“La 1ª Batalla de las Malvinas (y II)”. Serga, 52 (2008), pp. 34-52.

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Descripción

“CRUZANDO EL PACÍFICO” (y II) LA ODISEA DE LA ESCUADRA ALEMANA DE EXTREMO ORIENTE EN LA GRAN GUERRA ROBERTO MUÑOZ BOLAÑOS El 3 de noviembre de 1914, la escuadra alemana entraba en Valparaíso. Estaba formada por el Scharnhorst, el Gneisenau y el Nümberg, mientras el Dresden y el Leipzig lo harían días después. Los tres mil alemanes residentes en dicha ciudad chilena -de los que varios centenares quisieron enrolarse (Pochhammer, 1931: 60-1)- festejaron de manera entusiasta a sus compatriotas de la Kriegsmarine, celebrándose una recepción donde el cónsul alemán en dicha ciudad propuso un brindis “Por la ruina de la Marina británica”, que no fue respondido por los marinos alemanes, que por boca de su jefe, el propio Von Spee respondieron con otro de muy distinto tipo: “Yo brindo por la memoria de un glorioso y honroso enemigo” (Bennett, 1962: 110). El almirante alemán tal vez recordó la gran amistad que, antes de la guerra, había tenido con Cradock, hecho muy común entre los marinos de ambas naciones. Churchill rendiría tributo al almirante alemán en sus memorias por esta frase, reconociendo su carácter caballeroso (Churchill, 1944: 237). Tras avituallar sus buques en dicha ciudad chilena, y sin esperar a que transcurriese las veinticuatro horas a que tenía derecho, Von Spee abandonó Valparaíso, dirigiéndose a la isla de Más Afuera, junto a la que ancló el 6 de noviembre, para carbonear del velero francés Valentine, abarrotado con carbón y recién apresado por el Leipzig, y del noruego Helicón (Pochhammer, 1931: 67). Tras realizar esta faena, la escuadra alemana se hizo a la mar el 15 de noviembre y arrumbaron al sur, para pasar al Atlántico. Tres días después se le incorporaron el Dresden y el Leipzig, procedentes de Valparaíso. En el golfo de Peñas, las unidades alemanas volvieron a carbonear, transbordándose, del Gneisenau al Scharnhorst, municiones de 210 mm. Allí llegaron otros vapores alemanes que, además de bastimentos, traían importantes noticias: “Una escuadra japonesa de cruceros acorazados descendía por el norte” (Pochhammer, 1931: 64). Más que japonesa, se trataba de una agrupación operativa aliada formada por el crucero de combate Australia, procedente de Fidji, el ligero ingles Newcastle (Características: 4.800 toneladas de desplazamiento, 25 nudos de velocidad y armado con dos cañones de 152 mm y diez de 102 mm), el acorazado japonés predreadnought Hizen (Ex ruso Retvizan. Características: 12.780 toneladas de desplazamiento; 18 nudos de velocidad; una protección máxima vertical de 229 mm, horizontal, de 76 mm, y de 229 mm en torres y barbetas; y un armamento de cuatro cañones de 305 mm y doce de 152 mm), y los cruceros acorazados de la misma nacionalidad Idzumu y Asama.(Características: 9.700 toneladas de desplazamiento, 21 nudos -20 en el Idzumu- de velocidad, y un armamento de cuatro cañones 203 mm y catorce de 152 mm). Es decir, un conjunto de buques que podría batir sin ninguna dificultad a la escuadra alemana. Von Spee ordenó zarpar el 26 de noviembre, con el objetivo de doblar el Cabo de Hornos, y caer sobre el trafico inglés de Río de la Plata: su gran objetivo. El 2 de diciembre, el Leipzig apresó al velero inglés, el Drummuir, que llevaba cerca de tres mil toneladas de carbón. Poco después, la escuadra alemana fondeaba en el canal de Beagle, donde permanecería del 3 al 6 de diciembre, mientras tomaban combustible. Von Spee celebró algunas conferencias con los comandantes de sus buques de guerra, y, según el relato de Pochhammer, fue el comandante del Gneisenau, el capitán de navío Maerker, quien preparó el bombardeo de Port Stanley, en las Malvinas, que Von Spee había decidido, sabiendo que carecía de baterías de costa y pensando que al destruir los depósitos de carbón y víveres de aquella base naval británica, así como la gran estación radiotelegráfica, la situación mejoraría para su escuadra en el Atlántico Sur, además de que sería un hecho de resonancia mundial (Pochhammer, 1931: 71).

