Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti: perspectivas rioplatenses de 1950

June 15, 2017 | Autor: Carolina Orloff | Categoría: Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Literatura Rioplatense
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JULIO CORTÁZAR Y JUAN CARLOS ONETTI: PERSPECTIVAS RIOPLATENSES DE 1950 Carolina Orloff Universidad de Edimburgo Palabras clave: Cortázar, Onetti, Buenos Aires, Peronismo, Política

El 2009 es un año más que emblemático para hablar de estos dos autores. Tanto Buenos Aires como Montevideo se andan vistiendo de fiesta para conmemorar los veinticinco años de la muerte de Julio Cortázar y los cien del nacimiento de Juan Carlos Onetti. Es de remarcar que ambos escritores, provenientes de las capitales rioplatenses, murieran en Europa – Cortázar en París, Onetti en Madrid. Sin embargo, aunque los dos hayan vivido muchos de sus años más prolíficos en estas ciudades europeas, la marca de la influencia de sus orígenes urbanos nunca dejó de estar presente. Hoy nos remitiremos a los comienzos en la vida literaria de estas dos figuras para analizar las diferentes perspectivas que toman estos dos escritores en la representación de la realidad sociocultural rioplatense de mediados de siglo veinte. Para esto, tomaré como referencia a El Examen, novela que Cortázar escribe en 1950 pero que no se publica sino hasta 1986, dos años después de su muerte; y a La vida breve, una de las novelas más complejas y destacadas que Onetti escribe tras haber vivido en Buenos Aires por más de 10 años y que publica el mismo año que Cortázar escribe El Examen, es decir, 1950. Como bien dice Emir Rodríguez Monegal, Juan Carlos Onetti es de aquellos escritores uruguayos, como Florencio Sánchez y Horacio Quiroga, cuya obra se proyecta tempranamente sobre ambas márgenes del Río de la Plata (1970: 12). Y no sólo por haber vivido en Buenos Aires y haber publicado allí cinco de sus mejores novelas, sino por la principal razón de que el mundo que ha recreado en sus narraciones es el de la ciudad rioplatense de este siglo. Llámese Montevideo, Buenos Aires o Santa María, la ciudad que describe Onetti, la ciudad en la que viven y mueren sus personajes, es una ciudad siempre situada a orillas del Río de la Plata. No faltan en ambas márgenes del río quienes hayan intentado, antes que Onetti, la descripción de esas ciudades de inmigrantes, erguidas sobre “el río de sueñera y de barro”, como dijo Borges en su ‘Fundación Mítica de Buenos Aires’ (1974: 81). Si Roberto Arlt, Eduardo Mallea o el mismo Borges, se habían asomado también a Buenos Aires; si ellos consiguieron

