La arqueofauna y los objetos de hueso hallados en el proyecto L. T. K-0 - Cuauhtémoc

July 4, 2017 | Autor: G. Mejia Appel | Categoría: Mexico City, Arqueozoología
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Descripción

LA ARQUEOFAUNA Y LOS OBJETOS DE HUESO HALLADOS EN EL PROYECTO L. T. K-0 IX JORNADAS PERMANENTES DE ARQUEOLOGÍA, COORDINACIÓN NACIONAL DE ARQUEOLOGÍA, INAH, MÉXICO, D.F., 28 DE JUNIO DE 2013. Gabriela Inés Mejía Appel Gilberto Pérez Roldán En exploraciones realizadas por actividades de salvamento arqueológico, ante trabajos de obras de cableado subterráneo por parte de la Comisión Federal de Electricidad de la Ciudad de México en el año 2011, quedaron al descubierto restos óseos de diferentes especies, pertenecientes a contextos mezclados. El propósito de este trabajo es identificar a qué temporalidad (precolombina o histórica) pertenece la fauna hallada en estos contextos de salvamento. El estudio abarca el análisis zooarqueológico y tafonómico de una muestra de 387 restos. La ciudad de México ha tenido ocupaciones desde hace más de 2000 años por lo que caracterizar la fauna en la muestra hará entender cómo este recurso fue aprovechado en distintos periodos. La zooarqueología en México tiene sus inicios desde el siglo XVIII (Bernal, 1992), y surge con la finalidad de identificar los materiales faunísticos asociados a ofrendas religiosas prehispánicas, pero es a finales del siglo XX, cuando la arqueología mexicana se consolida como un quehacer científico y opta por ampliar las temáticas de investigación. De esta manera, la zooarqueología se introduce respondiendo a problemáticas de la alimentación, el aprovechamiento de materias primas y el manejo de recursos faunísticos en los distintos ámbitos sociales, económicos y religiosos de la sociedad. En México se ha dado un mayor interés en conocer los recursos faunísticos en la época prehispánica (Flannery, 1967, 1969 y 1971; Hamblin, 1984; Polaco, 1991; Valadez, 1992; Álvarez y Ocaña, 1999 y Götz, 2008), dejando en segundo plano, el manejo de la fauna introducida del viejo mundo a la Nueva España (Álvarez y Ocaña, 1999; Beltrán y Espinosa, 2003; Guzmán y Polaco, 2003; Teutli y Pérez, 2003 y Valentín, 2003). Consideramos que ambas etapas, precolombina

e histórica, son importantes de estudiar, pues nos dan información de cómo se manejó la fauna entre los grupos mesoamericanos y las implicaciones que se originaron en América ante la incorporación de nuevas especies. Contextos como el de la Ciudad de México son excelentes escenarios donde se puede distinguir el manejo del recurso animal desde épocas antiguas hasta la actualidad. Por tal motivo, el presente trabajo tiene como propósito identificar a qué temporalidad pertenecen los restos óseos hallados en el contexto del Proyecto Línea de Transmisión K-0-Cuauhtémoc, y con esta información, establecer los indicadores que los materiales faunísticos deben de tener para categorizar lo precolombino (primeros pobladores y 1521), histórico (1521- 1810) y contemporáneo (1810 hasta nuestros días). En la Cuenca de México desde los primeros pobladores hasta las grandes urbes prehispánicas se han explotado los recursos faunísticos, con el propósito de obtener alimentos y aprovechar las materias primas para la elaboración de herramientas y ornamentos (pluma, piel, tendones, cornamentas, y entre otros). De los animales más destacados han sido los guajolotes, patos, conejos, liebres, perros, venados y otras especies silvestres (Valadez, 1992 y Serra, 1988), que prevalecieron hasta la llegada de los españoles. La introducción de nuevas especies de vertebrados en la Nueva España, trajo consigo diversos cambios. Los organismos introducidos fueron caballos, asnos, mulas, vacas, borregos, cabras, cerdos, conejos, gallinas, entre otros; que permitieron el desarrollo de la ganadería y fauna de corral en el nuevo mundo (Barrera, 1996: 14). En la Nueva España se establecieron dos tipos de ganadería, la primera llamada mayor, que involucraba la crianza de equinos y bovinos; la ganadería menor era de caprinos y ovinos. Sin embargo, existió otra categoría de producción muy ligada al ámbito doméstico, conocida como animales de corral que incluía el cuidado y reproducción de porcinos, cunículas y avícola.