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La idea era buena, pero Von Spee tenía que haberla rechazado porque el momento de ponerla en práctica había pasado ya. La batalla de Coronel, aquel humillante revés para la Royal Navy, databa de hacía un mes y medio, y era de prever que el Almirantazgo británico ya hubiera tomado medidas en el Atlántico Sur, suponiendo que la escuadra alemana, desaparecida tras su salida de Valparaíso (Chile), intentaría depredar el importantísimo tráfico inglés del Río de la Plata, como indica Pochhammer (Pochhammer, 1931: 71). Por otra parte, los alemanes sabían que los cruceros de combate de la serie lndefatigable, construidos precisamente para ser utilizados en el océano Indico y el mar de la China meridional, no estaban allí, y que la Escuadra de Alta Mar -la Hochsee Flotte- había sido y seguía siendo absolutamente pasiva desde que comenzó el conflicto, máxime tras el combate de Heligoland, y la negativa del Kaiser a empeñar sus buques (Churchill, 1944: 173). Entonces, ¿por qué el Almirantazgo no iba a trasladar alguno de sus poderosos cruceros de batalla al Atlántico Sur para acabar con los buques alemanes? Además, el gasto de municiones de los buques germanos en Coronel había sido considerable -637 proyectiles el Scharnhorst, 442 el Gneisenau y 407 el Leipzig-, de modo que a bordo de los cruceros acorazados sólo quedaban ahora 445 granadas de 210 mm por buque, y si, como era de suponer, había unidades enemigas en las Malvinas y se tenía que librar un nuevo combate, los cruceros germanos quedarían con sus pañoles de municiones prácticamente vacíos. ¿Y cómo intentar así el regreso a Alemania, o siquiera la guerra al tráfico? Porque el almirante germano ya había recibido instrucciones de “abrirse camino hacia la patria, con todos sus buques”, para lo cual el Estado Mayor General había previsto “salidas enérgicas de la Escuadra de Alta Mar” (Pochhammer, 1931: 70); tomado medidas a fin de que dichas unidades pudieran hacer carbón para llegar a las Canarias, o al menos a Cabo Verde, y dispuesto la salida de un vapor con municiones para el Scharnhorst. Por todo ello, no hay duda que el ataque a las Malvinas fue sin duda, el gran error de Von Spee (De La Sierra, 1986: 71). Mientras los alemanes tomaban la decisión que acabamos de comentar, en Londres, el almirante Fisher, secundado en todo por Winston Churchill, había enviado, el 4 de noviembre, el siguiente mensaje al almirante Jellicoe: “Ordene Invincible e Inflexible que carboneen inmediatamente al completo y salgan con toda urgencia a Berehaven. Se necesitan urgentemente para un servicio en el exterior. El almirante y capitán del Invencible deben pasar al New Zealand; el capitán del New Zealand al Invincible. Se ha dado la orden al Tiger de incorporarse a usted con toda urgencia; déle usted las órdenes necesarias” (Churchill, 1944: 234). Dos días después, es decir, el 6 de noviembre, entraba el Tiger (28.500 toneladas estándar, 28 nudos, ocho piezas de 343 mm.) en Scapa Flow. Además, el Princess Royal sería enviado a Jamaica, vía Halifax, por si la escuadra de Von Spee decidía cruzar el canal de Panamá y entrar en Nueva York, mientras que el Invincible y el Inflexible, al mando del vicealmirante Sturdee, se trasladarían lo antes posible a las Malvinas. En los astilleros del arsenal de Devonport (Plymouth), ambos cruceros de batalla tendrían que someterse a un rápido recorrido de servicios antes de iniciar su largo viaje al Atlántico Sur. El 9 de noviembre, el almirante de dicho arsenal informó al Almirantazgo que la fecha más temprana posible para dejar listos a dichos buques de línea sería la medianoche del 13 de noviembre. Y entonces se produjo uno de esos hechos que hacen, a veces ininteligible la Historia. Ante esta noticia, Churchill exclamo: “¿Le meto mano?”, mientras que Fisher dijo: “¡Viernes y trece! ¡Vaya un día para salir!”, y aquel comentario llevó al Primer Lord del Almirantazgo a ordenar al almirante de Devonport que los cruceros saliesen a la mar el miércoles día 11, si hacía falta, con los operarios del arsenal a bordo (Churchill, 1944: 237). Esta diferencia de tan sólo cuarenta y ocho horas en el momento de zarpar iba a significar el fin de los buques de Von Spee. Pero Fisher y Churchill decidieron que aunque los cruceros de batalla eran suficientes para aniquilar a la escuadra alemana en el Atlántico Sur había que evitar por todos los medios que los buques de Von Spee pudiesen escapar cambiando de rumbo. En Suva (Fidji), por si los alemanes intentaban depredar las derrotas marítimas de Australia y Nueva Zelanda, había quedado basada una 2

