Kierkegaard y su crítica a la «cristiandad

May 24, 2017 | Autor: S. Ramírez Vizcaya | Categoría: Philosophy Of Religion, Soren Kierkegaard, Existentialism
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Descripción

Kierkegaard y su crítica a la «cristiandad» Susana Ramírez Vizcaya

Introducción En diciembre de 1854, a casi un año de la muerte del obispo Jacob P. Mynster, líder espiritual de Dinamarca, y poco después de que el profesor Hans L. Martensen fuera designado como su sucesor, Kierkegaard inicia un feroz y polémico ataque contra la «cristiandad», i.e., la iglesia oficial de su país y sus seguidores, que se proclaman cristianos. En una serie de artículos firmados por él mismo ––y no por uno de sus pseudónimos, como acostumbraba este autor–– y publicados durante el último año de su vida, primero en el periódico Faedrelandet y posteriormente en su propio medio, la revista El Instante1, Kierkegaard urge a repensar lo que significa ser cristiano. Aunque, como señala Albertsen, la crítica a la «cristiandad» y la reflexión sobre el cristianismo están presentes a lo largo de toda la obra kierkegaardiana, la diferencia entre la mayor parte de su obra anterior y los artículos contenidos en El Instante radica en que mientras antes atacaba ideas, ahora ataca tanto a personas con nombre y apellido, vivas o muertas, como a instituciones reales y existentes de gran poder, y no tan sólo instituciones ideales, como la «cristiandad», la «multitud», etcétera2.

Lo que detona este ataque frontal y concreto por parte de Kierkegaard es el elogio fúnebre pronunciado por Martensen a la muerte de Mynster, en el cual el finado pastor de la cristiandad es exaltado como un auténtico «testigo de la verdad». Para Kierkegaard, Mynster podía ser un hombre bueno y prudente, pero no un «testigo de la verdad», pues el obispo vivió siempre de manera cómoda, disfrutando los honores y placeres producto de su brillante carrera, mientras que para ser un «testigo de la verdad» es necesario vivir en la imitación de Cristo, es decir, "en pobreza, en humildad, en soledad, aceptando la miseria y la humillación"3. Esta misma crítica había sido expresada previamente, aunque de manera indirecta, en dos obras escritas a finales de 1851 bajo su propio nombre: Para un examen de conciencia recomendado para la época presente y ¡Juzga por ti mismo!, esta última publicada póstumamente. Aunque en ninguna de ellas se menciona explícitamente el nombre de Mynster, pues en esa época Kierkegaard 1

Comenzando el 24 de mayo de 1855, Kierkegaard escribe diez artículos en El Instante. Sin embargo, sólo nueve son publicados por su autor, éste cae inconsciente el 2 de octubre de 1855, justo cuando el décimo de la serie estaba a punto de publicarse, y fallece el 11 de noviembre de 1855. cf. Andrés Roberto Albertsen. Presentación del traductor. En Kierkegaard, El Instante, p. 11. 2 Ibid., p.12. 3 Ibid., p. 10.

consideraba "inadecuado denunciar directamente las faltas de personas e instituciones en concreto" –– por lo cual decidió no publicar en vida la segunda de ellas, la cual hace referencia "a un pastor inauténtico y sagaz" 4 , cuya vida y predicación son incoherentes entre sí––, en ambas obras, Kierkegaard invita al «individuo singular»5 a examinar su propia práctica del cristianismo y a confesar con honestidad si ésta expresa el verdadero sentido de dicha religión. De este modo, Kierkegaard apunta a la necesidad de que los predicadores de la iglesia establecida se percaten de la alusión y realicen su propia confesión, lo cual, en el caso del obispo Mynster, nunca ocurre. En el presente ensayo, propongo que la crítica kierkegaardiana a la «cristiandad» puede muy bien aplicarse, con las correspondientes diferencias históricas, al estado actual del cristianismo. Para apoyar esto, en la primera parte presentaré la crítica a la «cristiandad» contenida en las obras anteriormente referidas, mientras que en la segunda parte expondré muy brevemente la importancia de que la práctica del cristianismo se vea reflejada en lo que Kierkegaard llama «las obras del amor», lo cual implica cumplir con la obligación de amar al prójimo o, más correctamente, "de  llegar a ser uno mismo el prójimo, de dar pruebas de ser el prójimo"6 para cada ser humano. 1. Cristianismo o «cristiandad» Las recientes elecciones en Estados Unidos ponen en evidencia el profundo racismo y xenofobia de un país donde el 70.6% de la población se identifica con alguna rama del cristianismo7, religión que tiene como mandamiento, como obligación divina, amar al prójimo como a uno mismo. Por otro lado, México, país en el que 89.3% de sus ciudadanos dicen ser católicos8 y 8% protestantes y evangélicos, lleva diez años viviendo una lucha contra el crimen organizado que ha dejado cerca de 150 mil muertos9 y alrededor de 30 mil desaparecidos10. Aunque la crítica kierkegaardiana a la «cristiandad» tiene motivaciones distintas, considero que resulta muy pertinente en la actualidad ante el panorama de odio, desconfianza y exclusión que se está viviendo en países supuestamente cristianos.

