La autoridad de la palabra y la construcción de sentido de la historia. Oralidad y escritura en el barrio Villa Javier de Bogotá a principios del siglo XX

July 22, 2017 | Autor: Ó. Salazar Arenas | Categoría: Orality-Literacy Studies, Historia Urbana, Etnografía, Historia Cultural, Bogotá
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Descripción

MEMORIAS hagemónicas, memorias DISIDENTES el pasado como política de la historia

Editores

Cristóbal Gnecco Marta Zambrano INSTITUTO COLOMBIANO DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA UNIVERSIDAD DEL CAUCA

MEMORIAS hegemónicas, memorias DISIDENTES el pasado como política de la historia

Editado por CRISTÓBAL GNECCO Departamento de Antropología, Universidad del Cauca MARTA ZAMBRANO Departamento de Antropología, Universidad Nacional

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Instituto Colombiano de Antropología e Historiü Calle 12 N2 2-41 Telefax 28110 51 Correo electrónico: [email protected]

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Colciencias Transversal 9A NQ 133-28 Teléfono 216 98 00 Fax 625 17 88 Correo electrónico: info@colcienóias.gov.co Universidad del Cauca Calle 5a No. 4-70 Teléfono 240050 Fax 625 17 88 Correo electrónico: [email protected] Primera edición Bogotá, marzo de 2000

ISBN958-96829-1-X MINISTERIO DE CULTURA Juan Luis Mejía Arango, Ministro INSTITUTO COLOMBIANO DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA María Victoria Uribe, Directora UNIVERSIDAD DEL CAUCA Rafael Eduardo Vivas, Rector EDITORES: Marta Zambrano Cristóbal Gnecco COLLAGE PARA CUBIERTA: María Victoria Uribe

D:asramación e impresión ARFO EDITORES LTDA.

11 La autoridad de la palabra y la construcción de sentido de la historia. Oralidad y escritura en el barrio Villa Javier de Bogotá a principios del siglo XX Osear Iván Salazar Investigador independíente

"Kublai pregunta a Marco: Cuando regreses al poniente, ¿repetirás a tu gente los mismos relatos que me haces a mí? Yo hablo, hablo -dice Marco pero el que escucha retiene sólo las palabras que espera. Una es la descripción del mundo a la que prestas oídos benévolos, otra la que dará la vuelta de los corrillos de descargadores y gondoleros en los muelles de mi casa el día de mi regreso, otra la que podría dictar a avanzada edad, si cayera prisionero de piratas genoveses y me pusieran al cepo en la misma celda junto con un escritor de novelas de aventuras. Lo que comanda el relato no es la voz: es el oído ". ítalo Calvino (1991).

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ara el año 1905, la población de Bogotá se acercaba a los 100.000 habitantes1. La luz eléctrica servía para poco más que alumbrar las calles principales de la ciudad y tecnologías como el teléfono o el telégrafo eran cosas desconocidas para muchos. En ausencia de los medios de comunicación electrónicos que hoy conocemos, la palabra hablada y la palabra transmitida por escrito en las publicaciones periódicas existentes, constituían los medios de comunicación cotidiana más importantes de la ciudad. Antes de la consolidación del cinematógrafo y la radio como los medios de comunicación electrónicos de mayor impacto en la vida cotidiana de la Bogotá de la primera mitad del siglo, nació en la ciudad un 1 Para 1905 la ciudad tenía 100.000 habitantes; en 1926 se había duplicado esa cifra, y en 1946 había 500.000 habitantes. Véase Museo de Desarrollo Urbano (1998).

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particular proyecto de "comunidad ideal" donde la palabra oral y los medios de comunicación escritos tuvieron especial importancia. Dicho proyecto fue gestado y dirigido durante cerca de 40 años por un sacerdote jesuita proveniente de España que buscaba trabajar por los obreros, artesanos, jornaleros y la gente más pobre de la ciudad. El Círculo de Obreros de Bogotá, y dentro de éste el barrio Villa Javier, la organización de Las Marías y la Caja de Ahorros -actualmente el Banco Caja Social-, se convirtieron en las piedras angulares de lo que hoy son la Fundación Social y sus empresas2. Para esta época, gracias al Concordato celebrado con el Estado tras la constitución de 1886, la Iglesia Católica tenía una participación muy activa y un lugar privilegiado dentro de la tarea modernizadora de la Regeneración conservadora, ya fuera por medio de programas colectivos como la Acción Católica, o por la iniciativa individual de algunos de sus miembros. Había mucho para hacer y para decir mientras se obraba, sobre todo teniendo en cuenta que gracias al Concordato tenían el monopolio de la educación en el país. En este contexto, el barrio Villa Javier fue planteado como solución de vivienda, como proyecto evangelizador, de redención espiritual y ejemplo para los "obreros" de la ciudad, entre otras cosas. Dadas las condiciones tecnológicas, sociales y culturales de Bogotá para 1911, año de fundación del Círculo de Obreros, la transmisión y difusión de la ideología y los principios del proyecto de Caínpoamor no podían hacerse sino en las relaciones cotidianas cara a cara o a través de textos escritos. De esta manera, la publicación de boletines y periódicos así como las diversas actividades festivas del barrio que involucraban obras de teatro y representaciones teatrales -entre otros ejemplos-, se convirtieron en los principales mecanismos de difusión del proyecto, y en objetos de trabajo permanente para los miembros del Círculo de Obreros. El presente artículo explora la relación entre lo oral y lo escrito en el contexto específico del barrio Villa Javier durante sus primeros cuarenta años de existencia. En este caso, la relación entre ambas tecnologías de la palabra involucra a su vez relaciones entre el poder, los mecanismos de resistencia a las normas y la trans-

La investigación de la cual se deriva este artículo se inició en 1994 durante el Proyecto de recuperación de la memoria oral del barrio Villa Javier, dirigido por el antropólogo Pablo Mora. En dicho proyecto se reunieron cerca de 150 horas de grabación por medio de la realización de dos tipos de entrevistas: historias de vida y entrevistas por temas. Además del archivo oral, se tuvo acceso a un archivp de documentos escritos de la época, conformado principalmente por periódicos y boletines emitidos por El Círculo de Obreros de Bogotá entre 1911 y 1946. Posteriormente, durante la realización de mi monografía de grado, tuve a mi disposición otros documentos como cartas, reglamentos, actas de reuniones y publicaciones especiales de la misma organización, de los cuales el más importante era la biografía del padre José María Campoamor, realizada por María Casas Fajardo, una de sus seguidoras más fervientes (Salazar 1996). 2

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misión de las ideas3. De otra parte, a lo largo del texto se evidenciará que existe más continuidad y menos separación entre lo oral y lo escrito de lo que algunos autores aseguran; a esta relación continua me referiré como proceso de simulación. Cualquiera que sea la "tecnología" que el ser humano utilice, la narración de historias está en el centro de cualquier actividad que implique la utilización de la palabra. El caso de Villa Javier ilustra cómo la narración de historias, anécdotas, y recuerdos, constituye uno de los mecanismos más importantes del ser humano para darle sentido a los acontecimientos, generar y orientar la acción social y construir su propia historia. Partiendo de este hecho, será útil explorar la idea de mimesis de Paul Ricoeur en este contexto específico. De su exposición sobre la dialéctica de la narración y la configuración temporal, en la cual la mimesis se convierte en un elemento mediador que hace posible la generación de sentido de la historia (Ricceur 1995), se desprenden planteamientos importantes para el caso de Villa Javier. Luego de algunas precisiones conceptuales sobre la simulación y la mimesis y de una breve reseña sobre el Círculo de Obreros y el barrio, abordaré el tema de las relaciones entre lo oral y lo escrito en Villa Javier, recurriendo al análisis y la comparación entre algunos textos de las publicaciones y los testimonios orales de los habitantes del barrio.

La simulación y el proceso de mimesis Ricceur (1995) señala que el sentido de la mimesis está relacionado con un proceso continuo antes que con un acto consumado, que de cierta manera integra el sentido de términos como representación o imitación y va un poco más allá de ellos. En esta sutileza cualitativa, que nos coloca ya no ante versiones definitivas sino más bien ante procesos, radica la esencia de la producción de sentido de la historia de un grupo. Los distintos relatos y sus variaciones, a la vez que buscan hacer mimesis de lo ocurrido, introducen nuevos elementos en la evocación de hechos, ideas, anécdotas, descripciones, etc., propios de la historia de un grupo4. Reconocer o no este proceso, puede significar, para el antropólogo, la diferencia entre hacer una descripción etnográfica inerte y una de tipo crítico y consciente de la historia de la comunidad y de sí mismo en relación con ellos.

