (op. cit. p. 67), proponiendo la regulación legal de las responsabilidades, y sobre todo, y ante todo, respetar las decisiones en conciencia. (op. cit. pp. 73 y 74). Años más tarde, en 2008, completando este mismo texto, presenta hasta 20 argumentos-tesis sobre la eutanasia. 27. Ibídem, p.67. 28. Frente a este argumento encontramos: “…el hecho de que se exprese la voluntad con anterioridad impide tener la certeza de que la decisión originaria persiste cuando es ejecutada, extremo que se considera imprescindible, ya que bien podría darse el caso de que el enfermo hubiera querido modificar su primera disposición sin que le hubiese sido posible hacerlo por múltiples impedimentos. Así pues, parece que lo más oportuno sería otorgar a estos instrumentos un valor meramente orientativo en orden a determinar la auténtica voluntad presente en los enfermos” Marcos del Cano, A. M., De Castro Cid, B. EUTANASIA Y DEBATE SOBRE LA JERARQUÍA DE LOS VALORES JURÍDICOS en Persona y derecho: Revista de fundamentación de las Instituciones Jurídicas y de Derechos Humanos, nº. 41, 1999 29. Hans Küng, op. cit. p. 56. 30. Javier Gafo, op. cit. p.102. 31. Hans Küng, op. cit. p. 57. Nos topamos con la curación a un leproso (Mt. 8 1-4), al hijo del centurión romano (Mt. 8 513), a unos ciegos (Mt. 9 27-31) y una mujer hemorroisa (Mt. 9 18-26) entre otros. Me parece interesante reseñar en este punto que una buena forma de profundizar en el microcosmos de la teología católica apostólica y romana, en relación a la vida humana y hasta qué punto algunos de sus argumentos son un ‘escapismo formalista’ (palabras del autor), sería la lectura del ensayo de Marciano Vidal (Moralia 1979) llamado ‘¿Inviolabilidad de la vida humana? Ambigüedades de un valor ético en la historia de la Moral’. 32. Ibídem p.126.

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33. El Cuadro-Esquema de la página 47 ha sido desarrollado por mí a partir de estos dos trabajos: Marcos del Cano, A. M., DIGNIDAD HUMANA EN EL FINAL DE LA VIDA Y CUIDADOS PALAITIVOS en Martínez Moran, N. (Coord.) Biotecnología, Derecho y dignidad humana, Granada, 2003, Comares, pp. 237-257. Marcos del Cano, A. M., De Castro Cid, B. EUTANASIA Y DEBATE SOBRE LA JERARQUÍA DE LOS VALORES JURÍDICOS en Persona y derecho: Revista de fundamentación de las Instituciones Jurídicas y de Derechos Humanos, ISSN0211-4526, Nº. 41, 1999 (Ejemplar dedicado a: Estudios en homenaje al Profesor Javier Hervada (2)), pp. 353-378. 34. de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. p. 260. 35. En el Anexo II, al final del trabajo, relato muy brevemente los antecedentes históricos de la eutanasia. Entiendo que repasar los avatares históricos de la eutanasia tiene cierta importancia desde el punto de vista del conocimiento y del reconocimiento de un tema tan importante que no ha surgido de la nada, sino que tiene una dimensión histórica y cultural. Pero no puede servir nunca de justificación para nosotros los modernos el seguir haciendo lo que proponían los antiguos. No sería lícito ya que en todo punto son igualables los contextos civilizatorios. 36. “…como cristiano y como teólogo me siento alentado a defender públicamente, tras prolongada ‘ponderación de bienes’, una vía media, cristiana y humanamente responsable entre un libertinaje antirreligioso (‘derecho ilimitado a la muerte voluntaria’) y un rigorismo reaccionario desprovisto de compasión (‘aun lo insoportable hay que soportarlo como dado por Dios y poniéndose en sus manos’). Lo hago porque como cristiano y teólogo estoy convencido de que el Dios todo misericordia que ha donado la libertad al hombre y le exige la responsabilidad de su vida también ha confiado precisamente al ser humano moribundo la responsabilidad y la decisión en conciencia sobre el modo y momento de su muerte. Una responsabilidad que ni el Estado ni la iglesia, ni el médico ni el teólogo pueden arrebatarle”. Hans Küng, op. cit. p. 73. 37. No hace mucho en España hemos vivido el llamado ‘Caso Lamela’ en el que el político que da el nombre a este suceso iniciara medidas legales contra personal sanitario del Hospital Severo Ochoa por hacer su trabajo.

