LA BATALLA DE CIEZA. UN EPISODIO POCO CONOCIDO DE LAS GUERRAS CARLISTAS.

July 4, 2017 | Autor: F. Salmerón Giménez | Categoría: Guerras Carlistas
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Descripción

LA BATALLA DE CIEZA.
UN EPISODIO POCO CONOCIDO DE LAS GUERRAS CARLISTAS.


Francisco J. Salmerón Giménez
Doctor en Historia Contemporánea



Portillo.

Con toda su partida
llegó Lozano
cerca de Santomera,
que está en un llano;
y la vanguardia,
de Trujillo, alcanzándole
la retaguardia.

Hacia el jardín de Blanca
se corre luego
y a la estación por gusto
le pega fuego;
era de ley
tal broma en los que gritan
"Dios, Patria y Rey".

Poco después va a Cieza
la patulea
y en las lindes de olivos
que la rodea
y el Táder borda,
como llegó Portillo
se armó la gorda.

Con muy pocos soldados
entró en la liza
y le dio a los carcundas
una paliza:
¡Ay del carlismo
si todos los que deben
hacen lo mismo!


Con estos versos se recogía en el periódico almeriense La Crónica
Meridional[1] una acción bélica que tuvo a Cieza como escenario. Una
importante batalla en el contexto de la tercera guerra carlista, la tercera
de una serie de guerras civiles que España tuvo que sufrir a lo largo del
siglo XIX.
Al final del reinado de Fernando VII, se planteó un delicado problema
sucesorio. Felipe V, el primer Borbón, había introducido en España la
llamada Ley Sálica francesa, que impedía reinar a las mujeres. Pero
Fernando VII, careciendo aún de descendencia y siendole aconsejable derogar
dicha norma en previsión de que el fruto de su cuarto matrimonio (con María
Cristina de Borbón, su sobrina) fuera una niña, como así ocurrió, firmó la
Pragmática Sanción, que permitiría reinar nuevamente a las mujeres.
El hermano de Fernando, el infante Carlos María Isidro, consideró
ilegal esta medida y no la aceptó, ya que se le privaba de lo que él
consideraba su derecho legítimo a heredar la corona. Los absolutistas más
radicales, los apostólicos, encontraron en el infante a un líder dotado de
legitimidad dinástica y apoyaron sus pretensiones al trono. Nació así, el
problema del carlismo, que agrupaba a las fuerzas absolutistas y que
desencadenó una guerra civil a la muerte del rey. En consecuencia, el
acceso y la permanencia en el trono de Isabel II, la hija de Fernando VII,
dependía del apoyo de los liberales, quienes encontraron en la causa
isabelina la oportunidad de acceder al poder y construir un Estado liberal
a partir de 1833.
Fueron guerras enconadas y largas, sobre todo la primera de ellas y
también la tercera en la que tuvo lugar la batalla de Cieza.
Ya la primera guerra carlista, que comenzó en el momento de la muerte
de Fernando VII como hemos visto, se acercó en determinados momentos a
Cieza, con graves amagos de alcanzar a la población que llegaron a generar
situaciones de pánico.
En marzo de 1836 llegaron hasta Cieza las primeras noticias que
avisaban de la proximidad de las tropas carlistas. Y en junio los avisos
provenientes de Yecla hablaban de que el ejército de Cabrera estaba cerca,
lo que dio lugar a que se formara una compañía de vecinos armados que junto
con la Guardia Nacional se prepararon para el caso de ser necesaria la
defensa de la población.
En efecto, un mes depués, al constatarse la presencia de los
seguidores de Carlos en Villena, el Ayuntamiento reconoció de modo solemne
la Soberanía Popular, la cual contradecía por completo el ideario
absolutista de los invasores, y ordenó la salida hacia Villena de la
Guardia Nacional.
Al año siguiente, 1837, los carlistas, al mando de Forcadell,
volvieron a realizar otra incursión en la provincia de Murcia, llegando a
establecerse en Orihuela, lo que volvió a crear en Cieza una situación de
inquietud, lo que llevó a sus autoridades a crear canales directos de
información con los pueblos que pudieran ser la avanzadilla de una completa
invasión, Jumilla y Fortuna, a fin de conocer con el tiempo necesario una
posible situación de peligro. Se unían así a las precauciones tomadas
anteriormente, al conocer la aproximación del ejército carlista del Bajo
Aragón, cuando vecinos de Cieza se apostaron en Hellín y Jumilla para
transmitir noticias sobre movimientos de tropas.
De nuevo en 1838 las facciones de Basilio Tallada se aproximaron a
Murcia, con el rebrote de nerviosismo entre los ciezanos, que continuó en
los años siguientes pues las incursiones siguieron siendo frecuentes,
aunque esta primera guerra no llegaría hasta Cieza.
Población por cierto que sólo aportaba a un miembro de las filas
carlistas, un arriero cuya mujer y cinco hijos vivían en Cieza en la más
absoluta miseria, dependiendo de la caridad pública.[2]
En Jumilla la tensión ocasionó que se repartieran balas y pólvora
entre la población, mientras que los presos fueron transportados a Cieza y
se vendió el trigo almacenado para conseguir fondos para la lucha.
Todavía, en septiembre de ese año 1838 asomaría por las cercanías de
Cieza la facción de Gómez[3]