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apresar muchas de sus esencias, ninguno como Onetti logró convertir la ciudad rioplatense en personaje central de toda su obra. Ni siquiera Cortázar, para quien Buenos Aires también fue escenario indiscutible de gran parte de su ficción. En marzo de 1930 llega a Buenos Aires Juan Carlos Onetti, sin más cartel de escritor que algunos cuentos de adolescencia publicados en un periódico de barrio montevideano llamado La Tijera de Colón. Sus biógrafos registran una primera estadía en Buenos Aires de 1930 a 1934, durante la cual publica algunas reseñas cinematográficas en el diario Crítica; escribe también la primera versión de El pozo, publica su primer cuento, ‘Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo’ y escribe Tiempo de abrazar, novela que Arlt lee y recomienda publicar en 1934. Onetti luego regresa a Montevideo para volver a instalarse en Buenos Aires, esta vez por un lapso que duraría casi quince años, de 1941 a 1955, coincidiendo en cuanto al contexto sociopolítico, con el primer mandato del gobierno de Juan Domingo Perón, y con la imposición hegemónica de su llamado ‘Nuevo Orden’. En 1950 se publica en Buenos Aires, La vida breve. Esta novela abre una nueva perspectiva en lo que concierne la producción literaria de Onetti. Sin abandonar del todo la crudeza de la realidad urbana rioplatense, Onetti se compromete a la fabricación literaria de un universo totalmente onírico: la Santa María que inventa Juan María Brausen, protagonista de la novela, no sólo terminará siendo interpolada en el espacio del texto, sino que se convertirá en escenario de la mayor parte de sus narraciones posteriores. En La vida breve, la acción oscila entre la ciudad inventada y la capital porteña argentina. A diferencia de Borges, que busca una temporalidad perdurable en el suburbio, Onetti elige y ubica en el centro de Buenos Aires la temporalidad esencial, pero fugaz, de la ciudad. Y no en el centro monumental, histórico, de la Casa Rosada y el Cabildo, como veremos en El examen de Cortázar, sino en el centro de los espectáculos, del tránsito, de las noticias e incluso de la misma anonimidad. Sin embargo, aunque en apariencia se remita al glamour, la imagen de la ciudad que presenta Onetti lejos está de ser rimbombante. A diferencia de Arlt, que escribe en sus Aguafuertes la atracción ambigua por el espectáculo de un Buenos Aires en vías de la neoyorquización, poblado de grúas y máquinas trabajando, la ciudad onettiana es un paisaje acabado. Dice Brausen: En la noche tibia […] descendí por Corrientes paso a paso […] iba sonriendo a los cartelones de los teatros, respiraba el aire perezoso que sacudían los vehículos, saludaba con los ojos a las

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caras y los diarios desplegados detrás de las ventanas de los cafés, a los grupos que se movían apenas en los vestíbulos de los cines, a los puestos de periódicos y flores, a las parejas gruesas y graves, a los solitarios, y a las mujeres apresuradas que marchaban hacia un moderado éxtasis, un roce fugaz con el misterio, el suspiro de abandono, la materia perecedera que es posible extraer de la noche del sábado (Onetti, 1950: 304).

El paisaje urbano que nos presenta Onetti está pereciendo, desintegrándose. Este es también el caso de El examen donde vemos a un Buenos Aires paulatinamente sofocado por la niebla, hundiéndose, sucumbiendo a los estragos de unos hongos tan surreales como despiadados. Para Cortázar la desintegración de la ciudad es una representación alegórica de los efectos del ámbito político, más precisamente, del Peronismo. Para Onetti, sin embargo, este acabamiento urbano, es mero reflejo de la psicología de sus personajes, quienes declaran por ejemplo: “Buenos Aires […] estaba muerta” (1950: 202), o “Las calles [de Buenos Aires] declinaban para morir en el muelle viejo, se perdían detrás del […] aún ignorado paisaje campesino” (1950: 325). Dentro de la descomposición moral y emocional de los personajes de La vida breve, el paisaje urbano, aunque también en decaimiento, prevalece como una red de contención, como un punto de referencia identificador. Brausen, figura donde convergen el existencialismo, la mediocridad y la desesperanza individual que plantea Onetti, se define a sí mismo como: hombre pequeño y tímido, incambiable […] incapaz, no ya de ser otro, sino de la misma voluntad de ser otro. El hombrecito que disgusta en la medida en que impone la lástima, hombrecito confundido en la legión de hombrecitos a los que fue prometido el reino de los cielos […] símbolo bípedo de un puritanismo barato hecho de negativas (1950: 297).

La ciudad desplaza y arrincona a Brausen, y sin embargo, él precisa de ella para definirse. En los momentos en que el protagonista describe el paisaje urbano, deja entrever una sensibilidad totalmente carente en su mediocre realidad. Desde su hermetismo, dice Brausen: Me acerqué a la luz del balcón para mirar la hora; necesité pensar en la fecha de aquel día, en la calle de la ciudad donde estaba viviendo, Chile al 600, en el único edificio nuevo de una cuadra torcida. “San Telmo”, me repetía para concluir de despertar y ubicarme; en el principio del sur de Buenos Aires, restos de cornisas amarillas y sonrosadas, rejas, miradores, segundos patios con parras y madreselvas, muchas que pasean por la vereda, hombres jóvenes y taciturnos en las esquinas, una sensación de enormes espacios, últimos puentes de hierro, y pobreza. Zaguanes poblados, viejos y niños, familiaridad con la muerte (1950: 99).