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Nassim Bravo Jordán. Estudio introductorio. En Kierkegaard, Para un examen de conciencia…, p. 23. De acuerdo con Malantschuk (Kierkegaard's concept of existence, p. 109), la categoría del «individuo singular» [den Enkelte] constituye para Kierkegaard "la más importante y decisiva designación para la posición existencial de una persona". En la esfera religiosa, nos dice este autor, dicha categoría tiene como característica esencial el aislamiento a partir de la relación personal con Dios, la cual constituye "el fundamento firme que cada persona debería buscar en esta existencia incierta." (p. 110). De este modo, mediante su "progresiva liberación de todos los poderes externos y de su propio vínculo a las cosas de esta tierra, una persona se encontrará a sí misma y al mismo tiempo se unirá a sí misma más y más con Dios" en absoluta dependencia. (p. 111). Obra original en inglés, traducción propia. 6 Kierkegaard. Las obras del amor, II.1, p. 41. 7 cf. Pew Research Center. America’s Changing Religious Landscape. [En línea]. 8 cf. INEGI. "Estructura porcentual de la población que profesa alguna religión…". [En línea]. 9 cf. José Luis Pardo Veiras. "México cumple una década de duelo...". The New York Times. [En línea]. 10 cf. Alberto Osorio. "Diez años de narcoguerra dejan 30 mil desaparecidos...". Proceso. [En línea]. 5

Kierkegaard denuncia la situación del cristianismo en la Dinamarca de mediados del siglo XIX, en donde todos se llaman a sí mismos cristianos "por el simple hecho de haber nacido en la «cristiandad» y haber recibido el «chorrito» de agua bautismal"11, pero en realidad viven bajo una ilusión, pues su práctica religiosa se aleja diametralmente del cristianismo del Nuevo Testamento. En este sentido, Kierkegaard afirma que la situación del cristianismo es, si se puede decir así, el doble de difícil que cuando llegó al mundo, porque ahora no tiene que enfrentarse con paganos y judíos, despertando su encono, sino con cristianos […] a quienes la mafia clerical de estafadores les ha hecho creer que lo son.12

De este modo, nos dice, instalar el cristianismo en la «cristiandad» implica, en primer lugar, eliminar la fantasía de que "todos somos cristianos"13, tarea que el filósofo danés asume como propia durante sus últimos años de vida. Este autor cuestiona el sentido que el bautismo ––sacramento mediante el cual Cristo y sus discípulos fueron consagrados, ya en la edad adulta, para estar en comunión con Dios y vivir en el sacrificio–– ha tomado en la «cristiandad», convirtiéndose en una especie de pase directo para pertenecer al cristianismo, sin importar que el niño todavía no cuente con el discernimiento para elegir si en verdad quiere tener esa religión. De acuerdo con Kierkegaard, el bautismo se convierte entonces en una farsa en la que los padres, que usualmente no se ocupan de las enseñanzas de Dios, eligen a unos padrinos que, sólo para la ocasión, se asumen como cristianos y aceptan el compromiso de formar al niño en el cristianismo; en la que un pastor (o bien, un sacerdote, en el caso del catolicismo), a cambio de una aportación económica, vierte el agua sagrada sobre el niño; y en la que lo más importante parece ser el banquete que se realiza para celebrar el evento. Kierkegaard también pone el dedo en el renglón con respecto a la confirmación, a la cual considera como "un sinsentido mucho más profundo que el bautismo de los niños" al pretender suplir la carencia de éste: "una personalidad real que pueda conscientemente hacerse cargo de una promesa que tiene que ver con la decisión de una bienaventuranza eterna"14, lo cual es difícil que suceda en la pubertad, edad en la que se lleva a cabo dicho sacramento. Sin embargo, Kierkegaard reconoce la importancia de estos sacramentos para el clero, "el cual entiende muy bien que si la decisión con respecto a la religión se reservara a la edad madura del hombre (lo único cristiano y lo único razonable), muchos quizá tendrían el carácter

