Kusch y un “Pensar América” seducido por la barbarie

July 15, 2017 | Autor: Silvina Corbetta | Categoría: Kush, Pensamiento latinoamericano, Pensamiento decolonial, Rodolfo Kusch
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Descripción

Kusch y un “Pensar América” seducido por la barbarie Silvina Corbetta (UBA)1

Presentación La antinomia sarmientina de civilización y barbarie pervive insoslayablemente en la obra kuscheana, pero como una realidad de forma (en lo aparente de ser europeos) y como una realidad de fondo (en lo real hecho de tierra e indio). En esa dirección es posible plantear algunos interrogantes capaces de orientar la exploración de su pluma cargada de pensamiento intuitivo (“una libertad que no estamos dispuestos a asumir”)2 y de denodada gravidez telúrica, que de una u otra manera sus seguidores y sus detractores reproducen para dar cuenta de su legado. Desde mi perspectiva son por lo menos tres preguntas que no pueden dejar de abordarse en sus escritos tempranos ¿De qué se compone lo autóctono en Rodolfo Kusch? ¿De qué modo se re-significa “la antinomia” sarmientina de “civilización y barbarie”? ¿Cuál es su “conclusión herética”?

Pero, previo a dar respuestas a los mencionados interrogantes sobre Kusch (1922-1979) y su obra, es necesario situarlo, contextualizarlo. Incluso, mencionar algunas de las anécdotas que sobre él se cuentean, entre ellas el hecho de que Ezequiel Martínez Estrada (18951964) no sólo era un referente literario para nuestro autor. El profesor Armando Aguirre en Los Malditos (Galasso, 2005:312) relata que Kusch, de estudiante, se ganaba el sustento como traductor de alemán y complementaba sus estudios con las obras que traducía. Martínez Estrada era uno de sus clientes. Aguirre también menciona la conjetura de que Kusch fue alumno de Ricardo Rojas (1882-1957), ello explicaría el estímulo que mantendrá a lo largo de su biografía respecto a “lo americano” como categoría central.

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El presente artículo de mi autoría fue publicado en Graciela Ferrás (Editora) (2014). Civilización y Barbarie: textos,

cuerpos y miradas de la "otredad" desde el horizonte hispanoamericano. Córdoba: Báez Ediciones. 2

La expresión remite a su obra posterior; América Profunda donde sostiene: “El pensamiento como pura intuición implica aquí, en Sudamérica, una libertad que no estamos dispuestos a asumir” (Kusch: 1999, 20)

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Sin embargo, no hay que dejar de subrayar que el pensamiento de Kusch nace en un contexto donde la noción de barbarie comenzaba a recuperarse positivamente y cuyas bases, desde el ensayo literario de la época, habían sido lideradas por Ezequiel Martínez Estrada (Roig, 1993). A Kusch, sin lugar a dudas no sólo le quedó resonando aquella idea de Martínez Estrada de que irremediablemente la barbarie “vuelve a nosotros la realidad profunda” y hay “que aceptarla con valor, para que deje de perturbarnos” (Martínez Estrada, 2011:412) sino que se dedicó a reenvindicarla hasta su máxima expresión. La recuperación de la obra de Martínez Estrada excede obviamente la figura de Kusch. Junto a él un grupo de escritores a los que se denomina denuncialistas; entre ellos Murena, Viñas, Sebreli, Mafud y producciones colectivas como las revistas Centro, Contorno y Ciudad, inician una relectura de Martínez Estrada orientada a dar cuenta del rol de los intelectuales. (Liliana Weinberg, en, Martínez Estrada, 2011: 21)3. Así, la barbarie en Kusch adquiere una fuerza contundente y positiva en un contexto político global, y local donde las viejas formas que se arrastraban del liberalismo oligárquico abrían paso hacia “otras” nuevas de corte popular. En este escenario la dicotomía civilización y barbarie, que no se pierde, más bien se resignifica, termina valorizando la barbarie como un estigma positivo y desde un proyecto político que tiene como escenario el peronismo. De hecho, la obra que aquí se analizará se escribe apenas dos años antes del Golpe de Estado contra el gobierno de Perón (1955). Incluido a menudo dentro de la corriente de la “Filosofía de la Liberación” (aunque no perteneció explícitamente al grupo), Kusch se convirtió indiscutiblemente en un pensador maldito4. Controvertido para algunos y eje de admiración para otros, nos ha dejado una 3

Para ampliar este tema se puede ver Nora Avaro y Amalia Capdevilla, Denuncialistas: literatura y polémica en los años 50 (una antología crítica), Buenos Aires, Santiago Arcos, 2004. 4 Según cuenta el ya citado Profesor Armando Aguirre fue Arturo Jauretche el que le dijo a Kusch “Usted es un escritor maldito”, pasando a ubicarlo dentro del grupo de personalidades del campo nacional y popular que eran rechazados y marginados por la elite académica europeizada y europeirezante de aquellos días. Se puede ver Armando Aguirre, Consultado el 30 de Julio de 2012, http://choloar.tripod.com/grk170704.htm . También puede consultarse la nota de Pagina / 12 publicada en ocasión del lanzamiento del libro “Los Malditos” Coordinado por el Profesor Norberto Galasso, y en la que Armando Aguirre fue colaborador. Galasso utilizó la palabra “maldito” y la llevó a titular la obra, definiendo así a todos aquellos, entre los que se cuenta a Kusch: “Un maldito es aquel que se atreve a impugnar el discurso dominante, y por eso es silenciado, marginado y descalificado”. Consultado el 30 de Julio de 2012, http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-942-2005-11-06.html

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prosa situada donde el pensamiento americano es eje de sus desvelos. Hugo Biagini sostiene que Kusch “puede ser estimado como uno de los principales inspiradores locales de la fracción nacional populista” (Biagini, 1989: 310). En este sentido según la literatura, Kusch había sido influenciado fuertemente por las ideas de Johann Gottfried Herder acerca de lo nacional y popular. Entre los intelectuales que desempolvaron su obra se halla Arturo Roig, uno de los más duros críticos de Kusch, al que incluso lo califica de pro nazi (por su lectura de Herder, Heidegger y Keyserling5). Carlos Cullen, un colega perteneciente al grupo de la Filosofía de la Liberación, que mantuvo y mantiene vigente su pensamiento, y que lo define como “uno de los americanistas más lúcido de este siglo” (Cullen, 2007: 76) o Walter Mignolo que lo rescata (quizá con algunos reparos por la polémica que recoge Roig6) por su envergadura en el hecho de pensar América “desde las ruinas de las categorías amerindias”. Mignolo argumenta que Kusch, fundamentalmente desde su América profunda (1962/63) constituye no solo un aporte para la “reconfiguración de la indianidad” en lo que respecta a trabajos de intelectuales amerindios y criollos, sino que es “una contribución para la construcción de un nuevo paisaje epistemológico que incorpora categorías amerindias que hasta el momento han sido ignoradas o tomadas como objeto de estudio y no como ´energía´ para pensar” (Mignolo, 2004: 223).

En este escrito me propongo realizar una recorrida por unos de los trazos más tempranos del pensamiento de Rodolfo Kusch, La seducción de la barbarie: análisis herético de un continente mestizo, publicada por primera vez en 1953. Para ello me planteo tres objetivos específicos que se desprenden de las preguntas anteriormente enunciadas: identificar el significado y el contenido de lo autóctono en el marco de la “ambivalencia mestiza”; analizar el modo en que la antinomia “civilización y barbarie” se re-significan en Kusch; y

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La influencia del Conde de Keiserling (1880-1946) sobre Kusch es en reiteradas oportunidades mencionada por Roig y prueba condenatoria para ese mismo autor de la ideología kusheana. 6 Walter Mignolo (2003) relata la opinión crítica de Arturo Roig sobre Rodolfo Kusch en su libro Historia locales/diseños globales: colonialidad , conocimiento subalternos y pensamiento fronterizo. Allí Mignolo sostiene que está convencido que la lectura que Roig hace de la obra kushena “si no completamente incorrecta, se basa en malos entendidos”. Roig fundamenta su durísima crítica hacia Kusch alegando una reducción de “la identidad (latino)americana a una metafísica de la “tierra”, a la inercia de la flora, que de acuerdo con Roig, Kusch equipara a la pasividad de los femenino complementada con la celebración del campesino analfabeto, percibido como la raíz y la fuente de la autenticidad de América (latina)”. Así, Roig asume que Kusch descubrió un modo particular “de leer a Heidegger al´américaine sin abandonar el marco que conduce a una ideología fascista” (Mignolo, 2003: 222-223).

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finalmente, analizar la tensión ciencia y literatura como formas de conocimiento (o de por qué “el problema de lo americano pertenece al ensayo literario”). En lo que sigue me iré deteniendo en cada uno de estos puntos.