A partir de la ganadería mayor se transformaron las formas americanas de uso del suelo, además de que la llegada de estos mamíferos revolucionó el transporte con el uso de la rueda y la carreta tirada por bestias, permitiendo a través de la arriería el transporte masivo y la circulación de los bienes que se comerciaron al interior del territorio novohispano. Los trabajos arqueológicos se llevaron a cabo por la construcción de una línea de transmisión eléctrica subterránea en la delegación Cuauhtémoc, en el área cercana a la frontera entre las ciudades prehispánicas de MexicoTenochtitlan y Mexico-Tlatelolco, y las labores consistieron en supervisión y vigilancia a lo largo de los 3.45 km de la obra, la excavación controlada de algunos “pozos de empalme” y de algunas unidades de sondeo arqueológico y la recolección y análisis del material arqueológico cerámico, lítico y arqueozoológico. A pesar de que la mayor parte del material fue recuperado en contextos de relleno y que además el subsuelo de la Ciudad de México se encuentra muy alterado por la introducción de drenajes y ductos, fue posible identificar datos generales de las ocupaciones en el lugar a lo largo del tiempo durante los últimos 500 años, aproximadamente. Por ejemplo, para la época prehispánica es posible identificar zonas con un mayor porcentaje de evidencia de origen prehispánico que coinciden con la distribución de los barrios indígenas Nonoalco, y Tolquechiuhca, y Atlampa

y Teocaltitlan,

respectivamente

de

México-Tlatelolco

y México-

Tenochtitlan (propuestos por Alfonso Caso en 1956) y que datan del Posclásico Tardío (1250-1521 d.C.); el análisis de los materiales de tipos representativos del periodo (Azteca III y IV, Texcoco Blanco sobre Rojo y Cuenca Café Monócromo y herramientas líticas de obsidiana) indican que la ocupación fue doméstica (95%) y el resto del material se trata de piezas que tenían que ver con actividades religiosas, tales como braseros y figurillas asociados a rituales privados. La ocupación de época colonial detectada también se relaciona con contextos de índole doméstica con una muy baja densidad de población que se sabe hubo en la zona durante los siglos XVI, XVII y XVIII, lo que permitió la construcción en la zona de los potreros del Colegio de Propaganda Fide de San

Fernando (importante colegio franciscano en el cual se preparaba a los misioneros que evangelizaron el norte de México y el sur de Estados Unidos) y el Panteón de Santa Paula. Sin embargo, la ocupación que se define más claramente es la de los siglos XIX y XX, cuando se da una explosión demográfica en la zona y el fraccionamiento de grandes extensiones de tierras agrícolas para la urbanización de la ya creciente Ciudad de México, e incluso los tipos cerámicos de esta época son abundantes, destacando con un 15% la loza fina blanca europea que llegó a México después de la independencia con la apertura comercial y las nuevas importaciones y que se encontró sobretodo en algunas zonas interiores de las colonias Buenavista y Santa María la Ribera que albergaron a una población de clase media alta hasta hace unos 50 años. También de esta época son los hallazgos relacionados con las estructuras de maniobras al interior de la estación del Ferrocarril Central, construido en la década de 1860, y que contribuyó a hacer de la zona un lugar muy transitado y el centro de operaciones de una gran cantidad de población flotante que giraba alrededor de este medio de transporte hasta mediados del siglo XX y de ahí la variedad de materiales arqueológicos recuperados: cerámica, vidrio, objetos de metal (cuchillos, navajas, herraduras y monedas) y restos óseos. El material faunístico se analizó en el Laboratorio de Arqueozoología de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México. La metodología empleada consistió en: 1.

La identificación taxonómica de las especies encontradas: Clase,

Familia, Género y Especie. 2.

Determinación de la edad: clasificada en cría, juvenil o adulto; se

determinó mediante la observación del desarrollo de las extremidades del hueso, así como el crecimiento y desgaste de piezas dentarias y la unión de las epífisis a la diáfisis (Schmid, 1972).

3.