A pesar de ser escenario fundamental para su existir, la aridez emocional que Brausen percibe en la ciudad de Buenos Aires es devastadora. Esto también se evidencia hacia el final de la novela cuando ante la pregunta de otro personaje “¿Cree que puede quedarse en Buenos Aires?”, Brausen sin dudar responde: “Tomamos cualquier tren; no tenemos

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apuro en cruzar la frontera, pero sí en salir de Buenos Aires” (1950: 331). El fatalismo que late en los personajes onettianos, y también en su percepción de la ciudad rioplatense a mediados de siglo veinte, no parece originarse en una situación puntual, externa proveniente del contexto; al menos no explícitamente en la novela. En el caso de Cortázar, vemos todo lo contrario. El examen se asemeja notablemente a La vida breve de Onetti en la representación de Buenos Aires como un espacio urbano que agoniza, pero la diferencia crucial es que aunque los personajes cortazarianos también decidan abandonar este paisaje inhabitable al final del texto, las razones por la que lo hacen no se basan en una crisis individual o existencial, sino en la opresión inexorable de un marco sociopolítico devastador. Cuando Cortázar intenta publicar El examen en 1950, la editorial Losada de Buenos Aires lo rechaza por su presunto exceso de vulgaridades. Sin embargo, detrás de ese rechazo hubo una clara manifestación de censura política. Algo ignorada por la crítica, El examen es interesante no sólo porque presenta muchas de las proposiciones estéticas que abundan en las novelas subsiguientes de Cortázar, sino también porque puede leerse como una alegoría política (de y contra el Peronismo), con Buenos Aires como escenario fundamental de las confrontaciones sociales de la época. Aunque Cortázar afirmaría irrefutablemente que no fue sino hasta la revolución Cubana que se interesó por la política, está claro que los primeros años del Peronismo lo inspiraron a adoptar un rol político activo, que se reflejó en su actitud profesional, así como también en sus relatos de ficción. La representación de las masas en El Examen, y del grupo de protagonistas europeizados en contraposición al colectivo proletario, refleja la influencia que el Nuevo Orden peronista estaba teniendo en los espacios físicos e ideológicos que tradicionalmente ocupaba la clase media porteña; Cortázar entre ellos. En la novela, las masas peronistas producen una reacción dialéctica en los personajes. Por un lado, sienten fascinación por el otro, por los bárbaros – como diría Sarmiento – que vienen de las provincias del interior para invadir su pasaje urbano, y por el otro, sienten repulsión. Es esta curiosidad contradictoria la que lleva a los protagonistas a ir a la Plaza de Mayo para confundirse con las masas en la celebración de un peculiar ritual, evento central en la novela. El episodio del ritual en El examen, llamado ‘el ritual del hueso’, ha adquirido cierta fama entre los críticos y lectores por anticipar lo que sería uno de los sucesos