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Albertsen, op. cit., p. 14. Kierkegaard. El Instante, No. 4, p. 62. 13 Ibid., No. 2, p. 37. 14 Ibid., No. 7, p. 125. 12

suficiente como para no ser cristianos de una manera falsa."15 Mientras que para el cristianismo del Nuevo Testamento basta con que haya un solo cristiano verdadero para poder existir, el clero requiere una gran cantidad de seguidores, "tanto por la ventaja pecuniaria como a causa del poder" que esto representa. De este modo, mediante el bautismo y la confirmación, el clero consigue, en palabras de Kierkegaard, "más cristianos que arenques en la temporada de pesca, cristianos por millones", convirtiéndose en "el más grande poder que el mundo ha visto jamás"16. El verdadero cristianismo no está preocupado por su propagación, ya que el mismo Cristo, el modelo, fue muy prudente para decidir quién podía hacerse llamar su discípulo, pues para serlo era necesario recorrer un camino muy angosto (Mateo 7:14) de renunciamiento, abnegación y contraposición con este mundo, con el inevitable sufrimiento que acarrea el tener que morir para la temporalidad y abandonar aquello en lo que se tiene depositada la vida. El cristianismo exige pasión y decisión para dejar de lado lo finito por lo infinito, para romper con todo lo que naturalmente se ama y perseguir la bienaventuranza eterna; exige lo que Kierkegaard llama «o lo uno o lo otro». Esto, nos dice, está destinado a desagradar, exasperar y escandalizar a los seres humanos, hasta el punto de despertar el más profundo odio y persecución, lo cual se expresa constantemente en el Nuevo Testamento. Por tanto, afirma, sería algo excepcional que existiera alguien, un «individuo singular» con un poder tal sobre sí mismo que "pueda querer lo que no le agrada, […] aferrarse a lo verdadero que no le agrada, aferrarse a que es lo verdadero a pesar de que no le agrada, aferrarse a que es lo verdadero justamente porque no le agrada […]".17 En este sentido, se pregunta "¿cómo es que naciones enteras y diversos estados se llaman a sí mismos cristianos? […] ¿Cómo es que hay tanta demanda para convertirse en maestros del cristianismo?"18 De hecho, el propio Kierkegaard rechaza reiteradamente llamarse a sí mismo cristiano y confiesa que le falta demasiado para llegar a serlo. En contraste con esto, los miembros de la «cristiandad» escuchan predicar, "con palabras grandilocuentes y modos de hablar rimbombantes y miradas celestiales y lágrimas a torrentes"19 acerca del requerimiento cristiano de renunciar a este mundo y ellos mismos lo proclaman, pero en los hechos expresan lo contrario, pues llevan una existencia placentera creyendo que son cristianos por el hecho de ir a misa y comulgar de vez en cuando, comprometiéndose con los ideales del cristianismo sólo "hasta cierto grado"20, prudentemente. Por tanto, nos dice Kierkegaard, en la «cristiandad» la 15

Ibid. Ibid., No. 4, p. 67. 17 Ibid., pp. 70-71. 18 Kierkegaard. ¡Juzga por ti mismo!, II, p. 171. 19 Kierkegaard. El Instante., No. 5, p. 85. 20 Ibid., No. 1, p. 21. cf. Kierkegaard. ¡Juzga por ti mismo!, I, pp. 137-143. 16

religión "está diluida y embrollada hasta la pura tontería, de modo que se puede tener esta religión de una manera totalmente desapasionada." Tal falsificación del cristianismo es, para Kierkegaard, una forma de indiferencia más peligrosa que el aceptar abierta y decididamente no tener religión alguna o confesar la propia incapacidad para cumplir con el requerimiento del cristianismo, pues ello implica pasión y valor, mientras que "al tener esta porquería bajo el nombre de religión, se está, se piensa, asegurado contra, fuera del alcance de cualquier acusación de no tener ninguna religión"21, lo cual constituye una gran hipocresía. De este modo, Kierkegaard afirma que la humanidad y el individuo han querido eludir y esquivar el bulto de ser cristianos por medio de esta multitud de cristianos nominales, de un Estado cristiano, de un mundo cristiano, con la finalidad de que Dios quede tan aturdido con todos estos millones que no se dé cuenta de que ha sido engañado, de que no hay ni un solo cristiano.22

