La alteridad en el ideal caballeresco, clave para la liberación. Una lectura de El Quijote desde el pensamiento de Emmanuel Levinas (in Revista Páginas, Centro de Estudios y Publicaciones, 2005)

August 13, 2017 | Autor: Cesare Del Mastro | Categoría: Literatura española del Siglo de Oro, Phénoménologie française contemporaine
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Reflexión

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Alteridad en el ideal caballeresco Clave para la liberación César del Mastro Una lectura del Quijote desde ci pensamiento de Emmanuei Levinas.

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En la presentación de la edición castellana de su obra principal -Totalidad e infinito—, Emmanuel Levinas comenta el diálogo que, des de la jaula, entabla don Quijote con Sancho en el capitulo 48 de la primera parte de la novela. A lo largo de los capítulos 46 a 49, ambos personajes se reconocen en un laberinto de incertidumbre sin hilo conductor que los lleva a una realidad que oscila entre dos opinio nes: Don Quijote está convencido de que está encerrado en un carro de bueyes porque lo han encantado, mientras que Sancho Panza sabe que se trata de una farsa montada por el cura y el barbero para conducir a su amo de vuelta a la aldea. Así, en el terreno de las interpretaciones de la realidad física, de las situaciones externas, ambos personajes se encuentran frente a pareceres opuestos. Viven, entonces, en un mundo de rostros con máscaras, en un laberinto de incertidumbre en el que cada uno reafirma su interpretación frente al hecho de que don Quijote va en un carro de bueyes. Sin embargo, ambos personajes encuentran un espacio real en el que pueden Ii brarse de este laberinto y asumir una interpretación común: el espa cio del ideal caballeresco marcado por el otro, por el rostro que inter pela la conciencia para descentrarla, desencantarla y llamarla a una respuesta que signifique el altruismo total y la responsabilidad infinita frente a los desposeídos y menesterosos. Al ser consciente de su Pginas 1 91 Febrero. 2005

encantamiento, don Quijote no se deja “perezoso y cobarde” en la jaula, sino que busca denunciar el encantamiento y librarse de él para no defraudar el socorro que podría dar a muchos menestero sos y necesitados” (1, XLIX: 492). Del mismo modo, Sancho denuncia rá el encierro llevado a cabo por el cura y el barbero en tanto impide que don Quijote realice el socorro y el bien propios de su condición de caballero. Poco importa, entonces, que se trate de encantamiento o engaño: lo que importa es situarse en la realidad del otro. Desde una ética caballeresca marcada por la alteridad, la voz de los afligidos, del “otro más otro”, sería para don Quijote y Sancho el deshechizamiento que los coloca en contacto con la realidad instaurada por el otro y les descubre, así, el núcleo del ideal caballeresco. DESACUERDOS DESDE EL Yo: LA REALIDAD OSCILANTE EN UN “LA BERINTO DE INCERTIDUMBRE” Don Quijote se encuentra desde el final del capftulo 46 en un carro de bueyes. Frente a esta situación, el capftulo 47 nos presenta dos inter pretaciones —la de don Quijote y la de Sancho— que responden a dos realidades oscilantes, es decir, a dos visiones del mundo fundadas en pareceres que pueden convivir y dialogar porque “cada observa dor posee un especial ángulo de percepción, en función del cual va rían las representaciones y los ángulos” (Castro 622). Cada personaje se mantendrá firme en su parecer, en su interpretación del estado en el que se encuentra don Quijote; no habrá acuerdo pero tampoco consecuencias trágicas ni negación del diálogo, debido a que se trata de la interpretación de una realidad física —el estar en un carro de bueyes como encantamiento o como resultado premeditado de las acciones del barbero y el cura. Para Sancho, su señor comete “un error como falsa interpretación de una realidad física” (Castro 624); para don Quijote, su fiel escudero debe entender que se hallan en un “laberinto de incertidumbre” donde no interesa definir el estatuto ontológico de la denigrante situación por la que están pasando, sino el reconocimiento del parecer y la opinión de cada uno. Esta multipli cidad de pareceres niega el “es” admitido e inapelable porque “que da sometida en su validez a la circunstancia de ser expresión de cómo va desarrollándose el vivir de quienes la formulan” (Castro 624): “Yo sé y tengo para mí que voy encantado”, señala don Quijote (1, XLIX: 492). Así, por un lado, la postura inmediata de don Quijote consiste en leer la realidad de su encierro desde él mismo, es decir, desde la coinci dencia absoluta con un yo construido desde los patrones de las no velas de caballería. De esta manera, el caballero andante afirma que