escuadra japonesa compuesta por el acorazado Kurama (Características: 14.600 toneladas de desplazamiento, 20,5 nudos de velocidad, y armado con cuatro cañones de 305 mm y ocho de 203 mm), dos cruceros de combate y dos ligeros, además de un crucero acorazado francés y del ligero británico, Encounter. Otra agrupación operativa nipona se situó en las Carolinas. En Montevideo se encontraba el acorazado Albion, de la misma clase que el Canopus, los cruceros acorazados Defence y Minotaur y cuatro cruceros ligeros, todos ellos ingleses, a los que pronto se incorporarían el Invincible y el Inflexible. Junto a las islas de Cabo Verde montaba guardia el acorazado predreadnought Vengance, de igual clase que el Canopus, los cruceros acorazados Black Prince (Características: 13.500 toneladas de desplazamiento, 23 nudos de velocidad y armados con seis cañones de 234 mm y diez de 152mm) y Warrior (Características: 13.500 toneladas de desplazamiento, 23 nudos de velocidad y armados con seis cañones de 234 mm y cuatro de 190 mm) y tres cruceros ligeros. En Jamaica, se situaron dos cruceros ligeros ingleses y uno francés, a los que se uniría el de batalla Princess Royal, como ya sabemos. A Ciudad del Cabo había llegado el Minotaur, y a Port Stanley, el Canopus (Churchill, 1944: 235). Es decir, para tratar de aniquilar a las cinco unidades de Von Spee, y sin contar los citados buques de guerra japoneses y franceses ni los numerosos cruceros auxiliares británicos que vigilaban por doquier, el Almirantazgo había movilizado treinta unidades de la Royal Navy, veintiuna de las cuales estaban acorazadas (De La Sierra, 1986: 72-73). El 26 de noviembre, el Invincible y el Inflexible carbonearon en el archipiélago de los Abrolhos, próximo a las costas del Brasil, donde se incorporaron a la agrupación de Sturdee seis cruceros, dos de ellos acorazados, procedentes de Montevideo -aunque el Defence pronto marcharía a El Cabo-. Los dos cruceros de batalla no habían utilizado la radio desde que dejaron Gran Bretaña y no lo hicieron hasta que llegaron a Port Stanley, donde la escuadra británica dio fondo en la mañana del 7 de diciembre e inmediatamente inició la faena del carboneo. El vicealmirante Sturdee, que creía a la agrupación de Von Spee aún estaba en las proximidades de Valparaíso, proyectaba hacerse a la mar dos días después -el 9-, para doblar el cabo de Hornos con el fin de buscarla en el Pacífico Sur. Sin embargo, la escuadra alemana se aproximaba a las Malvinas donde recalaron a las tres de la madrugada del 8 de diciembre. Es decir, ambas agrupaciones habían coincidido en dichas islas con una diferencia de poco más de doce horas. Y sería ahí, donde terminaría la odisea de la escuadra de Von Spee. A las 05:00 horas del 8 de diciembre, el Gneisenau y el Nürnberg abandonaron la formación germana, y arrumbaron al norte para llevar a la práctica el proyectado bombardeo de Port Stanley. Al llegar por el sur, las colinas de la isla Soledad impedían ver a los buques alemanes el interior del citado puerto hasta llegar cerca de la bocana. Así que los marinos alemanes, cuyas dos unidades ya habían sido descubiertas por los ingleses, al principio sólo pudieron percibir la gran humareda que desprendían las chimeneas las unidades de Sturdee y al Canopus, al levantar precipitadamente presión en calderas. El acorazado inglés, que tenía averiadas las máquinas, desde hacía varios días se hallaba fondeado, por orden del Almirantazgo, en las aguas de poco brazaje del puerto interior, para defender la estación radiotelegráfica con sus baterías de 305 mm., puesto que no había cañones de costa como ya sabemos. A las 8:00 horas, los marinos alemanes descubrieron por fin a los buques ingleses, y su reacción fue, inicialmente, de gran frialdad: “Primero creímos ver dos buques, cuatro más tarde, y seis finalmente, y así se lo comunicamos por radio al almirante Von Spee. El enemigo parecía ser inferior a nosotros, lo mismo en potencia que en velocidad, y, en el caso de que nos persiguiese, era de esperar que pudiéramos romper el contacto con él antes de la noche” (Pochhammer, 1931: 72). No obstante, los marinos de Von Spee se disponían a llevar a la práctica el previsto bombardeo, cuando llegó la primera salva de 305 mm disparada por el invisible Canopus, y poco después la orden de Von Spee de suspender la operación y de incorporársele. ¿Pudo la escuadra alemana haber aprovechado la ocasión para inutilizar en sus fondeaderos al Inflexible y al Invincible? De haber 3

conocido su presencia en Port Stanley, y como medida desesperada, es probable que Von Spee hubiera tratado de hacerlo (De La Sierra, 1986: 74). Pero lo único que sabía en ese momento es que en el puerto británico es que en el puerto figuraba algún lento acorazado inglés y de la que sin duda creyó poder librarse fácilmente a base de velocidad. Por eso, el Gneisenau y el Nürnberg arrumbaron inmediatamente hacia el este y una hora después se incorporaban a la escuadra, que había puesto la proa al sudeste, es decir, hacia los barcos de aprovisionamiento que se le enviaban -Baden, Santa Isabel y Seydlitz-, mientras levantaba presión de calderas y se preparaba para un posible combate (Pochhammer, 1931: 75). Mientras tanto, en Port Stanley, la actividad era ya más que febril, ya que se hacía preciso terminar el carboneo de los buques británicos que había comenzado a las 07:50 horas del día 8, cuando la estación de señales de Sapper Hill comunicó que “dos buques sospechosos se aproximaban por el sur” (Churchill, 1944: 238), el Invincible, el Inflexible y el Bristol se hallaban aún en plena faena. Esto explica porque la agrupación de Sturdee no pudiese hacerse a la mar hasta poco después de las diez de la mañana. Cuando fueron visualizados desde los buques alemanes, los marinos del Reich no tardaron en percatarse de que su situación era irreversible: “Dos buques se destacaron de los restantes perseguidores y parecían mucho más rápidos, potentes y grandes que los otros. Todos nuestros