LA ADICCIóN: UN PREJUICIO

July 18, 2017 | Autor: I. Balenciaga | Categoría: Ideologia, Perspectivas críticas sobre Adicciones, Postmodernidad
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Descripción

ADICCIONES EN GENERAL

LA ADICCIóN: UN PREJUICIO

RESUMEN

E

n este artículo pretendo mostrar el escaso rigor científico del término adicción, dejando ver que dicho concepto se enraíza más en cuestiones de índole moral, política, ideológica o incluso económica. Las consecuencias de estas carencias científicas hacen que la apelación de adicción sea arbitraria incluso en su terapéutica. Ello impide una profunda comprensión del fenómeno así como una imposibilidad de construir tratamientos eficaces. Esta arbitrariedad en el concepto y todo lo que rodea a la problemática adictiva es consustancial a los tiempos postmodernos en los cuales se inscribe y en los cuales predomina la opinión y el prejuicio.

ADDICTION: A PREJUDICE

PALABRAS CLAVE Adicción, postmodernidad, ciencia, prejuicio, ideología. ABSTRACT In this article I pretend to show the fragile scientific rigour of the addiction concept, letting know that this term is basically rooted in moral, political, ideological or even economical questions. The consequences of these scientific lacks make of this term an arbitrary question even in its therapeutics. That makes difficult a deep comprehension of that phenomenon as well as the chance of building up effective treatments. This arbitrariness in the concept and all around the addictive process is rooted in the postmodern times in which it is inscribed. Times dominated by opinion and prejudice. KEywORDS Addiction, postmodernity, science, prejudice, ideology. INTRODUCCIóN El carácter científico de los estudios lo da la utilización del método científico, cuya etapa fundamental y básica es la definición del objeto de estudio. En este sentido, definir el concepto resulta de vital importancia, sobre todo porque la

Inmaculada Jáuregui Psicóloga

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definición viene respaldada por la descripción del contenido real, es decir, los hechos. El concepto describe una serie de hechos. Se trata de una abstracción que representa, por común acuerdo, lo que es una realidad (Bozzoli, 1961).

como las conexiones existentes entre la ciencia, el poder y el control social.

Lo que llama la atención en el tema de las adicciones es justamente el poco o nulo rigor en la definición del concepto. De ahí se deriva también esa misma falta de rigor en la consideración de las diferentes adicciones y de los diferentes tratamientos que se dan.

Muchos de los conceptos en psicología no son directamente observables, por lo que se precisa un acuerdo o consenso sobre sus significados. Dicho acuerdo es el que hace que los conceptos sean válidos desde un punto de vista científico. No olvidemos que los hechos científicos son ante todo una construcción cultural (Latour y Woolgar, 1995). La falta de acuerdo sobre la significación del concepto hace que éste posea escasa o nula válidez científica, es decir, el constructo no ha pasado por el tamiz del rigor científico puesto que no ha sido validado. En este sentido, el concepto de adicción no es un concepto válido científicamente puesto que no hay acuerdo sobre su significado ni validez de constructo1 que se haya probado.

DEFINICIONES DE ADICCIóN

El rigor científico evita la aleatoriedad, el sesgo, la ideología; el prejuicio se transforma en juicio (Arendt, 1997). Y en el caso de las adicciones, el concepto parece describir más una ideología que los hechos de la realidad. Lo que se pretende en este artículo es poner en tela de juicio la concepción del término adicción porque carece de precisión, está sesgado e imbuido de ideología, impidiendo así llegar a la comprensión del fenómeno como tal y, por supuesto, diseñar tratamientos eficaces.

Por otro lado, el rigor científico de una investigación lo da el lenguaje. Para ello, se utiliza el lenguaje científico que se caracteriza, al igual que la ciencia, por su objetividad, universalidad y verificabilidad. Se trata de un lenguaje preciso, claro, sencillo, coherente, riguroso y universal. En general, se trata de un lenguaje especializado, caracterizado por la precisión, eliminando lo más posible la ambigüedad a través de la utilización de términos unívocos, es decir, de un solo significado.

Que el discurso nunca es neutro sino que es parte constitutiva de la realidad y que a su vez la refuerza, a modo de profecía autorealizadora, es algo que la epistemología constructivista ya lo ha demostrado (Watzlawick y col., 2005). El lenguaje no sólo crea sino que además es capaz de transformar la realidad humana, porque configura la percepción y la visión del mundo (Austin, 1981). El ser humano no existe fuera del contexto comunicativo. La comunicación es el universo humano por excelencia. Y, en este sentido, toda palabra tiene su carga ideológica y la selección de uno u otro vocablo lingüístico es un reflejo de la manera en que se percibe y evalúa el mundo de quien usa el lenguaje (Bolívar, 1992). Sólo se perciben los fenómenos que tienen sentido dentro de una marco teórico. En otras palabras, a cada discurso le corresponde una manera de construir la realidad y vicerversa: “la producción de un discurso es una práctica orientada por la estructura social que incluye elementos de poder y de control” (Del Olmo, 1996, p. 130).

En lo que concierne a la adicción, el lenguaje utilizado para su definición dista mucho de ser científico. Así, leeremos que la adicción hace referencia a conductas o comportamientos que invaden la vida de un sujeto al punto de impedir que viva (Valleur y Matysiak, 2003). También se habla de impulsos incontrolables, privilegiando así un componente psíquico (Hantouche, 1997); de una especie de atracción fatal hacia un producto o comportamiento que anula la voluntad de la persona (González, 2005). Se dice que esas sustancias o comportamientos se convierten en el centro de las vidas de algunas personas. Se infiere que la finalidad de las adicciones parece ser la de huir de dificultades existenciales y calmar el sufrimiento y

Por ello, resulta imprescindible reconocer la dimensión política y de poder de todo discurso y en este sentido, examinar la definición de un tema como el de la adicción, es también examinar la política, la ideología y las relaciones de poder así

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Concepto que hace referencia a si una definición operacional de una variable representa realmente el significado teórico verdadero de un concepto (Pérez, Chacón y Moreno 2000). 10

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en este sentido –coincidiendo con la visión psicoanalítica- la adicción aparece como un mecanismo de automedicación ante el dolor y la frustración existenciales (López, 1991).

dada la falta de rigor y lo impreciso de los términos empleados. Es más, estos criterios se basan en los del alcoholismo perfilados por Jellinek (1960). El DSM IV hablará de dependencia a una sustancia en función de su modo de utilización inadaptado, conduciendo a una alteración del funcionamiento o a un sufrimiento clínicamente significativo, caracterizado por al menos la presencia de tres de las siguientes manifestaciones:

También se han definido las adicciones como compulsiones y obsesiones. Esto es, pautas de conducta casi imposibles de cambiar y que anulan la voluntad consciente del sujeto (González, 2005). Las adicciones, asimismo, se entienden como pérdidas de control, es decir, incapacidad para controlar o moderar conductas (González, 2005). El individuo parece estar sujeto a algo más fuerte que él o como influenciado o hechizado por alguna sustancia o comportamiento. Representa una especie de impulso irreprimible. Son como conductas obligatorias que se caracterizan por una dependencia, que es como una especie de obligación, una pérdida de control, un deseo obsesivo con fuerte sensación de falta o carencia.

1) Tolerancia definida por uno de los síntomas siguientes: a) necesidad de cantidades cada vez mayores de la sustancia para obtener una intoxicación o el efecto deseado; b) efecto notablemente disminuido en caso de utilización continua de una misma cantidad de sustancia. 2) Mono caracterizado por una u otra de las manifestaciones siguientes: a) síndrome de abstinencia característico de la sustancia; b) la misma sustancia o una próxima es tomada para calmar o evitar el síndrome de abstinencia.

“Hay definiciones más o menos pseudocientíficas que definen la adicción como un patrón de conducta persistente caracterizado por un deseo o necesidad de continuar la actividad que se sitúa fuera del control voluntario; una tendencia a incrementar la frecuencia o cantidad de actividad con el paso del tiempo; dependencia psicológica de los efectos placenteros de la actividad; y un efecto negativo sobre el individuo y la sociedad” (Botero y Correa, 2010, p. 15).

3) La sustancia es a menudo tomada en cantidades cada vez mayores o durante un tiempo cada vez más prolongado. 4) Deseo persistente o esfuerzos infructuosos para disminuir o controlar la utilización de la sustancia. 5) Se invierte mucho tiempo en actividades necesarias para obtener la sustancia, utilizar el producto o recuperarse de los efectos.