Treinta años después la guerra de los carlistas volvió a acercarse.
Lo volvió a hacer cuando Isabel II fue destronada y tuvo que salir de
España camino de París. Y sobre todo desde el mismo comienzo de la Iª
República.
Durante el día 11 de febrero de 1873 se extendió por Murcia algún
pánico, como dejó expresado al siguiente día el periódico La Paz[4].Junto
con el mal tiempo, con un viento del norte que apagó la noche anterior casi
todas las farolas del gas y una temperatura máxima de siete grados, las
noticias que llegaban desde Madrid dejaron desiertas las calles de la
ciudad.
Ese pánico, que había ocasionado el cierre de los comercios, e
incluso de algunas casas, y el que se quitaran los puestos del mercado,
estaba motivado por la renuncia del rey Amadeo de Saboya. La noticia no se
haría oficial hasta la tarde, cuando se recibió el telegrama emitido por el
Ministro de la Gobernación. También un telegrama de la agencia Fabra había
llegado hasta la redacción de El Noticiero informando de los hechos y dando
cuenta de la propuesta del Presidente de las Cortes de que se enviara una
notificación al Senado para que ambas cámaras asumieran la soberanía.
En definitiva, la proclamación por primera vez en España de una
República se convirtirtió inmeditamente en motivo, y ocasión, para que los
carlistas volvieran a intentar por medio de las armas poner en el trono a
otro Carlos, descendiente y heredero de la otra rama de los Borbón.
De modo que la reciente entrada en España de Dorregaray, un militar
que se había acogido al Abrazo de Vergara pero que había vuelto a las filas
carlistas tras la Revolución de 1868, consiguió la reorganización de las
tropas carlistas bajo su mando, lo que supuso en Murcia el inicio de una
nueva actividad de las partidas, que se dispusieron a lanzarse al campo.
Se comentaba que disponían de seis mil carabinas de aguja para
comenzar una nueva insurrección e incluso eran de dominio público la
identidad de los jefes que podrían situarse al frente de ellas.
Efectivamente su primera acción tendría lugar poco después en las cercanías
de Jumilla y Yecla, detectándose otras partidas más pequeñas que merodeaban
por Cieza y Abanilla.[5] Y en abril sería batida y disuelta en las
cercanías de Yecla la partida de Roche, Ramón García, que vagaba con su
hermano Francisco por la provincia y cuyos hombres intentaron ganar el
indulto.[6]
De esta forma llegaba a Murcia la tercera de las guerras civiles
propiciadas por los carlistas y en esta ocasión Cieza serviría de escenario
de una batalla.
La prensa de la época se hizo eco del enfrentamiento bélico ocurrido
en Cieza. El periódico almeriense que citamos al principio dejó escrito que
en el ataque de Cieza, la vanguardia fue sorprendida y huyó, comentando
después que Lozano se encontraba bastante abatido y preocupado con la idea
de repasar el Júcar para salvar el botín, adivinando que se dirigía hacia
Jumilla y Yecla, concluyendo que los dos golpes que había recibido, el de
Fortuna y el de Cieza, serían de un gran efecto moral.
Sin embargo, el episodio quedó prácticamente olvidado aunque la
memoria colectiva ciezana guardaba cierto recuerdo de una difusa acción
bélica en la que habían participado los carlistas en Cieza.
Fue Antonio Pérez Crespo quien sirviéndose de fuentes originales,
trazó con gran detalle en 1995, en el libro citado, el conjunto de
acontecimientos que compusieron la Batalla de Cieza.
Miguel Lozano, un oficial natural de Jumilla que había pedido su
licencia al presidente de la República por conveniencias propias y que en
