José Ruiz Fernández: \"Ciencia empírica y mundo de la vida\" (2009)

July 7, 2017 | Autor: A. Revista Intern... | Categoría: Philosophy of Science, Phenomenology, Edmund Husserl, Husserl, Fenomenología, Husserl: Life-world (Lebenswelt)
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Descripción

CIENCIA EMPÍRICA Y MUNDO DE LA VIDA

José Ruiz Fernández

Alea

ISSN: 1576-4494 Fecha de recepción: junio 2009 Fecha de revisión: junio 2009 Fecha de aceptación: julio 2009

Ciencia empírica y mundo de la vida

Artículos

CIENCIA EMPÍRICA Y MUNDO DE LA VIDA

José Ruiz Fernández Universidad Complutense de Madrid

El objetivo de este artículo es dilucidar en qué medida el concepto de Husserl de mundo de la vida abre una posibilidad para clarificar fenomenológicamente la ciencia empírica. Se defiende que el contraste entre la ciencia matemática moderna y el mundo de la vida no puede ser usado para devaluar o reinterpretar esa particular tarea racional que es la ciencia empírica, como se ha hecho a menudo en la tradición fenomenológica, sino que fenomenológicamente ha de servir para ayudarnos a advertir cuál es su originaria e irreductible realidad. Palabras clave Ciencia empírica, mundo de la vida, Husserl

Abstract The aim of this paper is to elucidate how the Husserlian concept of the lifeworld opens a possibility for a phenomenological clarification of empirical science. It will be contended that the contrast between modern mathematical science and the lifeworld cannot be used to devaluate or re-interpret the prior, as it has often been the case in the phenomenological tradition, but can help us to recognize the irreducible and original reality of that rational endeavour. Keywords empirical science, lifeworld, Husserl

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Resumen

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1. Introducción

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Para Husserl, toda determinación objetiva del mundo supone la validez del «mundo de la vida» como horizonte de sentido pre-dado; el mundo de la vida es como el suelo a partir del cual se elabora cualquier praxis cognoscitiva y, en particular, esa praxis que es la ciencia empírica matemática moderna. El mundo de la vida es, efectivamente, lo que inmediatamente se hace valer, es decir, el medio transparente en que se mueve nuestro vivir intersubjetivo, nuestro vivir como hombres que habitan un mundo entre otros hombres. Que la ciencia empírica se retrotraiga al mundo de la vida quiere decir, en primer término, que sólo en ese «mundo de vida» encuentra la ciencia el suelo para ponerse en pie;1 que los frutos de una elaboración científico-teórica del mundo son algo constituido desde y a través de ese plano inmediato de sentido y, por tanto, que la legitimidad a la que esos frutos pudieran aspirar tiene que ser, en algún sentido, relativa a él. Dentro de la vaguedad expositiva en que de entrada nos hemos situado, lo que se acaba de decir es difícilmente discutible. Lo que va exactamente complicado en esa tesis no está ya, sin embargo, tan claro. Por ejemplo, parece indudable que, si el mundo de experiencia se presenta inmediatamente de manera típicamente cualitativa, toda determinación empírica métrica, es decir, definida en un continuo, conlleva, por relación a la experiencia inmediata, una cierta idealización.2 Esa idealización parece reflejar cierta inadecuación del discurso científico por relación al mundo de vida, pero ¿en qué sentido debe asumirse esa inadecuación? ¿Significa, meramente, que ese discurso idealizante no debe asumirse como un reflejo adecuado del mundo de la vida? ¿O significa, además, que la ciencia matemática es una forma de racionalidad deficiente que debe corregirse y aclararse por medio de una consideración retrotraida al mundo de la vida? ¿En qué sentido hay que «retrotraerse» al mundo de vida y en qué sentido se espera aquí una «aclaración»? Que la ciencia

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En palabras de Husserl, la ciencia empírica es «una realización espiritual humana que presupone tomar como punto de partida el mundo de vida circundante intuitivo, dado previamente como siendo para todos en común». Husserl (1976), p.123. 2 Ya en Husserl (1977), §74 apuntaba Husserl que es constitutivo de las ciencias descriptivas el uso de conceptos vagos e inexactos y que los conceptos ideales sólo son ajustados a las ciencias exactas. En Husserl (1976), p.22 se señala que «las cosas del mundo circundante intuitivo están inmersas, de modo general y en todas sus propiedades, en las fluctuaciones de lo meramente típico». Sobre esto véase también el tratado «Ciencia de la realidad e idealización» en Husserl (1976), pp. 279-293.