3 WalterOng(1994)

habla de "tecnologías de la palabra" para diferenciar la utilización de la palabra por medio de la oralidad, la escritura, la imprenta, o lo que él llama la oralidad secundaria, característica de los medios masivos de comunicación audiovisuales del siglo XX. 4 Cabe aclarar que me referiré a la mimesis principalmente en el contexto de la construcción de relatos, narraciones, anécdotas, y demás usos de la palabra, dejando de lado otros aspectos de la vida cotidiana en Villa Javier que podrían leerse de manera similar.

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El carácter temporal de la experiencia humana se revela en la dialéctica existente entre la narración y el tiempo: "El mundo desplegado por toda obra narrativa es siempre un mundo temporal (...) el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo; a su vez, la narración es significativa en la medida en que describe los rasgos de la experiencia temporal" (Ricoeur 1995: 39). En esta relación aparece la mimesis como mediadora del proceso. La construcción de una historia atraviesa tres etapas. En un primer momento, correspondiente a lo que Ricoeur denomina mimesis I, la narración de los hechos pasa por un proceso de pre-comprensión de la acción a narrar, que involucra: fines, motivos y agentes dentro de la acción; unos recursos simbólicos aportados al individuo por la cultura en la que vive6; una identificación de las acciones con las estructuras temporales que exige la narración. En el momento de la configuración del relato, o mimesis II, ocurre una mediación en tres niveles: 1. Mediación entre acontecimientos como incidentes individuales y una historia tomada como un todo. En nuestro caso, el conjunto de acontecimientos que se narran conforma las historias de vida de los informantes y sus relatos. 2. La construcción de la trama de la historia narrada integra factores tan heterogéneos como agentes, fines, medios, interacciones, circunstancias, resultados inesperados, etc. (Ricoeur 1995: 132). 3. La construcción de la trama tiene sus caracteres temporales propios; se hace una crónica, una historia de vida o se cuenta una anécdota. La narración de los hechos jge transforma la sucesión de los acontecimientos en una totalidad significante, confiriéndole un sentido de 'punta' o 'tema' a la historia. Pero este sentido de 'punto final' o de 'tema', que hace ver a la historia como una totalidad, y su dimensión temporal, emergen no tanto en el acto de narrar, sino en el de narrar-denuevo; la reproducción posterior de la historia se hace posible porque ésta se conoce y sobre todo porque se comprende el 'tema' de esa historia. Existe un tercer momento en la relación dialéctica entre tiempo y narración, mimesis III, cuando se cruzan el mundo del texto y el del lector -o el del narrador y el oyente. Corresponde al momento de la refiguración del tiempo narrado, donde el lector o el escucha reconstruyen las ideas e imágenes que han llegado a ellos gracias a la mediación del relato. Lo más interesante de este momento es la posibilidad de continuación de la historia narrada, gracias a que "la hemos comprendido" en las dimenDe esta forma, "si, en efecto, la acción puede contarse, es [porque] ya está articulada en signos, reglas, normas: desde siempre está mediatizada simbólicamente" (Ricceur 1995:119). Así como Clifford Geertz (1988), Ricoeur enfatiza el hecho del símbolo como algo público que no está sólo en la mente del que cuenta; se trata de una significación incorporada a la acción, la cual se hace descifrable para otros gracias a dicha simbolización: "el simbolismo confiere a la acción su primera legibilidad" (Ricoaur 1995: 121). 5

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siones de su red conceptual, su realidad simbólica y su temporalidad, asi como en su nivel de 'historia con un sentido'. De la argumentación de Ricceur se deduce que el proceso de mimesis es mucho más que la simple representación de una acción, ya que es a través de ella que se construye el sentido de una narración y de la historia de un grupo. De otra parte, el proceso de construcción de sentido de los acontecimientos no culmina con la última palabra de la narración; allí mismo, en el contacto entre el narrador y el oyente, se comienzan a gestar nuevos sentidos e interpretaciones, nuevas variaciones que -tal como las mutaciones o el azar en el proceso evolutivo- pueden producir nuevas interpretaciones y sentidos de las mismas acciones. En el momento en que se narran hechos o se construyen historias, buena parte de la relación que se establece entre memoria escrita y memoria oral pasa necesariamente por un acto de simulación. Este proceso no se da solamente desde la realidad vivida hacia una forma de representarla con palabras, sino que también está presente, y de manera decisiva, en el momento de pasar de una versión escrita a una oral de la narración, y viceversa. Tanto la oralidad como la escritura simulan ser la otra, tratándose de un proceso que va más allá de un capricho formal. Sin embargo, este proceso nunca llega a homogeneizar los dos tipos de expresión; la utilización de una u otra manera de contar los mismos hechos, genera sentidos colectivos diversos en torno a un mismo aspecto de la vida cotidiana. De esta manera se producen significados cualitativamente diferentes, y en muchos casos se nos revelan las estrategias que los individuos utilizan para vivir en sociedad. Dentro del proceso de mimesis se inscribe la simulación o simulacro permanente entre la oralidad y la escritura. Mientras la mimesis es la mediación entre tiempo y narración -entre los hechos y la historia contada-, la simulación es un puente entre la memoria oral y la memoria escrita, enmarcada dentro del proceso de configuración del relato: un puente dentro del puente. Al contar algo, se hacen acotaciones a las cosas que dijeron los protagonistas de la historia; lo mismo ocurre al escribir. En la medida en que quien cuenta es una persona que se refiere a lo dicho por otras varias personas, las citas a las cosas que se dijeron se convierten en la simulación de aquello que dijeron los implicados. Se trata de una representación que al darse de manera escrita, simula la voz oral, y viceversa. Es un movimiento que no es tan artificial como puede parecer; en el sentido de Deborah Tannen (1994), existen más estrategias y recursos discursivos comunes entre la voz escrita y la oral que diferencias entre ambas. Aunque muchos de los aspectos de la vida cotidiana de Villa Javier durante la primera mitad del siglo XX pueden ser leídos desde la perspectiva de la simulación, aquí me centraré principalmente en la simulación

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que se da entre oralidad y escritura. Más concretamente, entre los relatos.

El padre José María Campoamor y su círculo de obreros Hacia 1910 llegó a Colombia el sacerdote jesuíta José María Campoamor. El padre había comenzado en España su proyecto de formar el Círculo de Obreros, que tendría como objetivo principal "la redención moral, económica e intelectual de la clase obrera" y de los "desheredados de los bienes de fortuna" (Casas 1953: 38)6. Pensado dentro de los presupuestos de la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII (1891), el Círculo de Obreros, fundado en Bogotá en enero de 1911, intentaba contrarrestar y adelantarse de alguna forma a las demás asociaciones obreras y sindicales de orientación socialista y comunista que comenzarían a gestarse en Medellín y Bogotá en la segunda década del siglo; a la vez, correspondía a los intereses de algunos sectores de la clase dirigente del país. El Círculo de Obreros adquirió el carácter de un proyecto institucional que de una manera muy clara se hallaba permeado por los puntos de vista de la comunidad Jesuita y de un sector -en su mayoría Conservador- de la clase dirigente, interesados en un particular proyecto de Estado Nacional en el cual la tradición católica tenía gran importancia. Durante los 35 años en los que el sacerdote estuvo frente a la Obra (1911-1946), la financiación y respaldo se buscó, principalmente, entre las familias bogotanas mejor acomodadas económicamente y, de manera más concreta, entre las esposas de los principales personajes de la vida política de la ciudad. El paternalismo de Campoamor y de los directivos rigió siempre los destinos de la organización. Esto era palpable incluso en el término que se utilizaba para designar a los que colaboraban con la Obra, ya fuera económica o prácticamente: se les llamaba protectores, lo cual ya nos hace pensar no sólo en la clara e intencional diferenciación de clases sino en concepciones acerca de la clase obrera referidas a una supuesta desprotección e incapacidad de superación. Además de esto, y como uno de los pilares de la organización, se creó la Caja de Ahorros del Círculo de Obreros, en la que se administraban las donaciones y los aportes obligatorios de los obreros miembros, los cuales eran reinvertidos en la construcción de casas, escuelas, y demás empresas que emprendió Campoamor7. El libro de María Casas fue reeditado por la Fundación Social en 1995, respetando por completo el original, incluyendo la paginación. Fue añadida, a manera de prólogo, una reseña biográfica de la autora, publicada inicialmente en el semanario Noticias en 1963, año de su fallecimiento. 7 Después de la creación de la Fundación Social en 1972, la Caja de Ahorros del Círculo de Obreros se convirtió en la Caja Social de Ahorros y, recientemente, en el Banco Caja Social. 6

