JUSTOS Y PECADORES AL MISMO TIEMPO

August 30, 2017 | Autor: Diego Calvo Merino | Categoría: Karl Rahner, Teologia, Cristianismo, Biblia, Catolicismo, Nuevo Testamento, Adventismo, Nuevo Testamento, Adventismo
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Descripción

KARL RAHNER, S.I.

SIMUL IUSTUS ET PECCATOR Gerecht und Sünder zugleich, Geist und Leben, 36 (1963) 434-443 En la Iglesia no sólo hay un diálogo ecuménico en el campo dogmático y en el campo práctico, sino también en el de la vida espiritual. Precisamente en este último encontramos el medio vital de la separación de la Reforma (pasando por alto las causas externas que la motivaron) y de la posibilidad de un encuentro que prepare la unificación de la cristiandad. Porque sólo si nos entendemos en la inmediata realización del "ser cristianos" hay esperanza de que las afirmaciones reflejas de esta realización, la dogmática, lleguen a una conciencia de unidad. Pertenece, sin duda, a las experiencias religiosas fundamentales el hecho de que somos pecadores y que nos debemos consola r, al mismo tiempo, de ser justificados por Dios en Cristo. Se ha de admitir (y esto se ha dicho recientemente y con gran sencillez desde el lado protestante) que el hombre de hoy ya no está acosado por la pregunta de cómo siendo pecador, cosa que no siente, llegará a ser justificado y cómo encontrará un Dios benévolo. Puesto que el hombre de hoy prefiere padecer el tormento de su existencia, de su oscuridad y de su absurdidad antes que padecer su culpa, y está más inclinado a preguntar cómo Dios justifica esta situación ante el hombre atormentado, que a preguntar cómo puede el hombre justificarse ante Dios, surge un común deseo de todas las confesiones de explicar el problema de la justificación. Por un lado, es necesario encontrar la manera adecuada de predicarlo al mundo de hoy, que ya no es la manera de la Reforma y Contrarreforma, y por otro, queda la pregunta sobre la esencia misma de la justificación cristiana; aunque en realidad ambas cosas están íntimamente relacionadas. En efecto: sólo si los cristianos pueden hacer comprensible a los "paganos" de hoy que el problema no es cómo Dios se justifica ante el hombre, sino cómo el hombre se justifica ante Dios, por la sola acción de Dios, se podrán entender católicos y protestantes en el problema de la esencia de la justificación. Y viceversa: solamente si se ponen de acuerdo en esta cuestión, encontrarán la manera de dar un testimonio convincente de la experiencia justificadora ante el espíritu de nuestro tiempo. Así pues, nos interesa lo que la fórmula protestante pueda decirnos sobre la experiencia de la justificación, no sólo como una cuestión teológica, sino sobre todo como un genuino problema de nuestra vida espiritual.

LA FÓRMULA PROTESTANTE El protestantismo fue, en el sentido más profundo y radical, una cristiandad de la conciencia asustada del pecador ante Dios. Creía, y con razón, que sólo se puede ser cristiano cuando se capitula radicalmente ante Dios. El hombre, ante la infinita santidad y justicia de Dios, se convierte en el pecador espantado, que por sus propias fuerzas no puede salvarse, pues la gracia, la justificación y la santidad surgen exclusivamente de la misericordia de Dios. Se contempla a sí

KARL RAHNER, S.I. mismo mira sus sentimientos y sus obras, y no puede menos de temblar ante la infinita e interpelante santidad de Dios, a la vez que se experimenta una y otra vez como pecador. Pero, a pesar de su circunstancia pecadora, el creyente se sabe justo ante Dios, salvado por la Redención de Cristo y hecho hijo muy amado de Dios. Aunque, volviendo a mirarse, se descubre a si mismo como pecador. De ahí la fórmula "simul iustus et peccator", como expresión del convencimiento de que la fundamental experiencia humana consiste en ser a un tiempo justo y pecador ante Dios. El protestantismo cree que sólo esta dup licidad puede expresar la verdadera comprensión cristiana del hombre: saberse pecador hasta en la última fibra de su conciencia y saberse justificado en el monstruoso riesgo de la fe y la absoluta confianza en el mensaje de Dios. He ahí, según los protestantes, la más genuina concepción cristiana del hombre, que se desvirtúa siempre que se quiere suavizar su paradoja. Se es cristiano cuando a nuestra radical experiencia de permanente pecaminosidad se une la conciencia de fe, de ser justificados por la sola gracia de Dios.