I. De qué está hecho lo autóctono en Kusch ¿Por qué “en el reverso de nuestra vida ciudadana hay una verdad más intensa que esta urdimbre racional que traemos de afuera”? o ¿Por qué “la tela racional e inteligente de la ciudad se perturba a cada instante? (Kusch, 2007: 19). El significado de lo autóctono en Kusch, está contenido en cada uno de sus fraseos, donde explícita o implícitamente el autor va pincelando aquello que asume como lo que nos es propio. Al igual que una moneda, nuestra América para Kusch, custodia dos caras. Detrás de la imagen de la “tela racional e inteligente” aguarda un tejido caótico, infinito de contenido, lleno de naturaleza y abismos desde donde sólo es certeza el “aquí y el ahora”. Esta última imagen acecha a la otra incesantemente, la asalta, la desestabiliza; es la cara oculta y reprimida que aflora con fuerza telúrica. La figura de lo telúrico, con su energía o fuerza gravitatoria es otra de las formas con que Kusch da cuenta de lo autóctono. Porque la América kuscheana se presenta siempre dividida, escindida entre dos verdades; una ficticia encarnada en la ciudad y otra real encarnada en la “naturaleza demoníaca”. Verdad de forma, una, verdad de fondo, otra. Para Kusch es irremediable que la segunda “deforme” a la primera por el simple hecho de que está en su esencia gravitatoria hacerlo. Aquí está aquello de la energía telúrica que nos sitúa una y otra vez, pese a que la verdad de forma tiende a confundirnos. Si eso es cierto, la salida de América estaría en la verdad de fondo. En esa verdad de fondo aguarda “la realidad profunda” de la que hablaba Martínez Estrada, probablemente fuerza inspiradora del título de aquella otra obra, la más conocida de Kusch; la “América profunda” (1962).

Pero también es cierto, que en la obra que aquí analizamos, Kusch alega que entre la verdad de ficción que “percibimos” y la verdad real que “apenas alcanzamos a vivir” nos debatimos cobardemente sin poder optar por ninguna. Pese a ubicar lo autóctono en una de 4

las dos verdades, somos presa de la tensión que ambas nos emanan ¿o somos presas de la indecisión? ¿De qué modo denominar entonces esa “indecisión” que caracteriza lo americano? Con la figura de la ambivalencia. He aquí, como resuelve nuestro autor la forma de representar la experiencia de América. Así, el mestizaje no es otra cosa que “la incapacidad de optar por ninguna” de las verdades. Es decir, ni por la aparente o ficticia verdad de ser europeos, ni por la verdad real hecha de tierra e indio. Pero, lo real parecería ser definido por la energía gravitatoria que nos tracciona hacia el fondo telúrico y lo que no resolvemos por cobardes, lo resuelve finalmente el telurismo. Lo autóctono como valor aparece así encubierto por la cultura occidental, pero lo primigenio se conserva pese a todo.

Así el mestizaje es el medio o la solución tranquilizadora a la incapacidad de decidirnos. Preferimos el mestizaje como ¿una resolución? (cobarde) frente a la antinomia entre la ciudad y el abismo. La solución no es fácil según Kusch y es preciso para lograrlo, entrar “en el inconsciente de nuestra psicología social”. En la narrativa de Kusch hay un recupero de lo que Martínez Estrada postula en Radiografía de la pampa; donde la solución pasaría por aceptar la realidad que nos toca vivir. De este modo, habría que asumir lo reprimido de modo de lograr “una especie de sanación psicoanalítica”. Desde la literatura consultada se señala a un Kusch que lleva esta idea hasta sus últimas consecuencias (Lavella, 2011, 403). Arturo Roig, marca en este sentido una diferencia que es eje del último punto, pero que resulta interesante de introducir en este momento, y es la idea de que en Sarmiento había una posibilidad de que América en algún momento se civilizara. Es decir “en Sarmiento había una visión histórica –según Roig- y la ´barbarie´ no dejaba de ser entendida como una etapa” (Roig, 1993: 291). En el caso de Kusch, esto no sucede. La barbarie kuscheana no forma parte de una etapa, sino más bien de una dialéctica en que aparecemos atrapados irremediablemente y de la que seremos presas en todo nuestro transitar, es la inexorabilidad de nuestro existir. Pese a que desde América en determinados momentos nos acercaremos más a una de las verdades (civilización, ciudad, consciente, razón, acción) que a otra (barbarie, tierra, inconsciente, sin razón, inacción) no significa ello que sea etapa superada, es más bien una característica americana: “Hay un divorcio entre lo que queremos ser colectivamente o individualmente y lo que en realidad somos. Esto último, que se llamó inconsciente social, inacción o sin 5

razón7, es intuido aquí como un contrapeso que recarga la libre evolución de nuestra realidad. Encarna una realidad muy honda, que hace que sus contrarios –la conciencia, la acción y la razón-, todo aquello que creemos estar elaborando, manifiesten sus estructuras ficticias al menor análisis” (Kusch, 2007: 22). Según la literatura, la Seducción de la barbarie presentará el problema de América, desde los marcos conceptuales del “intuicionismo ontológico” (Lavella 2011:403) o del “intuicionismo determinista” (CEAL, 1968:1035). En tanto “continente mestizo” entonces, América supone una realidad “irremediablemente escindida entre la verdad de fondo de su naturaleza demoníaca” (el sentido vegetal de la vida, la que se funde con el paisaje, el caos, la inacción, lo irracional, el desorden) “y la verdad de ficción de sus ciudades” (la vida ciudadana, el orden, la racionalidad, la ciencia, la acción, la conciencia). Esta ambivalencia recorre el drama americano y, a su vez, esta ambivalencia lo constituye. Esto lleva al individuo americano de Kusch, a “dosificar su creencia en lo dado” en “creer y no creer”, “hacer y no hacer simultáneamente”. La ambivalencia como estado de ánimo del hombre americano es parte de su psicología social. De este modo, en cualquier momento la verdad reprimida puede retrotraernos a esa contracara que en Kusch, es de honda raíz telúrica. Es decir, se “presiente” como dice el autor, que la América mestiza “ha de tomar caminos imprevistos”. Este drama que se traduce en muchos autores como una “antinomia” que nos acompaña a lo largo de la historia, lejos está de ser una etapa a superar, sino más bien una antinomia que nos caracteriza. Pero, ¿es una antinomia, o es una ambivalencia? ¿O más bien, son ambas entremezcladas y confundidas?

Lo autóctono y la ambivalencia del hombre americano: el paisaje como razón

Pero, ¿dónde reside la razón de esta ambivalencia? La razón para Kusch está en el paisaje, “yace en el paisaje”. Pero ¿Por qué en el paisaje? O mejor ¿Cuál es el rol del paisaje en el ensayo nacional? En primer lugar, es importante señalar que el paisaje, sea como “pampa” 7

Las itálicas que aparecen en el entrecomillado son del autor.

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sea “como desierto” o como naturaleza en general, es un tema muy presente en el ensayo nacional; un género si lo hay, muy poblado de categorías situadas, geográficas. En Restos pampeanos, Horacio González (1999:7-8) señala el caso particular de la relación entre pensamiento y paisaje, “entre la mirada y la naturaleza, entre la conciencia poética y el espacio”. A los innumerables eventos donde la naturaleza lejos de ser “desierto” se la muestra excitada, extasiada y excesiva (Corbetta y Ferrás, 2009) se le “adhiere” el hombre que la transita y que “se siente asaltado de temores e incertidumbres fantásticas, de sueños que le preocupan despierto” (González, 1999: 8). De ahí que el paisaje, en el Facundo se presenta como “horizonte incierto, vaporoso, indefinido”, “confunde”, “fascina” y “sume en la contemplación y la duda” “al habitante de la República Argentina” (Sarmiento, 2005: 73-74). Obsérvese complementariamente el siguiente extracto: El desierto la rodea [a la Argentina] por todas partes, y se le insinúa en las entrañas la soledad, el despoblado sin una habitación humana son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincia. Allí, la inmensidad por todas partes: inmensas llanuras, inmensos bosques, inmensos ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra, entre celajes y vapores tenues, que no dejan en la lejana perspectiva, señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo. Al sur y al norte, acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre el ganado que pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones.[…] si no es la proximidad de un salvaje lo que inquieta al hombre de campo, es el temor al tigre que lo acecha, de una víbora que puede pisar. (Sarmiento, 2005: 52) Nadie dudaría que a través de esta descripción paisajística está operando otra intención, lo que se persigue, claro está, es la propuesta de un proyecto de país “otro”. O acaso, ¿no hay una imagen más paradójica que la de llamar desierto a un ecosistema poblado de indios, gauchos y mestizos habitando entre mezclados con el ganado salvaje y la vegetación autóctona, en grandes extensiones libradas a la fuerza de una naturaleza que se expande sin control? 8. Horacio González asume que el paisaje o “la pampa” aparece “como sueño de

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Para profundizar en el sentido de las paradojas en Sarmiento desde la noción de desierto se puede ver Silvina Corbetta y Graciela Ferrás “Naturaleza ´excesiva´ y Desierto ´habitado´. Civilización y Barbarie en la construcción del Estado Nacional argentino”, en IX CONGRESO NACIONAL DE CIENCIA POLÍTICA. "Centros y periferias: equilibrios y asimetrías en las relaciones de poder". Ciudad de Santa Fe, 19 al 22 de agosto de 2009. Organizan SAAP, Universidad Nacional del Litoral y Universidad Católica de Santa Fé. Organizan SAAP, Universidad Nacional del Litoral y Universidad Católica de Santa Fe. CD-ROM ISBN 978-987-21316-3-0.