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En 1913, con los primeros fondos de la Caja de Ahorros, se compraron los terrenos donde se comenzó a construir "El Pueblo de Dios", el barrio San Francisco Javier, cuyo nombre se redujo a Villa Javier años después8. El objetivo del proyecto era reunir en el barrio a una comunidad católica de "clase obrera" que cumpliera con ciertas exigencias de vida en comunidad establecidas por Campoamor. Aunque la población de Villa Javier no era de clase obrera, puesto que estaba compuesta por campesinos migrantes y artesanos, Campoamor hablaba de sus "obreros" en un sentido ejemplarizante, oponiendo la gente del Círculo de Obreros a la representación negativa que él mismo tenía de los pocos obreros verdaderos que para la época existían en Bogotá9. Los habitantes debían pagar un arriendo mensual que resultaba ser mucho menos costoso y que reunía condiciones mucho más favorables que los arriendos de inmuebles similares en cualquier otro lugar de la ciudad. Hacia 1935 el barrio contaba con cuatro manzanas completamente construidas y una que nunca fue terminada por problemas presupuéstales, para un total de 120 casas. El diseño del trazado era de tipo ortogonal y reservó espacio, hacia el occidente de las casas, para la construcción del edificio principal (donde funcionaron las escuelas de niños y niñas, tiendas, capilla, oficinas, teatro y salones de reunión), la iglesia (que no se construyó en vida de Campoamor) y un parque. Hasta finales de la década de los 40 un muro cercaba el barrio, permitiendo el acceso para peatones y vehículos únicamente por la carrera sexta, abajo del edificio y frente al parque mencionado. Paralelo al proyecto del barrio se fundó la primera casa para mujeres jóvenes, llamadas Marías, donde las niñas más grandes de las escuelas que no tenían familiares en la ciudad entraban para continuar su formación dentro de los parámetros éticos y sociales de la Obra mientras conservaban su condición de solteras. Se trataba de una hacienda ubicada al sur oriente de Villa Javier, conocida como la Granja de Santa Teresa. Allí se preparaba a las Marías para desempeñar labores en los cultivos, ser profesoras en las escuelas, o servir como cajeras en las diferentes sucursales de la Caja de Ahorros, entre otras labores. A pesar del entusiasmo del sacerdote español, las dificultades eran muchas y el esquema de organización del Círculo de Obreros, centrado en la figura del Padre Consiliario (Campoamor), hacía aún más complicado el control y la administración. Fue así como, poco tiempo antes de morir, Campoamor inició los trámites para hacer posible la venta de las casas a los obreros del Círculo. Después de la muerte de Campoamor en 1946, luego de 35 años de existencia, el padre José María Posada quedó al fren-

El barrio Villa Javier está ubicado en la actualidad entre las calles 7a y 11 sur, y las carreras 3a y 6a. 9 Sobre la clase obrera en Bogotá durante la primera mitad del siglo XX ver Archila (1991). 8

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te de la organización. La muerte del español coincidió con grandes cambios que comenzaron a darse en Bogotá y el país -en buena medida provocados por el asesinato de Gaitán el 9 de abril de 1948 y la semidestrucción de la ciudad. La venta de las casas fue una realidad y el barrio se incorporó definitivamente a la ciudad. En 1972 nació la Fundación Social bajo la dirección del padre Adán Londoño. El cambio de razón social acabó con el Círculo de Obreros, dando paso a nuevas políticas administrativas, mucho más adecuadas a las condiciones económicas y de mercado del país. Con la reestructuración y cambio de razón social del Círculo de Obreros, el barrio, cuyas casas ya no pertenecían a la Comunidad Jesuita, quedó libre de todo vínculo con la nueva organización. Pocos años después fue cerrada la institución de las Marías, quedando unas pocas mujeres (las que no se casaron, se retiraron o eran muy ancianas) en la Casa María Teresa en el barrio La Candelaria, donde aún viven algunas de ellas.

La autoridad de la palabra oral vista desde los recuerdos Los primeros habitantes del barrio provenían de regiones campesinas de Boyacá, Cundinamarca y Santander, principalmente, siendo muy altos los niveles de analfabetismo. No era lo más efectivo establecer de forma escrita unas normas de conducta o un reglamento que rigiera a los habitantes. Como consecuencia, y a pesar de que el barrio se fundó en 1913, el reglamento no fue publicado en uno de los boletines sino 25 años después, en 1937. En estas condiciones, el padre Campoamor, proveniente de una cultura escrita, debía acomodarse a las condiciones culturales de sus elegidos. Tomaré como referencia el problema del cuerpo femenino en Villa Javier para mostrar cómo se daban la autoridad del padre y las relaciones entre las normas escritas, las costumbres cotidianas y lo prescrito de forma oral. En principio, sigamos un fragmento de una de las entrevistas realizadas en 1995 con los viejos del barrio, que nos habla aproximadamente de los años treinta y cuarenta. Se trata de una entrevista realizada con una mujer de 84 años de edad, quien fue una de las Marías, y al momento de la entrevista todavía vivía en Villa Javier, donde tenía una tienda: -¿Y no había mujeres así como desjuiciaditas, por ahí, que de golpe hicieran pilatunas con los novios a escondidas? -preguntó Pablo. -No; pues parece que no, parece que no, no -dijo en voz baja Rosario, pensativa luego de una pausa. Había control. Hasta provocarles, sí les provocaba, por supuesto, ah, ¡pues claro! Eso usted sabe que el género humano (...) pero entonces había mucho control, y que el padre hablaba mucho. El

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hablaba mucho sobre eso, que le gustaban los matrimonios bien, que los jóvenes fueran bien, que no hubiera reclamos después del matrimonio, que en fin, eso él hablaba tan claro y a todos que eso como que se le entraba y se le quedaba a uno". (Igua-002,1995)10

En este fragmento es notable la recurrencia de la palabra hablada en relación con lo que busca afirmar Rosario sobre el control; se revela, entonces, una relación directa entre los actos de hablar y controlar. Se trataba de entrar al cuerpo por medio de la palabra. Antes que la existencia de normas en sentido jurídico, fueron el poder de la presencia y el discurso oral de Campoamor, su liderazgo y dirección, así como el imaginario católico de los habitantes, lo que daba orientación y sentido, tanto a la vida cotidiana como a la religiosa de Villa Javier. El padre aprovechaba el encuentro cotidiano en las calles del barrio, las homilías, las fiestas, reuniones y demás instancias en las que intervenía, para insistir en la conducta moral correcta. Volvamos a la entrevista: (...) entonces los hombres le decían a uno era señorita fulana, y le decían al padre pues yo quiero hablar con la señorita fulana -dijo riéndose-, y el padre decía bueno, por supuesto. Claro que eso era si se trataba de un señor por lo menos regular, porque si era alguien así como de mala, pues tampoco; él decía no, yo no soy el padre; él iba como quien dice, a la altura. No, él no admitía a esa gente, ni a los policías (...) En esa vez lo que ocurría era que la policía tenía mala fama y al padre no le gustaba que fueran novios y ni siquiera amigos de las Marías. -¿Y usted no sabe por qué, qué razón tendría? -Yo no sé qué razón tendría él para eso -continuó Rosario-, pero yo pienso que era porque ellos eran muy sirvienteros; a ellos les gustaban mucho las sirvientas, y como el padre decía que nosotras teníamos que ser era obreras, con otros sentimientos fuera [de los] de las sirvientas, decía, y que las sirvientas eran muy buenas pero que tenían otras maneras... (...) al padre no le gustaba, digamos, que uno se carcajiara o que dijera palabras así como así -dijo ella haciendo un gesto con las manos que daba a entender la naturaleza de las palabras que mencionaba-. En cambio a él le gustaba todo así más bien finito, finito, y como en esa vez las sirvientas sí eran albiruchadas...

Las Marías, quienes se encontraban confinadas en las casas del Círculo de Obreros ubicadas en diferentes partes de la ciudad, y también en otras partes del país, se regían por un reglamento escrito titulado Nuestro 10 Las entrevistas se citarán por medio del apellido de los entrevistados, seguido del número del cassette donde está el fragmento (asignado dentro del Proyecto de Recuperación de la Memoria Oral del Barrio Villa Javier) y el año su realización.

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modo de ser, publicado por primera vez en 193611. Este reglamento en su octavo punto, la palabra escrita en forma de norma, coincide con el relato de Rosario: 8. Hemos de procurar que nuestra educación sea perfecta, aristocrática, lo mismo en nuestras palabras que en nuestros modales, y evitemos los manoseos, y la vulgaridad y la brusquedad en los juegos.

