La aceptación (plena) la sentimos en el cuerpo

September 13, 2017 | Autor: Estela Falicov | Categoría: Psychotherapy and Counseling, Consultoria, Enfoque Centrado En La Persona
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Descripción

La aceptación (plena) la sentimos en el cuerpo Una distinción útil para counselors, terapeutas y otros profesionales de ayuda Estela Falicov Verónica Kenigstein No podemos cambiar, no podemos dejar de ser lo que somos, en tanto no nos aceptemos tal como somos. Una vez que nos aceptamos, el cambio parece llegar casi sin que se lo advierta. Carl Rogers, El proceso de convertirse en persona

Nos proponemos establecer algunas distinciones sobre la aceptación y la autoaceptación como estado integrado del yo-mismo, reconocer su manifestación en diversas dimensiones (personal, interpersonal y social), diferenciarla de otros estados relacionados, como la recepción, y también de conceptos socialmente considerados como sinónimos o equivalentes, en especial la tolerancia y la resignación. Otro subtítulo para este texto podría ser “Cómo gestionamos las diferencias”, porque la aceptación (así como sus opuestos, el rechazo y la negación) siempre se relaciona con la transacción que producimos entre dos condiciones o situaciones, una que creemos adecuada o “correcta” (“aceptable”) y otra que percibimos como diferente de la primera y que juzgamos en términos negativos. En este texto nos centraremos en la dimensión personal y la relación existente entre la aceptación y la autoaceptación. Presentaremos, asimismo, algunas claves para reflexionar sobre la aceptación en nuestro desempeño como profesionales de ayuda. Dar, recibir y aceptar La acción de aceptar está relacionada con la de recibir, comenzando por su etimología (latín: acceptare = recibir).

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Aquí proponemos, sin embargo, que entre ambas acciones existen diferencias significativas, distinciones útiles para quienes trabajan en desarrollo personal (incluido el propio) y, en particular, para los profesionales de ayuda. Como los humanos somos sistemas abiertos (von Bertalanffy, 1981), en constante interacción con nuestro ambiente, estamos dando y recibiendo a partir de nuestra gestación y desde allí en adelante durante toda la vida. El intercambio que representa el par “dar y recibir” incluye muy diversos contenidos: entre ellos, objetos (incluyendo los nutrientes), signos y símbolos (incluido el lenguaje en todas sus formas), afectos y emociones; también damos y recibimos ayuda. En términos muy amplios, los seres humanos producimos intercambio de energía en sus múltiples manifestaciones entre nosotros y con otros componentes orgánicos y no orgánicos del sistema en el que vivimos y del que formamos parte. El par de acciones “dar y recibir” actúa menos linealmente de lo que sería deseable en un mundo en equilibrio perfecto y duradero (e inexistente); muchas veces se producen cortocircuitos en el flujo y el proceso del intercambio. Nuestra vida cotidiana está llena de ejemplos de estas acciones que aparecen con solo prestar un poco de atención; en un ejemplo sencillo: nos dan, recibimos y aceptamos (casi siempre) regalos en nuestro cumpleaños. Nos dan y recibimos (y no siempre aceptamos) consejos, órdenes, indicaciones, mandatos. El hiato que se produce entre recibir y aceptar (o no hacerlo) ofrece una pista útil para establecer la distinción entre ambas acciones. La acción de recibir (de A) se origina en una acción del otro (B) y es relativamente pasiva para A. El hecho de que A acepte (o no) la acción de B se origina en el primero; la aceptación es una acción que puede asumir muchas formas: por ejemplo, ser deliberada, impulsiva, resultado de un proceso o una reacción momentánea. Nuestro lenguaje habitual lo expresa, por ejemplo, así: “Lo que dijiste (hiciste, propusiste) es inaceptable”. En algunas oportunidades las características (los límites) de la comunicación entre A y B dan lugar a la verbalización y en otras circunstancias la falta de aceptación queda en silencio; aunque B dio y A recibió no hubo 2