EL "NO" CATÓLICO AL "SIMUL IUSTUS ET PECCATOR" El justo no es pecador La justificación, cano suceso de la historia de salvación, crea algo nuevo, que no puede estar en simultaneidad con la situación antigua. La historia de salvación es una verdadera historia no sólo como historia total en un orden objetivo de salvación, sino también en el orden individual. Es decir. ahora se da algo que antes no se daba. Dios entra en la historia del hombre individual y se produce una verdadera ruptura, una revolución, una verdadera nueva creación. "Mira, Yo lo hago nuevo. Mira una nueva creación". "Lo viejo ha pasado, ya todo es nuevo" "Vosotros estabais muertos y ahora sois nuevamente creados en Jesucristo". Se trata, pues, de un ver(ladero acontecimiento salvífico v no simplemente de un ser conscientes de que permanecemos igual que antes. De ahí surge el no católico al "simul iustus et peccator". La irrupción del acto de Dios en el hombre no puede concebirse en simultaneidad alguna con una situación anterior y, por tanto, el ser del hombre no puede ser expresado por esta permanente relación dialéctica entre dos dimensiones esenciales y necesarias, expresadas en la fórmula simul iustus et peccator".

Objetividad y subjetividad La justificación es un hecho definitivo de Dios, en el que no coinciden sin más la verdad objetiva de esta justificación con la experiencia subjetiva de la misma. Según la doctrina católica lo definitivo en la justificación es la acción de Dios y no la acción, la actitud, la experiencia o la fe del hombre.

KARL RAHNER, S.I. La pregunta acerca de en qué sentido es el hombre justificado por Dios no puede ser resuelta, por tanto, atendiendo a cómo y con qué intensidad la acción de Dios es experimentada por el hombre. La experiencia que podamos tener de la fe y de la justificación no coincide con la verdad objetiva de esta fe y de esta justificación, puesto que lo eficaz y definitivo en el ser justificados es exclusivamente el poder y la acción de Dios. Y la experiencia humana no puede alcanzar toda la profundidad y radicalidad del obrar de Dios. La doctrina católica, para dar gloria a la gracia y poder de Dios, ha acentuado el que a través de la gracia somos hechos "hijos de Dios": al ser justificados se nos da el Espíritu Santo, siendo hechos por la gracia templos de Dios, hijos y ungidos de Dios. Y esta verdad no es una ficción ideológica. No es un simple "como si", sino la última verdad del hombre mismo. La justificación, como acción de Dios, reorganiza al hombre hasta las raíces más profundas de su ser, lo transfigura y lo diviniza. Por esto el justificado no es "justo y pecador a un tiempo". Por la justificación se convierte, en verdad, del pecador que era en un justo, que antes no era. En un sentido verdadero, el hombre cesa de ser pecador. La doctrina católica entiende la justificación, en primer lugar, a partir de una comprensión verdaderamente histórica de los hechos salvíficos: la acción de Dios prevalece sobre el hombre, al gire domina y cambia internamente; y a partir, asimismo, de la convicción de que lo objetivo de la santidad y nuestra experiencia de la misma no se corresponden. Así, el Concilio de Trento rechazó la fórmula "simul iustus et peccator" porque con su simultaneidad temporal de justificación y pecaminosidad desconoce la verdadera esencia de la justificación cristiana. La fórmula fundamental del ser cristiano no es una divagación dialéctica entre pecaminosidad y santidad. En última instancia el hombre, por la acción de Dios, no es justo y pecador a un tiempo, sino justo y nada más.