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Sobre el trasfondo de la tesis central de La Crisis de las Ciencias Europeas que establece una dependencia de la ciencia empírica respecto al mundo de la vida y la necesidad de aclarar su sentido por relación a él, este ensayo quiere ser ocasión para reflexionar libremente sobre el alcance y legitimidad que esa tesis pudiera tener. La exposición se ha dividido en dos puntos. En el primero se aclarará en qué medida la «inadecuación» que puede atribuirse a la ciencia empírica por relación al mundo de vida no es en realidad una deficiencia de esa forma de conocimiento. Partiendo de lo desarrollado en ese primer punto, en el segundo se pondrá de relieve adónde debe apuntar una aclaración fenomenológica de la ciencia empírica y qué papel puede jugar en esa aclaración la referencia al mundo de la vida.

2. La presunta «inadecuación» de la ciencia empírica respecto al mundo de la vida En primer lugar, es necesario fijar con claridad en qué sentido se va a hablar aquí de «mundo de la vida». Es cierto que lo que con ese término se va a distinguir coincide en buena medida con lo que Husserl toma por tal. No obstante, porque el uso de ese término en La Crisis complica también algunos motivos que nos parecen problemáticos, se estima conveniente no plegarse sin más a ese uso y establecer de una manera autónoma a qué queremos referirnos aquí con él.

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Cf. Husserl (1980), §11.

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empírica se retrotraiga al mundo de la vida puede querer decir, por ejemplo, que en tanto que formación histórica de sentido, ella descansa en ciertas estructuras del mundo de vida que son históricamente invariantes. ¿Acaso hay que determinar esas formas características del mundo de vida para poner de relieve luego cómo se conforma la ciencia desde ellas? ¿Es esa la «aclaración» del ejercicio científico que cabe esperar de una fenomenología? Por otra parte, y en tanto que Husserl asume que el sentido del mundo de la vida es rendido en una génesis trascendental, ¿tendrá que llevarnos la aclaración de ese ejercicio a cuestionarnos también por esos rendimientos genéticos de sentido? 3 ¿Son estos los modos en que debe hablarse de un «retrotraerse» y de una «aclaración»? En la medida en que esto no está claro, no es obvio tampoco el papel que puede jugar la apelación al mundo de la vida en el contexto de una aclaración fenomenológica de la ciencia empírica.

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El mundo, en sentido amplio, podemos asumirlo a manera de horizonte y ámbito en el que nos mantenemos en el transcurso de los quehaceres particulares que podemos desplegar. Quizá no la fantasía o el sueño, pero lo que perceptivamente comparece se mantiene en un ‘arraigo’ característico. Efectivamente, el medio perceptivo se da como horizonte en que nos tenemos. Siempre que en ese medio nos ocupamos con lo que nos concierne estamos en el mundo. Este arraigo mundano se mantiene, ciertamente, en la habitual ocupación pragmática que no distingue o elabora temáticamente nada. Pero se mantiene también cuando desde ese mismo medio se articula y elabora cierto orden de relaciones significativas. En el mundo nos mantenemos arraigados, no sólo en el quehacer pragmático más inmediato sino también, por ejemplo, cuando tratamos de resolver un crucigrama, jugamos al ajedrez o estamos sentados en un escritorio afanándonos por demostrar un teorema matemático. Y lo mismo debe decirse, claro está, por relación al ejercicio de la ciencia empírica: él se realiza en un arraigo mundano. En el sentido amplio de mundo en el que estamos hablando hasta aquí, el ejercicio de la ciencia matemática moderna es tan mundano como cualquiera de nuestras ocupaciones más o menos triviales o habituales. Si se quiere contraponer mundo de vida y ciencia empírica hay que realizar una cierta división en el sentido amplio de estar-en-el-mundo que acabamos de mencionar. El mundo de vida tiene que tomarse como un modo particular de nuestro estar en el mundo. Con el concepto de mundo de la vida distinguimos, efectivamente, el sentido en el que estamos mundanamente imbuidos cuando no nos encontramos desplegando ninguna articulación significativo-categorial. El mundo de la vida sería, según esto, nuestro estar en el mundo realizado en su inmediatez. Por lo demás, no deja de ser cierto que ese mundo de vida es un medio que sigue estando dado, quizá en un segundo plano, allí donde nuestra inserción mundana ha empezado a orientarse y ordenarse al hilo de un cierto despliegue significativo. Aunque eso que aquí se ha fijado como mundo de vida no siempre coincide con nuestra concreta inserción mundana, es siempre el fondo de esa nuestra concreta inserción mundana. Aquí valen bien las palabras de Husserl que dicen que «en el mundo de la vida vivimos siempre, también en cuanto científicos».4 En tanto que el mundo de vida es como el fondo de sentido sobre el que pueden venir a desplegarse y conformarse un ejercicio significativamente

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E. Husserl, Husserl (1976), p.132.

