José Ramón Mélida y la arqueología española

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Descripción

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1. M.ALMAGRO-GORBEA (ed.), El Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia. Madrid, 1999. 2. J.M.ABASCAL, El P. Fidel Fita y su legado documental en la Real Academia de la Historia. Madrid, 1999. 3. J.MAIER, Jorge Bonsor (1855-1930) y la Arqueología Española. Madrid, 1999. 4. G. MAYANS. Introductio ad veterum inscriptionum historiam litterariam (L. Abad y J.M. Abascal, eds.). Madrid, 1999. 5. M. ALMAGRO-GORBEA et alii (eds.), El Disco de Teodosio. Madrid, 2000. 6. J. MAIER. Epistolario de Jorge Bonsor (1886-1930). Madrid, 2000. 7. F. AGUILAR PIÑAL. El académico Cándido Mª Trigueros (1736-1798). Madrid, 2001. 8. A. DELGADO, Estudios de numismática arábigo-hispana (A. Canto y T. Ibrahim, eds.). Madrid, 2001. 9. J. BELTRÁN Y J. R. LÓPEZ (coords.), El Museo Cordobés de Pedro Leonardo de Villacevallos. Madrid, 2003. 10. J. MIRANDA, Aureliano Fernández-Guerra (1816-1894). Un romántico, escritor y anticuario. Madrid, 2005. 11. J. MATÍNEZ-PINNA (coord.), En el Centenario de Theodor Mommsen (18171903), Madrid, 2005. 12. J. M. ABASCAL Y R. CEBRIÁN, Manuscritos sobre Antigüedades de la Real Academia de la Historia. Madrid, 2006. 13. D. CASADO, José Ramón Mélida y la Arqueología española (1875-1936), Madrid, 2006. 14. P. RODRÍGUEZ OLIVA, J. BELTRÁN Y J. MAIER, El mausoleo de los Pompeyos: análisis historiográfico y arqueológico. Madrid, 2006 (en prensa). 15. S. GONZÁLEZ, La Fotografía en la Arqueología española (1860-1960), Madrid, 2006 (en prensa). BIBLIOTHECA ARCHAEOLOGICA HISPANA 1. J. ALVAREZ SANCHÍS. Los Vettones. Madrid, 1999. 2. A. M. MARTÍN. Los orígenes de la Lusitania: el I milenio a.C. en la Alta Extremadura. Madrid, 1999. 3. M. TORRES. Sociedad y mundo funerario en Tartessos. Madrid, 1999. 4. M. ALMAGRO-GORBEA Y T. MONEO. Santuarios urbanos en el mundo ibérico. Madrid, 2000. 5. E. PERALTA. Los Cántabros antes de Roma. Madrid, 2000. 6. L. PÉREZ VILATELA. Historia y Etnología de la Lusitania. Madrid, 2000. 7. R. CEBRIÁN. Titulum fecit. Madrid, 2001. 8. L. BERROCAL Y P. GARDES (eds.). Entre Celtas e Iberos. Madrid, 2001. 9. A.J. LORRIO. Ercávica. Madrid, 2001. 10. J. EDMONSON, T. NOGALES Y W. TRILLMICH. Imagen y memoria. Monumentos funerarios con retratos en la colonia Augusta Emerita. Madrid, 2001. 11. N.VILLAVERDE, Tingitana en la antigüedad tardía (siglos III-VII). Madrid, 2001. 12. L.ABAD Y F. SALA (eds.), Poblamiento ibérico en el Bajo Segura. Madrid, 2001. 13. L.BERROCAL-RANGEL, P. MARTÍNEZ Y C. RUIZ, El castiellu de Llagú (Latores, Oviedo). Un castro en los orígenes de Oviedo. Madrid, 2002. 14. M.TORRES, Tartessos. Madrid, 2002. 15. J.C. OLIVARES. Los dioses de la Hispania céltica. Madrid, 2002. 16. J.JIMÉNEZ, La toreútica orientalizante en la Península ibérica. Madrid, 2002. 17. J.SOLER. Cuevas de inhumación múltiple en la Comunidad Valenciana. Madrid, 2002. 18. G. ALFÖLDY Y J.M. ABASCAL. El arco romano de Medinaceli Madrid, 2002. 19. F.QUESADA Y M.ZAMORA (eds.). El caballo en la antigua Iberia. Madrid, 2003. 20. T.MONEO, Religio Ibérica. Santuarios, ritos y divinidades. Madrid, 2003. 21. A.Mª NIVEAU, Las cerámicas gaditanas “tipo Kuass”. Madrid, 2003. 22. G.SAVIO, Le uova di struzzo dipinte nella cultura punica. Madrid, 2004. 23. L. ALCALÁ-ZAMORA, La necrópolis ibérica de Pozo Moro. Madrid, 2004. 24. Mª. J. RODRÍGUEZ DE LA ESPERANZA, Metalurgia y metalúrgicos en el Valle Medio del Ebro (c. 2900-1500 cal. A.C.). Madrid, 2005. 25. A.LORRIO. Los Celtíberos (reed.), Madrid, 2005. 26. M. ALMAGRO-GORBEA ET ALII, La necrópolis tartésica de Medellín. Madrid (en preparación). 27. A.LORRIO. La Cultura de Qurénima. El Bronce Final en el Sureste de la Península Ibérica. Madrid (en preparación). BIBLIOTHECA NUMISMATICA HISPANA 1. P.-P. RIPOLLÉS, Monedas hispánicas de la Bibliothèque nationale de France. Madrid, 2005. 2. F. MARTÍN, El tesoro de Baena. Reflexiones sobre circulación monetaria en época omeya. Madrid, 2005. 3. J. M. ABASCAL, Hallazgos monetarios en La Alcudia de Elche. Madrid-Alicante, 2006 (en preparación). 4. A. CANTO Y T. IBRAHIM, Monedas Hispano-çarabes de la Bibliothèque Nationale de France. Madrid, 2006 (en preparación).

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ANTIQUARIA HISPANICA

JOSÉ RAMÓN MÉLI DA (1856-1933)

FH36

D AN I EL C ASAD O R IGALT

JOSÉ RAMÓN MÉLIDA Y LA ARQUEOLOGÍA ESPAÑOLA

I. ANTIGÜEDADES 1.1. M. ALMAGRO-GORBEA, Epigrafía Prerromana. Madrid, 2003. 1.2. JUAN MANUEL ABASCAL Y HELENA GIMENO, Epigrafía Hispánica. Madrid, 2000. 1.4. Epigrafía Hispano-Árabe (en preparación). 1.5. J. CASANOVAS, Epigrafía Hebrea, Madrid, 2005. 2.1. M. ALMAGRO-GORBEA et alii, Antigüedades Españolas I. Prehistoria. Madrid, 2004. 2.2.1. J. MONTESINOS, Terra sigillata (Antigüedades Romanas I), Madrid, 2004. 2.2.2. Lucernas y Vidrios Romanos (Antigüedades Romanas II), Madrid, 2005. 2.3. J. A. EIROA, Antigüedades Medievales. Madrid, 2005. 2.4. J. MAIER (ed.), Antigüedades siglos XVI-XX. Madrid, 2005.

1.1. J. M. ABASCAL Y P. P. RIPOLLÉS (eds.) Monedas hispánicas. Madrid, 2000. 1.2. A. CANTO et alii, Monedas Visigodas. Madrid, 2002. 1.3. A. Canto et alii, Monedas Andalusíes. Madrid, 2000. 1.4. J. CAYÓN et alii, Monedas Hispano- cristianas.Madrid, 2005 (en preparación). 2.1. A. VICO, Monedas Griegas, Madrid, 2006. 2.2.1. F. CHAVES, Monedas de Roma. I, Republicanas. Madrid, 2005. 2.2.2 M. ALMAGRO-GORBEA y J.M. VIDAL, Monedas de Roma. II, Alto Imperio (en preparación). 2.2.3. Monedas de Roma. III, Bajo Imperio. 2.3 A. CANTO Y I. RODRÍGUEZ, Monedas Bizantinas, Vándalas, Ostrogodas y Merovingias, Madrid, 2005. 2.4. A. CANTO et alii, Monedas Árabes orientales (en preparación). 2.5. Monedas Extranjeras, Medievales y Modernas (en preparación). 2.4. I. SECO, Monedas Chinas (en preparación). 3.1. M. ALMAGRO-GORBEA, M. C. PÉREZ ALCORTA Y T. MONEO. Medallas Españolas. Madrid, 2005.

III. ESCULTURAS, CUADROS Y GRABADOS 1. A. E. PÉREZ SÁNCHEZ (dir.), Madrid, 2003. 2. Esculturas (en preparación). 3. Grabados (en preparación). 4. Fotografías (en preparación).

IV. DOCUMENTACIÓN

M. ALMAGRO-GORBEA Y J.M. ABASCAL, Segóbriga y su conjunto arqueológico, Madrid, 1999. J. M. ABASCAL, M. ALMAGRO-GORBEA Y R. CEBRIÁN, Segóbriga. Guía del Parque Arqueológico (3ª ed.), Madrid, 2005. Tesoros de la Real Academia de la Historia, Madrid, 2001. A. RUMEU, La Real Academia de la Historia, Madrid, 2001.

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CATÁLOGOS DEL GABINETE DE ANTIGÜEDADES

II. MONEDAS Y MEDALLAS

OTRAS PUBLICACIONES

Pedidos: Real Academia de la Historia León, 21 28014 Madrid Fax: (34) – 91 429 07 04 E-mail: [email protected]

REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA PUBLICACIONES DEL GABINETE DE ANTIGÜEDADES

1. Archivo del Gabinete de Antigüedades, Madrid, 1998. 2. Archivo del Numario, Madrid, 2004. 3. Archivo de la Colección de Pintura y Escultura, Madrid, 2002. 4. Archivo de la Comisión de Antigüedades: 1. Madrid (1998); 2. Aragón (1999); 3. Castilla-La Mancha (1999); 4. Cantabria. País Vasco. Navarra. La Rioja (1999); 5. Galicia. Asturias (2000); 6. Extremadura (2000); 7. Andalucía (2000); 8. Cataluña (2000); 9. Castilla-León (2000); 10. Valencia. Murcia (2001); 11. Baleares. Canarias. Ceuta y Melilla. Extranjero (2001); 12. Documentación General (2002) 13. Antigüedades e Inscripciones 1748-1845, Madrid, 2002. 14. 250 años de Arqueología y Patrimonio Histórico. Madrid, 2003. 5. Noticias de Antigüedades en las Actas de Sesiones 1. Actas de Sesiones 1738-1791 (en preparación). 2. Actas de Sesiones 1792-1833, Madrid, 2003. 3. Actas de Sesiones 1834-1874 (en prensa). 4. Actas de Sesiones 1874-1939 (en preparación).

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CASADO RIGALT, Daniel José Ramón Mélida (1856-1833) y la Arqueología española / por Daniel Casado Rigalt. – Madrid: Real Academia de la Historia, 2006. – 512 p, il.; 30 cm. – (Publicaciones del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia. Antiquaria Hispanica, 13). D.L.: M-17501-2006 – I.S.B.N.: 84-95983-72-9 1. Mélida, José Ramón I. Real Academia de la Historia (Madrid). II. Título. III. Serie. CDU 929 : 902 Mélida, José Ramón

Esta obra forma parte del Programa de colaboración de la REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA con las fundaciones “BANCO BILBAO VIZCAYA”, “RAMÓN ARECES”, “CAJA MADRID”, “FUNDACIÓN RAFAEL PINO”, “MAPFRE”, “ASLTOM”, “DELOITTE” y “TELEFÓNICA”.

Ilustración de cubierta: Retrato de José Ramón Mélida, Archivo Victoria Mélida Ardura.

© REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA I.S.B.N.: 84-95983-72-9 Depósito Legal: M-17501-2006 Impresión: ICONO IMAGEN GRÁFICA, S.A.

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REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA GABINETE DE ANTIGÜEDADES

JOSÉ RAMÓN MÉLIDA (1856-1933) Y LA ARQUEOLOGÍA ESPAÑOLA por

DANIEL CASADO RIGALT

MADRID 2006

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REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA COMISIÓN DE ANTIGÜEDADES

Presidente: Excmo. Sr. D. José Mª Blázquez Martínez. Vocales: Excmos. Sres. D. José M. Pita Andrade, D. Martín Almagro Gorbea y D. Francisco Rodríguez Adrados

ANTIQUARIA HISPANICA editado por

Martín Almagro Gorbea

13. JOSÉ RAMÓN MÉLIDA (1856-1933)

Esta investigación se ha publicado gracias a la Acción Especial BHA2002-10562-E, Estudio y publicación de las colecciones del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia y potenciación de su labor científica, concedida por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología.

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A MIS PADRES, MI HERMANO, MI FAMILIA Y A SANDRA

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José Ramón Mélida, Archivo Victoria Mélida Ardura.

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ÍNDICE

P RESENTACIÓN ......................................................................................................................................... I NTRODUCCIÓN .......................................................................................................................................

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F ORMACIÓN Y ESTUDIOS (1856-1875) ..................................................................................................... La tradición artística familiar ......................................................................................................... La Escuela Superior de Diplomática .............................................................................................

21 21 28

ESPECIALIZACIÓN EN EL M USEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL (1876-1883) ........................................... Museo Arqueológico Nacional: labor de catalogación. Ingreso en el Cuerpo Facultativo ........ Lisboa. Primera representación oficial en el extranjero ................................................................ Un regeneracionista al amparo de la Institución Libre de Enseñanza ......................................... Viaje a París: sus tendencias francófilas .........................................................................................

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EL NOVELISTA (1880-1901) .....................................................................................................................

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EL ARQUEÓLOGO DE GABINETE (1884-1901) ......................................................................................... Jefe de sección en el Museo Arqueológico Nacional. Conservador y funcionario ..................... Egipto y Grecia, sus tempranas pasiones. Viaje al Mediterráneo Oriental en 1898 .................... Matrimonio y entorno familiar ..................................................................................................... El IV Centenario del Descubrimiento de América ....................................................................... Un humanista entre corrientes finiseculares: positivismo, difusionismo y helenocentrismo ..... El Ateneo de Madrid, una encrucijada cultural entre dos siglos .................................................. Contactos con la nobleza: Duques de Villahermosa. Estancia en Navarra ................................. Primera etapa en el Museo de Reproducciones Artísticas ............................................................ De Egipto a la Cultura Ibérica .......................................................................................................

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LA ARQUEOLOGÍA P ROTOHISTÓRICA ESPAÑOLA EN EL TRÁNSITO DEL SIGLO XIX AL XX ................................ El despertar de la arqueología ibérica: la Dama de Elche y el hispanismo francés ..................... La polémica autenticidad de las estatuas del Cerro de los Santos: criticismo y evolución ........ Arte ibérico: una nueva realidad impregnada de filohelenismo .................................................. Reflexiones en torno a la cerámica prehistórica: Mélida y Bonsor ..............................................

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José Ramón Mélida

Ingreso en la Real Academia de la Historia ................................................................................... Iberia Arqueológica ante-romana. Cultura Ibérica y filohelenismo ............................................. Primera gran obra de conjunto: El Catálogo Monumental de Extremadura .............................. Académico de Bellas Artes de San Fernando, teórico del Arte y aficionado a la pintura ...........

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N UMANCIA, VEINTE AÑOS DE EXCAVACIONES (1906-1923) ................................................................... Primeras intervenciones y publicaciones ....................................................................................... Disquisiciones en torno a la naturaleza de la cerámica numantina prerromana ......................... Urbanismo y antigüedades numantinas (1907-1908) .................................................................... Gesta numantina versus evidencias arqueológicas (1909-1910) .................................................... La Comisión y el yacimiento: murallas, construcciones y armas (1911-1914) ............................ Nuevo panorama legislativo, conservación y nuevos hallazgos (1915-1916) .............................. De la topografía de Numancia a la inauguración del Museo Numantino (1916-1920) .............. Cultura material protohistórica y romana (1920-1921) ................................................................ Un enigma sin resolver: la necrópolis de Numancia .................................................................... Balance de dos décadas de excavaciones. Fin de los trabajos .......................................................

229 236 243 249 251 254 258 260 266 267 269

D OS DÉCADAS DE EXCAVACIONES EN AUGUSTA EMERITA (1910-1930) ................................................. Primera etapa de las excavaciones: el teatro. Esculturas e inscripciones (1910-1915) ................. Una casa-basílica romano-cristiana (1916) .................................................................................... Hallazgos y trabajos en el anfiteatro (1915-1920) ......................................................................... Excavaciones en el circo (1919-1927) ............................................................................................ Trabajos en la posescena del teatro. Restauración y gestión (1929-1931) ....................................

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EL PATRIMONIO MONUMENTAL ESPAÑOL EN EL P RIMER TERCIO DEL SIGLO XX ............................................. Segunda etapa en el Museo de Reproducciones Artísticas ........................................................... La defensa del Patrimonio en un nuevo marco legislativo: declaraciones de Monumentos Histórico-Artísticos (1902-1932) .............................................. Divulgador del Arte, los museos y las colecciones. La colección Vives ....................................... El funcionario: Catedrático de Arqueología en la Universidad Central y miembro del Cuerpo Facultativo .................................................. Anticuario de la Real Academia de la Historia. Informes arqueológicos (1913-1933) ................

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MADUREZ P ROFESIONAL (1916-1933) Director del Museo Arqueológico Nacional. Adquisiciones y donaciones (1916-1920) ............ Reflexiones sobre arqueología peninsular. Conferencias en el Ateneo de Madrid ..................... El tesoro de La Aliseda y el mundo de las colonizaciones ........................................................... Incursión en la Antropología y nacimiento de la Prehistoria en la Universidad ......................... Excavaciones en Ocilis (Medinaceli) ............................................................................................... La Arqueología clásica durante el régimen primorriverista .......................................................... Congreso Internacional en Barcelona y publicación del manual de Arqueología en 1929 ........ El Corpus Vasorum Antiquorum, un proyecto de ámbito internacional ........................................ Nombramientos y distinciones en 1930 ........................................................................................ Últimos trabajos e investigaciones ................................................................................................. El legado de José Ramón Mélida: sus discípulos ..........................................................................

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CONCLUSIONES .......................................................................................................................................

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APÉNDICES ............................................................................................................................................... I.- Bibliografía de José Ramón Mélida Alinari ..............................................................................

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Índice

II.- Recensiones e informes ........................................................................................................... III.- Adquisiciones y donaciones del Museo Arqueológico Nacional (1916 y 1930) .................. IV.- Declaraciones de Monumentos Histórico-Artísticos ............................................................. V.- Cargos y distinciones honoríficasa .........................................................................................

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BIBLIOGRAFÍA GENERAL ...........................................................................................................................

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ÍNDICES ................................................................................................................................................... Onomástico y de Instituciones ...................................................................................................... Lugares ............................................................................................................................................ Figuras .............................................................................................................................................

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PRESENTACIÓN

Esta monografía sobre José Ramón Mélida (1875-1936) y la Arqueología Española constituye una valiosa aportación que viene a enriquecer la serie Antiquaria Hispanica, iniciada hace pocos años en el Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia para acoger y difundir los estudios historiográficos sobre la Antigüedad. En pocos años, esta serie, a medida que se ha difundido y prestigiado, ha supuesto una aportación esencial en los estudios historiográficos españoles, tan en boga en estos últimos años. En esta ocasión, la obra se dedica a Don José Ramón Mélida Alinari, que fue Anticuario de la Real Academia de la Historia, pero que, sin discusión, es una de las mayores figuras de la Arqueología Española de todos los tiempos, a pesar de sus limitaciones y carencias. Como con acierto observa el autor, perteneció a las instituciones de más relevancia social y cultural de su época, como el Museo Arqueológico Nacional, la Universidad Central, la Real Academia de la Historia, el Ateneo de Madrid o la Institución Libre de Enseñanza, además de dirigir durante muchos años las excavaciones de Numancia y Mérida y de ser, sin lugar a dudas, el arqueólogo de su generación más reconocido fuera de España a nivel internacional. Bastarían estos aspectos para comprender el interés de su estudio, aunque en esta Presentación, que tengo la satisfacción de escribir con sumo gusto, parece oportuno añadir algunos comentarios. Esta obra ha sido elaborada, con la debida calma y con el esfuerzo que requería una figura tan señera, por el Dr. Daniel Casado Rigalt. El autor se ha formado en Historia Antigua, aunque amplió sus estudios como colaborador habitual del Gabinete de Antigüedades durante estos últimos años, en el que ha contribuido a la reciente remodelación del mismo, en especial a la organización de todos sus fondos para su catalogación y publicación. En este ambiente de trabajo se sintió atraído por la figura de José Ramón Mélida al comprender el interés de esta figura de nuestra arqueología y decidió dedicarse a su estudio, lo que le permitió defender, con gran brillantez, una Tesis Doctoral en la Universidad Complutense de Madrid. Pero esta obra sobre Mélida no es una tesis doctoral como éstas habitualmente se entienden. Es una obra concebida, desde sus inicios, como un libro para dar a conocer a este personaje que, como hemos señalado, fue Anticuario Perpetuo del Gabinete de Antigüedades, pero, sobre todo, fue la persona de referencia y el motor de la transformación ocurrida en un campo de las humanidades, tan sensible a la mentalidad moderna, como es la Arqueología. 13

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Daniel Casado planteó esta tarea no como una tesis doctoral, sino como una investigación dirigida a comprender la personalidad y el ambiente humano y cultural de Mélida, investigación que, como toda la que pretende ser eficaz, estaba concebida para ser destinada al conocimiento público. Para ello, como sugiere en su Introducción, la obra se ha elaborado como resultado de “un proceso de interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado”, en palabras tomadas de E. H. Carr. En síntesis, la obra de Daniel Casado está concebida como un análisis monográfico sobre Mélida y la arqueología española de su tiempo, algo más de medio siglo. A este esfuerzo el autor ha dedicado muchas horas de investigación en archivos y de estudio en bibliotecas, completadas, con acierto, con entrevistas personales a sus descendientes y a cuantos, de una manera u otra, podían aportar noticias y datos sobre la figura y el ambiente del personaje estudiado. El esfuerzo, paciente, constante e inteligente, se ha visto recompensado, pues esta monografía rescata un numeroso conjunto de datos, antes dispersos y la mayoría desconocidos, que al agruparse y ordenarse permiten la reconstrucción de la vida y obra de Mélida, que había quedado prácticamente relegada al olvido a pesar de su importancia. A la riqueza de datos aportados por el autor, en ocasiones casi excesiva, pero en absoluto criticable sino todo lo contrario, pues pretende que sean éstos los que lleven al lector a las conclusiones que se desprenden de los mismos, añade una elaboración personal dirigida a una interpretación lo más objetiva posible de su vida y de su obra. Lejos de deslumbrarse por el personaje estudiado, pero tampoco dejándose llevar de ningún sentido crítico apriorístico, como otros estudios recientes, Casado ha construido su obra haciendo que sean los datos encontrados los que vayan reconstruyendo la vida de Mélida, como se debe hacer para rellenar las casillas de un crucigrama o como es la labor de un buen detective que, sólo a través de los datos, no de meras conjeturas o de indicios insuficientes, puede llegar a reconstruir con objetividad y exactitud lo sucedido. Esta tarea inductiva, más que deductiva, aparta a este estudio de otros de su género en los que muchas veces resulta muy difícil, casi imposible, separar las ideas apriorísticas del autor de lo que realmente ocurrió, lo que supone una corrupción del sistema deductivo y, por supuesto, de los estudios historiográficos. En ello influyen, muchas veces de manera inconsciente, las tendencias a “reescribir” la Historia, ya censuradas en la Real Cédula fundacional de la Real Academia de la Historia de 1738, cuando señala que la finalidad de la Institución era “aclarar la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia, o por la malicia”, postura que contrasta con la adoptada por los movimientos totalitarios del siglo XX que prosiguen en nuestros días, especialmente los nacionalismos, marxismos y revisionismos, que actúan como si se pudiera confundir el que todo suceso histórico sea libremente interpretable con la actitud de hecho de que cualquier acontecimiento histórico es “manipulable”. Esta postura, más o menos consciente y, por desgracia, más frecuente de los que fuera de desear, ha tenido como consecuencia, en la Arqueología actual y, en especial, en la Historiografía, que estos estudios se hayan convertido más en un campo de combate ideológico que de análisis científico, aunque, por sus características, se debiera tender a la objetividad, a pesar de las peculiaridades o limitaciones que ofrecen los estudios humanísticos, pues como ya observó Isaac Newton, nunca podrán tener la precisión “matemática” de las Ciencias Exactas. Por ello, el autor, con todo acierto indica en la Introducción que “ha sido mi propósito huir del anacronismo y despojar las valoraciones efectuadas de cualquier viso de tendencia doctrinal, a pesar de lo cual entiendo que puedan detectarse arbitrariedades desde miradas ajenas. En este caso habrá sido inconscientemente y siempre desde el eclecticismo que me ha movido a emprender este trabajo”. Esta explícita postura científica, del verdadero historiador, es el mejor elogio que se puede añadir al del esfuerzo por poner el 14

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Presentación

gran caudal de datos recogido en manos del lector, para que éste pueda, en última instancia, obtener su propio juicio. La obra se ha estructurado en nueve amplios capítulos, seguidos de unas densas conclusiones y de varios apéndices documentales. De manera sucesiva, aborda la etapa formativa de Mélida, su especialización en el Museo Arqueológico Nacional, su actividad como regular novelista, una herencia del siglo XIX, sus trabajos de investigación, sus excavaciones en Numancia y en Mérida, su labor en pro del Patrimonio Monumental y su etapa como Director del Museo Arqueológico Nacional, sin olvidar su legado y sus discípulos. No es este el lugar de resumir obra tan amplia, ni de insistir sobre tantas facetas interesantes de Mélida, como su concepción de la Arqueología dentro de la Historia del Arte siguiendo la tradición winckelmaniana, su tendencia francófila, su faceta de novelista o de egiptólogo, sus estudios en la Escuela Diplomática y sus relaciones con la Institución Libre de Enseñanza, su actividad en el Ateneo de Madrid, sus viajes de estudio al extranjero, que indican una nueva concepción de la Arqueología, sus excavaciones de Mérida y de Numancia, que bastarían para que fuera un personaje relevante de la Arqueología. Son aspectos que la obra analiza detenidamente, ofreciendo, al mismo tiempo al lector los datos necesarios para que éste pueda enjuiciar cuanto se dice y obtener sus propias conclusiones. Por todo ello, esta obra viene a hacer justicia al interés de la figura de José Ramón Mélida, que era merecedora de mayor atención de la que hasta ahora había tenido, pues su personalidad destaca entre los historiadores y humanistas del siglo XIX y del inicio del XX. Sin embargo, algunos aspectos aún siguen siendo poco conocidos, como la composición de su biblioteca —que será estudiada por el autor de este libro en los próximos meses— y las adquisiciones de libros durante su etapa en el Museo Arqueológico Nacional, que tanto ayudarían a comprender su formación y sus tendencias, y lo mismo cabe decir sobre las muy escasas relaciones con Hugo Obermaier, a pesar de su convivencia en la Academia y de la pertenencia de ambos a la misma generación. Para aproximarse con objetividad a la importancia de la obra de Mélida, hay que saberla contextualizar en su época y en sus circunstancias, sin falsos juicios anacrónicos desde la perspectiva actual. Su mayor interés quizás sea que su labor arranca de la empobrecida y atrasada España de las guerras y enfrentamientos civiles de todo el siglo XIX y, en el marco de la Restauración, da el paso definitivo hacia una modernización de la Arqueología Española, paralela a la de su sociedad, aunque no llegara a consolidarse plenamente, pues los nuevos enfrentamientos civiles que condujeron a la Guerra Civil hundieron lo que se había logrado en esa etapa de la Historia de España, en general bastante constructiva. Basta recordar lo que supuso su impulso en el Museo Arqueológico Nacional, institución insignia de la Arqueología Española. Este museo, uno de los museos “arqueológicos” más ricos de Europa, no se comprende sin la obra de Mélida, que lo convirtió en una institución, si no modélica en su tiempo, si plenamente europea, con una “política de actuación” que ofrecía desde numerosos ingresos, registrados con su estudio y publicación en catálogos (¡política todavía inexistente en la mayor parte de nuestros museos actuales!), a una creciente preocupación por el fomento de la educación y de la cultura, tal como evidencia la acertada “política” de exposición de objetos, tanto en las propias salas como participando y fomentando exposiciones extraordinarias en España y en el extranjero, para acercar a la sociedad hacia la toma de conciencia de su pasado y, con ello, de acceso a su propio destino. También, si se prefiere, resulta muy ilustrativo comparar la trayectoria y formación de los profesores y maestros de Mélida con la de sus principales alumnos y discípulos, aunque, como hombre de ideas abiertas, no pretendiera crear “escuela”. Basta com15

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probar la distancia que media de Juan de la Rada y Delgado, Facundo Riaño o Juan Catalina García y López a Antonio García y Bellido o Blas Taracena, para comprender lo mucho que, en gran medida gracias a su aportación, había avanzado la Arqueología en España durante el medio siglo de su vida profesional que se extiende desde 1875 hasta, prácticamente, el inicio de la Guerra Civil. Pero hay otro aspecto de Mélida que debe ser actualmente señalado. Mélida fue un técnico especializado en Arqueología, no un hombre de sociedad ni un político, aunque supiera, como es lógico dado los cargos que alcanzó, convivir en estos ambientes de la sociedad española de su época. Ello le permitió, dentro de la misma, alcanzar, gracias a sus méritos, la cumbre de su escalafón, que era la Dirección del Museo Arqueológico Nacional, sin deberse a favores personales ni sufrir las alternancias de partido, los “cesantes”, que tan funestas fueron en el siglo XIX y que de nuevo cortocircuitan en la España actual la necesaria independencia técnica que deben tener cuantos trabajan al servicio de Arqueología y de nuestro Patrimonio. Esta comparación con el antes y el después puede ayudar a comprender mejor la obra de Mélida, no solamente contextualizada en su época, sino, al mismo tiempo, para comprender la historia de la cultura española entendida como proceso histórico de larga duración. No es necesario seguir glosando ni la figura, tan interesante de Juan Ramón Mélida, ni esta obra, bien escrita y presentada, en la que su autor nos guía a documentarnos sobre esa prestigiosa figura y sobre la Arqueología de su época. Para mí, como Anticuario de la Real Academia de la Historia, es una satisfacción agradecer al autor el generoso esfuerzo que ha puesto en su realización, merecedor de nuestra más sincera felicitación, tanto por ello como por la ejemplar eficacia con que ha realizado el trabajo, que, sin duda, ha contribuido a recuperar para la Historia y para todos una figura tan significativa como la de D. José Ramón Mélida. MARTÍN ALMAGRO-GORBEA Académico Anticuario de la Real Academia de la Historia

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INTRODUCCIÓN

La Historia es un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado E. H. CARR, ¿Qué es la Historia?, Cambridge en 1961. Desde que asistimos en España al despertar de la conciencia historiográfica en las dos últimas décadas, buena parte del legado documental de nuestra Arqueología ha comenzado a ver la luz. La oscuridad en la que reposaban, y reposan, los fondos de la memoria colectiva nacional ha remitido, y en su lugar ha surgido un renovado empeño de poner al día todo ese torrente de documentación. Desde mediados de los años 1980 se ha producido un considerable aumento del interés suscitado por la Historia de la Arqueología en España, siguiendo la estela de las tradiciones historiográficas francesa, alemana e inglesa1. En mi caso resultaba esencial, por lo tanto, acertar con un tema de tesis que cubriera los vacíos historiográficos comprendidos entre el último cuarto del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, hecho que limitaba la percepción crítica de esta etapa. Corría el año 1999 y el bagaje de biografías de arqueólogos en España no era muy alentador2. Tan sólo habían tenido lugar dos congresos de historiografía a nivel nacional (Madrid, 1988 y Málaga, 1995), mientras en Europa ya se habían llevado a cabo desde mediados de los años 1970 distintas iniciativas para articular y procesar los estudios historiográficos. Entre ellas, lecturas de tesis doctorales, creación de centros de estudios, organización de coloquios, congresos, etc3. Hoy en día, el camino andado por la historiografía en nuestro país dista mucho de la exigua experiencia acumulada hace una década. A las tesis y trabajos realizados hasta el momento por Jorge Maier, José Antonio Jiménez, Mariano Ayarzagüena, Helena Gimeno, Ignacio Peiró, Gonzalo Pasamar, Gonzalo Cruz Andreotti, Fernando Wulff, Margarita Díaz-Andreu, José Beltrán, Gloria Mora, Carlos Ortiz de Urbina, María José Berlanga, María Eugenia Rodríguez Tajuelo, Ricardo Olmos o Jordi Cortadella, hay que sumar tres congresos (1988, 1995 y 20044), varias jornadas-conferencias celebradas después del 0100 0200

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DÍAZ-ANDREU Y MORA (1997). Sólo habían sido publicadas dos tesis sobre Jorge Bonsor y Pedro Bosch Gimpera: MAIER (1999b) y CORTADELLA (1992), respectivamente; véase DÍAZ-ANDREU Y MORA (1997: 10). GRAN AYMERICH (2001: 18-19). El último fue celebrado en noviembre de 2004 en la Universidad a Distancia, bajo el título El nacimiento de la Prehistoria y de la arqueología científica. En el ámbito regional, Andalucía ha sido sede de varias reuniones de interés. Beltrán y Gascó organizaron en 1993 una reunión titulada La Antigüedad como argumento. Historiografía de arqueología e Historia Antigua en Andalucía, en Sevilla. Ya entre el 2002 y el 2003 fueron celebradas en Sevilla dos reuniones más: Arqueología fin de siglo. La arqueología española de la segunda mitad del siglo XIX y El clero y la arqueología española; en noviembre de 2004, ha sido celebrado otro congreso en la capital andaluza, con el título Arqueología, Coleccionismo y Antigüedad. España e Italia en el siglo XIX; y en marzo de 2005, la IV reunión anda-

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2000 en el Museo de San Isidro de Madrid y la Real Academia de la Historia5; y exposiciones, con sus consiguientes catálogos como “Museo Arqueológico Nacional. De Gabinete a Museo. Tres siglos de Historia”, la “cultura ibérica a través de la fotografía”, la titulada “Juan Cabré”, la realizada en homenaje de “Antonio García Bellido”, “los tesoros de la Real Academia de la Historia” o “pioneros de la Arqueología”6. La última iniciativa de naturaleza historiográfica, canalizada por la editorial pamplonesa Urgoiti, consiste en la publicación de medio centenar de biografías, entre los que se encuentran personajes claves como Adolf Schulten, Pedro Bosch Gimpera o el propio José Ramón Mélida, del que hasta ahora se han publicado varios trabajos, algunos a modo recopilatorio7. Ante este panorama historiográfico presidido por la escasez de biografías que cubrieran el período 1850-1936, decidí centrarme en la figura de un arqueólogo distintivo de una época tan crucial para el desarrollo de la Arqueología como disciplina de naturaleza científica. ¿Quién podía ser más representativo que José Ramón Mélida en esta etapa? Su figura destacaba sobremanera entre aquella pléyade de eruditos y aficionados de corte decimonónico, cuya producción y curriculum era considerablemente inferior. Mélida representaba el nacimiento de un nuevo historiador-arqueólogo que cumplía funciones museísticas y que dotaba a la Nación de un cuerpo preparado y profesionalizado. Su pertenencia a las instituciones con más presencia socio-histórica (Real Academia de la Historia, Museo Arqueológico Nacional, Universidad Central, Ateneo de Madrid e Institución Libre de Enseñanza), así como su participación en las excavaciones de dos yacimientos señeros, como Numancia y Augusta Emerita, le convierten en un personaje de peso. La tarea emprendida necesitaba de un plan preconcebido para abordar un estudio cuya complejidad residía no solo en la extensa obra del personaje sino en un contexto histórico y cultural en constante transformación. Desde el punto de vista técnico, se hacía imprescindible una base de datos y el apoyo inestimable del correo electrónico e internet. Una vez equipado con estos recursos, debía adentrarme en la obra de José Ramón Mélida, para la cual invertí tres años. Casi todas sus publicaciones, más de trescientas, están al alcance de cualquier estudioso, si bien se reparten entre distintas bibliotecas - Biblioteca Nacional, Biblioteca del Museo Arqueológico Nacional, Biblioteca del Instituto Arqueológico Alemán y Biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid - cuyos fondos se solapan entre sí. Algunos de sus artículos no fueron recogidos en los homenajes que le tributaron Vicente Castañeda y Francisco Álvarez-Ossorio en 1934, como los que publicó en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, hecho posiblemente silenciado a propósito debido al carácter progresista estilado en la Institución Libre de Enseñanza. Implica que este estudio incluirá una bibliografía cuantitativamente superior a la considerada por sus contemporáneos. Escrutado cerca del 98% de estas publicaciones8, la siguiente labor era consultar los expedientes de las instituciones a las que perteneció durante su trayectoria como arqueólogo: Museo Arqueológico Nacional, Real Academia de la Historia, Museo de Reproducciones Artísticas y Universidad Complutense de Madrid. Además, el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares contie-

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luza de historiografía arqueológica: Usos históricos de la Arqueología en España (siglos XVIII-XX). Destaca también la aportación de la Universidad de Jaén, a través del Proyecto Area. Esta institución, a través de su Anticuario Martín Almagro Gorbea, ha llevado a cabo un rastreo y digitalización sistemática de los fondos del Gabinete de Antigüedades, gracias a la cual pueden consultarse en internet más de 15.000 documentos. Asimismo, ha puesto en marcha varias publicaciones historiográficas en la serie Anticuaria Hispanica y en la colección Catálogo del Gabinete de Antigüedades, que incluye documentación relativa a las Comisiones de Antigüedades, al Archivo del Gabinete de Antigüedades y a las noticias de las actas de sesiones de la Real Academia de la Historia. Coordinado por Gloria Mora y Mariano Ayarzagüena, ha sido publicado en 2004 como fruto de una exposición en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares. CASTAÑEDA (1934), ÁLVAREZ-OSSORIO (1934), SÁNCHEZ CANTÓN (1935), DÍAZ LÓPEZ (1935), ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945), SIETE IGLESIAS (1958), LARA P EINADO (1991), ALMELA BOIX (1991a), OLMOS ROMERA (1993b), MAIER (1999a), ALMELA BOIX (2004) y DÍAZ-ANDREU (2004). Ha resultado imposible la consulta de algunos números de revistas y publicaciones de la Biblioteca Nacional, que permanecen, desde el año 1999, en el departamento de restauración. Asimismo, existen erratas en algunas de las referencias a su producción literaria, al no corresponder a las páginas o números impresos.

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Introducción

ne documentación inédita que me ha puesto en la pista de algunos temas de índole funcionarial y arqueológica. Entre las obras enciclopédicas consultadas conviene resaltar la frecuente consulta llevada a cabo sobre la enciclopedia que Espasa Calpe publicó en 1929 por ofrecer una visión sincrónica de los personajes de la época. Como en toda obra biográfica, la transmisión oral o los testimonios familiares de primera mano constituyen una fuente de datos que nos permite penetrar en el personaje de forma casi fidedigna. El último nieto de José Ramón Mélida fue Rafael Mélida Poch, recientemente fallecido. La actual heredera, Victoria Mélida Ardura, posee buena parte de los libros que José Ramón Mélida manejó en su día, aunque es mayor el valor sentimental de esta documentación que su relevancia científica. Lamentablemente, no existe correspondencia de interés ni escritos que aporten información distinta a la ya contenida en otros archivos o expedientes. Tan sólo el testimonio de José María Luzón Nogué, que asegura la existencia de un lote de cartas y documentación que acabó siendo malvendido hace años. Actualmente, este lote se encuentra en paradero desconocido. No debe pasarse por alto el encomiable esfuerzo que en los últimos años está realizando Arturo Mélida Vilches, biznieto de Arturo Mélida Alinari, por recomponer el disperso legado de su familia. A él debo la transferencia de los datos genealógicos contenidos en este trabajo. La trascendencia historiográfica de una personalidad como la de José Ramón Mélida rebasa su condición de arqueólogo e historiador. Se trata de una eminencia del entorno cultural, depositario de nuestra memoria y en la que se proyectan las líneas maestras de la política arqueológica de entonces. Es, por tanto, un buen “termómetro” capaz de medir la calidad científica tanto del entorno español como del entorno europeo. Todo el caudal de información que generó durante su vida se presenta como una tentación irresistible en la que se esconden las claves de la Arqueología de su época. Pero no debía caer en el error de abordar esta tarea desde un concepto acumulativo sino compulsando constantemente su recorrido biográfico con el desarrollo institucional de una disciplina de nuevo cuño, la Arqueología. Con sus aportaciones y sus limitaciones, Mélida ofrece un perfil de arqueólogo que puede tomarse como referente indiscutible a la hora de valorar los aciertos y desajustes de la arqueología española comprendida entre 1875 y la Guerra Civil. Pero detrás de toda crítica se presupone un reto natural contra el prejuicio ideológico, que en este trabajo ha sido llevado hasta las últimas consecuencias. Ha sido mi propósito huir del anacronismo y despojar las valoraciones efectuadas de cualquier viso de tendencia doctrinal, a pesar de lo cual entiendo que puedan detectarse arbitrariedades desde miradas ajenas. En ese caso, habrá sido inconscientemente y siempre desde el eclecticismo que me ha movido a emprender este trabajo. Debo advertir que la línea de trabajo trazada en esta tesis ha sido abordada prescindiendo de perspectiva epistemológica o gnoseológica. Alejada de visiones teóricas y de modelos apriorísticos, la presente investigación tiene como cometido interpretar a José Ramón Mélida con la distancia que requiere toda labor historiográfica: desde el presente pero con la mirada puesta en su época. No por eso deja de ser Historia de la Ciencia. Simplemente, se acomete una labor historiográfica ceñida a la documentación rescatada y desprovista tanto de filtros ideológicos como de suspicacias doctrinales. Me he distanciado de la aridez teórica que podría desvirtuar el objetivo primordial de este trabajo: completar, a través del perfil de Mélida, la página de la Arqueología que tendió un puente entre el anticuarismo diletante y la institucionalización de la arqueología española. Una advertencia. La sobrevaloración casi instintiva en la que se incurre cuando se redacta una biografía comporta riesgos nocivos para la Ciencia, como la pérdida de objetividad y la percepción sesgada de la realidad. No he querido yo tropezar en una visión apologética de la figura de Mélida en la que exclusivamente se resalten sus logros científicos sino que, para acercarme a él, he considerado imprescindible llevar a cabo un análisis sincrónico en el que se aprecien también sus limitaciones. El propósito primordial de este trabajo es recomponer el contexto arqueológico cultural de la arqueología finisecular y de principios del siglo XX. Sin embargo, la elección de José Ramón Mélida como hilo conductor de este estudio no se circunscribe al campo de la Arqueología sino que nos brinda la oportunidad de aproximarnos a otras facetas humanistas como la Novela o las Bellas Artes. Mélida representa como ninguno de sus contemporáneos muchas de las corrientes y tendencias histórico-culturales de este 19

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crucial período para la aceptación de la Arqueología, impregnándose de ellas y ampliando el reducido ámbito en el que estaba confinada la erudición en nuestro país. En las últimas décadas del XIX la Historia, en general, y la Arqueología, en particular, trascendieron sus objetivos científicos para proporcionar apoyo doctrinal a aquellas políticas de Estado que buscaron en su pasado la legitimación de sus actuaciones presentes. El amplio margen que concedía a la manipulación histórica la ambigüedad de los conocimientos adquiridos hasta entonces fue aprovechado por ideólogos y pseudo-historiadores, hasta que el Positivismo puso los cimientos de una nueva crítica científica que marginaba la falsa erudición, los cronicones y la especulación. En esa labor depuradora jugó un papel crucial José Ramón Mélida, que participó en la construcción de una realidad historiográfica cimentada en el cientifismo y la investigación. Es mi deseo que este trabajo se convierta en una herramienta de trabajo provechosa para la Historia de la Arqueología, campo de investigación con un recorrido todavía prometedor y en el que se requieren nuevos estudios, propuestas y paradigmas que amplíen el espectro historiográfico nacional. La revelación inagotable de ideas y planteamientos modifica constantemente la óptica del historiador y hace que la Historiografía se retroalimente de su propia producción orientando sus objetivos hacia el principio de renovación científica. Este trabajo habría sido imposible de realizar de no ser por el apoyo e inestimable asistencia de un amplio grupo de personas siempre dispuestas a asesorarme o echarme una mano en la difícil tarea de bucear entre archivos o bibliotecas. Quiero agradecer la ayuda ofrecida por: Pilar Nieto, Archivo del Museo Arqueológico Nacional; Antonio Olivares, Archivo Histórico de Medicina; María Pilar Domínguez, Archivo del Rectorado de la Universidad Complutense; Esperanza Navarrete Martínez, Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; Carmen Jiménez, Museo Cerralbo; Carmen Hernández-Pinzón Moreno, abogado representante de los herederos de Juan Ramón Jiménez; Ignacio Peiró, Universidad de Zaragoza; Isabel Núñez Berdayes, Biblioteca del Museo Arqueológico Nacional; Isabel Barrio, Archivo General de la Administración Civil; Juan Ortega, Orotega joyeros; Jesús Vico, Fernando Fontes, Biliana Borissova, María Luisa Villaverde, Susana González Reyero, Abraham Rubio, Asunción Miralles de Imperial y Pasqual del Pobil, Eva Mesas, Margarita Sánchez, Mateo Gil, Pablo Ramírez, Fátima Martín Escudero, José María de Francisco Olmos, Ana Vico, Alfredo Jimeno, Mariano Torres y Ana Ruiz. Igualmente, debo dar las gracias a la familia Mélida - especialmente Pedro Luis Mélida Lledó, Emilio López Mélida, Victoria Mélida Ardura y Arturo Mélida Vilches - por facilitarme fotografías y un árbol genealógico, además de datos de primera mano legados por sus antepasados. En el plano historiográfico, me gustaría destacar el intercambio de impresiones establecido con Jorge Maier Allende, de quien he recibido el consejo experto y las pinceladas necesarias para componer el contexto arqueológico de la época. Y por supuesto, la experiencia y sabias lecciones transmitidas por el director de este trabajo, Martín Almagro Gorbea. No quisiera concluir este apartado sin mostrar mi agradecimiento a la Fundación Cajamadrid por el respaldo financiero ofrecido en los últimos 18 meses. Tras estas palabras cedo el testigo de mi trabajo a quien decida ampliar el elenco de biografías de arqueólogos en un país tan necesitado como el nuestro. Es mucho el trabajo por hacer y muchos los historiadores y arqueólogos que esconden personalidades lo suficientemente complejas como para reclamar la atención de los investigadores. El reto merece la pena.

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FORMACIÓN Y ESTUDIOS (1856-1875)

LA TRADICIÓN ARTÍSTICA FAMILIAR José Ramón Mélida Alinari nació en Madrid el 26 octubre de 1856 y fue el séptimo de once hermanos. Su padre, Nicolás Mélida y Lizana - hijo de Blas Mélida, natural de la población zaragozana de Aljafarín; y María Teresa Lizana, natural de Azlor (Lérida), fue un jurisconsulto natural de Madrid, aunque de descendencia aragonesa, afincado en la capital9 en plena “década ominosa” de Fernando VII. Contó con reconocimientos varios en su trayectoria: Caballero de Gran Cruz de la Orden del Mérito de San Luis de Parma, Oficial de la Imperial de la Legión de Honor de Francia, Comendador de la Americana de Isabel la Católica, secretario de su majestad con ejercicio de decreto, Ministro del Tribunal de Cuentas del Reino, superintendente de Hacienda, abogado y diputado a Cortes. Ejerció la abogacía en el Ilustre Colegio de Madrid y dispuso de un estudio en la calle madrileña de la Magdalena. Su madre, Leonor Alinari y Adarve –natural de Burgos, hija del florentino Agustín Alinari y de la madrileña María Adarve– fue la que le inculcó la formación artística gracias a las raíces que le legó su padre florentino, lo que ha de considerarse como una razón genética que favoreció las tempranas actitudes artísticas de José Ramón: llevaba en su sangre el aticismo toscano junto a la fibra patriótica arraigada en el corazón de España10. Leonor Alinari tenía aristocrática ascendencia italiana, cuya casa solariega en Florencia se reputaba como uno de los más bellos palacios del Renacimiento. Una mirada panorámica a través de las distintas generaciones de la familia Mélida Alinari nos muestra un variopinto linaje con descendientes marineros11, artistas, médicos, abogados, notarios, arquitectos, etc. José Ramón fue el séptimo de once hermanos12. Mayores que José Ramón fueron Enrique, Arturo, Alberto y Federico. Los dos últimos siguieron los pasos del padre y decidieron emprender el cami0900

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ESPERANZA Y SOLA (1906: V-XXVII). En este bosquejo biográfico, José Ramón Mélida se refería a su padre diciendo que Habríamos de remontarnos hasta los días en que una familia de Madrid confiaba a los cuidados y casi a la tutela de otra familia amiga, de Alcalá de Henares, un jovencillo de trece años que iba a cursar Leyes en la Universidad Complutense. Sucedía esto en 1825. La familia de Alcalá era la de Esperanza; el alumno de la Complutense se llamaba Don Nicolás Mélida, y fue mi padre. De abuelos y padres venía la amistad, verdaderamente fraternal, que con Pepe Esperanza nos unió a mis hermanos, que ya tampoco viven, y a mí. A modo anecdótico, conviene señalar que se conserva en el expediente de José Ramón Mélida Alinari (Archivo del Museo Arqueológico Nacional) una carpeta en la que se incluyen varios pliegos y cartas referentes a la enfermedad de Nicolás Mélida, supuestamente la que precedió a su muerte. Así reza una biografía anónima improvisada en un borrador de su expediente personal en el Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, (signatura 274-6/5). Arturo Mélida Vilches - descendiente de Arturo Mélida Alinari - ha podido constatar en el Archivo del Museo Naval de Madrid la existencia de varios Mélida en el siglo XVIII en poblaciones como Musques (actual Muskiz, en Vizcaya) y La Coruña. Véanse los catálogos número 673 (signatura E. 255; año 1738) y 3.429 (signatura E. 2836; año 1790) respectivamente. Este extremo ha podido ser confirmado por Victoria Mélida Ardura, que amplía en cinco hermanos la información legada en el árbol genealógico facilitado por Arturo Mélida Vilches (fig. 4).

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no de la abogacía, completando Alberto sus estudios universitarios el 5 de octubre de 186513, para acabar desempeñando un cargo oficial en Puerto Rico. Ambos murieron jóvenes, al igual que su hermana Carmen, fallecida con apenas 17 años, y Pilar, que solo vivió unos días. Menores que José Ramón fueron Julio, Luis, Joaquín, Monumento y otro hermano que nació al morir y del que se desconoce el nombre. La vocación artística recayó sobre tres de los hermanos, Enrique, Arturo y José Ramón, circunstancia que, como ha apuntado Chueca Goitia, puede considerarse poco habitual: rara vez se da el caso de que tres hermanos, los Mélida y Alinari, destacaran a fines de siglo pasado en diferentes trayectorias pero que tenían algo en común: su devoción por el Arte y sus facultades para ejercerlo14.

Fig. 1.- Nicolás Mélida Lizana, padre de José Ramón Mélida.

Fig. 2.- Leonor Alinari Adarve, con su hijo José Ramón Mélida.

El mayor de los hermanos era Enrique. Nació en 1838, dieciocho años antes que José Ramón, y a pesar de su pronta inclinación hacia las Bellas Artes, dedicó su juventud a estudiar la carrera de Derecho15, que terminó el 30 de junio de 1860 con la calificación de aprobado. Después de licenciarse, ingresó como letrado en el Tribunal de Cuentas, de cuya alta entidad era ministro su padre Nicolás Mélida Lizana. Sin embargo, el peso de la vocación pictórica de Enrique le llevó a una dedicación cada vez más intensa. No tardó en ganarse reputada fama como pintor de cuadros de género y retratos, figurando incluso entre los fundadores de la revista “El Arte en España”, en la que publicó varios artículos muy notables de crítica artística. Su primer cuadro expuesto en público, titulado El verdugo y su víctima, se remonta a la Exposición francoespañola celebrada en Bayona en 1864, y de la que obtuvo mención honorífica. Alentado por este primer éxito, volvió a probar suerte en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1300

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Se conservan los certificados de expedición del título de licenciado en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/16212 (legajo 979, expedientes 32-60), dentro del expediente personal de Alberto Mélida Alinari. CHUECA GOITIA (1994: 172). Se conservan los certificados de expedición del título de licenciado en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/16212 (legajo 979, expedientes 32-60), dentro del expediente personal de Enrique Mélida Alinari.

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Formación y estudios

Madrid en 1867, con el cuadro Santa Casilda. A partir de entonces concurrió a todos los certámenes. Entre sus éxitos figura la exposición de Un bautizo en la sacristía de San Luis, en el “Salon” anual de París, cuadro que acabó siendo adquirido por el gobierno galo. Tras éste, cosechó otros éxitos en Viena, Madrid, etc. Pero el cuadro que acarreó a Enrique mayor popularidad fue el titulado Se aguó la fiesta, que presentó en la Exposición Nacional de 1876. Obtuvo la segunda medalla y el cuadro pasó a engrosar la colección del Museo Moderno de Madrid. En 1883 cambió su residencia madrileña por París, tras casarse con María Bonnat Alinari, hermana del retratista francés León Bonnat16 y a la sazón prima del propio Enrique Mélida. Y tres años más tarde formó parte del jurado internacional en la Exposición Universal de París. Otro de los hermanos, Arturo Mélida, destacó como escultor, arquitecto, pintor y decorador de excelente factura17. Nació el 24 de julio de 184918 en el domicilio familiar de la calle de las Huertas. Al igual que su hermano mayor Enrique, Arturo tuvo que renunciar a su anterior dedicación, en este caso la carrera militar19, para volcarse en la faceta artística. El 7 de mayo de 1873 se casó con Carmen Labaig, de ilustre familia murciana, con la que tuvo nueve hijos. La mayor, Carmen, fue Marquesa de Algara de Ores, por su matrimonio con Pedro Calderón de la Barca, y falleció en 1923. Nicolás, alcanzó el grado de teniente de infantería y murió con sólo 22 años, víctima de una enfermedad contraida en campaña. Cuatro hermanos más pequeños se malograron en la niñez. Los más longevos fueron: Luis (teniente coronel de infantería), María (viuda de Enrique Concer) y la menor de todos: Julia. Con ésta última tuvo una relación especial José Ramón Mélida Alinari, como demuestran algunas dedicatorias20 y postales intercambiadas con éste y que actualmente están en poder Fig. 3.- Enrique Mélida Alinari, hermano de José de sus descendientes Pedro Luis Mélida Lledó Ramón. y Arturo Mélida Vilches. El mismo año de su casamiento, obtuvo Arturo el título en la Escuela Especial de Madrid, momento desde el cual comenzó una dedicación compartida entre la escultura, la arquitectura y la pintura. Como escultor modeló figuras para monumentos, como el conmemorativo del Marqués del Duero tras concursar en 1875, y que fue destinado a la basílica-panteón de Atocha. En 1877 ganó por concurso la construcción del monumento a Colón21 eri1600

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Fundador y propietario del Museo de Bayona, que acabó legando a su país natal. En 1892 fue nombrado académico honorario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. CASTAÑEDA (1934: 4-5). Dentro de la sección dedicada a Necrologías. Bautizado el 26 de julio de 1849, se le impusieron los nombres de Arturo, Nicolás, Enrique, Luis, Blas, Agustín, Cristino. La partida de bautismo fue archivada en la parroquia de San Sebastián de Madrid y sus padrinos fueron su hermano mayor Enrique y su prima carnal Luisa Bonnat Alinari. Ingresó en la Escuela de Estado Mayor en 1866. Más datos en MÉLIDA LABAIG (inédito), p. 8. Además, se conserva en la Biblioteca Nacional una dedicatoria de Julia Mélida y su hermana María Mélida a Blanca de los Ríos, sobreescrita en un artículo que Juan Moya Idígoras dedicó al centenario de Arturo Mélida Alinari en una tirada aparte de los Anales y Boletín de la Real Academia de San Fernando del primer semestre de 1951. Entre 1881 y 1885 se colocó en el centro del jardincillo el monumento a Colón, uno de los pocos ejemplos de monumentos neogóticos en nuestro país. En el monumento participó también el escultor Jerónimo Suñol. SANTA ANA (1982); MOYA I DÍGORAS (1951: 4.) y NAVASCUÉS PALACIO (1972: 235).

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gido en Madrid. También es de su mano el sepulcro del mismo personaje de la Catedral de Sevilla, diseñado por Arturo en 1891 para la Catedral de La Habana e instalado luego en el crucero de la catedral andaluza en 190222. En el monumento erigido en honor del primer Marqués de Comillas (Cantabria), –obra cuyo proyecto general concibió el arquitecto Luis Doménech y Montaner esculpió las estatuas de América y Oceanía–. Su trayectoria como arquitecto nos legó, entre otras, la restauración del claustro de San Juan de los Reyes de Toledo en el año 188223, que le había sido encargada por el Ministro de Fomento José Luis Albareda24 un año antes. En la misma ciudad, proyectó y construyó el edificio destinado a Escuela de Industrias Artísticas25, en un nuevo estilo que empleaba elementos mudéjares fusionados con otros isabelinos. Entre su legado arquitectónico se encuentra también la construcción de pabellones, como el de la Exposición de Ganados, celebrada en Madrid en 1882; y el pabellón Fig. 4.- Arturo Mélida Alinari, hermano de José Ramón. de España, emplazado en la calle de las Naciones de la Exposición Universal de París de 188926. El éxito alcanzado le hizo merecedor de uno de los tres únicos premios otorgados a los pabellones extranjeros y Arturo Mélida fue condecorado con medalla de oro y la Cruz de Oficial de la Legión de Honor; y consiguió ingresar en el Instituto de Francia. Sobre él recayó el nombramiento de arquitecto del Palacio de Congreso, en el que realizó las obras de archivo y biblioteca27. También estuvo vinculado a la Universidad, donde ostentó el cargo de profesor interino de Modelado en 1879 en la Escuela de Arquitectura de Madrid para luego conseguir la cátedra en propiedad por oposición en 1887. Ingresó como académico de número en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1899, faceta que le mantuvo en contacto con los círculos de artistas madrileños: colaborador en tertulias íntimas como la de Osma y Conde de Valencia de Don Juan, así como en los mentideros del Teatro, siendo el consejero y asesor de los grandes actores Guerrero y Mendoza, llevando su voto a la selección y atrezo de su teatro clásico. Era un elemento convivir entre artistas, literatos y poetas28. Fue consejero de Instrucción Pública y correspondiente del Instituto de Francia. Poseyó la Gran Cruz de Isabel la Católica, perteneció a la orden de Santiago de Por2200

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NAVASCUÉS PALACIO y SARTHOU CARRERES (1983: 281) y MOYA IDÍGORAS (1951: 4-5). Este último afirma que el traslado del sepulcro se efectuó tras perderse las colonias en 1898 y no en 1902. El Día, correspondiente al 6 de enero de 1882. Un breve dio la noticia de que el presupuesto de restauración del claustro de San Juan de los Reyes, formado por el arquitecto Sr. Mélida y remitido a informe de la Academia de San Fernando, asciende a 412.000 pesetas. Más información sobre la restauración de San Juan de los Reyes en NAVASCUÉS PALACIO (1972: 235-236). Aparte, se conserva en el Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con la signatura 192-5/5, un proyecto de reparación de la crujía que ocupa el Museo Provincial y la escalera de Covarrubias en el claustro de San Juan de los Reyes. Sobre un presupuesto adicional, véase La Gazeta del 8 de febrero de 1891. Desempeñó el cargo de ministro entre el 8 de febrero de 1881 y el 9 de enero de 1883. Le sustituyó Germán Gamazo Calvo. Vid. NAVASCUÉS PALACIO (1972: 237). Véase también un reportaje publicado en la página web de la Comunidad de Castilla La Mancha (educación) el 13 de abril de 2002. NAVASCUÉS PALACIO (1972: 237-238) y MOYA I DÍGORAS (1951: 5). Más datos en NAVASCUÉS PALACIO (1972: 239) y en MOYA I DÍGORAS (1951: 5). En esta institución se conserva un curriculum de Arturo Mélida con la signatura 19-1/4 y documentación, como la citada, recogida de textos y borradores conservados en su expediente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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tugal y fue Caballero Oficial de la Legión de Honor de Francia. Se cuentan, entre sus restauraciones y construcciones, las del castillo de los Condes de Peña Ramiro en la localidad leonesa de Villafranca del Bierzo; los palacios de Liniers y Mugiro en Burgos; la capilla mudéjar en el palacio de la Duquesa de Denia, en Alicante29; el gran capitel que remata el monumento a Colón, en La Rábida, de Ricardo Velázquez Bosco; y el palacio del banquero Ignacio Baüer, en la ciudad segoviana de La Granja. Como piezas intermedias entre arquitectura y escultura deben ser citados los proyectos no ejecutados de los monumentos al rey Carlos III y al Dos de Mayo30. Otra de las ciudades que todavía conserva obras suyas es Valencia, donde le fue encargado en 1897 (por entonces era Arturo arquitecto de la Universidad de Valencia) el proyecto para sustituir el umbráculo de madera en el Jardín Botánico de la Universidad de Valencia. El umbráculo sustituido había sido construido por Pizcueta. Su labor como arquitecto, destacada sobremanera por la crítica artística, despuntó en un momento en el que la construcción fue convertida en una profesión liberal, diferente de la Ingeniería31: sólo censuro a los que confunden lastimosamente la construcción con la arquitectura (...) los que también proporcionan artí-

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Fig. 6.- Estatua de Colón en 1920, con los Museos Nacionales al fondo.

culos de primera necesidad, pero eso no es ser artista32. El contexto arquitectónico en el que se desenvolvió Arturo Mélida estuvo claramente influenciado por las tendencias historicistas y eclécticas decimonónicas, lo que acentuó el lado artístico de los arquitectos de entonces, más preocupado por las cuestiones estilísticas que por las estructurales. Fue Arturo la referencia familiar indiscutible y apoyo comprometido de su hermano José Ramón hasta su muerte el 15 de diciembre de 1902, con sólo cincuenta y tres años. Buen ejemplo de ello es la ilustración de una de las novelas de su hermano José Ramón, titulada A orillas del Guadarza y publicada en Barcelona en el año 1887, en la que Arturo mostró su faceta de ilustrador dando vida a un pasaje del cuento que narró José Ramón. En la edición española de La Hija del Rey de Egipto33, de Georg Moritz 2900

La Duquesa poseía una colección epigráfica que acabaría donando al Museo Arqueológico Nacional en 1919, Vid. GARCÍA IGLE(1976: 66) y ALMAGRO BASCH (1976: 130-131). NAVASCUÉS PALACIO (1972: 238-239). Hasta finales del siglo XVIII los arquitectos y los ingenieros civiles recibían igual formación académica. MÉLIDA LABAIG (inédito), pp. 7-8. La primera edición de la obra (en alemán) es de 1864 y llevaba por título Ägyptische Königstochter. Fue traducida a casi todos los idiomas de Europa, llegando a España (concretamente a Barcelona) con un retraso de casi veinte años. La obra llegó a contar con

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Ebers34 y publicada en 1883, aparece también una ilustración de Arturo en la que recreó el país del Nilo35. Esta misma labor ilustradora36 la realizó en colaboración con su hermano Enrique en Episodios Nacionales37 de Benito Pérez Galdós, que al asumir en 1897 la edición y venta de sus propias obras, encargó el diseño de su librería al propio Arturo. También se le debe a Arturo la ilustración de las Memorias del general Fernández de Córdoba, de las Leyendas de Zorrilla y de las Obras Completas de Núñez de Arce. Asimismo, colaboró con esta faceta suya en la revista La Ilustración Española y Americana. La decoración de interiores fue otra de sus pasiones y en esta faceta alcanzó el nivel de uno de los mejores decoradores murales del último tercio del siglo XIX. Algunas casas de la aristocracia madrileña como la de los Ziburu, Ramón Plá, Marqués de Amboage, Marqués de Urquijo, Duque de Veragua, Condes de Valle o José Finat fueron “engalanadas” por los retoques de Arturo Mélida38. Del mismo autor es la controvertida capilla sepulcral del Marqués de Amboage, en el cementerio de San Isidro. También se dejó notar su mano decoradora en la sala de Velázquez del Museo del Prado, el despacho de la Subsecretaría del Ministerio de Hacienda, la iglesia de San Ignacio, una capilla de la iglesia de Santa Cruz; y el techo de la cátedra del Ateneo39 de Madrid, donde – en palabras de Chueca Goitia - transpira un cierto arqueologismo como si se tratara de un techo pompeyano a la moderna40. Los temas más frecuentes eran escenas mitológicas, que, en palabras de Navascués Palacio, parecen emparentadas estilísticamente con el tardío clasicismo francés de mediados del siglo XIX41. Poco antes de su muerte, Arturo Mélida aceptó la difícil restauración de las pinturas de la fachada de la Casa de la Panadería en Madrid; y las de la bóveda de uno de los dos salones principales. Recientemente (octubre de 2005) ha sido localizada su firma en los frescos que adornan los techos del palacio del Marqués de Molins, actual sede de la Real Academia de la Historia. Uno de los testimonios más valiosos sobre la vida y obra de Arturo Mélida son los apuntes biográficos –se trata de un documento inédito– titulados Arturo Mélida, Miguel Ángel del siglo XIX, que redactó su hija Julia42. Debió de hacerlo en los años 1950 aproximadamente y posee actualmente Pedro Luis Mélida Lledó, biznieto de Arturo Mélida Alinari. Como la propia Julia Mélida reconoció forzosamente he de escribir yo, porque poseo la única llave que abre el archivo donde se contienen los testimonios de su vida y su arte. Ella debió de disponer de planos, bocetos, dibujos, diplomas, cartas y documentación variada, aparte del testimonio directo de ser su hija, lo que le colocaba en privilegiada posición para poder recomponer la biografía de Arturo Mélida Alinari. Julia Mélida justificó el empleo de Miguel Ángel del siglo XIX, inducida por el arquitecto Manuel de Cárdenas y Pastor, que el 22 de mayo de 1944 –en su discurso de recepción académica de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando– alabó la figura de Arturo Mélida por cultivar todas las Bellas Artes: se ha llamado “miguelangismo” por un crítico moderno43. En esta faceta novelista de Julia Mélida volvemos a encontrarnos con una evidencia más que

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400.000 volúmenes y fue traducida a 16 idiomas, lo que supuso un considerable aumento en el interés mostrado por el público hacia la cultura egipcia. Arqueólogo alemán formado en arqueología oriental con Lepsius, en Berlín. Ejerció el profesorado en Jena y Leipzig en la década de los 1870, actividad que alternó con frecuentes viajes al país del Nilo. Intentó, sin éxito, crear un Instituto alemán en Egipto. Para más datos véase DAWSON Y UPHILL (1972: 94). OLMOS ROMERA (1992: 54). A lo largo del siglo XIX entró en el mundo del libro una corriente imparable a favor de la utilización de la imagen como medio de comunicación. La generalización del uso de ilustraciones, viñetas, estampas y fotografías convirtieron al libro en el portavoz de una cultura gráfica que afectó a todos los soportes comunicativos. Cfr. SÁNCHEZ GARCÍA (2001: 116-118). Cfr. SÁNCHEZ GARCÍA (2001: 132). Una de las cartas conservadas en el expediente personal de José Ramón Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional, se refiere a un trabajo realizado por Arturo en la localidad alicantina de Alcoy. No aparece la fecha ni el lugar preciso pero debió de ser una de las restauraciones de frescos llevada a cabo por Arturo Mélida en casas señoriales. MOYA I DÍGORAS (1951: 6). Entre el 2001 y el 2003 permanecieron en obras las pinturas del techo para ser rehabilitadas y abiertas el día 31 de enero de 2004, coincidiendo con el 120 aniversario de su inauguración. CHUECA GOITIA (1994: 172). NAVASCUÉS PALACIO (1972: 240). Publicó quince libros entre 1929 y 1956, especialmente novelas: Marquesa y Modestilla (1929), No está escrito (1930), La entrega del Real despacho (1930), La cumbre escalada (1931), El fin de un escéptico (1935), La señorita Quimera (1941), Camino (1942), Las rosas volvieron (1943), Dos idilios (1943), Luz de aurora (1944), El rostro del emperador (1945), Biografía del Buen Retiro (1946), Biografía de Lhardy (1947), La cátedra de Quintina (1950), El tesoro de la selva (1956). MÉLIDA LABAIG (inédito), p. 3.

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nos acerca a la predisposición creativa y artística de la familia Mélida. En este caso, Julia Mélida, sobrina de José Ramón Mélida, cultivó la faceta novelista como hiciera su tío en sus comienzos. Continuó así con el talante humanista que compartía gran parte de la familia Mélida. Existió, sin duda, una complicidad familiar de la que José Ramón sacó provecho mientras estuvo al lado de sus hermanos mayores. Además, había nacido en el seno de una familia que ocupaba un puesto destacado en la sociedad madrileña44, como apuntó su sobrina Julia un siglo más tarde, circunstancia que benefició sus aspiraciones. Sobre todo en lo que se refiere a su educación artística, ejerció Arturo una influencia decisiva en su hermano. Arturo Mélida había participado en el Ateneo de Madrid, verdadero centro de agitación cultural y artística del Madrid del XIX, pronunciando conferencias sobre Arquitectura y artes decorativas durante los cursos de 1885-1886 y 1886-188745. En este mismo centro, formó parte de la mesa de sección de Bellas Artes, consecutivamente desde el curso de 1888 hasta el de 1894, ocupando el cargo de vicepresidente46. Sólo ocupó el cargo de presidente durante el curso 1895-1896, en la sección denominada ahora “Artes Plásticas”47. Una sección que, por cierto, desaparecería en el curso 1896-1897, para ser retomada posteriormente en el de 1898-189948. La presencia de Arturo Mélida en el Ateneo justifica la incursión –a mediados de la década de 1880– de José Ramón en este mismo centro madrileño. De Arturo Mélida ha resaltado Chueca Goitia su carácter jactancioso, ya que sostenía que aventajaba a Miguel Ángel, pues aparte de ser, como él, pintor, escultor y arquitecto, también sumaba el ser matador de toros. Característica que Chueca atribuye a la vanidad y a un donaire burlesco típicamente madrileño. Desde el punto de vista artístico, Pedro Navascués Palacio valoró así la aportación de Arturo Mélida: Toda esta dedicación de Mélida a las artes menores (muebles, alfombras, abanicos, ilustraciones, etc.) adquiere su verdadero significado cuando pensamos en que es contemporáneo de William Morris (...) la actitud de Mélida no es sino una postura análoga al movimiento Arts and Crafts, frente al arte industrializado (...) en esta generación de arquitectos de fin de siglo hubo hombres como Juan Bautista Lázaro y Arturo Mélida que intentaron una auténtica integración de las artes49.

El año 1902 le deparó una triste noticia a José Ramón: la muerte de su hermano Arturo el 15 de diciembre, con sólo cincuenta y tres años. El propio José Ramón llevó a cabo algunos trámites para agilizar la recuperación de sus objetos personales, según se desprende de una carta50 enviada el 4 de abril de 1903 por José Ramón Mélida a Tomás Cordobés. Desde muy pequeño le asistió a José Ramón un ambiente familiar propicio para cultivar la vertiente artística, sobre todo por la proximidad de sus dos hermanos mayores, Enrique y Arturo: Desde niño oía hablar constantemente en casa, a mis hermanos y amigos de Velázquez, Goya, Greco, Tiziano, el Partenón, Pompeya (...) hojeaba libros (...) de todo ésto debió nacer mi decidido propósito de seguir carrera que me permitiese conocer la Historia del Arte51. A lo largo de su vida no dejó de recordar la devoción en que me educaron desde niño tres personas muy queridas (...): mis hermanos y su amigo íntimo, que también lo fue mío, Ceferino Araújo Sánchez”52. De su condición de artista-humanista dan fe algunas frases que sobre él se han

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MÉLIDA LABAIG (inédito), p. 4. Conferencias sobre la Historia de España en el siglo XIX pronunciadas en los cursos 1885-1886 y 1886-1887, en VILLACORTA BAÑOS (1985). La conferencia de Arturo Mélida (p. 234) se titulaba La arquitectura y las artes decorativas al principiar el siglo XIX. Transformación de las ideas artísticas. Relación correspondiente a los cargos de Arturo Mélida en los distintos cursos. VILLACORTA BAÑOS (1985: 246, 255, 261, 264 y 268). VILLACORTA BAÑOS (1985: 275). VILLACORTA BAÑOS (1985: 283). En este momento ocupaba el cargo de presidente Aureliano de Beruete y Moret. NAVASCUÉS PALACIO (1972: 241). Expediente personal de José Ramón Mélida, Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 274-6/5 ÁLVAREZ-OSSORIO (1934: 2). MÉLIDA ALINARI (1907g: 26).

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vertido: en toda su enorme labor de erudito, palpita siempre el alma de un gran artista, como hubo de corresponder a quien de una familia de artistas venía53.

Los primeros doce años de vida de José Ramón transcurrieron entre el ambiente de inestabilidad política que supuso el reinado de Isabel II y su posterior destronamiento en 1868. El advenimiento de “La Gloriosa” inauguró un período revolucionario y de continuas alternancias entre gobiernos monárquicos y gobiernos republicanos, una situación que habría de presidir el escenario político de la práctica totalidad de nuestra historia contemporánea. En el plano laboral, la familia Mélida apenas se vio salpicada por el estallido de la “septembrina”. Nicolás Mélida, padre de José Ramón, pudo seguir ejerciendo su profesión de jurista y abogado sin verse afectado por los bandazos experimentados en el organigrama interno del gobierno. Mientras, José Ramón iba cumpliendo años amparado por un entorno proclive a la sensibilidad artística y estética. Sus primeros pasos como alumno los dio en el Instituto de Noviciado de Madrid54, donde cursó el bachillerato. Es evidente que la posición de su padre Nicolás Mélida tenía una consideración económica y social lo suficientemente cómoda como para que José Ramón Mélida pudiera dedicarse a su formación sin necesidad de trabajar para poder subsistir. En esos momentos, su único compromiso familiar era su formación académica, lo que le eximía de cualquier otra responsabilidad. Además, su condición de hermano menor respecto a Arturo y Enrique, los dos que más fama alcanzaron, le concedió una sobreprotección familiar que venía facilitada por la gran diferencia de edad con sus hermanos mayores. Cuando José Ramón estudiaba en el Bachillerato, tanto Arturo como Enrique tenían ya unos ingresos sostenidos gracias a sus oficios.

LA ESCUELA SUPERIOR DE DIPLOMÁTICA A la edad de 17 años se inició José Ramón Mélida en la titulación de la Escuela Superior de Diplomática55, justo cuando España ponía fin al Sexenio Liberal (1868-1873), que había sido una experiencia traumática para los conservadores, caracterizada por el triunfo de las perspectivas democráticas y la recepción de nuevas corrientes como el Krausismo, el Socialismo, el Darwinismo o el Positivismo. A pesar de su juventud, estas corrientes habían comenzado a calar en la formación académica de José Ramón Mélida, más que por iniciativa propia, por la cercana presencia de sus hermanos Arturo y Enrique; y por el contagio de estos ideales en el entorno cultural. Su activa presencia en los círculos artísticos madrileño, más permeables a corrientes de signo liberal gestadas en Europa, reportó al joven José Ramón un constante contacto con interesantes personalidades del mundo de la cultura. Contando con 5300

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Así le definió en su homenaje póstumo su amigo Eduardo Chicharro, director general de Bellas Artes en el momento de fallecer Mélida. En CHICHARRO (1934: VIII). Una información contradictoria asegura que fue el Instituto de San Isidro, y no el Noviciado, el lugar donde cursó el bachillerato José Ramón Mélida. Cfr. PARRA GARRIGUES (1956: 282). Más información sobre estos dos centros en los tomos coleccionables de Madrid, editados por el Instituto de Estudios Madrileños y publicados por Espasa Calpe en 1980. Véase tomo 1 (con introducción y coordinación de Manuel Terán Álvarez), páginas 69-70; y tomo 5 (con introducción y coordinación de Antonio Bonet Correa), página 1755. Contó con diferentes sedes como la Real Academia de la Historia, los Reales Estudios de San Isidro, la Biblioteca Nacional, etc. Una vez aprobada la Ley Moyano en septiembre de 1857, la enseñanza de la Escuela fue considerada superior. La Escuela dependió de la Dirección General de Instrucción Pública y de la Universidad Central, en cuyas Memorias-Anuarios aparecen los nombres del profesorado y cuadros estadísticos de enseñanza. A partir de 1866 cambió en su denominación el adjetivo Superior por el de Especial, si bien en el último período de su historia volvió a la primera denominación. Sobre los orígenes y nacimiento de la Escuela Superior de Diplomática, confróntese SOTELO MARTÍN (1998: 5-6). La autora destaca la labor del profesor de la Universidad Central Pascual de Gayangos y su propuesta realizada al gobierno en 6 de noviembre de 1852. Gayangos incidió entonces en la necesidad de que se enseñasen aquellas materias más indispensables para la inteligencia de los documentos y escrituras de la Edad Media. Todo ello se encuadraba dentro de un contexto de revalorización que experimentaron los documentos en los años medios del siglo XIX. La desamortización de Mendizábal del año 1835 propició que ingentes cantidades de legajos y documentos acabaran engordando las delegaciones provinciales de Hacienda y que el estado isabelino se viera en la obligación de estudiar y clasificar un material que había estado “durmiendo” durante siglos entre los estantes de los archivos eclesiásticos y monásticos españoles. Además, la creación de esta Escuela se enmarcaba dentro del proceso liberalizador que trataba de arrebatar el estudio de la Historia y de disciplinas afines a las Reales Academias, consideradas un reducto del Antiguo Régimen. Más información sobre los orígenes de la Escuela en P EIRÓ y PASAMAR (1989-1990: 13-15).

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esta predisposición casi innata y la influencia recibida del entorno familiar, José Ramón Mélida se decantó por la Escuela Superior de Diplomática como su primera etapa de formación académica. Para entrar a formar parte del alumnado tuvo antes que superar con suficiencia los ejercicios efectuados56, entre los días 17 y 21 de junio de 1873, porque sin los fundamentales de la historia poco iban a poder aprovechar en las lecciones de la historia de la Edad Media; y sin los de Literatura les iba a ser imposible apreciar la importancia de algunos documentos que se conservan en los archivos, según rezaban los estatutos de la Escuela Superior de Diplomática. Estos ejercicios servían de filtro y selección para preservar el prestigio de la Escuela evitando la entrada en la titulación de alumnos carentes de nivel57. Además, reforzaba el carácter elitista de las enseñanzas impartidas en la Escuela Superior de Diplomática. José Ramón superó la prueba y pudo integrarse en el que sería su primer centro de formación oficial, con sede en el Instituto de San Isidro. Una primera reflexión sobre los motivos que llevaron a Mélida a decidir su formación en la Escuela Superior de Diplomática nos obliga a detenernos en varios hechos. Por un lado, es evidente la temprana vocación humanística que había despertado en Mélida el interés por las letras en general, y las artes, en particular. Todavía la Arqueología no era ocupación exclusiva, ni siquiera primordial, de un José Ramón Mélida en plena adolescencia, si bien ya apuntaba grandes aptitudes como cultivador de las letras. De cualquier modo, la Escuela Superior de Diplomática era el único centro oficial donde se impartía la disciplina de Arqueología. Además, desde que Cánovas abanderó el nuevo período de la Restauración, la Escuela Superior de Diplomática desempeñó un papel técnico ante un escenario cultural presidido por la Real Academia de la Historia y su red de intereses, tal como ha apuntado F. Wulff58. José Ramón Mélida entró en la Escuela en un momento en el que sólo era requisito fundamental y sine qua non el de contar con el título de Bachiller en Artes. Anteriormente (desde 1862 hasta 1866) se requería tener conocimientos en materias como Literatura Española, Geografía, Historia Universal o Lengua Árabe. Aunque tuviera más facilidades y menos impedimentos para ingresar en la Escuela, Mélida se inició en ésta con ciertas inclinaciones artísticas que explican sus comienzos. Además del hábito adquirido en un entorno familiar netamente artístico, las pautas y exigencias de la Escuela hicieron de Mélida una persona con mayor afinidad por el Arte en sus comienzos que por la Historia. No tenía entonces conocimientos de lengua árabe –de hecho sólo hablaba francés– y todavía estaba por forjarse en otros campos de conocimiento. A pesar de que apuntaba un futuro prometedor en el campo de las letras, a sus 17 ó 18 años Mélida apenas había tomado contacto con la Arqueología como tal. Ni siquiera existen evidencias en esta etapa que aporten información sobre sus preferencias dentro de las asignaturas impartidas, si bien pronto empezaría a decantarse por la clase impartida por Manuel de Assas, Arqueología Elemental. En unos años en los que se estaba produciendo en España el tránsito de la mentalidad idealistaromántica a la positivista, la Escuela Superior de Diplomática se presentaba como el primer ámbito profesionalizado desde el cual los antiguos saberes de anticuario serían elevados a la categoría de conocimiento básico del historiador. Surgía este organismo para encauzar y dar cobertura oficial a unos estudios, los de archivero –y por extensión, los de historiador–, que no gozaban de reconomiento ins5600

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Documento manuscrito obtenido de los fondos del Archivo General de la Administración. Fechado en 1875, habla de la “Relación de los Méritos y Servicios de Mélida”. Entre ellos cita el que fue su primer examen oficial y la suficiencia con que superó los ejercicios efectuados entre los días 17 y 21 de junio de 1873. El expediente de alumno se encuentra en el Archivo de la Universidad Complutense de Madrid, al desaparecer la Escuela Superior de Diplomática. Parte de la documentación de la Escuela Superior de Diplomática se encuentra repartida entre el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, en la sección de Educación; y en los archivos de la Biblioteca Nacional y del Museo Arqueológico Nacional. La prueba realizada a los alumnos antes de su incorporación al alumnado de la Escuela fue un motivo de polémica y discusión entre los distintos responsables de cátedra de la institución. En SOTELO MARTÍN (1998 20-21), se analiza la evolución de estos exámenes. En 1862, se estableció que los alumnos deberían superar en la facultad de Letras las siguientes asignaturas: principios generales de lengua y literatura española, literatura clásica griega y latina, geografía, historia universal y primer año de lengua árabe. Cuatro años después, en febrero de 1866, se dispuso por Real Orden que para entrar en la Escuela no se exigiera más que el título de Bachiller en Artes. Sin embargo, en 1897 volvió a restablecerse el examen previo. Un dato revelador, como es el del 70 % de población analfabeta en la España de 1875, nos ayuda a comprender el anquilosamiento y atraso de la enseñanza y alfabetización de la España finisecular. Cfr. WULFF (2003a: 132).

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titucional alguno. Su creación en 1856 no fue sino el esperado desenlace –con la decisiva intervención y padrinazgo de la Real Academia de la Historia59 y con el precedente más inmediato de una cátedra de Paleografía creada dentro de la Sociedad Económica Matritense60– de un proyecto inicial de contar con cátedras para la enseñanza de las Antigüedades, sobre todo a raíz de la Desamortización de Mendizábal de 183561. Desde ese año, los códices y manuscritos de los Conventos y Monasterios suprimidos “esperaban” ser catalogados y estudiados. Veintiún años después de la drástica medida, la Escuela Superior de Diplomática acabaría circunscrita a este proyecto, al convertirse en institución depositaria de las cátedras necesarias para formar individuos que estudiaran toda la documentación incautada. Se trataba, en cierto modo, de profesionalizar la labor del archivero, hasta entonces un erudito autodidacta alejado del proceso de institucionalización historiográfico. En 1858, dos años después de fundarse la Escuela Superior de Diplomática, se creó el Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios y Archiveros, estimulado por la Ley Moyano del 9 de septiembre de 185762. Se nutrió en sus comienzos con la primera promoción de la Escuela y posteriormente se formó mayoritariamente con alumnos salidos de sus aulas, que eran destinados a los distintos archivos dependientes del Estado, donde al tiempo que trabajaban en la buena ordenación y mantenimiento de éstos, ayudaban a la Academia en la realización de sus investigaciones. Se dedicaban fundamentalmente a la clasificación y crítica de datos arqueológicos, epigráficos, cronísticos y diplomáticos, y tenían en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, creada en 187163, su principal órgano de expresión. El recién creado Cuerpo iba a contribuir a la consolidación en las capitales del Estado del prestigio cultural de los archiveros, convertido en el único grupo de técnicos con un cierto grado de homogeneidad socio-profesional. Fueron los años comprendidos entre 1870 y 1890 las décadas doradas de su expansión y protagonismo como celoso guardián del patrimonio cultural de la Nación64. En plena Restauración fue madurando un Cuerpo profesionalizado, basado en la competencia y en la formación de técnicos especializados. Había nacido para albergar funcionarios seleccionados entre los más capacitados ante la necesidad de una gestión más permanente, rigurosa, intensiva y disciplinada. Suponía un cambio de mentalidad, una modificación en los hábitos de trabajo y una independencia frente al poder político65. Se trataba del grupo más apto para investigar la historia nacional. Hasta prácticamente finales de siglo, los historiadores españoles habían sido maestros sin escuela, conferenciantes de academia, oradores ateneístas e investigadores solitarios. Con la formación del Cuerpo, se impuso un concepto tecnocrático. 5900

Muy revelador resulta el informe evacuado por la Real Academia de la Historia, elaborado por los académicos Pedro Sabau y Antonio Cavanilles, y recogido en las Actas de la Real Academia de la Historia, del viernes día 5 de noviembre de 1852. En el citado informe afirmaban los académicos que la Real Academia de la Historia ha sentido a menudo la falta de personas versadas en la lectura de antiguos instrumentos (...) se atreve a proponer al Gobierno de S. M. el establecimiento en Madrid de una escuela especial de Diplomática, en la que se enseñen aquellas ciencias más indispensables para la inteligencia de los documentos y escrituras de la Edad Media (...) escuelas de esta especie se hallan desde hace tiempo establecidas en París, Viena y en el vecino Reyno de Portugal, y, en todas partes han dado conocidamente los mejores resultados. En ALMAGRO GORBEA Y MAIER (1999: 202), los autores sitúan en los años 1830 los primeros esbozos a esta propuesta. 6000 Cfr. ALMAGRO GORBEA Y MAIER (1999: 183-208) quienes señalan a la Sociedad Económica Matritense como único centro en que podían adquirirse los conocimientos paleográficos, lo que resultaba a todas luces insuficiente. Aparte de la citada cátedra de Paleografía, existía otra de la misma materia a cargo de Esteban Paluzie, en Barcelona. 610 Vid. TORTOSA Y MORA (1996: 199) y GONZÁLEZ-VARAS (1996: 100-104). En LÓPEZ TRUJILLO (2004: 363-364), se analizan las deficiencias de las comisiones, la malversación y las precarias condiciones de conservación y traslado a la que fueron sometidos los materiales incautados a la Iglesia. La desamorización provocó, entre otras medidas, la fundación del Museo de la Trinidad en Madrid el 24 de julio de 1838 para acoger obras de arte de conventos madrileños o ciudades próximas. Vid. MARÍN TORRES (2002: 193-195). 6200 Vid. MARÍN TORRES (2002: 210-212). 6300 Surgió con adelanto respecto a otras publicaciones extranjeras que abordaran cuestiones museológicas. Vid. MARÍN TORRES (2002: 218-220). Tuvo una primera etapa editorial entre 1871 y 1878; y un segundo período que arrancó en 1896. Al desaparecer momentáneamente la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos en el cuarto trimestre de 1931, reapareció en 1946, hizo un balance de la publicación uno de los miembros del Cuerpo, Francisco Álvarez-Ossorio: los estudios eruditos y de investigación histórica que solían llenar sus páginas han logrado entre nosotros un gran desarrollo, desde aquellos años heroicos en que comenzó a publicarse. Entonces y durante mucho tiempo era casi la única y desde luego la más importante publicación periódica dedicada a estas disciplinas. 6400 El concepto de patrimonio cultural de la Nación arranca de la ideología burguesa surgida con la Revolución Francesa en la que los bienes culturales del Estado pertenecen a todos los ciudadanos. 6500 BOLAÑOS (1997: 241-242).

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Mélida era consciente, quizás también avalado por la experta opinión de una familia con tradición artística, de que era la Escuela Superior de Diplomática, y por extensión el Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios y Archiveros, el centro idóneo para formarse no sólo culturalmente sino también como futuro funcionario del Estado, con tres destinos posibles: bibliotecas, archivos o museos. Poco a poco iba madurando en nuestro país la idea de profesionalidad66 y se iba abordando con un sentido profesional de aprendizaje la investigación de los métodos historiográficos europeos, donde el modelo alemán67, universalmente aceptado, iba a significar el punto de arranque. El contexto en el que Mélida había de desenvolverse le brindaba la ocasión de comprometerse y participar en la construcción del método de investigación histórica68 y en la llamada “República de las Letras”69. La labor pedagógica de la Escuela representaba la penetración del talante positivista europeo, aunque fuera con cierto desfase y limitación respecto a otros países del continente. Afectaba al campo de la práctica historiográfica y el hecho de estar directamente inspirada y emparentada con L’École de Chartres francesa y, secundariamente, con la de Lisboa, la convertía en vehículo de influencias positivistas francesas. Un Positivismo que era visto con recelo por otras instituciones culturales del momento como el Ateneo madrileño, pues temía que pusiera en peligro los principios morales, sociales y religiosos, pero que acabaría penetrando en nuestro país en el último cuarto del siglo XIX70. La indefinición existente todavía entre las distintas disciplinas histórico-artísticas y la nula existencia de centros71 en los que se impartieran estas enseñanzas, por tanto la ausencia de alternativas, debieron de llevar a Mélida a decidir su inclusión en este centro. La Escuela Superior de Diplomática se mostraba como la única institución72 preocupada por la investigación histórica en España, quedando la Universidad73 relegada a un segundo plano. Desde su creación en 1856 la Escuela había conseguido aumentar el interés por el conocimiento histórico, elevando progresivamente su categoría social. 6600

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PASAMAR y PEIRÓ (1987) en el capítulo titulado el cambio de la imagen de la ciencia histórica, analizan cómo fue surgiendo poco a poco la idea de profesionalidad y cómo las influencias extranjeras se fueron dejando notar en los métodos historiográficos. Vid. PASAMAR y P EIRÓ (1987); en su capítulo Los inicios de la profesionalización historiográfica en España. Así lo denominan PASAMAR y P EIRÓ (1987); dentro del capítulo La vulgarización de la historia y la consolidación de los valores burgueses en España. Según palabras de P EIRÓ (1995: 16), capítulo dedicado a la Introducción: en nuestro país el universo historiográfico de la era de Cánovas pertenecía a un contexto muy determinado: el de la República de Las Letras. Se refiere así el autor al espacio creado por la cultura burguesa, donde convivían las diversidades y se rendía culto a la tradición, y donde las academias se habían convertido en los centros rectores del saber oficial. La denominación República de las Letras (Republique des Lettres) había sido acuñada por el historiador francés François Guizot para designar la necesaria reconstrucción académica y científica tras la interrupción revolucionaria de finales del XVIII. Existe cierto consenso en considerar 1875 como el año de recepción oficial de la mentalidad positiva, y de crisis definitiva de la metafísica idealista. Así lo afirma NÚÑEZ RUIZ (1975). Para conocer más de cerca los pormenores del Positivismo como corriente de pensamiento, vid. BUSTAMANTE (1997). Los antecedentes más inmediatos los tenemos en la Real Academia Española de Arqueología y Geografía del príncipe Alfonso, creada el 3 de julio de 1863 por iniciativa de Basilio Sebastián Castellanos de Losada y desaparecida en 1868 por tensiones entre Castellanos y encargados ministeriales de organizar el sistema académico y repartir los contenidos de la cultura oficial. En 1852, cabe destacar el fracasado proyecto de González Romero de establecer en los estudios de filosofía una cátedra de Arqueología, Numismática y Paleografía; y en 1855, Alonso Martínez, intentó, en vano, instituir una Escuela de Antigüedades. Sintomáticas palabras las de P EIRÓ Y PASAMAR (1996: 39-78), capítulo titulado El centro de los archiveros: orígenes y consolidación de la Escuela Superior de Diplomática, cuando dicen las cátedras de la Escuela fueron durante toda la segunda mitad del XIX los únicos espacios existentes en España, en los que se aprendían métodos y técnicas de anticuario con la posibilidad de utilizar materiales históricos de primera mano. J IMÉNEZ (1971: 354-374). El capítulo que mejor aborda la situación de la Universidad en la segunda mitad del XIX es La cuestión universitaria. Es evidente que la Escuela Superior de Diplomática vio acrecentado su protagonismo en detrimento de las facultades de letras decimonónicas, repletas de carencias y debilidades. También en JIMÉNEZ GARCÍA (1986), trata el autor el tema de los movimientos krausista y positivista y la situación de la Universidad en la España del último cuarto del XIX. Analiza la llamada primera cuestión universitaria, de los primeros meses de 1868, en la que perdieron sus cátedras Sanz del Río, Fernando de Castro, Salmerón y Giner. Cátedras que recuperaron con el advenimiento de “la Gloriosa” el mismo año de 1868 y desde las que intentaron reformar el panorama universitario reinante. Tras la experiencia revolucionaria, finalizada en 1874, volvió la intransigencia dogmática y el clericalismo. Se acabaron las reuniones de los claustros, las academias de profesores, las asociaciones de alumnos, las conferencias públicas y la revista universitaria. Se apagó, en definitiva el movimiento reformista iniciado en período revolucionario (1868-1874), cortado de raíz por el repuesto ministro (ahora de Fomento) Manuel de Orovio y Echagüe, y la consabida Restauración diseñada por el político Cánovas del Castillo. Nuevos aires de intolerancia religiosa presidieron de nuevo la enseñanza oficial, que tuvo en la Institución Libre de Enseñanza a su más firme alternativa. Creada en 1876, se convirtió en centro de enseñanza de la España liberal.

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Entre junio de 1873 y diciembre de 1875 permaneció Mélida en la Escuela Superior de Diplomática, siendo director del centro Cayetano Rosell74. Fueron tres años en los que Mélida adquirió los conocimientos necesarios asistiendo con entusiasmo a las lecciones que daban Manuel de Assas, Juan Facundo Riaño y Juan de Dios de la Rada y Delgado75. Desde el decreto firmado el 21 de noviembre de 1868, los estudios en la Escuela Superior de Diplomática quedaron reducidos a siete asignaturas: Paleografía, Arqueología, Numismática y Epigrafía, Bibliografía, Latín de los tiempos medios, Historia de la organización administrativa y judicial, y Ejercicios prácticos, las mismas asignaturas que cursaría Mélida cinco años más tarde. Mención especial merece la cátedra impartida por el santanderino Manuel de Assas y Ereño (18131880)76, titulada Arqueología Elemental77, y a cuyas clases acudió Mélida en los locales de la Biblioteca de la Universidad Central durante su estancia en la Escuela, un hecho que hubo de marcarle en su faceta como alumno. Efectivamente, José Ramón Mélida reconocería más adelante a Manuel de Assas como su verdadero maestro78, evidenciando la importante secuela que las enseñanzas de Assas le habían dejado en su etapa de formación. Entre las lecciones de Assas destacan varios fragmentos: La Historia es la ciencia que manifiesta lo que los hombres, ya como individuos ya como pueblos, han hecho en pasados tiempos o hacen en nuestros días. La historia propiamente dicha se divide al infinito (...) Arqueología significa tratado sobre la antigua edad. (...) la Arqueología, habiendo sido ciencia independiente, e importante auxiliar de la historia, hoy es muy principal parte de ésta (...) se puede decir que la Arqueología es la historia de los productos corpóreos (visibles o tangibles) de la inteligencia y de la actividad humanas... en sentido más restringido significa historia de las tres Bellas Artes (Arquitectura, Escultura y Pintura). Los tiempos verdaderamente históricos apenas abrazan más duración que 40 siglos, o sea 4000 años: más allá todo es tinieblas y fábula. Esta autenticidad de los pueblos no existe igual para todos los pueblos. Así, por ejemplo, en la China hay muchos hechos verdaderos que tienen de antigüedad 4000 años. Egipto, famoso por su remota antigüedad, apenas puede presentar los más que de 3400, 3900 o 3600 años. La Italia es más moderna y mucho más la Alemania, la Francia, la España y la Irlanda. Por último, los salvajes se puede decir que no tienen historia sino desde la época en que les han visitado los

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P EIRÓ Y PASAMAR (1996: 39-78), capítulo titulado El centro de los archiveros: orígenes y consolidación de la Escuela Superior de Diplomática. En él aparece una relación con los distintos directores del centro. Cayetano Rosell ocupó el cargo de director entre el 20 de febrero de 1868 y el 5 de enero de 1876, mientras Mélida fue alumno de la Escuela. ÁLVAREZ-OSSORIO (1934: 2). Vid. J IMÉNEZ DÍEZ (2001: 329), AYARZAGÜENA (1993: 767), MÉLIDA ALINARI (1885b: 66-67), PASAMAR Y P EIRÓ (2002: 91-92); PAPÍ RODES (2004b: 392) y especialmente RENERO (2004). Sobre la trayectoria de Assas en la consecución de la cátedra de Arqueología hablan P EIRÓ Y PASAMAR (1996), capítulos titulados Relación de los individuos del orden facultativo y administrativo que componen la Escuela Superior de Diplomática (39-78) e Historiadores y profesores: el Universo profesional de la Escuela Superior de Diplomática (123-175). Consiguió, nombrado por la dirección de Instrucción Pública en 26 de septiembre de 1867, la cátedra de “Elementos de Arqueología” en la Escuela Superior de Diplomática, después de llevar cinco años (desde el 5 de febrero de 1862) en el Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios y Archiveros. La obra de Assas se encuadra en la línea de aquella arqueología decimonónica cargada de tintes histórico-artísticos (sobre sus colaboraciones en publicaciones de arte, vid. MORA (1995: 161-170) y muy alejada de la visión positivista e innovadora de la Arqueología del XX. Cuatro años antes de morir, en 1876, Manuel de Assas elaboró un Programa de la asignatura de Arqueología de la Escuela Superior de Diplomática. Fue el primer catedrático en enseñar el sánscrito en la Universidad Central. Como historiador se dedicó principalmente al estudio del país cántabro. En su intento por localizar elementos etimológicos que le aportaran datos de la toponimia de Cantabria, pasó una temporada en Francia para conocer los dialectos célticos que allí se conservaban. Estudió a conciencia la historia de Cantabria, poniendo en evidencia los planteamientos propuestos por los padres Sota y Larramendi, y rectificando algunos errores del padre Flórez. Además, dirigió la sección segunda (Edades Media y Moderna) del Museo Arqueológico Nacional desde 1867 hasta su muerte en 1880. Vid. RENERO (2004). Esta cátedra (otorgada a Assas el 26 de septiembre de 1867) se refundió, al morir Manuel de Assas en 1880, con la de “Historia de las Bellas Artes”, constituyendo una nueva, la de “Arqueología e Historia de las Bellas Artes en la Edad Antigua, Media y Renacimiento”, impartida por Riaño. El 25 de septiembre de 1884 se produjo la separación definitiva entre “Arqueología” (que estudiaba las obras de arte y la industria bajo el aspecto exclusivo de la antigüedad), y la “Historia de las Bellas Artes” (que las consideraba desde el punto de vista estético); y el 11 de octubre del mismo año se convocó la oposición para ocupar la cátedra de “Arqueología y Ordenación de Museos”, que acabó ganando Juan Catalina García, en detrimento de José Ramón Mélida. Además, el propio Mélida reconoció a Assas como su verdadero maestro en su discurso de ingreso de la Real Academia de la Historia en 1906 (página 10). Igualmente se hacen eco PEIRÓ Y PASAMAR (1996: 164-174).

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europeos, exceptuándose los mejicanos y los peruanos, que tenían una especie de historia, como también cierta civilización antes de que aportasen los españoles embarcaciones79.

Al analizar las lecciones de Manuel de Assas, percibimos todavía una concepción de la Arqueología acorde con su época. Reconocía el profesor Assas su consideración de ciencia auxiliar, si bien le otorgaba una importancia mayor, como parte de la Historia. El contexto de sus palabras está en sintonía con una etapa de tránsito hacia la madurez de la disciplina arqueológica, conseguida en el último cuarto del siglo XIX80. Desde la década de los 1870 y principios de los 1880 se estaba produciendo un cambio de actitud en la Arqueología, que se orientaba ahora hacia una visión más histórico-artística, coincidiendo con el desarrollo del gusto por el arte clásico como un ornamento en la cultura erudita de la burguesía española. Los nuevos burgueses denunciaron la desatención de los materiales históricos propiedad de la nobleza, y fue más fácil la penetración de influencias del naciente Positivismo historiográfico francés. Se detecta en Assas un interés mayor hacia épocas más recientes en la historia antigua de la humanidad, esto es, por la Protohistoria más que por la Prehistoria (Los tiempos verdaderamente históricos apenas abrazan más duración que 40 siglos, o sea 4000 años: más allá todo es tinieblas y fábula). Manuel de Assas, que se había formado en la carrera de derecho y que había participado plenamente del movimiento romántico en sus orígenes, inculcó una nueva visión de la Arqueología en Mélida, la de los que miraban hacia la Historia y el Arte, considerándose estudiantes de humanidades. En contraposición se hallaban aquellos que volvían la vista hacia la Geología y la Ciencia Natural, más alejados de la línea humanista. Este “cisma” dentro de la Arqueología se hará más evidente en las décadas primeras del siglo XX. Una vez más ponía de manifiesto cierto distanciamiento respecto a una disciplina tan reciente como la Prehistoria81, cuyos estudios tuvieron su principal acogida entre los sectores más liberales y progresistas de la sociedad española. Por el contrario, la Prehistoria encontró gran hostilidad hasta fines del XIX entre los sectores más reaccionarios, ya que la identificaban con el materialismo, el liberalismo y el ateísmo82. El hecho de que Mélida no se acercara a la Prehistoria prácticamente en toda su carrera (fig. 35) tiene cierta explicación en su iniciación al lado de Manuel de Assas, como primer y principal maestro suyo en Arqueología, pero también en su ascendencia familiar de rasgos conservadores, aunque más adelante acabara compartiendo con los hombres de la Institución Libre de Enseñanza campos del conocimiento afines a la Protohistoria y la Historia Antigua. Por eso, puede considerarse a José Ramón Mélida como un humanista de corte ecléctico en su ideología y lo suficientemente dúctil como para labrarse una personalidad alejada de suspicacias y tabúes. La principal aportación de Assas como catedrático fue quizás la introducción del gusto por el orientalismo, inicialmente desde el campo de la lingüística, desarrollado en Europa. Se vio animado seguramente por los conocimientos adquiridos en sus viajes. Sobre todo el de 185283 como miembro de la Academia Española de Arqueología, si bien tuvo la oportunidad de visitar museos y ciudades europeas donde se “empaparía” de las corrientes que presidían el panorama cultural europeo. Otra reflexión acerca de las enseñanzas de Manuel de Assas nos acerca a su faceta más radical. Su afirmación de que “los salvajes se puede decir que no tienen historia sino desde la época en que les han visitado los europeos” evidencia sus inclinaciones celtistas y paneuropeas, y una innegable influencia del evolucionis7900

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Apuntes manuscritos rescatados del expediente de José Ramón Mélida en el Museo Arqueológico Nacional. Forman parte de la documentación personal de Mélida comprada el 18 de septiembre de 1987 a Mariano García Díaz, y entre los que aparecen estos borradores de las enseñanzas impartidas por Manuel de Assas mientras José Ramón Mélida fue su alumno. Así lo afirma DANIEL (1987): la Arqueología alcanza la mayoría de edad entre 1870 y 1900. En 1867 publicó Crónica de la provincia de Santander, donde adoptó las teorías arianistas, afrontando una interpretación de la Prehistoria donde recogía las divisiones cronológicas establecidas (piedra, bronce y hierro) basándose en la Arqueología y la Filología comparada. Hay que tener en cuenta que la primera exposición en tener una sección dedicada a Prehistoria fue la celebrada en París en el mismo año. Cfr. MAIER (2002a: 66-67). El citado autor atribuye al cardenal Zeferino González la inclusión de la Prehistoria en los planes de estudio, tras las conclusiones a las que llegó en el Congreso Católico celebrado en Sevilla en 1892. Confróntese también MAIER (2003a: 109-110). Vid. RENERO (2004: 96-97).

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mo y la superioridad etnológica europea proclamada por las naciones más potentes del continente. Una reflexión que no influyó en Mélida tanto como otros planteamientos de Assas, pues apenas se vio afectado por loa aires celtistas que circularon en países como Francia o Inglaterra en la segunda mitad del XIX. El orientalismo84 contaba entonces con un auge notable de sus estudios, motivado por los constantes contactos coloniales del XIX y el imperialismo cultural europeo. Este hecho, junto con un notable aumento de expediciones85 al país de los faraones y una moda por sus restos arqueológicos, puede considerarse el germen del gusto y afición de Mélida por la cultura egipcia. En el plano conceptual de la Arqueología, Assas defendió la necesidad de acudir a los datos históricos, dejando cualquier tipo de especulación erudita; y puso de manifiesto el lastimoso estado en que se encontraban los estudios arqueológicos en España, respecto al resto de Europa. Un nuevo grupo de intelectuales y humanistas como José Amador de los Ríos, Manuel Fig. 7.- Juan de Dios Rada y Delgado. Aníbal Álvarez, Valentín de Carderera y el propio Manuel de Assas se implicaron estrechamente en revitalizar la arqueología española, al tiempo que reivindicaban el fin del problema de la destrucción de monumentos86. Si bien Assas no tuvo el más mínimo acercamiento a la Arqueología de campo y su labor se limitó a teorizar sobre la disciplina, su formación en Historia de la Arquitectura imprimió en su posición teórico-arqueológica unos rasgos historicistas que más tarde condicionarían la naturaleza de la Arqueología. Es muy posible que hubiera entablado relación con Arturo Mélida, conferenciantes ambos en el Ateneo de Madrid y a los que les unía su faceta de arquitectos. Y que posteriormente José Ramón Mélida se hubiera beneficiado del camino emprendido por su hermano. Una vez más, se repetía la constante de que un erudito, como Manuel de Assas, procedente de otro campo como la Arquitectura iba a aportar sus conocimientos y experiencia a la Arqueología, desprovista todavía de un cuerpo de profesionales en los que pudiera reconocerse como profesión. Manuel de Assas, además, sería la persona encargada de la cátedra de Bases de la Arqueología Española del Ateneo, centro donde también se formó Mélida. Mélida también fue alumno de Juan de Dios de la Rada y Delgado87, que impartió la cátedra de Numismática y Epigrafía88. Afiliado durante la Restauración al Partido Liberal Conservador de Cánovas, fue uno 8400

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El interés por la arqueología mesopotámica renació al comenzar el decenio de 1870, después de un período de inactividad motivado por la guerra de Crimea. El año de 1872 George Smith (funcionario del Departamento Asirio del Museo Británico) descubrió fragmentos de tablillas de Nínive en los que se narraba la versión babilónica del “Diluvio Universal”. El hallazgo despertó una expectación tremenda y la arqueología bíblica empezó a contar con adeptos por toda Europa. Con la muerte de Smith en 1877 sobrevino un vacío, que pronto cubrió su compatriota Hormuzd Rassam (1826-1910), quien amplió su radio de acción a Balawat, Abu Habbah, Sipar, etc. Vid. DANIEL (1987: 127-130). Napoleón inauguró un floreciente período de expediciones al país del Nilo a finales del XVIII. Durante el siglo XIX siguieron sus pasos curiosos, eruditos y viajeros de distintos países europeos. Cfr. VERCOUTTER (1997: 54-110). Cfr. H ERNÁNDEZ H ERNÁNDEZ (2002: 127-128). Notas biográficas de este autor se encuentran en PAPÍ RODES (2004a) y en PEIRÓ Y PASAMAR (1996: 11-16, 39-78, 107-123). Rada llegó a Madrid en 1852, procedente de la Universidad de Granada y protegido por Joaquín Aguirre, catedrático de Derecho Canónico. Desde ese año se fue integrando en el mundillo intelectual madrileño y fue aumentando su interés por la Arqueología. Puede consultarse, asimismo, la referencia ALMAGRO GORBEA (1999a: 146-148); y la biografía publicada en PASAMAR Y PEIRÓ (2002: 509-510). Gracias a su padrinazgo político, consiguió Rada, en 1856, el cargo de oficial primero en el Consejo de Estado y la cátedra de

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de los profesores más prestigiosos del centro y a pesar de su reputación, fue tachado de pomposo arqueólogo isabelino y de funcionario aburguesado de los oscuros archivos estatales89, algo de lo que sus propios alumnos se hacían eco90. Fue, sin duda, Rada y Delgado el hombre que fue marcando el paso de José Ramón Mélida en los inicios de su carrera, sobre todo en la ocupación de cargos entre la Escuela Superior de Diplomática y el Museo Arqueológico Nacional. A lo largo de este trabajo podrá comprobarse ese agradecimiento, en ocasiones más forzado que sincero, por el que Mélida reconoce a Rada como su “valedor”, como el maestro que le precedió en su trayectoria profesional. Rada y Delgado fue uno de los responsables, junto con Manuel de Assas, de que José Ramón Mélida se acercase al mundo de la Arqueología, sobre todo a la arqueología egipcia. En España, donde se considera la egiptología como cosa de poca importancia91, sólo el infatigable y distinguido Rada y Delgado ha iniciado su estudio con verdadero acierto92, afirmaba Mélida en el año 1881, cuando ya contaba con una experiencia acumulada de Fig. 8.- Juan Facundo Riaño Montero. cinco años de servicio en el Museo Arqueológico Nacional. En esta etapa había permanecido al lado de Rada en la sección de Prehistoria y Edad Antigua. Rada participaba, de alguna manera, en la promoción de las ciencias arqueológicas e incidía en la importancia de los monumentos arquitectónicos y de los museos para conocer la historia de un pueblo. En la misma dirección apuntaban los académicos de la Historia, los catedráticos de Bellas Artes y los propios profesores de la Escuela Superior de Diplomática, estimulados por el auge del nacionalismo, la crítica histórica y la nueva dimensión social y colectiva alcanzada por la erudición93. En este contexto habían tratado de mentalizarse y de hacer ver a las autoridades lo urgente que era la creación de un Museo Arqueológico, dando amplitud a la enseñanza de la Arqueología. Rada era uno de los abanderados de esta iniciativa, en la que podría incluirse, entre otros, a Pascual Gayangos94, Juan Facundo Riaño, Basilio Sebastián Castellanos de Losa-

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“Arqueología y Numismática” de la Escuela. En un programa de estudios con el encabezado de Universidad Central. Escuela Superior de Diplomática, de 1865 (1-19), conservado en la Biblioteca Nacional, se pueden ver los antecedentes de la cátedra de Rada. En 1865 era titular el profesor Rada y Delgado de la cátedra “Numismática antigua y de la Edad Media, y en especial de España”, que constaba de 68 lecciones entre numismática egipcia, etrusca, fenicia, hebrea, griega, romana, bizantinas, etc.; mientras la de “Epigrafía y Geografía Antiguas, y de la Edad Media” correspondía al profesor Manuel Oliver y Hurtado. Esta situación se mantuvo hasta el 21 de noviembre de 1868, cuando una Real Orden otorgó a Rada la cátedra de “Numismática y Epigrafía” de la Escuela Superior de Diplomática, tras suprimir las de “Epigrafía y Geografía” e “Historia de las Bellas Artes”. Así lo afirman P EIRÓ Y PASAMAR (1996: 11-16), en la introducción de este libro. Ibidem. Le cantaban, en tono sarcástico, el himno de Riego de esta manera: Juan de Dios de la Rada Delgado es un hombre que vale por dos, profesor que nada ha explicado, no es Delgado, ni Rada, ni Dios. España se sumó tarde al mundo de la egiptología. Cuando Vivant Denon publicó en 1802 su obra El viaje al Bajo y Alto Egipto durante las campañas del general Bonaparte, la repercusión en España fue mínima. A la pérdida de las colonias americanas, se sumó la invasión francesa sobre España, lo que dio como resultado un distanciamiento del país vecino y de sus logros culturales. MÉLIDA ALINARI (1881: 93-105). Debe considerarse como un punto de inflexión el viaje de la fragata Arapiles de 1871 en el que Rada tuvo la ocasión de visitar y conocer Alejandría. Ahí comenzó su verdadero interés por Egipto. Vid. P EIRÓ (1995: 19-23). Sobre la figura de Pascual Gayangos y Arce puede consultarse VALLVÉ BERMEJO (1994). Más datos biográficos en PASAMAR Y PEIRÓ (2002: 293-294). Sobre una de las mejores colecciones (donada por Gayangos) de la Real Academia de la Historia, véase ALMAGRO-GORBEA ET ALII (2004: 30-31).

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da, González Romero o Alonso Martínez. Los museos se habían ocupado ya en Europa de custodiar las antigüedades para su conservación y estudio desde el Renacimiento95 y España todavía echaba en falta centros depositarios de la cultura material de las sociedades antiguas96. Otro prestigioso profesor de la Escuela Superior de Diplomática fue Juan Facundo Riaño y Montero97, personaje de considerable peso social y político –afín al partido de Sagasta– a cuyas clases asistió Mélida entre 1873 y 1875. Partícipe de las ideas de la Institución Libre de Enseñanza y formado académicamente en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras, Riaño tuvo en la cátedra de Teoría e Historia de las Bellas Artes98 su principal plataforma para el reconocimiento a su labor en el campo del Arte y la Arqueología, si bien su producción literaria a lo largo de su carrera fue muy exigua99. La andadura de Riaño como catedrático de la Escuela Superior de Diplomática comenzó a raíz del Real Decreto firmado el 15 de julio de 1863. La medida potenciaba los estudios arqueológicos con la creación de tres nuevas cátedras: Numismática general y especial de España, regentada por Rada y Delgado; Epigrafía y Geografía antigua y de la Edad Media, encargada al benemérito Anticuario de la Academia, Antonio Delgado100; y la consabida de Historia de las Bellas Artes en los tiempos antiguos, Edad Media y Renacimiento, cuyo primer catedrático interino sería Juan Facundo Riaño y Montero. Las dos primeras serían asignaturas de segundo año y la de Riaño de tercer año. No obstante, cinco años después de su inclusión, habría de afectarle la modificación de estudios decretada en 21 de noviembre de 1868, dos meses después de proclamarse “La Gloriosa”101, por la cual sería declarado excedente por orden del gobierno provisional. Es evidente que el cambio político producido con el advenimiento del Sexenio Democrático cambió el orden político y se vio provisionalmente desplazado de su puesto. Y junto a él, la cátedra de Antonio Delgado Epigrafía y Geografía. Una nueva remodelación en el reparto de asignaturas y cátedras impartidas en la Escuela volvió a poner a Riaño al frente de su “arrebatada” cátedra poco después de proclamarse la República. El 27 de septiembre de 1873 Riaño vio restablecida su cátedra “en atención a las razones expuestas por el claustro de profesores de la Escuela y en virtud del favorable dictamen de la Junta Consultiva de Archivos, Bibliotecas y Museos”102. Es evidente que los continuos cambios en el organigrama y asignación de asignaturas y cátedras de la Escuela Superior de Diplomática esconden detrás episodios de injerencias políticas y favoritismos dentro de la institución. En el caso que nos ocupa no puede inferirse una adscripción ideológica clara en Riaño que condicionara su destitución o su continuidad porque cuando fue declarado excedente un gobierno de signo liberal fue el que le desplazó de su cátedra. Y su reposición en septiembre de 1873 se llevó a cabo tras la proclamación de la Primera República el 11 de febrero de 1873. Debió de verse afectado por asuntos de índole más personal que ideológica. Lo que sí sabemos es que Mélida participó en las dos últimas décadas del XIX en una tertulia organizada por Riaño a la que también acudieron Francisco Giner, Manuel Bartolomé Cossío y Ricardo Velázquez Bosco. Las influencias que Riaño dejó en la obra de Mélida tienen mucho que ver con la valoración estética del objeto artístico. De hecho, se considera a Riaño como el verdadero introductor en España de una concepción de la Arqueología que valoraba el objeto artístico no sólo por su antigüedad sino desde el punto de vista estético103. Las enseñanzas adquiridas por Mélida revelan la tendencia de éste, mientras cursó los años 9500 9600

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Vid. BOLAÑOS (1997: 30-340). Algunos autores atribuyen la construcción de los museos europeos a un intento de convertirlos en refugio honorable de trofeos, atendiendo al programa propagandístico de los estados coloniales. Cfr. DELAUNAY (1997: 100-102). Para datos biográficos de Riaño y Montero, véase ESPASA CALPE (1929), tomo 51, pp. 282-283; ALMAGRO, (1999a: 35, 144-146); PASAMAR y P EIRÓ (2002: 521-522); BOLAÑOS (1997: 248) y ALMELA BOIX (2004: 262). Vid. PASAMAR (1995: 140). Véase la “Relación de obras” que incluye en su tesis JIMÉNEZ DÍEZ (2001: 310-311). Cfr. ALMAGRO GORBEA, M. (1999a: 139-142). Supone el derrocamiento de Isabel II, que huye a Francia, y la instauración de un régimen de signo liberal con Amadeo I como monarca en 1871. Se trató del llamado Sexenio Democrático hasta febrero de 1873, cuando es proclamada la República. En la sección de “Noticias” de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, nº 18, septiembre de 1873. Sobre este tema confróntese RIEGL (1987). El autor vienés recorre, desde la antigüedad, la valoración que han tenido los monumentos en las distintas etapas históricas. Considera la época renacentista como la primera en la que el valor histórico del monumento obtiene importancia reconocida, marcando la distinción entre valor histórico y artístico, en la que el histórico actuaría como fuente de placer estético. Durante el siglo XIX, un cambio de concepción identificaba la conservación racional de los

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Formación y estudios

de estudio de la Escuela Superior de Diplomática, a sentirse más cerca del Arte que de la Arqueología, tomando a Riaño como punto de referencia en la arqueología española: representa mejor que nadie la nueva tendencia positiva de la ciencia (...) guarda íntima relación, por su ojo perspicaz y seguro, por su varia erudición, con el ilustre Longpérier104. Buena culpa de sus influencias debieron de tener las explicaciones impartidas por su maestro Riaño, considerado uno de los introductores de la Historia del Arte metódica en España, según Gonzalo Pasamar105. Fueron frecuentes los viajes por Europa, sobre todo por Londres y Roma, que le facilitaron el contacto con las corrientes histórico-artísticas del momento106. Además, participó en la ordenación de bibliotecas y archivos centrales británicos, que le proporcionó una vía de contacto con el mundo anglosajón en el cual había sido presentado por su yerno y maestro, Pascual de Fig. 9.- José Ramón Mélida, retratado Gayangos. De alguna manera, Riaño se revelaba en su adolescencia. contra el “valor de antigüedad”107 concedido a las obras de arte y proponía liberar al objeto artístico de las huellas de vejez, manteniéndolo siempre presente y vivo en la conciencia de la posteridad. Manifestaba así Riaño su propósito de alejarse de las doctrinas historicistas, gestadas en Alemania y llegadas a España a través de Francia, que condenaban a la estética y reducían el Arte a Historia. Aparte de ser uno de los maestros que marcó el devenir de Mélida como historiador, sus trayectorias compartieron caminos comunes, como el de haber pertenecido ambos a instituciones como la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Real Academia de la Historia. Tampoco debe olvidarse el poso progresista que dejó en Mélida y que acabó vinculándole, como Riaño, a la Institución Libre de Enseñanza. Después de tres años en la Escuela Superior de Diplomática, José Ramón Mélida consiguió la titulación. El día 16 de junio de 1875 acreditó su suficiencia en el ejercicio efectuado. Con fecha de 10 de diciembre del mismo año le fue expedido el título de bachiller y siete días más tarde recibió el certificado de aptitud para Archivero, Bibliotecario y Anticuario por el director de la Escuela Superior de Diplomática108. El primer paso de José Ramón Mélida en su carrera como futuro funcionario se había consumado y su salida de la Escuela Superior de Diplomática en 1875 coincidió con el auge krausista en buena parte del entorno universitario y erudito. Su próximo destino sería el Museo Arqueológico Nacional. El balance de esta etapa no podía ser más positivo. Durante la Restauración, el Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios consiguió madurar el concepto del técnico profesionalizado al servi-

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monumentos con la rehabilitación del documento en su estado original de génesis, algo que no sería puesto en entredicho hasta finales del XIX. Entonces, se convirtió en centro de controversia la consideración preferente del valor de antigüedad sobre el de novedad, o viceversa. En esta polémica decimonónica se encuadra Riaño, al que podemos considerar como un representante temprano o vanguardista de las corrientes europeas en España. MÉLIDA ALINARI (1885b: 76). Cfr. PASAMAR (1995: 140). Vid. ALMAGRO GORBEA (2001b: 61). Riaño fue incluso comisionado por el gobierno español para viajar por Europa y adquirir copias de las esculturas más representativas del arte clásico. Así denominaba Alöis Riegl (1987) al concepto que valoraba el pasado exclusivamente por sí mismo, alejado de criterios histórico-artísticos. Toda la documentación referente a la expedición de los títulos de José Ramón Mélida en la Escuela Superior de Diplomática se encuentra en el Archivo General de la Administración, con la signatura EC-Ca 19 y la signatura topográfica 31-49; fecha del documento 1875-1888.

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cio del Estado. Se trataba de un filtro idóneo para que todo el remanente cultural de la Nación quedara en manos de un grupo preparado que custodiara, administrara y estudiara el Patrimonio que quedaba a su cargo. Recordemos que los titulados podían acceder, tras pasar por la Escuela, a un puesto de ayudantes terceros en el Cuerpo Facultativo, lo que conseguiría Mélida en 1881. Su paso por la Escuela le proporcionó una sólida formación teórica ya que tuvo la oportunidad de forjar sus conocimientos en aquellas materias necesarias para el desempeño de una labor historiográfica. Se trató de una etapa de aprendizaje con sentido profesional, pero con una limitación: la escasa adquisición de conocimientos prácticos en el campo de la Arqueología. Las asignaturas impartidas no habían sido concebidas con orientación experimental y evidenciaban todavía limitaciones, censuradas por Emil Hübner, desde el Fig. 10.- José Ramón Mélida, retratado punto de vista de la innovación científica que en su juventud. empezaba a estilarse en otros países europeos. Compartieron aula con Mélida personajes ilustres como el riojano Manuel Bartolomé Cossío109, formado posteriormente bajo los designios académicos de la Institución Libre de Enseñanza y con quien compartiría años más tarde también la faceta de conferenciante en el Ateneo de Madrid. Las secuelas que sus tres maestros, Rada y Delgado, Assas y Riaño, dejaron en Mélida aflorarían a lo largo de su carrera evidenciando la importancia de esta etapa. De Manuel de Assas heredó una visión de la Arqueología que le acercaba a la vertiente humanista de la disciplina pero que le alejó de la vía geológica-natural a la que la Arqueología había estado tan unida. Este hecho marcó el distanciamiento de Mélida respecto a la Prehistoria prácticamente durante toda su trayectoria profesional. La influencia de Rada y Delgado en Mélida se percibe en un discurso orientado a la recuperación de la memoria colectiva española, que habría de llevarse a cabo desde el necesario impulso de los museos como depositarios de la cultura material de los pueblos. Rada dejó en Mélida el poso de una nueva dimensión social adquirida por la Arqueología en el último cuarto del XIX, en el que la masa social debía tomar conciencia de su pasado, enlanzando con el proyecto canovista. El otro gran legado de Rada en Mélida fue la afición por la cultura egipcia, en la que también tuvo que ver el orientalismo inoculado por Manuel de Assas, aunque Mélida se centró en el país faraónico. De los profesores mencionados, fue Juan Facundo Riaño el que menos peso tuvo en el devenir profesional de Mélida. Los conocimientos que Mélida recibió de Riaño se sitúan más en línea con la óptica estética que valoraba las piezas como obras de arte, alejándose de la variable histórica. Riaño tuvo en Mélida a un alumno que por entonces tenía un concepto limitado de la Arqueología, en un momento en el que su formación evidenciaba inclinaciones artísticas acorde con la faceta de historiador del Arte de Riaño.