Kierkegaard señala como los principales culpables de esta farsa a los pastores, falsamente llamados «testigos de la verdad», esa clase social tan respetada que tiene como tarea ganar a los hombres describiéndoles "con calor, energía y máximo poder de convicción cuán bienaventurados son el renunciamiento y el sufrimiento"23, pero cuya vida expresa que su prioridad es ganar un salario abundante, tener un cargo y hacer una brillante carrera dentro del clero. Esto no significa, nos dice Kierkegaard, que el cristianismo prohíba trabajar para obtener un sustento, sino que lo que exige es mantener una clara separación entre el trabajo para lo finito y el trabajo por lo infinito, para evitar que el cristianismo se convierta "en un empleo como cualquier otro"24, como sucede en el caso del pastor de la «cristiandad», el cual, al mezclar ambos dominios sirviendo a dos señores, se aleja abismalmente de lo que el cristianismo primitivo entiende por ser un representante de Dios. Un ejemplo de esto, nos dice, es el obispo Mynster, cuya filosofía de vida consistió en "lograr de manera humana, admisible y recta, o seguramente de manera humana y honorable, atravesar esta vida de modo feliz y bueno", mientras que el cristianismo primitivo demandaba imitar a Cristo asegurándose de "chocar en serio con este mundo". Por tanto, Kierkegaard señala que lo que por todos es considerado en Mynster como "seriedad y sabiduría cristiana", es en realidad, en términos cristianos, "tibieza e indiferencia"25 y que el reino de Dios está vedado no sólo a los ladrones, los adúlteros o los asesinos, sino también a los tibios, pues el cristianismo exige "comprometerse infinita e incondicionalmente"26.

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Kierkegaard. El Instante., No. 6, p. 99. Ibid., No. 3, p. 54. 23 Ibid., No. 2, p. 43. 24 Kierkegaard. ¡Juzga por ti mismo!, II, p. 158. 25 Kierkegaard. El Instante., No. 6, pp. 97-98. 26 Kierkegaard. ¡Juzga por ti mismo!, II, p. 140. 22

Como vemos, Kierkegaard se concentra en una figura considerada un ejemplo de rectitud, virtud y sabiduría, cuya culpa consiste en obtener una forma de sustento a través de la predicación del cristianismo, es decir, en vivir "de la doctrina, no por la doctrina"27, pues al hacerlo comercia con los sacrificios y el sufrimiento de Cristo y sus discípulos, los verdaderos «testigos de la verdad». De este modo, resulta evidente el abismo todavía mayor que existe entre las enseñanzas del Nuevo Testamento y la jerarquía católica en México, a la cual no sólo se le puede acusar de lo que acusa Kierkegaard al obispo Mynster y a la «cristiandad», sino además, por citar sólo un ejemplo, de encubrir casos de pederastia como los de Marcial Maciel ––quien, por cierto, era cercano al Papa Juan Pablo II y fue protegido por él y la Santa Sede––, Eduardo Córdova o Gerardo Silvestre28. Regresando a la crítica de Kierkegaard a los llamados representantes de Dios, este autor destaca el interés de éstos por buscar primero los bienes terrenales, a pesar de que en su sermón invitan a buscar primero el reino de Dios, como enseña el evangelio. Y así transcurre, nos dice Kierkegaard, la práctica del pastor: primero lo terrenal, primero el dinero, y después puedes bautizar a tu hijo; primero el dinero y después se podrá echar tierra y pronunciar un discurso fúnebre de acuerdo con la tarifa; primero el dinero y después visitaré al enfermo; […] primero el dinero y después la virtud, después el reino de Dios, y esto último, por último, llega en tal grado por último que no llega en absoluto, y todo queda en lo primero: el dinero […]29.

Qué distancia tan enorme hay, afirma Kierkegaard, entre la predicación de Cristo ––cuya enseñanza no radica en una doctrina o un sermón, sino en su propia existencia y en la exigencia de la imitación–– y la predicación de la «cristiandad». Mientras que la vida de Cristo expresa su enseñanza de que "el camino es angosto", pues el camino que él anda en verdad lo es, la vida del predicador de la «cristiandad» ––quien en su sermón repite las palabras de Cristo––transcurre a través de un camino "llano y sencillo"30, por el cual, mediante su ejemplo, invita a la gente a seguirlo, en lugar de seguir a Cristo por el angosto camino del verdadero cristianismo.31 El pastor prefiere ignorar que el cristianismo se demuestra mediante la imitación de Cristo y que el consuelo de la eternidad se da sólo después de que se ha muerto a este mundo, pues, en palabras de Kierkegaard, 27

Nassim Bravo Jordán, op. cit., p. 29. cf. Shaila Rosagel. "México tiene los pederastas más crueles de la Iglesia: Athié". Sin embargo. [En línea]. 29 Kierkegaard. El Instante, No. 7, p. 119. 30 Kierkegaard. Para un examen de conciencia…, II, p. 93. 31 Kierkegaard puntualiza que el camino del cristianismo se distingue de los caminos angostos del sufrimiento común en que el camino de Cristo tiene un carácter voluntario, pues no es que Cristo haya deseado bienes materiales u honor humano, pero haya tenido que conformarse con la pobreza y la humillación, sino que él mismo, habiendo tenido la oportunidad de tener los bienes materiales y el honor, eligió la pobreza y la humillación. 28