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públicos de mayor concurrencia en la historia argentina; nos referimos al funeral oficial de Eva Perón en agosto de 1952, al que asistieron más de dos millones de personas. Más allá de esta curiosa coincidencia, el ritual del hueso es crucial en el texto como parte de la expresión del sentimiento político e ideológico de Cortázar, ya que explora la conducta y psicología de las masas peronistas desde el punto de vista de la clase media, con la Plaza de Mayo – y por implicancia, Buenos Aires – como escenario simbólico físicamente dividido. En la novela, los personajes deciden asistir a este evento a pesar de que se les está haciendo tarde y, en teoría, tienen un examen que dar en cuestión de horas. La masa de gente reunida en la Plaza de Mayo se centra alrededor del foco del evento y del objeto a venerar: un hueso en su cajita de cristal. A medida que el grupo avanza y se acerca al foco del ritual, la descripción de la plaza y de la Casa Rosada, no sólo preludia el ambiente agresivo del ritual en sí, sino que a su vez hace referencia al creciente apoyo y poder que estaba adquiriendo el Peronismo simultáneamente a la escritura de esta novela. Dice el narrador de El examen: “Vieron desde Bartolomé Mitre […] la luz violenta de la Plaza de Mayo. La Casa Rosada que crecía en el aire de niebla, asomando a jirones, con luces en los balcones y en las puertas” (1986: 47). El hecho que el ritual se lleve a cabo en la Plaza de Mayo y que los personajes perciban tanta hostilidad en ese sitio emblemático, es crucial. Ya que la Plaza de Mayo no solamente es el lugar natural de encuentro para los argentinos, tanto para protestar como para celebrar, sino que además, bajo Perón, la plaza se volvió parte del espacio urbano que las masas peronistas, y el mismo líder, lograron hacer propio. Tanto es así que hay quienes utilizan el término ‘placeros’ a la hora de referirse directamente a los peronistas. Si la Plaza de Mayo había sido un lieu de mémoire por excelencia en la tradición histórica liberal de la Argentina, comúnmente asociada con la Revolución de Mayo de 1810, Perón fue capaz de usurparla y transformarla en un lieu de mémoire peronista. Para poder comprender a pleno las implicancias políticas del ritual del hueso en la novela, es importante tener presente las asociaciones aquí recalcadas entre la Plaza de Mayo y el Peronismo en el imaginario argentino. En el centro de la plaza, el monumento en forma de obelisco, conocido como la ‘Pirámide de Mayo’, parece ser el único símbolo patrio todavía en pie en una ciudad que físicamente se está hundiendo; así describe la escena el narrador: “La tierra estaba

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blanda desde que habían levantado las anchas veredas para despejar la plaza […] había que andar con cuidado […] lo único sólido parecía ser la Pirámide” (1986: 49). Su base funciona como punto de balance para que los personajes puedan caminar con firmeza, y a su vez el monumento da acogida al santuario construido alrededor del hueso: “Hicieron el santuario tomando la pirámide como uno de los soportes” (1986: 48). Por lo tanto, en la alegoría del ritual, la Pirámide de Mayo deviene el elemento central, estructural pero también simbólicamente hablando. Siendo el primer monumento patrio construido en la Argentina independiente en 1811, y sosteniendo a la efigie de la libertad en su parte superior, la Pirámide de Mayo es un símbolo del pasado argentino, cuyo significado se transfiere a dos dimensiones paralelas. Para la clase obrera, la pirámide representa la liberación de la previa oligarquía, mientras que para el sector intelectual, la figura de libertad en un monumento que celebra el sentido de nación, está contradictoriamente asociado a la opresión de una presencia militar y del exceso de poder del Estado. Es interesante notar que para Onetti la Pirámide de Mayo también está al centro del deambular de Brausen quien, anhelando tener una visión más clara de su vida, declara: “Luché por la perspectiva a vuelo de pájaro de la estatua ecuestre que se alzaba en el centro de la plaza principal, de la Plaza de Mayo” (1950: 325). Volviendo a El examen y al ritual del hueso, la ‘Pirámide de Mayo’ permanece en el foco de atención. El narrador la describe como “gloriosa inmarcesible jamás atada al jeep de ningún vencedor de la tierra, columna de los libres sitial de los valientes”, donde “LOS MONTONEROS ATARON SUS CABALLOS [sic]” (1986: 55). Con la mención de ‘montoneros’ atando sus caballos a la pirámide, una referencia que alude a los Federales Francisco ‘Pancho’ Ramírez y Estanislao López entrando a Buenos Aires tras la victoriosa batalla de Cepeda en 1820, Cortázar corrobora lo que establece en su nota introductoria a la novela. En esta nota, y a modo de prólogo, Cortázar declara que “el futuro argentino se obstina de tal manera en calcarse sobre el presente que los ejercicios de anticipación carecen de todo mérito” (1986: 5). Es decir que al trazar una analogía entre el caos que invadió la ciudad aquél día de febrero de 1820 y los eventos del 17 de octubre de 1945 – día de la génesis del Peronismo – Cortázar muestra que una vez más que la historia argentina se repite.