Al revisar los demás testimonios referentes al control que existía en el barrio con respecto a los noviazgos, sobre las Marías principalmente, se puede afirmar que se trataba de uno de los tantos campos en los cuales Campoamor jugaba con los límites corporales, tanto moviéndose en ellos como decidiéndolos o condicionándolos. Por una parte, la misma institución de las Marías se encontraba en el límite entre una comunidad religiosa al estilo de un claustro para monjas y una comunidad laica que no tenía ningún vínculo institucional con la organización religiosa del catolicismo. Campoamor también se movía en el límite cuando algún pretendiente de alguna María no le gustaba: decía "yo no soy el padre de ella" y que no tenía por qué otorgar el permiso de visita, mientras por otra parte fiscalizaba, junto con las protectoras del Círculo de Obreros, los noviazgos que habían sido ya aceptados, comportándose como un padre con sus hijas. Aunque todavía no llegamos a la relación entre escritura y oralidad, aquí se puede observar cómo la simulación se presentaba en los comportamientos cotidianos (aunque en un sentido contradictorio): Campoamor decía no ser el padre de la María, pero se comportaba como tal, conservando así una posición doble, pero muy consecuente con el control ejercido sobre las mujeres. Al actuar simulaba ser el padre, y al hablar lo negaba, siempre pendiente del comportamiento moral correcto. Esto también nos muestra cómo la simulación se fundamenta en el manejo de una contradicción entre lo que se pretende ser y lo que se es y cómo estas posiciones desdibujan sus límites por medio de la misma simulación. El movimiento en el borde favorecía el control de la vida cotidiana tanto del barrio como de las Marías. Aquí el cuerpo también se movía en un límite: el baile y la visita a la novia eran los espacios en los que los cuerpos estaban lo más cerca posible pero sin que llegaran a tocarse -porque estaba prohibido el contacto físico durante los bailes-. Cogerse de la mano era un acto que ya no se consideraba del todo aceptable, pero si se daba debía ser en público como garantía de un comportamiento correcto, como garantía de que no se había atravesado el límite corporal permitido. La normatividad que pesaba sobre el manejo del cuerpo femenino en Villa Javier estaba fundada en preceptos morales y era en el plano de 11 El reglamento

(1995: 34-36).

de las Marías está publicado como anexo en el libro de Londoño y Restrepo

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las relaciones entre hombres y mujeres donde parecía ser más efectivo tal control, favorecido por la condición de la mujer en la época. Podemos evidenciar la falta de definición en la norma en el hecho de que el control de lo que era o no lícito estaba relacionado, en la memoria compartida, con el recuerdo de Campoamor como alguien estricto, "delicado" y exigente, y no en la existencia de un reglamento o un acuerdo social colectivo. La presencia del padre era fundamental en el control y corrección del comportamiento de la gente. Así, la palabra oral, la que se expresaba en las homilías o en las conversaciones cotidianas, cobraba gran importancia en dicho control.

Los cuentos de la palabra escrita Ya fuera de manera oral o escrita, la palabra era para Campoamor un medio fundamental de educación, ejemplarización y "batalla". Fieles al modelo que era en sí mismo el sacerdote español, sus seguidores más cercanos utilizaron también la escritura como medio de comunicación y herramienta efectiva para la moralización. En el libro El Padre Campoamor y su obra El Círculo de Obreros, Casas (1953: 59) afirma: "Conocido es el poder de la prensa para difundir ideas y propagar las empresas que se acometen"; y con respecto al padre: "No por las múltiples ocupaciones que se impuso dejó de usar en aquellos días su arma favorita, la pluma" (Casas 1953: 141). La conciencia del poder de la escritura se ve reflejada claramente en la aparición recurrente de muchos relatos de corte moralista en los boletines, diarios y semanarios. Éstos comenzaron a publicarse desde la fundación del Círculo de Obreros de Bogotá en 1911, dos años antes de la fundación del barrio. Existieron tres periódicos que circularon con gran regularidad: el Boletín del Círculo de Obreros, que funcionó entre 1911 y 1934; el diario de la tarde Noticias, desde 1934, que posteriormente se convirtió en semanario y se publicó hasta mediados de los años 60; y El Amigo, que existió hasta principios de los 70 cuando nació la Fundación Social. Uno de los temas en los que el proyecto del padre Campoamor fue más álgido y decidido fue en el de mejorar las condiciones materiales de vida de los habitantes del barrio. Durante los años veinte, treinta y cuarenta la ciudad estaba atravesando por una crisis de salubridad derivada de los problemas de servicios públicos (acueducto y alcantarillado), que hacían complicadas las condiciones de aseo. En este sentido, Campoamor insistió en el hábito del baño diario entre su gente. A este respecto, es pertinente detenerse en la historia del niño Crisanto, el que no quería bañarse, la cual encontré en tres boletines de diferentes años. Otros relatos o artículos referidos al cinematógrafo y la chicha también aparecieron repetidamente en boletines de varios años, tal como ocurrió con este:

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LA CHICHA Es de Choachí, como de unos treinta años, y viste el traje típico de aquella región; pantalones, camisa, ruana y corrosca. Aunque, según dice, está muy enfermo, no quiere quedarse en el hospital, porque allá la alimentación no es suficiente, y con gusto se colocaría en una parte donde no le hicieran trabajar mucho, y donde le dejaran ir todos los días a las siete y a las tres a San Juan de Dios para que le den las medicinas; porque está muy enfermo, pero muy enfermo. No está rematado, eso no, ni quiera Dios que se remate: ya sabe que tiene que morir, pero que no sea ahora; ¿cómo la Santísima Virgen no le ha de dar la salud?: se ha hecho muchos remedios aunque ninguno le ha valido, y tiene puesta la esperanza en un cocimiento de yerbas, y en unas fricciones. Parece que no, pero siente la cabeza como atembada, y apenas bebe un vaso de esta chicha buena de Bogotá le entra un mareo que no sabe lo que le pasa: no que se emborracha, eso jamás, pero la chicha se le sube a la cabeza. Y en el estómago siente así como un desleimiento, y un malestar que le sube hasta los hombros. Le dicen que debe ser dilatación del hígado, pero otros le aseguran que es neurastenia, algo de la imaginación; en resumidas cuentas ninguno le acierta con la enfermedad. Siempre estuvo malo, pero desde los temblores se puso peor, y ahora viene resuelto a hacer todo lo posible para curarse. Le dan la posada donde unos compadres, y solo le falta buscar donde le den la alimentación. Como entra en el Círculo de Obreros en el momento en que están comiendo los niños, su dicha es completa, porque llega a mesa puesta; pero se le aguó su contento al enterarse que aquí solo se da alimentación a los niños de las escuelas, y a los jóvenes de nuestra hospedería. No le valieron lágrimas ni suspiros, ni las ponderaciones de su terrible enfermedad. Pidió que al menos se le diese una recomendación para conseguir el alimento en otra parte; y nos pareció mejor darle el buen consejo de que se dejara de tonterías, que se pusiera a trabajar, y. que no convirtiera su cabeza y su estómago en laboratorio de análisis para las diferentes clases de chichas. Le aseguramos que lo mismo esta buena chicha de Bogotá, que la buena o mala de Choachí dilata el hígado, fomenta la neurastenia, trastorna la imaginación, y da origen a esa misteriosa enfermedad que le atormenta. ¿Así es la chicha? Qué horror". (BCO-207,1922)12

Hay dos aspectos importantes en estas historias, que también eran reforzadas oralmente por el padre: primero, se trata de historias y textos moralistas cuya forma narrativa está más cerca de uri sistema de pensamiento en el que la generalización y la lógica son cosas casi ajenas, o por lo menos están muy subyacentes. El ejemplo y la enseñanza no se trans12 Las citas del Boletín del Círculo de Obreros se harán utilizando la sigla BCO, seguida del número y el año de la publicación. Los boletines carecían de numeración de páginas. En esta cita se han respetado la redacción, puntuación y énfasis originales. Este artículo aparece también en otros boletines, como en el BCO-13 (1918).

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mitían directamente a través de conceptos abstractos y objetivos o argumentos racionales sino que se utilizaban estrategias discursivas que involucraban a los oyentes-lectores en las narraciones de manera directa y subjetiva. Una de las diferencias entre esta manera de comunicarse y una argumentación racional es que en la segunda están presentes y explícitos los paradigmas que sustentan y constituyen el contenido de lo que se dice, mientras en el pensamiento narrativo los paradigmas no se hacen del todo explícitos. Esto no implica que las narraciones de historias no apelen a una racionalización previa para estructurarse; lo que las hace diferentes del pensamiento paradigmático es que la información que se quiere transmitir es tratada de una manera completamente diferente que, ante todo, subjetiviza e involucra en lugar de objetivizar y distanciar -las generalizaciones y los conceptos son formas de hacer esto último13. Para señalar tan sólo uno de los elementos utilizados en el relato anterior, correspondiente a la lógica narrativa, notemos que el personaje de la historia es un campesino adulto que por sus características podría confundirse con un miembro del Círculo de Obreros. Tras la construcción de la historia con este personaje en concreto, el padre estaba diciéndole indirectamente a los obreros que ese podía ser el caso de muchos de los habitantes del barrio y los estaba censurando. De hecho, una de las prácticas con las que Campoamor jamás pudo acabar fue con el consumo de chicha y de bebidas embriagantes entre los "obreros". Esto fue algo que él mismo admitió en varios artículos publicados en los boletines. Como segundo elemento significativo con respecto a estas historias habría que señalar la repetición insistente de las ideas moralistas por medio de los relatos. Esta repetición también tiene relación con la generación de sentido y el proceso de involucrar al oyente en lo que se dice (Taimen 1994) y va desde la repetición de una misma idea como la del "chichismo" como enfermedad hasta la aparición recurrente de un mismo artículo o historia en varios números de los boletines a lo largo del tiempo.