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articulado, es enteramente comprensible que en la consideración de una tarea racional empírica le sea atribuida una relevancia señalada. Todo quehacer racional empírico, es decir, todo quehacer discursivo cuya legitimidad quede remitida, de un modo u otro, al horizonte de una experiencia perceptiva, tiene el mundo de vida como punto de partida. Más aún, por contraste con el mundo de la vida, cualquier teoría empírica no deja de presentarse como algo contingente, como una posibilidad que puede ser desarrollado o no. Por relación a la ciencia empírica esto que se acaba de señalar dice, en principio, algo trivial, a saber, que ella es índice de una tarea que se tiene que hacer, que sólo puede haber algo así como ‘ciencia empírica’ en la medida en que nos hayamos puesto a ello. Por contraposición con el mundo de la vida, los frutos de la ciencia-empírica dependen del activo despliegue de una posibilidad que tiene que ser realizada. La ciencia empírica –como la fenomenología misma– es índice de una tarea significativamente ordenada que tiene que desplegarse prácticamente, activamente. Pero reparemos ahora en algo, no tan trivial, pero de suma importancia. El cometido de esa tarea práctica particular que es la fenomenológica es dar cuenta discursivamente de los fenómenos, esto es, de lo que es concretamente patente, no en aras a llegar a «otra cosa», sino en aras a someterse a ello, a hacerlo valer como lo más originario. Un ejercicio fenomenológico no podría tener la pretensión de partir, por ejemplo, del inmediato mundo de vida para rendir o alcanzar, desde allí, ‘algo nuevo’. Un ejercicio científico empírico, por el contrario, viene orientado al concreto mundo de experiencia, sin embargo, no trata meramente de dar cuenta de lo que es patente sino de ‘hacer algo’ con ello y desde ello. La ciencia empírica es una tarea práctica inherentemente creativa y operativa, es decir, una tarea que se realiza como ejercicio orientado a la consecución de algo que no está inmediatamente dado, a saber, una anticipación, simple y abarcante, del orden objetivo de la experiencia. Se trata, decimos bien, de un ejercicio creativo porque gracias a él se alcanza un poder de previsión mundano que el mundo de la vida no ofrece en absoluto. Este carácter creativo al que nos estamos refiriendo no es exclusivo, ciertamente, de la ciencia empírica. También es inherente, por ejemplo, del quehacer lógico-matemático que se afana en establecer y fijar un cierto tipo de relaciones esenciales que inmediatamente no están dadas, es decir, que no están dadas hasta que uno no se «pone matemáticamente a la obra». Este carácter «creativo» al que nos estamos refiriendo es, sin embargo, enteramente ajeno al quehacer fenomenológico que, por principio, está orientado a hacer valer en el discurso aquello que es concretamente patente. 119