La adicción también se ha definido como la repetición de actos susceptibles de provocar placer, pero marcados por la dependencia a un objeto material o a una situación buscada y consumida con avidez (Pedinielli, Rouan y Bertagne, 1997).

6) Actividades sociales, profesionales o de ocio importantes son abandonadas o reducidas a causa de la sustancia.

Quizás, parece que el sinónimo más importante de adicción es el de dependencia. Así pues, parece tratarse de una dependencia física y/o psíquica hacia un producto o comportamiento que crea hábito gracias a la periodicidad en el consumo de ciertas sustancias o realización de ciertas actividades y que sirve para aliviar estados emocionales negativos gracias a la pérdida de conciencia y a la estimulación de sensaciones (Poudat, 1997).

7) La utilización de la sustancia persiste a pesar de que la persona sabe que tiene un problema psicológico o físico persistente o recurrente susceptible de haber sido causado o exacerbado por la sustancia.

En la ausencia de una definición clara, rigurosa, científica, parece existir criterios que ayudan a conceptualizarla, dentro de esta indefinición. Criterios cuya validez científica puede ser discutida dada la ausencia de estudios que la hayan demostrado, dada la falta de acuerdo y

a) Imposibilidad de resistirse a los impulsos para realizar ese tipo de comportamiento.

La falta de acuerdo sobre la diversidad de criterios se observa en lista de criterios de Goodman (1990), la cual también pretende así delimitar el campo de las adicciones:

b) Placer y alivio durante la duración. c) Sensación de pérdida de control durante el comportamiento. 11

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ESTATUS CLÍNICO y EPISTEMOLóGICO DEL CONCEPTO DE ADICCIóN

d) Presencia de al menos 5 de los 9 criterios siguientes: 1) Preocupación frecuente del comportamiento o su preparación.

El término adicción es un anglicismo descriptivo que se aplica a una serie de comportamientos concretos (Pedinielli, 1990). No hay una semiología precisa de la adicción puesto que el término reagrupa otras entidades patológicas que sí tienen signos propios e incluso un estatus clínico. En otras palabras, la adicción no está definida como un trastorno específico, sino como una clase genérica de fenómenos patológicos que integran comportamientos reconocidos en una clínica psicológica y psiquiátrica ya definida como es, por ejemplo, el caso de la bulimia (Pedinielli, 1990). En este sentido, el concepto de adicción parece elevarse por encima de la nosología clínica sin todavía tener una clara y rigurosa definición. Pero, en el fondo, la noción de adicción parece ser simplemente una etiqueta descriptiva, no validada científicamente, cuya pertinencia es mínima porque sólo sirve para aproximar conductas reconocidas, no para diagnosticar, ya que no evidencia ningún signo o síntoma. El concepto de adicción tampoco explica los trastornos en sí.

2) Aumento en la intensidad y duración de los comportamientos con respecto al principio. 3) Intentos repetidos para reducir, controlar o abandonar el comportamiento. 4) Tiempo consagrado a preparar los episodios, a desarrollarlos o a sobreponerse a ellos. 5) Mayor frecuencia de los episodios cuando el sujeto debe cumplir sus obligaciones profesionales, escolares, universitarias, familiares o sociales. 6) Actividades sociales, profesionales o recreativas sacrificadas por el comportamiento. 7) Perpetuación del comportamiento aunque el sujeto sepa que causa o agrava un problema persistente de orden social. 8) Tolerancia marcada: necesidad de aumentar la frecuencia e intensidad para obtener el efecto deseado o disminuir el efecto procurado por un comportamiento de la misma intensidad.

En el campo de la psicopatología, fundamentarse en apariencias descriptivas corre el riesgo de llevar a errores groseros o a concepciones tautológicas. El concepto de adicción no ha pasado el tamiz científico para poder constituirse en diagnóstico (Pedinielli, 1990).

9) Agitación e irritabilidad en caso de imposibilidad de darse a ese comportamiento (Pedinielli, Rouan y Bertagne, 1997). Según parece, la condición para que haya adicción es que haya a la vez un fuerte impulso (o compulsión si hay lucha interna en el sujeto), un consumo ávido (pasional), repetición y dependencia (Pedinielli, Rouan y Bertagne, 1997).

Pero el problema no reside solamente en su carácter descriptivo, sino en la ausencia de un análisis psicopatológico y en la ausencia de la producción de un modelo teórico que defina el proceso, así como el tratamiento terapéutico. Al respecto, este objetivo ha sido la preocupación de autores como Peele, Aulagnier, Bergeret, Brusset, Gutton y McDougall, quienes han intentado producir elementos teóricos específicos de la adicción. Estos autores se han interesado, no tanto por lo visible del fenómeno adictivo, sino en el proceso común subyacente a comportamientos tan diversos y que han sido etiquetados como adicción. Así solamente dos son los modelos teóricos que predominan: el de Peele y el modelo psicoanalítico, destacando particularmente el planteado por McDougall. No obstante, estos modelos explican e interpretan la adicción, más que definirla.

Para Valleur y Matysiak (2004), dos son los criterios de dependencia en la adicción: 1) el hecho de no poder pasar sin un producto o comportamiento, provocando un malestar; y 2) que ese producto o comportamiento se convierta en el centro de la existencia; que nada cuenta más que ese producto o comportamiento. Como podemos leer en esta breve exposición, la diversidad de criterios parece ser tan amplia como las definiciones: no hay acuerdo, ni mucho menos consenso, sobre la definición de adicción y en cuanto al lenguaje utilizado. Destaca la imprecisión y la falta de rigurosidad.

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Para Peele, la adicción aparece como forma de satisfacción sustituta puesto que el sujeto ha fracasado. Con la adicción, el sujeto aumenta su autoestima y refuerza positivamente su propio valor. Por lo que la adicción se expresa en términos de competencia y refuerzo (Peele, 1985). Lo que resulta adictivo es la experiencia en sí, no la sustancia ni la actividad.

ciertos paradigmas, a modo de diagnóstico. En este sentido, los comportamientos son entendidos dentro de esta estructura como síntomas de un malestar subjetivo, porque es de un sujeto de quien trata la psicopatología. Por ello, la adicción no puede constituirse en tanto que diagnóstico ni en tanto que modelo, tanto y en cuanto no pase por el mismo proceso que han pasado las demás categorías diagnósticas. La categoría diagnóstica de adicción debe también fundarse y fundamentarse en una teoría del desarrollo del sujeto y el modelo explicativo debe inscribirse como una estructura nosológica separada y claramente diferenciada de las que ya están en la actualidad funcionando a modo de diagnóstico.

El modelo psicoanalítico más moderno sitúa la adicción fuera de la estructura edípica, particularmente en el eje narcisista; como fracaso de la función identificatoria pero constituyendo, al mismo tiempo, una tentativa fallida de identificación y unificación del yo. Las funciones o finalidades son varias: superar un dolor psíquico y los conflictos, cortocircuitar la actividad psíquica -la elaboración-, huir de una situación ansiógena, dejando de invertir en relaciones y evacuando los afectos sentidos como amenazantes (McDougall, 1978). El acto adictivo es un modo particular de defensa que permite mantener un equilibrio psíquico (McDougall, 1982). McDougall relaciona la adicción con el fracaso en la introyección del objeto interno, siendo las adicciones esos objetos transicionales de la infancia cuya función madurativa es la de introyectar la representación de la madre a través de objetos parciales investidos de su magia. En otras palabras, el infante fracasa, falla en la constancia interna de la representación materna –objeto-. La adicción es, así entendida, una patología en la madurez normal de los fenómenos transicionales. Desde esta perspectiva psicoanalítica, la adicción pertenece al ámbito de lo relacional, de lo vincular. Hay una falla en la constitución relacional o intersubjetiva. Se trata de una patología dentro del eje narcisista pero no psicótica (Pedinielli, 1990). Aunque, para Bergeret (1980), las adicciones están incluidas dentro del diagnostico trastorno de la personalidad límite u organización límite, situándolo como una enfermedad del narcisismo (Bergeret, 1972).