Si se hace énfasis en este punto, mientras más marcado sea el énfasis, menos serán los cristianos. Si se pone menor atención en este punto (de tal suerte que el cristianismo se convierte, intelectualmente hablando, en una doctrina), más gente aceptará el cristianismo. Si el punto queda abolido completamente (de tal suerte que el cristianismo se convierte, existencialmente hablando, en algo tan fácil como un mito o una poesía, y la imitación en una exageración, una ridícula exageración), entonces el cristianismo se expande a tal grado, que la cristiandad y el mundo se vuelven casi del todo indistinguibles, o bien, todos nos volvemos cristianos; el cristianismo triunfa absolutamente –es decir, ¡queda abolido!32

En este sentido, el filósofo danés afirma que en la búsqueda por las riquezas de este mundo, los pastores modifican el requerimiento del cristianismo para hacerlo asequible a la «cristiandad», a la cual, por su parte, le conviene mantener la figura del pastor para continuar con el juego del cristianismo, pues si el que predicara fuera, por ejemplo, pobre, "la congregación podría pensar que es en serio, angustiarse y atemorizarse, sentirse totalmente fuera de clima e inquietarse en grado sumo, afectada porque la pobreza se le acercó demasiado a su vida"33. De este modo, la farsa del pastor sirve a los intereses egoístas de una «cristiandad» que desea seguir siendo engañada, y el modelo deja de ser el modelo al que hay que imitar para ser el redentor del cual se espera recibir la salvación. Este modo de pensar, señala Kierkegaard, "está tan trastocado como si alguien fuera presentado como modelo de generosidad, no para imitar su generosidad, sino para ocupar el lugar de aquellos con quienes fue generoso."34 Asimismo, nos dice este autor, aquello que es rechazado por el cristianismo puede continuar existiendo en la «cristiandad» siempre y cuando se pague por ello: entonces toma el nombre de «cristiano». De este modo, si un proxeneta paga al clero, en lugar de ser excluido "de los medios de la gracia", éste se convierte en un "proxeneta «cristiano», tan cristiano como todos nosotros"35. Por tanto, Kierkegaard considera que en todo el clero no existe ningún pastor honesto, pues aunque llegara a haber alguno que confesara que lo que predica no es auténtico cristianismo, éste también sería deshonesto al continuar formando parte del clero, pues "cuando todo el gremio es podredumbre, la honestidad sólo puede mostrarse no siendo miembro del gremio"36. Además, nos dice, dicho pastor podría considerarse incluso peor que los demás al hacerse pasar por algo extraordinario sólo por ser mejor que la mediocridad.

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Kierkegaard. ¡Juzga por ti mismo!, II, p. 214. Kierkegaard. El Instante, No. 5, p. 89. 34 Ibid., p. 79. 35 Ibid.. p. 81. Esto recuerda al caso de Heriberto Lazcano, líder del cártel de Los Zetas, quien supuestamente donó recursos para la renovación de una iglesia y la organización de fiestas religiosas en la ciudad de Pachuca. 36 Ibid., No. 7, p. 135. 33

Por lo tanto, Kierkegaard llama al «individuo singular», "a cada individuo o a cada cual en tanto que individuo"37, a que se distinga de la masa de la «cristiandad» y realice su propia confesión apelando a su conciencia y a su relación con Dios; lo llama a que decida, con honestidad y humildad, si desea involucrarse con el cristianismo del Nuevo Testamento "con toda su incondicionalidad inalterada"38; lo llama a que, en caso de no querer involucrarse con lo incondicional del requerimiento, reconozca su imperfección y admita que no es un cristiano. Para esto, nos dice, no se requiere ni uno solo de los miembros del clero, pues el cristianismo constituye una práctica privada. 2. Las obras del amor Aunque el objetivo principal de este ensayo es presentar la crítica kierkegaardiana a la «cristiandad», también considero importante dedicar unas páginas para hablar brevemente, a riesgo de simplificar, acerca de lo que Kierkegaard llama «las obras del amor», pues, de acuerdo con este autor, es a través de ellas como se manifiesta la imitación de Cristo. Kierkegaard reconoce la importancia de retomar la Epístola de Santiago 2:14-2439 que Lutero rechazó como muestra de su oposición a la idea católica del mérito, esto es, de que a través de las buenas obras los hombres "podían hacerse meritorios ante Dios" y que este mérito podía ser comprado "a precios firmes pero justos"40, como sucedía con la venta de indulgencias. El filósofo danés también rechaza la idea de mérito, pero destaca la importancia fundamental de que la fe y la Palabra de Dios se traduzcan inmediatamente, sin perder ni un solo minuto, en obras, de manera que la propia vida exprese "obras tan intensamente como sea posible"41, como expresó en todo momento la vida de Cristo. Kierkegaard está en contra de leer la Palabra de Dios de un modo erudito, objetivo e impersonal, concentrándose en interpretar aquellos pasajes oscuros en lugar de cumplir de inmediato sus mandamientos: "Si no lees la Palabra de Dios de tal manera que consideres que la mínima parte que comprendes te obliga instantáneamente a obrar acordemente, entonces no lees la Palabra de Dios"42, advierte este autor.