13 Bruner (1996) es quien hace la distinción entre

"pensamiento narrativo" y "pensamiento paradigmático", conceptos que son desarrollados por Carrithers (1995) para señalar la importancia de narrar historias y de pensar narrativamente en los procesos de generación de sentido colectivo llevados a cabo en espacios y momentos tanto rituales como cotidianos. Para la historia y las disciplinas relacionadas es muy pertinente ahondar en la discusión acerca de las implicaciones de la comunicación por medio de narraciones y sus diferencias con las implicaciones de comunicarse por medio de argumentaciones y generalizaciones lógicas. Una perspectiva dentro de esta discusión se introdujo por parte de Marcus y Cushman (1992), refiriéndose concretamente al caso de la antropología.

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El reglamento escrito del barrio y la palabra mimética del padre Retomemos el hecho de que el barrio no tuvo un reglamento escrito sino 25 años después de su fundación, cuando fue publicado en uno de los boletines en 1937. Suponemos que la publicación del reglamento está relacionada con la disminución en los índices de analfabetismo, en buena medida por acción del proyecto de educación del Círculo de Obreros14. Dado que los primeros pobladores del barrio fueron campesinos migrantes dentro de los cuales muy pocos eran alfabetas, la publicación escrita de un reglamento no tenía mucho sentido en los primeros años. De esta manera, el control y la corrección estaban en manos de un poder presente en la figura de Campoamor. Con respecto al reglamento de 1937, Londoño y Saldarriaga (1994: 138) señalan: Cabe destacar, en primer término, la brevedad y simplicidad de este reglamento, así como la carencia de lógica y del lenguaje jurídico tan usuales en este tipo de documentos. Su contenido no alude a las normas y procedimientos para la administración del barrio sino a la conducta moral que deberían observar sus habitantes, así como a ciertas normas prácticas para la vida doméstica. (Londoño y Saldarriaga 1994: 138)

Algo que también es importante aquí -al igual que en muchos de los artículos de los boletines, como ya se dijo- es la lógica narrativa de los reglamentos escritos. Esto se evidencia, entre otras cosas, en la voz desde la que estaban construidos, ya que se utilizaba la primera persona del plural: Todos los que aquí vivimos nos gloriamos de imitar a Jesucristo que pasó su vida en el honrado trabajo, y se vestía como pobre artesano. ... Como hermanos que somos, defendamos mutuamente nuestra honra, y no murmuremos del prójimo; pero si hay algo que deba ser corregido, avísenlo al Padre Consiliario... Seamos muy puntuales a la misa los domingos y días de fiesta, y asistamos a los otros actos de piedad como el catecismo al medio día, la bendición del Santísimo por la noche, y ojalá cada semana, y ojalá con más frecuencia. (Reglamento del barrio Villa Javier, 1937, citado en Londoño y Saldarriaga 1994:138-139)

La manera como estaba escrito este reglamento, así como el de las Marías, era más cercano al habitante del barrio porque lo involucraba, porque se dirigía a él, porque el contenido mismo entraba en el ámbito de 14 El proceso de alfabetización en el barrio se debió, en gran parte, al esfuerzo de Campoamor antes que a una tendencia más general, que pudo haber ocurrido para esta época, hacia la alfabetización de la población de la ciudad.

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lo privado, pero no como una imposición (por lo menos en apariencia), con una calidez que cualquier reglamento de tipo jurídico no tendría. De ahí que Londoño y Saldarriaga señalen que se trataba de un estilo "carente de lógica y del lenguaje jurídico", que se hacía más cercano al lector-oyente. Esta simulación de Campoamor -consistente en colocar lo dicho en boca de los obreros, o mejor, en disfrazarse de una voz obrera colectiva que es ficticia y que sería más una voz oral antes que escritabuscaba producir un efecto doble: por un lado, la voz del texto era más cercana al lector-habitante que debía conocer el reglamento y, por otro lado, se convertía en un testimonio ejemplarizante para los posibles lectores que no pertenecían al Círculo de Obreros o al barrio. Si nos detenemos en la idea del ejemplo, presente en todos los aspectos del proyecto utópico, vemos que se trata de una estrategia completamente acorde con la simulación utilizada por el sacerdote en sus textos. Imitar el ejemplo era la consigna. Esto era, llegar a-ser lo que se debía ser por medio del seguimiento del ejemplo. En el caso de los reglamentos escritos, Campoamor recorría el camino de vuelta, simulando ser el obrero ideal, para presentarles a los habitantes del barrio el modelo a seguir. De acuerdo con ello, la utilización de la primera persona del plural parecía ser la estrategia discursiva preferida por Campoamor en sus escritos. Fiel a su gusto por los límites, el padre colocaba su propia palabra en boca de otro, un "obrero ideal" e imaginario, cuyo tono sugería, en lugar de exigir, una moralidad y un conjunto de conductas encaminadas a la redención. De esta forma, el lenguaje utilizado no construía algo del todo "acabado" y decidido, exhortando a involucrarse en la simulación. La sugerencia da pie a la existencia de múltiples sentidos, que pueden ser contrarios entre sí, mientras que el sentido de lo que se exige tiende a ser más rígido, con un significado más preciso y directo. Como señalan Londoño y Saldarriaga, en el reglamento la única autoridad que era reconocida era la del padre consiliario, confirmando así su poder como cabeza del grupo y, decierta manera, la autoridad de su palabra. Dentro del texto, Campoamor se valió también de referencias como "pero si hay algo que deba ser corregido, avísenlo al Padre Consiliario", auto-autorizándose como líder y poder central. El acto de disfrazarse en la voz de los obreros y de otro en general pretendió, ante todo representar, pero también hacer real por medio de la escritura la utopía del "Pueblo de Dios".

Interpretaciones de la memoria, versiones de la historia Hasta el momento me he centrado principalmente en la posición de Campoamor y su manejo de la palabra. Pero, ¿qué hay de las construcciones que hacían de las historias y de los reglamentos los que recibían esa palabra? Más concretamente, ¿cuáles eran las interpretaciones que se

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hacían de la palabra, de la norma oral o escrita? ¿Qué formas han tomado en el recuerdo estas normas? En la vida cotidiana buena parte de estas interpretaciones se generan a partir de lo que Carrithers (1995: 263) llama la deslizabilidad dentro de la vida social humana; es decir, "la capacidad de imaginar alternativas a lo que se presenta directamente ante nosotros", la cual, en el plano de las relaciones sociales, permite los cambios y la generación de nuevos significados que van transformando los ya existentes dentro de una cultura. En este sentido, las historias que se cuentan y que vuelven a contarse continuamente se constituyen en el espacio del lenguaje donde dicha deslizabilidad se hace posible. El "volver a contar", recordemos, también depende de la comprensión del sentido de la narración como un todo que pertenece a una cultura y a un grupo que vive en un contexto histórico determinado. Es en el seno de ese sentido colectivo -inscrito dentro de la memoria compartida por un grupo- donde empieza a operar la deslizabilidad. He escogido tres ejemplos de uso de la palabra dentro de la historia de Villa Javier donde se ilustra el paso de la oralidad a la escritura, así como la persistencia de la primera a pesar de la gran importancia que adquirió la segunda por medio de los boletines y las publicaciones. El primero es un poema dedicado a Villa Javier, publicado en un Boletín en 1933, cuando aún no existía reglamento escrito. El segundo ejemplo está compuesto por algunas anécdotas contadas por los viejos habitantes del barrio durante las entrevistas realizadas en 1995. El tercero es la afirmación que hace uno de estos entrevistados sobre "la verdad" en la historia. En el número 1233 del Boletín del Círculo de Obreros del 14 de enero de 1933 aparece en la primera página una fotografía de la fachada del edificio de Villa Javier, donde se ven algunas Marías frente a una de las puertas de la construcción. Debajo de la fotografía aparece un poema para el barrio: Villa Javier Lejos, muy lejos del mundano ruido, do no llega la brisa envenenada del mar del mundo vano y corrompido, en una tierra por el pobre amada, en un lugar tranquilo como el nido del pájaro que canta en la enramada, descuella, como reina decorosa Villa Javier humilde y majestuosa. Humilde, pues sus casas que el sol dora nunca ostentan las pompas del mundano; la pobreza es su adorno, y enamora esa limpieza del hogar cristiano. Para pecar allí jamás hay hora: allí se oculta inmenso y bello arcano:

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servir a Dios con celo y entereza, para reinar rodeado de pobreza. Majestuosa es también, pues sus moradas son palacios do reina la alegría; la madre impera allí con sus miradas; allí el padre gobierna noche y día sin las pompas del mundo malhadadas. Los hijos obedecen a su guía, y reinan todos sin servir ninguno, aunque se sirven todos y cada uno.