La clasificación diagnóstica actual es capaz de responder del fenómeno adictivo en tanto que psicopatología del acto, de la dependencia o de la repetición. En otras palabras, la adicción puede estar perfectamente incluida en la rúbrica de los trastornos de personalidad, como por ejemplo en el trastorno límite de la personalidad o en el trastorno del control de los impulsos o en los trastornos obsesivo-compulsivos o en los trastornos de la personalidad dependiente o en el trastorno psicosomático. Sin embargo, actualmente no es posible incluirla en ninguna psicopatología concreta, ni constituirla como categoría aparte, es decir, independiente, porque no sabemos la esencia de dichos comportamientos; no sabemos a ciencia cierta la fenomenología de la adicción y por lo tanto, no tenemos modelo teórico capaz de explicar la intersección de comportamientos adictivos concretos. Una teoría general de la adicción implica así, además del estudio de la dimensión manifiesta -intersección entre acto, repetición, corporeidad, dependencia, control, voluntad- el estudio de una “economía” emocional y de la esencia del fenómeno como estructura independiente de las demás estructuras nosológias ya establecidas en la psicopatología.

El modelo psicoanalítico ortodoxo habla de una economía cuyo objetivo es eliminar el deseo para así eliminar la sensación de falta o de carencia que da el reconocimiento del deseo del otro como condicionante de uno mismo (Pedinielli, 1990).

ADICCIóN COMO DEPENDENCIA Se podría decir que, hoy en día, existe una idea extensa y extendida para catalogar la adicción como una dependencia (Valleur y Matysiak, 2003), entendida ésta como algo patológico, negativo. Se trata de una dependencia extrema (Pendinelli, Rouan y Bertagne, 1997).

La psicopatología siempre se ha centrado sobre el sujeto y las formas patológicas han sido entendidas como expresión de una estructura de personalidad exclusivamente identificada, en 13

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Esta dependencia que al principio se aplicaba a ciertas sustancias llamadas drogas –drogodependencia- se ha extendido a comportamientos como el amor –adicción al amor-, las relaciones –dependencia emocional, codependencia- y otras actividades como el juego, la comida, el sexo, entre otras. Con la adicción, parece que estamos en el estudio del concepto de dependencia. El comportamiento dependiente está más bien considerado como un estilo de existencia en el cual la adicción a un producto o actividad representa su pilón. La dependencia es definida como una relación de dependencia específica (Poudat, 1997). Pero, aquí, el problema, lejos de resolverse, se complica porque tampoco está claramente definida la dependencia ni hay un modelo científicamente validado de la dependencia como patología. Aunque el término dependencia está en alguna clasificación psiquiátrica, como por ejemplo la personalidad dependiente en tanto que trastorno de personalidad, no hay estudios sobre qué hace patológico a la dependencia, ni cuándo una dependencia se torna patológica, ni cómo diferenciar una dependencia sana de una patológica. Se habla de dependencia física y psicológica en función de una visión biologicista o mecanicista de la adicción, pero no se define ni se diferencia de otras dependencias más sociales. El término dependencia tiene aún menos rigor científico que el de adicción. La dependencia es un término que puede tener múltiples acepciones, según de qué estemos hablando y en qué dominio científico.

sido culturalmente impuesta y es de tradición históricamente reciente. Se ha desarrollado en paralelo con el capitalismo y tras la ilustración, generando un profundo malestar social y cultural. Es la “yoicización” de lo humano o saturación del yo, esto es, el proceso por el cual el yo adquiere una posición central en la vida no es más que un producto del pensamiento de finales del siglo XVIII (Lyons en Gergen, 2006). Desde un punto de vista antropológico, esta concepción es totalmente errónea. El ser humano está inserto en un entramado de redes de dependencia, vínculos variados y complejos. A esta esencia humana, la modernidad ha atacado particularmente. La modernidad ha castrado este componente social del ser humano, ha extirpado su condición humana. Todas las culturas que han precedido a la moderna-capitalista-occidental, han aceptado la dependencia como parte de la condición humana, estructurando sus prácticas sociales alrededor de esta premisa. Salirse de esta condición esencial, es decir, individualizarse, es entendida más bien como una patología, algo considerado como anormal o no sano (Durkheim, 1985). Estas culturas, en su mayoría, están a punto de ser extinguidas. La modernidad occidental subvierte esta premisa; le da la vuelta e instaura racionalmente la premisa contraria. Aniquila estas culturas a través de complejos procesos económicos, políticos y culturales. Aniquila su propia cultura, instalando la alienación como forma de estar en el mundo. En este sentido, en la medida que nos independizamos de la dependencia hacia los demás, nos volvemos dependientes hacia sustancias y actividades. Que la adicción sea un problema social, sanitario, grave, una pandemia postmoderna sólo puede ser entendido dentro de un modelo en donde la condición humana esencial, la dependencia, ha sido abolida.

El denominar dependencia a la adicción no hace sino dejar patente la ideología que subyace a la adicción y a la dependencia porque, bajo esta concepción, se esconde todo un modelo moral, de origen anglosajón, de cómo tiene que ser el ser humano. Se trata de un modelo narcisista en donde el sujeto debe romper todo vínculo, toda relación, toda dependencia para con el útero social, la comunidad, la política. La dependencia se plantea como una falla en el desarrollo humano, el cual tiene que ir progresivamente hacia la independencia. El desarrollo humano va desde la más extrema de las dependencias hasta la individuación. Separación e individuación son los procesos más importantes en el desarrollo humano, el cual tiene que terminar en una consolidación de la individualidad (Mahler, Pine y Bergman, 1975). Esta concepción de la autonomía, de la independencia como objetivo último y sano en la evolución humana nos ha

La condición humana es dependiente, es decir, el hombre es dependiente por naturaleza y ello le ha permitido sobrevivir como especie: “… el desarrollo cerebral del ser humano y los complejos avatares que se van produciendo a través de la larga marcha de su maduración le hacen intrínsecamente dependiente. Podemos decir que este es el precio filogenético que la especie humana ha pagado para crear cultura…” (Martí, 1996, p. 20). El ser humano “es un ser para la

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años de sucumbir a las tentaciones, tras años de recaídas, consiguen dejar la adicción en cuestión, justamente a fuerza de voluntad.

dependencia (…) la dependencia es vida (…) la dependencia es parte inherente de la vida” (Martí, 1996, p. 17).

Desde un punto de vista biológico, la condición prematura del ser humano le hizo agruparse y depender para sobrevivir. Por lo tanto, la dependencia forma parte del registro cerebral más primitivo. Tenemos la dependencia inscrita en nuestro cerebro como forma de supervivencia. El ser humano es dependiente biológica y socialmente (Martí, 1997). La dependencia hacia los demás, hacia las cosas, representa así nuestro rasgo más esencial y distintivo como especie. Podemos decir que la dependencia es nuestra condición existencial. La dependencia forma parte de la condición humana. En otras palabras, hablar de sujeto o de individuo, en su sentido más antropológico, no tiene sentido alguno porque no existe como tal separado de sus congéneres. Algunos han expresado esta idea afirmando la naturaleza social del ser humano (Aristóteles, 1989) o su condición gregaria. El yo separado es una auténtica falacia, una producción ideológica, cultural y de tradición reciente que ha generado todo un malestar cultural -dado su grado de extrema alienación- para el cual hace falta toda una gama de adicciones que anestesien la angustia de separación. Así pues, la adicción no puede ser entendida como un hábito de comportamiento que crea dependencia porque la dependencia forma parte de la esencia y de la condición humana.

Esta visión de la adicción responde a una visión del humano como un ser indefenso víctima de sus impulsos, como ejemplo de condicionantes psicológicos, de sus condicionantes biológicos -neurotransmisores, herencia- y sociales –pobreza, desestructuración-. El ser humano es como un robot cuya conducta expresa un defecto bioquímico o un problema social o un proceso personal (Rendueles, 2000). La psicologización de lo cotidiano es esto: desposeer o incapacitar de la autoría de los actos a los individuos, desligarlos de todo, incluido ese momento individual y propio en una acción. Esta visión es perfecta y únicamente entendible dentro del contexto posmoderno, el cual ha desposeído al sujeto de su libertad, de su libre albedrío y, por lo tanto, de su responsabilidad ante los actos. Al convertir al sujeto en objeto, en este proceso también se le ha desposeído de su moral, de sus virtudes. Se ha construido una enfermedad alrededor del proceso adictivo cuyas causas pueden ser múltiples: físicas, genéticas, económicas, sociales, publicitarias o de marketing. Este mundo solo es posible fuera de lo humano, fuera de la moral en donde no hay responsabilidad de nada ni de nadie. Nadie gobierna ni personal, ni políticamente. Nadie está al frente de las acciones. Y así interesa que sea. Es el gobierno de nadie del que hablaba Hannah Arendt.