aceptación, pero nada se dicen los protagonistas sobre este hecho. Esto último suele suceder cuando la relación entre ambos es asimétrica o está regulada por normas protocolares, jerárquicas o muy formales. Un ejemplo en el terreno laboral: B da una orden a A, quien la recibe, y quizás la cumpla, pero no la acepta. Tales limitaciones en las relaciones y, en consecuencia, en la comunicación, suelen dar lugar a situaciones conflictivas no explicitadas que van acumulándose hasta “explotar”, muchas veces de manera violenta. La aceptación (o uno de sus opuestos, el rechazo) se produce en muchas dimensiones del acontecer humano: en el interior de cada persona, donde se ponen en juego aspectos contradictorios o conflictivos del yo-mismo (Segrera y otros, 2014), en las relaciones interpersonales y en la dinámica de los grupos o de las sociedades en su conjunto. La aceptación Existen muchas circunstancias en las que a los seres humanos nos resulta difícil la aceptación, considerada como un estado de equilibrio o paz interior con respecto a un tema. Las dificultades con la aceptación tienen como denominador común la diferencia o, mejor dicho, la percepción de la diferencia. Esta puede surgir entre lo que esperamos y lo que efectivamente sucede; entre lo que nos gustaría que fuera y lo que es, dentro de nosotros mismos o en una relación con otra persona; la percepción de diferencias que caracterizan a un grupo de individuos que hacen que a los de otro grupo les cueste aceptarlos o considerarlos en un pie de igualdad. Podemos plantear estos temas tomando como base diferentes dimensiones: en relación con nuestro yo-mismo, en relaciones interpersonales y con una mirada sociocultural en la que los integrantes de un grupo social comparten la aceptación o el rechazo por los integrantes de otro grupo, que son percibidos como inferiores. El rechazo de los otros (que pueden ser individuos, grupos, comunidades) en función de la religión, el grupo étnico, la nacionalidad, el grupo de edad, entre otros factores de discriminación, está en la base de la mayoría de las tragedias más dolorosas que atravesó y sigue atravesando la humanidad. La “solución final” del nazismo que culminó en el Holocausto, el 3

apartheid en Sudáfrica, la persecución de los gitanos, las “limpiezas étnicas”, los ataques racistas en Estados Unidos (que siguen sucediendo hoy en día), son algunos de los ejemplos de estas tragedias que aun estando indelebles en la memoria colectiva, carecen del poder suficiente para lograr una convivencia en la diversidad, en armonía y en paz. En la base de estas tragedias se encuentra la percepción de la diferencia construida socialmente a través de estereotipos generalizantes como justificación de la discriminación, el rechazo y la exclusión. La complejidad de esta dimensión en la cual se entretejen hechos y procesos históricos, sociales, culturales, políticos y económicos nos obliga a limitarnos, en estas reflexiones, a dejar sentado que los problemas con la aceptación (y su ausencia) juegan un papel central en la vida humana, en la relación entre grupos o comunidades, y también de países en todo el mundo. La autoaceptación Señor, concédenos serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que sí podemos, y sabiduría para discernir la diferencia. Reinhold Niebuhr, “Oración de la serenidad”

El surgimiento de las corrientes humanistas en psicología con autores como Abraham Maslow, Viktor Frankl, Carl Rogers (Martorell y Prieto, 2002) echó luz sobre un fenómeno que fue adquiriendo cada vez más relevancia en su relación con el desarrollo personal: la aceptación de sí mismo o autoaceptación. A diferencia de la autoestima, que establece una especie de escala evaluativa sobre nosotros mismos, considerando cuán valiosos nos sentimos con respecto a diferentes aspectos propios: intelectuales, físicos, emocionales, la autoaceptación alude a una afirmación más integrada de nuestro yo-mismo. Cuando nos aceptamos, lo hacemos considerando todas las facetas de nuestro ser, no solo las positivas o más “estimables”. Reconocemos de manera incondicional nuestras debilidades y limitaciones, y ello no interfiere en nuestra capacidad de autoaceptarnos plenamente. (Seltzer, 2008)