Determinación del sexo: se comparó conforme al tamaño de las

piezas óseas con material de consulta, tanto femenino como masculino, y la revisión de manuales (Chaix y Méniel, 2005; Gilbert, 1993; Olsen, 1964 y Schmid, 1972). 4.

El estado de conservación: clasificado en completo (100% de la

pieza), incompleto (50-80 %) y fragmento (menos del 50%). 5.

Análisis tafonómico: consistió en la búsqueda de marcas de

manipulación como huellas de corte, desgaste por agente abrasivo o de uso. Se llevó a cabo mediante la observación macroscópica con una lupa de 30x y 60x. 6.

Análisis del tratamiento térmico: para ello se tomó en consideración

el color del hueso, consistencia y textura, además de la utilización de una lámpara de luz blanca para observar la traslucidez del hueso y categorizarlo en asado, cocido, quemado y sin tratamiento térmico (Barba y Rodríguez, 1990). 7.

Determinación del Número Mínimo de Individuos: se realizó tomando

en cuenta la lateralización de las partes, edad, sexo, procedencia, así como el género y especie (Klein y Cruz, 1984: 26). 8.

Interpretación de los resultados.

La muestra zooarqueológica que se analizó fue de 387 restos de diferentes especies. La fauna está representada mayoritariamente por mamíferos con un 95.36%, seguidos de aves con 1.80%, peces con 1.29% y moluscos con 1.55%. A través del análisis se pudo diferenciar la existencia de material de la época prehispánica, histórica y actual. Las huellas de manipulación humana detectadas consisten en cortes con 43%, fracturas por hacha con un 20% y fracturas sin especificar la herramienta con 9%, mientras que en el 28% restante no se determinó alguna huella. En cuanto a las huellas tafonómicas por causa natural: 43% presentó hongos; 35% están intemperizados; 9% tiene raíces; 6% con huellas de masticado (principalmente por carnívoro); 1% roído y concreciones (cada uno); y 5% sin

evidencia clara. De los materiales hallados se determinó un número mínimo de 100 individuos, de los cuales se tiene la existencia de una cría, 14 juveniles y 25 adultos. De la muestra se pudieron sexar cinco machos adultos y dos hembras adultas Con estos resultados se lograron establecer tres principales indicadores zooarqueológicos para poder realizar la diferenciación entre material prehispánico del histórico: 1.

El primer indicador fue la identificación de especies. Éste se refiere a

la diferenciación de especies nativas en comparación con las introducidas. En la colección se presentaron animales que aparecen en contextos precolombinos e históricos (perros, guajolotes y aves), pero que se resolvieron de la siguiente manera: a) colección

Para los perros provenientes del viejo mundo que aparecen en la nos

apoyamos

con

el

trabajo

“El

estudio

de

los

cánidos

arqueozoológicos del México prehispánico” (Blanco, et al., 2009). Logramos distinguir las diferencias a nivel morfológico y morfométrico, por lo tanto, de los ocho perros posiblemente sólo uno era histórico y el resto prehispánicos. b)

Otros animales representados en la muestra con este mismo

problema de identificación, fueron de pavo y conejo. Sin embargo, al observar las dimensiones de ambos ejemplares y compararlos con la colección de referencia, resultaron ser especímenes contemporáneos; pues el tamaño del tibiotarso del pavo era dos veces mayor que el del guajolote prehispánico y el húmero del lepórido resultó ser de la especie Oryctolagus cuniculus, según las características morfológicas, es decir, que por su tamaño correspondía a un conejo ibérico doméstico. El segundo indicador es el origen de las marcas a partir de las herramientas. Los estudios de marcas en superficies dejadas por los instrumentos son datos que nos pueden indicar la temporalidad entre lo prehispánico e histórico. A saber que en los restos óseos se observan dos propósitos, el primero para la