ADICCIóN COMO PéRDIDA DE CONTROL y DE VOLUNTAD

ADICCIóN COMO háBITO

Otra de las metáforas más difundidas es la concepción volitiva en la adicción, es decir, que la adicción consiste en una pérdida de la voluntad (Flores, 2010), en una imposibilidad para controlar los impulsos (Goodman, 1990), en un hábito o acto compulsivo que no puede dejar de hacerse. La adicción parece ser un impulso irresistible. Es como si la persona adicta estuviera poseída por algo superior a ella, algo sobre lo cual no tiene control. Ese algo es conocido más comúnmente como mono o abstinencia.

Al parecer, hasta hace poco, se entendía por adicción un hábito, el cual podía ser indistintamente bueno o malo, en función de lo que estos hábitos podían capacitar o incapacitar (Szasz, 1990). En otras palabras, el término adicción, hasta bien entrado el siglo XX, significaba afición para engancharse en un hábito (Peele, 1989). Dicho término se utilizaba indistintamente hacia sustancias o actividades. El término adicción tampoco distinguía sustancias, es decir, que se podía ser adicto al opio o al azúcar de la misma manera (Peele, 1989).

Este misterio de la voluntad perdida (Marina, 1997) nos es constantemente desmentido por las evidencias empíricas validadas, una y otra vez, por la experiencia de aquellas personas que tras

Dicha noción se ha quedado solamente en la polaridad negativa, es decir, en hábito malo en el mejor de los casos y hábito invasor, en el peor de los 15

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de la definición viene motivado por causas muy ajenas a la ciencia.

casos (Valleur y Matysiak, 2004). El calificativo de negativo viene dado porque es un hábito que crea dependencia (Echeburua, 1999). La concepción de la adicción como ciertas conductas caracterizadas por el hábito proviene de la psiquiatría y de la psicopatología (Pedinielli, Rouan y Bertagne, 1997). No obstante, hay autores que distinguen entre hábito y adicción. Efectivamente, para que un hábito sea adicción, éste tiene que tener “efectos contraproducentes para el sujeto”(Echeburúa, 1999, p. 329). Esto es, que continúa con dicha conducta a pesar de las consecuencias negativas que pueda acarrear (Echeburua, 1999). Pero esta distinción es puramente ideológica y se formula de cara a la firma en Nueva York en la convención única sobre estupefacientes, la cual, para no caer en prohibir ciertos fármacos, decide recomendar sustituir adicción y hábito por dependencia, debido a que el término adicción “no había logrado precisarse satisfactoriamente en el seno del Comité” (Escohotado, 1994, p. 118). Definir drogas adictivas como “aquellas capaces de inducir una conjunción de

Desde un punto de vista antropológico, hablamos de costumbres y de hábitos, convenciones y rutinas, como pautas de comportamientos repetitivos pero no invariantes que han creado la tradición y que forman parte del bagaje cultural. El ser humano se siente apegado, dependiente, de estas pautas que las repite casi automáticamente, siempre y cuando resulten funcionales para el devenir de la comunidad (Hobsbawm, 1996). Desde la noche de los tiempos y en todas las culturas se consumieron sustancias alucinógenas o psicotrópicas, entroncándose en el tejido social de las mismas y, por lo tanto, pasando a formar parte de costumbres y hábitos a través de usos cotidianos y repetitivos. Por supuesto que se conoce los efectos del abuso de estas mismas sustancias, pero sólo en el siglo XX ciertas pautas de uso han sido catalogadas como adicciones (Szasz, 1990; Escohotado, 1994). Respecto a comportamientos adictivos, tenemos el juego (Calderón, Castaño y Storti, 2010) y la comida, cuyo uso y abuso está ampliamente recogido en la literatura histórica desde tiempos inmemoriales (Stein y Laakso, 1988). No obstante, no ha sido considerado como problema y adicción hasta nuestra era moderna. En el caso de la bulimia, si bien este padecimiento ya era reconocido en la Grecia antigua, no fue hasta 1979 que el psiquiatra inglés Gerald Russell, la reconoce como enfermedad.

hábito, tolerancia y dependencia física, esto es, aquellas que exigen dosis crecientes para lograr el mismo efecto y cuya privación a partir de cierto grado de hábito produce un síndrome específico, detectable mediante instrumentos y manifiesto para cualquier observador” (Escohotado, 1994, p.119) era sencillo. El problema

es que, según esta definición ,la cocaína y el cáñamo quedaban excluidos y había que incluir al alcohol y los barbitúricos y, eso sí, “no era de recibo” (Escohotado, 1994, p. 119). Tanto la adicción -que sí se definió2 - como el hábito, carecían de criterios y requisitos técnicos admisibles debido a su arbitrariedad y juegos verbales. No obstante, con el término de dependencia, término de tan extraordinaria amplitud que podía abarcar todas las drogas y también ninguna y ello, de un modo arbitrario, el problema se zanjaba, pero no el problema teórico de fondo. En realidad un problema teórico y científico se convertía en un problema puramente terminológico (Escohotado, 1994). Como podemos constatar, el problema

ADICCIóN COMO ENFERMEDAD No está demostrado científicamente que la adicción sea una enfermedad, pero la batalla por que así sea persiste. En este sentido, el doctor Andrew Kolodny, director médico de los centros para el tratamiento de adicciones en Phoenix, pide encarecidamente que se reconozca “que la adicción es una enfermedad” (Weignberg, 2008). Para el National Institute on Drug Abuse –NIDAla adicción se considera una enfermedad crónica del cerebro con recaídas frecuentes, al igual que lo es el asma, la diabetes o la enfermedad cardíaca (Branch, 2011).

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Estado de intoxicación crónica y periódica originada por el consumo repetido de una droga, natural o sintética, caracterizada por: 1. Una compulsión a continuar consumiendo por cualquier medio. 2. Una tendencia al aumento en las dosis. 3. Una dependencia psíquica y generalmente física de los efectos. 4. Consecuencias perjudiciales para el individuo y la sociedad (Escohotado, 1994, p. 120).

Las adicciones han sido clasificadas en dos grandes categorías: sustancias y actividades. De ellas, al menos la adicción a sustancias sigue estando considerada como una enfermedad (López, 2011).

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enfermedad (Szasz, 2001). Se trata de una cruzada fundamentalmente moral, en donde drogas ilícitas “malas” dañan y matan pero drogas legales o medicamentos buenos curan enfermedades mentales y alivian dolores crónicos. Para poder vender la idea de medicación buena, demonizan ciertas adicciones, convirtiéndolas en perfectos chivos expiatorios para desviar la atención de la masa. La antigua lucha religiosa y moral contra el pecado, hoy se libra en términos clínicos contra la enfermedad (Szasz, 2001).

Que la adicción sea concebida como una enfermedad, en Occidente, viene fundamentalmente dado por el alcoholismo. Ya desde el siglo XVII comienza a considerarse el consumo intenso de alcohol como enfermedad (Warner, 1994). Esta concepción se consolidará en la naciente medicina hegemónica y en la ulterior deriva psicológica y psicologicista, a partir de los movimientos de autoayuda como Alcohólicos Anónimos. Dicho modelo de enfermedad se consolida en las décadas 60 y 70 del siglo XX, en Estados Unidos, derivándose de ahí el llamado modelo de Minnesota, como modelo de tratamiento (López, 2011). No obstante, esta idea no tiene fundamento biológico alguno –a pesar de los tenaces esfuerzos por encontrar causas biológicas-. Más bien se cimenta en la imposibilidad moral de considerar una conducta tan autodestructiva como normal (Heyman, 2009).

El fundamento para considerar la adicción como enfermedad parte de la consideración de elementos fisiológicos objetivos y por lo tanto medibles, del alcoholismo, posteriormente extrapolados a otras sustancias (López, 2011). Los resultados de dicha línea de investigación, la cual ha continuado hasta nuestros días, han puesto de manifiesto mecanismos y estructuras cerebrales implicadas en el fenómeno adictivo, sin poderse demostrar causalidad alguna y, por supuesto, sin poder fundamentar las bases científicas de la adicción. Es más, nada impide suponer que dichos mecanismos y estructuras cerebrales estén correlacionadas con procesos psicológicos, por ejemplo (Heyman, 2009).