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La negación como obstáculo para la aceptación La negación, como mecanismo de defensa, nos impide reconocer la existencia de un hecho, de una característica personal, de la relevancia de un evento (Freud, 1925) y, en consecuencia, su aceptación. Parte importante del trabajo en psicoterapia implica reconocer aquello que, por distintas razones, cuesta identificar como aspectos y comportamientos propios. En la descripción clásica del proceso de elaboración de los duelos de Elisabeth Kübler-Ross (2003; 2010): la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación, la persona que va recorriendo estas etapas, que suelen presentarse con diferencias y características individuales, comienza negando la situación o el hecho traumático hasta alcanzar la aceptación, tal como lo anuncia Kübler-Ross en el título de su libro: La muerte: un nuevo amanecer. Desde su formulación inicial vinculada directamente con la muerte de una persona querida, este proceso de elaboración es aplicable a pérdidas y situaciones traumáticas de diferente naturaleza, como enfermedades graves propias o de alguien próximo, pérdidas materiales, exilios forzados, etcétera. Aunque no siempre directamente formulado en referencia a la muerte y al nuevo amanecer el proceso representa una analogía con la travesía difícil que muchos de nosotros recorremos en algún momento de nuestra vida. El espejo Cuando algo nos resulta inaceptable, nos mueve un intenso sentimiento de rechazo, significa que muestra algo propio que es coincidente en algún nivel con

eso

que

rechazamos.

Hay

una

máxima

ocultista

(la

ley

de

correspondencia) que dice: “Tal como es adentro es afuera, tal como es arriba es abajo”. Solamente podemos resonar con algo que existe internamente; en caso contrario, simplemente lo percibiremos (o no) y lo dejaremos pasar. Las situaciones que despiertan el rechazo, el conflicto o la diferencia suelen representar oportunidades de crecimiento y desarrollo de la conciencia. ¿Qué de eso que no podemos aceptar ofrece una puerta de entrada a otra dimensión de nuestro complejo ser? Quizás descubrimos algo propio que hasta

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ahora no habíamos registrado. Quizás en la relación con otros nos encontramos con partes inexploradas de nuestra manera de ser en el mundo. Es posible que la dimensión social se manifieste en la falta de aceptación, porque estamos inmersos, creemos, de manera “natural”, en un marco cultural con cierta estructura y/o rigidez que no desafía la naturalización y la “verdad” de ciertas creencias social y culturalmente aceptadas. Por ejemplo, en una época era inaceptable que las mujeres estudiáramos, leyéramos, escribiéramos, pensáramos. Desafiar esa creencia instalada en la sociedad posibilitó un inmenso desarrollo en muy diversos niveles. Hasta hace muy poco, aunque ya está cambiando, no se aceptaba que los animales tuvieran sentimientos y tomaran decisiones. ¿Y si no fuera así? Así sucede con cada una de las creencias. La tolerancia y la resignación, falsos sucedáneos de la aceptación La aceptación es un camino hacia la paz. Hay una gran diferencia con la resignación, situación en la cual tomamos algo como dado porque “no queda otro remedio”, pero internamente no terminamos de integrar aquello que viene y “debemos” tomar. La emoción que suele acompañar a la resignación es la tristeza, la abulia o la apatía. También existe una diferencia importante entre la aceptación y la tolerancia. Quien tolera, toma lo que se le presenta, pero sabe que no le gusta, que le produce malestar, hay algo que sigue rechazando. La emoción que suele acompañar a la tolerancia es la frustración o la rabia. Que es acumulativa. Hay algo conscientemente desagradable en aquello que toleramos, pero creemos que no se puede hacer nada para cambiar el estado de las cosas. La aceptación es la capacidad de estar internamente en paz con lo que es. Algunas cuestiones podemos transformarlas; el cambio está dentro de nuestro dominio. Aquello en lo que podemos ejercer el poder del cambio porque en algún punto depende de nosotros, tiene el potencial de llevarnos por un sendero hacia la paz de haber logrado aquello que nos era importante. Hay

otras

circunstancias

en

las

que

no

tenemos

poder

de

transformación, por varias razones:

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porque hay una fuerza mayor que la nuestra que está “a cargo”;



porque estamos intentando modificar a otro ser en su naturaleza o sus elecciones para que se adapte a las nuestras (no hay respeto real por el otro y puede entrar en juego la manipulación);



la situación nos muestra algo que en realidad necesitamos cambiar nosotros mismos y de lo cual todavía no tenemos consciencia (está en la sombra) y que nos cuesta ver.