EL "SÍ" CATÓLICO, RECTAMENTE ENTENDIDO, AL "SIMUL IUSTUS ET PECCATOR" Rechazamos, pues, esta fórmula por no describir correctamente la realidad objetiva que Dios hace efectiva en nosotros, y en la que podemos y debemos abandonarnos antes que hacerlo en nuestra propia subjetividad. Sin embargo la fórmula "simul iustus et peccator" encierra aspectos válidos para la comprensión de la esencia de la justificación.

Incertidumbre de la salvación ¿Puede un cristiano afirmar con absoluta certeza que él es, en verdad, un justificado y que, por tanto, ya no es pecador? Según el Concilio de Trento, una absoluta certeza individual de salvación no nos es dada. Lo cual -si no queremos malentenderlo- no significa que el hombre deba vivir

KARL RAHNER, S.I. angustiado por su salvación, como desconfiando de Dios. El hombre debe confiar, en medio de la experiencia de su fragilidad y miseria, en que ha sido hecho verdaderamente hijo amado de Dios por su misericordia y gracia. Ha de poseer la alegría, la absoluta confianza e inquebrantable esperanza del redimido. Sin embargo, el hombre no puede de una manera cierta y objetiva decir "yo estoy con toda seguridad justificado". Y no puede tener esta seguridad, no porque él haya de mantenerse siempre angustiado y desconfiado ante Dios, sino precisamente -y al contrario- porque debe confiar en Dios. Por esto ha de abandonarse enteramente al juicio de Dios con una firme esperanza, pasando por alto cuanto experimenta acerca de sí mismo. Esta esperanza, que se le exige, reclama que su actitud de absoluta confianza en la gracia no se trueque en una seguridad refleja de su propia salvación. La seguridad le haría nuevamente independiente de Dios y echarla por tierra la incondicional confianza en Dios. Y esta imposibilidad radical de una seguridad de salvación tiene como consecuencia que el hombre se experimente siempre como pecador, como amenazado e inseguro. Aun cuando la teología católica no acepte la fórmula "simul iustus et peccator", tiene ésta un positivo valor, si es entendida como expresión de la experiencia del hombre individual. Pues cuando el hombre puede y debe esperar con toda firmeza ser personalmente justificado por Dios, puede al mismo tiempo, a pesar de esta esperanza y de su temor en esta esperanza, ser un pecador.

El hombre pecador y el pecado "venial" Desde el tiempo de Agustín y con sus mismas palabras, la Iglesia afirma, no "por humildad" sino "con toda verdad", que el hombre es y permanece pecador. Esta doctrina no ha sido negada por el Concilio de Trento por el hecho de que rechazase la fórmula "simul iustus et peccator" como falsa, en el sentido bien determinado que hemos visto. ¿Cómo puede, sin embargo, el justificado ser y permanecer pecador, si al mismo tiempo está en la situación y postura del ser justificado? El católico respondería que permaneciendo justificado comete siempre "pecados veniales" y por ellos debe recurrir constantemente, como pecador, a la gracia del Dios que perdona. El catecismo y la teología nos dicen que el justificado, que comete pecados. permanece en estado de gracia mientras no peque gravemente, objetiva y subjetivamente. Pero para que esta afirmación sea correcta tiene que ser entendida de un modo muy discreto. Muchos creen que siempre se es un poco pecador: se cometen faltas diarias, pequeñas omisiones y rechazos a la ley y voluntad de Dios; y es por eso por lo que uno debe reconocerse pobre pecador. Pero una tal comprensión de la diferencia entre pecado grave y pecado venial y de la coexistencia del estado de gracia con pecados y actitudes veniales, desprecia esencialmente la verdadera profundidad, inseguridad y oscuridad del ser cristiano.