En la actualidad, en el campo de la salud y de la medicina en particular –específicamente de la neurociencia-, la adicción es entendida como una enfermedad cerebral, es decir, la adicción se cimenta sobre una disfunción biológica del cerebro (Weinberg, 2008). Se trata de una enfermedad que afecta al comportamiento; una enfermedad crónica con recaídas fruto del uso de sustancias (Gómez, 2011). Así pues, en el área de la salud las conductas adictivas (no basadas en la ingesta de sustancias) parecen estar excluidas de esta definición y, por lo tanto, no hay explicaciones ni opciones a tratamiento médico (Gómez, 2011).

ADICCIóN COMO CRIMEN y DESVIACIóN De las adicciones, se han criminalizado aquellas que pasaron a la clandestinidad. Por un lado, ciertas sustancias –morfina y opio, fundamentalmentefueron consideradas como una gran amenaza para la sociedad y en este sentido, se prohibieron pero por otro lado se reguló su uso, el cual pasó a ser exclusivamente médico (Cormier, 1993). Así, los adictos a sustancias derivadas de estas drogas pasaron a ser criminales –enemigos- y su consumo se consideró una desviación social y normativa. En este sentido, la adicción a este tipo de drogas se convirtió en crimen por vía legislativa y la cárcel el lugar de rehabilitación (Cormier, 1993). Hablamos de principios del siglo XX. A esta consideración criminal y por lo tanto, prohibicionista y desviada, en consecuencia, del uso de ciertas sustancias, vinieron a añadirse algunas drogas etiquetadas de blandas, como el cannabis. Sustancia que en la actualidad también tiene su uso legal estrictamente médico y, por tanto, también ha sido regulado. Cada vez que se criminalizaba una

Que se entienda la adicción como enfermedad significa e implica que se trata de una discapacidad involuntaria, eximiendo a la persona adicta de toda responsabilidad (López, 2011). La medicina en Occidente se ha configurado en torno a dimensiones sociales y políticas y, sobre esa base, se han configurado discursos complejos sobre la salud y la enfermedad como la salud pública, la higiene pública, la salud comunitaria (Comelles y Martínez, 1993). Pero también sobre esos discursos se van creando nuevas enfermedades (Blech, 2003). En este sentido, muchos procesos normales de vida, así como problemas sociales, económicos, personales y políticos son convertidos en problemas médicos, fenómeno que se conoce con el nombre de medicalización. En el caso de la adicción, dicha medicalización toma forma de cruzada contra la 17

ADICCIONES EN GENERAL

sustancia, por otro lado también se circunscribía y se legalizaba su uso para fines terapéuticos. En este sentido, las formas de control son claras: la médica y la legal. “Permitir o prohibir determinadas

Frente a este exceso de celo por parte de las autoridades en lo que se refiere al cuidado de las personas, tenemos el “riesgo asumible” (Beck, 1998) generado por otros actores económicos como la industria química. Así, las sustancias prohibidas representan un peligro para la salud social pero no así los 45.000 productos químicos de utilidad comercial (Lewis, 1990) que pululan y polucionan el aire que diariamente respiramos.

sustancias, siempre ha sido un instrumento más de carácter político y de control social” (Martí, 1997, p. 91).

La manera occidental –hoy extendida a otros países y continentes- de abordar dichas adicciones siempre fue a través de la criminalización y la prohibición. Esto ha desatado la gran guerra contra ciertas drogas, la gran cruzada moral con máscara médica, sin que ello haya realmente erradicado el problema, sino todo lo contrario (Szasz, 2001).

¿QUé SE ETIQUETA COMO ADICCIóN y QUé NO? Aunque no hay consenso al respecto, en general se etiqueta como adicción comportamientos autodestructivos que implican al propio sujeto, comportamientos o actos que perjudican la salud de uno mismo. Concretamente, entre las adicciones se incluye la toxicomanía, el tabaquismo, el alcoholismo, la bulimia, el juego patológico, las tentativas de suicidio repetidas, las compras compulsivas, las conductas de riesgo, la anorexia, las adicciones sexuales, el exceso de actividad física, el exceso de trabajo (Pedinielli, Rouan y Bertagne, 1992) y algunas conductas criminales (Valleur y Matysiak, 2004).

“Luego el problema no es científico sino político (…) todos los asuntos que se relacionan con las drogas no son técnicos, sino que tienen una profunda naturaleza social y política” (Martí, 1997, p. 135).

En el doble o triple rasero en que las adicciones y los tratamientos son catalogados, en aquellas adicciones catalogadas de ilegales, referidas particularmente a ciertas sustancias, todas las políticas llevan, implícita o explícitamente, la concepción criminal de los consumidores. Es importante entender que el concepto de crimen, definido como acto por el cual un sujeto daña a la persona o propiedad de otro, no puede ser aplicado a aquellos actos por los cuales un sujeto, de dañarse, lo hace hacia sí mismo o a su propiedad, es decir, vicios (Spooner en Szasz, 2001). A no ser que el Estado considere que el sujeto no es dueño de sí mismo, no se pertenece: es propiedad ajena por incapaz.

Por el contrario, no supone adictivo algo que haga daño a los demás, que entrañe un perjuicio social, a pesar de que puedan ser conductas dependientes, ávidas, repetitivas, impulsivas, compulsivas. Tal y como se concibe la adicción, llama poderosamente la atención que dicha categoría no se haya extendido a campos como la economía o la política y no se haya asociado la adicción al dinero o al poder. Al respecto, resulta igualmente curioso que en la adicción al trabajo “workaholic” no se haya incluido el negocio en sí, ya que en la propia definición de éste, no ocio (neg-otium), está uno de los criterios más esenciales de la adicción: reducir toda la vida de una persona a una sola cosa o actividad, lo que Marcuse (1994) denominó como hombre unidimensional. Cuando se habla de adicción al juego, nunca se aborda la bolsa ni la especulación como variantes de la ludopatía. En realidad, la bolsa no supone otra cosa que una manera de jugar, un juego de azar, tan adictivo como cualquier otro juego en el que la adrenalina está presente, modificando la química cerebral y produciendo un estado alterado de conciencia.

Criminalizar el uso de una sustancia a través de su ilegalización es un acto por el cual se define también el camino para la transgresión, creándose chivos expiatorios. El sujeto bien adaptado socialmente es aquel que utiliza las sustancias o comportamientos sagrados, es decir, adicciones socialmente admitidas. Por el contrario, los adictos a sustancias tóxicas o psicoactivas -drogas transgreden un tabú social. El criminal que abusa de las drogas se desvía de las pautas médicas y sociales en lo referente al consumo de sustancias: el abuso de drogas representa una conducta farmacológica censurada socialmente (Szasz, 1990). En este sentido, el abuso de drogas supone un asunto convencional que concierne más a la antropología y a la sociología.

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ADICCIONES EN GENERAL

Que el poder es más adictivo que el sexo es de sobra conocido como la erótica del poder. Pero no hay prácticamente estudios serios al respecto. De hecho, la adicción al poder no está catalogada como tal.

que despierta el horror entre las autoridades antes complacientes con la industria en cuestión. Y es que muchas son las influencias sobre la definición de lo que es adicción respecto a lo que no es, más allá de lo sanitario. Entre las más destacadas está la cultura, la industria, la publicidad, los lobbies.

Al parecer, hay formas criminales que pueden definirse como adicción (Valleur y Matysiak, 2004). Si eso es así, habría que establecer el crimen como fenómeno adictivo. Pero aún así, habría también que cuestionar qué es crimen y qué no, más allá del criterio jurídico. Y estudiar por qué los crímenes de guante blanco tampoco son abordados en general por la criminología. Acumular más y más de manera ávida, repetitiva, impulsiva y compulsiva no parece plantearse como adicción, sobre todo dependiendo de quién lo haga, como en el caso del síndrome de Diógenes, ni como conducta criminal, ni como dependencia.