el momento de la acción contaba con 32 años, entró en Cieza el día 12 de
octubre de 1874. Durante los meses anteriores la actividad carlista no
había dejado de crecer en el conjunto de la provincia de Murcia y todavía
más en el entorno geográfico de esta población desde que en enero se
levantara una partida en Ricote. Después se había avistado a la partida de
Roche cerca de Yecla, donde sería visto de nuevo en septiembre, en concreto
en Montealegre y luego cerca del Monte Arabí. La necesidad de hacer frente
a las partidas originó algunos conflictos sociales, como el ocurrido en ese
verano en Lorca, cuando los campesinos se opusieron a la militarización de
sus hijos, lo que ocasionó una violenta represión.[7]
Se había hecho cargo de la partida carlista el 17 de septiembre. El 9
de octubre estaba en su pueblo natal, Jumilla, según la información
remitida por el gobernador de Albacete: contaba entonces con 1.200 hombres
y 120 caballos, además de 50 acémilas cargadas. Se suponía que la carga era
el botín acumulado. Un botín que el Gobierno calculaba en dos millones y
medio de reales y el gobernador de Alicante en tres millones.
Efectivamente Lozano y su partida venían de Blanca, donde el día
anterior, domingo 11, después de realizar una jornada extenuante desde
Orihuela-Baños de Fortuna, quemaron la estación de ferrocarril,
dirigiéndose después al pueblo de Blanca para incendiar el registro civil y
destruir las placas que en las calles del pueblo homenajeaban a la
República, al Progreso, a la Libertad y a la Soberanía Nacional, una
verdadera declaración de intenciones.[8]
El capitán Baldrich llevó hasta Murcia a los prisioneros carlistas
rendidos en Fortuna, población en la que ese día 11 se habían concentrado
las brigadas de Trujillo, Arnáiz y Rivera. Las dos últimas salieron de
madrugada hacia Cieza donde deberían encontrarse con la partida carlista
que salió de Blanca hacia Abarán a las 11 de la mañana con los 10.000
reales en efectivo y raciones de comida suficientes que habían conseguido
allí, aunque exigieron al Ayuntamiento de Abarán otros 8.000 reales que aún
estaban contándose cuando empezaron a escucharse disparos entre Abarán y
Cieza, con lo que los abaraneros esquivaron la extorsión.
La columna que encabezaba el teniente coronel Portillo, experto y
buen conocedor de la zona de Cieza y que había participado en numerosas
acciones contra tropas carlistas, partió de Hellín con gran rapidez para
encontrarse con Lozano en Cieza, forzando la marcha a pesar de la situación
de abandono en que se encontraba el servicio de la vía férrea. Su llegada a
la estación de Cieza fue comunicada a Lozano inmediatamente por dos
carlistas ciezanos, ambos de apellido Molina, que actuaron como cuarta
columna.
El casco urbano de Cieza estaba prácticamente abandonado, pues la
mayor parte de la población había huido hacia las casas de campo al no
poder el Ayuntamiento, dirigido por Fernando Marín, asegurarla. A las once
menos cuarto de la mañana desde la torre de la iglesia de la Asunción se
avisó de que los carlistas llegaban por Bolvax, tomando la caballería
carlista las primeras casas de la calle que formaba la carretera a su
entrada, de forma que protegían al grueso de la tropa y atemorizaban a los
ciudadanos.
La entrada en la población semi-desierta coincidió con la llegada por
tren de Cesáreo Portillo, de modo que mientras Portillo hacía descender
hasta una desierta y abandonada estación sus efectivos, los carlistas
ocuparon los primeros edificios de la ciudad. Avanzó aquél desde la
estación con dos compañías, situándose entre una viñas con objeto de cortar