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Pues bien, importa ahora reparar en lo siguiente. El hecho de que el quehacer científico empírico sea un ejercicio con una orientación inherentemente creativa hace absurdo el intento de socavar su legitimidad por contraste con el mundo de la vida. El mundo de la vida es medio en el que inmediatamente se está y con el que inmediatamente se cuenta. Ahora bien, si en la concreta inserción en el mundo, es decir, si en la inserción en un mundo que comprende el despliegue mediato de un orden significativo, se quiere alcanzar una previsión y anticipación objetiva de la experiencia entonces se tiene que hacer ciencia. La ciencia empírica no se legitima prácticamente porque sea cabalmente adecuada al mundo de la vida sino porque ella y sólo ella es lo que ofrece práctico cumplimiento a un tal fin. Dicho todavía con otras palabras: la ciencia empírica es índice de una tarea con un cometido práctico irreductible. A continuación se va a tratar que esto que va dicho gane algo más de claridad a la que vez que se trata de perfilar un poco mejor la idiosincrasia de la ciencia empírica como tarea racional particular. En tanto que tarea racional la ciencia empírica está emplazada a atenerse a ciertos fenómenos, en su caso, a la experiencia perceptiva. En su ejercicio la ciencia empírica no puede, por ejemplo, decidir a capricho cuál es el resultado de una medida. Eso lo tiene que establecer recurriendo en cada caso a lo que comparece en una experiencia perceptiva concreta. Ahora bien, en tanto que ese ejercicio sirve a una tarea orientada a ganar algo que no está dado, él tiene que ir más allá de la inmediatez del mundo de la vida. Esto es a fortiori verdadero en la física moderna que se realiza al hilo de una elaboración categorial en la que se pone en juego el continuo matemático y ciertas formas ideales y, con ello, relaciones que no sólo tienen que ser significativamente proyectadas sino que, como Husserl vio bien en la Crisis, no tiene posible equivalente en el mundo de la vida, es decir, no admite intuición categorial en un medio perceptivo. «Algo» como una recta ideal puede ser categorialmente construida pero, en un medio perceptivo, no puede funcionar como una distinción adecuada. Esta imposibilidad, por lo demás, no se limita al plano de lo ideal-matemático, sino que atañe también a la generalización. Un principio o una ley universales, en la medida que se hacen valer como determinación objetiva de un «en sí» empírico, carecen de la posibilidad de una evidencia concreta, es decir, son formas categoriales que no distinguen sino que trascienden necesariamente el mundo de la vida. Como todo esto es así, uno puede verse movido fácilmente a pensar lo siguiente: en la medida en que el ejercicio de la ciencia empírica se orienta racionalmente a la experiencia perceptiva de tal manera, sin embargo, que él proyecta «algo» que inmediatamente no comparece, la ciencia empírica 120

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Si la pretensión de la ciencia empírica fuera la de dar cuenta de lo que en el mundo de vida comparece lo anterior debería tenerse por una deficiencia real. Sucede, sin embargo, que ella no está en absoluto orientada a ese objetivo: la ciencia empírica no guarda una pretensión fenomenológica por relación al mundo de la vida y no puede, por tanto, medirse por el rasero de esa pretensión. La ciencia empírica hace pie en la experiencia inmediata pero, en la prosecución práctica del fin al que sirve, su obra está por hacer. Está por hacer porque sólo en el efectivo despliegue de su quehacer cobra concreta realidad aquello a lo que ella aspira. El ejercicio de la ciencia empírica sirve a la consecución de un poder: poder orientarse de una manera empírico-objetiva y, por tanto, poder ordenar de manera segura toda acción mundana. Ese poder sólo se gana en el práctico despliegue de ese ejercicio. A la consecución de esa ganancia sirve la proyección de un orden matemático componible y la proyección de principios generales que permitan implementar, en un orden categorial simple, un dominio empírico controlado. Y porque sirve a esa ganancia todo eso está prácticamente legitimado, es decir, legitimado para los fines científicos. Los fines que persigue la ciencia empírica no son, por otra parte, meros ideales regulativos de una actividad que flotara en el vacío: ellos vienen a realización en nuestra concreta inserción mundano-categorial. En el ejercicio científico que interroga y pone a prueba se gana un poder. Esa ganancia es consecución de algo nuevo y es ganancia enteramente real.

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Husserl (1976), p.130. Como ejemplo de esa manera de considerar las cosas puede leerse, por ejemplo, Serrano de Haro (1993).

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es un quehacer constructivo y, por tanto, relativamente deficiente o ilegítimo. Algunos aspectos del pensamiento de Husserl han promovido esta manera de situarse ante la ciencia empírica: cuando se afirma que «el mundo de la vida es un reino de evidencias originarias» y que, por tanto, el camino tiene que retroceder desde «la evidencia lógica-objetiva a la protoevidencia en la que el mundo de vida está constantemente dado con anterioridad»,5 se está a un paso de asumir toda ciencia empírica, y especialmente la moderna física matemática, como una tarea racional que, habiendo perdido el suelo intuitivo en el que descansa su originaria legitimidad, queda inevitablemente afectada de un índice de irrealidad.6 Esta forma de pensar es, sin embargo, injusta, y yerra en lo fundamental.