TRATAMIENTOS DIFERENCIALES SEGúN EL OBJETO DE ADICCIóN En cuanto a los tratamientos, hay diferencias según se trate de sustancias o comportamientos. Como también hay diferencias entre las distintas sustancias y según los comportamientos. La política para las drogas ilegales -la marihuana, el hachís, la cocaína, la heroína, la pasta base o crack, el LSD, el éxtasis, la anfetamina o el neoprén- ha sido siempre tolerancia cero, por lo que su tratamiento ha consistido en la abstinencia total. No obstante, en el caso de la heroína, el enfoque ha sido modificado por el de reducción de daños, sustituyéndose el consumo de heroína –sustancia ilegal- por el de metadona –sustancia legal-.

Es importante entender que debajo de la noción moral e ideológica del concepto de adicción están algunos debates implícitos, como el derecho al autocontrol y la autodeterminación, el derecho a la propiedad o el mercado, entre otros. Una persona es libre de hacer, siempre y cuando haga lo que está definido socialmente y teniendo en cuenta siempre esa doble moral de que a unas personas les está permitido “engancharse” y a otras no, a unas personas les está permitido autogobernarse marginalmente y a otras no.

En el tratamiento para drogas legales, como alcohol y tabaco, se pone también de manifiesto la tolerancia cero, es decir, el tratamiento debe estar basado en la abstinencia total. No obstante, la diferencia en la consideración de ambas sustancias es remarcable. Así por ejemplo, es posible que el alcohol se publicite de manera encubierta. Está bien visto el cultivo de viñedos y representa un gran negocio, incluso subvencionado por la Unión Europea. Es una sustancia que, durante años, ha sido la depositaria de grandes inversiones y el lugar para procesarlo, ha sido objeto de culto arquitectónico de prestigio. Pero no hay ninguna directiva que obligue a poner en las etiquetas de los vinos o de sustancias alcohólicas que beber mata, tan solo mínimas apelaciones a un consumo responsable.

Un ejemplo de esta doble moral la tenemos actualmente en Estados Unidos, país en donde el consumo de heroína se ha disparado notablemente - coincidiendo con la crisis- en estos últimos años, al punto de hablar de epidemia. La principal razón por la cual dicho consumo se ha disparado parece residir en la política prohibicionista y de control ejercida sobre los medicamentos analgésicos opiáceos. Un análisis de la situación más en profundidad revela que hace 15 años hubo una fuerte campaña, muy agresiva, por parte de las farmacéuticas, para que los médicos prescribieran opiáceos contra el dolor. Dicha campaña modificó por completo la actitud reacia que tenían los facultativos a finales de los noventa a recetar opiáceos para dolores crónicos. Convenció a los médicos de que no debían preocuparse por los problemas de adicción (González, 2014).

No pasa lo mismo con el tabaco. No hay plantaciones subvencionadas ni grandes superficies, en Europa, dedicadas a su cultivo; dicha sustancia debe importarse y por supuesto, las etiquetas deben advertir que su consumo mata o perjudica seriamente la salud. Pero no se prohibirá porque su consumo aporta pingües beneficios a las arcas públicas.

Ahora que se vuelve a imponer la restricción en el suministro de opiáceos, el público recurre a la “automedicación” a base de heroína y similares, lo 19

ADICCIONES EN GENERAL

ADICCIóN y ESTILOS DE VIDA

En cuanto a la adicción a sustancias psicoactivas legales o psicofármacos como la medicación psiquiátrica, está socialmente muy tolerada, nada estigmatizada, incluso negada y minimizada por la industria farmacéutica, el cuerpo científico y el cuerpo sanitario. No se habla de adicción a las benzodiacepinas, como el valium, o a los opiáceos, como analgésicos. Ya no hablemos de otros medicamentos, como el Ambien para dormir o los estimulantes para el déficit de atención con hiperactividad o los jarabes para la tos o los esteroides anabólicos. En estos casos, como mucho, se llega a hablar de “adicción nociva” o de “dependencia química”.

La noción de adicción o adicciones es algo que está estrechamente entroncada con el desarrollo político, económico y social de la modernidad cuyo origen se sitúa en los albores del renacimiento. Dicha noción entronca particular y fundamentalmente con el comercio y la expansión del capitalismo mercantil. El comercio a escala mundial hizo que se introdujeran plantas exóticas que se usaban para curar, rezar y gozar. Este uso que había pervivido durante milenios, se pervierte fundamentalmente conforme avanza la modernidad y se van instalando los diferentes procesos de industrialización. La revolución industrial produce cambios sociales bruscos. En cuanto a las adicciones se refiere, “la primera industrialización corre pareja al abuso de alcohol” (Martí, 2003, p. 95). Kraepeling en siglo XlX estableció una relación entre alcoholismo y modernidad. Y un siglo antes, Rush habla de una estrecha relación entre organización económicopolítica y enfermedad (de las Heras, 2005). En el siglo XX, las sustancias se modifican, se alteran. A la proliferación de sustancias y sus diferentes usos, también van apareciendo prejuicios y rechazos a los efectos de éstas. Con el desarrollo de la medicina como mecanismo de control social, aparecen las políticas prohibicionistas. Eso no impide que algunas de estas sustancias hayan sido utilizadas para “imponer razones comerciales” (Martí, 1997) o se hayan utilizado para fines militares o para mejorar la producción y el rendimiento, o incluso para fines más perversos. En este sentido, véase por ejemplo la larga historia de prácticas sospechosas que algunas empresas farmacéuticas han desarrollado durante décadas, promocionando fármacos tan “beneficiosos” para la salud de los bebés como la heroína (Jara, 2007).

En cuanto a las adicciones sobre comportamientos, hay también diferencias. Tenemos la adicción al juego, cuya terapéutica requiere tolerancia cero, si bien no se ha demonizado su práctica, permitiendo la existencia de casinos y salas de juego. En cuanto una persona se declara –autodiagnostica- adicta o ludópata, ésta debe cesar toda actividad si quiere “curarse de esta adicción”. Para ello, deberá dejar de frecuentar los espacios dedicados a tales actividades. En lo referente a la adicción a la comida, al sexo o a las nuevas tecnologías, el tratamiento siempre ha consistido en enseñar a las personas con estas adicciones a comer bien, a tener sexo diferente y ser moderados en el uso de las tecnologías. Es decir, el tratamiento consiste en crear nuevos y saludables hábitos, a través de la educación. En cuanto a las compras compulsivas, bien que a corto plazo se pide la abstinencia total, a la larga se intenta reeducar a la persona haciad una moderación en la actividad. Pero en ningún momento se suprimen dichas actividades a largo plazo. No se concibe el mundo actual sin consumir. Es más, consumir por encima de las posibilidades de adquisición (crédito) es algo que ha sido fomentado y estimulado. Grandes instituciones como la banca nos han mostrado el potencial adictivo del dinero y sin embargo, éste no se ha prohibido ni demonizado.

En la sociedad contemporánea, la adicción representa en realidad una forma de vida promocionada e incluso subvencionada. La norma impuesta es consumir de manera habitual y continuada. El principal papel de cada ciudadano es el de consumir y para ello, debemos tener la voluntad y la capacidad para hacerlo (Bauman, 2000). En este sentido, estamos enculturados en la adicción al consumismo. Se podría decir que la sociedad actual postmoderna promociona una cultura adictiva (Wilson, 1987). Como decía un eslogan comercial, “engánchate a la vida”. En mayor

No hay políticas en torno al café, el té o el pegamento, igual que hay amplia tolerancia para los más de 45.000 productos químicos que contaminan aquello que bebemos y comemos (Szasz, 2001). Sólo hay regulaciones.

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ADICCIONES EN GENERAL

o menor medida, todas las personas –dentro de esta economía- somos adictas a algo.

El mercado ya no le puede ofrecer otro objeto. El sujeto adicto se ha aferrado, se ha habituado, se ha fijado, se ha hecho dependiente de un solo objeto. Dicha fijación le aliena del proceso mercantil del resto de la sociedad. Por ello, parece ser importante diagnosticar esta enfermedad y volver a poner en circulación a estas personas que han perdido el norte.