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palabras o como requisito visual para pensar la historia” -y le agregaría- o como necesidad de pensar otra verdad, la de rasgos más civilizados.

Sin embargo, las figuras del paisaje seducen, atraen, cautivan. Y de esta seducción que se le atribuye al paisaje, incluso, es víctima Sarmiento, cuando de modo poético describe la exuberancia salvaje de nuestras pampas en el Facundo, y se pregunta por lo que ha de ver el hombre de la República Argentina y las impresiones que le ha de dejar “el simple acto de clavar los ojos en el horizonte”. Ver inmensidad y “no ver nada”. Sobre el grado de fascinación de lo indefinido en el habitante argentino, lo que lo confunde y “lo sume en la contemplación y la duda”, son preguntas que Sarmiento se hace, y exclama entre temeridades e incertidumbres fantásticas: “He aquí ya la poesía” (Sarmiento 2005: 73-74). Para completar esa seducción que el propio paisaje imprime al Sarmiento del Facundo se puede extraer lo que sigue inmediatamente a la idea señalada: De aquí resulta que el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza. ¿Ni cómo ha de dejar de serlo, cuando en medio de una tarde serena y apacible, una nube torva y negra se levanta sin saber de dónde, se extiende sobre el cielo, mientras se cruzan dos palabras, y, de repente el estampido del trueno anuncia la tormenta que deja frío al viajero, y reteniendo el aliento, por temor de atraerse un rayo de dos mil que caen en torno suyo? La oscuridad se sucede después a la luz: la muerte está en todas partes; un poder terrible, incontrastable, le ha hecho, en un momento, reconcentrarse en sí mismo, y sentir su nada en medio de aquella naturaleza irritada; sentir a Dios, por decirlo de una vez, en la aterrante magnificencia de sus obras, ¿Qué más colores para la paleta de la fantasía? (Sarmiento, 2005: 73-74) El paisaje que evoca la paleta de colores de Sarmiento se entronca en el sentimiento de ser americano. O como lo expresa Kusch, “el sentimiento del ser propiamente americano” falta sólo en el terreno de la inteligencia, pero no en el de la vivencia. Así para nuestro autor, el americanismo es “de por sí una vivencia geográfica, física circunstancial que no alcanzó a expresarse” (Kusch, 2007:98). Se expresa en cambio en una modalidad que es ficción. Pero como hay conciencia de ficción, de que esto en realidad no somos, “se genera la sospecha de que algo tenemos que ver con el pasado aborigen”. Para él, la búsqueda de una tradición de lo americano no es “la de una prolongación de la historia, ni de la raza” sino la de una prolongación de “nuestra vivencia actual en el sentido de la geografía, del

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paisaje” y aun siendo “simplemente sentir”, es la acción de sentir que perpetúa la situación de estar habitando una América milenaria. Retomando la primera pregunta de por qué el paisaje es la razón sobre la que “yace” la ambivalencia, Kusch postula que en el paisaje hay “una perpetuación del vegetal en la psicología social americana”. Esta perpetuación que es abisal, profunda y de fuerte sentido telúrico es perturbadora para “el individuo de la ficción ciudadana” porque “agranda lo americano en el sentido telúrico” y lo vuelve “ambivalente y mentalmente mestizo” haciéndolo partícipe de dos realidades simultáneas, dos realidades de las que no se puede deshacer, porque son parte de él, son dos “verdades rotundas” que sólo pueden superarse “vía emocional o sea ambivalente”: “El sentido vegetal de la vida viene de la época precolombia, traspasa al caudillo – en donde adopta la forma de barbarie9-, continua en los próceres y concluye en esta Buenos Aires y esta América de la mitad de siglo, amenazando transformar nuestra ficción europea en una realidad cruelmente autóctona” (Kusch, 2007: 22) El americano busca en el paisaje las raíces que le faltan, su existir oscilantes entre el destino vegetal y la ficción de superar ese destino mediante la ciudad lo lleva “a obrar por partes y si opta por ambas -sostiene Kusch- lo hace por adosamiento, por mestizaje”. Sin embargo, habrá que subrayar la idea de que el mestizaje en nuestro autor, no se origina con la conquista. O lo que es mejor, no proviene únicamente de la conciliación españolindígena, sino más bien surge de una conciliación de opuestos que era previa a la llegada del invasor. Lo cual demuestra que al mestizaje es concebido por Kusch como algo que le es propio al continente. Es decir, existió siempre. En este sentido, el mestizaje sería nuestra americana característica o la ambivalencia que nos origina. Primero, porque surge a instancia del demonismo de la tierra que se expresaba en la selva y en el espacio, en pugna con la “ficción” de la comunidad humana. Luego, porque se perpetúa en una lucha a instancia del paisaje en contra de la ficción de la ciudad. Este será por fin, el segundo mestizaje; el surgido a instancia de la conquista.

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La itálica es del autor

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Pero recorramos el primer mestizaje para comprender mejor la idea de Kusch. El primer mestizaje, es el del demonismo de la tierra expresado en la comunidad de la selva y en el espacio, en pugna con la “aparente” comunidad humana ¿por qué aparente? porque hasta aquí, el hombre lleva todas las de perder frente al predominio de la vegetalidad, los ríos torrentosos, la inmensa pampa. El hombre es una subalternidad frente a tanta inmensidad y apenas, si participa en su seno. La escisión (a menudo caracterizada como trágica) es “un recurso de la vida”, dice nuestro autor. Un recurso destinado a “conciliar desniveles, un medio apresurado de alcanzar la integridad”. Kusch representa este primer mestizaje con la figura maya de la “serpiente emplumada”, que más que un símbolo, constituye para él “un momento de la vida americana” o de la ambivalencia originaria. Si esto es así, el mestizaje constituye una verdad que viene desde atrás, es de larga data y nos engendra como americanos. Hasta aquí lo autóctono se compone entonces, de una ambivalencia o mestizaje originario que no implica humanidad o forma carnal humana en el sentido que lo será en el segundo mestizaje. Y en todo caso, esa primera ambivalencia será luego, la que se reencausará (o perfeccionará) para perpetuarse como un atributo de lo autóctono en una segunda instancia o segundo mestizaje (a partir de la conquista). Lo cual habla de una existencia oscilante del continente que lo atraviesa a lo largo de la historia.

Detengámonos ahora en el segundo mestizaje. Para Kusch, es en este momento que el mestizaje toma “su verdad carnal”, limitándose al hombre. En el anterior, en cambio se movía en la dimensión vegetal, pese a que ya se observaban diferencias entre la comunidad de la selva y la comunidad humana: A causa de Europa la oposición se perfecciona y toda forma de vida se bifurca entre lo estable y lo inestable, entre lo que es y lo que no es, que mantienen lejanamente en oposición los extremos en que ya latiera el continente en la época precolombina. Esto facilitó la aparición del mestizo e hizo que este creara naciones. La diversidad entre el mundo europeo y América alimenta al mestizo espiritual y carnal. Lo europeo se convierte en luz frente a las tinieblas del continente. Pero como alguna forma de conciliación debe existir, ella adopta la forma carnal del mestizaje que mantiene un puente entre el indio y el blanco (Kusch, 2007: 43)

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Kusch va continuar diciendo que en medio del escenario invasor, el indio se convierte en paria y se reconcilia con el suelo autóctono que antes despreció en el Popol-Vuh10. “Sumido en la tierra, en sus labrantíos, en su choza retorna al paisaje, retomando el hilo de su suelo autóctono” (Kusch, 2007: 44). El refugio del indio es el suelo, es la tierra, pero lo es, en resentimiento contra la ciudad, de la que quedó desplazado y expulsado por el invasor. Producto del desplazamiento que el indio sufre, se da en esta instancia la creación (¿o el crecimiento?) de lo autóctono. Kusch va a alegar que el inconsciente social crecerá “en dimensión de la tierra, del indio”, La precaria situación económica, social y política carga a lo autóctono en detrimento y en ritmo opuesto a la ciudad. El rancherío, la cultura primitiva del huasipungo11 fijan definitivamente, por la absorción de la tierra, el mundo autóctono en dimensión telúrica. Se afianza hacia abajo, perdiendo hacia arriba todo contacto con la idea (Kusch, 2007:45). El contacto con el invasor lo subalterniza al lugar de la tierra, al rancho, al pobrerío donde se es más parecido al vegetal porque desde él se proviene, que a “lo carnal” de los conquistadores. Es en este momento, o en esta segunda instancia, donde lo autóctono adquiere su versión carnal del mestizaje, que hará de puente entre las oposiciones del rancherío “que oscila el continente” y el escenario de la ciudad. La ciudad para Kusch lleva “un trozo del inconsciente social” y lo lleva pese a no ser del todo parte “porque su insociabilidad conecta no ya con una imperfección ciudadana, sino con su autoctonía, con su herencia física del indio y también con la sospecha de tener entre manos un pasado del que carece la ciudad” (Kusch, 2007: 45). Cuando Kusch dice “pasado”, en este caso, lo 10