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Morir/dolor/privilegio/elpepisoc/20080130 elpepisoc_1/Tes Otro apunte: En de Lora, Pablo y Gascón, Marina, op. cit. pp. 258 a 260, los autores comentan la encuesta que en 1999 realizó el CIS, a instancia del Senado, a más de un millar de profesionales de la medicina. Los resultados que destacan los autores son: La eutanasia activa indirecta (doctrina del doble efecto) y la eutanasia pasiva en los supuestos de enfermedad terminal constituyen prácticas aceptadas. La mayoría se muestra favorable a la legalización de la eutanasia activa voluntaria, pero sólo una minoría está dispuesta a aplicarla si se le pide.

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ANEXO I

SELECCIÓN DE DEFINICIONES DE ‘EUTANASIA’

“Es la acción de acortar voluntariamente la vida de quien, sufriendo una enfermedad incurable, la reclama seria e insistentemente para hacer cesar sus insoportables dolores”. QUINTANO RIPOLLÉS

“Una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa

la

muerte,

con

el

fin

de

eliminar

cualquier

dolor”.

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

“Es la deliberada producción de la muerte de una persona sobre la base de que en su situación se considera mejor morir que continuar viviendo”. D. DOYLE

“Existe eutanasia si a) se precipita la muerte; b) de un enfermo terminal; c) que la desea; d) con el objetivo de evitar un daño mayor; e) la acción u omisión la realiza una tercera persona” A. CALSAMIGLIA

Marcos del Cano, A.Mª, LA EUTANASIA ESTUDIO FILOSÓFICO-JURÍDICO, Marcial Pons – UNED, 1999, Madrid, pp. 36 A 38.

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ANEXO II

BREVE REPASO HISTÓRICO DE LA EUTANASIA En la Antigüedad lo que actualmente llamamos suicidio se encontraba muy extendido. Incluso lo que hoy llamamos eutanasia activa, la causación de la muerte por otro, se consideraba generalmente permisible si las circunstancias eran las correctas. ¡Quién no recuerda el suicido de Sócrates o el de Séneca! En las sociedades clásicas griega y romana se entendía que el paciente era capaz de adoptar una decisión razonada: quitar la vida no podía ser un acto impulsivo; tenía que ser una decisión razonada. Asimismo, existía un amplio acuerdo sobre que el proceso de morir no debía ser alargado, y sobre que en cualquier circunstancia había que evitar intervenciones médicas inútiles. La naturaleza constituía el fundamento objetivo de la moralidad. La naturaleza debe seguir su curso, y si la vida fluye hacia la muerte no se debía de retrasar. En definitiva, en las culturas clásicas griega y romana, lo que hoy entendemos como eutanasia activa y pasiva eran prácticas ampliamente extendidas. Aunque estas eran las prácticas socialmente comunes, entre los filósofos del mundo clásico encontramos diferentes valoraciones. Aristóteles considera que el suicido es una acción éticamente ilícita. Quien se suicida obra injustamente, pero no contra sí mismo, sino contra la ciudad, contra la sociedad: el suicidio es un crimen social. Para los epicúreos la muerte a manos propias era una alternativa para nuestra libre elección cuando la vida se presenta como algo insufrible. En su Carta a Ático, Cicerón emplea la palabra eutanasia como muerte digna, honesta y gloriosa. Séneca defiende sin tapujos el derecho a quitarse la vida. Para el hispano lo que es bueno no es el mero vivir, sino el vivir bien; lo que ha de importar no es la cantidad, sino la calidad de su vida. Morir bien significa escapar del peligro de vivir mal. Algunas prácticas de la era pagana fueron sin embargo aceptadas por la cultura cristiana en la medida en que se adecuaban a los estándares de la moral basada en la Ley Natural. Lo que en la actualidad denominamos eutanasia pasiva se convirtió en práctica moral cristiana: cuando el tratamiento es inútil debe ser