prismáticos estaban fijos en sus cascos, medio envueltos en humo -prosigue el segundo comandante del Gneisenau-, a fin de tratar de distinguir cualquier detalle que sirviera para identificarlos. ¿Serían japoneses? La única posibilidad verosímil era que se tratase de cruceros de combate británicos, y esta suposición era amarga, muy amarga; porque significaba que íbamos a tener que combatir a vida o muerte, acaso tan sólo para encontrar un final honroso” (Pochhammer, 1931: 73). Y así era, dada la diferencia de fuerzas existente. Los cruceros de batalla ingleses eran más veloces, estaban mejor blindados y tenían una artillería muy superior y de mayor alcance que el Scharnhorst y el Gneisenau (Véase Cuadro I). Además, con el despejado día, de verano, prácticamente por delante y unas condiciones de mar y visibilidad ideales para el combate, la flota alemana estaba condenada de manera irreversible. Sturdee ordenó al Bristol y al crucero auxiliar Macedonia que diesen caza a los tres barcos mercantes alemanes, ya citados, señalados por la estación de Point Pleasant -situada al sur de la isla Soledad-, mientras él, con las restantes unidades, arrumbó hacia el Glasgow, que seguía a prudencial distancia a la escuadra de Von Spee. El combate de las Malvinas se inició hasta las 12:55 horas, cuando Sturdee pudo, por fin, ordenar una velocidad de 25 nudos y la distancia entre el Leipzig, en cola de la formación alemana, y los cruceros de batalla británicos era de 16.000 metros, comenzando entonces el cañoneo británico. No obstante, Sturdee ordenó acortar distancias, de tal forma que los grandes proyectiles de 305 mm. comenzaron a ahorquillar al Scharnhorst y del Gneisenau. La situación se hizo pronto insostenible para los buques alemanes, y a las 13:20 horas, Von Spee dio a sus tres cruceros ligeros la orden de desperdigarse y escapar hacia el sur, aunque para ello tuviese que sacrificar al Scharnhorst y al Gneisenau (Pochhammer, 1931: 73). Desde el puente de los cruceros-acorazados alemanes se pudo ver alejarse al Leipzig, Dresden y Nürnberg, para que pudieran continuar la guerra al tráfico británico. Pero, los británicos no estaban dispuestos a perder esta presa. Así que el Glasgow -26 nudos- y los cruceros acorazados Kent y Cornwall -con una velocidad teórica de 23,5 nudos, pero que en esta ocasión lograrían rebasar los 24- se lanzaron inmediatamente en su persecución, de acuerdo con lo que previamente les había ordenado Sturdee (Bassett, 2006: 38). El Scharnhorst y el Gneisenau, por su parte, arrumbaron ahora hacia el norte y cuando la distancia era de 15.400 metros, el buque insignia alemán comenzó a disparar, con sus piezas de 210 mm, y a la tercera salva alcanzó al lnvincible. Sturdee con los dos cruceros de batalla –en el Inflexible arbolaba su insignia- y el Carnarvon, cayó a babor y adoptó un rumbo sensiblemente paralelo al de Von Spee. En estas condiciones, se inició un duelo artillero que duró tres cuartos de hora y que iba a resultar favorable a los alemanes, pues el almirante germano que era mejor táctico que Sturdee, cayó con estudiada lentitud hacia su enemigo, logrando que el alcance fuera disminuyendo paulatinamente hasta los 11.000 metros, lo que permitió a sus buques utilizar también las piezas de 4

150 mm. y alcanzar repetidamente al Invincible. Aceptar un combate en estas circunstancias, siendo superior en velocidad y alcance artillero que su enemigo fue un grave error del almirante británico, aunque no tuviese consecuencias irreversibles para sus buques –los proyectiles alemanes estaban en su límite de alcance con lo que llegaban sin la suficiente energía cinética para penetrar la coraza de los navíos británicos-, aunque la cubierta exterior del Invincible quedó hecha muy perforada -este buque recibiría un total de veintidós impactos directos, mientras que las granadas caídas en las proximidades ametrallaron profusamente su obra muerta- y el Inflexible recibió dos impactos directos (De La Sierra, 1986: 78; Mille, 1982: 270; Bennett, 1962: 148). Los buques alemanes también fueron alcanzados. El Gneisenau recibió dos impactos de 305 mm: uno sobre la casamata de 210 mm. de popa, a estribor, cuyos cascotes atravesaron la cubierta protectora y llegaron hasta las carboneras, matando a un fogonero e hiriendo a varios hombres; el otro abrió un agujero en el costado de babor, a la altura de la cubierta principal, sin importantes consecuencias. Un cascote procedente de una granada que estalló cerca, en él agua, perforó el casco de dicho buque y llegó hasta un pañol de municiones de pequeño calibre, que tuvo que ser preventivamente inundado. Por su parte, el Scharnhorst recibió otros dos proyectiles, que, al parecer, tampoco le afectaron seriamente. Por tanto, los británicos habían logrado cuatro blancos en tres cuartos de hora de combate (Pochhammer, 1931: 74). Con razón escribió Mille que “el tiro inglés no fue muy brillante” (Mille, 1982: 270) Sturdee por fin se dio cuenta que el combate no trascurría por los derroteros que él quería, y a las 14:00 horas ordenó arrumbar al norte para romper temporalmente el contacto. Von Spee aprovechó el respiro que le concedía el enemigo, para poner la proa en dirección sudeste, con la vana esperanza de que la visibilidad empeorase por aquella parte del horizonte y le permitiera