KINTSUGI O SI ALGO SE ROMPE, LA RECONSTRUCCION ES UNA OPORTUNIDAD QUE ENRIQUECE. Por Guillem Catala

June 9, 2017 | Autor: Guillem Català | Categoría: Occupational Therapy, Art Therapy
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Descripción

KINTSUGI O SI ALGO SE ROMPE, LA RECONSTRUCCIÓN ES UNA OPORTUNIDAD QUE ENRIQUECE por Guillem Català

Tomado de tsugi.de

Un objeto roto bien reconstruido tiene más historia, más vivencia, y más valor como forma que uno nuevo, con mayor grosor de significados - el objeto nuevo es más neutro y pobre-. Como dicen los japoneses: tiene más pasado y más vida. En Japón es un arte muy apreciado el de los kintsukuroi o kintsugi (金継ぎ), afición por cierto muy antigua, ya existente en el 1500. Literalmente significa que con oro (金) se restaura y da otra oportunidad (ぎ) a lo que ha tenido accidente (継). Se dice sobre todo de cerámicas rotas, pero puede referirse a cualquier objeto. La reconstrucción se hace con resina de laca y oro, si uno tiene dinero claro, pero puede hacerse con cualquier material con una sola condición: ha de notarse que se ha reconstruido la pieza, sin vanos disimulos, pues todo pasa por alguna razón. Se trata de no desperdiciar los objetos rotos, y en vez de botarlos se los reconstruye para que prosigan su ya antigua vida, o empiecen una nueva, siendo así un objeto más rico de valores, y de esto resulta un objeto más interesante. Estéticamente más complejo, no exento de ironía. Hay artesanos especializados en este arte, que puede dar a un objeto anodino el valor de una obra de arte. Tanto que en Japón se valora más una antigua vasija reparada así que las nuevas. Este arte del kintsugi nos descubre una fuente de belleza y de significados elevados. Las grietas azarosas forman parte de una reconstrucción que constituye una nueva obra sin dejar de ser la vieja. Los finos hilos de oro limpian y ennoblecen la rotura. Al final la grieta transmuta al ser ocupada por el oro. Por eso se reparan los objetos rotos rellenando las grietas y las dejan visibles, incluso se resaltan para un efecto estético mayor. Conforman así algo nuevo. Cuando un objeto se deteriora o rompe y se reconstruye tiene una historia que contar, y sugiere máximas de vida. Las roturas se aceptan y luego se celebran, prueba visible de la imperfección y de la fragilidad, de lo efímero de la vida, pero también de la mejora de todo lo que se reconstruye, gana en fortaleza y sabiduría. Es un Ave Fénix que renace de las cenizas.

Esto es un recordatorio para los que contemplan el objeto reconstruido de la verdad más obvia: que todos reconstruimos más de una vez nuestra vida. Lo que la hace más rica e interesante. Aunque las crisis, que son inevitables, no sean agradables precisamente. Las rupturas tienen lugar porque nos estamos engañando, vivimos una situación irreal y, de alguna manera, estamos mal asentados a tierra; o por cualquier otro motivo más o menos comprensible, o incomprensible, que parece puro azar o mala suerte. De esta manera acabamos por derrumbarnos. Pero no deberíamos darle al accidente más importancia de la que tiene, puesto que renacemos con mayor vigor. La cuestión es aprender del suceso, volver a levantarse, con mimo (los mimos son oro) reconstruirnos y con más conciencia aceptar la necesidad de asentarse con mayor fundamento. Sin dejar por ello de aceptar la lección. Tal vez sea que todo engaño no deja de contener un cierto auto-engaño, pues las señales disonantes abundan y si no se las atiende se acaba por romper la situación. U otra lección que sólo uno sabe por qué es pertinente. Entonces, con gratitud admirar la hermosa lección que hemos aprendido de esa fractura, para seguir adelante. Si lo conseguimos nuestros pasos serán luminosos como metal precioso, en un camino como esos hilos que reconstruyen el objeto. Así, el conflicto o la rotura ha trasmutado, y la grieta desaparece en una fina línea de oro. En todo esto se acepta el papel beneficioso que el azar juega en la vida, lo que es irónico. La obra maestra de Marcel Duchamp, el artista del azar, es el móvil “Le grand verre” (realizada de 1913 al 1923), que pasa por la obra por excelencia del arte del s.XX. Pues bien, esta obra ha sufrido el proceso del kintsugi. Es un gran vidrio con figuras de más de 2 metros. Duchamp la consideraba una obra inacabada, pero la envió a una exposición (1926). A la vuelta el vidrio se había roto. Duchamp se mostró muy satisfecho: “Ah, por fin la obra está terminada”. Pegó con cuidado los fragmentos y ahora se la contempla en el museo de Filadelfia. Observen la obra y creo que concordarán con Duchamp en que las roturas finalizaron la obra.