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ESPECIALIZACIÓN EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL, (1876-1883)

M USEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL:

LABOR DE CATALOGACIÓN. I NGRESO EN EL

CUERPO FACULTATIVO

Una vez obtenido el título de la Escuela Superior de Diplomática, las aspiraciones de Mélida se centraron en el Museo Arqueológico Nacional110. Transcurrieron siete meses entre su salida de la Escuela y su entrada en el Museo. El 4 de febrero de 1876, con 19 años de edad, consiguió ser nombrado, a petición suya, aspirante sin sueldo del Museo Arqueológico Nacional111. Se le destinó a la sección primera del Museo, que comprendía las salas de Prehistoria y Edad Antigua y que por entonces dirigía su anterior maestro en la Escuela Superior de Diplomática, Juan de Dios de la Rada y Delgado. Había correspondido al primer director del Museo –Pedro Felipe Monlau i Roca112– la organización en cuatro secciones: la consabida de Prehistoria y Edad Antigua; Edades Media y Moderna; Numismática y Dactilografía113; y Etnografía. Puede considerarse este nombramiento como una continuidad en la relación profesor-alumno existente entre Mélida y Rada. En sus años (1873-1875) de formación, el arqueólogo almeriense debió de intuir en Mélida un futuro profesional y unas aptitudes aprovechables para llevar a cabo labores de catalogación y clasificación en el Museo. Por eso resulta comprensible que contara con él para desempeñar esta tarea. El cargo de director del Museo era ocupado desde hacía cuatro años por Antonio García Gutiérrez114. El día 16 de febrero de 1876, Mélida pisó por primera vez el Museo Arqueológico Nacional como nuevo miembro. A partir del nombramiento comenzó Mélida a entrar en contacto directo con piezas arqueológicas de primera mano. El Museo Arqueológico Nacional, en sus nueve años de vida, contaba ya con colecciones suficientes como para que hubiera trabajo por hacer en sus fondos, en los que Mélida participaría de manera activa. Su precedente y guía en esta institución fue Rada y Delgado115. Vale1100

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Para los orígenes y formación del Museo Arqueológico Nacional, confróntese MARCOS P OUS (1993), ÁLVAREZ-OSSORIO (1910a: 4-7), BOLAÑOS (1997: 222-239) y ALMAGRO GORBEA Y MAIER (1999). Junto al Museo nació un Cuerpo de Conservadores Peritos, que venía a sumarse al de Bibliotecarios y Archiveros del Estado. Nombrado por la dirección general de Instrucción Pública aspirante sin sueldo con destino al Museo Arqueológico Nacional, según un manuscrito del Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares) con signatura EC-Ca 6535 y signatura topográfica 31-49. Científico catalán (1808-1871) formado en la Medicina pero con amplia preparación humanista en Psicología, Filosofía, Literatura, Lógica y Ética. Más información en BOLAÑOS (1997: 227-228). Incluía piedras grabadas en hueco y camafeos. Actualmente, pertenecen al campo de la glíptica. Antonio García Gutiérrez (1813-1884) destacó como poeta y autor dramático. Llegó a ingresar en la Real Academia de la Lengua en 1865, fue cónsul de España en Bayona y Génova (1868-1869) y al final de sus días ocupó la dirección del Museo Arqueológico Nacional, desde 1872 hasta su muerte el 26 de agosto de 1884. Le sucedió en este puesto Juan de Dios de Rada y Delgado. Confróntese la memoria RADA Y DELGADO Y MALIBRÁN (1871: 1-82). Se publicó cuando era Rada catedrático de la Escuela Superior de Diplomática y jefe de Tercer Grado del Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios, Archiveros y Anticuarios y Juan de Malibrán, oficial de Primer Grado. Evidencia los enormes esfuerzos acometidos en los primeros coletazos del Museo Arqueológico Nacional a la hora de catalogar las piezas ingresadas en el Museo: Objetos que se hallaban esparcidos en varias provincias de España

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dor y maestro en sus años de formación, hacía apenas un año que había leído su discurso de entrada en la Real Academia de la Historia con el tema Las esculturas del Cerro de los Santos, en 1875, en lo que sería el preludio de una agria polémica, que perjudicaría a la imagen y prestigio del arqueólogo almeriense116. Por supuesto es ésta una temprana etapa de Mélida como “arqueólogo de gabinete”117, alejado todavía del concepto de “arqueología de campo” y centrado en el arreglo y catalogación118 de los objetos arqueológicos contenidos en el Museo Arqueológico Nacional. Mélida estuvo en calidad de “aspirante sin sueldo” desde el año 1876 al 1881, en el edificio del ex Casino de la Reina, una antigua posesión real que fue la sede provisional del Museo hasta el año 1895. Su destino fue la sección primera, donde se conservaban las antigüedades prehistóricas, egipcias, orientales, clásicas y celtibéricas. Se ocupó primeramente, en unión del aspirante Nicolás González, en confrontar todas las papeletas del catálogo, todavía inédito, con los objetos descritos en la sección y formando luego un catálogo de todos los objetos que no estaban aún clasificados. Entre las colecciones que tuvo la ocasión de catalogar estaban las de José Ignacio Miró119, Tomás de Asensi120 y Juan Víctor Abargues de Sostén121; y a sus manos llegaron también piezas recuperadas de Osuna entre los años 1871 y 1876122. Antes que Mélida, habían trabajado en esta sección con Rada y Delgado como jefe de sección: Fernando Fulgosio Carasa, José María Escudero de la Peña, Antonio Rodríguez Villa, Joaquín Salas Dóriga y Ángel de Gorostizaga. Este último habría de encontrarse con Mélida para hacerse cargo de los objetos que constituían el Museo Ultramarino en una comisión de 1884. El arqueólogo madrileño debió de percibir la necesidad de crear modelos de investigación y, por extensión, de catalogación nada más entrar en contacto con las descontextualizadas piezas del Museo Arqueológico Nacional. Esta labor no había sido acometida hasta entonces en España y su incorporación a la plantilla del Museo Arqueológico Nacional, en calidad de “aspirante sin sueldo”, le iba a brindar la ocasión de participar en esta iniciativa. Años después, en 1906, el propio Fidel Fita reco-

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(...) Uníase a todo lo expuesto el propósito que tenían los comisionados, de hacer de este trabajo un verdadero estudio científico, que hubiera ofrecido a V. E. las monografías de todos los objetos adquiridos (...) Creíamos de tanta urgencia la redacción de la memoria (...) la realización de nuestro primer proyecto es obra todavía de muchos meses (...). La citada memoria contiene un apéndice en el que aparece una relación de todos los objetos adquiridos por los comisionados, que suscribieron en los viajes a que se refiere la memoria anterior, ya por donaciones hechas a su instancia, ya por permutas, por compra, o por hallazgo de la comisión misma. Fueron 229 las donaciones efectuadas, entre compras, permutas, adquisición de objetos encontrados directamente por la comisión y objetos entregados por los gobernadores a la Comisión en virtud del decreto de incautaciones ordenadas por el Ministerio de Fomento. Un segundo apéndice cita a las personas que además de hacer donaciones a la comisión, prestaron eficaz ayuda para realizar los fines que les estaban confiados. Entre ellos destacaron: Ricardo Velázquez Bosco, Ramón Álvarez de la Braña, Antonio Pelayo, Carlos Ason, Ciriaco Vigil o Aureliano Ibarra y Manzoni, hermanastro de Pedro Ibarra y Ruiz. Era ésta la primera iniciativa de cierto rigor que se llevaba a cabo en el Museo para dotarle de un orden de catalogación y clasificación del que carecía. Vid. infra capítulo La polémica autenticidad de las estatuas del Cerro de los Santos: criticismo y evolución. DÍAZ-ANDREU (1997: 408), entiende como “arqueólogo de gabinete” a aquel que realiza sus estudios basándose en los materiales antiguos pero sin acometer ellos mismos el trabajo de campo. A este grupo pertenecerían aquellos cuyos estudios están íntimamente ligados con los de Historia del Arte. En el grupo de “arqueólogos de campo” se englobaría a aquellos que practican la excavación y la prospección como medio o técnica de estudio e investigación. Conviene citar un manuscrito fechado en 1877 y rescatado del expediente de José Ramón Mélida en el Museo Arqueológico Nacional. Forma parte de la documentación personal de Mélida comprada el 18 de septiembre de 1987 a Mariano García Díaz. Se titula “Colección Arqueológica, XV Panoplia” y en ella aparece una relación de armas con el siguiente criterio de clasificación cronológica: Primitivas, Egipcias, Asirias y Persas, Pueblos Bárbaros, Etruscas y Griegas, Romanas. En cuanto a la tipología se subdividen en armas ofensivas y defensivas, sin más detalle. Entre líneas puede leerse “29 calcos tomados de la obra guide des armes”. Aunque no cita el autor revela un manejo evidente de la bibliografía francesa, hecho que se convirtió en una constante a lo largo de toda la vida de Mélida. Habló desde muy joven el idioma y tuvo en la bilbiografía gala su fuente favorita de conocimientos foráneos. Sobre esta colección, véase CHINCHILLA (1993b). Vid. GONZÁLEZ SÁNCHEZ (1993) y H ÜBNER (1862: 263-266). Viajero español que recorrió África oriental en la década de los 1880. En estos viajes (sobre todo los que le llevaron hasta Egipto) debió de adquirir las piezas que posteriormente catalogó Mélida. Para conocer más datos sobre Juan Víctor Abargues de Sostén, véase ESPASA CALPE, tomo 1, 175-176, 1929 y PÉREZ DÍE (1993). Documentación obtenida del Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares). Manuscrito con el encabezamiento “Mélida. Servicios prestados en el Museo Arqueológico Nacional hasta el año 1884”, signatura: EC-Ca 6535, Signatura Topográfica 31-49.

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nocería en su contestación al discurso de entrada en la Real Academia de la Historia el celo que demostró en clasificar y catalogar los numerosísimos objetos (...) que disciernen el paulatino progreso histórico de la primitiva humanidad123. Hasta entonces, los funcionarios adscritos al Museo se habían centrado principalmente en aumentar sus fondos. Gracias a la labor de las Comisiones Provinciales de Monumentos, de inspiración francesa, creadas en 1844 y auspiciadas por la labor de tres eruditos: Antonio Gil Zárate, José de Madrazo y José Caveda124 y a las donaciones efectuadas125, este centro había conseguido ampliar las exiguas colecciones fundacionales126 con las que se inauguró en agosto de 1871. Con Mélida, un nuevo criterio de clasificación y catalogación se iba imponiendo al concepto “acumulativo” de guardar piezas arqueológicas. Fue, en cierto modo, un guiño a los nuevos tiempos127, una proyección del espíritu positivista en la Arqueología, al tiempo que se superaba la concepción de una Arqueología con fines exclusivamente estético-artísticos. La contemplación y el afán coleccionista fueron dejando paso a la investigación y a la necesidad de ampliar métodos, en un intento de superar las limitaciones tradicionales que oprimían el desarrollo natural del conocimiento histórico: como es sabido, todo conocimiento racional, comienza con la clasificación y descripción de los fenómenos objeto de análisis128. El Positivismo proponía el empleo de la Razón, pero no una Razón ilustrada sino positiva, con impulso de la cultura científica. Es innegable que para mentalizarse en la puesta en marcha de esta nueva vía de hacer Historia y Arqueología, se produjo una previa asimilación e importación de ideas científicas y modelos académicos gestados en el resto de Europa. Una de las corrientes filosófico-culturales que mayor peso tuvo fue el historicismo que fomentaba el desarrollo de una nueva conciencia histórica, una corriente de pensamiento que reconocía el supremo valor de la Historia como componente fundamental de la Naturaleza y del sujeto humano129. En el último tercio del siglo XIX, la visión artístico-arqueológica winckelmanniana había entrado en crisis y el historicismo se imponía gradualmente como alternativa más válida, mientras la noción de método histórico comenzaba a conocerse. Según los principios del historicismo toda actividad artística se encuadraba dentro del proceso histórico de la época a la que pertenecía, lo que explicaba el protagonismo que adquirieron los “catálogos” y los sistemas de clasificación de piezas. En cierto modo, coincidía esta visión con el concepto de dinamismo y superación que Mélida pretendía proyectar sobre la Arqueología y el Arte. Incluso en su homenaje póstumo de 1934, se reconoció su diligencia en esta faceta: José Ramón Mélida concibió siempre la Arqueología como algo vivo y eterno, como lo es el Arte; no como cosa muerta, rotulada y fichada fríamente130. José Ramón Mélida ingresó como ayudante de tercer grado en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios131 el 21 abril de 1881. A sus veinticuatro años conseguía formar parte 1230 1240

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Cfr. MÉLIDA ALINARI (1906d: 67). Vid. MARCOS P OUS (1993); MARÍN TORRES (2002: 207-208); TORTOSA Y MORA (1996: 201-203); P EIRÓ (1995: 48-54); MORALES (1996: 43-44); MAIER (2004: 71-72; 101-107); LÓPEZ TRUJILLO (2004: 363-367). Tuvieron en las Comisiones Científicas y Artísticas (creadas por Reales Órdenes de 29 de julio de 1835 y 27 de mayo de 1837) su precedente; y estaban compuestas por cinco personas, en su mayoría burgueses adinerados y sacerdotes. No cobraban y tenían importantes limitaciones impuestas por el Gobernador Civil, lo que provocó la disolución de algunas y, en definitiva, el fracaso de su existencia. Entre 1865 y 1868 se reconstituyeron con éxito muchas comisiones, recuperando la ilusión perdida. Tras una dilatada existencia, dejaron de existir en 1933 con la creación de las “Juntas de Tesoro Artístico” y fueron “resucitadas” por el gobierno franquista, que no pudo evitar su práctica desaparición en los años sesenta. Oficialmente no fueron derogadas hasta la Ley de Patrimonio Histórico de 1985. El viaje a Oriente de una comisión presidida por Rada y Delgado, a bordo de la fragata Arapiles en el año 1871, es claro ejemplo de la necesidad de obtener materiales arqueológicos procedentes de antiguas civilizaciones de Próximo Oriente para “engordar” el Museo Arqueológico Nacional. Acerca de las gestiones realizadas por los directores del Museo (especialmente José Amador de los Ríos) para incorporar piezas, véase M ENA Y MÉNDEZ (2002: 194). VILLACORTA BAÑOS (1993) considera el XIX como “un siglo de auge para la ciencia y la técnica”. PASAMAR Y P EIRÓ (1987), capítulo primero titulado “Los inicios de la profesionalización historiográfica en España”. El historicismo de Dilthey, como el Positivismo de Comte, surgió para intentar reconducir a una sociedad desorientada por la herencia de los ideales revolucionarios y el imparable avance tecnológico del siglo XIX. CHICHARRO (1934: VIII). En 1867, al mismo tiempo que se fundó el Museo Arqueológico Nacional, se incorporó la sección de Anticuarios a la del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios. Y en 1900 la denominación de anticuario fue sustituida por la de arqueólogo. Vid. BOLAÑOS (1997: 239-241).

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de la auténtica plataforma institucional en que se había convertido el citado Cuerpo, único grupo de entre los eruditos con un cierto grado de homogeneidad socio-profesional e intelectual, hasta prácticamente finales de siglo. Además contaba con la “Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos”, inspirada en la “Revue Historique” francesa, como principal órgano de expresión. La mayor parte de los miembros del Cuerpo habían sido alumnos de la Escuela Superior de Diplomática, quienes una vez completados los tres cursos eran destinados a los diferentes archivos dependientes del Estado. Pertenecer a este Cuerpo suponía para Mélida un punto de inflexión en su trayectoria profesional. Desde su fundación en 1858, este Cuerpo Facultativo aglutinaba de manera oficial a los mejor dotados para servir, con sus conocimientos técnicos, al Estado. La elección de Mélida confirmaba su consagración como futuro funcionario y su inclusión en un foro formado por profesores y ex alumnos de la Escuela Superior de Diplomática. El año 1881 fue clave para él por varios motivos. Aparte de su ingreso en el Cuerpo, desde esta fecha su antigua condición de “aspirante sin sueldo” del Museo Arqueológico Nacional fue sustituida por la de “ayudante”, mediante concurso de méritos, pues el ingreso por oposición fue establecido más tarde. Fue nombrado, en unión de Rada y Delgado, para dirigir la publicación del catálogo oficial del museo, ocupándose de ordenar el original del tomo I de dicho catálogo que había de comprender la colección de antigüedades prehistóricas y los objetos arquitectónicos, escultóricos y pictóricos de la Edad Antigua. Ya había entonces un catálogo manuscrito en la sección primera. Sin embargo, se convino que había que mejorarlo y reformarlo, sobre todo en lo concerniente al criterio científico, antes de ser entregado a la imprenta. Las labores de Mélida fueron desarrolladas a partir de este momento en venturosa camaradería con Fernando Díez de Tejada132 y Francisco Álvarez–Ossorio133. A su recaudo quedaban tanto los trabajos de inventario y catalogación de los objetos, como el mantenimiento y buen orden de las instalaciones, con las responsabilidades que estas tareas acarreaban. Para desempeñar esta labor redactó Mélida 524 papeletas134, correspondientes a 1.091 objetos, muchas de las cuales figuraban íntegras en pequeñas monografías que podían examinarse en el tomo I del Catálogo del Museo Arqueológico Nacional, impreso en 1883. El citado catálogo correspondiente a 1883 apareció firmado por Rada y Delgado. Sin embargo, era en gran medida fruto de las horas de trabajo de Mélida en la sección primera del Museo, como se deduce de las palabras del entonces director Antonio García Gutiérrez: entendiendo que este manuscrito necesitaba de grandes reformas atendiendo al criterio científico antes de darlo a la imprenta, procedió a redactarlo de nuevo. Se entiende que fue Mélida ya que era entonces la persona en la que Rada había depositado su confianza y en quien delegó habitualmente para llevar a cabo las labores encomendadas a la Sección Primera del Museo. La relación mantenida entre ambos de profesor-alumno en su anterior etapa en la Escuela Superior de Diplomática fue un importante precedente en el fortalecimiento de sus vínculos profesionales, que sin duda sirvieron de estímulo a la hora de valorar la idoneidad de Mélida en su labor museística. Puede reconocerse en este hecho una práctica habitual en la que la dirección recaía sobre el más experimentado, en este caso Rada y Delgado, pero el esfuerzo y la labor de ordenación eran acometidos por los discípulos, en este caso Mélida y Díez de Tejada. También se ocupó Mélida de instalar los objetos y colecciones que se habían adquirido en los últimos años, promoviendo la construcción de nuevos armarios y vitrinas acomodados al fin propuesto135. 1320

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Se conserva en el archivo del Museo Arqueológico Nacional un expediente personal de Fernando Díez de Tejada, que incluye su hoja de servicios. Natural de la localidad malagueña de Antequera, había recibido el título de Bachiller en junio de 1876 en el Instituto de Segunda Enseñanza de Málaga y había estudiado Derecho en la Universidad Central entre los cursos 1876 y 1879. A continuación pasó a la Escuela Superior de Diplomática, donde obtuvo el certificado de aptitud para Archivero, Bibliotecario y Anticuario el 6 de junio de 1881. Entre el 13 de julio de 1881 y el 1 de enero de 1882 desempeñó el cargo de auxiliar de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, con un sueldo de mil pesetas. El 10 de octubre de 1884 fue nombrado ayudante de tercer grado y con fecha 13 del mismo mes y año fue nombrado ayudante de segundo grado. Ya el 17 de diciembre de 1887 el jefe del Museo Arqueológico Nacional le nombró bibliotecario del mismo. CASTAÑEDA (1934: 6-7). Su compañero Fernando Díez de Tejada redactó papeletas descriptivas correspondientes a 3.225 objetos. Documentación obtenida del Archivo General de la Administración Civil del Estado (Alcalá de Henares). signatura: EC-Ca 6535; signatura topográfica: 31-49.

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Fig. 11.- El Casino de la Reina, sede del Museo Arqueológico Nacional hasta 1895.

Además, gestionó la recepción de varias piezas halladas en provincias gracias a sus contactos y su pericia. Según se desprende de varios manuscritos, dibujos y fotografías136, Mélida fue informado del hallazgo de siete piezas (fragmentos de cadenillas, arandelas y plaquitas) de oro aparecidas al excavar en los cimientos de una casa en el pueblo de Villamayor, en el concejo asturiano de Piloña a principios de 1882. Como nombramiento anecdótico cabe destacar que en el Ateneo Científico-Literario y artístico de Madrid fue elegido secretario tercero de la Junta de Gobierno en las elecciones efectuadas el 14 de julio de 1881, cargo que desempeñó por espacio de dos años. Más adelante, su vinculación al Ateneo iría ganando presencia, como veremos en otros capítulos. Ya en el año 1882 apareció la primera obra de catalogación de Mélida, titulada Sobre los vasos griegos, etruscos e italo-griegos del Museo Arqueológico Nacional, inspirada en una obra de Eduardo Hinojosa137 publicada en el Museo Español de Antigüedades en 1878, y que llevaba por título “Gran vaso polícromo italo–griego de la colección que posee el Museo Arqueológico Nacional”138. Mélida sentía la necesidad de aportar nuevos estudios y conocimientos en un campo tan poco estudiado en España como el de 1360

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Conservados en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, dentro del expediente número 2001/101/2, 2001/101/3 y 2001/101/4. Se trata de una documentación aislada y esporádica que no aporta más datos que los aquí reflejados. Eduardo de Hinojosa (1852-1919) se formó en ambientes literarios hasta que ingresó en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Obtuvo por oposición la cátedra de Geografía Histórica Antigua y de la Edad Media de la Escuela Superior de Diplomática. Véase su prolija obra en ESPASA CALPE (1929), tomo 27, p. 1659; P ESET REIG (2003) y PAPÍ RODES (2004b: 393). Obra citada en el apartado bibliografía. Según ALMELA BOIX (1991a: 131), Mélida se inspiró en la obra de Hinojosa para iniciarse en la publicación de catálogos. En lo que respecta exclusivamente a los vasos griegos contenidos en el Museo Arqueológico Nacional, existía un catálogo de 1871, publicado por Pedro de Madrazo en Museo Español de Antigüedades. Era relativamente poco representativo en comparación con el de Mélida de 1882, porque la mayor parte de vasos griegos ingresó después de la publicación de Madrazo. Concretamente, la colección del Marqués de Salamanca (que tenía en su Museo de Vista Alegre, Madrid) entró entre 1874 y 1884. En el propio catálogo de 1882 se decía que La colección que se conserva en nuestro Museo Arqueológico es mayor y más importante de lo que parece a primera vista. Sirviéronle de base las dos series conservadas, hasta la creación del Museo, en la Biblioteca Nacional y en el Gabinete de Ciencias Naturales, traídas de Nápoles por el rey Carlos III y exhumadas quizás de entre las cenizas de Pompeya y Herculano (...). Dos adquisiciones más recientes: colección del Sr. Miró y el gabinete de antigüedades de Tomás Asensi. En MÉLIDA ALINARI (1882a: 44-47), se hacía referencia a una colección de 21 lékythos atenienses de fondo blanco, obtenidos por Rada y Delgado en su viaje por Oriente. Fueron su mejor adquisición.

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la cerámica griega y atendiendo a esta deficiencia, publicó este primer catálogo, de 48 páginas, que sería ampliado y mejorado por Álvarez-Ossorio en 1910139. Trataba de marcar una nueva línea de estudio y de aplicar nuevos métodos acordes con las investigaciones gestadas en Europa para lo cual hubo de referenciar su obra en publicaciones extranjeras. Las citas de obras foráneas revelan que José Ramón Mélida apoyó la documentación de este trabajo en una exigua relación de obras. Básicamente se nutrió de ceramógrafos franceses, entre los que hizo constante referencia a las siguientes obras: Manuel d’archèologie grecque, obra de Collignon publicada en París en 1881; “Les vases peints”, publicada en Gazzette des Beaux Arts por J. de Witte en 1862; Peintures ceramiques de la Grece propre, publicada en París por Dumont en 1884; Histoire de la céramique, publicada en 1867 por Jaquemart; “De la poterie antique”, publicada en Annali dell’Instituto di correspondenza archeologica por Luynes en 1832; Cities and Cemeteries of Etruria, por Dennis en 1878; y Description des antiquités composant la collection de feu M. A. Raifé, publicada en 1867 en París por Lenormant. Una vez más, mostraba sus tendencias francófilas y su vinculación con la corriente positivista francesa para dejar casi al margen a los grandes ceramógrafos alemanes de entonces. Así, no empleó como catálogos de consulta o referencia obras tan básicas como los tres volúmenes de Griechische Vasengemälde, que Karl August Böttiger publicó entre 1797 y 1800 en Weimar-Magdeburgo. El mismo silencio recayó sobre obras de Eduard Gerhard –director del Istituto di Corrispondenza Archeologica, auténtico fundador de la ceramología etrusca en 1829 y miembro del grupo conocido como hiperbóreos romanos140 como Raporto intorno i vasi Volcenti, de 1831; Auserlesene griechische Vasenbilder (1839-1858) o Etruskische Spiegel (1839-1865)–. Y es que Mélida contaba con unos conocimientos poco sólidos, ciertamente inmaduros cuando publicó este catálogo. Tenía sólo veintiséis años, no dominaba la lengua alemana y apenas contaba con dos precedentes españoles sobre catalogación: el ya referido de Hinojosa y el artículo titulado “Vasos griegos del Museo Arqueológico Nacional”, publicado por Pedro de Madrazo en el volumen primero del Museo Español de Antigüedades correspondiente a 1871. A estos hechos hay que sumar su natural inclinación a nutrirse de bibliografía francesa, en detrimento de la alemana o la inglesa. De la escuela ceramológica inglesa ignoró el Catalogue of the Greek Vases in the Ashmolean Museum, publicado en 1893 por Ernst Arthur Gardner141 en Oxford; o la History of Ancient Pottery: Egiptian, Asirian, Greek, Etruscan and Roman, publicada por Samuel Birch en Londres en 1858. Cabe señalar que en 1885, tres años después de publicar Mélida el catálogo, apareció una obra básica de referencia en el campo de la ceramología: Katalog der Vasensammlung im Berliner Antiquarium, publicada en Berlín por Adolf Fürtwangler. Resultaría una gran ayuda disponer del libro de registros de la biblioteca del Museo Arqueológico Nacional para comprobar cuales fueron los catálogos que incorporó la institución desde su fundación y que Mélida pudo consultar. Sin embargo, cabe lamentar que la documentación referida arranca en 1893, veintidós años después de ser inaugurado el centro142. Al igual que Hinojosa, utilizó el dibujo de cerámicas, dada la escasa generalización de la fotografía por entonces, para ilustrar el texto. De su temprano cultivo del género novelesco da fe la introducción de este catálogo, en la que Mélida mostró su faceta más narrativa. Acudió a un pasaje mitológico de Hesíodo a modo de presentación para acercar la cerámica griega al lector: ...estando unos alfareros de Samos encendiendo su horno, acertó a pasar Homero por delante del alfar, y como los alfareros le vieran, llamáronle y le pidieron que cantase versos, prometiéndole en pago algunos vasos de arcilla de 1390 1400

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Vid. ÁLVAREZ-OSSORIO (1910b). A este grupo pertenecieron Gerhard, Panofka, Magnus von Stackelberg, el Barón Kestner y Thorvaldsen. Vid. GRAN AYMERICH (2001: 68-72). Vid. GRAN AYMERICH (2001: 361). La actual directora de la biblioteca del Museo Arqueológico Nacional, Isabel Núñez Berdayes, está abordando la tarea de recuperar toda la información relativa a la entrada de libros y documentos desde la creación del Museo en 1871. Parte de la documentación contenida en la Biblioteca Nacional fue incorporada al Museo, junto con los objetos y libros que existían en la disuelta Academia del Príncipe Alfonso. Sin embargo, la documentación sobre los traslados e ingresos se encuentra muy dispersa y precisa de una recomposición que unifique criterios.

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los que iban a cocer, ú otra cosa que él prefiriese. Homero se convino y cantó así: “Si fielmente me recompensáis ¡Ho alfareros he aquí lo que os cantaré: Ven Minerva y ampara con tu favor la tarea encomendada al horno. Haz que esos vasos se endurezcan al fuego y que, vendidos a alto precio, inunden los mercados y las calles de nuestras ciudades, y sean para vosotros, que los fabricáis, pingüe granjería, y para mí nueva ocasión de consagraros mis versos...143.

Hesíodo se asocia con Homero como representante de la poesía más antigua conocida por los griegos. Aplicó la épica a un tema didáctico, dando como resultado el poema. Su estilo didáctico y sentencioso debió de despertar en Mélida un interés tal que le llevó a incluir un pasaje suyo como introducción a su obra. De esta manera Mélida amenizaba las primeras páginas del catálogo e introducía al lector en el gusto por la mitología. Una vez hecha esta concesión literaria, Mélida se adentró en la problemática científica de la cerámica: …hay que averiguar si el arte de adornar con pinturas los vasos de arcilla nació de los pelasgos o de los etruscos. Desde el siglo XVII hasta días recientes ha sido opinión harto común que estas producciones eran etruscas, y de aquí que Caylus y Millingen, entre otros, les hayan atribuido ese origen. Barón de Witte y Dumont aseguran con pruebas irrecusables que tan hermosa industria es debida a alfareros helénicos. Y que éstos comenzaron imitando los productos exportados por los traficantes fenicios parece fuera de toda duda (...) la cronología del arte clásico está suficientemente conocida (...) Homero cantó la industria alfarera, no la pintura vascular.

El filohelenismo de Mélida comenzaba a vislumbrarse en este párrafo. Debió de estar influido, de manera indirecta, por la obsesión que las élites europeas144 del siglo XIX profesaban a la cultura griega clásica en lo que serían las últimas manifestaciones del Neoclasicismo145, a lo que hay que unir el mecenazgo de la realeza bávara desde 1833 en tierras helenas y el creciente interés por el país tras las intervenciones de Schliemann en Micenas. Entonces, no mantuvo contactos personales directos con arqueólogos e historiadores germanos –a los que sí leía y estudiaba con asiduidad– pero sí recibió la influencia helenocentrista irradiada desde Alemania y Francia. Una operaba en Grecia gracias al Instituto Arqueológico Alemán146 (Deutsches Archäologisches Institut) y otra gracias a la Escuela Francesa de Atenas147. Mélida sí que tuvo en los arqueólogos franceses a sus verdaderos guías y maestros en sus años de formación pero sobre todo tras 1870 y la derrota de Francia frente a Alemania, el país galo sufrió una crisis de conciencia que tuvo como consecuencia el predominio de los designios científicos y las tendencias culturales impuestas por la entonces pujante Prusia148. Destacados arqueólogos franceses, como Perrot149, celebraron incluso el establecimiento de una misión alemana permanente en Atenas, conscientes de las dificultades galas para llevarlo a cabo. Se trataba de la eclosión del colonialismo científico alemán. Pero el filohelenismo se reveló como un movimiento cultural políticamente orientado, en línea con la 1430

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Traducción del francés Miot de la poesía de Hesíodo que llevaba por título “El Horno”. Apareció en la introducción de MÉLIDA ALINARI (1882a). Buen ejemplo de esta postura fueron Otto Jahn y Gustavo Kramer. Germanos ambos, sostenían que eran griegos cuantos vasos se habían recuperado de las excavaciones de Italia, negando así cualquier protagonismo de las industrias alfareras locales. El primero de ellos reclamó, además, el protagonismo para aquellas piezas obviadas y “despreciadas” por los eruditos de entonces, que sólo tenían en cuenta las que habían sido concebidas con un fin artístico. Otto Jahn puso en valor las piezas que habían sido fabricadas con fines funcionales y que podían proporcionar valiosa información histórica. De hecho, pasó a ser un arqueólogo con marcadas tendencias positivistas, que se dejaron sentir en algunos de sus discípulos como Wilamowitz-Möllendorf (1848-1931). Para datos biográficos, véase VV. AA. (1996b: 616-617, tomo I). El movimiento cultural y artístico neoclásico se prolonga hasta 1830 aproximadamente, hasta la progresiva irrupción del Romanticismo Vid. MARCHAND (1996). Vid. GRAN AYMERICH (2001: 184-190, 692). GRAN AYMERICH (2001: 264-266), pone de manifiesto las quejas de algunos arqueólogos como Rayet al sentir la necesidad de renovación cultural y científica francesa, tras comprobar las aventajadas políticas culturales de sus rivales británicos y alemanes. Helenista formado en la escuela clásica. Vid. GRAN AYMERICH (2001: 352-362).

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estética normativista y academicista en la corriente de los románticos neohumanistas150. Hay que tener en cuenta que con posterioridad a 1800 hubo una gran expansión de viajes a Grecia; y aún más después de la independencia helena en la segunda década del siglo XIX151. No puede obviarse tampoco el orientalismo152 reinante durante estos años y la afición a las civilizaciones de Próximo Oriente en países de Europa. Ante esta disyuntiva, Mélida concilió ambas posturas de una manera mesurada y tratando de ser objetivo en sus convicciones históricas obtenidas de sus conocimientos tipológicos adquiridos. Sus dudas respecto al origen helénico de las producciones de pintura vascular, que luego matizaría, las resolvió reconociendo, en un principio, una inspiración de los artistas alfareros griegos en productos fenicios importados por aquellos. Sus citas de autores como el Barón de Witte, Miot, Léon Maxime Collignon, Caylus153, Millingen154, Albert Dumont155 o Lenormant revelan una conexión de Mélida con los foros de eruditos europeos, aunque sólo fuera, en estos años, a través de la lectura de sus colegas europeos. De estos años no hemos podido recuperar documentación ni correspondencia que demuestre que Mélida mantenía algún tipo de contacto personal con investigadores del continente. Debió de actualizar sus conocimientos adquiriendo libros y publicaciones gracias a las prestaciones que le brindaba el hecho de pertenecer a la plantilla del Museo Arqueológico Nacional y a sus contactos y relaciones personales con miembros del Cuerpo Facultativo. Durante estos años la elección y creación de los distintos sistemas de catalogación estaban reservadas a arqueólogos franceses, alemanes e ingleses, hecho que explica el autodidactismo al que se vio forzado Mélida. Ante la ausencia casi total de publicaciones españolas en materia de catalogación ceramográfica, tuvo que aplicarse en la lectura, revisión y puesta al día de catálogos confeccionados por otros colegas foráneos. Además, en sus años de formación en la Escuela Superior de Diplomática no tuvo la oportunidad de clasificar y catalogar materiales ya que las asignaturas concebían el estudio de los contenidos en un plano absolutamente teórico. La tradición historiográfica establecía que los fenicios habían hecho la función de educadores de Grecia, pero desde 1870 la Arqueología puso de manifiesto la originalidad de las civilizaciones prehelénicas tras los descubrimientos acometidos en el Mediterráneo Oriental. En esta disyuntiva planteada entre la opción orientalista y la helenista, aparecieron firmes partidarios de la “causa occidental” frente a los orientalistas, sobre todo a raíz de los descubrimientos verificados en Micenas y Creta156. En cuanto a la superada teoría de atribuir a los etruscos157 las producciones de cerámica pintada, Mélida volvió a mostrar su perfil más filohelenista al afirmar con contundencia que el pueblo etrusco, supersticioso, sin sentimiento de lo bello, pero inclinado a la fastuosidad, y con una civilización adelantada, pobló 1500 1510 1520 1530

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Vid. MARCHAND (1996). Vid. CONSTANTINE (1989). Para conocer el germen y desarrollo del dilema “orientalismo versus helenismo”, confróntese GRAN AYMERICH (2001: 368-369). Anne Claude Philip de Tubières (Conde de Caylus) representaba la referencia bibliográfica más alejada de la época que vivió Mélida. Sin duda fue Recueil d’antiquités égiptyennes, étrusques, grecques, romaines et gauloises (escrita entre 1752 y 1767) la obra de Caylus que Mélida tuvo la ocasión de consultar y contrastar. Caylus fue, junto con Montfaucon, Winckelmann o Gibbon, uno de los autores que más influyó en la erudición europea. Sin embargo, sus obras no llegaron a España en el XVIII sino posteriormente, tras la desamortización de Mendizábal. Cfr. VV. AA. (1996b: 261-262, tomo I). Este arqueólogo de origen británico (1774-1845) pasó en París la Revolución Francesa y se trasladó posteriormente a Italia, donde se dedicó activamente al comercio de objetos de arte. Adquirió vastos conocimientos en las consideradas “disciplinas de gabinete” y escribió interesantes obras acerca de cerámica, medallas y numismática griegas. Albert Dumont (1842–1884) será recordado por su activa participación en los estudios de la Grecia Clásica. Miembro de la Escuela Francesa de Atenas entre 1864 y 1868, dedicó pronto sus esfuerzos a estudiar la cerámica helénica. En 1875 fue nombrado director de la escuela de Atenas, cargo que ejerció hasta 1878. Su legado bibliográfico más valioso es el que tiene a la cerámica como motivo central de sus investigaciones: Inscriptions céramiques de Grèce (1871), Vases peints de la Grèce propre (1873), Peintures céramiques de la Grèce propre (1873). Contemporáneamente a la publicación del catálogo de Mélida, entre 1882 y 1890, preparó en colaboración con J. Chaplain la obra titulada Les céramiques de la Grèce propre: Vases peints. Dumont fue, sin duda, fuente bibliográfica de Mélida, como cabe suponer de sus citas en el catálogo de 1882. Además, su dominio del francés y su apego cultural al país vecino motivaron que Mélida se nutriera a menudo de publicaciones francesas. Vid. GRAN AYMERICH (2001: 368-369), para conocer los defensores del helenismo (Salomon Reinach) y el orientalismo (Wolfgang Helbig, Oscar Montelius) en el entorno europeo; así como los conciliadores de ambas posturas, entre los que se encontraban Arhur Evans, Giuseppe Sergi o John Linton Myres. Desde principios del siglo XIX, investigadores como Micali, Inghirami, Gerhard y Dennis habían estudiado a los etruscos. Los primeros hallazgos de entidad tuvieron lugar en 1827. Vid. DANIEL (1987: 106-107).

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la Italia antes que la gente latina (...) industriosos y comerciales (...) habían de fabricar vasos de arcilla a imitación de Grecia, dando muestras una vez más de su convencimiento de que Grecia era la cuna cultural de la Europa mediterránea. Insistía: De la fuente común, Grecia, pasó el arte cerámico al pueblo etrusco, primero y luego al latino, pero los artífices etruscos no pudieron cultivarle con la habilidad, ni menos la inspiración artística de los griegos158. En cierto modo, Mélida se mostraba permeable a la opinión mayoritaria de los ceramógrafos de entonces, que consideraban a los alfareros griegos como pioneros en las producciones de cerámica pintada. Desde el punto de vista de la catalogación Mélida se inspiró en el sistema utilizado por el arqueólogo belga Barón de Witte159, cuya exactitud quedará acreditada con decir que es el que en el día aceptan y emplean todos los ceramógrafos160. Como único precedente bibliográfico de su catálogo, Mélida pudo contar con el trabajo de Hübner161, en el cual mencionaba los principales vasos de la Biblioteca Nacional, que posteriormente constituirían las colecciones fundacionales del Museo Arqueológico Nacional. De la calidad del catálogo confeccionado por Mélida se hizo eco el alemán Emil Hübner: de Don José Ramón Mélida, joven empleado del Museo Arqueológico Nacional, hay dos publicaciones, doctas y útiles, sobre los vasos griegos, etruscos e italo-griegos del Museo Arqueológico Nacional, 1882 (...) y sobre las esculturas de barro cocido, griegas, etruscas y romanas del mismo Museo, 1884162. En cierto modo, esta publicación de Mélida revelaba una valoración, hasta entonces ignorada, de la cerámica como “elemento cotidiano y cultural” capaz de aportar datos interesantes sobre una civilización determinada, frente a los estudios de anticuarismo en los que el interés se centraba en aspectos artísticos y monumentales. Hübner había conocido a Mélida en uno de sus frecuentes viajes a Madrid y fue quien le propuso para individuo correspondiente del Instituto Arqueológico de Berlín y de Roma. En esta línea fueron fundamentales las investigaciones emprendidas por el arqueólogo sueco Óscar Montelius163 y el británico William Flinders Petrie164, así como sus deducciones obtenidas de las secuencias cronológicas aplicadas a las producciones cerámicas. Mélida es deudor, en cierto sentido, de esta nueva línea de investigación marcada por sus contemporáneos Montelius y Petrie si bien, en el catálogo suyo de 1882, todavía se detectaba una preponderancia del análisis formal de las piezas. Entre sus descripciones artísticas de las 1580 1590

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MÉLIDA ALINARI (1882a: 6). La teoría del Barón de Witte y de su colega Charles Lenormant defendía que los fragmentos de cerámica, por ser el material más abundante en las excavaciones arqueológicas, permitían en su estudio conocer mejor el desarrollo y evolución de una determinada civilización. La gran obra conjunta del Barón de Witte y Charles Lenormant fue Elite des monuments céramographiques, concebida entre los años 1844 – 1857. MÉLIDA ALINARI (1882a: 13. Vid. H ÜBNER (1862). H ÜBNER (1888: 261). Con La Arqueología de España ganó el alemán el concurso Martorell, convocado por el Ayuntamiento de Barcelona. Recibió un accésit. Fue el primero que en 1884 estableció los principios del “cross dating” que permitieron a Flinders Petrie ubicar a las civilizaciones prehelénicas en su cronología relativa y fecharlas mediante referencia a las dinastías egipcias. Con su “método tipológico” Montelius puso un pilar imprescindible gracias al cual pudo Petrie construir su planteamiento tipológico basado en el “cross dating method”. Se trataba de una fórmula de corte difusionista. Vid. LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 74). Flinders Petrie llegó a Egipto en diciembre de 1880. Sobre sus espaldas tenía la experiencia de 150 yacimientos prehistóricos cartografiados en su país de origen: Inglaterra. En Egipto fue donde realmente Petrie presintió que los objetos comunes, esparcidos por cualquier lugar, guardaban importantes datos sobre el pasado de Egipto. Le disgustaba la falta de cuidado en el trabajo de campo de sus antecesores, e incluso de sus contemporáneos. Es lamentable ver a qué velocidad se está destruyendo todo ésto, y el escaso cuidado que se pone en su conservación, se quejaba el inglés mientras se esforzaba en la datación de templos y otras construcciones valiéndose de cerámicas, monedas y ornamentos grabados de manera más precisa que cualquier otro arqueólogo. Utilizó los cambios de estilos para agrupar las vasijas asignándoles secuencias de fechas. Así, los avances conseguidos por Petrie comenzaron a ser utilizados por egiptólogos, que vieron en la escala temporal propuesta por él un modelo de datación hasta entonces inmejorable. En Kôm Madinet Ghurab (Norte de Egipto) desenterró cerámica micénica coloreada y decorada con flores, demostración de que los micénicos y los egipcios habían establecido relaciones comerciales hacia el 1500 antes de Cristo. Con él nacía entonces la nueva técnica bautizada como “datación cruzada”. Ver NATIONAL GEOGRAPHIC (1989: 167-173) y DANIEL (1987: 165-168). Fue su gran aportación, de la que otro arqueólogo - el alemán Furtwängler (1853-1907) - fue también consciente pero no llegó a ponerla en práctica como Petrie. Adolf Furtwängler había realizado excavaciones en Olimpia desde el otoño de 1878 y en 1880 colaboró con su compatriota Ernst Curtius en la catalogación y estudio de las artes menores (gemas, terracotas y vasos) del Museo de Berlín. En 1886 publicó Mykenische Vasen, considerado el germen de los Corpus. Contemporáneo de Heinrich Schliemann, fue uno de tantos arqueólogos que no mantuvieron precisamente una relación cordial con él por su populismo y falta de rigor científicos.

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cerámicas se insertaban reflexiones de Mélida, encaminadas a deducciones que trascendían el mero aspecto formal de las piezas165. Muy revelador resulta un párrafo de Mélida en el que se anticipaba a lo que fue el gran logro de Petrie en la Arqueología, las dataciones cruzadas: …y no se crea que hay algo de ilusorio en esto de apreciar la edad de los vasos, sino con precisión exacta, al menos con precisión relativa pues comparando el estilo de las medallas, cuya fecha de emisión se conoce, con las pinturas de los vasos, se han obtenido conclusiones que pueden admitirse sin repugnancia166.

El reclamo de la importancia de la cerámica era una prueba más del reflejo del Positivismo y su incorporación al mundo de la Arqueología. Como pensamiento afirmativo y organizador, la corriente positivista proyectaba sus planteamientos racionalistas en los catálogos que trataban de ordenar las colecciones para su estudio e interpretación como documentos históricos reveladores de información arqueológico-histórica. La unificación de criterios y el consenso científico de valoraciones –cronológica, artística, tipológica, etc.– tuvo en los catálogos la más exitosa fórmula de clasificar el material arqueológico y asignarle una ordenación según los criterios previamente establecidos167. Con los Corpora y los Monumenta168 como antecedentes, la publicación de catálogos sirvió de enlace científico entre países y facilitó el acceso a colecciones de museos extranjeros. Además, todos estos factores quedaron reforzados por las grandes excavaciones emprendidas en el último cuarto del siglo XIX. Éstas proporcionaron un caudal de material arqueológico de primera mano que vino acompañado por ingentes cantidades de cerámica. En un principio, la orientación artístico-esteticista de los primeros arqueólogos les llevaron a obviar un tipo de material, la cerámica, que aparecía pobre a los ojos de aquellos arqueólogos cuya única aspiración era la de emparentar las piezas con su vertiente artística. Con Petrie, la cerámica cobraba una importancia que trascendía el ámbito formal y pasaba a articular la documentación esencial de las sociedades del pasado, por ser éste un material de uso cotidiano y revelador de mucha información útil para la Arqueología. Antes de Petrie, los alemanes Eduard Gerhard169 y Otto Jahn170 habían establecido los criterios necesarios para el estudio de la cerámica a mediados del XIX. Incluso, un discípulo de Gerhard, el austríaco Alexander Conze, bautizaría a la cerámica como auténticos “fósiles directores” cronológicos. Sirva como dato que mientras los trabajos anteriores a 1870 presentaban una clasificación establecida sobre el análisis de imágenes y su distribución según los temas mitológicos, los catálogos elaborados a partir de esa fecha se basaron en el examen de los procedimientos de fabricación de las vasijas en función del estudio de sus formas y ornamentos. El objeto ya no se concebía sólo como el marco de un cuadro, sino como un todo capaz de generar información de provecho histórico. Es evidente, a tenor de la bibliografía manejada, la vinculación de Mélida a los estudios cerámicos a través de la corriente positivista francesa, así como su predisposición y receptividad ante los avances y aportaciones gestadas entre sus colegas galos. Hasta 1882, no había constancia de ningún viaje de Méli1650

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Sobre los vasos pintados griegos de estilo primitivo, dijo Mélida que algunos ornatos geométricos guardan semejanza con los de la alfarería fenicia, sin duda por la tradición de origen, conclusión a la que llegó tras comparar los vasos fenicios traídos de Chipre por Rada y Delgado, que están en el Museo Arqueológico Nacional. Cfr. MÉLIDA ALINARI (1882a: 13-14). MÉLIDA ALINARI (1882a: 5). Esta óptica que pone a la Arqueología al servicio de una serie de principios científicos requiere de un largo trayecto de observaciones rigurosas y estudios pacientes. Un contemporáneo de Mélida, el francés Jules Martha, llegó a comparar la Arqueología con las ciencias físicas y naturales. Y en una lección pronunciada el 5 de diciembre de 1879 en la apertura del curso de antigüedades griegas y latinas de la Facultad de Letras de Montpellier, se expresó en estos términos: observa los hechos; un conjunto de hechos le lleva a entrever una ley; la comparación de leyes concretas le conduce a la comparación de leyes generales, y la teoría a la que llega no es sino la conclusión matemática, por decirlo de algún modo, de las afirmaciones comprobadas. Ha sido Mommsen el que más reconocimiento ha tenido en la puesta en marcha de estos corpora o recopilaciones como organizadores del caudal documental y epigráfico dentro de un proceso científico de cognición. Sin embargo, se inspiró en ideas previas engendradas por Scipione Maffei y Bartolomeo Borghesi en Italia; August Boeckh, Johann Franz y Wilhelm Henzen en Alemania; Jean Antoine Lettrone y Philippe Le Bas en Francia; Vid. GRAN AYMERICH (2001: 77-79) y BLECH (2002: 88-91). Vid. MARCHAND (1996: 41-109). Ibidem, 41-60.

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da al extranjero. Aunque Francia se perfilaba como su destino preferido, sería Lisboa la primera ciudad foránea en la que tuvo la oportunidad de representar a España.

LISBOA. P RIMERA REPRESENTACIÓN OFICIAL EN EL EXTRANJERO Mélida representó a España por primera vez en una exposición de “Arte Ornamental Retrospectivo español y portugués” celebrada en Lisboa el año 1882. Según una Real Orden del 4 de diciembre de 1881171, emitida por la Dirección General de Instrucción Pública y solicitada por el propio Mélida, fue nombrado como miembro de la comisión organizadora. Su cometido consistió concretamente en encargarse de todo lo referente a la instalación de los objetos. Debió de incorporarse a las tareas que le fueron acometidas de forma inmediata, pues el día 31 de diciembre de 1881 ya se había puesto en marcha la instalación de la exposición172. La sede elegida para albergarla fue la antigua casa del Marqués de Pombal173, conocida también como de “las persianas verdes”, y contó con quince salas. Entre los organizadores del evento cabe citar al presidente de la Comisión Ejecutiva, Dr. D. Delfín Guedes y una comisión de sabios y apreciables arqueólogos portugueses, como Vilhena Barbosa, Teixeira d’Aragaõ y Simoes”174. El Rey Don Fernando II de Portugal, “artista de corazón y anticuario (...) y uno de los primeros coleccionadores de Europa175, llenó con sus colecciones una sola sala, mientras antiguos monasterios, iglesias y casas solariegas de Portugal aportaron objetos de muy variada tipología y procedencia. Un hecho que da muestras de la gran dispersión de obras arqueológico–artísticas entre miembros de alto rango social y la Iglesia, en detrimento de las colecciones públicas o los museos. En cualquier caso, la iniciativa de las exposiciones fue un paso importante hacia la identificación de la masa social con su patrimonio histórico–artístico. Con la aparición de los primeros museos, el nacimiento de la conciencia nacionalista y el protagonismo adquirido por la burguesía, que comenzaba a integrar temas arqueológicos en su discurso nacional y regional, las piezas de museo y las colecciones privadas se mostraban como una vía eficaz de legitimar el pasado histórico de las naciones176. En cierto sentido, puede considerarse que la exposición de Lisboa revitalizaba el compromiso peninsular que años atrás habían tratado de establecer los sectores más progresistas de ambos países177, si bien quedaba ahora circunscrito al plano artístico–cultural. Llama la atención la cronología de las piezas que componían la exposición, en la que el tesoro de Guarrazar178 resultó ser el conjunto más antiguo de los expuestos por parte española. De la Prehistoria y Protohistoria se obvió cualquier referencia y fueron medievales y modernas la gran mayoría de los objetos. Un catálogo, con dibujos del artista español E. Casanova, vio la luz al poco tiempo de inaugurada la exposición. Por parte española, fue el Museo Arqueológico Nacional la institución representante de la exposición lisboeta y José Ramón Mélida el elegido para coordinarla; y en su calidad de principal organismo estatal el Museo español envió varias remesas de objetos artísticos179. El embajador español en Lisboa, 1710

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Documentación adquirida en el Archivo General de la Administración Civil (Alcalá de Henares), signatura: EC-Ca 6535; signatura topográfica 31-49. Así reza un artículo publicado en El Día el día 1 de enero de 1882, y firmado en 31 de diciembre de 1881. Anónimo. Sebastião José de Carvalho e Melo (1699-1782) ostentó los títulos de Conde de Orias y Marqués de Pombal. Fue ministro de José I de Portugal y acabó siendo una discutida figura para unos y buen ministro para otros por la repercusión de sus medidas, sobre todo por su persecución a los jesuitas. MÉLIDA ALINARI (1882b: 91-92). MÉLIDA ALINARI (1882c: 292). Sobre el recurso de la Arqueología como legitimación del pasado glorioso de la nación española, véase QUESADA SANZ, F. (1996), pp. 211-237. En este artículo se analiza la utilización de las artes plásticas como parte del programa propagandístico nacionalista emprendido tanto por estados como por ciudades o ayuntamientos. Vid. supra nota 185. Vid. P EREA (Ed.) (2001). MÉLIDA ALINARI (1882b: 93-94), aparece una relación de los objetos enviados por el Museo Arqueológico Nacional. En la sección de orfebrería, la pieza más antigua la constituyeron los dos brazos de cruz procesional procedentes del tesoro visigodo de Guarrazar. Además, podían contemplarse objetos bizantinos, cálices, relicarios, custodias, orfebrería árabe, un juego de altar, de plata dorada del XVII, una hermosa lámpara árabe de la mezquita de la Alhambra, objetos esculturales en hierro del siglo XV. Entre

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Juan Valera180, celoso por el prestigio de España y siempre sensible al cultivo de las artes, fue el artífice de que aumentaran la colección original con nuevos pedidos, cuyo envío verificó, a finales de diciembre de 1881, el Museo Arqueológico Nacional. El día 12 de enero de 1882 se llevó a cabo la inauguración, con la presencia de las Casas Reales tanto lusas como españolas. La actuación de Mélida tuvo eco en la prensa de la época. Sobre la lectura que los distintos medios periodísticos hicieron de la exposición, surgieron algunas discrepancias. El diario madrileño El Día, en artículo publicado el 1 de enero de 1882 y firmado en 31 de diciembre de 1881 por un anónimo, alabó la labor del Señor Mélida, empleado en este museo, que ha dirigido con gran acierto la colocación de los objetos que figuraron en la Exposición. En el mismo artículo se decía que España, que es una de las naciones de Europa que más riquezas puede reunir en este género, estará bien representada por el Museo Arqueológico, al tiempo que lamentaba: pero podía estarlo mejor si la Intendencia de la Casa Real y algunos individuos de la aristocracia hubieran querido concurrir como expositores mandando algunos de los recuerdos históricos que guardan en sus palacios. Esta última crítica puede interpretarse como una reivindicación dirigida a mentalizar a los coleccionistas y propietarios de bienes artísticos para que convirtieran “sus” piezas en parte del patrimonio nacional. La divulgación de los tesoros artísticos haría partícipe al gran público del proyecto de Nación, tan recurrido a lo largo de todo el siglo XIX, que habría de empezar por el conocimiento de su cultura material y la identificación de la masa social con su legado histórico. Las críticas emitidas por algunos sectores de la prensa acerca del papel jugado por España en Lisboa provocaron que el propio José Ramón Mélida saliera en defensa de los representantes españoles, apelando a su buen hacer. Lamentaba que algunos periódicos de Madrid hayan estado mal informados sobre la exposición que aquí se está celebrando. Lo más sensible de todo lo que han dicho los corresponsales de la prensa madrileña es que España hace mal papel en la exposición. No es cierto (...) Muchos modelos y colecciones de nuestras antiguas industrias sólo se hallan en la sala de España181. Se desconocen los motivos por los cuales se vertieron críticas contra la gestión realizada por los españoles. De cualquier forma, Mélida se mostró aquí comprometido con su función de “embajador cultural” y trató de dignificar el nombre de España. Incluso se atrevió a proponer una exposición de Arte Antiguo: ¿por qué España, que de tan buen grado toma parte en todas las Exposiciones de Arte Antiguo, no celebra una, invitando a las naciones que tienen con ella compromiso formal de contribuir?182 Las repercusiones de la gestión de Mélida en la instalación de la exposición de Lisboa y sus relaciones con colegas portugueses se materializaron en los meses posteriores a la exposición. El 22 de marzo de 1882 fue elegido correspondiente por la Associaçaõ dos Jornalistas e Scriptores portuguezes de Lisboa, y el 31 de agosto del mismo año el Rey de Portugal le nombró Oficial de la Antigua, Nobilisima y Esclarecida Orden de Santiago, de mérito científico, literario y artístico. Sin duda, Mélida amplió su horizonte de relaciones foráneas después de su presencia como representante del Museo Arqueológico Nacional en Lisboa, convirtiéndose en la figura española de referencia en el ámbito internacional. En el plano funcionarial, Mélida seguía perteneciendo al escalafón183 de ayudante de tercer grado del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, en la sección de Museos. Por encima suyo se encontraban colegas como Ángel de Gorostizaga –ayudante de primer grado en marzo de 1882–, Rodrigo Amador de los Ríos y Antonio Elías de Molins, ayudantes de segundo grado, o sus maestros Rada Delgado y Riaño Montero, jefes de segundo y tercer grado respectivamente.

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las páginas 110-111 se advertía que la colección de armas era de las más pobres de la exposición. Le siguieron las secciones de cerámica (la más rica después de la orfebrería), la de vidrios, esmaltes, mosaicos, muebles, tejidos, tapices y manuscritos. En 1881, Juan Valera había sido nombrado por Sagasta senador vitalicio y embajador extraordinario y ministro plenipotenciario de primera clase para Lisboa. Vid. BOLAÑOS (1997: 229). MÉLIDA ALINARI (1882b: 91-92). Ibidem, 111. Relación de miembros del Cuerpo conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/6708.

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UN REGENERACIONISTA AL AMPARO DE LA I NSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA Entre los años 1882 y 1883, José Ramón Mélida se encargó, junto con Joaquín Costa, de la sección de “Arqueología y bibliografía crítica” del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza184. Hasta este momento, dos publicaciones habían sobresalido en la proliferación de publicaciones históricas: la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos y el Boletín de la Real Academia de la Historia. Ambas respondían al proceso de profesionalización de la historiografía europea y se convirtieron en un espacio de convergencia de conocimientos e ideas, anticipando el valor instrumental que habrían de tener las futuras revistas de Historia. Sin embargo, el debut literario de Mélida tuvo lugar entre las páginas de otro boletín, el de la Institución Libre de Enseñanza. Si bien la adscripción político–ideológica es un tema secundario en la personalidad de Mélida, su participación en la redacción de esta sección del Boletín nos obliga a explicar las motivaciones que le llevaron a formar parte de una institución de marcado carácter progresista. La Institución Libre de Enseñanza había comenzado su andadura en septiembre de 1876 como un centro privado de educación donde se ponían en práctica todas las ideas reformadoras que la enseñanza oficial no toleraba. Con Francisco Giner de los Ríos como creador y alma de esta iniciativa, y el pensamiento liberal y krauso-positivista como principios de su doctrina, Mélida vio en este boletín una publicación de trascendencia divulgativa, que favorecería la difusión de sus artículos y su inclusión en nuevos circuitos culturales. Grandes personalidades de las letras tenían vinculación con la Institución Libre de Enseñanza, en un entorno dominado por un escenario perfecto para el desarrollo de la vida intelectual y el florecimiento del llamado estrato social de los hombres de cultura. Con la llegada de los liberales al poder en 1881, los profesores universitarios expulsados de sus cátedras en 1875 volvieron a ellas y comenzó la puesta en práctica de algunas de las ideas propuestas por Giner. Les unía una vocación europeísta, una conciencia integradora y, sobre todo, un interés por la ciencia y el progreso, que despertó en Mélida la necesidad de mantener contacto con sus miembros decidiendo participar en la redacción de la sección Arqueología y Bibliografía Crítica, junto con Joaquín Costa. Pueden intuirse varias motivaciones para poder explicar que José Ramón Mélida colaborara con Costa. Primeramente, hay que tener en cuenta la ascendencia aragonesa de ambos, en el caso de Mélida, por la vía paterna, que a buen seguro facilitó ese primer contacto. No es difícil imaginar que fuera su hermano mayor Arturo, auténtico introductor de José Ramón en los entornos artísticos y académicos madrileños, quien hubiera mediado para que fructificara esta relación en un principio, gracias a la cual abordaron aspectos de lo más variado en la sección creada. Pero la verdadera introducción de Mélida en la Institución Libre de Enseñanza debió de estar apadrinada por Juan Facundo Riaño, antiguo profesor suyo en la Escuela y responsable de los primeros pasos de aquel en este centro formativo de perfil progresista, así como en el Museo de Reproducciones Artísticas. Los temas tratados no seguían un criterio preconcebido sino que era la mera actualidad la que motivaba las distintas recensiones de Costa y Mélida. Éste actuaba más de divulgador que de científico y sus publicaciones abarcaban un amplio abanico de cuestiones histórico–arqueológicas. Con Joaquín Costa –profesor en la Institución Libre de Enseñanza– como compañero de sección, asimiló el concepto de cultura nacional con un sentido regeneracionista, en línea con los preceptos de la Institución y con los textos divulgados por Costa. No en vano Costa se reveló como uno de los más destacados regeneracionistas, empeñado en rebuscar las particularidades españolas185 en campos tan distintos como el derecho, el folclore, la economía y la historia. Además, las instituciones que Mélida tendría la oportunidad de conocer en el futuro, como la Escuela Francesa, los Institutos Arqueológicos de Alemania e Inglaterra y la Sociedad Arqueológica de Atenas, compartían muchos de los planteamientos propuestos por la Institución Libre de Enseñanza. Ésta fundamentaba sus bases teóricas en conceptos como la 1840 1850

Vid. J IMÉNEZ GARCÍA (1986). Sobre su preocupación y compromiso por construir una historia de España alejada de la óptica canovista y enfocada hacia los aspectos sociales y económicos de la antigüedad hispana, véase WULFF, F. (2003a), pp. 138-141.

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Intrahistoria de Krause, abrazada después por Galdós, Unamuno y Machado, o la Cultura Común de Herder, expresión de la identidad política colectiva contenida en el Espíritu Nacional. A lo largo de este trabajo tendremos la ocasión de comprobar la influencia que tuvieron en Mélida estos años de formación en su obra posterior. Como afirman Ricardo Olmos y Trinidad Tortosa186, Joaquín Costa concibió en 1874 la ambiciosa idea de aunar los ideales educativos del Regeneracionismo finisecular con la identidad de la vieja historia patria bajo un proyecto de novelas históricas que él llamó enfáticamente “nacionales”. Pero todo su empeño tuvo como único fruto el relato titulado Último día del paganismo y primero de... lo mismo, publicado dos décadas después. Fue probablemente el contacto de Mélida con Costa el que propició las primeras actitudes regeneracionistas en aquel, si bien las manifestó más tarde. Sobre el gusto por lo oriental en estos años de producción literaria de Mélida, daban cuenta dos de sus noticias breves publicadas en el número 130 (tomo VI) del Boletín. “Vestigios de la civilización caldea”187 fue el título de una de ellas. El autor hizo un recorrido somero por ciudades caldeas, como Ur o Larsa, excavadas e investigadas en aquellos años, por viajeros como Henry Creswicke Rawlinson188 y William Kennett Loftus189, o arqueólogos como Hormuzd Rassam o Ernest De Sarzec190, cónsul general de Francia en Bassora, que han explorado estas regiones con feliz acierto, sobre todo, De Sarzec. Consideraba Mélida adelantado el arte caldeo de tiempos remotos, al que comparó con el arte egipcio de las primeras dinastías. Incluso, opinaba que las obras ejecutadas posteriormente en tiempos más adelantados en Nínive y Babilonia, son inferiores en mérito a las de Caldea y que aquel país es la cuna indubitable de la escritura, deducción que obtuvo tras analizar las inscripciones de algunas esculturas. Los archivos babilónicos191 reclamaron la atención de Mélida en su siguiente publicación dentro de la sección que compartió con Joaquín Costa. En los ocho años últimos se habían descubierto, en las ruinas de Babilonia192, monumentos escritos de tal importancia, que la Filosofía, la Historia, la Arqueología y la Literatura de la antigua Asiria habían conseguido salir –según Mélida– del estado de conjetura e hipótesis para entrar en el campo de la evidencia y marcar derroteros ciertos a la crítica. Se refirió también el firmante de este artículo a las 3.000 tablillas de terracota de la biblioteca de Senacherib y de Asurbanipal, parte de ella hallada por los árabes en los años 1874 y 1875, y parte por Hormuz Rassam193 entre 1880 y 1881. Más adelante afirmaba que los descubrimientos de la ciudad bíblica de Sefarvaím, que responde a los nombres de Zimbir en sumerio y Sippara en asirio-babilónico, y de Cutha, ciudad donde se asentaron los ancestros de los samaritanos, según la tradición judía, eran de gran importancia para el estudio de la Biblia, en la cual se dice (Libro IV de los Reyes, XVII): y en lugar de los hijos de Israel hizo venir el rey de los Asirios gentes de Babilonia, y de Cutha, y de Aváh, y de Emáth, y de Sefar1860

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OLMOS Y TORTOSA (1997a: 45). En el plano histórico-arqueológico, destacó la curiosidad e interés que Costa mostró por el pueblo celtibérico. Llegó a publicar hasta cuatro trabajos, entre 1877 y 1880, en los que analizó la religión, la poesía y la organización política, civil y religiosa de esta tribu de la meseta peninsular. También fue el primero en dar contenido histórico a Tartessos, vid. MAIER (inédito). Vid. MÉLIDA ALINARI y COSTA (1882g: 155). Henry Creswicke Rawlinson (1810-1895) se inició pronto en el aprendizaje de lenguas orientales, mientras lo compatibilizaba con sus funciones militares en sus destinos de Teherán y Behistun poco antes de mediados del XIX. Uno de sus grandes logros fue el desciframiento de la lengua acadia, como reconocería más tarde su colega William Fox Talbot. La crítica arqueológica le ha considerado como uno de los padres de la asiriología. El arqueólogo británico William Kennett Loftus (1821-1858) dirigió una expedición arqueológica en 1853-1854 a Caldea y Asiria. Su obra de más renombre fue Travels and researches in Chaldea and Susiana (1857). Arqueólogo francés (1837-1901) formado en la carrera diplomática y destinado al consulado de Masaua, de donde pasó a Basora y a Bagdad. Practicó excavaciones en la ciudad mesopotámica de Tello (cerca de Basora) donde encontró restos de palacios caldeos, estatuas de diorita, inscripciones cuneiformes, vasos y joyas. Pronto fue nombrado correspondiente de la Academia de Inscripciones de París. Sus hallazgos fueron consignados en diversas obras, cuya publicación dirigió León Heuzey, conservador del Museo del Louvre. Véanse sus obras en ESPASA CALPE, tomo 54, 1929, 661. Vid. MÉLIDA ALINARI y COSTA (1882h: 155-156). Prueba de la afición de Mélida por la Arqueología de Oriente es un recorte conservado en el expediente de Mélida del Museo Arqueológico Nacional (adquirido en 1987 por compra a Mariano García Díaz de parte del archivo particular de José Ramón Mélida). Pertenece al periódico La Mañana. Periódico político literario y el título del mismo es “Recientes descubrimientos en Babilonia”. Fechado en 27 de abril de 1882, informaba de los descubrimientos acontecidos en Babilonia. Vid. GRAN AYMERICH (2001: 333-334). Cfr. BAHN (1996: 158-159). Hormuz Rassam (1826-1910) fue un caldeo cristiano que primero prestó ayuda a Austen Henry Layard

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vaím, y las puso en las ciudades de Samaria y estas gentes poseyeron la Samaria y habitaron en sus ciudades. El talante positivista de Mélida se ponía aquí de manifiesto, al relacionar hechos de distintas civilizaciones con la intención de establecer conclusiones históricas y de poder contrastar los documentos históricos, como la Biblia, con los descubrimientos que la Arqueología aportaba entonces. Esa “fiebre” orientalista de aquellos años estaba fomentada en parte por los contactos coloniales en los que se veían envueltas las principales naciones europeas. Mélida, desde su faceta divulgadora que le ofrecía esta sección crítica del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, dio a conocer las últimas noticias arqueológicas acontecidas en Próximo Oriente y acercó al gran público a lo que entonces era una afición en el continente europeo: las culturas orientales. Ejerció más de divulgador que de científico, ya que en ningún caso fue un buen conocedor de las culturas orientales. Una rápida mirada a la figura 33 pone de relieve el meteórico aumento de las publicaciones de Mélida en 1882, coincidiendo con la eclosión de las misiones arqueológicas europeas en Próximo Oriente y su participación en la sección “Arqueología y Bibliografía Crítica” del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Aunque durante estos años la variedad temática de sus artículos y recensiones (Apéndice 4**) le mantuvo alejado de cualquier viso de especialización, Mélida hizo su primera incursión en la controversia que supuso el descubrimiento de las esculturas del Cerro de los Santos, acercándose así por primera vez al inexplorado campo de la arqueología protohistórica194. En el número 135 (tomo VI) del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Mélida incluyó dos noticias breves más. Una llevaba por título “Antiguas hachas de plomo de la Bretaña”195, en la que analizaba la novedad de las hachas encontradas desde el Finisterre francés hasta el Loira Inferior. Según él: El yacimiento de las hachas no permite aventurar conjeturas acerca del carácter votivo, o religioso en otro sentido, que pudieran tener y que justifique lo extraño de su materia (...) los descubrimientos de la Bretaña denuncian una industria diferente de la que producía las hachas de bronce. Afirmaba con severidad que: Quizá no falte quien pretenda fundamentar en estos descubrimientos una edad nueva: la edad del plomo, en contraposición de cierta edad llamada del cobre, que empieza a perder crédito. Y es que Mélida rechazó la propuesta de Vilanova y Piera de llamar Edad del Cobre al período que Mélida prefirió designar Eneolítico, actualmente Calcolítico. La otra recensión apareció con el encabezado “Las joyas de estaño en la antigüedad”196. Nuevas recensiones de Costa y Mélida aparecieron en el número 141 (tomo VI) del Boletín de la Real Academia de la Historia. La primera de las correspondientes al arqueólogo madrileño llevaba por título “La escritura de los Ketas o Hittitas”197. La segunda abordaba el hallazgo de un “Bajo relieve de Linares”198, descubierto por un ingeniero de la sociedad minera de Stolberg y de Westphalie, que desde 1872 venía explotando las minas de Linares, cercanas a la antigua Cástulo. Uno de los temas que trató en sus recenciones fue el del celtismo, en su “Una hipótesis de Rhys sobre los pobladores de Cuneus”199. Mélida expuso la teoría de Rhys200 en la que el inglés trató de establecer la relación étnica entre los primitivos pobladores (pre-aryos) de la Bretaña y los habitantes de la región denominada Cuneus en nuestra península. Conviene recordar que ya Heródoto había señalado a finales del siglo

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y que excavó por cuenta del British Museum. Fue acusado de entregarse a un sistema de pillaje no científico. Vid. infra capítulo La polémica autenticidad de las estatuas del Cerro de los Santos: criticismo y evolución. Vid. MÉLIDA ALINARI Y COSTA (1882b: 216-217). Vid. MÉLIDA ALINARI Y COSTA (1882c: 217). Vid. MÉLIDA ALINARI Y COSTA (1882d: 288-289). Vid. MÉLIDA ALINARI Y COSTA (1882e: 289). Vid. MÉLIDA ALINARI Y COSTA (1882f: 289-290). La ubicación geográfica de Cuneus se situaba en un promontorio de Lusitania, correspondiente al cabo Santa María, cercano a la actual población de Faro, en Portugal. John Rhys destacó como filólogo inglés que dedicó su vida al estudio y publicación de importantes ediciones de textos celtas. Sus dos obras más destacadas fueron Celtic Britain (1882) y The Welsh people (publicada, junto con Brynmor Jones, en 1900), y fueron criticadas por desentenderse de las fuentes arqueológicas e interpretar la prehistoria de Gales basándose por completo en términos de tres pueblos diferenciados en lo lingüístico y lo literario: iberos, gaélicos y britanos. Lo que hizo Rhys fue poner en práctica esta “sobrevaloración” de los estudios etnológicos presidida por la idealización romántica de las diferencias étnicas y nacionales, que despertó la idea de que las características nacionales diferenciales hundían sus raíces en las diferencias biológicas de los grupos humanos. Conviene recordar que la tradición histórica céltica en Gran Bretaña está íntimamente ligada al caso francés y al nexo bretón. Vid. LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 72-73 y 83-85).

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V antes de Cristo la presencia de celtas –los cinetes– más allá de las columnas de Hércules. Detrás de las teorías de Rhys se escondía un trasfondo etnográfico relacionado con el contexto ideológico comprendido entre 1860 y 1880, en el que se produjo el alineamiento de la arqueología prehistórica y la etnología en Europa occidental debido al compromiso compartido con el enfoque evolucionista. Era una forma de sustituir la parquedad del exiguo registro arqueológico, recurriendo a las conclusiones obtenidas por antropólogos físicos, lingüistas y etnólogos en su intento de reconstruir el pasado. En cualquier caso, Mélida se hizo eco de esta teoría sin profundizar en el tema ya que el celtismo201 fue una tendencia histórico-cultural de la que prácticamente no participó aunque sí se hizo eco de ella. En el caso de los pobladores de Cuneus, conocidos también como cinetes o conios202, fueron varias las referencias a su existencia203. El espíritu empirista que Mélida mostró durante esta etapa de formación quedó más que patente en otro de sus artículos: La Asociación de Excursiones Catalana204, publicado en el número 142 del tomo VII. Haciendo apología de los métodos propuestos por la ciencia positiva y poniéndolo en relación con el movimiento excursionista llegó a afirmar que el primer Anuario de esta Asociación, correspondiente al año 1881, ha puesto de manifiesto los ventajosos resultados de la enseñanza positiva y lo mucho que puede la iniciativa particular cuando congrega a los hombres estudiosos para un fin práctico, altamente civilizado (...) su objeto es recopilar y difundir los conocimientos referentes al hecho, al hombre y a la naturaleza; conocimientos no adquiridos por referencia ni de segunda mano, sino tomados en la misma fuente (...) constituyen un medio poderoso de educación. Motivo de admiración fue para Mélida el hecho de que la Associació d’Excursions Catalana205, fundada en 1878, redactara en su Anuario pormenorizadas descripciones de los lugares visitados, emprendiendo restauraciones de monasterios como el de Ripoll o recaudando fondos para fines culturales. Mélida no dudó en alabar la iniciativa de las sociedades catalanas, reconociendo que pocas sociedades abarcaban un campo más vasto de investigación en nuestro mal trillado suelo. Terminó el artículo con un tono de “sana envidia” hacia el carácter vanguardista y aventajado de Cataluña dentro del panorama cultural español: ¡Ojalá imitasen su ejemplo otras provincias de la Península! Sólo Andalucía fomentó el fenómeno excursionista a la altura de Cataluña, principalmente desde la década de los setenta del siglo XIX206. Lo cierto es que el excursionismo español se fundó con retraso respecto al movimiento europeo y catalán. El fenómeno excursionista207 era considerado por la Institución Libre de Enseñanza como una eficaz propuesta que ejercía de vehículo pedagógico de la Historia, el Arte y el Folclore, configurándose como una de las claves del nacimiento de la historiografía profesional española. Asimismo, Mélida vio en el excursionismo la mejor manera de poner en práctica la labor de campo que tanta falta hacía en los anquilosados métodos de enseñanza españoles. La proyección del excursionismo en Arqueología recaería sobre el dilema “arqueología de campo” versus “arqueología de gabinete”, en el que Mélida se decantó por la primera opción al considerar una limitación restringir el estudio del pasado a disciplinas como la Epigrafía, la Mitología o la Numismática. A pesar de su nula participación en trabajos de campo, afirmaba con rotundidad: 2010

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Uno de los primeros teóricos del “estado o imperio céltico” fue d’Arbois de Juvainville, que convirtió la Galia en el territorio articulador de una Europa unida bajo el celtismo. Vid. LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 70 y 78-80). Vid. ALMAGRO GORBEA (1996: 80) y ALARÇAO (1992). Avieno, en su Periplo, los situaba en el extremo del oeste peninsular; Heródoto se refirió a ellos como los más occidentales de Europa; y Schulten los supuso un grupo de población ligur, precéltica y preibérica de la Península. Como Schulten, Déchelette defendió la base precéltica de los ligures, teoría que penetró en España hasta su descarte bien entrado el siglo XX. Vid. LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 81). Vid. MÉLIDA ALINARI (1883ª: 9-12). El movimiento excursionista catalán trataba de fomentar su amor a la patria catalana en el marco del despertar nacionalista propio de la Renaixença. Jordi CORTADELLA (1997: 273-285) destaca el importante papel jugado por la Arqueología en ese esfuerzo colectivo de “reconstrucción nacional”. Las asociaciones excursionistas fueron depositarias de gran parte de las iniciativas que se llevaban en el campo arqueológico catalán hasta que se creó el Servei d’Excavacions Arqueológiques en el año 1915. De hecho, a partir de esta fecha, este tipo de asociaciones perdió el interés cultural y arqueológico, que recayó ya en otras instituciones creadas entonces. Cfr. MAIER (2002a: 63). Vid. RUEDA M UÑOZ DE SAN P EDRO (1997: 287-293) y PASAMAR (1995: 144-145).

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La Arqueología no es una ciencia que deba cultivarse en las Bibliotecas y en la mesa de escritorio. El día que nuestros arqueólogos viajen, en vez de rebuscar noticias en Archivos y Bibliotecas para saber cómo se llamaba el magnate que mandó construir el edificio, cuándo se inauguró éste y con qué solemnidades, con lo cual se ufanan no pocos que se tienen por arqueólogos, confundiendo lastimosamente la curiosidad histórica con la Arqueología, habrán dado un paso decisivo en pro del adelanto de la ciencia; será como si la Arqueología, cansada ya de la tutela de los eruditos, se emancipe para emprender las tareas provechosas propias de la edad viril 208.

Efectivamente, José Ramón Mélida pertenecía a ese grupo de arqueólogos formado entre los museos estatales y la Escuela Superior de Diplomática, alejado de cualquier contacto con los yacimientos de los que procedían las piezas y cuya labor se había limitado al estudio y ordenación de materiales. No existía entonces tradición de arqueología de campo entre los arqueólogos españoles, exceptuando algunos episodios aislados como el de Saavedra en Numancia entre 1860 y 1862. Pero Mélida supo anticiparse a su tiempo y, poniendo su mirada en los ejemplos de arqueólogos alemanes y franceses, transmitió a sus contemporáneos la necesidad de acometer cambios en las líneas de actuación arqueológica. Quería desligar a la Arqueología del estrecho campo de la erudición para imprimirle nuevos aires cientifistas acorde con el entorno positivista de estos años. Sintió la necesidad de acometer excavaciones de campo para ampliar el conocimiento de los yacimientos españoles, limitado por la nula iniciativa institucional, hasta la Ley de 1911. El contacto directo con la naturaleza y el acercamiento espontáneo a monumentos y museos representaban una faceta más del positivismo cultural. Estimulaba el espíritu nacionalista209, la identidad nacional o el sentimiento colectivo, ideas que estaban en línea con el pensamiento propugnado por los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, y que entronca con el concepto propuesto por Fernando Wulff, según el cual el nacionalismo no hace sino articular modelos de pensamiento y sentimientos colectivos de una enorme hondura210. Las antigüedades arqueológicas adquirirían un valor simbólico e instrumental de primera magnitud en el proceso de consolidación de una cultura nacional y se convertirían en instrumentos de transmisión ideológica en el esfuerzo de afirmación de una cultura nacional. Entroncaba esta idea con el recurso a la Historia para legitimar la voluntad política y con la asimilación progresiva del Estado liberal como la expresión política de la voluntad de la Nación. De hecho, la Nación, cada Nación, se convertía en el sujeto de la historiografía de la época211. La metodología positivista, germinada y emanada desde Francia, no tuvo grandes dificultades para ver reconocida su primacía en España. Esa misma tendencia a la valoración de los museos y las antigüedades y su importancia en la sociedad de entonces la hizo extensiva a cualquier tipo de evento cultural. En 1883 se hizo eco de una exposición de minería212, a propósito de un certamen que se estaba celebrando en el Parque de Madrid. Publicó en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos un artículo titulado “Las antigüedades de la exposición de minería”. En la misma, tenían cabida todas las industrias elaboradas por las materias del reino mineral y se ofrecía un repaso por la historia de la industria. Mélida centró su atención en la sección “objetos prehistóricos y antiguos” y lo hizo con sentido crítico al considerarla en pequeñísima escala y con grandes lagunas213, adoptando una vez más un tono reivindicativo encaminado a superar errores y a estimular la mejora científica española. La pieza arqueológica más representativa de la exposición estaba representada por una tabla de bronce hallada en Aljustrel (Portugal), en la cual se hallaba grabado un frag2080 2090

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MÉLIDA ALINARI (1885b: 220). Entendido el nacionalismo en el mismo sentido que refleja Imman Fox (1997), cuando dice que una nación es un alma, un principio espiritual, una gran solidaridad (...) en el fondo es una creación cultural que podemos imaginar, incluso definir, pero no encontrar. Véase RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo El nacionalismo español en el siglo XIX y los orígenes de la nación española. WULFF (2003a: 8), de la Introducción. RIVIÈRE GÓMEZ (1997: 133). También LEFEBVRE (1985), analiza el proceso seguido por el historiador para convertir la historia en un pretexto, un medio de hacer apología de su propia nación. En el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares se conserva documentación relativa a los objetos prestados por el Museo Arqueológico Nacional a la exposición., en la signatura 31/06719. Además, véase M ENA Y MÉNDEZ (2002: 192). MÉLIDA ALINARI (1883c: 354).

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mento de la ley por el que se regía la mina Vipasca. Se trata de un artículo de carácter meramente informativo orientado a divulgar la noticia y a promocionar la exposición. En La Ilustración Española y Americana (revista semanal de tipo gráfico) publicó Mélida otro artículo similar bajo el título “La explotación minera en la España romana”, fechado el día 15 de noviembre de 1883. En la misma revista, y con fecha de 22 de marzo de 1884, publicó “El Edipo de Sófocles. Estudio comparativo acerca de la declamación y la escenografía en el teatro griego y en el teatro moderno”. Participó de los mismos planteamientos la recensión que Mélida escribió a propósito del manual de Historia Universal de Manuel Sales y Ferré214. La confianza de Mélida en la ciencia y mentalidad empírica era evidente: …cada día tenemos más motivos para felicitarnos, en España, del buen rumbo que siguen, o mejor dicho, del renacimiento que se manifiesta en las ciencias positivas referente a los hechos pasados. El sabio y erudito de la Universidad de Sevilla, D. Manuel Sales y Ferré, acaba de ofrecer en su Historia Universal una prueba fehaciente de ese buen rumbo del criterio histórico215.

De la defensa que Mélida profesaba al rigor histórico se desprende la crítica que hizo al subjetivismo de los discursos preliminares o introducciones que los libros de texto acostumbraban a anteponer a su contenido principal: esos discursos al frente de los libros de Historia, por desgracia numerosos, en que sirviendo de pretexto el sistema didáctico, se fantasean los hechos, se convierten en leyendas las biografías de los héroes, se da a estas biografías más importancia que a los hechos mismos y se mira la vida de los pueblos bajo el punto de vista político solamente. Esta afirmación de Mélida anticipaba lo que más tarde llamaría Ortega y Gasset Intrahistoria, de inspiración krausista, como enfoque histórico que valoraba lo cotidiano en perjuicio de la llamada historia externa, que convertía la disciplina histórica en una simple sucesión de hechos políticos y crónicas de reyes. Enlazaba con las palabras de Giner de los Ríos en las que llegó a declarar el peligro que representaba el excesivo culto a la palabra, no apoyado en una investigación severa. La propuesta de Giner era la praxis y el método histórico para tratar de superar el escolasticismo dogmático y decadente que lastraba el progreso cultural y educativo español. Participaba también Mélida de ese intento de renovación cultural que había partido de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, que buscaba una conciencia nacional integradora bajo un sesgo progresista y en cierta sintonía con los principios de la educación krausista. Conviene matizar que si bien los principios de Mélida no comulgaban con el laicismo propuesto por los krausistas, sí armonizaban con las líneas maestras de su proyecto educativo y reformista, impregnado además de buenas dosis de didacticismo dentro de su concepción museológica. De alguna manera, en las décadas finales del siglo XIX se abren nuevas perspectivas centradas en la sociedad y la economía, en detrimento del Estado y sus protagonistas, visión especialmente asumida en instituciones alternativas a la oficialidad como la Institución Libre de Enseñanza. La obra de Sales y Ferré recibió los elogios de Mélida en esta recensión, por considerarla una obra esencialmente objetiva. Alabó además la valoración que el autor concedió a las fuentes documentales y arqueológicas: los hechos pasados sólo pueden saberse por el testimonio de los escritores o por el de la tradición; en cambio, el hecho que se manifiesta en el documento, las costumbres, o el objeto arqueológico, lleva en esos vestigios de lo pasado la prueba de su existencia. Una prueba inequívoca más de la adopción del Positivismo, reforzada por la exposición sincrónica de los hechos como otro recurso encaminado a obtener el rigor histórico. Uno de los temas más delicados que abordó Sales y Ferré en su manual fue el de la aceptación de la Prehistoria216. Su obra publicada en 1880217 puede considerarse como una de las primeras sistemati2140 2150 2160

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Vid. MÉLIDA ALINARI (1883b: 109-110). Ibidem, 109. Para dar una idea de la dificultad que encontró la Prehistoria para verse reconocida como rama de la Historia, basta recordar que en la Real Academia de la Historia no fue hasta 1886 cuando, a propuesta de su director Antonio Cánovas del Castillo, se acabó por considerar la Prehistoria como integrada en los primeros tiempos reconocidos como históricos. Vid. SALES Y F ERRÉ (1880).

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zaciones prehistóricas generales y la de 1883 (Historia Universal, primer volumen dedicado íntegramente a la Prehistoria) introdujo un nuevo enfoque en el estudio del hecho histórico: el sociológico, es decir, el hombre en sociedad como objeto del conocimiento histórico218. Mélida lo valoraba así: También ha roto el Señor Sales Ferré, con otra preocupación, que es causa de que se hallen incompletos en su principio muchos trabajos de Historia: ha incluido en su narración la Prehistoria, fundándose con razón sobrada, en que la edad prehistórica o primitiva es la que comprende la infancia de la humanidad; infancia a la cual sirven de comprobantes los objetos arqueológicos y las osamentas en relación con sus yacimientos. Coincidió con Sales y Ferré en declarar que la edad prehistórica era aquella que se fundaba en la prueba; e históricas, aquellas en las que el relato tenía por fuentes la prueba y el testimonio, siendo por tanto la aparición de éste, por vez primera, la que indicaba la separación. Sin embargo, no existió consenso entre ambos cuando Mélida afirmó: En lo único que nuestra humilde opinión no se halla muy de acuerdo con el Sr. Ferré, es en denominar prehistórica a esa edad primera de la historia. Desde el momento que los vestigios de la actividad humana se manifiestan como prueba de la existencia, con los comprobantes que ofrecen la Geología y la Antropología, no alcanzamos por qué razón se niega el dictado de histórica a una edad menos oscura y tan hipotética por lo menos como muchos puntos de las edades plenamente históricas. Proponía Mélida una solución a la denominación de prehistórico219 cuando decía que O se admite que la palabra prehistoria tiene un alcance meramente relativo, y en tal concepto puede aplicarse a toda fase histórica que se halle oscura y no testimoniada con escritos (...), o nos hará falta otra denominación para las fases de atraso o barbarie de los pueblos que vivieron y viven de ese modo. Mélida consideraba el prefijo “pre” como una separación artificiosa y descalificatoria de la coordenada histórica en el término “Prehistoria”. Pretendía hacer ver que lo que otros concebían como el período prehistórico merecía tanto el calificativo de histórico como otras etapas más recientes. Contemplaba la Historia como una totalidad y consideraba lo prehistórico como parte integrante de lo histórico. Esta reflexión era, en cierto modo, un reclamo para tratar de acabar con la subordinación disciplinar que la Prehistoria tenía respecto de la Geología y la Antropología. El camino emprendido por la Prehistoria desde las Ciencias Naturales hacia la Historia se consolidaría ya a principios del siglo XX. No escatimó Mélida en alabanzas hacia la obra de Sales y Ferré cuando dijo que El Sr. Ferré ha conseguido su objeto: su relato es una enumeración clara y exacta de los hechos históricos, sin grandes disquisiciones ni comentarios inútiles e impropios de la historia misma; manifestándose conocedor de las autoridades, testimonios y pruebas de valor real, y atendiendo no sólo a la historia política, sino a la historia de la religión, del Arte, de los usos y costumbres, etc, etc.(...); consiguiendo así presentar la Historia como ciencia positiva, acumuladora de hechos, cuyo examen con relación a las demás ciencias no compete al historiador. Como miembro de la Institución Libre de Enseñanza, Sales respondía al espíritu positivista del que participaba la institución y conectaba con Mélida en la manera de ejercer de historiador desde el método de la investigación, mostrando un eclecticismo alejado del prejuicio y de las limitaciones tradicionales del historiador decimonónico. Su formación cultural se revelaba de una solidez propia de alguien con grandes aptitudes para las ciencias históricas. A modo de recapitulación, podemos considerar esta etapa de colaborador en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza como un anticipo de aquellos rasgos que como humanista y científico acabaría desarrollando Mélida en años posteriores. Los aires europeístas calaron hondo en él al tiempo que desde su “atalaya” del Boletín tenía la ocasión de conocer y divulgar novedades arqueológicas que no se circunscribían al entorno nacional sino que abarcaban gran parte del escenario arqueológico inter2180 2190

Vid. J IMÉNEZ DÍEZ (336-337), acerca de la figura de Sales y Ferré como historiador. La palabra Prehistoria no fue utilizada hasta mediados del siglo XIX. En 1851, Daniel Wilson lo hizo en su The Archaeology and Prehistoric Annals of Scotland. Hubo desde el principio unanimidad en considerarla como la disciplina que estudiaría los acontecimientos humanos anteriores al documento escrito. Entre los primeros prehistoriadores se la vio como una continuación de la Historia Natural y fue esta conexión con las Ciencias Naturales la que le otorgó un carácter científico similar al de las ciencias auxiliares en las que se apoyó: Antropología, Geología o Sociología. En España, el concepto Prehistoria sufrió una compleja evolución que puede consultarse en J IMÉNEZ DÍEZ (2001), capítulo Concepto de Prehistoria en España, 106-116.

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nacional. Aunque el tratamiento de estas publicaciones era más bien divulgativo, contribuía a informar acerca de las excavaciones y los estudios más importantes llevados a cabo en suelo extranjero. Básicamente fueron dos los pilares temáticos en torno a los cuales giraron las publicaciones de Costa y Mélida: orientalismo y celtismo. Se hacían eco así de la actualidad arqueológica del momento mientras marcaban los derroteros de la línea editorial propugnada por la Institución. Mélida entraba en contacto así con principios básicos como la aplicación del método histórico; el progresivo alejamiento de la erudición retórica y el subjetivismo; y la labor de campo. Sus publicaciones reflejaban la aplicación de estos principios. Con el tiempo, Mélida tendría la ocasión de proyectarlos sobre sus trabajos de campo. Una muestra fue la sobrevaloración de la cerámica en sus excavaciones así como la importancia concedida a los Museos y las excursiones como vehículo pedagógico; y a la Intrahistoria como la alternativa a la historia oficial. Ese nuevo planteamiento científico fomentaba el contacto directo con la Naturaleza, el rigor histórico y la revisión historiográfica, aforismos que Mélida convertiría en su línea de actuación desde esta etapa al lado de Joaquín Costa.

VIAJE A PARÍS: SUS TENDENCIAS FRANCÓFILAS En la trayectoria formativa del Mélida arqueólogo debe considerarse el año 1883 como un punto de inflexión. Ese año realizó un viaje a París en el que tuvo la oportunidad de conocer museos y colecciones arqueológicas de gran importancia, sobre todo del Egipto Antiguo. Como el propio Mélida reconoció en un artículo de El Imparcial220: Desde que en las aulas de la Escuela de Diplomática oí encarecer las excelencias de los tesoros arqueológicos que encierra la capital de Francia, nació en mí el deseo de examinarlos. Durante los ocho años que llevo dedicado a los estudios de la Arqueología y de la Historia del Arte, el uso constante de libros y publicaciones francesas, tanto para mis trabajos particulares, como para los de catalogación en el Museo Arqueológico Nacional, entre cuyo personal facultativo tengo la honra de encontrarme, se avivó en mí, cada vez más, el deseo de apreciar con mis propios ojos (...)221. Efectivamente, pronto surgió en él una admiración por lo francés y por los avances que los vecinos del Norte acometían en materia arqueológica, circunstancia que se veía favorecida por el monopolio casi exclusivo que tuvo la lengua francesa entre la clase cultivada de la Península. Mélida no escapaba a este hecho. En el verano de 1882 había solicitado al Ministro de Fomento222, por entonces, José Luis Albareda, una autorización para estudiar durante dos meses los museos extranjeros. Desde el año anterior, los hombres de la Institución Libre de Enseñanza habían empezado a ejercer su influencia en la Dirección General de Instrucción Pública. La Cartera de Fomento recayó en hombres de la Institución Libre de Enseñanza como el propio Albareda, quien en 1881, desde el gabinete liberal de Sagasta, había repuesto en sus puestos a los catedráticos apartados de la Universidad en 1875: Germán Gamazo, Montero Ríos, Canalejas, Moret o García Alix223. Al tiempo que Albareda era nombrado Ministro de Fomento el 8 de febrero de ese mismo año. Este hecho debió de inclinar a favor de Mélida su solicitud para conocer los museos europeos. Además, el propio Albareda había concedido a Arturo Mélida la restauración del claustro de San Juan de los Reyes un año antes de la solicitud de José Ramón. En el momento de cursar la misma, ya formaba parte del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, en su sección de Arqueología y Bibliografía crítica, cuya primera publicación vio la luz en julio de 1882; y su petición estaba en línea con la política aperturista que proponían los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, 2200

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Sobre el nacimiento y desarrollo de este diario, considerado como iniciador de la era moderna del periodismo español y de corte ideológico independiente, véase SÁNCHEZ I LLÁN (2001: 402-406); SÁNCHEZ ARANDA Y BARRERA (1992: 230-234). MÉLIDA ALINARI (1884b). Corresponde al 10 de marzo de 1884. En 1847 había sido creado el Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas, por un lado, y el Ministerio de Fomento, por otro. El 18 de abril de 1900 se desglosaría del Ministerio de Fomento, el recién creado Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. El reformista Cossío ya había intentado crear el Ministerio de Instrucción Pública en 1886 como parte de su programa encaminado a conseguir la reforma de la educación española, pero no hubo realización hasta 1900. Vid. PALACIO ATARD (1978: 620).

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quienes debieron de ver en Mélida un renovador capaz de colaborar con el proyecto de fomento cultural europeo. Asimismo, un exprofesor suyo en la Escuela Superior de Diplomática, Juan Facundo Riaño Montero, ostentó el cargo de director general de Instrucción Pública entre agosto de 1881 y diciembre de 1883, lo que explica las favorecedoras circunstancias para que su solicitud fuera bien acogida por las autoridades competentes. Contemplado con una amplia perspectiva temporal, puede considerarse el viaje de Mélida en 1883 a París como un antecedente lejano de lo que a partir de 1907 haría la Junta de Ampliación de Estudios enviando pensionados españoles al extranjero para mejorar el nivel de sus disciplinas respectivas. Aunque el ambicioso viaje incluía en un principio varias ciudades europeas, el permiso obtenido224 acabaría reducido a la visita a París, pese a lo cual el propio Mélida reconocería: pude realizar lo que durante tanto tiempo venía ansiando como desideratum relativo de lo mucho que uno sueña225. Antes de partir, Mélida emitió un documento en el que autorizaba a Sergio Saluer, habilitado del Museo Arqueológico Nacional, para que durante su ausencia pudiera cobrar a su nombre las mensualidades como ayudante de Tercer Grado del Cuerpo adscrito a dicho museo. De una subvención parecida disfrutó Juan Catalina García varios años más tarde, en 1900, cuando visitó Francia, Suiza, Bélgica e Italia. Se trataba de unas pensiones encaminadas a formar “jóvenes promesas”, un antecedente de lo que posteriormente haría la “Junta para la Ampliación de Estudios” a partir de 1907. París era, sin duda, su destino favorito y su viaje soñado. Así, a principios de 1883, completó una estancia de varias semanas en París en la que aprovechó para tomar notas - apuntaciones, como decía él - y recorrer cada uno de los lugares que consideraba de interés. Citó el Palacio del Louvre, el Museo de Artillería, el Gabinete de Medallas de la Biblioteca Imperial, el Museo de Reproducciones de la Escuela de Bellas Artes, y el Museo Etnográfico del Trocadero226. Del Louvre destacó Mélida el hecho de que no hubiera un museo dedicado a la Prehistoria227, sino que comienza por los monumentos de aquel pueblo que en las tradiciones escritas de la humanidad, abre los tiempos conocidamente históricos: el Egipto228. Esta civilización era, en estos primeros años de su carrera profesional, su ocupación favorita. Recorrió con esmero cada sala del Louvre, reparando en los detalles museográficos y en los sistemas de clasificación establecidos en el Museo egipcio del Louvre por el ilustre Champollion, primero; y por el Vizconde de Rougé, después. Llamó su atención el buen criterio empleado por los franceses en la catalogación de las piezas así como el sentido práctico y científico proyectado en las distintas salas. Sin embargo, echó en falta un catálogo extenso como el de la Sala Histórica del Louvre, aunque confiaba en que el conservador de aquel año de 1883 Paul Pierret229 supliera esta deficiencia. El antecedente a este catálogo era el Manual de Arqueología Egipcia del Vizconde de Rougé, que comprendía las salas restantes del Museo. Entre los aspectos de la cultura material que Mélida se detuvo a analizar estaba la cerámica egipcia. Reparó en la ornamentación geométrica que presentaban ciertos vasos egipcios, cuyas analogías le llevaron a emparentarla con la de los vasos fenicios y griegos, de estilos primitivo y corintio. Esta primera reflexión sobre la tipología cerámica sería el principio de una faceta que abordaría durante prácticamente toda su carrera de arqueólogo. A lo largo del trabajo podrán comprobarse las distintas interpretaciones que propuso.

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Por orden de la Dirección General de Instrucción Pública le fue concedida la comisión que había solicitado, sin otra retribución que el sueldo que disfrutaba para estudiar en los museos del extranjero objetos del arte antiguo, por el tiempo de dos meses. Este nombramiento lleva la fecha de 15 de junio de 1883. MÉLIDA ALINARI (1884b). Corresponde al 10 de marzo de 1884. Para el Museo Etnográfico del Trocadero, creado en 1879, véase BOLAÑOS (Ed.) (2002: 178-183). Curiosamente en la Exposición Universal celebrada en París en 1867, y por primera vez, se dedicó una sección propia a la hasta entonces controvertida Prehistoria. Vid. DANIEL (1987: 111-112). MÉLIDA ALINARI (1884b). Corresponde al 10 de marzo de 1884. Había sido nombrado conservador adjunto del Museo de Antigüedades Egipcias del Louvre en 1867, consiguiendo el cargo de conservador titular seis años después, en 1873. Una de sus obras más importantes fue Petit Manuel de Mythologie, publicado en París en 1878.

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Las salas funeraria y de los dioses del Egipto Antiguo en el Museo del Louvre merecieron la publicación de un artículo por parte de Mélida230. A la primera se refirió en los siguientes términos: Basta pasar una ojeada por esta sala, auxiliándose del libro del Vizconde Rougé, a fin de penetrar el significado de los símbolos y jeroglíficos que decoran los sarcófagos, vasos canopos, cofrecillos, efigies de momias y papiros, para penetrarse de la idea dominante en el antiguo Egipto, más trascendental e importante que ninguna otra: la idea de la inmortalidad del alma231. Una tela de momia, pintada por un egipcio en la época romana, atrajo la curiosidad de Mélida, quien le atribuyó, por lo indeciso del estilo, una gran semejanza con las pinturas latinas de las catacumbas cristianas. Dudaba, sin embargo, si el autor de la tela era un egipcio que amalgamó el hieratismo tradicional de su país al naturalismo romano, o un romano, que trayendo de su patria sus tradiciones de escuela, quiso ser hierático al pintar un asunto simbólico y religioso egipcio. Sus comentarios se extendieron a la sala dedicada a los dioses egipcios, en la que Mélida reconoció la mano inteligente e innovadora del docto Pierret, quien sin duda ha alcanzado a comprender mejor que nadie el dificilísimo simbolismo religioso de los egipcios, reconstruido íntegro su panteón y deducido de él el verdadero dogma egipcio232. Le tributó gran admiración, no sólo por su labor museológica desempeñada en el Louvre sino por su prolija obra literaria en materia egiptológica. Entre las que Mélida tuvo la ocasión de consultar se encuentran, sobre todo, dos: Petit Manuel de mythologie égyptienne (París, 1878) y Essai sur la mythologie égyptienne (París, 1879), a la que debió de tener acceso en la biblioteca del Museo Arqueológico Nacional, en una de tantas jornadas de estudio y formación. Es, indudablemente, Paul Pierret uno de los maestros con los que contó Mélida en su etapa de formación como egiptólogo. De él aprendió los pormenores del culto egipcio al sol y las distintas divinidades que formaban el panteón egipcio. La visita de Mélida al Museo del Louvre se saldó con la máxima atención sobre las salas relacionadas con el Antiguo Egipto, en detrimento del resto de períodos. A su juicio, la egiptología francesa está de moda entre los sabios y no negaba su veneración profundísima a esta disciplina. Es evidente que el motivo principal de su viaje a Francia está en línea con el vanguardismo que este país había mostrado en materia egiptológica233. Mélida debió de sentir la necesidad de conocer in situ el mejor museo egipcio del mundo, así como a los artífices de su exposición y gestión: Vizconde de Rougé, Champollion y Pierret. Además, alabó la tarea didáctica y académica de la Escuela del Louvre, en la que se explicaban asignaturas como: Arqueología Egipcia, por Pierret; Lengua Demótica; Derecho Egipcio y Economía Política del Antiguo Egipto, por Revillout234. Poco a poco, Mélida iba asimilando una realidad científica bien distinta a la que tenía en su propio país. Los conocimientos adquiridos en su estancia parisina y la actitud ecléctica que imprimió a sus enseñanzas fueron forjando una personalidad cada vez más exigente y más orientada hacia el conocimiento e investigación del pasado. Sin alejarse de su óptica positivista, salió en defensa de la disciplina arqueológica: siempre he tenido la convicción de que la Arqueología, tachada por muchos de ciencia ilusoria y especulativa hasta cierto punto, es eminentemente práctica y experimental; y no basta lo que se aprende en los libros para formar opinión sobre los monumentos, sino que es menester verlos uno por sí, entrar en íntima relación con su espíritu, su carácter, penetrar el arcano de su historia misteriosa235. Se mostró reacio a la especulación y a la hipótesis gratuita, a favor de las conclusiones obtenidas del estudio comparativo y de los elementos tangibles del objeto mismo. En cierto sentido, Mélida puede considerarse un precursor precoz de la Arqueología como elemento de unión de las masas. En su afán por conseguir para la Arqueología el crédito que consideraba negado hasta ese momento, pretendió acercar la disciplina al 2300 2310 2320 2330 2340

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Vid. MÉLIDA ALINARI (1884b), correspondiente al 2 de junio de 1884. Ibidem. Vid. MÉLIDA ALINARI (1884b), correspondiente al 2 de junio de 1884. Sobre las actuaciones francesas en Egipto hasta este año, vid. GRAN AYMERICH (2001: 96-106, 107-122, 253-262 y 325-329). Eugéne Revillout fue por espacio de muchos años director del Museo egipcio y profesor de la Escuela del Louvre, llegando a dirigir la Revue egyptologique. Publicó numerosas obras relacionadas con Egipto y las lenguas orientales entre 1873 y 1913. Vid. MÉLIDA ALINARI (1884b), correspondiente al 10 de marzo de 1884.

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Fig. 12.- Museo Etnográfico del Trocadero, visitado por Mélida en 1883.

gran público: Más que al erudito y al aficionado instruido, me dirijo al común de los fieles (...) Tengo por obra más meritoria la de vulgarizar los conocimientos236. Y lo hizo con una cierta dosis de patriotismo, en su deseo de que ningún español se mofe de los monumentos antiguos, porque le parezcan más o menos extraños, más o menos despreciables por lo tosco de su labrado o lo pobre de su materia (...) y se penetre de la importancia que en toda nación culta tienen los museos arqueológicos237. Con estas palabras, encontramos al Mélida docente y al hombre preocupado por la culturización de su país, por convertir las antigüedades en instrumentos de transmisión ideológica para consolidar una cultura nacional. Sus frases aparecían a menudo impregnadas de citas a la Nación. De alguna manera, convirtió la Arqueología en un acto patriótico, en sintonía con la aparición temprana de un nacionalismo político238, que iría cobrando protagonismo con el paso de los años. A raíz de este viaje a París las tendencias francófilas de José Ramón Mélida se intensificaron aún más. Desde la Guerra de la Independencia, surgió en España una doble acogida al país vecino: la de los que rechazaban al invasor sin paliativos; y la de los que pretendían inocular las influencias francesas en España. La familia Mélida se encontraba entre aquel sector de población española atraída por la grandeur de la France y cercana a la postura defendida por los afrancesados239. Además, el primer proyecto de 2360 2370 2380 2390

Ibidem. Ibidem. Vid. DÍAZ-ANDREU Y MORA (1995). Vid. ARTOLA (1989). El reinado de Fernando VII (1808-1833) ha sido tradicionalmente enfocado desde el punto de vista del nacimiento de las dos Españas: la liberal y la absolutista. Pero surgió un tercer camino, una vía media reformista, equidistante entre la revolución y el inmovilismo, por la que transcurrirán los afrancesados en estos años en que entra en crisis el Antiguo Régimen. Artola sostiene que la única diferencia entre afrancesados y liberales radicaba en el temperamento de la gente, y que les sorprendiese la guerra en uno u otro sitio. Los afrancesados aceptaron la renuncia de Carlos IV y de Fernando VII, viendo en el régimen napoleónico la posibilidad de suprimir el régimen señorial y cambiar la monarquía absoluta por una monarquía limitada. Los componentes de este grupo procedían de los ilustrados del siglo XVIII, pertenecían a las más altas capas de la sociedad y se sentían atraídos por el prestigio de Napoleón, que había consolidado la revolución burguesa y restaurado el orden.

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museo artístico había estado apadrinado por José Bonaparte240, circunstancia que debió de ser bien acogida por la tradicional vocación artística de la familia Mélida. De esa misma matriz se desprendía la aceptación del Positivismo, que Mélida adoptó tempranamente. La vía de influencias galas procedía, además, de una línea de corte neoclásico que imprimió en Mélida una visión clasicocentrista241 que iría matizando con los años. Su otra gran pasión de juventud, la egiptología, la empezó a cultivar con profusión desde este viaje a París. El Louvre contaba entonces con un importante caudal de fondos, gracias a las misiones emprendidas por arqueólogos galos como Drovetti, Rifaud, Champollion, Mariette o Maspero desde el siglo anterior242, que despertó en Mélida el interés por su civilización. Llama la atención, igualmente, que en el Louvre no hubiera una sala dedicada a la Prehistoria, hecho que está en perfecta conexión con el alejamiento casi perpetuo de Mélida respecto a la Prehistoria. Su constante imitación de las tendencias gestadas en Francia condicionó sus posteriores pronunciamientos en materia histórico-arqueológica. A la lógica inclinación idiomática de Mélida, que hablaba francés, hay que añadir su vínculo familiar tras el matrimonio de su hermano Enrique con María Bonnat243. Todos estos factores “predispusieron” aún más a Mélida a tomar el modelo francés y su savoir faire como referente.

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Vid. BOLAÑOS (1997: 143-146). Aunque pueda resultar una visión simplista, el Neoclasicismo era a Francia lo que el Romanticismo a Alemania. Vid. infra página 369. Vid. supra, notas 240 y 241; y VERCOUTTER (1997: 54-110). Vid. supra, página 9.

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EL NOVELISTA (1880-1901)

Como hombre de letras que fue en el siglo XIX, Mélida también cultivó el género novelesco. Durante veinte años de su vida –entre 1880 y 1901– llegó a publicar ocho novelas, que quedaron repartidas entre obras de inspiración histórica, drama, e incluso novelas con tintes de comedia244. En algunas de estas novelas, José Ramón se valió de las ilustraciones de sus hermanos245. La primera experiencia literaria de José Ramón Mélida se remonta a 1870, cuando apenas contaba con catorce años de edad. Se aventuró entonces como director de una publicación titulada El Clown246, que incluía números literarios escritos por él. Contaba para ello con la ayuda de varios redactores: R. Holgado, L. Nieto y M. Moreno. La principal característica de El Clown fue la de no tener ninguna opinión política, pues sólo trataba de algunas novelas y de anuncios. Curiosamente, este mismo desdén por las cuestiones de índole político-ideológica se mantendría prácticamente como una constante durante toda su vida. También a principios de la década de 1870, llegó a colaborar Mélida en La Religión Católica, publicada todos los sábados del año. Cronológicamente, la primera novela publicada por Mélida llevó por título El Sortilegio de Karnak. Fue escrita en colaboración con Isidoro López Lapuya247 y está analizada en las página 94 y 95 de este trabajo desde el punto de vista de la inquietud de Mélida por la cultura egipcia. Una doble motivación confluye en esta obra. Por un lado, el interés del autor por adentrarse en el Egipto faraónico; y por otro, el deseo de cultivar un género estilado por entonces, la novela histórica. El citado género literario estuvo claramente influenciado por la corriente historicista, que hizo su aparición en el último cuarto del siglo XIX. El Sortilegio de Karnak mereció que Rada y Delgado se refiriera a ella como su bien escrita novela El Sortilegio de Karnak”248. El contexto en el que Mélida hubo de desenvolverse estaba dominado por la eclosión de los nacionalismos, hecho que fomentaba el interés por la Historia y la búsqueda de las raíces en el pasado. Esa 2440

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Es sintomático el hecho de que en el archivo del Museo Arqueológico Nacional se conserven recortes de periódico que el propio Mélida coleccionaba. Entre éstos encontramos breves pasajes en castellano o francés, indistintamente, como la serie firmada por Pierre Loti, bajo el título “Fleurs d’Ennui” - en 1882 – u otros recortes titulados “Idyles revées”, “Suite”, etc. En un borrador que se conserva en el expediente de Mélida del Museo Arqueológico Nacional habla de que al exigir mis hermanos la devolución de sus originales no hacen más que seguir las costumbres establecidas por los artistas, y seguida de buen grado por los editores tanto de Madrid como de Barcelona (...) comprenda usted bien la razón por la cual no pueden aceptar mis hermanos la ilustración de la novela en las condiciones que usted propone. No está fechada, pero cabe suponer que la colaboración de sus hermanos Arturo y Enrique como colaboradores debió de ser una constante en la publicación de las novelas de José Ramón. La redacción se encontraba en Madrid, en la calle Prim. Gracias a un borrador rescatado de entre el expediente de Mélida en el Museo Arqueológico Nacional, sabemos que los puntos de suscripción de la revista se encontraban en la redacción del periódico y en las principales librerías. Sobre López Lapuya, véase ALMELA BOIX (2004: 262). Palabras de Rada y Delgado, recogidas en un documento del Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares con la siguiente referencia: EC-Ca 19, signatura topográfica 31-49.

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evocación histórica, que llevaba implícita interpretaciones al servicio de la historia patria, garantizaba el éxito del género en esta época de exaltación nacionalista. Desde el punto de vista historiográfico, la figura del historiador Modesto Lafuente había sido clave en la segunda mitad del XIX. Con él se inició esa búsqueda de la nación española en el carácter heroico de los asedios de Sagunto y Numancia. Sin embargo, Mélida no hará de la novela histórica un arma de doble filo político, sino que redactará su obra desde una óptica meramente histórica, tratando de desvelar aspectos desconocidos del Antiguo Egipto. El Mélida novelista pretendía una observación rígida de la realidad, semejante a la del científico experimental. Recurría con frecuencia a detalladas descripciones y “paseos narrativos” por la vida cotidiana, tratando de desarrollar la “epopeya diaria” en Egipto: las paredes de aquel sagrado recinto estaban decoradas con preciosos bajorrelieves (...) en el centro del templo alzábase sobre un pedestal la Tríada Tebana: Ammon, el dios de los dioses y creador del mundo, esculpido en basalto y sentado en rica silla (...) se levantaba entre Maut y Khons (...).se movían mesurados aquellos severos sacerdotes, vestidos con blancos calisiris y calzados con tabtebs de hojas de papiro249. Atendiendo a su estilo literario podría encuadrarse dentro de la corriente realista de la segunda mitad del siglo XIX, caracterizada por la fidelidad descriptiva y la atención al detalle. En cierta manera, era una época de colaboración entre Literatura y Arqueología. Una evasión en el tiempo, característica típicamente romántica, era la que acercaba al escritor a los sugerentes paisajes arqueológicos, desde los que, no conforme con contemplar, trató de reconstruir el pasado. Ese afán reconstructivo es, según Ricardo Olmos, el verdadero germen de la literatura arqueológica250, que en Mélida incorporó un componente didáctico, como corresponde a alguien que compartió inquietudes con los hombres de la Institución Libre de Enseñanza. Sus obras debieron de ir dirigidas a un público con perfil de burguesía culta, ávida de nuevos horizontes temáticos y de un espíritu que le permitiera alejarse de la monotonía urbana e industrial que había dominado y dominaba el siglo XIX. En el siglo XIX, la clase burguesa había tomado el testigo de los aristócratas coleccionistas del XVIII, incorporándose así al interés por estos dominios culturales. Y ya en el cambio de siglo este papel desempeñado en gran parte por la clase burgués, comenzaría a ser sustituido por la incipiente creación de Museos de Estado y colecciones de universidades. La producción literaria de Mélida tuvo continuidad dos años después de publicarse El Sortilegio de Karnak (1880), con la novela Diamantes Americanos (1882), que fue vendida a un precio de dos pesetas. La obra era una concesión del autor al amor y al sentimentalismo, más propio de un novelista romántico que de un escritor de corte realista. Recurría a menudo a la vehemencia sentimental y expresiva de la literatura romántica, a la exaltación retórica y a la sobreabundancia de exclamaciones. Entre sus preferencias estilísticas se encontraba la de interponer galicismos y expresiones como comme il faut, merveilleuse, ton incroyable, dame espagnole, boulevard, mademoiselle, n’ai pas, etc, que no son sino una muestra más de la francofilia251 del autor como una constante a lo largo de su vida. El hilo argumental transcurría de una manera lenta y el autor aprovechaba para recrearse en retoricismos y giros metafóricos. Buen ejemplo de ello fue la dedicatoria del autor: Apenas era larva en mi cabeza este librejo, querido Isidoro252, cuando ya pensé dedicártele. La larva se convirtió en gusano (...) Pero ya ha roto el capullo (...). Cuando menos te lo esperes se posará en tus manos la mariposa, bajo forma de mujer. Sé con ella amable, compasivo; escúchale, el lío feroz que constituye su historia (mucho ojo con faltarle al respeto, no te encalabrines al verla joven y bonita); mira por ella; defiéndela si alguien le echa en cara su debilidad. Sé para ella un padre y un amigo, y cuenta, en cambio, con cien cuarentenas de agradecimiento y cariño de tu colega. Madrid, 7 de septiembre de 1882253. 2490 2500 2510

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MÉLIDA ALINARI (1880: 7-12). OLMOS (1992a: 54). El afrancesamiento se generalizó por, entre otros motivos: la monarquía borbónica (procedente de Francia); presencia de Napoleón a principios del XIX y con él la penetración de los principios gestados durante la Revolución de 1789; ó el matrimonio de una española - Eugenia de Montijo - con Napoleón III. Se refiere a Isidoro López, quien colaboró con Mélida en la primera novela publicada por éste: El Sortilegio de Karnak, de 1880. MÉLIDA ALINARI (1882d: 5). Nótese que Mélida incurría en un error muy común en Madrid, como es el leísmo, cuando dice pensé dedicártele.

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En 1884 Mélida publicó su tercera novela, titulada El demonio con faldas (memorias de un gato), al precio de una peseta254. Se trata de un ingenioso relato en el que el autor se autodeclara como “médium escribiente” del gato de una familia madrileña. En ningún momento abandonó Mélida el tono desenfadado y distendido para reflejar aspectos y curiosidades de la vida gatuna en esta novela de estilo costumbrista. El autor dedicó la obra al ingenioso, correcto y galano escritor Don Alonso Pérez-Gómez de Nieva”255, y en la misma dedicatoria sufrió ya la “transformación” de humano a gato:Yo, señor, el más humilde felino de toda mi raza y último, pero nobilísimo y hondo vástago de los verdaderos y netos gatos madrileños, acerté a escuchar, inesperadamente, mi nombre nativo, el cual me declaraba como actor, aunque en papel secundario, ó sea de barba, en la historia de El traje de boda (...).con las garras de mi diestra escribo mi nombre. Tarfe. Los distintos capítulos en torno a los cuales el autor organizó la novela representan el acontecer de la vida diaria de un gato: Ostracismo, Nueva casa, Costumbres domésticas, El Correo del amor, Decepciones del corazón, Fig.- 13.- Borrador de la portada de A orillas del Guadarza. De picos pardos, Reclusión perpetua, etc. Luisa Minerva es el título de la novela de Mélida publicada en el año 1886. Costaba tres pesetas256 y estaba estructurada en 49 capítulos. En los meses previos a su publicación, Mélida mantuvo correspondencia desde San Juan de Luz, donde residía algunos días durante los veranos en el número 16 de Rue Mazarin, con el editor barcelonés Daniel Cortezo257. Una carta firmada por éste el 5 de agosto de 1885 se hacía eco de los consejos que Cortezo le dio a Mélida en el ámbito editorial: dada la índole de la obra que ud. nos ofreció no creemos poder recomendar a ud. otros editores que los señores Montaner y Simón o los señores Espasa y Cª. harto conocidos y reputados para que debamos añadir unas palabras más258. Otras misivas259, firmadas en Barcelona el 28 de

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En el archivo del Museo Arqueológico Nacional se conservan dos cartas-borradores, dirigidas al Señor Cordero donde Mélida pacta con él el precio de los dibujos de la novela y de las transacciones económicas a llevar a cabo. Están fechadas en el 25 de marzo y el 7 de noviembre de 1884. Igualmente, se conserva una carta-borrador del 19 de octubre de 1883 en la que se tratan asuntos relacionados con transacciones y giros; una carta con el membrete del editor Eduardo Mengíbar, fechada el 24 de abril de 1883; y dos cartas firmadas por Federico Díaz Palafox (con membrete del editor Urbano Manini, para quien puede consultarse BOTREL (2001: 136), fechadas los días 13 y 23 de mayo de 1883. MÉLIDA ALINARI (1884a: 5). En una carta rescatada del archivo del Museo Arqueológico Nacional, puede deducirse la transacción literaria que Mélida trató con el editor Eduardo Mengíbar. Está fechada en 11 de mayo de 1885 y en ella afirmaba el editor que había examinado la obra y no encontraba ningún problema a su publicación, cuyos dividendos serían repartidos al cincuenta por ciento. Sobre los editores Cortezo y Montaner i Simón, véase RUEDA LAFFOND (2001: 109-110). Conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, dentro del expediente de Mélida con el número 2001/101/4. Conservadas en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, dentro del expediente de Mélida con el número 2001/101/4.

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noviembre y el 3 de diciembre de 1885 por el editor Espasa, hacían igualmente referencia a trámites editoriales entre Mélida y el referido editor. Uno de los temas a tratar fue la solicitud de publicación por parte de Mélida de la traducción al castellano de Gothic Architecture in Spain de Street. Finalmente, el editor Espasa resolvió no emprender la publicación por considerar muy limitado el número de personas a quienes puede interesar. La misma negativa obtuvo Mélida de la editorial barcelonesa Montaner y Simón, en carta del 7 de noviembre de 1885260. Hay que tener en cuenta que desde la segunda mitad del siglo XIX el libro pasó de ser un objeto reservado a unos pocos, de difícil acceso y elevado precio, a integrarse lentamente en el tejido social. Se trataba de un proceso de socialización que poco a poco se abrió camino ante una gran variedad de posibilidades técnicas y sociales. De esta manera, dejó de ser un objeto de lujo para convertirse en un elemento cotidiano, favorecido por las innovaciones técnicas que facilitaron su difusión: ejemplares divididos en entregas, creación de colecciones y series, suscripción a bibliotecas, expansión de la variedad tipográfica, etc261. En la novela Luisa Minerva el autor trató de hacer un retrato social de la época, utilizando comparaciones mitológicas, referencias clásicas y muchas expresiones francesas (por ejemplo, atelier, en vez de estudio) al igual que en otras novelas suyas. Enlazó con esa corriente novelística decimonónica, en cierto modo, heredera del Romanticismo, que buscaba experiencias oníricas262 y fantásticas para asomarse al pasado y saltar en el tiempo a través de la palabra y la experiencia arqueológica. Convirtió a la protagonista de la historia, Luisa, en el vehículo o portavoz de los acercamientos que Mélida llevó a cabo sobre la Arqueología, un recurso utilizado en otras novelas de inspiración arqueológica de la época, como Arria Marcella de Gautier263, La Gradiva de Wilhelm Jensen264 o Leyendas del Antiguo Oriente de Juan Valera265, de las que Mélida bien pudo tomar el modelo de inspiración para su Luisa Minerva. La novela de Mélida representaba la añoranza de retorno al tiempo pretérito, y para ello el autor utilizaba los paseos de la protagonista por el Museo Arqueológico Nacional, que en este caso es un escenario real, como intermediario temporal entre el pasado y el presente: En primavera á la calle, á visitar Museos, á comunicarse con el mundo (...) Una tarde de marzo, en el atelier, Luisa tomaba apuntaciones de unos libros, teniendo delante y en correcta formación una serie de idolillos egipcios de bronce (...) Luisa fue señalando a Mercedes los objetos menudos, la lámpara de la Mezquita de la Alhambra, delicada filigrana de bronce, los modelos de monumentos árabes y mudéjares, los platos de esmalte con reflejo metálico

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Conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, dentro del expediente de Mélida con el número 2001/101/4. Vid. SÁNCHEZ GARCÍA (2001). Fue el psiquiatra austríaco Sigmund Freud, nacido el mismo año que Mélida y fundador del psicoanálisis, quien impregnó la sociedad europea de principios del siglo XX con sus teorías sobre los sueños, la hipnosis, la psique, el subconsciente, etc. Pero habían sido dos insignes médicos y maestros de Freud (J. M. Charcot y Bernheim) los que iniciaron interesantes y prometedores estudios en el campo del psicoanálisis poco antes de ser publicada la novela Luisa Minerva. Véase OLMOS (1993a: 50-57). R. Olmos analiza la historia de amor entre un francés del XIX y una joven que sucumbió a la erupción del Vesubio en Pompeya, escenario arqueológico preferido por los novelistas. Entre la realidad y el sueño se debate este relato de Gautier, en el que el autor abrió la inagotable vena de lo fantástico y en él puede encontrarse uno de los antecedentes literarios de Luisa Minerva. Theóphile Gautier contribuyó a la recuperación del pasado histórico de España, como expresión de un cierto carácter exótico. Vid. OLMOS (1997: 44-51). Explica aquí R. Olmos la Arqueología desde la perspectiva psicoanalista freudiana. En esta novela, el protagonista es un arqueólogo que confunde la realidad con las cenizas y moldes del pasado en Pompeya, lo que le lleva a indagar en los sueños de la ficción literaria. Y es que Freud comparaba la memoria de las cosas guardadas por la tierra (Arqueología) con las huellas que desde la infancia quedan grabadas en los estratos de la psique humana. Al protagonista de esta historia (Hanold) le aburre la realidad cotidiana, tan alejada de su ideal, le desespera, le irrita. Responde Hanold al tópico del visitante furtivo y solitario entre las ruinas, evadido de la masa, lo que podría considerarse como un eco literario del romanticismo. Vid. ALMELA BOIX (1991b: 66). Juan Valera había intentado inaugurar en España un género de narración que había dado muy buenos frutos en Europa, y comenzó a publicar en 1870 unas “Leyendas del Antiguo Oriente” en la Revista de España. Son numerosas las fuentes que utilizó para este relato que puede considerarse como el primer intento de novela arqueológica en España, en el que Valera no se limitó a escribir una “historia de los tiempos de...” sino a crear para los personajes una historia y una memoria cultural. Un hecho que hizo que Valera contribuyera con sus narraciones a acercar la Arqueología a amplios sectores de la sociedad, haciendo que la disciplina trascendiera el ámbito académico.

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(...) Allí admiraron primorosas joyas visigodas, árabes y mudéjares; marfiles preciosos de la Edad Media, esmaltes de Limoges y españoles, del siglo XVI, bronces, repujados (...)¿Viene ahora lo romano? Preguntó Mercedes. Sí: lo egipcio, lo griego, lo romano (...) Lacrimatorios romanos (...) Figurillas griegas de barro (...) Vasos de Chipre (...) Saludaron a los empleados que había en la sala (...). Un ánfora panatenaica (...) los idolillos egipcios (...) Esta es la mejor pieza que hay aquí, dijo el Marqués señalando a un gran vaso blanco, con figuras polícromas. No hay en el Museo del Louvre ninguno tan alto (...) Figuras del Cerro de los Santos (...)266.

El Museo Arqueológico Nacional se convertía así en el lugar elegido por Mélida para desarrollar un pasaje de la novela. Mélida introdujo descripciones de los objetos expuestos y aprovechó para adentrarse en el mundo de la Arqueología. Lo hizo de una manera indirecta, sutilmente, pero evidenciando una intención de conectar con el pasado. A lo largo del relato realidad e idealidad se entrecruzaban y contraponían. El resultado fue una mezcla de estilos, en la que se perciben resabios románticos, como el interés por lo lejano, lo desconocido, la exaltación del sentimiento, la nostalgia o el encantamiento; y en el otro lado, componentes típicos del realismo, como la observación rigurosa de la realidad, la sobriedad prosaica o la fidelidad descriptiva267. De estilo típicamente realista pueden considerarse los retratos que Mélida trazó de la alta sociedad madrileña de la época: Todos fueron llegando al hipódromo y tomando puesto conveniente en el óvalo central ó en las tribunas, amén de algunos de las últimas clases indicadas (...) La sombrilla de Luisa era japonesa (...) El desfile de los trenes que aquella tarde concurrieron al hipódromo, fue muy lucido en la Castellana y Recoletos. Materialmente no cabían tantos carruajes en lo ancho del paseo. La riada de coches se repartió por las arterias de Madrid268. Fue recurso habitual del autor evadirse de la trama principal para retomar narraciones mitológicas de otros capítulos: La Minerva helénica era también doncella recatada, y ningún Dios del Olimpo se atrevió a seducirla. Hércules, con ser el más temible de los inmortales por su fuerza sin igual, sólo se permitió amar a Minerva platónicamente. Así fue configurando el hilo argumental, en el que los amores de la protagonista Luisa y Miguel presidieron una novela donde Mélida decidió alternar situaciones mundanas, encarnadas en Luisa, con mitológicas, encarnadas en Minerva, produciendo en el lector una sensación efectista de fugacidad y cambios continuos de escenarios. Arte, Arqueología o Escultura Clásica. Cualquier tema era excusa para enlazar el transcurrir natural del relato con acercamientos a estas disciplinas, de manera que Mélida iba recuperando el pasado en las remembranzas del presente y en la pervivencia transformada de las cosas. En 1886 Mélida redactó lo que pudo ser el germen de una nueva novela, que nunca vio la luz. Es lo que se deduce tras leer unos apuntes literarios (actualmente en el archivo del Museo Arqueológico Nacional269) de carácter informal bajo el título Idilio de Pepita. Llevan la fecha de 7 de abril y no son sino un pasaje literario de estilo retórico y grandilocuente, que no merece más comentario. También fue frustrado el intento de publicar otra de sus novelas, titulada Lagos eternos. Una carta270 enviada por la editorial Espasa el 10 de diciembre de 1886 desde Barcelona aludía a los trámites para su posible publicación dentro de la serie “Biblioteca moral narrativa”. Una nueva novela vio la luz en 1887. Llevó por título A orillas del Guadarza271 y estaba organizada 2660

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MÉLIDA ALINARI (1886a). Se trata de retazos con referencias arqueológicas repartidas entre capítulos como El Templo de Minerva (pp. 43-51) o Milagro del Arte (pp. 209-218). Para conocer el contexto en el que se desenvolvió la literatura de entonces, véase el capítulo de Ángela Ena Bordonada titulado “La literatura y la sociedad madrileña en la Restauración”, en La sociedad madrileña durante la Restauración (1876-1931), editado por Ángel Bahamonde Magro y Luis Enrique Otero Carvajal. MÉLIDA ALINARI (1886a), capítulo La fiesta hípica, 5-25. Sobre la moda hípica entre la alta sociedad madrileña, véase NÚÑEZ F LORENCIO (2004: 31). Apuntes manuscritos rescatados del expediente de José Ramón Mélida. Forman parte de la documentación personal de Mélida comprada el 18 de septiembre de 1987 a Mariano García Díaz. Conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, dentro del expediente de Mélida con el número 2001/101/4. Tres cartas trataron las transacciones editoriales. En una de ellas, con membrete del Ateneo de Madrid, fechada en 23 de diciembre de 1886 y dirigida a Daniel Cortezo, Mélida pactó el envío de dibujos que faltaban y el original corregido de la novela. Le informaba de que el precio con 50 ilustraciones era de 2250 pesetas. Posteriormente, una carta dirigida por el editor Daniel Cortezo a José Ramón Mélida (fechada en Barcelona el 1 de febrero de 1887) hablaba del acuse de recibo de 725 pesetas, saldo de

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en veinticinco capítulos. La ilustración de la misma fue realizada por Arturo Mélida, que aprovechaba sus entancias en la localidad francesa de San Juan de Luz, habitual residencia de los Mélida, para dibujar; y la novela contaba con una dedicatoria personal sobre la persona de su amigo Antonio Aguilar y Cuadrado. José Ramón volvió a dar rienda suelta a su imaginación en este relato. Preparó un escenario a su medida que le transportaba a la España rural, y lo hizo movido por un impulso sincero y natural: ¿qué encanto hallé en esos rústicos, para hacerme abandonar el idilio de Angelita y Julio, idilio cortesano y aristocrático por añadidura, entre personajes de tono y de buen gusto, rodeado de perfumes, de galas, de trenes lujosos y de caprichos mundanos, y transportarme a orillas del Guadarza, en medio de la extensa campiña donde no se halla sombra (...), donde no se ve sino gente zafia, inculta, mal vestida y que ni hablar bien sabe: donde huele a establo y a pocilga, las viviendas son incómodas y feas, y las costumbres demasiado sencillas?272. El caso es que el autor conseguía adentrarse en la vida cotidiana de un pueblo imaginario, Villembrines, a orillas de un río imaginario, el Guadarza. La pretensión no era meramente fantasiosa sino que denotaba en Mélida una reacción contra el idealismo, evidenciada en este acercamiento al ambiente rural cotidiano, quizás como una muestra inequívoca de situarse en la línea del novelista que pretendía una observación rigurosa de la realidad. Utilizaba nombres inventados simplemente como recurso literario, si bien su intención era la de convertirse en un escritor que no huyera de la realidad sino que se propusiera retratarla. Así lo señalaba: Ni pretendí copiar el natural estudiándole con pretensiones de maestro, ni consentí a mi pobre imaginación que alzase el vuelo por los espacios de la fantasía273. Es deudora esta novela de algunos elementos del Romanticismo, como el interés por la naturaleza, lo regional y lo costumbrista. Mélida reconocía la necesidad de depurar el lirismo aburguesado para buscar el contacto con lo inmediato, lo real: Quizá desengañado de no encontrar en la corte más que Diamantes Americanos, quise ver si los hallaba finos, aunque en bruto274. En su afán por no ser pretencioso, Mélida hizo deslizar comentarios acerca de las intenciones de su relato, al que él mismo bautizó como ensayo: “Real, verosímil e ingenuo quise que fuese este idilio; y procuré que el fondo, las figuras, los detalles, todo tuviese carácter, verdad y belleza. Un ensayo fue, nada más que un ensayo275. Antes del desarrollo argumental de los capítulos avisaba el autor: disponte á observar cuanto yo te muestre, en alusión a su papel de guía o portavoz literario del lector. Quería Mélida convertirse en intermediario entre los personajes de la novela y el lector, un rasgo típico de la literatura realista. Lo más importante de esta faceta era la proyección de su talante positivista como hombre de ciencia a su cultivo del realismo276, un aspecto que facilitaba su conocimiento del entorno y su estudio del territorio. Enlaza ésto con su patriotismo y su exaltación nacionalista, cuando hacía referencia a las comarcas (...), tan ignoradas e insignificantes como parecen, dignas de que te enorgullezcas al visitarlas si, como me figuro, eres buen español y amante, por ende de las glorias patrias (...) todo esto que te muestro y de que te hablo fue principal teatro de las lides famosas mantenidas por los comuneros de Castilla contra aquel invicto emperador Carlos, que tenía al mismo Sol contratado a sueldo, para que no dejara de alumbrar sus dilatados dominios277. Esta vocación patriótica de Mélida estaba desligada del activismo político. Se trataba de un patriotismo nostálgico, que se reflejaba en su amor y apego al pasado español, a sus antigüedades, sus monumentos y sus glorias. Su apego a la tierra española venía acompañado de unas palabras de buen católico, que Mélida no dudó

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los derechos de propiedad de A orillas del Guadarza. Se conservan ambas en el archivo del Museo Arqueológico Nacional y forman parte de la documentación personal de Mélida comprada el 18 de septiembre de 1987 a Mariano García Díaz. Entre los borradores se adivina la presencia de un tal Señor Domenech, con quien Mélida arregló la fecha de los pagos. Otra de las cartas, fechada el 30 de septiembre, fue enviada por Mélida al señor Cordero para calibrar las condiciones de la encuadernación, impresión de los dibujos, etc. MÉLIDA ALINARI (1887a: V) Ibidem, VII. MÉLIDA ALINARI (1887a: VI). MÉLIDA ALINARI (1887a: VII-VIII) Son sintomáticas las palabras del crítico literario francés Ferdinand Brunetière, quien en 1883 llegó a decir que el realismo es en el Arte lo que el Positivismo en Filosofía. MÉLIDA ALINARI (1887a: 10).