extracción y limpieza de partes blandas con la finalidad de alimentación, mientras que el otro, es para la obtención de materias primas para la confección de objetos Por consiguiente, es importante destacar que en épocas prehispánicas era frecuente tener instrumentos de lítica tallada para la cocina, y muchas de las marcas relacionadas con la alimentación van a presentar evidencias de estos utensilios. La huella que caracteriza al instrumento de piedra tallada en la superficie del hueso, es la presencia de ranuras en forma de “v” acompañada de múltiples incisiones cercanas a las inserciones musculares (Pérez, 2005: 47). La llegada de los españoles trajo consigo nuevas herramientas metálicas, como cuchillos aserrados, machetes y hachas forjadas en hierro. Los utensilios tuvieron un papel importante para el destazamiento de las especies introducidas, ya que fueron más eficientes para fracturar y obtener cortes exactos. Podemos distinguir las huellas de los implementos metálicos en la superficie de los huesos ya que dejan ranuras en forma cuadrangular, con incisiones muy marcadas si el instrumento presenta dientes, o muy lisas cuando el útil tiene bordes biselados (Teutli y Pérez, 2003: 222 y Pérez y Teutli, 2006). Particularmente para la fabricación de objetos en hueso, las técnicas de manufactura prehispánica estaban representadas por cortes, desgastes y perforaciones con piedras talladas y pulidas (Pérez, 2005: 40-52). No obstante, los españoles impusieron nuevos procesos y herramientas de trabajo, por ejemplo, los cortes se realizaban con sierras y los desgastes de superficie con lijas metálicas y piedras abrasivas rotatorias para la fabricación de piezas relacionadas al uso exclusivo de los mestizos, criollos y españoles (Beltrán y Espinoza, 2003: 30-40). En la muestra zooarqueológica registramos doce huesos con presencia de procesos de manufactura, la especie de la época prehispánica fue el Homo sapiens con dos artefactos, mientras que las técnicas con instrumentos metálicos fueron en organismos como el venado (Odocoileus virginianus), tratándose de un objeto que funcionó como un mango para látigo; otra especie fue el borrego (Ovis aries), del cual se identificó un mango y una posible ficha de “taba”, y la vaca (Bos

taurus) con seis piezas que correspondieron a un desecho de manufactura, un núcleo, una ficha adivinatoria, un probable alfil de ajedrez, un mango de aguja para tejer y un dado. 3.

El tercer indicador es el contexto arqueológico de donde provienen

las piezas óseas, su relación espacial y asociación con los diferentes materiales arqueológicos para determinar la temporalidad. Como ejemplo, tenemos la identificación de una especie nativa, el guajolote (Meleagris gallopavo), el cual se encuentra asociado a material cerámico y lítico prehispánico, ayudando a corroborar la cronología de dicho material. Otro aspecto importante en el que nos basamos, fue la cercanía que tenían algunos de los pozos de excavación con los barrios prehispánicos de la Cuenca de México delimitados por Caso en 1956 (Nonoalco, Atlampa, Tolquechiuhca y Teocaltitlan) (Caso en Mejía y Martínez, 2012:4). CONSIDERACIONES FINALES La Cuenca de México ha tenido una larga ocupación humana a través del tiempo, pues su favorable medio ha permitido el establecimiento de sociedades precolombinas y mestizas. La ciudad ha pasado por constantes cambios producto de la transformación urbana, lo cual ha afectado al patrimonio arqueológico. Es la modalidad de salvamento la que rescata este patrimonio, donde se encuentra la evidencia de los restos de animales. Al estudiar la fauna de distintos asentamientos y temporalidades, la zooarqueología es la que puede ayudar a resolver las siguientes problemáticas: ¿qué especies fueron aprovechadas?, ¿qué especies fueron las domesticadas, cuál era el fin? y ¿cómo fueron las formas de subsistencia para cada época? Con

los

materiales

analizados

buscamos

proponer

indicadores

zooarqueológicos que permitieran, primero caracterizar qué animales fueron explotados para una época, cómo la fauna se asocia a otros materiales arqueológicos para distinguir su temporalidad y cómo los manipularon para la obtención de materias primas. En el presente trabajo vemos que la mayoría de los

restos óseos están relacionados con la alimentación y pocos a la elaboración de objetos. De esta manera, detectar nuevas especies introducidas nos abrirá la posibilidad de entender la historia de la ganadería en la Cuenca de México, ya que dicha historia se encuentra basada principalmente en fuentes escritas, y consideramos que desde el ámbito de la zooarqueología, se puede contribuir a comprobar el pasado y a entender el por qué la ganadería se desarrolló en esta región y cómo desapareció.

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