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Si analizamos el relato de los hechos de ese día por el historiador Jorge Abelardo Ramos escrito en 1959, las similitudes entre la descripción de Ramos y la de Cortázar son meritorias del Unheimlich freudiano. Dice Ramos: La noche había caído sobre la ciudad y seguían llegando grupos exaltados a la Plaza de Mayo. Jamás se había visto cosa igual excepto cuando los montoneros de López y Ramírez, de bombacha y cuchillo, ataron sus redomones en la Pirámide de Mayo, aquel día memorable del año 20 […] ¿De qué abismo surgía esta bestia rugiente, sudorosa, brutal, realista y unánime que hacía temblar a la ciudad? […] aquella noche inolvidable, el proletariado iluminó con una llama viva la trama de la conspiración oligárquica. Miles de antorchas rodearon de una aureola ardiente, la mole espectral de la Casa de Gobierno (1959: 23).

Fijando la Plaza de Mayo como lugar perteneciente al pueblo, y el balcón de la Casa Rosada como su espacio de líder indefectible, Perón convirtió los hechos del 17 de octubre de 1945 en un verdadero espectáculo sociopolítico o, efectivamente, en un ritual de – y para – las masas peronistas. Así es como Clara ve al ritual del hueso en El examen, como un show que la cautiva despiadadamente. Cuando la protagonista logra llegar al centro de la ronda del ritual, el lector descubre que hay una mujer vestida de blanco, en un tipo de trance. En una detalle que no deja de parecer casual, leemos que el pelo de esta mujer es “muy rubio desmelenado cayéndole hasta los senos” (1986: 49). La mención a este color de pelo, llevado de esa manera, es notablemente similar al estilo de peinado de Eva Perón, en sus años más jóvenes o cuando en actividades extraoficiales. La gente que rodea a la mujer en trance de pronto comienza a cantar: “Ella es Buena […] Ella es muy Buena […] Ella viene de Lincoln, de Curuzú Cuatiá y de Presidente Roca” (1986: 50), mientras que el narrador nota que: “todo el mundo peleaba por ver a la mujer que era buena, que venía de Chapadmalal” (1986: 51). Los lugares a los que se refiere la muchedumbre son todos pequeños pueblos de provincia en Argentina, ciertamente comparables, en tamaño e idiosincrasia, al pueblo de Los Toldos, pueblo de donde, se supone, provenía Evita. Es interesante notar que Clara se siente paralizada por el horror y el miedo cuando se da cuenta que se ha unido a la masa en la repetición de las frases que idolatran a la mujer. Ante la irreversibilidad de sus actos, Clara ante todo siente vergüenza. Dice el narrador: “Le entró miedo, y además el asco de darse cuenta que cómo había podido, cómo había podido y ya no hay marcha atrás” (1986: 50). La reacción de Clara por haberse hermanado con la masa obrera se vuelve incluso fatalista, cuando el personaje piensa: “Armagedón […] Oh pálida llanura, oh acabamiento” (1986: 51). De forma involuntaria, Clara ha sucumbido al ‘Nuevo Orden’ de Perón, que une a las masas y a la