Considero indispensable entender qué significa “la reconciliación con el suelo autóctono” en el marco del mito de origen del Popol-Vuh. El autor remite a la dialéctica primigenia originada en la creación del mundo en la cosmogonía maya. Allí Jurakán crea al hombre a partir de dos de los elementos que más existían en la naturaleza: la madera y el maíz. Al hombre, en el mito de creación cristiano se lo hace de barro, “con una participación innominada de la naturaleza” según Kusch. Esta diferencia entre la cosmogonía maya y la cristiana no es menor. El autor advertirá, que el hombre americano resulta así un complemento de la naturaleza, pero en situación de rebeldía porque posee el atributo de la movilidad, una cualidad que lo diferencia del destino fijo que une el vegetal a la tierra. Así el americano, que si bien nace del vegetal se le amputa la posibilidad de estar conectado con la tierra a través de la energía motriz. Dado que el hombre es consiente de ello “busca en el paisaje las raíces que le faltan” y que lo separa del origen vegetal que tuvo y “secretamente pide la quietud porque siente que el principio motriz de su cuerpo solo representa un mero intento de superar al vegetal”. He aquí su ambivalencia constitutiva; “como no puede escapar a su sentimiento vegetal, siente que la cualidad motriz de su cuerpo no es mas que ficción, un simple proyecto para la creación de un mundo móvil”). Luego dirá que “el americano presiente que la movilidad remplaza al ramaje”. Así el desgaste energético que el vegetal hace en su ramaje, es equivalente al desgaste energético del americano cuando se moviliza. La movilidad representa “una independencia aparente del vegetal” (Kusch, 2007:35). 11 Ranchos en los que habitan los indios propiedad de los patrones.

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remite a la raíz demoníaca del paisaje, sobre la que profundizará más tarde en su América Profunda (1962/1963) o más tarde aún, en Pensamiento indígena y Popular en América (1970) cuando plantea que a partir de las ruinas del pensamiento indígena hay un estilo de pensar que sobrevive aún en nuestras poblaciones criollas. Pero volviendo a la obra que es eje de mi análisis, deberá subrayarse que “el mestizo” es para Kusch, quién tomará “la forma” de la ciudad. Más será solo “la forma”. Es este un concepto nodal. En todo su “formalismo” el mestizo se expresará desde su “civilización verbal”, pero se conducirá “según su autoctonía heredada a medias”. A mitad camino entre uno y otro, la ambivalencia mestiza asume la instabilidad de los climas de épocas del continente, o bien, el continente asume la ambivalencia constitutiva del mestizaje; a veces adquiriendo formas más emancipadoras, otras de mayor sumisión y de ropaje ciudadano. Pero aun así, la energía gravitatoria del suelo desmiente al mestizaje, o desnuda su apariencia. Esto es, pese al formalismo, en la composición del mestizo sobreviven los rasgos del indígena, que a su vez provienen del sentido vegetal de la vida. No es menor esta consideración en Kusch, diría por el contrario, que es central respecto a los destinos de América. Según se desprende de su pensamiento, el mestizo no podrá desaparecer por más blanqueamiento que se logre, porque el indio que lo antecede no lo dejará en paz. ¿O acaso que está intentando comunicar cuando afirma que “El mestizo campea entre el silencio abisal de lo autóctono y el verbalismo ciudadano, pero atrapado siempre por el fondo irracional del continente” (Kusch: 2007: 46)?

Más por su fondo indio que por su contraparte europea es que el mestizo construye la ficción ciudadana. Pero por otra parte, es esa visión ciudadana que lo aleja del pensamiento situado. “Es el mismo mestizo que hace de la ciudad una ficción floreciente, pero quien también la aleja del suelo”. La “aparente” racionalidad del mestizo se estructura sobre una “base autóctona e irracional. Porque lo que hace que el mestizo no sea ciudadano es la imposibilidad de ser en la ciudad un indio” (Kusch, 2007: 46). Sin embargo, al igual que en la mencionada pugna hegeliana del amo y el esclavo, la lucha que batalla el mestizo (aunque interna) parecería siempre resolverse por el lado del indio. Esto es, la dialéctica del invasor y del indio tiende siempre a definirse desde la tracción que ejerce su componente 12

telúrico. A la usanza hegeliana de la lucha por la vida en que amo y esclavo se debaten, la salida tiende a situarse en esa misma dimensión “como un plan de vida con que pudiera alcanzar el ciudadano alguna integridad” (Kusch, 2007: 47). Nuestro autor plantea en la introducción de su obra, la existencia de un triunfo doloroso, aunque inevitable, y lo inevitable está en el hecho de “que toda nacionalidad tiende a concretarse en dimensión autóctona”. Así con el mestizo vuelve el reino del espíritu; el cielo, el ave (quetzal) a definirse en función del reino vegetal; la tierra, la serpiente (coalt).

En lo que sigue entonces, el mestizaje se expresa por medio de una representación originaria de marcada hibridez: la Serpiente Emplumada. El “mestizo biológico”, dirá Kusch, es de este modo una “transición que retorna” a la figura de la Serpiente Emplumada, entendida como símbolo de la escisión primaria de la cultura precolombina; “una explicitación renovada del paisaje, un nuevo brote de vegetalidad demoníaca”. Oscilar entre el designio vegetal y la sospecha (pero sólo la sospecha) de superar ese designio por medio de la ciudad, ha sido sin más el atributo de lo americano. Aquí, el símbolo del primer vestigio de mestizaje o el mestizaje primigenio se representa en la figura de la serpiente que también es ave y del ave que es también serpiente. Por ende, la ciudad de hoy, es el segundo vestigio, o bien, su “perpetuación”. La serpiente (que representa a la tierra, el estar en el suelo, el demonismo de la selva) y el ave (que representa al cielo, el espíritu) no pudieron dar origen a una tercera entidad que los remplazara y se unieron en la hibridez de la “serpiente emplumada” el Quetzalcóatl, sumando en una misma voz la serpiente (coalt) con el ave (quetzal); he aquí el símbolo mestizo por excelencia. Así la Serpiente Emplumada es “producto de una mentalidad ambivalente” u “hondamente mestiza”. Como no se puede decidir por ninguna, entonces las une, perpetuándolas, y el mestizaje constituye la única opción. Esta es la verdad primaria del continente.

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Apoyado a menudo en la prosa del determinismo telúrico de Keyserling12 -del que también es tributario Martínez Estrada - Kusch describe casi sobre el final de Seducción, a una América ilusionada en ser heredera de Europa. Sin embargo, poco puede hacer, porque es mera ilusión, y como no alcanza a entender las cosas de Europa, las imita: “Mas sus fuerzas irracionales lo ponen en ridículo porque buscan la justificación de su subsuelo autóctono, del que huye conscientemente como los ojos biliosos de la serpiente de que hablara Keyserling, porque presiente pertenecer vitalmente a ella” (Kusch, 2007: 96). La autoctonía en Kusch, lo propio o lo específicamente americano yace sin lugar a duda en la geografía, en el paisaje, una tierra virgen que desde la perspectiva “civilizada” es contraria a la civilización. Kusch le atribuye a este paisaje la característica de seductor (Mignolo, 2003).

América o el territorio de las (desiguales) ambivalencias

Sin embargo, la experiencia de la dialéctica del paisaje es desigual en América. El grado de definición de ciudadanía y el de autoctonía entran en conflicto asimétrico dando lugar a situaciones diversas en un mismo continente. La vivencia de la escisión cambia -dice Kusch- a medida que cruzamos las fronteras. De este modo, cuando disminuye o acreciente la variable indígena, la línea de coloniaje se agrava o se retarda respectivamente. En el caso de Argentina, el problema es mayor, según Kusch, ya que las veces que logra tocar la autoctonía o restablecerla es a través del mestizo, donde “el ingrediente indígena es pequeño13” y donde lo que más ha avanzado “sin reparos es el coloniaje” (Kusch, 2007:100).

Otra cosa bien distinta, es lo que sucede en Colombia, Perú o Bolivia, donde el predominio de lo autóctono es mayor, situación que explica el retardo de esas tierras de “la 12

Complementariamente, no hay que olvidar que Keyserling es un filósofo alemán caratulado de “no académico”, que supo proveer a la filosofía mundial de diarios de viajes donde sus consideraciones filosóficas se retroalimentaban de las costumbres y la psicología de lo pueblos por los que viajaba. 13 En la actualidad se está tendiendo a poner en duda la idea de que en Argentina el componente indígena es menor. Desde que en el 2001 se incorporó el enfoque étnico a los censos nacionales se comienza a mostrar la tendencia hacia una mayor cantidad de personas que se autoreconocen indígenas.