KARL RAHNER, S.I. Se da, ciertamente, según la doctrina católica, una radical diferencia objetiva y subjetiva entre pecado grave y pecado venial. Hablando bíblicamente: hay en el justo, en el hijo amado de Dios, pecados que no quitan la filiación y hay también pecados que si se cometen con la necesaria claridad y libertad apartan, como dice Pablo, del Reino de Dios y de la herencia del cielo, y hacen al hombre hijo de la ira de Dios, mientras permanece en este estado. Pero no podemos abusar de esta diferencia para una solución del acongojado ser cristiano. Hay ciertamente debilidades morales, pequeñas opacidades en nuestro comportamiento con Dios, pequeñas imperfecciones que no cambian la fundamental situación del hombre frente a Dios. Pero ¿sabemos suficientemente que nuestros supuestos pecados veniales son sólo veniales? Naturalmente podemos decir que ciertas imperfecciones de nuestra vida, simplemente consideradas en sí y medidas con una norma objetiva, son solamente pecados veniales. Por ejemplo, una enemistad con el prójimo, una distracción en la oración, una impaciencia son, sin duda, cosas que no pueden gravar la conciencia del cristiano y no pueden quitar la alegría del redimido, la gracia y la santificación por el Espíritu Santo. Sin embargo, no podemos negar una estrechez de miras en la teología moral católica y en la práctica de la confesión al fijarse en las imperfecciones particulares de nuestro comportamiento moral, atomizándolas por completo. Olvidarnos con frecuencia la estructura unitaria de nuestro comportamiento, nuestra fundamental posición frente a Dios. El hombre no coloca en el subsuelo de la sustancialidad de su alma actos sueltos, atomizados. que él ensarta en el hilo del tiempo, sino que todo el hombre vive de una actitud fundamental que está dirigida a Dios o apartada de Él. Esta última y definitiva actitud fundamental -que lo sella y marca todo- no es fácilmente reflexionable por el hombre. Podemos ver los hechos particulares de nuestra vida, pero no podemos ver inmediatamente la última fuente de todos estos hechos en el fondo de nuestro corazón. Esta valoración de los pecados veniales da una seriedad completamente nueva al problema, como puede suponerse. ¿No podrían ser esta o aquella falta de amor al prójimo el eco lejano y el resplandor de un fundamental egoísmo que en última instancia serla mortal?, ¿no podría una tal actitud de egoísmo, que quizá no se manifiesta en horribles hechos externos, ser lo que nosotros llamamos pecado mortal?, ¿no puede ser que la frialdad de nuestra vida religiosa y nuestra vaga indiferencia para con Dios, todavía no manifestada en obras y actitudes inequívocas, se conviertan finalmente en una libre, horrorosa y mortal indiferencia para con Él? Se trata aquí de algo completamente distinto de un pecado venial. Ciertamente no puede reducirse a ninguna acción concreta ni a ningún momento determinado de nuestra vida; pero, ¿no puede significar un último y fundamental "no" a Dios? Esto sería lo que nosotros llamamos estado de pecado mortal, aunque el hombre no se confiese autor de él, siendo así que lo ha consumado en lo profundo de su libertad. casi anónimamente y como con la mano izquierda. Así, la doctrina de la permanente pecaminosidad del hombre a través de los pecados veniales se convierte en una cuestión que nos pregunta qué somos propiamente en lo más profundo de nuestro ser. Pregunta a la que hemos de responder siempre, en un sentido positivo, con la esperanza en la gracia de Dios, sin desembocar por ello en una soberbia seguridad de salvación.