el suyo es un encantamiento diferente porque responde a un nuevo tiempo y modo de llevar a los encantados: “la caballería y los encan tos destos nuestros tiempos deben de seguir otro camino que siguie ron los antiguos” (1, XLVII, 474). Además, en una clara expresión de coincidencia narcisista consigo mismo, asume que su encantamien to es profético porque lo que le ha ocurrido es señal de su grandeza como caballero, razón por la cual ha sido víctima de la envidia. Desde la interpretación de don Quijote, él va encantado —si así no fuera, sería intolerable para él ir mpedido de ejercer su rol en el mundo— y los encantadores son en realidad demonios, puras apariencias; San cho se engaña o es engañado por ellos si cree reconocer en ellos a don Fernando, el cura o el barbero. Por otro lado, la lectura de Sancho Panza devela el encantamiento y desestabiliza el discurso que, desde el poder de la retórica y la auto ridad eclesial, han construido el cura y el barbero. Como personaje que encarna lo carnavalesco, Sancho “se opone a la interpretación oficial de los grupos dominantes y letrados e invierte las reglas im puestas por ellos” (Redondo 192). De esta manera, afirma que su amo no puede estar encantado porque come, duerme y habla, al tiempo que cuestiona al barbero, ya que “a mí no se me ha de echar dado falso. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad” (1, XLVII: 480). Sancho desenmascara el poder que encanta a don Quijote mediante el uso de su propia locura. Lúcido, revela verdades desde su simplicidad carnavalesca, que tiene la fuerza de expresar verda des profundas: “no quiso responder el barbero a Sancho, porque no descubriese con sus simplicidades lo que él y el cura tanto procura ban encubrir” (1, XLVII: 480). Las palabras del simple Sancho se vin culan aquí con “la docta ignorancia que tiene otro sentido que la erudición conservadora de la cultura oficial y erudita, porque exalta la verdad no oficial, la verdad que permite aniquilar el orden de los gru pos dominantes” (Redondo 201) -de quienes dominan la situación en este caso, es decir, el cura y el barbero con la anuencia incons ciente de don Quijote.

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Ahora bien, ¿qué motiva a Sancho a desenmascarar la lectura del encantamiento para revelar la malicia del cura y el barbero? Por un lado, la coincidencia con el yo, ya que a Sancho le preocupa entrar al pueblo como mozo de caballos en lugar de gobernador de insulas. El personaje se siente motivado a desenmascarar el encantamiento por que busca su satisfacción personal desde el pragmatismo que lo ca racteriza. Sin embargo, Sancho presenta otra motivación marcada por la realidad del otro como núcleo del ideal caballeresco; su concien cia, librada de la egoísta coincidencia consigo misma, se siente inter pelada por el otro; entonces, el cura ha hecho mal en encerrar a don

Quijote por ‘todos aquellos socorros y bienes que mi señor don Qui jote deja de hacer en este tiempo que está preso” (1, XLVII: 480). Las motivaciones de Sancho expresan, pues, una característica propia del discurso carnavalesco: “la lógica interna de las cosas contradic torias, las permutaciones entre lo alto y lo bajo, lo noble y o grotesco” (Redondo 193). Sin embargo, el énfasis que hace Sancho en el “so correr al otro” como el valor más alto de la caballería, yen la ¡mposibi lidad de realizar este socorro como el mayor daño ocasionado por el encierro de don Quijote, anuncia el punto de coincidencia, de acuer do entre éste y su escudero, más allá del laberinto de incertidumbre que supone la definición de la realidad física del encierro. La realidad moral del otro que exige socorro y ayuda es una que no se define como la realidad física, desde el parecer que el yo impone, sino desde la condición de diferencia irreductible del otro. Y en este terreno de la alteridad hay un acuerdo fundamental entre dos conciencias que se sienten interpeladas por el otro desde el ideal caballeresco, como se verá en el siguiente apartado.