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retirado. Incluso lo que denominamos eutanasia activa era comúnmente practicada sobre los soldados medievales heridos en combate: después de una batalla era habitual que los campos se hallasen sembrados de moribundos para los que no existía ninguna ayuda médica disponible; con frecuencia yacían muriendo y gimiendo en su agonía, lo que a menudo llevaba a otros soldados a rematarlos movidos por la compasión. De hecho, los guerreros portaban pequeños cuchillos en sus cinturones que usaban en tales circunstancias, armas que recibían el nombre de «misericordia». El acto en sí era denominado «impulso de misericordia» o «acto de gracia». ¿Cuál es el hecho significativo que enlaza todas estas prácticas? El alivio del dolor, por supuesto. Dada la falta de sofisticación médica, en algunos casos la única manera de aliviar el dolor pasaba por quitar la vida a la persona que sufría. Con la cultura judeocristiana la realidad de la muerte cobró un significado diferente: la vida era un regalo de Dios, un objeto de la providencia divina. Incluso el sufrimiento y la muerte se creían dispuestos por Dios. El sufrimiento se concebía como una imitación de Jesús, un instrumento de salvación y un ejercicio de virtud. El quitar una vida se entendía como la usurpación de un derecho divino. San Agustín argumentó que el sufrimiento debe ser soportado y que el momento y las circunstancias de la muerte se hallan en las manos de Dios. Tomás de Aquino, añadió nuevos argumentos al razonamiento del santo de Hipona. El suicidio (y lo que hoy entendemos como eutanasia) violaba el amor de Dios, el amor a uno mismo y el deber frente a la comunidad. En el año 1284, el Sínodo de Nimes se establece la prohibición de exequias religiosas para los suicidas, y la prohibición de sepultura en campo santo. A Sir Francis Bacon, en el siglo XVI, debemos el uso que actualmente damos al término eutanasia. También introdujo el término eutanasia en el ámbito anglosajón, para referirse a una muerte con un adecuado alivio del dolor a cargo de los médicos, pero dejó fuera de él el significado de matar activamente, e incluso el de matar por piedad. El humanismo renacentista del mundo católico supuso la resurrección de una versión más suave de lo que la buena muerte había significado en el período clásico: la buena muerte como una muerte natural. El médico debía

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hacer posible una buena muerte en el sentido de una muerte tranquila y sin dolor. Los teólogos morales españoles del siglo XVI distinguieron entre tratamiento «ordinario» (efectivo y fácil de soportar) y «extraordinario» (fútil o difícil de soportar) como una vía para justificar el dejar morir en paz: los pacientes podían rechazar los tratamientos extraordinarios, pero no los ordinarios. En el siglo XVIII y la Ilustración, volvió a practicarse, a nivel social, la eutanasia en el sentido pagano de una buena muerte. Pero un pensador tan importante como Kant la sanciona con dureza, tal y como hizo Aristóteles. Lo que para Kant hace que el suicidio sea una conducta absolutamente ilícita es el principio de dignidad y de libertad humana. El suicidio significa la negación de la moralidad, porque implica la destrucción de la condición que hace posible la moralidad misma, esto es, el sujeto moral. El budismo sostiene una postura contraria a la eutanasia: constituye un error disponer de la propia vida, cualquiera que sea el motivo, ya que la finalidad de ésta es superar la rueda de reencarnaciones llamada samsara, y la muerte voluntaria no nos libra de la misma; no resuelve nada, porque debemos aceptar el Karma que a cada uno corresponde, para liberarnos de las reencarnaciones sucesivas y llegar al Nirvana final liberador. El judaísmo ortodoxo se inspira en el Antiguo Testamento, en el cual se percibe una clara aversión hacia la libre disposición de la propia vida y con ello hacia la eutanasia (si bien no la menciona explícitamente), lo cual no obsta a la aprobación de algún suicidio indirecto por motivos religioso-patrióticos, como en el ejemplo de Sansón. Entre los cristianos protestantes encontramos posturas actuales bastante reticentes con respecto a la eutanasia, aunque no existe una doctrina oficial.