Si todos consumimos y somos en alguna medida adictos, ¿qué o cómo hace particularmente la persona adicta para que sea estigmatizada, desviada, alienada? Lo que caracteriza a la persona adicta son sus consumos. Consumir es la principal actividad del adicto. En este sentido, la figura del adicto parece cumplir con el principio del mercado: no puede dejar de consumir, está completa y enteramente dedicado al consumo (López, 2009). Pero, en el fondo, la persona adicta transgrede el sistema, lo pervierte porque incumple otra norma fundamental: no aferrarse a nada. La figura del adicto deja de ser un consumista flexible en una modernidad líquida en donde nadie se aferra a nada (Bauman, 2006). Se trata de una sociedad de consumidores nómadas, de adictos, en donde impera una forma de adicción diversificada, flexible, móvil. La adicción a las compras es la principal adicción y socialmente bien admitida. Es adicción porque se trata de una actividad que no cesa nunca y ello, porque no satisface deseos, sino que llena de sensaciones el vacío. Es adicción porque es algo que va más allá de la voluntad; la gente sucumbe a consumir. Consumir es la principal tarea alrededor de la cual gira la vida de las personas (Bauman, 2007). Consumir se convierte en un acto irreflexivo y anula la voluntad. Pero el adicto no obedece a esa máxima porque se apega a su objeto de adicción. En cierto modo, es un melancólico que añora la tradición perdida, tradición de aferrarse a algo sólido. La adicción es su manía porque se queda anclado a una pérdida. En este sentido, la adicción podría entenderse como un caso particular del consumismo, es decir, una pauta desviada del consumir; una patología del consumismo. En otras palabras, la adicción puede entenderse como una desviación social de la adicción a consumir, socialmente instituida y aceptada como comportamiento sano y necesario para que la rueda de la economía gire sin parar. La adicción sería en este contexto entendida como el revés de un envés aceptado como sano: el de consumidor. La persona adicta se vuelve no consumista, entorpeciendo así el proceso de mercantilización; la persona adicta va por separado, por su cuenta. De alguna manera, es como si la persona adicta rompiera esa cadena consumista porque se aferra a su objeto (sustancia o comportamiento).

La adicción parece más un síntoma de una sociedad en donde los individuos están cada vez más condicionados a depender, pero depender de sustancias, comportamientos, sensaciones, pero no de personas. En este sentido, el individuo postmoderno está enculturado, de manera más o menos violenta, con la ayuda de toda una panoplia de estrategias manipulativas, a ser adicto pero no adicto a lo que él decida, sino a lo que el sistema capitalista, a través de sus gobiernos plutocráticos, han decidido que sea. Así, el consumismo o las compras compulsivas son una forma socialmente bien aceptada de adicción. La farmacodependencia, es decir, la dependencia a los fármacos legales es otra de las adicciones socialmente bien consideradas. El desarrollo capitalista nos ha llevado a ser una sociedad adicta cuya dependencia sana a los demás nos ha sido cortada y erradicada de raíz para pasar a ser dependientes de objetos, sustancias y comportamientos, trastocando así todas las dimensiones del ser humano: personal, social, política, económica y cultural (López, 2009). Lo que caracteriza a nuestras sociedades es la perversión fetiche, es la patología del fetichismo por las mercancías cuyas secuelas las vemos y criticamos en la figura del adicto. Personas infantilizadas, malcriadas, irresponsables, socialmente discapacitadas, convertidas en objetos, amantes del riesgo, narcisistas... En esta sociedad, el adicto cumple esa figura del chivo expiatorio a quien culpar en el fondo de todos nuestros defectos. En la figura del adicto se redime el pecado original de nuestra cultura. El adicto nos permite sentirnos normales y seguir consumiendo, es decir, seguir siendo adictos a la diversidad de la experiencia consumista, con el profundo convencimiento de contribuir a la buena marcha de la economía. No podemos dejar de consumir porque, sin ello, aumentamos el paro, devaluamos nuestro bienestar (PIB).

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ADICCIONES EN GENERAL

IDEOLOGÍA EN LA NOCIóN DE ADICCIóN

a una identidad estigmatizada. Se trata de “una figura socialmente instituida” (Lewkowicz et al, 1998), a través de la creación de una patología específica basada fundamentalmente en la “desviación de

Es sabido que hay falta de acuerdo sobre qué es una adicción y cuántas hay (González, 2005), pero aún así, esta falta de consenso, de rigor científico, no ha impedido estudiarla, tratarla, divulgarla.

pautas médicas y sociales aprobadas en cuanto al consumo de drogas” (Szasz, 1990, p. 30).

Teniendo en cuenta que el origen etimológico de la palabra droga es medicamento o fármaco y que “pharmakos” era el término que designaba en la Grecia clásica al chivo expiatorio (Szasz, 1990), la figura del adicto emerge como la figura del chivo expiatorio y por lo tanto, su función es fundamentalmente religiosa y terapéutica; recordemos que en aquella época religión y medicina eran “una empresa común e indiferenciada” (Szasz, 1990, p. 43). Es a través del sacrificio del chivo expiatorio que la sociedad ejerce legítimamente una violencia simbólica y real, cuya finalidad es la cohesión grupal. Violencia destinada al control y el mantenimiento de un estilo de vida. La sociedad moderna o postmoderna se empeña en ocultar sus ceremoniales sacrificiales, disfrazándolos a través de un lenguaje pseudocientífico y pseudomédico y así desacralizar la vida de los individuos. Institucionalizar la adicción representa un ritual de purificación que sigue un principio básico: aquel comportamiento que promueva la salud debe ser seguido e incorporado a la práctica y el hábito, pero aquel que promueva la enfermedad, debe ser eliminado, siempre y cuando no entorpezca la rueda infinita de la economía.

El concepto de adicción viene a remplazar y ampliar el concepto de toxicomanía y drogodependencia. Esto es, la adicción es un concepto que engloba todas las formas de dependencia, por un lado. Y, por otro, va más allá de la dimensión biológica, abarcando más que el producto o droga en sí, al sujeto mismo. Así, la adicción engloba el alcoholismo, el tabaquismo, el juego patológico, así como ciertos trastornos de la conducta alimentaria, las compras compulsivas, las conductas sexuales, las nuevas tecnologías y las relaciones amorosas alienantes (Valleur y Matysiak, 2003). Es fundamental entender que el paso de toxicomanía o drogodependencia al de adicción significa fundamentalmente dejar de poner el acento en una sustancia para ponerlo en una serie de criterios, como la falta de control, la dependencia y la pérdida de libertad de la persona (addictus). Esto es, que las adicciones en general son adicciones psicológicas, es decir, conductas normales de las cuales se hace un uso anormal por la intensidad, la frecuencia y la cantidad de tiempo invertida (Echeburúa, 1999). A pesar de este reconocimiento, las adicciones sin droga no figuran en las clasificaciones psiquiátricas al uso norteamericana y europea, DSM-IV y CIE-10. El término adicción se refiere únicamente a los trastornos debidos al abuso de sustancias psicoactivas.

un creciente número de individuos no deja de ser un cierto mecanismo de control social” (González, 2005, p. 27). Una manera de control social que define

Que la adicción no es un problema científicamente abordado se hace patente por el hecho de que no se sabe qué criterios se han utilizado para determinar qué comportamiento es adicción y qué no lo es. Tampoco sabemos quién la ha definido. Por lo tanto, decidir qué es adicción y qué no lo es, puede atribuirse a diversos procesos sociales que tienen que ver con el poder y la negociación y convención social. En otras palabras, el problema de la adicción es más bien una construcción social, fruto de una negociación o red de acuerdos sociales, más que resultado de someter racionalmente la hipótesis de la adicción a una prueba empírica.

qué hábitos son normales y saludables, aunque esclavicen, causen perjuicios personales, sociales y laborales y qué otros hábitos son anormales. En otras palabras, el término adicción hace referencia

Sabemos que se divulga a través de diferentes medios; entre los más importantes destacamos los de comunicación de masas. Porque, a nivel científico, el tema de las adicciones no ha sido

Dado que la adicción no ha sufrido o se ha visto sometida al tratamiento científico racional siguiendo el método hipotético-deductivo, podemos entender la adicción fundamentalmente como un prejuicio que la concibe como una desviación social, siendo el control su finalidad última: “La atribución de la categoría de adicto a

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ADICCIONES EN GENERAL

muy estudiado. En otras palabras, en el medio academicista, la adicción no goza de buen pedigrí, siendo una de las grandes marginadas en los estudios y las investigaciones científicas. Con el tema de las adicciones, una de las paradojas más evidentes a nivel científico es la gran producción de artículos sin que haya habido tantos estudios referidos a su definición, su validez como constructo, es decir, sin que se haya aplicado el método científico. De hecho en una de las fuentes bibliográficas más importantes en psicología, Psycinfo, no aparece ningún artículo que hable, cuestione o plantee estudios relacionados con el concepto o la noción de adicción. No obstante, hay multitud de artículos sobre adicciones y tratamientos, fundamentalmente en referencia a sustancias.

relativismos psicologicistas propios de un proceso de medicalización que despoja al sujeto de su libertad y de sus determinismos biopsicosociales que lo posicionan en víctima (Rendueles, 2000). Así, cuando leemos que uno de los criterios fundamentales para etiquetar un comportamiento adictivo es que dicho comportamiento sea el centro de la existencia del adicto, esto es, que la vida de la persona adicta gire en torno a ese comportamiento, desde esta perspectiva podemos así englobar como comportamiento adictivo o adicción a la política, la economía por supuesto, la criminalidad –específicamente la de guante blanco-, los negocios, el trabajo, el consumismo. Todas estas actividades, además de ser prácticamente exclusivas en la vida de las gentes que las practican, se realizan de manera compulsiva, generando sufrimiento y dependencia. Son como impulsos irresistibles, irreprimibles, que permiten huir de dificultades existenciales y calmar o atemperar el sufrimiento.