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Picasso: Don Quijote (1955)

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ACUERDOS DESDE LA REALIDAD DEL OTRO: LA ALTERIDAD EN EL IDEAL CABALLERESCO Al margen de la ‘manera del encantamiento” que es diferente en tiempos distintos y, por lo tanto, atada siempre a los pareceres, don Quijote y Sancho comparten un acuerdo, una certeza y razón de con fianza en medio del “laberinto de incertidumbre” del que no se puede escapar y en el que se reconocen inmersos. Ambos coinciden en la interpretación de una realidad moral que los une no en la lectura de las situaciones externas, sino en la comprensión de un ideal común marcado por la alteridad, por el rostro del otro. Desde esta perspecti va, el estar encantado no se juzga más en función de su correspon dencia o no con la situación física que vive don Quijote, sino de acuerdo a las acciones concretas que dicha situación posibilita o traba para el servicio y socorro del otro que está en necesidad. Mientras la reali dad sigue oscilando entre los pareceres de Sancho y Quijote respecto del encantamiento, ambos coinciden en que hay que juzgar esta si tuación en términos éticos, es decir, en relación con el otro —el amigo concreto y, sobre todo, los otros potenciales a quienes Don Quijote podría socorrer- y el sentido en que este otro interpela la conciencia del yo para des-centrarla. Si para Sancho el mal de esta farsa del encantamiento residía en que don Quijote dejaba de socorrer y hacer bienes, para el caballero de la Triste figura es precisamente la con ciencia de estar encantado la que lo impulsa a salir de esa situación para “socorrer a los menesterosos y necesitados que deben tener a la hora presente precisa y extrema necesidad de mi ayuda y protec ción” (1, XLIX: 492). La “precisa y extrema necesidad” remarca la urgencia con la que la conciencia de don Quijote busca asumir el encantamiento para librarse de él y así actuar como si “todo el desti no del otro estuviera entre sus manos” (Levinas, 99), con la respon sabilidad infinita que exige la respuesta única, urgente, precisa e irreemplazable del yo frente al otro.

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Entonces, el valor fundamental que ambos atribuyen al altruismo en el marco del ideal caballeresco los hermana. Como criatura —crea ción— de Don Quijote, Sancho ha hecho suyo este valor; como hom bre autónomo, como prójimo, es ahora el encargado de librar a Don Quijote de un encerramiento que lo aleja de las personas a quienes él se debe, los desvalidos y menesterosos: “esto, a su vez, hace que Don Quijote se sienta unido a su escudero; Sancho es su paño de lágrimas y su pareja, es su criatura y es, al mismo tiempo, otro hom bre, el prójimo, que afirma su personalidad frente a la del caballero loco e impide que la locura le lleve a encerrarse en una jaula” (Auerbach, 333).