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en proferir: el único que no murmura y a su vez está exento de los tiros de la murmuración es el cura: el santo varón don Ezequiel, cuya llaneza y chistoso decir encanta278. Sobre las gestiones y trámites editoriales llevados a cabo por José Ramón Mélida da fe una carta dirigida al editor Francisco Pérez, en la que expresaba su deseo de vender para la Biblioteca de Arte y Letras, la primera edición de A orillas del Guadarza. Luis Domenech había propuesto a Arturo Mélida un pago de seis mil reales por las ilustraciones279. Entre las páginas 265 y 283 de A orillas del Guadarza, hay un capítulo que lleva por título “Una noche en Pompeya” y que merece un análisis por separado. Se trata de una breve narración en la que un distinguido arqueólogo tuvo la fortuna de asistir a la fiesta con que el mundo sabio conmemoró el decimoctavo centenario de la catástrofe pompeyana por culpa de la erupción del Vesubio, el 23 de septiembre de 1879. El prólogo sitúa al lector en las tertulias madrileñas del XIX, donde un grupo de eruditos habla de las últimas novedades acontecidas en el mundo de la Arqueología. Según R. Olmos280, estas tertulias reflejaban seguramente una experiencia real, en la que un privilegiado contaba a sus contertulios de café las peripecias de su reciente viaje a tierras italianas. Una vez más, Mélida utilizó el recurso del sueño, procedimiento habitual decimonónico que ya empleó Gautier en sus Pie de momia y Arria Marcella, para reconstruir aspectos del pasado, en el capítulo titulado “Una noche en Pompeya”: …sueño singularísimo que tuve aquella noche (...) hallábame como embriagado: danzaban en mi cabeza los monumentos y los objetos del Museo de Nápoles (...) instintivamente restauraba ruinas, amueblaba abandonados aposentos y resucitaba a los pompeyanos a su feliz existencia281. Así conseguía el autor de Una noche en Pompeya acercar al lector hacia el esplendor perdido de la ciudad. ¿Por qué Pompeya? Mélida sintió la misma fascinación que sus contemporáneos por esta ciudad. Al trágico y morboso final de sus días hay que añadir la tradición histórica española de las ciudades del Vesubio, debido a la presencia y actividad de los Borbones en el reino de Nápoles, lo que enlazaba con ese sentimiento nacionalista o patriótico que evidencian algunas obras de Mélida. Minuciosas descripciones y fieles reproducciones de sus templos, calles, termas o teatros revelan un conocimiento que bien pudo Mélida adquirir de sus lecturas en la biblioteca del Museo Arqueológico Nacional y de sus frecuentes consultas a los diccionarios de antigüedades clásicas que veían la luz en esos años, como afirma R. Olmos282. La propiedad con la que describe la arquitectura pompeyana va acompañada por un sentido didáctico que confiere a sus explicaciones, aspecto señalado ya por Almela Boix, y que debió de venirle de sus contactos con el Krausismo de la Institución Libre de Enseñanza. No faltaba en Mélida esa intención de fundir realidad y ficción como procedimiento para atender al aspecto literario, por un lado, y al histórico, por el otro, como corresponde a un hombre de espíritu positivista. Aprovechaba la oportunidad que le brindaba el escenario arqueológico pompeyano para referirse a los grafitos publicados en el fascículo IV del Corpus Inscriptionum Latinarum, por Carolus Zangmeister. Con estas referencias epigráficas, recurría al pasado desde el rigor científico y el prestigio de un cuerpo como el Corpus Inscriptionum Latinarum, donde supo localizar un gran número de epigramas que aludían al amor. De entre éstos, Mélida se inclinó por los que ofrecían una vertiente más ideal. Buscaba la asociación de amor y belleza, alejándose de los grafitos soeces y morbosos que poblaban las paredes pompeyanas y tratando de aspirar al modelo imperturbable de belleza clasicista283. Pero la visión idílica que Mélida mantenía encendida a lo largo de su novela desembocó en la inesperada erupción del Vesubio aquel fatídico 23 de septiembre del año 79. Para enlazar con los aconte2780 2790

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MÉLIDA ALINARI (1887a: 11). Esta carta se encuentra entre la documentación personal de José Ramón Mélida, que se conserva en el archivo del Museo Arqueológico Nacional. OLMOS (1993b: 53). MÉLIDA ALINARI (1887a: 268). OLMOS (1993b: 55). R. OLMOS (1993b: 56-57) establece un acertado paralelismo entre la aspiración descriptiva de la Pompeya de Mélida y los cuadros de ambientación antigua que por aquellos años pintaban sus contemporáneos españoles en la Academia de Roma.

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cimientos, recurría al sueño, procedimiento habitual en la literatura decimonónica, y convertía la experiencia onírica –en este caso, una pesadilla– en el hilo argumental momentáneo: Escuché desesperados gritos, confusos clamores, ignotas alarmas, angustiosos lamentos (...) un gallardo mancebo y una hermosa doncella corrían, las manos unidas, el terror en los rostros; su desesperación llegaba a ese momento sublime en que se produce el propósito inquebrantable (...) entonces los conocí: eran los amantes; la predicción de Isis se cumplía quizá (...) la atmósfera rojiza descompuso sus facciones, doblegó sus cuerpos; y al llegar al postrer aliento de aquellas dos existencias (...) sus labios se juntaron en un casto beso, y en aquel momento se abrazaron sus almas para no separarse jamás284.

Siguiendo la fórmula empleada en este tipo de narraciones oníricas, Mélida devolvía bruscamente al lector a la realidad tras despertarse del sueño a la mañana siguiente: cuando desperté a la mañana siguiente vinieron a mi memoria los amantes de la tienda inmediata a las thermas, y comprendí cuánto miente la fantasía (...) entonces acabé de entender que los oráculos de Isis eran innoble superchería, porque morir de modo tan patético como los amantes pompeyanos de mi sueño es un heroísmo que vale más que toda una existencia consagrada a las delicias del amor. Finalmente, desde esa noche yo tengo envidia de aquellas víctimas del Vesubio285. En febrero de 1889 Mélida escribió una especie de ensayo-borrador en la misma línea que sus novelas más intimistas. Titulado Filosofías de Encarnación286, se trataba de una historia de amor en la que el autor instaba a una mujer a que se casara y no renunciara al amor. No es sino un reflejo de la premonitoria realidad, pues fue Mélida quien finalmente contrajo matrimonio el día 1 de junio del año 1889. Siete años transcurrieron hasta la próxima publicación literaria de Mélida. En 1894 vio la luz la novela Salomón, rey de Israel, posiblemente la obra cumbre de su producción novelesca. Contiene en su prólogo Al lector una reflexión de Mélida de alto contenido historiográfico, en la que hacía cierta apología del género de la novela histórica, incidiendo en lo que él consideraba una transformación radical, consecuencia lógica de las transformaciones operadas en la Historia y en la novela (...) La Historia, que antes se redactaba como documento literario y político, con arreglo a las referencias de los autores antiguos, ha sido renovada por la Arqueología, que nos ha puesto en comunicación directa con el mundo antiguo. La novela, apartándose de las poéticas ficciones creadas por el pseudo-romanticismo, pide hoy la imitación fiel de la realidad de la vida, y el novelista se preocupa por las circunstancias en que se desarrollan las pasiones en los hombres contemporáneos, del medio en que se vive y del ambiente moral que se respira. En una palabra: la Historia y la novela buscan la verdad exacta287. Sus palabras evidencian una vez más su confianza en que la novela histórica encontrara amparo en la Arqueología y se complementara con ella, con la firme intención de hacer de este género literario otra vía más de buscar la reconstrucción del pasado: Galvanizar esos restos humanos, hacerlos hablar, pensar y sentir, hacerlos vivir aquella vida de su tiempo, bajo sus creencias y sus leyes, con sus costumbres y sus modales, en la lucha constante de sus preocupaciones y de sus pasiones, hacerles respirar el ambiente moral de su tiempo, y agitarse en el interior de sus moradas, en los templos de sus dioses, en las calles y lugares públicos de sus ciudades: he aquí la gran misión de la novela histórica de hoy. Con este criterio se ha escrito la presente obra288. Pero la intención didáctica de Mélida iba acompañada por una vertiente recreativa, literaria, que convertía su novela en algo más que un camino hacia la culturización del lector. Sintió una vocación educadora y una necesidad de despertar en el público literario el ansia de conocimiento que Mélida consideraba fundamental para culturizar a las masas en su gusto por el pasado histórico. Mostraba así la herencia que le legó su contacto con los hombres de la Institución Libre de Enseñanza: una conciencia integradora que hiciera partícipe a todos. 2840 2850 2860

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MÉLIDA ALINARI (1887a: 281-282). MÉLIDA ALINARI (1887a: 282-283). Forma parte del expediente de José Ramón Mélida en el Museo Arqueológico Nacional, obtenido de la documentación personal de Mélida comprada el 18 de septiembre de 1987 a Mariano García Díaz. MÉLIDA ALINARI (1894a: I y II). MÉLIDA ALINARI (1894a: II y III).

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En su obsesión por ser un fiel narrador de la Historia, Mélida proyectó su rigidez de documentado historiador en una novela como ésta, en la que afirmaba que si en toda novela cuya acción se desarrolla en una época apartada se exige fidelidad histórica, con más razón debe exigirse en las novelas tomadas del Texto Bíblico, pues en ellas debe resplandecer una moral en un todo ajustada a la interpretación más ortodoxa y autorizada de la Sagrada Escritura. Traslucen sus palabras, una vez más, la actitud de un correcto católico que aspiraba a un relato histórico, anteponiendo a todo el incontestable valor de la Sagrada Escritura. El reino de Israel, bajo el cetro de Salomón, centró la trama de la novela y se erigió en el cuadro histórico geográfico elegido por Mélida para recrear su glorioso pasado a través del Libro de los Reyes y de las Crónicas. Se refirió el autor a Salomón como aquel hombre extraordinario y superior (...) adorado por su pueblo; monarca bienhechor, magnánimo y poderoso; juez intachable, modelo de virtud y poeta de sublime inspiración; piadoso constructor del suntuoso templo a Jehová; después poderoso Creso desvanecido por su afición al lujo y a la opulencia, para acabar sentenciando que toda la lección moral, en fin, que se encierra en aquella memorable frase suya: Vanidad de vanidades y todo es vanidad, hemos procurado presentarla aquí animada con los vivos colores de la realidad histórica289. A pesar del rigor documental que buscaba el autor, Mélida no dudó en recurrir a la concesión literaria para favorecer la trama novelesca, y como él mismo reconocía hemos introducido algún personaje de pura invención, sin oponer contradicción alguna al Sagrado Texto290. Por primera vez en toda su producción literaria, Mélida dio cuenta de la bibliografía manejada para confeccionar su novela, en el prólogo de Salomón, rey de Israel. Una obra de M. Vigouroux291 (cura de San Sulpicio de París), titulada La Bible et les découvertes modernes en Palestine, en Egypte et en Assirie (París, 1879, 4 volúmenes), se convirtió en la obra–guía de la que se sirvió Mélida en esta novela, en la que no solamente se hace una concluyente refutación á los ataques dirigidos contra los Libros Santos por el racionalismo alemán, sino que se demuestra cómo los descubrimientos arqueológicos en la Palestina, en Egipto y en Asiria han venido a ser fehacientes testimonios de la veracidad de aquellos Libros292. Y es que Mélida de ninguna manera ponía en entredicho la doctrina católica, defendida a ultranza por Vigoroux frente al racionalismo de la época. Se apoyó y documentó en muchos colegas suyos franceses, reconociendo que Hemos tejido la novela valiéndonos de las noticias arqueológicas que nos han suministrado, además de la obra de Vigouroux293, los interesantes y más recientes trabajos de Perrot y Chipiez, Babelon294, Pierret, Lenormant295 y otros sabios no menos eminentes que sería prolijo citar. No citaba las obras consultadas, si bien puede intuirse que se estaba refiriendo, entre otras, a L’Histoire de l’art dans l’antiquité redactada por Perrot y Chipiez y cuyo primer volumen fue publicado en 1882; Manuel d’histoire ancienne de l’Orient, publicado por Lenormant296 en 1869, Lettres assyriologiques (1871-1879), Ettudes Accadiennes (1874-1879), Le déluge et l’épopée babylonienne (1873), Les premières civilisations (1874), Etudes cunéiformes (1878-1880), y sobre todo Les origines de l’histoire d’après la Bible (1880-1884), por el mismo autor. Un hecho demostrativo de la propensión de Mélida a leer a sus colegas galos. Es muy probable que en estos años de su vida Mélida dominara la lengua francesa e inglesa, si bien la alemana no da muestras de que estuviera a su alcan2890 2900 2910

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MÉLIDA ALINARI, J. R. (1894a: IV). MÉLIDA ALINARI (1894a: IV). Este eclesiástico francés llegó a desempeñar en Roma el cargo de primer secretario de la Comisión Bíblica y dirigió el magno Dictionaire de la Bible (París, 1891-1912), convirtiéndose en una autoridad en materia de exégesis bíblica. Puso la ciencia al servicio del dogma católico, defendiendo la interpretación ortodoxa de aquellos pasajes de las Sagradas Escrituras atacados por la crítica racionalista moderna. Vid. ESPASA CALPE, tomo 68, 1929, 1158-1159. MÉLIDA ALINARI (1894a: V). Mélida debió de tener muy en cuenta otros trabajos publicados por Vigouroux, como una recensión titulada La Bible et la Critique. Réponse aux “Souvenirs d’enfance et de jeunesse, de M. Renan” (París, 1883) o Le Nouveau Testament et les découvertes archéologiques modernes (París, 1889). Ernest Babelon continuó el manual de Histoire ancienne de l’Orient a la muerte de Lenormant en 1883. Esta obra, a buen seguro, formó parte de la cantera bibliográfica consultada por Mélida para documentar los capítulos de su novela. Más información de Ernst Babelon en VV. AA. (1996b: tomo I, 113). Su hijo Charles Lenormant (1802-1859) llegó a participar en una de las expediciones de Napoléon a Egipto en 1828 y será recordado por fundar en 1844 la Revue Archéologique. Para más información vid. VV. AA. (1996b: tomo II, 672).

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ce. También mostró aptitudes para aprender otros idiomas, como reconoce un oficio297 fechado en 16 de enero de 1888. Certificaba que Mélida ha obtenido la nota de aprobado en los exámenes de enseñanza libre, correspondientes al idioma italiano, verificados en la Escuela. La institución mencionada era la Escuela Nacional de Música y Declamación. Puede considerarse un aspecto llamativo de su estilo de redacción el hecho de que Mélida utilizara a menudo el plural mayestático, recurso que puede considerarse más como un acto de falso pudor que como un gesto de modestia. A propósito de las notas a pie de página, insistía en el empleo de esta fórmula al afirmar: hemos creído conveniente no poner más notas que las indispensables a la comprobación bíblica y arqueológica del cuadro que hemos trazado; es decir, que hemos anotado solamente los puntos que pudieran parecer dudosos o inexactos298. Lo hizo Mélida, según él, para no incurrir en un alarde de erudición que podría resultar enojoso al lector. Antes de adentrarse en el desarrollo de la novela, se curaba en salud y advertía de que Quien desconozca tales materias esté seguro de que nada hemos inventado ni fantaseado, y que en aquellos puntos en que la falta de noticias nos ha obligado a suponer hemos procurado seguir las hipótesis admitidas290. Procuró de nuevo resaltar el esfuerzo realizado en esta novela para escribir en línea con hechos históricos contrastados y apoyados en una documentación veraz: nuestro trabajo se ha reducido a hacer una novela sobre los datos bíblicos y con los elementos que suministran la arqueología egipcia y la oriental300. También en 1894 publicó Mélida la novela Don Juan decadente301 a un precio de 2,5 pesetas. Seis capítulos conformaban esta tragicomedia en la que Mélida narra los devaneos amorosos y posterior decadencia de la figura literaria de Don Juan. Siete veces feliz302 fue la obra que cerró la producción novelesca de Mélida, en 1901. En la misma línea que la anterior, resulta intrascendente desde el punto de vista histórico–arqueológico. A modo de balance, puede afirmarse que la faceta novelista de José Ramón Mélida enriqueció su formación literaria y mejoró sus aptitudes prosaicas. Además, le sirvió para estrechar lazos con el negocio editorial. De hecho, se conserva una voluminosa documentación sobre los contactos que mantuvo con familias de editores tan ilustres como Espasa Hermanos303. En cuanto a la calidad novelista del joven Mélida cabe señalar que se embarcó en esta faceta como actividad paralela a su formación funcionarial. Todos los indicios apuntan a que no era por motivos lucrativos ya que las cantidades de las que se habla en las transacciones, no eran propias de una persona que tuviera en estos cobros su principal fuente de ingresos. Además, apenas tuvo consideración como novelista por la crítica literaria. Su obra debió de ir dirigida a un público burgués con inquietudes culturales ya que sus novelas apenas tienen connotaciones ni reivindicaciones de tipo social. No se le cita en manuales actuales y ni siquiera los novelistas de entonces hablan de él como una figura literaria a tener en cuenta. Por lo tanto, puede considerarse su obra como un simple complemento o pasatiempo a su dedicación humanista. No existen datos acerca de las ventas de sus novelas pero cabe suponer que serían discretas. Los precios de sus novelas oscilaban entre 2 y 3 pesetas cuando su sueldo rondaba las 2.000 pesetas anuales y la edición de su novela llevaba unos gastos de edición e impresión que superaban las 2.000 pesetas. Sobre la herencia novelista de los Mélida cabe emparentar esta faceta suya con la vocación creativa de la rama florentina de la familia, que tuvo continuidad en su hijo José, médico de profesión, y en su sobrina Julia. Si bien ninguno de ellos se dedicó profesionalmente. Resulta necesario llevar a cabo una síntesis en la que sean analizadas las aportaciones mutuas entre José Ramón Mélida y la novela española del XIX. Este género representaba en él una primera 2970

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Pertenece a los fondos del Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura de EC-Ca 19 y la signatura topográfica de 31-49. En MÉLIDA ALINARI (1894a: VI). MÉLIDA ALINARI (1894a: VI-VII). MÉLIDA ALINARI (1894a:VII). MÉLIDA ALINARI (1894b). MÉLIDA ALINARI (1901a). Expediente personal de J. R. Mélida, Archivo del Museo Arqueológico Nacional.

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fase editorial, ligada al ámbito literario y a su faceta creativa. Simboliza el cambio experimentado en su talante, desde sus comienzos literarios hasta su posterior desempeño de labores científicas, como tránsito hacia la mentalidad positivista. El contexto literario en el que Mélida publicó sus novelas, último cuarto del XIX, vino marcado desde antes por la reacción contra el idealismo romántico precedente y el desarrollo de las ciencias experimentales. En este contexto, la literatura se hizo eco de las doctrinas filosóficas, políticas y científicas que dominaban el panorama social europeo, dando como resultado una actitud del novelista acorde con la situación. La novela francesa - representada, entre otros, por Flaubert y Balzac - influyó considerablemente en la factura de la obra literaria de Mélida. Se trataba de una novela de corte realista que concedía importancia a la labor de documentación y que era deudora de una orientación científico-experimental. Enlazaba este tipo de novela realista con la novela histórica y con el estilo de novela costumbrista que se percibe en la producción literaria de Mélida. A mediados de siglo, la novela costumbrista se venía cultivando en periódicos como El Álbum Pintoresco, La Iberia, El Museo Universal, La América, El Imparcial, La Ilustración Universal, El Globo, etc. Algunas de estas publicaciones intentaron emular y continuar las ediciones existentes en la etapa romántica y Mélida llegó a publicar en estos diarios a modo de iniciación en la novela. La otra gran línea del XIX fue la novela realista española, que se desarrolló con un gran retraso, a partir de 1868, y que entró en crisis casi a la par que la europea desde 1890. Todas las novelas de Mélida se enmarcan en este estilo realista-costumbrista aunque con ciertas dosis de lirismo y subjetivismo, más propios de la precedente etapa posromántica. En definitiva, la aportación de la etapa novelesca de Mélida no hay que buscarla en su calidad literaria y en el reconocimiento de sus contemporáneos sino más bien en lo que supuso para su etapa de formación. Perfeccionó su redacción y aprendió a documentarse recurriendo a archivos, bibliotecas, museos y testimonios. Asimismo, se instruyó en el manejo de tecnicismos y vocabulario específico que le sería de gran utilidad en la posteridad.

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Fig. 14.- Portada de El Sortilegio de Karnak.

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EL ARQUEÓLOGO DE GABINETE (1884-1901)

J EFE DE SECCIÓN EN EL M USEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL. CONSERVADOR Y FUNCIONARIO Fue 1884 un año repleto de progresos en la carrera arqueológica de Mélida –que tenía entonces 28 años– tanto a nivel nacional como internacional, si bien habría de verse empañado con la desgracia familiar acontecida el 3 de febrero con la muerte de su sobrino Blas. En el ámbito nacional, dos hechos decisivos apuntalaron su ascenso profesional. Por una parte, fue designado jefe de la sección primera del Museo Arqueológico Nacional, en venturosa camaradería con Fernando Díez de Tejada y con Francisco Álvarez-Ossorio304; y por otra, una Real Orden305 del 13 de octubre de 1884, le nombró ayudante de segundo grado del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, con un sueldo anual de dos mil pesetas. Sin duda, dos cargos ya de cierto renombre, con los que consiguió ver reconocida su labor y el prestigio necesario para hacer valer sus aptitudes histórico-arqueológicas. En cuanto a la remuneración económica, se trataba de una modesta suma. Este hecho despertó las quejas de los facultativos conservadores, que se veían además desprotegidos corporativamente306. Una de las tareas que forjó la faceta de conservador de Mélida fue la participación en comisiones que tenían como fin la gestión museológica. El 9 de julio de 1884, Mélida fue comisionado por Real Orden307, en unión de Juan de Dios de Rada y Delgado y Ángel de Gorostizaga, para hacerse cargo de los objetos que constituían el Museo Ultramarino. Tenían como fin repartir las piezas que juzgasen adecuadas entre establecimientos dependientes del Ministerio de Fomento, entonces dirigido por Alejandro Pidal Mon. El caso es que el 28 de agosto de 1884, Rada y Delgado escribió una carta al Ministerio de Fomento anunciando: terminados los trabajos de la comisión que se dignó conferirme este Ministerio (...) tengo el honor de pasar a manos de V. E. copia de los inventarios de objetos que se han repartido a las facultades de Ciencias, y de Farmacia, Museo Arqueológico Nacional, Escuela de Ingenieros de Caminos, de Minas y de Montes, Instituto Agrícola de Alfonso XII, Comisión del Mapa Geológico, Museo Naval, Museo de Administración Militar (...) han recibido ya todos los objetos que les han correspondido (...) celo e inteligencia con que los señores Gorostizaga y Mélida han cooperado en ellos (...) comisión en que se creían invertir no pocos meses, haya terminado su cometido en poco más de un mes308. Así, ingresaron en el Museo Arqueológico Nacional una colección etnográfica y numerosos objetos de las Antillas y Fili3040 3050

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CASTAÑEDA (1934: 6). Documento obtenido de los fondos del Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura ECCa 6535 y la signatura topográfica 31-49. Publicado, además, en La Gaceta de Madrid del 19 de marzo de 1885. BOLAÑOS (1997: 242). Varios documentos manuscritos conservados en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/06960, hacen referencia a la elección de una comisión por parte del ministro de Fomento. La misiva se conserva en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/06960.

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pinas309. En esta labor a trío que les fue encomendada, Mélida era el más novel del grupo. Rada310 había permanecido a su lado en sus años de formación. Gorostizaga311 había estudiado en la Escuela Superior de Diplomática y en 1867 había ingresado en el Cuerpo de Archiveros312, siendo destinado primero a la Biblioteca Nacional y después al Museo Arqueológico Nacional, en el que prestaría servicio hasta su jubilación en tres de las cuatro secciones. Contaban Gorostizaga y Rada con más experiencia museística que su colega Mélida, quien debió de adquirir conocimientos de catalogación y gestión museológica al lado de sus experimentados compañeros. Todavía tendría la ocasión de encontrarse con Gorostizaga tres años más tarde, en agosto de 1887, cuando la Dirección General de Instrucción Pública les encargó la tarea de estudiar los objetos expuestos en un certamen filipino. Ocupaba el puesto de director del Museo Arqueológico Nacional Francisco Bermúdez de Sotomayor313 cuando Mélida se hizo cargo de la sección primera, dedicada a Prehistoria y Edad Antigua. Desde su puesto de jefe contribuyó a que el reducido local que ocupaba la sección en la planta baja del pequeño palacio del Casino de la Reina314 junto a la Ronda de Embajadores fuese ampliado con un pabellón, lo que permitió establecer una exposición ordenada de las colecciones. Hasta tal punto fue acertado el criterio museológico aplicado por Mélida, fruto posiblemente de su provechosa visita a los museos parisinos en 1883, que la ordenación cronológica y metodológica propuesta por él para esta sección, sería respetada diez años después, cuando el Museo fue trasladado a su ubicación definitiva y actual. Se ocupó, en unión de sus compañeros, de inventariar y clasificar los 3.092 objetos que comprendía la sección y que fueron debidamente expuestos en un catálogo. Las piezas referidas pertenecieron a distintas colecciones cedidas por ilustres familias españolas. Entre ellas, la colección donada por Miró, 267 piezas; colección Asensi, 463; colección Abargues315, 17; colección Rodríguez, 194; y colección procedente de las excavaciones practicadas en Osuna en 1876, 110 piezas316. La labor recopilatoria de piezas emprendida por Mélida al frente de la sección de Prehistoria y Edad Antigua facilitó la adquisición de piezas halladas en provincias. Gracias a una documentación adquirida por el Museo Arqueológico Nacional317, tenemos noticia de una figurita con forma de cabeza, cedida por su amigo Celestino Brañanova, natural de Oviedo, en 1884. La pieza en cuestión, definida en su momento como fenicia, había sido localizada en una aldea próxima a la localidad asturiana de Cangas de Tineo por el militar José Colubi en 1878. Otro de los motivos que convirtieron 1884 en un año clave en el ascenso profesional de Mélida fue la publicación de Sobre las esculturas de barro cocido, griegas, etruscas y romanas del Museo Arqueológico Nacional318, que el autor dedicó a la biblioteca del Museo. La citada obra pretendía completar la serie de cerámicas artísticas antiguas que contenía el Museo Arqueológico Nacional, y que Mélida ya inició en 1882319. Afirmaba que el Museo poseía 4.100 esculturas de barro, de las cuales el 80 por ciento procedían de un hallazgo efectuado en Calvi (Cales romana) en la Campania italiana. Y no dudó en asig3090 3100

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MÉLIDA ALINARI (1884e). Véase los primeros capítulos de este trabajo, sobre la formación de Mélida en la Escuela Superior de Diplomática y en el Museo Arqueológico Nacional al lado de Rada. Publicó una Descripción del Museo Arqueológico Nacional, Cuatro palabras sobre la Arqueología e Instrucciones para la formación de los catálogos de los Museos Arqueológicos, en su faceta de arqueólogo, aunque nunca llegó a excavar, y funcionario de Museos. En 1881 había sido comisionado para la Exposición Americanista que tuvo lugar en el Ministerio de Ultramar. Gorostizaga llegó a figurar en el consejo de administración del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en 1894, cuando se aprobaron los estatutos y el reglamento, que fueron publicados en 1896. Figuraron también en el consejo: Vicente Vignau, Gabriel Alarcón, José Ortega y García y Andrés Tovar. PAPÍ RODES (2004b: 393). Sobre la fundación de esta primera sede, véase PAPÍ RODES (2004b: 390-391). Aunque la cita no aporta más información, es de suponer que se refiere a Juan Víctor Abargues de Sostén, el distinguido viajero español que recorrió África oriental al tiempo que auxiliaba al geógrafo alemán Stecker y a los dos hermanos italianos Naretty. A finales de 1882 regresó de su viaje después de casi dos años conociendo de cerca países como Egipto, Etiopía o Sudán. Sobre las esculturas zoomorfas de Osuna, véase CHAPA BRUNET (1985: 110-112). Lote adquirido por el Museo Arqueológico Nacional en mayo del 2001, con el expediente 2001/101. MÉLIDA ALINARI (1884c). MÉLIDA ALINARI (1882a). Tanto la obra de 1882 como la de 1884, merecieron el halago del alemán Emil Hübner.

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nar a los griegos toda la originalidad en este tipo de alfarería, así como en los vasos pintados, de los que tomaron sus modelos tanto etruscos como romanos. Desde que el catálogo entró en el circuito editorial, Mélida tomó conciencia de lo esencial que era su divulgación y distribución por instituciones y organismos públicos. Buena muestra de este hecho es un borrador en el que se dirigió al Excelentísimo Señor Víctor Balaguer320, Ministro de Ultramar, exponiéndole que siendo autor y editor de dos folletos científicos titulados Sobre los vasos griegos, etruscos e italogriegos y sobre las esculturas de barro cocido griegas, etruscas y romanas del Museo Arqueológico Nacional, que vienen a ser complemento una de otro (...) desea que por ese ministerio del digno cargo de usted se le adquieran ejemplares de dichos folletos con destino a las bibliotecas públicas de Ultramar321. No se conformaba Mélida con que su “clientela literaria” quedara reducida al público iniciado. Aspiraba a que todos leyeran sus publicaciones, y quién mejor que los ciudadanos españoles de las colonias de ultramar para engrosar la lista de lectores potenciales. La segunda parte de la obra abordaba la clasificación de las esculturas atendiendo a su civilización de procedencia. Primero hizo referencia a las esculturas griegas, aportadas en su totalidad por el difunto diplomático señor Asensi y el viaje científico realizado a Oriente por Rada y Delgado, quien ocupaba entonces el cargo de jefe de la sección primera del Museo Arqueológico Nacional, en la fragata Arapiles322. Muchas fueron recogidas de la necrópolis de Cirene, ciudad en la zona este de la actual Libia fundada por los dorios en el siglo VII antes de Cristo, y entre ellas abundaban las imágenes de Cibeles y Atalanta. El segundo grupo comprendía las esculturas etruscas, de las que el Museo Arqueológico Nacional tan sólo poseía una muestra. Se trataba de una urna cineraria de barro de planta rectangular con la tapa decorada por una estatua yacente de mujer (nº 2676 del catálogo). El profesor Julius Martha323 la clasificó dentro del arte etrusco-helenizado. Esculturas italo-griegas y romanas conformaban el tercer grupo. De entre ellas cabe destacar las figuras y fragmentos que Rada y Delgado trajo de las catacumbas cristianas de Siracusa tras su viaje a bordo de la fragata Arapiles. De Calvi (Campania italiana) procedían nada menos que 500 de estas esculturas de ejecución descuidada, lo que demostraba que estos objetos eran productos de pacotilla324. La colección italo-griega la completaban cabecitas de humanos, que Rada calificó de exvotos paganos. El cuarto grupo estaba compuesto por esculturas ibérico-romanas, que Mélida consideraba escasas por tratarse de un país cuyo suelo poseía un alto número de ellas. A modo de balance, no dudó Mélida en alabar la escrupulosidad con que habían sido indicadas las procedencias de las esculturas en el catálogo, así como la apreciable colección que poseía el Museo. Y todo ello, decía, a pesar de que España vive muy alejada del gran comercio de antigüedades325. Su grado de implicación con el Museo y con el patrimonio museístico nacional le llevaron a denunciar el estado de necesidad en el que vivía el Arqueológico Nacional y la urgencia de acometer reformas en sus instalaciones: Los pabellones que constituyen el Museo Arqueológico Nacional están en mal estado, y necesitan frecuentes reparaciones (...) después de haber deliberado conmigo mismo, tracé in mente un proyecto que no quiero dejar en el olvido, y por eso lo saco a luz y lo estampo con letras de molde sin más objeto que el de proporcionar grata distracción a algún lector amante de la Arqueología y de la Historia del Arte (...) la base del proyecto es concluir de 3200

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Ocupó la cartera de Ultramar entre el 10 de octubre de 1886 y el 14 de junio de 1888. Le sustituyó en el cargo Trinitario Ruiz Capdepón. Borrador encontrado entre la documentación personal de Mélida, comprada el 18 de septiembre de 1987 a Mariano García Díaz y conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional. Aunque no aparece fecha, se deduce que es 1886 el año en que fue escrita, dado que Víctor Balaguer ocupó ese año la cartera ministerial de Ultramar. PAPÍ RODES (2004a: 257), BOLAÑOS (1997: 229-230), PAPÍ RODES (2004b: 396) y CHINCHILLA (1993a). Además, puede consultarse la signatura 31/06718 del Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares sobre la expedición de la fragata Arapiles. Joseph Julius Martha (1853-1932) se había doctorado dos años antes (en 1882) en Letras pero pronto dedicó sus estudios a aspectos de la arqueología clásica. Para más datos biográficos, véase VV. AA. (1996b: tomo II, 729). MÉLIDA ALINARI (1884c: 35). MÉLIDA ALINARI (1884c: 42).

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una vez y en breve plazo el palacio de Biblioteca y Museos Nacionales, con arreglo a los planos del arquitecto Álvaro Rosell326. Mélida mostró sus conocimientos de conservador con las propuestas expositivas, en las que tenía en cuenta criterios de iluminación, distribución de espacios, colocación de vitrinas y prioridades de piezas: las cuatro galerías recibirán luz por grandes ventanas corridas, abiertas a tres metros del suelo, con el fin de que por bajo corran las estanterías donde deberán exponerse los objetos pequeños, ocupando el centro los que por sus dimensiones o su índole no necesiten resguardarse con cristales327. Sus propuestas se revelaban como un ambicioso proyecto en el que barajó la opción de incorporar la colección de tapices y la Real Armería, sin local entonces, al espacio ocupado por el Ministerio de Fomento, en el palacio de Recoletos. El Museo podría llamarse, a propuesta de Mélida, Museo Alfonso XII. Pero sus deseos contrastaban con la realidad, como reconoció él mismo resignado: …todo esto son ilusiones, y Dios sabe hasta cuándo lo seguirán siendo328. En todas estas reflexiones y propuestas de naturaleza arquitectónica debió de haberse producido una transmisión de conocimientos por parte de su hermano Arturo, familiarizado con los espacios del Paseo de Recoletos, donde aún se levanta su monumento a Colón. Desde el punto de vista de las relaciones de Mélida con el resto de Europa, destaca su compromiso adquirido con los arqueólogos alemanes, tras ser nombrado socio correspondiente del Instituto Arqueológico del Imperio Germánico el 21 de abril de 1884329. Emil Hübner había conocido a Mélida en uno de sus frecuentes viajes a Madrid y fue quien le propuso para individuo correspondiente del Instituto Arqueológico de Berlín y de Roma. También fueron correspondientes Fidel Fita, el Marqués de Monsalud, Juan Facundo Riaño, Eduardo Saavedra y Gabriel Llabrés. Cabe reseñar el despliegue extranjero de Mélida en sus relaciones con instituciones foráneas (Apéndice 5) como un hecho poco generalizado en su entorno. Por ejemplo, ni Rada, ni Juan Catalina García, dos de sus referentes, entablaron el contacto de Mélida con instituciones y personalidades del extranjero. En el ámbito nacional, las ambiciones del arqueólogo madrileño se centraron en conseguir una plaza para la Escuela Superior de Diplomática. En el último trimestre de 1884 Mélida afrontó su primera oposición, la convocada el 11 de octubre330 para ocupar la cátedra de Arqueología y Ordenación de Museos de la Escuela Especial (Superior) de Diplomática. No obstante, el empeño puesto por él en la obtención de esta cátedra no fue suficiente para evitar que fuera Juan Catalina García331 el que acabara consiguiéndola. Las circunstancias en las que se produjo la concesión de la cátedra sobre la persona de Juan Catalina levantaron las sospechas de los involucrados en la oposición. El mallorquín Gabriel Llabrés332, amigo personal de Mélida, fue puesto en sobreaviso de lo que consideraba Mélida una “elección amañada” cuando, en una carta fechada el 11 de noviembre de 1884333, el arqueólogo madrileño se expresó en los siguientes términos: Sepa V. que las dos cátedras nuevas, la de Arqueología y la de Historia de la Literatura, se han creado con el propósito deliberado de favorecer á los Señores Catalina y García y Godró respectivamente; y como ninguno de estos señores pertenece al cuerpo, aunque tienen el título de la Escuela, de aquí que el Decreto, hay hecho extensivo, á los que se encuentran en esa circunstancia, la aptitud legal para 3260 3270 3280 3290

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MÉLIDA ALINARI (1884e). MÉLIDA ALINARI (1884e). MÉLIDA ALINARI (1884e). Este dato ha sido recuperado de un borrador en el que se enumeran sus nombramientos en este año. El citado documento informal se halla en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura EC-Ca 19 y la signatura topográfica 31-49. Restablecida por Real Orden de 27 de septiembre de 1884. Sobre Juan Catalina García, natural de Salmerón (Guadalajara), en la Escuela Superior de Diplomática, véase. P EIRÓ Y PASAMAR (1996: 90-91); ALMAGRO GORBEA (1999a: 148-150) y MAIER (2003a: 106-107). También puede consultarse H ERRERA CASADO (1987) y ESPASA CALPE, tomo XXV, 1929, 807. Dos años menor que Mélida, Gabriel Llabrés se tituló en la Escuela Superior de Diplomática poco tiempo después que el madrileño. Representó el mallorquín al grupo de catedráticos de instituto y universidad de la segunda mitad del XIX y principios del XX que consolidaron la construcción de la Geografía y la Historia como disciplina escolar y la de catedrático como una profesión docente. En el plano arqueológico, organizó las excavaciones de la ciudad romana de Pollentia. P EIRÓ MARTÍN, I. (1992), p. 18, el autor se hace eco de las relaciones de poder y el ascenso profesional conseguido por la vía de la recomendación.

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presentarse (...) Ya comprenderá V. que los tribunales han de ser hechura de Pidal334 (protector de dichos candidatos) y de D. Aureliano Fernández Guerra335 (...) por Dios no desista V. de presentarse por esceso (sic) de delicadeza, preséntese V. y así seremos dos a volver loco a Catalina García. Aunque creo que, así nos presentemos V. yo y San Pedro, él se llevará la cátedra por obra y gracia del omnipotente Pidal336. Mélida le alertaba de un supuesto “pucherazo” a su confidente Gabriel Llabrés. A pesar de su condición neocatólica y conservadora (más cercano, por tanto, a la orientación ideológica de Catalina), el mallorquín se solidarizó con la causa de su amigo personal José Ramón Mélida. Con este caso, retrató Mélida un fenómeno tan conocido como habitual entonces y ahora: el clientelismo337. Si el caciquismo era la lacra del medio rural, el clientelismo y la promoción endogámica eran el medio más eficaz, la vía más directa de hacerse con un puesto estatal, pasando por encima de cualquier trámite burocrático, oposición o concurso. Además, la Escuela Superior de Diplomática y la Junta Superior del Cuerpo Facultativo resultaron ser instituciones muy vulnerables a presiones e intereses externos de políticos y personajes cercanos al poder, lo que favorecía este fantasmal y escandaloso sistema de elección de cargos públicos. En el plano político, cabe destacar que la mayoría de los catedráticos de la Escuela, exceptuando a Ángel Allende y Juan Facundo Riaño, que militaron en el partido sagastino, desarrollaron una importante carrera política en las filas del partido presidido por Cánovas. Efectivamente, Mélida no se equivocó en sus predicciones y acabó siendo víctima de las relaciones de poder. Los exámenes de la oposición comenzaron el 13 de marzo de 1885 y terminaron el 15 de abril del mismo año. En la defensa de la cátedra, Mélida ofreció una reflexión teórica sobre el concepto de la Arqueología como disciplina científica, según se desprende de su irónico lamento en una conferencia pronunciada el 3 de junio de ese año en el Ateneo: mucho de lo que contendrán mis sucesivos renglones lo dije con mejor fe científica que buena fortuna haciendo oposición a la cátedra de Arqueología en la Escuela Superior de Diplomática; volví a decirlo con más sosiego en la cátedra del Ateneo338. Pero los esfuerzos de Mélida no pudieron con los premeditados designios del tribunal. Catalina, como estaba previsto, fue la persona agraciada en el fallo definitivo de los resultados, ya que de los siete individuos que formaban el tribunal sólo dos propusieron a Mélida para la plaza. De esta forma, Catalina ingresó en el Cuerpo sin pasar por la Escuela, y el mismo día obtuvo su nombramiento de catedrático de “Arqueología y Ordenación de Museos”. La decepción y la ira de Mélida quedan de manifiesto en un borrador339 en el que dirigiéndose al director general de Instrucción Pública desea se le expida por su dependencia del dicho cargo una certificación en la cual conste que ha actuado en todos los ejercicios de dicha oposición (...) la calificación que mereció del Tribunal, para poderlo acreditar así donde le convenga. Refleja la disconformidad de Mélida con la elección de Catalina y, de algún modo, la exigencia de ver oficialmente contrastados los resultados de la prueba. Su caso representa el ascenso profesional del que se encontraba próximo a los grupos neocatólicos y conservadores. Catalina tenía una activa participación como redactor y director de revistas y periódicos católicos, presidía la Junta Superior de la Juventud Católica y era íntimo amigo del Marqués de Cerralbo, colaborador asiduo de La Ilustración Católica, fundador en 1869 de las juventudes católicas y 3340

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Conviene recordar que Alejandro Pidal había sido nombrado ministro de Fomento el 18 de enero de 1884, y todavía ocupaba el cargo cuando fue convocada y fallada la oposición. De sólida formación en la filosofía tomista, Pidal luchó por la causa católica durante toda su vida, lo que justifica su cercanía y afinidad con Juan Catalina García. Además, Catalina llegó a formar parte del partido de la Unión Católica, de Alejandro Pidal. Había llegado a ser secretario general de Instrucción Pública, por nombramiento de Claudio Moyano. Más tarde alcanzaría el puesto de director general del mismo ramo, lo que le convertía en una figura de peso para elegir los miembros del tribunal. Para más información biográfica, véase ALMAGRO GORBEA, M. (1999a), pp. 142-144. Carta publicada en P EIRÓ MARTÍN, I. Y PASAMAR ALZURIA, G. (1996), pp. 89-90. Vid. P EIRÓ MARTÍN, I. Y PASAMAR ALZURIA, G. (1996), capítulo titulado “El centro de los archiveros: Orígenes y consolidación de la Escuela Superior de Diplomática “, pp. 39-78, en el que el autor analiza el fenómeno de los favores entre clientelas y grupos de poder. MÉLIDA ALINARI (1885b: 520-521). Fechado en 27 de julio de 1885 y guardado entre los fondos del archivo del Museo Arqueológico Nacional. Expediente de Mélida.

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a quien dedicó La Edad de Piedra340, publicada en 1879. Además, habían sido compañeros de estudios universitarios, y ya desde entonces, les unía la causa común tradicionalista. Otro factor que jugó en contra de Mélida fue su afinidad a la Institución Libre de Enseñanza durante estos años, hecho a todas luces incompatible con hombres de peso en la escena social y política como Cerralbo, con quien habría de mantener una estrecha amistad veinte años más tarde. Sin duda, el motivo principal de la concesión de la cátedra a favor de Catalina hay que buscarlo en el momento en que el Ministro de Fomento Alejandro Pidal nombró al Marqués de Cerralbo341 miembro del tribunal de oposición a la cátedra de Arqueología, coincidiendo con la misma convocatoria a la que se presentó Mélida. Era el primer contacto de Cerralbo con la arqueología académica, y en mala hora para los intereses de José Ramón Mélida. A este hecho hay que sumar la aversión de Pidal a la Universidad y su apego con la Escuela y el Cuerpo, añaFig. 15.- José Ramón Mélida. dido a la firma del Real Decreto de 25 de septiembre de 1884, por el cual se ampliaban las enseñanzas de la Escuela de Diplomática, que potenciaba una enseñanza superior separada de la Universidad342. No puede obviarse la dependencia que tenían los aspirantes a puestos de relevancia respecto de ministros y altos cargos. La concesión de favores o la elección de cátedras, como es el caso que nos ocupa, estuvieron sujetas a condicionantes extra-académicos que nada tenían que ver con el nivel demostrado. El caso de Mélida es un ejemplo: cuando en el verano de 1882 solicitó una beca para visitar museos europeos, era José Luis Albareda el Ministro de Fomento, un hombre de la Institución Libre de Enseñanza perteneciente al gabinete Sagasta. Sin embargo, no corrió la misma suerte cuando hubo de enfrentarse a Catalina en la oposición. El Ministerio de Fomento estaba ya en manos de Alejandro Pidal343, un católico como Catalina, que no debió de ver con buenos ojos los vínculos de Mélida con instituciones hostiles al gobierno Cánovas. Se trataba de un gobierno que en plano político y social propuso una cierta involución basada en un programa político conservador y centralista. Procuró la desmovilización de las masas y fomentó el consenso entre notables. El proyecto canovista renunciaba a la nacionalización social, negando la incorporación de la masa social a diferencia de lo que estaba sucediendo entonces en otros países de Europa. En la correspondencia personal de Mélida se percibe cierta amargura y malestar. Autocalificó de triunfo moral en la oposición su derrota frente a Catalina, en carta dirigida a su amigo J. Severini (Cantimpalos, Segovia) el 1 de mayo de 1885. La respuesta del segoviano reiteraba las quejas de Mélida: Es 3400

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El ferviente catolicismo abrazado por Juan Catalina García queda de manifiesto en muchas de las afirmaciones contenidas en este libro: no puede ocultarse a los devotos de la Arqueología la necesidad de remontar a las primeras edades del hombre el espíritu investigador de la ciencia moderna (...) necesario que nosotros miremos de frente y sin nimios cuidados a la ciencia prehistórica para encontrar en ella nuevos argumentos a favor de la verdad (...) este estudio, al servicio de Dios y a las verdades católicas (...) no quiero tocar ahora la cuestión de la antigüedad del hombre, arriesgada como pocas. Más datos biográficos en PASAMAR y P EIRÓ (2002: 59-61). Cfr. P EIRÓ (1992: 18-19). Ostentó el cargo de ministro de Fomento entre el 18 de enero de 1884 y el 27 de noviembre de 1885.

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verdad que la justicia humana anda perezosa y está sujeta a la pasión política y a intereses particulares, cáncer que corroe hasta los sentimientos que deberían ser más nobles y puros de nuestra sociedad (...) indudablemente usted sabía más Arqueología que Catalina344. Severini mostró su desencanto y negativa sorpresa de verle despojado de su ansiada cátedra: lo había oído yo antes del fallo, por referencia a un tal Mathes, y por eso yo casi tenía seguridad que se quedaría usted en la cátedra. El caso es que Juan Catalina García, once años mayor que Mélida, fue el elegido para ocupar la cátedra de Arqueología y Ordenación de Museos de la Escuela Superior de Diplomática. Entre los trabajos inéditos del arqueólogo madrileño cabe enunciar el Programa de la asignatura de Arqueología y Ordenación de Museos, que llegó a presentar en las oposiciones a la expresada cátedra de la Escuela Superior de Diplomática. Pero fue inútil. Con el favor de Alejandro Pidal y de Enrique Aguilera y Gamboa, Marqués de Cerralbo, hacia su oponente, Mélida se vio privado de Fig. 16.- Juan Catalina García. un puesto que le hubiera supuesto adelantar la consagración de su reconocimiento funcionarial. Aún así, se trató de un simple aplazamiento de su diligente ascenso que no mermó la actividad de Mélida en la lectura de conferencias y en la publicación de artículos. Sobre su faceta de conferenciante, conviene advertir que colegas suyos, como Gómez Moreno, declararon años más tarde su escasa calidad de orador. En la noche del día 6 de mayo de 1884, leyó una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre La religión egipcia345. Pero la conferencia admite otra lectura. Era la primera vez que Mélida pronunciaba una conferencia en una institución como el Ateneo de Madrid, símbolo del pensamiento democrático, las doctrinas librecambistas y la filosofía krausista. Este centro, que acababa de inaugurar nueva sede, fomentaba una atmósfera de apertura y encauzaba sus esfuerzos hacia la renovación y la utilización de procedimientos racionales y científicos. Por segunda vez, mostraba su inclinación hacia las instituciones que apostaban por el progreso, la ciencia y la intelectualidad, aunque fuera –como es el caso– desde la alternativa a la enseñanza oficial: ninguno puede sustituir al Ateneo en la tarea de poner en relación el pensamiento y el Arte, la reflexión política y la didáctica erudita, el debate doctrinal y la emoción poética, en un permanente oficio de portavoz de todas las inquietudes intelectuales contemporáneas346, un caldo de cultivo idóneo para sus pretensiones. El Ateneo le ofrecía la posibilidad de discutir, intercambiar y, con las conferencias347, de acercar y divulgar sus reflexiones histórico-arqueológicas al público de Madrid, esencialmente burgués. La línea metodológica de Mélida estaba en perfecta sintonía con la vía de la racionalidad propuesta por el hispanista Alfred Morel Fatio. Aunque la falta de apoyo institucional en España mermó la propuesta renovadora de Morel 3440

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Carta personal de J. Severini (conocido por sus trabajos como dibujante e ilustrador. Véase SÁNCHEZ GARCÍA (2001: 128) a José Ramón Mélida, fechada en 31 de diciembre de 1885. Forma parte de la documentación personal de Mélida (actualmente en el archivo del Museo Arqueológico Nacional) comprada el 18 de septiembre de 1987 a Mariano García Díaz. Un análisis desde el punto de vista egiptológico puede consultarse en el capítulo Egipto y Grecia: sus tempranas pasiones. Viaje al Mediterráneo oriental en 1898. Sobre la visión de mal orador que tenía sobre él Manuel Gómez Moreno, véase GÓMEZ MORENO (1995: 93). VILLACORTA BAÑOS (1985: 5). La primera conferencia del Ateneo data de 1878 y nació como fórmula alternativa a las ya caducas cátedras.

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Fatio, sus aires positivistas penetraron en nuestro país a través de los hispanistas de entonces, que mantenían contacto con el propio Mélida. Otra prueba más de la preocupación de Mélida por hacer llegar sus conocimientos al mayor número de personas está en un borrador, fechado en 10 de febrero de 1886 y enviado a Dolores Garcí, en el que se hacía eco de su faceta más didáctica y divulgativa: en virtud del traslado de la orden para la adquisición de cien ejemplares de mi obra de Religión Egipcia con destino a Bibliotecas Populares, entrego con fecha de hoy los expresados ejemplares en el Ministerio de Fomento348. Poco a poco Mélida iba involucrándose cada vez más en las actividades museológicas del Museo Arqueológico Nacional. El año 1887 comenzó con una mala noticia: el robo de once estatuitas romanas de bronce del Museo Arqueológico Nacional. Consumado el hecho, el entonces jefe de la sección de Protohistoria y Edad Antigua del Museo puso todo su empeño en recuperar las piezas sustraídas. Para ello recurrió a La Ilustración Española y Americana, que desde ese momento colaboró con la publicación de los grabados y las descripciones con el objeto de que la colaboración ciudadana pudiera subsanar el robo. Esta revista ilustrada ya había colaborado en la recuperación del San Antonio de Sevilla y el tapiz de Palacio tiempo atrás. Mélida se hacía cargo de su doble obligación, la divulgativa y la científica: Tuve propósito de haber hecho dos trabajos referentes a los bronces robados del Museo: uno meramente descriptivo y breve para cualquier periódico diario de gran circulación y otro extenso y un poco más científico para La Ilustración. Causas ajenas a mi voluntad y a mis buenos deseos me decidieron a no escribir más que estas líneas. Pero (...) La Ilustración y yo autorizamos, desde luego, para reproducirle, como también a los periódicos extranjeros que quieran insertar una traducción de él349. Pero su faceta de conservador no se circunscribió al Museo Arqueológico Nacional. El día 1 de agosto de 1887, por orden de la Dirección General de Instrucción Pública, José Ramón Mélida fue comisionado para estudiar los objetos expuestos en el certamen filipino350, que se había celebrado en Madrid. La propuesta había partido del director del Museo Arqueológico Nacional, Basilio Sebastián Castellanos de Losada351, cuya dirección en el Museo (1886-1891) coincidió con la estancia de Mélida al frente de la sección de Protohistoria y Edad Antigua. La designación de Mélida, en unión de los señores Gorostizaga y Fernando Díez de Tejada, con quienes ya había compartido tareas en el Museo, tenía por fin interrogar a los individuos de la colonia filipina para obtener noticias referentes a las costumbres de los habitantes de nuestras posesiones en el Océano Pacífico. Se trataba de una labor a caballo entre la Arqueología y la Etnografía, que valoraba la tradición oral como vía de transmisión fundamental para obtener información histórica de primera mano. Respondía al comportamiento científico–positivista adoptado por Mélida, presidido por un trasfondo patriótico352 en el que se consideraba la historia de Filipinas como parte integrante del imperio ultramarino español, al igual que ocurriría con América en la celebración del IV Centenario. Con motivo de su labor en el certamen, fue posteriomente propuesto el 19 de noviembre de 1887 por el Ministro de Fomento Carlos Navarro Rodrigo353 para la Cruz Sencilla de Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, libre de gastos, para presenciar el servicio extraordinario prestado en virtud de la Comisión para estudiar la Exposición de las Islas Filipinas. 3480

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Obtenido de la documentación personal de Mélida comprada el 18 de septiembre de 1987 a Mariano García Díaz y conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional. Cabe reseñar que el libro de registros de entradas de la biblioteca del Museo Arqueológico Nacional, figura la donación del citado libro a esta institución por Esclavitud Crespo el 1 de octubre de 1898. MÉLIDA ALINARI (1887c: 167). La documentación referente a este certamen-exposición puede consultarse en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, dentro de la signatura 31/6725. Vid. BOLAÑOS (1997: 272-275). BALIL (1991: 57-58). Podemos intuir al Mélida más patriótico en una carta fechada en Lisboa el 1 de noviembre de 1887, que le envió su amigo E. Casanova (conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional): ...en su carta noto que está usted conmigo verdaderamente cruel, primeramente me dedica frases muy lisonjeras, que solo sirven para hacerme comprender a todas luces mi insuficiencia para saber sentir y ver el Arte. Luego me llama usted mal patriota porque sólo voy a visitar nuestra Madre común cada tres años. Esto, mi querido amigo, es una judería (...) soy verdadero aragonés, tengo entera la altivez y orgullo de los primitivos iberos, el amor de los saguntinos y numancios, siento en mi ser el calor de sangre de los héroes del año 8 (...) Portugal es muy bonito (...) Acabáronse los tiempos de llegar, ver y vencer (...) esas cosas eran de los romanos, nosotros los españoles necesitamos oler, cocer y después comer (chúpate esta otra) (...). Se adivina una carta anterior en la que Mélida debió de reprochar a Casanova su actitud de “poco español”. Desempeñó el cargo de ministro de Fomento entre el 10 de octubre de 1886 y el 14 de junio de 1888.

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Mélida encaró el final de 1887 con una nueva aspiración: conseguir una de las cinco plazas de oficial de Tercer Grado en la convocatoria anunciada por la gaceta oficial del 26 de diciembre. En una carta dirigida al señor director general de Instrucción Pública el 22 de enero de 1888, Mélida, en su calidad de ayudante del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, se consideraba merecedor de la plaza y suplica se digne darle por presentado al concurso y al efecto remita a la junta consultativa el expediente354. Ignoro cuales fueron los criterios de elección para conceder las cinco plazas, pero parece que no se trataría de una oposición en toda regla sino de un ascenso similar a una promoción interna. Según el artículo 41 del reglamento, la posición de Mélida para merecer la plaza sería muy favorable por cumplir los requisitos del citado reglamento: haber escrito libros y artículos sobre diversos puntos de Arqueología; haber probado inteligencia, asiduidad y celo en el desempeño de su cargo, clasificando y catalogando objetos antiguos en el Museo Arqueológico Nacional; tener adelantados los catálogos e inventarios de la Sección de que es jefe en dicho centro; haber desempeñado comisiones del servicio en Madrid y en el extranjero, de las cuales una la desempeñó en París, a petición suya, gratuitamente y otra en Lisboa; ser autor de varias obras literarias y pertenecer al Instituto Arqueológico de Berlín355. Una carta del director del Museo Arqueológico Nacional, Basilio Sebastián Castellanos de Losada, podría haber servido de apoyo y carta de presentación en la consecución de esta plaza para Mélida: …certifico que Mélida, ayudante de segundo grado del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, con destino al Museo Arqueológico Nacional, es un empleado entendido, provechoso y asistente (...) ha hecho importantes trabajos de clasificación, descripción y procedencia de los objetos antiguos de la sección primera (...) para exponerlas al público en sus salas respectivas (...) notables conocimientos arqueológicos y artísticos (...) gusto y buen criterio (...) preferencia por el estudio y conocimiento del arte egipcio, ha clasificado los monumentos que poseemos de él 356.

Debió de existir cierta complicidad entre Mélida y Castellanos de Losada, tal y como se desprende de las palabras de éste. Intercedió por él para que pudiera beneficiarse de una de las cinco plazas aprovechando su puesto de director del Museo Arqueológico Nacional y su privilegiada posición entre el funcionariado. Castellanos representaba la institucionalización de la erudición histórico–arqueológica y su intento de ligar la Arqueología a las instituciones docentes mediado el siglo XIX357, desde sus intentos por promover el progreso de las ciencias arqueológicas en España. Así lo reconocería el propio Mélida en 1895 cuando dijo de Castellanos que fue el primero que se ocupó en España de difundir los conocimientos arqueológicos358. La relación entre ambos fue de mutua admiración y no tardó Castellanos en adivinar un futuro prometedor en la carrera de Mélida, como así sería. Desde su creación en 1858, el Cuerpo cumplió una función aglutinadora que proporcionó cohesión al grupo de profesionales y eruditos de toda la Nación. Sin embargo, surgieron en su seno discrepancias en torno a la organización del mismo, sobre todo en lo referente al “desagravio” del que eran víctimas los residentes en provincias. Una carta enviada por el tarraconense Buenaventura Hernández Sanahuja el 28 de febrero de 1889 expuso el problema en los siguientes términos: Yo he sabido algo de usted incidentalmente por alguno de los amigos del Cuerpo que han visitado este museo durante este verano pasado, con motivo de su viaje a Barcelona a ver la Exposición Universal, y yo hubiese celebrado 3540

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Carta custodiada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura EC-Ca 19 y la signatura topográfica 31-49. Borrador de la carta que supuestamente enviaría Mélida. Pertenece al expediente de Mélida, en el archivo del Museo Arqueológico Nacional. Oficio manuscrito que se conserva en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura ECCa 19 y la signatura topográfica 31-49. Sobre la fundación de instituciones en esta época, véase RIVIÈRE GÓMEZ (1991: 138) y PASAMAR y PEIRÓ (1991: 73). También incluye datos biográficos interesantes el artículo de LAVÍN BERDONCES (1997). MÉLIDA ALINARI (1895a: 95). Además, MÉLIDA ALINARI (1885b: 61-62), dedica unas palabras a reconocer la aportación de Castellanos a la arqueología decimonónica.

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que usted hubiera sido uno de ellos, y hubiese visto en mi museo cosas nuevas y de mucho mérito. Lamentable es para los que estamos sentenciados a vivir en provincias ignorar mucho de lo que ocurre en Madrid, sobre todo los individuos del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios que nos hallamos sin noticias ni comunicaciones al igual que nos encontráramos en Filipinas, abandonados a nosotros mismos. En prueba de ello y de que ésto es verdad diré a usted que yo, oficial del Cuerpo, aún no sé el nombre del jefe del Cuerpo ni cómo se llama el secretario que ha venido a sustituir al amigo Señor Vignau (...) Se dirá que la Gaceta lo publica oportunamente, pero ha de saber usted que en ésta y en muchas capitales no hay otras gacetas que en el Gobierno Civil y en el Instituto de segunda enseñanza, y aun cuando no es difícil poder enterarse de su contenido es el caso que no ha de ir todos los días a leerla, y precisamente el día que no irá usted será el que salga la disposición que le interesa. Mucha, muchísima falta nos hace a los provincianos del Cuerpo la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos que antes se publicaba359, la cual nos enteraba de lo que en el Cuerpo sucedía360.

Mélida complementó su labor funcionarial con una labor de difusión que le convertía en un divulgador excepcional. Desde el momento en el que las distintas publicaciones le brindaron la oportunidad de dar a conocer eventos de tipo cultural, no dudó en hacerlo y aprovechó para exponer sus conceptos sobre museología. Un buen ejemplo son los artículos que publicó en La Ilustración Española y Americana sobre las artes retrospectivas de la Exposición Universal de Barcelona, celebrada en 1888361 y para la que había reservada una sala. Reconocía que estas exposiciones de antigüedades no revisten la importancia de las de antigüedades americanas o prehistóricas, celebradas con ocasión de los congresos científicos362. No obstante, puso de relieve dos hechos en esta exposición: la afición que había a la Arqueología en Cataluña y la actitud participativa del clero con la cesión de un alto número de joyas artísticas, a pesar de la contraria disposición del obispo de Tarragona. Justificaba, además, al gran ausente de la Exposición, el Museo Arqueológico Nacional, alegando riesgos en el traslado de las piezas: no pudiéndose orillar de un modo satisfactorio las formalidades que exigía el envío de las valiosas piezas escogidas al efecto363. Se trataba, evidentemente, de una disculpa más forzada que sincera dada su pertenencia a la institución. Se detecta en su afirmación un cierto tono de reproche por la ausencia del Museo Arqueológico Nacional, al que Mélida debió de considerar como asistente ineludible de primera categoría en este tipo de eventos. Este hecho contrasta con la participación del Museo en la exposición de Lisboa, para la que fue comisionado el propio Mélida en 1882, escondiendo quizás una intencionalidad que trascendía el ámbito cultural364. Siete salas formaban la sección arqueológica de la exposición, debidas al buen gusto y sabia dirección del Conde de Valencia de Don Juan, Paulino Savirón, Sampere y Miquel, Miquel y Badía, los Bofarull, Soler y Rovirosa, los señores Pirozzini, Bosch, etc. Mélida hizo hincapié en la abundancia de antigüedades medievales y modernas, en detrimento de prehistóricas y antiguas, que todavía despertaban cierto recelo, entre los sectores más inmovilistas del clero. De las secciones de escultura, pintura y manuscritos con miniaturas, sólo dos bustos de época romana (que representaban a los nietos de Augusto, Lucio y Cayo César) conformaban el grupo de piezas anteriores a lo medieval. Los tapices, los bordados, los tejidos y las blondas mere3590

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Efectivamente, hasta el año 1896 no reaparecería la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos al iniciarse la tercera época de publicación de esta revista. La segunda etapa en la trayectoria de esta Revista había comenzado el 20 de diciembre de 1882, gracias a las gestiones realizadas por Vicente Vignau. Pero esta segunda época fue efímera. Sólo se publicaron 12 números, entre 31 de enero de 1883 y el 31 de diciembre del mismo año. La carta forma parte del expediente de Mélida en el archivo del Museo Arqueológico Nacional. Aunque el año de la carta no aparece implícito, sí dice que la misiva fue escrita el 28 de febrero y mandada el 3 de marzo. Se deduce que se trata de 1889 ya que da como referencia la celebración de la Exposición Universal de Barcelona. Ésta había sido inaugurada por la reina María Cristina el 20 de mayo de 1888 y se prolongó hasta el 8 de diciembre del mismo año. Supuso un auténtico estallido del modernismo en la esfera artística. En la presente carta Hernández-Sanahuja pidió ayuda a Mélida para que intercediera por él en un espinoso tema económico en el que se hallaba envuelto el tarraconense, que salía además de una delicada enfermedad. Vid. VV. AA. (1988b). MÉLIDA ALINARI (1888b: 299). MÉLIDA ALINARI (1888b: 299). Vid. supra página 40 y ss.

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cieron un amplio análisis por parte del autor en otro artículo365 dedicado a la exposición. La cerámica expuesta ofrecía, en general, escaso interés. Sin embargo, cabe destacar que los vasos más antiguos que se veían en la instalación especial se debían a la Sociedad Arqueológica Luliana de Palma de Mallorca366, creada en 1880 y cuyo boletín apareció cinco años más tarde. Se trataba de dos vasos de barro negro, encontrados en los talayots, que a juicio de Mélida guardaban semejanza con los vasos hallados en los yacimientos prehistóricos y en los dólmenes de la Península. Lógicamente, esta gran muestra de Barcelona estaba centrada en la presentación y exposición de proyectos industriales y la parte correspondiente a piezas arqueológicas y de Bellas Artes era secundaria. La Exposición de Barcelona suponía que las piezas consideradas por muchos como de épocas oscuras comenzaban a tener cabida en las vitrinas de un evento de repercusión nacional e internacional. Por eso Mélida lamentó la ausencia institucional del Museo Arqueológico Nacional en este acontecimiento museológico de primer orden. Al barcelonés Juan Rubio de la Serna367 pertenecía un lote de piezas, compuesto de objetos de hierro, cerámicas y monedas, y expuesto en la sección arqueológica. Mélida puso en evidencia la tarjeta explicativa que acompañaba a las piezas y en la que se leía: Antigüedades Iluronenses, procedentes de la necrópolis ante-romana de Cabrera de Mataró, tachando de errónea la clasificación, al considerar que se trataba de objetos de época romana y no ibéricos, como creía su colega catalán, a pesar de lo cual el Jurado le concedería a éste la medalla de oro por su colección de antigüedades. Con motivo de la exposición y de la publicación de los citados artículos, el arqueólogo gerundense Enrique Claudio Girbal salió al paso de los planteamientos difundidos por Mélida y, bajo el título de La estatua de Carlomagno, el códice del Apocalipsis y el tapiz del génesis de la catedral de Gerona, arremetió contra el arqueólogo madrileño. Debió de sentir Mélida la necesidad de responderle, y así lo hizo. Desde las páginas de La Ilustración Española y Americana aprovechó para aclarar sus hipótesis y para defender sus criterios históricos en su “Crítica arqueológica y artística”368. Sus palabras no iban tan encaminadas a la respuesta personal a Girbal sino a despojar de leyendas y falsas atribuciones aquellas piezas o monumentos que habían estado vinculados erróneamente a personajes célebres, sin ser tales sus poseedores: La Iglesia, es cierto, que ha procedido siempre con mucho pulso y delicadeza en todo lo referente al culto, pero con muy poco ciudado en lo referente a las tradiciones de los tesoros artísticos que guarda. Ahí está para hacer bueno nuestro aserto el pendón de las Navas, que ni fue pendón, ni árabe-español, ni pudo estar en las Navas, además de otra infinidad de falsas atribuciones que hay en nuestras iglesias (...) Ha habido un tiempo en que predominaba el afán de las atribuciones históricas, hasta el punto de que no se comprendía que tuviese valor un objeto antiguo si no se decía que había pertenecido o que representaba a algún personaje célebre. En nuestra armería real, hasta hace poco, se enseñaban el casco de Aníbal, la silla del Cid, la armadura de Isabel la Católica, etc.; errores hoy, por fortuna, desvanecidos369.

Sus palabras volvían a reflejar la cruzada emprendida por Mélida para imponer las valoraciones históricas de una manera rigurosa y científica, sin tener en cuenta la leyenda y el mito sino la verdad histórica. Detrás de estos objetos ligados a grandes personajes de la hispanidad, se escondía una intencionalidad nacionalista dirigida a la exaltación de los gloriosos episodios del pasado. Le afectaron los aires de nacionalismo liberal que había dejado de contar con el recurso a viejas prerrogativas como la tradi3650 3660 3670

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MÉLIDA ALINARI (1888c). Para más información sobre la actividad de esta sociedad, confróntese MERINO (1997: 377-378). Se dedicó a investigar la necrópolis descubierta en su finca de Casa Rodón de l´Horta (Cabrera de Mataró) en 1877. Salvó muchos objetos de cerámica, metal y material numismático, con el cual puso en marcha un museo local en Sant Andreu de Llavaneras. Con motivo del hallazgo publicó un estudio, que dedicó a la Real Academia de la Historia, en el tomo XI de sus Memorias. Para más datos biográficos, véase ESPASA CALPE, tomo LII, 1929, 638-639. MÉLIDA ALINARI (1889a). MÉLIDA ALINARI (1889a: 172-173).

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ción, el principio dinástico o la religión. La Iglesia se convirtió en esta ocasión en blanco de sus críticas, por ser depositaria y responsable de gran parte de los tesoros artísticos nacionales. Si en los artículos escritos con motivo de la exposición de artes retrospectivas puso en evidencia al obispo de Tarragona por su falta de colaboración en la cesión de piezas, ahora reprochó la actitud ultraconservadora de aquellos que rehuían la explicación científica, coherente y contrastada recurriendo a los mitos históricos. A pesar de su ausencia en la Exposición Universal de Barcelona, El Museo Arqueológico Nacional seguía siendo la máxima institución museística. Después de veinte años de recorrido, cambió su ubicación en 1895 a su emplazamiento definitivo, en el Paseo de Recoletos. En este traslado colaboraron un grupo de funcionarios entre los que se encontraba Álvarez-Ossorio, futuro sucesor de Mélida como director del Museo Arqueológico Nacional. Mélida confiaba en que comenzara ahora a vivir, pues la vida que ha llevado sobre todo en sus primeros años en el Viejo Casino de la Reina, a la sazón, edificio en el que permaneció Mélida durante sus 10 primeros años en el Museo Arqueológico Nacional, que había sido inaugurado en julio de 1871, en los confines de la calle y del Barrio de Embajadores, por muchos motivos puede considerarse como su período de gestación370. Lamentó el abandono que había sufrido la institución y, sobre todo, el escaso interés que había despertado entre el público nacional: Los extranjeros, los forasteros, que por las guías tenían noticia de la existencia del Museo, han sido durante mucho tiempo casi los únicos visitantes que se veían en aquellas desiertas salas371. Del pasado más negro, rememoraba Mélida la intentona de incendio de que fue víctima el Casino de la Reina en los días que estalló la Gloriosa en septiembre de 1868. Calificó a los asaltantes como una turba de flamantes reformadores de lo existente, que acalorados por el grito de abajo los Borbones, sin mirar que aquello no era ya Casino de la Reina, rociaron con aguarrás la fachada del Museo y la prendieron fuego. El conserje pudo cortar el incendio y la intentona, convenciendo a los asaltantes de que aquello no era ya de la Reina372. También se hizo eco Mélida del atentado sobre la persona de José Amador de los Ríos, cuya adhesión a las ideas de los caídos en 1868 le puso más de una vez en grave trance de muerte, hasta obligarle a refugiarse en el Ministerio de Fomento y luego a dimitir de su cargo de director. Según Mélida, el Casino de la Reina se encontraba en una zona urbana afín a la causa liberal, como demostraba el hecho de que había sido nombrado Ventura Ruiz Aguilera373 como sustituto de Amador de los Ríos, cuya significación liberal debió de contribuir a templar la naciente hostilidad de las gentes del barrio al Museo. Hasta 1933 no estuvo el Museo a la altura de sus homónimos europeos374. Ciertamente la “Septembrina” causó inestabilidad y agitaciones para la vida del Museo Arqueológico Nacional. No obstante, los conventos sobre los que “la Gloriosa” extendió sus acciones revolucionarias y los viajes realizados por varios individuos del Museo, comisionados para adquirir objetos antiguos, fomentaron extraordinariamente el caudal museístico de la institución, como reconoció el propio Mélida. Finalmente, el día 5 de julio de 1895 el Museo abrió las puertas al público en el “Palacio Nuevo” ante la presencia de la Reina Regente, la infanta Isabel y los miembros del gobierno con Cánovas del Castillo a la cabeza. En palabras de Ignacio Peiró Martín, la inauguración del nuevo museo no sólo iba a desempeñar un papel determinante en la evolución hacia el moderno estatuto del monumento, inventariado y protegido por el cuerpo de archiveros-arqueólogos especializados, sino que resultó fundamental para que la historia de la nación española traspasara el limitado espacio del discurso erudito para mostrarse en un espacio arquitectónico nacionalizado375. Contaba entonces el Museo con más de 157.000 objetos, repartidos entre todos los pueblos y todas las épocas, e instalados con arreglo al plan sistemático que las ciencias históricas imponen376. De 3700 3710 3720 3730 3740 3750 3760

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MÉLIDA ALINARI (1895a: 84). MÉLIDA ALINARI (1895a: 84). MÉLIDA ALINARI (1895a: 86). BOLAÑOS (1997: 228-229). GAYA N UÑO (1968: 361). P EIRÓ (1995: 177). MÉLIDA ALINARI (1895d: 22).

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forma paralela, se producía un proceso centralizador que afectaba no sólo a las antigüedades sino también a los documentos escritos. Mélida representaba una postura partidaria de trasladar a la capital los objetos y restos histórico–arqueológicos encontrados en las provincias, en línea con el interés de los políticos madrileños. Le obsesionaba la idea de que la juventud española adquiriera conocimientos de una manera práctica y decía que el espíritu del país reclama ya que el Museo deje de ser un sitio de recreo para los curiosos, estéril para la cultura, sino que, por el contrario, sea viva fuente de enseñanza de la historia, eterna maestra de la humanidad377. Consideraba el Museo Arqueológico Nacional un centro docente de gran utilidad y relevancia para la vida intelectual del país, que debía llegar al gran público: la ciencia es para los sabios; pero el Museo no puede ser exclusivamente para éstos (...) el conocimiento del pasado de la humanidad constituye un deber y un derecho de toda generación nueva378. Viene a colación de lo anterior una carta que le envió a su amigo Bartolomé Ferrá379, presidente de la Sociedad Arqueológica Luliana. Está fechada en 8 de julio de 1895 y hacía referencia al descubrimiento de los bronces del santuario talayótico de Costig380, en el predio de Son Corró: …en cuanto recibí las cartas de usted y de Llabrés hice un borrador de comunicación, pidiendo al Ministerio la adquisición (...) Pero se preparaba la reapertura del Museo en su nuevo local y hubo que hacer compás de espera. Yo me consumía de temores y de impaciencia. Llegó la fiesta del Museo: fue la Reina y fue Cánovas que como usted sabe es un entusiasta por las antigüedades. De propósito había yo pegado en una cartulina y expuesto en una vitrina las tres fotografías que usted me envió. Se las enseñé a Cánovas, le entusiasmó, nos dijo que preguntáramos precio, telegrafié a usted (...) Y la contestación es la Real Orden. Haremos vaciados de las cabezas y los tendrán ustedes. Suyo afectísimo amigo que le agradece de veras su patriotismo y leal proceder381.

Tres meses más tarde, el 3 de octubre, Mélida comunicó por carta382 a su amigo mallorquín Gabriel Llabrés que el entonces Ministro de Fomento, el conservador Alberto Bosch y Fustegueras383, le había consultado sobre el estado de la situación para gestionar la definitiva adquisición de los objetos. Como jefe y organizador de la Sala de Antigüedades Ibéricas, se le encargó para tramitar la incorporación de los bronces al Museo Arqueológico Nacional384. El menorquín José Thomas fue el encargado de estudiar y catalogar los referidos bronces. Según Mélida: gracias al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas, las antigüedades de Costig fueron adquiridas por 3.500 francos (pesetas, según Josep Merino Santisteban385) por el Museo Arqueológico Nacional, donde se exponen actualmente (...) La obra (acción) común del arte oriental y el griego, obra que Heuzey reconoció con sagacidad en las esculturas del Cerro de los Santos (Revue d’Assiriologie, II, p. 96), es el estilo greco-oriental386. Paralelamente, el francés Pierre Paris387 había mostrado interés en adquirir los bronces para el museo parisino del Louvre. Sin embargo, los mallorquines Gabriel Llabrés y Bartolomé Ferrá, miembros ambos de la Comisión de Monumentos, prefirieron que las piezas acabaran en las vitrinas de un museo nacional, antes que extranjero. Aunque todavía hoy los bronces de Costig abanderan la reivindicación isleña en el plano arqueológico frente a la centralización 3770 3780 3790

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MÉLIDA ALINARI (1895a: 96). MÉLIDA ALINARI (1895g: 39). Llegó a estar vinculado a las Academias de Bellas Artes de Palma de Mallorca y de Valencia. En la Academia de la capital balear fue profesor de composición y de arquitectura legal y de arqueología cristiana del seminario de la misma. Formó parte del grupo de correspondientes de la de San Fernando y la de la Historia, ambas de Madrid, y fundó el Museo Arqueológico Luliano. La mayor parte de sus artículos aparecieron publicados en el Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana, fundado en 1885. Información precisa de cada pieza en FERRÁ (1895: 86-89), acompañada de varios croquis y dibujos (láminas CV y CVII) con los distintos objetos hallados en la estación arqueológica de Costig. MASCARÓ PASARIUS (1989: 167-168). Procedente de la Biblioteca Gabriel Llabrés en Palma de Mallorca. Ministro de Fomento desde el 23 de marzo de 1895 hasta el 14 de diciembre de 1895. CASTAÑEDA (1934: 8), reconoce a Mélida como la persona que facilitó la adquisición de los bronces de Costig. M ERINO (1997: 371). MÉLIDA ALINARI (1896a: 110-111). Se trata de una sección de Mélida en la Revue des Universités du Midi, en la que Georges Radet (profesor de historia antigua de la Universidad de Burdeos) hizo la introducción del español con sus datos biográficos. Pierre Paris hizo referencia a los bronces de Costig en PARÍS (1903: 140-162, tomo I).

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museística388, debe valorarse la compra por parte del Museo Arqueológico Nacional como un acierto frente a la injerencia francesa. Salvados de acabar en una vitrina del Louvre, como ocurrió con la Dama de Elche dos años después, los bronces de Costig se vincularon para siempre a la herencia museológica nacional. La adquisición de estas piezas se encuadra dentro del proceso centralizador acometido por las autoridades culturales de Madrid. Se dieron una serie de órdenes encaminadas a reforzar el protagonismo de instituciones de la capital, en detrimento de la dispersión patrimonial provincial. Buen ejemplo lo tenemos en el Archivo Histórico Nacional, al que se incorporaron, entre otros, el Archivo Histórico de Toledo, el archivo de la antigua Universidad Complutense, los archivos del Consejo de Castilla o los del Real Patronato de Castilla y Aragón. También la Sociedad Española de Excursiones389 surgió en un contexto de interés centralizador. La labor de difusión cultural que Mélida desplegó a lo largo de prácticamente toda su vida volvió a quedar de manifiesto en su “Balance de la Exposición de Bellas Artes”, publicado en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones en 1895. En este artículo ofreció su lado más crítico y expresó su descontento por lo que él consideraba un negativo balance y unos tristes resultados. Comenzó por poner en entredicho los criterios empleados en la admisión y colocación de las obras expuestas, así como la adjudicación de obras entre aquellos personajes que él consideraba notables. Su convencimiento de que tenía que nacionalizarse el patrimonio artístico afloró de nuevo en sus palabras. Creía, por encima de todo, en un concepto artístico que representara a la Nación y que sirviera de aglutinante ante los ya de por sí dispersos intereses particulares y regionales. De nuevo, aparecía su sentimiento patriótico proyectado sobre el Arte. Sin embargo, tuvo también palabras de elogio para la exposición, en lo que se refería a los adelantos técnicos experimentados en el arte pictórico y al provechoso empleo que se hizo del color. La producción literaria de Mélida en estos años seguía supeditada a una temática muy variada. De su dispersión de conocimientos y de la versatilidad de su aprendizaje en distintos campos de las letras dan fe sus publicaciones390. Llaman la atención sus tres artículos de 1894 acerca de la Real Armería de Madrid, en la que puso de manifiesto la renovación que habían experimentado los museos más importantes de Madrid, El Prado y el Museo Arqueológico Nacional391, y sobre todo el que motivó estas líneas: La Real Armería. Incidió Mélida en la necesidad que tenían los pueblos de conocer sus raíces y culturizarse en los museos nacionales: ¡ojalá consigan tan saludables mejoras atraer a las desiertas salas de nuestros museos la masa común del público, y despertar en ella amor a las artes, respetuosa admiración por los hombres y las cosas de los tiempos pasados, fomentar, en fin, la cultura general por los medios positivos y tangibles que los museos ofrecen!392. No era sino una muestra más de su deseo de ver forjada la identidad nacional recurriendo a las glorias pasadas contenidas en los museos. En cierta medida, denotaba una exaltación patriótica en línea con la concepción de una cultura nacional y se acercaba al tan manido concepto de la Historia como disciplina esencial en la vertebración del Estado-nación. Vio en los museos los depositarios de la tradición, y por ende, de la cultura material, del Volk herderiano: Hora es ya de que ese público comprenda no son los museos lugares de pasatiempo, sino que son las fuentes purísimas de la enseñanza del ayer, que el hombre no puede despreciar sin renegar de su origen. Hora es ya de que se comprenda cuánto mejor es aprender las tradiciones del Arte, de la Ciencia, de las creencias y de las costumbres, etc., examinando directamente las reliquias históricas, que no leyendo los libros de los historiadores modernos, que sólo pueden servir de guía o de auxiliar393.

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Para profundizar en el tema, véase MERINO (1997: 371-372). Vid. páginas 54-58. GARCÍA RODRÍGUEZ (1997: 532), el autor de este artículo le considera como un arqueólogo, pero esta inicial afirmación no excluye que pueda considerársele como un conocedor de parcelas muy importantes del arte español. Sus trabajos arqueológicos no excluyen los estudios y análisis artísticos. MÉLIDA ALINARI (1894c). MÉLIDA ALINARI (1894c: 265). MÉLIDA ALINARI (1894c: 265).

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Se adivina en sus palabras un acercamiento cada vez más convencido al objeto arqueológico como documento histórico de primera mano. Su afirmación reclamaba el protagonismo de la pieza frente a la actitud distante que tenía el historiador de la época respecto a la cultura material arqueológica. Mélida trató de avivar la puesta en valor de la tradición y la cultura como manifestación espiritual de un pueblo, el hispánico. Consideraba esenciales los museos, por ser depositarios de la cultura material que contenía la esencia del pueblo. Volvía a asomar en Mélida su reclamo de la historia interna o Intrahistoria, como la vía de acercamiento más fidedigna a las sociedades antiguas. El continuo elogio de Mélida al Positivismo contrastaba con su desdén por el Romanticismo, que por entonces traía inflamados los espíritus, hasta los espíritus de los cultivadores de la ciencia394. Mélida hablaba de la violenta sacudida que modificó las ideas, varió los gustos y abrió positivos derroteros a la investigación científica395 y enlazaba con el caso particular de la Real Armería, donde consideraba que era menester, en lo científico, un ecléctico que, libre de los prejuicios de escuela, pudiese examinar con inteligencia y clasificar con acierto396. Esa persona resultó ser el Conde de Valencia de Don Juan, quien auxiliándose de Paulino Savirón, excompañero de Mélida, y del artista José Florit, invirtió catorce años de su vida en renovar la Real Armería y en confeccionar el catálogo de la misma397. En 1895 publica “Exposición artística en el palacio de Anglada” en La Ilustración Española y Americana. Simplemente, Mélida se hizo eco de la iniciativa del Vizconde de Irueste en esta variada exposición artística de abanicos, cuadros, acuarelas, etc. Reflejaba la importancia de las clases pudientes y aristocráticas en la celebración de este tipo de eventos culturales, en la que a menudo ofrecían sus palacetes para albergar exposiciones artísticas. Esta circunstancia reforzaba el prestigio de estos ilustres personajes con querencia a involucrarse en eventos de carácter cultural. Desde el punto de vista funcionarial, conviene señalar el cambio producido en 1894 en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. El día 29 de abril de ese año fueron aprobados en Junta los estatutos y el reglamento del Cuerpo al que pertenecía Mélida desde abril de 1881. Su publicación, sin embargo, no se hizo efectiva hasta dos años más tarde, en 1896398. El contenido de los artículos, recogidos en ocho capítulos, hacía referencia expresa a la creación de un montepío399 de los empleados del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, con objeto de conceder pensiones a las viudas, huérfanos y padres de los asociados. Una carta400 enviada a Mélida dio cuenta de la puesta en marcha de la asociación en el mes de octubre de 1894. La creación del montepío suponía la inserción social del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios como grupo reconocido y amparado por un reglamento que articulaba sus funciones. Desde se creación en 1858 se había hecho necesaria la cohesión del Cuerpo, ya que la cobertura legal que ofrecía a sus miembros no garantizaba su protección frente a cualquier contratiempo de tipo laboral. El nuevo reglamento de 1894 ofreció unas prerrogativas que mejoraron la categoría socio-laboral del Cuerpo así como su funcionamiento interno. En lo que se refiere a sus aspiraciones profesionales, una carta confidencial fechada el 5 de noviembre de 1896 y enviada a su amigo mallorquín Gabriel Llabrés revela el interés que tenía el arqueólogo madrileño, al igual que el balear, por la cátedra de Concepto e Historia del Arte: te veo siempre el mismo; suspirando por Madrid, aún a costa de oposiciones. Mucho deseo que vengas y nos veamos en el Ateneo y en el Museo. Me hablas de las oposiciones á la cátedra de Concepto e Historia del Arte. Yo también pienso en ellas401. No pasó de ser una aspiración ya que nunca llegó a conseguir esta plaza. 3940 3950 3960 3970

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MÉLIDA ALINARI (1894c: 265). MÉLIDA ALINARI (1894c: 265). MÉLIDA ALINARI (1894c: 265). Existía un primer catálogo realizado en el siglo XVI a base de dibujos acuarelados y otro publicado en París en el año 1837. Ambos incurrían en continuos errores, según la percepción del propio Mélida. Para consultar sus 24 páginas véase, ANÓNIMO (1896). Los montepíos hacían las veces de los modernos sistemas de seguridad social. Solían dar prestaciones por enfermedad, invalidez, jubilación o defunción del afiliado. Conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, dentro del expediente personal de Mélida. Custodiada en la Biblioteca Llabrés de Palma de Mallorca y publicada en P EIRÓ (1992: 41).

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Volvamos al recién inaugurado Museo Arqueológico Nacional. En la tarde del 5 de julio de 1895 fueron abiertos sus nuevos locales. Había nacido esta institución sin el amparo necesario por parte de la administración pública y con la limitación de contar con sedes siempre insuficientes402. No obstante, supuso un impulso para la actividad y dinamismo del Museo, que contó con el fecundo empeño de sus conservadores. Por supuesto, el cambio también afectó positivamente a José Ramón Mélida, quien desde su puesto de jefe de la sección de Protohistoria y Edad Antigua en el Museo Arqueológico Nacional, pudo sacar provecho de las prestaciones de la nueva sede: salas más grandes y nuevas vitrinas. La reactivación y el empuje que recibió el Museo motivaron, entre otras cosas, una puesta al día y una serie de publicaciones en las que se actualizaba el pasado y presente de la institución. En una de ellas Mélida y Álvarez-Ossorio repasaron los aumentos de las colecciones desde la celebración de las exposiciones históricas en 1892 en un artículo publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos403, que había sido creada en 1871 bajo el nombre de Boletín de Archivos, Bibliotecas y Museos. Citaron donaciones como la del gobierno del Bey de Túnez, la de Fernando Álvarez Guijarro, la del obispo de Sigüenza o la de Antonio Rus, que cedió objetos hallados en las excavaciones llevadas a cabo en Uxama, provincia de Soria. El 4 de enero de 1895, el Museo recibió una donación de antigüedades egipcias por el gobierno del país norteafricano404. La lista de donantes de antigüedades la completaban ilustres familias como los Miró, Rodríguez, Aubán, Castellanos, Vives, Ibarra, etc. No pudo evitar Mélida establecer una comparación con las demás ciudades europeas que contaban con amplias colecciones cerámico-museográficas: París, 8.000 ejemplares; Londres, 5.000; Berlín, 4.000; Nápoles 4.000; San Petersburgo, 2.000; Atenas, 1.400; Munich, 1.400; Roma, 1.400 y Viena, 600. Madrid, por su parte, disponía de una colección de 1.400 ejemplares. En cuanto a colecciones particulares, hizo referencia a seis especialmente relevantes en Madrid. Una correspondía a los Duques de Alba, otra a Ángel Barcia, otra a Alejandro Groizar, otra a Antonio Cánovas del Castillo, otra al Marqués de Pidal y otra a Juan Valera. Mélida echaba de menos una sistematización de los vasos del museo madrileño al nivel del catálogo de los vasos del Louvre. Como ceramógrafo tenía muy en cuenta la labor desempeñada por Edmund Pottier, conservador de la sección de cerámica del Louvre y formado en la Escuela Francesa de Atenas405 y referente para el arqueólogo madrileño en materia ceramográfica. De Pottier era el catálogo de los vasos del museo parisino406, en cuyo recuento estadístico denunciaba Mélida que para nada figuran las colecciones de Madrid407. Reconocía Mélida con resignación que los libros españoles apenas gozaban de circulación entre los países europeos. Una queja subliminal que trataba de servir como estímulo a la ciencia española, a la que Mélida trató de europeizar al más puro estilo unamuniano408. En cierto modo, participó de esa corriente inconformista y aperturista que proponían los hombres de la generación del 98. Enlazaba Mélida con la mentalidad de estos hombres, resumida en tres puntos: amor, descubrimiento y crítica de España. Todos los intentos de cambio y mejora que proyectaron los intelectuales noventayochistas (como Ortega, Unamuno o Joaquín Costa) en la sociedad española de estos años, la trasladó Mélida al campo de las artes y la Arqueología. Se convirtió así en uno de los abanderados del movimiento regeneracionista cultural en el campo de las ciencias. En palabras de Fernando Wulff, el 98 no lo es todo, pero es el marco

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Para más información, confróntese MARCOS P OUS (coord.) (1993). J IMÉNEZ DÍEZ (2001: 50). MARCOS P OUS (coord.) (1993). Véase GRAN AYMERICH (2001), para conocer el desarrollo de esta Escuela, cuyo decreto de fundación se firmó el 11 de septiembre de 1846. Véase también VV. AA. (1996b: 468-470). Pottier publicó el catálogo de Vases antiques du Louvre entre los años 1896 y 1901, Vid. GRAN AYMERICH, (2001: 390). MÉLIDA ALINARI (1896c: 110). Desde su obra En torno al casticismo, de 1895, Unamuno confesó su interés por regenerar España y librarla de los males endémicos de la sociedad. Reconoció que le “dolía España” y que necesitaba respirar aires europeos para regenerarla.

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en el que se inicia el replanteamiento historiográfico409. El Regeneracionismo, en su concepto global, implicaba una vertebración económica, ascensión de nuevas capas medias, avance de la democracia, activación del desarrollo científico-tecnológico y mejora del sistema educativo. En el año de 1896, publicó Mélida un artículo titulado “Vasos griegos, etruscos e italo-griegos en Madrid” en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Llevó a cabo un repaso histórico por la colección de vasos contenida en el Museo Arqueológico Nacional. La Biblioteca Nacional podía considerarse entonces como la primera depositaria y el germen de la futura colección. En concreto, fueron 16 vasos410 los que pasaron en 1867 al recién fundado Museo Arqueológico Nacional procedentes de la Biblioteca Nacional, junto con 56 vasos más que se conservaban en el Museo de Ciencias Naturales. En total, 72 vasos. Del viaje emprendido en el verano de 1871 a bordo de la fragata Arapiles411, Juan de Dios de la Rada y Delgado se hizo con 88 vasos griegos y 30 chipriotas, que entraron a formar parte del Museo412. En 1874 fue el Marqués de Salamanca413 quien con sus adquisiciones logró atesorar una colección importante de vasos que cedió al Arqueológico Nacional. El mismo ejemplo siguió dos años después Tomás Asensi, vendiendo al Museo 220 vasos que acrecentó el caudal de sus fondos. Uno de los vasos griegos del Museo Arqueológico Nacional mereció una publicación por parte de Mélida en la revista Historia y Arte, correspondiente al mes de abril de 1895. Se trataba de “La copa de Ayson. Vaso griego del Museo Arqueológico Nacional”. Considerada como la pieza capital de la colección de cerámica griega del Museo y perteneciente a lo que llamaban los ceramógrafos estilo ático puro, este vaso formó parte de la colección reunida en Italia por el opulento banquero español señor Marqués de Salamanca, vendida por éste al Estado en 1874. Sólo un trabajo había abordado el estudio de la pieza414, si se exceptúa el realizado por el señor Bethe, profesor de la Universidad de Rostock, con motivo de su viaje realizado a Madrid en la última década del XIX. La importancia del estudio llevado a cabo por el profesor alemán radicaba en el hecho de haber localizado la firma del pintor de esta copa, circunstancia que aprovechó Mélida para justificar su propia falta de tino al no percatarse de esta circunstancia: …nosotros supusimos anónima tan preciosa obra. Esto exige una explicación (...) no pudimos en 1882 encontrar la firma ni leer enteras otras inscripciones del vaso porque éste estaba tan torpemente restaurado que para disimular las juntas y desperfectos habíanle embadurnado en muchos sitios con pintura al óleo, con lo que habían quedado ocultos o borrados varios de los epígrafes griegos que tanto avaloran la copa, entre ellos la firma de Ayson415.

La publicación de la copa de Ayson por José Ramón Mélida supuso una actualización de la pieza hasta ese momento. Hoy en día, su estudio ha sido abordado por nuevos investigadores que convierten al artículo de Mélida en una referencia historiográfica de cierto valor416. En la misma revista, Historia y Arte, dedicó Mélida un artículo a analizar una pieza que había despertado su interés. Se trataba de una cabeza de Séneca, cuya primera referencia apareció reflejada en el 4090

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WULFF (2003a: 190). Sobre el impacto que el 1898 tuvo en la escena cultural española véase RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo Una coyuntura de crisis: de agosto de 1897 a diciembre del 1898. Están referenciados en CASTELLANOS DE LOSADA (1847: 30-33). Abarcan los números 57 a 72, dentro del capítulo dedicado a los “vasos pintados llamados etruscos”, que Castellanos de Losada consideraba de fábrica griega. El 10 de junio de 1871, una orden del Almirantazgo Español determinó un viaje de la fragata Arapiles a Oriente, con un itinerario que comprendía escalas en Malta, El Pireo, los Dardanelos, Besika (Troya), Rodas, Chíos, Samos, Chipre, etc. Rada y Delgado, uno de los componentes del viaje, tomó pronto conciencia de lo importante que sería para el recién creado Museo Arqueológico Nacional la adquisición de piezas. Así se lo sugirió a Juan Valera, entonces Director General de Instrucción Pública y gran apasionado de la Arqueología. Acogió la propuesta con entusiasmo y el viaje al Mediterráneo oriental se consumó. La comisión estuvo formada por el citado Rada, por Jorge Zaurite Romero y por el dibujante e ilustrador Ricardo Velázquez Bosco. Más información en ALMELA BOIX (1991: 65). Sobre los lekythoi del Museo Arqueológico Nacional, véase OLMOS (1980). Sobre su colección y la adquisición del Museo, véase CHINCHILLA (1993c). MÉLIDA ALINARI (1882a) se abordó de manera muy sucinta la llamada Copa de Ayson. MÉLIDA ALINARI (1895e: 33). Vid. OLMOS (coord) (1992c).

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Catálogo del Museo de Antigüedades de la Biblioteca Nacional, suscrito por Basilio Sebastián Castellanos de Losada en 1847. Según el citado catálogo, la escultura era un objeto de carácter romano, en bronce (...) Se tiene por vaciado original, y fue hallado en el Herculano en tiempo de Carlos III, que le regaló a este establecimiento cuando vino de Nápoles417. Una segunda descripción del objeto escultórico remitía a una Memoria histórico-descriptiva del Museo Arqueológico Nacional, impresa en 1876: Cabeza admirablemente modelada por el natural, procedente de las primeras excavaciones de Pompeya y Herculano, y que formaba parte de la pequeña pero notable colección de antigüedades traída en la recámara de Carlos III a España, que estaba en la Biblioteca Nacional. Se cree que representa a Séneca moribundo418. También de 1876 era una monografía de Villamil y Castro la que afirmaba con rotundidad que esta cabeza (...) siempre será un antiguo monumento escultórico notabilísimo. Por tal, y no como obra del Renacimiento, cual algunos la han considerado, debe estimarse esta cabeza419. En 1882 se recogió igualmente una descripción de la pieza en el Catálogo del Museo Arqueológico Nacional. Sección primera: Como es sabido, Séneca fue una de las víctimas del cruel emperador Nerón, quien le envió una orden de muerte, la cual cumplió el filósofo mandando le abriesen las venas y desangrándose en un baño, suplicio que soportó con heroico estoicismo. En este supremo instante de agonía por aniquilamiento está representado el presente busto (...) cuya expresión y cuyas facciones son de lo más hermoso y perfecto que ha producido el realismo escultórico de la época romana420. Pero Mélida se mostró mucho más crítico que sus antecesores. Movido por la responsabilidad que se le suponía en la catalogación de los objetos del Museo Arqueológico Nacional, sometió a la pieza a un severo análisis de autenticidad tras observar en el busto unas características que no se correspondían con la escultura romana clásica: Adviértese que las líneas generales del nuestro (busto), ondulan tanto como lo quieren los detalles anatómicos, aquí llevados quizás al exceso. ¡Cuánto han perdido de corrección clásica los contornos del cuello, en el busto de Nápoles tan robustos! (...) nuestro busto es una hermosa obra de arte, pero concebida y ejecutada en una corriente del gusto que se complacía en estudiar y acusar la anatomía humana para engrandecer el natural, justamente al revés que lo hicieron los antiguos (...) domina en nuestro busto una cierta fantasía que no es la de la edad antigua, algo de violento y teatral que no se encuentra en el arte romano (...) más cerca está, en efecto, de las esculturas de Miguel Ángel, en las que hay verdadera exuberancia de vida, estudio anatómico concienzudo y fuertemente acusado (...) estas y otras muchas obras del Renacimiento y aun posteriores convencen de que nuestro bronce es debido a algún artista italiano421.

Mélida rechazaba la probabilidad, la sospecha siquiera, de que el bronce en cuestión fuera antiguo. Dio por hecho que había sido traído a España por Carlos III pero no descartaba que pudieran haber engañado a los arqueólogos del siglo pasado por dos hechos: la pátina de color verde claro tenía todo el aspecto de ser artificial, y su parecido con la cabeza de la estatua Borghese, en la que quizás se inspiró el autor del busto de Séneca, era más que sospechoso. Las reflexiones de Mélida encajaban perfectamente en el cuadro histórico. En Italia, desde el Renacimiento se hicieron múltiples falsificaciones a causa del entusiasmo general despertado por el arte antiguo, hecho que aumentó con el descubrimiento de Pompeya y Herculano422. El propio Carlos III, siendo rey de Nápoles, encargó al Duque de Cerisano que adquiriera dos falsificaciones, consciente de que eran falsas. Pero el Duque llamó a un pintor, de nombre Giuseppe Guerra, que se dedicaba a falsificar pinturas, tratando de venderlas como auténticas. Esta acción se repitió con clientes alemanes y franceses. No extraña, pues, que Carlos III fuera una de las víctimas que se cobraron los falsificadores italianos. 4170 4180 4190 4200 4210 4220

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CASTELLANOS DE LOSADA (1847: 41, pieza 115). RADA Y DELGADO (1876a: 69). VILLAMIL Y CASTRO (1876: 439-440). RADA Y DELGADO (1882: 222, pieza 2.941). MÉLIDA ALINARI (1895f: 150). Buen ejemplo de esta afición por las falsificaciones es la correspondencia de Paolo-María Paciaudi (1710-1785) con el conde de Caylus. En una carta, fechada en Roma a 12 de julio de 1760, Paciaudi le indicó al conde que un joven alumno de la Academia, llamado Louis, le había engañado copiando dibujos de un álbum y haciendo otros trozos de fantasía o sobre objetos fantaseados. Más información en CARO BAROJA (1992: 20-22), en el capítulo “Introducción. Falsificaciones arqueológicas famosas”.

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En el año de 1897 José Ramón Mélida contaba ya con cuarenta años de edad. Seguía perteneciendo a la plantilla del Museo Arqueológico Nacional y, de hecho, dedicó a la institución varias publicaciones más. La primera llevaba por título “Nota sobre tres espejos de bronce del Museo Arqueológico Nacional de Madrid”423. La segunda se refirió al legado donado por Eulogio Saavedra al Museo Arqueológico Nacional424. En septiembre de 1897 salió a la luz el artículo “Leyes hispano-romanas grabadas en bronce. La epigrafía y los epigrafistas en España”425 en La España Moderna. Mélida hizo un recorrido por las distintas adquisiciones con las que el Museo Arqueológico Nacional aumentó sus fondos de piezas epigráficas. Sobre todo hizo hincapié en la labor desempeñada por Emil Hübner, que recogió todas las inscripciones hispano-romanas en la obra monumental del Corpus Inscriptionum Latinarum, publicada por la Real Academia de Berlín. Relató cómo se incorporó al Museo, con la intervención de Hübner y del epigrafista malagueño Rodríguez de Berlanga, el bronce de Italica por 25.000 pesetas, ejemplo que utilizó Mélida para demostrar la suerte que siguen en España las antigüedades, y especialmente los monumentos epigráficos (...) que no tienen el atractivo del Arte”426. Denunciaba que “por desgracia, la mayoría de las gentes, de la clase que se llama ilustrada, dan a los monumentos epigráficos el despreciativo nombre de pedruscos, y creen que sólo inspiran interés a los inútiles sabios que se llaman arqueólogos427; y lamentaba el daño que producía a las ciencias históricas esta actitud: las gentes (ó sea la mayoría de los españoles) que tienen por ínfimas antiguallas las inscripciones, no saben que éstos son precisamente los testimonios más auténticos de la Historia428. Citó once monumentos epigráficos adquiridos por el Gobierno por la suma de 155.000 pesetas y que engrosaron las colecciones del Museo Arqueológico Nacional. Algunos procedían del Museo particular del Señor Marqués de Casa-Loring y entre ellos destacaban los famosos bronces de Málaga, Salpensa, Audita, Río Tinto, Bonanza y Osuna. Con este artículo, Mélida pretendía recalcar la importancia de la Epigrafía en los estudios arqueólogicos como una de esas disciplinas positivas que reforzaban la metodología arqueológica contra la especulación pura y la Metafísica, proponiendo la investigación de los hechos observables y medibles. En los trece años que transcurrieron entre 1884 y 1897, Mélida se consolidó en el Museo Arqueológico Nacional y acumuló un buen número de experiencias museísticas. Su participación en labores de catalogación; sus comisiones en certámenes y exposiciones coloniales; y su aplicación de criterios expositivos en el Museo Arqueológico Nacional hicieron de él un técnico consagrado. Entró con 24 años en el Museo y con 40 acumulaba ya una considerable experiencia. Esta etapa de su vida significó para él la asimilación de aquellos conceptos adquiridos en los centros en los que forjó su formación: Escuela Superior de Diplomática, Institución Libre de Enseñanza y Museo Arqueológico Nacional. Toda su producción tanto literaria como museológica se inscribía dentro del proceso de “nacionalización” del Patrimonio Nacional. Mélida percibió en los Museos no sólo una función de custodia y exposición de objetos sino el lugar destinado a despertar las inquietudes culturales del gran público, para así recuperar la memoria colectiva contenida en la cultura material del pasado.

EGIPTO Y GRECIA: SUS TEMPRANAS PASIONES. VIAJE AL M EDITERRÁNEO ORIENTAL EN 1898 Como ya fue señalado en el capítulo dedicado a la Escuela Superior de Diplomática, los catedráticos Manuel de Assas y Juan de Dios Rada y Delgado habían introducido en Mélida el gusto por 4230

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Apareció en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos y lo firmó en colaboración con su colega francés Pierre Paris. Fueron tres los espejos etruscos que centraron la atención y reclamaron un tratamiento especial dentro de la serie. La firmó Mélida en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Eulogio Saavedra llegó a reunir en Lorca una curiosa colección de antigüedades, que, por legado testamentario, acabó incorporada al Museo. ÁLVAREZ-OSSORIO (1934: 34), comete una equivocación ya que este artículo fue publicado en septiembre y no en agosto de 1897. MÉLIDA ALINARI (1897m: 79). MÉLIDA ALINARI (1897m: 79) MÉLIDA ALINARI (1897m: 82).

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Fig. 17.- Sala egipcia del Museo Arqueológico Nacional.

lo egipcio. Además, desde que entró en el Museo Arqueológico Nacional en febrero de 1876, tuvo la posibilidad de acceder a piezas egipcias contenidas en la sección a la que fue destinado. Sería éste su primer encuentro directo con material arqueológico egipcio, que pronto despertaría en él una atracción y fascinación particular. La primera publicación de José Ramón Mélida acerca de temática egipcia fue la novela Sortilegio de Karnak (año 1880), que dedicó al Museo Arqueológico Nacional, posiblemente como manera de agradecer su inclusión en el centro. Con tratamiento de novela histórica 429, Mélida se adentró en una historia ambientada en los gloriosos días del Egipto faraónico. Dioses, sacerdotes y reyes desfilaban a lo largo de una narración en la que Mélida retrataba la sociedad egipcia: …las paredes de aquel sagrado recinto estaban decoradas con preciosos bajorrelieves (...) en el centro del templo alzábase sobre un pedestal la Tríada Tebana: Ammon, el dios de los dioses y creador del mundo, esculpido en basalto y sentado en rica silla (...) se levantaba entre Maut y Khons (...) se movían mesurados aquellos severos sacerdotes, vestidos con blancos calisiris y calzados con tabtebs de hojas de papiro.

La terminología empleada por Mélida revela un conocimiento avanzado del tema, hasta el punto de que Antonio García Gutiérrez –dramaturgo de formación y director del Museo Arqueológico Nacio4290

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Es realmente la novela histórica el primer género que se decidió a cultivar Mélida y uno de los que más fervor alcanzó en la segunda mitad del XIX. De hecho a estos años en los que desarrolló su cargo de aspirante sin sueldo en el Museo Arqueológico Nacional, corresponden recortes y borradores en los que ensayaba párrafos literarios y se iba adentrando en el mundo de la novela. También en este campo de las letras, tomó el francés como modelo de inspiración, como atestiguan algunos recortes. Uno de ellos aparece firmado por Pierre Loti, en lo que parece un ensayo titulado “Fleurs d’Ennui. Suleima XII”.

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nal, por entonces– escribió en su expediente que José Ramón Mélida merecía el título de egiptólogo. Más lejos llegó María Asunción Almela Boix. La autora recoge que en la voz “Mélida” del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de 1899 (donde Mélida colaboró en varias voces y por lo cual cobraba 4.000 pesetas anuales), se le describe como el único egiptólogo que tenemos en España430. Posiblemente se magnificó la faceta egiptológica de Mélida, que no leía escritura jeroglífica y cuyos conocimientos egiptológicos se circunscribían a los adquiridos a nivel académico y bibliográfico. Volviendo a su novela Sortilegio de Karnak, cabe señalar que utilizaba muchas notas a pie de página y mostraba al final una relación bibliográfica de las obras consultadas, poniendo de manifiesto el alto contenido de erudición de esta novela, concebida desde unos parámetros más propios de un estudio científico que de una novela literaria431. No citaba a ningún arqueólogo ni historiador español, cosa lógica si se tiene en cuenta que fue ésta la primera obra escrita sobre cultura egipcia, amén del casi inexistente cultivo de la afiFig. 18.- Gaston Maspero, a quien Mélida reconoció como ción por la egiptología432 en aquellos años. el más sabio de los egiptólogos. En “La colección de antigüedades egipcias que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional”, publicada en 1881 por Mélida en Revista de España, denunciaba la escasa aceptación que la cultura egipcia tenía entre los españoles: lamentamos se hallen tan olvidadas en nuestra patria, mientras en los demás países de Europa gozan de tanta estimación por parte de los sabios (...) en España, donde se considera la egiptología como cosa de poca importancia, sólo el infatigable y distinguido Rada y Delgado ha iniciado su estudio con verdadero acierto433. Mientras en España la civilización egipcia pasaba casi desapercibida, eruditos, viajeros y estudiosos de distintas partes de Europa llevaban varios siglos “explorando y saqueando” sus riquezas arqueológicas434. Los franceses se revelaban, de forma casi abrumadora, como la “cantera” bibliográfica preferida por Mélida, seguida por alemanes e italianos. El francés era la segunda lengua de José Ramón Mélida, al igual que de casi todos los españoles que hablaban un idioma foráneo. De hecho, era el idioma que se estudiaba en el bachillerato por aquellos años435. Con todo, la afición de 4300 4310 4320

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ALMELA BOIX (2004: 263). LARA P EINADO (1991: 190). Sobre los primeros pasos de la Egiptología en España, previos a que Mélida comenzara a mostrar inquietud por esta disciplina, véase MARTÍN VALENTÍN (1992-1994) y LARA P EINADO (1991: 188-189). Se cita a autores del siglo XVIII y XIX como Lorenzo Hervás y Panduro, Julián Sanz del Río, Alberto Lista y Aragón, Miguel Morayta, Manuel Sales y Ferré y Eduardo Toda. MÉLIDA ALINARI (1881: 93-105). Cfr. VERCOUTTER (1997: 20-110). Entre los pocos españoles que mostraron cierto interés por la egiptología a finales del XIX cabe destacar al diplomático Eduardo Toda - véase TODA (1991) y BEDMAN (2001) - y a Juan Víctor Abargues de Sostén. Este aficionado al país faraónico e ilustre viajero había leído un discurso en la Sociedad Arqueológica Española el 8 de febrero de 1879, para el cual utilizó un dibujo sobre el Juicio del Alma en L’Amenti faraónico, que posteriormente regaló a la Real Academia de la Historia en la sesión del viernes 18 de abril de 1879. El citado dibujo tenía por finalidad ilustrar la conferencia mientras era leída. Cfr. GUTIÉRREZ CUADRADO (1985: 73).

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Mélida por las cuestiones egipcias puede catalogarse como “egiptología de gabinete”, ya que no participó en ninguna excavación ni trabajo de campo que tuviera a un yacimiento egipcio como protagonista. De hecho, su primer viaje a Egipto lo efectuó bastantes años más tarde, en 1909, con motivo de la celebración de un congreso en El Cairo436. Su segunda publicación acerca del antiguo Egipto fue un catálogo titulado: “La colección de antigüedades egipcias que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional”, publicado en 1881437, en la Revista de España, contiene una relación de reliquias, repartidas entre los siguientes apartados: estatuas de divinidades, efigies funerarias, objetos hallados en hipogeos, sarcófagos y momias. El sistema de catalogación seguido aquí por Mélida pone de manifiesto un criterio planteado desde la nueva catalogación arqueológica. Tuvo en cuenta cuatro parámetros, procedencia, cronología, material y tipología, en lo que suponía una adaptación a las exigencias del progreso de la ciencia. Es lo que Thomas Kuhn438 llama “paradigma”, o modelo científico universalmente reconocido que proporciona soluciones a una comunidad científica. Los sistemas de catalogación se presentan como un paradigma en Arqueología, un nuevo recurso para encuadrar y analizar el hasta entonces disperso caudal de datos contenidos en las piezas arqueológicas. En el mismo sentido se ha pronunciado Martín de Guzmán439 al considerar que la Arqueología, como ciencia, necesita sus propios modelos, necesita un paradigma. Primero manteniendo las pautas geológica y artística –que dominaban el concepto de Arqueología hasta entonces– y después incorporando un elemento nuevo: el del grado de civilización derivado de la pieza. Puede considerarse sintomático el hecho de que Mélida comenzara su andadura como escritor en 1885 en una revista, Revista de España440, que tuvo como eje los principios revolucionarios de septiembre y fue apadrinada por los intelectuales progresistas de la clase media española (...) tolerancia intelectual y preocupación moral por el progreso cultural de España figuran como premisas esenciales para la regeneración política y económica del país441. Efectivamente su compromiso patriótico por mejorar y elevar la categoría internacional de la cultura y ciencia españolas fue una constante a lo largo de su vida y obra, y estaba en consonancia con su cercanía a instituciones de carácter progresista. En cierto sentido puede considerarse a José Ramón Mélida como un regeneracionista temprano en el campo de las letras, en general, y en el de la Historia, en particular. Esta reflexión ha sido matizada por I. Peiró442. En la noche del día 6 de mayo de 1884, había leído una conferencia en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid sobre La religión egipcia, que apareció publicada ese mismo año443. Justificaba el autor la elección del tema de esta conferencia cuando decía: basta una ojeada en los libros o en los museos sobre los monumentos y reliquias de la civilización egipcia, para observar la cuantiosa abundancia de imágenes sagradas y de sus atributos ó emblemas444. Herodoto mismo calificó Egipto como el país más religioso del mundo. Mélida sintió pronto la llamada de la religión egipcia y quiso adentrarse en sus aspectos más ocultos, interesándose en averiguar si ese carácter se debía a la fe en el dogma o a la influencia política del sacerdocio. En su análisis pormenorizado del panteón egipcio criticó a toda una eminencia como Champollion, al que acusó de equivocarse en la relación existente entre los miembros del Panteón445. Los emparentó, erróneamente según Mélida, con divinidades griegas y romanas, lo que chocaba con la defensa que Mélida realizaba de la originalidad de la religión egipcia. No obstante, fue objeto de excelente crítica por parte de Mélida el conservador del Louvre Paul Pierret446, al que se refirió en los siguien4360 4370

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Vid. infra página 134 y ss. El año en que se publicó coincide con la proclamación de la libertad de expresión, ya declarada en la Constitución de 1876 pero que no se hizo realidad hasta 1881, quedando definitivamente recogida en la Ley de Imprenta de 1883. KUHN (1981). MARTÍN DE GUZMÁN (1988). Amplia referencia al recorrido histórico de esta revista en SÁNCHEZ GÓMEZ (1986: 215-219). ZAVALA (1972: 188). P EIRÓ MARTÍN (1995: 13). MÉLIDA ALINARI (1884d). MÉLIDA ALINARI (1884d: 2). Es de suponer que se refería a la obra de Champollion Panthéon égyptien, publicada en 1823 durante su exilio parisino (en 1821 había abandonado la insurrecta Grenoble). Vid. supra páginas 59-60.

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tes términos: ha podido reconstruir completo el Panteón egipcio y el dogma tal cual le447 comprendían los teólogos de las escuelas de Heliopolis y de Menfis448. En el desarrollo principal de la conferencia, Mélida se centró en ofrecer un cuadro de lo que eran ese dogma y ese Panteón. En 1897 publicó el manual Historia del arte egipcio, el mismo año que vió la luz la Historia del arte griego. Sobre las motivaciones que le llevaron a escribirlo hay que tener en cuenta la consideración de que para Mélida fue éste el arte más original en el proceso histórico y la raíz de los demás. Además, reconocía que por espacio de veinte años había sido su estudio predilecto. Algunas de sus observaciones críticas las llegó a divulgar en los cursos que impartió en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid –primer curso impartido en España sobre este tema– el mismo año de la publicación del manual, mientras en Egipto comenzaba aquel año de 1897 la construcción del Museo Egipcio de El Cairo449. Precisamente, en un momento en el que la Historia del Arte parecía haber tomado carta de naturaleza en el plan general de enseñanza secundaria. Su convicción450 de que el arte egipcio era la fuente de inspiración de gran parte del arte antiguo apareció reflejada en el texto de este manual: Importa conocer el arte egipcio, por la superior antigüedad que cuenta sobre el de otros pueblos, y por hallarse en él los verdaderos orígenes de los demás. Hace pocos años, cuando se escribieron las primeras historias generales de las Bellas Artes, atendiendo más a tradiciones legendarias y a hipótesis etnográficas que a los datos que arrojan los monumentos mismos, pretendieron algunos eruditos que la cuna de las artes debió estar en la India (...) Otros señalan a la China, cuyas antigüedades más remotas datan de los siglos XX a XII antes de Cristo (...) Los orígenes egipcios del arte antiguo son patentes en la arquitectura adintelada que practicaron los asirios, los persas y los griegos; en la rigidez hierática de las esculturas caldeas y asirias; en las numerosas reminiscencias de estilo y de factura que nos ofrecen el arte primitivo de la Grecia, el arte miceniano, entre cuyas piezas las hay evidentemente egipcias (...) En suma, el Egipto, como ha dicho muy bien Perrot, es el abuelo de las naciones civilizadas, cuyos verdaderos orígenes hay que buscar en él451.

Puede considerarse la arqueología egipcia como el campo de más temprana vocación de Mélida, quizás estimulado por su maestro Rada y Delgado y su aspiración de ver creada una cátedra española sobre arqueología egipcia. En el presente manual el autor centró su interés en aspectos del Antiguo Egipto como la naturaleza, la religión o la arquitectura, en la que Mélida hizo gala de un dominio escrupuloso de los elementos constructivos egipcios. No fue mucha, ciertamente, la aportación de Mélida a la egiptología europea452, cuyo proceso de formación y consolidación tuvo lugar a lo largo del siglo XIX. Hasta el momento en que salió a luz su manual no había participado en campaña arqueológica alguna y su labor de investigación se reducía a la lectura y puesta al día de la producción bibliográfica de sus colegas franceses, alemanes e ingleses. No obstante, en el plano nacional actuó de avanzadilla respecto de otros arqueólogos españoles y, con la publicación del manual, contribuyó a divulgar una civilización que no contaba con un manual en España. Antes que él, varias personas habían mostrado interés por la egiptología. Antonio Balbín de Unquera había leído en 1868 el discurso inaugural del año académico ante la Academia Real Española de Arqueología y Geografía del Príncipe Alfonso453 con el tema Arqueología egipcia. Rodrigo Amador de los Ríos y Manuel Aníbal Álvarez habían sido los primeros españoles en explorar los monumentos del Alto 4470 4480 4490

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El leísmo es una incorrección en la que Mélida incurrió no pocas veces. Su ascendencia madrileña es la explicación. MÉLIDA ALINARI (1884d: 5-6). A finales del siglo XIX el arqueólogo francés Auguste Mariette exhortó al gobierno egipcio a construir un museo propio que contuviera los monumentos más destacados. Cuando el arquitecto Marcel Dourgnon ganó el concurso de diseño del museo, se puso comienzo a su construcción en 1897, inaugurándose cinco años después. El mismo planteamiento podemos verlo en LARA P EINADO (1991: 189-190). El mismo autor denuncia errores de bulto en algunos datos y reflexiones contenidos en este manual. Algo lógico si tenemos en cuenta que se trataba del primer manual publicado sobre arte egipcio. MÉLIDA ALINARI (1897d: 4-8). Sobre la historia de la egiptología en España y en Europa, véase MARTÍN VALENTÍN (1992-1994) y JANSSEN (1992). Sobre las circunstancias de su formación y disolución, véase LUZÓN NOGUÉ (1993: 271-275).

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Egipto gracias a la pensión concedida desde la Academia de Bellas Artes de Roma. También había hecho labor de campo el diplomático español Eduardo Toda454, quien llegó a publicar hasta tres monografías tituladas Estudios Egiptológicos, siempre con la intención de fondo de crear en España una escuela egiptológica, cosa que no ocurriría. Otros, como Manuel Sales y Ferré y Miguel Morayta455, se acercaron al antiguo Egipto con el rigor y seriedad científica que la nueva disciplina reclamaba. Igualmente Mélida, lejos de conocer la cultura egipcia sobre el terreno, cultivó la Egiptología como un “arqueólogo de gabinete”. Su acceso a la cultura egipcia quedaba reducido a sus lecturas y a las correspondencias que tuvo ocasión de mantener con egiptólogos foráneos, sobre todo franceses. Un año después de que su manual de Historia del arte egipcio viese la luz, dedicó un nuevo artículo a esta civilización en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. Concretamente, sobre los bronces egipcios contenidos en el Museo Arqueológico Nacional. Se trataba de piezas que pertenecían al antiguo fondo del Museo, formado por las reducidas series de la Biblioteca Nacional y del Gabinete de Historia Natural456. No eran más de una docena de figuras, que se diferenciaban de las adquiridas posteriormente, por la buena calidad del bronce y la finura del trabajo. Las procedentes del Museo de Antigüedades de la Biblioteca Nacional habían pertenecido anteriormente al Real Palacio y las del Gabinete de Historia Natural pertenecieron a la colección formada en París por Don Pedro Franco Dávila, quien la cedió al rey Carlos III. Este último fue el responsable de que fueran definitivamente expuestas en dicho museo. Cuando ya formaban parte del Museo Arqueológico Nacional, fueron objeto de una docta monografía por parte de Juan de Dios de la Rada y Delgado, con el título de Estatuas de divinidades egipcias. Mélida emparentó las citadas estatuillas con los caracteres propios del estilo saíta, considerada por él como la fase de perfeccionamiento técnico que recorrió el arte egipcio. Se trataba de bronces de lujo que se guardaban en templos o en las casas particulares a modo de penates, con fines similares a los exvotos. Siguiendo los criterios iconográficos propuestos por Gaston Maspero457, a quien Mélida consideraba como el más perspicaz de los egiptólogos franceses458, los bronces debían fecharse en la dinastía XXII. Los más llamativos representaban a divinidades como Amon-Ra, Osiris, Osor, Api, Isis y Phta. La vocación docente de Mélida se fue forjando poco a poco. Entre 1886 y 1887 impartió un curso gratuito de Arqueología prehistórica y egipcia explicado en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid. Es de suponer que el público de sus cursos y conferencias estaba conformado por la burguesía madrileña de cierta preparación y cierto nivel cultural. A menudo actualizaba sus enseñanzas, incorporando sus conocimientos y las últimas novedades acontecidas. Acababa de cumplir treinta años. También en 1886 empezó a explicar la clase de Prehistoria y Edad Antigua en la Escuela Superior de Diplomática, a pesar de haber perdido la cátedra un año antes a favor de Catalina. El mismo año de 1885 continuó acumulando nombramientos y experiencias académicas, entre las que cabe señalar una conferencia en la que abordó aspectos teóricos de la Arqueología y que pronunció el 3 de junio en el Ateneo de Madrid con el título “La Arqueología: verdadero concepto de esta ciencia y método para su estudio según las tendencias modernas”459. En julio, le designaron como socio de 4540

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Eduardo Toda (1855-1941) puede considerarse el más precoz egiptólogo del panorama nacional. El 17 de abril de 1884 llegó a Alejandría como cónsul general. A partir de ese momento, ejerció una actividad egiptológica de campo que le convirtió en el primer español considerado propiamente egiptólogo. Mantuvo una fluida amistad con el destacado arqueólogo Gaston Maspero. Más datos en BEDMAN (1998), en MARTÍN VALENTÍN (1992-1994), capítulo titulado Eduardo Toda: el primer egiptólogo español; en TODA (1991) en BEDMAN (2001) y en PASAMAR y P EIRÓ (2002: 616- 618). Político y publicista español que militó en las filas anticlericales y se mostró firme partidario de la Revolución de 1868. Llegó a dirigir (desde 1889) El Gran Oriente Español, logia masónica que llegó a ser una de las de mayor influencia en el siglo XX. Fue catedrático de Historia de la Universidad Central y llegó a escribir un discurso en la inauguración del curso académico 1884-1885 titulado Historia y civilización del Egipto faraónico. Tanto las de la Biblioteca Nacional como las del Gabinete de Historia Natural fueron registradas por el profesor Emilio Hübner en su libro Die Antiken Bildwerke in Madrid (1862: 190 y 231). Esta obra venía a ser un inventario de todas las colecciones madrileñas de escultura antigua. Sobre la figura de Maspero, véase GRAN AYMERICH (1998: 258-259, 276-281, 325-328, 440-448). CASCALES Y M UÑOZ (1909: XIX), Mélida se refiere a Maspero como el que hoy más sabe de cosas egipcias. Vid. infra páginas 121-122.

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mérito de la Sociedad Arqueológica Luliana de Palma de Mallorca. Esta sociedad estaba en muy en consonancia con las aspiraciones de Mélida y enfocaba su actividad hacia el desarrollo de la Arqueología y la conservación de los restos arqueológicos, motivo por el cual su colaboración con la misma fue bastante estrecha. Además, fomentaba el movimiento excursionista y la recogida de restos arqueológicos. Incluso, consideraron prioritario inventariar los yacimientos localizados, una labor ambiciosa que apenas se acometía en otros territorios nacionales. En el plano personal, Mélida sostuvo una relación fluida con los dos arqueólogos mallorquines más activos y prestigiosos: Gabriel Llabrés y Bartolomé Ferrá. Formados, como Mélida, en la Escuela Superior de Diplomática, tanto uno como el otro mantuvieron un fructífero contacto con él, que ha podido seguirse –en el caso del primero– gracias al fondo documental de la Biblioteca Gabriel Llabrés460. En torno a estos años retomó Mélida su afición al arte griego, después de su primer acercamiento en el catálogo de 1882 Sobre los vasos griegos, etruscos e italo-griegos del Museo Arqueológico Nacional. Junto con la egipcia, será la civilización helena la que absorvió la mayor parte de su tiempo antes del cambio de siglo, como queda de manifiesto en los apuntes personales que se conservan en el archivo del Museo Arqueológico Nacional461. Influido quizás por el latente filohelenismo de las élites germanas del siglo XIX y sus habituales lecturas de historiadores y arqueólogos alemanes, Mélida mostró un interés especial en investigar y reflexionar sobre distintos aspectos de la cultura griega. Si en 1884 publicó un estudio acerca del teatro griego, ahora iba a ser la escultura la que llamara su atención. En su “El nacimiento de Atenea, asunto decorativo de un mármol griego”, publicado en La Ilustración Española y Americana462 en 1886, analizó los mármoles decorativos de los tiempos clásicos contenidos en las galerías del Museo del Prado463, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo de Reproducciones Artísticas. Este último, según él, era el más completo museo español en escultura griega. A falta de originales, tan abundantes en los grandes museos de Europa, y que tanto escasean en Madrid464, tuvo que conformarse con reproducciones. Al hilo de esta reivindicación, lamentó Mélida la inexistente participación del gobierno español en excavaciones foráneas, a pesar de lo cual poseía casi un centenar de mármoles entre romanos y griegos. El presente artículo se centró en un puteal, brocal de pozo sagrado, decorado en sus frentes, labrado en una pieza de mármol blanco con escenas mitológicas del nacimiento de Atenea465. Mélida lo relacionó con la costumbre por influencia oriental de abrir un pozo de carácter sagrado en el sitio donde caía una exhalación, con lo cual volvía a concederle a las civilizaciones orientales el protagonismo y originalidad de ritos griegos. En una línea parecida había justificado la pintura vascular griega, a la que atribuyó influencias fenicias466. Fechó el puteal en el siglo V antes de Cristo, y lo emparentó con la escuela de Fidias, advirtiendo además semejanzas entre los relieves del puteal y los famosos relieves del templo de la Victoria Áptera de Atenas, cuyos vaciados podían contemplarse en el Museo Arqueológico Nacional. En cuanto a su procedencia, Mélida atribuyó a Rada y Delgado el reconocer el puteal enterrado en el Real Sitio de la Moncloa y su posterior gestión para trasladarlo al Museo467. Sospechaba que podía haber venido a España formando parte de la colección de la reina Cristina de Suecia, de la cual procedía la mayor parte de los mármoles antiguos del Museo de El Prado. Concedía bastante relevancia al hecho de que Villamil y Castro, arqueólogo de gran valía para Mélida, hubiera encontrado en los inventarios de Palacio, en la testamentaría de Carlos III de 1794, la mención de una urna cineraria que podría referirse al pute4600 4610

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P EIRÓ (1992: 87), recoge las diecinueve cartas que el madrileño envió al mallorquín entre 1882 y 1908 y que aún se conservan. Apuntes y borradores en los que anotó medidas de las ciudadelas de Micenas, Tirinto, Argos, etc, e hizo contínuas referencias al alemán Schliemann y sus descubrimientos en la fortaleza micénica. Según SÁNCHEZ GÓMEZ (1986: 212), fue ésta la mejor de todas las revistas ilustradas de la época en España, por su tratamiento de temas científicos y culturales y la inclusión de grabados entre sus páginas. La vida editorial de esta publicación (que sustituyó al Museo Universal) estuvo comprendida entre los años 1869 y 1921. Sobre esta colección véase SCHRÖDER (1993: 1-32). MÉLIDA ALINARI (1886b: 203). VV. AA. (1986b). MÉLIDA ALINARI (1882a). Sobre los estudios antiguos del puteal véase MARINÉ Y MORA (1986: 35-41).