Dado que la ciencia ha rehusado definir la adicción, ¿quién lo hace? Esta pregunta y este criterio es el sesgo fundamental de todo lo que concierne las adicciones. Desde el siglo de las luces, la ciencia se ha erigido como la garante de objetividad, de normatividad, de legitimidad en el terreno del conocimiento. La falta de cientificidad hace de un asunto algo opinable, vulgar, pero no crea un objeto de estudio legítimo. En este sentido, en el tema de las adicciones, estamos todavía al nivel de la opinión, del prejuicio, de la subjetividad. En el terreno de las adicciones estamos en lo que Ignacio Lewkowicz (1998) ha denominado “evidencia

El acto de comprar, en general, está fuera de la conciencia y la publicidad da fe de ello. El acto de comprar es tan inconsciente que la publicidad bucea por esos terrenos de la inconsciencia para promover que esa inconsciencia pase al acto o acting out3. La publicidad sabe que el acto de comprar está fuera del control voluntario de la persona. Si el criterio de adicción es que una actividad pase a ser el centro de la vida de la gente, las principales adicciones son el consumo y el trabajo. Así, el capitalismo ha hecho girar la vida de los individuos en torno al trabajo y al consumo, al punto de convertirnos en esclavos, que es exactamente el significado original de la palabra “addictus”: deudor en quiebra, que no pudiendo pagar su deuda, por un pronunciamiento legal, pasa a ser esclavo de su acreedor hasta pagarla, es decir, pierde temporalmente su libertad (Jauregui, 2011).

ideológica sin concepto riguroso”.

Apoyando con argumentos esta tesis de la falta de rigor en el concepto de adicción, llama la atención el carácter profundamente subjetivo de las nociones utilizadas para definir la adicción. Cuando leemos términos como “invadir”, “dependencia”, o frases como “impedir que viva”, “impulsos incontrolables” o “irreprimibles”, “atracción fatal”, “patrón de conducta persistente”, “fuera del control voluntario”, entre otros, ¿hablamos de conceptos científicos, es decir, estudiados, validados? ¿Dónde están los estudios que han validado científicamente el constructo de adicción? ¿Qué lenguaje es este? Estas definiciones parecen corresponder más a un ámbito literario, al terreno de la metáfora. Lo que deja claro que el discurso no se apoya sobre constructos científicos ya demostrados, sino sobre cuestiones que refieren más a una ideología posmoderna, cuyo fin último es despojar al ser humano de la responsabilidad de sus actos, su condición de sujeto, disolviendo la moral con su valores y la ética con sus virtudes en

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Término psicoanalítico que designa la puesta en escena de una acción, repetitiva, que sustituye a la simbolización de un deseo. Se trata de una acción defensiva a través de la cual el sujeto intenta dar salida al deseo, manifestándolo de forma simbólica pero al margen de lo consciente y sin dar una resolución efectiva (Laplanche et Pontalis, 1993). Parece, más que una acción, una reacción de carácter autodestructivo ante algo subjetivamente amenazante e inconsciente. El acting out hace referencia a acciones impulsivas que adoptan a menudo formas de auto o heteroagresión.

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ADICCIONES EN GENERAL

Contextualizar los fenómenos ayuda a su comprensión, además de darles un mayor rigor científico. En el caso de las adicciones, tenemos que precisar que se trata de un problema contemporáneo, es decir, actual, situando su origen en el siglo XIX. En este sentido, la adicción es una construcción moderna, un problema estrechamente emparentado con un estilo concreto de vida que supone una ruptura histórica y cultural con el mundo anterior (Ovejero, 2007). Dicha problemática sólo puede entenderse dentro del contexto de la modernidad tardía o postmodernidad, en donde hay una definitiva y clara ruptura con la tradición, la comunidad, lo social, lo político. En donde el tejido social es desmantelado, en donde lo público desaparece en aras de lo privado, en donde los vínculos de dependencia son mal vistos y se sobredimensionan la autonomía y la independencia.

cadenas, de todos sus códigos y costumbres, entrando así en un mundo fratricida, asocial y psicopático. Es la mutación de la intersubjetividad, dominan las experiencias sin contenido y sin contenedor, las experiencias como gratificación y nunca suficientes. La modernidad dibuja y crea un desorden caracterial cuya base es la imposibilidad de sentir (Sennet, 1980). El capitalismo moderno moviliza el narcisismo, haciendo de ello la enfermedad de nuestro tiempo (Lowen, 2000). Y dentro de este contexto se perfila el homo addictus. El vacío llena todo lo dejado atrás, un vacío llenado con las compulsiones consumistas, con adicciones variopintas, tanto socialmente admitidas como prohibidas. Pero para que este sistema funcione, tiene que haber o el sistema tiene que demonizar determinadas adicciones, imponiendo la sensación de un orden, de una moral, a través de adicciones socialmente bien vistas, toleradas, permitidas, adecuadas, saludables.

En este mundo licuado (Bauman, 2003), prácticamente todo hábito de comportamiento o patrón de conducta que se repita podría convertirse en adicción, pero no porque lo sea, sino porque aquello que debiera ser normal, la repetición, la tradición, la dependencia, ha sido censurado, prohibido, liquidado. Interesan individuos aislados, alienados, desligados, desvinculados, rotos, privados, cuyos hábitos converjan hacia dependencias o adicciones ideológicamente definidas por un capitalismo mercantil dibujado por una oligarquía tiránica que no dudará en emplear cualquier medio para conseguir su fin. Una sociedad enferma, adicta, cuya estructura narcisista ha hecho saltar en pedazos lo más básico para la convivencia: el contrato social. Se trata de una mutación histórica en donde lo individual es lo que queda tras la ruptura relacional, tras la escisión disociativa de la otredad. La vacuidad, el sufrimiento, la angustia que deja la ruptura vincular ha de llenarse de alguna manera. Se quiere todo ya, inmediatamente. Es el culto al deseo convertido en necesidad. Se tolera mal la frustración y se da prioridad a los impulsos. El yo queda disuelto, al igual que disueltos quedan todas las estructuras rígidas, sólidas, compactas. En este sentido, la voluntad representa un obstáculo al funcionamiento operacional de este nuevo individuo, por lo que ésta, debe eliminarse. La disolución es lo que caracteriza a esta modernidad tardía (Lypovetsky, 1993), donde todo es líquido, todo se borra. El individuo se libera de todas sus

En resumen, la sociedad ha fabricado todo un malestar cultural que necesita ser dopado, pero en un claro y único sentido: aquel designado por el “mercado”, que no es otra cosa que una oligarquía, un oligopolio. En este sentido, aquellas adicciones socialmente admitidas no serán estigmatizadas como tal porque entran dentro de lo políticamente correcto y contribuyen al equilibrio social, económico y político. Pero pobre de aquellas adicciones que vayan por una dirección diferente de la planteada, de adicciones que se encaminen hacia una emancipación, rechazando la sobrecarga de responsabilidades, de libertades, de moderación inmoderada, de vacuidad, de aburrimiento, de rutina, de sinsentido, de incertidumbre, de abandono, de alienación. Pobre de aquellas que no contribuyan al bienestar de la industria farmacéutica, de la industria alimentaria, de la banca, de la economía de ficción, de la bolsa, porque serán condenadas.

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ADICCIONES EN GENERAL

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