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religión en una enceguecida veneración de su líder. Sin embargo, ella aún puede percibir que nada bueno puede resultar de este sometimiento a la ‘mujer buena’. Para Clara, como para Brausen en La vida breve, las llanuras fértiles o la Pampa verde, metonimia común para describir a la Argentina, se han vuelto descoloridas, estériles, carentes de vida. Queda claro que los protagonistas de El examen no están interesados en colaborar con el proyecto peronista. Juan, como Clara antes, expresa esto sin ambigüedades, cuando dice: “No me importan ellos, esa gente de la Plaza de Mayo. Me importan mis roces con ellos. Esto es cosa de la piel y de la sangre. Cada vez que veo un pelo negro lacio, unos ojos alargados, una piel oscura, una tonada provinciana, me da asco” (1986: 89-90). Andrés Fava es el único en el grupo de cinco amigos que parece creer en la posibilidad de un colectivo unificado, al pensar que “en las pasiones, en el barro elemental somos iguales a cualquiera” (1986: 90). Sin embargo, no tarda en contradecirse a través de la diferenciación intelectual que hace entre él y la masa, ya que Andrés sólo puede identificarse con un librero, sobre el cual observa: “la fraternidad de los grupos, los equipos, las camadas [...] Todo lo que podía decir, todo lo que valía, era la frase de Marlowe al hablar de Lord Jim, He was one of us” (1986: 176-77). Continuando con la misma línea de pensamiento de Borges y su noción del Peronismo como ‘una época irreal’, el mensaje implícito de El examen es que la Argentina de Perón está pasando por un proceso de letargo y parálisis, donde a la historia se la reescribe mediante la usurpación de símbolos y valores. Las masas peronistas han tomado así la Plaza de Mayo, mientras en la Buenos Aires decrépita el Peronismo se propaga como una epidemia, o siguiendo la descripción del diario Noticias Gráficas en 1956, como un VIRUS TÓXICO (Plotkin, 1998: 35). Para cierto sector de la sociedad, la realidad del Peronismo estaba inmersa en un sentido de falsedad metafísica, y su poder era tal que para muchos intelectuales, vivir en ella se traducía en un acto inmoral. La única manera de evitar este estado de deshonestidad era irse del país; esto fue efectivamente lo que Cortázar mismo hizo en 1951. Es además lo que hace Lucio Medina en el cuento ‘La banda’ (1948), es lo que simbólicamente hacen Irene y su hermano en el famoso ‘Casa Tomada’ (1949), y en efecto es lo que hacen Juan y Clara al final de El Examen. La misma coerción que hizo que Cortázar abandonara su puesto en la Universidad de Cuyo, y que por cierto echó a Borges de su

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puesto como director de la biblioteca de Buenos Aires y que lo nombró ‘Inspector de mercados de aves de corral’, fue sin duda también la razón por la cual El examen no se fue publicada en 1950. Mientras las masas en trance toman posesión de la Plaza de Mayo, y de toda Buenos Aires, el grupo de protagonistas encuentra su salida: Andrés Fava no ve otra solución más que suicidarse, Stella y ‘el cronista’ se hunden en la indiferencia de sus mundos paralelos, y Juan y Clara abandonan la ciudad físicamente. Al concluir El examen, la Plaza de Mayo, como sinécdoque de Buenos Aires, queda en el centro de un horizonte de niebla, totalmente ocupada por la masa invasora, mientras que un botecito navega lento y desalentado, en el marrón espeso del Río de la Plata, quizás en busca de aquella ciudad onírica y perfecta que fue para Onetti, Santa María . BIBLIOGRAFÍA BORGES, Jorge Luis (1974): ‘Fundación mítica de Buenos Aires’, en Cuadernos de San Martín, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, p. 81. CORTÁZAR, Julio (1986): El examen, Buenos Aires, Sudamericana. ONETTI, Juan Carlos (1950): La vida breve, Buenos Aires, Sudamericana. PLOTKIN, Mariano (1998): “The Changing Perceptions Of Peronism”, en Peronism and Argentina, ed. J. P. Brennan, Wilmington, Scholarly Resources Inc., pp. 29-54. RAMOS, Jorge A. (1959): Perón: historia de su triunfo y su derrota, Buenos Aires, Amerindia. RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir (1970): “Prólogo”, en Juan Carlos Onetti, Obras Completas, México D.F., Aguilar, pp. 5-18.

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