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En resumidas cuentas: es un hecho que el ejercicio de la ciencia empírica trasciende el mundo de la vida, pero es de todo punto absurdo tachar por ello de deficiente a la ciencia empírica. Tan ridículo es descalificar a la física matemática por idealizante como reprochar al quehacer fenomenológico que en absoluto nos sirva para saber a qué atenernos objetivamente en el mundo. El ejercicio científico empírico no responde a una pretensión fenomenológica y no puede medirse por el rasero de esa pretensión. Una tarea racional ha de medirse por la pretensión práctica que guarda y no por una ajena. Porque de lo que se trata en la ciencia empírica es ganar algo de lo que no se dispone, a saber, un poder de previsión empírico-objetivo en nuestra concreta inserción mundano-categorial, es enteramente adecuado aquello que coadyuva a ese fin.

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3. El papel que puede jugar la distinción del mundo de la vida para una aclaración fenomenológica de la ciencia empírica Esa particular tarea racional que es la fenomenología no tiene un carácter creativo, es decir, no tiene como fin ganar «algo nuevo», sino dar cuenta de lo ya patente, de los fenómenos, haciéndolos valer en su originaria e insuperable legitimidad. Antes se ha destacado el mundo de la vida como fondo de sentido desde el que mediatamente puede desarrollarse un ejercicio científico. ¿En qué medida hacer esa distinción nos ayuda al objeto de aclarar lo que ese ejercicio es? En primer término, desde luego, esa distinción ayuda a darnos cuenta de que lo que en ese ejercicio se establece no puede asumirse como punto de partida explicativo del mundo de la vida. Si el ejercicio de la ciencia empírica cobra realidad desde el mundo de la vida, no puede pretenderse que los frutos de ese ejercicio se hagan cargo de lo que el desarrollo de ese ejercicio supone. Pero, se objetará, ¿no se realiza en la ciencia empírica una determinación máximamente objetiva del mundo? ¿Por qué no, entonces, comprender objetivamente el mundo de vida? Ciertamente, la objetividad de la ciencia empírica es real, pero es real como fruto de una elaboración significativa mediata que se despliega desde el mundo de la vida. La objetividad no es un principio explicativo del mundo de la vida sino un logro práctico que hace pie en él. La objetividad se refiere al horizonte empírico, al mundo empírico, pero no, por principio, al mundo de vida, es decir, al medio desde el que esa objetividad es elaborada significativamente. El fruto de una elaboración significativa mediata no podría nunca subsumir el fondo de sentido en que esa elaboración se desarrolla y toma cuerpo. 122

Lo anterior es, y era para Husserl, paladinamente claro. Con todo, cabe plantear todavía otra cuestión, la cuestión de cómo haya que asumir la dependencia de la ciencia empírica respecto al mundo de la vida y, por tanto, de en qué medida una consideración del mundo de la vida habría de poder contribuir a una aclaración fenomenológica de la ciencia empírica. En principio se podría pensar que, si el ejercicio de la ciencia empírica se retrotrae al mundo de vida inmediato, entonces una aclaración de esa ciencia debería orientarse a precisar qué caracteriza el mundo de vida para, desde allí, desentrañar la manera cómo en último término viene a constituirse esa ciencia. Éste es, efectivamente, el planteamiento que Husserl asume como originariamente fenomenológico. Pero este planteamiento no está a salvo de reparos. Si, como antes se ha dicho, ninguna elaboración significativa mediata puede subsumir el fondo de sentido del mundo de vida, eso tendrá que valer, no sólo por relación a la ciencia empírica, sino por relación a cualquier elaboración significativa mediata. También, por tanto, por relación al intento de precisar qué es lo «característico» o «idiosincrático» del mundo de vida. Con esto que decimos no negamos la posibilidad de que en el mundo de la vida se tipifiquen ciertos «comportamientos» o «vivencias» y que se distingan ciertos «momentos» esencialmente complicados en ellos. Damos por supuesto que en un medio significativo pueden elaborarse multitud de distinciones relativas al mundo de la vida. Ahora bien, lo así distinguido no deja de tener al mundo de vida inmediato como originario fundamento de legitimidad. Que distinciones y relaciones esenciales mediatamente constatadas se asuman como una constatación del «orden originario» del mundo de vida es tan ilegítimo como asumir la ciencia empírica como un horizonte originariamente explicativo de la realidad. Con esto que se está diciendo se pretende recusar un cierto modo como Husserl se sirve del concepto de mundo de la vida al objeto de aclarar fenomenológicamente la ciencia empírica: el mundo de la vida tiende a presentarse como «orden» con una «estructura propia» de tal manera que, el hecho de que la ciencia empírica descanse en el mundo de la vida viene a interpretarse de esta manera: hay un «orden» de sentido que el ejercicio científico supone y para alcanzar claridad en relación a la ciencia empírica ese «orden» debe explicitarse. Las cosas se presentan aquí como si fuera el desentrañamiento de ese «orden invariante», que en último término se hace descansar en el «orden invariante» de una génesis pasiva de sentido, lo que permitiera dar claridad fenomenológica a la ciencia empírica. Poner de relieve, con alguna concreción, que este planteamiento es fenomenológicamente equívoco; mostrar que ese planteamiento es víctima de la ilusión de que una elaboración significativa mediata puede poner en claro 123