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Kierkegaard. ¡Juzga por ti mismo!, Prefacio II, p. 127. Ibid, II, p. 182. 39 "¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: 'Tengo fe', si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: 'Id en paz, calentaos y hartaos', pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta […]. Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente." apud. Nassim Bravo Jordán, op. cit., p. 16. 40 Kierkegaard. ¡Juzga por ti mismo!, II, p. 218. 41 Kierkegaard. Para un examen de conciencia…, I, p. 56. 42 Ibid., p. 68. 38

Este énfasis de Kierkegaard en poner en práctica lo supremo, se expresa con plenitud en Las obras del amor, obra publicada en 1847 también bajo su nombre. En ella, Kierkegaard pretende "alentar a la acción", es decir, a expresar en obras el amor cristiano, el cual proviene en su totalidad de Dios, que es amor absoluto y al que hay que amar y obedecer de manera incondicional. En este sentido, cuando Dios dice que hay que amar al prójimo como a uno mismo, el amor al prójimo se convierte en un deber para todo aquel que se llame cristiano; y es precisamente al asumir este deber que uno puede reconocer al prójimo. Aludiendo a la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37), Kierkegaard señala que el prójimo "es aquel respecto del cual tengo un deber, y al cumplir mi deber manifiesto que yo soy el prójimo", del mismo modo que el samaritano, a pesar de ser considerado un herético por los judíos, manifestó ser el prójimo al mostrar su misericordia con el agredido, en contraste con el sacerdote y el levita, que no hicieron nada por él a pesar de ser más próximos a él. Por tanto, agrega el filósofo danés, al prójimo "se le encuentra fácilmente, con tal de que uno mismo reconozca su deber"43. Al convertirse en un deber, nos dice, el amor sufre "el cambio de la eternidad", con lo cual se vuelve perfecto y queda "eternamente asegurado"44 contra el cambio y la caducidad, a diferencia del amor inmediato de la predilección, en el cual existe la angustia por la posibilidad de que éste se transforme o languidezca "en la tibieza e indiferencia de la costumbre"45. De este modo, el amor cristiano, expresa Kierkegaard, no depende de que el prójimo lo ame a uno o no, pues es deber cristiano amar al prójimo independientemente de lo que éste sienta por uno. En el amor al prójimo, nos dice Kierkegaard, uno se relaciona primero con Dios y sus exigencias y sólo después con el ser humano al que se ama. En este sentido, la "determinación intermedia" en el amor al prójimo es Dios, no la predilección ––la cual sí lo es en el amor al amado, al amigo, al pariente, al admirado o al que es semejante a uno en alguna de las múltiples diversidades humanas––, por lo que si uno "ama a Dios sobre todas las cosas", entonces amará "también al prójimo y en el prójimo a cada ser humano"46. Kierkegaard enfatiza que para amar de verdad al prójimo es necesario "acordarse a cada instante de que la diversidad es un disfraz" que distingue a los seres humanos en la temporalidad, pues sólo al hacer esto seremos capaces de vislumbrar "en cada cual aquello otro esencial, común para todos, lo eternamente semejante, la semejanza"47. Por tanto, el amor cristiano no depende de si el prójimo le agrada a uno o no, pues es deber cristiano dejar de lado "lo

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Kierkegaard. Las obras del amor, Primera Parte, II.1, p. 41. Ibid., p. 53. 45 Ibid., p. 57. 46 Ibid., II.2, p. 82. 47 Ibid., II.3, p. 116. 44