Marcel Duchamp, “Le Grand Verre”, acabado en 1926. Museo de Filadelfia

Una amiga al leer el anterior escrito me comentó: Mantener frente a los ojos la grieta, ¿acaso no impide olvidar cuando se quebró? Significa volver a revivir la ruptura. Eso da la sensación de estar en constante agonía. No es bueno mantener los recuerdos a flor de piel, lo que hace daño. Si hay reconstrucción se hace tardía, mucho después de la ruptura y, si se hace, es porque aún duele, para cerrar la herida. Le respondí: El recuerdo hace daño cuando no se ha reconstruido la situación y se ha limpiado el dolor. Si uno logra limpiar el dolor, el recuerdo es un hecho del pasado. Con o sin dolor, olvidarlo es inútil y falso, pues forma parte de nuestra historia – que nos conviene honrar. Si no hay dolor, no hay interés en olvidar. Una reconstrucción no parte de tomar el hecho del pasado doloroso y seguir recordándolo; si nos sucede esto, lo mejor sería deshacerse de él. Pero esto no es posible, mientras el dolor siga vivo la herida no se cierra y vuelve el hecho doloroso obsesivamente. Ahora bien, si logramos limpiarlo de dolor, aceptamos el mal paso en que hemos estado, y sus enseñanzas, podemos rescatar lo que tuvo de positivo. Y esto es mucho más fértil. Así, la grieta se transforma ocupada por unas finas líneas de oro. Como el dolor de la ruptura se transforma y ocupa por la experiencia, cuya enseñanza vale más que el oro. Hay que darle valor a lo favorable y a lo que no es tan favorable también, pues nos enseña - si evitamos el lamento interminable. Hay que saber aceptar y reconocer claramente lo que nos ha aportado la experiencia través de esas fracturas. El dolor de la rotura acaba por desvanecerse, pero queda la enseñanza. Sale así el alma fortalecida y más sabia. Como la pieza kintsugi, que es más fuerte que la original. Pero si no podemos olvidar, obsesionados, el momento en que se rompió, quien lo hizo, etc., entonces sí que hay que botar el objeto a la basura. Pero esto no podemos hacerlo con el pasado, que seguirá pesando como una losa hasta que lo limpiemos del dolor. El recuerdo insiste por si mismo mientras le demos poder, esto es, no limpiemos el dolor y le prestemos esa inmerecida atención que le prestas. Tal vez te cueste entender que los vínculos lastimados y nuestro corazón maltrecho pueden repararse con los hilos dorados del amor, y así volverse más fuertes. Cuando algo valioso se quiebra no conviene ocultar su fragilidad ni su imperfección, y repararlo con algo que haga las veces de oro: fortaleza, servicio, virtud... Que sea la prueba de la imperfección y la fragilidad, y de lo efímero, pero también de la capacidad de recuperarse y de reconstruirse. Siempre conviene que esto sea muy visible.

Y otra amiga me comentó: Cuando una relación se rompe nos deja un aprendizaje. Que no es muy útil si me quedo pensando que la relación con esa persona fue un algo así como un error, es decir, con la idea de "yo estoy bien y la otra persona es la que está mal". O en algún momento dices, “hay que reconocer que era un error y mejor salir a tiempo de eso”. O algo por el estilo. Las parejas o relaciones de amistad, no son erróneas, nunca lo son, esa persona llegó a nuestra vida para enseñarme algo, y lo veo en lo que menos me gustó de ella o él. Veo lo que yo debía trabajar en mí. Visto así esa relación fue lo que tenía que ser. El poder aceptar eso significa crecimiento y madurez, porque gran parte de las personas no puede creer que lo peor "del otro" haya sido también “mío”, y se racionaliza de muchas maneras para no verlo. Así la reconstrucción es faltada o es sólo pegar los trozos, y no se puede decir que la nueva pieza sea más bella.

Yo le respondí: Todos nos rompemos en varios momentos de nuestra vida. Es como si la vida estuviera diseñada así, para que nos reconstruyamos varias veces, siendo las últimas ocasiones mérito nuestro. Nos rompemos en la adolescencia, con el choque con la vida, pero la reconstrucción

no es demasiado personal. Cuando por una relación otoñal, en la edad madura, nos rompemos es otra cuestión y ahí podemos ser personales. Cómo nos reconstruimos da esa cualidad de ser un Kintsugi o tan solo una taza remendada - que se volverá a quebrarse más veces. Puesto que tropezará con la misma piedra si no acepta su propia imperfección, acaso tosquedad. Pasa esto porque no pudo asimilar que el “otro” llega a “mí” para indicar qué es deficiente en mí porque lo veo en él o ella -, qué conviene sanar y así crecer como persona. Si no es así, cojos éramos y cojos seguimos, así que el siguiente tropiezo es inevitable y seguramente en la misma piedra, como si fuese una burla de la vida. Pero si aceptamos el envite, y aprendemos del mal paso, nos reconstruimos mejores, más bellos y sabios. Al menos no volveremos a golpearnos con la misma piedra.

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Tomado de zonapositiva.ucoz.es

Tomado de kintsugistudio.com

Copa de sake. Tomado de gaskimishima.files.wordpress.com

El objeto roto otorga dignidad, belleza e historia al original, que era un objeto anodino y sin interés. Tomado de tsugi.de

Dos objetos personales y de uso común enriquecidos. Arriba, douny. Abajo, bol para te coreano. Tomados gaskimishima.files.wordpress.com

Arriba, Kenzan. Abajo, Ninsei. Tomados gaskimishima.files.wordpress.com

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