El texto continúa caracterizando al niño, al joven y a la mujer, resaltando virtudes como la obediencia y la pobreza. Su publicación fue anterior a la del reglamento del barrio, pero ya mencionaba muchos de los elementos ideales de los que hablaba este último. En el escrito todo es "perfección y virtud", que se buscaba mostrar a la ciudad entera como imagen de Villa Javier y que se intentaba, sin éxito, implantar efectivamente entre los obreros. El poema termina así: Allí se goza si gozar se quiere, allí no arraigará pena ni llanto: si una lágrima brota, pronto muere, pues nos cobija de María el manto. ¡Villa Javier! Si alguna vez hubiere un cielo en este mundo de quebranto, tú serías el cielo suspirado, tú, el Edén por los hombres deseado. ENRIQUE AGOSTA

El autor del poema al barrio es un "jovencito que estudia en el seminario menor, primogénito de una honrada familia obrera que vacía en ese su primer ensayo poético las ideas y sentimientos que bullen en Villa Javier" (BCO-1233, 1933). Para este año, 1933, el reglamento todavía no estaba publicado, así que la normatividad, junto con los principios morales, se transmitía principalmente de manera oral. El hecho de la publicación de un poema como este, resaltando las virtudes del barrio, nos indica cómo las ideas de Campoamor habían llegado a la población. Esta es una de las primeras variaciones al sistema de transmisión oral de la norma, pero no por acción del padre -lo que la hace más interesante- sino de uno de los habitantes, ya introducido en el mundo de la palabra escrita. Es evidente, sin embargo, que este deslizamiento hacia lo escrito permanecía dentro de los modelos y preceptos dictados por el padre; de ahí su publicación en el Boletín. No olvidemos tampoco el carácter especial de la poesía; es una manera de utilizar la palabra que, a pesar de poder estar escrita, exige una

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aproximación diferente, más rítmica, más sonora que visual, a diferencia de la prosa. Sus particularidades la convierten en la forma escrita más cercana a la oralidad15. Es notable que el poema, a diferencia del reglamento que se publicaría 5 años más tarde, no invita a nadie, sino que describe y afirma, como hechos cumplidos, la manera de ser de los habitantes del barrio. Sabemos, sin embargo, que las dificultades para la realización efectiva de la utopía siempre estuvieron presentes, dificultades que las mismas fuentes escritas revelan. Son numerosos y constantes los artículos en contra de la chicha, el cinematógrafo, la moda y demás asuntos que Campoamor consideraba inmorales y malos ejemplos para sus obreros. Inclusive, existen testimonios escritos en los boletines -tratados de manera ejemplarizante, claro- donde los habitantes que se emborrachaban o llevaban malas mujeres al barrio eran castigados con la expulsión. De esto se deduce que la naturaleza del poema se acerca más a la nostalgia del ideal que a la descripción de la realidad cotidiana del barrio. Se trata de la construcción de otro ejemplo que alimenta la imagen del pueblo de Dios, con evidentes componentes moralizadores. El segundo momento escogido es contemporáneo y corresponde a un detalle persistente y particular de las entrevistas realizadas a algunos de los viejos de Villa Javier en 1995: se trata de las anécdotas, entendidas como formas orales que trasmiten sentido. Comencemos con un fragmento de la entrevista hecha a una pareja de viejos que hablaban del cinematógrafo y las prohibiciones en torno a él. La entrevista corresponde a un matrimonio de Villa Javier que en ese momento todavía vivía en el barrio. El nació en líbate, Cundinamarca, en 1918 y ella en San Cayetano, Cundinamarca, en 1919. Se conocieron en el barrio cuando ella era María. No se casaron en Villa Javier, a pesar de que el padre de ella era un ferviente seguidor de Campoamor. A diferencia de la entrevista con Rosario Igua, en ésta se evidencian mucho más fácilmente las rupturas y diferencias que existían con respecto al proyecto utópico. Para contextualizar la narración y entender un poco mejor la manera en que se generan estos recuerdos, he transcrito un fragmento extenso de la entrevista: ... aquí no se podía ir a cine ni nada -dijo Manuel-; aquí era prohibido eso. ¡Así! El día que pasara alguno y que los encontrara en cine, o que supiera el padre que iban al cine, se iban de aquí. A un amigo mío, compañero, que vivía con la mamá, lo cogieron por allí, lo cogieron en un teatro o que venía tarde, y le dijeron al padre, y el padre lo que le digo: venía y él no preguntaba por qué ni de dónde ni cómo, sino que te vas de aquí porque sos un

15 Con relación a la naturaleza del lenguaje poético y sus diferencias con la prosa, remitirse a Paz (1986).

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podrido, un corrompido, y punto y no le admitía nada, sino que se va y se fue y punto. Manuel hizo una pequeña pausa y cambió el tono para seguir hablando un poco más pausado, pero igualmente enfático. Julia, su esposa, afirmaba con la cabeza y Luz Helena lo miraba atenta. -Esa era la consigna. Aquí no se podía ni tomar, ni ir a cine, ni nada de desorden ni peleas, ni disgustos, ni nada de esa cosa. -Y el cine, ¿por qué no le gustaba al padre?, preguntó Luz Helena. -Porque no dejaba. -Pero, ¿por qué? -No sé. Ese era el sistema de él -respondió Manuel enfático, quitándole importancia a algo que para él no tenía misterio: el padre era el que mandaba; el padre expulsaba o recibía; el padre aconsejaba, recomendaba y castigaba. Pero así como muchos de sus "hijos" compartían ideas y aceptaban las normas -así no repararan en el por qué de las medidas, como en este caso-, muchos otros, o esos mismos que para otras cosas estaban de acuerdo con él, también desobedecían. Manuel seguía contando, y nuestra etnógrafa grabando: -Aquí había comedias y aquí nos pasaban películas. Había veces que traían y nos pasaban una película, pero los jesuítas pagando. -El nacimiento del Niño Dios -dijo Julia riéndose. -Pero de resto, que fuera uno a un teatro o a una cosa así, nunca jamás -dijo Manuel en tono grave, para luego añadir -Claro que nosotros sí nos íbamos. Ah, sí! Después de casados nosotros sí nos íbamos a cine. -¿En vida del padre Campoamor? -preguntó Luz Helena. -En vida del padre Campoamor Íbamos a ver las películas de Libertad Lamarque -dijo él, y todos rieron por un momento. Ahora se podía adivinar cierta picardía en su voz y Julia no dejaba de sonreír. -¿Y el padre les decía algo? -No, porque no lo sabía. -¿Y cómo hacían? -Como éramos casados, pues nos íbamos, pero nadie sabía para dónde cogíamos. Por lo regular nosotros nos íbamos a vespertina o nocturna. -¿Y luego la entrada...?, alcanza a preguntar Luz Helena antes de que Julia interviniera. -No; nocturna no. íbamos era a vespertina porque no ve que cerraban esa puertica chiquita también -dijo ella dirigiéndose a Manuel. -No; a la puerta no le echaban candado -dijo hablándole a Julia para luego dirigirse a Luz Helena-. Era una puerta grande de madera, pero tenía una hoja que era una puertica que era como... -Chiquita, que le tocaba a uno... -... Como esa silla de grande; uno tenía que agacharse y pasar la puerta. Ahí no entraban animales ni nada, sino gente que vivía aquí, de resto nada más. -¿Y su papá no le decía algo?, preguntó Luz Helena dirigiéndose a Julia. -No, porque como eramos casados -respondió Manuel. -¿Pero él sabía que iban a cine? -Nooo!, porque nosotros no les decíamos -dijo Manuel enfático.