escabullirse. Pero el vicealmirante británico pronto le siguió a toda máquina, y a las 14:50 horas, desde 17.000 metros de distancia, las unidades británicas volvieron a disparar sobre los cruceros acorazados alemanes. Cuando el alcance, inexorablemente en disminución, llegó a los 15.000 metros, el almirante germano cayó a. babor y arrumbó al sudeste, para que pudieran entrar en fuego las piezas de 210 mm. de proa y de la banda de babor de sus buques, siendo imitado por Sturdee, que esta vez no permitió que la distancia disminuyera más. Era el final de los buques alemanes: “Comprendimos que la batalla de aniquilamiento comenzaba, que las travesías en pos de la guerra al comercio habían dado fin, y que el Sol lucía para nosotros por última vez; nadie se descorazonó por ello, no obstante”, escribió un testigo presencial, el capitán de Fragata Hans Pochhammer (Pochhammer, 1931: 75). Y así fue, porque los marinos alemanes combatieron en las Malvinas, hasta el mismo dramático final, que todos sabían inevitable, con un coraje que causó la admiración de sus adversarios, como veremos. Pero la suerte estaba echada, y los impactos en los cruceros acorazados alemanes comenzaron a sucederse con efectos devastadores, como nos explica un testigo de excepción, el capitán de fragata Hans Pochhammer, a bordo del Gneisenau: “El cuadro era idéntico en todas las casamatas; hombres con la cara y los brazos ennegrecidos por el humo de la pólvora, cumpliendo calmosamente las órdenes que recibían, en un ambiente cada vez más enrarecido por el humo; tronaban las piezas, reculando y entrando nuevamente en batería, y en el intervalo entre dos disparos se escuchaban las voces animadoras de los oficiales; la voz rítmica, tranquila de los sirvientes de las transmisiones, y el sonido agudo de los timbres que daban la orden de fuego. Cadáveres imposibles de reconocer tumbados en cualquier parte, y, en algunos se les había podido cubrir con una bandera, y, en los mamparos, grandes manchas de sangre o pedazos de cerebro incrustados. Nadie ponía atención a tan triste cuadro; la batalla estaba en su apogeo, los nervios excitados y los blancos eran cada vez más frecuentes. A causa de la gran distancia a que estábamos combatiendo, los proyectiles enemigos caían con grandes ángulos y penetraban en las cubiertas menos protegidas, en vez de herir en la parte de la coraza vertical; por ello, penetraban fácilmente en el buque, yendo a producir grandes daños en los compartimientos inferiores. A decir 5

verdad, el jefe de las casamatas de 15 centímetros y sus bravos artilleros no estaban menos expuestos que sus compañeros de arriba, devolvían al enemigo tiro por tiro. La estación radiotelegráfica, que estaba en cubierta, fue destruida, y un suboficial perdió la cabeza, que le fue arrancada por un proyectil; otro de éstos penetró en el puesto de socorro de popa, librando a los heridos de todos sus sufrimientos; el primer médico y el Pastor de la escuadra murieron allí, en el acto” (Pochhammer, 1931: 76). Estas circunstancias dantesca no impidieron a la tripulación de este buque alemán comportarse con un heroísmo que fue dignificado por los británicos, a través de su jefe, el vicealmirante Sturdee: “Lucharon de un modo magnífico, con una disciplina que debió de haber sido soberbia…” (Bennett, 1962: 151) El otro crucero acorazado, el Scharnhorst, debió recibir también un castigo durísimo, sin embargo carecemos de un relato de lo ocurrido en el mismo, porque no hubo un solo superviviente entre no habría de salvarse ni un solo hombre para poder contarlo, sabemos que este buque sufrió también un castigo terrible. Hacia las 15:15 horas, cuando Sturdee invirtió el rumbo para librar a su buque insignia de la gran humareda que producía el matalote de proa, es decir, el Invincible, Von Spee hizo lo propio, y al cruzarse ambos cruceros acorazados germanos, los del Gneisenau observaron que el buque insignia germano navegaba ya muy hundido en el agua, tenía una pronunciada escora a babor y presentaba grandes agujeros a proa y a popa. Sus cuatro chimeneas y los dos mástiles habían desaparecido, y los incendios devastándole, “pero la insignia del almirante seguía flotando orgullosamente en el palo de proa, lo mismo que en el de popa y en el pico ondeaban las banderas nacionales” (Pochhammer, 1931: 76). Von Spee “debió presentir que el fin de su buque estaba cercano, y de la misma manera que primero sacrificara los cruceros acorazados para salvar los ligeros, ahora pretendía combatir con el buque insignia para salvar al Gneisenau. Con su tenaz voluntad de sacar el máximo partido de los medios combatiendo encarnizadamente mientras fuese capaz de mantenerse a flote, permitiendo que escapásemos nosotros, metio a estribor, yendo hacia el enemigo, sin duda con la intención de lanzarle sus torpedos, decisión tan bella como arrogante” (Pochhammer, 1931: 76). A las 1604, el Scharnhorst, con la cubierta del castillo casi a la altura de la mar y grandes incendios que devastaban al buque de proa a popa, hizo su último disparo, con la torre Antón, cuando ya no estaba ni a dos metros por encima del agua (Pochhammer, 1931: 76) Luego las hélices, aún en movimiento, comenzaron a emerger, mientras el navío se acostaba sobre la banda de babor y se hundía de proa. Con un ángulo de inclinación muy