KARL RAHNER, S.I. Debemos, pues, de alguna manera, superar la distinción entre pecado grave y, pecado venial por cuanto no puede ser perfectamente objeto de experiencia en una reflexión concreta sobre nosotros mismos. Por un lado, somos pecadores que esperamos poder pasar de nuestra pecaminosidad a la misericordia de Dios; por otro, justificados cuya justificación está siempre amenazada y combatida, oculta a nuestros ojos. No se puede entender la doctrina de la justificación por la gracia santificante como si esta justificación fuese una adquisición estática. Es una justificación amenazada y combatida de continuo por cl demonio, el mundo y la carne. A pesar de su carácter de estado se balancea por igual sobre la doble cuerda floja de la libre gracia de Dios y de la libertad humana. En efecto, nuestra justificación depende siempre de nuestra libre elección, que a su vez sólo puede ser realizada en y por la misma gracia de Dios, sin ningún merecimiento de nuestra parte. El enorme e incomprensible milagro de la benevolencia de Dios es que el libre "sí" del hombre a la gracia es a su vez un libre regalo de esta misma gracia de Dios. Por nosotros solos no podemos hacer lo más mínimo para que Dios nos dé su gracia, pues nuestro mismo pedirla se basa en una gracia no pedida, que nos da el pedir y el poder pedir. Dios ha de ir siempre por delante. Incluso cuando pensamos y obramos objetivamente lo más personal y nuestro, experimentamos -precisamente entonces- la previa y poderosa actuació n de Dios en nosotros. Seríamos siempre pecadores, apartándonos constantemente de la gracia, si Dios no se nos adelantase a cada instante. Ante este hecho el hombre debe confesarse pecador y en este sentido la fórmula "simul iustus et peccator" puede encontrar un sentido católico válido y decididamente verdadero.

Homo Viator: simul iustus et peccator Como justificado, el hombre es un peregrino, que camina por el mundo; pero en un sentido más profundo, está también en camino en su historia personal de salvación, en la búsqueda de la estabilidad, indestructibilidad y definitividad. Somos peregrinos en la fe. Poseemos a Dios sólo en esperanza, no plena ni inmediatamente. En la esperanza somos peregrinos que, partiendo de Adán y de la tierra de las tinieblas, buscamos la luz eterna, la clara plenitud. Este gran movimiento de nuestro ser, que parte y surge de nuestro abandono en Dios, siempre lleva consigo el punto de origen. En este sentido, por tanto, somos "justos y pecadores a un tiempo". El concreto obrar salvífico del hombre está caracterizado tanto por el punto de partida, del que salimos, como por el estado de perdición, que ya hemos abandonado, y por la meta, que en esperanza ya poseemos. Se puede reconocer al hombre creado por su devenir espiritual, por su tensión entre punto de partida y fin. Como ciudadano del reino eterno, el hombre se mueve constantemente entre estos dos polos. Sin embargo esta "simultaneidad" de principio y fin no es temporal. Simplemente es "simultaneidad" de tensión, y en este sentido

KARL RAHNER, S.I. también la fórmula protestante "simul iustu et peccator" tiene un sentido positivo para el cristiano.

Conclusión El cristiano debe haber entendido que él de por sí no es más que nada y nada más que pecado. Lo bueno que halla en si, ha de reconocerlo como gracia de Dios. Por esto, el cristiano no puede hacer valer ante Dios su justificación, sino que debe, día a día, aceptarla como un regalo inmerecido de la infinita misericordia de Dios, que le diviniza. Santos como Teresa del Niño Jesús lo hicieron así. Cuando se atrevían a entrar en la presencia de Dios, se presentaban -de por sí- con las manos vacías; y en el reconocerse pecadores -como Agustín- descubrían en sí mismos el milagro de que Dios llena las manos del hombre y deja que su corazón rebose de amor y gracia. La fórmula "simul justos et peccator" expresa profundamente esta dinámica, la experiencia de nuestra propia historia de salvación. Pero ignora que, al reconocerse uno como pecador, experimenta precisamente en esto la gracia de Dios, que verdaderamente le hace santo y justo. Dios le libera de todo pecado, de tal manera que verdaderamente desde las fibras más íntimas de su ser es santo, justo, escogido e hijo amado de Dios. Tradujo y extractó: ANTONIO PASCUAL NADAL

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