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al. No faltaban sus referentes foráneos como el austriaco Schneider468, quien en un estudio publicado en el Semanario Arqueológico de Viena reconoció que el puteal de Madrid era un documento de suma importancia para reconstruir el frontón oriental del Parthenón. Este artículo de Mélida se sitúa en la línea artística clasicista que marcó su período formativo. Egipto y Grecia pueden considerarse como las dos civilizaciones del pasado en las que Mélida volcó sus primeros años como investigador. La moda decimonónica por la Arqueología de estos dos países, las excavaciones de franceses y alemanes en Egipto y Grecia, el colonialismo reinante, las sorprendentes noticias de hallazgos arqueológicos, el morbo e interés por lo desconocido y las posibilidades que apuntaba una disciplina tan reciente como la Arqueología, hicieron mella en el arqueólogo madrileño. De él surgió también el deseo, propio de un talante inconformista y científico, de poner en orden sus conocimientos adquiridos y emprender la tarea de comparar las artes figuradas de Grecia y Egipto, proponiendo nuevos puntos de vista y tratando de aportar distintos enfoques. El día 31 de octubre de 1886 a las 9 de la noche, pronunció en el Círculo de Bellas Artes una conferencia sobre el tema Paralelos de las artes figuradas del Egipto y de la Grecia. Ya el 20 de enero de 1886 había recibido una carta del Círculo de Bellas Artes, firmada por su secretario general Juan Espina, en la que se le proponía iniciar un ciclo de conferencias en la citada institución. En el plano arqueológico internacional, la Península Ibérica venía siendo foco de interés de franceses y alemanes desde antes incluso del siglo XIX y comenzaba a perfilarse como un “feudo” de aspiraciones extranjeras. En 1886 el profesor de la Universidad de Toulouse Émile Cartailhac publicó Les Âges préhistoriques de l’Espagne et du Portugal tras haber realizado dos misiones a principios de los años 1880 y tras haber reconocido la autenticidad de las pinturas de Altamira469. El mes de mayo de 1886 el arqueólogo francés Arthur Engel470 llevó a cabo su primera visita a España, enviado por su colega León Heuzey. Éste empezó a sospechar la existencia de un arte eminentemente ibérico tras ver algunas figuras del Cerro de los Santos en la Exposición Universal de París celebrada en 1878. Finalmente, el propio Heuzey desembarcaría en España en 1888 para contemplar in situ las esculturas del Cerro de los Santos y llevarse algunas reproducciones. En 1885 el alemán Emil Hübner471 había llevado a cabo su segundo viaje a España para estudiar inscripciones de primera mano y en mayo de 1889 viajó a España por última vez para continuar con sus investigaciones epigráficas. Se trataba, sin duda, del comienzo de un interés despertado en Francia y Alemania por la arqueología peninsular que habría de matizarse en las dos décadas posteriores. Volviendo a su afición por el clasicismo griego, cabe señalar su publicación en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones de 1893 de un artículo sobre temática iconográfica clásica, que llevó por título Assteas, pintor ceramista griego. Interesaba a Mélida este personaje por aparecer como firmante de un vaso italo-griego, al tiempo que lo era de uno de los vasos más importantes de la colección del Museo Arqueológico Nacional. Siguiendo la teoría de Léon Maxime Collignon472, creía que por humilde que fuera la condición de los pintores de vasos en la antigüedad no se hizo la diferencia que entonces se hacía del Arte y de la Industria, y que en un pueblo tan artista como el griego el pintor ceramista debió de alcanzar cierta personalidad. Desde el punto de vista geográfico-cronológico vinculó al artista a la Magna Grecia de los siglos IV-III antes de Cristo, cuando Tarento se convirtió en el principal centro 4680

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Robert Schneider fue director del Instituto Arqueológico y conservador de la sección de antigüedades del Museo Histórico de Viena. Cfr. H ERAS MARTÍN Y LASHERAS CORRUCHAGA (1997). Su segundo viaje a España tuvo lugar desde enero hasta abril de 1891 con el fin de localizar yacimientos y adquirir piezas para el Louvre. La misión le había sido confiada por el Ministerio de Instrucción Pública de su país. Datos biográficos sobre Engel en MAIER (1996) y ROUILLARD (2002: 146-148). Sobre su llegada a España, promovida e impulsada por su maestro Theodor Mommsen, véase BLECH (2002: 88-91. Más datos biográficos en STYLOW y GIMENO (2004). Destacó su trayectoria de arqueólogo clásico, como miembro del claustro de profesores de la Escuela Francesa de Atenas entre 1873 y 1876; catedrático de antigüedades griegas y latinas de la facultad de letras de Burdeos (1876-1883) y titular de Arqueología en la Universidad de París (1890). Perteneció, además, a la Academia de Inscripciones de París. Más información en VV. AA. (1996b: 304).

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de civilización helénica. Recalcó Mélida que el estilo, técnica, asuntos y manera de tratar los vasos en cuestión eran puramente griegos. Enumeró cinco vasos que se conocían con la firma de Assteas, de los cuales tres procedían de Paestum, en el Sur de Italia. El más notable era la crátera del Museo Arqueológico Nacional, que vino formando parte de la colección de antigüedades que el Marqués de Salamanca recuperó en 1863 en las inmediaciones de Paestum. En cuanto a la temática, Mélida advirtió una inspiración del artista en una tragedia, como pensaba su colega Collignon. Y atendiendo a la faceta estilística, dedujo que el período de actividad de Assteas debía colocarse en el momento anterior al principio de la decadencia, cuando aparecieron los vasos apulianos llamados “de estilo florido”. Una última reflexión del autor de este artículo abordó la epigrafía de los vasos: al examinar ciertos detalles, como las inscripciones de los vasos, se siente uno más inclinado a colocar al artista en cuestión entre los ceramistas tarentinos. En cuanto a la firma constante, (nombre griego), el nombre con dos sigmas acusa, según Klein, el uso de un dialecto local473. Poco tiempo después de la muerte de su hermano Enrique el 28 de abril de 1892, apareció publicado en La Ilustración Española y Americana el artículo “Las chulas griegas”. Mélida justificaba su atrevimiento al elegir este título: Estas estatuillas nos lo dicen bien claro (...) acusando las airosas curvas de las caderas (...) sal, garbo, presencia arrogante. Les parece que aquellas muchachas son hermanas de las chulas de carne y hueso con que poco antes tropezaran en aquel barrio de Embajadores, donde, por raro contraste, está el Museo y campea la chulería (...) ¿representan personajes mitológicos? ni siquiera tienen gravedad de matronas. Es la expresiva belleza de las mortales a quien sonríe la juventud (...) se debe considerar a las muchachas en cuestión como señoritas de su tiempo, como la aristocracia de su tiempo474. Según el autor del artículo, fue Tanagra475, ciudad de la región helena de Beocia, el centro de producción de estas estatuillas de barro, que creyó modeladas en el siglo IV antes de Cristo y que procedían la mayor parte de tumbas. Solía pagarse por ellas unos tres mil francos, pero no escapaba a Mélida que debía de haber falsificaciones en este mercado de antigüedades. Las figuras enteras, aseguraba, no eran de fiar. En cuanto a la iconografía de las mujeres en cuestión, cabe destacar el ingenio de Mélida cuando comparó a Tanagra con Sevilla, aludiendo a su excelente vino, a la honradez, a la caridad, a las actitudes seductoras y al carácter divertido de sus habitantes. Recordó que en el siglo V el severo retiro del gineceo impuso a la mujer alguna reserva, pero un siglo después, en el IV antes de Cristo, la vida se hizo más libre y la mujer pudo dar rienda suelta a sus caprichos, sobre todo estéticos. Puso colofón al artículo diciendo que las muchachas griegas no sólo tenían algo de chulas en su cuerpo, en su porte y en sus vestidos, sino también en su alma476. Con esta reflexión, se alejaba del cientifismo para acercarse al lector con una visión accesible e ingeniosa. El balance de este estudio nos remite al Positivismo de Mélida, en su faceta más observadora y reflexiva. Siguiendo, de alguna manera, la actitud “rupturista” de Flinders-Petrie en el tema de la cerámica, adoptó una postura de valoración de lo cotidiano, de acercamiento al lector y al gran público con temas hasta entonces ignorados. De esta manera, se acercaba Mélida al concepto unamuniano477 de Intrahistoria, preocupado por “la vida callada de miles de hombres sin historia”. Utilizó a menudo el símil para facilitar la comprensión de sus artículos y convirtió un tema iconográfico en una explicación amena y entretenida. Su prosa era accesible para todos y reflejaba su intención de compartir sus conocimientos arqueológicos y artísticos con el mayor número de lectores. Esta implicación que buscaba Mélida en el gran público entronca con su elaboración de manuales en la recta final del XIX. El arqueólogo madrileño trataba de proporcionar nuevas reglas para la investigación histórica y cubrir así el vacío producido por la escasez de manuales tanto en el entorno universitario como académico, lo que provocaba la constante consulta de especialistas a producciones litera4730 4740 4750

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MÉLIDA ALINARI (1893b: 88). MÉLIDA ALINARI (1892a: 261-262). Las excavaciones en este yacimiento habían comenzado de forma secreta en 1870 y una de sus más importantes colecciones de terracotas había ingresado en el Louvre como regalo de P. Gaudin. MÉLIDA ALINARI (1892a: 264). En su obra Paz en la Guerra, de 1897, desarrolló Miguel de Unamuno su concepto de Intrahistoria galdosiana.

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rias extranjeras. En 1897 Mélida emprendió por fin esta tarea. El primero en ver la luz llevó por título Historia del arte griego. En las páginas dedicadas al lector reconoció el autor que lo que le ha movido a escribir este manual es la consideración de que el arte de Grecia, cuyas obras se ven tan frecuente y tan justamente señaladas como modelos de belleza, sólo es conocido de la generalidad por referencia, y desde luego de un modo incompleto478. Comenzó Mélida por los orígenes del arte heleno, que resolvió con la siguiente explicación: A la inteligente raza aria pertenecían los pobladores de la Grecia, que en el orden cronológico forman dos grandes familias: pelasgos y helenos (...) La raza aria, después de largos siglos de aprendizaje y de educación junto a la raza semítica, llega un día en que, dueña ya de los medios y de los principios técnicos, rompe con todas las tradiciones hieráticas y espirituales del Oriente, y, emancipada, se entrega a la libre interpretación de la Naturaleza, según su modo vivo y apasionado de sentirla. Ese aprendizaje recibiéronle los griegos de los fenicios (...) no fue su arte de origen autóctono. Los orígenes del arte griego deben buscarse en el arte oriental479.

Efectivamente, la búsqueda de los orígenes del arte griego en los pueblos orientales era una constante dentro del panorama científico europeo de estos años. En 1871, en la necrópolis ateniense de Dypilon, habían aparecido por primera vez vasijas de estilo geométrico480, que sacaron a la luz los orígenes del arte heleno, hasta entonces desconocido481. Las excavaciones practicadas posteriormente en Asia Menor, en Nínive, en Babilonia y en Fenicia atestiguaban –según Mélida– de un modo evidente los orígenes orientales del orden jónico griego. Aparte de ser el primer manual publicado en castellano acerca de arte griego, conviene advertir que fue confeccionado con bibliografía exclusivamente foránea. Pausanias (empleado como fuente), Winckelmann, K. O. Müller482, H. Brunn483, J. Overbeck484, C. E. Beulé485, Murray486, Olivier Rayet487, Pierre Paris, Léon Maxime Collignon, Iginio Gentile, P. Girard488, Perrot, Chipiez, Edmund Pottier o Emil Hübner fueron algunos de los autores que conformaron la “cantera bibliográfica” de la que se valió Mélida. Resulta evidente el retraso español con respecto a otras naciones europeas en la publicación relacionada con manuales de arte clásico, como se desprende del hecho de que ni una sola cita de autor español apareciera en la bibliografía de esta obra de 280 páginas. 4780 4790 4800

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MÉLIDA ALINARI (1897c: 5). MÉLIDA ALINARI (1897c: 7-11). Interesante síntesis en RIEGL (1980: 9-27). Este autor defendía la indisoluble comunión entre el Arte y la Naturaleza. Aclaró, además, que el estilo de Dypilon no era geométrico primitivo sino más bien refinado. Vid. BIANCHI BANDINELLI (1992: 103-130). Clasicista alemán (1797-1840) cuya actividad literaria se repartió entre los campos de la Filología, Arqueología, Mitología, Historia e Historia del Arte. Más información en VV. AA. (1996b: 773-774, tomo II). Arqueólogo alemán (1822-1894) formado bajo la dirección de Welcker (1784-1868) y Ritschl. En las dos últimas décadas del XIX destacaron sus esfuerzos por hacer de la Arqueología una disciplina plenamente independizada de la Filología, que se identificaba con el esfera histórico-artística. No por ello, proponía la exclusión del uso de fuentes literarias pero sí la sobrevaloración del objeto arqueológico, que hasta entonces era concebido únicamente como pieza de museo (educar el ojo y no tanto el oído). Brunn centró sus esfuerzos en reorientar las bases de la educación humanística-arqueológica y valorar el objeto arqueológico por contener información histórica. Una labor parecida desempeñó su discípulo Adolf Furtwängler. Cfr. MARCHAND (1996: 143-144). Más datos biográficos en VV. AA. (1996b: 202-203, tomo I). Arqueólogo alemán (1826-1895) formado en la ciudad de Bonn. Obtuvo la cátedra de arqueología clásica de Leipzig en 1853, junto con la dirección del Museo Arqueológico de dicha ciudad. Más información en M ILLER (1896) “Overbeck”, American Journal of Archaeology, 11, 361-370; VV. AA. (1996b: 834-835, tomo II). Arqueólogo francés (1826-1874) cuya actividad se centró fundamentalmente en Grecia. Fue individuo de la Escuela Francesa de Atenas y a él debemos el descubrimiento de los Propileos de la Acrópolis (véase GRAN AYMERICH (2001: 187). Practicó excavaciones en Cartago en 1859 e intervino en la política con motivo de los acontecimientos bélicos de 1870. Tras desempeñar la cartera de interior en 1873 y dimitir seis meses más tarde, acabó por suicidarse cuando aún estaba en la plenitud de la vida. Arqueólogo inglés (1841-1904) educado en las universidades de Edimburgo y Berlín. En 1867 entró a formar parte del departamento de antigüedades griegas y romanas del Museo Británico, llegando a publicar a lo largo de su vida numerosos estudios y monografías sobre el arte griego. Fue correspondiente de la Academia de Ciencias de Berlín. Olivier Rayet destacó como arqueólogo, sobre todo a raíz de su ingreso en la Escuela Francesa de Atenas en 1869. Practicó excavaciones en la ciudad de Mileto (costa turca del Egeo). En 1874, sustituyó a su compatriota C. E. Beulé en la cátedra de Arqueología de la Biblioteca Nacional de París, siendo elegido en 1884 profesor titular de la citada cátedra. Helenista francés (1852-1922), formado en la Escuela Normal Superior y en la Escuela Francesa de Atenas. Ingresó en la Academia de Inscripciones y llegó a publicar numerosas obras y artículos relacionados con arte griego.

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Un año después de publicar el manual de arte griego, Mélida pudo por fin visitar muchos de los yacimientos y museos citados en el mismo. Puede considerarse 1898 como otro de los puntos de inflexión en su trayectoria como historiador y arqueólogo, coincidiendo con el desastre español provocado por la pérdida de las colonias ultramarinas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, tras firmarse la Paz de París. Este año efectuó un viaje en el que recorrió los yacimientos y museos más espectaculares de países como Grecia, Turquía o Italia. Lo hizo en calidad de comisionado como jefe de la sección de Protohistoria y Edad Antigua del Museo Arqueológico Nacional, al que representaba, y estuvo acompañado por doscientos expedicionarios, entre los que se encontraban personas notables como el Conde de Saint Saud, miembro de varias sociedades arqueológicas. Tan sólo cuatro fueron los españoles que acompañaron a Mélida: Antonio Vives Escudero489 y los aficionados santanderinos Francisco García Camino, Leopoldo Cortines y Francisco Salazar. Una memoria titulada Viaje a Grecia y Turquía490, entregada al Ministerio de Fomento y publicada en 1899, recogió los pormenores del viaje. Todo se había fraguado en la primera mitad de 1898. Como puede deducirse de una carta491 enviada por Rada y Delgado492, director del Museo Arqueológico Nacional, al director general de Instrucción Pública, entonces Vicente Santa María de Paredes, Mélida fue elegido para formar parte de este viaje organizado por la Revue General des Sciences de París. Una vez conocido el programa del viaje, quiso Mélida aprovechar la ocasión que le brindaba este prometedor viaje para conocer los recientes hallazgos acometidos en los enclaves arqueológicos más relevantes del Mediterráneo Oriental. Además, encontró las facilidades y apoyos necesarios a nivel institucional. Tanto Vicente Santa María de Paredes como el Ministro de Fomento Conde de Xiquena acogieron con entusiasmo la participación de Mélida en el viaje. De hecho el Conde de Xiquena, en calidad de Ministro de Fomento, financió a Mélida con 12.000 pesetas. El resultado definitivo fue su nombramiento el día 17 de marzo de 1898 para efectuar el viaje, llevando la representación del Museo y con especial encargo de estudiar y proponer la adquisición de reproducciones y cambios de éstas entre los Museos de Grecia y de Turquía y los españoles. De esta manera, se convertía en excepcional embajador cultural en defensa de los intereses españoles y representaba una nueva generación interesada en abrir la arqueología española a la investigación internacional. Mélida era consciente del atraso español en materia de investigación arqueológica fuera de nuestras fronteras y de lo alejado que nuestro país vive del gran movimiento científico internacional que ha inducido a Francia, Alemania, Inglaterra y EEUU, al establecimiento de sendas escuelas en Atenas para enviar a ellas pensionados493 (...) de lo que adolece nuestra enseñanza académica de las ciencias históricas y filológicas es del elemento práctico (...) país donde las exploraciones y excavaciones no se han acometido todavía con la seriedad y el detenimiento que requieren494. El viaje a Grecia y Turquía respondía perfectamente al talante empirista de Mélida, en sintonía con su actitud científica y basada en los hechos observables y medibles. Tuvo la ocasión de conocer in situ yacimientos y museos, cuyas únicas referencias hasta entonces habían sido las publicaciones que llegaban hasta sus manos. En cierto modo, este viaje podría ser considerado como 4890

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Este madrileño (1859-1925) destacó especialmente como arabista y numismático tras cursar estudios en la Escuela Superior de Diplomática. Para conocer datos biográficos suyos y la impresión profesional que Mélida tenía de él, véase MÉLIDA ALINARI (1925h) y GARCÍA-BELLIDO (1993: 14-17). También está publicada en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1898, 241 y ss.; 340 y ss.; 392 y ss. y 503 y ss. Los datos que en particular importan al Museo Arqueológico Nacional no aparecen reflejados en esta memoria sino en los catálogos que preparó Mélida de las antigüedades clásicas del Museo. Lo que sí aparece es una lista de esculturas de los distintos museos visitados durante el viaje. Mélida donó esta obra a la biblioteca del Museo Arqueológico Nacional el 14 de marzo de 1899, según consta en el libro de registros de entrada de la institución. Forma parte de los fondos del archivo general de la administración civil de Alcalá de Henares. Pertenece a la documentación encuadrada dentro del Viaje de Mélida a Grecia (solicitud), con la signatura EC-Ca 6535, y la signatura topográfica 31-49. Está fechada en 1 de abril de 1898. Rada y Delgado tenía el antecedente más próximo en cuanto a este tipo de viajes cuando se embarcó en la fragata Arapiles en 1871. Curiosamente, también ocupaba, como Mélida ahora, el puesto de jefe de la sección primera de Prehistoria y Protohistoria del Museo Arqueológico Nacional. Quizás por ello, Rada vio como provechosa para Mélida esta expedición. MÉLIDA ALINARI (1899a: 2). MÉLIDA ALINARI (1899a: 58).

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un antecedente de lo que nueve años más tarde promovería la Junta de Ampliación de Estudios enviando arqueólogos españoles al extranjero495 para que se formaran y mejoraran su nivel. Sobre los motivos por los cuales Mélida fue favorecido para participar en el viaje, conviene resaltar una coyuntura fundamental. La dirección expedicionaria recaía en el distinguido arqueólogo francés Georges Radet, antiguo miembro de la Escuela Francesa de Atenas y vigente profesor de la facultad de Letras de Burdeos. De su mano había comenzado Mélida sus colaboraciones en la Revue des UniverFig. 19.- Théophile Homolle trabajando en su despacho. sités du Midi hacía un año escaso y, además, corrían buenos tiempos para las relaciones hispano-galas, pues la corriente hispanista francesa estaba empezando a sentar sus bases. Debió de existir un contacto personal entre Georges Radet y José Ramón Mélida, a juzgar por algunas tarjetas personales recuperadas del archivo del Museo Arqueológico Nacional. En una de ellas, Radet (profesor de Historia Antigua de la Universidad de Burdeos) pidió a Mélida que ayudara y aconsejara a un joven alumno (René Darrieux) de la Escuela de Bellas Artes de París en su visita a la exposición de Velázquez. La misiva estaba fechada el día 4 de septiembre de 1899. Por motivos familiares, Enrique Mélida residía en París desde 1883, y por sus tendencias francófilas, José Ramón Mélida mantenía contactos constantes con sus colegas franceses y realizaba visitas periódicas a París, Burdeos y Bayona. En cierto modo, se había convertido en un corresponsal que mantenía al corriente a los hispanistas franceses y que estaba dispuesto al intercambio cultural entre los dos países vecinos. De hecho, entre su documentación conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional figuran un buen número de cartas y borradores con nombres y pasajes literarios franceses. Habló la lengua francesa desde joven ya que se trataba del idioma más hablado después del castellano y, además, mantuvo estrechos vínculos con la familia francesa de su hermano Enrique. Las doscientas personas que componían la expedición fueron conducidas en un vapor de la compañía francesa de Mensajerías Marítimas llamado Senegal, que partió del puerto de Marsella el día 3 de abril de 1898. Los viajeros disponían de una nutrida biblioteca y tenían la posibilidad de asistir a conferencias, explicaciones y proyecciones tanto a bordo como en los museos de las ciudades donde hacían escala. Antes de llegar a la ciudad francesa, Mélida había tenido tiempo de visitar el Museo de Gerona e incluso el de Marsella. Sobre la travesía en barco por el Mediterráneo, el autor de la citada memoria llamó la atención sobre las conferencias y proyecciones impartidas por Georges Radet acerca de los descubrimientos de Schliemann, la Escuela Francesa de Atenas y la Acrópolis de Atenas. Un profesor de la ciudad francesa de Lille llamado Mederic Dufour pronunció también una conferencia al tercer día de navegación sobre los caracteres esenciales de la literatura y el arte de los antiguos griegos. 4950

Desde 1907 hasta 1939 la Junta para la Ampliación de Estudios promovió la salida al extranjero de los intelectuales españoles. En Arqueología, el destino más elegido fue Italia, que además contó desde 1910 con la Escuela de Arte y Arqueología en Roma. Los conflictos internacionales y la guerra civil española afectaron a la marcha de la Escuela, que en una primera etapa redujo su actividad hasta casi desaparecer. El segundo lugar elegido fue Alemania. Más datos en DÍAZ-ANDREU (1995b).

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El Senegal hizo escalas en las costas de Grecia y Turquía para que los expedicionarios visitaran las ruinas de Delfos, Olimpia, Delos, Troya, Micenas, Tirinto, Atenas, Constantinopla, Bursa y los monasterios del Monte Athos496. En una de estas escalas, desembarcaron en el puerto de Itéa, ciudad situada en el golfo de Corinto y muy cercana a las ruinas de Delfos, donde les esperaba el insigne arqueólogo Théophile Homolle497, entonces director de la Escuela Francesa de Atenas498 y descubridor del santuario de Apolo en Delfos. Homolle aprovechó el momento para pronunciar el discurso que conmemoraba el cincuentenario de la fundación de la gloriosa Escuela Francesa. En sesión solemne y ante la presencia del Rey de Grecia, aquel 18 de abril de 1898, Mélida tuvo la honra de asistir a esta fiesta como representante de España. El intercambio de impresiones entre el director de la Escuela y él derivó en la idea de incorporar pensionados españoles a las escuelas que los franceses tenían destacadas en Atenas o Roma. Mélida se identificaba plenamente con esta práctica didáctica y divulgadora, Fig. 20.- José Ramón Mélida trabajando en su despacho. similar a la que en España llevaban a cabo los miembros de la Institución Libre de Enseñanza, que, por otra parte, era la inspiración de este futuro proyecto en el campo de la Arqueología. Aunque la propuesta no fructificó, ya que quedó circunscrita al terreno amistoso y confidencial, esta primera toma de contacto sirvió para que veinticuatro años más tarde Homolle y Mélida retomaran esa primera conversación haciéndola realidad. Sin duda, fue Homolle uno de los más fructuosos contactos de Mélida entre los galos, como lo demuestra su participación, tres décadas más tarde, en la redacción del Corpus Vasorum Antiquorum. Las relaciones personales fueron fluidas y provechosas para Mélida, que supo ganarse la confianza y el respeto de sus colegas franceses. Los museos fueron otro de los objetivos de los expedicionarios. Tuvieron ocasión de visitar: el Museo Imperial Otomano de Constantinopla, el Museo Nacional de Atenas, el Museo de la Acrópolis de Atenas, el Museo de Olimpia y el Museo de Delfos. Estos dos últimos se convirtieron en modelo de 4960

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Se conservan documentos varios en el expediente personal de Mélida, correspondiente al Museo Arqueológico Nacional. Se trata de apuntes que cogió Mélida sobre dimensiones y características de yacimientos como Troya, Tirinto, Micenas, etc. Arqueólogo francés (1848-1925). Al terminar sus estudios en la Escuela Normal, pasó a la Escuela de Atenas, que le encargó la continuación de las excavaciones de Delos, en las que trabajó de 1878 a 1880 y después en 1885 y 1888. En el año 1884 alcanzó la suplencia como profesor suplente del Colegio de Francia y de la Escuela de Bellas Artes. En 1891 fue nombrado director de la Escuela de Atenas y después conservador del Museo del Louvre, director de los museos nacionales y administrador de la Biblioteca Nacional. Perteneció, además, a las Academias de Inscripciones y de Bellas Artes. Más información biográfica en VV. AA. (1996b: 596) y GRAN AYMERICH (2001: 394-399). La Escuela Francesa de Atenas es la más antigua de todas. Sus miembros se dedicaron a redactar las memorias en que dieron cuenta del resultado de sus exploraciones que se publicaban en el Bulletin de Correspondance hellénique, fundado en 1877 por Albert Dumont. Además, confeccionaron catálogos y realizaron otros trabajos especiales que formaron un tomo de la Bibliotheque des Écoles francaises d’Athenes et de Rome. Cumplido el tiempo de la pensión, el pensionado volvía a Francia como un héroe de la ciencia. De la Escuela Francesa han salido los arqueólogos que hoy son gloria de Francia, como León Heuzey, George Perrot, Maxime Collignon, Salomon Reinach, George Radet, Edmond Pottier, Joseph Julius Martha o Arthur Engel.

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museo monográfico, por ser los primeros en emplear la fórmula de exponer material arqueológico exclusivo de un yacimiento. Las descripciones de Mélida en la memoria del viaje revelaron el ojo crítico de un museólogo con una formación excelente, adquirida en el Museo Arqueológico Nacional. Se mostró observador y reflexivo al hablar de la arquitectura de los museos recién creados, de la disposición cronológica de las piezas, de la importancia de la luz y hasta de la disposición de las ventanas. Uno de los objetivos primordiales de la participación española en esta expedición fue establecer cambios de vaciados y reproducciones entre los museos griegos y turcos con los españoles, en un momento en el que el Museo de Reproducciones Artísticas estaba en pleno apogeo –con Juan Facundo Riaño en el puesto de director– y se estaba nutriendo de una importante colección de vaciados de diversos museos europeos. Consciente de este hecho, Mélida hizo una relación de más de cincuenta piezas (el Auriga de Delfos, los frontones y metopas del templo de Zeus en Olimpia, el Moscóforo de la Acrópolis de Atenas, la Puerta de los Leones de Micenas, los vasos de Vafio, etc) cuyos vaciados deberían adquirirse para completar estas colecciones. Su propuesta encontró eco en el Ministerio de Fomento, que no tardó en negociar con los museos orientales la adquisición de algunas reproducciones, algunas de las cuales pueden contemplarse actualmente en el Museo Nacional de Reproducciones Artísticas. Además, Mélida pudo comprobar in situ la incorporación de las nuevas técnicas a los estudios arqueológicos. Por ejemplo, la aplicación de la fotografía499 a charlas y conferencias, algo prácticamente desconocido entonces en España. Ya en 1897 había reclamado un proyector de diapositivas para el Museo Arqueológico Nacional, consciente de lo que facilitaba la comprensión didáctica del alumnado y los visitantes500. A su llegada a Madrid, Mélida afirmó: he pasado una temporada deliciosa viendo los monumentos y museos más interesantes del mundo501. Una vez consumado el viaje, se completaba una de las páginas más interesantes en la etapa de formación y aprendizaje del Mélida arqueólogo. Sus juicios y valoraciones tuvieron un antes y un después del viaje, ya que pudo conocer por fin los enclaves más representativos de la Arqueología del Mediterráneo Oriental. Esta comisión le facilitó la lectura de futuras conferencias a su regreso y el gobierno francés le otorgó las palmas de oro de la Instrucción Pública por su colaboración en revistas de aquel país consagradas a las ciencias históricas.

MATRIMONIO Y ENTORNO FAMILIAR José Ramón Mélida dio la bienvenida a la última década del XIX con su recién estrenado matrimonio. El 1 de junio de 1889 se casó con Carmen García Torres en Madrid después de cuatro años de relaciones. Llegaron a tener diez hijos, de los cuales dos, gemelos, murieron en el parto. Por una fotografía familiar (conservada por el descendiente Pedro Luis Mélida Lledó) sabemos que cinco de ellos sí alcanzaron la madurez, cuando menos. Se trata de José, Pilar, Enrique, Olimpia y María. Murieron jóvenes Rafael, Leonor, Carmen y Ángela502. De José consta que se dedicó a la medicina y que llegó a publicar dos novelas: El crimen de los padres, novela dialogada, en cuatro jornadas (1923) y ¿Es mentira el amor?503, estimulado seguramente por su padre, que no llegó a cuajar en su faceta de novelista. Pilar murió de tuberculosis con 28 años y María murió con 102 años. Por entonces, su residencia familiar estaba situada en el piso tercero derecha del portal 6, ubicado en la calle Orellana de Madrid. Lo único reseñable de su hijo Enrique nos remite a dos cartas conservadas –actualmente en poder del descendiente de la familia Arturo Mélida Vilches– y fechadas en 1930. En una de ellas, fechada el 7 4990 5000

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5030

Cfr. GONZÁLEZ REYERO (2004: 46). En el expediente de Mélida, dentro del Archivo del Museo Arqueológico Nacional, se conservan fotografías, en soportes de cristal tamaño diapositiva, posiblemente utilizadas en proyecciones para conferencias. Entre ellas, la pirámide de Djoser, la pirámide de Kefrén, la esfinge de Gizeh, una escultura de un león en un paseo marítimo, una mezquita, una vista general de una ciudad de Oriente, palacio con esculturas de leones, panorámica del Nilo, panorámica del foro de Roma, estatua ecuestre, etc. MAIER (1999a: 27, carta nº 6). I. P EIRÓ (1992: 38), hace referencia a Ángela, como una de las hijas de José Ramón Mélida. No consta en el árbol genealógico elaborado por Arturo Mélida Vilches en el 2003. Actualmente, sigue recabando e incorporando datos. Como en tantas otras publicaciones de la época, no aparece explicitado el año de publicación.

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de noviembre de 1930, José Ramón Mélida intercedió por su hijo ante una autoridad política como el Conde del Valle de Suchil (alcalde de Madrid, en 1922) solicitando que elevara a las altas instancias una recomendación que facilitara a su hijo Enrique la obtención de la plaza de Agente Ejecutivo del distrito de Buenavista: creo fundamenta ser de los candidatos que tienen más méritos y desde luego ninguno alega como él ser Secretario de Ayuntamiento por oposición (...) quedaría a ud. muy reconocido si recomendara el asunto a los concejales que componen la permanente. Sin embargo, el Conde del Valle de Suchil advirtió, en carta del 12 de noviembre del mismo año, del poco efecto que tendría la recomendación: con todo interés hago la recomendación al Sr. Alcalde, aunque no he de ocultarle que no espero tener gran éxito en mi gestión toda vez que por la gran cantidad de cosas que diariamente me veo obligado a pedir al Sr. Marqués de Hoyos ya no me sirve en ninguna de las cosas que solicito. Se da la paradoja de que José Ramón Mélida, víctima de las oscuras relaciones de poder en la cátedra obtenida por Catalina en la Escuela Superior de Diplomática, no dudó en apostar por la vía de la recomendación cuando tuvo la ocasión de hacerlo más de cuarenta años después. Entre la correspondencia personal de Mélida despierta la curiosidad una carta que le había enviado su hermano Enrique, cuatro meses antes de consumarse el enlace matrimonial de José Ramón, en la que le prevenía de los riesgos y peligros que entrañaba perder la soltería: querido Pepe: encuentro justo y así se lo escribo a Arturo, que pienso que estás completamente decidido a casarte, no obstante todas las observaciones que te hemos hecho (...) no hay la menor sombra de hostilidad a su persona (...) que no te impusieras las grandes obligaciones que el matrimonio trae consigo sin tener los medios bien asegurados de satisfacerla (...) son muchos los que se han casado en medios aún más reducidos (...) que no atropelles la fecha de la boda (...) ya hace algunos meses que cuentas con los mismos ingresos que vas a contar después504. En otra de las misivas, Enrique seguía ejerciendo de hermano mayor: yo no puedo querer más que tu felicidad (...) mi consejo, basado en el cariño que tengo y en la experiencia que mis años me han enseñado (...) puesto que no tengo el menor prejuicio acerca del asunto, no conociendo como no conozco a Carmen más que de vista505. De las palabras de Enrique, diechiocho años mayor que José Ramón, se deduce un cierto temor por la situación económica del futuro marido. Por entonces, José Ramón era jefe de la sección de Protohistoria y Edad Antigua en el Museo Arqueológico Nacional, lo que debía de proporcionarle un sueldo modesto, en torno a las dos mil pesetas, pero suficiente para poder encarar su matrimonio sin muchas penurias. El caso es que la decisión de Mélida de desposarse iba a convertirse en realidad. Entre sus borradores conservados hay uno, dirigido a su hermano Enrique, que posiblemente fue el origen de la anterior misiva y que no deja lugar a dudas: Mi querido Enrique: ha llegado el momento oportuno de que yo te hable de mis proyectos, por tanto tiempo acariciados (...) me impulsan a casarme varias consideraciones. En primer lugar mi cariño a Carmen, al cual ella corresponde como yo quizás no merezco, cariño mutuo que en cuatro años de relaciones se ha asegurado y confirmado de sobra (...) condiciones morales de Carmen que para mi modo de apreciar a las personas son inmejorables. Yo nunca hablo de este particular porque a los novios no se les cree (...) es una mujer de sentimientos religiosos muy arraigados, de una rectitud moral, de una severidad de principios, que no se usa hoy (...) en el fondo es una niña. Su defecto capital y al mismo tiempo una de sus cualidades es tener mucho amor propio, y habiéndote dicho antes y desprendiéndose de lo dicho más arriba, que es modesta, sencilla y sin pretensiones (...) otra razón secundaria me lleva a casarme. Yo vivo sólo. Demasiado sé que un hombre vive sólo admirablemente sin cuidarse de más que de cultivar su egoísmo (...) es que vivo sin una afección a mi lado. Tengo dos hermanos, pero a mi lado nadie, ni lo tendría aunque viviera con vosotros porque vosotros os habéis creado cada cual vuestro centro de afecciones y yo echo de menos el mío (...) y si ésto a los 26 creaba en mí un vacío, hoy, a los 32, queriendo a una mujer que me corresponda, .me impulsa doblemente al matrimonio (...) me propongo pedir a Carmen en el mes que entra y casarme a fines de mayo o principios de junio (...) aguardo tu contestación (...) comprenderás que mi plan es razonable506. 5040

5050 5060

Carta conservada en el expediente de Mélida, perteneciente al archivo del Museo Arqueológico Nacional. Otra carta, fechada el 3 de febrero de 1889, representa la insistencia de Enrique en la búsqueda de la responsabilidad absoluta por parte de su hermano José Ramón. Se ignora la fecha de este borrador, probablemente escrito en un tiempo no muy distante de la anterior misiva mencionada. Este borrador forma parte de la documentación contenida en los fondos del archivo del Museo Arqueológico Nacional. No lleva fecha pero es fácil deducir que se habría tratado de una carta inmediatamente anterior al momento de consumarse el matrimonio.

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Fig. 21.- La familia de José Ramón Mélida, con sus hijos Enrique, María, José y Olimpia de pie; y su mujer Carmen García Torres, entre él y su hija Pilar, sentados.

José Ramón debió de sopesar mucho interiormente la decisión de casarse. Veía en Carmen el prototipo de una buena esposa por las cualidades que se le suponían entonces; y creía que era el momento de dar el gran paso. Sus dos hermanos mayores, Arturo y Enrique, ya llevaban tiempo emancipados y formando una familia, circunstancia que empujó a José Ramón a seguir su ejemplo. Además, contaba ya con 32 años, una edad avanzada para contraer matrimonio en aquel entonces, y reconocía que llevaba desde los 26 con la ansiedad propia de quien siente la fugacidad de la vida. Entre sus borradores, cabe destacar uno titulado Filosofías de Encarnación, en el que la protagonista es una mujer de la que dice: has levantado terrible polvareda en mi cerebro, pues cuanto más tu desamor admiro, tu heroísmo no creo (...) soy de esos platónicos que no comprenden sin amor la vida (...) por eso tus heréticas ideas, de antigua enamorada impenitente, son para mí sofismas, son abismos en que temo perderme (...) sólo sospecho, cuanto más te miro, que vives engañada, que quieres vivir siempre anacoreta. Estas palabras pueden considerarse como una reflexión retórica en la que el autor trataba de mentalizarse para su casamiento. Con el recurso literario de crear una protagonista imaginaria que encarna a su futura esposa, Mélida establecía un puente imaginario con ella y transmitía su ilusión ante el acontecimiento. Adoptaba, en cierto modo, el papel de víctima del amor y recreaba una situación irreal pero que evidenciaba sus temores. Se conservan también una carta enviada por su tía Dolores y fechada el 19 de febrero de 1889, en la que le felicitaba por su decisión de casarse; y otra firmada por su padre Nicolás, su tío Luis y sus sobrinas507 el 12 de marzo del mismo año, dándole asimismo la enhorabuena508. El caso es que su estrenada condición de casado le mantuvo algo más de un año alejado de la actividad literaria. En todo 1890 no publicó ni una sóla obra, con lo que se produjo un corte en los diez 5070 5080

Por otro borrador, se deduce que una de las sobrinas se hacía llamar Mary. Las dos cartas están incluidas en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional.

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ÁRBOL GENEALÓGICO DE LA FAMILIA MÉLIDA BLAS MÉLIDA

MARÍA TERESA LIZANA

AGUSTÍN ALINARI

NICOLÁS MÉLIDA LIZANA

ENRIQUE MÉLIDA ALINARI

ARTURO MÉLIDA ALINARI

ENRIQUE MÉLIDA GARCÍA

MARÍA LUISA MÉLIDA

JULIO LÓPEZ

JOSÉ RAMÓN MÉLIDA ALINARI

JULIO LÖPEZ

EMILIO LÓPEZ

JOSÉ LUIS LÓPEZ

FEDERICO MÉLIDA ALINARI

JOSÉ MÉLIDA GARCÍA

ENRIQUE MÉLIDA

MARÍA LUISA LÓPEZ

LEONOR ALINARI ADARVE

CARMEN GARCÍA TORRES

AMPARO FUENTES

ADELA MARÍA LÓPEZ

MAGDALENA DE LA CRUZ

MAGDALENA DE LA CRUZ MÉLIDA

MARÍA ADARVE

VICTORIA POCH

RAFAEL MÉLIDA POCH

FERNANDO MÉLIDA ARDURA

MONINA ARDURA

OLIMPIA MÉLIDA GARCÍA

RAFAEL DEL ROSAL MÉLIDA

ALBERTO MÉLIDA ALINARI

RAFAEL DEL ROSAL

MARÍA PILAR MÉLIDA GARCÍA

CARMEN MÉLIDA ALINARI

ÁNGEL MÉLIDA GARCÍA

OLIMPIA DEL ROSAL MÉLIDA

VICTORIA MÉLIDA ARDURA

Fig. 22.- Árbol genealógico de la familia Mélida Alinari desde finales del XVIII hasta finales del XX.

años, desde que publicó su novela El Sortilegio de Karnak en 1880, de continuadas publicaciones de artículos, catálogos y novelas (fig. 33). Dos años más tarde, el 28 de abril de 1892, tuvo lugar en París un revés familiar: la pérdida de su hermano Enrique509. Sobre el lamentable desenlace se hicieron eco las esquelas de los periódicos de entonces. Recibió sepultura en el cementerio de Bayona, uno de cuyos museos, el Museo Bonnat, poseía cinco cuadros del artista. Fueron muchos los telegramas de condolencia que le hicieron llegar a su hermano José Ramón, firmados por personajes como F. Soler y Rovirosa (pintor y escenógrafo de Barcelona), Fernando (del Museo de Reproducciones Artísticas), Ángel510, Manuel Pérez Villamil, Vicente Colorado y Juan Méndez511. En cuanto a su legado material, cabe destacar la donación de varias prendas antiguas al Museo Arqueológico Nacional por parte de su esposa en 1894512. El año 1909 fue también un año difícil para la familia Mélida. En el mes de octubre perdieron a la persona que le había transmitido a José Ramón las aptitudes necesarias para destacar como humanista y artista: su madre, Leonor Alinari y Adarve, cuyas raíces florentinas habían encontrado continuidad genética en su persona, al igual que en la de sus hermanos Enrique y Arturo513. Una nueva tragedia hubo de afrontar con la pérdida en marzo de 1921 de su hija Pilar, tal y como reflejaba el 5090

5100

5110 5120 5130

Un artículo necrológico sobre su persona fue publicado por Aureliano de Beruete en La Ilustración Española y Americana, el 15 de mayo de 1892. No ha podido identificarse con total seguridad a estos dos personajes sin apellido, aunque uno de ellos podría ser Ángel de Gorostizaga. Documentación conservada en el expediente de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional. Véase La Gazeta del 29 de noviembre de 1894. En el expediente de Mélida que se encuentra en el archivo de la Real Academia de la Historia, se conserva una carta firmada por el el secretario de la corporación Juan Catalina García en el día 4 de octubre de 1909. En ella se le comunicó al académico el más sentido pésame por el fallecimiento de su madre política.

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pésame514 que la Academia, el Marqués de Cerralbo515 y Pedro Bosch Gimpera516 le habían enviado al arqueólogo madrileño. De las confesiones de José Ramón Mélida a su hermano y del entorno familiar que le rodeaba se deduce que el matrimonio significó para él la consecución de una de sus metas en la vida, además de una estabilidad emocional que habría de repercutir positivamente en su felicidad. Se realizó como persona y formó una familia numerosa, de diez hijos, que le proporcionaron el equilibrio necesario para ejercer su labor de arqueólogo e historiador.

EL IV CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA Con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892, se produjo una efervescencia temática sobre América y sus pueblos en las páginas de las revistas y boletines españoles. El propio Mélida se vio afectado por esta moda americanista517. Editoriales, museos, instituciones públicas y organismos ministeriales se movilizaron al unísono para hacer de esta conmemoración secular un gran acontecimiento expositivo y cultural. Mélida se sumó desde su aportación literaria y su gestión museológica. Tras el paréntesis de su boda, escribió un artículo en la revista de perfil independiente La España Moderna (nacida en 1889 y desaparecida en 1914), titulado “Los antiguos monumentos americanos y las artes del extremo oriente”. La citada revista había salido a la luz recientemente en 1888 gracias a la iniciativa del jurisconsulto y publicista José Lázaro Galdiano. A diferencia de otras publicaciones, La España Moderna concedía mayor importancia a los comentarios bibliográficos y solía contar con obras escritas por los especialistas de cada materia. La Historia, como la Política y la Literatura, había ganado protagonismo frente a la antropología evolucionista, que remitía tras el furor de años anteriores. Además, en 1889 se había celebrado el I Congreso Católico Español, para combatir las teorías evolucionistas, el ascenso del Positivismo y los progresos acometidos por la ciencia prehistórica518. Todo con el fin de salvaguardar aspectos de la doctrina católica que eran puestos en evidencia. En este contexto, Mélida inauguró su período de colaboraciones en la revista La España Moderna, en la que llegó a publicar siete artículos entre 1891 y 1897. El artículo citado representaba la primera incursión de Mélida en la arqueología americana, que en estos momentos se encontraba en un período de formación. Desde 1874 se venían celebrando los congresos internacionales de americanistas, por iniciativa de la Sociedad Americana de Francia. Sin embargo, afirmaba Mélida que aunque el catálogo de los trabajos es ya extenso, y en el terreno de la investigación se ha adelantado mucho, aún no se ha llegado a constituir un cuerpo de doctrina, un verdadero organismo científico, como el que hoy rige a la Egiptología y a la arqueología oriental519. Los temas considerados más candentes entonces eran los relativos al origen de los pobladores de la América precolombina y a la interpretación de la escritura jeroglífica de los códices y bajo-relieves monumentales. Según la opinión de Mélida era un error tratar de buscar en las indescifrables escrituras americanas las revelaciones históricas aportadas por otras como la egipcia o la babilonia. Proponía conceder mayor importancia al aspecto artístico, al considerar que los monumentos americanos ape5140

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El pésame oficial enviado por la Academia llevaba la fecha de 28 de marzo de 1921 y aparecía firmado por el Secretario perpetuo, Juan Pérez de Guzmán y Gallo. Gracias a este pésame (conservado en el expediente personal de Mélida en el archivo de la Real Academia de la Historia) sabemos que tuvo más hijos. P EIRÓ (1992: 38), hace referencia a una de las hijas de José Ramón Mélida, de nombre Ángela. Carta conservada en el archivo histórico documental del Museo Cerralbo. En ella Mélida agradeció el pésame del Marqués, al que aprovechó para enviarle el pésame por la muerte de su hermana. No lleva fecha pero se refiere a hechos documentados como la muerte de la hija de Mélida, Pilar. Pésame que se conserva en el expediente personal de Mélida dentro del Museo Arqueológico Nacional con el número de expediente 2001/101/4. Se trata de una carta enviada por Bosch-Gimpera a Mélida el 4 de junio de 1921, desde el número 7 de Pragerstrasse, en Berlín. Sobre el surgimiento del americanismo arqueológico en España, véase VÉLEZ J IMÉNEZ (1997). MAIER (2003a). MÉLIDA ALINARI (1891a: 22).

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nas habían sido objeto de un examen directo: ningún autor, decía, ha establecido todavía la filiación del arte americano ni le ha marcado su oportuno sitio en el proceso histórico del Arte520. En el desarrollo de su teoría reconocía que los pueblos bárbaros de América se reconocían y diferenciaban hoy por dos clases de monumentos, y los nombres dados a éstos por los angloamericanos servían también para designar a aquellos pues la filiación étnica era desconocida. Mélida se inclinaba a pensar que las pictografías han sido coetáneas de todos los grados y manifestaciones de la cultura que en aquel país se reconocen y diferencian: han sido siempre o casi siempre las obras de los indígenas que vivían, como viven aún, apartados del gran proceso histórico521. Según él, los caracteres artísticos de las pictografías no tenían nada de común con los que distinguían a los monumentos del Extremo Oriente: son las figuras que han trazado y trazan el niño y el hombre inculto, por una misma manera, en todos los pueblos y en todos los tiempos522. El pensamiento de Mélida estaba en línea con los que pensaban, como Wilhelm Lübke o Alöis Riegl523, que las primeras manifestaciones del Arte habían sido las mismas en todas las localidades y en todos los tiempos, pues el Arte no había tenido un lugar de nacimiento. De alguna manera, afloraba en sus palabras el sustrato historicista propio del final de siglo, que en Riegl adoptó matices aparentemente contradictorios524. La preponderancia del valor estético desde Winckelmann, en el tradicional “conflicto” artístico de las dos vertientes, se invirtió a partir del último cuarto del XIX y el austriaco Riegl contribuyó a la destrucción del modelo normativo que desde la Ilustración imperaba en el pensamiento europeo, liberando del prejuicio de perfección ahistórica o del prejuicio de progreso y decadencia cíclicos para introducir una explicación estructural inherente a cada momento cultural525. Mélida asimiló la corriente historicista, sin desdeñar las aportaciones del formalismo austriaco, y la incorporó a su modo de enfocar la realidad artística. Habló insistentemente en este artículo del proceso histórico del Arte, apelando a la necesidad de comprender la obra de arte en sus valores intrínsecos y desde su inseparable contexto histórico. Concebía el Arte como producto de una creación colectiva, inconsciente e involuntaria, que no podía ser interpretada de otra manera que en su historia. Enlazaba así con el “Kunstwollen”, o voluntad artística, acuñado por Riegl. La tendencia decimonónica de clasificar las obras en los compartimentos estancos de los estilos fue roto a favor de una concepción más adaptable a los procesos de cambio histórico y fue Riegl uno de los valedores de este principio. Este crítico de Arte austriaco defendió la indisoluble comunión entre el Arte y la Naturaleza, como condicionante de primer orden526. Puso Mélida como ejemplo el desfase artístico, y su correspondiente desfase histórico, entre Europa y América. Del arte europeo de la Edad Media, decía, era coetáneo el arte precolombino, propio de una civilización ya extinguida en Europa, con lo que podía pensarse que el origen y desenvolvimiento primario de las artes en América correspondía a la Edad Antigua del Viejo Mundo. Fue Mélida persona que dedicó mucho tiempo y esfuerzo al estudio del Arte, en unos años en los que la frontera con la Arqueología se presentaba vaga y difusa. Él mismo reconocía en una carta fechada el 28 de marzo de 1888 el empeño que ponía cultivando el estudio de la Arqueología del Arte, al cual consagro mis pobres facultades527. A modo de recapitulación, puede afirmarse en Mélida el eclecticismo de tradición decimonónica en un contexto en el que las teorías en boga dejan tanto espacio a la interpretación. En el caso del arqueólogo madrileño, asimiló las corrientes de corte historicista sin alejarse completamente del con5200 5210 5220 5230

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MÉLIDA ALINARI (1891a: 25-26). MÉLIDA ALINARI (1891a: 31). MÉLIDA ALINARI (1891a: 31). Con él terminó la valoración del arte de la antigüedad que había sido difundida por Winckelmann. Riegl (1858-1905) abrió la puerta a la concepción idealista del Arte, permaneciendo ligado a una concepción antihistórica que enmarcaba la Historia del Arte en una línea evolutiva predeterminada y que él derivó de las ciencias naturales. Su obra, heredera de una óptica de procedencia hegeliana, fue producida en la Viena de fin de siglo, cuando se entrecruzaban los restos de la cultura decimonónica en crisis y los intentos de formular nuevas hipótesis: surgimiento del psicoanálisis freudiano, renovación musical de Mahler y Schoenberg; y análisis lógico del lenguaje wittgensteiniano. Más datos biográficos en RIEGL (1980: VII-XVI), del prólogo de Ignasi de Solá Morales; VV. AA. (1996b: 958-959, tomo II). Cfr. RIEGL (1980: XI). RIEGL (1980: XII). RIEGL (1980: 9. Misiva conservada en el expediente de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional.

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cepto “antihistórico” propuesto por Riegl en su “puro-visualismo”, ni del modelo winckelmanniano al que tanto recurrió en décadas posteriores. El año de 1892 será recordado como el del IV Centenario del Descubrimiento de América, en el que intervino Mélida colaborando en la instalación de las exposiciones históricas. La Biblioteca Nacional de Madrid en el Palacio de Recoletos fue el escenario elegido para albergar las dos exposiciones previstas: la Histórico-Europea528 y la Histórico-Americana529. Concretamente, Mélida ejerció de secretario de la Comisión Instaladora de la Sección Española de la Exposición Americana y de Jurado de la Exposición Histórico-Europea. El que fuera su compañero, Narciso Sentenach530, formó parte de la Comisión Organizadora de la Exposición Histórico-Americana de 1892. Encabezados por Cánovas del Castillo531, los académicos de la Historia se pusieron al frente de la organización del Centenario, en el que Cesáreo Fernández Duro dirigió los trabajos “arqueológicos” que permitieron la reconstrucción de la nao Santa María. Ignacio Peiró atribuye estos actos al americanismo reinante, que no sólo constituyó una moda historiográfica sino que fue otra manifestación de la toma de conciencia nacionalista de la historiografía oficial de la época532. La repercusión del IV Centenario trascendió el fenómeno expositivo, ya que a partir de entonces se potenciaron los estudios hispánicos, incluso en el extranjero. El mismo año, Luis Siret había acudido al XI Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistóricas, celebrado en Moscú. No asistió ningún español. Sin embargo, el belga (galardonado ese año con el accésit del Premio Martorell por su L’Espagne prehistorique) explicó en su intervención la situación de la investigación prehistórica en España, condicionada todavía por la visión clerical. Pero ya en el III Congreso Católico Español, celebrado en Sevilla en 1892, se reconocieron avances de las ciencias geológicas y antropológicas. En el ámbito editorial, estimuló el nacimiento de nuevas revistas en los meses posteriores, como Historia y Arte, Boletín de la Sociedad Española de Excursiones533 y la Revista Crítica de Historia y Literatura Española, Portuguesa e Hispano Americana. Desde el punto de vista de las publicaciones de 1893, Mélida dedicó dos artículos al tema americano y dos a las culturas clásicas. En la España Moderna escribió uno acerca de la “Exposición histórico-americana” y otro sobre la “Escultura mejicana precolombina”. En el primero de ellos, advertía Mélida que no pretendía pasar por americanista; es tan sólo un cultivador de la Arqueología que se detiene a repasar unas antigüedades que por lo extrañas y preciosas excitan su curiosidad534, con lo que más ejerció de informador que de técnico. Sí se atrevió a abordar el aspecto físico de Cristóbal Colón, basándose en los cuadros expuestos535, y concluyendo que no se conservaba un retrato verdaderamente auténtico del descubridor. Dedicó, asimismo, unos párrafos a la parte de la exposición centrada en la historia de la navegación y a la documentación expuesta, procedente del Archivo de Indias, Simancas, Alcalá de Henares, Histórico Nacional y la Real Academia de la Historia. 5280

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Fidel Fita fue designado presidente, auxiliado por conservadores del Museo Arqueológico Nacional. En el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares se conserva una relación de objetos donados por la Exposición Histórico-Europea (signatura 31/06720) que pasaron posteriormente al Museo Arqueológico Nacional. Se nombró presidente de la misma a Rada y Delgado, al que asistieron Mélida, Sentenach y Jiménez de la Espada. Para datos biográficos, vid. PASAMAR Y P EIRÓ (2002: 585-586). Se convirtió en uno de los más activos promotores del nacionalismo español, justo cuando el Imperio vivía su último lustro de esplendor colonial. Ya en 1876 imprimió un evidente tinte colonial y político a la Sociedad Geográfica de Madrid, fundada el día 2 de febrero en los salones de la Real Academia de la Historia. Precisamente, habría de ser esta Real Academia la que encauzara todos los esfuerzos historiográficos acometidos por Cánovas, como una muestra de profesionalización y un intento de patrocinar una nueva historia de España. WULFF (2003a: 134-138). P EIRÓ (1995: 100). La aparición de este boletín hay que relacionarla con la Exposición Histórica Europea, celebrada para conmemorar el centenario del descubrimiento de América, y el desencadenamiento de una promoción del mundo editorial español. La Sociedad Española de Excursiones había sido fundada en Madrid el 1 de febrero de 1893 por iniciativa directa del Conde de Cedillo, contando, como socios más activos, con Enrique Serrano Fatigati y Jerónimo López de Ayala. Posiblemente surgió como respuesta de la intelectualidad madrileña a la pujante actuación de las dos asociaciones de excursiones catalanas fusionadas tres años antes. Para más información véase P EIRÓ (1995: 178-179) y RUEDA M UÑOZ DE SAN P EDRO (1997: 287-293). MÉLIDA ALINARI (1893c: 175). MÉLIDA ALINARI (1893c: 176-178).

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En el segundo artículo mencionado, Mélida insistió (así lo había manifestado ya en el tomo XXXI y XXXIII, pertenecientes al 15 de julio y 15 de septiembre de 1891, de La España Moderna) en los orígenes asiático-septentrionales del gran arte americano, idea que reforzó tras analizar y estudiar los objetos expuestos en la Exposición Histórico-Americana de Madrid. Reconoció, además, que desde hacía tiempo venía preparando un libro sobre la arqueología del arte americano, que por causas ajenas a su voluntad había quedado inédito. No sólo lamentó Mélida esta circunstancia sino que denunció la esterilidad de la labor científica en España, que “ha visto con la mayor indiferencia un suceso tan grandioso y tan importante como la Exposición Americana536, comentario en sintonía con ese patriotismo cultural que afloró en muchos de sus escritos. Ciertamente llamativa resulta la crítica feroz que vertió sobre Nicolao Sturmalof, a quien llegó a acusar de anticuado idealista y de no reconocer la categoría de ciencia positiva y experimental a la Arqueología del Arte, cuyas conquistas se debían al análisis detenido de la técnica y de los caracteres de los monumentos. Salió en defensa de los arqueólogos después de que el ruso hubiera tachado a los arqueólogos de inocentes observadores de la forma, faltos de base y de conocimientos. Como conclusión cabe decir que con esta incursión en el americanismo, marcada por el IV Centenario del descubrimiento, Mélida se incorporó a una de las claves definidoras de la historiografía española de finales del XIX. América, que seis años más tarde se sacudiría el dominio español, era contemplada como una prolongación del territorio español que engrandecía el concepto imperial. Por lo tanto, era un gran pilar de legitimación del nacionalismo historiográfico y más en 1892, cuando el Centenario reclamaba la atención de todos. Mélida participó de ese programa propagandístico que incidía en la importancia histórica de la metrópoli, pero llamó la atención de las autoridades reclamando que el americanismo español atendiera su compromiso con los dominios de la investigación. De hecho, apenas había cultivadores de la Arqueología y la Antropología entre profesionales españoles; al contrario que en otros países del entorno europeo537. Y España no contó con un cauce para los estudios americanistas hasta la creación de la cátedra Cartagena en 1932538. En cualquier caso, fue este un episodio aislado en el que Mélida se acercó a cuestiones americanistas como parte integrante de la historiografía oficial aglutinada en torno al IV Centenario, que por sus conocimientos sobre arqueología americana.

UN

HUMANISTA ENTRE CORRIENTES FINISECULARES:

P OSITIVISMO,

DIFUSIONISMO Y HELENOCENTRISMO

Como buen hombre de letras, Mélida supo procesar y asimilar la mayoría de las corrientes culturales de finales del XIX. Haciendo gala de un espíritu crítico y de un carácter ecléctico, incorporó a su formación humanista aquellos conocimientos y tendencias europeas que actualizaban, en unos casos, y revisaban, en otros, los anquilosados esquemas heredados del Romanticismo. A lo largo de varias publicaciones puso de manifiesto su predisposición a abrazar nuevas doctrinas y teorías gestadas en el ámbito histórico-arqueológico de Europa. En el último cuarto del XIX, España vivía lo que se ha dado en llamar la Arqueología de la Restauración, de estructura centralista pero dotada de una gran liberalidad que le había impreso la Constitución de 1876539. Se caracterizaba por la preponderancia de la cultura académica frente a la cultura universitaria, por el asociacionismo y por el excursionismo. Este era el panorama que dominaba el escenario arqueológico nacional, y en el que Mélida hubo de desenvolverse al tiempo que se mostraba permeable y abierto a las novedades europeas. En línea con su calidad de humanista y hombre de letras, Mélida mostró gran interés y curiosidad por un amplio abanico de temas. Su insaciable deseo de conocer le llevó a publicar artículos y noticias de muy variada temática, alternando su faceta investigadora con su faceta divulgativa. Entre sus estu5360 5370 5380 5390

MÉLIDA ALINARI (1893d: 172). VÉLEZ J IMÉNEZ (1997: 464). VÉLEZ J IMÉNEZ (1997: 465-466). MAIER (2004: 73).

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dios monográficos destacaron los del casco y la careta, en los que llevó a cabo un análisis del objeto a través del tiempo. El primero en ver la luz fue la “Historia de la careta”. Apareció en La Ilustración Española y Americana del 8 de febrero de 1885 y vino a ser un recorrido histórico de la careta desde los egipcios. Defendió que fueron los egipcios los que legaron muchos de los usos funerarios empleados por los fenicios posteriormente y puso como ejemplo las caretas de láminas de oro, de las cuales poseía dos el coleccionador francés Louis de Clercq, y los sarcófagos antropoides. Hizo referencia a las famosas máscaras micénicas y se atrevió a desautorizar al mismo Schliemann540 cuando puso en duda que las tumbas halladas por el alemán correspondieran a Agamenón. Mélida era consciente de que su colega germano estaba impregnado de un romanticismo que le había llevado a defender que los textos de Homero encontraban plena confirmación en sus hallazgos. Como sostiene Bendala Galán, era un individuo genial, excesivo y heterodoxo, obsesionado hasta casi el delirio por encontrar las pruebas materiales del mundo descrito en los poemas homéricos541. El optimismo de Schliemann contrastaba con el cientifismo y la actitud positivista de Mélida, que no veía pruebas suficientes como para afirmar con rotundidad la validez de un texto literario, el homérico, de dudosa validez científica. Llegó a hablar de los perjuicios que Schliemann imprimía a sus descubrimientos542, en clara alusión a la falta de rigor de sus excavaciones y al carácter indiscriminado y destructivo de sus remociones de tierra543. Opinaba de las máscaras micénicas que pertenecen, por su estilo de carácter oriental, al XI a. c., y a los aqueos que se sabe mantenían contactos comerciales con los fenicios, quienes, sin duda, trajeron a Micenas las reminiscencias, patentes hoy, en los monumentos de las artes y de las costumbres egipcias544. De esta manera, justificaba Mélida el estilo de los orfebres micénicos recurriendo a la explicación difusionista, en la que el traspaso de influencias entre pueblos acabaría remitiéndonos a un origen egipcio545. En estos años el difusionismo546 se había convertido en un paradigma, en el único modelo que daba explicación a los procesos históricos y a la identificación de las distintas culturas materiales. Desde 1880 hasta 1920 aproximadamente, el difusionismo imperó en el escenario del pensamiento arqueológico europeo y en países como Alemania fue el modelo casi exclusivo547. El Mediterráneo Oriental era considerado como el territorio responsable de la irradiación del fenómeno colonial y, por lo tanto, egipcios y fenicios eran considerados como los pueblos encargados de transmitir sus conocimientos culturales y sus adelantos técnicos al Mediterráneo Occidental. De alguna manera, Mélida participó de este planteamiento difusionista, algo lógico para lo que se estilaba entonces, porque la Arqueología no contemplaba una explicación alternativa548 para los distintos fenómenos culturales. El cuadro difusionista 5400

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En 1876, el mundo se conmovió con los espectaculares hallazgos del matrimonio Schliemann (Heinrich y su esposa griega Sophia) en Micenas. Encontraron miles de fragmentos de cerámica, las bases de un doble círculo de losas de piedra y varias lápidas decoradas con aurigas armados. Una gran máscara dorada cubría la cara de uno de los cuerpos, que pronto identificó Schliemann con Agamenón. BENDALA (2003: 116). Borrador conservado en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, dentro del expediente Mélida. La autora Suzanne L. Marchand dedica un capítulo (Heinrich Schliemann’s Brave New World) a las excavaciones del alemán en Troya y Micenas, poniendo en evidencia su sistematización y técnica empleadas. Cfr. MARCHAND (1996: 118-124). MÉLIDA ALINARI (1885a: 71). Acerca del Difusionismo, véase RENFREW (1986), capítulo de Manuel Fernández Miranda titulado Método empírico y análisis funcional: en torno a Colin Renfrew y su modelo arqueológico, pp. XVII-XXII. Ver también MARTÍN DE GUZMÁN (1988: 27-46), RIVERA D ORADO (1976: 155-165) y TRIGGER (1989: 146-150). Acerca del foco egipcio como centro de irradiación de formas materiales y espirituales de cultura, fue el británico Grafton Elliot Smith el que elaboró una secuencia hiperdifusionista a principios del XX, que superaba incluso los planteamientos de su compatriota W. H. R. Rivers sobre la sociedad melanesia. Partían ambos de la escasa capacidad inventiva del ser humano y su alta capacidad imitativa; y recurrían a migraciones, adiciones, pérdidas y fusiones de complejos de rasgos para explicar las diferencias y semejanzas culturales. En cierto modo, Mélida se anticipó a los difusionistas de principios del XX, pero ya sus contemporáneos británicos validaban entonces los mecanismos de interacción expuestos por los futuros modelos bautizados como difusionistas. Tomó como punto de partido posturas evolucionistas y se vio estimulado por los nacionalismos, el historicismo idealista de origen alemán y el auge de la etnología y la antropología. Vid. LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 73. LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 75). Realmente, hasta la última década del XIX no fue abordado el problema de si la difusión era la única vía posible para poder conectar fenómenos histórico-culturales acontecidos en distintos lugares de la Tierra. En el año 1889, Francis Galton (en una recen-

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se había convertido en un modelo standard, ampliamente aceptado como definitivo y exclusivo. Prácticamente, desde 1880 los crecientes problemas de índole económica y social que padecía la Europa Occidental habían estimulado la idea de conservadurismo y la rigidez de la naturaleza humana. Buena culpa de ello tuvo la Revolución Industrial y la idea aparejada de progreso, que empezó a abrir un surco de descontentos entre gran parte de la población. El industrialismo se veía ahora como causa de deformidad y de caos social. Una atmósfera de desilusión y desconfianza lastraba la sociedad europea, que vio en la unidad nacional la solución a sus problemas. Empezó entonces a crearse un sentimiento de unión amparado en un patrimonio biológico común, que iba a constituirse en el más fuerte de todos los lazos humanos. Con una nula confianza en la creatividad humana, literatos y pensadores mantenían que la gente no poseía una inventiva innata y que el cambio era contrario a la naturaleza humana. Así, el difusionismo hizo su aparición en foros arqueológicos hasta llegar a condicionar las explicaciones históricas de los pueblos de la Antigüedad y la Prehistoria. En contraposición a las tesis evolucionistas, los difusionistas consideraban improbable que determinadas invenciones se produjesen más de una vez a lo largo de la historia humana y reducían el componente indígena a un receptor pasivo de iniciativas culturales superiores. En palabras de Ruiz y Molinos la arqueología difusionista y la burguesía triunfante alcanzan su máximo acuerdo a fines del XIX como efecto del expansionismo imperialista. Se construye una relación paternalista colonizadorcolonizado549. Volvamos a Schliemann. El germano acometió sus excavaciones obsesionado por la idea de un gran descubrimiento, plagado de tesoros y espectacularidad, lo que le llevaba a obviar los montones de fragmentos cerámicos550, que iba despreciando a medida que profundizaba en la tierra. Otro hecho que le alejaba de la minuciosidad y el rigor en la investigación propuesta por un hombre como Mélida, que incluso le valió al alemán duras críticas por parte de sus compatriotas551. Siguió Mélida repasando el uso de la careta a través de los siglos. Se detuvo en las caretas griegas, romanas, medievales, renacentistas, modernas, etc, y dedicó un apartado especial a las japonesas, a las que comparaba con las de la América precolombina y destacaba por su grado de perfección alcanzado en su expresión fisionómica. En cuanto a su uso, dijo que había comenzado por resguardar al hombre difunto de la destrucción y la profanación. Luego sirvió para prestar fisonomía apropiada a los personajes de la gran epopeya creada por la imaginación privilegiada y fecunda de la Grecia, y después prostituyóse en los rostros de cínicos bufones, llegando a ser trampantojo de la disipación552. Movido por similares criterios procedió Mélida dos años más tarde, en 1887, cuando salió a la luz su Historia del casco, obra vendida a una peseta con cincuenta céntimos. Comenzaba por los tiempos remotos, asignándole al hombre prehistórico la utilización de pieles de animales muertos por él en la caza, para que le sirvieran no sólo de vestido, sino también de defensa. Posteriormente, en la edad heroica, Hércules y otros guerreros de las tradiciones míticas de la Grecia, aparecieron representados con pieles de animales, de manera que la cabeza del animal adaptada sobre la suya le sirviera de casco. Sobre la veracidad de esta costumbre, Mélida se expresó en estos términos: se comprenderá que aunque la existencia de Hércules sea fabulosa, la tradición de que los más remotos pobladores de Grecia vistieran pieles de animales por defensa puede ser cierta553. Al igual que con la careta, el autor insistió en el protagonismo egipcio. Consideraba al pueblo

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sión crítica a un importante artículo del antropólogo Edward Tylor) contempló la tesis autoctonista como alternativa a la exclusividad difusionista, y con ello anticipó el advenimiento del binomio Difusionismo-autoctonismo. RUIZ Y MOLINOS (1993: 16). Sobre las circunstancias que rodearon las primeras excavaciones de Heinrich Schliemann en Troya y las críticas vertidas sobre su manera de proceder véase VV.AA. (1996a: 20-24). Curiosamente, mientras Schliemann excavaba en Micenas y Troya, otros arqueólogos alemanes revolucionaban los métodos de excavación. Alexander Conze es un buen ejemplo, por su cuidadosa y sistemática metodología en Samotracia. También Ernst Curtius, en Olimpia, para quien puede consultarse MARCHAND (1996: 77-103). Las excavaciones de Pitt Rivers en Inglaterra y Flinders Petrie en Egipto destacaron también por adoptar técnicas arqueológicas vanguardistas para su época. Para las publicaciones de manuales que trataron los distintos métodos de excavación, véase DANIEL (1987: 272). MÉLIDA ALINARI (1885a: 74). MÉLIDA ALINARI (1887b: 5).

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faraónico como el primero que en el orden cronológico de los monumentos ofrecía figurados los cascos de sus guerreros, si bien señaló que no por ello se les suponía inventores de los mismos. Atendiendo a un ejemplar procedente de Kogumjk, Mélida reconoció que los guerreros caldeo-asirios estaban mejor equipados y defendidos que los egipcios, con cascos metálicos, de bronce y aún de hierro. Según se desprende de estas líneas, Mélida debió de basar sus reflexiones en las colecciones artísticas de las distintas civilizaciones contenidas en museos y publicaciones. Sobre el casco persa, llevó a cabo una precisa descripción basándose en los bajo relieves de los monumentos de Persépolis. Aportó referencias del casco de época clásica, beocio y frigio; y del etrusco se expresó en estos términos: El casco etrusco denota bien un pueblo no guerrero, pues sólo así se explica que, sobre ser cascos ligeros y de poca resistencia, consistan siempre en un capacete más o menos abombado a veces con una ligera arista en la unión de las dos mitades554. Precisamente, propuso al casco etrusco como el precedente más directo del romano, llamando su atención la galea de los gladiadores, a la que consideraba como la más interesante de todas las armas inventadas para defender la cabeza en la antigüedad555. Sospechaba que sus orígenes habría que buscarlos en pueblos de distintas zonas geográficas. Trató de imponer un criterio científico, utilitario, un estilo crítico que fuera más allá de la descripción formal. Relacionó, analizó, comparó y contextualizó cada casco en su marco histórico-artístico, con el fin de ofrecer una panorámica global y evolutiva del objeto en cuestión. Sus aires empiristas quedan patentes, de nuevo, en esta obra. Entre su prolífica obra literaria, Mélida dedicó sus esfuerzos a actualizar, mejorar y traducir el Vocabulario de términos de Arte, publicado en francés por J. Adeline. Nada menos que 527 páginas componían este ambicioso diccionario de terminología artística. Respecto al original, aportó Mélida 600 nuevos términos que acompañó de ilustraciones y dibujos aclaratorios. El autor se expresaba en los siguientes términos para referirse a las motivaciones que le llevaron a escribir la obra: nos propusimos, al emprender esta traducción, que el vocabulario respondiera a dos clases de consultas: averiguar la significación de un término cualquiera o averiguar su equivalencia francesa (...) no hay día en que no nos veamos en un aprieto al tropezar con una expresión técnica cuyo sentido adivinamos556. Consideraba necesaria esta obra de vulgarización de conocimientos para un país que no contaba con este tipo de diccionarios. Se enmarcaba esta obra en los intentos de Mélida por dotar a la ciencia de nuevas herramientas que la acercaran al cientifismo y rigor documental. Buena muestra de este talante son las reflexiones de Mélida publicadas en noviembre de 1896 en la España Moderna como parte de la introducción del artículo titulado “Ávila, monumentos viejos y tradiciones añejas”. En ésta, llevó a cabo una defensa a ultranza del Positivismo y, por extensión, una crítica al Romanticismo. A los literatos y artistas del movimiento romántico les acusaba de influir en los aficionados a la Arqueología, que no hicieron sino fantasear contra toda razón oscureciendo la Historia con tradiciones y leyendas. Mélida realizó una defensa de la observación empírica sobre el entusiasmo romántico y echó en falta una doctrina cierta y una disciplina severa que prestase apoyo a los flamantes investigadores para resistir la fiebre romancesca que sugestionaba los cerebros, y era inútil, por tanto, pedirles analítico examen, comparación racional y juicio seguro sobre los monumentos y reliquias arqueológicas en que tenían puestos los ojos. Veían el conjunto y no apreciaban los detalles; seducíales el efecto y no inquirían la causa557. Pensaba que la mayor parte de los cronistas desde el siglo XVI se habían entregado a ilustrar las historias locales, falto de datos positivos y de testimonios fidedignos, autorizando tradiciones desvirtuadas casi siempre y en su mayoría dudosa y falsa. Mélida concedió bastante mérito, en este sentido, a los libros de arquitectura abulense escritos por Caveda y por Quadrado, a pesar de lo cual no pudieron evitar el distanciamiento entre la cultura general y el conocimiento positivo de las cosas de Arte, causa, según Mélida, que impidió que las gentes indoctas aprecien el verdadero interés de los monumentos558. Siguiendo con 5540 5550 5560 5570 5580

MÉLIDA ALINARI (1887b: 14). MÉLIDA ALINARI (1887b: 15). MÉLIDA ALINARI (1888a: 5-10). MÉLIDA ALINARI (1896g: 5). MÉLIDA ALINARI (1896g: 7).

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la loa que Mélida hizo del Positivismo, puso como ejemplo de anacronismo histórico-artístico el de Ávila559, por ser uno de los casos más patentes del perjuicio que había causado a los monumentos ese enconado respeto a la tradición. Una de las reflexiones más habituales y sobre la que Mélida teorizó con frecuencia en sus publicaciones fue la originalidad geográfica de las distintas artes. Egipto y Grecia eran entonces las dos culturas sobre las que recaía el protagonismo cultural del entorno mediterráneo. Pero en Mélida este dualismo histórico-cultural adquiría matices. En uno de sus párrafos llegó a afirmar: El Egipto fue el padre de las artes del Asia Oriental; que la Grecia debió mucho al arte del Oriente, sin que por ésto deba negarse la originalidad del arte griego (cuestión que ha tratado con sumo acierto Mr. Pierret, de París, combatiendo la teoría absoluta de los orígenes orientales del arte griego); que Oriente y Grecia prestaron sucesivamente elementos artísticos a la Etruria, y que del arte griego procede el arte romano560.

Acerca del helenocentrismo del que era deudor el francés Pierret dio fé Mélida en este artículo. El galo atribuía al pueblo griego el mejor empleo de los dos elementos en que se resumía todo el dibujo: la línea curva y la línea recta, que encerraba todos los aspectos de la naturaleza. Afirmaba que el arte egeano y el arte dorio reposan sobre el predominio de la rectilínea (...) haced aplicación de la enunciada fórmula al examen de las producciones del arte hierático (egipcio y oriental) y observaréis que en todas ellas, a pesar de sus diferencias de estilo, hay un predominio de la línea recta sobre la curva561. Efectivamente, apuntaba Pierret, el predominio de las líneas rectas provocaba efectos de rigidez e inmovilidad, que desembocaban en una sensación de grandeza solemne y monumentalidad. Las teorías de su colega galo le sirvieron a Mélida de introducción para exponer su tesis en cuanto a la concepción artística de los dos grandes pueblos de la Antigüedad, Egipto y Grecia, según su óptica: Los egipcios, semitas, viviendo en un valle sin accidentes, alumbrado por un sol abrasador que destruye el claro-oscuro y reververa sobre la arena, ¿qué arte habían de producir sino el suyo, lleno de reposo y melancolía? con los duros materiales que labraban ¿qué podían hacer sino figuras en que imperan las líneas rectas apenas dulcificadas por el frotamiento pacienzudo? Los griegos, raza privilegiada, pobladores de un país accidentado, rico en hermosos paisajes que destacan bajo el cielo más puro y de azul más intenso que hay en el mundo; adoradores de las fuerzas naturales que su imaginación supo personificar en seres admirables por su poder, su fuerza o su belleza (...) ¿qué obras habían de ejecutar sino las suyas incomparables, cuando el material en que las esculpían eran los mármoles estatuarios por excelencia que la pródiga Naturaleza les daba en Paros o en el Pentélico y que ellos sabían trabajar con su dócil cincel?562.

Mélida hizo referencia en años sucesivos a la inspiración de los artistas griegos en el arte oriental afirmando que ciertas obras del arcaísmo griego, que revelan ser copias libres de obras egipcias y asirias, lo cual es fácilmente explicable porque la Grecia forzosamente hubo de tomar por maestros a pueblos más viejos563. Se trata de un planteamiento poco madurado por Mélida en el que se hacía eco de los modelos europeos de corte difusionista, en los que la creación artística de los pueblos estaba subyugada a su capacidad imitativa. Sin embargo, en general el filohelenismo de Mélida se hizo más patente que su propuesta de cierta dependencia artística griega sobre la oriental. Las reflexiones del arqueólogo madrileño se centraban en el contexto geográfico mediterráneo. Sin embargo, se atrevió a proponer una evolución artística para cada pueblo que cultivaba las artes. Se trataba de una herencia winckelmanniana, cuya obra tenía en gran consideración Mélida. Tras la observación sosegada de las distintas etapas por las que pasaban las civilizaciones más conocidas, Mélida creó 5590 5600 5610 5620 5630

MÉLIDA ALINARI (1896g: 7-21). MÉLIDA ALINARI (1896d: 56). MÉLIDA ALINARI (1896d: 56-57). MÉLIDA ALINARI (1896d: 57-58). MÉLIDA ALINARI (1915b: 2-3).

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un modelo de cuatro estados artísticos que podía ser aplicado de manera apriorística a cualquier pueblo: uno primitivo o rectilíneo; uno hierático, propio de las civilizaciones aisladas; uno arcaico, como forma intermedia de transición a partir de los rudimentos o de las tiranías hieráticas; y uno clásico, al que consideraba como culmen y término de la evolución. No puede obviarse el peso que las teorías del formalismo austriaco tuvieron en él. Según su máximo exponente y coetáneo de Mélida, Alöis Riegl, las figuras geométricas rectilíneas no son originalmente producto de la creación artística, sino de la técnica, por vía de una generatio spontanea564. De esta forma, se sumaba el arqueólogo madrileño a la línea meditativa que buscaba en los ornamentos artísticos el acercamiento a las sociedades del pasado. No faltaron tampoco ensayos y consideraciones en las que Mélida emitía sus propios planteamientos teóricos. Entre las publicaciones en las que intervino en el año 1896 cabe destacar el prólogo de la obra de Enrique Ballesteros titulada Estudio histórico de Ávila y su territorio. Se trata de un ensayo acerca del papel de la Historia como disciplina renovada en los albores del siglo XX: Considerábase antes la Historia como una rama de conocimientos literarios, que había menester de llevar por guías la Filosofía y las ciencias jurídicas; y ajustándose a las antiguas crónicas, hacía poco aprecio de los datos auténticos que la Diplomática, la Epigrafía, la Arqueología, etc., podían suministrar. Poco menos que teórico era el dictado de auxiliares que a tales ciencias se daba. Hoy es otra cosa. Los descubrimientos y adelantos de la Antropología, de la Filología, de la Arqueología, han venido a trazar un camino a la investigación histórica, han dado a la Historia verdadero carácter de ciencia de observación; hoy la tradición no tiene ya más que un valor relativo, y los restos auténticos de lo pasado, lo mismo los del hombre que los de sus obras, el estudio geográfico de países y localidades, los vestigios de antiguas costumbres conservadas a través de mudanzas de los tiempos, tiene para el historiador que sabe analizar y establecer oportunas comparaciones, un valor real, positivo; un valor inapreciable: el que tiene la verdad misma. Ya no se hace la historia de los personajes y de los sucesos, sino de los pueblos en todas las manifestaciones de su civilización: no se atiende tanto a la historia externa o política, como a la interna de las sociedades, que comprende su religión, su literatura, su arte, su cultura, sus costumbres; no se aceptan de plano los hechos históricos sin buscar la raíz, por donde toda cuestión de orígenes es de sumo interés para el historiador, que no puede dispensarse de investigarla y tratarla565.

El presente pasaje puede considerarse como un texto con evidentes inclinaciones positivistas que trataba de despojar a la Arqueología de su condición de auxiliar. Confiaba Mélida en que la investigación se convirtiera en la base del conocimiento, y en esta línea se encuadró su crítica hacia la sobrevaloración de los personajes y los sucesos cuyo único referente era la literatura legada por los antepasados. Volvió a apelar una vez más a la Intrahistoria como nuevo método de evaluación histórica, en la línea noventayochista y unamuniana que predominaba entonces. El trasfondo social de la Intrahistoria de Miguel de Unamuno, incluso de Antonio Machado, fue proyectado por Mélida al campo de la interpretación histórico-arqueológica, enlazando con las aspiraciones positivistas que trataban de conceder a aspectos ignorados de la Arqueología una nueva dimensión y relevancia. Compartía con los escritores del 98 esa ansia por descubrir España. Acorde con las corrientes culturales que dominaban la Europa finisecular y con la evolución del pensamiento, se hizo eco del profundo replanteamiento del pensamiento científico. Los adelantos experimentados en campos como la Física, la Matemática, la Biología o la Matemática hicieron de la ciencia una realidad cambiante y complejísima sometida a la incertidumbre teórica, que afectaba también a disciplinas recientes como la Arqueología. En este párrafo, Mélida proyectó una visión global del estado de la Ciencia, en general, y de la Arqueología, en particular, a modo de balance. Sometió a revisión toda afirmación histórica gratuita pretendiendo mejorar la calidad científica española. En el trasfondo de sus palabras subyacía la misma preocupación por el tema de España, que la que mostraron los hombres de 5640

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RIEGL (1980: 14). Circulaba entonces otra teoría, la de la línea ondulada, nacida en el ambiente inglés en torno a David G. Hogarth (1862-1927), que reconocía que la belleza consistía en la línea movida, ondulada y en los contornos ondeantes. Prólogo firmado por José Ramón Mélida en la obra de BALLESTEROS (1896: XI-XII).

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la Generación del 98. Mélida trasladó esta actitud regeneracionista al campo de la Historia y de la Arqueología566, en forma de reacción positiva hacia una renovación cultural de España. Frente al patrioterismo estéril con el que se encubría el complejo de inferioridad y el reconocimiento de nuestras deficiencias y miserias, propuso un alejamiento del pretendido pasado imperial, sin nostalgias, basado en el progreso de las ciencias y la Historia. En una conferencia pronunciada el 3 de junio de 1885 en el Ateneo de Madrid llegó a decir de la Arqueología, en tono reivindicativo, que en el extranjero es ya un organismo viril, rico y respetable, en nuestra patria es novicio aún, poco robusto y goza de escasa consideración567. Mélida fue habitual redactor de recensiones bibliográficas (Apéndice 2). En una de ellas se pronunció sobre la obra De Historia y Arte (estudios críticos), del alicantino Rafael Altamira y Crevea: ofrece una guía completísima para todo investigador568. Altamira569 se esforzó en establecer los fundamentos de una historia social y psicológica de su país anticipándose a la labor regeneracionista que más tarde llevaron a cabo los escritores de la generación del 98 y desplegando un espíritu crítico y aperturista que trataba de resolver las carencias historiográficas nacionales. Altamira buscaba un espacio común entre el idealismo y el positivismo crítico y trató de imponer una Historia que actuara como disciplina autónoma definiéndose frente a su propia tradición (...) y defendiéndose de las solicitaciones, ayudas y presiones de otras ciencias sociales, jóvenes e impetuosas570. Siguiendo esencialmente a la historiografía de corte francés, se refirió a la labor del historiador en los siguientes términos: el verdadero oficio es sencillamente observar el hecho histórico y revelar los resultados de su observación, exactamente lo mismo que hace el científico571. Y es que para el historiador español era fundamental combatir la calumnia, el falso patriotismo, las pasiones, los intereses y los prejuicios. La aspiración final era hacer del historiador un especialista y no un “escritor”, como en el siglo XIX, en línea con el espíritu regeneracionista mostrado por Mélida y la velada intención de mejorar las atrasadas estructuras científicas españolas. A modo de sinopsis, Mélida se fue impregnando de aquellas corrientes decimonónicas cuyas líneas de actuación suponían una profunda ruptura respecto a la etapa precedente: el Romanticismo. La investigación arqueológico-histórica pasó de ser una actividad casi de naturaleza literaria, donde primaban la tradición y la leyenda, a tener una consideración científica. En esta nueva óptica, el Positivismo, surgido en Francia dentro del campo filosófico, modificó los paradigmas científicos del momento y Mélida los proyectó en la Arqueología. Algunos de los pilares en los que se apoyó el Positivismo fueron la observación empírica y el método deductivo, que en el ámbito arqueológico se tradujeron en la necesidad de confeccionar catálogos en los que se establecieran categorías tipológicas basadas en distintos criterios. Mélida tomó conciencia de la importancia de la catalogación, desde que ingresó en el Museo Arqueológico Nacional, y con las Historias de la careta y el casco, y el vocabulario de términos dio continuidad a este método racionalista. También condicionó la perspectiva de Mélida el ambiente regeneracionista que se respiraba en España desde poco antes del cambio de siglo. Recurriendo a la Intrahistoria de corte unamuniano, Mélida enlazó con aquella línea de investigación basada en la obtención de datos y documentación en objetos cotidianos, como la cerámica. Se trataba de una innovación en la que la historia oficial dejaba paso a una historia más cercana al alma de los pueblos y sus formas de vida. Mélida concedió a la cotidianeidad una importancia negada hasta entonces por la tradición historiográfica y lo hizo estimulado por la renovación de modelos llevada a cabo en Europa. Por otra parte, el difusionismo hizo mella en los planteamientos histórico-arqueológicos de Mélida, como un paradigma sin alternativa en esta época de desorientación ideológica. Sus dos referentes, 5660

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Cfr. LUCAS P ELLICER (1994), capítulo 4 titulado Las ideas, en el que analiza el sentimiento europeizador y regeneracionista de arqueólogos como Mélida. MÉLIDA ALINARI (1885b: 521). MÉLIDA ALINARI (1899c: 624). Sobre la figura de Rafael Altamira véase Jover Zamora (1994: 13-44) También se alude a la importancia del Altamira historiador en ESPADAS BURGOS (2000: 32-34), WULFF (2003a: 133-134, 188-189), P EIRÓ (2003) y en BALDÓ LACOMBA (2000: 71-74). CARRERAS ARES (2000: 153). CARRERAS ARES (2000: 154-155).

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Egipto y Grecia, acapararían el protagonismo cultural en un escenario donde estas dos civilizaciones eran las únicas capaces de generar soluciones a los historiadores, por su cuasi monopolio en intervenciones arqueológicas. El arqueólogo madrileño participó, prácticamente por mimetismo, de los esquemas difusionistas durante toda su vida, si bien lo matizaría en su visión del pueblo ibérico tras asimilar la entidad propia de la cultura ibérica572.

EL ATENEO DE MADRID, UNA ENCRUCIJADA CULTURAL ENTRE DOS SIGLOS La fundación del Ateneo de Madrid573 en el año 1835 se inscribe dentro del proceso de iniciativas culturales más activas de la España liberal decimonónica. Fue concebida esta institución como una sociedad privada, patriótica y literaria, que hundía sus raíces en los cafés, tertulias y sociedades literarias del Romanticismo europeo y con una confianza plena en la fe racionalista del XVIII. Se respiraba una atmósfera de apertura que había heredado de otras instituciones coetáneas como la Royal Society británica, la Academie des Sciences francesa o el Atheneum londinense; y, en cierto modo, surgió como una universidad libre, consciente de los males que lastraban a la Universidad estatal, y como centro de sociabilidad característico de la burguesía española decimonónica. Las actividades del Ateneo fueron organizadas alrededor de cátedras, que pronto se impregnaron del talante positivista y de la influencia krausista traída de Alemania574 por Sanz del Río. Esta influencia podría resumirse en tres puntos fundamentales: intento de racionalizar la idea religiosa, reforma pedagógica y moral del individuo y reforma pedagógica y moral de la sociedad. Ya en la década de 1860 empezaron a notarse los resultados del Krausismo, mientras que el Positivismo aparecería públicamente en el Ateneo a mediados de la década de los 1870. Durante los años de la Restauración, el Ateneo se convirtió en refugio seguro del libre pensamiento y la abierta polémica, sede de cursos, conferencias y debates. De alguna manera, la experiencia del Ateneo era un ensayo orientado hacia la investigación experimental. Buscaba el desarrollo de una cultura burguesa. Pero, sobre todo en sus comienzos, no se trataba de una cultura filosófica y científica como en el resto de Europa, sino más bien literaria y artística. Desde mediados de la década de 1880 el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid se convirtió en un nuevo canal de divulgación para la erudición profesional, coincidiendo con la entrada en el mismo de Marcelino Menéndez Pelayo, quien arrastró a todo un grupo de eruditos, profesores de la Escuela Superior de Diplomática y miembros del Cuerpo; y estimuló la introducción de temas e inquietudes para complementar las necesidades culturales de la burguesía y la clase política ilustrada. Así, el Ateneo se revelaba como uno de los principales centros neurálgicos de la cultura española finisecular. Desde 1878 comenzaron a organizarse conferencias sueltas y cursos monográficos y a publicarse folletos, boletines o la propia revista llamada El Ateneo, como alternativa a las ya caducas cátedras. Se pretendía así un mayor contacto entre los intelectuales y el gran público. El pueblo llano era visto como objeto de la educación político-cultural que sería ejecutada por “ciudadanos esclarecidos”, siguiendo una de las premisas del movimiento regenerador noventayochista. El primer responsable de que fuera impartida la asignatura de Arqueología en el Ateneo de Madrid fue Basilio Sebastián Castellanos de Losada en la década de los años 1830. Ya había impartido la asignatura de Arqueología en el Colegio de Humanidades hacia 1828-1829. Además fue el primer autor 5720 5730

5740

Vid. infra capítulo 5. Una corta experiencia de tres años (1820-1823) precedió a la fundación de 1835. En su primer intento se denominó Ateneo Español de Madrid. Sobre su traslado de edificio desde la calle Montera a la ubicación definitiva en la calle del Prado, véase GARCÍA MARTÍ (1948: 165). Este apego a lo alemán entronca con el recelo y el desprecio que sentían los progresistas españoles por todo lo que llegaba de Francia, por culpa del imperialismo napoleónico y la guerra de la Independencia. Una conciencia antifrancesa latente en parte de Europa que contrastaba con el pensamiento alemán. Si el pensamiento francés era considerado superficial y carente de sentido moral, el pensamiento alemán era presentado como un saber sistemático, metafísico y profundo. En este tema ha profundizado J IMÉNEZ GARCÍA (1986).

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español que utilizó la palabra Arqueología en una obra escrita, en su Compendio Elemental de Arqueología, publicado en 1845. En cuanto a la enseñanza secundaria se refiere, conviene señalar que en 1885 José de Manjarrés publicó un pequeño manual de Introducción a la Arqueología destinado a los maestros de la primera enseñanza, en el que daba pautas pedagógicas igual que hiciera posteriormente en El Liceo, el Instituto Español o la Academia de Arqueología del Príncipe Alfonso575. Otro arqueólogo, Manuel de Assas y Ereño, se encargó unas décadas más tarde de la cátedra de “Bases de la Arqueología Española” del Ateneo. Para indagar en la relación de Mélida con el Ateneo hay que retroceder hasta la década de los 1880. Es entonces cuando el Ateneo integró a hombres de la misma generación que Mélida como Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) y con él, hombres de su escuela erudita aglutinada en torno a la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, como Fig. 23.- Ateneo de Madrid. el arqueólogo Narciso Sentenach, Vicente Lampérez, Menéndez Pidal576 o el propio José Ramón Mélida. Otro dato importante para su incorporación a esta institución fue el hecho de que su hermano Arturo ya había pronunciado conferencias sobre Arquitectura y Artes Decorativas desde el año 1885, además de haber desempeñado cargos organizativos en años posteriores577. Sin duda, debió de servir de acicate a José Ramón el precedente que tuvo en su hermano. De hecho, casi al tiempo de pronunciar Arturo su primera conferencia lo hizo José Ramón. El día 4 de junio de 1885 apareció publicado en El Día, posteriormente publicada en la Revista de España entre los meses de octubre y noviembre, y sumariamente en unos apuntes publicados el 18 de julio en el Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana, un resumen de su conferencia pronunciada la noche del 3 de junio, titulada “La Arqueología: verdadero concepto de esta ciencia y método para su estudio según las tendencias modernas”. El germen de la idea había partido de Francisco Giner de los Ríos, quien pensó en el joven Mélida, tenía entonces 29 años, para teorizar sobre el concepto Arqueología en un momento en el que los límites disciplinares se mostraban difusos y el verdadero objeto de la Arqueología necesitaba la mirada crítica de alguien que supiera transmitirlo al público del Ateneo. Gran parte del contenido de la conferencia había sido expuesto cuando concursó por la cátedra de Arqueología de la Escuela Superior de Diplomática. En la citada conferencia, José Ramón Mélida, en palabras de Almela Boix, aborda cuestiones metodológicas en un intento de dar a conocer los nuevos rumbos de esta disciplina, convirtiéndose en uno de los primeros teóricos de la Arqueología en nuestro país. Su defensa del método positivista aplicado a la ciencia arqueológica, adscribe a Mélida en la corriente krauso-positivista578. Efectivamente, se trataba de una conferencia funda5750

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Antecedente de esta Academia fue la Academia Española de Arqueología, creada por Real Orden del 5 de abril de 1844. Su sede estuvo en el número 35 de la calle del Olivar, en Madrid y su medio de difusión hasta diciembre de 1845 fue el Semanario pintoresco español. Más información en H ERNÁNDEZ H ERNÁNDEZ (2002: 133-135) y en M ENA y MÉNDEZ (2002: 189). Sobre la figura de Ramón Menéndez Pidal, véase LADERO QUESADA (1994). Véanse página 27. ALMELA BOIX (1991a: 133). Como anécdota, cabe señalar que se conserva en el archivo del Museo Arqueológico Nacional (expediente de Mélida) una tarjeta impresa para acceder a la tribuna de señoras en la citada conferencia.

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mentada en una base teórica que analizaba la Arqueología en su contexto desde el cambio de era579. Para él, el verdadero fin de la Arqueología era prestar apoyo sólido y verdadero a la historia social de los pueblos580, siendo la Etnología, la Historia del Arte, la Filología, las Ciencias Naturales y otras ramas del saber sus auxiliares. En su recorrido histórico valoró el Renacimiento como el padre de la Arqueología; mientras consideró como gran impulsor de la disciplina a Johann Joachim Winckelmann en la segunda mitad del XVIII, ya que su obra representa un primer paso decisivo y seguro en pro de la necesidad de metodizar los conocimientos581. Según Mélida, los humanistas no daban aprecio a los monumentos y objetos más que como documentos históricos, tal como entonces se entendía la Historia (...) para ellos la Arqueología era el conocimiento de la Antigüedad, no de las antigüedades (...) era entonces un medio, no un fin582. En la España decimonónica destacó a Castellanos de Losada cuando la Arqueología no se hallaba en los Diccionarios de la lengua583 y en la Europa del XIX al alemán Müller y su manual de Arqueología publicado en 1830, por ofrecer un punto de partida y un método, fundamentados en el espíritu positivo y alejado de criterios hipotéticos e ilusorios. Entre los aspectos teóricos abordados por Mélida en la conferencia hay que destacar su propuesta de separación disciplinar entre el Arte y la Arqueología, hasta el punto de que rebaja el Arte a la condición de ciencia auxiliar de aquella: Yo he oído a muchas personas la afirmación errónea de que la Historia de las Bellas Artes y la Arqueología son una misma cosa (...) El conocimiento estético e histórico del Arte sirve de punto de partida al arqueólogo; pero nada más que de punto de partida. El arqueólogo no debe prescindir del conocimiento del Arte, es cierto; pero no debe considerarle más que como un auxiliar. La Historia del Arte y la Filología son las dos muletas del arqueólogo (perdóneseme la metáfora) (...) De manera que la Arqueología propiamente dicha, o sea la Arqueología del Arte, puede clasificarse en tres agrupaciones: Bellas Artes, Artes Industriales y Artes Suntuarias584.

Todavía subyugaba Mélida el concepto teórico de la Arqueología a una disciplina donde el criterio estético (artístico) pesaba sobre el histórico, en un momento en que en el resto de Europa el historicismo comenzaba a condicionar los planteamientos de las distintas corrientes de pensamiento. Recalcaba su importancia científica pero ni siquiera consideraba prioritaria la técnica de la excavación como método imprescindible del que se sirve la disciplina arqueológica, en una época en la que apenas se habían llevado a cabo trabajos de campo en España. Prácticamente, las excavaciones de Saavedra en Numancia en 1862 habían sido el único antecedente reseñable. Pesaba en él su formación académica de corte artístico, claramente influido por el entorno familiar, y el trasnochado concepto que en España se tenía todavía de la disciplina arqueológica, que se apoyaba básicamente en el Arte y la Filología585. En esta segunda rama fue clave la aportación del alemán Emil Hübner, que había seguido los pasos de su compatriota y antecesor Theodor Mommsen586. En la misma línea teórica se situaron algunas de sus conferencias pronunciadas una década más tarde. Entre los meses de mayo y junio de 1896, Mélida impartió tres charlas en las instalaciones del Museo con el tema “Arte hiératico, arte arcaico y arte clásico”. Aparecieron publicados los contenidos de las conferencias en un artículo de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos587. En el “Extracto del preámbulo” el autor hizo una reflexión acerca de la necesidad que tenía la Arqueología de despojarse del criterio estético predominante en su concepto disciplinar. Hablaba de la necesidad que tenía el arqueólogo de alejarse de un esquema estético único y cerrado, y propuso conocer el desenvolvimiento del 5790 5800 5810 5820 5830 5840 5850 5860 5870

MÉLIDA ALINARI (1885b: 522-540). MÉLIDA ALINARI (1885b: 522). MÉLIDA ALINARI (1885b: 531). MÉLIDA ALINARI (1885b: 528). MÉLIDA ALINARI (1885b: 523). MÉLIDA ALINARI (1885b: 206-209). DÍAZ-ANDREU (1995a). Sobre su figura véase SCHULTEN (2004: XXXV-XXXVI); VV. AA. (1996b: 761-763, tomo II). MÉLIDA ALINARI (1896d).

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Arte en los distintos pueblos. Es decir, su propuesta pretendió incluir la variable histórico-geográfica, un criterio prácticamente obviado a la hora de realizar valoraciones artísticas. De alguna forma, recogió los ecos de la corriente historicista afirmada en las dos últimas décadas del XIX, predominante en estos años, que estaba en línea con la “historización” de la investigación artística y que había sido preconizada por el filósofo Johann Herder. El alemán había definido la Historia como el relato del desarrollo de un pueblo ejemplificado por su lenguaje, tradiciones e instituciones. Todo ello presidido por un contexto de incipientes nacionalismos que convertían a la Arqueología en la disciplina elegida para justificar la razón histórica. De hecho, los arqueólogos desempeñaban un gran papel en la promoción de un sentimiento de identidad étnica. Otras conferencias suyas llevaron el título de Las pirámides de Egipto (curso 1889-1890) y La cerámica griega (curso 1890-1891); y dos años más tarde (curso 1893-1894) impartió un curso sobre la Historia del arte arquitectónico en España, que tuvo su reflejo en la prensa al ser publicado el 16 de junio de 1894 en El Día. Por entonces, el Ateneo había desgajado sus secciones en Historia y Bellas Artes, con el objeto de especializar los estudios al modo de las Academias oficiales. Fue precisamente la sección de Bellas Artes la que organizó un nuevo curso sobre Historia de la pintura, en el que José Ramón Mélida participó con la lectura de dos conferencias: una acerca de “Los orígenes de la pintura española”, publicada en La Época el 27 de marzo de 1895, y otra acerca de “La pintura en tabla”, publicada el 3 de abril en el mismo medio y año. En el curso 1895-1896, pronunció una conferencia acerca del “Lugo monumental”. Dos años más tarde (curso 1898-1899) la Sociedad de Excursionistas de Madrid organizó un ciclo de conferencias en el que Mélida participó departiendo sobre Ávila. En el curso 1901-1902 y como consecuencia de unas conferencias organizadas por la sección de artes plásticas, Mélida habló sobre “La escuela francesa en el Museo del Prado”. Las últimas conferencias en las que participó y de las que se tiene constancia datan del curso 1910-1911. En este ciclo, organizado por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, y titulado Arte Antiguo, impartió cuatro lecciones en el mes de mayo: el día 10 sobre “El Arte en las edades prehistóricas”; el día 17 sobre “El arte ibérico”; el 24 sobre “Arquitectura romana” y el 31 sobre “Escultura romana”. A modo de recuento, observamos que impartió en total 121 lecciones entre 1898 y 1904588, unos años en los que las aulas del Ateneo veían transitar a insignes profesores como Santiago Ramón y Cajal, Gumersindo de Azcárate, Juan Manuel Ortí y Lara, Marcelino Menéndez Pelayo, Manuel Bartolomé Cossío, Emilia Pardo Bazán, Rafael Salillas, Juan Facundo Riaño, Manuel Antón y Ferrandiz, Ramón Menéndez Pidal, Manuel Sales y Ferré, Vicente Lampérez, Francisco Silvela o Antonio Flores de Lemus. Uno de los acontecimientos culturales más trascendentes para España en el ámbito cultural fue el III Centenario de la Edición de El Quijote, celebrado en 1905. Vino acompañado de múltiples homenajes y recordatorios, como un ciclo de conferencias publicadas por el Ateneo de Madrid589. Trascendió el entorno literario y su centenario sirvió para aglutinar el sentimiento hispánico bajo la bandera de una obra irrepetible que fue convertida en el referente literario español por antonomasia. El propio José Ramón Mélida expuso en 1904 su opinión, como académico de Bellas Artes de San Fernando, de colocar una lápida en el sitio donde primeramente fue impreso el Quijote590. Detrás de esta identificación se encontraba el triunfo del espíritu de don Quijote, en línea con los hombres de la generación del 98. Esta generación penetró a fondo en la figura del Quijote, y la convirtió en un mito histórico central. Se trataba de una muestra más de los esfuerzos que gran parte del escenario cultural español había emprendido para llevar a cabo la idea de “descubrimiento de España”, preconizada por toda una generación de historiadores, literatos, sociólogos, etc. En uno de sus artículos, Mélida aprovechó para rendir homenaje a José Jiménez Aranda. Este pintor sevillano se había formado en París y dejó para la pos5880

5890 5900

Las fechas exactas aparecen en VILLACORTA BAÑOS (1985), capítulo final con tablas acerca de los cursos y conferencias llevados a cabo en los salones del Ateneo. Vid. VV. AA. (1905). En el Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se conserva un expediente sobre este asunto con la signatura 93-14/4.

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teridad una edición de El Quijote, realizada a base de dibujos y grabados y en la que intervino con su inestimable apoyo Antonio Cánovas del Castillo. Mélida la calificó como una creación originalísima y magistral, en su género única, y por su mérito á la altura de las grandes que se realizaron en el Arte591. Formando parte de las mismas efemérides, fue publicado por la Sociedad de Patronos Tipógrafos y Encuadernadores de Valencia en 1905 una edición facsímil de la Biografía de D. Miguel de Cervantes Saavedra y un buen número de ediciones cervantinas contenidas en los fondos bibliográficos592. Precisamente, en este año 2005 se celebra nuevamente el señalado homenaje a este clásico de la literatura universal. Se conserva en el archivo del Museo Arqueológico Nacional un manuscrito593 informal de José Ramón Mélida en el que aparecen citados varios personajes, formando parte de una lista de alumnos de su clase de Arqueología. No hay mención alguna al año del curso ni al lugar, pero todo hace indicar que podría tratarse de uno de los cursos impartidos por Mélida en el Ateneo de Madrid. Posiblemente se trate de alguna de las lecciones pronunciadas por Mélida en la segunda mitad de la década de los 80´. En la referida lista aparece, entre otros, el político Julián Besteiro, nacido en 1870 y futuro miembro de la Junta de Incautación del Tesoro Artístico durante la Guerra Civil. Había sido alumno de la Institución Libre de Enseñanza y no resulta extraño suponer que se formara en una institución liberal como el Ateneo de Madrid. Junto a Julián Besteiro, son citados Joaquín Deleito, Ángel de Rego y Rodríguez, Pedro Blanco Suárez y Manuel Compagni y Vidal594.

CONTACTOS CON LA NOBLEZA: DUQUES DE VILLAHERMOSA. ESTANCIA EN NAVARRA La formación de Mélida entre los sectores progresistas reunidos en torno al Ateneo de Madrid o a la Institución Libre de Enseñanza no impidió que también participara en eventos donde predominaba el tradicionalismo. Durante el mes de junio de 1901, permaneció varias semanas recorriendo la región de Navarra, invitado por la Duquesa de Villahermosa, lo que explica sus buenas relaciones con parte de la aristocracia española y, por extensión, con cargos eclesiásticos –en este caso– de Navarra. El motivo de esta invitación hay que relacionarlo con el hecho de que Mélida había desempeñado el cargo de bibliotecario de la Casa de Villahermosa, donde siguió los pasos de Marcelino Menéndez Pelayo. Además, le correspondió a él desempeñar las funciones de cronista en lo que fue bautizado como fiesta conmemorativa por la inauguración de la iglesia elevada en honor de San Francisco Javier, ofrecida por la Duquesa de Villahermosa595. Se trataba de un acto que celebraba y subrayaba el mecenazgo emprendido por algunos miembros de la aristocracia española. De esta 5910

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MÉLIDA ALINARI (1905h: LIX). Ya el 17 de junio de 1903 había publicado en El Correo una crítica sobre el recientemente fallecido José Jiménez Aranda. Según Fernando GARCÍA RODRÍGUEZ (1997: 532), surgió la faceta menos conocida de Mélida: la de crítico. Opina este autor que Mélida emitía apreciaciones precisas y razonadas, mostrando su conocimiento del dibujo, las predilecciones y tendencias de la época y las suyas propias. Según García Rodríguez, iban hacia un tipo de belleza objetivista que llamamos clásica. Vid. página web http://www.museo-casa-natal-cervantes.org/fondos_cervantes.asp?opcion=fondos. Forma parte de la documentación conservada en el Museo Arqueológico Nacional, con el expediente número 2001/101/4, dentro del expediente Mélida. Posiblemente su verdadero apellido fuera Company, pero Mélida volvió a evidenciar sus tendencias francófonas sustituyendo la “ny” catalana por la “gn” francesa, equivalente a la “ñ” castellana. También conocida como Duquesa de Luna. Nació en Madrid el 30 de diciembre de 1841 y murió en El Pardo (Madrid) el 5 de noviembre de 1905. Hija única del duque Don Marcelino, insigne humanista, y de su esposa, Doña María, de la Casa de los Duques de Granada de Ega. Se casó el 23 de agosto de 1862 con José de Goyeneche y Gamió, II Conde de Guaqui, que falleció el 8 de febrero de 1893. Recibió el ducado de Villahermosa el 27 de febrero de 1889. De su padre heredó la sensibilidad literaria y artística, que hizo de sus salones centro de reunión de pintores y literatos insignes, entre los que se contaron Pedro Antonio de Alarcón y José Zorrilla. Publicó biografías de personajes notables entre sus antepasados como La Santa Duquesa D.ª Luisa de Borja y Aragón, por el P. Jaime Novell; Retratos de antaño por el P. Luis Coloma; y D.ª María Manuela Pignatelly, por D. Vicente Ortí y Brull. En cuanto a las donaciones efectuadas, caben destacar varios cuadros de Velázquez para el Museo de Pinturas, además de tapices y arcas antiguas de caudales para el Museo Arqueológico. Creó fundaciones de premios, que le valieron alabanzas y que fuera honrada con las mayores distinciones en los círculos aragoneses y madrileños. Más información EZQUERRA DEL BAYO Y PÉREZ BUENO (1924: 300-301).

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forma se homenajeaba la figura del donante o colaborador, reforzando su prestigio y notoriedad entre las clases pudientes; y el Patrimonio se veía beneficiado por la mejora de sus edificios. La referida efeméride fue publicada e impresa el día 29 de septiembre de 1901 bajo el título de Álbum de Javier, por iniciativa de la Duquesa. A Mélida le correspondió la redacción de la primera parte de este Álbum, en el que también participaron el presbítero José Magaña; Fray José López Mendoza y García, Obispo de Pamplona; Fray Francisco Javier Valdés Noriega, Obispo de Jaca; Mariano Supervía Lostalé , Obispo de Huesca; y otros prelados596. Al acto asistieron, además, José Antonio Azlor de Aragón y Hurtado de Zaldívar (Duque de Luna y representante del Rey), duques, condes, exembajadores, personas distinguidas, las comisiones de ayuntamientos de Sangüesa, Javier y Pamplona, obispos, personal de la casa de Villahermosa y periodistas de Zaragoza (El Noticiero) y Pamplona (La Tradición Navarra y El Pensamiento Navarro). En su redacción, Mélida hizo demasiadas concesiones retóricas para describir la jornada en la que se produjeron los actos conmemorativos, llegando a mostrarse pretenciosamente trascendente y ampuloso: Aún embargados nuestros ánimos por la emoción estética que en ellos habían producido las góticas elegancias de la Catedral de Pamplona, partimos de esta famosa ciudad, una tarde serena y apacible del pasado mes de junio (...). Íbamos en coche, arrastrado por briosos caballos, y al cabo de siete horas de camino, sazonado con varia y amena conversación (...) Ese castillo y aquel pedazo de tierra en que radica el señorío de Javier vino a ser de propiedad de la Duquesa por la línea materna; cómo nació en el piadoso espíritu de la ilustre señora la idea, dijérase que providencial, de hermosearlo, de engrandecerlo, de sublimarlo, para perpetuar aquel hecho memorable en la Religión y en la Historia (..) Aquella idea en que se aunaban y confundían la acendrada fe, el patriotismo, bajo uno de sus más hermosos aspectos, cual es el de honrar los recuerdos de la propia gloriosa estirpe, y un profundo sentimiento artístico, sin el cual nunca conseguiría el espíritu humano exteriorizar y fijar por medio de la forma imperecedera sus más caras inspiraciones597.

El acto conmemorativo incluía la restauración del Castillo de Javier, una súplica que el 3 de diciembre de 1882 hizo suya el Conde de Guaqui, fallecido en 1893. Su viuda la Duquesa de Villahermosa cumplió el deseo de su marido y comenzó por mejorar los accesos al castillo con la construcción de una carretera en abril de 1892, que facilitó el primer paso para la restauración del castillo. Durante tres años se acometieron las labores de restauración hasta que en 1895 se completaron las obras. Es evidente la ostentación de poder de una familia aristocrática, como los Villahermosa, en la organización de este acto conmemorativo. Se trataba de una práctica habitual entre las familias pudientes para aumentar su prestigio y perpetuar su intervención. Mélida fue requerido como representante cultural de esta comitiva que estaba formada exclusivamente por los dos estamentos con más presencia en los resortes del poder: la nobleza y el alto clero. Precisamente a su relación con la familia Villahermosa hay que atribuir un borrador localizado entre la correspondencia y documentación del poeta Juan Ramón Jiménez. En el borrador dirigido a Mélida, en calidad de director del Museo de Reproducciones Artísticas, el literato onubense se dirigió al arqueólogo para que intercediera por él en el siguiente asunto: según me dicen, usted tiene estrechas relaciones con la familia de Vistahermosa, y a usted me dirijo en demanda de un favor. Sé que un Duque de Vistahermosa o de Guaquí – no estoy fuerte en esto de los títulos – imprimió unas versiones de Ovidio y de Virjilio, con testo latino y castellano, y prologados por N. P. Necesito ese libro para un estudio comparativo y en las librerías me dicen que no está a la venta. ¿Podría usted hacer que me faciliten un ejemplar? Efectivamente, el joven Juan Ramón Jiménez no era buen conocedor de la aristocracia, como se desprende de su error en el apellido Villahermosa, al que llama Vistahermosa. Del borrador se sabe únicamente que estaba firmado en su localidad natal, Moguer, a la que había regresado el onubense en 1905 tras haber permanecido entre Madrid y Burdeos, afectado por una grave inestabilidad emocional tras la muerte de su padre. 5960

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Fray Mariano Supervía Lostalé fue obispo de Huesca entre 1895 y 1918. Fray José López Mendoza y García fue obispo de Pamplona desde 1899 hasta 1923 y Fray Francisco Javier Valdés Noriega fue obispo de Jaca entre 1900 y 1904. Datos sobre los episcopologios de las distintas diócesis en ALDEA VAQUERO, MARÍN MARTÍNEZ y VIVES GATELL (1972, vols. II y III). VV. AA. (1901: 7-9).

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En Moguer estuvo hasta 1911, cuando se instaló definitivamente en Madrid, lo que sitúa la redacción de este borrador en el período comprendido entre 1905 y 1911. Una vez se pone de manifiesto la relación de Mélida con el entorno literario, posiblemente por mediación de alguno de los ilustres literatos que congeniaron con él en el Ateneo o la Institución Libre de Enseñanza. La participación del arqueólogo madrileño en este evento obliga a una reflexión acerca de sus vínculos con la alta sociedad. Una rápida mirada a su trayectoria profesional evidencia que nos encontramos ante un personaje cuyas relaciones personales y profesionales no estaban condicionadas por un prejuicio social sino más bien todo lo contrario. Mostró su faceta más ecléctica y versátil, renunciando al tabú y dando muestras de una actitud dúctil. Aunque resulte contradictorio, fue capaz de formarse en un ambiente netamente progresista cuando frecuentó la Institución Libre de Enseñanza y el Ateneo de Madrid para después involucrarse en los conservadores entornos academicistas, próximos al poder y cercanos a la alta sociedad. Quizás este hecho facilitó que su faceta de historiador y arqueólogo le reputara una imagen desligada de su orientación ideológica. De hecho pueden reconocerse en él tendencias liberales - Gonzalo Pasamar e Ignacio Peiró lo califican como un regeneracionista de cátedra - con indudables visos de conservadurismo motivados por su contacto con la nobleza, la alta sociedad y el estamento eclesiástico. Su presencia en este evento hay que relacionarla también con la querencia que los aristócratas tenían a rodearse de personas cultas y preparadas como el propio Mélida. En cierto modo, el arqueólogo madrileño representaba su rol en el grupo invitado al acto. Venía a desempeñar la función de cronista, además de “entretener” a las personalidades presentes. Era práctica habitual que personas de cierto rango social se hicieran acompañar de eruditos y gente muy instruida. De su relación con la Casa Villahermosa, Mélida nos ha legado varias publicaciones. Ya ha sido explicada su estancia como bibliotecario y su participación en actos organizados por esta casa nobiliaria. En 1905, Mélida publicó un artículo sobre Los Velázquez de la Casa Villahermosa, conservados en el palacio de los Villahermosa en Madrid entre una notable colección de cuadros. Consideraba la perla de este tesoro artístico el retrato de Diego del Corral y Arellano, cuyo valor artístico venía avalado por la oferta de millón y medio de francos. La Duquesa no dudó en rechazarla, convencida de que no la vendería por nada. Su propósito fue el de que quedara en España y posteriormente pasara al Museo del Prado. Las intenciones de la Duquesa fueron resaltadas por Marcelino Menéndez Pelayo, quien valoró por carta su renuncia al “espíritu mercantil”. Las palabras del escritor confirman el estado de zozobra y desventura de la conciencia nacional, necesitada de valores patrios tras el desastre del 98. Menéndez Pelayo, director de la Biblioteca Nacional entre 1898 y 1912, participó de esa corriente regeneracionista que recurría a los grandes momentos del pasado hispánico para contrarrestar la pérdida de identidad de principios del XX. En cierto modo, durante la crisis de 1898 se tomó conciencia de la necesidad de renovación científica de un país, condicionado, en el plano político, por la reorganización del sistema oligárquico-caciquista, las crisis ecónomicas y la inestabilidad social598. Sobre “Un recibo de Velázquez” versó otro artículo de Mélida publicado en 1906 en la misma revista. Coincidió la publicación del mismo con la muerte de la Duquesa de Villahermosa, que Mélida lamentó profundamente: vendría la muerte a arrebatarnos a la insigne dama (...) pero la inolvidable Duquesa de Villahermosa, llevada de aquel espíritu que poseía tan vivo y sutil para todo lo que fuera la intuición de las cosas de otra edad, las creaciones del Arte y las glorias patrias (...) pareció adivinar que entre aquellos papeles debía existir oculta alguna joya digna de especial aprecio (...) hallóse el documento (recibo)599. Mélida expuso sus deducciones a Aureliano Beruete, quien se mostró interesado en examinar los lienzos de la casa Villahermosa. Insistía incluso en la riqueza artística de los Villahermosa en un breve de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos: los museos nacionales de pintura y arqueológico se han enriquecido con las valiosísimas obras de arte legadas en su testamento por la insigne Duquesa de Villahermosa (...) en el Museo Arqueológico 5980

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Sobre las consecuencias que el 98 tuvo en la cultura y la intelectualidad española, véase RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo Una coyuntura de crisis: de agosto de 1897 a diciembre del 1898. MÉLIDA ALINARI (1906b: 173-174).

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Nacional tapicerías legadas por la Duquesa, arcas, muebles antiguos (...) en suma, el Legado Villahermosa600 hará época en el mundo del Arte, y debe servir de ejemplo y estímulo a actos semejantes de patriotismo601. De las estrechas relaciones de Mélida con los Villahermosa daba fe un artículo publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, que llevaba por título “El Japón y España”602. Tampoco puede obviarse la obra Discursos de medallas y antigüedades que compuso el muy ilustre Sr. D. Martín de Gurrea y Aragón, Duque de Villahermosa, publicada por Mélida en 1903. En una de las cartas que Mélida envió a Jorge Bonsor, fechada en Madrid el día 24 de junio de 1903 con el sello del Ateneo Científico Literario y Artístico, se congratuló de las felicitaciones del arqueólogo anglo-francés: Querido amigo, dipénseme V. le ruego el gran retraso con que contesto a su grata de hace un mes. Todo ha sido por mis muchas ocupaciones, especialmente las conferencias que he dado en el Museo y que pronto publicaré. Mucho me ha satisfacido saber que el libro de los “Discursos de Medallas” fue del agrado de V. Su felicitación, como artista y arqueólogo es para mí de mucho aprecio (...) Me dijo Mr. Engel que Mr. Paris permanecerá todavía algún tiempo en Osuna. Deseo enviarle el libro de Medallas; pero no sé si él preferirá recojerlo cuando regrese. Ruego a V. que si lo ve le salude. La Sra. Duquesa lo ha remitido al British y al Kenington. Si V. cree que debe enviarse a alguna persona o corporación de Inglaterra, dígamelo. Ya sabe V. que ese libro no se vende. Lo regala la Duquesa y yo algunos ejemplares603.

Mélida se sintió halagado por las alabanzas de su amigo Bonsor con motivo de la publicación de los Discursos de medallas y antigüedades que compuso el muy ilustre Sr. D. Martín de Gurrea y Aragón, Duque de Villahermosa, Conde de Ribagorza. Esta obra había visto la luz gracias a la iniciativa de María del Carmen Aragón Azlor, la Duquesa de Villahermosa. La redacción perteneció a Mélida, que por entonces era bibliotecario de la Casa Real Aragonesa de los Villahermosa. La Duquesa debió de ver en Mélida las aptitudes necesarias para acometer una labor de estudio y recopilación del material contenido en los archivos personales de los duques y en sus colecciones particulares, con el fin de honrar a los suyos. Los cuatro primeros capítulos estaban dedicados a la biografía de Don Martín Gurrea de Aragón, mientras el capítulo quinto abordaba los discursos de medallas y antigüedades compuestos por el Duque de Villahermosa, que ostentaba además el título de Conde de Ribagorza. Para componer estos discursos se nutrió el Conde del departamento de manuscritos de la Biblioteca Nacional en los que se citaban las medallas y que eran una reproducción de las medallas del monetario del Museo Arqueológico Nacional. El día 30 de abril del mismo año de 1903 –en el número 46– Adolfo Herrera604 recensionó esta obra en el Boletín de la Real Academia de la Historia. Valoraba la iniciativa de la Duquesa y la labor archivística y recopilatoria de Mélida pues procura sacar el partido posible de los valiosos documentos y producciones notables que se conservan en su archivo familiar, haciéndolos estampar con la esplendidez y buen gusto (...) hasta el punto de poder figurar honrosamente al nivel de las primeras publicaciones de los países más adelantados605. Felicitó a Mélida por el brillante resultado de su activa y penosa investigación y por la erudición de que constantemente hace alarde en el transcurso de su trabajo606. Hay que tener en cuenta las dificultades con las que se encontró al tratar de localizar las medallas y antigüedades citadas en el discurso. De las noventa referenciadas, sólo pudo Mélida dar con cincuenta y ocho, marcando el resto con corchetes. Los discursos de Don Martín de Gurrea y Aragón se referían 6000 6010 6020

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Sobre este legado, véase MAÑUECO (1993b). MÉLIDA ALINARI (1906c: 238-240). Se trata de una carta de los católicos japoneses de Yamaguchi a la excelentísima señora Duquesa de Villahermosa, enviándole una pintura que representaba a San Francisco Javier en aquel país, y una bandera de seda bordada, que se conservaban ambas en la Basílica navarra de Javier. La carta estaba escrita por duplicado en japonés y en francés y reflejaba los efectos evangelizadores en tierras japonesas. Más información en MÉLIDA ALINARI (1906e: 488-490). MAIER (1999a: 61-62, carta nº 96). Numismático murciano que ingresó en la Real Academia de la Historia en 1901. Llegó a dirigir la revista Historia y Arte y publicó artículos en la Revista de Archivos y en el Museo Español de Antigüedades. H ERRERA (1903: 426). H ERRERA (1903: 427).

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más a la representación de las medallas, mármoles y objetos conservados en sus salones que a la descripción de los mismos. Según Adolfo Herrera, en esta obra se patentiza el partido que en el siglo XVI sacaban los arqueólogos de sus monedas y antigüedades, auxiliándose de los clásicos y de los elementos que podían para sus disertaciones, hechas a veces con demasiada fantasía, pero siempre con buenos deseos y trabajo607. Era, en definitiva, obra de agrado para la Real Academia de la Historia, en nombre de la cual se expresó el autor de esta recensión.

P RIMERA ETAPA EN EL M USEO DE REPRODUCCIONES ARTÍSTICAS La dirección608 del Museo de Reproducciones Artísticas fue el próximo destino de José Ramón Mélida tras completar su etapa de formación en el Museo Arqueológico Nacional. El nombramiento fue ejecutado por orden609 del Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes –el ateneísta Álvaro Figueroa Torres, Conde de Romanones610, y en virtud de la relación que existía entonces entre el Museo de Reproducciones Artísticas y la galería de escultura y taller de vaciado de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a la que pertenecía Mélida, en la sección de pintura– desde marzo de 1899. Implicaba que a partir de ese momento dejaba de prestar servicios en el Museo Arqueológico Nacional para convertirse en el director del museo albergado en el Casón del Retiro611. El abandono provisional de Mélida del Museo Arqueológico Nacional coincidió con el decreto firmado el día 25 de octubre de 1901, según el cual los museos arqueológicos servirían para impartir clases prácticas de asignaturas universitarias. A pesar de dejar el Museo Arqueológico Nacional, Mélida fue comisionado, con carácter gratuito, por la Subsecretaría de este centro para ultimar los trabajos de catalogación que venía realizando en la sección primera del Museo. Atendiendo además al artículo cuarto del reglamento para el régimen de los Museos Arqueológicos del Estado, firmado el día 29 de noviembre de 1900, quedó constituida el 10 de diciembre de 1901 la junta de gobierno del Museo de Reproducciones Artísticas, en palabras de Mélida, que la componen bajo mi presidencia el empleado más antiguo de los facultativos Don Salvador Rueda y el secretario Don Eduardo de la Rada612. Hay que remontarse al Renacimiento para ver el nacimiento a la afición por coleccionar copias o vaciados de obras de arte famosas en Europa. En un principio, las iniciativas partieron de monarcas, grandes señores y también universidades y academias de Bellas Artes para enseñanza y práctica de sus alumnos. Sin embargo, la creación de una colección sistemática de vaciados de arte antiguo no se gene6070 6080 6090

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H ERRERA (1903: 430). Para conocer los directores del centro desde su fundación, véase GAYA N UÑO (1968: 555). Forma parte de los fondos del archivo del Museo Arqueológico Nacional (expediente número 57) un oficio fechado el 7 de marzo de 1901 y firmado por el Subsecretario de Negociado de Archivos, Bibliotecas y Museos en el cual se nombraba a Mélida (jefe de Tercer Grado del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios) director del Museo de Reproducciones Artísticas. Pasaría a cobrar desde ese momento 5.000 pesetas anuales. Se conserva, dentro del mismo expediente, un oficio firmado el 7 de agosto de 1901, en el que se informaba de que la Subsecretaría daba traslado de la Real Orden, comunicando a la Subsecretaría que dejaba de prestar sus servicios en este Museo Arqueológico Nacional. Ejerció el cargo ministerial entre el 6 de marzo de 1901 y el 6 de diciembre de 1902. Se trata de un hermoso edificio rectangular que se alza en la calle de Felipe IV, en Madrid. Su fachada principal era obra del arquitecto Don Ricardo Velázquez, majestuosa y de severo estilo clásico. Hasta 1868 este edificio había estado destinado a dependencias del Retiro y pertenecía al Patrimonio Real, siendo primero apeadero y más tarde gimnasio del entonces Príncipe de Asturias, Don Alfonso. En 1834 se llegó a destinar el salón para reuniones del Estamento de Próceres, y entonces debieron borrarse bárbaramente, como apunta el Señor Mesonero, los frescos de los aposentos inmediatos. Con el advenimiento de “La Gloriosa”, el ayuntamiento de Madrid construyó en los terrenos del ruinoso palacio la actual barriada que rodea el Casón y el Museo del Ejército. En 1871 llegó incluso a albergar la Exposición Artística e Industrial que montó la Sociedad de Fomento de las Artes. Lo más espectacular del edificio lo formaba el salón central con su techo pintado por el pintor del XVII Luca Giordano, Lucas Jordán. Hasta que el día 19 de noviembre de 1878 fue destinado a Museo de Reproducciones. El proyecto y ejecución de las obras consiguientes, teniendo en cuenta su estado ruinoso, se encomendó a Agustín Felipe Peró, quien desgraciadamente falleció al poco tiempo. Le sucedió en el mismo cargo el arquitecto Don Manuel Antonio Capo. A este señor correspondió la dirección exclusiva de las obras, siendo suyo el decorado completo del gran salón. Más datos en BOLAÑOS (1997: 247-248). Misiva enviada por Mélida al subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes. Se conserva en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/6725.