pronunciado, siete minutos después, el maltrecho buque se sumergió de proa y desapareció en el abismo, en los 52º 30' sur y 56º 50' oeste, dejando en la superficie del mar a un puñado de náufragos que, aún en pleno combate, nadie pudo recoger y que perecieron en su totalidad. Desde el Gneisenau, “todos los testigos sintieron una angustiosa sensación de soledad, algo semejante a lo que se experimenta cuando se pierde al mejor enemigo” (Pochhammer, 1931: 76). Con este buque se marcho el vicealmirante Von Spee, un marino al que no olvidaron en su Patria. Así, en 1917, fue botado un poderoso crucero de batalla de 31.000 toneladas, con su nombre, que nunca llegaría a entrar en servicio. Durante el acto, el príncipe Enrique de Prusia, dijo: “El conde de Spee condujo su escuadra a la victoria en la lucha por la libertad de los mares; cayó en la brecha con sus barcos y sus dotaciones, combatiendo por el porvenir de Alemania” (Pochhammer, 1931: 91). Y en el periodo de entreguerras, la marina de la República de Weimar habría de dar su nombre a un “acorazado de bolsillo” que había de convertirse en uno de los buques más famosos de la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, el hundimiento de Scharnhorst, dejó con el mando a flote al capitán de Navío Maerker, comandante del Gneisenau, quien, viéndose pérdido, ordenó entonces acortar distancias y tratar de causarle los máximos daños antes de que se produjera su hundimiento (Pochhammer, 1931: 77). Pero, cuando el navío alemán obedecía las órdenes de su comandante, se produjo un hecho trágico para los marinos de esta nacionalidad: el crucero acorazado Carnarvon, más lento que los de batalla, se unió con sus piezas de 190 mm., al cañoneo de sus compañeros de escuadra contra el ya 6

solitario buque de la Kriegsmarine, “como si no tuviésemos bastante con los otros dos” (Pochhammer, 1931: 77). El final del buque alemán era entonces inminente, como escribe Pochhammer: “La capacidad de resistencia de nuestro crucero disminuía lentamente, como pude comprobar yo mismo durante una ronda por los compartimentos inferiores que pasé en aquellos momentos; los muertos y restos de todas clases se acumulaban por doquier; un agua heladora penetraba por las escotillas y los agujeros abiertos por los proyectiles; se intentaba disparar siempre, allí donde algún cañón se hallaba aún en estado de poder hacerlo; se llamó a las reservas para cubrir las bajas, y donde los ascensores estaban inutilizados, las municiones se servían a mano” (Pochhammer, 1931: 77). Por su parte, otro testigo presencial, en este caso británico, Spencer-Cooper narra que “A las 1615, el Invincible rompió el fuego sobre el Gneisenau, que cambió de blanco y, a las 1625, logró centrar a dicho crucero de combate. Durante el cuarto de hora siguiente, nuestro buque fue alcanzado tres veces, pero el alemán sufrió un castigo terrible. Los proyectiles se habían llevado repetidamente su bandera, pero una y otra vez habían vuelto a izar otra. La mortandad y destrucción causada por nuestros tres buques en el Gneisenau era impresionante, y resultaba asombroso lo que aguantaba. Sin embargo, hasta las 1715 no mostró el maltrecho buque signos de estar herido de muerte. Pero seguía disparando, y todavía consiguió un blanco efectivo –el último que disparó- en este período” (Spencer-Cooper, 1919: 96). A las 1725, el Gneisenau lanzó un torpedo que se perdió, y poco después dejo de disparar. La bandera alemana seguía ondeando en el buque alemán, aunque más de la mitad de su valerosa dotación había muerto. Los británicos cesaron entonces de disparar, pensando que el crucero acorazado se rendía. Pero entonces, la torre de proa del Gneisenau hizo un último disparo con uno de sus dos cañones, y aquel proyectil se incrustó en el costado del Invincible, por debajo de la flotación (Pochhammer, 1931: 77). Esto provocó que los británicos volvieran a reanudar el fuego. Ante esta situación, y poco antes de las 18:00 horas, el capitán de navío Maerker ordenó hundir y abandonar el buque; órdenes que se cumplimentaron disciplinadamente. En cubierta se entonó el “Deutschland, Deutschland Uber Alles” (Pochhammer, 1931: 78), y se corearon con todo entusiasmo los patrióticos gritos dados por el comandante: “Tres vivas por el Emperador y por el ” (Pochhammer, 1931: 78). Los ingleses detuvieron nuevamente el fuego. El Gneisenau comenzó a escorar a estribor, despacio, y hacia las 18:00 horas, siempre con la bandera al viento, dio la voltereta y quedó con la quilla al cielo, para terminar por hundirse, casi verticalmente, de popa, en los 52º 42' sur y 56º 50' oeste. Se llevaba a su comandante, el capitán de Navío Maerker que no quiso abandonar su querido buque, y más de la mitad de su tripulación, que había caído durante el combate. Unos cuatrocientos de sus hombres quedaron sobre las frías aguas -10 centígrado de temperatura-, de manera que fueron muchos los que sucumbieron debido a síncopes cardíacos, y los ingleses, que arriaron sus botes, sólo pudieron salvar a 187 náufragos -entre los que se encontraban 17 oficiales y 31 suboficiales-, pues todavía algunos marinos alemanes fallecieron después de ser recogidos, tal vez porque los buques británicos no arriaron con suficiente rapidez sus botes (Yates, 1995: 212). Si el final de los cruceros acorazados alemanes