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fundamentación de la ficción” (Kusch, 2007:100). De ahí, que sean “siempre uniforme” en estos lugares, las posibilidades de que aparezcan caudillos: “El ex abrupto nace de las esferas inferiores del pueblo en donde yace el inconsciente desplazado de Europa y reforzado por la autoctonía ganada por el indígena a través de milenios de ocupación” (Kusch, 2007:101). Esto es lo que diferencia a estos países de Argentina. Es decir, mientras el futuro de ellos se enmarca en la autoctonía, el de Argentina expande la ficción, dado “que la inmigración y la conciencia ciudadana acaban paulatinamente con lo autóctono”. La verdad inferior, la de la gravidez del suelo, la del pensamiento situado, es traicionada en estas tierras por la ficción de ser europeos en nuestro suelo nacional. Sin embargo, habrá que entender que en Kusch, esta traición, aunque mayor en Argentina, no es rotunda. Siempre está latente y espera agazapada. El componente indígena aunque disminuido (o aparentemente disminuido) subsiste en las esferas subalternas y se encarna en líderes populares.

Es decir, pese a toda la traición (desigualmente) consumada en América, esa verdad de fondo no ha sido totalmente arrancada, así la ambivalencia mestiza amenaza siempre (aunque en desigual medida) con liberar uno de sus componentes que pervive o sobrevive. Como telón de fondo, América guarda (o esconde) en su conciencia “la exuberancia vegetal, el área inhabitada, el sentimiento traslaticio”. Allí está al acecho “todo lo que espera de sí” y “en el caso que lo otro, lo foráneo lo llegara a cansar” (Kusch, 2007:102) consagra la fuerza telúrica de esa energía- retenida- en la figura del caudillo, representando las capas inferiores del pueblo. Para Kusch esta es una de las características que marcan la distancia de América con Europa. Porque América es lo que Europa no es y lo que nunca no podrá ser. “Se trata de un demonismo natural y vegetal del que ella [Europa] siempre ha carecido, especialmente en lo que se refiere a su carácter de posibilidad de una tierra inmensamente llana o inmensamente selvática, que espera aún hoy su propia ley” (Kusch, 2007:102). Así, concretamente, lo autóctono, aunque atravesado por lo ambivalente, es la cultura popular que une la madera, el maíz, el indio y el caudillo detrás de la ficción de una ciudad donde muy a menudo lo primigenio -encubierto por la dominación occidental- permanece 15

al acecho. Lo autóctono entonces se compone por cierto de esa energía telúrica que libera la pluma kuscheana, pero también de esta forma ficticia que se representa en esa ciudad incompleta.

II. La resignificación de la ¿antinomia? civilización y barbarie De la kuscheana resignificación de la antinomia civilización y barbarie deviene un Sarmiento que se muestra atravesado por “la fuerza seductora de la barbarie”. El “Epilogo” de Seducción no hace otra cosa que demostrarlo. Lo prueba el propio Arturo Roig (1993: 299) cuando releyendo a Kusch, inscribe al Facundo como el surgimiento “por primera vez del presentimiento” de esa “fuerza seductora”. Según Kusch, Sarmiento representa estrictamente “el pasaje de una actitud absolutista frente al destino profundo de América, a una actitud de reconocimiento, de la barbarie” (Kusch, 2007:122). La idea es que en Sarmiento se reúnen las dos actitudes, así por un lado tiene la actitud de “un poco antibárbaro” por otro, la de “bárbaro”, a lo que inmediatamente agrega: “aunque a regañadientes y por seducción”. Esa seducción por la barbarie es la que le explica su rotundo “absolutismo”. El absolutismo es la coraza construida para lograr el modo de no negociar con esa energía telúrica y seductora que siente y que lo puede llevar al polo opuesto. Hay para Kusch un esfuerzo de las clases cultas entre los que cuentan a “Echeverría, Moreno, Rivadavia, Bello, Montalvo o Martí” por llenar el vacío, o aparente vacío, que conciben como características de esta tierra; “una América sin contenido, sin mestizos, sin indios ni europeos desheredados”. La cultura del progreso ilimitado o mejor “el prejuicio del progreso ilimitado” supone para nuestro autor una cultura como “una cosa trasladable”, “planificada por el hombre” (Kusch, 2007:123) la idea es la de un destino americano que se crea sobre el vacío (¿sobre el desierto?) o sobre la base de una verdad ajena (la europea) y formal. De ahí que se suponga que la cultura es un elemento trasladable. 16

“Conciencia desarraigada”, “suelo esquivo”, “falta de tierra en que asentarse” son entre otras, las expresiones de un Kusch sumamente crítico a una literatura “de supresión” como la denomina- que hace que aumente o se genere “una literatura de turista”. Como América es vista desde ojos europeos (que por otra parte, no lo son) lo americano es descrita desde un seudo afuera, es como la mirada de un turista que se niega americano y se afirma en su aparente europeísmo. Desde este lugar de americano con ojos europeos se pretende hacer literatura “americana”, cuando en realidad lo que se obtiene es “el plano ideal del escritor”, “el plano del deber ser” o “los prejuicios colectivos que lo animan”, de allí lo que él llama “La neurastenia literaria”, expresión que por otra parte, le da título al “Epílogo” de su obra. Resultado de ello hay un escritor que carece o no “se reconoce en su suelo y su tiempo” (Kusch, 2007:123).

Para Kusch, en la aceptación de la barbarie se dirime el propio juego dialéctico que la paradoja “civilización-barbarie” ofrece. La sola mención como opuesto opera como reconocimiento. Es decir, la identidad que se le da a la barbarie a la hora de oponerla a la civilización, o la poética con que la barbarie es descripta resultan formas de hacerle lugar, de renoconocerla. Más aún, Kusch expresa que “La barbarie seduce por una ley atávica” (Kusch, 2007:125). Acá la idea de nuestro autor, es que la barbarie está en la genética americana y desde allí no sólo nos interpelará por lo que no somos, sino que desde allí pervivirán las potencias hereditarias de nuestra autoctonía. Entonces, la barbarie es raíz, es herencia, es sustrato, es ancestro que sobrevive en nosotros. El atavismo tracciona condenatoriamente al horizonte civilizado en el que está pensando Sarmiento. Entonces, no hay superación de la barbarie, hay más bien convivencia más o menos manifiesta por períodos, y siempre latencia al acecho.

¿Qué significa esto? Que por ley atávica los caracteres fundamentales de lo americano (la barbarie) se mantendrá a través de generaciones sucesivas y a pesar de los cruces - y los esfuerzos por revestirla de civilidad- los caracteres bárbaros reaparecerán durante una o varias generaciones, caracteres que de modo latente han permanecido y luego se manifiestan con mayor claridad. Desde una relectura de Kusch, Arturo Roig explica que el 17

“El atavismo es la ayaguashca14 de la mitología quichua, el ´lazo´ que nos tiene atados a nuestros abuelos míticos” (Roig, 1993:300). Aquí nuevamente, para Roig, Kusch tiene fundamentalmente, como sustento teórico, “los despropósitos” del Conde de Keyserling. Incluso, Kusch para Roig iría más lejos aún, dado que “nos sumerge (…) en la escala de los seres vivos y concluye declarándonos vegetales” (Roig, 1993:300). Para este autor, la clásica dicotomía “civilización y barbarie” es redefinida o más bien, “sometida a una profusa resignificación” que tiene su sustento en lo que denomina “invención de una especie de ´geocultura´15 en la que impera un ´inconsciente biológico´ integrado por la vida” (Roig, 1993:300). Para Arturo Roig “los contenidos semánticos de barbarie” en Kusch reúnen “todas las referencias a la ´vida´, lo ´demoníaco´, lo ´telúrico´, lo ´aborigen´, lo ´vegetal´, lo ´autóctono´, lo ´natural´, la ´realidad´, lo ´americano´, lo ´inconsciente´ y lo ´irracional´” (Roig, 1993:301). Es cierto. En el discurso Kuscheano lo bárbaro o la barbarie significa “prolongación de la vida, su perpetuación” de ahí que negar la vida tenga que llevar “necesariamente a la frustración”. Esta frustración es atributo de “la literatura anti bárbara”16 (Roig, 1993:300). Visto lo anterior, parecería respirarse en varios de los párrafos de Kusch el espíritu de los señalamientos de Ricardo Rojas (1983) en ocasión de evaluar las nuevas doctrinas en auge que privilegiaban la raza blanca (Ferrás, 2009: p.399): 14