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-Nosotros no les decíamos porque si no... como mi papá también tenía las mismas ideas del padre... añadió Julia mientras se levantaba y caminaba hacia la cocina. (López y Rodríguez-020,1995)

Notemos cómo al comienzo de la transcripción se recuerda una anécdota de expulsión y de censura a un miembro del Círculo de Obreros; posteriormente se hace una pequeña enumeración de lo que estaba prohibido: el trago, el cine, las peleas, el desorden. Finalmente, se relatan los detalles de algunas transgresiones a eso que antes se ha afirmado que era prohibido: van a cine por su cuenta, desafiando la autoridad del sacerdote jesuita e, incluso, del padre de Julia, quien está convencido de los principios. Aquí alcanzamos a comprender cómo la vida y las costumbres cotidianas de la ciudad permearon a Villa Javier a pesar de los esfuerzos del padre. Pero la transgresión no se queda tan sólo en eso que se hace porque no se comparten las normas o parte de ellas; trasciende el momento del acto para convertirse, por medio de la rememoración, en una anécdota digna de ser contada en la que pueden sobrevivir el desacuerdo y la transgresión de la norma. En otras palabras, hay una persistencia de la transgresión a través de la anécdota, siendo una de las formas verbales cotidianas por medio de las que podemos acceder a la interpretación que los individuos o el grupo hacen de sus acciones en relación con lo prescrito por la autoridad. Hay anécdotas que trascienden el ámbito doméstico y son adoptadas por el grupo como maneras de evidenciar la transgresión y el desacuerdo. De éstas, el caso más latente al momento de la realización de las entrevistas fue una relacionada con la chicha y referida por lo menos por tres personas de manera independiente, tanto en entrevistas grabadas como en conversaciones informales. Esa anécdota toma aún más fuerza si consideramos que uno de los que nos habló de ella no vivió la época de Campoamor y nació aproximadamente 10 años después de su muerte. Cuentan los habitantes que durante una fiesta de las que se realizaban en el barrio algunos de ellos se le acercaron a Campoamor y le dijeron: padre, acabamos con la chicha!, y el padre les respondió: pues los felicito hijos, los felicito! Dicen que a lo que se referían estos habitantes era a que se habían acabado la chicha que habían traído para la fiesta, seguramente a escondidas, y no a que habían acabado con el hábito del consumo16. Sólo quisiera comentar una cosa con respecto a esta anécdota. Se trata del carácter de doble intención persistente en todo lo que dicen los protagonistas: el comentario que le hacen los habitantes al padre podría entenderse como "acabamos con la chicha que estábamos tomando", o como "acabamos con el consumo de chicha". Pero de igual forma, el 16 Una

recreación de esta anécdota se encuentra en Salazar (1996:252).

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comentario del padre juega con dos niveles: uno que estaría aparentemente de acuerdo con el sentido de "acabamos con el consumo de chicha" y otro que funcionaría como la ironía, muy propia de Campoamor, a la afirmación insolente de los obreros. Propongo que tanto los obreros como Campoamor sabían de lo que se estaba hablando -el sacerdote no era ningún tonto. La transgresión era evidente y Campoamor lo sabía; su respuesta conformó un juego de espejos17. Veamos ahora lo que piensa otra habitante del barrio con respecto a las mismas normas que se critican en los casos citados anteriormente. Se trata de María Acosta, una mujer nacida en el barrio en 1928. En el momento de la entrevista vivía con su esposo en "La María", barrio contiguo a Villa Javier. Al preguntársele cómo había sido su infancia, ella respondió: Yo siempre digo que muy linda porque, a pesar de que estaba en un hogar muy pobre, los reglamentos que nos tenía el padre Campoamor eran tan bonitos!, que uno vivía feliz; siempre en plan de fiesta. El año era todo lleno de fiestas. Si empezamos en enero, los reyes. Todo ese tiempo [estaban] los niños de la escuelita y los del barrio, porque todo se hacía dentro del barrio, era exclusivo todo dentro del barrio; era preparando los villancicos para novena y todo eso, pero especialmente la fiesta de los reyes que era muy solemne. Era con carrozas y con disfraces y evangelio, y entonces para uno de niño eso era muy lindo. Siempre teníamos los ensayos. En ese tiempo no había televisión ni radio ni nada, pero nunca nos sentíamos aburridos. (Acosta y Herrera-050,1995)

En este caso se da una relación entre norma, festividades y belleza o alegría. Se trata de una interpretación que no transgrede la norma sino que, al igual que el poema, se remite a la evocación de lo que estaba bien. Y estaba tan bien que 'era bello y alegre; es una interpretación completamente acorde con los preceptos morales de Campoamor. Ahora, ¿qué papel juegan la simulación y la mimesis en estos casos? Comencemos por la relación entre oralidad y escritura que se daba en las fiestas de las que nos habla María Acosta. En Villa Javier eran importantes, dentro de las fiestas religiosas que se hacían a lo largo del año, pequeñas obras de teatro -denominadas cuadros y representaciones- cuyos libretos eran elaborados por los Protectores, por Campoamor y algunas Marías. Dentro de las actividades artísticas importantes también se encontraba la declamación. Estas representacio17 Podría pensarse que la anécdota se hubiera dado luego del final efectivo de la chicha, gracias a la ley 34 de 1948, lo cual nos abocaría a una interpretación menos ambigua, pues el fin del negocio y consumo masivo de la chicha habría sido un hecho. Sin embargo, recordemos que Campoamor murió en 1946,2 años antes de la publicación de la ley. Sobre la chichay su papel en la sociedad bogotana de la época ver Llano y Campuzano (1994).

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nes tenían un contenido moralizador y ejemplarizante, cosa que se buscaba transmitir a los obreros. En Villa Javier existía un calendario que contaba con 35 días de fiesta a lo largo del año, de los cuales 11 incluían dentro de sus actividades algún tipo de representación, principalmente desfiles y procesiones. La reiteración de las ideas en las representaciones de las fiestas, así como la gran cantidad de festividades existentes, operaba como un mecanismo de divulgación, adoctrinamiento y ejemplo. Estas actividades implicaban un paso desde la escritura (textos redactados por Campoamor, los protectores o las Marías) hacia la oralidad (las obras eran representadas por las Marías y los habitantes del barrio, dentro de los cuales había muchos niños). En el caso de la escritura de un libreto resulta evidente que el texto escrito debe pensarse para ser escuchado antes que para ser leído. Este nivel de simulación que la palabra escrita hace de la futura voz que hablará resulta mucho más obvia y necesaria que la observada en cuanto a los reglamentos. Sin embargo, si nos detenemos en los tipos de escenas representadas se nos revela otro nivel de simulación, presente también en los reglamentos: los textos aludían a episodios ejemplares de la Biblia, al imaginario católico del cielo y el infierno, a situaciones cotidianas que ilustran los problemas de la chicha, el cinematógrafo, las costumbres inmorales, etc., en los que el componente narrativo era evidente. Estos recuerdos -las escapadas a cine a ver películas de Libertad Lamarque, el episodio de la chicha, y la evocación de la belleza de las normas- se construyen a partir de interpretaciones diversas de los hechos. Mientras en los dos primeros casos el sentido de las anécdotas es la transgresión de la norma, en el último la norma es bella y da felicidad. En el proceso de construcción de los recuerdos, en el que ocurre la mimesis de los hechos narrados, se dan claramente dos sentidos diferentes de lo que era la norma en Villa Javier. Luego de abordar la construcción de sentido de la historia por medio de un aspecto como la anécdota, relatada oralmente quiero regresar a la escritura, más para dejar abierto el círculo que para concluirlo. Veamos lo que piensa uno de los entrevistados acerca de quién es el que construye la historia. Don Rafael Ramírez al momento de la entrevista contaba con 86 años y aún ejercía su profesión de sastre. Llegó al barrio en la década de los 40 y fue uno de los que nos contó la anécdota de la chicha referida arriba. Sobre las fuentes de la historia nos dice lo siguiente: (...) el padre Campoamor vino aquí por ahí en 1910, dice la historia de la vida de la institución, que usted la conocerá más que yo porque hay libros en los que está escrito todo eso. Y yo debo tener algún libro, pero no sé dónde lo tengo. Pero eso es fácil; a usted se le facilita mucho encontrarlo porque esa es la fuente de los conocimientos de eso; usted conoce mucho más de eso. Yo le puedo estar diciendo mentiras frente a eso porque no tengo unos datos muy certeros, ¿no? (Ramírez-036,1995)

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Aunque Don Rafael llegó a Villa Javier casi 30 años después de la fundación del barrio, lo cual hace normal su reflexión sobre el posible desconocimiento de los detalles de la historia, es indudable que su testimonio constituye una fuente primaria importante para conocer la historia de la época y, concretamente, de Villa Javier. Sin embargo, su generalización sobre las fuentes para conocer "la historia de la vida de la institución" (se refiere al Círculo de Obreros) nos remite a la palabra escrita: "... yo debo tener algún libro..." Es evidente la autoridad que se le confiere a la academia como la encargada de generar y construir conocimiento; así mismo, la autoridad de la palabra escrita está por encima de la opinión o percepción que él mismo pueda tener acerca de lo que sea, pues si no concuerda con los libros, es mentira. Esta expresión es frecuente cuando se habla de datos específicos o de narraciones de hechos de los cuales no se está completamente seguro; es frecuente el temor a "mentir" por atreverse a hablar de lo que se recuerda vagamente. Hasta aquí todo concuerda con la idea occidental de la información escrita como la fuente más fiel y autorizada para contar la historia; se trata de un proceso del que, hasta hace poco, la academia había sido inconsciente y bastante irreflexiva. Sin embargo, dentro de la perspectiva del científico social preocupado por las versiones orales la construcción de la historia occidental se mueve también en un límite y se genera, en este caso particular, a partir de la tensión de dos convicciones a la vez opuestas e igualmente ciertas: la del investigador, quien cree que el que realmente sabe de los hechos del pasado es quien los vivió y que nos los cuenta, y la del viejo que relata, quien cree que el académico sabe más porque conoce los textos o porque los escribe. Lo que nos muestra esto es cómo el investigador se encuentra también inmerso en la construcción de sentido de la historia de un grupo. Dentro de la perspectiva de Ricoeur, la función del historiador sería volver a contar la historia contada por los protagonistas. Pero debemos desmitificar el texto escrito como fuente suprema y verdadera y ser capaces de reconocer el carácter interpretativo de toda narración. Aún después de haber desaparecido las fuentes orales, "lo que pasó" sigue siendo objeto de reflexión y de continua construcción.