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el sentido inmediato del mundo de vida; exponer cómo en el desarrollo de ese planteamiento algunas formas categoriales basculan hasta funcionar como momentos explicativamente originarios y cómo el sentido originario empieza a conjugarse desde formas categoriales mediatamente introducidas; advertir la manera como se llega ahí y los motivos ilegítimos que empujan a llegar ahí, todo eso equivaldría a hacerse cargo de la insuficiencia fenomenológica de ciertas asunciones directivas de la obra de Husserl. Esto no es cosa que aquí pueda hacerse de una manera real. En todo caso, y a modo de ilustración insuficiente, se puede intentar una breve consideración crítica del modo como Husserl ha pretendido hacerse cargo del mundo de vida como una forma invariante que estaría subyaciendo en las distintas conformaciones históricoculturales de sentido. Algo así como una forma esencialmente invariante de mi mundo de vida tendría que aprehenderse en un proceso de variación eidética aplicado a mi mundo de vida. ¿Puede esto realizarse? Un juicio que complique necesidad ha de descansar, para Husserl, o bien en que una identidad esencial sea articulada (1+1=2) o bien en que la compenetración concreta de dos momentos significativamente destacados sea advertida (p.ej. «color»-«extensión»). Descartado, obviamente, lo primero, queda lo segundo. Ahora bien, esa posibilidad se revela impracticable en el caso que aquí consideramos: ¿cómo podría establecerse que una «forma» (primer momento) es necesaria «al mundo de vida» (segundo momento) cuando el mundo de vida es el fondo concreto en el que tiene que descansar la compenetración de los momentos significativamente destacados? La variación eidética de dos momentos considerados es relativa a lo que yo, desde mi mundo de vida concreto, puedo poner en juego, es decir, depende de mi mundo de vida, ¿cómo podría pues establecer la invarianza eidética de mi mundo de vida si la posibilidad de una variación eidética lo supone? Todavía más, ¿cómo puede siquiera hablarse de que «algo» es invariante en «mi mundo de vida» cuando el mundo de vida no es «momento» alguno sino el fondo en el que descansa toda distinción de momentos. Quizá lo que se acaba de señalar pueda aclararse mejor mediante un ejemplo. Es posible constatar que a lo que habitualmente denominamos percepción es inherente un correlato sensible. Establecemos aquí una complicación esencial entre «una percepción» y «lo correlativamente percibido» parecida a la que podría establecerse, por ejemplo, entre «un color» y «su extensión». Ahora bien, es muy distinto afirmar que algo como «la percepción» complique necesariamente «un correlato sensible», que afirmar 124

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Si, como decimos, el mundo de la vida no es un «orden» susceptible de explicitación mediata, entonces una aclaración fenomenológica de la ciencia empírica no tiene nada que ver con retrotraer o derivar esa ciencia a ese «orden». ¿En qué sentido puede pensarse, entonces, que la apelación al mundo de la vida contribuye a esa aclaración? El mundo de vida no es un «ámbito», necesitado de estudio, cuya «aclaración» pudiera darnos claves para desentrañar el sentido de la ciencia. En su inmediatez el mundo de la vida no es algo necesitado de claridad. Llamar la atención sobre el mundo de la vida no nos ayuda a aclarar el ejercicio de la ciencia empírica porque ello nos oriente a un campo de supuestos subyacentes a ese ejercicio sino, simplemente, porque nos hace advertir ese ejercicio como posibilidad práctica y activamente desplegada desde ahí. Ser despliegue activo en el mundo de vida es la concreta realidad del ejercicio de la ciencia empírica. Si la apelación al mundo de vida nos ayuda a advertir esto, ya se ha ganado mucho al objeto de una aclaración de la ciencia empírica, si aclarar fenomenológicamente no es otra cosa que retrotraernos a la realidad concreta de aquello a lo que nos referimos. Por supuesto, luego cabe hacer muchas distinciones circunstanciadas de cómo

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Por tanto no un problema esencial si es verdad que «las puras verdades esenciales no contienen la menor afirmación sobre hechos». Husserl (1977), p. 17. 8 Al respecto Husserl (1976), Anexo III, pp. 385-386.