Intra, inter y trans Estas interacciones pueden producirse dentro de cada persona, entre distintas personas y a nivel transpersonal. En cada una de estas dimensiones la aceptación presenta distintos grados de factibilidad o dificultad. En el caso de la persona consigo misma, puede haber distintas partes con necesidades y deseos que requieren acuerdo entre ellas. Muchas veces los seres humanos entramos en conflicto porque los diversos personajes que nos habitan requieren caminos diferentes y a veces aparentemente contradictorios (Mearns y Thorne, 2009). Entre distintos seres, suele ser más fácil ver la diferencia y puede ser más complejo aceptar la naturaleza del otro. Se hacen imprescindibles los acuerdos explícitos que tomen en cuenta (también en este nivel) las necesidades mutuas. A nivel transpersonal, el proceso puede producirse en la dimensión social (y aquí aparecen los choques interculturales, en su significado más amplio) o en una dimensión que trasciende a las personas como seres físicos, emocionales, mentales, e incluye un eje esencial, que permite la relación con fuerzas vitales superiores al ser humano, presentes, aunque no siempre conscientes. ¿Cómo afecta esto nuestro trabajo como profesionales de ayuda? Nuestra tarea es acompañar. Estar presentes al servicio de nuestro consultante y su evolución, su conocimiento de sí mismo, la búsqueda de la paz interior, la integración o “convivencia pacífica” entre sus diferentes aspectos y la expansión de su conciencia. Aceptar que el otro puede ser 7

distinto de lo que esperamos, de lo que nos gustaría, que puede tener necesidades y deseos diferentes a los propios, una perspectiva de la vida y de las decisiones que personalmente no elegiríamos, es una manifestación de respeto. Pensemos por un momento en lo que sucedería si recibiéramos para acompañar a una persona con cuyos valores no coincidimos. Tenemos varias opciones: •

pensar qué elegimos: si resignarnos, tolerar o podemos aceptar estas diferencias,



observar si hay posibilidades de acuerdo para respetar la naturaleza de ambas partes,



analizar si lo que este ser nos muestra (y moviliza) puede servirnos personalmente para evolucionar,



decidir conscientemente si podemos aceptarla o necesitamos hacer una derivación porque no estamos listos para acompañarla sin juicio e intento de cambiarla.

Conclusión La aceptación en su dimensión personal implica un intenso trabajo de conciencia. Aprender de las diferencias y a gestionarlas en nuestro interior, permitir que nos modifiquen y nos ayuden en nuestro proceso de autoconocimiento puede ser un paso importante hacia la autoaceptación y hacia ser personas más íntegras. La aceptación plena se siente en el cuerpo. Al aceptar transitamos una experiencia de relajación y de paz que nos indica que lo que sucede es, de verdad, lo mejor que podría ocurrir.

Referencias bibliográficas FREUD, Sigmund (1925) La negación, en http://www.philosophia.cl/biblioteca/freud/Freud1925 La negacion.pdf

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GARCY,

Pamela

D.

(2012),

“Relationship

Stress

Reduction”,

en

http://www.psychologytoday.com/blog/fearless-you/201212/relationshipstress-reduction KÜBLER-ROSS, Elisabeth (2003), La muerte: un amanecer, España. OcéanoLuciérnaga. ---- y David Kessler (2010), Sobre el duelo y el dolor, España, Ediciones Luciérnaga. MARTORELL, J. L. y J. L. Prieto (2002), Fundamentos de Psicología, Ed. C. A. Ramón. MEARNS, Dave y Brian Thorne (2009), Counseling centrado en la persona en acción, Buenos Aires, Gran Aldea Editores. ROGERS, Carl (1961) El proceso de convertirse en persona, Barcelona, España, Ediciones Paidós Ibérica. ---- (1986), El camino del ser, Buenos Aires, Argentina, Troquel S.A. ROSENBERG, Marshall (2006), Comunicación no violenta: un lenguaje de vida Buenos Aires, Gran Aldea Editores. SEGRERA, Alberto y otros (editores) (2014), Consultorías y psicoterapias centradas en la persona, Buenos Aires, Gran Aldea Editores. SELTZER, Leon F. (2008), “The Path to Unconditional Self-Acceptance”, en http://www.psychologytoday.com/blog/evolution-the-self/200809/thepath-unconditional-self-acceptance Von BERTALANFFY, Ludwig (1981), Teoría general de sistemas, Madrid, Fondo de Cultura Económica.

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