La biografía de Campoamor en la construcción de la historia Un último texto al que habría necesidad de referirse es la biografía de Campoamor escrita por Casas (1953), una seguidora ferviente del padre que trabajó a su lado desde su llegada a Colombia en favor de la realización del proyecto del Círculo de Obreros. Para ilustrar los diferentes pasos que pueden darse entre memoria oral y escrita en el proceso nunca terminado de configuración del sentido de una historia haré el recorrido de un episodio que narra María Casas. Primero, el texto de 1953:

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Cierta noche, cuando [el padre Campoamor] ya se había retirado a la casa religiosa y no le era posible salir, llegó una comisión de obreros a informarle que en una de las casas de Villa Javier sus habitantes le habían dado alojamiento a una mala mujer. Poseído de santa indignación les dijo el padre: id, haced vosotros lo que a mí me es imposible hacer en estos momentos. Los buenos obreros, celadores de Villa Javier, acompañados de algunos vecinos, hicieron salir a la infame mujer de la casa profanada y antes de sacarla del barrio la sumergieron en la alberca, que estaba repleta de agua helada. La gente se quedó espantada, estupefacta, hombres y mujeres lloraban y todos reunidos pedían perdón a Dios. A las seis de la mañana siguiente llegó el padre. Antes de celebrar la santa misa se revistió con roquete y estola morada, entró a la casa lívido, acompañado de obreros y obreras que compartían su dolor; se postró poniendo el rostro contra el suelo, pidió perdón a Dios por la falta cometida, derramando copiosas lágrimas, bendijo de nuevo la casa y regresó a la capilla, donde celebró el santo sacrificio de la misa ante numerosos ñeles que también lloraban y pedían perdón al cielo. (Casas 1953: 70)

Si intentamos reconstruir el proceso que desembocó en la escritura de esa narración debemos partir del acto de contrición colectivo en la iglesia del cual habla el relato mismo. Después de esto, y si en principio nos limitamos a lo dicho en el texto, es posible que el sentido colectivo del acontecimiento se hubiera centrado en la condena a lo ocurrido y a la persona que llevó a la prostituta a Villa Javier y, por otra parte, en el arrepentimiento por el pecado cometido. Suponemos que el hecho tuvo alguna resonancia durante algún tiempo entre los habitantes y luego dejó de hablarse de él. Aunque resulta difícil saber si existieron artículos referidos a este hecho en los periódicos del barrio (no sabemos cuándo ocurrió), es posible pensar que se publicaron comentarios acerca de lo sucedido, con la intención de darle al hecho un sentido ejemplarizante, reforzando así lo dicho en la iglesia. Años más tarde el hecho apareció reseñado en el libro de María Casas, en el que no se especifica a qué época se refiere la narración. Este hecho ya nos dice mucho acerca del sentido del texto: antes que buscarse la reconstrucción histórica, el sentido del texto es moralista y ejemplar, pero con nuevos contenidos: también se hace clara la intención de engrandecer tanto a Campoamor como a los habitantes del barrio por medio de adjetivaciones como "la santa indignación" del padre o "los buenos obreros". De esta manera el sentido de este relato también entra en el terreno de la nostalgia de las virtudes de Campoamor y su proyecto utópico. Cruces (1996) habla de la biografía de Campoamor elaborada por María Casas como un escrito que puede ser calificado de hagiografía o biografía de santos por las características de escritura y los contenidos del texto. Más que una biografía individual o una historia institucional strictu sensu es una historia de santidad y de sus manifestaciones concretas en el pro-

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ceso de edificación de un "proyecto de salvación" -el de la clase obrera. Lo especial de esta hagiografía es que está saturada de argumentación ideológica y de apoyos documentales al transcurso del relato de vida. Tras su muerte, la biografía de Campoamor se convierte en un documento que contiene el ejemplo máximo: su vida y obra. El sentido de un texto como este, escrito por una seguidora del padre, es completamente consecuente con la idea del pueblo de Dios: el gestor de la idea no puede ser sino un santo. Pero el proceso de cambio del sentido de la historia que comenzamos a seguir con el ejemplo de la prostituta no acabó en el texto de María Casas. En 1995 unos investigadores hicieron entrevistas a personas que vivieron en Villa Javier y que conocían el libro. Las nuevas narraciones -cabe decir orales- que recordaban la historia del barrio se encontraban condicionadas por la existencia de ese y los demás textos. Y aunque no se mencionara el episodio concreto de la prostituta, el hecho ayudó a configurar las actuales percepciones acerca de cómo era la vida en el barrio y de que, por ejemplo, Campoamor era "estricto y delicado". La última intervención en el sentido del relato se hace en este texto, otorgándole un carácter de documento totalmente ajeno ya al sentido moralista del relato de Casas o del de condena que pudo tener contado desde el pulpito de la iglesia.

Palabra y realidad La norma comenzó como una prescripción dada oralmente y encarnada en la presencia del sacerdote jesuíta. En los años 30 se convirtió en letra escrita. Pero ese mismo reglamento escrito reiniciaba el retorno a la voz oral al simular la de los obreros. La palabra de Campoamor era mimética y buscaba darle sentido y realidad a su proyecto. Como hemos visto, en el caso de Villa Javier la simulación entre oralidad y escritura, comenzó a darse en el ámbito de la experiencia cotidiana. Esto hizo que se condicionaran las maneras de hacer memoria de lo vivido en el futuro. Como consecuencia, para los recuerdos de los habitantes del barrio y sus referencias al pasado encuentran asidero no sólo en la vida de los protagonistas, y las vivencias personales y colectivas, sino también en documentos impresos que han contado la historia del barrio desde su fundación en 1913. Podemos afirmar que fue en el mundo escrito de los reglamentos, la biografía de Campoamor y algunos artículos de las publicaciones periódicas, donde la utopía del "Pueblo de Dios" tomó su forma más elaborada. Como en el relato Tlón, Uqbar, Orbis Tertius de Borges (1993), en el que se construían mundos ideales que sólo existían en volúmenes perdidos de enciclopedias fantásticas, aquel barrio, ideal de Campoamor funcionaba muy bien sobre el papel, en un mundo de lo imaginado, aunque con cier-

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tas contradicciones. Como en el relato de Borges, en el que los objetos de esos mundos imaginarios comenzaban a aparecer en nuestro mundo, las ideas del padre se materializaban, pero no de la manera como lo planteaba la utopía escrita; como estaba prefigurada era imposible y tomó un carácter y expresión propias en manos del grupo de campesinos y artesanos migrantes -los "obreros"- que Campoamor había elegido para su proyecto. Ellos, dentro de la lógica de la narratividad y la generación de sentido histórico, reinterpretaban la norma, los cuentos, los relatos morales y hasta la autoridad del padre, mientras los boletines, año tras año, insistían en los mismos asuntos: el aseo, el chichismo, la inmoralidad de los bailes y de mostrar el cuerpo, la impureza del cinematógrafo, entre otros. El crecimiento de toda una ciudad y los cambios inevitables de la sociedad bogotana por efecto de la urbanización y' la modernización del país hicieron cada vez menos posible el proyecto moral de Campoamor. De otra parte, vemos cómo la palabra, sin dejar de ser una manera de "decir el mundo" con su parcial independencia de lo real, no pierde nunca su carácter mediador, ni deja de ser constructora de sentido, independientemente de la "tecnología" que se utilice. En el caso de Villa Javier se establece un continuo y complejo puente entre lo oral y lo escrito, con evidentes implicaciones de manejo del poder. Sin embargo, esas mismas estrategias de simulación que permiten el paso de los significados del oído a la vista y viceversa, gracias al carácter dinámico e interactivo de la memoria y de las relaciones sociales, se convierten en herramientas que reproducen, a la vez que transforman, la vida social y el significado de las normas.

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