\"Juan Ruiz de Apodaca\" en Diccionario de la Independencia de México

July 21, 2017 | Autor: Rodrigo Moreno | Categoría: Virreyes, Biografías, Independencia de México
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Descripción

DICCIONARIO DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO Alfredo Ávila Virginia Guedea Ana Carolina Ibarra Coordinadores

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Comisión Universitaria para los Festejos del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana

RUIZ DE APODACA, JUAN

para un nuevo congreso. En la primera, salvo cumplir el trámite para el que fue nombrado, no tuvo ninguna participación particular y al segundo ni siquiera se presentó. Ante ello, en 1841, cuando el primer ministro español en México, Ángel Calderón de la Barca, lo conoció, dijo: “¡Cuán diferente de lo que era!” Miguel Ramos Arizpe falleció en la ciudad de México en 1843. Sin duda, su vida ilustra vivamente los esfuerzos y las vicisitudes de la creación de un nuevo orden institucional que se sucedieron en el mundo hispánico tras la revolución liberal. Miguel Soto Estrada

Orientación bibliográfica

Alessio Robles,Vito, Coahuila y Texas desde la consumación de la independencia hasta la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. 2 vols. México, s. e., 1945.

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Alessio Robles, Vito, Ramos Arizpe. México, unam, 1937. Benson, Nettie Lee, “La elección de José Miguel Ramos Arizpe a las Cortes de Cádiz en 1810”, en Historia Mexicana, núm. 132, abril-junio de 1984, pp. 515-539. Benson, Nettie Lee, La diputación provincial y el federalismo mexicano. México, El Colegio de México, 1955. Fisher, Lillian E., “A Comanche Constitutionalist: Miguel Ramos Arizpe”, en Hispanic American Essays; a Memorial to James Alexander Robertson. Ed. de A. Curtis Wilgus. Chapel Hill, 1942. Juicio político en España contra Miguel Ramos Arizpe. Present. de Antonio Martínez Báez. México, Senado de la República, 1985. México en las Cortes de Cádiz. México, Empresas Editoriales, 1949.

APODACA, JUAN +

Hijo del importante comerciante de origen alavés Tomás Ruiz de Apodaca y Eliza López de Letona y Lasqueti, Juan Ruiz de Apodaca nació en Cádiz en 1754. A diferencia de su padre, que forjó una poderosa red mercantil atlántica operada desde Cádiz, Juan Ruiz de Apodaca recibió desde muy joven una formación militar que lo destinó a la carrera de las armas. Fue adiestrado en la escuela gaditana de la marina española y para 1770 ya había sido ascendido a alférez de fragata. A partir de ese año, su trayectoria fue en franco progreso. En las décadas de 1770 y 1780 formó parte de numerosas misiones trasatlánticas que, entre otros objetivos, debían proteger las rutas comerciales que vinculaban a la metrópoli con el virreinato del Río de la Plata.Ya como capitán

de fragata comandó sus primeras operaciones navales en contra de los ingleses, primero, y tiempo después en contra de la Francia revolucionaria en el Mediterráneo, operaciones cuyo éxito le valió el grado de brigadier. Los últimos años del siglo xviii y primeros del xix desempeñó funciones defensivas tanto en las costas gallegas cuanto en las andaluzas. Las abdicaciones de los reyes españoles y la invasión de las tropas napoleónicas lo sorprendieron en Cádiz ostentando el cargo de comandante general de la Escuadra de la Mar Océano. Como tal, Ruiz de Apodaca se vio obligado, en junio de 1808, a abrir hostilidades en contra de los navíos franceses que se encontraban fondeados en la bahía de Cádiz obteniendo su rendición y revitalizando, con

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la incorporación de esos buques, la maltrecha marina española. A los pocos días de aquella victoria fue comisionado por la Junta de Sevilla para entablar negociaciones diplomáticas en Londres con el gobierno británico, encargo que le fue ratificado por la Junta Central y que lo llevó a permanecer en la capital inglesa entre 1809 y 1811 involucrado en la tarea de fraguar una alianza europea antinapoleónica. En 1812 fue designado capitán general y gobernador de la isla de Cuba, cargo que desempeñó hasta 1816, año en que el restablecido reinado absolutista de Fernando VII lo nombró virrey, capitán general y jefe político superior de la Nueva España en sustitución de Félix María Calleja. Desde su llegada a la ciudad de México, Ruiz de Apodaca buscó diferenciarse de su antecesor. En ese sentido pretendió implantar una política indulgente que aliviara la deteriorada sociedad novohispana que para entonces había sufrido más de un lustro de revolución y de gobiernos excesivamente militarizantes. En efecto, con sus medidas consiguió que centenares de rebeldes se acogieran al indulto. La insurgencia, en tanto lucha armada, empero, había perdido impulso y organización tras la derrota de Morelos. Cuando Ruiz de Apodaca asumió el mando del virreinato, la rebelión se había atomizado hasta convertirse en una casi endémica guerra de guerrillas. Permanentes focos de insurrección como el que mantuvoVicente Guerrero en la sierra sureña no lograron ser sofocados por las fuerzas armadas virreinales. En términos militares, la victoria más sonada del gobierno de Ruiz de Apodaca fue la destrucción de la expedición de Xavier Mina, a quien el mariscal Pascual Liñán derrotó y apresó en el rancho del Venadito (cerca de Silao, Guanajuato) en 1817, motivo por el cual la Corona le concedió al virrey el título de conde del Venadito. El afán (y el éxito) supuestamente conciliador de Ruiz de Apodaca debe matizarse. En