Puesto el énfasis en la percepción del yo sobre la realidad física exte rior, Sancho y don Quijote se oponen. Por el contrario, cuando se dejan interpelar por el otro en tanto otro, Sancho y don Quijote llegan a la misma conclusión sobre la farsa-encantamiento: el caballero no puede “dejarse en esta jaula perezoso y cobarde” porque afuera es tán los menesterosos a cuyo encuentro debe ir: “yo sé y tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi con ciencia, que la formaría muy grande si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta jaula perezoso y cobarde, de fraudando el socorro que podría dar a muchos menesterosos y nece sitados que deben tener a la hora presente precisa y extrema necesi dad de mi ayuda y protección” (1, XLIX: 492). Y en esta conclusión común, ambos se enfrentan a los representantes del poder por este deseo de mantener el altruismo caballeresco. De esta manera, la conciencia petrificada y segura por los encantos en un “laberinto de incertidumbre” encuentra una verdad que la des centra: la verdad del otro, la realidad instaurada desde la diferencia y la necesidad del otro, lejos del imperialismo perceptivo del yo. La con ciencia de don Quijote y la de Sancho se encuentran en este sentir “el gran escrúpulo” que los lleva a no sustraerse a la voz de los afligi dos. Podemos decir, entonces, que don Quijote se desencanta —se descentra— desde la conciencia de su encierro y encantamiento. El desencantamiento y la realización del ideal caballeresco son posibles en la medida en la que, a decir de Levinas, “no exista una sordera capaz de sustraerse a la voz de los afligidos”, en el reconocimiento de que “esta voz es el deshechizamiento mismo de la ambigüedad en que se despliega la aparición del “ser en cuanto ser” (Levinas, 11). ALTRUISMO DEL Yo: UNA TERCERA SALIDA AL ENCUENTRO DEL OTRO A lo largo de los capítulos 50 a 52 observamos a Don Quijote libre, fuera de la jaula, poniendo a prueba sus capacidades caballerescas para demostrar que son necesarios los caballeros andantes en el mundo que le ha tocado vivir. De esta manera, el capítulo final de la primera parte de la novela se inicia con el esfuerzo de don Quijote por reinstaurar el servicio al menesteroso del que estaba impedido en la condición de encierro de la que se encuentra libre. A pesar de las nuevas derrotas, don Quijote mantiene firme su deseo de emprender una nueva aventura al haber sido liberado de la jaula. Así, aparece un grupo de disciplinantes que “hacía procesiones, rogativas y discipli nas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les llovie se”, porque “aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra”

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(1, LII: 512). El pedido está referido a un fenómeno natural sobre el que Dios tendría poder: la lluvia. Don Quijote no ve, sin embargo, esta dimensión física de la realidad, sino que, como en los capítulos ante riores, la traslada a su imaginación caballeresca y, así, a la dimensión ética. Sólo desde esta perspectiva puede esta procesión interpelar su conciencia y ser “cosa de aventura que a él solo tocaba” (1, LII: 512). Así, lejos de la vinculación de Dios a un fenómeno que en última instancia responde a leyes naturales ajenas a la libertad humana y la ética, don Quijote otorga a la imagen estática de la Virgen que llevan los disciplinantes un rostro concreto que lo llama a responder, a dia logar, y actuar dinámicamente. Para Sancho y los miembros de la procesión, la imagen de la Virgen sólo funciona como un elemento más del rito, del ruego pasivo que realizan para que llueva sobre sus tierras; para don Quijote se trata del rostro concreto de una mujer cautiva que exige un compromiso dinámico por su liberación, en el terreno de la responsabilidad humana: “y confirmóle más esta imagi nación pensar que una imagen que traían cubierta de luto fuese algu na principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y desco medidos malandrines” (1, LII: 513). El rostro cautivo despojado de su libertad constituye, antes que la ausencia natural de lluvia, una afrenta a Dios, que ha creado a todos los seres humanos libres. Don Quijote se deja interpelar por este rostro. Lejos del estatismo ritual que paraliza y saca del tiempo histórico a los disciplinantes devotos de una imagen que no habla ni convoca a la acción, el caballero andante los desafía: ‘que luego al punto dejéis libre a esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le habedes fecho; y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consen tiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece” (1, LII: 514).

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Don Quijote necesita esta lectura ético-moral para dar sentido a su salida de la jaula. Ahora sí puede, como caballero andante, estar to mado por el otro, renunciar a la pereza y la cobardía para no defrau dar el socorro que, ya libre, puede y debe dar a la “señora enlutada”, cautiva a quien hay que liberar. No obstante, esta aventura marcada por la dimensión ética se frustra debido a que “el pobre don Quijote vino al suelo muy mal parado” (1, LII: 514) por los golpes que le dieron los disciplinantes. El “pobre caballero encantado” sale, entonces, fuer temente herido —al punto que creen que ha muerto y sólo el llanto de Sancho lo despierta— y ve frustrada la posibilidad de demostrarse y demostrar a otros la necesidad de que existan caballeros andantes libres de ejercer el servicio a los desvalidos, sin jaulas y encantamien tos que lo impidan.