la conexión entre la avanzada de la caballería y el grueso de la facción,
mientras un puñado de soldados y guardias civiles entraban en Cieza por el
Callejón de los Frailes, disparando contra la avanzadilla carlista por la
espalda, obligando a ésta a retirarse y protegiendo con esa acción el
convoy ferroviario. La facción tomó posición entonces en los cerros de
Bolvax.
Cuatro Compañías del Batallón Reserva de Llerena, junto con 24
guardias civiles, se dirigieron hacia el punto donde la partida carlista se
había hecho fuerte. Habían tomado las casas de la carretera de Murcia, como
hemos señalado, tomando posiciones en el extenso olivar que la envolvía. El
choque fue muy duro, con lucha cuerpo a cuerpo en ocasiones y aunque los
carlistas tenían superioridad numérica desde la estación fueron llegando
refuerzos para el ejército gubernamental, conforme iban desembarcando las
distintas unidades de la columna.
Los carlistas iniciaron una carga de caballería contra la carretera,
lugar donde se entabló el combate al ordenar Portillo a los 27 lanceros de
su compañía que frenaran la carga. A su vez éstos cargaron contra la
infantería y caballería enemiga a toda rienda, rebasando a la primera línea
carlista y haciendo retroceder a la segunda, aunque dejando en poder del
enemigo a 14 jinetes, dos de ellos muertos.
A continuación los carlistas tomaron posiciones en los montes de un
lado y otro del Segura, escalonando sus fuerzas en los accidentes del
terreno, protegidos por el olivar y con la intención de apoderarse del
tren. Un soldado de la columna de Portillo, Gregorio Fidel, lo evitó entre
una nube de balas al comunicar al maquinista que lo hiciera retroceder
fuera del alcance de la partida.
Lozano ordenó entonces a sus tropas que se apoderasen de las
fortificaciones del Castillo, lo que obligó a los gubernamentales a tener
que cruzar el río y atacar duramente a los carlistas instalados en la
fortaleza medieval, desalojándolos de la misma. Portillo ordenó después una
segunda carga de caballería que consiguió despejar la carretera.
Los carlistas emprendieron la huida mientras las tropas de Portillo,
apoyadas ahora por la brigada de Arnáiz, que había llegado hasta la
población a tiempo de hacer algunos prisioneros[9], apareciendo por los
Llanos de los Albares, lo que provocó la desbandada carlista por los
olivares hacia la Sierra de Ascoy, momento que coincidió con la llegada de
las tropas de Rivera y de Chacón, lo que llevó a la debandada definitiva,
internándose hacia la sierra por el lugar conocido como Cueva de Ascoy y
dispersándose por los Campos de la Fuente del Peral en busca del camino de
Jumilla.
El día 13 llegaron a la estación de Cieza 70.000 cartuchos de
munición, portados por otros 40 guardias civiles, pues después de la
batalla los gubernamentales se habían quedado sin munición para perseguir a
la tropa carlista en retirada.
El número de muertos y heridos varía según los distintos informes,
establecíéndose en 35 carlistas prisioneros y otros tantos heridos y se
recogieron 109 armas de fuego que se enviaron a Murcia junto con 13 de los
detenidosos.
El periódico la Paz informaba el día 16 que los heridos en Cieza
fueron socorridos en un primer momento por los propios ciezanos:
Los heridos habidos en Cieza no fueron llevados al hospital como dijo
el Noticiero , sino a casas de humanitarios y caritativos vecinos que se
apresuraron a prestar ese servicios, como ya hemos dicho en La Paz, citando
los nombres de algunos. Después la Cruz Roja estableció un hospital y a él
debieron ser traladados.