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Fig. 24.- Museo de Reproducciones Artísticas en el Casón del Buen Retiro.

ralizó hasta el siglo XIX. El Museo de Reproducciones Artísticas de Madrid se creó por Real Orden613 el 31 de enero de 1877, gracias a la iniciativa y patrocinio del presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo y del Ministro de Fomento, Francisco de Borja Queipo de Llano o Conde de Toreno614. También debió de influir en esta decisión el entonces director general de Instrucción Pública, José de Cárdenas. En esta misma orden, se comisionó a Juan Facundo Riaño Montero, a la sazón catedrático de Historia del Arte de la Escuela Superior de Diplomática y futuro director de este museo, para que visitase las colecciones artísticas y arqueológicas más importantes de Europa, así como los talleres de vaciados que funcionaban entonces en el continente615. Pero nada extrañaría que el origen del museo hubiera estado vinculado a un ofrecimiento que el Gobierno de Inglaterra hizo a España a mediados del XIX616. Consistía en la adquisición de la colección de vaciados de todas las esculturas del Partenón que se guardaban en el Museo Británico, cosa que no ocurriría hasta poco tiempo después de la citada orden promovida por Cánovas, en 1878. Así, quedaron instalados en el salón principal 156 vaciados de las 6130

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En dicha orden se explican las motivaciones, fines y funciones que provocaron la creación del citado museo: ...en vista de los excelentes resultados que en beneficio de la cultura general producen fuera de España estas series ordenadas de modelos, reproducciones de obras antiguas.... Según Ignacio P EIRÓ (1995: 71), la creación de este museo no pasó de ser una prosaica manifestación de la sensibilidad artística de nuestro academicismo. Ministro de Fomento entre el 2 de diciembre de 1875 y el 9 de diciembre de 1879. Vid. BOLAÑOS (1997: 248). ALMAGRO GORBEA (1998: 5).

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esculturas del Partenón617, junto con otras obras principales del arte griego clásico, que constituyeron el núcleo inicial y primitivo de los fondos del Museo618. El carácter que se le dio en un principio fue el de un Museo de Arte Clásico, principalmente de escultura. El Museo de Reproducciones Artísticas favorecía la divulgación de una nueva concepción de la Arqueología, que aplicada a toda la Historia del Arte, valoraba el objeto artístico desde el punto de vista estético. Esta asimilación de la estética permitía reagrupar la Arqueología y la Historia del Arte en un concepto más amplio, el de historia material de la civilización, con objeto de revalorizar las artes industriales y decorativas. La inauguración oficial tuvo lugar el 6 de enero de 1881. Después de varias vicisitudes en la organización interna del museo619, por fin en 1897 las copias y vaciados quedaron ordenados de la siguiente manera: ocupando la planta baja, las reproducciones de arte oriental y todas las correspondientes al griego y al romano; y en el principal, todas las del arte medieval y del Renacimiento. La importancia de los centros donde se exhibían reproducciones radicaba en varios hechos, como la poca generalizada divulgación de las fotografías de esculturas originales o la imposibilidad de contemplar in situ las obras cumbre de la arqueología y la escultura antiguas. Un hecho que convertía entonces a estos museos en la alternativa perfecta a las comentadas deficiencias. Hoy, sin embargo y como denuncia su actual directora María José Almagro Gorbea, estos museos han caído en el descrédito y en el olvido. Durante dieciséis años, José Ramón Mélida desempeñó el cargo de director de este museo. Conviene señalar que antes de ser nombrado director, había contribuido eficazmente a aumentar los fondos de reproducciones con las gestiones que llevó a cabo en su visita a museos del Mediterráneo Oriental en 1898620. Desde que fue elegido se marcó como objetivo ir aumentando la colección621 original para hacer de este museo un centro de carácter interpretativo-didáctico que supliera la imposibilidad de contemplar las obras más representativas de la antigüedad. La primera noticia que los medios recogen data de 1904, cuando la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos se hizo eco de la incorporación al Museo de nuevas colecciones, entre las que destacaban seis relieves egipcios, un entalle descubierto en el tesoro de Guarrazar, sellos, un relieve búdico, mascarillas varias y un medallón oval de Carlos III622. Además, el museo se nutrió de pedidos hechos al extranjero, entre los cuales se contaban los siguientes donantes: Marqués de Casa-Laiglesia y C. Owen, en Londres; A. H. Layar, en Venecia; Emil Hübner y el consejero íntimo De Dielitz, en Berlín, y D. José Casado del Alisal, en Roma. El propio Mélida y su señora Carmen García Torres efectuaron tres donaciones: el día 8 de enero de 1902, él donó una estatuita de Horus con inscripción fenicia en tres lados del plinto del Museo Arqueológico Nacional, en yeso pintado por un valor de 10 pesetas; su señora llevó a cabo el día 10 de abril de 1903 una donación de una estatua de Don Francisco de Quevedo procedente de la Biblioteca Nacional; y el día 10 de abril de 1903 fue donada una estatua de Luis de Góngora de la Casa de la Moneda. Poco a poco, el Museo fue aumentando sus fondos de manera considerable a base de donaciones623. 6170

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Los vaciados fueron realizados por el formador del British Museum D. Brucciani. Según consta en los archivos referentes al Museo de Reproducciones Artísticas de Madrid, en diciembre de 1878 ya estaba lista y embalada toda la serie del Partenón, que costó la anecdótica cantidad de 199,3 libras (unas 5.000 pesetas de entonces). Trasladadas en barco hasta Sevilla, las reproducciones fueron posteriormente traídas a Madrid en ferrocarril. Para conocer en profundidad cada una de las reproducciones que entraron a formar parte de la colección, véase ALMAGRO GORBEA (1993: 12-18) y ALMAGRO GORBEA (1998: 11-14). Confróntese el capítulo IV Las colecciones del Museo, escrito por Casto María del Rivero, en MÉLIDA ALINARI, RIAÑO, GUILLÉN ROBLES y RIVERO (1908: LXXIII-LXXX). Incluso, el Museo de Reproducciones Artísticas recibió el traspaso de objetos y obras de la extinguida Escuela de Industrias Artísticas de Toledo en 1899. El expediente puede revisarse en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, en la signatura 31/06725. Los negociados de contabilidad, los presupuestos y las minutas redactadas por José Ramón Mélida que tenían como destinatario al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes se conservan en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares con las signaturas 31/6960 y 31/6725 (legajo 6573). Tenían como objetivo la incorporación de vaciados y reproducciones a la colección del museo. MÉLIDA ALINARI (1904b: 467-468). Para consultar documentación relativa a los trámites y gestiones llevadas a cabo por Mélida al frente del Museo entre 1901 y 1908, véase el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, signatura 31/6725.

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Aparte de la función expositiva de este centro ubicado en el Casón del Retiro, también se pronunciaban conferencias624. El propio Mélida se encargó de difundir el acontecimiento en 1906 y lo publicó en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Se trataba de seis conferencias de carácter público conducidas por el director y su secretario, Juan Facundo Riaño Montero, continuando las que habían sido leídas por Mélida algunos meses antes acerca de las obras maestras del arte griego. Incluían el análisis de insignes esculturas como La Venus del Esquilino, la Deméter de Cnido, La Victoria de Samotracia, El Nilo o el Grupo de Orestes y Electra625; aparte de abordar otros temas relacionados con el Mausoleo de Halicarnaso (actual Bodrum, Turquía), las figuras escultóricas de Tanagra y el retrato de Inocencio X, pintado por Velázquez. A las citadas conferencias asistió numeroso público que no bajó de setenta personas y algunos días sobrepasó incluso los doscientos asistentes. Dos años más tarde, en 1908, tuvo lugar otro ciclo de conferencias en el Museo de Reproducciones Artísticas, impartido por José Ramón Mélida. Se trataba de un ciclo celebrado con carácter anual en el que, consciente del atraso artístico en que yacemos respecto de la industria extranjera y del grave error pedagógico que supone la exclusión sistemática de los estudios elementales de Arte de todos los centros de enseñanza que no tienen el carácter de especialidad626 trató de propagar la cultura artística y de dar a conocer algunas de las obras de la antigüedad clásica. Los cinco títulos que encabezaban las conferencias en este curso abarcaban las siguientes obras escultóricas: El Sueño, El Grupo de La Granja o de San Ildefonso, la Venus Génitrix o de Fréjus, la Venus de Médicis y el Busto de Elche627, considerada entonces como la obra de arte español más antigua que se conocía. Entre las funciones acometidas por el personal del Museo de Reproducciones Artísticas destacó la elaboración de los catálogos de piezas. El primero de ellos fue publicado en 1908 y fue dedicado a la memoria del fundador y protector del Museo Antonio Cánovas del Castillo y a la de su primer director Juan Facundo Riaño y Montero, que permaneció durante veintiún años al frente de la institución. Cánovas, verdadero padre político de la Restauración, no sólo tuvo peso en la vida política española sino también en las instituciones culturales: había participado como periodista en varios periódicos y había emprendido estudios de carácter histórico. Otro motivo que justifique esta dedicatoria hay que buscarlo en la relación Cánovas-Rada y Delgado: en 1890 se había publicado una nueva Historia de España dirigida por Cánovas en la que participaron para elaborar la parte arqueológica Vilanova y Piera, y Rada y Delgado, profesor y protector de Mélida durante muchos años. Asimismo, Rada y Delgado había sido nombrado director de la Escuela Superior de Diplomática con el apoyo de Cánovas. En definitiva, Mélida hizo una concesión a la política de clan que predominaba en esos momentos. Por tanto, su política cultural tenía interesantes puntos de contacto con el propio José Ramón Mélida, entre otros la exaltación del mundo ibérico de la que había sido principal inductor Cánovas del Castillo. Uno, desde la óptica histórico-política y otro, desde una perspectiva imbuida de regeneracionismo cultural. Además, el proyecto canovista estaba sostenido en la voluntad divina –la Fe asociada a la Nación se situaba por encima del ciudadano–, lo que confería un matiz confesional en línea con la tradición familiar de los Mélida. Aunque el propio José Ramón Mélida tuvo palabras críticas para ciertas facciones eclesiásticas, es indudable que procedía de una familia católica y no negaba su carácter religioso. Alabó incluso a Carmen García Torres, su mujer, como una mujer de sentimientos religiosos muy arraigados en una carta que le envió a su hermano Enrique. Esta dedicatoria se producía en un momento en el que era Antonio Maura, también conservador, el que ocupaba la presidencia del Gobierno. La dedicatoria, en cierto modo, fue más una fórmula de cortesía y gentileza. Si bien fue Cánovas quien con su iniciativa posibilitó la creación del Museo, no es menos cierto que treinta años antes su política discriminatoria había apartado de la escena cultural 6240 6250 6260 6270

De estas conferencias dio cuenta DÍAZ LÓPEZ (1935). Para más información, véase MÉLIDA ALINARI (1906a: 160-162). P ICATOSTE (1908: 5). Conferencia analizada en las páginas 150-153.

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a muchos intelectuales al lado de los cuales se había formado Mélida en la Institución Libre de Enseñanza. Incurriría en una magna contradicción si solo viera agradecimiento y sinceridad en esta dedicatoria, que no está exenta de cierta dosis de compromiso forzado. Por su parte, Juan Facundo Riaño había sido profesor de Mélida en la Escuela Superior de Diplomática y había ostentado el cargo de director general de Instrucción Pública entre agosto de 1881 y diciembre de 1883, favoreciendo entonces la solicitud de Mélida de conseguir una beca para viajar a París628. Se trataba de una dedicatoria con ciertos visos de oportunismo y, en gran medida, agradecimiento hacia dos personajes importantes en la política cultural española del último cuarto del siglo XIX. Fueron destacados colaboradores del centro los señores Vicente Boronat y Moltó, Bonifacio Ponsol y Zabala, Guillermo Calvo y Francisco Guillén Robles, quienes sucesivamente desempeñaron el cargo de segundo jefe del establecimiento. También Fernando Díez de Tejada, que aquí, como antes en el Museo Arqueológico Nacional, dio notables muestras de su competencia; Salvador Rueda y Santos y Eduardo de la Rada y Méndez, que en distintos tiempos tuvieron a su cargo la Biblioteca y la Secretaría del Museo; y Juan de Dios de la Rada y Delgado, que en el corto tiempo que desempeñó la Dirección –desde el 15 de abril al 3 de agosto de 1901– apenas pudo desplegar su actividad entusiasta. En la redacción formal del catálogo colaboraron tres personas: el entonces director, Mélida; el citado Juan Facundo Riaño, Francisco Guillén Robles y Casto María del Rivero, por aquel entonces secretario. Entre los objetivos marcados por el personal del museo figuraban los de convertir el museo en uno de los establecimientos que más sana influencia ejerzan en la enseñanza de las Bellas Artes en España y (...) completar y ampliar cuando ha sido necesario algunas cédulas de clasificación, uniformarlas y ordenarlas metódicamente; redactar muchas nuevas, sobre todo de las reproducciones adquiridas en los últimos años, de las que se incluyen en este volumen más de cuarenta, e ilustrar cada una de las series con resúmenes del desarrollo histórico del Arte y con datos exactos para el conocimiento de sus obras maestras (...) Para que sea, más que una simple y concreta noticia de las obras expuestas, un libro de vulgarización de la interesante Historia del Arte representativo, á la que tanta parte se concede hoy en la cultura general (...) pintores y escultores que consiguieron ya envidiable renombre, vienen a esas mismas salas a renovar impresiones ante los modelos expuestos en ellas, a inspirarse en su contemplación o a corregir los dibujos de sus discípulos629. Con estos fines se tomó la decisión de publicar el citado catálogo. Pretendían completar la enseñanza de las obras contenidas en el Museo y lo hicieron a la manera en que las bibliotecas facilitaban el conocimiento de las obras literarias. Siempre se ha sentido la necesidad de coleccionar modelos reproducidos, pero en estos años se hizo con más profusión e interés, como lo demuestra el hecho de celebrarse tratados internacionales para que figuraran copiados en cada país los tesoros artísticos de los demás630. Se empezaron a concebir estos museos como fuente de conocimiento y parte de la enseñanza científica. Su imagen dejó de vincularse a simple teoría ya que ofrecían prácticamente las mismas posibilidades de investigación que los Museos de Arte ó de Arqueología. Así, las afirmaciones contenidas en los objetivos del Museo están en sintonía con algunos de los principios del regeneracionismo cultural emprendido por Mélida en estos años; y con los preceptos abrazados por los hombres de la Institución Libre de Enseñanza. El propio Giner de los Ríos proponía que el cultivo y purificación del conocimiento sea cada vez más estimado como base indispensable de la vida toda, imposible sin él, y miserable y torpe cuando apenas alumbra con inciertos reflejos al sujeto inculto631. Se intentaba educar a las masas y acercarle a la cultura nacional y foránea, reclamando la importancia de la Historia para construir una identidad nacional coherente. Fue sintomática la propuesta que hizo el propio Mélida a aquellos que querían estudiar la historia del arte egipcio: faltan grandes monumentos que representaran con entera pureza los sucesivos estilos (...) quien

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Vid. páginas 58-59. MÉLIDA ALINARI; RIAÑO, GUILLÉN ROBLES y RIVERO (1908: VIII-XVIII). Algunos países se apresuraron a fundar establecimientos que respondían a esta necesidad. Berlín y Viena fueron las primeras capitales que lograron plantearlos debidamente.; y tras ellas, París y Londres siguieron sus pasos. GINER (1876: 2).

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en Madrid pretenda hacer en piezas originales este estudio fundamental, habrá de concretarse a los pocos modelos que ofrece a la contemplación pública la sala oriental del Museo de Reproducciones Artísticas632.

DE EGIPTO A LA CULTURA I BÉRICA La entrada en el nuevo siglo supuso para Mélida un profundo cambio laboral en su vida como arqueólogo e historiador. Desde el punto de vista funcionarial fue ascendido a jefe de tercer grado (en 1881 había ingresado como ayudante de Primer Grado y en 1884 había sido nombrado ayudante de Segundo Grado del Cuerpo Facultativo en el escalafón del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios) con lo que completaba su trayectoria dentro del citado organismo y veía reconocido su esfuerzo a tantos años de dedicación. Lo cierto es que este ascenso hay que analizarlo en su contexto y con sus condicionantes. Rada y Delgado era entonces director del Museo Arqueológico Nacional y llevaba años teniendo a su lado a Mélida en los distintos puestos que había ido ocupando. Sin duda, impulsó el ascenso del que fue su “protegido” y favoreció su progreso funcionarial. Contaba entonces con 44 años y su actividad estaba vinculada a muchas ramas de las letras y las humanidades. Había cultivado el género literario y el artístico. Había ejercido de crítico y había mostrado especial interés por dos culturas: la egipcia y la griega. Sin embargo, desde el año 1900 se produjo una pérdida de interés progresiva por la cultura egipcia. Los motivos hay que buscarlos en un hecho concreto: la negativa oficial para la creación de una cátedra de Arqueología Egipcia. Desde los contactos producidos entre Mélida y Rada y Delgado, discípulo y maestro se habían erigido en los máximos representantes de la egiptología en España en las dos últimas décadas del siglo XIX. El gran vacío de estudios egiptológicos633 que había en España sólo quedaba compensado con el empeño que ponían ambos. Quizás detrás de esta actitud se escondía el objetivo de crear una cátedra de egiptología en la universidad634, siguiendo el ejemplo de otros países europeos635. Sin embargo, ésto no ocurriría. La antesala del desencanto se refleja en unas palabras de Rada, pronunciadas en 1899 en el discurso de contestación al ingreso de Mélida en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, dos años antes de su fallecimiento el 3 de agosto de 1901: (...) y como en España, a pesar de los esfuerzos que para establecer las enseñanzas de egiptología y asiriología ha hecho el que tiene el honor de dirigiros la palabra, no hay tales enseñanzas, Mélida ha emprendido por sí sólo, el difícil estudio de aquella.

El mismo estado de decepción mostrado por Rada es el que hizo que Mélida acabara distanciándose de su afición por todo lo egipcio un año después. En el año 1900 tuvo lugar la negativa oficial para la creación de dicha cátedra. Curiosamente, las reformas del Ministro de Instrucción Pública Antonio 6320 6330

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MÉLIDA ALINARI (1908f: 1). María José LÓPEZ GRANDE (1997: 721) reconoce la escasa participación española en el proceso de formación de la Egiptología como disciplina científica, proceso que tuvo lugar a lo largo del siglo XIX. Este proceso se fraguó sobre todo en Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. El cambio radical en los programas de la Facultad de Letras recibió en el XIX un impulso considerable en Europa. Surgió la figura del especialista en la universidad alemana, fruto de una serie de acontecimientos históricos y, desde entonces, el rigor de la ciencia alemana sirvió de ejemplo para el resto del continente. En España, la llamada vieja universidad llegó hasta 1845, surgiendo la nueva con la Ley de Instrucción Pública de 1857: la Ley Moyano. La especialización, acometida ya por otros países de Europa, no llegó a España hasta la renovación en las facultades de Letras de García Alix, ministro de Instrucción Pública. En 1901 dividió en tres especialidades los estudios de la facultad: Filosofía, Historia y Letras, e incorporó la Escuela Superior de Diplomática a la facultad de Historia. Francia y Alemania fueron los primeros países en dotar a la universidad de estudios egiptológicos. La primera cátedra de egiptología del mundo se fundó en 1831, en el Collège de France (París), para Jean François Champollion. Once años más tarde, en 1842, la Universidad de Berlín no acogió la solicitud de Karl Richard Lepsius encaminada a la creación de una cátedra de egiptología. Sin embargo fue la iniciativa de la realeza prusiana, algo habitual hasta entonces, la que favoreció la formación de esta cátedra, desoyendo la negativa del estamento académico.

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García Alix636, por primera vez, contenían un decreto ministerial en el que se decía que si hubiera recursos se organizarían estudios de egiptología y asiriología. Esta sospechosa y repentina preocupación oficial, inexistente en todo el siglo XIX, tenía su justificación en una proposición de ley presentada en el Congreso de los Diputados por Miguel Morayta y Sagrario637 en noviembre de 1899, en la que se pedía que se dotara una cátedra de Egiptología, Asiriología y Chinología en la Universidad Central. El propio Morayta había pronunciado el discurso de inauguración del curso universitario de la Universidad de Madrid en 1884, titulado Cronología de Egipto, que se situaba en línea con la defensa de la libertad de cátedra y el progresismo, y que dio lugar a un gran escándalo por poner en duda las cronologías bíblicas. El caso es que ni la propuesta del diputado Morayta ni la del propio García Alix lograron lo que Rada, primero, y Mélida, después, habían tratado de conseguir. Este alejamiento casi obligado coincidía con el hecho de que la civilización ibérica comenzaba a contar con un mayor número de investigadores, arqueólogos e historiadores interesados en conocer más de cerca su enigmática y desconocida cultura. En cualquier caso, y a pesar del distanciamiento de Mélida respecto de las cuestiones egipcias, todavía publicaría numerosos artículos y reseñas que tenían al Egipto faraónico como protagonista. Sobre todo, sus teorías seguirían evidenciando una visión egiptocentrista, que se haría evidente en su discurso de ingreso a la Real Academia de la Historia en 1906. Su formación académica había sido eminentemente clásica y su progresivo alejamiento de la cultura egipcia acabó arrinconándole en una cierta obsesión helenocentrista, que fue matizando según la época. Las civilizaciones griega y egipcia habían sido el binomio favorito de Mélida a lo largo de sus primeros cuarenta años de vida. Sin embargo, su alejamiento de la cultura egipcia a raíz de la negativa a crear una cátedra de egiptología en la universidad madrileña en 1900, provocó que todas las teorías que tenían a Egipto como protagonista quedaran en suspensión o relegadas al desinterés que empezaba a sentir por la civilización faraónica. También tuvo una influencia directa el hecho de que por esos años se llevaran a cabo importantes campañas arqueológicas en territorio griego y turco (Micenas, Troya, Olimpia, Creta, Pérgamo, etc), que trascendieron lo suficiente como para que en el resto de Europa se tomaran como referentes. Mélida también se vio afectado por el impacto de estas excavaciones, tomadas como modelo; y los resultados obtenidos hicieron que Mélida centrara su mirada más en Grecia que en Egipto para recurrir a explicaciones históricas que podían condicionar el desarrollo cultural del Mediterráneo Occidental. Paradójicamente, la primera vez que apareció el nombre de José Ramón Mélida vinculado a un congreso fue en 1909 en El Cairo, cuando su interés por el Antiguo Egipto estaba en claro declive. Se trataba del Segundo Congreso Internacional de Arqueología (el Primer Congreso Internacional de Arqueología había sido celebrado en Atenas en 1906) y acudió en calidad de delegado del Gobierno y de la Real Academia de la Historia entre los días 7 y 15 de abril. Sólo dos de las comunicaciones presentadas en este congreso hicieron referencia a temas relacionados con la Península Ibérica. Una pertenecía al francés Jules Toutain638 y llevaba por título La difusión de los cultos egipcios en las provincias latinas del Imperio Romano. La otra estaba firmada por Pierre Paris y se titulaba Las falsificaciones de antigüedades egipcias en España: el pretendido sepulcro egipcio de Tarragona639, las estatuas egiptizantes del Cerro de los Santos y los barros de Totana640. Mélida había dado cuenta del evento a la Real Academia de la Historia en la sesión del día 4 de junio, dos meses después de celebrarse el congreso, cuyas sesiones preparatorias fueron albergadas 6360

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Vid. GUTIÉRREZ CUADRADO (1985: 83). Antonio García Alix desempeñó el cargo de Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes entre el 18 de abril de 1900 y el 6 de marzo de 1901. Representante de las líneas que se abrieron camino desde la década de 1860 y que desbordaron el marco de la Restauración, estuvo vinculado a la Institución Libre de Enseñanza y perteneció al movimiento masón. Vid. WULFF (2003a: 141-147). Arqueólogo parisino cuya actividad arqueológica estuvo centrada básicamente en Túnez y Argelia. Fue miembro, además, de la Escuela Francesa de Roma y publicó numerosos estudios acerca de los cultos y religiones en el entorno mediterráneo. Para más información véase GRAN AYMERICH (2001: 434, 475, 514-516, 618) y ESPASA CALPE, tomo 63, 1929, 38-39. Sobre los fragmentos de la supuesta tumba egipcia de Tarragona depositados y custodiados en la Real Academia de la Historia, véase ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 415-418). Sobre las falsificaciones de Totana que fueron a parar a la Real Academia de la Historia por donación en noviembre de 2001 de Fernando Fontes, marqués de Torrepacheco, en memoria de su tío abuelo Mauricio Loizelier, véase ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 409-414).

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en Alejandría. La inauguración solemne se llevó a cabo bajo la presidencia del Jedive y las sesiones oficiales tuvieron lugar en El Cairo. Mélida, al igual que el resto de congresistas, tuvo la oportunidad de realizar una larga e interesante excursión al Medio y Alto Egipto para visitar los antiguos monumentos y apreciar los trabajos llevados a cabo por arqueólogos extranjeros para conservarlos y restaurarlos. A la vuelta del viaje, tuvo la ocasión de visitar varios museos y monumentos italianos. En la citada sesión Mélida vertió una crítica sobre la comunicación de su colega galo Pierre Paris por tratarse de cuestiones de tiempo pasado y de las cuales no se ocupa ningún arqueólogo peninsular desde que, estudiados detenidamente esos objetos641, quedó demostrada su falsedad642. Adoptaba así Mélida un tono paternalista, protector y con ciertos visos patrióticos que trataban de hacer olvidar un error cometido por un compañero, Hernández Sanahuja. En cierto modo, salía en defensa así del nivel científico de los españoles, consciente de que la equivocación del tarraconense Sanahuja podría empañar la reputación de otros colegas españoles. No obstante, lo más trascendente de este congreso tiene que ver con la insistencia de Mélida en que España tuviese un representante que asistiera a alguno de los institutos arqueológicos con el fin de que se adoctrinasen las enseñanzas egiptológicas, para estar a la altura del resto de naciones europeas. Así se lo debió de transmitir Mélida al Secretario de la Real Academia de la Historia, a juzgar por la carta que éste envió al Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Faustino Rodríguez Sampedro643 el 11 de junio de 1909, una semana después de la junta académica en la que Mélida dio cuenta de las novedades del congreso. Pero sus esfuerzos, secundados por Antonio Sánchez-Moguel, no obtuvieron el fruto deseado y la institucionalización de la egiptología siguió sin tener acogida entre las autoridades culturales españolas hasta después de la campaña de Nubia y el regalo diplomático del Templo de Debod a Madrid en 1968644. En cualquier caso, el congreso de El Cairo permitió a Mélida conocer de cerca todos aquellos monumentos y templos que hasta entonces no había podido visitar. Resultado de sus viajes y estudios fueron las conferencias que prodigó a su regreso, especialmente en el Ateneo de Madrid, donde fue nombrado profesor de la Escuela de Estudios Superiores. Prácticamente no apareció publicación suya alguna que tuviera a la civilización faraónica como protagonista hasta nueve más tarde de negarse la creación de la cátedra de Egiptología. En una de sus publicaciones de 1908 en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos retomó su afición por Egipto y abordó la modesta colección de esculturas que poseía el Museo Arqueológico Nacional, formada en su origen con las reducidas series que poseían la Biblioteca Nacional y el Museo de Ciencias Naturales. Fue acrecentada posteriormente con las colecciones de los señores Asensi y Toda; y donativos varios del gobierno egipcio. Dio cuenta de las siguientes piezas: unas pequeñas figurillas de madera de la colección Toda; un fragmento de relieve en estuco con la figura de una cabra procedente de un templo tebano, de donde lo extrajo Don José Hezeta; numerosas efigies funerarias en piedra y barro esmaltado; dos esculturas de piedra645 y una docena de figuras de bronce646 de época saítica. Entre el repertorio de publicaciones en las que colaboró Mélida durante 1909 cabe destacar la cartaprólogo que firmó en la obra de Juan Cascales y Muñoz647 que llevó por título Los egipcios en la Antigüe6410

Actualmente, estas piezas forman parte del legado arqueológico de la Real Academia de la Historia. Vid. ALMAGRO- GORBEA ET (2004: 409-418). F ITA (1909: 368). Desempeñó la cartera ministerial entre el 25 de enero de 1907 y el 21 de octubre de 1909, siendo sustituido entonces por Antonio Barroso Castillo. En abril 1959, Egipto pidió ayuda a la Unesco para salvar los monumentos arqueológicos amenazados por la construcción de la Gran Represa de Asuán. El 8 de marzo de 1960, la Unesco lanzó un llamamiento internacional en el que se invitaba al mundo a conceder ayuda financiera y técnica para rescatar de las aguas el mayor número posible de los monumentos de Nubia. Se emprendió el estudio y la visita de todos los sitios situados entre Asuán y Semna. Se planificaron varios proyectos de salvaguarda y más de 50 países participaron otorgando ayuda técnica y económica. Tras su colaboración, el gobierno español se vio beneficiado con el regalo diplomático del Templo de Debod por Nasser el 30 de abril de 1968. Vid. MARTÍN VALENTÍN (2001). Cfr. MÉLIDA ALINARI (1908f: 6-9). Pertenecientes al antiguo fondo del Museo, destacan por la finura del trabajo. Los procedentes de la Biblioteca Nacional pertenecieron antes al Real Palacio y los del Gabinete de Historia Natural pertenecieron a la colección formada en París por Pedro Franco Dávila, quien la cedió a Carlos III. Datos y fotografías de los bronces en MÉLIDA ALINARI (1908f: 5-6). Escritor y arqueólogo español contemporáneo de José Ramón Mélida. Llegó a ser individuo correspondiente de la Real Acade-

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dad. Su gobierno, su religión y sus costumbres. No aparece el año de publicación de esta obra, cuya única referencia es la de que Mélida ya era académico de la Historia y director del Museo de Reproducciones Artísticas, lo que restringe el período de publicación de la citada obra a los años comprendidos entre 1907 y 1916. Pero la necrológica anterior permite asegurar que la obra fue publicada en 1909. Hay que considerar esta incursión como algo aislado, ya que a partir de 1900 Mélida se había ido alejando de los estudios egiptológicos desde que fuera negada la creación de una cátedra de egiptología en la Universidad. El caso es que debió de acceder a la petición de su colega Cascales, natural de Villafranca de los Barros, y acabó trazando una panorámica del Egipto faraónico, páis que acababa de visitar recientemente, a base de comentarios e impresiones sueltas. Primeramente, dedicó unos párrafos a las pirámides, como muestra más típica de la grandeza monumental del país del Nilo. Y lo hizo con ese estilo retórico y literario que caracterizó gran parte de la literatura de Mélida, evidenciando su procedencia del género novelesco. Al año siguiente, en 1910, publicó una recensión sobre la obra de Ricardo Agrasot Zaragoza Historia, teoría y técnica ornamental y decorativa de Egipto. Mélida emitió un doble juicio crítico sobre esta obra, por no haber tenido en cuenta que en Egipto –argumentaba– hay dos arquitecturas: una, la más antigua, de grandes masas, y otra arquitrabada, que es la que se desarrolla bajo los imperios tebanos, y que una y otra tienen su sistema decorativo (...) el arte tebano, sin duda el más rico de Egipto, es el que ha escogido el autor para su estudio (...) por apéndice al texto hay una bibliografía de obras todas extranjeras, siendo notoria la falta de obras españolas, que siquiera por serlo debieran figurar en ella648. Estas palabras estaban impregnadas de un sentimiento patriótico, posiblemente desmesurado cuando reclamó protagonismo para los egiptólogos españoles. Los pocos arqueólogos e historiadores que en nuestro país cultivaban la egiptología en la primera década del siglo XX tuvieron que conformarse con recibir la información y contrastar los estudios que alemanes, franceses e ingleses, básicamente, habían llevado a cabo en el país del Nilo. Ningún español había acometido hasta ese momento ningún estudio original sobre la civilización egipcia antigua y sólo el manual de Mélida, escrito en 1897, abordaba de manera amplia el arte egipcio, si bien tuvo que basar el manual en bibliografía exclusivamente extranjera. Únicamente el diplomático catalán Eduardo Toda Güell había destacado por su aportación española a la egiptología mundial. De hecho, su nombre aparece en el Museo de El Cairo formando parte de la galería de ilustres egiptólogos del siglo XIX, entre los Mariette, Belzoni, Maspero, etc. Sin embargo, hay que reconocer que el caudal de conocimientos adquiridos por Toda649 a lo largo de sus viajes y la facilidad para hablar lenguas orientales rebasaban los conocimientos de José Ramón Mélida, cuyos contactos con Oriente y conocimiento idiomático eran considerablemente más exiguos que los de Eduardo Toda. En ese sentido fue Toda un egiptólogo más experimentado (aunque posiblemente con menos erudición académica que Mélida) y de mayor contacto directo con la cultura y arqueología egipcias. Un arqueólogo sobre el terreno, alejado del anticuarismo y del arqueólogo de gabinete que tanto se estilaba entonces. Toda mantuvo además una estrecha amistad con los grandes egiptólogos europeos del momento; y de este contacto sacó como conclusión que la egiptología española se encontraba verdaderamente atrasada, invitando a las autoridades a solventar esta deficiencia, circunstancia que pasaría desapercibida posteriormente con la negativa a la creación de una cátedra de egiptología en la Universidad en el año 1900650. Prácticamente en el ocaso de su carrera, en 1928, publicó Mélida en el Boletín de la Real Academia de la Historia una recensión651 sobre la obra de A. Moret titulada El Nilo y la civilización egipcia, que consideró una obra de referencia en los estudios egiptológicos, sobre todo en su propuesta de establecer el punto de partida de la primera dinastía en el 3.315 antes de Cristo. Existía un punto de controversia entre los egiptólogos respecto a la cronología de la primera dinastía egipcia. Para unos era el año 5.000 antes de Cristo y para otros el 3.000 antes de Cristo.

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mia de la Historia y cronista de Extremadura, región de la que era natural. Cultivó las humanidades en toda su extensión como demuestra la variedad de temas tratados en sus obras y artículos. Para más datos, véase ESPASA CALPE, tomo 12, 1929, 95. MÉLIDA ALINARI (1910f: 123). Vid. BEDMAN (2001). Véase BEDMAN (2001), epígrafe titulado El término del viaje. Véase el Boletín de la Real Academia de la Historia, nº 92, 1928, 14-16.

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EL DESPERTAR DE LA ARQUEOLOGÍA IBÉRICA: LA DAMA DE ELCHE Y EL HISPANISMO FRANCÉS Las construcciones teóricas diseñadas por historiadores e ideólogos durante la segunda mitad del siglo XIX, abrieron un interesante debate centrado en la identificación de la realidad ibérica. Con una tradición historiográfica exigua y un escaso balance de hallazgos arqueológicos, la valoración de la cultura ibérica se presentaba como una opción cultural en la que ideología y arqueología se mezclaron en una compleja simbiosis. Los primeros arqueólogos en abordar la cuestión ibérica para acotar sus límites cronológicos arrancaron en la Prehistoria, en lo que actualmente sería el Paleolítico. Entre ellos, Manuel de Góngora. El historiador andaluz puede incluirse dentro del movimiento que sobredimensionó el horizonte cultural ibérico. Influidos por la legitimación que el canovismo le otorgó a la civilización ibérica, otros historiadores como Rada y Delgado, Fidel Fita, Carlos Lasalde o Vilanova y Piera trataron de delimitar el sustrato ibérico vinculándolo con el inicio del unitarismo y enfrentándose a un contexto arqueológico que ofrecía pocos indicios seguros652. Toda esta imprecisión que rodeaba a la cuestión ibérica durante la segunda mitad del XIX empezó a ser resuelta a partir de la obra de Pierre Paris. El arqueólogo francés fue el primero en aproximarse a una identificación de la civilización ibérica con su cultura material a raíz de los descubrimientos escultóricos de finales del XIX, entre los que se encontraba la Dama de Elche653. Pero antes que Pierre Paris, Mélida se había interesado por unos hallazgos que sembraron de especulaciones las publicaciones españolas de la época. Desde la década de los 1880 José Ramón Mélida había empezado a sentirse especialmente atraído por la problemática ibérica. Ese primer contacto lo había llevado a cabo con cierto distanciamiento, publicando recensiones en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza y entrando en contacto con piezas ibéricas en el Museo Arqueológico Nacional. Una de ellas, destacada por su considerable contenido crítico, llevó por título Antigüedades de Yecla654, obra escrita por el padre esculapio Carlos Lasalde655. Abordaba una de las polémicas más activas de la protohistoria española: las esculturas del Cerro de los Santos. Una tala de árboles efectuada en el año 1830 había puesto al descubierto las ruinas, en lo que sería el principio de una polémica que iba a durar varias décadas. Determinar la procedencia cultural de las estatuillas se había convertido en el centro de una controversia que tuvo su punto de partida en la Exposición Universal de París de 1878, en la que se mos6520 6530 6540 6550

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Vid. RUIZ, BELLÓN y SÁNCHEZ (2002). Vid. infra. Vid. MÉLIDA ALINARI Y COSTA (1882a: 215-216). A principios de 1871 apareció la primera memoria publicada por los Padres Escolapios de Yecla, escrita por los padres Lasalde y Sáez, acerca de las esculturas del Cerro de los Santos. El arqueólogo polaco Segismund Zaborowski fue nombrado miembro de la Sociedad Antropológica de París, a raíz de su obra

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traron los vaciados de algunas de las esculturas del Cerro de los Santos. A partir de entonces fueron varias las teorías emitidas en relación a su origen. Zaborowsky656 relacionó las esculturas con los kamene babe rusos657 adscribiéndoles por tanto una cronología de tiempos de los godos, extremo que se encargó de descartar Sampere y Miquel, representante de España en la Exposición celebrada en Viena en 1873, tras contrastar opiniones con etnólogos alemanes y rusos que conocían la existencia de estatuas como las babe, staruchy o balvany. En una línea parecida a Zaborowsky se habían pronunciado otros autores como el arqueólogo húngaro Henszlmann tras la Exposición Universal de Viena de 1873, y los Amador de los Ríos. Primero el padre, José, exdirector del Museo Arqueológico Nacional y fallecido el 17 de febrero de 1878; y luego su hijo, Rodrigo, asignaron una cronología visigoda a las piezas. Émile Cartailhac fue de la opinión de que pudieran ser protohistóricas y el alemán Emil Hübner las relacionó con una época primitiva anterromana, si bien reconoció entre ellas algunas falsificaciones, como hiciera también Arthur Engel. Bien distinta fue la opinión de Bernardino Martín Mínguez, quien se inclinaba por ver una preponderancia griega en los elementos constitutivos de los epígrafes. Por su parte, Carlos Lasalde defendió el origen egipcio de las estatuillas hasta el punto de intentar traducir las inscripciones como si fueran jeroglíficas. Basándose en Estrabón cuando se refirió al origen fenicio de los bástulos dedujo que si las poblaciones bástulas o bastitanas se parecían a las antiguas fenicias, se parecerían también a las de Egipto. Y con la misma razón que se les atribuye un origen fenicio, se les puede atribuir uno egipcio. Una reflexión que, no obstante, le hizo concluir que las esculturas tenían un origen exclusivamente egipcio. Mélida tachó las conclusiones de Lasalde de “aventuradas y sin fundamento”. En un alarde de conocimientos egiptológicos, Mélida sometió a una dura crítica a Lasalde658. Primero puso en evidencia sus fuentes de conocimiento cuando le propuso: nos alegraríamos saber en qué texto autorizado de egiptología ha visto el Sr. Lasalde la diosa Salambona, y continuó: Otro argumento de Lasalde es que la costumbre de cubrirse la cabeza con el manto, que se observa en muchas estatuas de Yecla, era propia de los Faraones y altos dignatarios de Egipto, como lo demuestran los bajorrelieves. El error en este punto es más de notar pues no existen bajorrelieves con tales figuras tocadas con el manto. Mélida acusó de nuevo a Lasalde de indocumentado por no haber examinado las estatuas fenicias que poseía el Museo Arqueológico y que se hallaban colocadas en lugar muy próximo al que ocupaban las de Yecla: ni las ha comparado con éstas, pues de lo contrario, hubiese echado de ver cómo esas mismas reminiscencias de lo persa y lo fenicio que se observan en las esculturas primitivas de la Grecia, se ven también en las de Yecla con más evidencia que el carácter egipcio, de que sólo participa una parte de ellas. En cuanto a los supuestos jeroglíficos advertidos por Lasalde en las inscripciones, Mélida mostró cierto escepticismo, llegando a asegurar que los trazos que se veían en las estatuas de Yecla estaban mucho más cerca de la escritura alfabética que de la jeroglífica. Esta recensión de Mélida supuso su primer pronunciamiento escrito acerca de las controvertidas esculturas y, de alguna manera, su primera sospecha velada. En otro capítulo de este trabajo será retomado el tema de nuevo. Con fecha 15 de abril de 1895 apareció en La Ilustración Española y Americana su artículo “Bronce romano-celtibérico”. En la segunda parte de este artículo aludía a las controvertidas esculturas del Cerro de los Santos como la serie más importante de las producciones artísticas de la España anterromana, y cuyo estilo grecofenicio está perfectamente comprobado. Esta afirmación la matizaría más adelante en la serie de artículos que dedicó al Cerro de los Santos. Mélida reconocía también una parte de carácter indígena en las esculturillas, que se manifiesta en lo rechoncho del tipo, en lo duro de la factura y en el convencionalismo y simetría hieráticos con que están interpretados los mechones o rizos del cabello659, pero mantenía su negativa a con-

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en dos tomos Ancienneté de l’homme (París, 1874). Además, explicó en la Escuela de Antropología de la capital francesa. Destacan, entre sus obras más importantes: L’homme préhistorique (París 1878); Races préhistoriques de l’ancienne Egypte (París, 1898) y Origines africaines de la civilisation de l’ancienne Egypte (1890 y 1900). Entre sus artículos de más valía cabe nombrar los publicados en Bulletin de la Société d’Anthropologie, Revue d’Anthropologie y Revue Scientifique. Cfr. ZABOROWSKI (1880). Vid. LÓPEZ AZORÍN (1994: 57- 96) en que trata sobre el Padre Lasalde y los descubrimientos del Cerro de los Santos y en el capítulo 7 (1994: 144-168), titulado Los escritos del padre Lasalde: defensa de su hipótesis y lucha por la credibilidad de las esculturas, analiza las convicciones de Carlos Lasalde acerca de las estatuillas. MÉLIDA ALINARI (1895b: 239). MÉLIDA ALINARI (1895b: 238).

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cederle al arte indígena un protagonismo mayor. Conviene detenerse en el adjetivo “hierático” con que Mélida calificó el convencionalismo y la simetría. El arqueólogo madrileño trataba de enlazar su propuesta de fases artísticas con este adjetivo. Era de la opinión de que la fase hierática representaba el estado artístico de las civilizaciones aisladas, siguiendo los principios winckelmannianos, y este razonamiento enfatizaba su caracterización indígena de las esculturas del Cerro. En la primera parte del artículo citado anteriormente, Mélida abordó el estudio de un Bronce romano-celtibérico. Dio cuenta del hallazgo de un busto de bronce –que interpretó como una pesa– en el sitio conocido como Los Veneros, dentro del término abulense de Arenas de San Pedro. Agradeció al aficionado Luis Buitrago de Peribáñez, abogado de profesión, la fotografía enviada a la Academia para su publicación y su interés por la historia: Es hoy el amor a las antigüedades un género de culto patriotismo, tan raro y digno de imitación, que no podemos menos de hacerlo resaltar para que sirva de estímulo a los muchos indiferentes que no se interesan por nuestras maltrechas y despreciadas riquezas históricas (...) Sr. Buitrago, poseedor de tan curioso bronce, esperamos que éste no saldrá de España, como tantas otras preciosidades660. Estas palabras responden fielmente a la labor de estímulo emprendida por Mélida para vencer el desinterés generalizado por la historia patria y las antigüedades del suelo español. Fechó la pieza en el cambio de era y la circunscribió a la antigüedad celtibérico-romana, advirtiendo en ella un arte peregrino, una cierta sequedad en el modelado y una dureza de líneas que recuerdan las últimas obras de arte etrusco, y más aún algunas del romano661. El caso es que Mélida observó paralelos estilísticos del bronce con las cabezas romanas de Calvi (Campania italiana), que poseía el Museo Arqueológico Nacional y que él había tenido ocasión de analizar y catalogar. Al mismo tiempo, resulta muy interesante su reflexión cuando dijo: descúbrese aquí un fondo de carácter local, muy fuerte, un resto de tosquedad dulcificado ya por el clasicismo romano, un convencionalismo semihierático en el modo de interpretar el cabello (...) caracteres todos que son comunes a las esculturas producidas en Iberia antes de la dominación romana y durante cierto tiempo de ésta662 ¿Se trataba del hasta entonces irreconocido arte ibérico? puede considerarse esta frase como el germen del primer atisbo de Mélida respecto a la existencia de un arte ibérico anterior al romano, intuido ya por Góngora en 1860 y Rada y Delgado en 1875. Góngora definió como ibérica la fábrica de la muralla jiennense de Ibros; y Rada habló de un arte ibérico al referirse a las estatuillas del Cerro de los Santos en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia. Mélida empleó el término celtibérico en esta ocasión influenciado quizás por el celtismo que se respiraba todavía, si bien unos años más tarde lo omitiría al referirse a Numancia como una ciudad ibera. Es llamativo cómo utilizó el término celtibérico para referirse a una zona vettona, como la provincia de Ávila, para negarle el componente céltico a la zona arévaca numantina, eminentemente celtibérica, tan sólo diez años más tarde. A mediados del XIX, autores como Ramis, Mitjana, Murguía o Hernández Sanahuja663 evidenciaban en su discurso un componente céltico deudor del nacionalismo romántico que se respiraba entonces y que hasta prácticamente finales del XIX dejó secuelas en algunos escritos de historiadores y arqueólogos españoles. Mientras aumentaba su interés por la cultura ibérica, su afición por Egipto iba languideciendo. Buena muestra de esta traslación de intereses desde su afición a la cultura egipcia hasta su progresivo acercamiento a la cultura ibérica la encontramos en el título de su publicación del año 1900: “El jinete ibérico”, que apareció en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones664. Mélida trató de justificar que en muchos reversos de monedas ibéricas apareciera representado un jinete empuñando una lanza u otra arma, cuestión que, según el autor, no había sido debidamente analizada por los numismáticos. No se conformaba Mélida con dar por sentado que se trataba de un simple capricho artístico y decidió 6610 6620 6630 6640

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MÉLIDA ALINARI (1895b: 238). MÉLIDA ALINARI (1895b: 238-239). Vid. RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002). Se trata de una de las publicaciones nacidas al amparo de la Exposición Histórica Europea, celebrada en Madrid en 1892, con ocasión del centenario del descubrimiento de América. Otros ejemplos los tenemos en Historia y Arte, la Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas y el “Boletín de Archivos, Bibliotecas y Museos. Sobre el jinete ibérico puede consultarse ALMAGRO GORBEA, (1995). MÉLIDA ALINARI (1900c: 5).

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ahondar en la significación de esta leyenda numismática. Encontró paralelos en una fíbula adquirida por el Conde de Valencia de Don Juan. En ella aparecía representado un personaje idéntico a otros ídolos ibéricos, rechonchos, erguidos, y con un perfil que acusaba frente deprimida. Este mismo motivo fue advertido por Mélida en los relieves que adornaban las famosas lápidas sepulcrales romanas descubiertas en la localidad burgalesa de Lara de los Infantes. Estableció para estas estelas una cronología del siglo III, hecho que puso en relación con la prolongada convivencia entre el arte indígena y el romano. Su afirmación más novedosa fue la de establecer una conexión artística entre iberos e hititas: pero aunque nada tengan de común los relieves ibéricos con los hititas salta a la vista que estas dos idénticas manifestaciones artísticas responden a una sola causa, y es el haber tenido hititas e iberos un mismo maestro: el oriente665. La primera lectura que puede hacerse de estas palabras es el difusionismo que pesaba todavía en la concepción que Mélida tenía de la protohistoria española. Contemplaba el arte ibérico como algo propiamente peninsular, pero atribuía su grado de civilización y madurez artística a influencias orientales. En su empeño por buscar paralelos iconográficos para el arte ibérico, propuso con atrevimiento un cierto aire de familia –como dicen los franceses– entre nuestra estela ibérica del jinete y las estelas de Micenas666 con carros de guerra667. Un paralelo poco acertado por tratarse de dos estelas separadas en el tiempo por casi doce siglos, y que revela la inmadurez de la Arqueología en cuanto al conocimiento de estelas funerarias. Debió de ser el único paralelo iconográfico al que pudo recurrir Mélida ante la ausencia de parecidos con otras estelas conocidas. Apuntó, como hipótesis más probable, al hecho de que los personajes representados hicieran referencia a seres mitológicos simbolizados en fenómenos naturales. En este sentido, adoptó la teoría de Rada y Delgado según la cual este tipo de culto llegó a las costas de Levante procedente de la Península Itálica. Según Mélida: El jinete de las monedas ibéricas corresponde a la época en que aún debía conservarse la tradición que nos da como distintos héroes de los juegos a los Dióscuros, y a Cástor como deidad hípica (...) no hay dificultad alguna en admitir que el jinete de las monedas ibéricas sea Cástor y sólo queda por investigar qué causas pudo haber para que su imagen se repitiese tanto, no sólo en monedas, sino en otros monumentos668.

Las circunstancias que debieron de favorecer la aceptación del culto a Cástor en la Península Ibérica las relacionó Mélida con dos hechos: por una parte, lo afecto que tenía que ser a gentes como los antiguos pobladores de la Península, guerreadores por las necesidades de los tiempos y ávidos de la figura de un héroe. Y por otra parte, el carácter hípico de la tal deidad. Para dar más consistencia a su tesis, Mélida aportó nuevas evidencias, entre las que estaba el hecho de que desde el siglo segundo de nuestra era en sarcófagos paganos y cristianos aparecían los Dióscuros como símbolos de la muerte. Cástor, o el dios hípico de los españoles, debió de ser el tutelar para la serie de ejercicios de guerra, de justa o juego parecido a ella, de caza, y acaso otros que todavía son desconocidos. Por eso su imagen debió de prodigarse en monedas y fíbulas. El año de 1897 supuso el estreno de Mélida en las publicaciones que tenían a la arqueología ibérica como protagonista. Tanto las esculturas del Cerro de los Santos, dadas a conocer en 1871 por los padres escolapios de la localidad murciana de Yecla, como la del llamado “busto de Elche”, hallada el 4 de julio de 1897669 en el yacimiento ilicitano de La Alcudia, marcaron el inicio del interés por la desconocida cultura indígena prerromana y el posterior reconocimiento del arte ibérico. Mélida comenzó a “sentir la llamada” de la cultura ibérica a raíz del revuelo que supuso el descubrimiento de la obra 6660

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Localizadas por el matrimonio Heinrich–Sophia Schliemann en el año 1876. Se trataba de un doble círculo de losas de piedra que rodeaban la estructura tumular de la mal llamada tumba de Agamenón en el interior de la ciudadela miceniana, tal y como rezaban los escritos del geógrafo griego Pausanias. MÉLIDA ALINARI (1895b: 5). MÉLIDA ALINARI (1895b: 9). Para conocer las circunstancias del hallazgo por Manuel Campello Esclapez, véase RAMOS F OLQUÉS (1974: 7-8) y RAMOS F ERNÁNDEZ (2003: 31-39). Sobre Ibarra y Manzoni, véase TORTOSA (2004: 175-179).

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cumbre de la estatuaria ibérica, tal y como reflejan las figuras 33 y 35 en el vertiginoso aumento de publicaciones con temática ibérica. Una extensa noticia aparecida en “La Correspondencia Alicantina” el 8 de agosto de 1897 y firmada por Aureliano Ibarra y Manzoni670 asignaba a la pieza una cronología romana. Sin embargo, Mélida fue uno de los primeros en desdecir a su hermanastro Pedro Ibarra y Ruiz671, quien le había comunicado por carta el hallazgo el día 10 de agosto. En un artículo publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, Mélida emparentó la escultura con pueblos prerromanos y la consiguiente influencia de otras culturas mediterráneas: Los comentarios de Ibarra672 son descaminados pues supone la escultura romana673, cuyo arcaísmo revela desde luego un origen anterior (...) tras de los discos y pendiendo de la diadema, hay dos caídas o ínfulas formadas por unas placas recortadas, formando volutas que recuerdan las de algunos motivos egipcios, y pendientes de ellas una porción de cadenillas con bellotas o remates que recuerdan las diademas de cadenillas y bellotas de oro descubiertas en Troya674 por Schliemman (...) famoso tesoro de Curium (Chipre) que guarda analogías con estos collares de cuentas fusiformes interrumpidas por discos o cuentas más pequeñas y chatas (...) rostro noble, severo de líneas, sobrio de formas, cuya belleza revela con harta elocuencia un origen griego, que unido al marcado orientalismo de los adornos (...) bastarían para precisar desde luego la filiación artística de la escultura de Elche, si el conjunto de todos sus rasgos característicos no respondiera en un todo al estilo greco-fenicio, que con tanto acierto reconoció en las del Cerro de los Santos (...) en el busto de Elche las analogías con las obras del arte chipriota se descubren en el estilo mismo (...) la influencia griega es más franca, más pura y revela su descendencia directa de modelos del estilo severo675.

Aparte de las analogías iconográficas advertidas por él, se pronunció acerca de la cronología676 de la pieza, estableciéndola en las décadas finales del siglo III antes de Cristo. Como León Heuzey677, Mélida atribuyó el busto a los dominadores cartagineses. Sin embargo, esta primera opinión de finales de 1897 habría de ser revisada por el propio Mélida en años sucesivos678, con lo cual no podemos hablar de una única opinión sobre la Dama de Elche por parte de Mélida679. De muy diversa índole fueron las opiniones de los arqueólogos que se fueron pronunciando sobre la naturaleza de la Dama de Elche. El francés Théodore Reinach, filohelenista convencido, le asignó una cronología de entre el 500 y el 450 antes de Cristo. Emparentó su estilo con un artista griego - concretamente, jonio - aunque quizás transmitido a un escultor local ibérico, responsable de imprimirle cierto realismo y una ejecución poco delicada: este busto es español por el modelo y las modas, fenicio, quizás por las joyas; y es griego, puramente griego, por el estilo680. Creía que debió de ser encargada a algún artista de las ciudades griegas que en el siglo V existían en la costa de España. El francés teorizó, además, sobre los orígenes de la ciudad ilicitana681. Original fue la teoría expuesta por Rhys Carpenter682, quien argu6710 6720

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Más datos biográficos en TORTOSA (2004: 180-185). Creyó que se trataba de una representación del Dios Apolo. Eduardo Saavedra, por su lado, la vinculaba al culto oriental de Mitra. Fueron éstas las únicas dos opiniones de tratadistas que consideraron el busto como representación de una diosa y no una mujer. En I BARRA RUIZ (1897), Efemérides ilicitanas, correspondientes a lo sucedido el 18 de agosto de 1897. Confróntese el trabajo de catalogación preparado por el personal del Museo Estatal de Artes Figurativas Pushkin de Moscú en VV. AA. (1996a: 49-52), en el que aparecen las “cadenillas con bellotas” (catalogadas en 1902 por Hubert Schmidt como parte del Tesoro) referidas por Mélida y que emparentaba desde el punto de vista estilístico con las que penden de la diadema de la Dama de Elche. MÉLIDA ALINARI (1897g: 428-433). Distintas teorías emitidas en los tres años últimos del XIX y principios del XX acerca de la cronología de la pieza aparecen en RAMOS F OLQUÉS (1974: 40-41). Sostiene esta afirmación en H EUZEY (1897). Vid. infra. En RAMOS F ERNÁNDEZ (2003: 346), debería matizarse su afirmación acerca de “la opinión” de Mélida. Fueron varios los pronunciamientos de Mélida acerca de la naturaleza artística de la Dama. Vid. ROUILLARD (2002: 153). Cfr. MÉLIDA ALINARI (1904a: 43). Rhys Carpenter (1889-1980) se formó como arqueólogo clásico entre Columbia y Oxford, concentrándose pronto en escultura y arquitectura griega. Obra clave suya fue The Greeks in Spain, publicada en 1925. Para más información, véase VV. AA. (1996b: 245-246, tomo I). Cfr. RUIZ (2002).

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mentó bajo un particular prisma helenocéntrico que la idea de labrar un busto de tamaño natural era griega. Más original todavía fue su argumento de comparar la Dama de Elche con el Apolo Chastwort –obra arcaica del 465-460 antes de Cristo, al parecer encontrada cerca de Focea–, comparación realizada a base de las medidas de las distintas partes del rostro, que evidenciaba un gran parecido en el conjunto y en los detalles. Carpenter mostró claras inclinaciones helenocentristas, que afectaban igualmente a otros contemporáneos suyos. El arqueólogo hispanófilo Emil Hübner también dedicó una memoria al busto de Elche, indicando que la influencia fenicia en la costa de Levante de la Península no fue tan grande como se cree, siéndolo, en cambio, mucho la griega. Creía a Ilici población ibera, no griega, ni fenicia; y reconocía en los adornos del busto reminiscencias de obras chipriotas, griegas y etruscas, y en el collar y tocado un carácter esencialmente indígena. Según él, el busto era obra ibérica del IV antes de Cristo, más antiguo que la conocida como estatua grande del Cerro. Sería injusto no conceder a los arqueólogos franceses el protagonismo de haber intuido la existencia de un arte ibérico, original y con raíces indígenas; aunque tampoco debe obviarse que la primera persona en hablar de una arqueología propiamente ibérica fue Juan de Dios de Rada y Delgado, si bien Manuel de Góngora ya había definido como ibérica la fábrica de la muralla de Ibros en la provincia de Jaén en 1860683. Rada hizo la primera mención expresa de la arqueología ibérica en el discurso que oficializó su entrada en la Real Academia de la Historia en 1875, a pesar de los errores epigráficos e iconográficos en los que incurrió al defender la autenticidad de la colección de esculturas del Cerro de los Santos684. El arqueólogo almeriense dio palos de ciego en este primer intento de desvelar las claves de la arqueología ibérica, labor que sí supieron interpretar posteriormente Pierre Paris y León Heuzey, la llamada “pequeña colonia ateniense de Burdeos”685. Rada adoptó la opinión de historiadores del XIX como Sampere o Góngora para proponer que desde el Paleolítico los iberos ya constituían la base étnica de la población peninsular. En este contexto la elección de los iberos como pueblo original se convirtió en una cuestión de estado que encajaba con la óptica diseñada por los ideólogos de la Restauración. Se desarrollaron entonces propuestas políticas para incorporar a los ciudadanos a la nacionalidad social, fomentando en cambio las políticas de alianzas entre notables para acabar estableciendo la esencia de la identidad de España. Con ese propósito fue asumido el proyecto de valoración ibérica por Cánovas y por arqueólogos próximos a él, como Fernández Guerra o Rada y Delgado. Este hecho tuvo su vertiente arqueológica en la búsqueda de un pueblo depositario de la esencia española. El descubrimiento del busto ilicitano supuso un punto de inflexión en las sospechas que ellos tenían acerca de un arte propiamente peninsular. El capítulo de las controvertidas piezas del Cerro de los Santos era un antecedente lo suficientemente crucial como para plantearse que detrás de aquella polémica se escondía algo más profundo y trascendente que un simple intento de falsificación. Con el enigma de las esculturas del Cerro de los Santos todavía candente –su verdadero estudio científico no se abordaría hasta la primera década del siglo XX– la Dama de Elche aparecía como el icono perfecto para aquellos que, como León Heuzey, apostaban por un arte eminentemente ibérico. Al identificar una “escuela ibérica”, León Heuzey tuvo que enfrentarse a una corriente helenocéntrica poderosa capitaneada por sus compatriotas Théodore Reinach y Camille Jullian. Para este último, la Dama de Elche provenía de un meteco foceo que se había quedado en tierra bárbara: un niño perdido de la Jonia vencida. Conviene aclarar que Mélida tardó en asimilar el “indigenismo” proclamado por sus colegas franceses. Su convicción inicial, sostenida al poco de descubrirse el busto, apuntaba a los cartagineses como autores de esta escultura. Sin embargo, poco a poco rectificó su opinión y concedió al arte indígena el protagonismo y originalidad que hasta entonces le había negado. Puede considerarse 1904 como el año en el que se produjo su rectificación, coincidiendo con el momento en que el Museo parisino del Louvre inauguró una sala de arqueología ibérica (sala VII)686, hecho que debe con6840 6850 6860

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Vid. infra páginas 160-169. Cfr. GRAN AYMERICH (2001: 402) y ROUILLARD (2000: 142). Pierre ROUILLARD (2002: 154-155) sostiene que ningún departamento del Louvre se encontraba entonces verdaderamente preparado para recibir objetos prerromanos de España. MÉLIDA ALINARI (1904a: 50).

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siderarse como el reconocimiento oficial de los arqueólogos franceses a un arte o estilo propio, como era el ibérico. En uno de los artículos publicados en 1904, en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, Mélida contradijo sus planteamientos anteriores en torno a la dependencia cartaginesa que él había supuesto para el arte ibérico. Reconoció, tras una sosegada revisión artística, que la patente analogía entre piezas genuinamente púnicas y las esculturas españolas no tenía nada de extraño si se consideraba que las mismas influencias oriental y griega informaron al arte de Cartago y al de Iberia y que los caracteres particulares con que el arte ibérico se nos ofrece permite considerarle como producto de la civilización de los indígenas687. Estas palabras eran la confirmación de que Mélida había asimilado la creencia en un carácter propio y original para el arte ibérico, si bien se trataba de una confirmación indecisa y rectificada en múltiples ocasiones. Suponía la adopción de una teoría, gestada por Pierre Paris y amparada por León Heuzey, y en la que la matriz difusionista688 se rompía, a pesar de que el difusionismo fue el esquema predominante hasta la segunda década del XX en Europa, dejando paso a un concepto distinto de las relaciones entre el “civilizador-invasor” y el pueblo “civilizado–invadido”. En la nueva matriz concebida por Paris, el componente local cobraba mayor protagonismo. Ya no planteaba una visión civilizadora de una cultura sobre otra, sino una relación, una dependencia mutua entre ambas, dominada por un proceso de aculturación. Pierre Paris rechazó la idea de que la Dama de Elche fuera obra de un artista griego. Se negó a aceptar que un escultor ibérico hubiera podido cruzar los mares para recibir lecciones, y que a la vuelta a su patria refinara su arte al contacto con los maestros griegos. No tuvo dudas Paris de que el escultor en cuestión tuvo la oportunidad de ver las obras griegas y pudo “empaparse” de la fuerza y la gracia transmitida por ellas. Pero insistía el francés en adjudicarle un carácter ibérico al busto. De alguna manera, hay que atribuir este hispanismo de Pierre Paris a un intento continuo de consolidar los lazos de la investigación arqueológica entre Francia y España689, no sin ciertas implicaciones colonialistas690. Además, el francés había llegado a afirmar que los historiadores del arte antiguo son injustos con España. Jamás hablan de ella, nunca se deja un espacio pequeño a los iberos en los libros de los arqueólogos691. La adquisición de la Dama de Elche692, que entró en las colecciones del Louvre en la sala Apadana del Departamento de Antigüedades Orientales en otoño de 1897, supuso la consagración de León Heuzey, conservador del departamento de antigüedades orientales del Louvre y miembro de la Academie d’Inscriptions et Belles Lettres de París, como arqueólogo de prestigio. Tanto él como su discípulo el ceramógrafo Edmond Pottier repararon pronto en el extraordinario interés de la pieza. A Heuzey debemos, movido por su espíritu de apertura, la iniciativa de comprar el busto, mientras que la gestión de compra para el museo parisino del Louvre correspondió a su compatriota Pierre Paris, hecho que le proporcionó cierto renombre693. El traslado de la pieza a París fue lamentado por Mélida, quien hizo referencia a su adquisición para el Louvre con harto apresuramiento, sin que lo evitara en España en provecho de nuestros museos, quien pudo hacerlo; celebrado grandemente por los franceses como rápida conquista hecha a la arqueología española694. De hecho, trajo consigo a posteriori una profunda reflexión cargada de autocrítica por la falta de implicación de las autoridades españolas y los intelectuales695. A pesar de su salida

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Sobre el tema del difusionismo en la Cultura Ibérica, véase, entre otros, RUIZ Y MOLINOS (1993: 14-18). Cfr. WULFF (2003: 24). Tras la adquisición de la Dama de Elche declaró: ¡hay que conquistar España ahora o nunca!, GRAN AYMERICH (2001: 404). PARÍS (1903: VI). Los pormenores de la compra de la Dama de Elche por el Museo del Louvre y las gestiones posteriores para que regresara a España pueden consultarse en RAMOS FOLQUÉS (1974: 11-22), NICOLINI (1991: 108-112) RAMOS FERNÁNDEZ (2000), ROUILLARD (2002: 150) y en RAMOS F ERNÁNDEZ (2003: 40-56). También se recoge información interesante sobre las circunstancias que llevaron a Manuel Campello a vender el busto a Pierre Paris y no a las instituciones españolas, en TORTOSA (2004: 182-183). Para detalles de la gestión de París en la compra del busto, ver AYARZAGÜENA (1993: 542-549), DELAUNAY (1997: 102-103) y RAMOS F ERNÁNDEZ (2003: 57-63). MÉLIDA ALINARI (1903e: 369). Vid. RAMOS FERNÁNDEZ (2003: 63-104) y RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo Una coyuntura de crisis: de agosto de 1897 a diciembre del 1898.

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de España, la Dama de Elche acabó convirtiéndose en un acontecimiento que sobrepasó la dimensión arqueológica696. No obstante, la incorporación del busto al museo francés se reveló como el espaldarazo necesario para abrir una nueva sala dedicada a la civilización ibérica, que sería inaugurada en 1904. La sala se nutría con otras piezas, como algunas del Cerro de los Santos que había recuperado Arthur Engel durante su estancia en la península. Antes de encontrarse la Dama de Elche, las piezas que los franceses obtuvieron del suelo peninsular, eran incorporadas al registro de inventario de las “Antigüedades de Chipre y de Rodas”. Se trataba de obras extrañas a su tradición que recibían una catalogación vaga. Mientras ésto sucedía, la arqueología española seguía mostrando una actitud laxa y permisiva con respecto a la adquisición de piezas por parte de extranjeros, que facilitaba la incorporación de éstas a museos como el Louvre o el British Museum. Sólo un nombre en nuestro país, Antonio Vives Escudero, destacó como coleccionista desde finales del XIX, lo que facilitó que muchas de las piezas en circulación acabaran en manos extranjeras. Este hecho, aparentemente intrascendente, puede considerarse como el germen de un nuevo Fig. 25.- León Heuzey. campo de trabajo dentro de la arqueología mediterránea: el arte ibérico. Curiosamente, tuvieron que ser arqueólogos franceses los primeros en reivindicar para la arqueología ibérica un hueco en la clasificación cronológica de la protohistoria mediterránea. Hasta 1941 no regresaría la escultura a España697. El arqueólogo Pierre Paris698, profesor de la Universidad de Burdeos, había conseguido despertar en su país una afición por lo hispano, que arrancó desde dos instituciones culturales parisinas: el Museo del Louvre y la Academie des Inscriptions et Belles-Lettres. Además, se vio favorecida por las dificultades políticas en las que se encontraban los otomanos con Grecia, la cultura más apetecida entonces en el entorno mediterráneo. Para él la Dama de Elche representaba el ideal recobrado de los artistas ibéricos ignorados y era un buen reclamo para España, en la búsqueda de un mejor tratamiento por parte de los historiadores del arte antiguo. Desde su primera misión científica a España en 1896699, había empezado a sopesar la posibilidad de crear una Société de Correspondance Hispanique para poner en contacto a los eruditos que había conocido en su viaje con los profesores de su 6960 6970

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Sobre la manipulación como símbolo hispánico de que fue objeto la Dama, véase MARTÍNEZ-NOVILLO (1997) y OLMOS (1992b: 9-12). La cesión de la pieza ha sido relacionada con el encuentro de Hendaya en Octubre de 1940 y que, junto con la toma de Tánger, no dejó de ser sino una limitada compensación al papel de “neutralidad” ofrecido por España en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Vid. MARTÍNEZ-NOVILLO (1997). Se había doctorado en letras en el año 1890 y desempeñó el cargo de profesor de Arqueología y de Historia del Arte en la Universidad de Burdeos desde 1892. Previo a su desembarco en la península ibérica, había realizado importantes excavaciones en el santuario de Apolo (Delfos) y en el templo de Atenea Cranaia (Elatea) entre los años 1884 y 1885. Más datos biográficos en ROUILLARD (2002: 148-152). Realizó tres misiones en los años 1896, 1897 y 1898. Su primer contacto con España había sido un viaje turístico realizado en 1887.

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facultad. Pierre Paris puede considerarse como el arqueólogo que más duramente ha luchado desde inicios de siglo para consolidar e institucionalizar los lazos entre los dos países en investigación arqueológica, como demuestra asímismo su interés en la creación de una Escuela Francesa en Madrid, pero que en España no será realidad hasta 1928700. Su “desembarco” en España, como él mismo reconoció, estuvo estimulado por su predecesor Arthur Engel701. El descubrimiento de la Dama de Elche trascendió pronto el ámbito arqueológico, fundamentando las raíces nacionales prerromanas en unos momentos en que la identidad nacional había quedado seriamente tocada por la pérdida de las posesiones coloniales ultramarinas de 1898702. En los años finales del siglo XIX, la escultura ilicitana consiguió potenciar la “invención” de una cultura ibérica, todavía sin definir703. La euforia desatada con los descubrimientos del Cerro de los Santos y de la Alcudia de Elche, fortaleció la idea de fundar una “École française d’Espagne”704, como una hermana pequeña de las grandes escuelas de Atenas y Roma. En cierto modo, esta iniciativa se encuadraba dentro del proceso colonialista científico que las grandes potencias europeas como Alemania, Francia o Inglaterra habían comenzado a desplegar no sólo en el continente europeo sino también en países Fig. 26.- Pierre Paris. del Próximo Oriente 705. Las aspiraciones de Pierre Paris abarcaban un amplio abanico en el campo de la investigación: inventarios de riquezas artísticas, excavaciones, reconstrucciones, catálogos, rastreo en los archivos, etc. En 1898, un informe suyo enviado al subsecretario de Bellas Artes incidía en la necesidad de crear una misión científica permanente en el país vecino. El proyecto no fue acogido en un principio, pero sí fue valorada su proyección en el terreno de la erudición y la crítica. Lo que sí fructificó fue la publicación que iba a ponerse en marcha desde 1899: el Bulletin Hispanique, del que fue él mismo uno de sus fundadores y redactores706. No consta una relación personal entre Pierre Paris y José Ramón Mélida, si bien es muy posible que intercambiaran información –posiblemente por correo– que actualmente está perdida707. Entre sus objetivos como historiadores y humanistas figuraban reivindicaciones comunes. Aunque Paris lo hiciera desde el desinterés patriótico y simplemente movido por convicciones históricas; y Mélida mostrara evidentes tendencias nacionalistas708, ambos pretendían la correcta valoración de la cultura ibérica. Sí pare7000 7010 7020 7030 7040 7050 7060 7070 7080

P UJOL P UIGVEHÍ (1997: 419-420). Vid. ROUILLARD (2002: 147). Sobre el impacto del 98 en el marco cultural español, véase RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002). Para conocer los usos y manipulaciones políticas de la Dama de Elche, véase TORTOSA (1999: 57-62). Vid. GRAN AYMERICH y GRAN AYMERICH (1991: 120). Sobre las circunstancias en las que se desenvolvió y las causas que lo fomentaron, véase LITVAK (1987), capítulo La aventura imperial. Para más información sobre las circunstancias que rodearon a la aparición de esta revista, véase NIÑO (1988: 115-164). Cfr. ROUILLARD (1999: 28-31). Cfr. J IMÉNEZ DÍEZ (2001: 193-194), capítulo El Iberismo, origen del nacionalismo español: Patxot y Ferrer, una excepción en la historiografía liberal del siglo XIX.

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ce que existió relación epistolar entre Mélida y los franceses Heuzey y Pottier, como asegura Pierre Rouillard709, aunque no se conoce el paradero de estas cartas. Por otro lado, en su obra de 1903 titulada Essai sur l’art et l’industrie de l’Espagne primitive, el arqueólogo galo llegó a referirse a Mélida como mon ami M. Mélida710, dando a entender una evidente relación personal. Desde 1896, la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos se había convertido en la publicación que acogía más artículos de Mélida. Precisamente, en unos años en los que la arqueología ibérica comenzaba a ver la luz para historiadores y arqueólogos. Consagró gran parte de sus artículos a denunciar no sólo el olvido de la arqueología ibérica sino la precaria situación de la legislación española en materia de expolio y apropiación indebida de antigüedades. Afirmaba que las antigüedades viven en España de milagro. La casualidad las encuentra, la codicia las oculta cuando la barbarie o la ignorancia no las destroza y las injuria. Manos incompetentes suelen guardarlas sin aprecio (...) pocas veces pasan a ocupar un lugar digno en las salas de los Museos y en la ciencia las páginas que reclaman (...) podría evitarlo una ley (...) impedirse cesen la ocultación y la expatriación de las antigüedades que debe España conservar con legítimo orgullo711. La propuesta de Mélida iba acompañada de otra iniciativa apadrinada por él mismo. Se trataba de la inclusión en esta revista de una sección especial destinada a dar cuenta de los descubrimientos que ocurrieran en suelo peninsular. Arqueólogos, conservadores de museos, coleccionistas, individuos de las comisiones de monumentos, catedráticos, investigadores, aficionados, artistas y gentes cultas, en general, eran los elegidos por Mélida para sacar adelante esta obra colectiva provechosa para el bien común y encaminada a sacar a las antigüedades de la oscuridad712. Además, confiaba en el auxilio eficaz de cuantas personas se interesaran por la arqueología española. Sobre todo, centraba su interés en la época ibérica - a la que se refirió como “época colonial”, y romana. Acuñó el término “colonial” por la aversión que le producía la palabra Protohistoria. En un primer acercamiento a la consabida sección de hallazgos arqueológicos, hace referencia a los acontecidos en Tortosa (Tarragona), en la carretera que va desde Sant Feliu de Guíxols a Palamós (Gerona), en el asentamiento romano de Iluro (Mataró), en la dehesa de Ahín (Toledo) o en el Llano de la Consolación (Albacete). Una de las recensiones publicadas por Mélida en 1899 en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos se hizo eco de la controversia derivada del hallazgo de la Dama de Elche, como demostró la publicación del artículo “Ídolos ibéricos encontrados en la sierra de Úbeda, cerca de Linares (Jaén), pertenecientes al Excelentísimo Señor General Luis Ezpeleta”. Mélida dio muestras de sentirse ciertamente convencido acerca de la originalidad del arte ibérico por lo bárbaro de su arte y lo tosco de su trabajo. Los ídolos que motivaron la redacción de este artículo presentaban un aspecto femenil y denotaban, según Mélida, un cierto parentesco con la Venus asiática. Pretendía así ver en uno de los citados idolillos la mano de un artista rudimentario y poco depurado, que interpretó los brazos tan torpemente, tan sin tener en cuenta la angulosidad del codo, que más parecen aletas de pescado, como sucede en el ídolo de Larrumbe, y las manos, manos de bestia, pero supo inclinarlas hacia el torso, recordando las imágenes de Astarté, la Venus fenicia713. Para el autor no había dudas de que querían representar estas figuras la diosa del amor bajo su concepto más sexualista, en línea con la iconografía de los pueblos asiáticos. Propuso una simbología común a la de la Venus caldeo-asiria Ishtar y lo hizo fijándose en las analogías advertidas en algunos aspectos físicos: lo acentuado de las caderas, la desnudez completa y los brazos junto al seno o el pecho. Semejanza que también se advirtió en el terreno artístico, sobre todo en el símbolo que ostentaba en la mano una de las figuras. Parecían ser dos frutos, que pudieran confundirse con un falo o una paloma, símbolo de la venus chipriota en algunas de sus imágenes, si bien éstas apoyaban el ave amorosamente contra el pecho. Concluía Mélida que los ídolos que estudiamos revelan evidente analogía, y aún pudiéramos decir parentesco, con las venus orientales y especialmente con las fenicias714. No obstante, el autor reco7090 7100 7110 7120 7130 7140

ROUILLARD (1999: 28). PARÍS (1903: 77-78). MÉLIDA ALINARI (1897h: 24-25 y 31). MÉLIDA ALINARI (1897h: 25). MÉLIDA ALINARI (1899e: 98). MÉLIDA ALINARI (1899e: 100).

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nocía dudar entre considerar estas dos piezas como obras de filiación fenicia o como obras iberas de tradición oriental. El tratamiento de la cultura ibérica pasó a ser un tema preferencial a raíz de los acontecimientos que sucedieron al descubrimiento de la Dama de Elche en agosto de 1897 y al empeño de Pierre Paris por ver reconocida la originalidad de un arte indígena. Mélida participó de esta tendencia y encontró en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos su medio de expresión y publicación más dispuesta a divulgar los adelantos experimentados y a plantear cuestiones que iban surgiendo. Ídolos ibéricos fue el título de uno de los artículos en los que el autor analizó seis ídolos hallados en Puente Genil (Córdoba), Oreto (Jaén), Badajoz y Campo de Criptana (Ciudad Real). Los dos ídolos restantes eran de procedencia desconocida. Según Mélida los seis ídolos descritos, tienen reminiscencias de su estilo con el de algunas esculturas griegas primitivas y algún que otro recuerdo oriental (...) claros indicios de las dos fuentes del arte ibérico (...) las fechas de tales figuras no deben considerarse de una época remota o prehistórica, sino de un período de tiempo forzosamente limitado por los comienzos de las relaciones entre los iberos y los pueblos colonizadores, fenicios y griegos, y los primeros tiempos de la dominación romana. El ídolo de Criptana es forzosamente de la época romana, puesto que sirvió de pesa de una romana, pero su arte es ibérico715. Las sospechas de la existencia de un arte propiamente ibérico, con las correspondientes influencias de pueblos colonizadores como griegos, fenicios y cartagineses, se hacían cada vez más evidentes en Mélida. En la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos escribió un artículo dedicado a una figura de centauro, hallada en Rollos (campo de Caravaca, Murcia). La pieza pertenecía al lote de donaciones legadas por Don Eulogio Saavedra716 al Museo Arqueológico Nacional en 1897717, y representaba un centauro de tipo arcaico. Según Mélida permite creer que tenemos ante los ojos, no una representación de aquellos míticos cuanto primitivos pobladores de la Tesalia de que nos habla la Ilíada, y de los que acaso en España no hubiese ni noticia, sino uno de los servidores de Dyonisos718. Con estas palabras, emparentaba el rostro de la figura con el de los faunos arcaicos y situaba su cronología en el siglo VI antes de Cristo. Creía que se trataba de uno de los productos griegos más antiguos que se habían hallado en España junto a otro bronce arcaico muy parecido que había sido descubierto hacía cuatro años en la misma región bastitana del Llano de la Consolación. ¿Debían considerarse el centauro y el fauno como productos hispano-griegos? Mélida veía aventurado pronunciarse sobre este punto por hallarse los estudios de la Hispania anterromana todavía atrasados. Opinaba que de momento no cabía otra posibilidad que considerar estas dos figuras como productos importados de Grecia. Una afirmación que evidenciaba las dudas de Mélida, quien, consciente de la inmadurez de los estudios anterromanos peninsulares, dejaba una puerta abierta al delicado tema del arte ibérico. El año 1897 será recordado por el descubrimiento de la Dama de Elche y, a su vez, como el punto de inflexión en la valoración de los estudios ibéricos. Desde el punto de vista de las publicaciones, se dispararon los artículos en los que se hacía referencia a este hallazgo y las teorías sobre el origen del busto ilicitano recogieron multitud de hipótesis. José Ramón Mélida no sólo iba a ser uno de los primeros españoles en abordar el problema ibero en el entorno nacional. Además, iba a participar en una sección de la revista Revue des Universités du Midi titulada “Extérieur – Bulletin Archéologique d’Espagne”. En su primera colaboración719 fue introducido a los lectores por Georges Radet, profesor de Historia Antigua en la Universidad de Burdeos y decano de la facultad de Letras. El objetivo principal de Mélida era el de informar sobre los hallazgos y progresos acontecidos en la arqueología ibérica a modo de corresponsal, como él mismo reconocía: Es la primera vez que una revista francesa publica informaciones sobre hallazgos y progresos de la arqueología ibérica y greco-romana en España. Me gustaría que este boletín rindiera servicio a mostrar el interés de estos estudios720. 7150 7160 7170 7180 7190 7200

MÉLIDA ALINARI, J. R. (1897i: 145-153). Vid. supra página 93. Más datos sobre esta donación en OTERO (1993). MÉLIDA ALINARI (1897j: 513). MÉLIDA ALINARI (1897k). MÉLIDA ALINARI (1897k: 105).

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En el citado artículo721, el arqueólogo madrileño dio cuenta de los más relevantes hallazgos acontecidos en suelo hispano en los últimos años, y lo hizo de una manera superficial y meramente informativa. Se refirió a la estación prehistórica de Ciempozuelos, a Segobriga, a Carmona prehistórica y romana, a los monumentos megalíticos localizados en Jerez de los Caballeros o a los bronces de Costig, aludidos en otros capítulos del presente trabajo. En cuanto a bronces de época protohistórica y romana, informó sobre los descubiertos en Cabeza de Buey (antigua Turobriga), Arenas de San Pedro (Ávila), Jumilla (Murcia) y Arenal de Peregrina (Sigüenza, Guadalajara). Con este tipo de artículos, desempeñaba Mélida una labor divulgadora que tenía como objetivo prioritario poner en conocimiento de sus colegas franceses las novedades arqueológicas españolas. Dentro del citado artículo, dedicó unos párrafos a los museos españoles. Destacó al Museo Arqueológico Nacional, al Museo de Tarragona y al Museo de Vich, en la provincia de Barcelona. Su dominio del francés y sus buenas relaciones con arqueólogos e hispanistas franceses le proporcionaron una vía de contacto excepcional con el entorno arqueológico galo, que tanto peso tuvo en el devenir de la arqueología ibérica. De alguna manera, esta sección en la que colaboraba Mélida fue el germen del futuro Bulletin Hispanique722. En 1898 nacía el citado boletín como una tirada aparte dedicada a los estudios hispánicos y con él el artículo que Mélida publicó en el segundo número del año 1898, correspondiente a los meses de abril y junio. Llevó por título “Archéologie ibérique et romaine” y en ella hizo un repaso de los hallazgos más recientes acontecidos en suelo hispano: Romualdo de Alfaras en las prehistóricas habitaciones encontradas en el Alto Ampurdán (Gerona), Esteve Puig en las sepulturas prehistóricas de Santa Coloma de Gueralt (Tarragona), Jorge Bonsor en los túmulos prehistóricos del Campo de las Canteras (Carmona, Sevilla), Luis Tramoyeres Blasco en la estación prehistórica de Bocairente (Valencia) y Bartolomé Ferrá en el yacimiento prerromano de Costig (Mallorca). Además, dedicó párrafos al santuario del Llano de la Consolación (Montealegre del Castillo, Albacete), al recientemente descubierto busto de Elche, a los descubrimientos de época romana en Sagunto (Valencia) y Tarragona. Dedicó Mélida una parte del artículo a los museos españoles, con especial atención al Museo Arqueológico Nacional, y otra a las publicaciones. En éste último destacó la labor del ingeniero Puig Larraz en la carta geológica de España y por su Ensayo bibliográfico de antropología prehistórica ibérica. Los mismos gestos de alabanza tuvo hacia el antropólogo Manuel Antón y Ferrándiz, profesor del Museo de Ciencias Naturales, y su estudio sobre los cráneos de Ciempozuelos723. Para terminar, tuvo en consideración la labor de algunos de sus colegas e historiadores como el gallego Federico Maciñeira Pardo o el erudito andaluz Manuel Rodríguez de Berlanga. En resumen, se trató de un artículo a modo de crónica científica en el que difundió la actualidad histórico-arqueológica entre los hispanistas franceses. El hispanismo francés fue la más notable vía de difusión y puesta en valor de nuestro patrimonio histórico y cultural, sobre todo desde que la pérdida de las colonias en 1898 provocó una pérdida de importancia de España dentro del grupo de naciones que creaban y difundían conocimiento. Al hispanismo francés le correspondía jugar un papel importante en esta faceta por su preponderancia en el concierto internacional durante la época contemporánea y por la dependencia cultural española desde principios del siglo XIX. La potencia francesa debía manifestarse en el terreno historiográfico y filológico igual que se había impuesto en otros muchos aspectos. Circunstancia más que propicia fue el hecho de que la clase cultivada española tenía a la lengua francesa como segundo idioma, lo que contrastaba con la práctica ignorancia de cualquier otro idioma. El punto de arranque del interés hispanista hay que situarlo en Francia en el último cuarto del XIX724, momento en el cual aparecieron los primeros trabajos de Alfred Morel Fatio725, fundador indiscutible del 7210

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Su publicación corresponde al año 1897, pero Mélida la firmó en septiembre de 1896, cuando todavía no había tenido lugar el hallazgo de la Dama de Elche. Para más información, véase N IÑO (1988: 149-154). Vid. BLASCO, BAENA y LIESAU (1998: 34-54) y ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 81-84). Vid. N IÑO (1988: XII-XIII). Para datos biográficos de Alfred Morel-Fatio véase N IÑO (1988: 33-70).

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hispanismo moderno726. El desarrollo del hispanismo francés tuvo en Morel-Fatio a su máximo valedor, quien desde 1900 centró especialmente sus publicaciones en el Bulletin Hispanique, creada en 1899 para canalizar todas aquellas obras referidas a los estudios hispánicos. Además, Morel-Fatio llegó a publicar varios artículos originales en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, órgano de unión de los antiguos alumnos de la Escuela Superior de Diplomática y del que Mélida llegó a ser director. Es difícil valorar la influencia de Morel-Fatio en Mélida porque no consta una relación personal ni se conservan cartas de Mélida. En cambio, sí mantuvo trato académico y científico el hispanista francés con otros personajes notables de las letras españolas como Menéndez Pelayo727, Rodríguez Villa, Eduardo de Hinojosa o Menéndez Pidal. Básicamente, Morel-Fatio y sus colegas españoles tenían el objetivo común de imponer nuevos métodos historiográficos para renovar los trasnochados estudios históricos en España. El francés trató de crear las bases necesarias para un hispanismo científico, alejado del retoricismo, la militancia política y la funesta influencia de la mentalidad católica728. El ya de por sí tendencioso afrancesamiento de Mélida se veía ahora fortalecido por el hispanismo francés y la presencia cada vez más habitual de humanistas galos en la Península Ibérica. Dos fueron las ciudades francesas donde destacó el desarrollo del movimiento hispanista y la implantación de los estudios hispánicos: Burdeos y Toulouse. Los vientos de renovación apadrinada por Alfred Morel-Fatio afectaron de manera positiva a la Filología y a la Historia de nuestro país, personalizados en Ramón Menéndez Pidal y en Rafael Altamira respectivamente729, hasta el punto de que consiguieron dotarse de los medios de influencia y de poder suficientes como para cambiar la relación de fuerzas en el mundo académico e imponer los criterios gestados al otro lado de los Pirineos. Poco a poco el hispanismo francés fue sentando sus bases con la creación de instituciones que reforzaban su presencia en nuestro país. En 1913 se creó el Centre d’Études Franco-Hispaniques, que se convirtió en el embrión del futuro Institut d’Études Hispaniques y la Casa de Velázquez, fundada en 1928. Fue práctica habitual que Mélida recibiera fotografías que le enviaban coleccionistas y aficionados de provincias. En su calidad de director de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, se encargó de publicar las noticias que sus amigos y colegas le hacían llegar. De alguna forma, era él el que encauzaba y divulgaba las novedades arqueológicas a las que tenía acceso, lo que le convertía en uno de los máximos exponentes propagandísticos de la Arqueología de la época. Otro ejemplo de esta faceta: el coleccionista de Puente Genil (Córdoba) Rafael Moyano Cruz envió a Mélida en 1899 una carta730 y la fotografía de una figurita de tipo clásico en forma de pantera, que acabaría formando parte de la colección de Antonio Vives. Sobre su análisis estilístico Mélida llegó a decir: su estilo participa de elementos orientales y helénicos cuya amalgama va notándose tan constante en las antigüedades ibéricas descubiertas en estos tiempos, y en otras que hasta hace poco no habían llamado la atención de los arqueólogos. La pantera hace pensar en el mito de Baco y especialmente en el Baco ibero731. En la carta fechada el 26 de agosto de 1899, Moyano Cruz se hizo eco igualmente de una falcata, él la llamaba espada, por la que se preguntaba el precio y que dibujó en la misiva enviada a Mélida el 26 de agosto de 1899: Le tengo que comunicar un descubrimiento que no le creo insignificante (...) con motivo de las grandes tormentas de los días anteriores, las aguas han hecho desmontes y grandes arrolladeros en Los Castellares, sitio de la antigua Astapa. Ayer tarde fue un zapatero de este pueblo a llevar calzado a una de las huertas que allí hay, y sobre el terreno completamente descubierto encontró una espada de gran peso, de un metro de longitud, muy oxidada. Toda7260 7270 7280 7290 7300

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Según N IÑO (1988: XIII). PALACIO ATARD (1994). Sobre las deficiencias y contradicciones que Morel-Fatio advirtió en la historiografía española, véase PEIRÓ (1995: 73-76). Vid. supra. Fechada el 26 de agosto de 1899 y conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional con el número de expediente 2001/101/4. MÉLIDA ALINARI (1899i: 375).

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vía conserva algún temple (...) construcción muy bárbara y yo la creo ibérica, es decir, indígena. No la quería vender todavía pero haré lo posible por adquirirla732.

Su progresiva aceptación del arte ibérico733 se convirtió en una realidad cada vez más latente. Habló de un arte ibérico en el que reconocía influencias mediterráneas. En la citada pieza de bronce se daba la particularidad de que ésta tenía incrustaciones de plata que salpicaban a la pantera imitando las manchas del animal. Esta incrustación, especie de damasquinado, se observaba también en bronces egipcios, lo que hizo sospechar a Mélida que los antiguos pobladores de Andalucía llegaron a conocer la combinación de metales gracias a los orfebres helenos, que a su vez habrían aprendido la técnica de los egipcios. Pero la Dama de Elche seguía acaparando las miradas de los investigadores. Las aportaciones de Mélida se repartían entonces entre boletines, revistas y alguna conferencia. Una de ellas fue pronunciada en el Museo de Reproducciones Artísticas en 1908, siendo él director del centro. Se trataba de la conferencia cumbre de un ciclo, que coincidía con la publicación de los catálogos del Museo. Por aquel entonces figuraba ya la pieza, considerada como la obra de arte español más antigua que se conocía, entre las valiosas colecciones del Louvre de París, ciudad a la que tuvo que desplazarse el distinguido artista Ignacio Pinazo Martínez, mandado por Mélida, para conseguir una reproducción de la pieza con destino al Museo de Reproducciones Artísticas. En el momento del hallazgo nadie en España había prestado la debida atención al busto, circunstancia que aprovechó Pierre Paris para llevársela al Louvre734. Sobre las distintas teorías de arqueólogos europeos que afectaban a la naturaleza artística de la “Dama de Elche” se hizo eco Mélida en esta conferencia. Admitió un elemento griego en la policromía del busto y en el plegado del manto, muy parecido al de Minerva del templo de Afaya en la isla griega de Egina. Percibió en la expresión del rostro una simbiosis de estilos, considerando que no era enteramente arcaico pero que tampoco llegaba a la buena época de la escultura de Pericles. Por otra parte, reconocía una influencia oriental en la disposición de los hombros y señaló un elemento indígena en la expresión de la cabeza y en su decoración, que no se veía en las obras de Grecia ni en las de Oriente. Mélida llegó a decir que las cadenetas y colgantes recuerdan el de nuestras charras y valencianas con sus moños de picaporte, sus agujas de filigrana y sus collares y joyas, ¡quién sabe si la peineta es también el vestigio de una moda española, descrita ya por Estrabón, mencionada por San Isidoro, que tuvo su abolengo en la antigua Troya, seguida hoy por algunas damas argelinas, y de cuya existencia testifican las diademas de oro halladas, una en Jávea y otra en Asturias!735. Era de la opinión de que el busto de Elche guardaba estrecha relación con las esculturas del Cerro de los Santos, sobre todo en su concepción del carácter hierático oriental. No obstante, consideraba el busto ilicitano como la más perfecta escultura del arte ibérico: El busto de Elche está más cerca de la buena escuela jónica de Grecia, mientras que los demás restos del arte ibérico, de aspecto arcaico, son en realidad imitaciones malas del arte de aquellos pueblos que colonizaron la Península, como lo prueban los toros celtibéricos, que no son más que estelas funerarias hechas por los indígenas, copiando los jabalíes griegos, a que los romanos añadieron las inscripciones736.

Se aprecia en sus palabras un cierto regusto helenocentrista, propio de la época, con tendencias hacia el difusionismo. De alguna manera, Mélida proyectó los supuestos de los que partían los difusionistas británicos de principios de siglo y según los cuales el ser humano estaba dotado de escasa capacidad inventiva y alta capacidad imitativa. Buscaban la explicación a las diferencias y semejanzas cul7320 7330

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Carta conservada en el expediente personal de Mélida nº 2001/101/4, Archivo del Museo Arqueológico Nacional. Arturo Ruiz (1993:191-204) sintetiza la evolución del tratamiento concedido a la Cultura Ibérica entre finales del XIX y el último tercio del XX. Para más información véase P ICATOSTE (1908: 17-18). P ICATOSTE (1908: 18). P ICATOSTE (1908: 18). Para más interpretaciones iconográficas sobre la Dama de Elche, véase GARCÍA Y BELLIDO (1980: 45-52).

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turales recurriendo a una combinación de migraciones, adiciones, pérdidas y fusiones de complejos de rasgos, explicación que llegó a adoptar Mélida. Aplicando estos principios, proponía un panorama para la etapa de las colonizaciones peninsulares, en el que la presencia griega737 había dejado una impronta indeleble, fundamentalmente en el campo artístico. En su planteamiento histórico-artístico, presentaba lo griego como sinónimo de alto grado cultural y reducía a la categoría de “mala imitación” todo aquello que se alejaba de lo clásico. Subyacía todavía en Mélida una resistencia a reconocer plenamente el arte ibérico, al que no concebía si no era con una alta dependencia respecto del arte griego. De alguna manera, las teorías de Pierre Paris habían inoculado en Mélida esa visión panhelenista propia del momento, en la que algo tuvo que ver la estancia de Pierre Paris en la Escuela Francesa de Atenas entre los años 1882 y 1885. En el proceso de valoración del arte ibérico el panorama fue cambiando de manera paulatina hasta que en 1953 Massimo Pallottino738 aplicó una metodología que permitió interpretar mejor el caudal de información que iban ofreciendo los yacimientos arqueológicos y los hallazgos. Pallottino supuso un punto de inflexión al romper con los esquemas clasicocéntricos de su época. Lo hizo desde la etruscología pero el resto de civilizaciones protohistóricas mediterráneas, eclipsadas por la primacía de los estudios sobre la antigua Roma, se beneficiaron de su iniciativa. Además, rompió Pallottino con la concepción cíclica que se había aplicado al Arte desde Winckelmann. Según él, no podía seguir prevaleciendo el concepto inmutable de evolución artística desde el arcaísmo hacia el clasicismo. Otra de las controversias que afectaba a la insigne pieza descubierta en La Alcudia hacía referencia a su categoría escultórica: ¿busto o estatua? El arqueólogo madrileño se inclinó por considerarla un busto que iría adosado a la pared a juzgar por un hueco que lleva en la espalda739, con una función votiva y no referenciada a la imagen de una diosa sino a la de una mujer. El francés Salomon Reinach difería de Mélida y, en un artículo publicado en “La Ilustración Francesa” el día 2 de octubre de 1897, consideró el busto como procedente de una estatua funeraria y votiva. Creía que el busto se alargaría por la base y estaría sobre una estela en forma de repisa, con lo que, según él, habría que descartar la hipótesis de una estatua propiamente dicha. El alemán Hübner, sin embargo, creyó que el hueco serviría para la introducción en él de un garfio que sujetara el busto al muro sobre el que estuviera apoyado, después de colocado en alto basamento. La opinión de Pierre Paris, por su parte, apuntaba a que la cavidad no podía ser un agujero para empotramiento, sino un “tronco de ofrendas”, suficiente para fijar netamente el carácter votivo o funerario de la figura. Concluyó Mélida que la insigne escultura había sido concebida probablemente en el siglo IV a.C. por un artista ibérico de mucho mérito que aprendió el arte griego en la corriente jónica, sabiendo reunir los elementos del arte oriental de Andalucía con los elementos helénicos de Levante. Hoy día, un especialista en la materia, como Rafael Ramos Fernández opina que la cavidad de la espalda iría destinada a depositar ofrendas o talismanes y que pudo ser concebida como busto, pues parece que no debió de corresponder a una estatua de cuerpo completo o rota740. La publicación del Catálogo del Museo de Reproducciones Artísticas. Primera parte: Arte Oriental y Griego entre Mélida, Riaño, Guillén Robles y Casto María del Rivero en 1908 contenía un capítulo dedicado a los “modelos de arte ibérico”, en el que Mélida abordó la hasta entonces difusa problemática del arte ibérico y la controvertida naturaleza de la Dama de Elche741. Hasta la fecha, se habían emitido teorías de lo más diversas. Rada y Delgado, fallecido en agosto de 1901 y director interino del Museo 7370

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GARCÍA Y BELLIDO (1980: 10), atribuye la “helenización” del arte ibérico a la dispersión de los pueblos ibéricos por el mediterráneo, como mercenarios. Incluso, habla este autor de una interdependencia de los dos grupos: el hispánico y el egeo. Cfr. ALMAGRO GORBEA (1996: 21), CHAPA BRUNET (1985: 17) y BLÁZQUEZ MARTÍNEZ y MARTÍNEZ-P INNA (1995b). P ICATOSTE (1908: 19). RAMOS F ERNÁNDEZ (2003: 418-420). Esta polémica encontró continuidad en futuros debates. Vid. OLMOS Y TORTOSA (1997: 248249). Incluso se ha especulado sobre la autenticidad de la pieza. José M. Gómez Tabanera ha reconstruido la trama y las sospechas en que se vio envuelto el descubrimiento aquel mes de agosto de 1897. Vid. VV. AA. (1997: 167-179). En la misma línea se han centrado los estudios de John Moffitt, americano cuya publicación ha resultado ser una de las más polémicas de los últimos años por su convicción de que la Dama de Elche fue una falsificación.

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Arqueológico Nacional en el momento de verificarse el hallazgo de la Dama, se había pronunciado a favor de considerarla una escultura ibérica en que se confundían indumentaria asiática y arte griego. El estudio del arte ibérico ante-romano se encontraba todavía en una fase inmadura, en la que las hipótesis y propuestas eran de lo más divergentes. El propio Mélida seguía considerando el arte ibérico como un Arte producido en Iberia, y generalmente por indígenas influidos por los pueblos inmigrantes o colonizadores (fenicios y griegos) desde tiempos primitivos hasta la conquista romana (...) la misma época en que empiezan a venir los cartagineses, los iberos se van civilizando y producen un arte cuya fisonomía necesariamente revela la doble influencia de gentes orientales y griegas742. Transcurría el final de la primera década del siglo XX y Mélida mantenía unas convicciones más o menos invariables respecto al concepto de arte ibérico que tenía cuando se encontró la Dama de Elche: Arte ibérico, es de notar que habiéndose formado de las indicadas influencias extrañas, las cuales recayeron en tribus bárbaras que no estaban dispuestas para recibirlas, lejos de determinar un proceso artístico en el que lógicamente pudiéramos distinguir un arcaísmo, un florecimiento y una decadencia, solamente produjeron imitaciones, felices en sus comienzos, luego desgraciadas, rudas y rutinarias repeticiones de buenos modelos743.

Cuando el arqueólogo madrileño hablaba de arte ibérico se refería inevitablemente a la escultura en piedra que constituían la Dama de Elche y la serie escultórica del Cerro de los Santos, a la sazón piezas más representativas de la entonces exigua colección de arte ibérico. Se expresaba en los siguientes términos para referirse a las piezas de arte ibérico: parecen productos de un taller en el cual se estancó el arte, amanerándose y llegando a triste decadencia. La vida de dicha producción escultórica no creemos cuente mayor antigüedad que el siglo V, y su término lo fijó la conquista romana744. Era ésta una derivación winckelmanniana745 basada en la propuesta del alemán según la cual el arte desarrollado por cada pueblo estaba inscrito en un triple proceso evolutivo de carácter cerrado: nacimiento, florecimiento o apogeo y, finalmente, decadencia. Se trataba de una concepción cíclica predeterminada, que coartaba o anulaba cualquier esquema alternativo y que negaba el “progreso”, concebido como una sucesión de fases que se iban superando. Una crónica fatalista presidida por el “waxing and waning” (crecer y menguar) anglosajón y que tuvo sus ecos a principios del siglo XX en autores como el alemán Oswald Spengler746, quien acometió por primera vez el intento de predecir la Historia tratando de señalar las distintas culturas y la significación en la Historia general humana, para demostrar que en el fondo la Historia se mostraba como algo que nace, crece, se desarrolla y muere. En el que caso que nos ocupa, Mélida consideraba que en el estilo ibérico participaban las dos corrientes artísticas de los pueblos colonizadores: la fenicia, presente en el Mediodía peninsular, y la griega, de la costa de Levante. De hecho, para él la Dama de Elche era una obra maestra de arte ibérico, concebida en el ambiente greco-púnico del país y ejecutada conforme al estilo griego arcaico del siglo V antes de Cristo. La Dama de Elche centró su atención en el referido catálogo. Respecto a la población en que fue encontrada creía Mélida que había sido levantada por la tribu ibérica de los contestanos sobre las ruinas de la antigua Herna. Según él, en el siglo V antes de Cristo Herna pertenecía aún a los tartesios, a quienes otorgó la fundación de la ciudad de Ilici. Sobre los aspectos artísticos del busto, Mélida introdujo nuevos paralelos estilísticos de la Dama, considerada como obra capital del arte ibérico, con la civilización egipcia. Advirtió un parecido entre la mitra de la Dama de Elche y el pschent egipcio; así como entre las placas recortadas con forma de volutas que penden de la diadema y ciertos motivos ornamentales egipcios. Estableció, además, una semejanza estilística entre la porción de cadenillas con 7420 7430 7440 7450 7460

MÉLIDA ALINARI, RIAÑO, GUILLÉN ROBLES Y RIVERO (1908: 109-111). MÉLIDA ALINARI, RIAÑO, GUILLÉN ROBLES Y RIVERO (1908: 111). MÉLIDA ALINARI, RIAÑO, GUILLÉN ROBLES Y RIVERO (1908: 112). Vid. MARCHAND (1996: 10-11). La visión de Spengler tuvo sus ecos, más adelante, en la España culta de los años 1920 gracias a la traducción al castellano de su gran obra La decadencia de Occidente. Para más información sobre las épocas en las que dividió la evolución artística Oswald Spengler, véase ESPASA CALPE, tomo 57, 1929, 797-799.

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bellotas que penden de las volutas de la Dama y las diademas descubiertas en Troya por Schliemann. Su propuesta de paralelos incluía unas gruesas cuentas fusiformes de la Dama y sus homónimas representadas en monumentos asirios y fenicios. Incidió Mélida en el carácter votivo de la escultura, como ya apuntó en anteriores publicaciones, y en el intento religioso al que respondía la serenidad del rostro y la inclinación contemplativa de la mirada. En su opinión, la nobleza de la expresión, la sobriedad y la simplicidad de formas ponían en conexión a esta obra con otras del arte griego, de estilo severo. Y unido al orientalismo de sus ricos adornos, se correspondía, según Mélida, con el estilo ibérico de influencia greco-fenicia de las esculturas del Cerro de los Santos. Hoy en día no existe consenso absoluto sobre la naturaleza y cronología de la insigne escultura ibérica localizada en La Alcudia de Elche. En cuanto a la naturaleza de la Dama es teoría de las más aceptadas la que, como apunta Almagro Gorbea, considera esta representación escultórica como una reina de la ciudad, con función también de sacerdotisa (...) los santuarios ibéricos permitían precisar el origen oriental y el contexto socio-ideológico de las monarquías sacras orientalizantes, cuya ideología consideraba originaria del área fenicia747. Sobre su cronología, basada en el análisis del estilo, existen dos teorías fundamentalmente. Una la relaciona con una filiación arcaica tardía de la pieza, en torno al siglo V antes de Cristo; y la otra la sitúa en una producción posterior propia de un período de plenitud artística ibérica, en torno al siglo IV antes de Cristo748. Para Ramos Fernández, la Dama de Elche puede fijarse en el denominado período ibérico clásico (...) su esculpido entre los últimos años del siglo V y la primera mitad del IV antes de Cristo (...) su imagen debe relacionarse con la idea de la renovación vegetal y la mostración de la divinidad femenina (...) pudo haber sido trabajada tanto por un ibero formado artísticamente en escuelas greco-orientales o conocedor de ellas, como por un artesano extranjero que prestara servicios en Iberia (...) pieza puramente ibérica en la que subsisten facetas que representan a todo el mundo mediterráneo de su época749.

LA

POLÉMICA AUTENTICIDAD DE LAS ESTATUAS DEL

CERRO

DE LOS

SANTOS:

CRITICISMO Y EVOLUCIÓN

En 1903 José Ramón Mélida retomó la polémica sobre las falsificaciones de las esculturas de piedra arenisca750 encontradas a lo largo del siglo XIX en el Cerro de los Santos, dentro del término municipal albacetense de Montealegre del Castillo. Su primera hipótesis había sido vertida en 1882751 con motivo de una recensión sobre una obra de Carlos Lasalde, y en ella Mélida atribuía a los fenicios el santuario del Cerro de los Santos. Coincidiendo con el interés renovado por las estatuillas del Cerro de los Santos, fue publicada en 1903 por el francés Pierre Paris la primera obra de conjunto sobre el arte ibérico: Essai sur l’art et l’industrie de l’Espagne primitive. Pero la bibliografía generada por el insigne santuario es mucho más amplia. La historia de la investigación del Cerro de los Santos ha generado multitud de artículos y estu752 dios encaminados a profundizar en el contexto en que se produjeron los hallazgos y las excavaciones. La zona en la que se ubica el yacimiento quedó totalmente deforestada en 1830, momento desde el cual empezaron a localizarse estatuillas y otros restos arqueológicos de manera intermitente y extraoficial753. Hasta los últimos meses de 1870 no se llevaron a cabo los primeros trabajos de exploración, 7470 7480 7490 7500 7510 7520

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RAMOS F ERNÁNDEZ (2003: 349). RAMOS F ERNÁNDEZ (2003: 403). RAMOS F ERNÁNDEZ (2003: 408 y 420). Sobre los materiales pétreos utilizados en las estatuas auténticas y en las falsas, véase RUIZ BREMÓN (1989: 100-102). Vid. supra páginas 137-138. Vid. RUIZ BREMÓN (1987: 29-72), capítulo titulado Historia de la investigación; o SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 55-92), capítulo El Cerro de los Santos: Historia del yacimiento. En la página 68 contiene un interesante mapa de localización de todas las intervenciones llevadas a cabo en el yacimiento. Para los estudios y publicaciones sobre el tema en la segunda mitad del XX, SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 78-81), capítulo titulado Nuevos estudios dedicados a las esculturas. Parece ser que ya habían sido recogidas algunas estatuillas antes de producirse la deforestación del lugar. Cfr. LUCAS P ELLICER (1994), apartado La Barbarie, en el que –basándose en Carlos Lasalde– afirmaba que de hecho la denominación de “Cerro de los Santos” procedía de un pleito del siglo XV.

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que fueron debidamente difundidos en prensa escrita754, si bien es cierto que en 1863 José Amador de los Ríos había emitido sus primeras hipótesis acerca del yacimiento en “Algunas consideraciones sobre la estatuaria, durante la monarquía visigoda”755, entre las páginas 13 y 18 del tomo II de El Arte en España. Detrás de esta interpretación visigoda se escondía una profunda convicción nacionalista aparte de un estímulo derivado de las recientes gestiones emprendidas para recuperar el tesoro visigodo de Guarrazar y de las excavaciones acometidas en esta localidad toledana756. El mismo José Ramón Mélida lo atribuyó al hecho de que la corriente romántica sólo prestaba interés al estudio de la Edad Media757. El halo nacionalista se entiende si se tiene en cuenta el momento de profundas tensiones políticas e ideológicas, mediatizadas por la formación y la diferencia generacional de los investigadores. Mélida consideraba un acierto las reflexiones artístico-estilísticas de José Amador de los Ríos758, entonces decano y catedrático en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, y un error su propuesta cronológica. Antes que él, Juan de Dios Aguado y Alarcón759, vecino de Corral Rubio y considerado como el verdadero descubridor del Cerro de los Santos, había presentado un informe a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 28 de junio de 1860. Éste acompañó una serie de dibujos ilustrativos del descubrimiento de dieciocho estatuas mutiladas y abundancia de restos arquitectónicos, mosaicos, cerámicas, una inscripción, etc, que evidenciaba la erudición y cultura del personaje. Las primeras intervenciones reguladas en el yacimiento corrieron a cargo de Vicente Juan y Amat760, relojero de Yecla tristemente célebre por su participación en el episodio de la falsificación de piezas. Mónica Ruiz Bremón atribuye las falsificaciones del relojero a un acto de venganza o rebeldía motivado por la retirada del permiso de excavación761. Tras él, el Marqués de Valparaíso, dueño de los terrenos, acometió nuevas excavaciones bajo la supervisión del escolapio Carlos Lasalde762. Esta primera excavación supuso un punto de inflexión en la puesta en valor del Cerro de los Santos, ya que fue dado a conocer en los círculos oficiales madrileños y entre los facultativos del recién creado Museo Arqueológico Nacional. Los propios padres escolapios de Yecla, con Lasalde a la cabeza, publicaron los trabajos en 1871 bajo el título Memoria sobre las notables excavaciones hechas en el Cerro de los Santos. El gran error de Lasalde radicó en considerar de origen egipcio las estatuas en las que creyó ver representaciones de sacerdotes y magistrados basándose en la indumentaria y la expresión de los rostros, así como en hipótesis sostenidas en el XIX sobre la utilización de nombres, signos y costumbres religiosas egipcias en la región bastetana763. Con sus “atrevidas” teorías, Lasalde retrataba a 7540 7550

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Vid. SÁNCHEZ GÓMEZ (1999b: 251-254). Creía Amador de los Ríos que el edificio en cuestión era un templo cristiano, un Martyrium, y analizó los caracteres indumentarios de las estatuas valiéndose de las descripciones que hizo de los trajes de la época visigoda el prelado hispalense San Isidoro en las Etimologías. LUCAS P ELLICER (1994), en el capítulo 4 Las ideas, interpreta las teorías emitidas por Amador de los Ríos como un intento de salvar el trono isabelino, amenazado por aquellos años. El escritor monárquico halló un nuevo argumento para ensalzar la legitimidad de la monarquía española enraizada con la realeza visigoda, en línea con escritos anteriores (estudio del tesoro de Guarrazar) y, en última instancia, en comunión con el espíritu de la Corona Gótica de Saavedra Fajardo en el siglo XVII. Véase también SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 70-71). José Amador de los Ríos consiguió integrar la exploración de Guarrazar dentro de un amplio contexto en el que esbozó la personalidad del arte visigodo, tenido antes por inexistente. Para conocer las vicisitudes surgidas en torno a Guarrazar, véase LÁZARO (1925), BALMASEDA (1997: 207-213), VIÑAS F ILLOY (1997) y P EREA (Ed.) (2001: 67-117), en referencia a la historia del hallazgo y a los aspectos arqueológicos del yacimiento donde fue localizado el tesoro. MÉLIDA ALINARI (1905j: 29). Datos biográficos en BORRÁS GUALÍS (2003), PASAMAR Y P EIRÓ (2002: 526-527), BOLAÑOS (1997: 228) y en MÉLIDA ALINARI (1885b: 67-68). Véase LUCAS P ELLICER (1994), epígrafe Hombres, dedicado a los personajes más relevantes en el controvertido capítulo del descubrimiento del Cerro de los Santos. Detalles sobre las excavaciones de Amat en MÉLIDA ALINARI (1903e: 144-145). Sobre la figura del falsificador Vicente Juan Amat, véase LUCAS P ELLICER (1994), epígrafe Hombres. RUIZ BREMÓN (1989: 37). Para más información véase LÓPEZ AZORÍN (1994) y LÓPEZ AZORÍN (1999: 209-214). Cabe mencionar un artículo de Tomás Sáez del Caño, uno de los Directores del Colegio de Escolapios de Yecla, publicado en el tomo I de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, del que dio cuenta MÉLIDA (1905j: 33-34). LÓPEZ AZORÍN (1999: 210-211). Además, MÉLIDA (1903b: 476-477), analizó la aportación de Carlos Lasalde con esta memoria. Y en MÉLIDA ALINARI (1903e: 141-142), citó los artículos publicados por Lasalde en el Semanario Murciano durante 1879 y 1880, en

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Fig. 27.- Estatuas del Cerro de los Santos, en el colegio de Yecla.

la perfección la obsesión de muchos investigadores de entonces por remontar la historia del país a tiempos remotos, pretendiendo así una antigüedad superior a la de naciones circundantes y justificando un patriotismo típicamente decimonónico. Con alguna excepción, la mayoría de las hipótesis vertidas sobre el santuario del Cerro de los Santos recurría al difusionismo, especialmente el que tenía a Egipto como foco generador de cultura y civilización. De alguna manera, el colonialismo era el fenómeno que presidía el período prerromano, en detrimento del indigenismo, que contaba aún con escasos adeptos. Las teorías más sostenidas aquellos años eran vertidas atendiendo a razonamientos arqueológicos basados en conocimientos adquiridos en el campo de la Historia, la Mitología o la Filología. Es lo que muchos críticos han denominado “arqueología filológica”764, por su desdén hacia el material arqueológico y hacia aquellas piezas sin inscripciones o alejadas del concepto artístico que entonces se estilaba. A partir de ese momento, los jefes de sección del Museo Arqueológico Nacional centraron su objetivo más inmediato en “salvar de las manos extranjeras” los objetos descubiertos en el Cerro. No obstante, la situación transitoria vivida entonces por el Museo Arqueológico Nacional demoró los trámites necesarios para viajar hasta Yecla, lo que motivó que algunas de las piezas halladas ya empezaran a ser vendidas a anticuarios. Por fin, en septiembre de 1871 una comisión formada por Juan de Mali-

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los que propuso la denominación de hispano-egipcios para los pueblos bastitanos. En MÉLIDA ALINARI (1903e: 143-146), el madrileño recensionó las publicaciones de Lasalde entre 1880 y 1883 en La Ciencia Cristiana y de 1882 en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, acerca de Las antigüedades de Yecla. La Arqueología filológica había nacido en 1777, cuando el alemán Friedrich August Wolf pidió matricularse como “studiosus philologiae” y no como “studiosus theologiae”. Fue cuando se produjo la entrada de la filología en la nomenclatura universitaria oficial en Europa. Para observar la aplicación en la Arqueología de las técnicas usadas en el campo de la Filología, véase la visión que ofrece MARCHAND (1996: 40-51) desde el contexto germano.

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brán765 y Paulino Savirón766, se desplazó a Yecla en representación del Museo. Aunque las mejores piezas ya no estaban allí, el relojero Amat se encargó de vender al precio de 1.100 pesetas un primer lote767 de cincuenta piezas, que en principio no despertaron la desconfianza de los compradores. Entre octubre y noviembre de 1871 tuvo lugar la segunda expedición procedente del Museo Arqueológico Nacional, encabezada por el entonces director Ventura Ruiz Aguilera y, de nuevo, Paulino Savirón768. Esta segunda misión consideró prioritario realizar excavaciones en el yacimiento, en el que se localizaron restos de construcciones antiguas769. Mélida hizo referencia a un templo al que debió de pertenecer un capitel que se conocía gracias a un dibujo legado por Aguado y Alarcón, reproducido en El Arte de España por José Amador de los Ríos. Dicho dibujo reflejaba una variante del capitel jónico sin los caracteres de arcaísmo que en él se creyeron descubrir, más bien con los de la decadencia del clasicismo770. Recuperaron, además, estatuas, armas de hierro771, cerámica, fíbulas772, anillos de bronce, pondus773 y baldosines romboidales. Sin embargo, quedó un regusto amargo entre la expedición, que esperaba hallazgos de mayor calado. Los objetos encontrados tuvieron que ser devueltos al propietario del terreno y sólo pudo incorporarse a los fondos del Museo Arqueológico Nacional un lote de piezas donado por Carlos Lasalde y otro comprado de nuevo a Vicente Juan y Amat, en el que de nuevo se incluían piezas retocadas774 por el relojero de Yecla. Una última comisión tuvo lugar en julio de 1875775, pero ya no se efectuaron excavaciones sino que su presencia se limitó a adquirir nuevas piezas al relojero. Por una cantidad establecida de 15.000 pesetas la comisión se hizo con un nuevo lote776, en el que más de la mitad debió de corresponder a un “jarrón 7650

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En 1869 Juan de Malibrán y Juan de Dios de la Rada y Delgado habían llevado a cabo una comisión científica a Alicante, que puede consultarse en PAPÍ RODES (2002: 9-15). Las Comisiones Científicas encontraron su sentido en una política prioritaria de adquisiciones de un Museo Nacional de nueva creación, necesitado de piezas para constituir sus fondos. Más datos en FRANCO MATA (1993: 300-317). Entonces, ocupaba Savirón el puesto de ayudante de Segundo Grado mientras Malibrán era oficial de Primer Grado del Museo Arqueológico Nacional. Esta comisión (concedida por Real Orden el 20 de marzo de 1871) incluía también a Antonio Rodríguez Villa, que finalmente no acudió por enfermedad. De Savirón valoró Mélida su carácter de artista, su honradez, su seriedad, su modestia, y su entereza de buen aragonés, con lo que dejaba fuera de toda duda su posible implicación en el triste capítulo de las falsificaciones. Más datos en SÁNCHEZ GÓMEZ (2004: 272-273). En un recibo fechado el 28 de octubre de 1871 se enumeran cuatro estatuas de piedra, varios fragmentos de otras, catorce cabezas, un toro de piedra, un vaso de piedra, diferentes vasitos de cerámica y otros objetos de distinto género. Más información sobre los distintos recibos emitidos en MÉLIDA ALINARI (1905j: 32-33). Sobre la figura de Paulino Savirón véase LUCAS P ELLICER (1994), dentro del epígrafe Hombres. Actualmente se han perdido las estructuras arquitectónicas localizadas entonces. Sin embargo, y según los dibujos realizados por Carlos Lasalde y Paulino Savirón entre 1869 y 1875, existió un templo en el extremo norte del cerro. Se trataba de un edificio sacro de planta rectangular de 15,60 por 6,90 metros, con el espacio interior dividido en cella y pronaos. Según las últimas propuestas la cronología del edificio se situaría en torno a la segunda mitad del siglo I antes de Cristo, si bien no hay consenso a la hora de establecer una cronología para un edificio desaparecido hoy. A principios de siglo se le asignaba una cronología mucho más antigua, en torno al siglo IV antes de Cristo, como reza la voz “Cerro de los Santos” en el diccionario enciclopédico Espasa Calpe de la década de los 1920, tomo XII, pp. 1332-1336. Para más información sobre este santuario véase RAMALLO y BROTONS (1999: 169-175); RAMALLO, NOGUERA y BROTONS (1998), capítulo titulado El edificio de culto: descripción, análisis e interpretación; RUIZ BREMÓN (1987: 24-28), capítulo titulado El edificio de culto y SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 80-84). MÉLIDA ALINARI (1904f: 144). Sobre las armas halladas en el Cerro de los Santos en las distintas campañas, véase SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 247-249). Sobre las fíbulas localizadas en el Cerro de los Santos tanto de época ibérica como romana, véase SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 242-246). Sobre los pondus hallados en el Cerro de los Santos hasta las últimas campañas acometidas, véase SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 237-239). MÉLIDA (1905j: 31-35) cita como piezas del falsario el Argos, el Fénix, el hipocampo, el rinoceronte, el Cervero, uno de los vasos de piedra con relieve, la estatua con la flor de loto y la del personaje bendiciendo y una de las sentadas. Algunos de estos dibujos fueron publicados por P. PARIS (1903: 166-167). En el mismo artículo, se dio cuenta de varias ventas de antigüedades al Museo Arqueológico Nacional por parte de Amat en 1872. Además, en el volumen del Corpus Inscriptionum Latinarum, Inscriptiones Hispaniae Latinae Supplementum, de 1892, Hübner señaló en las páginas 58 y 59 - bajo el epígrafe Inscriptiones falsae vel alienae - las inscripciones de carácter latino o griego que se hallaban en los torsos varoniles togados, en el Argos, el Fénix, el reloj, el hipocampo y los vasos de arcilla. Ya en 1893 - en su Monumenta Linguae ibericae - el alemán completó el cuadro de las inscripciones falsas de objetos del Cerro, añadiendo las de carácter ibérico y egipcio que señala con los números XIX a XL. En total fueron 31 las inscripciones rechazadas por Hübner. Por Real Orden del 17 de junio de 1875. Este nuevo lote de piezas fue publicado por RADA Y DELGADO (1876b: 595), refiriéndose especialmente a las dos estatuas más grandes y toscas de las traídas de Yecla, a cuatro pequeñas, un relieve y dos fragmentos. En todas advirtió caracteres egipcios. Más datos en MÉLIDA ALINARI (1905j: 35).

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árabe” que el Señor Amat incluía junto a un conjunto de treinta estatuas. Antes de la comisión de julio de 1875, Paulino Savirón había publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos uno de los artículos que escribiría entre el 20 de abril y el 5 de agosto de ese mismo año, lo que significa que su primer artículo de abril se anticipaba al discurso de ingreso de Rada en la Real Academia de la Historia, que se llevó a cabo el día 27 de junio. Cabe preguntarse si se trataba de un intento de arrebatar a Rada la exclusividad científica que abordaba el espinoso tema de las estatuas. Lo cierto es que Mélida justificó el derecho de prioridad ejercido por Savirón, aún a sabiendas del agravio y molestia que podía producir ésto en Rada. Los citados artículos constituían una especie de catálogo con sus láminas correspondientes, donde se describían minuciosamente las piezas reunidas. Savirón aportaba con sus Breves apuntes descriptivos de 1871 datos fidedignos desde la perspectiva científica. Proyectaba las evidencias arqueológicas advertidas por él durante los trabajos llevados a cabo en el Cerro y actuaba como un oficial Anticuario del Museo cuyos objetivos se circunscribían a recoger la mayor cantidad de información arqueológica de primera mano. Rada, sin embargo, interpretó las estatuas sin conocer apenas el yacimiento. Con sus dispersos conocimientos adquiridos durante el viaje de la fragata Arapiles en 1871 se valió de la novedad y el reclamo de las esculturas del Cerro para tejer una pretenciosa exposición iconográfico-religiosa que acabaría presentando como su discurso de ingreso para la Real Academia de la Historia en 1875. Mélida, discípulo suyo, debió de detectar la búsqueda de notoriedad y prestigio académico por parte de Rada. Sin embargo, su posición no le permitía denunciar abiertamente el oportunismo de Rada ni el agravio cometido con Savirón. A buen seguro, éste debió de sentirse desfavorecido. Entre la bibliografía publicada777 a raíz de los sucesivos hallazgos y adquisiciones de estatuillas del Cerro de los Santos destaca el artículo Antiquities of Yecla, publicado por Juan Facundo Riaño y Montero en la revista londinense Atheneum en 1872, (vol. II, p. 23). Riaño daba cuenta del descubrimiento y de los caracteres estilísticos de las figuras, indicando que podrían atribuirse a la época de la filosofía gnóstica, correspondiendo al siglo III o IV de nuestra Era. En los dos últimos meses de 1872 José María Domenech publicó una serie de cinco artículos bajo el título de “Monumentos prehistóricos de Yecla” en el periódico madrileño La Esperanza. Concedía al “adoratorio” del Cerro de los Santos gran valor histórico, ya que según él unía el eslabón que separó la Europa de la gran cadena de las generaciones orientales778. Reconocía el carácter oriental de las esculturas, cuyos símbolos le parecían panteísticos; y concluía que el templo tenía una antigüedad de treinta y tres siglos. Basándose en las figuras de sol, luna y estrella que adornaban algunas estatuas consideraba que el templo había sido fundado por los fenicios y tras él había seguido un período griego y un último latino. Al torrente de publicaciones que trajo consigo el episodio del Cerro, se sumó el arqueólogo valenciano José Biosca Mejía con un artículo en 1873779 en el que describió un medallón de bronce, que llevaba en el anverso una cabeza barbada y laureada y en el reverso un sacerdote arrodillado con una leyenda griega. Estimaba la existencia de un estilo greco-egipcio, asociando el templo a la dominación cartaginesa. Un año más tarde, Francisco Danvila Collado780 se decantó por el carácter griego del templo, si bien creyó que los vasos cerámicos recuperados en el recinto arqueológico eran debidos a manos indígenas de distintas procedencias, denotando sus incisiones y relieves influencia oriental. Según Danvila, el estudio de las estatuas nos fuerza a convenir en que son objetos votivos, tal vez representaciones de los sacerdotes, caudillos o principales individuos de los pueblos que practicaban el culto del dios adorado en Montealegre781. Creía el arte de las mismas emparentado con el fenicio, con lo cual hallaba justificadas las influencias egipcias; y pretendía, incluso, que los sarcófagos de Sidón existentes en el Louvre presentaban una especial semejanza con las estatuas del Cerro de los Santos. En cuanto a la filiación iconográfica de los 7770

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Para más información sobre la dispersa bibliografía que trajo consigo el descubrimiento del Cerro de los Santos, véase ALMAGRO GORBEA (2003: 68, 224-229, 448-450), LUCAS PELLICER (1994), capítulo 3 dedicado a La difusión científica y la divulgación de los hallazgos. Citado en MÉLIDA ALINARI (1903b: 477). Cfr. BIOSCA M EJÍA (1873: 208-215). Cfr. DANVILA Y COLLADO (1874). Cita en MÉLIDA ALINARI (1903b: 478-479).