Por lo tanto, si la tarea caballeresca central, el altruismo, no se ha podido realizar en esta situación concreta, pierde sentido en ese mo mento para don Quijote la libertad, el estar fuera de la jaula, ya que para el socorro de los menesterosos, cautivos y desvalidos había sa lido de ella, motivado por Sancho. Entonces don Quijote decide volver a la jaula y se asume nuevamente como encantado: “Ayúdame, San cho amigo, a ponerme sobre el carro encantado; que ya no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos” (1, LII: 515). Con todo su dramatismo producto de la derrota y todo el significado que, a la luz de los dos puntos anteriores, tiene el volver a la jaula por decisión propia, esta intervención de don Quijote tiene, sin embargo, un elemento que la liga directamente al momento en que es pronunciada: ‘tengo el hombro hecho pedazos”. No se trata, entonces, de una renuncia definitiva al ideal caballeresco del otro, sino del reconocimiento de una derrota física que, en esa situa ción particular, le impide seguir realizando las obras por las cuales tiene sentido estar fuera de la jaula y asumir el deshechizamiento. Por otro lado, don Quijote decide entrar en la jaula con la certeza que le da Sancho de que una vez en la aldea a la que los conducen el cura y el barbero, “daremos orden de hacer otra salida que nos sea de más provecho y fama” (1, LII: 515). Con esta esperanza ingresa el caballero andante a la jaula encantada rumbo a su aldea. Finalmente, el capftulo 52 se cierra con dos afirmaciones que refuer zan el triunfo del quehacer caballeresco frente al carácter paralizante de la jaula y la aldea. En primer lugar, el altruismo de Sancho frente a las exigencias concretas de Teresa, su esposa. La afirmación del fiel escudero constituye ya un tácito triunfo de don Quijote: “no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras” (1, LII: 517). En segun do lugar, el ama y la sobrina anticipan la verdad de la esperanza de Sancho y don Quijote respecto de una tercera salida marcada por el altruismo caballeresco: “Finalmente, ellas quedaron confusas y te merosas de que se habían de ver sin su amo y tío en el mesmo punto que tuviese alguna mejoría, y sí fue como ellas se lo imaginaron” (1, LII: 518). El mismo narrador confirma, de esta manera, que la derrota del caballero andante y su escudero ha sido sólo transitoria. Los des validos y menesterosos siguen interpelando sus conciencias desde su condición de otro, desde sus rostros. Ellos constituyen la realidad ética que da sentido a la tarea caballeresca y al esfuerzo por liberarse de todo encerramiento en el egoísmo del yo. La primera parte de la novela nos deja, entonces, frente a don Quijote y Sancho, expectan tes por librarse de la jaula de la aldea en su tercera salida, nueva búsqueda altruista del rostro del otro.