egoísta de la predilección"48 y "amar al género humano entero, a todos los seres humanos, incluso al enemigo, sin hacer excepción ni por predilección ni por aborrecimiento"49, ya que el amor al prójimo es "la equidad eterna en el amar" y, por tanto, no acepta ni la más mínima discriminación. En consecuencia, cuando alguien se asume como cristiano ––como lo hace una gran mayoría de los ciudadanos estadounidenses que votaron por Trump–– se compromete a mostrar su amor, siempre a través de sus obras, al primer ser humano con el que se encuentra, pues el prójimo es tanto el cristiano como el ateo o el musulmán; tanto el connacional como el inmigrante latino o asiático; tanto el rico como el pobre; tanto el cultivado como el ignorante; tanto el superior como el inferior; pues "con el prójimo" uno tiene "la igualdad del ser humano ante Dios"50. En esto, nos dice Kierkegaard, se diferencia el amor cristiano del amor inmediato de la predilección. Por lo tanto, si uno se queja y se lamenta de no encontrar en el mundo alguien digno de ser amado es porque en realidad carece de amor, pues el amor no es algo que se encuentre en otro, sino algo que uno aporta al otro. Kierkegaard refiere las palabras contenidas en 1 Juan 4, 2051 para prevenir contra el fanatismo ––que bien puede ser hipocresía–– de exaltar de manera tergiversada el amor a Dios afirmando que se ama y se sirve exclusivamente a Él, que es invisible, y no a los seres humanos, que son visibles. Al respecto, afirma: El ser humano comenzará por amar al que es invisible, Dios, pues con ello aprenderá lo que significa amar; pero el hecho de que él ama de verdad al que es invisible se conocerá precisamente porque ama al hermano, a quien ve; cuanto más ame al que es invisible, más amará a los seres humanos que ve. Y no al revés, es decir, que cuanto más rechace a los que ve, tanto más amará al que es invisible; pues si esto fuera así, Dios se convertiría en algo irreal, en una quimera.52

En este amar al ser humano que uno ve, nos dice Kierkegaard, es necesario amar "al ser humano real concreto"53 tal como es, no a la representación que uno se ha hecho de él, y no querer alejarse de él a causa de sus debilidades e imperfecciones, sino mantenerse unido a él de manera más íntima para superar juntos esas debilidades e imperfecciones ––como hizo Cristo con Pedro. Kierkegaard también señala que para llevar a plenitud el deber de amar al ser humano que uno ve, es necesario amarlo de manera invariable por más cambio que éste experimente y por más faltas que pueda cometer, poniéndose siempre en su lugar para no juzgarlo severa y precipitadamente. De hecho,

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Ibid., II.2, p. 67. Ibid., II.1, p. 38. 50 Ibid., II.2, p. 85. 51 "Si alguno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve?". apud., ibid., IV, p. 191. 52 Ibid., IV, p. 198. 53 Ibid., p. 201. 49

Kierkegaard afirma que el auténtico amoroso cree o presupone que en cada ser humano hay amor, presupone, "aunque no se vea, sí, aunque se vea lo contrario, que el amor está, a pesar de todo, presente en el fundamento, incluso tratándose del que se ha desencaminado, incluso del corrompido, incluso del que está lleno de odio"54. Esto se debe, nos dice, a que el amor "es precisamente lo contrario de la desconfianza": mientras que el desconfiado no cree "ni siquiera en el mejor de los seres humanos", pues siempre cabe la posibilidad del engaño, el amoroso cree "el bien incluso del peor de los seres humanos, pues cabe la posibilidad de que, a pesar de todo, su maldad sea una apariencia"55. Con esto, el amoroso manifiesta su fe. Por otro lado, Kierkegaard destaca la importancia de que al realizar una obra del amor no se espere una recompensa de ningún tipo, ni si quiera la de ser amado por aquel al que se ama. Por eso, de acuerdo con este autor, la obra más perfecta del amor es la "que consiste en recordar a un difunto"56, pues "es una obra del amor más desinteresado"57 al no existir ninguna posibilidad de que recibir una recompensa por parte del difunto. Por eso también, haciendo referencia al Evangelio de Lucas (14, 12-13), Kierkegaard afirma que si uno quiere dar un banquete no debe invitarse sólo a los amigos, familiares o personas ricas, pues ellos fácilmente pueden corresponder la invitación, sino a los más desfavorecidos.58 En este mismo sentido, Kierkegaard también enfatiza que las obras del amor no deben realizarse sólo para ser conocidas por otros, pues eso sería egoísmo y no una obra del amor. Finalmente, este autor reconoce que el amor cristiano resulta siempre un escándalo para los seres humanos, incluidos los miembros de la «cristiandad», quienes no alcanzan a ver que en esto consiste la verdadera imitación de Cristo, cuyo amor nunca hizo la más mínima diferencia, ni entre su madre y sus discípulos, ni entre éstos y los demás seres humanos, pues "Él era, entendido en sentido divino, amor; él amaba en virtud de la representación divina acerca de lo que es amor; amó a todo el género humano […]. Por eso toda su vida fue una tremenda colisión con la representación meramente humana acerca de lo que es el amor."59 Por tanto, el amor cristiano, señala Kierkegaard, casi siempre ha tenido como recompensa en este mundo el odio por parte de aquellos que quieren ser amados de una manera preferencial, que esperan algo a cambio del amor y que no entienden que esto no es más que amor de sí. Sin embargo, nos dice, esto es parte del "verdadero sacrificio; pues el sacrificio que es 54