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que el mundo de vida complique necesariamente «la percepción». ¿Por qué la forma esencial «percepción» habría de conformar necesariamente el mundo de vida? ¿Es esto un problema eidético? ¿O no es, más bien, un problema fáctico, es decir, un problema que remite al mundo de vida concreto? 7 Por supuesto, de la misma manera que cabe establecer verdades de esencia relativas a algo como «la percepción», cabe establecer verdades esenciales relativas a algo que significativamente hubiéramos querido establecer como «mundo de vida». Sólo que nuestro mundo de vida no es originariamente «algo definido» sino el fondo concreto que toda distinción supone. Si de entrada se quiere asumir que «mundo de vida» dice algo que complica la percepción, entonces, como es obvio, la tesis se hace verdadera, pero no se hace verdadera desde el fundamento concreto del mundo de vida, sino analíticamente. La tesis, referida al mundo de vida, de que «el mundo humano es esencialmente el mismo, hoy y siempre» 8 no tiene, en propiedad, ningún contenido: es una tesis vacía o tautológica.

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ese ejercicio activo se despliega y ordena, de cómo se organiza y conforma pero, bien entendido, ya no nos podremos confundir acerca de que todas esas distinciones tienen como originaria referencia ese ejercicio en su realidad concreta. Quizá nos cuesta un poco asumir que la humilde tarea que se acaba de referir es todo lo que la fenomenología puede y debe hacer por relación al conocimiento científico empírico. Frente a los frutos que rinde el ejercicio de la ciencia empírica, los fenomenólogos suelen creerse en la obligación de contraponer una presunta verdad originaria en la que ese ejercicio debería quedar subsumido. No se repara lo suficiente en que, exactamente de la misma manera como los frutos del ejercicio científico son asumidos a veces como un horizonte originariamente explicativo de la realidad, la tradición fenomenológica es proclive a subsumir dogmáticamente la concreta realidad de ese ejercicio. La verdad de la ciencia empírica tiene que presentarse entonces como relativa a los rendimientos genético-constitutivos de una subjetividad trascendental; o quizá como arraigando en el esenciar del Ser que en la época moderna habría emplazado a lo que comparece a ser puro índice de un dominio técnico; o quizá como una elaboración exterior e irreal que desconocería su fundamento en la inmanencia. Todos estos esquemas son extravíos fenomenológicos y no contribuyen nada, en mi opinión, a la claridad. Produce alguna tristeza advertir que, estando orientada la tradición fenomenológica a dar cuenta de los fenómenos guardándolos en su irreductible realidad, cuando ella se ocupa de la ciencia lo primero que suele olvidar es que el ejercicio científico posee una realidad concreta que ha de ser fenomenológicamente preservada. El cometido que por relación a la ciencia empírica tiene encomendado la fenomenología no es oponerse o subsumir su realidad concreta sino salvaguardarla; salvaguardarla de tal manera que ella quede a salvo de interpretaciones abusivas y parciales; salvaguardarla, también, de tal manera que ella no pueda utilizarse para fomentar otras tantas interpretaciones abusivas y parciales que nada tienen que ver con ella. De lo único que debería tratarse, en todo caso, es de guardar el ejercicio científico en su concreción: esa concreción, que la distinción entre mundo de vida y ejercicio científico supone; esa concreción, que ni los frutos de la ciencia empírica, ni el ejercicio fenomenológico, pueden legítimamente suplantar.

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Referencias bibliográficas Husserl, E.: La Crisis. Husserliana VI. La Haya: Martinus Nijhoff, 1976. Husserl, E.: Experiencia y Juicio. México: UNAM, 1980. Husserl, E.: Ideas I, Husserliana III/1. La Haya: Martinus Nijhoff, 1977.

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Serrano de Haro, A.: «Cumplimiento intuitivo y mundo de la vida», en San Martín, J. (ed.): El Concepto de Mundo de la Vida. Madrid: UNED, 1993, págs. 125-144.

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