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símbolos aparecidos en las figuras, se inclinó por un culto helíaco de origen oriental, rechazando la posibilidad de inspiración en el dios hindú Mitra. Suponía que el templo debió de levantarse entre los siglos IV-III antes de Cristo en honor del Hércules tirio. Curiosamente, Danvila matizó su punto de vista en una nueva publicación de 1877, donde –dejando a un lado el origen fenicio– afirmó: debe convenirse en que los restos de Montealegre pertenecen a varias tribus o pueblos de origen ibérico existentes entre la venida de los fenicios o de los cartagineses y la dominación romana782. En 1880, Eduardo Saavedra publicó “El cuadrante solar de Yecla y los relojes de sol de la antigüedad” en el Museo Español de Antigüedades (X, 209 y ss). En esta interesante memoria, Saavedra lamentaba que un hombre del saber y la sagacidad del justamente afamado Hübner783 pusiera en duda la autenticidad de una pieza que, a su entender, sería muy difícil de imitar por un forjador de antigüedades dada la dificultad de acomodar con exactitud las declinaciones solares. Sin embargo, reconoció Saavedra la reserva que le provocaban algunas de las inscripciones epigráficas. El mismo año, Salvador Sampere y Miquel publicó en la Revista de Ciencias Históricas un artículo784 en el que proponía la filiación fenicia del Cerro de los Santos. Nueve años después, Rodrigo Amador de los Ríos, hijo de José Amador de los Ríos, se pronunció en contra de la autenticidad de las piezas del Cerro en un volumen de la obra España. Sus monumentos y artes, dedicado a las provincias de Murcia y Albacete. Insistía, siguiendo a su padre, en la adscripción visigoda del santuario. Tras las dos primeras expediciones al yacimiento del Cerro de los Santos, en el Museo Arqueológico Nacional comenzó a instalarse la primera colección de época prerromana. La sala dedicada a las esculturas fue situada entonces en el llamado Casino de la Reina, sede provisional del Museo. El llamado Gabinete de Yecla ocupó las salas de la sección primera, de Prehistoria y Edad Antigua, hasta el definitivo traslado del museo a su actual edificio en 1895. Nuevas ventas habían tenido lugar entre 1873 y 1874 por parte de los anticuarios Ignacio Miró785 y Pedro Sánchez; y el Museo pudo recuperar la mayor parte de las piezas que habían sido descubiertas durante los trabajos de los escolapios en el yacimiento. Incluso en marzo de 1885, otro lote de objetos de trece piezas comprado al Señor Amat ingresó en el Museo Arqueológico Nacional. En éste figuraban seis lápidas árabes y dieciocho vidrios catalanes. De esta manera llegó a contar el Museo con 566 piezas786, de las cuales 300 eran esculturas. Según las cifras aportadas por Mélida, el gobierno se gastó 5.000 pesetas en costear todas las adquisiciones. El último ingreso registrado en el Museo Arqueológico Nacional de objetos procedentes del Cerro de los Santos data del 7 de abril de 1892 y lo constituyó una colección formada por Pedro González de Velasco en su Museo Antropológico, que por esa fecha pasó a ser propiedad del Estado. La colección la componían diecinueve piezas de piedra, barro y plomo. Poco a poco el Cerro de los Santos se fue convirtiendo en la controversia arqueológica de mayor relevancia. Su definitivo conocimiento entre los círculos intelectuales se produjo en 1875 a raíz del discurso de ingreso de Juan de Dios de la Rada y Delgado787, considerada como la primera obra en la que se hacía referencia a la arqueología ibérica, en la Real Academia de la Historia. Sin embargo, la bibliografía extranjera ya se había hecho eco de las estatuillas y su dudosa naturaleza788. Desde el punto de 7820 7830 7840 7850 7860

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DANVILA Y COLLADO (1877: 21-22). SAAVEDRA (1880: 209). Véase recensión en MÉLIDA ALINARI (1903e: 143). MÉLIDA ALINARI (1905j: 35). Según Mónica Ruiz Bremón se conocen en la actualidad 454 piezas entre figuras completas y fragmentos. Cree que a esta cantidad habría que sumarle los muchos testimonios perdidos durante el proceso inicial de descubrimiento y expoliación. Sobre su dispersión en los distintos museos españoles y franceses, véase RUIZ BREMÓN (1989: 75). Previamente a la lectura de su discurso en la Real Academia de la Historia en 1875, Rada había mantenido una activa correspondencia con Fidel Fita. En ella (cartas de 1872 y 1874) intercambiaron opiniones acerca de las inscripciones de las estatuillas del Cerro de los Santos. Aunque ninguno de los dos supo anticiparse a la identificación de las piezas falsas, en una de las cartas de 1872 Rada afirmó su convencimiento de que cada vez sigo creyendo más que son maniquíes. Más información en ABASCAL PALAZÓN (1999: 21, 22, 55, 89, 119, 140, 154). Véase el capítulo de este trabajo dedicado a la bibliografía extranjera sobre el Cerro de los Santos, páginas 144 y ss. Además, confróntese MÉLIDA ALINARI (1903e: 247-255), para las distintas publicaciones de arqueólogos foráneos, en la que incorporó recen-

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vista internacional, Viena en 1873 y París en 1878789, acogieron exposiciones universales en las que se mostraron al público los vaciados en yeso de los más espectaculares ejemplares de la colección albacetense, sobre los que recayeron en París las primeras sospechas de falsificación, a las que se sumó Emil Hübner en su La Arqueología de España790, publicada en Barcelona en 1888. En una memoria leída por León Heuzey titulada “Statues espagnoles de style gréco-phénicien”791, en sesión celebrada el 18 de abril de 1890 ante la Academia de Inscriptions et Belles Lettres de París, el entonces conservador del Louvre rememoró la colección de piezas y vaciados enviados por España a la Exposición Universal de 1878, celebrada en el barrio parisino del Trocadero, presentando cuatro vaciados. Heuzey las definió como de un trabajo bárbaro, a la vez pesado y rebuscado, comparables en ciertos puntos á las obras más toscas de la escultura gala ó romana con reminiscencias torpes del arcaísmo griego y del estilo oriental792, lo que puso de manifiesto la atención que despertaron en él las estatuas. Según parece, y en palabras del propio José Ramón Mélida estas estatuas españolas no obtuvieron gracia del eminente arqueólogo Mr. Adrien de Longpérier793, que presidía con grande autoridad y brillante éxito la organización de la exposición retrospectiva del Trocadero. Se estaba naturalmente en reacción y en desconfianza contra la manía de los orígenes fenicios794. En efecto, dominaba el escenario arqueológico francés una marcada corriente helenocéntrica, que iría en aumento en los comienzos del siglo XX, cuyos más enconados defensores fueron Théodore Reinach y Camille Jullian. El primero defendió el parentesco de la Dama de Elche con las figuras del Cerro, que estimó podrían datar de mediados del siglo VI antes de Cristo, considerando las estatuillas de una inspiración a veces elevada, pero de factura redonda, pesada y plana, que acusa torpezas extraordinarias y procedimientos caldeos para la imitación de los cabellos, pudiendo ser en gran parte obra de prácticos indígenas formados en la escuela de maestros griegos795. Curiosamente el mayor detractor del helenocentrismo, Adrien de Longpérier, se decantó desde un principio por la falsedad796 de las piezas expuestas del Cerro de los Santos, con lo que Heuzey se convertía en el único interesado en la naturaleza de las estatuas. La postura helenocentrista invalidaba las teorías e hipótesis que buscaban en egipcios, fenicios (o iberos, en este caso) el origen o influencia de estilos artísticos que afectaban a otros pueblos. En este punto, Pierre Paris matizó una diferencia entre las estatuas del Cerro y la Dama de Elche. Según el francés, las primeras –aunque griegas en parte– habían sido ejecutadas bajo el influjo de los talleres orientales, mientras que en la figura de Elche todos los detalles estaban trabajados con una precisión y delicadeza que indicaban la mano de un artista plenamente heleno, o al menos formado muy cerca de los talleres de la bella época

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siones de autores como el arqueólogo húngaro Henszlmann, que consideraba las estatuas como obra de los godos, datándolas entre el siglo V y VII, y que reproducían en España las de los kamene babe o “abuelos de piedra” que coronaban las antiguas colinas tombales o kurgans de la Rusia meridional. Para conocer las piezas expuestas en este evento, véase COTTEAU (1878). A la parte dedicada a las esculturas del Cerro en la obra de Hübner, le dedicó Mélida una recensión en MÉLIDA ALINARI (1903e: 249). Contaba Mélida cómo Hübner había venido a Madrid en 1881 invitado por el entonces director de Instrucción Pública Juan Facundo Riaño. Se dirigieron ambos al Museo y, en presencia del mismo Rada, el alemán llevó a cabo una selección de las piezas atendiendo a su autenticidad. Acabó considerando falsas el 20 % aproximadamente de la colección, si bien acabó considerando la autenticidad de la mayoría de ellas, tras volverlas a examinar. Sobre las inscripciones sí mantuvo su opinión negativa. Mélida recensionó esta memoria en MÉLIDA ALINARI (1903e: 249-252). Citado en MÉLIDA ALINARI (1903b: 85-86). Adrien de Longpérier (1816-1882) había dirigido el departamento de antigüedades del Louvre desde 1847 y mostró siempre predilección por la arqueología oriental; GRAN AYMERICH (2001: 117). Hizo del modelo orientalista su recurso inmediato para explicar el desarrollo de las distintas civilizaciones surgidas en el Mediterráneo Oriental, anticipándose, incluso, al sincronismo advertido entre la civilización griega “prehistórica” y el Egipto histórico, que haría posteriormente suyo William Flinders-Petrie en su famoso “cross-dating”. MÉLIDA ALINARI (1903b: 86). Cita en MÉLIDA ALINARI (1904a: 43). Rosario Lucas Pellicer atribuye este veredicto de falsedad más a la prepotencia del chauvinismo francés y la animadversión hacia España que al rigor científico. Respecto al caso concreto de Longpérier, en MÉLIDA ALINARI (1903b: 484-485), se cita una carta (publicada en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos el 5 de septiembre de 1875, página 283) enviada por el francés a Rada y Delgado el 5 de julio de 1875. En ésta, Longpérier detectaba irregularidades epigráficas: détails tellement extraordinaires, qu’ils excitent l’etonement (detalles tan extraordinarios que provocan sorpresa), que habrán de ser - en palabras de Longpérier - contrastadas por filólogos.

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helénica. Es evidente que los descubrimientos acontecidos en Asia Menor y Egipto durante las últimas décadas del siglo XIX, estimularon las teorías orientalistas, hasta el punto de que incluso en el Cerro de los Santos fueron las predominantes dentro del gran debate científico que empezaba a vislumbrarse. Mélida se extrañó de que los vaciados fueran dejados, acaso no sin malicia, en un pabellón separado, y expuestos entre las curiosidades modernas de España: Allí los encontré y tuve ocasión de examinarlos curiosamente. Confieso que mi primera impresión no les fue favorable797. En cierto modo, reconocía la intuición y la razonable desconfianza mostrada por los franceses en esta primera presentación pública de algunas de las piezas del Cerro de los Santos, si bien atribuyó a este gesto cierta predisposición a no aceptar la validez de unas piezas que “olían” a orientales. Se detecta en Mélida una postura dividida entre sus tendencias francófilas y su convencimiento patriótico. Ante su anterior concesión a la desconfianza gala, respondía con una defensa de las piezas del Cerro de los Santos: me parecieron de una ejecución bastante franca y de un aspecto bastante antiguo, tanto como era posible juzgar por tan débiles piezas. Este detalle había bastado para dejarme perplejo y para mitigar la incredulidad mía798. Fue Mélida uno de los primeros españoles en abordar la problemática autenticidad de las piezas descubiertas en el Cerro de los Santos, asumiendo él la tarea: era más ineludible que nunca depurar esta cuestión en el Museo y era yo quien debía hacerlo799. En 1903 publicó en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos su primera entrega de la serie de artículos dedicados a “Las esculturas del Cerro de los Santos. Cuestión de autenticidad”. Destacó cómo fue el apartado epigráfico el que sirvió de partida a los recelos y reservas con que algunos entendidos suspicaces empezaron a contemplar esas antigüedades. De hecho, atribuyó a arqueólogos y aficionados españoles las primeras sospechas de que entre los vaciados de la Exposición Internacional de París había piezas falsas. La mayoría de las opiniones calificaban las piezas como de dudosa naturaleza, cuando no de falsificaciones en toda regla. Fueron pocos, en cualquier caso, los firmes defensores de la autenticidad de todas las piezas. Puede considerarse 1884 como el año en el que Mélida se interesó decididamente por la controvertida colección del Cerro de los Santos, pues fue ése el momento en el que se encargó de la sección primera de Prehistoria y Protohistoria del Museo Arqueológico Nacional. Además, en 1883 se había editado en Madrid el primer catálogo800 del Museo Arqueológico Nacional, inspirado y dirigido por Rada, que incluía una relación de las esculturas encontradas en el Cerro de los Santos. Mientras Mélida continuaba en sus labores de catalogación y estudio dentro de su sección, el francés Arthur Engel, antiguo miembro de la Escuela Francesa de Atenas, llevaba a cabo una excursión informativa por España en el transcurso de 1891, comisionado por el Ministerio de Instrucción Pública en Francia. En marzo de 1891, el francés consiguió llevar a cabo excavaciones en el Cerro de los Santos, en las que localizó monedas801, bronces y fragmentos de estatuas802. Desde entonces, dijo Engel, pude afirmar la autenticidad de las estatuas del Cerro. Sin embargo, una posterior entrevista con Vicente Juan Amat, el relojero de Yecla, le puso en la pista de posibles falsificaciones803. Mélida resumió los primeros momentos de valoración de las estatuillas así: en honor a la verdad, debe decirse que ninguno de los escritores extranjeros que sospechó de las esculturas al juzgar de ellas por sus reproducciones dejó de convencerse de la autenticidad de algunas cuando las examinó directamente804. 7970 7980 7990

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MÉLIDA ALINARI (1903b: 86). MÉLIDA ALINARI (1903b: 86). MÉLIDA ALINARI (1905j: 38). Investigadores del Cerro de los Santos, como María Luisa Sánchez Gómez, atribuyen a Pierre Paris y José Ramón Mélida el mérito de separar las esculturas verdaderas de las falsas. Las conclusiones a las que llegaron ambos fueron muy similares. Comprende los números de inventario del Museo entre el 3486 y el 3518, incluyendo en primer lugar las “divinidades”, es decir, todas las obras producto de la imaginación de Amat; y en segundo término obras diversas, entre las que se cuentan “sacerdotisas” y exvotos de bronce. Sobre las monedas halladas en el Cerro de los Santos hasta las últimas campañas acometidas, véase SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 246-247). RUIZ BREMÓN (1989: 46-47). MÉLIDA ALINARI (1903e: 253-254). MÉLIDA ALINARI (1903e: 366).

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Desde el momento en que aparecieron las primeras estatuas de piedra caliza en el Cerro de los Santos, la procedencia cultural de las piezas se convirtió en un tema en el que participaron arqueólogos e historiadores de toda Europa. Incluso escritores como Azorín, en su novela La voluntad publicada en 1902, utilizaron los hallazgos del Cerro de los Santos como telón de fondo para retratar el paisaje y el alma de España. Es evidente que Mélida asimiló de una forma progresiva los distintos puntos de vista que proponían sus colegas extranjeros, con especial predilección por las teorías emitidas por los franceses. Inspirado por éstos, se produjo en Mélida un paulatino convencimiento de que detrás de las estatuillas del Cerro, la Dama de Elche y otras piezas descubiertas en suelo levantino en la segunda mitad del XIX, se escondía una escuela artística diferenciada. En 1903, afirmaba sin rodeos: estamos hoy autorizados para decir que hay un arte español o, si se quiere, ibérico, con igual título que se admite un arte chipriota y un arte etrusco, uno y otro procedentes asimismo de una mezcla del arte fenicio y del arte griego con ciertos elementos nacionales805. En más de una ocasión se refirió al arcaísmo de la región Sur-este, basándose en la rigidez y tosquedad que reducía las piezas a una mera forma esquemática. No obstante, destacaba el mejor arte de las esculturas del Cerro de los Santos. Resulta imprescindible conocer el contexto arqueológico europeo, en el que comenzaban a ser valoradas culturas y civilizaciones que hasta entonces no habían contado con el interés de los arqueólogos. Era el caso del arte chipriota, el etrusco o el fenicio. Las investigaciones emprendidas por los hermanos Cesnola y el joven artista austríaco Max OhnefalschRichter en Chipre806; o Ernst Renan en Fenicia807 habían abierto el camino a nuevas civilizaciones que comenzaban a ganarse la categoría de pueblos con entidad propia, como habría de suceder posteriormente con el caso ibérico. Al comparar la Dama de Elche con las esculturas del Cerro, Mélida llegó a la conclusión de que la cronología de ésta resultaba más lejana, pensamiento que estaba en línea con el de Hübner. Tomó como modelo la escultura femenina conocida como “Gran Dama” del Cerro de los Santos y en ella reconoció un arte menos antiguo que en el busto ilicitano, desdiciendo las palabras de Pierre Paris quien era de la opinión de que el arcaísmo afecta una sequedad y una monotonía, por ejemplo en las telas, y una torpeza, por ejemplo en la forma de los ojos, el modelado de las mejillas, que nos llevan más allá del siglo V808. Tanto Mélida como Hübner creían la Dama de Elche obra de una superioridad artística evidente, del buen período del estilo y las esculturas del Cerro de los Santos obras de imitación y por lo mismo de un arcaísmo más convencional: Son a nuestro juicio obras de otro taller inferior, cuyo origen pudo ser el taller de que salió el busto de Elche. En nuestro país, donde sus incultos naturales no produjeron más que toscos ídolos y torpes simulacros, fue forzoso que faltara ambiente para que el arte (...) hiciera su evolución. Ésta no pudo ser otra cosa que la copia de modelos que al cabo eran como flores transplantadas a otro medio (...) espíritu de monótona repetición aprendida de la técnica oriental (...) se encierra en un estrecho canon hierático y reduce detalles como las manos á simulacros de monótona y absurda regularidad809.

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MÉLIDA ALINARI (1903e: 370). Luigi Palma di Cesnola (1832-1904) fue un militar-diplomático italo-americano que destacó por sus excavaciones en la isla de Chipre desde que fue nombrado cónsul americano en Larnaca en 1865. A pesar de su extenso curriculum de excavaciones en Chipre fue severamente criticado por su indiscriminada y poco fiable política de actuación arqueológica. Al igual que Schliemann, fue tachado de visionario y manipulador por verse envuelto en escándalos que tenían como problema de fondo el descubrimiento de tesoros como el de Curium. Gran parte de su colección adquirida en vida fue comprada el Metropolitan Museum de Nueva York. Más información en MARANGOU (2000). Su hermano Alessandro, siete años menor, excavó en los yacimientos chipriotas de Paphos y Salamis. Sin embargo, Ohnefalsch-Richter (1850-1917) enderezó el rumbo científico de los estudios arqueológicos de la isla, desde su llegada en 1879, imprimiéndole un aire más riguroso y centrando sus esfuerzos en plantear las cuestiones fundamentales sobre la relación de Chipre con la civilización micénica. Sobre su figura, véase GRAN AYMERICH (2001: 238 y 358) y DANIEL (1987: 135-136). El bretón Ernst Renan (1823-1892) destacó pronto por su temprano dominio de lenguas y civilizaciones orientales. Su vocación religiosa acabó siendo incompatible con el criticismo alemán que influyó en él y se embarcó en distintas misiones, comisionado por el gobierno francés. Publicó un buen número de obras, vease GRAN AYMERICH (2001: 19-21, 181-183, 221-277 y ss). MÉLIDA ALINARI (1903e: 372). MÉLIDA ALINARI (1904a: 45).

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Con esta última afirmación volvía a ponerse de manifiesto el concepto cíclico de derivación wincklemanniana, según el cual al período de apogeo artístico le seguía un estancamiento o etapa de imitación que, en cualquier caso, se encaminaba a la decadencia. Respecto a las imitaciones artísticas advertidas por Mélida destacan las mitras o tocados de las estatuas del Cerro, de marcado sabor oriental. Consideraba asimismo de inspiración oriental la moda marcada por adornos ricos y fastuosos representados en las figuras, que bien podrían ser de origen troyano o micénico. Hacía notar, además, el carácter marcadamente griego del plegado del manto o velo en que se envolvían todas las esculturas oferentes y que situó entre los siglos VI y V antes de Cristo, especificando que ese detalle griego estaba tratado en las esculturas con una simetría y una regularidad no ya oriental sino hierática. Sobre la participación que los conquistadores púnicos pudieran haber tenido en el mantenimiento de la escuela ibérica, creía Mélida que no era posible buscarla en el terreno artístico, mientras no fuera bien conocido el arte cartaginés. Una opinión que rectificaba anteriores planteamientos de Mélida y que contemplaba un componente indígena cada vez más sólido. Conviene saber que los trabajos de excavación, por la Sociedad Arqueológica Ebusitana, de la más importante necrópolis púnica de España (Puig des Molins, Ibiza) dieron comienzo en 1903. Analizó también la expresión y los rasgos de la fisonomía de las estatuas, que denotaban -–según él– los caracteres propios de la transición del arcaísmo a la libertad realista. Adoptando las palabras pronunciadas por su colega León Heuzey creyó que los ojos no obedecen a la tradición arcaica que les da figura almendrada y los levanta hacia los temporales, sino que tienden más bien a inclinarse hacia abajo; la boca no tiene la sonrisa eginética, sino un acento de severidad triste, y en el modelado un sentimiento de verdad, algo seco y duro810. De esta manera, realizó Heuzey una interpretación iconográfica según la cual se producía una sustitución de la expresión alegre de las figuras del arcaísmo griego por la expresión triste de las estatuas del Cerro. Vio en esta expresión un intento de marcar la dignidad y el carácter, tendencia que se desarrolló en el arte helénico a partir de Alejandro. Basándose en los hallazgos de escultura ibérica acontecidos en suelo levantino en la segunda mitad del siglo XIX, Mélida llegó a la conclusión de que el arte anterromano estaba más adelantado en la Contestania y en la Edetania que en la Bastetania, territorio al que pertenecía el enclave cultual del Cerro de los Santos y otros, como el Llano de la Consolación. La presencia de arqueólogos franceses en la arqueología ibérica fue esencial, sobre todo desde la llegada a España de Arthur Engel y Pierre Paris. El precedente lo habían tenido en el viaje de estudio que su compatriota León Heuzey efectuó en 1888. Como señala Pierre Rouillard el momento clave para el reconocimiento de una civilización nueva se sitúa hacia 1888-1890 cuando León Heuzey subrayaba el carácter sui generis de las esculturas del Cerro de los Santos811. Debió de ser hacia 1891 cuando Mélida empezó a estudiar las piezas procedentes del Cerro de los Santos y a colocar dichas muestras del arte ante-romano de España en el lugar que les correspondía dentro del proceso histórico, entre las del arte oriental y las del arte griego, ocasión propicia para separar lo auténtico de lo falso, pues la mezcla es lo que más perjudicaba al efecto producido por el conjunto812. Coincidió este momento con el nombramiento de Rada y Delgado como director del Museo Arqueológico Nacional el día 19 de febrero de 1891, sucediendo en el cargo al fallecido Basilio Sebastián Castellanos de Losada. Rada juzgó de “radical” el criterio que Mélida pretendía imponer en la instalación de las piezas. Incluso, cuando en 1895 el Museo fue trasladado de manera definitiva al Palacio Nuevo –su actual ubicación–, se creó una sala ibérica fruto de la asimilación y el reconocimiento del arte ibérico gracias a la presencia de la colección rescatada del Cerro de los Santos. En el campo museográfico, fue el mismo Mélida el que tomó la iniciativa de dedicar una sala exclusiva al arte ibérico, que en ese momento y hasta el hallazgo de la Dama de Elche, estaba representado por las esculturas del Cerro de los Santos incorporadas al Museo desde la primera expedición de Juan de Malibrán y Paulino Savirón en 1871. La inauguración de esta sala fue interpretada por su 8100 8110 8120

MÉLIDA ALINARI (1904a: 48). ROUILLARD (1999: 26). MÉLIDA ALINARI (1903b: 89).

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Fig. 28.- Arthur Engel y Pierre Paris con el hijo de este último.

compañero Álvarez-Ossorio como una indudable contribución a que el estudio de esa especialidad empezara a metodizarse813. Cuando Mélida decidió publicar su primera entrega de la serie de artículos contenidos en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos bajo el título común de “Las esculturas del Cerro de los Santos. Cuestión de autenticidad”, corría el año de 1903 y Rada y Delgado había fallecido en agosto de 1901. Dicho de otra manera, Mélida debió de pensar que curaba la conciencia de ambos si abordaba el tema de la autenticidad de las piezas, aún a riesgo de desdecir las publicaciones de su maestro Rada: Mi propósito de hacerlo estuvo contenido por razones de prudencia y aún más por consideraciones de amistad, que fácilmente comprenderán mis compañeros. Pero hoy las circunstancias han variado814. En su discurso815 de ingreso en la Real 8130 8140 8150

ÁLVAREZ-OSSORIO (1934: 3). MÉLIDA ALINARI (1903b: 90). Básicamente, el discurso de Rada era una amalgama de teorías inconexas que partían de un claro error: considerar auténticas las estatuillas del Cerro de los Santos. Fruto de esta apreciación errónea y del desconocimiento de la protohistoria española, Rada basó su discurso en asignar a las piezas del Cerro influencias egipcias, caldeas, griegas, romanas y asirias en los siguientes términos: Hallamos sin genero de duda estatuas romanas (aunque alguna lleve caracteres de los llamados ibéricos o celtibéricos) (...) Al examinar las esculturas del Cerro de los Santos, que no pertenecen en general a la época romana, sino a otras anteriores, fácilmente se ve en ellas la marcada

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Academia de la Historia de 1875, Rada había defendido la autenticidad de la colección del Cerro de los Santos, que no tardaría en ser rechazada por eminencias como Emil Hübner816. Según Mélida, el discurso de Rada estuvo inspirado en paralelos iconográfico-estilísticos que había advertido tras su viaje por Oriente a bordo de la fragata Arapiles, si bien no escapó a su penetración el fondo ibérico de aquellas producciones artísticas817. En cierto sentido, Mélida se propuso enmendar el error en el que había incurrido su maestro Rada: Es menester, por interés científico y por deberes de patriotismo, hacer constar toda la verdad de los hechos818. Para ello acometió la tarea de separar piezas auténticas de piezas falsas en esta publicación de 1903, coincidiendo con el curso de Historia comparada del arte antiguo que explicó en el Ateneo, y en el que ya avanzó sus sospechas sobre las estatuillas del Cerro de los Santos. No debe obviarse que Mélida decidiera abordar la polémica cuando su maestro Rada no pudiera incomodarse, había fallecido en agosto de 1901, por las rectificaciones que a buen seguro venía maquinando desde hacía varios años. Evitaba así herir susceptibilidades y posibles represalias o riesgos laborales derivados de una supuesta mala asimilación de las críticas por parte de Rada, personaje respetado y cuyas decisiones eran poco menos que incontestables en los círculos arqueológicos oficiales. Fruto de la indecisión mostrada por Mélida y de su actitud vacilante antes de morir Rada es la voz “Cerro de los Santos” publicada en el tomo IV del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, en el año de 1888, donde vislumbraba la posibilidad de que no fueran auténticas. Incluso, en una de las conferencias pronunciadas en 1885, Mélida se refirió a Rada como un arqueólogo general de varia erudición, pero poco espíritu crítico819, en clara alusión a su escaso rigor científico y a su falta de sintonía con los tiempos del Positivismo. La labor de Mélida hay que valorarla en su contexto, teniendo en cuenta que tanto él como su colega Pierre Paris820 realizaron una minuciosa labor de selección que, de alguna manera, limpiaría la nefasta imagen de una colección proscrita a raíz de la Exposición Universal de París en 1878. Casi simultáneamente, el arqueólogo madrileño y el francés acometieron un estudio analítico de forma independiente. Ambos ayudaron a superar un episodio que dañaba la imagen de la arqueología española y que frenaba las posibilidades artístico-culturales de una cultura desconocida hasta entonces: la ibérica. El primer pronunciamiento expreso en el que Mélida abordó y analizó el discurso de ingreso en la Academia de la Historia leído por Rada el 27 de junio de 1875, fue en 1903821. La primera persona que valoró el discurso de Rada fue José Villaamil y Castro822, quien puso en evidencia el “excesivo aislamiento” con el que había estudiado las piezas y la indefinición a la hora de explicar el desfase entre el templo próstilo y las estatuas halladas. Creía Villaamil que Rada carecía de una interpretación sincrónica. En una línea similar emitió su crítica el erudito vitoriano Fermín Herrán (en la Revista Europea, nº V, p. 409) en septiembre de 1875, cuando calificó de carente de fundamento el supuesto de la

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influencia del arte egipcio (...) Trajes análogos a los de las estatuas de Montealegre se encuentran en un cilindro asirio de King Urukh (...) Cascos parecidos a algunos de Yecla se encuentran en relieves de Sargón y de Senacherib en Nimrud (...) tenemos, pues, en las estatuas que examinamos, sobre una base marcadamente egicia, trazos característicos griegos (...) Las razas siro-egipciacas que vinieron en pos de Muza y de Tarik, a la conquista de España, pudieron reconocer en aquellos parajes los vestigios de sus antepasados (...) Templo y observatorio en el que viviría un colegio de sacerdotes osiríacos e isiacos, poseedores de la ciencia de los caldeos. El discurso de contestación al ingreso de Rada le correspondió pronunciarlo a Aureliano Fernández Guerra, quien salió en defensa de Rada al tratar de identificar el Cerro de los Santos con una de las colonias focenses que indicaba Estrabón. Afirmaba, además, que Las ruinas, no hay duda, pertenecen a un Hemeroscopio, esto es, colegio sacerdotal o observatorio diurno (...) tan crecido número de emblemas siderales ponen fuera de duda que existió en el Cerro de los Santos un hemeroscopio de astrólogos, genethlíacos, nigromantes ó caldeos. H ÜBNER (1876: 217 y ss). El mismo autor publicó en 1893 la obra Monumenta Linguae ibericae, en la que después de una breve noticia incluyó las inscripciones publicadas por Rada y Delgado. Las colocó en el grupo titulado Falsae vel suspectae. MÉLIDA ALINARI (1903e: 307). MÉLIDA ALINARI (1903b: 90). MÉLIDA ALINARI (1885b: 70). Sobre la cronología de las piezas del Cerro de los Santos, Pierre Paris era de la opinión de que la producción general se correspondía con los elementos griegos (tanto micénicos como arcaicos) junto al indígena y al elemento oriental. Sintetizó el tema de las influencias foráneas en el arte del Cerro de la siguiente manera: orientales (micénica, fenicia y caldeo-asiria), orientalizantes y griegas (micénica, arcaica y clásica). Y analizó las distintas piezas del Cerro por separado atendiendo a un criterio basado en las colecciones y museos de procedencia en PARIS (1901: 114-134). Más información también en RUIZ BREMÓN, (1989: 48-50). Cfr. MÉLIDA ALINARI (1903b: 480-485). Cfr. VILLAAMIL Y CASTRO (1875).

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compenetración de civilizaciones defendido por Rada. Herrán se inclinó por situar las antigüedades del Cerro en los tiempos del romano Baciano, introductor del culto al Sol en el Imperio Romano, si bien, en una revisión posterior, llegó a albergar la posibilidad de que pertenecieran a los tiempos cristianos. Ya en 1903, Mélida recordó que este discurso –para él, era más un libro que un discurso– había estado considerado durante mucho tiempo como el trabajo más completo sobre el tema. Decidió centrarse en el aspecto artístico de las estatuas y no en el epigráfico. Lo primero que llamó la atención de Mélida fue el hecho de que la primera comisión enviada a Yecla para investigar la procedencia y naturaleza de las estatuillas coincidiera con el viaje realizado por Rada a bordo de la fragata Arapiles en 1871. De esta manera, la colección de piezas escultóricas del llamado Gabinete de Yecla en el Museo Arqueológico Nacional no pudo pasar inadvertida a Rada, que detectó un cierto parentesco entre el conjunto del Cerro y los ejemplares de antigüedades chipriotas que éste se había procurado en su viaje por el Mediterráneo. Tras interpretar las figuras, concluyó que había que distinguir tres grupos artísticos en el Cerro: uno que representaría divinidades de marcado estilo egipcio, otro incluiría las estatuas con una triple influencia egipcia-griega-asiria; y un tercero que sería el formado por piezas romanas. De algunas estatuas femeniles Rada llegó a resaltar un tipo étnico indígena cuyo recuerdo cree encontrar en las mujeres murcianas823. En cuanto al templo824, era de la opinión de que debió de pertenecer a una de las tres ciudades fundadas por colonias jónicas que se levantaban al Oeste del Júcar según Artemidoro: Dianium, Himerocopium y Alonis. Le asignó un momento de construcción coetáneo al del templo de Diana, de la localidad alicantina de Denia; y una destrucción, a fuego y hierro, ordenada por Teodosio tras su decreto contra los templos gentílicos. El discurso académico de contestación825 de Rada fue leído por Aureliano Fernández-Guerra, quien identificó los hallazgos del Cerro con la ciudad de Elo826, valiéndose de los datos obtenidos de los Vasos Apolinarios y del Itinerario de Antonino. Pensaba, como Rada, que debió de existir allí un colegio sacerdotal o hemeroscopio con su observatorio diurno y atribuyó a los mastianos, a los que asignaba un origen asiático, el poblamiento de la zona extendida entre el Estrecho y Alicante. Según Fernández-Guerra sucedieron a los mastianos, gentes fenicias, jonias, cartaginesas, romanas y visigodas. De hecho, consideraba a Leovigildo el responsable de arrasar el templo en el año 577, para designar posteriormente un obispo elotano. A la hora de interpretar las influencias que más se dejaron sentir en el Cerro de los Santos reconoció en las doctrinas egipcias el alma de este lugar de culto, conclusión bastante en línea con lo expresado por su colega Rada y Delgado. Mélida abordó el estudio de las indumentarias de las estatuas desde el punto de vista etnográfico. Estableció paralelos tanto con esculturas contemporáneas de las del Cerro como con vestimentas de pueblos y culturas actuales. Por ejemplo, advirtió semejanza estilística entre la cabeza, con su tocado de orfebrería, de la estatua grande del Cerro y la diadema de cadenillas y collares descubierta en Hissarlik (Troya) por Schliemann. Igualmente, percibió cierta sintonía iconográfica, por su actitud y aspecto hierático, con una estatuilla greco-púnica de barro del Museo de Túnez. Propuso una comparación estilística entre el tocado de las valencianas –con los grandes rodetes de pelo, los pendientes, los collares y las agujas de filigrana–, y algunos adornos de las estatuillas, así como sus paralelos con las ruedas y demás adornos de la Dama de Elche. Esta misma propuesta la hizo extensible a los tocados de las mujeres argelinas, que encontró similares a la mitra ilicitana. Al analizar las esculturas desde el punto de vista artístico, Mélida concluyó que éstas habían sido ejecutadas827 bajo el prisma de una escuela hierática, fase que identificaba con las civilizaciones aisladas, siguiendo los principios winckelmannianos, con la influencia teocrática que imponía y consagraba los modelos artísticos. Comparaba el caso de la Acrópolis con el santuario del Cerro de los Santos, observando en ambos un culto secular en el que los fieles colocaban en torno a la deidad tutelar figu8230 8240 8250 8260 8270

Citado en MÉLIDA ALINARI (1903b: 482). Sobre las distintas interpretaciones en torno al depósito y posición de exvotos dentro del templo, RUIZ BREMÓN (1987: 21-22). Véase RUIZ BREMÓN (1989: 39-40), que incluye además la repercusión del discurso en medios periodísticos. RUIZ BREMÓN (1989: 190-191). Sobre la técnica que los artistas utilizaron para cincelar estas estatuas, RUIZ BREMÓN (1987: 71).

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ras femeniles en actitud de ofrenda828, costumbre religiosa que se repetía, según Mélida, en el Egipto tebano. Puso énfasis, una vez más, en la influencia oriental que había afectado sobre todo al aspecto religioso, razonamiento que justificaba afirmando nuevamente que el hecho que señalamos se nos ofrece repetido en la misma España antigua con todos los caracteres de una ley histórica, en lo estético como en lo sociológico, denotando las pobres actitudes que para el Arte demostraban los naturales y su falta de cultura para alimentar una evolución artística829, con lo que volvía a aflorar su inclinación clásico-orientalista, en detrimento del indigenismo. A partir de 1904, Mélida abordó el análisis individualizado de las estatuas, advirtiendo que no todas ellas procedían del citado santuario sino de la comarca, en la que destacaron el Cerro de los Santos y el Llano de la Consolación, a escasos seis kilómetros del anterior. Del Llano destacó Mélida unos fragmentos arquitectónicos y un posible vaciado de toro830, que adquirió Antonio Vives y que, por donación suya, engrosaron el Gabinete de Antigüedades de la Academia de la Historia831. En estos fragmentos (cuatro trozos de volutas de capiteles832, dos tramos de arquitrabes y otros dos de cornisas) advirtió una amalgama de elementos orientales y griegos, de que se compone el arte ibérico833, como ya hiciera al referirse a las piezas recuperadas del Cerro de los Santos. Concretamente, comparó el trazado de las volutas del Llano con el de los capiteles y estelas chipriotas y griegos arcaicos de orden jónico, procedentes de Neandria, Mitilene (capital de Lesbos) y Delos834. Sobre los trozos de arquitrabe y friso teorizó estableciendo paralelos con civilizaciones del Mediterráneo Oriental: ofrecen restos de una decoración bien característica: el disco solar de los egipcios, con las alas extendidas, como se ve en tanto y tanto entablamento de las construcciones faraónicas y por imitación en un entablamento fenicio del templo de Biblos, que posee el Louvre y en estelas cartaginesas835. En los fragmentos de cornisas, advirtió semejanzas con los ovarios, perlas y fusulinos propios de las cornisas griegas. No debe obviarse el contexto de helenocentrismo que afectaba al entorno arqueológico europeo de principios del siglo XX836. Desde el punto de vista plástico, Mélida propuso una primera división en la que diferenciaba esculturas arcaicas y esculturas clásicas. De las primeras dijo que evidenciaban la mano de un artista cuya escuela cayó en el aislamiento y la consiguiente rutina. Sin embargo, creyó apreciar un rasgo de orden técnico común a los dos tipos de esculturas. Consistía en que estatuas, bustos y cabezas estaban labrados por frente y costados, no estándolo casi nunca por el dorso, señal evidente de que fueron hechos para ser colocados junto a la pared del santuario, como ya lo indicó el Sr. Rada837. Respecto a la función de las mis-

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Para conocer las distintas formas de religiosidad naturalista de los santuarios ibéricos, véase SAN N ICOLÁS P EDRAZ y RUIZ BRE(2000: 99-107). MÉLIDA ALINARI (1904a: 46). Hay documentado en el Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia un vaciado de cabeza de animal (posiblemente un caballo o un toro) que fue presentado por Antonio Vives en junta académica del 12 de Febrero de 1897. La pieza en cuestión se corresponde con el número de inventario 1266 del catálogo antiguo. Para ver un estudio reciente de la pieza véase ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004, nº 362 A, 30 y 199). En cuanto a las dos figuras zoomorfas localizadas en el Cerro de los Santos y en el Llano de la Consolación, puede consultarse CHAPA BRUNET (1985: 65-69). Se trata de varios trozos de piedras con labores, como molduras, medios huevos, imbricaciones, etc, tal como recogió Juan Catalina García y López en el lote de piezas nº 148 (1903: 30) de su Inventario de las antigüedades y objetos de arte que posee la Real Academia de la Historia, dentro del capítulo de Civilización clásica. Arte hispano-romano. Imitaciones clásicas. La totalidad de estos fragmentos fueron cedidos en calidad de depósito por la Real Academia de la Hsitoria al Museo Arqueológico Nacional en el año 1907. Las signaturas de los documentos referenciados a estas piezas se corresponden con las siguientes referencias topográficas: 1907/32/9-17 y 1907/32/22. Más datos sobre estas piezas en ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 18, 30, 195-203, piezas 353-369). Y sobre personajes que donaron piezas a la Real Academia de la Historia, véase ALMAGRO GORBEA Y MAIER (2001). Vid. dibujo en PARIS (1903: 43). MÉLIDA ALINARI (1904f: 145). Este paralelo artístico lo realiza apoyado en el manual de los franceses Perrot y Chipiez Histoire de l’Art dans l’Antiquité, cuyo primer volumen fue publicado en 1882. MÉLIDA ALINARI (1904f: 145). Cfr. SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 75-76). Buena culpa del ambiente filohelenista que se respiraba en Europa la había tenido Alemania y sus Gymnasium, centros de enseñanza secundaria en la Alemania decimonónica donde se concedía especial importancia a las enseñanzas clásicas. MÉLIDA ALINARI (1904f: 146). Sin embargo, esta hipótesis ha sido prácticamente descartada en la actualidad, como afirma RUIZ BREMÓN (1987: 74). MÓN

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mas, consideraba que se trataba de figuras votivas que no representaban deidades sino seres reales que disponían ofrendas o dirigían plegarias al dios tutelar de ese santuario838. No precisaba a quién estaba dedicado este santuario, si bien se inclinaba por una divinidad indígena. En los artículos de 1904 y 1905 correspondientes a la serie de “Las esculturas del Cerro de los Santos. Cuestión de autenticidad” (nos 11, 12 y 13 de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos), Mélida comenzó una detallada descripción de cada una de las esculturas, a las que asignó un número correlativo, el número de inventario del Museo Arqueológico Nacional839, que irá encabezando cada pieza de la siguiente relación, y las dimensiones de la pieza. En total advirtió 202 piezas auténticas y 71 falsas, distinguiendo en esta categoría las imitaciones de las invenciones. Esta labor la acometió con el entonces jefe de la sección primera del Museo y compañero suyo Francisco Álvarez-Ossorio en las mismas instalaciones del Museo Arqueológico Nacional. El primer listado estaba formado por las esculturas femeniles encuadradas dentro del estilo pseudo-arcaico que, a juicio de Mélida, merecían el calificativo de auténticas. Después de exponer las estatuas femeniles, se detuvo en las varoniles. Pertenecientes al mismo estilo pseudo-arcaico de las anteriores, opinaba que compartían con aquellos rasgos del arcaísmo griego, detalles realistas y otras veces barbarismos del taller. Sin embargo, apreció una diferencia: las estatuas varoniles solían estar labradas tanto por la espalda como por el frente, al contrario de las femeniles; y, consideraba Mélida, las cabezas masculinas no procederían de estatuas completas, como las femeninas, sino que constituirían piezas por sí mismas. En el mismo caso estaban muchas de las cabezas halladas en Chipre, de las que poseía algunas el Museo Arqueológico Nacional. Al analizar estas cabezas, observó que la mayoría eran de tamaño natural o mediano, y que podían señalarse hasta cinco o seis tipos, atendiendo a la interpretación de la cabellera, el tocado, la forma de la cabeza, los rasgos de su perfil y la manera de tratar ciertas facciones. Eran rasgos casi constantes y de interés indumentario la cabellera corta - por lo general repartida en mechones con regularidad ornamental - y el uso de pendientes, unas veces en figura de aretes y otras de perillas o clavillos que cortaban el lóbulo de la oreja. Según el arqueólogo madrileño, ésta era la facción que se les resistió interpretar a los escultores bastetanos, no consiguiéndolo más que de un modo las más veces bárbaro y siempre caprichoso, reduciéndola a un ornato que se parecía al signo de interrogación (?). El tipo más corriente entre las cabezas masculinas del Cerro de los Santos se distinguía por su marcado carácter griego arcaico, del que participaban 17 ejemplares; y su rasgo particular es la disposición de la cabellera en tres órdenes de rizos, acusados de un modo ornamental y formando una especie de imbricación que recuerda modelos orientales840. Añadía Mélida que no por ser votivas debían ser consideradas como retratos, pues respondían tan sólo a tipos artísticos, tipos ideales, repetidos por convencionalismo de escuela y acaso por exigencia hierática de la práctica piadosa a que respondían. Lamentaba que no se conservara ninguna estatua grande varonil completa, a pesar de lo cual analizó los fragmentos recuperados de cabezas. A parte de estas piezas se encontraron objetos varios de piedra de distinta naturaleza. Entre ellos despertó la atención de Mélida el cuadrante solar841, cuya forma y exacta disposición le ofrecía todas las garantías de autenticidad. Añadió que las inscripciones de la pieza debían ser consideradas como la obra con la que el falsario quiso prestar al objeto un valor arqueológico singular. De hecho, Hübner condenó el objeto entero tras verificar la falsedad epigráfica. 8380

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Para conocer las circunstancias que rodean a la iniciativa de realizar ofrendas votivas en este tipo de centros de culto, véase RUIZ BREMÓN (1987: 68-69). El trabajo que mejor recoge la correspondencia de las distintas numeraciones asignadas a las piezas del Cerro de los Santos corresponde a RUIZ BREMÓN (1989: 199-209), en el apéndice I. En una columna aparece el número de catalogación propuesta por la propia autora; el número de inventario del Museo Arqueológico Nacional; la numeración dada por José Ramón Mélida en sus artículos de 1904 y 1905; la reproducción gráfica de las piezas publicadas por Pierre Paris en su Essai sur l’art et líndustrie de l´Espagne primitive, de París de 1903; y la reproducción gráfica de las piezas publicadas por García y Bellido en su Historia de España, correspondiente al arte ibérico, de 1954. MÉLIDA ALINARI (1904f: 283). Vid. supra página 158.

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Las piezas de bronce eran unas cincuenta, entre fíbulas, anillos842 y fragmentos. De hierro se contaban fragmentos de espadas, lanzas y cadenas; y de plomo grapas843 para enlazar sillares. A la serie de piezas de metal hay que añadir una planchuela circular de plata, posiblemente tapadera de un pyxis o capsa. La serie de piezas cerámicas era más abundante: compuesta por baldosines pequeños, de forma romboidal844; moldes de barro negro, de figura cuadrada, rectangular, triangular o circular; vasitos o copas, del género de los que se ven en las estatuas, hechos a torno, del mismo barro negro y de forma parecida al ulceollo. Además, copas de barro rojizo, orzas y numerosos fragmentos. Destacan bocas de grandes vasos, de labor calada, geométrica y pintada de rojo, a fajas. Todos los objetos citados fueron hallados con las estatuas en el Cerro mismo por el señor Savirón o bien fueron adquiridos. Respecto a los primeros, Mélida creía que pertenecerían a los restos del menaje y de los depósitos sagrados de un templo, al que durante largo tiempo debió acudir toda clase de gentes con sus ofrendas y a rendir sus plegarias y libaciones. Uno de los últimos estudios845 llevados a cabo en 1963 acerca de la cerámica localizada en el Cerro contemplaba una proporción del 96 % de cerámica local frente a únicamente el 4% de cerámica importada, siendo las cerámicas griegas las más antiguas recuperadas en el Cerro. En el último de los artículos de la serie publicada por Mélida –número 13 de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, en 1905–, abordó las piezas en las que advirtió la mano del falsario. Notó que éste pecando de avisado o de cándido, no siguió siempre una misma senda al perseguir su fin, sino que unas veces se acomodó a continuar, por decirlo así, la obra rutinaria de los antiguos, y otras veces, impresionado, sin duda, en estampas modernas de motivos de arte oriental, especialmente egipcio, y otras veces de modelos clásicos, casi siempre modernos, dejó volar su fantasía y trabajar tímidamente sus manos en la piedra misma de que se valieron los bastetanos846. Mélida se preguntó el porqué de tantas dudas en torno a las figuras de esta colección y lo justificó aduciendo la mala calidad del arte desplegado por los autores de las esculturas: su imitación tenía que ser fácil y máxime, tratándose de obras arcaicas, de trabajo rutinario, pesado, y, por decirlo así, superficial, como de grabador, hecho con muy poco cuidado del sentimiento de la forma847. Propuso una división de las falsificaciones en dos categorías: una de imitaciones de las esculturas descubiertas en el Cerro, y otra de invenciones con que posiblemente el falsario trató de suplir lo que echaba de menos entre lo descubierto: las imágenes. Todas las esculturas del falsario se conservaban enteras, exceptuando una, que se rompió al transportarla. Este hecho supuso un primer motivo de contraste con las piezas auténticas, casi todas despedazadas o reducidas a fragmentos. Una de las características que Mélida señaló para las falsificaciones era la estructura del rostro, de frente prominente y ojos rectos. Detectó cierto falseamiento en el estilo, por no dar al plegado anguloso ni a otros detalles arcaicos su verdadera fisonomía. Otra de las características que delató al falsario fue el abuso de picos superpuestos en los trajes, que no se correspondía con la expresión arcaica ni hierática de las modas antiguas. También evidenciaba la intervención del falsificador la debilidad en el trabajo, que pecó de prolijo; y unos acanalados cuyos pliegues descubrieron la huella de un instrumento metálico demasiado fino y poco verosímil. Las imitaciones se inspiraban siempre en figuras arcaicas y no clásicas, por ser más fáciles las repeticiones de convencionalismos que las de modelos inspirados en el libre sentimiento de la forma. Dichas imitaciones eran del tipo femenil, el más abundante. Según el criterio de Mélida, de las seis estatuas de esta categoría, las cinco últimas estatuas tenían en común el hecho de que la mano del falsificador se entretuvo en rehacerlas y en añadir inscripciones, signos y detalles absurdos: A continuación, abordó un grupo al que consideraba formado por imitaciones más o menos adulteradas y fantaseadas. Y posteriormente enumeró las esculturas que consideraba de pura invención. 8420 8430 8440 8450 8460 8470

Sobre los anillos metálicos localizados en el Cerro de los Santos, véase SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 240-241). Sobre las grapas de plomo del Cerro de los Santos, véase SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 235-236). Cfr. SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 230-233). Cfr. SÁNCHEZ GÓMEZ (2002: 228). MÉLIDA ALINARI (1905j: 19). MÉLIDA ALINARI (1905j: 20).

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Aquellas con las que el falsificador quiso suplir la ausencia de imágenes sagradas, acudiendo al recuerdo más que a la imitación de modelos egipcios y clásicos, por suponer idéntica filiación en las piezas descubiertas en el Cerro de los Santos. Las obras de que fue responsable el falsificador adquirieron en ocasiones un toque clásico, tanto en el acabado como en el motivo temático. Por último, Mélida distinguió un lote de antigüedades adquirido al señor Amat en marzo de 1885 y que ingresó en el Museo Arqueológico Nacional. Entre las piezas se contaban esculturas de trabajo grosero y estilo arcaico. Dos de las piezas que más llamaron su atención fueron dos medallones848 de bronce, existentes en el Monetario del Museo. Concluyó Mélida con un balance según el cual una tercera parte de las esculturas correspondía a piezas ejecutadas por el falsario. Opinaba que el relojero de Yecla se había entretenido grabando epígrafes en alguna estatua auténtica sin otro fin que no fuera el de dar que hacer a los arqueólogos locales. En el último artículo de esta serie acerca de la cuestión de autenticidad de las estatuas, publicado en 1905, Mélida trató de subsanar una omisión bibliográfica de los números anteriores. Se trataba de la extensa y erudita Introducción que había realizado el epigrafista andaluz Manuel Rodríguez de Berlanga849, también publicada como trabajo aparte bajo el título Hispaniae anteromanae syntagma, publicada en Málaga en 1881. En esta introducción registró los epígrafes ibéricos falsos como los que comprendían los números LXXXIII á XCVI de las esculturas del Cerro, las cuales dijo haber visto en el Museo de Madrid. Añadió Berlanga que los caracteres de los catorce epígrafes que registró eran muy análogos a los ideados por el falsario Trigueros en sus papeles Viaje de Valera en 1589 y Cartas de Franco del 1544.

EL

ARTE IBÉRICO, UNA NUEVA REALIDAD IMPREGNADA DE FILOHELENISMO

Los primeros años del siglo XX supusieron el período de gestación para el reconocimiento casi definitivo del arte ibérico como un arte indígena propio de la Península Ibérica. No obstante, hicieron falta muchas disquisiciones por parte de los teóricos de entonces –especialmente los franceses– para llegar a plantear la existencia y originalidad de un arte que hasta entonces había sido concebido desde una óptica eminentemente difusionista. Este reconocimiento no se llevó a cabo desde una ruptura con las hipótesis sostenidas hasta entonces sino que se produjo de una manera transitoria. Basta con comparar los desarrollos iconográficos propuestos entonces por estudiosos y especialistas sobre la Dama de Elche o las esculturas del Cerro de los Santos para comprobar la variedad de teorías y posturas. La mayoría de ellas proponía un escenario para la Península Ibérica claramente condicionado por las influencias foráneas. Griegos –en unos casos– fenicios, asirios o micénicos –en otros– se convirtieron en el recurso fácil para justificar los estilos artísticos advertidos en aquellas piezas, esculturas o monumentos que aparecían en el subsuelo hispano. Sin embargo, el sustrato indígena fue ganando protagonismo desde que arqueólogos franceses como León Heuzey o Pierre Paris incidieron en el carácter original del arte ibérico. El caso de Mélida es paradigmático en este proceso de conversión en el que debieron de influir varios factores. Por un lado, sus tendencias francófilas le situaron en una actitud receptiva a los planteamientos de sus colegas galos, que favorecieron la puesta en valor del arte ibérico. Por otro lado, su madurez y experiencia –Mélida cumpliría 50 años en 1906– acumulada a base de trabajos de catalogación, viajes al extranjero, publicaciones y correspondencias con arqueólogos nacionales y extranjeros, le situaban en posición privilegiada para conocer el panorama histórico-arqueológico de la protohistoria española. En este contexto de principios de siglo la problemática surgida a raíz del descubrimiento de la Dama de Elche en 1897 mantenía en vilo a la comunidad científica. Las páginas de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos recogían las opiniones y teorías emitidas entonces, gracias a Mélida, quien se 8480 8490

Más información en MÉLIDA ALINARI (1905j: 28-29). RODRÍGUEZ OLIVA (1991: 99-106) y ALMAGRO GORBEA (2003: 39, 54-58, 62-69, 416 y 427).

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encargó de informar sobre todas las novedades acontecidas en el ámbito de la arqueología ibérica, llegando a pronunciarse en 1902 en los siguientes términos: días ante-romanos, período hasta hace poco incierto, pero cuyas espesuras se van disipando merced a los descubrimientos arqueológicos850. Uno de sus artículos llevó por título Antigüedades ante-romanas de la costa de Levante y daba cuenta de hallazgos ocurridos entre las provincias de Castellón y Valencia851. Tuvo que ser un amigo de Mélida, Luis Tramoyeres Blasco, el que le informara de estos descubrimientos gracias a las fotografías y noticias aportadas. Entre los objetos citados aparecía una urna cineraria hallada en Alcocebre (Alcalá de Chivert, Castellón), un torques, una fíbula del término valenciano de Cheste y varias monedas pertenecientes a un tesoro, que fueron repartidas entre aficionados. Según Jacobo Zóbel de Zangróniz852 en dicho tesoro predominaba el dinero cartaginés, representado por monedas con la cabeza de mujer o de hombre, el caballo y la palmera. El numismático razonaba el hallazgo de la siguiente manera: hallándose el sitio del enterramiento a tan corta distancia de Sagunto, es natural que, no habiéndose encontrado en él ninguna de las monedas saguntinas, bastante comunes por cierto, las monedas en cuestión fueron enterradas en el transcurso de los años de 535 a 540 de Roma853. Según el propio Mélida, podría pensarse si esas pocas monedas y joyas, tan cuidadosamente escondidas, serían una muestra del pillaje a que entre las ruinas y cenizas de la ciudad destruida se entregaría la gente maleante. Pensaba que el tesoro había sido guardado a principios del siglo III antes de Cristo, es decir, previamente a que Sagunto se convirtiera en escenario de guerra romano-cartaginesa. Resulta curiosa la hipótesis emitida por él respecto al torques encontrado854. Relacionaba la naturaleza de esta pieza con la joyería griega y etrusca, aduciendo incluso que todo induce a la creencia de que el torquis debe considerarse de origen fenicio o púnico855. Sin embargo, el ejemplar en cuestión lo atribuyó a la mano de algún artista ibero que dejó la impronta de su tosquedad. Un razonamiento que todavía pesaba sobre las convicciones históricas de Mélida, que seguía condicionado por los esquemas difusionistas y por las dudosas concesiones a las capacidades artísticas de los íberos. Según él, los dos grupos de piezas localizados en Castellón y Valencia eran nuevos testimonios de la civilización oriental y nos inclinamos a creer que púnica, desarrollada en la Edetania anteriormente a la destrucción de Sagunto856. En otro de sus artículos Mélida dio a conocer tres ídolos bastitanos incorporados al Museo Arqueológico Nacional. Eran de bronce y los acompañaba un centauro arcaico del mismo material857. El arqueólogo madrileño les adjudicó un parentesco estilístico con los ídolos-esculturas del Cerro de los Santos. En una de las figuras advirtió rasgos de un arcaísmo formado de elementos griegos y orientales, en línea con lo que en su día habían apuntado Rada y Delgado (1875) y León Heuzey (1891). Otro de los ídolos vestía túnica muy ceñida como las egipcias, pequeño manto cruzado sobre el pecho como llevan aún hoy el pañuelo de talle en muchos pueblos de España, recuerda el manto con capuchón que los griegos pusieron a Telesforo, el genio que figura junto a Esculapio como imagen de la convalecencia858. Estos paralelos etnológicos e incluso derivados de los conocimientos mitológicos que Mélida había adquirido del panteón heleno reforzaban sus teorías iconográficas. Enlazaba con su carácter positivista e investigador el buscar en la tradición y el folclore contemporáneo las respuestas a sus dudas. En opinión de Mélida, la cos8500 8510 8520

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MÉLIDA ALINARI (1902b: 164). Vid. ALMAGRO GORBEA (2003: 446). Numismático y epigrafista de origen filipino (Manila, 1842) formado en el Colegio de Doctos de San Juan (Hamburgo), labor que compaginó con frecuentes visitas a museos europeos como los de París, Berlín y Londres. En 1863 publicó en alemán su primera memoria sobre las monedas libiofenicias o teudetanas, que luego fue editado al español con el título de Noticia de varios monumentos que demuestran la existencia de un alfabeto desconocido empleado antiguamente en algunas regiones de la Bética. Fue discípulo de Antonio Delgado y su ingente labor recopilatoria fue aprovechada posteriormente por Emil Hübner. Más datos biográficos en ALMAGRO GORBEA (2003: 66-67 y 443-445) y en RIPOLLÉS y LLORENS (2002: 54-57). Sobre la intervención de Zóbel en el descubrimiento y estudio de epígrafes prerromanos, conservados en la Real Academia de la Historia, de la Península Ibérica véase ALMAGRO GORBEA (2003: 62-63, 233, 443-447). MÉLIDA ALINARI (1902b: 167-168). Véase Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, nº 7, 1902, 164-174. MÉLIDA ALINARI (1902b: 170). MÉLIDA ALINARI (1902b: 174). Vid. supra página 146. MÉLIDA ALINARI (1902d: 274).

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tumbre de ponerse el velo sobre la mitra era oriental, tal y como demostraban algunos monumentos asiáticos. Respecto del objeto que pudieran tener estos ídolos bastitanos creía que irían destinados para ser ofrendados en algún santuario, por votos de gentes que hubiesen alcanzado la salud u otra suerte de beneficios, o fuesen figurillas para mero pasatiempo, como las “Caritas de Dios”. Debieron de tener, según él, una significación piadosa que las relacionara con las esculturas del Cerro de los Santos datando, como ellas, de una época no posterior al siglo III antes de Cristo. A juzgar por la correspondencia de principios de siglo, Mélida comenzó a concebir la cultura ibérica de forma paulatina y dosificando sus convicciones de que existía un arte con caracteres propios y distintivos. En una misiva enviada por Mélida a Bonsor el 24 de junio de 1903, Mélida abordó la candente problemática ibérica. Hizo referencia a varios idolillos encontrados por Horace Sandars: Efectivamente me enseñó el Sr. Sandars sus ídolos, que encontré interesantes. Dos había falsos859. Posiblemente se refiriera a exvotos de Sierra Morena. Sobre estos exvotos publicó el propio Horace Sandars Pre-roman bronze votive offerings en el año 1906860. El inglés le había enviado previamente una carta con el anagrama de “T. Sopwith y Co.” a Mélida desde Linares el 24 de abril de 1903 en la que le decía: Tuve el gusto de escribirle el domingo pasado para preguntarle si le convendría que fuese a verlo el lunes próximo para enseñarle algunos ídolos que he comprado últimamente en La Carolina y de los cuales muchos me parecen falsos. Como no podré quedarme más de un día en Madrid, le estaría muy agradecido si quería861 darme un rendez vous para ese día. Siente la molestia que le da.... Horace Sandars862.

Uno de los capítulos más interesantes a los que se refirió en su carta fue el del hallazgo por Pierre Paris y Arthur Engel de los relieves de Osuna863 (en la provincia de Sevilla) como así reconocía el propio Mélida: Lo que, según me dijo Engel, es de sumo interés, son las esculturas que él y el Sr. Paris han descubierto en Osuna. Bien podía Mr. Paris darme una descripción para nuestra Revista de Archivos, y enviar fotografías para que las conozcamos. Para otra revista me piden noticias de ello y no sé cómo darla864. Durante el año de 1904 publicó Mélida varias recensiones sobre obras de colegas suyos. En una de ellas analizó un artículo de Pierre Paris titulado Funde in Spanien publicado en el número 2 de la revista Archäologischen Anzeiger, en el que dio cuenta de las excavaciones llevadas a cabo en Osuna junto a su compatriota Arthur Engel en 1903. Uno de los párrafos de esta recensión era muy sintomático del grado de convencimiento que había asimilado Mélida respecto a la existencia de un arte eminentemente ibérico: En resumen, dice Paris, las excavaciones de Osuna han enriquecido el Museo de Louvre con cierto número de obras, faltas sin duda de belleza estéticas, pero de gran valor, por cuanto nos permiten conocer algunos ejemplares notables de una escuela de arte local, cuyo estudio mostrará que hubo en toda la Península, antes de la conquista romana, una verdadera unidad de inspiración y de estilo, que los artistas, así en Osuna como en el Cerro de los Santos, sintieron las influencias combinadas del Oriente y de la Grecia, sin dejar de ser originales865.

Como fue señalado en otro capítulo de este trabajo, puede considerarse 1904 como un año clave en la eclosión del arte ibérico y su futura puesta en valor. Este año coincide con el momento en que el Museo parisino del Louvre inauguró una sala de arqueología ibérica, hecho que debe considerarse

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MAIER (1999a: 61, carta nº 96). Dedicó Sandars un estudio detallado a los exvotos y fíbulas encontrados en santuarios ibéricos de Despeñaperros, entre las páginas 15 y 24. Sandars había desembarcado en España como ingeniero de minas inglés de la New Centenillo Mining Company, distrito minero de La Carolina en la localidad jiennense de Baños de la Encina. Horace Sandars incurrió en un error bastante común entre los anglosajones: el modo subjuntivo. Carta conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, en el expediente 2001/101/4 de Mélida. Vid. ENGEL Y PARIS (1906: 376-391). MAIER (1999a: 61-62, carta nº 96). MÉLIDA ALINARI (1904c: 212-213).

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como el reconocimiento oficial de los arqueólogos franceses a un arte o estilo propio, como era el ibérico. Fruto de sus estudios y de su contacto con los arqueólogos franceses, Mélida se convirtió en el primer arqueólogo español en asimilar la creencia en un arte ibérico. Surgió una fascinación por lo ibérico que trascendió el ámbito arqueológico. Un ejemplo lo tenemos en el libro publicado en 1904 por uno de los componentes de la generación del 98: Azorín, que publicó Las confesiones de un pequeño filósofo866. En esta obra el autor convirtió en protagonista de su novela a un niño y las sensaciones que experimentaba ante la escultura ibérica. En plena polémica surgida en torno a las esculturas del Cerro de los Santos (Mélida publicó varios artículos entre 1903 y 1906 sobre su dudosa autenticidad) mostró un interés creciente por los difusos límites del arte ibérico. Buena muestra de este hecho fue su artículo “Nota sobre la arquitectura miceniana en Iberia. La acrópolis de Tarragona”, publicado en la revista barcelonesa Arquitectura y Construcción en 1905. En el otoño de 1903, había visitado por última vez Mélida la fortaleza de Tarragona y dos años más tarde decidió publicar este estudio de conjunto sobre los paralelos arquitectónicos existentes entre distintas ciudades del entorno mediterráneo. Comenzó el artículo calificando de “romántica y acomodaticia” la denominación de “ciclópea” para las murallas de aparejo formado por grandes piedras. Una observación que esconde, una vez más, el cientifismo de Mélida y su negativa a aceptar la intervención de los dioses – cíclopes - en la construcción de murallas. Recalcaba su compromiso con el rigor histórico, al que consideraba incompatible con las concesiones literarias o, en este caso, mitológicas. Citó varias localidades con murallas como Olérdola y San Pedro de Casserres (Barcelona), Gerona o Teruel. Y, en especial, Tarragona. Mélida catalogó estas murallas como manifestaciones inequívocas de un estado de cultura primitivo (en el modelo de corte winckelmanniano el estado primitivo correspondía al arte donde predominaba la línea recta), que no habían merecido todavía un estudio de conjunto ni una clasificación definitiva. En concreto, otorgó a las murallas de Tarragona, posiblemente la Cesse ibérica, una cronología “a todas luces” anterromana, con el apelativo de tirrénica que dio el poeta del siglo IV Ausonio a Tarragona, en comparación a otros restos similares conservados en Italia. Esta misma opinión fue compartida por Hernández Sanahuja867 y por Eduardo Saavedra, de la que discrepaba Guillén García868 para quien fue el pueblo de los heteos el responsable de esta obra. Ya en 1897, Mélida consideró que la hipótesis sostenida por Guillén había de ser discutida y contrastada cuando la memoria que la sustenta salga a la luz con los planos y láminas necesarios a una obra de tal índole869. El arqueólogo madrileño se negó a admitir una procedencia romana en la muralla tarraconense y sostuvo que el aparejo almohadillado es el de Cose, la ciudad anterromana que batió las monedas soberbias de arte griego, testimonios de una población que debió suceder a la miceniana, la cual acaso había sucedido a otra prehistórica cuyos restos halló junto a la roca de Oriente el Señor Sanahuja”870. También hubo quien, como Martorell i Peña y Sampere i Miquel, le atribuyeron un origen ibero a la muralla. El caso es que desde su viaje en 1898 a Grecia y a los yacimientos que arrojaron luz sobre la Prehistoria del Mediterráneo Oriental, José Ramón Mélida tomó yacimientos griegos, especialmente, Micenas y Tirinto, como el referente cultural de muchas ciudades prerromanas peninsulares. Además, la obsesión micénica le vino también a través de su colega francés Pierre Paris. Sus constantes comparaciones y sus propuestas de paralelos entre las 8660

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Ya en 1902 Azorín había publicado La voluntad, cuyo telón de fondo estaba presidido por los hallazgos acontecidos en el Cerro de los Santos. Pero con las confesiones publicadas en 1904, enlazaba el autor con un tipo de novela atípica e intimista que trataba de reforzar el ideal del alma de España arraigado en el pasado. La derivación literaria del problema ibérico ha sido bien estudiada por OLMOS Y TORTOSA (1997a). Sobre la estratigrafía que Hernández-Sanahuja propuso para la ciudad de Tarragona, confróntese RIU I BARRERA (1991: 87-89). MÉLIDA (1897h: 27-28), lamentaba que hubiera permanecido inédita la obra de Guillén García La acrópolis ciclópea de Tarragona, después de haber sido premiada por la Asociación de Ingenieros Industriales de Barcelona. Antes de estas publicaciones y estudios, el arqueólogo parisino Petit-Radel - con la colaboración de A. Martí - había estudiado la muralla ciclópea en la primera década del siglo XIX, si bien sus resultados no se publicaron hasta 1841 (puede leerse en la publicación de A. Quintana (1985) sobre la Biografía desapassionada d’Antoni de Martí i Franqués, pp. 47-86). En 1849 fue publicado el primer trabajo que incorporaba la historia prerromana de la ciudad. Se lo debemos a J. F. Albiñana y a A. de Bofarull en su Tarragona monumental, véase RIU I BARRERA (1991: 86-90). MÉLIDA ALINARI (1897h: 27-28). MÉLIDA ALINARI (1905a: 43).

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murallas y los sistemas constructivos le situaron en una línea helenocéntrica indudable. De alguna manera, trató de descubrir una época hasta entonces oscura en la Península Ibérica, emulando a lo que los arqueólogos alemanes habían hecho en Grecia y Turquía. Al hilo de lo dicho, cabe señalar una de sus recensiones publicadas en 1904 sobre la obra de Josep Gudiol Cunill Nocions de arqueología sagrada catalana, ante la que interpuso la siguiente crítica: no ha concedido toda la importancia debida a las construcciones vulgarmente llamadas ciclópeas bajo el vago nombre de megalíticas, sin apuntar por lo tanto su filiación miceniana que hoy parece indudable871. En este mismo artículo trató de razonar la procedencia de ciertos monumentos megalíticos del sur peninsular. A la Cueva de la Pastora (Sevilla), la catalogó como un “monumento miceniano”, al igual que a la tumba de corredor de Antequera (Málaga) y a otra del Algarve portugués. También adjudicó a las citanias del valle del Miño un carácter oriental de trazados arquitectónicos y ornamentales, idea reforzada por las reminiscencias micénicas advertidas por Émile Cartailhac en los adornos de la cerámica recogida en estos sitios. Concluyó Mélida afirmando que en la Península Ibérica se registran monumentos de los dos tipos micenianos conocidos: murallas y tumbas, imitación de las genuinas, sin que falten reminiscencias en la ornamentación cerámica; tales manifestaciones artísticas obedecen a una importación del sistema, debido probablemente a los mismos pelasgos o a gentes que proceden de su mismo tronco872. En esta afirmación quedó patente el filohelenismo de Mélida, lógicamente estimulado por las excavaciones de Schliemann en Micenas y de Arthur Evans en Creta. De hecho, en su lento y paulatino reconocimiento de la capacidad creativa del pueblo íbero, Mélida dio muestras de sus dudas acerca de la “suficiencia” de los iberos. Rebatió la teoría abrazada por Pierre Paris en su Essai sur l’Art el l’Industrie de l’Espagne primitive, según la cual pudieron ser los iberos los inventores del sistema de construcción ciclópea de las murallas tarraconenses. Fue precisamente el Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive de Pierre Paris, publicado en 1903 y ganador del Premio Martorell un año antes, objeto de recensión por parte de Mélida en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos en 1905. Recordaba éste cómo había venido el francés a España comisionado por el Instituto de Francia para estudiar las antigüedades del suelo hispano, siguiendo los pasos de Arthur Engel y León Heuzey. Este ensayo de Pierre Paris se considera la primera obra de conjunto del arte ibérico. Mélida alabó la decisión de Pierre Paris de emplear el término “ibérico” prescindiendo de su valor étnico, cronológico o geográfico. El arqueólogo francés se abstuvo de aportar fechas, ateniéndose al criterio de que la fecha artística de un monumento arqueológico no es siempre el año en que se había producido sino que son su estilo y sus influencias las variables más representativas y fiables de una pieza. Atendiendo a criterios de organización interna de la obra, Mélida se mostró en desacuerdo con la división temática globalizadora. Creyó que Pierre Paris utilizaba el término “ibérico” como aglutinante de una realidad cultural unitaria, cuando, afirmaba Mélida, lo que se imponía era una división o criterio regionalista que se ajustaba mucho más al pasado peninsular y que evidenciaba contrastes insalvables entre distintas zonas, idea que sería ampliada después por Bosch Gimpera. Mélida puso de manifiesto el grado de civilización alcanzado por los pueblos costeros del mediodía peninsular por su contacto con fenicios y griegos, en contraste con los pueblos del interior: se mantenían algunas tribus en plena Edad de Piedra y otras empezaban a modificarse al contacto con aquellas gentes extrañas873. La parte correspondiente a la cerámica (mitad del segundo tomo874) fue la mejor valorada por Mélida del libro de Paris. Éste trató de la cerámica prehistórica ornamentada e hizo después detallado análisis de la cerámica decorada a pincel de estilo geométrico, de estilo vegetal y de estilo animal, a la que denominó –con buen criterio, según Mélida– “ibero-miceniana”875. Efectivamente, Pierre Paris atribuyó en un primer momento al pueblo micénico gran parte de las influencias advertidas en la cultura material ibérica, como las joyas o las armas, punto en el que se mostró totalmente de acuerdo el propio Méli8710 8720 8730 8740 8750

MÉLIDA ALINARI (1904d: 74-75). MÉLIDA ALINARI (1905a: 10). MÉLIDA ALINARI (1905b: 158). PARIS (1903: 28, tomo II). Sobre la ornamentación vegetal micénica, véase RIEGL (1980: 77-99).

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da. Concluyó la valoración crítica de la obra de Paris con halagos hacia su colega: un repertorio utilísimo para la consulta, por el número de documentos coleccionados y cuidadosamente agrupados, por la doctrina sabia y prudentemente expuesta y por la orientación que de seguro prestará a los nuevos investigadores876. Sin embargo, el propio Pierre Paris acabaría abandonando la tesis micénica al comprobar las distancias cronológicas con respecto a la cultura ibérica y la perduración de la cerámica ibérica hasta época romana877. El mismo año de 1905 Mélida se hizo eco del hallazgo de un tesoro ibérico en la localidad valenciana de Jávea. Lo publicó en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Entre las piezas recuperadas se contaban una vasija o recipiente de barro en el que estaba contenido el tesorillo y unas alhajas adquiridas por el gobierno gracias al celo y diligencia de Elías Tormo y Roque Chabás, con destino al Museo Arqueológico Nacional. Respecto a la lectura estilística de las joyas, Mélida advirtió un origen oriental que le recordaba a los tocados y pectorales egipcios, a la joyería asiática y a la chipriota. Sin embargo, se refirió a un origen indígena y un gusto greco-oriental de las alhajas de Jávea, puesto que, según él, responden a una moda ibera que el busto de Elche y las esculturas del Cerro de los Santos patentizan cumplidamente878. No detectó reminiscencia micénica - él la llama miceniana - alguna en la ornamentación de las piezas de Jávea. Consideraba las joyas griegas más primitivas y con un tipo de ornamentación distinto, aparte del común empleo de la técnica del repujado entre las gentes micénicas y no entre los íberos. Uno de los razonamientos que le llevó a descartar la filiación helena de estas joyas fue el de suponer la sobriedad como requisito del buen gusto griego, lo que constrastaba con el “barroquismo” de las piezas de Jávea. Además, permanecía en el subconsciente de Mélida la visión degradada del arte ibérico, como un arte en decadencia e imperfección. De hecho, catalogó el tesoro de Jávea como de estilo “oriental y bárbaro”, inspirado en una moda importada de Oriente entre la gente ibera, como era la disposición decorativa de la diadema y el gusto recargado de la misma. Opinaba Mélida que el aderezo de Jávea es del propio estilo ibero greco-oriental (...) el arte de la diadema es todavía semi arcaico, pero de un arcaismo que parece sentir la lbertad del clasicismo(...) La diadema debe corresponder a ese mismo período del arte ibero, que se nutría de tradiciones arcaicas y vagos e imperfectos reflejos del clasicismo, período cuyos comienzos es lógico colocar en el siglo V pero que debió de prolongarse durante todo el IV879. Esta propuesta cronológica de Mélida para la diadema coincide con el consenso actual sobre la pieza880. La visión que Mélida tuvo de la cultura ibérica puede rastrearse también en sus conferencias, como la segunda de las pronunciadas por él en las instalaciones del Museo de Reproducciones Artísticas en 1911, que llevó por título “La esfinge de Balazote”. Unos años antes, en una publicación firmada por Mélida, en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, éste hizo referencia a su ingreso en el Museo Arqueológico Nacional. El día 31 de octubre de 1896, esta escultura entró a formar parte de la sala de antigüedades ibéricas del Museo, procedente del vestíbulo del palacio de la Diputación de Albacete. La adquisición fue posible gracias a la iniciativa de Antonio Cánovas del Castillo, de cuyo amor a las ciencias históricas hay en aquel centro preciosos testimonios881, y a las gestiones de Rafael Serrano Alcázar y del propio José Ramón Mélida. La primera publicación referente a la bicha de Balazote de la que se tenía noticia pertenecía a José Amador de los Ríos882, y en ella reconocía el autor una influencia de marcado carácter oriental para la escultura hallada en la localidad albaceteña de Balazote. La situaba en la época en que los caldeos señoreaban la región bastetana, idea también compartida posteriormente por Arthur Engel y de la que se hizo eco el propio Mélida en 1896, que se expresaba en los siguientes términos:

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MÉLIDA ALINARI (1905b: 160). Cfr. CHAPA BRUNET (1985: 12-14). MÉLIDA ALINARI (1905c: 372). MÉLIDA ALINARI (1905c: 373). ALMAGRO-GORBEA (1999b: 79), considera la diadema de Jávea como una adaptación de este tipo de joya tan característica a las corrientes helenizantes que predominan en el mundo ibérico; y se relaciona cronológicamente con el siglo IV antes de Cristo. MÉLIDA ALINARI (1896e: 141). Más información y análisis sobre esfinges del Levante peninsular en CHAPA BRUNET (1985: 62 y 211-221). Vid. AMADOR DE LOS RÍOS (1889: 720-724).

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El estilo participa grandemente del hieratismo oriental, siendo evidente la influencia asiria, no sólo en la concepción general de la imagen sino en el acanalado y disposición regular de los mechones de la barba y el cabello (...) consignar que de todos los monumentos reunidos en la dicha sala de antigüedades españolas de la época colonial, ibéricas y celtibéricas, no hay, ni en la misma notable colección de esculturas del Cerro de los Santos, nada de tan marcado carácter oriental como la esfinge de Balazote883.

Es evidente que sus palabras reflejan una actitud con perfil de carácter difusionista. Todavía no se vislumbraba en él la más mínima intención de conceder un componente indígena a la originalidad del arte ibérico. Más bien, se hizo eco de la teoría que contaba entonces con mayor aceptación entre los investigadores españoles y franceses que empezaban a interesarse por el arte ibérico. Los planteamientos historicistas-positivistas de Ranke en la segunda mitad del siglo XIX habían desembocado en un difusionismo que presidió y condicionó la escena historiográfica de finales de siglo, hasta el punto de que Mélida también se vio salpicado por las influencias emanadas desde la corriente difusionista. Sobre los orígenes orientales de la bicha de Balazote también se pronunciaron los franceses Pierre Paris y León Heuzey. Esta misma actitud difusionista se detecta en Mélida cuando interpretó la naturaleza de las esculturas graníticas con forma de verraco de la Ávila prerromana: productos de un arte indígena formado en las dos corrientes de arte oriental y arte griego que en España se dejaron sentir, aunque débiles y desgraciadas casi siempre884. Una evidencia más de que Mélida seguía considerando a la zona mediterránea greco-oriental como foco de irradiación de cultura. Volvamos a la conferencia de 1911. En el conflicto de influencias entre los helenocentristas y los orientalistas planteados entre arqueólogos e historiadores europeos desde finales del XIX, Mélida adoptó una postura ecléctica y difusa, lo que le permitió eludir el prejuicio que suponía decantarse por una u otra opción. Una buena muestra de su indecisa postura fue esta conferencia, en la que analizó la bicha de Balazote885 nuevamente desde una perspectiva con marcado sesgo orientalista, como hiciera en 1896, aunque se atisbaba en él una mayor consideración del arte ibérico. Le atribuyó una influencia oriental asiática, que responde más bien al tipo caldeo del toro con faz humana que al tipo asirio886 y, desde el punto de vista artístico, emparentó la esfinge con una escultura asiria: asirio es el peinado, asiria es la barba trenzada, acanalada y simétrica; pero su factura tosca indica un ibero copiador de aquellos rizos tan bien tratados por los artífices de Korsabad, y que tal vez no supo ejecutar los postizos887. Pero no negó ciertos elementos del arte ibérico como la disposición de la cola, que era la misma que se veía en los toros ibéricos; y un elemento helénico, en la expresión de realismo incipiente y bárbaro. Lo razonaba Mélida afirmando que jamás habían tenido los toros asirios esta expresión de realismo, a pesar de que los orientales fueron grandes animalistas. Resulta curiosa una reflexión que hizo Mélida al final de la conferencia, cuando proyectó sobre el arte ibérico el mismo esquema evolutivo que ya aplicara en el caso de otras civilizaciones: aprendizaje, perfeccionamiento y decadencia. Según él, la bicha de Balazote se encuadraría en el período de aprendizaje, y le asignó una fecha aproximada del siglo IX antes de Cristo. Un error cronológico provocado por su convencimiento del carácter oriental de la pieza, que le hizo adelantar la fecha para atribuirle un parentesco caldeo-asirio. Su verdadera fecha se sitúa aproximadamente a comienzos del siglo V antes de Cristo888. Los razonamientos y conclusiones sobre la esfinge de Balazote revelan que todavía en esta segunda década del siglo XX Mélida atribuía al arte ibérico un alto grado de dependencia respecto de otras civilizaciones foráneas del Mediterráneo Oriental si bien ya había asimilado la existencia de un arte propio. Respecto de su primera publicación de 1896, Mélida había experimentado un considerable acercamiento a la cultura ibérica. 8830 8840 8850 8860

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MÉLIDA ALINARI (1896e: 141-142). MÉLIDA ALINARI (1896g: 11). Sobre su hallazgo e ingreso en el Museo Arqueológico Nacional en 1896, véase MÉLIDA ALINARI (1896e). MÉLIDA ALINARI (1914a: 11). Sobre la distribución de las esculturas de toro en la Península Ibérica, véase CHAPA BRUNET (1985: 150-169). MÉLIDA ALINARI (1914a: 11). Vid. GARCÍA Y BELLIDO (1980: 68-69).

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De un contenido mucho más general fue otra conferencia pronunciada en el mismo centro, titulada “Escultura Ibérica”, en la que valoró cuál había sido la influencia ejercida por las colonias griegas de la costa levantina. Mélida distinguió entre el arte griego antehelénico o pelásgico –que subdividió en egense, cretense y micénico (miceniano)889– y el helénico propiamente dicho. Puso como ejemplos de las influencias del arte antehelénico las cabezas de toro de Costig, a las que Antonio Vives atribuía reminiscencias cretenses y egenses. Sin embargo, Mélida las estimaba como obra indígena basándose en la manera bárbara de tratar el hocico. No negaba para las piezas de Costig una cierta influencia antehelénica. Otros hallazgos arqueológicos que emparentó con la corriente artística griega fueron la cabeza de Palas Atenea encontrada en Denia y la Venus de la escuela de Scopas, descubierta en Ampurias. En cuanto a la Dama de Elche, a la que tantas líneas dedicó Mélida, opinó esta vez que se trataba de una obra votiva tenida por obra de un artista griego: aunque nosotros la creemos de mano indígena, si bien aleccionada por un aprendizaje helénico aquí en la península o allí en Grecia890. Otro aspecto del arte ibérico de influencia griega advertido por Mélida fue el que se apreciaba en los bronces ibéricos, conocidos también como ídolos ibéricos. Muchos de ellos pertenecían a la colección Vives y de dos de ellos poseía copias el Museo de Reproducciones Artísticas.

REFLEXIONES EN TORNO A LA CERÁMICA PREHISTÓRICA: MÉLIDA Y BONSOR Desde finales del siglo XIX, la cerámica se convirtió en el fósil-guía de las excavaciones arqueológicas emprendidas en Europa y Próximo Oriente. Se trataba de una prueba más del reflejo del Positivismo y su incorporación al mundo de la Arqueología891. En España, Mélida y Bonsor se revelaron como dos de los más destacados estudiosos en el tema de la cerámica pre y protohistórica. Pronto, desde sus primeros contactos por carta a principios de siglo, se revelaría Bonsor como un especialista en la materia al que Mélida recurrió en contadas ocasiones. Una de las primeras publicaciones en las que Mélida abordó el estudio de la cerámica fue en 1902 en la revista Nuestro Tiempo y llevó por título “Cerámica prehistórica de la Península Ibérica”. En ella reflexionaba sobre la naturaleza de la cerámica peninsular y su procedencia. Dudaba sobre los orígenes de las copas y vasos encontrados en Granada y Almería y se preguntaba si los íberos habían fabricado esos recipientes en imitación a los comerciados con itálicos, griegos y asiáticos, con lo cual afloraba de nuevo el componente difusionista que todavía condicionaba algunos de sus razonamientos. Según la opinión de Mélida, la ornamentación prehistórica había llegado en el período neolítico de transición al metal a cierto grado de perfeccionamiento, constituyendo un verdadero estilo. Los vasos de Palmella habían sido referencia única para la cerámica perteneciente a la llamada Edad Calcolítica-Bronce. No obstante, el descubrimiento casual en 1894 de la cerámica de Ciempozuelos892, obligó a revisar el panorama cronológico cerámico de esa transición entre el último período de la piedra y el primero del metal. Examinó los vasos de Ciempozuelos Antonio Vives Escudero, quien obtuvo medios necesarios para excavar y recuperar diez piezas más, que actualmente enriquecen el Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia893. El estudio de esta cerámica prehistórica ornamentada de la Península ayudó a concluir que su fabricación correspondía a la época calcolítica, entre el 3.000 y el 2.000 antes de Cristo aproximadamente. Pero lo verdaderamente delicado era la adjudicación de su origen o procedencia. Según Cartailhac era difícil sostener la existencia de cierta relación de origen entre los grupos bretón, pirenaico, proven8890

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Su propuesta cronológica era la siguiente: egense (siglos XXX-XX antes de Cristo), cretense (siglos XX-XV antes de Cristo) y miceniano (siglos XV-XI antes de Cristo). MÉLIDA ALINARI (1914a: 15). Vid. supra página 48. Sobre los detalles del descubrimiento, véase AYARZAGÜENA (1993: 504-506) y BLASCO, BAENA y LIESAU (1998: 6-30). Para el estilo y cronología de la céramica de Ciempozuelos, véase BLASCO ET ALII (1994: 113-117). ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 89-98).

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zal y alpino, por cuanto habría que considerar una importación por mar, y faltaban pruebas positivas para verificar este extremo. Este hecho lo puso en relación con el cambio de opinión de Bonsor, para quien esta cerámica había dejado de explicarse desde el origen céltico. En palabras de Mélida, que utilizaba con frecuencia el plural mayestático, nosotros creemos que ante todo debe desecharse toda sospecha de importación (...) la comparación de las piezas ornamentadas en puntos tan distantes como Talavera de la Reina, Ciempozuelos, Carmona, El Argar, en la provincia de Almería, no deja lugar a duda de que se trata de una manufactura indígena cuyos centros de fabricación fueron esos mismos lugares (...) todo indica que los vasos ornamentados son de fabricación indígena894. Se infiere de estas afirmaciones que comenzaba a conceder al indigenismo una presencia y un protagonismo que hasta entonces le había negado. Empezaba a albergar la posibilidad de que los pueblos pre y protohistóricos de la Península Ibérica fueran capaces de tomar iniciativas y de erigirse en creadores, sobreponiéndose a la supuesta dependencia cultural de otras culturas consideradas netamente superiores. Mélida concluyó este artículo con una reflexión tan atrevida como difusa, en la que señalaba un carácter común entre las piezas cerámicas egipcias y las ibéricas, como era la aplicación de la pasta blanca. Entonces propuso: ¿debe seguirse de todo lo expuesto que a la decoración característica de los vasos ibéricos haya que asignarle origen egipcio y puede formularse la hipótesis de que los primitivos pobladores de la Península vinieran del África?895 Según él, no faltaban indicios favorables, atendiendo a la simple comparación de los instrumentos paleolíticos, tanto de la Península Ibérica como de Egipto. En estas palabras, se hizo palpable la influencia de Rada y Delgado sobre la visión egiptocéntrica que arrastró en los años anteriores a su muerte en 1901. También Carlos Lasalde había incurrido en la desviación de recurrir a Egipto para establecer paralelos culturales y tipológicos con los bastetanos896. Desde el punto de vista antropológico, Manuel Antón y Ferrandiz ya había manifestado la sospecha de que de las dos razas primitivas que identificaba en la Península, una con vestigios laponoideos (los celtas) y otra de cabeza larga (iberos), la ibera parecía corresponder a la gran raza mediterránea, considerada entonces por antropólogos y arqueólogos como de origen africano. Se trataba de un tema poco estudiado hasta ese momento y tratado por Mélida con muchas reservas. Existían desde finales del XIX dos opciones culturales sobre los orígenes de los pueblos peninsulares. Una de ellas los emparentaba con aportaciones célticas y otra con aportaciones orientales. En la primera, autores como Ramis, Mitjana, Murguía o Hernández Sanahuja evidenciaban en su discurso un componente céltico deudor del nacionalismo romántico que se respiraba entonces y que hasta prácticamente finales del XIX dejó secuelas en algunos escritos de historiadores y arqueólogos españoles En la segunda opción se encontraba, entre otros, el ilustre epigrafista Fidel Fita, para quien los íberos procedían del Caúcaso897. La importancia que la cerámica fue adquiriendo dentro de la disciplina arqueológica fue el motivo central de la relación que Mélida y Jorge Bonsor mantuvieron durante veintidós años. La primera correspondencia que consta entre José Ramón Mélida y Jorge Bonsor data del año 1901. Su trayectoria como historiadores y arqueólogos, uno desde la capital y otro desde el sur peninsular, acabaron por cruzarse a principios de siglo. Se desconoce el momento exacto en que se conocieron pero debieron de entablar su primer contacto en torno al año 1899, cuando Bonsor publicó en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, de la que Mélida era director, su artículo “Notas arqueológicas de Carmona”. Ese mismo año había publicado Les colonies agricoles pre-romaines de la Vallé du Betis en el número XXXV de la parisina Revue Archeologique. Sin duda, una obra clave y de gran aportación entonces para la España prerromana898. El caso es que desde 1901 mantuvieron una relación epistolar que se prolongaría hasta el año 1923. 8940 8950 8960 8970

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MÉLIDA ALINARI (1902g: 1006-1007). MÉLIDA ALINARI (1902g: 1013). RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002). En su discurso de entrada en la Academia de la Historia en 1879 se basó en los trabajos de un escritor del siglo XV, Juan Margarit, donde defendió que los íberos se extendieron en una franja entre los Pirineos y el Ebro una vez llegados del Cáucaso. Vid. RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002). MAIER (1999b: 112-127).

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La primera carta de Mélida en la que trató temas cerámicos con Bonsor estaba fechada el 1 de febrero de 1902. Mélida anticipaba a su colega su próxima lección del Ateneo, en la que se ocuparía de la cerámica prehistórica de España y por lo tanto de los vasos decorados de Palmella, Ciempozuelos, el Argar y el Acebuchal (Carmona, Sevilla)899, de los que Bonsor había sido el feliz descubridor. Mélida le advirtió a Bonsor sobre la delicada cuestión de la filiación céltica de estas cerámicas, origen negado ahora por el anglo-francés900 y en la que intervendrían, como se deriva de las cartas conservadas, arqueólogos de la época como Flinders Petrie o Federico Maciñeira Pardo901. Debió de ser fundamental para Bonsor el hallazgo de cerámica campaniforme en el dolmen de la Cueva del Vaquero ya que le permitió establecer su contemporaneidad con la tumba, que él fechaba en el Neolítico Final o el Eneolítico. De alguna manera, Mélida se beneficiaba indirectamente de los avances de sus colegas ya que sus cartas con Bonsor recogían las conclusiones y discusiones que éste mantenía, a su vez, con otros investigadores de entonces. Mélida ofreció su particular punto de vista: Sobre este punto diré a V. francamente que según mi parecer el caso se relaciona con algo que dije a propósito del vaso con ornamentación geométrica (estilo rectilíneo) de la donación Stützel: esto es que, desechada igualmente que los orígenes arios de los antiguos pobladores de Europa, la teoría del origen europeo y septentrional de la labor rectilínea y del origen meridional o mejor costero y semítico de la labor curvilínea, es preferible admitir, a lo menos, por el pronto, con los ceramógrafos, que esa ornamentación primitiva, responde a un estado social por el cual han pasado todos los pueblos en los comienzos de la historia. Yo, sin embargo, diré a V. que el motivo predominante en esa ornamentación la hallo en vasos egipcios de barro y es típico en los vasos de vidrio que unos llaman egipcios y otros fenicios teniendo todos razón y de los cuales vasos se halló una dentro de una urna cineraria en Uclés (provincia de Cuenca). Urna y vaso están en el Museo Arqueológico. ¿es que los iberos lo copiaron? Las formas de los vasos ibéricos son diferentes de los egipcios y fenicios. La técnica es distinta también. En fin, creo que mareo a V. adelantándole algo de lo que el sábado pienso decir a mis alumnos902.

Las palabras de Mélida evidencian, entre otras cosas, la valoración de la cerámica, siguiendo a Flinders Petrie903, en el estudio de las sociedades antiguas como una prueba palpable de la incorporación del Positivismo y sus métodos en el campo de la Arqueología. Abordó el análisis cerámico convencido de que partiendo de la cultura material de un pueblo, más aún tratándose de objetos tan cotidianos como los recipientes cerámicos, se podían extraer conclusiones de más amplio espectro, que afectaban a la mecánica y desarrollo de toda una civilización. Es evidente que Mélida tomó a Bonsor como especialista en cuestiones ceramológicas, consciente de los avances y resultados obtenidos por éste en sus investigaciones del Sur peninsular. Por eso recurrió a él para consultarle y comentar cuestiones técnicas. Se había convertido en su referente y confidente dentro del campo ceramológico. A partir de las observaciones y estudios cerámicos que Mélida acometió, llegó a la conclusión de que el empleo de trazos rectos o curvos en la decoración de vasos y recipientes respondía al camino recorrido por cada pueblo para encontrar su ideal estético (...) y en el recorrido por la humanidad para encontrar el suyo absoluto, se encuentra una repetición de iguales hechos904. Mostró su convencimiento de que el empleo del trazo rectilíneo no estaba adscrito a un criterio geográfico sino temporal. Mélida creyó que todos los pueblos se veían afec8990

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Estos vasos proceden de la reexcavación de los túmulos del Acebuchal por Bonsor en 1896 (vid. MAIER (1999b: 118 y 209). También en El Acebuchal practicó excavaciones en 1908 (MAIER (1999b: 208-211). En un principio, Bonsor había advertido una relación cultural entre la cerámica campaniforme decorada (a la que llamó cerámica geométrica incisa rellena de pasta blanca, aparecida alrededor de las sepulturas de los lapidados del Acebuchal) y la invasión celta. Posteriormente Bonsor rectificaría este extremo y adjudicó para este tipo de cerámica una filiación Neolítica, si bien aceptaba un cierto componente céltico entre las poblaciones del Bajo Guadalquivir. Debe tenerse en cuenta que Bonsor mantuvo una relación estrecha con el que entonces fue el mejor conocedor de la problemática derivada de la cerámica: Sir William Flinders Petrie (1853-1942), con el que cotejó los materiales que le aparecían en el Valle del Guadalquivir. Véase MAIER (1999b: 124). MAIER (1999b: 194-197). MAIER (1999a: 50, carta nº 68). Vid. supra páginas 47-48. MÉLIDA ALINARI (1896d: 59).

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Fig. 29.- Jorge Bonsor rodeado de cerámica, principal foro de debate con Mélida.

tados por este proceso evolutivo tan peculiar, influido por las teorías difundidas por su colega francés Pierret a finales del XIX905 y quizás reforzado en su posición por los tintes etnográficos y genéticos que estaba adoptando la Arqueología de principios del siglo XX y en la que el evolucionismo tuvo una acción directa. De esta manera, recurrió a una explicación ciertamente sesgada que obviaba otros criterios como el artístico, el social, el geográfico o el religioso. Basándose en el arte griego como modelo, concluyó que los cuatro estados o etapas artísticas que conformaban el ciclo evolutivo de una civilización eran: primitivo o rectilíneo, hieratismo, arcaísmo y clasicismo. La relación epistolar entre Mélida y Bonsor atravesaba por una de sus épocas más activas en esta primera mitad de 1902. El 19 de febrero envió aquel una nueva misiva a su amigo Bonsor en respuesta a otra anterior enviada por éste y recibida por Mélida el día 6 de febrero906. Sus palabras revelaban una colaboración entre ambos en la que debió de influir que Mélida residiera en Madrid y tuviera más fácil acceso a documentación, museos y contactos con otros colegas. Bonsor se vio desfavorecido por la distancia que le imponía el hecho de vivir en el Castillo de Mairena del Alcor (Sevilla) pero también 9050 9060

Vid. supra páginas 59-60, 96 y 117. MAIER (1999a: 52, carta nº 70).

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fue de gran utilidad para informar a Mélida sobre las novedades arqueológicas acontecidas sobre todo en Andalucía occidental. Volviendo al contenido de la carta anterior, Mélida prolongó la discusión que mantenía con su colega acerca de la naturaleza de las cerámicas. Le envió un calco en el que aparecía un dibujo de línea en zig-zag y sus interpretaciones jeroglíficas907 en Egipto, donde solo (dibujo de doble línea en zig-zag), tiene un valor fonético, de N. Y repetido (idéntico dibujo al último señalado), es uno de tanto determinantes, de valor puramente gráfico, que representa el agua que corre908. Mélida advirtió que como letra entraba en la composición del nombre del primer rey de las dinastías históricas egipcias, Mena. Lo que más le llamaba la atención era que el mismo signo o motivo se encontraba en la ornamentación de vasos egipcios prehistóricos y en los signos de la Cueva de los Letreros en la provincia de Almería. Estos fueron los paralelos sobre los que centró su reflexión Mélida en sus lecciones del Ateneo de Madrid, que llevaba ya cuatro años impartiendo, entre las que incorporó los vasos ornamentados del Acebuchal. El plantear estas teorías sobre paralelos en la decoración de cerámicas supuso una novedad en las explicaciones de Mélida, lo que provocó una expectación e interés extra entre el público que acudía a sus cursos. Ciertamente, la decoración cerámica se había convertido en un reclamo para los arqueólogos ya que llevaba implícita una información arqueológica que trascendía el campo de la estética y revelaba aspectos claves de las sociedades antiguas. Las reflexiones de Mélida hay que encuadrarlas en las influencias que la escuela formalista austriaca legó en su obra. Según Riegl, las líneas en zig-zag revelaban una procedencia del arte de trencería y tejeduría y están en los comienzos del arte geométrico909. En referencia a la anterior carta de Bonsor, Mélida le dijo: ¿recuerda V. el nombre del profesor que ha hecho las curiosas indicaciones de que V. me habla, referentes al arte primitivo de los escandinavos?910. En la obra de Petrie que V. tiene, podría V. ver si en las pictografías o jeroglíficos prehistóricos existe, como creo recordar, el signo que nos preocupa. Es evidente que la iconografía de los vasos cerámicos despertó su interés científico, hasta el punto de que estaba constantemente planteándose nuevas interpretaciones y proponiendo nuevos enfoques. El mismo Mélida reconoció estar preparando un artículo en el que trataba la problemática de las relaciones entre pueblos a partir de la cultura material, y más concretamente a partir de la cerámica. Trataba de acercarse a las civilizaciones del pasado prestando más atención a la historia interna de las sociedades (costumbres, cotidianeidad, folclore, etc) en detrimento de la relación de sucesos y hechos históricos que dominaban por completo la enseñanza y el escenario científico del momento. De hecho, le pidió permiso a Bonsor para poder reproducir en su artículo los grabados publicados en su último libro. A lo largo de su trayectoria como arqueólogo fueron pocas las incursiones que Mélida hizo en el campo de la Prehistoria. Sin embargo, sus acercamientos a este período los llevó a cabo casi siempre desde el análisis de la decoración cerámica, que le sirvió como guía para defender sus postulados. De la relación epistolar mantenida con Jorge Bonsor en 1902, se deduce que uno de los fenómenos que más llamó la atención de Mélida fue la repetición de un mismo signo o motivo en la ornamentación de vasos egipcios prehistóricos y en los signos de la “Cueva de los Letreros” en la provincia de Almería; paralelos sobre los que centró su reflexión en sus lecciones del Ateneo de Madrid durante aquellos años y que acabaría matizando en 1906 con motivo del discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia. Basándose, en gran parte, en los descubrimientos de Jacques de Morgan en Egipto, Mélida afirmó que los signos de algunas cuevas peninsulares (Fuencaliente y Batanera, Ciudad Real; Cueva de Los Letreros, Almería; Zuheros y Cuevas de Carchena, Córdoba; y otras ubicadas en las Islas Canarias) se emparentaban con las pictografías prehistóricas descubiertas en Egipto. El caso es que Jacques de Morgan había conseguido desvelar la existencia de una Edad de Piedra para Egipto, que expondría más adelante en su Prehistoric Egypt de 1920. Tras investigar las afinidades de la civilización predinástica de 9070

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Entre la documentación y los borradores que se conservan en el expediente personal de Mélida dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional destacan escritos y tablas confeccionadas por el madrileño, referentes a signos jeroglíficos. MAIER (1999a: 52, carta nº 70). RIEGL (1980: 11-12). Vid. ABERG (1918). Este arqueólogo sueco (1888-1957) estudió la cerámica de las antiguas sociedades escandinavas.

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Nagada con las de Mesopotamia, concluyó el inglés que ambas civilizaciones tenían una comunidad de origen y que estos pueblos se comunicaban entre ellos con toda seguridad, aunque sus países estuvieran físicamente lejos. De Morgan estaba dotado de gran facilidad de síntesis y le animaba la voluntad de reconstituir la continuidad de la evolución humana que, según él, resultaba de las relaciones entre los pueblos y tenía el mérito de integrar la Prehistoria en la Historia. Con estos antecedentes, Mélida publicó en la revista Coleccionismo en 1923 una “Nota sobre la ornamentación eneolítica” en la que hizo notar que la decoración característica de la cerámica prehistórica peninsular del período eneolítico, compuesta de trazados geométricos incisos, rellenos de pasta blanca, resaltando sobre el oscuro fondo del vaso, mostraba paralelos con algunas piezas cerámicas primitivas halladas en Egipto y decoradas por igual procedimiento o pintadas. Además, llamó la atención sobre un detalle decorativo común a la Península y a Egipto: el motivo de la línea en zig-zag, que en el ideografismo egipcio representaba el agua. Sobre esta teoría se había pronunciado el arqueólogo belga Luis Siret en 1913 en su libro Questions de Chronologie et d’Ethnographie ibériques, en el cual coincidía con el punto de vista de Mélida solamente en lo concerniente a la significación del agua en los vasos eneolíticos. Recordaba Mélida los vasos que había tenido la ocasión de examinar en el Museo Egipcio de El Cairo, gracias a la ayuda de Gaston Maspero y Heinrich Brugsch. Estos vasos habían sido clasificados por los egiptólogos como del período arcaico, que comprendía el final de la Prehistoria y el comienzo de los tiempos históricos, es decir, las dinastías tinitas. A juicio de Mélida, la coincidencia con los vasos eneolíticos de la Península Ibérica no estaba tanto en las formas, como en el procedimiento decorativo. Hizo notar que en las copas de Palmella (Portugal) y Ciempozuelos, y en otras de la misma familia encontradas en Toledo y Andalucía, se repetía una imagen del agua idéntica a la egipcia; lo que para Mélida significaba una repetición de las mismas formas que se daban en Egipto en el sistema jeroglífico. Así, planteaba un proceso que comenzaba en las pictografías de los tiempos paleolíticos, grabadas en las rocas del Egipto, para continuar posteriormente en las pinturas de vasos neolíticos y arcaicos. Sostenía que tenían idéntico valor las pinturas y los dibujos prehistóricos, tanto rupestres como de objetos manuales de la Península, donde el ideografismo no tuvo por consecuencia el fonetismo gráfico; y que la escritura no fue conocida por los peninsulares anterromanos hasta que la importaron los pueblos históricos colonizadores. De hecho, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia de 1906, llegó a afirmar que las pictografías de las rocas de Egipto convencían pronto de que eran la forma embrionaria y prehistórica de un sistema de escritura que constituyó luego una de las características de la civilización. Ante este panorama se preguntaba si era casualidad la coincidencia de los signos rupestres del agua, ya que sólo podía presumirse que alguna oleada de pobladores de nuestro suelo, venidos de África, pudiera haber traído tales invenciones. Recientemente había indicado el alemán Hugo Obermaier –Siret ya lo había vislumbrado– la presunción de que los dólmenes neolíticos y eneolíticos, posible producto de una cultura costera, hubieran sido introducidos en nuestro suelo por inmigraciones africanas. Analizado el artículo precedente de una manera global, pueden detectarse ciertas inclinaciones orientalistas y egiptocéntricas en los planteamientos de Mélida, a quien debió de afectar también el contexto difusionista derivado del hiperdifusionismo británico de principios de siglo. Pero el contacto epistolar entre ambos abarcaba una temática más amplia. Bonsor se convirtió en el enlace de excepción para Mélida en Andalucía, desde donde le informaba de todo lo que sucedía en el campo de la Arqueología. A principios de siglo había comenzado una relación entre Mélida y Bonsor que habría de durar más de veinte años. Tras cuatro años sin cartearse911, retomaron el intercambio el 19 de enero de 1911, momento en el que Mélida se encontraba atareado con sus preparativos sobre las excavaciones de Mérida. Ese día Bonsor envió una carta912 a Mélida, acompañada de un mapa de Andalucía con 9110

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Basándome en la publicación de las cartas de Bonsor por MAIER (1999), la última misiva que intercambiaron los dos arqueólogos se remonta a 1907. Conservada en el archivo personal de Mélida dentro del Museo de Reproducciones Artísticas de Madrid.

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los nombres geográficos antiguos que creyó localizar y una lista con nombres de poblaciones, despoblados, etc., y que Bonsor tuvo ocasión de visitar y reconocer sobre el terreno, como Oducia, Segovia, Palma y Detumo. El citado mapa también recogía las vías romanas del itinerario de Antonino y las estaciones del itinerario. Bonsor aportaba a Mélida los datos que éste debió de solicitarle con motivo del mapa general de España que le había sido encargado para la exposición que iba a celebrarse en Roma913. También le había pedido a Bonsor un plano de la necrópolis de Carmona, que éste no tuvo tiempo de confeccionar. En la misma misiva, el inglés informaba a Mélida de la reciente visita de Manuel Gómez Moreno, a quien mostró la escultura de cabeza de mujer encontrada en Carmona y las tumbas eneolíticas de El Gandul, junto con los esqueletos y objetos encontrados. Terminaba la carta con una propuesta de futuro: la celebración de un congreso arqueológico en Sevilla914. Precisamente sobre la posible celebración de un congreso de Arqueología intercambió información Mélida en su siguiente misiva. Recibió una carta915 fechada el 27 de enero de 1911 de R. de Santa María, en la que le anunciaba que estoy a la pesca de las informaciones que le interesan a usted acerca del proyectado congreso de Arqueología. Santa María debía de encontrarse en Roma, ya que, según él, en la dirección de las excavaciones del foro no sabía cosa alguna, y en la dirección de Bellas Artes todos se mostraban ignorantes. Circulaban rumores de que una comisión especial había realizado reuniones y prevalecía el criterio de que sería más conveniente para el éxito del congreso el que éste tuviera lugar en 1912916. Además, habían surgido ciertos obstáculos para la celebración del mismo en 1911. Circunstancias, aseguraba Santa María, que habrían sido motivo de agrias críticas en España. El mismo Santa María envió otra carta a Mélida, cuando éste desempeñaba el cargo de director del Museo de Reproducciones Artísticas, fechada en 14 de junio de 1911. En ella, anunciaba que el material español del Museo Arqueológico establecido en las termas de Diocleciano estaba siendo catalogado entonces por el arquitecto catalán Pijoán917. Algo debió de tener que ver esta carta con la exposición organizada por el gobierno italiano para conmemorar el cincuentenario de la capitalidad de Roma prevista para marzo de 1911, en las Termas de Diocleciano. El Centro de Estudios Históricos y el Institut d’Estudis Catalans habían sido encargados de organizar la sección española, sin aportación de piezas sino de fotografías918. En uno de los informes firmados por Mélida el 9 de febrero de 1917 en el Boletín de la Real Academia de la Historia, dio cuenta de varios descubrimientos ocurridos en la localidad sevillana de Marchena gracias el escultor Lorenzo Coullaut Valera919. Figuraba entre los hallazgos un vaso de barro hecho a mano que denota ser su manufactura del período eneolítico, ó sea de transición de la piedra pulimentada al metal, y su inmediato parentesco con los vasos de Ciempozuelos, que la Academia debe al inteligente Sr.Vives, y a otros ejemplos análogos como los descubiertos por Bonsor en la vega de Carmona920. Difería de los típicos de Ciempozuelos, que son negros, en que el de Marchena mostraba color rojo en la superficie externa. No dudó Mélida en consultar a su amigo Bonsor, al que consideraba un especialista en asuntos cerámicos, para que investigara más a fondo el contexto y características de la pieza en cuestión. El inglés se trasladó a Marchena al poco de ser requerido por su colega y a continuación le envió una carta, fechada el 20 de julio de 1917, diciéndole: Las sepulturas eneolíticas se encontraron frente al molino aceitero de San Ginés (...) en un olivar propiedad de Don Ramón García (...) en este sitio descubrieron unas cincuenta sepulturas; son pequeño hoyos cubiertos con lajas

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La citada exposición tuvo lugar en Roma durante 1911. Como aportación española, cabe destacar una colección arqueológica, organizada por el Centro de Estudios Históricos, de la cual fue comisario Manuel Gómez Moreno. Para conocer la contribución de Bonsor a esta exposición, véase MAIER (1999b: 234). No se tiene constancia de ningún congreso arqueológico celebrado en Sevilla en la segunda década del siglo XX. Conservada en el archivo personal de Mélida dentro del Museo de Reproducciones Artísticas de Madrid. Sobre la celebración de este congreso, ESPADAS BURGOS (2000: 65-66). Josep Pijoán Soteras (1881-1963) destacó como historiador del arte y arquitecto. Formado en Barcelona, marchó a Italia a perfeccionar sus estudios. De hecho, en 1910 el Gobierno español le confió la organización de la Escuela Española de Estudios Históricos, establecida en Roma. ESPADAS BURGOS (2000: 63-64). Sobre la posterior donación al Museo Arqueológico Nacional, véase apéndice 3. MÉLIDA ALINARI (1917e: 320).

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de piedra; contienen esqueletos encogidos, hojas y puntas de pedernal, hachas de piedra y vasijas de una alfarería basta. Me aseguró Don Antonio que no se habían descubierto más que dos vasos con decoración incisa, que son los que se llevó don Lorenzo Coullaut-Valera. Tuve ocasión de ver pequeños montones de los tiestos recogidos, y que los trabajadores tiraron al pie de los olivos, no encontrando entre éstos un solo tiesto fino ni con adorno921.

Acompañaba a la misiva, un dibujo922 hecho sobre fotografía para explicar el corte del terreno y la situación de las sepulturas. Volviendo a la naturaleza del vaso en cuestión, Mélida lo consideraba un producto fino de la industria indígena, coetáneo de las hachas de piedra pulimentada, los cuchillos y las puntas de flecha. Por su forma, lo emparentaba con los caliciformes ibéricos y destacaba como principal característica la línea quebrada o zig-zag. En este vaso presentaba la variante de líneas oblicuas, que le llevaba a relacionar el sistema ornamental de la cerámica con una mayor antigüedad que sus congéneres. La forma de proceder de Mélida en el estudio y documentación de este vaso eneolítico evidencia su rigor en la investigación y un claro intento por precisar todos los datos posibles recurriendo al conocimiento del contexto en que se había producido el descubrimiento y en métodos deductivos apoyados en bases firmes y demostrables. Bonsor actuaba de informador provincial y facilitaba interesantes datos que ampliaban la perspectiva científica de Mélida.

I NGRESO EN LA REAL ACADEMIA DE LA H ISTORIA José Ramón Mélida y Alinari fue propuesto académico de la Historia por la medalla 24 en la sesión celebrada el día 26 de enero de 1906923, momento en el que Antonio de Aguilar y Correa ocupaba el cargo de director. La propuesta estaba suscrita por la firma de Fidel Fita, Antonio Sánchez Moguel, Antonio Rodríguez Villa y Francisco Fernández de Bethencourt. Por entonces, Mélida tenía cincuenta años y era jefe de segundo grado del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos924; y director del Museo de Reproducciones Artísticas, aparte de otros muchos cargos. Como corresponde a todo nombramiento de académico en la institución, hubo de ser por fallecimiento de otro académico y los términos de la toma de posesión del cargo se hicieron siguiendo el artículo 4 del Real Decreto de 25 de febrero de 1847 y sucesivos reglamentos925. En el caso de Mélida, ocupó la vacante dejada por el sevillano José María Asensio (1829-1905) y tuvo la obligación de redactar, como apéndice a su discurso de recepción, un artículo necrológico926 del académico al que sustituía. La elección se hizo efectiva el 16 de febrero de 1906, si bien el nuevo académico fue avisado un día después, el 17 de febrero. La elección de Mélida como académico de la Historia se produjo bajo varias circunstancias, como por ejemplo la pesimista expectativa de su nombramiento. Analizando la correspondencia mantenida entre Mélida y su amigo balear Gabriel Llabrés, pueden inferirse las dudas de Mélida y sus pocas esperanzas de ser académico. Ya vimos cómo el mismo Llabrés se convirtió en confidente de Mélida cuan9210 9220 9230

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MÉLIDA ALINARI (1918g: 4). MÉLIDA ALINARI (1918g: 4, lám. I). En la misma página aparece una fotografía del vaso. Véase la página 277 del Libro de Actas de la Real Academia de la Historia, correspondiente al libro XXXVI. Además, se conserva una carta en el expediente de José Ramón Mélida de la Real Academia de la Historia. En 1958 fue publicada una Bio-bibiografía del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, 1858-1958, por Agustín Ruiz Cabriada, en la que se recogían datos biográficos de Mélida (pp. 610-611), al igual que todas sus publicaciones. Fueron cuatro las firmas que avalaron el ingreso de Mélida en la Academia, si bien los estatutos establecen que debían ser tres los académicos que suscribieran la entrada de un nuevo miembro. Hay más casos de académicos de la época en que se repite este caso. Para más información acerca de los reglamentos, vid. P EIRÓ (1995: 108-109). Se conserva en el archivo de la Real Academia de la Historia un oficio, firmado por el Secretario el 14 de febrero de 1906, dirigido al propio Mélida: La Academia celebrará Junta ordinaria el viernes 16 del corriente (febrero) a las 8’30 de la noche y en ella se procederá a la elección de académico de número que haya de cubrir la vacante ocurrida por fallecimiento del Excmo. Sr. Don José María Asensio y Toledo. Lo aviso a usted para su inteligencia y con el fin de que se sirva asistir. En el apéndice necrológico (p. 6) se refiere a José María Asensio en los siguientes términos: Fue Asensio hombre recto y bueno, cuyo espíritu magnánimo y generoso se complació en ensalzar y venerar las altas manifestaciones que de su pujanza dio el espíritu nacional en los días memorables de la grandeza española. MÉLIDA (1906d: 57-64), rindió cumplido homenaje a la trayectoria de José María Asensio, donde se incluyeron sus trabajos de cervantista, otros literarios, artístico-literarios, de americanista, históricos y académicos.

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do éste perdió la cátedra de la Escuela Superior de Diplomática entre 1884 y 1885, que ganó Juan Catalina García. Igualmente sucedió en 1905 cuando, en carta fechada el día 13 de enero, Mélida expresó sus íntimas aspiraciones académicas al describir el ejemplo de Gaspar Muro: un viejecito modesto, afable, moderado, de poca talla, poca voz y poca presencia. Creo que tomaba los trabajos históricos por deporte, y su sola aspiración, no lograda, era entrar en la Academia de la Historia (donde no entraré yo, porque tengo a los santones de espaldas y no pienso dar el menor paso para que me miren); pero a pesar del libro La Princesa de Éboli no lo consiguió, y murió hará unos cinco años927. Otra circunstancia a tener en cuenta es que Rada y Delgado, cuya presencia e influencia había facilitado siete años antes su entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, había fallecido en 1901 y sus apoyos en el entorno académico se vieron mermados. Juan Catalina, su eterno rival, representaba una fuerza de choque para las aspiraciones de Mélida y éste debía ser prudente y mesurado en sus relaciones con los personajes de mayor peso en la Academia. Respecto a los santones a los que se refirió Mélida, bien pudo tratarse de la misma “vieja guardia arqueológica” que opuso resistencia a la formación del Catálogo Monumental de España en 1900, en el que por cierto estaba implicado Mélida. Podría tratarse también de Sánchez Moguel, al que Manuel Gómez Moreno, el padre, se refirió en estos términos cuando fue fundado cuatro años después el Centro de Estudios Históricos: ahora parece que el señor Sánchez Moguel quiere darle otro giro a la cosa, haciéndola como dependiente de la Real Academia de la Historia, sin duda para que los señores académicos mangoneen de lo lindo; y una institución que parece lleva sabia nueva vaya a parar a uno de esos cuerpos momificados y rancios de mucho prestigio, compuesto por personas doctas y de valer pero de una acción lenta en demasía928. La Real Academia de la Historia representaba la cara opuesta al Centro de Estudios Históricos: la tradición depositaria del saber frente a los aires renovadores y la ambición científica de una institución convertida en “laboratorio de trabajos históricos” y apadrinada por hombres formados en ambientes progresistas como Menéndez Pidal, su primer director, Eduardo Hinojosa, Rafael Altamira o Manuel Gómez Moreno. La Real Academia de la Historia era la institución de notables por excelencia. Pero Mélida acabó ingresando en ella, dando un giro respecto a sus años de formación en la Institución Libre de Enseñanza. El arqueólogo madrileño lamentó y censuró una realidad tan injusta como necesaria: los favoritismos y las relaciones de poder. No obstante, la elección como académico acabaría produciéndose ante su sorpresa: Por perdido daba yo el pleito de la Academia, de la cual no quería acordarme, cuando el rumbo de las cosas me llevaron por ese lado y los que antes me combatían todos me votaron929. Efectivamente, vio en la Academia un feudo dominado por el favor personal, las influencias y el clientelismo; una institución a la que, además, pertenecían antiguos rivales suyos como Juan Catalina y García. Cabe imaginarse que Mélida arrastraba todavía cierto resentimiento desde que Catalina le arrebató la cátedra en 1885. Volvía a encontrarse con él y con su círculo de influencias después de veinte años. Respecto a la frase “los que antes me combatían todos me votaron” bien pudo referirse a Sánchez Moguel ya que se da la circunstancia de que había sido el mismo que propuso a Catalina en 1890930. Además, Rada había sido el encargado de responder el discurso de ingreso de Catalina. Es evidente que las amistades de uno y otro se solapaban y mantenían una convivencia cordial en la que sería difícil revelar las tensiones y competencias que les enfrentaban, pero Mélida nunca vio con buenos ojos el sostenido ascenso de Catalina, cuyo ritmo de trabajo y publicaciones era netamente inferior al suyo. Uno de los personajes más influyentes y poderosos era entonces el Marqués de Cerralbo. Debió de mantener con Catalina una relación de afinidad, motivada por su perfil católico-tradicionalista, que se vería refrendada por la contestación del discurso de ingreso del Marqués de Cerralbo en 1907. El caso es que, paradójicamente, Mélida acabó ingresando en la Academia por la misma vía que él había censurado: la recomendación y el apoyo personal. Por otra parte, era la única manera de entrar a formar parte del círculo académico. Ignacio 9270 9280 9290 9300

Carta perteneciente al material de archivo de la Biblioteca Gabriel Llabrés. ESPADAS BURGOS (2000: 43). Carta conservada en el Archivo de la Biblioteca Gabriel Llabrés, redactada por Mélida el 24 de febrero de 1906. Véase el expediente personal de Juan Catalina García en el Archivo de Secretaria de la Real Academia de la Historia.

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Peiró describe así el ambiente que dominaba la jerarquizada y manipulada estructura académica: en una sociedad donde los límites entre lo público y lo privado, prácticamente no existían, los vínculos personales y las “relaciones subterráneas” de protección, resultaban imprescindibles931. Si analizamos pormenorizadamente a cada uno de los cuatro académicos que propusieron a Mélida, podremos observar las paradojas de su designación. Fidel Fita representaba la vertiente católica dentro de la institución, lo que le situaría en la cuerda de Juan Catalina García. Fita había ingresado en la Corporación en 1877, avalado por las firmas de Aureliano Fernández-Guerra, Eduardo Saavedra, Rada y Delgado y Vicente Barrantes932. Una vez más, la cercanía de Fita al círculo de Rada y Delgado explicaría el apoyo mutuo que se dispensaron. No hay duda de que Rada y Delgado fue el mejor valedor de Mélida en el entorno académico, tanto en la de Bellas Artes de San Fernando como en la de la Historia. Antonio Sánchez Moguel desempeñaba el cargo de presidente de la sección de Ciencias Históricas del Ateneo y fue catedrático de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, dos instituciones en las que coincidía con Mélida. Además, formaron parte activa de la organización del IV Centenario del Descubrimiento933. A ambos les unía el hecho de frecuentar ambientes y personajes repartidos entre la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museo, la Institución Libre de Enseñanza, como Menéndez Pelayo, Azcárate, Rodríguez Villa, etc, y el entorno canovista. Precisamente fue el historiador Antonio Rodríguez Villa su tercer apoyo. Había colaborado con Cánovas como asesor en la redacción de la Constitución de 1876 y fue, antes que Mélida, conservador del Museo Arqueológico Nacional, donde se conocieron. Aparte compartió contactos fluidos con hispanistas franceses, como Morel Fatio, lo que le mantuvo en unos círculos culturales muy próximos a Mélida. El cuarto apoyo de Mélida fue el senador canario Francisco Fernández de Bethencourt, cuya principal aportación científica fue la Historia genealógica y heráldica de la Monarquía española, Casa Real y grandes de España, publicada en 1900. Se trataba de un ilustre personaje de las Islas Canarias que frecuentaba los ambientes aristocráticos y culturales madrileños. Sus buenas relaciones con la alta sociedad fueron una buena carta de presentación para facilitar el ingreso de Mélida en la Academia. Incluso, se vio fortalecido por su estrecha relación con la Duquesa de Villahermosa desde hacía varios años934. El discurso de ingreso de Mélida no tuvo lugar hasta unos meses más tarde de su elección como académico, como pusieron de manifiesto un borrador suyo perteneciente al archivo de la Real Academia de la Historia y un oficio del académico Marqués de Ayerbe. Así, la recepción pública y la lectura de su discurso tuvo lugar el 8 de diciembre de 1906 con el título de Iberia Arqueológica ante-romana, al que contestó el académico y epigrafista Padre Fidel Fita935. Al acto asistieron numerosas personalidades del mundo de la cultura y de la política como el presidente del congreso José Canalejas (entonces, Presidente del Congreso de los Diputados), el rector de la Universidad Central Rafael Conde y Luque –que desempeñó el cargo de rector entre los años 1903 y 1915–, el secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación Javier Gómez de la Serna y un representante de la Intendencia General de la Real Casa y Patrimonio, entre otros936. Un hecho que puso de manifiesto sus buenas relaciones con los mandatarios y la alta sociedad madrileña937. El discurso de recepción938 adquirió una importante difusión y resonancia pública y actuó como punto de referencia para la amplia variedad de escritores de Historia, que se identificaban con la cultura historiográfica y el academicismo oficial. 9310 9320 9330 9340 9350 9360

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P EIRÓ (1995: 194). Véase el expediente personal de Fidel Fita en el Archivo de Secretaría de la Real Academia de la Historia. Vid. supra capítulo Americanismo: IV Centenario del Descubrimiento. Vid. infra capítulo Contactos con la nobleza: Duques de Villahermosa. Estancia en Navarra. Sobre su faceta académica ALMAGRO-GORBEA (1999a: 46, 51, 150-153). Los borradores de las invitaciones al acto se conservan entre la documentación perteneciente al expediente de Mélida, en la Real Academia de la Historia. Mélida participó en fiestas y reuniones de la alta sociedad madrileña, como por ejemplo, en las organizadas por los Duques de Villahermosa o el Marqués de Cerralbo. Eran asiduos asistentes a las fiestas de Cerralbo otros personajes del mundo del Arte y la Cultura como Pardo Bazán, Benlliure, Serrano Fatigati, Amador de los Ríos, Catalina García, Bethencourt o Menéndez Pelayo; además de nobles y políticos como los duques de Alba, el marqués de la Romana, los duques de Medinaceli y Osuna, Alejandro Pidal y Mon o Eduardo Dato. Cfr. NAVASCUÉS BENLLOCH (1996: 16-17). Cfr. P EIRÓ (1995: 106-115).

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A partir del ingreso en la Academia se sucedieron los nombramientos en años posteriores. Concretamente, el 24 de mayo de 1910 fue designado para formar parte de la Comisión de Antigüedades de nuestro cuerpo literario939. Ocupaba entonces el cargo de Anticuario Fidel Fita y Mélida tenía 53 años. En una de las cartas940 que le envió el director, fechada en 30 de enero de 1913, le informó de que había sido designado para formar parte de la Comisión del Boletín del cuerpo literario. Y en carta fechada el mismo día el director de la Academia le designó para formar parte de la Comisión de Propaganda de las obras de la Academia. Pocos meses antes de ser nombrado Anticuario de la Corporación, fue igualmente nombrado para formar parte de una comisión que se haría cargo de los ochenta y dos retratos del Museo Nacional de Pintura y Escultura concedidos a la Academia por Reales Órdenes de 27 de febrero y 29 de marzo de 1913941. El día 24 de febrero de 1906 Mélida envió una carta a Bonsor, en la que le agradeció la felicitación por su nombramiento de académico de la Historia y las frases que por ello le dedicó942. A título anecdótico, conviene destacar que seis años antes de ingresar en la institución, Mélida había tramitado en julio de 1900 la devolución a la Academia de dos objetos de bronce943 pertenecientes al difunto Aureliano Fernández Guerra y que obraban en poder de Luis Valdés.

I BERIA A RQUEOLÓGICA ANTE-ROMANA. CULTURA IBÉRICA Y FILOHELENISMO El “bautismo” de Mélida en la Real Academia de la Historia tuvo lugar con la recepción pública y la lectura del discurso el 8 de diciembre de 1906, bajo el título de Iberia arqueológica ante-romana. Una semana antes, el 29 de noviembre, el Marqués de Ayerbe había examinado tanto el discurso de Mélida como el de contestación de Fidel Fita encontrándolos por completo arreglados a reglamento. Este tipo de discursos académicos solía tener un trasfondo pedagógico superior a las reflexiones innovadoras, con soluciones inocuas a través de las cuales se imponía una visión general de la historia nacional. Acabaron convertidos, de hecho, en un acto ritual y un ejercicio de oratoria, que fue posteriormente imitado por las universidades. Atendían más a la brillantez de la exposición y a la capacidad retórica que al interés personal y la demostración técnica. En cierto modo, se trataba de un género literario más. La intención de Mélida fue la de ofrecer un bosquejo de los iberos, desde su salvajismo a su civilización y lo hizo motivado porque, según él, la Iberia ante-romana no ha merecido aún toda la atención que reclama de nuestros modernos historiadores, acaso porque no es apreciable en toda su magnitud y en su lógico desarrollo más que desde el campo de la Arqueología944. De alguna manera, recogía el testigo de la tradición ibérica iniciada en la Real Academia de la Historia con Antonio Delgado a mediados del XIX, aunque fuera desde el campo de la Numismática945. Realizó un recorrido historiográfico y artístico de la breve trayectoria de los estudios arqueológicos llevados a cabo en España acerca de la época anterior a la llegada de los romanos en el siglo III antes de Cristo. En el contenido de este discurso se detectan informaciones ya contenidas en algunos de los artículos que Mélida venía publicando desde hacía varios años. Básicamente, se trataba de un discurso protocolario, cuya trascendencia se situaba más en el reforzamiento de las relaciones académicas que en la repercusión científica de sus tesis. Como indica 9390

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Así reza una carta que el director de la Real Academia de la Historia envió a Mélida y que se conserva en el expediente personal de Mélida de la citada Academia. Ambas cartas se encuentran en el expediente personal de Mélida en el Archivo de Secretaría de la Real Academia de la Historia. Cfr. MAIER (1998: 108, sig. CAM/9/7961/68(2-3). Aprovechó para apoyar la declaración de Monumento Nacional de la Puerta de Sevilla - como ya hiciera su amigo Adolfo Fernández de Casanova. Vid. MÉLIDA LABAIG (inédito 12), donde se cita a Adolfo Fernández de Casanova como amigo de la familia Mélida, especialmente de Arturo. En la misma misiva mencionó la preparación del envío de una tirada aparte de la memoria sobre las esculturas del Cerro de los Santos y las joyas de Jávea. Como se deduce de algunas cartas, Mélida residía entonces en la calle Barbieri (antes calle Soldado) número 1, segundo piso, residencia que poco después cambiaría por la calle Valverde número 36. Vid. ALMAGRO-GORBEA y ÁLVAREZ-SANCHÍS (1998, sig. GA 1900/2). MÉLIDA ALINARI (1906d: 9). ALMAGRO-GORBEA (1999a: 30-31 y 139-142).