Bibliografía: HUMANITAS. HUMANIDADES MÉDICAS. VOLUMEN 1, Nº1, ENERO-MARZO 2003. EUTANASIA - JUATANEY DORADO, CARMEN, NOTAS HISTÓRICAS SOBRE EL SUICIDIO Y LA EUTANASIA. PP. 13-22 - DRANE, JAMES, EUTANASIA Y SUICIDIO ASISTIDO EN LAS CULTURAS ANTIGUA Y CONTEMPORÁNEA. PP. 23-32. - MIRET MAGDALENA, ENRIQUE, EUTANASIA, FILOSOFÍA Y RELIGIÓN. PP. 97-104

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BIBLIOGRAFÍA: 1. D'AGOSTINO, F., "La bioética como problema jurídico. Breve análisis de carácter sistémico", Cuadernos de Bioética, 1996, pp. 470-476, trad. Ana M. Marcos del Cano. http://bioetica.com.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=205&Itemid=115] 2. A.M. MARCOS DEL CANO, (coord.), Bioética, Filosofía y Derecho; Melilla, UNED-MELILLA, 2004. 3. R. JUNQUERA DE ESTÉFANI (coord.), Bioética y Bioderecho; Granada, Comares, 2007. 4. A.M. MARCOS DEL CANO, La Eutanasia: estudio filosófico y jurídico; Madrid, Marcial Pons-UNED, 1999. 5. I. DE MIGUEL BERIAIN, El embrión y la biotecnología. Un análisis ético-jurídico; Comares, Granada, 2004. 6. PABLO DE LORA y MARINA GASCÓN, Bioética. Alianza Editorial; Madrid 2008. 7. JAVIER GAFO, 10 palabras clave en Bioética. Verbo Divino; Estella 1980 8. PILAR ANTÓN ALMENARA, Ética y Legislación en Enfermería. Masson (Paradigma TEC). Barcelona 1997. 9. MARCOS GÓMEZ SANCHO, Cuidados Paliativos: Atención integral a Enfermos Terminales Vol. I. ICEPSS Editores; Gran Canaria 1998 10. HANS KÜNG Y WALTER JENS, Morir con dignidad. Un alegato a favor de la responsabilidad. Mínima Trotta, Madrid, Tercera Edición ampliada, 2010 11. RAMÓN SAMPEDRO, Cartas desde el Infierno. Booket 9060 Editorial Planeta Barcelona 2005 (Novena edición) 12. VVAA, Ética en Cuidados Paliativos. Fundación de Ciencias de la Salud/FFOMC. Madrid 2006 13. HUMANITAS HUMANIDADES MÉDICAS. Vol. I Nº 1 Enero-Marzo 2003. Eutanasia. Barcelona. 14. GÓMEZ SANCHO, M. Cómo dar las malas noticias en medicina. Ediciones ARAN. Madrid 1998 15. ATIENZA RODRÍGUEZ, MANUEL, Juridificar la bioética en Isonomía nº8 Abril 1998. 16. MARCOS DEL CANO, A. M., DE CASTRO CID, B. Eutanasia y debate sobre la jerarquía de los valores jurídicos en Persona y derecho: Revista de fundamentación de las Instituciones Jurídicas y de Derechos Humanos, nº. 41, 1999 17. MARCOS DEL CANO, A. M., Dignidad humana en el final de la vida y cuidados paliativos en Martínez Moran, N. (Coord.) Biotecnología, Derecho y dignidad humana, Granada, 2003, Comares, pp. 237-257.

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