Palabra quechua que significa 'soga de muerto'. En la cosmovisión de ese pueblo, el ayaguashca le posibilita al difunto que su espíritu se libere sin morir junto al cuerpo. 15 A mi entender es incorrecta la lectura de Roig, no hay en el autor de la Seducción de la Barbarie, una “especie” de geocultura, hay una perspectiva declarada, que Kusch utilizará para definir su enfoque e incluso su matriz metodológica. En la obra Geocultura del Hombre Americano, que data de 1976, Kusch avanza sobre la dimensión metodológica de su enfoque geocultural, algo que hasta la actualidad continúa insuficientemente trabajado. Desde este nivel de análisis considera que existe lo que él llama “unidades estructurales que apelmazan lo geográfico y lo cultural” y que de modo mas sintético define como “unidades geoculturales”. Las mismas constituyen una totalidad de difícil acceso para el investigador, a menos que sea la propia unidad la que dé, o le aporte a quien la analiza, los medios para poder penetrarla. Entre los “medios inéditos” para acceder a la unidad geocultural está el “estudio del pensamiento grupal” que es el “núcleo seminal” para Kusch, capaz de aportar los contextos simbólicos con que la realidad y lo cotidiano se presentan. Muy distinto será para él, el trabajo sociológico - clásico- con que se tiende a estudiar los fenómenos sociales. Desde la sociología clásica, el esfuerzo está más bien puesto en describir a partir de la “pura visualidad”, sin lograr entrar a lo específico del pensamiento grupal. Esa especificidad del grupo se compone de un pensamiento que entremezcla, por un lado, las decisiones que toman frente al entorno geográfico y por el otro, el saber acumulado por parte de sus ancestros. Este es verdaderamente el “núcleo seminal” al que se debe acceder (Kusch, 2007:254). A mi entender, lo que Kusch quiere expresar es que si no se logra captar la unidad geocultural en toda su complejidad, solo obtendremos una “exterioridad sociológica” que no es más que una adecuación del grupo a nuestras categorías occidentales 16 Todos los entrecomillados son del autor.

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Sarmiento no advierte que esta negándose a sí mismo, que está perdiendo apoyos de realidad histórica, que está creando un complejo de inferioridad en su propia gente y destruyendo órganos de asimilación histórica para la inmigración europea (Rojas, 1983: 28). La negación de lo americano sintetizado en todos los atributos de la barbarie que precisamente se asocian a la vida -tal como lo entiende también Roig- llevan indefectiblemente a la frustración. Para Kusch es claro que esto ocurra de esta manera y “tiene que ocurrir precisamente en una generación que partía de lo absoluto o sea de lo más antagónico respecto de lo bárbaro” (Kusch, 2007:125). Pero, la postura absolutista es desmentida por la realidad. Porque la realidad, lo real en estas tierras americanas, es el opuesto a lo civilizado. La herencia cultural de la barbarie se afirma en el esfuerzo de negarla. La sola incorporación de lo bárbaro en la pluma sarmientina constituye “el primer impacto que la verdad y el destino de América incrusta en la ciudad europeizante” (Kusch, 2007: 125). De esa “incrustación” da fe el Facundo. Sarmiento no puede ocultar el atavismo bárbaro de las culturas populares. Un ejemplo de tal afirmación puede incluso retomarse del mismo Facundo. ¿O acaso qué está expresando Sarmiento cuando afirma: “Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y las revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento…” (Sarmiento, 2005:35)

Precisamente, por esa ley atávica sabe Sarmiento que el Facundo está vivo en la cultura asociada a la tierra y al interior, en la propia figura de Juan Manuel de Rosas. Pero no sólo eso, el Facundo permanecerá vivo en los rostros de la ciudad, en las huellas de barro de provincianos que avanzan y se hacen de las ciudades, de los gobernantes populares que a su modo hacen revolución toda vez que “seducidos por la barbarie”, dan rienda suelta a esa forma que es de “fondo”. Hay algo que Sarmiento comprende y es que la propia antinomia no es tal, no es que civilización y barbarie se presentan como polos aislados donde cada uno tienen un lugar fijo y geográficamente definido y donde resulta imposible que un polo no pueda ser contaminado por el otro. No, no es así. La barbarie, la campaña, el indio, pueden apropiarse de la culta ciudad. “Como nuestra ciudad no se libera del interior que lo asedia, la escisión entre ficción y realidad se concilia apenas –en tanto grotesca pero inevitable- en el mestizaje mental” (Kusch, 2007: 59) 19

“El problema de esta aparente falta de camino para el intelectual, brota del hecho de que la barbarie es lo positivo, por lo real, lo definitivo y concluyente. Es carácter definitivo de la barbarie acrecer con la vana estabilidad que vivimos en la ciudad. Y la barbarie se torna profundamente bárbara porque es simplemente lo antagónico a la ciudad, lo opuesto definitivamente a ella, es en cierto modo la nada frente al ser que es la ciudad” (Kusch, 2007: 130) La Seducción termina con un párrafo donde se deja la historia americana abierta a una barbarie que seguirá seduciendo por la fuerza de aquella ley atávica. Herencia que indefectiblemente condena a que lo civilizado en América (o lo superficialmente civilizado) nunca logre serlo en toda su completud, al estilo europeo. La barbarie - en ocasiones una realidad latente, en ocasiones una realidad manifiesta- acecha y se apoderará de la experiencia aparentemente civilizada cada vez que se canse de permanecer acallada: La civilización encierra pues una experiencia premonitoria de la barbarie, una posible experiencia de la no ciudad, una percepción de la ley de la tierra, una reacción a la gran conmoción que golpea a las puertas mismas de la ciudad neurasténicas, pero que hoy es aún simple política. La misma necesidad de historia puede abrir la gran brecha y sondear en el otro lado de la vida del continente lo que ha quedado atrás (Kusch, 2007: 131). Lo cierto, es que “lo que ha quedado atrás” termina por estar no siempre tan atrás y se hace presente reeditándose de desigual forma en América, aquello que ya lo expresáramos al momento de dar cuenta de la ambivalencia. La desigualdad o la densidad con que la barbarie regresa -por aquello del peso del componente indígena, lo mestizo o las capas inferiores de la sociedad-, representada por los gobernantes que interpretan mejor a las clases populares recuerda aquello de que Europa y la culta ciudad son sólo verdades de forma. En el fondo, en el subsuelo de la civilización, siempre aguarda la barbarie que se niega a ser una verdad superable.

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III.

De por qué el problema de lo americano pertenece al ensayo literario

Para finalizar, me detendré en aquello que Kusch denominó “Conclusión herética ¿Ciencia o literatura”. Un título que permite preguntarse por las cosas de América desde un interrogante que despierta, por lo menos, polémicas. Para Kusch, será la situación de esclavitud respecto a la ciencia europea de nuestros científicos o nuestros técnicos, lo que obstaculiza que lo americano se exprese en su autenticidad, incluso llega a decir que los científicos asumen una participación intensa como ciudadanos porque temen a “lo autóctono como a la nada” (Kusch, 2007: 104). Pero lo que Kusch, endilga a los intelectuales en general, tiene como origen y principio el modo sarmientino de pensar lo americano: un pensar que se hace desde categorías europeas (o mejor, ficticiamente europeas). Pero, Ricardo Rojas, mucho antes, había señalado que el problema de Sarmiento es que había visto el conflicto entre la ciudad argentina y la campaña con ojos europeos (Ferrás 2009) (Corbetta, Ferrás: 2009): Si lo hubiera visto con simpatía americana y con serenidad de filósofo, penetrando en la esencia metafísica de aquel fenómeno, hubiera hablado de otro modo. Nuestras ciudades eran episodios extraeuropeos de la cultura europea; nuestras campañas y sus instintivas fuerzas humanas eran naturaleza nueva que pugnaba por hacerse historia, creando nuevas formas estéticas y morales. (Rojas 1980: 11-12) En realidad para Kusch, ni Sarmiento ni el resto de los intelectuales que él cuestiona, pudieron ver en América esa “otra” estética, y no pudieron verla, justamente, porque no tuvieron una mirada autóctona para hacerlo. Kusch es un crítico a ultranza de nuestras altas casas de estudios, a las que observa como enfundadas en una cultura que les es ajena y en la que invierten denodados esfuerzos para presentarnos como quienes no somos y como nunca podremos ser. Más que hacer ciencia los científicos locales para Kusch, tienen la virtud de “revestirse de la mayor cantidad de autores extranjeros”. Este ejercicio sólo los incorpora al mundo académico “como colaboradores” en el escenario de “una supuesta ciencia 21

universal” (Kusch, 2007:105), pero los desplaza lejos del ámbito de vida próximo. He aquí, el drama del americano para Kusch. Porque lo dramático de América “está en la participación simultánea del ser europeo y del presentimiento de una onticidad americana” (Kusch, 2007:103). La forma de resolver el drama es la de la incompletud. Lo irresuelto de una existencia que flota entre dos verdades parciales hace que nunca sea auténtica y solo logre aproximarse a una supuesta completud por exceso; es decir, “adoptado un extremo por vez”. Lo cual no hace más que llevarnos a la frustración de ser lo que no somos y ocultar la autoctonía.