era irreversible, el de los ligeros, a pesar del intento de Von Spee, también iba a ser trágico. El Nürnberg y el Leipzig, que inicialmente arrumbaron al sudeste, fueron perseguidos por los cruceros acorazados Kent y Cornwall, a los cuales se incorporó poco después el Glasgow. Eran unidades mejor blindadas, más veloces y mucho mejor armadas que los pequeños cruceros ligeros alemanes (Véase Cuadro I), a los que sólo la llegada de la noche o la mala visibilidad hubieran podido salvar del hundimiento. Pero eso no ocurrió. Hacia las 18:00 horas, el Glasgow abrió fuego sobre el Leipzig, que quince minutos más tarde recibía un impacto de 152 mm que echó abajo el mastelero del palo mayor. El buque germano se defendió valerosamente, pero fue perdiendo velocidad, y una hora después también disparaba contra él el Cornwall. Tras una lucha desesperada, en la que el crucero alemán consiguió alcanzar al Glasgow con dos proyectiles y al Cornwall con dieciocho –demostrando, como en los casos 7

anteriores, la brillantez de los artilleros alemanes, a la que ya hizo referencia Pochhammer en la batalla de Coronel-, hacia las 19:00 horas, ya sin municiones, el comandante del Leipzig, que ardía de proa a popa, ordenó hundir y abandonar el buque. Como no había arriado bandera, los ingleses siguieron disparando contra él, de manera que, entre los muertos en combate y los ahogados en las glaciales aguas, pereció prácticamente toda la dotación del Leipzig, buque que terminó por dar la voltereta y hundirse a las ocho de la noche. Con él se fueron su comandante y unos 280 hombres, ya que los británicos sólo pudieron recoger a 18 náufragos -entre los que figuraban cuatro oficiales y dos suboficiales-. El Leipzig yace para siempre en los 53º 55' sur y 55º 12' oeste (De La Sierra, 1986: 84). Por su parte, el Kent consiguió situarse a distancia balística del Nürnberg, poco después de las 17:00 horas, abriendo el fuego. Entonces el crucero germano, viéndose perdido, viró en redondo hacia su muy superior enemigo, sobre el que comenzó a disparar tan pronto pudo. En este desigual combate, librado a unos cinco mil metros de distancia, el Kent recibió treinta y ocho impactos de 105 mm. de calibre, pero, exceptuando el que le produjo un peligroso incendio de municiones en una de las casamatas, aquellos impactos sólo causaron, como era de esperar, menores averías, cuatro muertos y doce heridos al crucero acorazado británico, que, por su parte, destrozó a su adversario. El Nürnberg se hundió hacia las 19:30 horas, en los 53º 30' sur y 55º 00' oeste. SpencerCooper explica que “mientras el crucero se hundía, un puñado de alemanes se congregaron en la toldilla, donde permanecieron agitando de un lado para otro la bandera de su patria hasta hundirse con el buque” (Spencer-Cooper, 1919: 100) Con el Nürnberg se fueron 290 valerosos marinos alemanes, ya que sólo diez de sus hombres pudieron ser rescatados con vida, pereciendo todos los oficiales. La causa de este desastre hay que buscarla en el hecho de que la mayoría de los botes del Kent habían quedado deshechos por las granadas alemanas. No corrió la misma suerte el Dresden, a quien la impericia del capitán de Navío Luce, comandante del Glasgow, permitió escapar. De los tres transportes que acompañaban a la escuadra de Von Spee, el Bristol y el Macedonia capturaron, ordenaron evacuar y seguidamente hundieron a cañonazos al Baden y al Santa Isabel, cuyos tripulantes fueron recogidos. Sólo logró escapar el Seydlitz, que fue “capturado algún tiempo después, en Argentina” (Pochhammer, 1931: 81). En total, en la batalla naval de las Ma1vinas, la Kriegsmarine perdió dos cruceros acorazados del modelo pre-dreadnought y otros tantos cruceros ligeros, y 1.985 marinos de todas las graduaciones –entre ellos el propio vicealmirante Von Spee, y sus dos hijos, el teniente de navío Otto Von Spee, destinado en el Gneisenau, y su hermano menor, el alférez de Navío Heinrich Von Spee, en el Nürnberg-, sobreviviendo solamente 187 tripulantes. Por su parte, los ingleses sólo sufrieron dos muertos y siete heridos, pero el lnvincible tuvo que permanecer, casi dos meses en Gibraltar, para entrar en dique, y no se reincorporaría a la Grand Fleet hasta fines de febrero de 1915. Sin embargo, a pesar de que la victoria había sido completa, en el Almirantazgo británico se consideraba que la huída del Dresden era una demostración de la escasa capacidad táctica de Sturdee, que a pesar de su enorme superioridad, había sido incapaz de acabar con todos los buques alemanes. De hecho, se le ordenó que persiguiese al citado navío sin descanso. Persecución que se iba a prolongar durante tres meses, provocando una auténtica ruptura entre Sturdee y Fisher cuya relación nunca había sido buena. Un ejemplo de lo que decimos es el siguiente telegrama del vencedor de las Malvinas al Almirantazgo: “Considero impropio que se me exija, en tres telegramas separados, que aporte razones que justifiquen mis acciones subsiguientes”; a lo que Fisher contestó: “El último párrafo de vuestra transmisión resulta improcedente, por lo que esa clase de observaciones no debe repetirse” (Bassett, 2006: 40). Al final, se ordenó a Sturdee que regresase a Gran Bretaña, quedando Stoddart al frente de las fuerzas que debían destruir al escurridizo crucero alemán. Pero, ¿por qué era tan difícil cazar a un buque inferior en velocidad, 8