1820, cuando el Ayuntamiento propietario de México tuvo que dar paso al nuevo Ayuntamiento constitucional, los viejos capitulares no desaprovecharon la ocasión para extender un informe en favor de la labor del virrey conde del Venadito. Aquel documento abiertamente laudatorio presentó cifras exorbitantes que buscaban dar lustro a la gestión de Apodaca y, en particular, a su eficaz desmantelamiento de la rebelión. Según la Noble Ciudad, además del saneamiento de la hacienda y de innumerables obras públicas, al virrey se debían en tres años 9 998 rebeldes muertos, 6 000 prisioneros y 35 000 indultados. Pese a que las cifras son, por lo menos, cuestionables, es cierto que la historiografía ha considerado el gobierno de Ruiz de Apocada, en términos generales, como un periodo de creciente pacificación de la Nueva España y, de manera proporcional, como una etapa de decaimiento insurgente. No obstante, historiadores como Christon Archer han investigado sistemáticamente los años de 1816 a 1820 para matizar estas impresiones. Los estudios muestran que en esta etapa no se desvaneció la guerra en la Nueva España, no al menos en su capacidad de maniatar al gobierno e impedir el orden en múltiples regiones que veían alteradas o interrumpidas sus actividades económicas y su vida cotidiana. La percepción de pacificación o del fin inminente de la guerra —y de la consiguiente victoria de las tropas del rey— fue, de algún modo, producto de una suerte de campaña publicitaria orquestada por el gobierno del virrey Apodaca. La realidad de la Nueva España, no obstante, era bien distinta. Si bien para 1820 la insurgencia como tal había dejado de representar una amenaza para el mantenimiento del régimen, la guerra se encontraba en una situación de empate técnico que tenía a los grupos en disputa y a la sociedad en franco agotamiento. Los irreductibles núcleos de rebelión (que podían o no reivindicarse como insurgentes o independentistas) mermaban el ánimo de la mal pagada y disper-

RUIZ DE APODACA, JUAN, CONDE DEL VENADITO

sa tropa oficial y afectaban la producción y el tráfico comercial de buena parte de las provincias del virreinato. La extenuante circunstancia novohispana había provocado la militarización de muchos de los gobiernos provinciales y la lógica marcial se había impuesto en la toma de decisiones. En ese complejo panorama, el virrey Ruiz de Apodaca —que para ese entonces ya encabezaba sus decretos como conde del Venadito, Gran Cruz de las órdenes militares y nacionales de San Fernando y San Hermenegildo, comendador de Ballaga y Algarga en la de Calatrava y de la condecoración de la Lis del Vendé— recibió las noticias metropolitanas que anunciaban el restablecimiento de la Constitución de Cádiz. Con un sensible retraso de poco más de un mes que dio pie a bien fundadas suspicacias, juró el código ante la Audiencia de México el 31 de mayo de 1820 y ordenó su observancia en todo el virreinato. Echada a andar la maquinaria constitucional, el conde del Venadito (en calidad de capitán general y jefe político superior de la Nueva España) tuvo que velar por el orden gaditano que implicaba, entre otras cosas, libertad de imprenta y libertad a los presos políticos. En noviembre designó a Iturbide como comandante general del sur y rumbo de Acapulco, con las mismas facultades que había tenido el coronel José Gabriel de Armijo y con el especial encargo de apagar la insurrección encabezada por Guerrero y Ascensio. Cuando Iturbide y Guerrero se aliaron bajo el proyecto independentista en febrero de 1821, Apodaca fue invitado a adherirse al Plan de Iguala y a presidir la Junta Gubernativa propuesta por Iturbide, pero de inmediato rechazó la oferta, declaró rebelde al autor, sedicioso el plan y dispuso combatir a la trigarancia. La dispersión y el mal estado que guardaban las fuerzas armadas entorpecieron las titubeantes decisiones del conde del Venadito. En opinión de Carlos María de Bustamante, le faltó