Según el autor de Seducción de la Barbarie, el científico que habita estas tierras se esforzará para asegurarse no ser considerado “hereje o analfabeto” desde el punto de vista europeo. Pero para Kusch, el científico americano revestido “de la mayor cantidad de autores extranjeros” seguirá siendo analfabeto desde el punto de vista americano. Hasta tanto “no comprenda que es él quien debe romper con la tradición” europeirizada y europeirizante es irremediable el destino que nos cabe: seguir presos de las categorías pobladas de Europa, lo que nos convierte en analfabetos de lo autóctono y no nos salva de ser analfabetos de lo europeo. Lo cierto aquí es que para los científicos europeos siempre seguirán siendo americanos los intelectuales nacidos en estas tierras y para el científico local, el analfabetismo continuará hasta tanto no asuma “que es él quien debe romper con la tradición” (Kusch, 2007:105) de compilar eruditos autores europeos. Así, el drama americano se sitúa “en la participación simultánea del ser europeo y del presentimiento de una onticidad americana” (Kusch, 2007:103). La primera es una verdad de la ciudad, del orden constitucional, de la ficción generada en 1810. La segunda pertenece a la vivencia, la psique, la vida emocional y el paisaje. Estamos de nuevo frente a una lucha entre lo arbitrario emocional que surge del interior y “la conciencia ficticia del ser tomada de la estructura intelegible de la verdad” (Kusch, 2007: 105). Los dos extractos subsiguientes se internan en la pregunta que acompaña al título de la Conclusión Herética. En un marcado esfuerzo de Kusch por responder si es la ciencia o la literatura la que debe dar cuenta de las cosas de América, se observan al menos tres ideas fuerza que (aliadas o consecutivas) se refuerzan para ser el eje de su hereje conclusión. La primera idea fuerza, la 22

podemos enunciar como una asociación vida-paisaje-no ser, con la literatura y luego, la asociación ser-ente-norma, con la ciencia. La segunda idea-fuerza, como la necesidad de aprehender al hombre americano por su antagonismo y elegir la literatura porque el criterio científico europeo fracasa en estas tierras. Finalmente, la tercera se enuncia como la necesidad de asumir que el problema del hombre americano pertenece al ensayo literario porque el sustrato de América está asociado a la vida, lo irracional, lo inconsciente, lo anticientífico. En su América Profunda señalará posteriormente lo perseguido en Seducción de la barbarie: la necesidad de analizar “lo americano a partir de una intuición del paisaje” (Kusch, 1999:19). Y esto tiene su explicación: “Y es que para estudiar al hombre americano y a América en su peculiaridad y en su autenticidad, se pasa en cierta manera del terreno del ser – tal como lo entendemos con nuestra mentalidad semieuropea- al no ser. Y verlo desde la vida y desde el paisaje y no de la norma, desde el ente y no del ser, o sea desde su medio, su ámbito vital significa abrir la puerta opuesta al ser y prender al hombre, a cualquier hombre, por su antinomia. Es pillarlo en un antagonismo similar al que existe entre la literatura y ciencia con la ventaja de tener que quedarse con lo literario. Es llevar a la conciencia el sentido de desorden profundo que acompaña tácitamente a todo orden y razón. Es unir el logos al devenir, pensar el día en función de la noche”. (Kusch, 2007: 105)

“Por eso es que sondeada América en sus estratos vivientes como el indio, el paisaje, el mestizo, la minoría blanca o la inacción, el criterio científico europeo fracasa. El sustrato de América pertenece en este sentido exclusivamente al terreno de la vida, lo irracional, lo inconsciente, lo anticientífico. En Europa es posible una ciencia de lo humano porque el hombre se ha deshumanizado, ha subvertido su vida al cálculo, a la inteligencia y por lógica consecuencia entiende17 a su propia colectividad. Pero, como esto en América no ocurre, se desemboca en la suposición -inconfesada aún, pero infalible- que el problema americano pertenece al ensayo literario. Y más aún, la imposibilidad de ver nuestros problemas con ojos europeos o el error de verlos falseados a través de estos, lleva el análisis a grados primarios e intuitivos” (Kusch, 2007:108). La preocupación kuscheana es la de analizar las cosas de América con categorías propias, lo cual significa poner en duda las categorías europeas, la inteligencia europea y cuestionar a la ciencia. Bajo el subtitulo de “La reversión mestiza” Kusch fundamenta porqué sobrevivirá la frustración si seguimos el camino de la ciencia. Entre los argumentos que

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La itálica es de Kusch

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sostiene está la idea de que “el encuentro de un logo” (Kusch, 2007:108) universal propio de la cultura europea, es imposible por estos lares ante la heterogeneidad de la realidad americana. Algo así como si “los diversos estratos de América” (Kusch, 2007: 110) impidieran un logos único.

Por otra parte, está la presunción, por aquello de la ambivalencia que ya se explicara previamente, de que “América mestiza ha de tomar caminos imprevistos”. Kusch sostiene a esta altura de su obra que Europa o la cultura europea son generadas por una represión del demonismo, en cambio nuestra América “se desequilibra por esa misma represión” (Kusch, 2007:110). Mientras en Europa el sentido de la plenitud se da en la dimensión del ser, en América sucede a la inversa. El sentido de la plenitud apunta hacia abajo, hacia la tierra. Trata de alcanzar angustioso el reverso de los hechos, hasta que encuentra, en dimensión telúrica, lo que Europa sublima en dimensión de la idea. La plenitud que flota como supuesto sobre el ciudadano está en el demonismo, en la gana. Todo lo abstracto, que en Europa mantiene una lejanía respetuosa, en América es cotidiano y próximo. (Kusch, 2007: 111) La idea es que América opera en el orden de la fe, de la intuición, no en las cosas visibles, demostrables y racionales, sino en las que pertenecen al orden de lo natural; lo que el denomina “el reverso informado de la realidad”. No hay “forma” en esa verdad, no es parte del mundo del espíritu, de la idea, no hay abstracción posible. América es parte más bien, o resultado de la irracionalidad, verdad de fondo del sustrato telúrico: he aquí el caos y el demonismo que hacen a las cosas de América. Él explica este atributo sosteniendo que es por la “superabundancia de lo natural que excita la vitalidad en detrimento del espíritu” (Kusch, 2007: 111). Recuérdese, en la primera parte de este artículo, la imagen sarmientina de la exuberancia natural, el exceso de vida que se dispersa sin control aquí y allá en el paisaje pampeano de un desierto (imposible) conformado por “inmensas llanuras, inmensos bosques, inmensos ríos” que era justamente lo que fascinaba y confundía al “habitante

de la República Argentina” (Sarmiento, 2005:51-52). En Kusch, esa

descripción es uno de los fundamentos de por qué América es un problema de la literatura, en lugar de serlo de la ciencia. 24

La tensión en América, no está en dirección a la idea, a lo fijo y previsible, porque la referencia continua -tal como se lo analizaba en el primer apartado de este capítulo- no es al ser, sino al demonismo, al devenir. La tensión que siente el hombre americano, que lo “deviene” “arbitrario y mentalmente mestizo” -cuando se asimila a la ciudad- es justamente por la tensión telúrica del individuo. La América mestiza o el mestizo mental americano opera siempre en el plano de una integridad a medias. Porque no se anima -dice Kusch- a plasmar “una inversión en forma radical, pero por otra parte, el presentimiento de una ontología americana no se lo puede quitar: Presiente que la estructura del mundo, que debiera ir de lo más vivo a lo fijo sin sujetarse de este, o sea, ir del demonismo autóctono a través del ente al ser, no se cumple. Intuye que le falta el paisaje en su acción, en las normas, en las ideas, en el espíritu aunque se sienta rodeado por aquel. Por eso es llevado, por la conciencia de ficción, al arbitrio y recurre al expediente subjetivo de invertir la jerarquía del mundo, por la simple razón de que la tierra hace crecer el maíz y no el maíz a la tierra. (Kusch, 2007:113) Y porque la tierra hace crecer el maíz y no el maíz la tierra es que la energía telúrica nos tracciona hacia la verdad de fondo, y de tanto en tanto nos lleva a “invertir la jerarquía” donde el suelo (o el subsuelo) se subleva y lo que parecía muerto en realidad pervive y se reencarna en la figura de los caudillos populares.

Conclusión (o una herejía que no concluye) Escuchamos nuevos cantares de pájaros, recogimos seis piedrillas desconocidas y nuestros pies retomaron el camino . Miguel Ángel López Hernández.

Ya sabía Sarmiento de la “verdad de fondo” que se mantendría al acecho a lo largo y ancho de la historia, pero aun así la creía superable. También sabía que no lograría tener la clave para acceder a esa verdad abisal, a menos que ella, la verdad de fondo misma, le proporcione los medios para captarla, por ello aquel ruego desesperado contenido en las primeras palabras de su obra:

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“¡Sombra terrible del Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! (Sarmiento, 2005:35). Si en este preciso instante migráramos nuevamente hacia Geocultura del hombre americano, nos aproximaríamos a comprender qué le sucede a Sarmiento. El Facundo lo presiona, es la presión de lo popular que denuncia lo limitado de su pensamiento, por eso Sarmiento exclama en el comienzo de su obra: “Tu posees el secreto: ¡revélanoslo! pide el auxilio de la “Sombra terrible del Facundo” para acceder a la unidad geocultural que visualiza como simple exterioridad, pero que sabe, no la puede captar en toda su complejidad, en toda su totalidad.