Ibid., Segunda Parte, I, p. 267. Ibid., II, p. 277. 56 Ibid., IX, p. 417. 57 Ibid., p. 427. 58 Al respecto, este autor destaca que la equidad cristiana no exige sólo dar de comer a los pobres, sino también que a esta comida se le llame "banquete", pues "quien da de comer al pobre, pero no vence sobre su mente de tal manera que llamara a esta comida un banquete, no ve en el pobre y el inferior más que al pobre y al inferior, y quien da «el banquete» ve en el pobre y el inferior al prójimo" Ibid., Primera Parte, II.3, p. 111. 59 Ibid., III.1 p. 140. 55

comprendido por los seres humanos ya tiene su recompensa en el aplauso de los seres humanos y, por consiguiente, no es verdadero sacrificio, el cual tiene que quedar incondicionalmente sin recompensa."60 Conclusiones Como Kierkegaard habla al «individuo singular», habla desde la subjetividad y a la subjetividad, voy a permitirme utilizar aquí la primera persona. Yo nací en una familia católica ––y el catolicismo, aunque exista un debate al respecto, es una rama del cristianismo. Cuando en la escuela o incluso, muchos años después, en el trabajo, me preguntaban cuál era mi religión, de manera casi automática respondía nombrando la religión de mi familia y cómo no hacerlo, pensaba yo, si había nacido en el catolicismo, había asistido cada domingo a su iglesia durante mi infancia, había recibido, hasta entonces, todos sus sacramentos, e incluso había estudiado nueve años en un colegio católico. Poco a poco me di cuenta de que no comulgaba con muchas cuestiones de lo que para mí se mostraba como catolicismo, y dejé de decirme católica. No discutiré sobre mis preferencias religiosas actuales, pero sí diré que, al escribir este trabajo, las palabras de Kierkegaard me confirman que, en efecto, no soy católica, pero no por lo que pensaba sobre las incongruencias de la iglesia, sino porque, aunque quisiera serlo, estaría a una inmensidad de poder serlo. Las palabras de Kierkegaard sobre el cristianismo y sus obras son urgentes en esta época en la que países que se asumen como mayoritariamente cristianos exhiben muestras constantes de racismo, clasismo y xenofobia; en esta época en la que, mientras millones de personas que se asumen católicas asisten a ver al Papa, miles mueren en manos de criminales que construyen templos o pagan porque un sacerdote los case o bautice a sus hijos; en una época en que el dinero y el poder son el bien supremo. Si en esta época los millones que se asumen como cristianos demostraran su fe en obras, tradujeran en obras la Palabra de Dios que escuchan los domingos en la iglesia, cumplieran realmente con su obligación de amar incondicionalmente al prójimo, es decir, a cada ser humano que ven, y demostrar ese amor en obras, este mundo podría ser distinto. Del mismo modo que Kierkegaard, en su momento, urgió a la «cristiandad» y, especialmente, a aquellos que se dicen los «representantes de Dios» a que confesaran humildemente su falta de cristianismo, la época presente requiere imperiosamente de un llamado a la confesión. Esta época, como la época de Kierkegaard, urge que los que se hacen llamar cristianos mediten con conciencia sobre lo que en verdad significa serlo; urge que la jerarquía eclesiástica decida: o lo uno o lo otro, o el 60

Ibid., p. 151.

poder, los cargos, los honores, los placeres y las riquezas, o la auténtica vida cristiana; urge que los sacerdotes y los pastores decidan si quieren seguir siendo empleados del clero para predicar hipócritamente sobre Dios y la vida de Cristo, o quieren ser realmente «testigos de la verdad». Y quizá, después de esta meditación, haya algún individuo excepcional que asuma con plenitud que quiere y puede llamarse cristiano. Bibliografía INEGI. "Estructura porcentual de la población que profesa alguna religión por tipo de religión". En Censo de población y vivienda 2010. [En línea]. . Kierkegaard, S. El instante. (Trad. A. R. Albertsen et al.). Madrid: Trotta, 2006. Kierkegaard, S. Las obras del amor. Meditaciones cristianas en forma de discursos. (Trad. D. G. Rivero y V. Alonso). Salamanca: Ediciones Sígueme, 2006. Kierkegaard, S. Para un examen de conciencia & ¡Juzga por ti mismo!. (Trad. N. Bravo Jordán). México: Universidad Iberoamericana, 2008. Malantschuk, G. Kierkegaard's concept of existence. (Ed. y Trad. H. V. Hong y E. H. Hong). Milwaukee: Marquette University Press, 2003. Osorio, A. "Diez años de narcoguerra dejan 30 mil desaparecidos, denuncian ONG en la FIL Guadalajara". Proceso, 4 de diciembre, 2016. [En línea]. . Pew

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