Después del episodio de Cieza, la columna de Arnáiz se dirigió a
Hellín, la de Rodríguez Rivera quedó en Cieza y la de Trujillo parece que
se dirigió hacia Abanilla en persecución de la dispersa partida de Lozano.
Aunque a las 9 y media de la noche del día 12 de octubre ésta se
había reagrupado en la Cañada del Judío, a la vista de Jumilla, en "la casa
del tío Pedro Molina", donde pudo conocer la noticia que le enviaron desde
la iglesia de Santiago de que Jumilla estaba libre. Allí pasó la noche para
salir el día siguiente hasta Yecla, donde también quemó el registro y
consiguió requisar la suma de 60.000 reales, para después simular entrar en
Caudete, exigiendo a la población que tuviera iluminada la población
durante toda la noche para continuar, sin embargo, camino de Villena,
momento en el que contaba con 500 hombres y 100 caballos que dirigió hacia
Montealegre para volver a sortear a sus seguidores que le cerraban el paso
hacia Valencia.
Ocupó la población de Pozo-Cañada, destruyendo la estación y
fusilando a sus empleados, para huir hacia Bogarra, localidad que ocuparon
el día 16 y donde recibieron un ataque gubernamental que terminó por
disolver la partida, aunque Lozano pudo seguir con 150 hombres y 40
caballos hasta las Fábricas de Riopar, desde donde consiguió huir con cinco
o seis oficiales, siendo detenidos la mayoría de la partida en distintos
lugares y conducidos prisioneros hasta Alicante y Palma. Su pista seguía
tres direcciones: Portugal, Gibraltar y Francia, aunque finalmente sería
apresado en Vadollano, cerca de Linares, sin oponer resistencia.
Y sería fusilado el 3 de diciembre en Albacete. Cerca, por tanto, de
la estación de Pozo Cañada, tras un sumario que se tramitó con celeridad.
El botín pareció esfumarse, pues tras su detención llevaba consigo
sólo 2.776 reales, entregó una moneda de oro a los miembros del pelotón que
lo fusiló y las pertenencias que entregaron después a su familia se
valoraron en 544 reales.
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[1] Ejemplar del 21 de octubre de 1874. La versión original, firmada con
las iniciales J.M.T, se había publicado unos días antes en el periódico
murciano La Paz (16-10-1874).
[2] La incidencia en Cieza de la Primera Guerra Carlista ya la dí a
conocer en la publicación de la Historia de Cieza, de donde retomo los
datos.
[3] MONTES BERNÁRDEZ, Ricardo: El Carlismo en la Región de Murcia.
Murcia, 2001. Pág. 28.
[4] Peródico La Paz, 12 de febrero de 1873.
[5] PÉREZ CRESPO, Antonio: Jumilla, entre cantoles y carlistas. Pág. 70.
Jumilla, 1995.
[6] La Paz, 26 de abril de 1873.
[7] MONTES BERNÁRDEZ, R.: Op. Cit. Pág. 53.
[8] Portillo cuantificó en 1.500 los hombres de la partida carlista. Los
datos de la batalla en PÉREZ CRESPO, Antonio: Jumilla, entre cantoles y
carlistas. Págs. 193-199.
[9] Esta es la versión de Portillo. La de Arnáiz es que había llegado a
tiempo de salvar a un compañero en apuros.
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