Tengo la sospecha que la clave o el origen del nivel metodológico kusheano -que finalmente esboza el autor en Geocultura- reside precisamente en esas primeras palabras de la prosa sarmientina: “Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte (…) Tu posees el secreto: ¡revélanoslo! Sarmiento muestra con esta evocación que él es sólo “sujeto pensante” y que el verdadero sujeto, el sujeto de la cultura latinoamericana, el sujeto del filosofar, “es otro”. Es el indio, el gaucho, el caudillo. Decía Kusch en Geocultura: “El problema de América en materia de filosofía es saber quién es el sujeto del filosofar (…) Mejor dicho, la filosofía es el discurso de una cultura que encuentra su sujeto (…) Pero en Latinoamérica no somos el sujeto de la cultura, sino solo sujetos pensantes. Sentimos que el sujeto cultural es otro, y ese otro presiona. Eso se advierte en los vaivenes históricos o en la política. El peronismo surge como una presión del sujetos cultural latinoamericano sobre nosotros, los sujetos pensantes” (Kusch, 2007: 183-184) Si de algo no debe quedar duda, es que Sarmiento y Kusch comparten la seducción por la barbarie, ambos tratan de entender la forma de pensar del pueblo y el modo de ser americano. El propio itinerario que Sarmiento recorre en el Facundo para comprender lo que le pasa a la Argentina y a la América del Sur, Kusch lo comienza a esbozar en Seducción de la Barbarie, para coronar ese esbozo en Geocultura del Hombre Americano (1975/6). Desde el plano del ensayo nacional, ambas plumas se deslizan para dar cuenta del sujeto (cultural) que habita estas tierras. Sin embargo, uno se posiciona desde la 26

“civilización” para poder comprenderlo (y superarlo) y paradojalmente lo evoca para le revele el secreto de su “barbarie”. El otro, se deja gravitar por el suelo para lograrlo. Sarmiento notablemente seducido por el “genio bárbaro” de Facundo Quiroga asume sin más, que allí, no hay solo un caudillo, sino más bien “una manifestación de la vida argentina” (Sarmiento, 2005:35). En la barbarie sabe (o presume) –Sarmiento- que se oculta la ontología americana y busca deshacerse de ella afirmándose en el componente europeo. Sin embargo, mientras el autor del Facundo se afirma en el componente civilizado fortalece el componente negado, a tal punto que llega evocarlo para que le explique a “él” hombre pensante si los hay, la razón de la metamorfosis donde una “naturaleza campestre, colonia y bárbara” se convierten “en arte, sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo como modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre” (Sarmiento, 2005: 35-36). Paradojamente, (o análogamente) Kusch, apoyándose en la cultura negada del indígena, lo mestizo o las capas inferiores de la sociedad entiende que allí también está la clave para explicar el ethos de América. Rosas, Yrigoyen y Perón son la explicación kusheana de tal fenómeno. Habiendo transitado hasta aquí, me interrogo hermenéuticamente sobre cómo habría sido leer a Rodolfo Kusch en el momento inmediato a la escritura de Seducción de la Barbarie. O cómo habría sido interpretarlo durante la larga noche de la dictadura militar. Qué hubiese sido de su lectura en los albores de la nueva democracia, o bien, en la década del noventa, o hasta en la crisis del 2001. Cada etapa, hubiese brindado la posibilidad de interpretaciones distintas. Sin embargo, de lo que estoy segura es de que nos hubiese generado la necesidad de identificar qué componente (si era el habitante de la culta ciudad de la ficción europea; verdad de forma, o era el ingrediente indígena, el caudillo; verdad de fondo) encarnaba la dirección del proceso, aun cuando no pudiéramos escapar de la ambivalencia mentalmente mestiza a la que estamos condenados. De este modo, es la ambivalencia la que nos atraviesa, cual encrucijada trágica. Una ambivalencia de la que tampoco Sarmiento logró escarpar. De ahí que la denominada “antinomia civilización-barbarie”, más bien termina siempre por convertirse en un par dialógico donde civilización y barbarie son dos opuestos complementarios. O bien porque se repelen en una lucha sin cuartel o bien porque, por idéntica razón, uno no se explica sin la existencia del otro. De este modo, la dialógica 27

civilización y barbarie nos antecede, nos trasciende y nos constituye. La ambivalencia no es más que el resultado de una actitud cobarde de no poder asumir uno sin hacerlo dialogar con el otro. Así estamos hechos, hasta tanto no logremos saber quién es el sujeto de nuestro filosofar, hasta tanto no identifiquemos nuestro sujeto cultural, el sujeto autóctono y gravitado por el suelo. La vigencia de la prosa de Kusch, en la coyuntura latinoamericana es indiscutible. En la actualidad comienza a ganar su figura un lugar relevante en la agenda de las lecturas americanistas, e incluso, en la propia agenda de la academia que él mismo denostaba. ¿Qué es lo que sucede? ¿Es que la universidad comienza a compartir la “conclusión hereje” de Kusch? ¿O es el latido latinoamericano de estas dos últimas décadas que lo traen de regreso? Quizá son ambas cosas a la vez. Quizá Kush se esté convirtiendo en un modo de explicar los populismos latinoamericanos que atraviesan la región, pero también los movimientos de una sociedad civil que se piensa situada, mientras resegmantiza su historia subalterna desde decires “otros” y nuevas luchas. Cuando hace unos meses visitaba en Maimará a su esposa Elizabeth, ella me explicaba en una entrevista el renovado interés en su obra, me citaba en otras, una película que narra su vida; “Hombre bebiendo luz” o las distintas jornadas sobre su pensamiento, que se vienen desarrollando desde una de las universidades nacionales del conurbano. “No es casualidad, son procesos”18 decía. La llegada a la agenda universitaria, y fundamentalmente, su relectura desde el Grupo Modernidad/Colonialidad (M/C)19, es parte de un movimiento que se esfuerza por pensar América desde categorías americanas. La universidad y los ámbitos académicos de nuestro continente comienzan a buscar su sujeto cultural.

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Entrevista realizada por la autora a Elizabeth Lanata de Kusch, Maimará, 25 de Agosto de 2012. El trabajo del mencionado Colectivo ha dado lugar a una fecunda bibliografía desde donde se realiza una exhaustiva critica a de la modernidad y el colonialismo epistémico al que Europa y el primer mundo han sometido a la “periferia”. Para conocer la propuesta epistémica y política del Grupo Modernidad/Colonialidad (M/C) se puede consultar el ensayo realizado por Damián Pachón Soto, “Nueva perspectiva filosófica en América Latina: el grupo Modernidad/Colonialidad”, Revista de Ciencia Política nº 5 enero-junio 2008 pp. 8-35. El citado material muestra la conformación del grupo, sus integrantes, sus principales elaboraciones conceptuales y teóricas. 19

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Estoy convencida que hacer una hermenéutica de la obra de Kusch, resulta un desafío, que no puede dejar de desatenderse en los tiempos en que Latinoamérica vive. Tiempos en que este trozo de continente comienza, desde los subsuelos del continente, a autoenunciarse como Abya Yala20. Latidos decoloniales aquí y allá y rasgos de desoccidentalización en algunos de los Estados latinoamericanos -como gusta decir a Walter Mignolo- permiten ver corrimientos o cambios de época. La relectura de la obra completa de Kusch, en el presente contexto, donde los derechos de las mal llamadas “minorías indígenas” comienzan a poblar las constituciones americanas, o las reconceptualizaciones de Estados como plurinacionales y plurilingües, son sin duda ventanas a pensarnos desde otras categorías. Son al menos la posibilidad de romper con la presencia del logos único a favor del reconocimiento de los diversos sustratos de América. Quizá estemos ahora, más cerca de un horizonte propio.

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“Abya Yala, en la lengua del pueblo cuna, significa "tierra madura", tierra viva" o "tierra que florece" y es sinónimo de América. El pueblo cuna es originario de la Sierra Nevada, al norte de Colombia (...) La expresión Abya Yala ha sido empleada por los pueblos originarios del continente para autodesignarse, en oposición a la expresión "América". (...) Poco a poco, en los diferentes encuentros del movimiento de los pueblos originarios, el nombre "América" está siendo sustituido por Abya Yala, lo cual no sólo indica otro nombre sino también la presencia de otro sujeto enunciador del discurso hasta ahora callado y sometido (...). (Enciclopedia contemporánea de América Latina, 2010: 18-19). Es decir, América es el nombre impuesto y Abya Yala es el “nombre propio”. Obsérvese la IV Cumbre Continental de los Pueblos Indígenas del Abya Yala ¡Por Estados Plurinacionales y Buen Vivir! Puno, Peru, 27 Mayo a 31 Mayo 2009. Consultado el 30 de noviembre de 2012, http://www.movimientos.org/enlacei/iv-cumbre-indigena/

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