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MODO DE CONCLUSIÓN

Erich Auerbach ha llamado “idea fija” al ideal caballeresco que lleva a don Quijote a “concebir cuanto le acontece como materia de sus aven turas caballerescas y la que le suministra los motivos: ayudar a los desvalidos o libertar a los conducidos por la fuerza, y obra en conse cuencia” (Auerbach, 325). De esta manera, don Quijote no es que no vea la realidad, sino que “la pierde de vista tan pronto como se apode ra de él el idealismo de la idea fija” (Auerbach, 322). A lo largo de estas líneas hemos querido demostrar, más bien, que un ideal caba lleresco marcado por la alteridad, por el rostro del otro que pasa nece sidad o ve coactada su libertad, es factor de liberación para el caba llero andante y su escudero. Por un lado, la tarea de socorrer a los desvalidos y menesterosos, “idea fija” en términos de Auerbach, libe ra a don Quijote y Sancho de una realidad física neutral que no con voca a compromiso -el encierro en sí mismo, la imagen de la Virgeny que genera profundas discrepancias en cuanto a su interpretación, ya que se mueve en el terreno de los pareceres. Por otro lado, respec to del altruismo y el ideal marcado por la experiencia ética se produ cen los acuerdos fundamentales entre don Quijote y su escudero, desde las consecuencias del encierro en la jaula, la decisión de salir de ella y la de emprender una tercera salida. Lejos de ser el ideal caballeresco una actitud que fije al sujeto, lo pone en movimiento hacia el otro, con un dinamismo que lo ibera del encierro pasivo en la jaula de bueyes o la aldea. Asimismo, es claro que don Quijote es consciente del anacronismo de su ideal, pero al mismo tiempo sabe que el altruismo radical es la única respuesta posible al tiempo que vive. En este sentido, la con ciencia de vivir en medio de una sociedad decadente a causa de gobernantes y grandes señores de la época inmersos en el lujo de espaldas a la realidad de un pueblo sumido en el hambre, la delin cuencia y la mendicidad, lleva a don Quijote a responder, desde el ideal caballeresco del altruismo arcaico pero urgente en el presente, con la denuncia de la “edad de hierro” que se vive, y el socorro a los afligidos y menesterosos. Con lucidez, don Quijote denuncia el domi nio abusivo de los poderosos de la época, desde una verdad crítica, ética. Como afirma Edmundo León, en realidad es el mundo el que está loco, mundo que ha impuesto una irracionalidad destructora de los sanos vínculos que deberían primar entre los seres humanos” (León, 40).

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En términos de Levinas, podríamos decir que, a través del ideal caba lleresco, don Quijote y Sancho se resisten a fijar el rostro del otro en su imagen (la jaula, la imagen estática de la Virgen). Por esto, el reco

nocimiento de la alteridad y el socorro debido a los pobres y desposeí dos abren el tiempo de la palabra, del rostro, que es el tiempo de la acción comprometida, del ideal movilizador, del dinamismo. En tanto estútica y externa al pasar o fluir, la imagen vive en un instante deteni do, en la muerte que niega el porvenir, la promesa de un presente nuevo. Por el contrario, el tiempo de la palabra, de la expresión y el rostro es el tiempo del otro, que desborda la representación, descen tra al sujeto, lo interpela como interlocutor, lo convoca a hablar, a responder y, por lo tanto, a la relación interpersonal. De alguna mane ra, don Quijote y Sancho crean con los menesterosos una relación de movimiento en el presente; un “recobrar incesante de instantes que transcurren por una presencia que los auxilia, que responde” (Pérez, 126). La alteridad, reconocida como fundamento del ideal caballeres co, no fija a don Quijote y Sancho en una idea, como sugiere Auerba ch, sino que los ibera de la coincidencia del yo consigo mismo, el encierro, y los abre a la relación interpersonal, al diúlogo que hace del ‘para el otro” el hecho primero de a existencia. OBRAS CITADAS AUERBACH, Erich. “La Dulcinea encantada”. Mimesis. La representa ción de la realidad en la literatura occidental. Trad. 1. Villanueva y E. Imaz. México: Fondo de Cultura Económica, 1996. 314-339 CASTRO, Américo. “El pensamiento de Cervantes”. Historia y crítica de la literatura española. Siglos de Oro: Renacimiento. Francisco Ló pez Estrada, ed. Barcelona: Crftica, 1980. 620-626 CERVANTES SAAVEDRA, Miguel. Don Quijote de la Mancha. Edición y notas de Martín de Riquer. Barcelona: Editorial Juventud, 2003. LEÓN, Edmundo. “Sobre Cervantes y El Quijote” Flecha en el azul. Lima: CEAPAZ, 2004. 37-40. LEVINAS, Emmanuel. Totalidad e infinito. Salamanca: Ediciones Sí gueme, 2002. Trascendencia y altura. Madrid: Editorial Trotta, 2001. PÉREZ, Antonio. “Judaísmo iconoclasta. Levinas y el tiempo de la pa labra”. Aretó Vol. XIV. Número 1, 2002. Págs. 103-128 REDONDO, Agustín. Tradición carnavalesca y creación literaria: el personaje de Sancho Panza”. Otra manera de leer El Quvote. Madrid: Castalia, 1997. 191-203

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