armamento y protección a los navíos británicos -Kent, Glasgow, Bristol y el crucero auxiliar Orama- que le perseguían? Porque tenía como oficial de Inteligencia a un marino que ya forma parte de la Historia: el entonces subteniente Wilhem Canaris, futuro jefe del Servicio Secreto de Hitler. Fue este brillante oficial el que engañó durante tres meses a los británicos, pero no pudo evitar su hundimiento el 14 de marzo de 1915, en las islas de Juan Fernández, a manos del Kent, el Glasgow y el Orama, que no dudaron en romper el fuego, aunque el buque alemán se encontraba en aguas territoriales chilenas. Tras un breve combate, su comandante, capitán de Navío Lüdecke, tras una inútil y breve resistencia, ordenó abrir los grifos de fondo, volar los condensadores, izar bandera blanca y abandonar el buque en los botes. Las bajas sufridas por el Dresden fueron: 7 muertos, 15 heridos graves, 14 leves y un desaparecido (Bassett, 2006: 38-48). Con el desaparecía el sexto y último crucero de la Flota Alemana de Extremo Oriente que había sido capaz de atravesar todo el océano Pacífico, burlando a la todopoderosa Royal Navy. Pero, ¿cuáles fueron las consecuencias de la destrucción de esta escuadra? Desde un punto de vista material, la pérdida de seis cruceros no muy potentes no afectó a la capacidad combativa de la poderosa Kriegmarine, ni tampoco aumento la superioridad que la Royal Navy tenía sobre ella. Pero si supuso que los océanos quedaron libres de buques de guerra alemanes, desapareciendo así la posibilidad de que se dislocase el tráfico comercial británico, la peor posibilidad para una nación que si bien, dada su superioridad naval, no podía ser invadida, si podía ser rendida por hambre si se impedía que las tan necesarias provisiones que llegaban por el mar, alcanzasen sus puertos. Este era el objetivo que perseguía Von Spee, que siempre consideró que el regreso a Alemania era imposible, pero si que podía dañar este tráfico. Objetivo que le había movido a realizar su increíble hazaña, y que no pudo cumplir al ser destruidos sus buques en la batalla de las Malvinas. Y así lo entendió Churchill cuando escribió refiriéndose a este combate: “La consecuencias del mismo fueron de mucho alcance y afectaban simultáneamente a nuestra posición en todas las partes del globo. La tensión había remitido en todas partes y todas nuestras acciones, de guerra y de comercio, continuaron sin perturbación alguna en todos los mares del globo. En menos de veinticuatro horas se cursaron órdenes a una gran cantidad de barcos ingleses para que regresaran a la metrópoli. Por primera vez nos vimos en posesión de un margen inmenso de barcos de ciertas clases, de marinos instruidos y de suministros navales de todas clases, y estábamos en situación de emplearlos en condiciones ventajosas. El público, totalmente satisfecho con el carácter de aniquilamiento de aquellas victorias, estaba en absoluto inconsciente de la importancia de éstas en el conjunto de la situación naval” (Churchill, 1944: 240). Por último, y para terminar este artículo, no podemos dejar de mencionar un hecho de suma importancia y que pocas veces se da en el campo de batalla: la caballerosidad y el reconocimiento mutuo que existió entre los contendientes, plasmado en las misivas que se cruzaron el capitán de Fragata Hans Pochhammer, el oficial de mayor graduación alemán superviviente, y el vicealmirante Sturdee. Así, Pochhammer escribió a su contraparte británico: “Laméntamos, como ustedes, el actual desarrollo de la guerra, puesto que durante el tiempo de paz hemos tenido el gusto de conocer en persona a la Marina inglesa y sus oficiales” (Bennett, 1962:155); siendo contestado por Sturdee con las siguientes frases: “Sentimos una viva admiración por las excelencia de los cañones de sus navíos Por desgracia, nuestros dos países están en guerra; los oficiales de una y otra armada que poseen amigos en la Marina enemiga están obligados a cumplir con su deber, tal como su almirante, su capitán y sus oficiales hicieron hasta el fin con gran honor” (Bennett, 1962: 150). Esta caballerosa relación entre ambas marinas existió durante las dos guerras mundiales, salvo contadas y desgraciadas excepciones por ambos bandos. BIBLIOGRAFÍA BASSETT, R.: El enigma del almirante Canaris, Barcelona: Crítica, 2006. BENNETT, G.: Coronel and the Falklands, London: Batsford, 1962 9

CHURCHILL, W.: La crisis mundial (1911-1918), Barcelona: José Janés, 1944 DE LA SIERRA, L.: El mar en la Gran Guerra, Barcelona: Madrid: Juventud, 1986. DE LA SIERRA, L.: Corsarios alemanes en la Gran Guerra, Barcelona: Juventud, 1985 DIXON, T. B.: The Enemy Fought Splendidly. Being the 1914-1915 diary of the Battle of the Falklands & its aftermath, Dorset: Blandford Press, 1983. HOUGH, R.: The Pursuit of Admiral von Spee, London: George Allen and Unwin, Ltd, 1969 MILLE, M.: Historia naval de la Gran Guerra, Madrid: Editorial Naval, 1982 POCHHAMMER, H.: De Tsing Tao a las Falkland, Barcelona: Iberia, 1931 SPENCER-COOPER, H.: The Battle of the Falkland Islands. Before and After, London: Cassell and Company, 1919. YATES, K.: Graf Spee's Raiders. Challenge to the Royal Navy 1914-1915, Annapolis: Naval Institute Press, 1995.

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