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la correspondencia de Mélida, éste hizo llegar varios ejemplares de su discurso a distintos compañeros y amigos946. Lo primero que llama la atención del discurso es el empleo en su título del término “ante-romano”. En un principio sería factible pensar que la intención de Mélida iba encaminada a abarcar la etapa protohistórica. Sin embargo, su discurso incluyó todo lo estrictamente “ante-romano”, es decir, desde la misma Prehistoria, que por estos años arrastraba todavía cierta consideración de herética947, hasta el primer desembarco de tropas romanas en el año 218 antes de Cristo. ¿Por qué no utilizó la palabra “prerromana”, en lugar de “ante-romana”? Dado que lo prerromano englobaba una realidad histórica menos amplia, Mélida adaptó un término apenas usado hasta entonces, ante-romano, para referirse a todo lo acontecido antes de la presencia romana. Actualmente se considera que abarca desde la Segunda Edad del Hierro948 hasta la consolidación de la romanización, si bien a principios del XX no existía consenso entre historiadores y arqueólogos. De esta manera, eludía incurrir en el error conceptual, en un momento en el que la palabra “Protohistoria” se prestaba a confusión y sus límites cronológicos eran inciertos y distintos según cada país949, si bien dos años antes de la lectura de este discurso Mélida había validado la utilización del término “Protohistoria” por parte de José Gudiol, en sustitución del término “Prehistoria”: trata bien la parte referente a lo que denomina Protohistoria, denominación que le aplaudimos, puesto que mucho más fehacientes que muchos restos de escritura de pueblos que por esta circunstancia figuran en la historia son las hachas de piedra950. Había sido Vilanova el promotor de este concepto en el que denominaba “Protohistoria” a la “Prehistoria” porque entendía la Prehistoria como el período anterior a la existencia del hombre. Era lo prerromano - básicamente lo ibérico - lo que contaba con más adeptos en España a principios de siglo, en perjuicio de la arqueología propiamente protohistórica, que no despertó el interés de los investigadores hasta unas décadas más tarde. Otra razón de peso fue la influencia que ejerció en Mélida Marcelino Menéndez Pelayo. Coetáneo suyo, este polígrafo santanderino fue uno de los referentes culturales en la España de finales del XIX y con su obra Historia de los heterodoxos españoles, publicada entre 1880 y 1882, introdujo conceptos que el propio Mélida adoptó. En el primer tomo de la citada obra Menéndez Pelayo desaprobaba la utilización del término Protohistoria y opinaba que no tenía razón de ser puesto que no existe verdadero conocimiento histórico cuando no existe cronología. Diez años después de pronunciar el discurso de ingreso en la Academia de la Historia, Mélida justificaba en una conferencia del Ateneo su “aversión” al término Protohistoria951. Antes que Menéndez 9460

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Documentación conservada en el archivo de la Real Academia de la Historia, expediente personal de José Ramón Mélida. Los ejemplares fueron enviados a las siguientes personas: Felipe Ferrer y Figuerola, bibliotecario de la Real Academia de la Historia y catedrático del Instituto General y Técnico de Badajoz. Igualmente, envió - a través del secretario Cesáreo Fernández Duro invitaciones personales para acudir al acto de lectura de su discurso a personajes como el Ministro de la Guerra Agustín de Luque Coca, el Ministro de Hacienda Eleuterio Delgado Martín y el secretario del Ayuntamiento de Madrid Francisco Ruano Carriedo. Un año después de pronunciarse el discurso, se publicó en el nº 16 (pp. 140-141) de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos una nota bibliográfica con motivo de la lectura de Mélida, firmada con las iniciales R. de A. (se desconoce a quien corresponden estas siglas). En ella se refirió a Mélida como uno de los más competentes y laboriosos arqueólogos de la Corporación. Todavía el 11 de noviembre, se solicitó la edición de su discurso por parte de ciertas personas ajenas al ámbito de la Arqueología, como el residente en Medina del Campo Ramón Segura. Es sintomático el manual publicado por un maestro valenciano (Ambrosio Cebrián Santos) en 1907, en el que proponía la siguiente división histórica: Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Según él, la Historia Antigua comprendía desde los tiempos más remotos hasta la destrucción del Imperio romano de Occidente en el siglo V. Es evidente que la Prehistoria tardó en ser reconocida en los manuales empleados en enseñanza secundaria. Cfr. CEBRIÁN SANTOS (1907: 5) y AYARZAGÜENA (1993). Además, cabe tener en cuenta que en 1885 José de Manjarrés había publicado un pequeño manual de Introducción a la Arqueología destinado a los maestros de la primera enseñanza en el que daba pautas pedagógicas. La Edad del Hierro europea había sido compartimentada en dos períodos por el arqueólogo sueco Bror Emil Hildebrand (18061884) en el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistóricas de Estocolmo en el año 1874. Dividió la Edad del Hierro en Hallstatt (Hierroi) y La Tène (Hierro II), inspirándose en dos yacimientos: de los Alpes austríacos el primero, y de los Alpes suizos el segundo. En 1875, Gabriel de Mortillet adoptó esta subdivisión pero a la segunda fase de la Edad del Hierro la llamó gala o del Marne. Vid. DANIEL (1987: 141). Fue el francés Alexandre Bertrand quien, en 1880, estableció una marcada diferencia entre Prehistoria y Protohistoria. Según Bertrand, la primera era cultivada por geólogos-prehistoriadores; y la segunda era estudiada por arqueólogos-historiadores. R. OLMOS (1994: 295), incide en los límites oscuros y mal definidos del horizonte cultural ibérico. MÉLIDA ALINARI (1904d: 74). Vid. infra.

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Pelayo, había sido Francisco María Tubino el que en 1876 propuso otra denominación –Prohistoria– que no llegó a cuajar. Al hilo de lo expuesto anteriormente conviene mencionar una recensión publicada en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos y firmada por Mélida en Numancia el 9 de agosto de 1912, con el título de “La arqueología hispana en la Historia de los heterodoxos españoles de Don Marcelino Menéndez y Pelayo. Halagó la sagacidad del autor por su rigor bibliófilo, por la atención prestada a la arqueología patria en su estudio y por cultivar las ciencias históricas de manera tan acertada: el autor ha buscado en la Arqueología los materiales necesarios, materiales hasta hoy dispersos, y que, ordenados y utilizados por él, forman un conjunto de grandísima novedad y de capital interés (...) su gran espíritu de observación y de crítica952. No dudaba, incluso, en calificarlo como uno de los libros más originales y valiosos que se han producido en las ciencias históricas. Trató las hipótesis formuladas sobre la cronología prehistórica de España por Luis Siret y por su impugnador Déchelette, suponiendo Siret que la civilización de los neolíticos se debía a las influencias de celtas y fenicios; y Déchelette suponiéndola directa de las gentes del Egeo. En otra de sus reflexiones, Menéndez Pelayo desautorizaba a autores como Gabriel de Mortillet, según el cual el hombre paleolítico no poseía ninguna forma de religiosidad. Acerca de los dólmenes, hizo notar el error, mantenido en España y Francia durante mucho tiempo, de llamar célticas a estas características construcciones de la edad prehistórica, en las que se pretendía ver altares druídicos. Concluía Mélida su recensión afirmando que el libro del profesor Hübner, la Arqueología de España, y la presente obra, son las dos, guías indispensables y ampliamente documentadas para orientar a los investigadores que aspiren a poseer esta doctrina953. En otra de sus recensiones relativa al megalitismo, publicada en 1918 en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Mélida dio cuenta de la “Exploración de cinco dólmenes del Aralar, por Telesforo Aranzadi y Florencio de Ansoleaga”. El trabajo acometido por los dos investigadores había contado con el precedente de Francisco Iturralde y Suit, cuya labor inédita sirvió de estímulo a Aranzadi y Ansoleaga. Ambos se refirieron a la denominada “Estación prehistórica de Iturralde”, en la que llevaron a cabo la exploración de monumentos sepulcrales que arquitectónicamente representan los primeros conatos del arte de construir954. Recogieron los señores Ansoleaga y Aranzadi, de entre la tierra del suelo de las cámaras sepulcrales, huesos humanos y algunos pocos vasos incompletos y fragmentos cerámicos de tosca cerámica gris. Se hacía notar, según Mélida, que los caracteres pertenecían al mismo tipo físico de los actuales de esa parte de Navarra, y concordaban con los de los vascos955. A posteriori, dedujo que el País Vasco había pasado de la Edad de la Piedra a la Edad del Cobre por el mismo tiempo que otros países, es decir, probablemente antes del año 2.000 antes de Cristo, fecha que es precisamente la que, en general, se fijaba como fin de la Edad de la Piedra en Occidente. Además, coincidía con una fecha anterior a la XII dinastía egipcia y era coetánea de la antigua civilización antehelénica de la isla de Creta, época y civilización a cuya influencia atribuían algunos arqueólogos. Mélida razonaba que la presencia del cobre y aun la del bronce, en esos dólmenes de Navarra, indicaba que correspondían al período prehistórico llamado eneolítico, o sea el de transición de la piedra al metal. Advertía semejanza entre los dólmenes y su ajuar, con los del Mediodía de Francia y con algunos elementos de los palafitos de Suiza, lo que aducían Aranzadi y Ansoleaga como prueba de que carecía de base el pretendido aislamiento del pueblo vasco. Ese mismo parentesco lo extendían a la raza de los constructores, deducción obtenida del estudio antropológico de los cráneos, asignándoles época más antigua que la invasión de los celtas. Esta afirmación sirvió a Mélida para reforzar su teoría de la desvinculación de los monumentos megalíticos respecto de los celtas, pues ya nadie puede atribuir los monumentos megalíticos a los celtas, cuya invasión se efectuó en la Edad del Hierro956. Anadió que el tipo al que correspondían estos dólmenes era el mismo, en general, que el del Noroeste de España, que se encuentra en 9520 9530 9540 9550

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MÉLIDA ALINARI (1912h: 209). MÉLIDA ALINARI (1912h: 214). MÉLIDA ALINARI (1918b: 161). Ese mismo año de 1918 había tenido lugar el Congreso de Oñate, considerado punto de partida de la antropología vasca científica, y a raíz del cual Barandiarán creó la Sociedad de Estudios Vascos. Cfr. AGUIRRE BAZTÁN (1992: 144). MÉLIDA ALINARI (1918b: 162).

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Cataluña, es decir, el dolmen cuadrado o rectangular. Lo distinguía del poligonal, que se encontraba en las provincias de Álava y Asturias, por una parte; y de las cámaras sepulcrales poligonales o redondas y de su versión más perfeccionada, las tumbas de cúpula, por otra. De hecho, las tumbas de cúpula eran semejantes a las famosas tumbas de Micenas que solamente se encontraban en el Mediodía de la Península, desde el Algarve, siguiendo por Extremadura y Andalucía, hasta Almería. En definitiva, Mélida valoraba el trabajo de Aranzadi y Ansoleaga sobre los dólmenes, afirmando que no cabe duda de que los señores Aranzadi y Ansoleaga han contribuido eficazmente con la exploración metódica y la publicación sabia de los del monte Aralar, enriqueciendo con ello a la Arqueología patria, cuyos múltiples problemas sólo pueden aclararse con tales trabajos de positivo mérito957. Volviendo al contenido del discurso de Mélida, cabe destacar uno de los párrafos como una muestra inequívoca del alejamiento que la Arqueología estaba experimentando respecto del anticuarismo y coleccionismo que caracterizaba la práctica de esta disciplina antes del comienzo del siglo XX y que estimulaba el interés competitivo de los museos: Obrero de la ciencia soy, que eso somos no más los arqueólogos, y como tales, á semejanza de los mineros que de entre las escorias sacan el preciado metal, tenemos por misión exhumar de entre las cenizas del pasado sus restos auténticos, para que con ellos puedan reconstruir el templo de la Historia sus esforzados arquitectos y consagrarle sus inspirados sacerdotes (...) deseo vivísimo e insaciable de reconstituir páginas históricas ignoradas958.

Con estas palabras, incidía en el que consideraba verdadero objetivo de la Arqueología: reconstruir el pasado del hombre. Pretendía con ello reforzar el carácter científico de la disciplina, al tiempo que reducía el componente estético y artístico que tanto habían condicionado a la Arqueología en décadas precedentes. En cierto modo, el historicismo, gestado en Alemania en el último cuarto del XIX y llegado a España por la vía francesa, había ejercido su influencia en la Arqueología y la había llevado hacia una concepción donde la variable histórica ganaba protagonismo en perjuicio de la visión esteticista que desde Winckelmann había hecho de la Arqueología una actividad al servicio del Arte959. En este discurso se detecta cómo el arqueólogo español procesó las influencias y corrientes europeas de finales del XIX y principios del XX para incorporarlas y proyectarlas sobre la arqueología española de entonces. Otra de las líneas incluidas en su discurso fue la que trataba de valorar los restos arqueológicos como información de primera mano, que complementaba a las fuentes escritas: Tales restos (arqueológicos) son oportuno y utilísimo comentario de los otros restos de Historia escrita: preciosos aquéllos para suplir las deficiencias de éstos (textos). De alguna manera, este comentario supuso un acercamiento velado a la Arqueología, en detrimento de la Filología. Se liberaba la Historia del Arte Antiguo y la Arqueología de la óptica de las fuentes, por dos factores: el historicismo y la creciente importancia de la indagación de la Prehistoria960. Recordaba uno de sus más cercanos compañeros, Francisco Álvarez-Ossorio, cómo Mélida decía por entonces que para reconstruir nuestra arqueología eran necesarios trabajos prácticos, excavaciones961. En sus reflexiones sobre la Prehistoria, llegó a afirmar que aquella época arqueológica de la piedra tallada corresponde a la época geológica cuaternaria, determinada por los fenómenos meteorológicos del período glacial; época en que el hombre conquista su dura existencia en épica lucha con la inclemente naturaleza962. Mélida fue perfectamente consciente de que la Prehistoria era una disciplina de difícil aceptación en los círculos católicos y de que la Real Academia de la Historia contaba con fervorosos católicos como Juan Catalina García y otros muchos miembros susceptibles de sentirse molestos, como Fita. Sin embargo, debió de tener en cuenta que la introducción progresiva de la Prehistoria entre las disciplinas consideradas científicas estaba en perfecta sintonía con su talante cientifista y positivista. Además, la presencia de Juan 9570 9580 9590 9600 9610 9620

MÉLIDA ALINARI (1918b: 163). MÉLIDA ALINARI (1906d: 6-7). Vid. DANIEL (1987: 292-308). Vid. GRAN AYMERICH (2001: 60-82). ÁLVAREZ-OSSORIO (1934: 7). MÉLIDA ALINARI (1906d: 14).

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Vilanova, que entró en la Academia de la Historia en 1889 muriendo sólo cuatro años después, había sido fundamental para la aceptación de la Prehistoria963 y Mélida veía cómo en esta disciplina se enlazaban de modo lógico y necesario las ciencias naturales con las ciencias históricas, lo que le confería rigor científico. El propio Mélida llevó a cabo un repaso geográfico por las distintas cuevas con presencia humana dentro de la Península964, concluyendo que el cuadro paleolítico peninsular era todavía pobre, mientras no se practicaran nuevas exploraciones. Era de la opinión de que la vida paleolítica había sido menos intensa en la Península Ibérica y que se había desarrollado antes en Francia. Algo lógico si tenemos en cuenta que los estudios prehistóricos estaban mucho más avanzados en Francia que en España y que Mélida tenía como referencia la pauta marcada por los arqueológos y prehistoriadores galos. De hecho, la periodización propuesta para el Paleolítico se inspiró en yacimientos y cuevas localizados en territorio francés (Madeleine, magdaleniense; Soloutre, solutrense, etc). Mélida emparentaba el arte de aquellos “decoradores” paleolíticos con un tipo de dibujo ingenuo, sencillo, revelador de una observación del natural tan justa, que admira a los artistas de hoy, hasta el punto de haberse algunos tornado incrédulos en la antigüedad de tales pinturas965. La primera parte del discurso la dedicó Mélida a fórmulas de cortesía y artificios retóricos habituales en este tipo de actos solemnes: gratitud que os debo por haberme elegido para que venga a sentarme entre vosotros en este alto tribunal de la historia patria (...) sentimientos que me embargan la diligencia en el presentarme a recibir la preciada medalla que honrará mi pecho966. Una vez cumplido el formalismo literario, se adentró en la cuestión histórico-arqueológica. Durante todo el desarrollo del presente discurso Mélida partió de un planteamiento de corte difusionista en el que la cultura ibérica prerromana representaba la incapacidad creativa y la imitación de culturas supuestamente superiores como la egipcia, la griega o la fenicia: los colonizadores traían la civilización, y los naturales eran salvajes que de ellos la recibieron967. Al hilo de esta parte del discurso, sería conveniente matizar una afirmación sostenida por A. Ruiz, J. P. Bellón y A. Sánchez según la cual la clave del trabajo de Mélida es que creaba un puente entre el paniberismo de la etapa canovista de Rada y Delgado y la posterior teoría hispánica de Gómez Moreno968. Realmente, no puede considerarse a Mélida un paniberista en el sentido estricto del término. Cuando leyó este discurso, todavía eran muchas las dudas que tenía acerca de la suficiencia del pueblo ibero y defendía con firmeza la importancia del período colonial en la Península Ibérica, concediéndole una importancia esencial en el desarrollo posterior de las distintas etnias ibéricas. Por tanto, sería un poco temprano para ratificar el supuesto “paniberismo” de Mélida. Una década más tarde sí que se produjo un mayor acercamiento de Mélida hacia posturas de corte indigenista ibérico. Por su parte, Gómez Moreno enfatizó su hispanismo a mediados de los años veinte, al sustituir esta exaltación de la civilización ibérica por el uso del término hispánico969. Consideraba Mélida que la etapa de las colonizaciones en el primer milenio antes de Cristo en la Península Ibérica era crucial para entender los primeros tiempos históricos y reclamó más atención por parte de los historiadores españoles, que habían ignorado esta época acaso porque no es apreciable en toda su magnitud y en su lógico desarrollo más que desde el campo de la Arqueología970. Efectivamente, desprovistos los arqueólogos e historiadores de fuentes escritas y referencias documentales gráficas para la etapa pre9630

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La aceptación de la Prehistoria en España se consumó después de una sólida oposición por parte de los sectores más intransigentes del clero. Sobre todo en la década de los 1880 se produjo un progresivo giro en la actitud hacia los estudios prehistóricos, que recibieron un nuevo empuje con la elección de un nuevo pontífice: León XIII, sucesor de Pío IX. El nuevo Papa se mostró mucho más permeable ante el empuje de la modernidad y las ciencias naturales, lo que favoreció la posibilidad de que la Prehistoria se alejara de su condición de herética. Cfr. MAIER (2003a: 105-106). Cita (pp. 15-16) San Isidro, en plena campiña madrileña; la Cueva de la Solana (Segovia); la del Colle (Léon); la de Altamira (Cantabria); la de Lóbrega, en La Rioja; y otras ubicadas en suelo portugués. Para más información, el propio Mélida recomendaba el Catálogo geográfico y geológico de las cavidades naturales y minas primordiales de España, publicado por Gabriel Puig y Larraz en 1896. MÉLIDA ALINARI (1906d: 19). MÉLIDA ALINARI (1906d: 5). MÉLIDA ALINARI (1906d: 9). RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo El paniberismo de 1875 a 1898: la primera aproximación a un programa inacabado de legitimación histórica. BOSCH GIMPERA (2003: XV). MÉLIDA ALINARI (1906d: 9).

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rromana, la Arqueología se convertía en el único argumento válido para reconstruir el pasado. Mélida llevó a cabo un repaso superficial por los historiadores y arqueólogos que, a su juicio, habían contribuido más a las investigaciones relativas a las etapas prehistórica y protohistórica desde el siglo XVI: Antonio Agustín, Juan Vicencio Juan Vicencio Lastanosa, Luis José Velázquez (Marqués de Valdeflores), el Padre Flórez. Del XIX destacó a Manuel de Assas, a quien reconoció como su maestro, Casiano del Prado, Vilanova y Piera, Tubino, Villaamil y Castro, Martorell y Peña, Sampere y Miquel, Rada y Delgado, Fidel Fita, Rodríguez de Berlanga, Joaquín Costa, etc. También valoró la aportación de algunos sabios extranjeros como Luis Siret, Émile Cartailhac, Pierre Paris, Arthur Engel, León Heuzey y Jorge Bonsor. Mención especial la de Emil Hübner por sistematizar con admirable precisión la arqueología española en su obra de 1888 y a quien calificó de maestro cariñoso inolvidable971. La terminología adoptada en los círculos arqueológicos volvió a ser objeto de crítica por parte del arqueólogo madrileño, quien creyó desacertado emplear el término “período protohistórico”. Propuso el de “colonial”. Aunque no justificó su propuesta, debe de relacionarse con sus posturas filohelenistas –cuando no orientalistas– según las cuales fueron las civilizaciones del Mediterráneo Oriental las que transmitieron sus adelantos culturales y su capacidad artística a los pueblos peninsulares. El colonialismo era una evidencia palpable en suelo ibérico, pero las palabras de Mélida concedían a este fenómeno un protagonismo tal que llegaba a negar la capacidad de progreso y la suficiencia de los indígenas íberos. Precisamente, sobre los orígenes del pueblo íbero se pronunció Mélida con la exposición de dos teorías en circulación entonces. Una, apadrinada por etnólogos e historiadores, según la cual los iberos procedían de oleadas de gentes venidas del Norte; y otra, sostenida por arqueólogos y antropólogos, fundamentada en una penetración por el Sur de una raza mediterránea. No entró Mélida a analizar las inmigraciones ni sus características, mostrándose con cierto distanciamiento. Lo que reflejaba era la doble visión de una polémica étnico-cultural que trataba de dilucidar la aportación de caracteres célticos, amparados por el incipiente celtismo972 de algunos historiadores franceses y alemanes del XIX, y orientales, semíticos y griegos, sobre la Península Ibérica desde la Edad del Bronce. Se limitó Mélida a exponer el problema, sin llegar a pronunciarse sobre el mismo. Las afirmaciones y reflexiones más atrevidas emitidas por Mélida correspondieron a su teorización sobre aquellos signos y combinaciones lineales aparecidos en ciertas cuevas prehistóricas peninsulares: Fuencaliente y Batanera (Ciudad Real); Cueva de Los Letreros (Almería); Zuheros y Cuevas de Carchena (Córdoba); y otras ubicadas en las Islas Canarias. Según él –y basándose, en gran parte, en los descubrimientos de Jacques de Morgan973 en Egipto– , los signos de estas cuevas peninsulares se emparentaban con las pictografías prehistóricas descubiertas en Egipto. La hipótesis era tan arriesgada como imprudente y sólo puede explicarse por una posible influencia del hiperdifusionismo egipcio emanado de algunos británicos como Grafton Elliot Smith o William James Perry entre finales del XIX y principios del XX. Sus tendencias egipto-centralistas se ponían nuevamente de manifiesto cuando establecía parentescos entre los restos de la cerámica prehistórica egipcia y algunas piezas peninsulares del período Neolítico, a las que llamó iberas, basándose en la ornamentación, compuesta de líneas en zis-zás y rellenas de pasta blanca que destacaba sobre el tono negro del barro. Relacionaba estas cerámicas peninsulares con los restos recuperados en ciertos kjoekkenmoeddings (término introducido por prehistoriadores de la Europa nórdica que hace referencia a depósitos de naturaleza incierta) y mastabas de Egipto, lo que le llevó a concluir que dicha industria y su sistema ornamental pasó en Egipto de los tiempos prehistóricos a los históricos (...) tres mil años antes de Jesucristo, la menor antigüedad que podemos asignar a la introducción de 9710 9720

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MÉLIDA ALINARI (1906d: 12). En cierto modo, el celtismo reflejaba una postura eurocentrista, que coincidía con la expansión del dominio europeo gracias a dos fenómenos: imperialismo y colonialismo. Para la incidencia del celtismo en España desde finales del XIX hasta el franquismo, véase RUIZ ZAPATERO (2003). Geólogo e ingeniero inglés (1857-1924) que fue nombrado en 1892 director del Servicio de Antigüedades de Egipto. Centró sus investigaciones en el Valle del Nilo, recopilando todos los documentos, anotando los detalles y observando los mínimos indicios. Fue de los primeros prehistoriadores en asumir la pluridisciplinariedad de la Prehistoria, recurriendo a especialistas: geólogos, químicos, antropólogos, etnólogos, etc.

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tal sistema cerámico-decorativo en la Península, pudiendo haber sido los introductores, inmigrantes que, no queriendo vivir sometidos al régimen faraónico, buscaran donde mantener su vida independiente e ignorada974. Opinaba Mélida que el motivo del zis-zás no fue un mero trazado lineal, sino que debió de tener su origen un valor simbólico e ideográfico como era el de representar el agua corriente del Nilo o del mar; y que sería el precedente de la escritura jeroglífica. Con su primitivo valor, el de representar las aguas del mar, debió de pasar según Mélida a Iberia, donde apareció aplicado a vasos que fueron votivos como los señalados de Batanera (Ciudad Real) y la cueva almeriense de los Letreros. Siguiendo en la etapa Neolítica, Mélida dedicó un párrafo a las viviendas975 repartidas entre la Península y las islas. Los supuestos de los difusionistas británicos debieron de “contagiar” a un arqueólogo como Mélida, cuyo sesgo europeísta y permeable a las corrientes culturales gestadas en Europa, condicionó sus razonamientos. Entroncaba esta teoría con su siguiente conclusión, según la cual esas pictografías se ofrecen como los rudimentos de la escritura, jeroglíficos de valor todavía ideográfico. Las pictografías de las rocas de Egipto convencen pronto de que son la forma embrionaria y prehistórica de un sistema de escritura que constituye luego una de las características de la civilización (...) en vista de las apuntadas analogías ideográficas, cuando creo reconocer, peor trazadas que por las manos egipcias, pero por igual sistema, macizos o circunscripciones de familias o tribus, canoas o barcos, me asalta la sospecha de que las gentes que por tal medio esbozaban en nuestra península el arte de la escritura fuesen originarias del Egipto976. Efectivamente, Mélida había convertido los postulados del difusionismo británico en su pauta explicativa al tratar de buscar las raíces de la escritura en el país del Nilo. Asimismo, afloraba en él toda la tradición filoegipcia que recorría gran parte de Europa desde las primeras expediciones francesas napoleónicas. Sus constantes lecturas de egiptólogos ilustres como Gaston Maspero o Auguste Mariette y su fascinación por la cultura egipcia dejaron en Mélida un poso egiptocentrista que condicionó algunas de sus teorías. En su búsqueda de una explicación para el Paleolítico razonó Mélida que en aquellos remotos días geológicos, nuestra península estuvo unida al continente africano y concibió la población de este período como impulso de la vida humana que desde el África se propaga a nuestra península, desde ésta pasa a Francia, y por fin la vemos como relegada al Norte, a la Escandinavia977. Sus palabras reflejaban los influjos del modelo difusionista, que perdura en España prácticamente hasta Bosch Gimpera, y su poca versatilidad a la hora de reconocer varios núcleos generadores de civilización y capacidad evolutiva. Se imponía en este razonamiento el modelo de invasión de Sur a Norte. En cambio, consideraba a la región escandinava como una zona donde la industria de la piedra tallada adquirió mayor perfeccionamiento y perduró más tiempo, aislada del movimiento histórico de las regiones meridionales. Hay que tener en cuenta los adelantos que los prehistoriadores nórdicos, los daneses Worsaae y Thomsen978 primero, y el sueco Montelius979 más tarde, habían llevado a cabo en las dos últimas décadas del XIX, hecho que no debió de pasar inadvertido en las teorías de Mélida. Oscar Montelius, que había sucedido a Thomsen y Worsaae en el liderazgo de los prehistoriadores escandinavos, adoptó también la idea fundamental de una cultura difundida a partir de una fuente única. ¿Cómo logró Mélida convalidar esta aparente contradicción? Sumándose a los que creían que era el Oriente el foco principal de irradiación de cultura –de hecho, consideraba a Egipto y Babilonia como los primeros núcleos de civilización–, y, a la vez, aceptando el caso aislado de la región escandinava como otro núcleo geográfico “autosuficiente” y capaz de generar formas de vida técnicamente superiores. En cualquier caso, las disquisiciones del arqueólogo madrile9740 9750 9760 9770 9780

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MÉLIDA ALINARI (1906d: 27). MÉLIDA ALINARI (1906d: 29). MÉLIDA ALINARI (1906d: 20-21). MÉLIDA ALINARI (1906d: 22). Christian Jürgensen Thomsen (1788-1865) ha pasado a la Historia de la Arqueología por su formulación de división cronológica de la Prehistoria en tres edades: Piedra, Bronce y Hierro. Más información en VV. AA. (1996b: 1099-1100, tomo II). Oscar Montelius (1843-1921) estuvo muy influenciado por las ideas de Darwin y de sus colegas daneses Thomsen y Worsaae, quienes introdujeron los principios de cronología relativa y la división de la Prehistoria en tres períodos. Montelius aplicó esta división cronológica a la arqueología escandinava y vislumbró la importancia de las secuencias estratigráficas. Su campo de estudio se centró en su Suecia natal, proyectándolo incluso en la Italia prehistórica, como muestra su gran obra La Civilisation primitive en Italie, publicada a finales del XIX. Vid. GRAN AYMERICH (2001: 388-389).

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ño en torno a la Prehistoria fueron poco incisivas, ya que no fue éste el período en el que más volcó su atención y esfuerzo. En línea con sus planteamientos anteriores presentó su escenario de cambio entre la Edad de Piedra y la Edad de los Metales para la Península Ibérica. Este paso del Neolítico a la Edad del Bronce lo relacionó con el aporte civilizador de las primeras colonias asentadas en las costas peninsulares: los colonizadores que en las costas establecieron pequeños focos de su civilización, hubieron de difundirla entre las tribus iberas más próximas, que de cierto hallaron en su edad neolítica segunda infancia de la humanidad, de la cual pasaron, por virtud de tan saludable influjo, a su adolescencia, o sea la edad del metal980. En ningún caso, contempló Mélida la posibilidad de progreso local de estas gentes iberas, que hubieron de recibir el influjo externo de otros pueblos que contaban con mayor grado de cultura. Estas oleadas de inmigración provocaron enormes contrastes en la evolución cultural de las distintas regiones peninsulares, lo que supuso, según Mélida, una dificultad añadida a la hora de unificar cronologías: para unas tribus iberas, las establecidas en las costas, la fase neolítica981 pudo ser desde 800 hasta 1300; para otras, las del interior y Noroeste, hasta 500 ó acaso hasta la invasión celta982. Resulta curioso el empleo que el autor del discurso hizo del término “ibero”, referido a lo anteromano. No lo inmediatamente anterior, Segunda Edad del Hierro, sino incluso en la época neolítica designó a las poblaciones peninsulares como iberas. Se trataba de una herencia de la teoría difundida por Manuel de Góngora, en la que lo ibero arrancaba desde el Paleolítico. En cuanto a otros períodos cronológicos, Mélida se refirió a un período de transición de la vida prehistórica a una nueva y más adelantada época983 en referencia al Calcolítico y Edad del Bronce actuales, etapa a la que asoció las cerámicas de la cueva de Palmella (en las cercanías de la localidad portuguesa de Setúbal), de las sepulturas de Ciempozelos, cuyo hallazgo está incluido en un informe firmado por Juan Facundo Riaño, Rada y Delgado y Juan Catalina García en el Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XXV, pp. 436 y ss., Talavera de la Reina, Carmona y El Argar. Lo que intuía Mélida era la existencia de un grupo cultural y lo hizo guiado por las evidencias que la cultura material le permitía detectar. Con la aparición de estos primeros metales y una cerámica tan característica como la de los yacimientos citados anteriormente, Mélida empezó a vislumbrar una realidad étnico-cultural que trataba de localizar en el espacio y en el tiempo. El ingeniero belga Luis Siret984 había planteado una secuencia cronológica para el Sudeste español desde el Paleolítico hasta la Edad de los Metales, que supuso un importante avance en el conocimiento del Calcolítico peninsular y que había sintetizado en su obra de 1887 Las primeras edades del metal en el Sudeste de España. Años antes, el francés Émile Cartailhac había llegado a plantear un origen común entre las céramicas recogidas en distintos puntos de Europa y Anatolia (yacimiento prehistórico de Troya) y las halladas en la Península Ibérica. Sin embargo, no compartía este planteamiento José Ramón Mélida, quien consideraba poco creíble esta hipótesis y creía que el parentesco propuesto por Cartailhac sólo era válido para los vasos y cerámicas del Noroeste peninsular, estudiados por su colega Federico Maciñeira Pardo. Para la cerámica de la mitad meridional peninsular estableció un origen africano, como ya apuntara en otro párrafo del discurso. Uno de los fenómenos en los que con más interés se detuvo fue el megalitismo, y los conjuntos de tumbas dolménicas. Mélida adscribió las tumbas dolménicas a una característica no de una raza, sino de un estado de cultura y de sentimientos religiosos unidos a la muerte, no privativos de un pueblo sino de todos985. De alguna manera, aplicó a esta teoría un criterio que no tenía en cuenta el componente étnico y que evidenciaba la visión cíclica inspirada en Winckelmann. Creía que la aparición y extensión del megalitismo se explicaba desde el progreso evolutivo de todo pueblo, independientemente de su raza o, lo que es lo 9800 9810 9820 9830 9840 9850

MÉLIDA ALINARI (1906d: 23). Sobre la cerámica neolítica, realizó Mélida un repaso por las distintas tipologías en su discurso de ingreso (1906d: 24 y 25). MÉLIDA ALINARI (1906d: 24). MÉLIDA ALINARI (1906d: 26). AYARZAGÜENA (1994). MÉLIDA ALINARI (1906d: 31).

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Fig. 31.- Acta Oficial en la Real Academia de la Historia. José Ramón Mélida aparece sentado en el extremo derecho de la mesa presidida por el Excmo. Sr. Duque de Alba.

mismo, de su capacidad inventiva. Curiosamente, aparecía aquí un Mélida que dudaba de la validez de los principios del difusionismo y contemplaba una evidencia cultural, el megalitismo, desde la concepción cíclica del progreso que afectaba a todos los pueblos. Con este planteamiento concedía una capacidad evolutiva y de desarrollo a aquellas culturas que el difusionismo relegaba a la dependencia de otras. En el caso particular de la Península Ibérica, distinguía, como ya hiciera en otro párrafo del discurso, dos tipos o variedades: una era la relacionada con el resto de Europa y que encontramos en Asturias, provincias Vascongadas, Extremadura, Portugal, Cataluña y Norte de Andalucía; y otra tan sólo se hallaba en Portugal y la parte meridional de Andalucía. Este segundo tipo lo emparentó con los tipos hallados en Grecia y Asia Menor. Como ejemplo representativo del megalitismo en el sur peninsular, citó el dolmen conocido como la Cueva de la Menga (Antequera, Málaga) que ofrecía la singularidad de que su cámara aparecía como dividida en dos naves por unos pilares dispuestos en el eje longitudinal para sustentar la techumbre. Según Mélida despierta en el observador el recuerdo de la Arquitectura arquitrabada, y en nosotros especialmente del templo egipcio menfita, llamado de la “Esfinge” (...) al que asignan una antigüedad de tres mil años986. Una muestra más de que seguía enfrascado en su obsesión por buscar en Egipto los paralelos inmediatos a algunos de los monumentos, tumbas y templos ubicados en suelo peninsular. Para Mélida, este tipo de estructuras funerarias era el de Tumba de cúpula, cuyo ejemplar más perfecto consideraba el del llamado Tesoro de Atreo, en Micenas. Según él, este tipo de tumbas citadas respondían a las características micénicas, distintas ya de las dolménicas. Atribuyó el origen y expansión geográfica de las primeras al Mediterráneo y, en el caso del tipo dolménico, a las regiones septentrionales de Europa. Y advirtió, desde el punto de vista constructivo, una diferencia: las tumbas de inspiración micénica contaban con una cámara de planta circular, cubierta por bóveda elíptica y utilizaban aparejo regular; mientras que las paredes de las tumbas dolménicas estaban constituidas a base de gran9860

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des piedras erguidas. Lo que más llamó la atención de Mélida fue la dispersión de los dos tipos de monumentos, dolménico y micénico, y cómo su aparente adscripción geográfica Norte-Sur se rompía en el caso del Sur de la Península Ibérica. Aquí se hallaban tanto tumbas dolménicas como micénicas; ante lo cual afirmó: dijéranse que los constructores de dólmenes y los constructores de murallas y de tumbas micenianas debieron encontrarse en Iberia987. Esta confusión de ambos sistemas se detectó especialmente en Portugal y en Antequera. Fue precisamente en esta localidad malagueña donde se encontraron dos tumbas, estudiadas por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco y después por el arqueólogo Manuel Gómez Moreno, que las atribuyó a los tartesios, que compartían su disposición, pues en ambas se encontraron un largo corredor y una cámara sepulcral. Sin embargo, en la del tipo dolménico sólo había una cámara, de forma cuadrada; y en la miceniana (la del Romeral) había dos cámaras de distinto tamaño y de planta circular, si bien reconocía el propio Mélida que este esquema era bastante flexible, y existían casos en el Oriente con este tipo de tumbas de planta cuadrada. Resolvió esta compleja problemática, atribuyendo estas construcciones al sistema griego. Pero, ¿cómo justificaba Mélida que las cubiertas planas y monolíticas de las tumbas dolménicas habían seguido el sistema constructivo griego? Debía de atribuirlo a una muestra de incapacidad de los “imitadores de los griegos” para resolver el problema de la cubierta a base de superponer anillos de piedra hasta conseguir el cerramiento. Creía que no lo conseguían y acababan recurriendo al sistema dolménico para cerrar la cámara con una gran piedra. En este inconsistente razonamiento afloró una vez más el enfoque difusionista y la negación de la autosuficiencia de las gentes peninsulares, a las que, incluso, tachó de “raza decadente”. Para Mélida, las tumbas de Antequera se presentaban como un caso aislado988 inexplicable si no era con el recurso del helenocentrismo: ¿Cómo si no explicar el caso que, como aislado y fortuito, se nos ofrece en la historia del arte monumental, solamente en nuestro suelo?989. Lo cierto es que la cronología manejada para los megalitos europeos –sobre todo después de que Renfrew revisara las fechas en los años 1870 del siglo XX– era mil años anterior a la de los megalitos del Mediterráneo Oriental. Hoy día el megalitismo se concibe como un fenómeno plural y poligenista, sin que necesariamente tuviera que mediar entre las distintas zonas o brotes una relación directa. El tema del megalitismo volvió a ser objeto de análisis y reflexión varios años más tarde. En 1914 salió publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos un interesante artículo suyo titulado “Arquitectura dolménica ibera. Dólmenes de la provincia de Badajoz”990. En él, dio cuenta de la existencia conocida de veinte ejemplares de dólmenes en la provincia pacense, de los cuales ninguno se hallaba completo y muchos de ellos aparecían profanados y desconcertados por gentes rústicas e ignorantes, llevadas del insano y codicioso afán de la rebusca de tesoros, causa de infinitos desafueros contra la Arqueología en toda España991. A juicio del arqueólogo madrileño, los dólmenes representaban la forma más perfecta de sepultura del período neolítico y de la época de transición hacia el empleo del metal. Cronológicamente, propuso el declive de los dólmenes, como forma de sepultar, cuando el hombre abandonó los palafitos, hacia el año 1000 antes de Cristo. Mélida seguía insistiendo en paralelos de dólmenes de la provincia de Badajoz, como el del Prado del Lácara, con la disposición análoga a la del tesoro de Atreo en Micenas y las demás tumbas griegas de igual tipo, advirtiendo que en general las sepulturas estaban orientadas con la cabecera al Noroeste. La altura a la que se encuentra el citado dolmen lo atribuía a un posible espacio dedicado a sacrificios u observatorio, una teoría ya aplicada en casos tan conocidos como el Cerro de los Santos o Numancia. En cuanto a los sepulcros abiertos en las estructuras dolménicas, los consideraba del mismo tipo que otros de España como los del margen derecho del Ebro en la provincia de Burgos. 9870 9880

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MÉLIDA ALINARI (1906d: 33-34). Otro ejemplo parecido a la tumba del Romeral es el de cámara hallada en 1905 en la necrópolis Carmona y de la que hizo detenido estudio Adolfo Fernández Casanova (1906: 374-381). MÉLIDA ALINARI (1906d: 35). Escrita a mano aparece firmada por Mélida la siguiente frase: dedicado a Luis Siret en testimonio de consideración y afecto. MÉLIDA ALINARI (1914 m: 4).

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En este interesante trabajo, Mélida no dejó de recordar la gran ayuda en las exploraciones que había recibido de sus acompañantes: Juan Grajera, presidente de la Subcomisión de Monumentos de Mérida; Sánchez-Albornoz, Antonio Floriano y las entonces alumnas Isabel Baquero y Ángela García Ribes. En su repaso individualizado de algunos dólmenes, se refirió al monumento de Toniñuelo, cuya particularidad residía en que tres de las piedras de la cámara tenían grabadas unas figuras o signos y unas rayas trazadas con almagre. Dichas figuras consistían en un sol trazado de manera muy sencilla. En otra de las piedras el sol se repetía tres veces y aparecía además una estrella. Símbolos todos, que según Mélida debían relacionarse con las pictografías prehistóricas de las cuevas de la provincia de Santander y de las rocas de Cogull, la cueva de los Letreros, Fuencaliente y la Batanera. A modo de balance, Mélida sostenía que quedaba probada ya, contra lo que se creía hasta entonces, la existencia de dólmenes tanto en Oriente como en Occidente; y que estaban relacionados con otros géneros de construcciones megalíticas, como talayotes, navetas, nuragas y giganteyas, propias de islas mediterráneas. Mélida concebía el dolmen como el primer esbozo del arte de construir y respecto a su origen era la creencia más corriente la de atribuirle un foco inicial radicado en Oriente. Entre sus partidarios, Joseph Déchelette y Oscar Montelius admitían una influencia continua y progresiva ejercida por el Oriente sobre el Occidente desde los tiempos prehistóricos y entre sus detractores, con apenas adeptos, los había que defendían la existencia de un foco en el Norte de Europa, desde el que se expandió este fenómeno megalítico al resto del continente. Mélida pensaba, como Déchelette, que la primera vía comercial citada, la marítima, era conocida por navegantes anteriores a los fenicios que desembarcaron en Gadir, Cádiz. El planteamiento contrario, sin embargo, señalaba que la vía del litoral atlántico debió de ser la primeramente abierta y más frecuentada, y por ello se explicaba la abundancia de monumentos megalíticos en la costa occidental y región suroeste de Francia, islas británicas y Escandinavia. Al final del citado artículo, Mélida individualizó el análisis de algunos de los dólmenes-tipo que consideraba paradigmáticos en la Península Ibérica. Sobre aquellos semejantes a los conocidos como “tipo Antequera”, en contra de la opinión de Déchelette, incurrió en el error de relacionarlos con la colonización fenicia, y posiblemente por mediación de los propios fenicios, como pensaba Siret, que denunció la denigración de que eran objeto los fenicios por el antisemitismo reinante entre muchos eruditos e historiadores992. Acerca del tipo de dolmen similar al de Cueva de Menga advirtió semejanzas con monumentos egipcios como mastabas o tumbas pétreas del imperio menfita, con lo que se trataría de una imitación bárbara de los egipcios. Como conclusión, afirmó que no se había verificado en nuestro suelo una evolución progresiva y lógica del dolmen desde el tipo primitivo hasta la cúpula sino que se había producido una mezcla de ensayos y combinaciones. La construcción de las murallas fue otro de los aspectos que analizó Mélida para justificar las influencias micénicas993 en la Península. Era de la opinión de que las murallas, en general, estaban mejor construidas y con más sujeción al sistema micénico que las tumbas: aparejo compuesto de bloques (más que de sillares) asentados por hiladas sin mortero, y a veces con piedras pequeñas en los intersticios. Conservaban el aspecto rústico de su forma natural, que denotaba su escasa y tosca labra. Como ejemplo más representativo del tipo micénico puso el del Castillo de Ibros, en la provincia de Jaén, al que consideraba como el tipo más perfecto respecto al estilo impuesto por la cultura micénica, por su superficie pulida y su aparejo bastante regular. Igualmente, respondían a las mismas características constructivas, según Mélida, que las acrópolis micénicas: la muralla de Tarragona –a la cual comparó con la fortaleza de Tirinto, en la Argólida griega– los restos de San Miguel de Eramprunya y San Pedro de Casserres (Barcelona), la primitiva muralla de Sagunto y otros repartidos entre Córdoba, Sevilla, Extremadura y Noroeste de la Península. Estas comparaciones estilísticas las hizo extensivas a citanias portuguesas como la de Sobroso y la de Briteiros: estas ciudades serranas (...) guardan ana9920 9930

Cfr. M EDEROS (2001: 37-38). El planteamiento difusionista de Micenas como centro cultural del entorno mediterráneo afectó incluso a investigadores como el portugués Martins Sarmento, quien en su obra de 1899 A Arte Micenica no noroeste de Espanha advirtió en los castros una influencia micénica.

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logía con las acrópolis del Oriente, no sólo en el aparejo de sus muros y en el pavimento de alguna calzada que se parece bastante a una de Troya, sino que se revela de un modo más preciso y elocuente en la ornamentación de algunos trozos arquitectónicos y de la cerámica994. Se detecta un cierto regusto orientalista en los planteamientos de Mélida, quien continuaba concediendo al Mediterráneo Oriental toda la iniciativa civilizadora responsable del posterior devenir histórico en el entorno mediterráneo europeo. Lógicamente, las excavaciones llevadas a cabo en la vertiente oriental del Mediterráneo, sobre todo las de Schliemann en Micenas y Troya, y las de Arhur Evans en Creta, entre finales del XIX y principios del XX, impulsaron el conocimiento de culturas que hasta entonces eran sólo referencia literaria, lo que supuso la incorporación de nuevos enfoques y nuevas visiones a la hora de valorar el protagonismo cultural de los distintos pueblos. El estrecho conocimiento que se tenía entonces de la prehistoria y protohistoria europeas obligaba a los arqueólogos, como Mélida, a emitir sus teorías desde una óptica difusionista y tomando como base las escasas excavaciones que hasta entonces se habían llevado a cabo. Micenas se presentaba como el principal yacimiento mediterráneo más o menos estudiado desde que el alemán Schliemann había decidido materializar aquí su sueño de localizar el escenario narrado por La Ilíada de Homero. Una vez conocida la magnitud de la fortaleza de Micenas, ésta se convirtió en auténtico “yacimiento director” y en recurrente explicación a cualquier construcción megalítica europea. Fue éste el motivo de que Mélida asignara al fenómeno megalítico europeo una procedencia micénica, aun cuando el desfase cronológico desbaratara esta teoría de corte difusionista. Debe tenerse en cuenta que la tradición consideraba a los fenicios como los verdaderos educadores de Grecia, pero desde las excavaciones de Schliemann en Micenas la Arqueología demostró la originalidad de las hasta entonces olvidadas civilizaciones prehelénicas. Este aparente error de asignación cronológica hay que mirarlo bajo el prisma de la época. La falta de excavaciones y por tanto la escasez de información arqueológica que sirviera como referente provocaron que Micenas se convirtiera en el único recurso para tejer una hipótesis arqueológica basada en restos materiales. En el último cuarto del XIX ninguna excavación había proporcionado un caudal de información arqueológica superior al de Micenas. Desde el punto de vista cronológico, Mélida opinaba que los restos arquitectónicos de carácter miceniano representan en Iberia un período cuyos comienzos están en la transición del uso de la piedra a la del metal995, es decir, el período Calcolítico o mediados del tercer milenio antes de Cristo, como mostraba la aparición en algunas de las tumbas de instrumentos de piedra y de cobre. Es evidente que Mélida se vio influenciado por las grandes excavaciones arqueológicas acometidas en el último cuarto del XIX y primeros años del XX, momento en el cual la puesta en valor de la cultura ibérica se encontraba todavía en una fase poco definida. De hecho, volvió a plantear: ¿quién pudo enseñarles (a las sociedades iberas) a construir murallas y tumbas por el sistema miceniano? ó por el contrario, ¿fue posible que tales indígenas, por propio esfuerzo, pasaran del dolmen a la construcción aparejada?996 Una vez más afloraban los titubeos de un Mélida cuyos planteamientos en torno al problema ibérico evidenciaban sus dudas respecto al nivel de autosuficiencia de la población indígena. Entre las conjeturas de base autoctonista figuraba la opinión del francés Pierre Paris, quien mantenía que el aparejo ciclópeo, por lo tosco y primitivo, pudo ocurrirse simultáneamente a gentes entre quienes no existía comunicación. Sirvió este enfoque para que el arqueólogo madrileño –siempre tan permeable a las influencias francesas– se acercara a las posturas sostenidas por sus colegas galos. Aún así, y tal y como vemos en este discurso, este convencimiento llegaría después de muchas dudas, como evidencia el siguiente comentario: se advierte, como en la acrópolis de Tarragona, una disposición de puertas, torres y demás elementos, y, como en las tumbas de cúpula, principios de construcción tan precisos, que es forzoso reconocer en todo ello el sistema miceniano997. Consideraba Mélida que los pobres monumentos de Iberia eran reflejo de un proceso de influencias que irradiaban los pueblos helenos asentados en la Argólida. Esta afirmación implicaba una negación de la 9940 9950 9960 9970

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hipótesis contraria, es decir, el supuesto de que los constructores originarios partirían de Occidente. Pero este extremo, según Mélida, tenía en su contra no pocos testimonios del origen oriental del arte miceniano, que en suelo peninsular daría muestras de su decadencia, no pudiendo estar a la altura del completo desarrollo que tuvo en la Argólida: mi opinión (...) es que los monumentos indicados de Iberia tuvieron su origen en la importación del sistema miceniano. No se propagó éste de Occidente a Oriente, sino al contrario998. El esquema difusionista propuesto por Mélida era aún más complejo. Al igual que atribuyó al sistema micénico las soluciones constructivas adoptadas en la Península Ibérica, aplicó esa misma transmisión de conocimientos desde Egipto a la Hélade, con lo cual sus derivaciones hiperdifusionistas contemplaban un escenario dominado por el egiptocentrismo que reinaba entonces entre gran parte de los arqueólogos europeos: No se propagó de Occidente a Oriente, sino al contrario, desde allí donde había nacido con los elementos de la arquitectura maciza de las mastabas y pilonos egipcios, de la construcción por ensamblaje que aplicaron los micenianos, á la erección de los palacios de sus príncipes y de la elevación de domos para guardar los muertos, a la manera que lo habían hecho con varios fines los orientales999.

En cuanto a las influencias orientales a las que hizo constantemente referencia, recurrió Mélida a un hecho histórico para justificarlas: la invasión doria del siglo XII antes de Cristo. Este movimiento de gentes dorias determinó la inmigración y consiguiente difusión por las islas y costas orientales y occidentales del Mediterráneo de los primitivos habitantes de Grecia, bautizados como pelasgos. Se trataba, en suma, de las mismas gentes que desarrollaron la civilización micénica y de quienes los atenienses se consideraban descendientes directos. Se decía que los pelasgos eran tirrenos, como los etruscos, que según la tradición recogida por Heródoto descendían de los lidios, pueblo situado en Asia Menor al norte de los carios. La influencia micénica, a la que atribuyó Mélida gran parte de las construcciones ibéricas, fue advertida, según él, en otros puntos del Mediterráneo, previamente a la Península Ibérica. Es el caso de las fortificaciones y recintos funerarios de regiones como Lidia, Frigia, Caria o Licia; las murallas de las ciudades etruscas; y monumentos insulares como los nurhages de Cerdeña, los talayots y las navetas de las Islas Baleares. De esta manera, expuso el esquema evolutivo según el cual a medida que se desarrollaba y expandía una creación o iniciativa cultural, ésta iba perdiendo de forma inexorable su pureza inicial para caer en la decadencia de la imitación y en la imperfección. Un razonamiento propio de la época y que debió de estar influido por la obra de Pierre Paris Essai sur l’art et l’industrie de l’Espagne primitive, de 1903-1904, en la cual la cuestión micénica se convirtió en un tema muy recurrente a la hora de establecer parentescos e influencias culturales. La etapa de las colonizaciones ocurridas en la Península Ibérica a partir de finales del segundo milenio antes de Cristo también fue objeto de análisis en este discurso. Mélida adjudicó a fugitivos de Sidón, oprimidos por la invasión israelita en Siria y que pasaron a Libia, la primera colonización de Iberia en el siglo XIV antes de Cristo. Después, creyó que debió de darse la colonización fenicia del siglo XII antes de Cristo, documentada en las fuentes literarias pero sin verificación arqueológica en la actualidad. Y entre ambas, afirmaba lo siguiente: nos habla la historia de unos griegos rodios que vinieron a las Islas Baleares; y en este punto ocurre preguntar: ¿qué griegos podían ser éstos que no fuesen pelasgos o gentes de su raza en tal época, que viene a ser la del citado éxodo pelásgico?1000 Justificaba esta sospecha recurriendo a los testimonios arqueológicos, que le autorizaban para creer que las influencias micénicas llegaron a la Península en forma de oleadas desde antes de la ruina de Micenas, en el siglo XII antes de Cristo. Se refería a unos ídolos de esquisto, hallados tanto en sepulturas primitivas de Carmona como en otros puntos del Sur peninsular por Bonsor y los hermanos Siret, idénticos, según Mélida, a los descubiertos por Schliemann en Troya. Utilizó, además, la supuesta llegada de gentes micénicas para marcar un 9980 9990 1000

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antes y un después en la evolución interna del territorio peninsular, al considerar que el siglo XII antes de Cristo constituía la primera fecha clave de los iberos, que hasta entonces debieron de estar en la fase neolítica de su prehistorismo, y en la que todavía debieron de permanecer algunas tribus1001. Relacionó este préstamo cultural de los micénicos a los iberos con el momento en el que éstos debieron de aprender a construir al modo micénico, condicionando así el cuadro cronológico-cultural ibérico al desarrollo y fin del mundo micénico. Tras la oleada de rodios que Mélida situó en el siglo XIII antes de Cristo, habló de otra penetración de gentes griegas en la Península entre los siglos VIII y VI antes de Cristo, esta vez de foceos1002 procedentes de Massilia (Marsella), que se dedicaban al comercio de cabotaje. Fue Emporion (Ampurias) su principal fundación en el litoral levantino y centro productor de primer orden. De los recipientes de vidrio y de barro recuperados de sus necrópolis, destacó Mélida varios tarros de perfumes, que relacionó con la exportación fenicia, y ánforas, a las que asignó una procedencia focense tras advertir un parentesco con las que tuvo ocasión de ver en Delfos y Atenas, en su viaje por el Mediterráneo en 1898. También citó cerámicas pintadas de estilo corintio, arcaicas de figuras negras y clásicas de figuras rojas, que consideró importadas. Sus conclusiones tipológicas debió de obtenerlas de Adolf Fürtwangler y su Katalog der Vasensammlung im Berliner Antiquarium, publicada en 1885 y un referente de primer orden en el campo de la ceramología durante mucho años. A continuación, y siguiendo el orden histórico-cronológico, abordó Mélida la colonización fenicia. No obstante, llama la atención su inclinación helenocéntrica en perjuicio de la visión orientalista, que atenuaba el papel de los navegantes tirios en nuestras costas. El protagonismo que Mélida concedió a las culturas griegas era tan abrumador que relegaba a los tirios (fenicios) a una función secundaria respecto a la desarrollada por los micénicos. A ellos atribuyó la transmisión de la industria de los metales y algunos monumentos peninsulares, en los que advirtió la naturaleza artística de los fenicios. Pero su preponderancia del modelo helénico sobre el oriental se puso de manifiesto cuando afirmaba que no existe en rigor un arte fenicio que por sus caracteres distingamos como los genuinos de otros pueblos. Aquellos comerciantes del mundo antiguo carecían, como los del moderno, de gusto estético, y no se cuidaron de crear un arte, sino que en los largos siglos de su civilización, mantenida por el tráfico con distintos pueblos, tomaron de éstos el arte y los artistas que les fueron necesarios1003. Respecto de las piezas recuperadas en suelo ibérico que Mélida atribuyó a los fenicios destacaban varios peines y placas de marfil con figuras grabadas de animales, descubiertos por Bonsor en ciertas sepulturas de Carmona y en los que advirtió además marcadas reminiscencias asirias. Hoy en día pertenecerían a lo que se ha dado en llamar cultura orientalizante1004. Con la misma naturaleza fenicia asoció unas tumbas y objetos de adorno hallados en Málaga. Aparte de unos hipogeos y pozos sepulcrales de tipo sidonita, registrados en Cádiz, donde se conservaba la pieza capital fenicia de España: el sarcófago antropoide de mármol1005, de estilo griego clásico, con los amuletos de oro de estilo egipcio y otros adornos descubiertos en el último cuarto del siglo XIX. En una conferencia pronunciada por Mélida en 1911 en el Museo de Reproducciones Artísticas volvió a abordar el hallazgo de tres sepulcros fenicios1006 hallados en Punta de la Vaca (Cádiz) en 1887, entre los que se encontraba el famoso sarcófago antropoide, para analizar un tema de actualidad como era el de la presencia fenicia en la Península Ibérica1007. Mélida había sido el encargado de redactar la minuta1008 que tenía que ser dirigida al Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes acerca de 1001 1002 1003 1004 1005 1006

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MÉLIDA ALINARI (1906d: 42). ALMAGRO-GORBEA (1996: 77-79). MÉLIDA ALINARI (1906d: 43). ALMAGRO GORBEA (1996: capítulos III y IV). Descubierto el 30 de mayo de 1887, véase M EDEROS (2001: 38-39). Las excavaciones en la necrópolis fenicia de Cádiz comenzaron en 1887 con motivo de las obras que se produjeron en torno a las Puertas de Tierra, para celebrar la Exposición Marítima de 1887 y se prolongaron hasta el año 1895. Sobre los primeros hallazgos fenicios en la Península Ibérica, véase HÜBNER (1900), MAIER (1999b: 112-128) y M EDEROS (2001: 37-38). Minuta de oficio de la Real Academia de la Historia, Madrid, 16 de abril de 1910. Cfr. MAIER y SALAS (2000: 111, sig. CACA/9/7949/76(1).

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la conservación del sarcófago, en unos años en los que la Real Academia de la Historia era un órgano consultivo importante en materia de Patrimonio por medio de las Comisiones de Monumentos. El mismo año de 1910, había enviado un informe1009 al ministro de entonces Álvaro Figueroa Torres, Conde de Romanones, haciéndole llegar la petición del jefe de Biblioteca y Museo de Cádiz de mejorar la conservación de los hipogeos de la necrópolis fenicia. El arqueólogo madrileño intentó valorar el protagonismo fenicio en el fenómeno colonial y su dependencia respecto de otras culturas mediterráneas como la griega y la egipcia. El contexto investigador europeo estaba dominado entonces por dos modelos históricos, orientalismo y helenismo, y Mélida empezaba a asimilar como segura la expansión fenicia en las costas del sur peninsular: Las monedas que se tuvieron por fenicias se estudiaron mejor y se reputaron griegas; las cuentas de vidrio y los vasos de alabastro encontrados en Vélez-Málaga no hicieron más que confirmar la influencia fenicia en nuestra patria1010. No obstante, seguía pesando sobre él la imagen de un pueblo fenicio sin aptitudes artísticas, que para satisfacer la necesidad social del sentimiento estético tuvo que buscar los modelos en los pueblos creadores del Arte, esto es, en Egipto primero, poco después en el pueblo caldeo-asirio, y por último en la Grecia1011. Subyacía en las palabras de Mélida una marcada tendencia helenocéntrica que eclipsaba el posible protagonismo y valoración de otras civilizaciones como la fenicia. Su negativa a atribuir originalidad y autosuficiencia artística a los fenicios se sitúa en línea con los preceptos que el evolucionismo biológico y antropológico británico habían propuesto a principios del siglo XX. El sesgo difusionista caracterizaba a un grupo de ingleses y otros alemanes1012, que partían de supuestos como la escasa inventiva del ser humano y la alta capacidad imitativa de éste. Pensaban que las diferencias y semejanzas culturales podían explicarse recurriendo a una combinación de migraciones, adiciones, pérdidas y fusiones. Desde 1880 hasta 1920 aproximadamente, el esquema hiperdifusionista imperó en el escenario del pensamiento arqueológico europeo. En realidad, la matriz difusionista que se impuso en Arqueología a finales del siglo XIX iba en paralelo al marco definido por el evolucionismo. En palabras de A. Ruiz la práctica de la matriz difusionista apoyada en el Positivismo a través de las teorías del paralelo y del fósil guía, y en el Darwinismo en modelos teóricos tales como el de las tres edades, enraizó con el modelo económico nacionalista que presidía la expansión neoimperialista (...) surgió así el mito del invasor civilizado y bienhechor frente al indígena bárbaro y civilizable articulados en una matriz integradora y nunca conflictiva1013. Volviendo al caso concreto de los sepulcros fenicios localizados en Cádiz, Mélida evidenciaba la influencia que el hiperdifusionismo egipcio, cuyo máximo exponente fue Elliot Smith, llegó a ejercer sobre él cuando afirmaba que en Cádiz se descubrieron tres sepulturas, o sea, que los cadáveres habían sido depositados en un sepulcro como la mastaba del primitivo egipcio (...) la construcción de la sepultura es egipcia, o hecha al estilo egipcio, y la forma de la caja también es egipcia1014. Contrapuso Mélida esta comparación con lo que él consideraba un distanciamiento del tipo egipcio en el mayor realismo de sus manos, no como las egipcias, que son puramente convencionales1015. Tampoco faltó cierta dosis de helenocentrismo, al justificar Mélida la filiación artística del sarcófago: la factura de su cabeza es helénica, así como la manera de tratar la figura (...) la obra corresponde al V-IV antes de Cristo (...) ¿quien no ve en esta obra la influencia artística que produjo la mujer del frontón de Egina, que corresponde a un arte de transición entre el arte arcaico y el arte de Fidias? (...) disposición del bigote, idéntica a las del Zeus del templo de Olimpia1016. Los paralelos iconográficos advertidos por Mélida en el sarcófago gaditano abarcaban una filiación

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Cfr. MAIER Y SALAS (2000: 111, sig. CACA/9/7949/76(2). MÉLIDA ALINARI (1914a: 5-6). MÉLIDA ALINARI (1914a: 7). Vid. RIVERA D ORADO (1976: 155-160). Sobre los orígenes y causas del Difusionismo, como reacción inmediata al industrialismo, en Gran Bretaña, véase TRIGGER (1992: 146-147). RUIZ (1993: 194). MÉLIDA ALINARI (1914a: 7). MÉLIDA ALINARI (1914a: 8). MÉLIDA ALINARI (1914a: 7-8).

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artística más amplia incluso: en la expresión del rostro recuerda las figuras chipriotas; tiene una dulzura semejante a la representación del Baco indio1017. Sobre el material empleado, creía el arqueólogo madrileño que se trataba de mármol de las canteras de Huelva, en cuyo caso el artífice sería un fenicio que trabajó en España. Hay que tener en cuenta que en Europa la visión sobre la cultura fenicia era muy distinta según los países. En Inglaterra1018, los fenicios eran tenidos en consideración, mientras que en Francia1019 y Alemania su imagen no gozaba de la misma aceptación. Esta hostilidad hacia ellos fue incluso aumentando a lo largo del siglo XIX y principios del XX a medida que el antisemitismo se iba haciendo más presente en Centroeuropa. En el plano arqueológico-histórico, el modelo filohelenista aparecía además como negación de la opción pro-semítica, negando el papel de los fenicios en la formación de la cultura helena y su influencia en el Mediterráneo Occidental. Estos planteamientos paneuropeístas se enmarcaban dentro de la justificación histórica de la autonomía y autosuficiencia de Europa respecto de Oriente, en sintonía con la política colonialista e imperialista llevada a cabo entonces por las potencias europeas. En España, poco a poco se fue produciendo una reorientación de los estudios arqueológicos desde la idea de los orígenes orientales de las sociedades protohistóricas peninsulares hacia una visión más clasicocéntrica, que en Mélida se detecta con claridad. No era el suyo un sentimiento antisemita sino una inclinación filohelenista que relegaba a los fenicios a una papel secundario en el escenario de influencias peninsulares. Además, su afinidad con los arqueólogos franceses le pudo predisponer algo a la hora de postergar a los fenicios. Ya desde finales del XIX, el panorama investigador europeo había comenzado a dividirse entre partidarios y detractores de los fenicios. Algunos de los considerados helenistas, como el francés Salomon Reinach1020 o el alemán Karl Julius Beloch (considerado como un seguidor del modelo ario radical) se basaron en los descubrimientos de Arthur Evans en el yacimiento cretense de Cnossos para descartar aquellas teorías que atribuían a los fenicios un papel preponderante en las antiquísimas civilizaciones del archipiélago heleno. Afirmaban que la civilización micénica era totalmente europea en su origen y sólo se orientalizó superficialmente. Por otro lado, los llamados orientalistas, como Oscar Montelius o Wolfgang Helbig, negaban cualquier originalidad a la civilización cretomicénica y no veían en ella más que el reflejo de la influencia de fenicios e hititas. Entre finales del XIX y principios del XX, se detecta una corriente conciliadora que propugnaba una civilización egea que mantenía las mismas relaciones con Oriente y Europa. Arthur Evans, Giuseppe Sergi y John Linton Myres fueron algunos de sus partidarios. Completó el cuadro histórico con los cartagineses, cuya venida primera fue en el siglo VI antes de Cristo. A esta cultura atribuyó Mélida unas estelas de piedra descubiertas en Tajo Montero1021, en una de las cuales apareció esculpida la imagen de Astarté con la palmera africana; si bien no citó la estela hallada en la localidad almeriense de Villaricos, donada por Luis Siret a la Real Academia de la Historia en 19051022. Tras este planteamiento histórico-cronológico, acabó adoptando una perspectiva heleno-orientalizante que caracterizó su producción literaria de finales del XIX - principios del XX:

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MÉLIDA ALINARI (1914a: 8). Estaba muy extendida en Inglaterra la creencia de que los fenicios habían llegado hasta la región de Cornualles, concretamente a las islas Scilly, identificadas entonces con las Cassitérides, MAIER (1999b: 133-172). El ascenso de la aceptación de los fenicios en Inglaterra como posibles agentes colonizadores de la civilización griega fue debida a que los cananeos, como príncipes del comercio y los mares de tiempos pretéritos, se vinculaban a los ingleses, reyes del comercio y los mares de los siglos XVII al XIX. Sobre algunas de las publicaciones de los fenicios en Inglaterra desde el XIX, véase M EDEROS (2001: 38). Vid. GRAN AYMERICH (2001: 238-252, 329-331, 577-595). En esos momentos, Francia era la nación que más y mejor había abordado el estudio de los fenicios gracias a su actividad colonial desde la segunda mitad del siglo XIX en el Norte de África, en territorio libanés y en Palestina. Reinach negaba la influencia de los fenicios sobre Europa en fecha anterior al siglo VIII antes de Cristo. Procedía de una familia judía laica. Cfr. RODRÍGUEZ DE BERLANGA (1902: VI, 328 y VII, 28). Vid. F ITA Y COLOMER (1905), ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 154-155) y VV. AA. (2001: 275). Sobre las excavaciones de Siret en Villaricos, véase M EDEROS (2001: 39-40).

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Hay un período de la evolución ibera, el ya indicado del metal, en el que son causas eficientes de la misma las invasiones de gentes orientales, pelásgicas y fenicias; período que desde remotas fechas debió extenderse hasta la influencia de la Grecia pujante y civilizada del siglo V antes de Cristo (...) al calor de esa pujanza que da a la civilización antigua una característica helénica, y a cuya influencia se suma la fenicia, dando impulso más decisivo a la civilización ibera, la cual conserva marcado sello greco-oriental1023. El sello greco-oriental al que hacía referencia Mélida lo hizo extensible a la faceta artística desarrollada por los indígenas iberos. Habló de centros principales o núcleos dentro de la Península donde el Arte, nacido de esas dos influencias, alcanzó su máxima expresión. Se refería a los territorios del Sureste ocupados por edetanos, contestanos, bastetanos, oretanos y turdetanos. En la parte correspondiente al arte monumental ibérico, Mélida hizo mención especial de la muralla de Tarragona, en la que advirtió varias fases constructivas: prehistórica, miceniana, ibérica y romana. Relacionó la fase ibérica con la ciudad ibera de Cose, antecesora de la Tarraco romana. Volvió a inclinarse por atribuir a la influencia micénica el aparejo - a base de piedra y adobe, en grandes bloques unidos con barro - de la muralla de Berruecos, en la provincia de Teruel. En cuanto a la arquitectura helénica también estableció paralelos estilísticos con algunas construcciones peninsulares, como el santuario del Cerro de los Santos. Advirtió inspiración griega en los capiteles y molduras del entablamento recuperados en ese yacimiento y en el del Llano de la Consolación, próximo al Cerro de los Santos. Este hecho le llevó a afirmar que la arquitectura griega debió de imperar en las regiones bastetana y contestana, matizando que no se trataría de un carácter griego puro sino una variante del orden jónico arcaico. Incluso, detectó Mélida que este severo sistema de volutas estaba fantaseado con una contraposición de ellas, que le recordaba a algún motivo del capitel persa. Despertó la atención de Mélida la naturaleza de la escultura ibérica, para la que propuso un panorama acorde con sus anteriores planteamientos artístico-culturales: influencias tanto más extrañas, puesto que recayeron en tribus bárbaras que no estaban dispuestas á recibirlas, lejos de determinar un proceso artístico en el que lógicamente pudiéramos distinguir un arcaísmo, un florecimiento y una decadencia, solamente produjeron imitaciones, felices en sus comienzos, luego desgraciadas, rudas y rutinarias repeticiones de buenos modelos1024. Volvía a aflorar aquella visión winckelmanniana y clasicocéntrica según la cual la escultura ibérica representaba la fase degenerativa y marchita de la perfección alcanzada por el sublime arte griego. Concebía la escultura griega como la fuente de inspiración para los artistas ibéricos, cuya inferior sensibilidad y aptitudes artísticas –afirmaba Mélida– habían propiciado un tipo de escultura adulterada, que descendía de calidad según se alejaba de los grandes momentos de la escultura helénica. De hecho, las afirmaciones de Mélida bien pueden interpretarse como un cierto gesto de máxima valoración del clasicismo griego. Algo bastante lógico si se tiene en cuenta su formación clásica, así como sus publicaciones sobre arte griego. No sólo aplicó este principio winckelmanniano al arte ibérico sino que lo proyectó igualmente al arte cristiano. En una breve monografía de 1908 titulada La escultura hispanocristiana de los primeros siglos de la era, en la que examinó un grupo de veintiséis sarcófagos como únicos monumentos escultóricos cristianos que se conservaban en España, llegó a defender que sus relieves bastan para trazar la transformación del Arte, que del clasicismo volvió a la infancia, para recorrer nuevos períodos de arcaísmo, hasta reconquistar su libertad. También el Arte hizo su reconquista1025. Esta afirmación ponía de contraste la vigencia que aún tenían sus teorías cíclicas aplicadas a la evolución artística de un pueblo, como ya propuso en otros casos. Una de las polémicas que recogió Mélida en este discurso fue la consabida acerca de la naturaleza de las esculturas del Cerro de los Santos. Respecto del estilo de estas esculturas ibéricas afirmó lo siguiente: 1023 1024 1025

MÉLIDA ALINARI (1906d: 45). MÉLIDA ALINARI (1906d: 48). MÉLIDA ALINARI (1908h: 27).

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…es resultado de la fusión de los elementos importados, orientales y griegos, en el Sureste de España, y producto de un taller bastetano que, aislado y mantenido por exigencias de la devoción que por costumbre tradicional consagraba tales exvotos en aquel santuario, vivía apegada a la rigidez y simetría propias del arte hierático y a la técnica monótona y dura de los talleres orientales (...) la tosquedad de ellas no es producto de los tanteos propios de un arcaísmo, sino de la torpe repetición de buenos modelos1026.

Sin embargo, eran bastante reveladoras las siguientes palabras del arqueólogo madrileño, cuando argumentó que esta serie escultural en piedra nos da a conocer una escuela artística del arte ibérico. Evidenciaba de nuevo un tono de confusión, aunque con un cierto intento de despojar al arte ibérico –bastetano en este caso– de esa dependencia de culturas orientales a la que le había sometido hasta entonces, y que la rebajaba a la categoría de “pobre imitación”. Desde los intentos de León Heuzey por ver reconocida la existencia de una civilización mediterránea con rasgos propios y su enfrentamiento con una fuerte corriente helenocentrista, representada por sus compatriotas Theodore Reinach y Camille Jullian, el arte ibérico comenzó a ser contemplado con menos prevención y desconfianza. También Pierre Paris contribuyó a esta valoración del arte ibérico, a pesar de sus “enredos” con la cuestión micénica, si bien puede considerarse a León Heuzey como el primer inductor que puso al resto en la pista de un arte original y propio dentro del mosaico cultural de la protohistoria mediterránea1027. Mélida comparó las esculturas pétreas del Cerro de los Santos con los “mal llamados ídolos ibéricos” de bronce encontrados en distintos puntos de la mitad sur peninsular y observó una llamativa semejanza con las representaciones de devotos y devotas que se mostraban en actitud de ofrenda. Respecto a la variedad artística de estos exvotos destacó Mélida su amplitud, detectando en los mismos imitaciones de modelos egipcios, caldeo-asirios y griegos arcaicos. Fuera de estas imitaciones, advirtió la presencia de unas figuras de peregrina tosquedad, del estilo que más propiamente puede ser denominado ibérico1028, y que atribuyó a las gentes indígenas que habitaban la región meridional y oriental (Bastetania, Oretania y Turdetania), donde supuso Mélida un mayor adelanto artístico que en otras regiones peninsulares. Citó, de hecho, el hallazgo de exvotos ocurrido en Despeñaperros, en un paraje inmediato a Castulo (cercano a Linares, Jaén) y estudiado por Horace Sandars1029. Pensaba el arqueólogo británico que este centro de culto debió de tener continuidad hasta bien entrada la dominación romana, como dedujo de las monedas imperiales descubiertas con las figurillas. Al referirse a la esfinge de Balazote, y como ya publicara en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos en 1896, incidió en su marcado carácter caldeo-asirio, que le recordaba a los toros que decoraban las puertas de los palacios ninivitas. Además, estableció paralelos entre las figuras de toro y de león como la hallada en la localidad alicantina de Bocairente1030 y las esfinges egipcias; y entre esfinges como la hallada en Sax1031 (Alicante) y las esfinges aladas a la manera griega. No podía faltar el análisis de la Dama de Elche, descubierta nueve años antes de leerse el presente discurso. Mélida reprodujo los mismos planteamientos que en su publicación del año 1897 en el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº XXXI, p. 427), y volvió a recordar su parentesco con las esculturas del Cerro de los Santos y una cronología en torno al siglo V antes de Cristo1032. Según él, tanto la Dama como las esculturas del Cerro compartían las diademas y collares de inspiración micénica, que utilizaron las mujeres troyanas. Desde el punto de vista etnográfico, el arqueólogo madrileño se atrevió a comparar esta clase de adornos pseudo-púnicos con los que llevaban las argelinas de principios de siglo. En su análisis de la protohistoria peninsular, recalcó el pobre gusto y el tosco cincel de los indígenas dominados en esculturas como las de guerreros lusitanos, los jabalíes recuperados en Ávila o los 1026 1027 1028 1029 1030 1031 1032

MÉLIDA ALINARI (1906d: 48-50). Vid. ROUILLARD (1999) y el capítulo de este trabajo Arte ibérico: una nueva realidad impregnada de filohelenismo. MÉLIDA ALINARI (1906d: 52). Cfr. SANDARS (1906a: 376). Vid. CHAPA BRUNET (1985: 35). CHAPA BRUNET (1985: 52). Pierre Paris matizó este extremo (en su obra Buste espagnol, p. 23), proponiendo para la escultura una fecha del siglo IV antes de Cristo, momento en el que creyó que debieron de penetrar las influencias del arte griego en territorio peninsular. Véase el capítulo de este trabajo El despertar de la arqueología ibérica: la Dama de Elche y el hispanismo francés.

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toros de Guisando: su rusticidad es más aparente que real: esto es, no tan sólo hija de la impericia de la imitación de modelos griegos, sino del natural deterioro del granito en que están esculpidos1033. Su colega alemán Emil Hübner consideraba estos toros y jabalíes como monumentos funerarios de formas nacionales respetadas aún en la época de Augusto. Y de las lápidas romanas de Lara de los Infantes (Burgos) destacó su simplicidad y barbarismo, que le recordaban a los relieves de las estelas hititas. Las influencias artísticas que los distintos pueblos colonizadores ejercieron sobre los indígenas peninsulares, así como la posterior llegada de los romanos, las resolvió Mélida con el siguiente razonamiento: tenemos, pues, un arte ibérico, nacido al calor del arte griego y del arte oriental, con ellos floreciente, cuyos modelos imitó, y que se perpetúa hasta la romanización de los iberos1034. La misma obsesión helenocéntrica mostrada a lo largo de este discurso, afloró en Mélida a la hora de reconocer la naturaleza de las falcatas ibéricas, cuyos mejores ejemplares procedían del yacimiento cordobés del Alto de la Cruz, en Almedinilla1035. Les asignó un origen griego arcaico atendiendo a la ornamentación de las mismas y recordó su parecido con los sables orientales usados por los habitantes del Mediodía. La misma inclinación filohelenista fue la que le llevó a establecer paralelos estilísticos entre la cerámica pintada ibérica, ornamentada con estilo generalmente curvilíneo, del que formaron parte trazados lineales, figuras de animales y figuras de estilo rectilíneo, y la cerámica de estilo micénico y griego geométrico. Al entrar a analizar la orfebrería ibérica se detuvo en la diadema de Jávea1036, cuya identificación se vio facilitada por su parecido, según el autor, con las representadas en algunas estatuas del Cerro de los Santos. José Ramón Mélida puso fin al discurso con el siguiente balance: Se advierte que los elementos civilizadores fueron importados sucesivamente del Egipto, del Asia, del Oriente miceniano y de la Grecia helénica; que tales elementos determinaron en un período de muchos siglos una evolución que no fue uniforme ni fácil, sino que se manifestó con caracteres regionales dignos de muy detenido estudio, y que sumándose y confundiéndose esas influencias en una unidad ibérica, nos revelan cómo nuestros aborígenes pasaron de los jeroglíficos á la egipcia de Fuencaliente, la Batanera y Altamira, al alfabeto ibérico de origen al parecer oriental, de la construcción de dólmenes á la de tumbas al modo miceniano, de la arquitectura ciclópea a la helénica, de los ídolos de tipo troyano á las esculturas bastetanas de carácter arcaico griego, de la ornamentación miceniana á la de los dorios; de manera que al ser sojuzgados por los romanos, que hubieron de tolerarles sus cultos, su idioma, sus costumbres y su arte, debían todo ésto a invasores y colonizadores; debíanlo también a su propio esfuerzo y a sus peculiares aptitudes para asimilarse tales elementos y transformarlos. En una palabra, á la civilización que alcanzaban podían llamarla suya, ibérica1037.

Es sintomático el colofón del discurso, en el que de una manera velada Mélida habló de una civilización propia, la ibérica, a la que concedió la capacidad de forjarse como pueblo y las aptitudes necesarias para desarrollarse y evolucionar. Si bien reconocía las influencias de los pueblos colonizadores, el peso autoctonista ganó protagonismo frente a su visión difusionista, tan presente a lo largo del discurso. Afloraba, una vez más, la indefinición del autor en el tema ibérico, quizás temeroso de validar una teoría que tan sólo era vislumbrada por los franceses. Sin adeptos todavía entre eruditos y estudiosos españoles, Mélida era el primer español que se acercaba a la postura indigenista propuesta por Pierre Paris (engendrada por León Heuzey) y ésto le convertía en la avanzadilla nacional a la hora de definir la personalidad del pueblo ibero. Góngora y Rada habían advertido la existencia de un pueblo ibérico, pero Mélida reforzó este posicionamiento con hipótesis mejor contrastadas y paralelos culturales más 1033 1034 1035

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MÉLIDA ALINARI (1906d: 51). MÉLIDA ALINARI (1906d: 52). Una excepcional colección, donada ente 1867 y 1868 gracias a las excavaciones de Luis Maraver, se encuentra entre los fondos de la Real Academia de la Historia, véase ALMAGRO-GORBEA ET ALII (2004: 204-220). Los hallazgos de Luis Maraver fueron pioneros en la arqueología ibérica, si bien en esos años no se tomó conciencia de la civilización a la que pertenecían. Cfr. MÉLIDA ALINARI (1905c: 366-373). MÉLIDA ALINARI (1906d: 54-55).

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acertados. Aún así, el presente discurso fue un continuo titubeo, en el que era perfectamente consciente del riesgo que entrañaba dirigirse a una concurrencia formada por académicos poco receptivos a un planteamiento novedoso y, hasta cierto punto, rupturista. Se decantó pues por este tono subliminal, anticipo de sus posteriores convicciones como historiador y arqueólogo. En una de las afirmaciones del discurso, Mélida mencionó el origen oriental del alfabeto ibérico, haciéndose eco de la teoría que buscaba en Oriente los orígenes ibéricos. En esta misma línea se había pronunciado, entre otros, Fidel Fita, encargado de responder el discurso de Mélida y persona que suscribió con su firma el ingreso del arqueólogo madrileño en la Real Academia de la Historia. La contestación del discurso leído por Mélida correspondió al epigrafista Padre Fidel Fita y Colomer, quien no escatimó en alabar los méritos de historiador de su futuro compañero académico, como correspondía a este tipo de actos: creo conformarme, si digo ser merecedor de unánime aplauso y de eterna alabanza el Discurso que en este solemne acto de su ingreso en nuestra Corporación acaba de pronunciar el Ilmo. Sr. D. José Ramón Mélida, tomando por tema de su disertación la Iberia arqueológica ante-romana y desarrollándolo con amena claridad, proporcionado método y erudición admirable1038. Fita analizó la trayectoria profesional de su colega madrileño y, posteriormente, llevó a cabo una profunda y meditada reflexión acerca de la escritura jeroglífica, ógmica e ibérica1039, proponiendo incluso valor fonético a ciertos signos. Aprovechó para efectuar una panorámica expositiva sobre el estado de la Arqueología en España, si bien utilizó el término “Arte” para referirse a aspectos que eran competencia de la Arqueología: ni a vosotros, ni al apiñado público (...) se puede ocultar que el Arte, precedido de la Geología y Paleontología, y seguido de la Epigrafía y Filología, es el agente hermoso, poderoso y central, de los adelantos de la Ciencia histórica, que tiene por objeto recorrer, abarcar, esclarecer, reconquistar y devolver idealmente a la vida de la inmortalidad todos y cada uno de los inmensos dominios de la Iberia ante-romana1040. Con todo, el discurso de Fita cubrió el formalismo académico de una manera protocolaria reafirmando las líneas de investigación emprendidas por Mélida. Con una excepción: Fita se opuso a identificar a los iberos con la imagen de un torpe y bárbaro salvajismo con que Mélida se había referido a ellos en el transcurso de su exposición. Esta discrepancia la atribuyó el epigrafista catalán a “ciertas escuelas, que infectas de materialismo y de Darwinismo, presuponen sumidos á los iberos ante-romanos1041. En cierto modo, su mención al Darwinismo puede interpretarse como una defensa fervorosa del catolicismo acorde con su condición eclesiástica. Se detectaba además cierta inclinación nacionalista orientada a realzar la imagen de un pasado hispano relegado a la nefasta imagen del atraso, un aspecto en el que Mélida se había mostrado vacilante en su discurso de ingreso. Esta conciencia patriótica, a veces con apasionado localismo, es explicable, según R. Lucas Pellicer, por razones históricas, con la paradoja de una mezcla ambigua de autoafirmación orgullosa y acomplejada frente a la enconada postura del exterior hacia España1042.

P RIMERA GRAN OBRA DE CONJUNTO: EL CATÁLOGO MONUMENTAL DE EXTREMADURA Entre los años de 1907 y 1910, Mélida llevó a cabo su primer gran trabajo: el Catálogo Monumental de Badajoz. Se situaba en la línea de los Monumenta o los Corpora llevados a cabo por países europeos y representaba la incorporación de un pensamiento afirmativo y organizador, dominado por los preceptos positivistas y los planteamientos racionalistas, por la historiografía liberal que traía de Europa nuevos vientos de cambio. De alguna manera, se trataba de buscar el acercamiento a las corrientes europeas del momento1043 y orientar la disciplina hacia la profesionalización completa. La “muerte” de la 1038

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MÉLIDA ALINARI (1906d: 67). De alguna manera, correspondía a los párrafos laudatorios que Mélida había dedicado a Fita en el primer número de la nueva Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Cfr MÉLIDA ALINARI (1906d: 70-82). Sobre la figura de Fidel Fita vésae ABASCAL (1998); véase también GÓMEZ PANTOJA (2003). MÉLIDA ALINARI (1906d: 84). MÉLIDA ALINARI (1906d: 75). LUCAS P ELLICER (1994), capítulo cuarto dedicado a Las ideas. Cfr. DÍAZ-ANDREU (1997: 403-416).

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Escuela Superior de Diplomática en el verano de 1900 simbolizaba un cambio de escenario en el que el Catálogo Monumental de España iba a marcar el paso de las nuevas tendencias, algo así como un cambio en el que la moderna historia sustituía a la antigua escuela literaria. Además, desde la Guerra de la Independencia, pasando por las guerras civiles, la desamortización y las revoluciones, el deterioro y la merma de nuestra riqueza monumental era alarmante y se precisaba un plan nacional de estudio y catalogación de todo ese patrimonio, cuya importancia estaba empezando a ser apreciada peligrosamente fuera de nuestras fronteras. Curiosamente no había antecedente en Europa de catálogo semejante, lo que valoraba aún más la empresa; y en España el precedente más cercano había sido la publicación romántica que llevaba por título Recuerdos y Bellezas de España. Según Joaquín Pérez Villanueva en su discurso de contestación a María Elena Gómez Moreno en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 3 de noviembre de 1991 “los “Catálogos Monumentales de España” fueron , en el tránsito de los dos siglos, el primer intento serio de cobrar conciencia de nuestro pasado, explorar las raíces profundas de nuestro ser histórico, en lo que el Arte y la Arqueología representaban”1044. La unificación de criterios y el consenso científico de valoraciones, cronológicas, artísticas, tipológicas, etc, tuvo en los catálogos la más exitosa fórmula de clasificar el material arqueológico y asignarle una ordenación según los criterios previamente establecidos. La génesis de esta iniciativa hay que situarla en el empeño de Juan Facundo Riaño, quien planteó el problema poco antes de morir y luchó en los medios políticos y académicos para que se llevara a cabo el Catálogo1045, aprovechando el favorable clima de renovación intelectual. No debe pasarse por alto tampoco el hecho de que en 1908 Juan Facundo Riaño, Mélida, Guillén Robles y Casto María del Rivero habían publicado la primera parte del Catálogo del Museo de Reproducciones Artísticas, sin duda un impulso y precedente cercano para esta magna obra en ciernes. Era Ministro de Fomento el Marqués de Pidal cuando Riaño le expuso el plan del Catálogo Monumental con Manuel Gómez Moreno como iniciador de la tarea. Sin embargo, la inexperiencia de Gómez Moreno, unida a su desconocimiento, despertaron recelos entre académicos y representantes de la Comisión Mixta1046 organizadora de las comisiones provinciales de monumentos1047. La confección de este catálogo comenzó por la provincia de Ávila1048, a cargo de Gómez Moreno. El correspondiente a la provincia de Cáceres fue encomendado a Mélida, que se encontraba entre los mejores conocedores de la arqueología extremeña. A modo global, conviene decir que sus trabajos sobre Extremadura suman 87, de los cuales 36 corresponden a Mérida, 23 al resto de la provincia de Badajoz y 28 a la de Cáceres1049. Un especialista en arqueología extremeña, como José Álvarez Sáenz de Buruaga, calificó los Catálogos Monumentales de las dos provincias extremeñas como lo más útil de todo lo que escribió1050, si bien ya a mediados de los años cuarenta reconoció errores y lagunas: los defectos que pueden encontrarse entre sus páginas son producto, en realidad, de la especial circunstancia en que se redactan estos trabajos en España1051. Por fin, el 1 de junio de 1900 el Gobierno había conseguido redactar una disposición ordenando la formación del Catálogo Monumental de España1052, que contó con el impulso de las sociedades 1044 1045 1046

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GÓMEZ-MORENO (1991: 27-28). Sobre el contexto en el que Riaño defendió la confección de este catálogo, véase GÓMEZ-MORENO (1991: 8-14). En marzo de 1889 había sido formada una Comisión de Antigüedades de carácter permanente y una Comisión Mixta, ratificada en la nueva reforma del Reglamento de la Academia, aprobado en Junta del 10 de febrero de 1899. Más información en GÓMEZ-MORENO (1991: 10-13). Sobre las circunstancias en las que se llevó a cabo, véase. GÓMEZ-MORENO (1991: 14-16). Para esta relación de datos, confróntese ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 195). ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 201). Para consultar bibliografía específica extremeña, véase ENRÍQUEZ NAVASCUÉS Y VALDÉS F ERNÁNDEZ (1995); para la historia de Badajoz hasta los tiempos visigodos, véase GONZÁLEZ RODRÍGUEZ (1999: 39-60) y para la historia de la Baja Extremadura, vid. VV. AA. (1986a: tomos I y II). ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 202). Esta medida se inscribe dentro del programa renovador iniciado por las reformas llevadas a cabo por el ministro García Alix en junio de 1900. Con éstas se sometió a un profundo cambio el plan de estudio de las facultades de letras, como antesala de otras medidas que vendrían más adelante. La disposición fue publicada en la Gaceta de Madrid (hoy Boletín Oficial del Estado) el 1 de junio de 1900. Sobre la publicación de esta medida en prensa de la época véase GÓMEZ ALFEO (1997: 542-543). El Catálogo Monumental de España acabaría convirtiéndose en el precedente de las Cartas Arqueológicas, cuyo primer intento correspondió a 1941, véase. JIMENO, DEL VAL RECIO y FERNÁNDEZ (1993: 13-14), BOLAÑOS (1997: 324-325), OLMOS ET ALII (1993: 46-47) y MORALES (1996: 56).

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excursionistas. Su creación de debe, en gran parte, al empeño de Eduardo Saavedra y Juan Facundo Riaño, quienes habían logrado del Gobierno Silvela el encargo del Catálogo Monumental y Artístico de la Nación para un joven entonces Manuel Gómez Moreno, a pesar de la reacción contraria de los académicos Rada y Delgado y Rodrigo Amador de los Ríos1053. A continuación se llevó a cabo un reparto provincial, por el cual Mélida debía abordar el Catálogo de las provincias de Badajoz y Cáceres, mientras que otros profesionales elaboraban el correspondiente a otras provincias1054. El mismo Mélida reconocía que lo que se pide es una enumeración precisa de los monumentos, tanto restos arqueológicos, edificios, esculturas, pinturas, como objetos diversos de dichas sucesivas épocas hoy conservados en la provincia de Badajoz (...) tomar como base de clasificación, la unidad histórico-cronológica que en esas sucesivas fases determinan la continuidad de la existencia humana1055. Suponía ampliar el concepto de monumento al de yacimiento y ruina, incorporando un nuevo valor que recaía sobre la variable cronológica del edificio o pieza en cuestión. Sobre la metodología con la que había procedido advertía Mélida en el prefacio que había tenido en cuenta las historias locales y también las monografías y estudios anteriores de ciertos monumentos, dando noticia de lo que logró ver y conocer en sus excursiones y estancias. Desde el punto de vista de la publicación, el catálogo de la provincia de Badajoz, vio la luz en 1924, tres lustros más tarde de haber sido elaborado, gracias a la iniciativa de Elías Tormo. El arqueólogo valenciano logró que el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes sacara de sus archivos los catálogos1056 para ser publicados. Ya en 1908, año en el que Mélida se dedicó de lleno a confeccionar el catálogo monumental de Badajoz, publicó artículos y presentó informes que aludían a los hallazgos acontecidos en esta provincia mientras recorría tierras pacenses. En el artículo titulado “Hallazgos arqueológicos en tierra de Coria”1057, (Revista de Extremadura, nº 10 y firmado por Mélida el 12 de diciembre de 1907) informó de su traslado a esta ciudad en compañía de Laureano García Camisón y de la localización de más de veinte sepulturas de aspecto tosco en el sitio denominado Hoja de Santa Ana, dentro de la dehesa Valdíos de Portezuelo. Llamó la atención de Mélida la abundancia de fragmentos de ladrillos y de tejas romanas, todos dispersos por la acción de los labradores del lugar. Razón por la cual, el citado señor García Camisón decidió suspender los trabajos agrícolas. Entre los ajuares recuperados se contaron restos de dos espadas, adornos indumentarios y dos objetos que despertaron la curiosidad de Mélida: un brazalete y una fíbula. El primero, según él, tenía en común con los orientales y griegos que terminaba sus cabos en cabezas de animal; y la fíbula llevaba a cada extremo una cabeza como de clavo, cónico y facetado. A esta clase de fíbulas gruesas les asignó una cronología entre romana tardía y visigoda. La colección de hallazgos se completaba con un par de aretes en estado fragmentario, dos fragmentos de pinza y un objeto, de aplicación desconocida, donde aparecía una pareja de palomas en un templo de Venus. Según Mélida todos estos caracteres permiten adelantar que los hallazgos del Portezuelo dan a conocer restos de una población probablemente visigoda y de su cementerio, que debe datar de la época de transformación y honda crisis de las sociedades hispano-romanas, que puede fijarse en el V de nuestra era1058. También en la Revista de Extremadura (nº 10, pp. 573-575) dedicó unas palabras a la población de Zafra y a sus encantos históricos. Entre ellos, el convento de Santa Clara, sobre el cual presentó –como académico 1053

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Sobre las causas de esta oposición por parte de Rada y Delgado, véase RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo La institucionalización de la arqueología española institucionalista. Por ejemplo, a Manuel Gómez Moreno le correspondieron las provincias castellanas de Ávila, Salamanca, Zamora y León. Acometió esta labor entre 1900 y 1908. Cfr. GÓMEZ MORENO (1991: 17-19). Por su parte, Juan Cabré llevó a cabó los correspondientes a las provincias de Teruel (1909-1910) y Soria, entre los años 1916 y 1917. Y Juan Catalina García elaboró el correspondiente a la provincia de Guadalajara. No pudo terminarlo al sorprenderle la muerte en 1911 y, aunque estaba en un estado muy avanzado, permanece inédito en el Centro Superior de Investigaciones Científicas. MÉLIDA ALINARI (1925a: tomo I, IX). En 1925 vio la luz el catálogo de León; en 1927 el de Zamora y ya en 1935 apareció el de Cádiz, obra de Enrique Romero de Torres. Los pertenecientes a Ávila y Salamanca quedaron sin publicar, hasta que en 1961 Gratiniano Nieto y Joaquín Pérez Villanueva consiguieron ver impreso y publicado el de Salamanca. El Catálogo de Ávila (curiosamente el primero en ser redactado) tuvo que esperar a 1983 para ver la luz. También publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, 52, 1-8. Sobre los mismos hallazgos en Coria, véase CELESTINO y CELESTINO (2000: 92, sig. CACC/9/7948/35(2). MÉLIDA ALINARI (1908c: 37).

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de la Historia– una moción y la consiguiente concesión de conformidad1059 el 20 y 23 de marzo de 1909 relativa a la conveniencia de ser reparado. En lo que respecta al Catálogo Monumental de Badajoz, Mélida le dedicó tres tomos, dos de las cuales incluían texto y uno en el que aparecían las láminas. Llama la atención la ausencia de apartado o capítulo bibliográfico en el que Mélida citara las fuentes en las que se inspiró y apoyó para confeccionar el Catálogo. Se explica, en parte, por tratarse de la primera obra de conjunto en la que se recogían todos los monumentos, entendidos en el concepto historicista del término, de la provincia de Badajoz, lo cual confiere aún más mérito a la obra. En contadas excepciones, Mélida cita algún artículo del “Boletín de la Real Academia la Historia”, sobre todo en el capítulo de epigrafía romana, o alguna de las escasísimas publicaciones en las que aparecía citado alguno de los monumentos. El arqueólogo madrileño debió de recorrer minuciosamente cada rincón de la provincia en el que detectara la presencia de evidencias monumentales que incluían edificios enteros, ruinas, yacimientos o inscripciones epigráficas aisladas. Se valió de la ayuda de los lugareños y eruditos locales, así como de la tradición oral para acceder a aquellos parajes con interés histórico-arqueológico. El primer tomo de texto recoge las antigüedades anterromanas y romanas. Sobre las primeras proponía una organización en torno a los siguientes capítulos: objetos de la edad de piedra; monumentos artísticos; dólmenes; objetos de la Edad del Bronce; megalitos varios y sepulturas rupestres; citanias y restos varios de población; antigüedades fenicias y cartaginesas; obras de arte indígena y productos industriales ibéricos de la Edad del Hierro. Respecto de las cavernas que utilizaron los hombres primitivos de la provincia de Badajoz, Mélida se basó en los estudios del ingeniero de minas Gabriel Puig y Larraz1060, quien las cifraba en un número de once. El capítulo dedicado a los objetos de la edad de la piedra abarcaba la época neolítica y la época de cobre o calcolítica, y se dividía en colecciones privadas, donaciones y colecciones de los museo arqueológicos de Badajoz y Mérida1061. Dentro del epígrafe “Monumentos artísticos” se recogían un gran número de pinturas rupestres1062: las del Risco de San Blas y las del Risco de la Carava, ambas cercanas a la localidad pacense de Alburquerque; y las pinturas de la cueva de Zarza, entre las poblaciones de Zarza y Alanje, de las que publicó Breuil un artículo en 19291063. Mélida dio cuenta también de cuatro placas de pizarra repartidas entre distintos puntos de la provincia1064. Uno de los capítulos más interesantes de este catálogo hacía referencia a los dólmenes, sobre todo teniendo en cuenta que hasta la formación de este catálogo no se había publicado nada sobre monumentos megalíticos en Extremadura meridional, aparte de noticias breves. Mélida documentó 32 dólmenes1065 y distinguió una doble tipología, la del dolmen de planta poligonal, por lo común octógona; y un segundo tipo que mostraba perfeccionamiento en el arte de construir. Era también de planta poligonal y lo formaban una serie de piedras verticales sobre las cuales unas hiladas de sillarejos iniciaban una bóveda cónica cerrada luego por una gran piedra. En 1924, publicó un artículo sobre el “Grupo de dólmenes en término de Barcarrota, provincia de Badajoz”1066 en las Actas y Memorias de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria. Desde que en 1914 publicó los dólmenes conocidos entonces de la provincia de Badajoz, que eran unos 20, no dejó de aumentar la lista de dólmenes localizados. Hay que subrayar que los análisis que Mélida llevó a cabo de las construcciones megalíticas extremeñas acusaron una óptica artística más que arqueológica ya que no las concibió como una construcción prehistórica sino como un monumento. En cierto sentido, afloró su inclinación artística frente a su talante de arqueólogo en un contexto en el que no existía todavía la especialización arqueológica. Todavía Mélida se interesaba por el objeto como pieza artística y no tanto como documento con información histórico-arqueológica. 1059 1060 1061 1062 1063 1064 1065 1066

Cfr. CELESTINO y CELESTINO (2000: 53-54, sig. CABA/9/7945/43(1-3). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 4-6). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 7-27). MARTÍNEZ P ERELLÓ (2000). BREUIL (1929), “Les roches peintes de Zarza-Junto-Alange (Badajoz)”, Ipek, nº 5, 14-31. MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 30-32). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 35-53). MÉLIDA ALINARI (1924c).

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Los siguientes capítulos del catálogo incluyen los siguientes epígrafes: objetos de la Edad del Cobre y del Bronce, megalitos y sepulturas rupestres; citanias y restos varios de población en los campos extremeños1067. Mélida continuó con su recuento material, si bien se detuvo a reflexionar sobre los orígenes protohistóricos de la población extremeña: los celtíberos pobladores de la actual provincia de Badajoz eran en la parte septentrional los vettones y por la meridional los beturios, formando la divisoria geográfica el Guadiana (...) hemos de creer que los vettones ocupaban principalmente lo que hoy es provincia de Cáceres y el Norte de la de Badajoz (...) distinguíanse dos beturias, una céltica y otra túrdula1068. Infería Mélida de estos datos que los pobladores de la provincia de Badajoz debieron de ser en su mayoría celtíberos y realizó un repaso geográfico por las distintas citanias de la provincia: Medellín, Magacela1069, Orellana la Vieja, Miróbriga, Alanje, Hornachos, Nertóbriga y Cardeñosa de Azuaga1070. Un nuevo capítulo abordó el estudio de las antigüedades fenicias y cartaginesas, testimonios de la penetración debida al comercio fenicio y a la conquista de los cartagineses. Calificó Mélida como el más elocuente de esos testimonios el tesoro de La Aliseda (Cáceres), compuesto por finas joyas del siglo VI antes de Cristo. Y destacó también el hallazgo en Medina de las Torres (Badajoz) de una figura varonil de bronce fenicia y con reminiscencias egipcias. Las piezas que completaban estas antigüedades eran: un kernos de Mérida y varias cuentas de collar fenicias de la localidad pacense de Villafranca de los Barros. Las obras de arte de procedencia indígena centraron la atención de Mélida en el siguiente epígrafe. En el altozano que lindaba con los cimientos de la muralla de Mérida, observó Mélida durante las excavaciones llevadas a cabo unos bloques o pedrejones que catalogó como anterromanos. Además, incluyó entre estas antigüedades una colección de ídolos1071 estilizados de hueso, a los que consideró como una manifestación local de arte religioso; un león esculpido en piedra caliza, que Mélida dató en el VI-V antes de Cristo y que comparó con una figura etrusca de bronce llamada Quimera de Arezzo, existente en el Museo Topográfico Etrusco de Florencia, que le recordaba a ciertas figuras greco-arcaicas y orientales; un jinete ibérico1072 de bronce; dos ídolos femeniles de Alanje1073 y una lápida o estela funeraria de piedra caliza. Un nuevo capítulo recogió los productos industriales1074 ibéricos de la Edad del Hierro: fíbulas, pasadores, broches, anillos, pulseras, brazaletes, cerámicas varias, silbatos ibéricos, molinos de manos y piedras de moler repartidos entre Mérida y Badajoz. La época romana conformaba el capítulo más documentado del catálogo y al que Mélida más importancia concedió. En el primero de los epígrafes abordó el estudio de las vías romanas. Según él íberos y celtíberos utilizaron como principales vías de comunicación los ríos, que al propio tiempo sirvieron de límite a lo poblado por cada tribu o grupo de ellas, y claro es que utilizaron también lo que todavía son caminos de ganados (...) los romanos abrieron a su dominio corrientes civilizadoras por medio de una red de sólidas calzadas (...) las vías romanas de Iberia están señaladas por el Itinerario de Antonino y otros testimonios, incluso los restos de ellas y los miliarios1075. En la parte que corresponde a la actual provincia de Badajoz, hizo referencia a la llamada Vía de la Plata, deteniéndose en las mansiones, los restos de vías y las columnas miliarias localizadas1076. La ciudad de Augusta Emerita (Mérida) mereció un amplio capítulo en el que el autor del catálogo realizó un minucioso estudio de los antecedentes bibliográficos, las obras de ingeniería, el recinto murado de la ciudad, las cloacas y los templos1077. Los edificios que más interés despertaron en 1067 1068 1069 1070 1071 1072

1073 1074 1075 1076 1077

MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 54-61). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 62). Sobre las esculturas zoomorfas ibéricas localizadas en esta población, véase CHAPA BRUNET (1985: 119). Datos de cada una de las citanias en MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 65-72). Véase fotografía en MÉLIDA ALINARI (1925a: lám. XXXII, nos 608-611 y datos en MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 76-78. Ya lo publicó Mélida en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, VIII, 1900, 173. Véase fotografía en MÉLIDA ALINARI (1925a: lám. XXXIII, nº 625). Véase MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 80). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 82-86). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 89-90). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 90-97). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 99-130).

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Mélida fueron aquellos dedicados a los espectáculos públicos emeritenses, así como las estatuas e inscripciones recuperados del teatro y anfiteatro1078 de la ciudad romana. Además, dio cuenta de otras construcciones como termas, restos de pórticos, casas, pavimentos de mosaico, basílicas y necrópolis1079; e informó de los fragmentos de inscripciones epigráficas encontradas entre estas estructuras arquitectónicas. Entre ellas, las conservadas en el Museo de Mérida, las de la localidad de Torremejía, las del templo de Serapis y Mitra y las de las colecciones particulares del Marqués de Monsalud, en Almendralejo, o Antonio Covarsi, en Badajoz1080. Se detuvo también Mélida en las distintas esculturas halladas en las excavaciones así como sarcófagos y urnas cinerarias1081. A continuación recogió mosaicos, piedras grabadas, joyas, bronces, hierros, objetos de hueso, figuras de barro, lucernas de barro, cerámica, vidrios, pesas, objetos de piedra, tubos de plomo y monedas1082 recuperadas de entre los escombros de la antigua Augusta Emerita. El siguiente apartado expuso las antigüedades emeritenses conservadas por particulares en Mérida, entre las que destacaron las colecciones de Pérez Toresano y de Salvador Blanco1083. Seguidamente, las antigüedades emeritenses conservadas fuera de Mérida: Museo de Badajoz; colección de Antonio Covarsi; colección del Marqués de Monsalud y colección de Antonio Martínez Pinillos, ambas en Almendralejo; y esculturas existentes en Torremejía1084. Como era de esperar, las antigüedades descubiertas en Mérida no se circunscribían únicamente al área exclusivamente urbana sino que abarcaban también villas o casas de campo, situadas en los alrededores. Los restos documentados por Mélida en este catálogo hacían referencia a dos termas, posiblemente privadas, y vestigios arquitectónicos en la vega de Santa María, a once kilómetros de Mérida. En su recorrido arqueológico por la provincia de Badajoz, Mélida se detuvo en la ciudad romana de Castrum Colubri (actual Alanje) y enumeró sus restos más notables: unas termas, un ara de mármol, una lápida sepulcral y varios fragmentos constructivos1085. Dio cuenta, asimismo, de la Colonia Metellinensis, ciudad romana ubicada en la ribera del Guadiana que se corresponde con la actual población de Medellín. Entre sus monumentos destacó Mélida el puente sobre el río Guadiana, las murallas, el teatro romano, una inscripción conmemorativa y varias aras1086. También documentó restos de otras ciudades romanas como Contosolia (Magacela) o Lacipea (Santa Amalia); y de poblaciones actuales con vestigios romanos como Alburquerque, Almendral, Almendralejo, Badajoz, Guareña, La Garrovilla, Lobón, Montijo, Santa María de los Barros, Torremejía, Valdecaballeros, Villar de Rena y Villar del Rey1087. El tramo de la Bética –convento hispalense– correspondiente a la provincia de Badajoz mereció por parte de Mélida un recuento de poblaciones, entre las que se hallaron Curiga (Monesterio), Nertóbriga Concordia Julia (Valera la Vieja), Perceiana (Villafranca de los Barros), Regina (Reina), Ugultuniacum (Llerena), Barcarrota, Berlanga, Burguillos, Calzadilla de los Barros, Jerez de los Caballeros, Medina de las Torres, La Morera, Olivenza, Ribera del Fresno, Salvaleón, Salvatierra de los Barros, Los Santos de Maimona, Solana de los Barros, La Torre de Miguel Sexmero, Usagre, Valverde de Burguillos, Valle de Santa Ana y Zafra1088. Respecto al convento corduvense, enumeró las siguientes ciudades: Municipium Julium (Azuaga), Municipium Julipense (Zalamea), Mirobriga (Capilla), ¿Turobriga? (Cabeza del Buey), Campanario, Castuera y La Granja de Torrehermosa1089. El segundo tomo del presente catálogo estaba dedicado a las épocas romano-cristiana y visigoda; época árabe y épocas de la reconquista y moderna. En el primero de los referidos epígrafes se recogie1078 1079 1080 1081 1082 1083 1084 1085 1086 1087 1088

1089

MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 131-179). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 180-198). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 199-287). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 288-316). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 317-347). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 348-352). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 353-359). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 361-366). Véase MÉLIDA ALINARI, J. R. (1925a: I, 367-371). MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 372-393). Véase MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 394-445). Sobre los yacimientos enclavados en la comarca de Tierra de Barros RODRÍGUEZ DÍAZ (1986). Véase MÉLIDA ALINARI (1925a: I, 446-461).

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ron los vestigios de más de veinte poblaciones, entre las que se contaban: Mérida, Aceuchal, Alanje, Alburquerque, El Almendral, Almendralejo, Badajoz, Burguillos, Carmonita, Don Álvaro, Feria, Guareña, Hornachos, Jerez de los Caballeros, Montijo, La Parra, La Puebla de Sancho Pérez, Reina, Salvatierra de los Barros, Segura de León, Solana de los Barros, Talavera la Real y Villafranca de los Barros1090. De la época árabe, cuyos escasos restos prueban que la decadencia de la región, ya iniciada bajo la dominación visigoda, se acentúa bajo la mahometana1091, dio cuenta Mélida centrándose en los siguientes núcleos de población: Mérida, Badajoz, Alanje, Azuaga, Benquerencia, La Codosera, Herrera del Duque, Higuera la Real, Hornachos, Lobón, Montemolín, Reina, Villafranca de los Barros y Salvaleón1092. El último epígrafe del catálogo apareció reunido bajo el título Épocas de la Reconquista y Moderna. En ella consideró Mélida la reconquista de la región a partir de Alfonso IX de León, quien logró dominar todo lo que fue reino moro de Badajoz. Mélida estructuró el estudio analizando esta época en las siguientes localidades pacenses: Badajoz, Alanje, La Albuera, Alburquerque, Alconchel, Almendral, Almendralejo, Almorchón, Los Arcos, Azagala, Azuaga, Barcarrota, Benquerencia, Bienvenida, Bodonal de la Sierra, Burguillos, Cabeza del Buey, Calera de León, Dehesa de Calilla, Calzadilla de los Barros, Campanario, Capilla, La Cardenchosa, Casas de San Pedro, Casas de Reina, Castelnovo, Castuera, Don Álvaro, Don Benito, Feria, Fregenal de la Sierra, Fuente de Cantos, Fuente del Maestre, La Garrovilla, La Granja de Torrehermosa, Guareña, Herrera del Duque, Higuera la Real, Hornachos, Jerez de los Caballeros, Llerena, Magacela, La Matilla, Medellín, Medina de las Torres, Mérida, Monesterio, Montemolín, Montijo, Nogales, Olivenza, Pallares, La Parra, Peñalsordo, Puebla de Alcocer, Puebla de la Calzada, Puebla del Maestre, Puebla del Prior, Puebla de Sancho Pérez, Ribera del Fresno, Salvatierra de los Barros, Los Santos de Maimona, Segura de León, Siruela, Talavera la Real, Tentudía, Torremejía, Trasierra, Trujillanos, Usagre, Valdecaballeros, Villafranca de los Barros, Villagarcía, Villagonzalo, Villalba de los Barros, Villanueva de la Serena, Zafra, Zalamea y La Zarza1093. Desde que Mélida se embarcó en la confección del catálogo monumental de las dos provincias extremeñas, sus lazos de unión con Extremadura fueron en aumento así como su interés por la historia de sus comarcas. Durante estos años sus colaboraciones en la Revista de Extremadura, órgano de las Comisiones de Monumentos de las dos provincias extremeñas, fueron bastante habituales. En 1909 dedicó un artículo a la localidad pacense de Llerena. Alternó un tono costumbrista y ameno con profundas reflexiones críticas en torno a la identificación de antiguas poblaciones romanas: La noble ciudad de Llerena atrae por su historia al viajero curioso de pasados recuerdos. A ella redujeron algunos historiadores la Regina Turdulorum del itinerario de la vía romana de Emerita Augusta a Híspalis, alegando en testimonio algunas inscripciones halladas por aquellos contornos (...) El viajero que desee repasar esa historia en los monumentos arqueológicos debe buscar el recuerdo tangible de la ciudad romana de Regina, no en Llerena, sino a alguna distancia de ella, junto al vecino pueblo de Casas de Reina. Allí aparece un arruinado teatro romano, muy singular por su estructura y por lo curioso de sus restos (...) Teatro no registrado por Ceán Bermúdez en el sumario de las antigüedades romanas. Quedan los recios muros que todavía dibujan sobre la tierra removida por el arado el hemiciclo destinado a los espectadores, quedan los angostos pasadizos de dos vomitarios o entradas a las localidades(...) Teatro más pequeño que el de Mérida, conserva bastante completo el muro del escenario, pues solamente conocemos otro que conserva tal resto, el de Clunia (...) Castillo árabe que se alza sobre una eminencia (...) En pie una ermita en la que algunas columnas visigodas dan testimonio de aquella vieja civilización de comienzos de la Edad Media. Todavía conserva la caballeresca ciudad el aspecto que le dieron los reconquistadores al fortificarla para estar prevenidos contra la morisma (...) Algunos trozos de murallas son de tapial, de fábrica árabe, posiblemente aprovechados por los cristianos al fortificar de nuevo la ciudad (...) En la Casa de la Inquisición apenas se acierta a ver un exiguo trozo de su portada gótica, y en su interior un patio de igual tipo que el acabado de describir y algunas

1090 1091 1092 1093

MÉLIDA ALINARI (1925a: II, 7-60). MÉLIDA ALINARI (1925a: II, 61). MÉLIDA ALINARI (1925a: II, 62-88). MÉLIDA ALINARI (1925a: II, 89-468).

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naves y cámaras con grandes arcos de ladrillo. De los tiempos modernos, un monumento solo citaremos: el camarín de la histórica Virgen de la Granada en su dicha iglesia. Es obra importante del arte barroco, construida en los tres primeros años del XVIII1094.

También a Llerena le dedicó un artículo en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de 1909. Concretamente a un conjunto escultórico de la Santísima Trinidad conservado en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Granada, que Mélida analizó desde el punto de vista iconográfico1095. Por su valor histórico-artístico, conminó a los académicos de San Fernando para que fuera trasladado al Museo Arqueológico Nacional. En la Revista de Extremadura, cuya primera colaboración de Mélida había sido en 1908, publicó en 1910 un artículo sobre el “Grupo escultórico medieval representativo de la Santísima Trinidad”, conservado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Granada en la localidad pacense de Llerena. El Catálogo Monumental de Cáceres supuso para Mélida una continuación del trabajo que años antes, entre 1907 y 1910, había emprendido en la vecina provincia pacense. Con la experiencia acumulada en la elaboración del primer Catálogo, Mélida abordó entre los años 1914 y 1916 esta segunda parte que completaba la catalogación del legado extremeño1096. Por la naturaleza de su materia, el Catálogo de Cáceres, constituido por dos tomos de texto y uno de láminas1097, puede considerarse complementario del de Badajoz, pues seguía el mismo sistema de clasificación histórico-cronológico. Aunque no fue publicado hasta 1924, debe ser estudiado en su contexto, es decir, diez años antes. Conviene destacar que fue el propio Mélida quien se encargó de tomar un buen número de fotografías que luego aparecerían impresas en el catálogo. Supuso una gran ayuda y precedente a la Guía histórico-artística de Cáceres, publicada en 1929 por Antonio C. Floriano Cumbreño, si bien era esta guía una obra de corte exclusivamente divulgativo. En materia museológica, conviene añadir que ya desde 1899, la Comisión Provincial de Monumentos de Cáceres había empezado a recoger antigüedades por toda la provincia y entre las pocas críticas que recibió el Catálogo, cabe reseñar las emitidas por Juan de Mata Carriazo sobre la ausencia de mapas y la baja calidad de las reproducciones1098. Ya en el prefacio, adelantó el autor del Catálogo con una pincelada el pasado cacereño, afirmando que no debieron llegar a ella más que de un modo débil las influencias civilizadoras de fenicios y griegos en los tiempos ante-romanos; recíbelas luego directas de la gran civilización romana; (...) después ocupada por alanos y suevos; pasa oscuramente los tiempos del reinado visigodo; y lo mismo la dominación árabe; reconquistada, pasa a ser dependiente del Reino de León y por fin a formar juntamente con la región meridional extremeña una parte de la Corona de Castilla”1099. De las distintas etapas históricas de Cáceres, Mélida concedió especial importancia a dos: la dominación romana y los siglos XV-XVI. Los tiempos ante-romanos encabezaban el primero de los dos tomos en que se dividía el Catálogo. Mélida llamó la atención sobre los terrenos cuaternarios de Extremadura, todavía inexplorados. Echaba en falta instrumental paleolítico en la provincia donde, por el contrario, sí había un amplio registro de objetos neolíticos. También dio cuenta en Las Batuecas de pinturas rupestres (cabras pintás), mencionadas por Lope de Vega. Para documentar las pinturas rupestres de la provincia de Cáceres, Mélida remitió a la obra de Gabriel Puig y Larraz titulada Cavernas y simas de España, en la que enumeraba las pertenecientes a la provincia de Cáceres1100. En el epígrafe posterior recogió las cavernas paleolíticas: Calerizo de Cáceres, Castañar de Ibor y Cerro de San Cristóbal; y las neolíticas: La 1094 1095 1096 1097

1098

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MÉLIDA ALINARI (1909e). Cfr. MÉLIDA ALINARI (1909f). No acabó la tarea en 1916 y solicitó una prórroga. Véase La Gazeta, 1 de enero de 1916. El tomo de láminas incluía 283 láminas. La mayoría de las fotos publicadas llevaban la firma del propio Mélida, si bien las había que estaban firmadas por Morales, Prieto, Laurent, Pacheco, Núñez, Perate, etc. Para consultar bibliografía específica extremeña, véase ENRÍQUEZ NAVASCUÉS y VALDÉS F ERNÁNDEZ (1995). Sobre los precedentes de la Comisión véase BELTRÁN LLORIS (1982: 7-18), y sobre las críticas de Juan de Mata Carriazo, véase CARRIAZO (1925: 338). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, VIII). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 4-6).

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Columna, Las Cuevas de Aliseda, Sierra de Montánchez y dehesa de Valcochero. Y en el siguiente capítulo los objetos que documentó de la Edad de la Piedra1101, entre los que destacó las colecciones particulares de Vicente Paredes (Plasencia), Jerónimo Sande y Olivares (Garrovillas) y Tirso Lozano Rubio, natural de Montánchez. Los monumentos megalíticos cacereños1102 despertaron la atención de Mélida, quien afirmó en un principio que: De nuestras investigaciones resulta que no parecen haberse empleado, o mejor dicho, no hay megalitos más que en la mitad meridional de la provincia y que solamente conocemos un grupo de dólmenes situado a la margen derecha del río Tajo, de donde pudiera inferirse que éste señalara la divisoria o frontera septentrional del pueblo que construía dichas sepulturas en el mediodía de la Península y asimismo al O. y al N1103.

No obstante, fue documentando evidencias de la posible existencia de dólmenes en sitios hacia el Norte de la provincia. Dólmenes y las llamadas piedras bamboleantes1104 conformaban el grueso del Catálogo, repartido entre nombres de poblaciones, yacimientos y concejos1105. Posteriormente, Mélida abordó en un epígrafe los objetos de la Edad del Bronce. Entre ellos, hizo referencia a los contenidos en el Museo de Cáceres y a los de la colección Paredes, de Plasencia. Respecto a los monumentos de las edades del metal, agrupó en este apartado sepulturas, ruinas, citanias y castros. Si bien algunos los fechaba en la Edad del Bronce, reconocía que otros no superaban en antigüedad a la Edad del Hierro, sin que fuera posible señalar separación o solución de continuidad entre una y otra. Además, la escasez de objetos hallados impedía establecer cronologías fiables. Mélida era de la opinión de que la Edad de Bronce peninsular había comenzado en el 2.500 antes de Cristo y pensaba que durante mucho tiempo los pobladores de las regiones del interior, debieron vivir aislados del movimiento de expansión, esencialmente marítimo y mediterráneo de los pueblos orientales cuyo influjo no debieron sentir de un modo sensible hasta la Edad del Hierro, cuyo comienzo se fija en general hacia el 1.100 antes de Cristo1106. Para él, la invasión de los celtas1107 tuvo lugar en la Península Ibérica en el siglo VI antes de Cristo como fecha más remota; y su mezcla con los iberos produjo la raza celtíbera. Siguiendo las referencias literarias de Ptolomeo, consideró que los lusitanos eran la tribu más occidental de la raza celtíbera y los vettones, afincados en la provincia de Cáceres, los más orientales. Cabe recordar que el primer intento de periodización para la Edad del Bronce se debió en 1875 a Gabriel de Mortillet, quien basándose en yacimientos franceses dividió la Edad del Bronce en morgiense y larnaudiense. Su propuesta llegó a ser empleada en Francia hasta 1925. Pero pronto se evidenció la invalidez de esta periodización para otras zonas de Europa. Así, italianos como Pigorini, Colini u Orsi prefirieron acuñar el término “eneolítico” para el momento de transición entre la Edad de la Piedra y la Edad de los Metales. Y en 1876, en el Congreso Internacional de Budapest, el húngaro François von Pulszky propuso la acuñación del término Edad del Cobre para definir el estadio cronológico que los italianos prefirieron llamar “eneolítico”1108. 1101 1102 1103 1104

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1108

MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 10-19). MÉLIDA ALINARI (1920d). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 19). Tipo de megalitos poco habituales en la Península Ibérica que solían relacionarse con supersticiones y creencias religiosas. MÉLIDA (1920d: 65-67), volvió a referirse a este tipo de curiosa estructura pétrea. El propio Menéndez Pelayo asoció las piedras bamboleantes con las creencias del hombre prehistórico y dijo que la idolatría era una de las formas más antiguas del culto naturalista y que estas piedras debieron de estar consagradas a la adivinación y destinadas, por tanto, a ser utilizadas como oráculos. MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 20-28). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 32). No existió entre los arqueólogos consenso que estableciera una cronología para la invasión celta de la Península. El portugués Martins Sarmento la fijaba entre los siglos V y VI a. C. mientras que Arbois de Juvainville se decantaba por el siglo VI y Emil Hübner por el siglo IV. En la actualidad, especialistas como Martín Almagro-Gorbea plantean un escenario en el que el sustrato protocéltico anterior al primer milenio a. C. estaría en la base del origen de los celtas, y por tanto la aculturación se habría dado desde varios siglos antes a las fechas propuestas como las primeras invasiones célticas en la Península Ibérica. Vid. LORRIO (1997: 31). Sobre la aceptación de los distintos términos en diferentes países europeos, véase DANIEL (1987: 139-140).

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Precisamente a las gentes vettonas atribuyó distintos monumentos megalíticos como un recinto sagrado y piedra de sacrificios1109, existente en la dehesa de Mayoralguillo de Vargas. Mélida estableció paralelos entre éste y otros dos monumentos: un altar descubierto por Bonsor en el Acebuchal (Carmona, Sevilla) y otro ejemplar descubierto en Monreal de Ariza por el Marqués de Cerralbo. Respecto al destino de estos altares o aras para sacrificios, remitía a Estrabón y a aquellos sacrificios, en los que se observaban las entrañas de las víctimas para pronosticar el porvenir. Al establecer una cronología para el monumento, propuso el período eneolítico o la Edad del Bronce. Es curioso que utilizara ya el término vetón, más propio de la Edad del Hierro, para designar a las gentes de estos períodos de principios de la Edad de los Metales. Como cementerios y recintos sagrados se refirió Mélida a otros monumentos de la provincia de Cáceres1110. Igualmente recogió en este capítulo, las citanias cacereñas1111. A los monumentos figurativos dedicó Mélida el siguiente epígrafe del Catálogo, en el que citó las cazoletas y cinco berracos. De estos últimos dijo que cuando se trata de toros y jabalíes parece relacionarse con la fábula de Hércules, y cuando cerdos con el culto tributado a las deidades de la tierra1112. En el último capítulo Mélida enumeró los objetos de la Edad del Hierro1113. La época romana constituía el capítulo más amplio del catálogo. La capital cacereña incluía una de las cinco colonias de Lusitania, Norba; y dos campamentos (Castra Caecilia y Castra Servilia) en los que tuvo origen la propia colonia. Además, existía en la provincia una ciudad estipendiaria, de nombre Cappara, actual Cáparra; y otras como Augustobriga (Talavera la Vieja), Caurium (Coria) y la tan nombrada Augusta Emerita. Mélida incluyó en el catálogo de Cáceres un estudio de las vías romanas1114, destacando la Vía de la Plata. Llevó a cabo este estudio apoyándose en muchos de los estudios epigráficos del alemán Emil Hübner sobre miliarios. El siguiente epígrafe abordaba por separado las ciudades romanas cuyos nombres latinos se conocían y en las que se conservaban restos arqueológicos. La primera en ser estudiada fue la Colonia Norba Caesarina. Durante mucho tiempo se creyó, según criterios etimológicos, que ésta correspondía a Castra Caecilia. Hasta que Hübner1115 demostró que el verdadero nombre romano fue el de Norba Cesarea y que los restos de Castra Caecilia1116 pertenecían a un campamento romano, cuyas ruinas eran conocidas como Cáceres el Viejo1117. Para Mélida el problema derivado de la identificación de Norba, Castra Servilia y Castra Caecilia debía ser resuelto articulando el estudio de los tres topónimos en conjunto y tras un sosegado estudio topográfico-epigráfico y una rigurosa excavación. Partía del siguiente planteamiento: De los dos campamentos, uno por lo menos, el de Cáceres el Viejo, es del tiempo de la República. La Colonia Norba Caesarina es fundación de Julio César; y siendo colonia tenía que estar necesariamente en la vía romana. Y 1109

1110 1111 1112 1113 1114 1115

1116

1117

Véase MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 33-35). Juan Sanguino y Michel publicó en el Boletín de la Real Academia de la Historia (1917: 312-318) un informe titulado “Piedra de sacrificios y antigüedades de Mayoralguillo de Vargas”. Un breve informe del mismo número del Boletín (pp. 312-319) hacía referencia al artículo titulado “Casa, Piedra de sacrificios y sepulturas de Mayoralguillo de Vargas”, de Juan Sanguino Michel; y al conocimiento que Mélida tenía de este altar gracias a su estancia en Cáceres, así como a su confección del catálogo provincial. Más datos sobre la minuta de oficio enviada a Mélida por la Real Academia de la Historia para que informara sobre las antigüedades halladas en la Dehesa de Mayoralguillo de Vargas, en CELESTINO y CELESTINO (2000: 99, sig. CACC/9/7948/54(4). Véase MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 35-37). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 37-40). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 43). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 44-46). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 48-65). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 66-67, Hübner justificaba con argumentos epigráficos los motivos que le llevaron a identificar Norba con la actual ciudad de Cáceres. Sus restos fueron estudiados en septiembre de 1910 por Adolf Schulten, quien buscaba datos comparativos para sus descubrimientos de Numancia. El alemán confirmó la existencia de un campamento romano en tiempos de la República y de una población romana de tiempos posteriores. Para conocer más información sobre los hallazgos de Cáceres el Viejo y las especulaciones acerca de la distribución espacial de los campamentos militares, véase MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 82-85) y ULBERT (1985).

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sin embargo no aparece mencionada en el Itineario y sí Castris Caecilis, anomalía que tiene su explicación en ser más antiguo el campamento que la ciudad y en el carácter militar de la vía. Aunque es verdad que esta vía fue construida por Trajano y reparada por Adriano, habrá de entenderse todo esto en cuanto a la mayor parte de ella hasta Salamanca (...) el campamento de Cáceres el Viejo pudo ser la mansión Castris Caecilis, inmediata a Norba, siendo a ambas común la calzada1118.