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perspicacia para darse cuenta de la fuerza de la nueva revolución. Su autoridad disminuyó de forma inversamente proporcional a las adhesiones que sumaba el proyecto de Iturbide. Paulatinamente trató de implementar, en vano, actitudes y medidas dictatoriales que sólo dejaron ver su desesperación y relativa soledad al frente del virreinato. Con la mayor parte del territorio asociado al Plan de Iguala, las tropas expedicionarias acantonadas en la ciudad de México se amotinaron la noche del 5 al 6 de julio de 1821 cuando Ruiz de Apodaca se hallaba sesionando con la Junta de Guerra, que pidió su separación del cargo en favor de alguno de los subinspectores. Argumentando la ineficacia y debilidad de sus decisiones y su incapacidad para hacer frente a los independientes, la tropa amotinada rechazó en las negociaciones que Apodaca, separado del mando militar, continuara como jefe político. Ante la intransigencia, el conde del Venadito redactó su renuncia y el gobierno fue asumido por el mariscal Francisco Novella. Permaneció recluido en el convento de San Francisco hasta el 25 de septiembre cuando, en medio de los preparativos festivos para el ingreso triunfal de los trigarantes a la ciudad de México, salió hacia Veracruz. En octubre se embarcó con rumbo a La Habana y de ahí partió a España. Debido a su vinculación con el reinado absolutista de Fernando VII, no tuvo cabida en ningún cargo durante los años que permaneció vigente el régimen constitucional, pero en cuanto el soberano logró abolirlo nombró a Ruiz de Apodaca virrey de Navarra. Sus años de servicio a la Corona le fueron reconocidos en ese entonces con la Gran Cruz de Isabel la Católica, con la Gran Cruz de Carlos III y con su designación como consejero de Estado. Finalmente, el reinado de Isabel II lo honró como Prócer del Reino. Murió en Madrid a comienzos de 1835. Rodrigo Moreno

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Orientación bibliográfica

Archer, Christon I., “La militarización de la política mexicana: el papel del ejército. 1815-1821”, en Allan J. Kuethe y Juan Marchena F., eds., Soldados del rey: el ejército borbónico en América colonial en vísperas de la independencia. Castelló de la Plana, Publicacions de la Universitat Jaume I, 2005, pp. 253-277.

Arenal Fenochio, Jaime del, Un modo de ser libres. Independencia y Constitución en México (1816-1822). Zamora, El Colegio de Michoacán, 2002. Hamnett, Brian R., Revolución y contrarrevolución en México y el Perú. Liberalismo, realeza y separatismo (1800-1824).Trad. de Roberto Gómez Ciriza. México, fce, 1978.

+TALAMANTES, MELCHOR Fraile mercedario, natural de Perú; teólogo ilustrado, de pulcro estilo neoclásico; escritor inteligente y audaz, pensador polifacético y proyectista político. Durante la crisis de 1808 redactó varios escritos relativos a la formación de un Congreso Nacional y otros en los que consideró la conveniencia de proclamar la independencia de la Nueva España. La mayoría de sus ideas no tuvo el eco que él esperaba y le acarrearon un largo proceso judicial del que no saldría con vida. Su patria fue Lima, en el reino del Perú. Nació el 10 de enero de 1765 en el seno de una familia pobre que confió su educación a un fraile mercedario. A los 14 años ingresó al convento de la Merced, y en él realizó sus estudios de bachiller. Más tarde, obtuvo el grado de Doctor en Teología por la Universidad de San Marcos, donde llegó a ocupar las cátedras de Filosofía, Teología y Sagrada Escritura. En 1789, cuando recibió las órdenes menores y mayores, ya era lector de Teología y comenzaba a desempeñar algunas funciones dentro del arzobispado. Para 1795 era un eclesiástico reconocido y solvente, pues había recibido una capellanía en donación. Aunque su actividad en esa época es difícil de documentar, parece falsa la afirmación que hizo (muchos años después, ante el virrey de Mé-

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xico) de haberse ocupado de los principales negocios del virrey Francisco Gil de Taboada y Lemos, a quien supuestamente servía de manera confidencial. En cambio, se sabe que en esos años tendía a abandonar el claustro y se interesaba por asuntos políticos y lecturas heterodoxas. De hecho, es probable que hubiese aprendido a leer francés en aquel tiempo. En una indagatoria inquisitorial, el mercedario fue señalado como uno de los sujetos que había leído y comentado el Contrato social, de Rousseau, y otros libros pertenecientes al barón de Nordenflycht, uno de los sabios de formación alemana que examinaron las minas del Perú. Por razones poco claras,Talamantes obtuvo una licencia para trasladarse a la península por la vía de la Nueva España. Se ha pensado que quería secularizarse,pues unos años antes había hecho algunas gestiones en ese sentido, pero es probable que deseara salir del Perú y que estuviera en busca de alguna prebenda eclesiástica o de algún oficio que lo liberase de sus obligaciones conventuales. Tras una breve estancia en Guayaquil, se embarcó hacia Acapulco. En noviembre de 1799 llegó a la ciudad de México y de inmediato ingresó como “huésped” al convento de la Merced. Su permanencia en el reino se justificó inicialmente por la dificul-

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