Otras ciudades y yacimientos romanos cuyo estudio llevó a cabo Mélida fueron: Turgalium (Trujillo), Augustobriga (Talavera la Vieja), Capera (Caparra), Caurium (Coria), Alcántara, Alcollarín, Garrovillas de Alconétar, Alcuéscar, Alía, Arroyo del Puerco, Arroyomolinos de Montánchez, Baños de Montemayor, Belvís de Monroy, El Campo, Cañamero, Ceclavín, Escurial, Fuentidueñas, Garrovillas, Granadilla, Guijo de Granadilla, Herguijuela, Ibahernando, Logrosán, Madrigalejo, Malpartida de Plasencia, Mirabel, Montánchez, Pedroso, Plasencia, Plasenzuela, Riolobos, Salvatierra de Santiago, San Martín de Trebejo, Segura, Serradilla, Valdefuentes, Valencia de Alcántara, Villamesías, Villamiel, Villar del Pedroso, La Zarza de Granadilla1119. La mayoría de la información aportada en este capítulo hacía referencia a inscripciones epigráficas y material arqueológico recogidos en los distintos yacimientos y ciudades romanas de Cáceres. Denota una ardua labor recopilatoria en museos locales y mucha documentación adquirida de los archivos cacereños. Incluso, recurrió Mélida a menudo a la tradición oral de las zonas rurales y a la información legada por viajeros de otros siglos. Fue el suyo un trabajo metódico y riguroso en el que dio muestras de sus aptitudes a la hora de elaborar una obra de conjunto tan amplia como ésta. El siguiente capítulo abarcaba la época visigoda en la provincia de Cáceres. La escasez de datos históricos y la insignificancia de la poca información recogida eran proporcionales a la ausencia de monumentos, que salvo alguna inscripción apenas merecen ser citados. Se sabe que la región extremeña fue teatro de las luchas entre las distintas gentes bárbaras hasta que Leovigildo consiguió reinar en España, apoderándose de Mérida y Cáceres en el año 585. Asegurado el poder visigodo, se mantuvieron los antiguos límites de la Lusitania. Desgraciadamente, de la época visigoda apenas se conservan algunas lápidas, fragmentos arquitectónicos, sepulturas y objetos varios, repartidos entre las poblaciones de Alcuéscar, Brozas, Cáceres, Coria, Herguijuela, Plasencia, Plasenzuela, Portezuelo y Trujillo1120. Igualmente, fueron escasos los datos históricos árabes recogidos en la provincia de Cáceres. Los pocos que había hacían referencia a tiempos del califato y de los reinos de taifas. Mélida realizó un repaso por el legado árabe de la provincia de Cáceres, centrándose en las siguientes poblaciones: Alcántara, Cáceres, Galisteo, Granadilla, Montánchez, Santa Cruz de la Sierra y Trujillo1121. La mayor parte de las construcciones árabes advertidas por él eran castillos, murallas, aljibes, letreros arábigos, torres, cementerios, etc. En cuanto a la cultura material referenciada en este catálogo, citó pipas, espuelas, conteras, candiles, cerámicas varias, etc. La época de la reconquista y tiempos modernos encabezó el último capítulo del primer tomo del Catálogo, así como el segundo tomo. Se trataba de un criterio cargado de intención. Englobar en el mismo capítulo la reconquista y los tiempos modernos era marcar un punto de inflexión en el concepto de patria española. Con la Reconquista se suponía que arrancaba la esencia de la nación española contemplada desde la óptica del momento en que vio la luz este catálogo: la dictadura de Primo de Rivera. Mélida centró su recorrido por la provincia en las siguientes poblaciones: Abadía, Alcántara, Garrovillas de Alconétar, Aldeanueva del Camino, Almaraz, Arroyo del Puerco, Baños de Montemayor, Belvís de Monroy, Brozas1122, Cáceres, Cañaveral, Casatejada, Coria, Cuacos, Escurial, Galis1118 1119 1120 1121

1122

MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 81). MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 86-212). Sobre el legado visigodo conservado en la provincia de Cáceres, véase MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 215-224). Sobre los restos árabes de estas localidades, véase MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 228-249). Como Anticuario de la Real Academia de la Historia, Mélida fue en marzo de 1923 el destinatario de un informe remitido por la Comisión de Monumentos de Cáceres, acerca de los hallazgos arqueológicos acontecidos entre las localidades cacereñas de Trujillo y Monroy. MÉLIDA ALINARI (1924a: I, 253-309).

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teo, Granadilla, La Granja de Granadilla, Gata, Guadalupe, Hervás, Hoyos, Jaraicejo, Jaraiz, Jarandilla, Logrosán, Malpartida de Plasencia, Mirabel, Montánchez, Montfragüe, Navalmoral de la Mata, Plasencia, Portezuelo, Puente del Cardenal, Segura, Talavera la Vieja, Trujillo, Valencia de Alcántara, Valverde del Fresno, Villamesías, Yuste y La Zarza de Granadilla1123. Básicamente, abordó de manera individual cada una de las localidades cacereñas con restos arquitectónicos, pictóricos y escultóricos desde el siglo XV en adelante. Hizo referencia a murallas, iglesias, imaginería religiosa, sepulcros, inscripciones, etc.

ACADÉMICO DE BELLAS ARTES DE SAN F ERNANDO, TEÓRICO DEL ARTE Y AFICIONADO A LA PINTURA El último año del siglo fue la antesala de una nueva etapa en la vida de José Ramón Mélida. Una serie de nombramientos provocó que su calidad de humanista quedara repartida en varios frentes. El 13 de febrero de 1899 fue elegido académico, de la clase de no profesores, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el 25 de marzo se produjo su recepción efectiva para ocupar la vacante del recientemente fallecido crítico de arte Pedro de Madrazo y Kuntz, hermano del pintor Federico de Madrazo. Cuando se produjo su nombramiento era director de la Academia Juan Facundo Riaño, quien previamente había sido bibliotecario. En el libro de actas de la Academia, correspondiente al 13 de febrero de 1899, se recoge el proceso seguido en la elección de Mélida y deja constancia de que los candidatos Sres. D. José Ramón Mélida y D. Bernardino Martín Mínguez reúnen las condiciones que exije el artículo 77 del Reglamento (...) se procedió a verificar la votación secreta por papeletas y hecho el escrutinio, resultó elegido por mayoría de votos, el Sr. D. José Ramón Mélida. Aunque se trataba de una votación secreta es evidente que Mélida contaba con el inestimable apoyo de muchos de los que habían sido sus maestros en años precedentes. Resulta revelador y trascendente comprobar que muchos de los compañeros académicos que tuvo en esta Real Academia coindidieron con él en otras instituciones y fueron el germen de su red de relaciones personales. De alguna manera, comenzaba a introducirse de forma oficial en los circuitos académicos, con lo que estos contactos suponían a la hora de conseguir puestos en la administración o favores personales. Cuando Mélida fue nombrado académico ya eran miembros de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ilustres personajes como: Juan de Dios de Rada y Delgado, Juan Facundo Riaño, Antonio Cánovas del Castillo, Ricardo Bellver, Rodrigo Amador de los Ríos, José María Esperanza Sola1124, Ricardo Velázquez Bosco, Enrique María Repullés, Bartolomé Maura, etc. A buen seguro fueron los mismos que le apoyaron en su nombramiento y, en algunos casos, los mismos que conocían previamente a su hermano Arturo, también elegido este año como académico. Se trataba prácticamente del mismo círculo de profesores y colegas que frecuentaba en la Escuela Superior de Diplomática y frecuentaría posteriormente en la Real Academia de la Historia tras su ingreso en 1906, especialmente Rada y Delgado y Riaño. Desde su ingreso en la institución, y hasta su muerte, desempeñó el cargo de tesorero y perteneció a la sección de pintura de la citada Academia. En la recepción pública celebrada en su honor, pronunció un discurso de entrada bajo el título Génesis del Arte de la Pintura. Se trataba de un recorrido histórico por la evolución del arte pictórico, en el que el autor interpuso reflexiones o emitió juicios y valoraciones personales. Se detuvo, por ejemplo, en la delicada cuestión de la antigüedad cronológica de la pintura:

1123 1124

Para conocer por separado cada una de las poblaciones, véase MÉLIDA ALINARI (1924a: II, 7-403). En 1906 Mélida participó en la obra Treinta años de crítica musical. Colección póstuma de los trabajos del Excmo. Señor D. José M. Esperanza y Solá, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con un bosquejo biográfico que le dedicó al homenajeado. José María Esperanza (1834-1905) había sido buen amigo de la familia Mélida, destacando como músico y por el cultivo de otras facetas humanísticas. Además, recibió numerosas distinciones académicas y participó activamente en los ambientes culturales de la aristocracia madrileña de la segunda mitad del siglo XIX.

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¿Es la pintura más antigua que la escultura? Ciertamente que no. Antes que iluminar fue dibujar, fue grabar con punzón una figura, imagen de una idea, que luego pasó a ser signo de una palabra, la enunciación de aquella idea. Para mí es evidente que los comienzos del arte representativo están en los jeroglíficos egipcios1125.

Algunas de las conclusiones a las que llegó Mélida revelan su tradicional tendencia heleno-orientalista cuando sostuvo que en Herculano y Pompeya fijaban la vista los investigadores, pero los frescos pompeyanos sólo permiten juzgar de una escuela que vivía del recuerdo, ya borroso, de lo que había sido la pintura verdaderamente clásica de la Grecia propia (...) en la Argólida, frescos coetáneos de las pinturas egipcias tebanas, y con evidentes indicios de un origen egipcio y oriental, pero al mismo tiempo con cierta libertad de factura que revelan un nuevo camino (...) la Grecia pidió de nuevo al Egipto y al Asia, pueblos viriles y adelantados a la sazón, sus enseñanzas artísticas; tomó por modelos los productos industriales que el comercio fenicio importaba de aquellas tierra extrañas. El amor propio de los griegos en los días de su poderío, tras del vencimiento de los persas, no les consintió nunca confesar lo que al Oriente debían. Por autóctonos se tenían (...) los egipcios se jactaban de haber practicado dicho arte seis mil años antes que los griegos1126. Una vez más afloraban sus enseñanzas al lado del que consideraba su maestro, Manuel de Assas, a la sazón exprofesor suyo en la Escuela Superior de Diplomática, aflorando una vez más la ambigüedad existente en la asignación de méritos culturales. En la exposición de su discurso de entrada, Mélida abordó también la lucha mantenida en el arte griego entre la línea recta, predominante en la figura hierática de toda la tradición oriental, y la línea curva, correspondiente a la belleza sublime. El autor consideraba verdaderos maestros de la línea curva a los griegos, tal como expuso en las conferencias pronunciadas en el Museo Arqueológico Nacional entre mayo y junio de 1896. Proponía una evolución desde la línea recta típica del arte griego arcaico. A éste le sucedería un períFigs. 32.- Real Academia de Bellas Artes odo de transición marcado por el arcaísmo, una de San Fernando. etapa artística de lucha entre la tradición hierática-rectilínea y las formas vivas que sugería a los artistas la contemplación de la Naturaleza. Se tendía paulatinamente hacia una mayor energía y atrevimiento en las curvas, que culminaría en el clasicismo. Según palabras del propio Mélida una línea curva que encanta a nuestros ojos y vibra en nuestro espíritu, hablándonos un misterioso lenguaje sólo descifrado por el sentimiento estético1127. Enlazaba esta hipótesis con lo que él consideraba un desprendimiento del arte griego respecto de la tutela del Oriente, matizando así las influencias que había recibido de Pierret .Esta dependencia era patente durante los comienzos - hieratismo y arcaísmo - del arte griego. Sin embargo, el arte griego adquirió una personalidad propia y se manifiesta dueño de sí, nuevo, pujante y vencedor1128. El discurso leído por Mélida terminaba con tres páginas dedicadas a la biografía de su antecesor en la Academia de Bellas Artes, Pedro de Madrazo. El encargado de responder a Mélida fue Juan de Dios de la 1125 1126 1127 1128

MÉLIDA ALINARI (1899b: 8). MÉLIDA ALINARI (1899b: 13-18). MÉLIDA ALINARI (1899b: 19). MÉLIDA ALINARI (1899b: 22).

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Rada y Delgado. Adoptó un tono de homenaje en honor de Pedro de Madrazo, y dio la bienvenida a su discípulo José Ramón Mélida, de quien destacó el celo y empeño puesto a la hora de clasificar y catalogar material a su lado en el Museo Arqueológico Nacional, su fuerza de voluntad y amor al estudio. No fue esta contestación sino un acto simbólico cargado de retórica que tenía como único fin presentar a la concurrencia al nuevo académico. Como académico de San Fernando Mélida llegó a firmar hasta 112 informes. Como miembro de esta Real Academia le correspondió a finales de 1902 contestar al discurso de Jacinto Octavio Picón sobre Observaciones acerca del desnudo y su escasez en el arte español. La lectura se produjo el día 9 de noviembre y en ella se dio la bienvenida al nuevo académico, de quien Mélida destacó la patriótica constancia en la ardua labor de dar cuenta al público en periódicos y revistas nacionales y extranjeras del proceso del arte contemporáneo. Picón y Mélida se conocían desde finales del XIX, cuando ambos participaban en las actividades y asignaturas programadas por la institución Figs. 33.- Grabado dedicado a José Ramón Mélida por Bartolomé Maura. madrileña. En su discurso de contestación, Mélida calificó de oportunas las frases de Picón al tratar la escasez del desnudo y el nefasto peso de la tradición en el arte español. Opinaba que era la ignorancia, en suma, la causa de esa deficiencia de nuestro arte. No culpaba a los artistas sino al público mismo, que admitía el desnudo varonil, acaso por la idea preconcebida de que el hombre representaba la fuerza, pero no toleraba a la mujer desnuda, que representaba el amor. De alguna manera, Mélida lamentaba que se rehuyera la contemplación de la verdad, es decir, el desnudo y proponía combatir la limitación que suponía rechazar el desnudo como representación artística: España se distinguió siempre en aquella intransigencia, y aun hoy, mientras en otros países el tema en cuestión está ya olvidado, como pleito en que la opinión pública dictó su fallo favorable al Arte, en España todavía repercute la hostilidad sistemática de los días inquisitoriales; y no hay que esperar consigamos el triunfo más que por la virtualidad del Arte mismo, pues él es quien tiene que convencer al público de que pintar ó esculpir un desnudo es llegar a la más pura expresión de la forma1129. Las teorías expuestas por Mélida entroncaban con las visiones de Ortega y Gasset y su obra La deshumanización del Arte. Ortega partía de la afirmación de que el arte nuevo era impopular, e iba dirigido solo a una minoría que lo entendiera. Ortega daba como razones del rechazo de la mayoría a las siguientes características: deshumanización, ya que el Arte se distanciaba de la vida y evitaba representarla; goce estético, pues era la verdadera finalidad de este arte; e intrascendencia. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando había nacido con el firme propósito de formar artistas educados en un contexto europeo de clasicismo académico. Sin embargo, el advenimiento de la corriente romántica cuestionó la verdadera función de las Academias. La autoridad de los profesores de San Fernando se vio disminuida hasta que entre 1844 y 1857 se llevó a cabo la reforma de la enseñanza, creándose la Escuela Técnica Superior de Arquitectura y la Escuela Especial de Bellas Artes, dependientes del Ministerio de Fomento. Con la llegada del liberalismo moderno, la Academia mantuvo el prestigio social de anteriores décadas, teniendo entonces como tareas la inspección y vigilancia 1129

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de la Comisión de Monumentos y la tutela y custodia del buen gusto a través de los jurados de las Exposiciones Nacionales1130. Para Mélida, pertenecer a esta Real Academia le supuso una formación complementaria y una privilegiada posición gracias al contacto con otros académicos. Como miembro académico participó en la incoación de informes y en la consulta técnica a la hora de tomar decisiones sobre la protección o restauración de los edificios y yacimientos más emblemáticos del país. De hecho, se conserva valiosa documentación en la citada Academia sobre los monumentos declarados nacionales en cuyos trámites participó Mélida1131. Paralelamente a su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1899, Mélida se hizo cargo de la nueva edición de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, fundada en 1871 como el Anuario del Cuerpo Facultativo de Archiveros. Se trataba de la tercera etapa de la publicación1132, inaugurada en 1896 como Boletín de Archivos, Bibliotecas y Museos y que acabaría convertida en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. La fundación de la tercera época de Revista de Archivos fue una iniciativa oficial dependiente de la Junta Facultativa de Archivos, en la que los principales impulsores fueron los más allegados alumnos de la Escuela Superior de Diplomática y los miembros más activos del Cuerpo de Archiveros. Durante las dos primeras décadas del XX, el consejo de redacción estuvo formado por un núcleo permanente: José Ramón Mélida, Antonio Paz y Meliá, Ricardo de Hinojosa (hermano de Eduardo de Hinojosa), Narciso Sentenach, Álvaro Gil Albacete, Juan Menéndez Pidal y Francisco Navarro Santín. Desde su esporádica colaboración en 1883 (Vid. supra página 55) pasaron trece años hasta su siguiente publicación en la revista. La etapa protohistórica se convirtió en el motivo favorito, coincidiendo con el descubrimiento del busto de Elche y el consiguiente revuelo producido. Su ritmo de publicaciones en la primera década del siglo XX aumentó sensiblemente y fue retomado con decisión (figs. 33 y 35), incluyendo la sección de “Notas bibliográficas” en la que Mélida recensionaba sobre obras y manuales publicados. Resulta significativo que las recensiones de los principales tratados de metodología histórica iniciaban su influencia procedente de la historiografía francesa y alemana. Otras secciones, como las de “Variedades” y “Bibliografía”, acreditaban los contactos de la revista con la historiografía, las sociedades eruditas y las revistas europeas de los últimos años del XIX y los comienzos del siglo XX, sobre todo las francesas. En el plano institucional, cabe recordar que el día 18 de abril de 1900, bajo el gobierno de Francisco Silvela, se creó en España el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, desglosado del antiguo Ministerio de Fomento, siguiendo el modelo francés. Su creación no benefició al Museo Arqueológico pero sí a la Universidad, que absorbió a la Escuela Superior de Diplomática. La medida fue adoptada en paralelo a la Ley de García Alix1133, que reorganizó los estudios de la facultad de Filosofía y Letras, creando tres secciones: Letras, Historia y Filosofía. A partir de 1900, los estudiantes cursarían dos años generales y dos más de especialización en cualquiera de las tres secciones. La asignatura de Arqueología se impartía en tercer curso dentro de la especialidad de Historia1134. Completados estos cuatro años, se conseguía la licenciatura. Uno de los problemas era que sólo Madrid contaba con las tres secciones1135. Hubo ciertos cambios en los planes en los años de 1928 y 1931, pero la plantilla de cátedras de la sección de Historia no cambió hasta después de la Guerra Civil. La creación de este nuevo ministerio trajo consigo una intervención del Estado cada vez más directa en la gestión del patrimonio cultural. En lo que a la Real Academia de la Historia se refiere, ésta pasó a depender desde este año al recién creado Ministerio, como las Comisiones Provinciales de Monumentos. Supuso una intervención más directa del Estado en la gestión del patrimonio arqueológico-cultural. 1130

1131 1132

1133 1134 1135

Sobre los distintos cambios que afectaron al funcionamiento interno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, véase BONET CORREA (2002: 109-110). Véase signatura 168-5/5 del Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La segunda etapa en la trayectoria de esta Revista arrancó el 20 de diciembre de 1882, gracias a las gestiones realizadas por Vicente Vignau, que hicieron reaparecer de nuevo la publicación. Pero esta segunda época fue efímera. Sólo se publicaron 12 números, entre 31 de enero de 1883 y el 31 de diciembre del mismo año. Vid. ESPADAS BURGOS (2000: 28). Para conocer las asignaturas impartidas, véase BALDÓ LACOMBA (2000: 68). Sobre la distribución por ciudades, véase BALDÓ LACOMBA (2000: 65).

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De esta manera, los estudios de Arqueología, Epigrafía y Numismática quedaron reorganizados, pasando de la Escuela Superior de Diplomática a la Universidad Central, ubicada en la madrileña calle de San Bernardo. Suponía que alcanzaban el rango universitario como en todo el mundo occidental y su independencia del Cuerpo de Museos surgido de la tradición anticuaria de la Ilustración1136. Sin embargo, el organigrama echaba en falta todavía personal profesional especializado y un marco legal, que acabaría llegando una década más tarde. Además, la enseñanza de la Historia seguía siendo descriptiva, retórica, conformista y poco incisiva desde el punto de vista crítico1137. Y las excavaciones seguían dependiendo en gran medida de iniciativas particulares y mecenazgos como el de Alberto I de Mónaco, el Marqués de Cerralbo o el Duque de Alba, como denunció el propio Mélida en una conferencia que pronunció en junio de 1885 en el Ateneo: da pena considerar cómo se malgasta el tiempo y la inteligencia ¿qué excavaciones científicamente organizadas y dirigidas se han hecho en España? (...) Protección, no más que caritativa, dispensada por nuestros gobiernos a la ciencia arqueológica (...) no he querido significar tampoco que la iniciativa particular pueda más que la oficial. Pero justamente los trabajos particulares suelen costarle al país más caros que los costeados por el gobierno, pues los paga con el descrédito, que es lo más costoso1138. Una vez más afloraba en Mélida la asunción de las limitaciones del entorno científico español ante la superioridad del entorno europeo. En lo que se refiere a sus actividades como académico de San Fernando, cabe señalar que durante 1907 Mélida pronunció dos discursos en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, uno en honor de su amigo y compañero Narciso Sentenach y otro con motivo de un discurso inaugural leído por Enrique Serrano Fatigati. La recepción pública de Narciso Sentenach1139 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando tuvo lugar el día 13 de octubre de 1907. Siguiendo el protocolo académico establecido, el discurso del recién ingresado en la Corporación debía ser respondido por otro académico, en este caso José Ramón Mélida, de quien fue compañero de tareas en el Museo Arqueológico Nacional. La entrada de Sentenach venía a sustituir a José de Cárdenas, académico recientemente fallecido. Llama la atención la paralela trayectoria profesional de Narciso Sentenach en comparación con José Ramón Mélida. Ambos se habían formado en distintos campos de las humanidades para incorporarse después a la Escuela Superior de Diplomática, que les abriría las puertas en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, ejerciendo los dos como críticos de arte, historiadores y, más tarde, como arqueólogos. Incluso, pronunciaron conferencias en instituciones y centros científicos comunes como el Ateneo de Madrid y publicaron artículos en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, en la Revista de Archivos Bibliotecas y Museos o en La Ilustración Española y Americana. Contemporáneo uno del otro, nacieron con dos meses de diferencia, siguieron caminos muy parecidos y cultivaron un amplio repertorio de disciplinas humanistas. El discurso pronunciado por Mélida1140 se dividió en dos partes. La primera hizo referencia a los méritos de Sentenach, de quien destacó la afición a los estudios étnicos y su participación en las labores organizativas de la Exposición Histórico-Americana celebrada en la Biblioteca Nacional de Madrid en 1892. Su afición etnográfica le llevó a ocupar el cargo de jefe de la sección americana dentro del Museo Arqueológico Nacional. La segunda parte del discurso constaba de un ensayo en el que Mélida analizó la evolución del gusto estético peninsular tomando como disciplina de referencia a la escul1136 1137 1138 1139

1140

ALMAGRO-GORBEA (2002: 80). BALDÓ LACOMBA (2000: 59-61). MÉLIDA ALINARI (1885b: 220-221). Narciso Sentenach y Cabañas (1856-1925) ha pasado a la Historia por sus estudios de Arqueología, Pintura y Escultura. Se formó en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras, pasando posteriormente a la Escuela de Diplomática. En 1893, ingresó por oposición en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Sus primeros pasos en el mundo de la Arqueología los dio junto a su gran amigo José Gestoso, con el que recorrió los barrios sevillanos en busca de antigüedades romanas y árabes. En el cuerpo de archiveros fue jefe de la sección americana del Museo Arqueológico Nacional y llegó a dirigir el Museo de Reproducciones Artísticas. Durante un breve período de tiempo llegó a dirigir el Museo de Tarragona, antes de trasladarse a Madrid en 1892. Por otra parte, perteneció al consejo de redacción de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, lo que fortaleció los vínculos y amistad con Mélida. En el plano arqueológico, destacaron sus trabajos en Tiermes, Clunia, Bílbilis y Segobriga. En el reparto provincial de los distintos catálogos monumentales asignados, Sentenach se encargó del correspondiente a la provincia de Burgos, que supuso su último gran trabajo en vida. Para conocer sus cargos y nombramientos, véase MÉLIDA ALINARI (1925f). Véase MÉLIDA ALINARI (1907f: 33-50).

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tura: verdad, soberana verdad, expresada por medio de la forma y del color juntamente1141. Desde esta óptica escultórica desgranó cada una de las reminiscencias foráneas que se dejaron sentir en las poblaciones autóctonas de la Península Ibérica y las Baleares, y ofreció una realidad artística condicionada por la superioridad de los pueblos del Mediterráneo Oriental en las artes plásticas. Hizo referencia a una doble influencia oriental y helénica sentida en la península, cuyo más óptimo resultado artístico había sido el de la región levantina que comprendía la Edetania, la Contestania y la Bastetania. Y calificó el realismo como la característica del arte representativo español, reconociendo a su vez que era el más arriesgado de profesar de todos los credos artísticos, por lo mismo que no podía hacer concesiones a la fantasía y así, cuando sus intérpretes son inhábiles, torpes y toscos, como acontece por lo común con los iberos antes de recibir el poderoso aliento civilizador de Roma, es cosa desdichada y pobre casi siempre1142. Una afirmación en la que todavía se advinaban dudas acerca de la suficiencia artística de los iberos y en la que se mantenían vigentes sus inclinaciones difusionistas. Mélida participó además en la memoria que publicó la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1907 acerca de Goya, que llegó a pertenecer a esta institución. En dicha memoria intervino el secretario general de la Corporación Don Enrique Serrano Fatigati1143, con la lectura del discurso que llevaba por título Goya y la pintura contemporánea, mientras Mélida versó su discurso en el tema Goya y la pintura moderna. El arqueólogo madrileño convirtió el discurso en un panhegírico del pintor aragonés y no escatimó en elogios a la hora de repasar su trayectoria artística: pintor originalísimo entre los españoles, el único que comparte con Velázquez el solio en la historia de nuestras artes, y con él ha sido, y sigue, y seguirá siendo celebrado por propios y extraños como una de las más altas glorias de nuestra Patria (...) obras peregrinas del egregio artista, en las que vive perdurable su genio, pregonando con muy superior elocuencia de la que pudieran alcanzar mis palabras, todo lo que vale y significa aquel nombre preclaro en los fastos de la inteligencia humana. Su personalidad un espíritu constante de independencia (...) La gloria de Goya es ser el origen del arte moderno, enteramente distinto por sus procedimientos y tendencias del antiguo; anticipándose a su tiempo, del que tanto disuena, haber venido a encontrar en nuestros días su dichosa continuación, y su credo artístico ser origen de nuevos desarrollos en la evolución del Arte1144. Reconocía Mélida que su devoción por Goya formaba parte de la educación que le transmitieron tres personas: sus hermanos Enrique y Arturo y su íntimo amigo Ceferino Araujo Sánchez1145. Los tres ya habían fallecido en el momento de publicarse esta memoria. En La Ilustración Española y Americana, otra de las publicaciones señeras de la época en el campo de las humanidades, dedicó un artículo a El arte de Goya en el año 1900. El autor ofreció un recorrido biográfico crítico del pintor aragonés. Aseguraba que el mejor libro que acerca de Goya se había compuesto era de Ceferino Araújo Sánchez1146. Según Mélida Goya es el genio que sabe representar la vida con toda su expresión y su movimiento. No formó escuela, ni los neoclásicos le hicieron caso. Es menester venir a Fortuny para encontrar un relámpago de la luz de Goya y sólo hoy se comprende que Goya es el precursor del modernismo y uno de los más grandes artistas que han existido1147. Fue ésta una nueva muestra de que Mélida seguía preocupándose por su formación artística de forma simultánea a la de arqueólogo e investigador. Prácticamente durante toda su vida supo compaginar esta doble faceta artístico-arqueológica. Conviene añadir que en el apartado de “Notas Críticas” de la Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas ya había publicado en 1895 una recensión acerca de la obra titulada Goya1148, publicada por Ceferino Araújo. 1141 1142 1143

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1147 1148

MÉLIDA ALINARI (1907f: 50). MÉLIDA ALINARI (1907f: 37). Escritor español (1845-1918) que, como tantos otros, se aficionó a los estudios arqueológicos y geológicos tras emprender diversos viajes por España. Se formó en el campo de las ciencias y fue uno de los fundadores de la Sociedad Española de Excursiones. Además, coincidió con Mélida como conferenciante en el Ateneo de Madrid y en el Círculo de Bellas Artes. MÉLIDA ALINARI (1907g: 25-48). Datos de su biografía en ESPASA CALPE, tomo 5, 1929, 1239. Sobre la obra de Araujo titulada Goya, había publicado Mélida una recensión en 1895 en la Revista Crítica de Historia y Literatura Española, Portuguesa e Hispano-Americana. Ceferino Araujo mantuvo una cercana relación con los Mélida, especialmente con los dos hermanos mayores de José Ramón, Arturo y Enrique. Destacó como pintor paisajista y crítico de arte y fue discípulo del ilustre pintor Carlos de Haes. MÉLIDA ALINARI (1900d: 298). Véase el primer número de esta revista, correspondiente a 1895, pp. 1-4.

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En los años posteriores siguió desempeñando su cargo de académico en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde participó en los discursos leídos en la recepción pública de Miguel Blay el día 22 de mayo de 1910. A Mélida le correspondió leer el discurso de contestación, que dedicó al obispo de Jaca. El nuevo académico vino a sustituir al fallecido Juan Samsó, destacado cultivador de la escultura religiosa. A Miguel Blay le definió Mélida como el triunfador de hoy, que llega juvenil aún, en la hermosa plenitud de sus facultades, entre el eco entusiástico universal provocado por la consagración definitiva de su genio. El contenido del discurso de Mélida abarcaba el arte de las grandes civilizaciones mediterráneas como Egipto, Grecia y Roma, especialmente en lo que se refería a la erección de monumentos públicos. Así, entroncó con el monumento elevado en el Parque del Oeste, de Madrid, al ilustre Federico Rubio, gloria de la Cirugía española. (...) artista que ha creado tan perfecta obra monumental ¡Sea bien venido y llegue a recibir el galardón académico, bien ganado, este nuevo héroe, honra de la Escultura española! He dicho1149. Se trataba, una vez más, de un acto protocolario de escasa trascendencia científica que únicamente pretendía hacer del discurso un gesto ceremonial para dar la bienvenida a un nuevo académico. Por encargo e iniciativa de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Mélida fue el académico elegido para pronunciar el discurso que conmemoraba el tercer centenario de la muerte de El Greco en solemne sesión académica celebrada en Toledo el 6 de abril de 1914. En palabras suyas: Ha sonado para el Greco la hora de reivindicación y de gloria, no por moda o capricho del gusto en estos días anárquicos de modernismo y de espiritualismo neurótico, que simpatiza con las obras de aquel revolucionario de la pintura, sino por el sereno juicio y la severa labor analítica con que hoy se hace la crítica de las obras de arte, desentrañando su significación y su influencia. Porque si el Greco no ha sido bien comprendido hasta ahora, es porque se le ha juzgado aisladamente, se le ha encontrado excesivamente extraño y original y no se ha tratado de buscar sus antecedentes, de penetrar el lenguaje que hablan sus pinceles, ni hasta hace pocos años se ha visto su decisiva influencia en nuestra pintura del siglo de oro1150.

Resulta verdaderamente llamativo comprobar cómo su filohelenismo convencido condicionaba también sus planteamientos pictóricos. De hecho, estableció un parentesco artístico entre El Greco, natural de Creta, y sus antecesores griegos: La proporción alargada de las figuras del Greco es la misma proporción esbelta de las figuras griegas de los siglos IV y III a. c., construidas con arreglo al canon fijado por el escultor Lisipo, con la sola diferencia de que el Greco hizo sus figuras ascéticas demacradas1151. En cuanto a la proporción, el privilegio de haberla fijado en la antigua Grecia correspondía, según el arqueólogo madrileño, a los dorios. Relacionó a los dorios con el arte varonil y robusto y a los jónicos con un arte gracioso y afeminado, partiendo de la base de que los artistas dorios habían recibido la influencia directa de los principios matemáticos expuestos por Pitágoras, para crear el orden arquitectónico y el canon humano1152. Mélida sostenía que ningún pintor místico del Renacimiento (Giotto, Cimabue, Mantegna, Fra Angelico, etc.) había utilizado el recurso de adelgazar las figuras para dotarlas de espiritualidad y que, teniendo en cuenta que el único antecedente era el de las figuras bizantinas y que El Greco pertenecía a una familia bizantina, podía admitirse que esa proporción espiritualista era una herencia del arte bizantino. Respecto a las teorías del oculista Doctor Beritens, salió al paso Mélida para negar su pretendido astigmatismo. A juicio suyo, el pintor cretense puso en sus figuras un sentimiento completamente griego, como lo prueba no solamente la analogía que denotan con aquellas figuras clásicas, sino la que también se advierte con las de los mosaicos bizantinos. Otra concomitancia todavía más elocuente y singular advertida por él fue la observada entre las cabezas de El Greco, especialmente los retratos, en que no existía la nota ascética, y los retratos, pintados casi todos a la encaústica. El ejemplo más paradigmático era el producido por la escuela alejandrina grecorromana entre los siglos V al II antes de nuestra Era, para cubrir 1149 1150 1151 1152

MÉLIDA ALINARI (1910a: 50). MÉLIDA ALINARI (1914i: 3-4). Además, MÉLIDA ALINARI (2004: CXXXVIII). MÉLIDA ALINARI (1914i: 5). El primero en fijar un canon fue Policleto en el siglo V antes de Cristo, estableciendo como unidad de medida el dedo pulgar. En el siglo IV Lisipo modificó este canon, considerando como unidad la cabeza

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a la usanza egipcia el rostro de las momias. Algunas fueron descubiertas en el cementerio del Fayum, en el Egipto medio. Aunque el pintor cretense no llegó a conocer los retratos del Fayum, debió de tener la ocasión de contemplar pinturas análogas recuperadas en la isla de Creta o en otros puntos de Grecia. A Mélida le causaba honda impresión comparar las pinturas griegas y las del Greco y encontrar entre unas y otras tan marcado aire de familia, un mismo aspecto moderno, unos caracteres psicológicos, tan semejantes en tipos graves y tristes. Observó una análoga libertad de factura, similar a la de las obras modernistas; y le consideró como un continuador de sus antepasados, enmarcado en un contexto renacentista. Entre sus características, puso de relieve su independencia y su rebeldía a todo principio de escuela. Y consideraba que al “españolizarse”, El Greco conservó la elevación y solemnidad derivados del hieratismo bizantino. Buen ejemplo era para él El entierro del Conde Orgaz, además de una serie de retratos que reflejaban una manifestación o protesta de que el realismo era uno y universal. Para él el pintor griego no era un caso aislado de la Historia del Arte, sino un eslabón necesario entre el arte antiguo, el arte oriental y el latino y occidental. Las tendencias patrióticas de Mélida fueron evidentes al asegurar que el representante más genuino del realismo en el Renacimiento era El Greco, gracias a que inició este movimiento en el país donde mejor podía fructificar, que era España1153. Creía que El Greco había sido el precursor de esta corriente realista en la que, según él, Velázquez se acabaría convirtiendo en maestro soberano: Han producido un arte que es de todos los tiempos: el arte universal y eterno que tiene su raíz en la naturaleza humana y su aspiración más alta en la expresión de la verdad”1154. En palabras suyas “ofrécese, pues, El Greco a mis ojos como lazo de unión entre el arte antiguo y el arte moderno, y especialmente, entre el arte griego y el arte español1155. El estudio que Mélida había llevado a cabo comparando el arte antiguo y la figura de El Greco había sido expuesto en Toledo en 1914, y también en la Universidad Central de Madrid tras ser invitado por el catedrático Ovejero. Las reflexiones en torno a cuestiones artísticas fueron una constante a lo largo de la vida de José Ramón Mélida. En 1907 Mélida publicó un interesante artículo en el diario ABC, titulado “Nuestra riqueza artística muerta”. Se trataba de una reflexión en la que Mélida solicitaba más atención para el Arte, en detrimento de la Literatura, por parte de autoridades y público en general. Como ejemplo del interés despertado por las antigüedades artístico-arqueológicas en hombres de ciencia, puso Mélida a los muchos extranjeros que viajaban a España con la firme intención de estudiar su legado artístico contenido en museos y ciudades. Para reforzar esta ilusoria petición, Mélida se vio obligado a relegar, de forma consciente, a la literatura: no vienen a disfrutar de nuestra literatura (...) vienen atraídos por la fama que ha tiempo pasó los Pirineos de nuestros monumentos y colecciones artísticas1156. Debió de observar en sus viajes y en sus intercambios de impresiones con colegas suyos, la educación y sensibilidad de otros países, europeos, fundamentalmente, hacia su patrimonio artístico, concluyendo que el Arte constituye la nota más preciada de la moderna educación1157. Sin embargo, la ilusionante invitación de Mélida a visitar tierras españolas contrasta con el reconocimiento que hizo acerca de la falta de medios y condiciones para llevar a cabo estos viajes: En no pocos casos, las horas y combinaciones de los trenes dificulta notablemente el visitar determinados monumentos o ciudades pintorescas (...) incomodidad, desaseo (...) chinches que les aguardan por la noche (...) hallan los viajeros los propios monumentos en un abandono, suciedad y olvido, que de ellos acaban por huir los ojos con pena y enfado1158.

Mélida se resigna a un pensarán que éste nuestro país no ama el Arte, no lo aprecia mientras insiste en que valdría la pena estimular con disposiciones oficiales las facilidades para el excursionista1159. 1153 1154 1155 1156 1157 1158 1159

MÉLIDA ALINARI (1914i: 10). MÉLIDA ALINARI (1914i: 11). MÉLIDA ALINARI (1915b: 15). MÉLIDA ALINARI (1907h). MÉLIDA ALINARI (1907h). MÉLIDA ALINARI (1907h). MÉLIDA ALINARI (1907h).

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Su punto de vista crítico-artístico podía conocerse también gracias a las múltiples recensiones que firmaba (Apéndice 2). Durante el año 1913 publicó algunas de obras nacionales y extranjeras. En la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos llevó a cabo una minuciosa crítica del libro escrito por el francés Marcel Dieulafoy1160 Ars una species mille. Histoire générale de l’Art. Espagne et Portugal. Reconocía que este autor era la primera autoridad en asuntos persas, si bien pensaba que a juzgar por su conocimiento de la Historia del Arte de nuestra península, no debió de visitarla con bastante detenimiento. El motivo de esta crítica por parte de Mélida hay que buscarlo en la siguiente afirmación del francés espero demostrar que la Persia no solamente fue la inspiradora de la arquitectura musulmana y de la mudéjar de España sino que tomó notable parte en la elaboración de los temas religiosos que fueron admitidos en Asturias, Castilla y Cataluña después de la expulsión de los invasores, y que los benedictinos aclimataron más tarde en Francia. Mélida trató de evitar la polémica pero advirtió de que tratamos de enterar al público y prevenirle para que no se deje llevar de tales novedades, peligrosas en un manual de vulgarización1161. Aunque reconocía el valor positivo de esta obra, desdijo a su colega francés cuando expuso de manera prejuiciosa que el arco ultrasemicircular, generalmente llamado de herradura, era una importación persa recibida en la Península por los invasores mahometanos. De hecho, no creía visigodos, sino posteriores, monumentos tan típicos como la basílica de San Juan de Baños, en la cual aparecían tales arcos. Análoga creencia en una influencia árabe fue corriente entre arqueólogos de finales del XIX, pero un detenido estudio iniciado por Ricardo Velázquez Bosco y completado por Manuel Gómez Moreno hizo comprender que tal arco era un elemento arquitectónico más antiguo de lo que se pensaba, desarrollado por los visigodos y en nuestro suelo adoptado por los árabes, que lo llevaron después al África. En palabras de Mélida, Dieulafoy afirmaba con harta temeridad que no existían ejemplos auténticos en los edificios construidos en España antes de la invasión musulmana1162, lo que para el arqueólogo madrileño era una anticuada creencia y revelaba que el francés no había sabido apreciar los estilos españoles, sus orígenes, su formación1163. Los planteamientos desmesuradamente orientalistas de Dieulafoy se antojaban difíciles de proyectar para el caso español. Varios años más tarde, participó en el acto de recepción pública de un nuevo miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: el pintor Cecilio Plá. Pronunció su discurso el día 23 de marzo de 1924 refiriéndose al nuevo académico como un digno representante de la escuela valenciana, en la que sucedió a Salvador Martínez Cubells y a Joaquín Sorolla. Según Mélida Plá llegó al palenque artístico cuando declinaba la corriente del gusto que durante no pocos años había dado la primacía en las Exposiciones oficiales al género histórico, el cual no era otra cosa que una consecuencia de la arrolladora corriente romántica, que enseñoreada de la pintura produjo no pocas grandes composiciones, páginas memorables de la historia patria1164. Desde el punto de vista temático, el discurso de Mélida trató de analizar la importancia del color en la pintura desde los tiempos antiguos. En la misma Corporación, fue reelegido tesorero1165 para 1924, además de vocal de la Comisión Central de Monumentos Artísticos e Históricos para el período comprendido entre 1924 y 19271166. Como ya ocurriera en años anteriores, Mélida fue reelegido tesorero de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para el año 19291167. 1160

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Ingeniero de caminos francés (1844-1920) natural de Toulouse. Preocupado por el origen de la bóveda, Marcel Dieulafoy decidió acudir a Persia, con su mujer Jane, para tratar de resolver esta cuestión arquitectónica. Antes que ellos, Layard había visitado el yacimiento y William Kennett Loftus había realizado sondeos en 1851 y 1853. Para consultar la bibliografía más importante ESPASA CALPE, tomo 18, 1929, 1040. MÉLIDA ALINARI (1913g: 292). MÉLIDA ALINARI (1913g: 293). MÉLIDA ALINARI (1913g: 294). MÉLIDA ALINARI (1924b: 19). Minuta-oficio fechada en 2 de enero de 1924, expediente personal de Mélida, Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (signatura 274-6/5). Minuta-oficio fechada en 2 de enero de 1924, expediente personal de Mélida, Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (signatura 274-6/5). La Comisión Central estaba presidida por por el Ministro de la Gobernación, un vicepresidente, un secretario y cinco vocales, todos ellos académicos de número de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia, MAIER (2001: 109). Minuta-oficio fechada el 31 de diciembre de 1928, expediente personal de Mélida, Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (signatura 274-6/5).

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Fig. 34.- Número total de las publicaciones de Mélida entre 1880 y 1935. José Ramón Mélida se mostró como un buen aficionado a la pintura. Las influencias legadas por su hermano Enrique debieron de despertar en él una pronta inclinación a apreciar los cuadros que desfilaron en su entorno. Contaba además con una sólida formación artística que le mantuvo atento a las novedades que se producían en el campo de la pintura. Tanto Enrique como Arturo le introdujeron en los ambientes artísticos del Madrid de la época, especialmente Arturo, lo que le proporcionó diferentes amistades y contactos. Por ejemplo, la sección de Bellas Artes del Ateneo de Madrid había organizado un curso sobre Historia de la pintura, en el que José Ramón Mélida participó con la lectura de dos conferencias: una acerca de “Los orígenes de la pintura española”, publicada en La Época el 27 de marzo de 1895, y otra acerca de “La pintura en tabla”, publicada el 3 de abril en el mismo medio y año. En el curso 1901-1902 y como consecuencia de unas conferencias organizadas por la sección de artes plásticas, Mélida habló sobre “La escuela francesa en el Museo del Prado”. En 1896 había publicado dos artículos en la Revista Crítica de Historia y Literatura sobre “El cuadro de Catena del Museo del Prado” (mayo, nº 6) y “El panteón de Tenorio” (octubre, nº 11). Coincidieron estos años de principios del XX con la dirección de Mélida en la sección “La Quincena Artística” de El Correo1168. Se trataba de un diario de sesgo liberal editado en Madrid. En estos artículos ejercía de crítico de arte, abordando temas de lo más diverso. El 18 de abril de 1905 publicó “El Velázquez del Museo de Boston”, “Retrato del Rey Alfonso XIII por Garnelo” y “Exposición Sancha Luengo”. Debió de establecer trato con pintores de entonces, como Bartolomé Maura1169, con quien coincidió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de quien se conservan todavía dos grabados1170 que dedicó al propio José Ramón Mélida: Lupus de Vega Carpio (1890) y Diego de Silva y Velázquez (fig. 20 bis) (1899). Con Maura coincidió, además, en la Real Academia de Bellas Artes de San 1168 1169

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TIMOTEO ÁLVAREZ (1998: 43). Bartolomé Maura y Montaner (1844-1926) destacó como pintor y grabador. Nacido en Palma de Mallorca pero establecido pronto en Madrid, fue hermano del famoso orador y político Antonio Maura. Perteneció a la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, y fueron sus maestros Federico de Madrazo y Carlos Luis de Rivera. Fue académico de número de la Real de Bellas Artes de San Fernando y jefe de primera clase honoraria de administración civil. Obtuvo múltiples medallas y recompensas en exposiciones y ganó diversos concursos. Vid. ESPASA CALPE, tomo 33, 1929, 1202-1203. Actualmente forman parte de la colección particular de Juan Ortega, calle Colón 15, Madrid. En el archivo del Museo Arqueológico Nacional (expediente personal de Mélida) se conserva una tarjeta personalizada de Bartolomé Maura en la que tenía el gusto de enviarle una prueba del retrato de Zorrilla, del 12 de octubre de 1900.

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Fig. 35.- Distribución temática de las publicaciones de Mélida entre 1880 y 1935. Fernando1171, donde tuvieron la oportunidad de estrechar vínculos y compartir aficiones. Otro pintor cercano al ambiente de los Mélida fue el retratista santanderino Rogelio de Egusquiza. Había sido discípulo de León Bonnat, cuñado de Enrique Mélida, en París lo que le situaba en la órbita artística de la familia. Se conservan también tres retratos grabados1172 de Egusquiza, dedicados a José Ramón Mélida: Calderón de la Barca, Velázquez y Goya. Durante su vida, mantuvo contactos José Ramón Mélida con otros artistas tan renombrados como Sorolla, Madrazo, Benlliure (que llegó a ocupar en la década 1910-1920 el cargo de vocal en la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, junto con Elías Tormo, el Marqués de Comillas, el Marqués de la Vega Inclán, Vicente Lampérez y Manuel Gómez Moreno), Urrabieta, Jiménez Aranda y Jerónimo Suñol. A éste último le dedicó un artículo1173 a su muerte el 16 de octubre de 1902. Había sido su compañero en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Mélida dio tempranas muestras de su interés pictórico, estimulado por su hermano pintor Enrique. Como muestra, su artículo “Apuntes arqueológicos referentes al cuadro spoliarum presentado por don Juan Luna en la exposición de Bellas Artes”, publicado en La Época el 8 de junio de 1884. A través de la correspondencia que mantuvo Mélida con Jorge Bonsor podemos adivinar de nuevo su gusto por la pintura. La primera carta que le remitió Mélida a Bonsor fue el 21 de enero de 1901, con motivo del interés que sentía por un cuadro de Tiziano titulado Rapto de Europa y existente en una colección inglesa que pertenecía al Conde de Darnley. Mélida pidió al arqueólogo y pintor anglofrancés que mediara en su nombre para conseguir contactar con el aristócrata británico y para obtener fotografías del cuadro. Además, en esta misma misiva el arqueólogo madrileño aprovechó para solicitar información a Bonsor sobre una estatua descubierta en Itálica con la intención de publicarla en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos1174. Tanto Bonsor, que llegó a España movido por su afición a la pintura, como Mélida eran grandes aficionados a la pintura, como demuestran las cartas que se enviaron. Bonsor recibió una nueva misi1171

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En 1744 se fundó la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando para ponerse en funcionamiento en 1752. Había nacido fruto de la política ilustrada de los Borbones y pronto se encaminó hacia la labor pedagógica de formar arquitectos, escultores y pintores educados en las normas del clasicismo académico. Ya en el siglo XIX cambió su nombre de Nobles Artes por Bellas Artes. Actualmente forman parte de la colección particular de Juan Ortega, calle Colón 15, Madrid. No se conserva la fecha. MÉLIDA ALINARI (1902i). Según MAIER (1999b: 196), Bonsor nunca llegó a redactar la noticia del hallazgo de la Venus de Itálica.

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va de Mélida fechada en Madrid el día 1 de enero de 1907. En ella le daba la enhorabuena por su reciente boda y justificaba su retraso por haber estado ausente de Madrid una larga temporada, primero en las excavaciones de Numancia y después en Extremadura donde se dedicó a la confección del Catálogo Monumental de la provincia de Badajoz. Además, puso Mélida en conocimiento de Bonsor la existencia de un cuadro (San Dimas) del pintor renacentista Luis de Morales en Badajoz, que tuvo la ocasión de contemplar. En otra de las cartas que Mélida envió a Jorge Bonsor, fechada en Madrid el día 24 de junio de 1903 con el sello del Ateneo Científico Literario y Artístico, hizo referencia al interés que tenía sobre lo que me dice V. de Roland de Moys, cuya firma no aparece en los retratos de su mano. Veo que no está V. ocioso y que ha descubierto nuevas obras de pintores flamencos. Será muy estimada la nota que envíe V. sobre eso a la Academia1175. Otra muestra de su gran afición a la pintura es la publicación en 1905 de un artículo sobre Los Velázquez de la Casa Villahermosa, conservados en el palacio de los Villahermosa en Madrid1176. En 1909 realizó una nueva incursión en las publicaciones relacionadas con la pintura. En la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos publicó “Dibujos de Miguel Ángel para la Sibila Líbica”, un artículo en el que analizó la gran obra del genial pintor Miguel Ángel y aprovechó para resaltar la condición de artista y excelente crítico de Aureliano de Beruete (1845-1922), a la sazón, discípulo de Claudio Haes. El opúsculo en cuestión fue distribuido en los círculos académicos a los que pertenecía Mélida1177. Otra publicación con tema pictórico de fondo fue la titulada “Un Morales y un Goya existentes en la catedral de Madrid”, que apareció en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones en 1909. El autor de estas líneas, deseoso de enriquecer el Museo de Reproducciones Artísticas con alguna reproducción de un cuadro de Morales se fijó en una obra del mismo que el público apenas conocía, y que representaba El Señor atado a la columna y la contrición de San Pedro. Para ello, solicitó el oportuno permiso del ilustrado Señor Obispo de Madrid-Alcalá, José María Salvador y Barrera, y del Cabildo de la Catedral, que lo concedieron enseguida1178. Al tratar la figura de Morales, Mélida destacó cómo en medio de la corriente pagana del Renacimiento, Morales supo mantenerse esencialmente religioso en su tratamiento de temas pictóricos. En el plano divulgativo, cabe reseñar que en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos anunció la celebración de una exposición pictórica de Menéndez-Pidal en el centro de Defensa Social y destacó entre los cuadros expuestos El Viático. Igualmente, se hizo eco en la misma revista, y en el periódico madrileño de El Correo, de una exposición artística celebrada en Zaragoza1179. Además, publicó también recensiones de libros de pintura en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En la firmada el 26 de enero de 1911 analizó la obra del extremeño José Cascales y Muñoz que llevaba por título Francisco de Zurbarán: su época, su vida y sus obras. Destacó el acierto del autor en la recopilación de datos, noticias, documentos y antecedentes del pintor de Fuente de Cantos, en los que intercaló comentarios críticos1180. Asimismo, emitió un informe1181 para la Real Academia de la Historia verificando la categoría de copia para un retrato del Papa Pío V, perteneciente al Colegio de la Inmaculada Concepción de Gijón, y negando su pretendida atribución a Domenichino o a Murillo. Del entorno pictórico cabe reseñar la amistad que Mélida mantuvo con Eduardo Chicharro Agüera1182 con quien tuvo ocasión de coincidir en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en el estudio de Sorolla. Mélida elogió la valía pictórica de Chicharro en algunas de sus publicaciones en la revista Museum. El pintor valenciano Joaquín Sorolla retrató a José Ramón Mélida en 1920. El cuadro pertenece actualmente a la familia Mélida. 1175 1176 1177

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MAIER (1999a: 61-62, carta nº 96). Vid. supra páginas 124-128. Se conserva una carta enviada por la Real Academia de la Historia a Mélida, en la que simplemente se le agradece la entrega, en sesión del día 18 de junio, de un ejemplar de la obra Dibujos de Miguel Angel para la sibila líbica. Madrid, 24 de junio de 1909, Archivo de Secretaría de la Real Academia de la Historia. Más datos en MÉLIDA ALINARI (1909d: 1-8). MÉLIDA ALINARI (1908l). MÉLIDA ALINARI (1911h). Cfr. RASILLA VIVES (2000: 63, sig. CAO/9/7966/52(5). Eduardo Chicharro Agüera (1873-1949) destacó como retratista. Fue pintor de cámara de Alfonso XIII y perteneció a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 1922. En 1912 fue nombrado Director de la Real Academia de Bellas Artes en Roma en sustitución de Ramón del Valle-Inclán. Su hijo Eduardo Chicharro Briones dio continuidad a las aptitudes artísticas que le legó su padre.

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VEINTE AÑOS DE EXCAVACIONES EN NUMANCIA (1906-1923)

La excavación de la ciudad celtíbero-romana de Numancia representa uno de los capítulos más interesantes de la historia de la arqueología española. Desde 1803 este yacimiento comenzó a ser objeto de excavaciones y estudios1183 de forma intermitente hasta que en 1906 se acometió la más prolija y fructífera campaña, que duraría hasta 1923. El estímulo de las primeras excavaciones hay que relacionarlo con las presiones de los sorianos para recuperar su memoria histórica1184. En el panorama arqueológico europeo, hasta la excavación de Numancia apenas se habían efectuado excavaciones en varios yacimientos señeros de la arqueología euro-asiática: Troya, Micenas, Creta, Samotracia, Filácope, Olimpia, Cnossos, etc. Desde finales del XIX, la Arqueología se había convertido en una actividad ejercida en los yacimientos y que cada vez se alejaba más del modelo anticuarista. Hasta ese momento, el arqueólogo delegaba la tarea arqueológica en subalternos dedicados a la labor de campo, para dedicarse a la interpretación de los descubrimientos. Desde ese momento, el arqueólogo se implica en la labor de campo encarnando la fusión entre el hombre de terreno y el estudioso. Numancia representa el primer caso español de excavación en superficie llevada a cabo con respaldo institucional y un equipo de trabajo parcelado y con reparto de funciones. Por Real Orden de 27 de marzo de 1906, se dispuso el nombramiento de una comisión1185 compuesta por dos académicos de la Real Academia de la Historia, uno de Bellas Artes de San Fernando, tres individuos de la Comisión Provincial de Monumentos de Soria y un arquitecto designado por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes con el objeto de dirigir los trabajos, estudios y excavaciones para el descubrimiento de las ruinas de la ciudad de Numancia. Suponía que la anterior Comisión de Soria1186 dejaba de funcionar. Pocas semanas más tarde, otra Real Orden con fecha de 1 de mayo nombró a los individuos de la comisión, que quedaba constituida por los académicos de la Historia Eduardo Saavedra (presidente) y Juan Catalina García (vicepresidente), quien se ocupó de la adquisición de terrenos y de gestionar que el Museo Numantino fuese instalado en el local que al efecto cedió la Diputación provincial de Soria. Como vocales de la Comisión Provincial de Monumentos de Soria 1183

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Vid. J IMENO Y TORRE (1997), J IMENO ET ALII, (2002: 15-29) y LORRIO (1997: 15-22), para conocer la historia de las investigaciones llevadas a cabo en el yacimiento y TORRE (1998) para la manipulación histórica de la que ha sido objeto Numancia como símbolo nacionalista. Véase también MÉLIDA ALINARI (1907c: 3-4) y VV. AA. (1912: I-V). Sobre las excavaciones e investigaciones practicadas entre 1854 y 1903 consúltese el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, legajo 10.147-1, caja 1038. ALMAGRO-GORBEA (2002: 80). Y es que ya había sido utilizada Numancia para desarrollar un sentimiento provincial soriano que ayudara a reforzar el nuevo diseño de la provincia de Soria, a raíz de la división provincial de Javier de Burgos en 1833. Sobre la documentación conservada en la Real Academia de la Historia, véase ÁLVAREZ-SANCHÍS y CARDITO (2000: 359, sig. CASO/9/7973/58(1-2); sobre la documentación conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, véase el legajo 10.147-10, caja 1038. Había sido fundada, como otras, por Real Orden de 23 de junio de 1844, si bien no comenzó su andadura hasta 1880.

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fueron nombrados: Teodoro Ramírez (vocal), Mariano Granados (vicesecretario) y Juan José García (vocal), quedando el arquitecto1187 Manuel Aníbal Álvarez como secretario. Se nombró presidente de la Comisión a Eduardo Saavedra y Mélida (vocal de la Comisión) figuró como académico de Bellas Artes de San Fernando, ya que todavía faltaban unos meses para que fuera designado académico de la Historia. Varias semanas más tarde, el 10 de mayo, se reunió la comisión1188 para elegir como vicepresidente a Juan Catalina García; como secretario, a Manuel Aníbal Álvarez y como vicesecretario a Mariano Granados. En una segunda junta, celebrada el 5 de julio, fue trazado el plan de las excavaciones. Era Eduardo Saavedra (1829-1912) el más experimentado arqueólogo de esta Comisión y contaba ya con 77 años cuando entró a formar parte de ella. Además de su experiencia en el campo de la ingeniería, que le proporcionó poder aplicar sus conocimientos prácticos sobre el trabajo de campo arqueológico, era buen conocedor del terreno porque ya había llevado a cabo las primeras excavaciones oficiales en el Cerro de Garray en las campañas de 1860 a 18661189, coincidiendo con la celebración del XX Centenario de la Epopeya Numantina1190. En el caso de Numancia, los miembros de la Comisión elegida llevaron a cabo una activa participación en las labores prácticas, siguiendo el modelo europeo de las grandes excavaciones del momento y de décadas precedentes. Ya no se trataba de una iniciativa personal sino de un equipo coordinado en el que cada miembro ejercía una función específica en el desempeño de su cargo. Revelaba una organización inédita hasta entonces en España, donde las excavaciones arqueológicas habían dependido de iniciativas particulares carentes de equipos de trabajo. En Numancia, se abordaba un intento primerizo de excavación en superficie con el apoyo institucional necesario siguiendo la regulación propuesta por el arqueólogo francés Salomon Reinach, para quien sólo deberían confiarse excavaciones a los representantes del Estado o a sociedades eruditas1191. Se hace necesaria una visión crítica para conocer los motivos que llevaron a la decisión de excavar Numancia. Hasta principios de siglo, las escasas intervenciones acometidas (fig. 36) habían aportado indicios más que suficientes para asegurar la identificación toponímica entre Numancia y el Cerro de Garray. Con los sucesos de 1898 y el consiguiente episodio depresivo sufrido por España, surgió una necesidad de reparar el tocado orgullo nacional recurriendo a episodios del pasado que reforzaran el potencial hispano. En un contexto de ambigüedad, en el que ni la Dama de Elche, ni Numancia, ni Sagunto, ni las esculturas del Cerro de los Santos... habían sido encuadradas definitivamente en una civilización definida, la valoración de la cultura ibérica se presentaba como un arma de doble filo. Por un lado, las civilizaciones protohistóricas mediterráneas atravesaban por una etapa

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La incorporación de arquitectos a las excavaciones arqueológicas fue llevada a cabo, por primera vez en Samotracia con Alexander Conze y en Olimpia, con Ernst Curtius. La primera en 1873 y la segunda en 1875. Se encargaban de registrar las plantas y levantar los planos necesarios para distinguir niveles y proponer secciones. Era una muestra más de la tendencia a la especialización y de la influencia del Positivismo en la Arqueología. Las distintas disciplinas que intervenían en una excavación arqueológica reclamaban parcelas de trabajo distintas, al tiempo que complementarias. Vid. GRAN AYMERICH (2001: 232-237, 297, 302-303, 326 y 389); MARCHAND (1996: 108-109, 195, 207); VV. AA. (1996b: 324). En el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares (legajo 10.147-5, caja 1038) se conserva un expediente que incluye documentación relativa a la gestión administrativa de la Comisión. Vid. cuadro con la composición de la Comisión hasta 1926 en MÉLIDA ALINARI (2004: CXXX). SCHULTEN (2004: LVI-LVII). En 1803, el vascófilo Juan Bautista Erro había realizado excavaciones para tratar de demostrar la filiación vasca de Numancia. Vid. J IMENO ET ALII (2002: 18). La Comisión, encargada por la Academia para dirigir las excavaciones en el cerro de Garray, había comenzado sus tareas el 12 de agosto de 1861 cuando le fueron entregados los diez mil reales de vellón, que con tal fin había consignado el Gobierno. Sólo en dos parajes de la meseta del cerro se sabía con certeza que existieron vestigios de antigüedad, por más que los aldeanos señalasen otros varios sitios, donde recordaban haberse encontrado restos. Ya en 1853 se habían descubierto algunos cimientos de edificios toscamente construidos. Siguieron exhumándose tramos urbanísticos en los siguientes años; y lo descubierto en 1860 fue despedazado por los labradores durante los inviernos de 1860 y 1861, con el fin de utilizarlo en obras de sus casas. Hasta 1877, fecha en la que se publicó un artículo en el Boletín de la Real Academia de la Historia, se habían efectuado excavaciones varias en las que se verificó que la meseta del cerro de Garray estuvo ocupada por una ciudad romana, construida muy probablemente sobre las ruinas y cenizas de la celtibérica; y que, profundizando más las excavaciones, habían de aparecer vestigios de Numancia. Vid. DELGADO, OLÓZAGA y F ERNÁNDEZ-GUERRA (1877). GRAN AYMERICH (2001: 388).

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Fig. 36.- Plano de Numancia con las excavaciones acometidas desde 1860.

de descubrimientos que realzaban su relevancia histórica en el contexto mediterráneo1192; y por otro lado, España necesitaba con urgencia una dosis de confianza colectiva que le devolviera la autoestima como Nación. Numancia encarnaba la búsqueda de ese icono, como ocurriera con la Dama de Elche, capaz de restaurar el decaído ánimo hispano. El recurso del heroísmo numantino frente al invasor romano fue llevado a tal extremo que se produjo un forzado paralelismo en el que pronto se identificó lo ibero con Numancia, negando la aportación céltica y la naturaleza celtibérica de la zona. Esta inclinación nacionalista que trataba de urgar en el pasado glorioso español para acercar los vínculos históricos hasta el presente afectó a los miembros de la Comisión, incluido Mélida. No debe obviarse que el propio Schulten ya había utilizado el término ibérico tras localizar las primeras estructuras urbanísticas en agosto de 19051193. En total, la Comisión de Excavaciones acabaría exhumando 15.000 metros cuadrados de superficie de la ciudad. No es menos cierto que Saavedra debió de delegar bastante en sus compañeros, considerablemente más jóvenes y mejor capacitados para soportar el ritmo de una excavación que requería de su experiencia pero también del esfuerzo y sacrificio diario. Hasta 1912 no sería nombrado Mélida como presidente de la Comisión –tras la muerte de Saavedra– lo que le relegaba a una posición secundaria en estos inicios de los trabajos arqueológicos numantinos. Conviene recordar que las excavaciones acometidas en la década de los sesenta del siglo XIX (fig. 36) habían tenido escasa incidencia en el gran público, pues siguió imperando una imagen idealizada de Numancia acorde con el cuadro pintado por Alejo Vera, criticado en su momento por su falta de fidelidad respecto a las conclusiones arqueológicas obtenidas hasta entonces. 1192 1193

GRAN AYMERICH (2001, capítulo 6). WULFF (2004: XLV).

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El plan1194 se completaba con el alquiler de los terrenos1195 en el Cerro de la Muela1196 de la localidad soriana de Garray gracias a una subvención estatal según la cual se abonarían desde 1906 hasta 19221197 un total de 15.000 pesetas anuales. El germen de esta iniciativa hay que buscarlo en el 26 de octubre de 1905, cuando Mariano Granados, secretario de la Comisión de Monumentos Artísticos de Soria, haciéndose eco de la corriente de opinión creada, solicitó a través del gobernador civil que se emprendieran las obras necesarias para desenterrar la ciudad de Numancia. Previamente, el 24 de agosto de 1905, había sido erigido un monumento1198 para rememorar la gesta heroica numantina1199 y, de paso, para rescatar del olvido a la ciudad planteando y fomentando su futura excavación mediante un estado de opinión a través de la prensa y para exaltar los componentes bélicos de los habitantes numantinos. El acto contó con la presencia de Alfonso XIII y la iniciativa del senador soriano Ramón Benito Aceña1200, a la sazón, responsable de dotar a Soria de ferrocarril. Aparentemente inscrito en el plano protocolario, el acontecimiento iba a convertirse en el estímulo necesario para conseguir del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, desligado en 1900 del hasta entonces Ministerio de Fomento, la compra-alquiler de los terrenos y la reanudación de las excavaciones de Numancia1201. Así, el 16 de julio de 1906 la Comisión dio por iniciadas las excavaciones, que el primer año abarcaron una superficie de 36 metros de ancho por 88 metros de largo. El primer artículo del que se tiene noticia pertenece al 25 de julio de 1906 y en él Mélida certificó la identificación de Numancia con los restos localizados en el Cerro, tal como había apuntado Eduardo Saavedra. Lo descubierto hasta entonces en las anteriores campañas de 1853 y 1860-1866 supuso aproximadamente una quinta parte del perímetro total de la ciudad. Estas primeras exploraciones, hechas por orden y cuenta de la Real Academia de la Historia, fueron consideradas un acierto y un anticipo para emprender y continuar más formalmente nuevas excavaciones. La zona del yacimiento donde se actuó entonces coincide con lo que la Comisión identificó después con la manzana XII y con un tramo que atravesaba las manzanas III, VI y IX. Asimismo, se abrieron unas estrechas zanjas frente a la posteriormente bautizada como manzana XII (fig. 36). La excavación de la ciudad de Numancia fue concebida dividiendo el perímetro de la misma en barrios y manzanas a los que se asignaban números identificativos, tal como hiciera, de manera pionera, el arqueólogo napolitano Giuseppe Fiorelli1202 al excavar Pompeya en la década comprendida entre 1860 y 1870. La Comisión ideó un plan sistemático consistente en ir descubriendo manzanas de casas y calles para llegar a comprender el trazado urbanístico de la ciudad. En total se llegaron a descubrir diecinueve manzanas, identificadas con números romanos, y veinte calles (fig. 36).

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Cfr. VV. AA. (1912: IX-X). En el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares se conserva un legajo completo (número 10.147-13) dentro de la caja 1038, con documentación sobre la compra de terrenos para poder acometer las excavaciones de Numancia. Además, se conserva otro legajo (10.147-11) donde se recogen las reclamaciones económicas vertidas por los terratenientes del pueblo de Garray. Finalmente se hizo efectiva la declaración de utilidad pública para los efectos de expropiación forzosa de los solares donde estuvo enclavada Numancia. Véase el legajo 10.147-12, dentro de la caja 1038. Datos sobre su marco geográfico y su reconstrucción ambiental en FERNÁNDEZ MORENO (1997: 15-20). Exceptuando el año 1920, en el que se concedió una suma de 18.750 pesetas. Véanse los legajos 10.147-6 y 10.147-14 (caja 1038) sobre las cifras del reparto de crédito para excavaciones españolas y el 10.147-7 sobre el libramiento de fondos de las excavaciones de Numancia, en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares. Sobre las gestiones y trámites de su construcción, H ERRERO GÓMEZ (1999). Sobre el monumento, sus inscripciones laudatorias y los asistentes al acto inaugural puede verse VV. AA. (1912: VI). Además, el Archivo General de la Administración conserva un legajo completo (10.147-8) sobre este monumento. Incluye planos (de Bernabé La Mata, fallecido antes de construirse el monumento) y datos sobre el proyecto y sus presupuestos. Sobre otros monumentos erigidos en Numancia véase JIMENO ET ALII (2002: 20-21). Sobre las repercusiones y trascendencia de la resistencia numantina en el ámbito coloquial, véase MONGE (1999: 99). J IMENO y TORRE (1997: 474-478). Los antecedentes que crearon un estado de opinión favorable a la excavación y estudio de la ciudad de Numancia pueden confrontarse en J IMENO y TORRE (1997: 478). Giuseppe Fiorelli (1824-1896) puso a punto un sistema topográfico para explorar Pompeya por manzanas enteras, además de establecer un reglamento general de excavaciones. Convirtió Pompeya no sólo en la más activa excavación de Europa sino en auténtico centro de formación para jóvenes arqueólogos, que aprendían aquí técnicas y procedimientos no utilizados hasta entonces.

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Fig. 37.- Excavaciones de 1905 llevadas a cabo por Schulten en el Cerro de Garray.

Además, se contaba con el precedente de los investigadores alemanes Schulten –discípulo de Theodore Mommsen y profesor de Historia Antigua de la Universidad de Götingen1203– y Constantin Könen, ayudante del Museo de Bonn y especialista en campamentos romanos como el de Novaesium, que habían comenzado sus trabajos arqueológicos, inicialmente previstos sobre el cerco de Escipión y no sobre el cerro1204, con seis obreros el día 12 de agosto de 1905 hacia las 2 de la tarde, doce días antes de la inauguración del monumento (fig. 37). Además, contaron con la ayuda de A. Lammerer en topografía militar. Los germanos habían solicitado el permiso del Ministerio y contaban con el respaldo financiero del Kaiser Guillermo1205 y una dotación de 1.500 marcos de las Academias de Göttingen y Berlín, así como con el patrocinio científico de uno de los maestros de Schulten, Wilamowitz-Moellendorff1206. Schulten debió de ver en Numancia, –como Schliemann en Troya– el escenario perfecto para verificar sobre el terreno los testimonios de los cronistas latinos. Había visitado España por primera vez en 1899 y en 1902 comprobó sobre el terreno la correspondencia entre la detallada descripción de Apiano sobre el cerco de Escipión y las características del terreno, de manera que cuando comenzó a excavar en 1906 los campamentos venía con una idea preconcebida del cerco numantino, un modelo apriorístico que encajaba con sus intenciones arqueológicas. Sin embargo, la ayuda de Saavedra1207 debió de ser clave en el exitoso descubrimiento atribuido al alemán. Al poco de empezar, 1203

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Cfr. WULFF (2004: XXXIV-XLIII); SCHULTEN (1905: 163-166) y MÉLIDA ALINARI (1907c: 8-9). Más datos biográficos en PASAMAR y P EIRÓ (2002: 578-579), BLECH (2002: 94-100) y en RODRÍGUEZ TAJUELO (2004: 1-63). Sobre estos trabajos VV. AA. (1912: VII-IX), BLECH (2002: 96-98) y J IMENO y TORRE (1999: 563). El emperador alemán correspondía así a su nombramiento de Coronel honorario del Regimiento de Dragones de Numancia, SCHULTEN (1914: 12, 17 y 32). Cfr. CORTADELLA (1991: 162). Sobre Wilamowitz-Moellendorff, CANFORA (1980: 38-40). Sobre la presencia de Saavedra en las excavaciones de Numancia, véase JIMENO y TORRE (1999: 558) y BAQUEDANO (2004: 309310). Y sobre las piezas que legó a la Real Academia de la Historia, véase ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 25-35, piezas nos 68, 187, 221, 233, 279, 611, 628, 663-681).

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Schulten celebró con inmediatez el hallazgo de la buscada ciudad de Numancia en una carta enviada a Eduardo Saavedra el 27 de agosto de 1905. En un contexto post-romántico e influenciado por el colonialismo1208 de las grandes potencias europeas, como Alemania, amparada en la llamada Weltpolitik, el germano debió de encontrar estímulo en su compatriota Fichte, uno de los ideólogos del nacionalismo alemán, herido en lo más hondo por una dominación francesa que reproducía en lo político su vieja y sentida dominación cultural. Tenía como libro de cabecera a la Numancia y a los españoles como ejemplo1209. De hecho, reconocía que las luchas de independencia, ya del propio pueblo, ya de los extranjeros, despiertan nuestro interés más que otros acontecimientos históricos. ¡Quién no ha de sentirlo en estos días en vísperas del jubileo de la redención de Alemania del yugo de Napoleón!1210. Con la presencia alemana en Numancia, la opción germanófila encontraba un primer cauce de expansión. La concesión por parte de las autoridades españolas podía provocar una situación de agravio si se negaba la posterior solicitud promovida por Aceña y varios académicos1211. A mediados de julio de 1906 comenzó una campaña de excavaciones que se suspendería en la segunda quincena de octubre. Entretanto, Schulten se vio relegado a trabajar, desde 1906 a 1912, en los campamentos y cerco romano de Escipión1212, dejando los trabajos de Numancia en manos de la Comisión. El germano mostró una evidente falta de tacto con las autoridades españolas, al llevarse material arqueológico a Maguncia y emitir desafortunados comentarios descalificativos sobre la labor precedente de Saavedra en los trabajos de Numancia que no hicieron sino enemistarse con las fuerzas vivas sorianas1213. De cualquier forma, hay que reconocer que gracias a la aportación alemana, los trabajos de Numancia empezaron a adquirir consideración científica a nivel internacional y aparecieron publicaciones en muchas revistas y publicaciones alemanas y francesas, como “Archäologischer Anzeiger” o el “Bulletin Hispanique”. Las excavaciones de la Comisión Ejecutiva se prolongarían durante un cuarto de siglo y en ella Mélida iba a convertirse en uno de sus partícipes más activos, como reconocería años más tarde Blas Taracena al referirse a Mélida como el fundador de la arqueología numantina1214. La estancia de Mélida en el pueblo de Garray la pasó durante los primeros años en la Fonda de Monteagudo, según se desprende de algunas cartas1215 que recibió a esta dirección. Desde el punto de vista de la financiación, Numancia fue una de las excavaciones que contó con más apoyo institucional. En el intervalo comprendido entre 1916 y 1922, la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades dedicó a este yacimiento una cantidad de 108.750 pesetas1216, lo que supuso un 5,8 % de las subvenciones concedidas durante el período de dieciocho años que iba de 1916 a 1934. Sólo Medina-Azahara, Mérida e Itálica superaban a Numancia en presupuestos asignados. No debe pasarse por alto que el secretario de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades fuera durante años Francisco Álvarez-Ossorio, con quien Mélida tuvo una afinidad total prácticamente desde sus comienzos. Además, la vicepresidencia recayó varios años en el Marqués de Cerralbo, amigo personal 1208

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Schulten se veía a sí mismo como un conquistador del pasado con la pala como espada, según sus propias palabras. En el ámbito hispánico, puso en evidencia el atraso castellano y, en un tono de apología europeísta, propuso reducir a los castellanos a la categoría de colonos de los catalanes: es de esperar que se realice en nuestra época lo que no consiguieron los cartagineses y los romanos, los godos y los árabes: la colonización de la planicie castellana, la separación de África, la anexión de Europa. Cfr. JIMENO y TORRE (1999: 556 y 568). Inglaterra y Francia fueron los primeros países que hicieron del fenómeno colonial, al que luego se sumaron alemanes e italianos, una vía de penetración cultural y económica en continentes como África y en zonas como Próximo Oriente, con el sistema capitalista como telón de fondo y la superioridad de la raza blanca como justificación para legitimar el colonialismo. El argumento racial quedaba, además, reforzado por la virulencia del Darwinismo, véase CARRERAS ARES (2000: 259-292). Sobre los componentes esencialistas, racistas y belicistas que Schulten proyectó a su concepción de la Protohistoria, véase WULFF (2004: XVIII-XIX). WULFF (2003a: 102-103). SCHULTEN (1914: 7). J IMENO y TORRE (1997: 477); J IMENO y TORRE (1999: 554-555), BLECH (2002: 92). RODRÍGUEZ TAJUELO (2004: 34 y ss), WULFF (2004: LVI-LVII) y SCHULTEN (1914: 19-33). Cfr. BAQUEDANO (2004: 310). Parte del malestar de Schulten al verse desplazado a excavar los campamentos numantinos puede comprobarse en SCHULTEN (1913), donde cargó contra los castellanos en contraposición a su buena imagen de catalanes, vascos y portugueses. En la dedicatoria de TARACENA AGUIRRE (1924). Actualmente, se conservan en el expediente personal de Mélida en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional. Véase la tabla 1 de subvenciones en DÍAZ-ANDREU (2003: 58-59).

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Fig. 38. Comparación entre las publicaciones de Mélida y Schulten sobre Numancia.

de Mélida que compartió con él la dedicación a la arqueología soriana1217. Representaba Numancia un yacimiento ya señero en nuestro país, no solo por su tradición y trascendencia historiográfica, sino por su repercusión como símbolo nacionalista y emblema del heroísmo hispánico. Eso explica que muchos españoles, incluso la Monarquía, con el ejemplo de Alfonso XIII participando en actos protocolarios, adoptaran el yacimiento como eje reivindicativo de la memoria colectiva española con connotaciones heroicas. Historiadores de la época de la dictadura franquista, como Pericot, siguieron haciendo uso de este recurso en 1945: los temas de independencia son siempre conmovedores. España cuenta a docenas de ellos. Pero son raros los que llegan a la sublime emoción de Numancia (...) es el símbolo de nuestra independencia y el recuerdo de su gesta no puede borrarse del corazón de los españoles, que tienen en el heroísmo de hace dos mil años un espejo de todas las virtudes raciales1218. En cuanto a los resultados de las excavaciones, la Comisión contó con las Memorias de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, además de artículos distribuidos por distintas revistas como la publicación oficial en la que habrían de reflejarse los resultados de los trabajos. En general, se trata de publicaciones espontáneas y carentes de coherencia organizativa si las comparamos con la Numantia de Schulten, publicada entre 1914 y 1931 en cuatro tomos e ilustrada con varias carpetas repletas de dibujos, planos y fotografías de muy buena calidad, comparadas con las publicadas en revistas y publicaciones españolas. En ese sentido, tenía la obra de Schulten un carácter monográfico que en el caso de las Memorias de la Junta quedaba diluido y disperso en publicaciones distantes en el tiempo e inconexas en el tratamiento de temas. En la magna obra que fue Numantia colaboraron ilustres arqueólogos como H. Dragendorff, C. Könen, Fr. Schmidt o A. Lammerer. Escrita íntegramente en alemán, la Numantia de Schulten necesitó desde 1914 hasta 1931 para ver publicados los cuatros volúmenes de la obra. En 1217 1218

Sobre las excavaciones llevadas a cabo por Cerralbo en la provincia de Soria, véase LORRIO (1997: 17-18). SCHULTEN (1945: VII). Sobre las actitudes regeneracionistas de Alfonso XIII, véase NÚÑEZ F LORENCIO (2004: 26-28).

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su visión sobre la etnogénesis de la Celtiberia, el alemán propuso un control de la Meseta, a la que consideraba de etnia ligur, de acuerdo con los postulados de la época, por parte de los pueblos celtas, para ser posteriormente reabsorbido por el sustrato ibérico predominante. Contradecía así la tesis tradicional según la cual el pueblo celtibérico se formó como resultado del establecimiento de invasores celtas sobre íberos. Si analizamos el gráfico expuesto (fig. 38), observamos cómo Schulten mantuvo un ritmo de publicaciones más o menos estable mientras estuvo excavando en Numancia desde 1905 hasta 1912. De esta manera, Numancia tuvo cierto eco en el extranjero gracias a Schulten y a la revista Archäologischer Anzeiger, cuyas páginas contaron con la firma habitual del germano durante tres décadas. Pero desde 1913, todos sus esfuerzos se concentraron en la consecución de su magna obra Numantia (cuya publicación se distribuyó entre 1914, 1927, 1929 y 1931), que eclipsó cualquier otra publicación sobre Numancia, exceptuando dos artículos de 1937 y 1945 dedicados a “Las Guerras de 154-72 a. C.” y a la “Historia de Numancia” respectivamente. Schulten publicó su Geschichte von Numantia a mediados de los 1930 y su edición en castellano no aparecería hasta 1945. Ésta puede considerarse como un resumen de su obra Numantia en cuatro volúmenes, manteniendo sin apenas modificación sus planteamientos invasionistas. Además, a partir de la segunda década del siglo XX el arqueólogo alemán centró sus investigaciones en la búsqueda de Tartessos1219. Por otra parte, las publicaciones de Mélida sobre Numancia evidencian la constancia de sus publicaciones desde la primera campaña en 1906. Mientras Schulten dejó de excavar en 1912, Mélida fue nombrado vicepresidente de la Comisión, precisamente ese año, convirtiendo poco después en 1916 las Memorias de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades en su canal de divulgación oficial favorito.

P RIMERAS INTERVENCIONES Y PUBLICACIONES José Ramón Mélida se enfrentaba a su primera experiencia como arqueólogo de campo junto a una comisión donde sólo Eduardo Saavedra tenía conocimientos prácticos de cómo llevarla a cabo. El ingeniero tarraconense debió de transmitir a Mélida sus experiencias de campo, como la aplicación de los principios estratigráficos, aplicados primeramente por Boucher de Perthes y luego por Georges Perrot, Panayotis Kavvadias, etc1220, adquiridos en su profesión, para que éste rentabilizara su trabajo y proyectara sus conocimientos teóricos sobre los restos conservados en el Cerro de Garray. Pero no fue el único. Los trabajos acometidos por Schulten en 1905 debieron de ser de gran ayuda para Mélida ya que el arqueólogo germano se valió de las técnicas empleadas entonces por sus colegas alemanes demostrando la supremacía de la técnica arqueológica alemana. Por lo tanto, Mélida contó en su formación de arqueólogo de campo con Saavedra y Schulten como sus dos primeros maestros. Aunque su afinidad personal con Schulten no fuera mucha, es evidente que sacó provecho de su experiencia profesional cercana a otro gran arqueólogo como Könen. La primera publicación de Mélida, en la revista Arquitectura y Construcción, data del mismo año de 1906 y en ella dio cuenta de las primeras intervenciones, que alternó con reflexiones propias a la vista de los hallazgos. Una de las cosas que más le llamó la atención fue la confusión de las construcciones que iban saliendo a la luz, arruinadas entre carbones, cenizas y tierra quemada. En esta su primera campaña arqueológica, Mélida recurrió a menudo al paralelismo entre el resultado de las excavaciones y los testimonios legados por los cronistas romanos de la época. De hecho, relacionó la caótica acumulación de escombros y cenizas con el relato de Lucio Anneo Floro sobre el final de los días de Numancia: Los que no se rindieron acabaron saliendo al tercer día. Fue un espectáculo terrible y atroz por demás. Tenían los cuerpos inmundos cubiertos con los cabellos, costras y lacería, que despedían hedor. Los romanos veían en sus ojos 1219 1220

OLMOS (1991) y CRUZ ANDREOTTI (1991). GRAN AYMERICH (2001: 386-388).

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centelleantes pintada la rabia, el dolor, el trabajo y el remordimiento de haberse comido unos a otros (...) Antes de hacer aquella su postrera y épica salida de la ciudad, la incendiaron, como dice Lucio Anneo Floro, y atestiguan las cenizas que en donde quiera descubrimos en el cerro de Garray1221.

En este párrafo se pone de manifiesto el retoricismo de Mélida, propio de sus inclinaciones literarias y su recién estrenada condición de arqueólogo de campo. Se trata de una redacción y análisis que dista mucho de una publicación científica, y cuyo contenido muestra tendencia a realzar la Gloriosa Numancia antes que a un estudio detenido de la cultura material rescatada del Cerro de Garray. Aludió a la localización de varios restos humanos –un cráneo de niño, un cuerpo en un pozo y huesos quemados dispersos por el yacimiento–, estableciendo una relación entre éstos y la supuesta inmolación de sus cadáveres, previa a consumarse la victoria del ejército invasor romano. Un discurso con tintes nacionalistas orientado a la exaltación de los valores patrios1222, que también se percibió en otro de sus artículos: Los pusilánimes mostrábanse dispuestos a aceptar la rendición bajo condiciones y, no poco astutos, aconsejaban engañar al sitiador para hacer una última salida y así obligar a los romanos a aceptar una batalla decisiva (...) Escipión no creyó en las protestas de Avaro, ni quiso aceptarlas y contestó que era preciso se le rindieran a discreción y le entregasen las armas. Cuando los embajadores regresaron llevando esta respuesta a los numantinos, la indignación y el furor de éstos fueron tales que le quitaron la vida a Avaro y sus cinco compañeros (...) resolvieron buscar la muerte en un combate, al cual se prepararon, hartándose en un banquete fúnebre de carne medio cruda y de celia (variante de la cerveza). Comprendió su intento el general romano, y no quiso trabar batalla con aquellos desesperados (...).hicieron luego aquella salida audaz a la cual lo fiaban todo y, como Escipión rehusara la batalla, pidiéronsela para morir como hombres, según dice el mismo Floro; pero fue vana súplice; y sin duda porque asaltaron el campo enemigo “perecieron muchos” (...) agotaron los ganados, frutos y yerbas (...) llegaron al extremo más inhumano y salvaje, el canivalismo. Con los restos de los muertos en la batalla se alimentaron algún tiempo los restantes. Se mantuvieron con carne humana cocida, primero, y después de los enfermos. Pero no gustándoles ésta los más robustos se comieron a los más débiles (...) envilecidos, enfermos, desesperados hubieron de rendirse pero sin renegar de la brava condición que a tal punto les hizo extremar la resistencia. Rendirse al infortunio pero no al vencedor. Apiano pinta con vivos colores el caso (...) había muchos que por amor a su libertad querían quitarse la vida (...) Valerio Máximo cuenta que “al numantino Theogenes sólo la fiereza de su gente pudo infundir aliento semejante; pues siendo superior a todos sus conciudadanos en nobleza, caudal y honores, cuando la causa de los numantinos estuvo ya completamente perdida, allegó combustibles de todas partes, puso fuego a su barrio, que era el más vistoso de aquella ciudad, y en seguida se presentó con una espada desnuda, obligando a los habitantes a pelear de dos en dos, para echar a las llamas al vencido con la cabeza cortada; y cuando todos acabaron con tan tremenda ley de muerte, él mismo se arrojó a las llamas1223.

Detrás de este párrafo se esconde una búsqueda de las raíces hispanas y de una entidad propia y diferenciadora que se enmarca en un contexto de necesidad patriótica orientado a detectar los orígenes de la propia identidad colectiva, que arranca de la Ilustración, como ha apuntado Fernando Wulff1224. Parafraseando a Momigliano: no es excepcional que la mirada al pasado tienda a partir de la creencia en esencias nacionales en gran medida inmutables, permanentes, donde se habría de encontrar y seguir desde sus orígenes

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MÉLIDA ALINARI (1906f: 262-266). Uno de los mejores ejemplos de heroización nacionalista de la gesta numantina fue la Historia de Numancia, que publicó Pérez Rioja en 1905. Este capítulo, inscrito dentro de una “Crónica de Soria” se refirió a heroicos espectros; cadáveres, fuego y cenizas; y al horrible y glorioso remate de aquel pueblo de héroes, de aquella ciudad indómita, que por tantos años fue el espanto de Roma; y a los que perdieron antes su vida que la libertad. El propio Mélida participó de esta conciencia nacionalista cuando hizo referencia a Numancia aludiendo a el recuerdo de la memorable página que con su sangre escribió en Numancia nuestra raza. Este pasaje relatado por Mélida ha sido rescatado de uno de los recortes de periódico que se conservan en su expediente del Museo Arqueológico Nacional. No se conserva la fecha y se desconoce en qué medio fue publicado. WULFF (2003a: 67-75).

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Fig. 39.- Los últimos días de Numancia por Alejo Vera, 1880.

la que se define como propia. Cuando los anticuarios europeos buscan lo que hay bajo lo romano para encontrarse a italianos, celtas, germanos o iberos es para hallar las raíces ciertas y diferenciadoras de lo que entienden es su pasado, su propia identidad y pertenencia1225. Además, el episodio bélico acontecido en Numancia entroncaba con la imagen de un pueblo que recurría a sus fuerzas ancestrales y contribuía a fomentar conceptos nacionalistas y románticos. Numancia había sido convertida en símbolo de integridad nacional, en estandarte del españolismo cuando el país estaba necesitado de un distintivo histórico que aglutinara aquellos valores perdidos con el desastre del 98: heroísmo, resistencia y gloria nacional. Además, Numancia era la ciudad celtibérica más citada en las fuentes clásicas, lo que le proporcionaba una dimensión universal1226. Este gesto reivindicativo de tintes nacionalistas tenía un precedente en Francia, cuando Napoleón III recurrió a la ciudad gala de Alesia para entroncar los valores patrios de sus ancestros con el imperialismo que emanaba su política expansionista1227. Teniendo en cuenta la habitual inspiración en lo francés que se estilaba en España en esta época, es comprensible el paralelo entre la adopción de Alesia por los franceses y la de Numancia por los españoles. Desde el punto de vista de la acumulación cultural, Mélida estableció un paralelo entre Numancia y Troya. Hasta ese momento, las campañas emprendidas por el alemán Schliemann en la colina turca de Hissarlik habían acaparado el interés europeo, de manera que a sus ojos ésta era una excavación modélica en la que se identificaron múltiples niveles de asentamientos, a pesar de que con el tiempo quedó en entredicho el rigor de las técnicas empleadas por el germano. De cualquier manera, pocos eran los paralelos a los que podía recurrir Mélida, dada la escasez de grandes campañas arqueológicas realizadas hasta entonces. 1225 1226 1227

Cfr. WULFF (2003a: 72-73). J IMENO ET ALII (2002: 15-17). GRAN AYMERICH (2001: 192-195, 288-290, 598-600).

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Respecto a las reflexiones que emitió en el plano arquitectónico de la ciudad de Numancia, cabe destacar una de sus propuestas. Según él, el trozo de muralla de la parte de poniente descubría un trozo de aparejo con piedras tales, que recordaba el de las murallas llamadas ciclópeas de Tarragona y otros puntos del país ibérico ó levantino de la Península. Esta afirmación reflejaba su latente convencimiento de los orígenes micénicos que ya propusiera para muchas de las murallas de ciudades ibéricas en otras publicaciones de principios del XX e, incluso, en su discurso de ingreso de la Real Academia de la Historia de 1906. Ese sesgo marcadamente filohelenista lo hizo extensible a la cerámica numantina, que según él revelaba el grado de cultura de los numantinos y la influencia que en el progreso de los mismos debieron de tener las gentes griegas que mantenían comercio con los peninsulares y que tenían sus colonias y factorías en nuestras costas de Levante. Mélida se pronunció acerca de cómo se había articulado la sucesión de poblaciones, prehistórica1228, celtibérica y romana, en el Cerro de Garray, y lo hizo valorando los resultados que iba obteniendo de las excavaciones: Primera civilización de Numancia (prehistórica), pudo prolongarse su permanencia y atraso hasta fecha posterior al año 1000 a.c., que es la asignada en general por los etnólogos como límite del prehistorismo en Europa (...) No podríamos descender más del IV a.C., fecha de la invasión céltica en la Península, que es cuando se formó la unión y mezcla de esos invasores con los íberos y pudieron fundarse las ciudades celtibéricas, entre las cuales se contó Numancia (...) La nueva ciudad, alzada sobre las ruinas de Numancia (...) Romanos fueron seguramente los arquitectos pero hubieron de acomodarse, en lo tocante a la disposición de las casas, a las necesidades y costumbres indígenas (...) No hay que buscar en estas ruinas la típica disposición clásica. No busquéis tampoco mármoles ni molduras que denoten aquellos embellecimientos artísticos de que en otras ciudades de la península se hallan hallado (Ampurias, Tarragona, Mérida). La romanizaron poco a poco. Pudieron romanizar más pronto a los iberos de la costa que estaban ya civilizados por el roce mantenido entre griegos y fenicios mas no así las indómitas tribus del interior1229.

En cuanto a las tres ciudades con las que especularon los miembros de la Comisión, cabe añadir que estudios recientes, realizados sobre la planta visible de la ciudad, a través de planos antiguos y fotografías aéreas, permiten diferenciar en la zona Sur, la más idónea para habitar, los perímetros de tres ciudades: una a la que puso fin Escipión en el 133 antes de Cristo; otra del siglo I antes de Cristo; y otra de época imperial romana, que llega hasta el siglo IV. A grandes rasgos, la Comisión interpretó correctamente la sucesión urbanística de tres Numancias, que había sido intuida por Schulten. La repercusión de las excavaciones acometidas por la comisión que se encargó de los trabajos arqueológicos trascendió el ámbito académico y se convirtió pronto en un acontecimiento de interés general. De hecho, la Arqueología había alcanzado, no sólo en España sino también en otros países europeos, una notable aceptación entre el gran público. Tanto es así que desde el mismo año de 1906 el diario madrileño El Correo comenzó a publicar de manera regular una serie de artículos titulados Numantina1230, y firmados por el propio Mélida, en los que se daba cuenta de los hallazgos ocurridos en el Cerro de Garray. Una de las publicaciones de Mélida de la que tenemos constancia vio la luz en 1907 en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando1231. En ella hizo un repaso histórico sobre los acontecimientos que marcaron a Numancia en su enfrentamiento con el ejército romano. Dispuso 1228 1229 1230

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Cfr. MÉLIDA ALINARI (1908a: 16-22). MÉLIDA ALINARI (1906f). La mayor parte de esta serie se conserva en recortes de periódico en el expediente personal de Mélida en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional. El mismo artículo fue publicado por Mélida en 1907 en Cultura Española, pp. 1-14. Por entonces, se hacía incompatible la excavación de Numancia y la asistencia a las juntas de académicos de la Real Academia de la Historia. Mélida envió un oficio, fechado en el día 6 de junio de 1907, en el que avisaba a Juan Catalina que por formar parte de la Comisión de Excavaciones de Numancia debería ausentarse de las sesiones académicas.

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el general Escipión de 60.000 hombres repartidos entre siete campamentos militares1232, que el alemán Schulten1233 localizaría en su campaña de 19061234. Los terrenos ocupados por Numancia correspondían a una tierra cultivada durante siglos, en la que aparecían con frecuencia cerámicas de amplia variedad entre las que destacaban las de barro saguntino o terra sigillata. Opinaba Mélida que la ciudad romana fue la última en ocupar el Cerro y que fue posteriormente deshabitada, lo que explica la escasez de objetos romanos. No obstante, sí destacó lo extraordinariamente numerosos que eran los objetos correspondientes a la ciudad celtibérica, cuyo incendio sorprendió in situ a sus habitantes. En cuanto a los hallazgos verificados en 1907, a los que consideró más fructíferos que en el año precedente, dio cuenta de una calle numantina con pasaderas que le recordaban a las calles de Pompeya; y un par de pozos, que aparecieron cruzados por muros romanos. Unas de las estructuras1235 que más despertaron la curiosidad de Mélida fueron unos recintos excavados a poca profundidad, bajo un nivel de piedras pequeñas que parecieron formar asiento a otras más grandes. Tras especular estérilmente sobre la posibilidad de que se tratara de sepulturas, Mélida se inclinó por calificarlos de templos o adoratorios al aire libre. Reforzó esta tesis, acudiendo a un pasaje de Estrabón en el que hablaba de las crudas costumbres de las gentes que vivían junto al Duero consistente en sacrificios y adivinaciones tras analizar las entrañas o las venas del costado de sus víctimas. Se preguntó Mélida si sería aventurado pensar que estos recintos localizados se correspondían con los templos-observatorios y adivinatorios de que hablaba Estrabón. Su conclusión fue afirmativa y lo relacionó con el hecho de que haberse detectado varios de estos recintos respondía a que cada tribu o barrio de la ciudad tendría el suyo propio. Encontró paralelos de estos espacios sagrados con el cromlech, la fosa de ofrendas de los pelasgos y el templo observatorio de los etruscos. Todavía hoy permanece oscura no sólo la verdadera función de estas enigmáticas estructuras sino también su cronología1236. La sección “Miscelánea” del Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando incluyó otro de sus artículos de 1907. Al tratar de precisar fechas respecto de las distintas etapas de la vida social en el cerro, pensó Mélida que el siglo IV a. C., que es la fecha de la invasión céltica, era un límite demasiado bajo. En su opinión, el elemento celta debió de ser muy pequeño en la formación del pueblo celtíbero que pobló el Cerro. Esta afirmación la basó en las similitudes entre la cultura material de la “ciudad quemada” de Numancia y las antigüedades descubiertas en la España oriental del período “anterromano”, término éste que acuñó en sustitución de prerromano y que ya utilizara para su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia un año antes de publicarse este artículo. De alguna manera, Mélida aplicaba sus conocimientos y experiencia arqueológica adquirida en sus contactos y viajes por el Mediterráneo y sus estudios de orfebrería, cerámica y urbanismo ibéricos. Estableció paralelismos entre la cultura material numantina y la ibérica pero concedió menos importancia al sustrato céltico numantino, evidenciando una inclinación pro-ibérica en el antagónico 1232 1233

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BLÁZQUEZ MARTÍNEZ (1999: 89-95). Ricardo Olmos considera que Schulten representa una avanzadilla en España de la arqueología colonial germana. Según él, carecía de una formulación teórica y reflexiva propias sobre su concepción de la Historia, y se mostró especialmente permeable a determinadas corrientes de investigación europeas que incorporó a su pensamiento. Destaca Olmos su avanzada formación clásica (en una curiosa y erudita amalgama de arqueología y filología históricas), su imaginación creativa, su fe ciega en los textos clásicos y una pasión desbordante por sus ideas. Le acusa de poner a la Arqueología al servicio de las referencias documentales, hasta el punto de rechazar evidencias arqueológicas que no encajaban en los esquemas dictados por los cronistas de época clásica. Cfr. OLMOS (1991: 135-144). Plano con la situación de Numancia y los campamentos militares romanos en F ERNÁNDEZ MORENO (1997: 18). En el Boletín de la Real Academia de la Historia (XLVII, 1905, 484) se informó de que en la sesión académica del 24 de noviembre, Eduardo Saavedra hizo presentación de los arqueólogos germanos Schulten y Könen. El primero tomó la palabra para dar cuenta de la marcha de los trabajos, para los que utilizó una media de sesenta operarios por día. Una de las afirmaciones más llamativas de los alemanes fue la de atribuir al arte fenicio algunos fragmentos de cerámicas, que a su entender eran completamente distintos de los romanos. También examinaron las ruinas de los edificios, de las calles y del muro de circunvalación, cuya construcción estaba formada de adobes y localizaron las primeras bodegas subterráneas con algunas tinajas. De entre los objetos que exhumaron: molinos de mano, madera quemada, hierros de lanza, una piqueta y varias monedas de cuño ibérico a los acompañó de dibujos con restauraciones Constantin Könen. Localizadas en la misma zona donde en 1993 fue localizada la necrópolis de Numancia. Cfr. J IMENO (2000: 18-19).

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conflicto decimonónico planteado entre las dos opciones culturales: la céltica y la ibérica. Se decantaba, al igual que Bosch Gimpera, quien luego “celtizaría” su postura1237, por la elección de los iberos como pueblo original por su exclusiva asociación a la Península, frente a la mayor difusión territorial de los celtas. Además, fuera de nuestro entorno peninsular se daba escaso crédito a todo lo relacionado con los celtas españoles porque desde el punto de vista arqueológico se identificaban como celtas aquellos vestigios de las culturas hallstática1238 y lateniense, de la Primera y Segunda Edad del Hierro respectivamente. Restos que, por otra parte, todavía no habían sido identificados como tales en nuestro suelo. Mélida, fiel seguidor de las teorías emitidas principalmente por arqueólogos e historiadores galos, debió de considerar como algo residual y secundaria la presencia de elementos celtas en la Península Ibérica. Incluso, las piezas numantinas cedidas al Museo Arqueológico Nacional eran incorporadas a la sala de antigüedades ibéricas durante años1239. Algunos colegas suyos, como el malagueño Rodríguez de Berlanga, rechazaron el celtismo por su procedencia francesa y lo calificaron de plaga literaria, saliendo en defensa de la opción ibérica. Se trataba de una identificación simplista en la que lo ibero simbolizaba lo hispano y lo celta lo francés. En el caso de Mélida, sus reticencias hacia el celtismo no hay que buscarlas en una predisposición hacia el vecino galo sino en un convencido apego a lo ibérico. Y más ahora que el arte ibérico comenzaba a ganar adeptos, principalmente franceses, en los círculos arqueológicos europeos. Mélida convirtió Numancia en el yacimiento abanderado de la cultura ibérica y en un símbolo precoz del Regeneracionismo1240, reafirmando su heroica resistencia e incluso las connotaciones nacionalistas que le atribuyeron otros historiadores de la época. En otro orden de cosas, Mélida comenzó a valorar la abundante cerámica que apareció en el Cerro de Garray, hecho que estaba en sintonía con la influencia que ejercieron en Mélida ceramógrafos como el belga Barón de Witte o los franceses Edmund Pottier y Charles Lenormant: hay orzas y tazas de barro negro, escudillas, copas, algunas de elegante pie que recuerdan el kilis griego, frascos casi cilíndricos, jarros, varios de ellos de boca trebolada de la forma del oenochoe (...) en suma, la cerámica constituye la página más interesante de Numancia1241. Al terminar las excavaciones de la Comisión, su discípulo Blas Taracena abordó de forma más intensa el estudio por separado de la cerámica numantina en 1924, también desde la óptica pro-ibérica transmitida por su maestro Mélida1242 al referirse a su cerámica como ibérica y no como celtibérica. El estudio cerámico de Taracena se nutrió de bibliografía netamente hispánica en la que Mélida y Bosch Gimpera constituían sus referentes principales1243. Durante el año de 1907, José Ramón Mélida continuó publicando su serie Numantina en El Correo. En una nueva entrega, firmada el 18 de julio pero publicada dos días más tarde, informó a los lectores de la reanudación de los trabajos, que tuvieron lugar en el mes de junio. Las campañas comprendían los 4 meses de mejores condiciones climáticas, de junio a octubre, dado que las inclemencias meteorológicas del resto del año dificultaban las labores arqueológicas. Mélida dio cuenta de los últimos hallazgos en los niveles celtibérico y romano, separados por una espesa capa de tierra quemada de unos 60 centímetros: Al quedar Numancia destruida por el incendio con que sus propios habitantes pusieron término al asedio de Escipión no quedó de aquella más que montones de escombros, que luego los romanos esparcieron para construir la 1237

En su obra de 1932 Etnología de la Península Ibérica, ya defendía Bosch la predominancia céltica en la cultura numantina, véase (2003b: CXXII). Sobre la base de los pueblos del Hallstatt se apoyó y construyó la idea de un imperio céltico en Europa., véase LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 82). ÁLVAREZ-OSSORIO (1910a: 17). Como movimiento ideológico y político, el Regeneracionismo español ya había tenido una notable influencia en el estado español en los años setenta del siglo XIX, ante los malos gobiernos, la corrupción y la inestabilidad. Más información en MARIMÓN (1998: 57-62). MÉLIDA ALINARI (1907b: 89). TARACENA AGUIRRE (1924). TARACENA AGUIRRE (1924: 79). CORTADELLA

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nueva ciudad (...) los escombros cayeron sobre la calle y sirvieron de firme a la calle romana, hecha encima, y en la misma dirección que la numantina, circunstancia ya observada en las excavaciones del pasado año y que demuestra el espíritu práctico de los dominadores, que aprovechaban las ventajas de aquello que destruían1244.

Entre las soluciones constructivas que despertaron su atención, destaca la calle numantina. Además del empedrado y de los bordes y aceras advirtió de cuando en cuando grandes piedras, tres casi siempre, dispuestas en fila transversal para facilitar el paso de una acera a otra; disposición que Mélida comparó con la de las ruinas de Pompeya, si bien las numantinas eran de piedra sin labrar. De los descubrimientos del profesor alemán Adolf Schulten1245 dio fé Mélida en varios de sus artículos1246. Citó los siete campamentos romanos localizados por Schulten, además del muro de circunvalación1247 y las torres, destacando la excelente posición de las defensas y la importancia arqueológica de su estudio. Una de las primeras conclusiones extraídas por el alemán fue que los campamentos de Escipión no fueron obras de barro y madera como los construidos por César ante Alesia en la Galia, sino construcciones de piedra como las del tiempo del Imperio. Mélida también se detuvo en el estudio de los proyectiles romanos localizados en el yacimiento, así como el armamento utilizado por sitiadores y sitiados. Citó el arqueólogo madrileño otros hallazgos realizados por Schulten como armas de hierro, trozos de cinturón y de marmitas de bronce, ases ibéricos y romanos, cerámica, sobre todo fragmentos de ánfora y también cerámica ibérica, lo que llevó a Mélida a pensar por una parte en el consumo que necesariamente hubo de hacer en el país un ejército que permaneció tantos años, y por otra parte en los auxiliares indígenas que lo reforzaban. Todo un artículo dedicó Mélida a los campamentos de Renieblas1248, localizados por Schulten a seis kilómetros al Este de Numancia. Cabe destacar que la figura de Adolf Schulten resultó controvertida y no gozó de mucha simpatía entre personajes del ámbito arqueológico soriano como Santiago Gómez Santacruz, Pascual Pérez Rioja o Mariano Granados, e instituciones tan relevantes como la Real Academia de la Historia1249. Una cierta desconfianza hacia el alemán tuvo también Mélida, como evidencia una carta que le envió a Jorge Bonsor el 23 de enero de 1923 y en la que le decía, refiriéndose al Tartessos de Schulten, que no hay que fiarse mucho de él, es seguro que usted tendrá razón pues ha hecho estudios más detenidos sobre el terreno1250. Y es que el alemán hizo gala, según Ricardo Olmos, de una imaginación creativa y una pasión desbordante por sus ideas (...) forzando los datos a las ideas preconcebidas dentro de un esquema postromántico y nacionalista1251. En esa misma línea se sitúa la visión de Martín Almagro Gorbea, para quien Schulten pecó de un idealismo tardorromántico algo desfasado para su época1252. El caso es que el peligro que suponía el intervencionismo extranjero provocó el recelo de autoridades y entidades como la Real Academia de la Historia, que ya el 12 de marzo de 1883 había enviado una circular a los gobernadores provinciales. En ésta, fueron advertidos del peligro que suponía el intrusismo de arqueólogos foráneos1253.

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Recorte de periódico correspondiente a la serie Numantina, publicada por Mélida en El Correo, el 20 de julio de 1907. SCHULTEN (1908: 128-156). La referencia con la que he contado para poder analizar estos artículos corresponde a unos recortes conservados en el expediente personal de Mélida en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional. Es imposible determinar si se trata de artículos correspondientes a la serie Numantina en El Correo, o si se trata de artículos publicados en otros diarios de la época. Analizada y estudiada en BLÁZQUEZ MARTÍNEZ (1999: 71-74). Posiblemente de la serie Numantina, si bien este recorte no conserva datos de su fecha ni lugar de publicación. Sobre los campamentos de Renieblas, véase BLÁZQUEZ MARTÍNEZ (1999: 95-115). MAIER (1999b: 265), BLECH (2002: 92) y RUIZ (1993: 196-197). También es criticada la labor prejuiciosa de Schulten en WULFF (2003a: 199-201) y J IMENO y TORRE (1999: 562). MAIER (1999a: 125, carta nº 246) OLMOS (1991: 135). ALMAGRO GORBEA (2002: 80). Jorge Maier atribuye la llegada de arqueólogos extranjeros a España a dos factores: el vacío legislativo existente y el bajo nivel de la investigación arqueológica española. Este segundo hecho ya había sido denunciado por Manuel Sales y Ferré dos décadas antes. Según Maier, dio lugar a que arqueólogos europeos, con una formación y educación arqueológica más sólida; y un espíritu científico menos mediatizado, vieran en España un escenario virgen desde el punto de vista de la investigación arqueológica, MAIER (2003a: 108-110).

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A los pocos meses de comenzar las excavaciones en Numancia, la Comisión tomó conciencia de un problema logístico que necesitaba ser resuelto: la escasa capacidad de almacenamiento de las piezas que iban siendo recuperadas. En los primeros meses de intervención se había alquilado en Garray (pueblo desprovisto de ferrocarril) una habitación de una casa particular para albergar el material, sobre todo cerámico. Pero ya en diciembre de 1907, el vicepresidente de la Comisión Juan Catalina García expuso por carta la necesidad de un espacio mayor y alguien para su custodia: el local alquilado es ya a todas luces insuficiente y lo será más cuando los futuros hallazgos, que son de esperar, aumenten el número de los que ya poseemos (...) aquel tesoro arqueológico, que es preciso poner bajo la custodia de establecimiento o persona que puedan ser depositarias de las llaves y del local mismo, así en su interior como en su exterior, quedando dispuesto para recibir el resultado de las futuras excavaciones hasta que se una al depósito general para formar lo que la voz pública llama ya Museo Numantino. Concluía la carta Catalina con una ambiciosa petición al Ministro de Instrucción Pública: tengo la honra de proponer a usted que acuerde el traslado de los objetos hallados en las excavaciones de Numancia al palacio provincial de Soria y que autorice a esta comisión ejecutiva, así para hacer el traslado, como a construir una estancia sólida y sencilla, cuyo coste calculo que importará unas setecientas pesetas1254. Afortunadamente para la Comisión, la solicitud fue atendida por carta del Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes el 22 de enero de 1908: S. M. el Rey (q. D. q.) se ha servido disponer que la comisión ejecutiva de las excavaciones de Numancia, traslade los objetos que ha tenido en Garray a la sala que la Diputación de Soria ha puesto a su disposición en el palacio provincial de esa capital (...) se pagará con los fondos dispuestos para dicha comisión1255. La medida favoreció las condiciones de custodia de los materiales exhumados, que a partir de ahora reposarían en una sala más espaciosa y mejor acondicionada.

DISQUISICIONES EN TORNO A LA NATURALEZA DE LA CERÁMICA NUMANTINA PRERROMANA Desde que Flinders Petrie reclamó para la cerámica una importancia esencial en la interpretación arqueológica a finales del XIX, ésta pasó a convertirse en el fósil director de muchas excavaciones. El talante positivista y el espíritu científico de Mélida favoreció que también en Numancia fuera considerada como la evidencia arqueológica que más información socio-cultural podía aportar. Gracias a la cerámica numantina, Mélida fue capaz de interpretar el yacimiento y obtener interesantes conclusiones relacionadas con su parenteso cultural. En esta tarea llevó a cabo un estudio prácticamente en solitario dentro de la Comisión hasta que Blas Taracena se incorporó a la misma a mediados de los años 1910. La primera vez que Mélida se detuvo a examinar la cerámica prehistórica del Cerro fue en 19061256, y en ella llamó la atención sobre un vaso de pasta negra y de forma esférica achatada descubierto el 11 de septiembre de 1906 por Manuel Aníbal Álvarez, bajo los restos de la casa número 43 de la ciudad celtibérica. Llamaba la atención no tanto su forma como su decoración en zig-zag y triangulitos rehundidos1257. Según él, este tipo de decoración lineal incisa era análoga a la de los vasos prehistóricos de Ciempozuelos, Carmona y Palmella, pero con una particularidad en el caso que nos ocupa: seis hemiesferillas de cobre incrustadas en la superficie. La calificó como un producto de la industria cerámica de la época prehistórica, de transición al uso del metal, es decir, entre el Neolítico Tardío y el Calcolítico. Esta afirmación no es más que una reproducción de las reflexiones que ya realizara al cartearse con Bonsor en los primeros años de siglo. En el transcurso del siglo su contexto cronológico se fue retrasando hasta un momento posthallstático, horizonte cronológico acuñado por primera vez por Bosch Gim1254

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Carta firmada por Juan Catalina García, Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares con la signatura 31/6954, pliego correspondiente a “Soria (Museo Numantino), hasta 1926”. Carta firmada por el Ministro de Instrucción Pública, Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares con la signatura 31/6954, pliego correspondiente a “Soria (Museo Numantino), hasta 1926”. Uno de los estudios más recientes corresponde a Fernández Moreno, que ha abordado el estudio de la cerámica para investigar sobre el poblamiento prehistórico de Numancia. véase F ERNÁNDEZ MORENO (1997). Más información en F ERNÁNDEZ MORENO (1997: 98) y fotografías y dibujos en ibidem, fig. 39, p. 99.

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pera1258 equivalente al período La Tène, por autores como Schulten, Taracena y Wattenberg1259. Fue también Bosch Gimpera el que validó la expresión “Cultura Ibérica de Numancia” para referirse a la etapa comprendida entre la primera mitad del siglo III y el 133 antes de Cristo, propuesta refrendada también por Blas Taracena, para quien la formación del pueblo celtibérico parece que tiene lugar hacia el comienzo del siglo III1260. Para Bosch se había dado una supervivencia del pueblo que sufrió la invasión céltica, que para Schulten serían ligures1261 y para Bosch Gimpera supervivientes del Eneolítico. Esta invasión, de acuerdo con Schulten y Bosch Gimpera1262, quedaba fijada en el Periplo de Avieno aceptándose una fecha en torno al 600 antes de Cristo. Con posterioridad, una supuesta invasión arévaca sustituiría “la ruda cultura de los castros por la típica posthallstáttica”, de donde por evolución surgió la cultura numantina. También hizo referencia a la gran variedad de vasos rojizos pintados, que le recordaban a la cerámica griega primitiva, especialmente las de estilo geométrico. Su pintura consistía en trazados lineales, hechos con una tinta roja, fajas, círculos, semicírculos, la onda griega, la greca o el meandro. En suma, consideraba que la cerámica numantina, por la fase del arte ibero que representaba y por su evidente parentesco con la griega, constituía la página más interesante de Numancia. Se trataba de una muestra más de la inclinación de Mélida a interpretar la cultura material numantina desde la óptica mediterránea o ibérica, primero minusvalorando el aporte de elementos célticos y después estableciendo paralelos estilísticos con la cerámica griega. Pero esta visión helenocéntrica se justifica en el empleo de la expresión “estilo geométrico” para incidir en el concepto introducido por el austriaco Riegl. Según éste, el estilo geométrico no fue inventado en un punto de la Tierra sino que habría surgido espontáneamente en la mayoría de los pueblos que lo emplearon1263. La Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos incluyó artículos de Numancia firmados por Mélida a partir de 1908. En el primero de ellos aportó información común a anteriores publicaciones, con una novedad. Al analizar los motivos ornamentales de época celtibérica, hizo referencia a los círculos que constituían el motivo ornamental grabado en piezas de bronce como las fíbulas de caballito. Las comparó con aquellas fíbulas halladas en sepulturas pre-etruscas del Norte de Italia, donde la cerámica encontrada en el mismo contexto era también negra y tosca. Mélida se preguntaba si tal sistema ornamental representado tanto en bronces como en cerámicas de la Península Ibérica era una importación céltica, partiendo de la validez del siglo IV antes de Cristo como fecha de la invasión de los celtas. Este supuesto lo fundamentaba desde una óptica difusionista según la cual los celtíberos, a los que Mélida llamaba íberos, se perfeccionaron tras el contacto con los invasores celtas. Se trataba de una afirmación poco madurada dentro del dilema ibérico-celtista en el que Mélida se mostró tan difuso en ocasiones y que acabaría matizando a favor de la óptica ibérica. Además, la identificación de la Celtiberia apenas había sido abordada por la tradición historiográfica1264. Cuando hablaba de cerámica numantina recurría al paralelo con las cerámicas greco-orientales, evidenciando una vez más sus inclinaciones pro-ibéricas frente a la preponderancia céltica en el caso numantino: el gusto estético de los numantinos está en idéntica situación que los micenienses y los helenos anteriormente al 1258

1259 1260 1261 1262

1263 1264

A partir de 1915 abordó el estudio de los celtas en la Península Ibérica partiendo de las tesis invasionistas de Schulten. Consideraba que las necrópolis conocidas hasta la fecha en la Meseta Oriental no eran ibéricas sino célticas, lo que contrastaba con lo expuesto por Cerralbo, Déchelette y Schulten. En su trabajo Los celtas y la civilización céltica en la Península Ibérica, publicado en 1921, expuso, influido por Kossinna, la llegada de los celtas a la Península Ibérica a principios del siglo VI antes de Cristo. Según Bosch, ya en la Segunda Edad del Hierro, desde el 500 antes de Cristo, desarrollaron una cultura de marcado carácter hallstáttico. A esta cultura la denominó posthallstáttica y se extendería por el Centro y Occidente peninsular y por el Sur de Francia, correspondiéndose con las dos fases del período lateniense. Sobre su propuesta de periodización para las necrópolis posthallstáticas, véase LORRIO (1997: 22). Sobre las aportaciones de estos tres autores a Numancia, véase LORRIO (1997: 21-26). TARACENA (1932: 31). Schulten incurrió en el error de identificar a los ligures con los portadores de la cultura neolítica. En 1932, Bosch propuso una primera oleada céltica, vinculada a los Campos de Urnas procedentes de Centroeuropa, anterior a la del 600 antes de Cristo en la Península Ibérica. Vid. BOSCH GIMPERA (1932), BOSCH GIMPERA (1933: 345-350) y BOSCH GIMPERA (2003: 391-580). Nueve años más tarde, lo matizaría con dos oleadas célticas en BOSCH GIMPERA (1940). RIEGL (1980: 11). Sobre la evolución del concepto geográfico Celtiberia a través de la Historia, véase GÓMEZ F RAILE (1996).

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siglo VII antes de Cristo; apegados a ese deletreo del arte que se manifiesta en el sistema geométrico1265. Según Mélida, el sistema geométrico revelaba un determinado estado social por el que pasaban todas las civilizaciones, con lo que volvía a aflorar su concepción cíclica de la evolución artística de un pueblo. Pero distinguía cuándo la decoración geométrica se manifestaba como producto espontáneo e infantil, en un pueblo más o menos aislado y bárbaro, y cuándo, ofreciendo todos los caracteres de un estilo, aparecía formado con elementos propios y como señal de progreso. Aprovechó Mélida para desaprobar el criterio etnográfico según el cual las raíces de la decoración cerámica había que buscarlas entre el pueblo ario o el semítico, y consideraba superado este enfoque. Para él, la ornamentación geométrica apareció como hecho espontáneo y natural en la Grecia micénica. Comparaba también los pies anillados de algunos vasos numantinos de labor resaltada con sus homónimos de la Grecia primitiva o micénica, basándose en referencias de colegas galos como Perrot y Chipiez1266. A pesar del desfase cronológico entre las culturas heládicas pre-clásicas y la Numancia celtíbera, Mélida proyectaba el esquema winckelmanniano de la evolución artística de los pueblos tomando como referente el modelo griego. Desde el punto de vista ceramológico, el arqueólogo madrileño tenía en el francés Edmund Pottier a uno de sus maestros. Considerando que la ornamentación geométrica había aparecido como hecho espontáneo y natural en la Grecia micénica, Pottier era de la opinión de que el estilo geométrico irradió desde Grecia para transmitirse después por todo el Mediterráneo. Así, en los vasos de Numancia detectó Mélida muestras de decoración geométrica complicada y de un estilo de palpables reminiscencias griegas, mostrando su lado más clasicocéntrico: al ver tanta analogía con obras griegas, asalta la sospecha de que pueda ser copia, o más bien interpretación libre de un modelo griego, hecha por un ornamentista del sistema rectilíneo (...) Todo ello indica la mezcla de elementos y recuerdos que el decorador unió y fundió en un peregrino y armónico tipo ornamental1267. También reflexionó Mélida sobre la aplicación de la línea curva en la decoración, que vemos en la pintura vascular numantina. Atribuía este recurso estilístico a los ceramistas micénicos que representaban moluscos y animales marinos y dedujo que en esas extrañas curvas debieron de inspirarse los decoradores de la Grecia primitiva. En esta reflexión sobre el estilo cerámico incluyó Mélida la teoría del belga Luis Siret, para quien ese tipo de decoración “pseudo-micénica” habría sido importada por los cartagineses1268, y éstos a su vez la habrían transmitido a los pueblos ibéricos. El arqueólogo madrileño, sin embargo, se inclinaba por una imitación directa de los modelos griegos por parte de artistas numantinos. Lo definió como una importación, no de productos sino artística, si bien reconoció la dificultad de compaginar las fechas de importación de elementos artísticos micénicos a la Península y su expansión en ella. En el caso de Numancia Mélida razonaba de la siguiente manera el problema cronológico de la cerámica: en teoría, la relación micénica-Numancia es inadmisible (siglos XII-II antes de Cristo). Sin embargo, toda la Historia del Arte está llena de supervivencias de formas (...) De esas gentes de la Grecia primitiva tenemos en la Península evidentes señales de su influencia en la arquitectura –acrópolis de Tarragona, etc.– y tan larga supervivencia de elementos micénicos se explica por la transformación que sufrieron al ser aprovechados para la formación de otro estilo1269. Argumentaba que por lo que se refería a la cerámica numantina, los elementos micénicos eran menos palpables que los de la Grecia helénica continental, es decir, la que sustituyó a aquel primitivo pueblo. Observó mayor semejanza con los vasos griegos de estilo geométrico que con los micénicos y este paralelo lo hizo extensible a las distintas variedades que produjo este estilo en la isla de Chipre, la isla griega de Milos (situada entre Atenas y Creta) o la necrópolis ateniense del Dypilon. 1265 1266

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MÉLIDA ALINARI (1908b: 136). Concretamente, advirtió un paralelo estilístico de cerámicas numantinas con las figuras 458 y 474 del tomo IV de Histoire de l´Art dans l´antiquité. MÉLIDA ALINARI (1908b: 134). Siret consideraba crucial la aportación del arte cartaginés, conocido entonces gracias a los descubrimientos realizados en las ruinas de Cartago por el padre Louis Delattre, cuya presencia en Túnez había estado motivada por una misión apostólico-arqueológica. Delattre había comenzado en 1875 unas excavaciones a gran escala en las necrópolis de la ciudad púnica y llegó a publicar un Catalogue du Musée de St. Louis de Cartague. MÉLIDA ALINARI (1908b: 139).

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En definitiva, Mélida calificó la cerámica vascular producida por los íberos como otra variedad más del tronco helénico. Como término de comparación, presentó una copa típica del Dypilon1270 y resaltó el paralelo que se advertía entre la faja de complicada labor geométrica que decoraba esta copa y las fajas decorativas de los vasos de Numancia1271. Razonamiento que le llevó a afirmar con rotundidad que había existido en Iberia una influencia helénica, motivada por las relaciones comerciales, la importación de productos cerámicos y, sobre todo, la emigración micénica y la expansión helénica. Habló de una corriente artística en que se sumaron las influencias del arte miceniense y del arte dorio anterior al siglo VII, forjando el arte ibérico en el que, con el retraso consiguiente y en el estancamiento que supone un estado de cultura estacionario se perpetúan y perduran hasta los días de Escipión, motivos griegos los unos, anteriores a la gran civilización griega; los otros, aún más antiguos, de los remotos días de la civilización de Micenas1272. Se hace necesaria una recapitulación acerca de la perspectiva ceramológica planteada por Mélida para el yacimiento de Numancia. En ninguna estación ibérica se había recogido hasta este Fig. 40.- Jarra celtibérica de Numancia. momento de 1908 tanta cerámica pintada, razón por la cual la consideró una colección de primera fila tanto en cantidad como en mérito artístico. Carecía además de referencias o paralelos estilísticos para estudiar con rigor los vasos rescatados de entre los escombros numantinos. Desde el punto de vista de las publicaciones, sólo el Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive, publicado por Pierre Paris en 1903, incluía un repertorio científico lo suficientemente aceptable en cuestión de cerámica ibérica como para servirle de guía. Como referencia tomó Mélida la exposición de cerámicas cilíndricas y ovoides achatadas de Aragón y el Mediodía peninsular que recogió Paris en su obra, y advirtió una diferencia de calidad y sensibilidad artística entre éstas y las numantinas. A estas últimas las consideró superiores en elegancia y genuinamente griegas, si bien se refirió a la colección como un producto de la industria local. Entre ellas citó formas típicamente helénicas como calix y oenochoe. Son evidentes, una vez más, las inclinaciones bibliográficas de Mélida a la hora de nutrirse de catálogos cerámicos: las obras de autores franceses. Los manuales de cerámica griega de Rayet y Collignon (1888), Pottier (1888-1890) y Dumont y Chaplain (1882-1890) se convirtieron en las principales fuentes de consulta para un Mélida que era perfectamente consciente del atraso español en los estudios cerámicos, y que se había mostrado especialmente permeable a las influencias francesas. Esta circunstancia esconde un hecho importante y es que muy probablemente Mélida no hablaba alemán, motivo por el cual encontraba serias dificultades para manejar catálogos de autores alemanes y veía limitada su perspectiva bibliográfica. En el plano interpretativo, se detecta en él la misma incertidumbre que en su discurso de ingreso de la Real Academia de la Historia dos años antes. Es decir, una actitud vacilante a la hora de entrar a valorar la presencia de elementos propiamente ibéricos en la cultura material numantina. Se adivina en Méli1270 1271 1272

MÉLIDA ALINARI (1908b: 140, fig. 20). MÉLIDA ALINARI (1908b: 126, 127, 131 y 132 y figs. 2, 3, 9 y 10). MÉLIDA ALINARI (1908b: 142).

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da un conflicto interno entre la óptica pro-ibérica y el difusionismo de corte helenista. Como ya ocurriera en el discurso de 1906, se mostraba poco conciso y acababa conciliando ambas posturas: la indigenista, materializada en una industria local cerámica; y la difusionista, basada en una presencia de elementos griegos en las formas cerámicas numantinas. Esta segunda opción estaba claramente condicionada por las tendencias filohelenistas de la mayoría de ceramógrafos franceses1273 que constituían el repertorio bibliográfico de referencia para Mélida. Un destacado filohelenista había sido el alemán Wilamowitz-Möellendorf, considerado el primer helenista de su época. En cuanto a la industria alfarera numantina, hizo especial hincapié en un vaso de barro pintado hallado a principios de la segunda década del XX, de gran tamaño, por desgracia en estado fragmentario, con gran boca y cuello cónico, en el que aparecían representados seres híbridos, perteFig. 41.- Trompeta de Numancia. necientes a una fauna fantástica. Entre cada uno de los dos monstruos afrentados había un ave pintada, y entre las dos colas de aquellos aparecía la figura de una mujer. Esta figura ofrecía una idea del traje y adorno de aquellos celtíberos y representaba las características típicas de la pintura ibérica, que participaba, según Mélida, del sistema griego primitivo. Con tales hallazgos se enriqueció notablemente el Museo Numantino establecido en Soria, a raíz de lo cual aprovechó para desvanecer algunas especies equivocadas que han circulado recientemente por la prensa, y decir que cuanto contiene este Museo –miles de piezas– se debe exclusivamente a las excavaciones a que me refiero, las practicadas por la Comisión de que formo parte1274. La cerámica fue igualmente el material más abundante de las excavaciones realizadas entre 1916 y 1917. Los mayores ejemplares de tinajas sin adorno fueron dos. Describían forma alargada –casi cilíndrica por el medio y curva por la base– y la boca con ancho reborde plano, y junto a la misma tres asas pequeñas y de poco resalto. En cuanto a su tipología, Mélida les asignó una filiación cartaginesa. También dio cuenta Mélida de los vasos pintados que, según él, representaban una manufactura local y un estilo propiamente numantino. Entre ellos hizo mención especial de un jarro típicamente numantino, al que comparaba con un moderno boc de cerveza, de barro rojo y muy fina manufactura, con un asa en cuyo arranque había una cara en relieve. Hasta la segunda década del XX, Mélida se enfrentó casi en solitario al estudio de la cerámica numantina en la Comisión Ejecutiva. Pero entonces contó con la inestimable ayuda de uno de los vocales, su discípulo Blas Taracena. En 1924, momento en el que las excavaciones de Numancia se encon1273

1274

Algunos de ellos, como Albert Dumont, Edmund Pottier o Maxime Collignon se habían formado en la Escuela Francesa de Atenas. Y todos acabaron acudiendo al Louvre a estudiar las colecciones cerámicas llegadas del Mediterráneo Oriental. La imparable llegada de fragmentos cerámicos a las vitrinas del museo francés reflejaba una evolución y dinamismo considerable de los estudios cerámicos y la museografía: el museo deja de ser visto como un lugar donde se exponen objetos bellos y comienza a ser considerado un auténtico centro científico. La crítica acabó considerando el Catalogue des vases antiques de terre cuite du Louvre (París 1896) de Edmund Pottier como el auténtico tratado de cerámica de entonces. Se trata de una recopilación meticulosa de piezas, en la que se tuvieron en cuenta multitud de variables: color, dibujo, forma, pasta, circunstancias en la que se produjo el hallazgo, etc. Pottier proyectó en las cerámicas griegas los principios del método tipológico implantado por los prehistoriadores Gabriel de Mortillet, Pitt-Rivers, Oscar Montelius o William Flinders Petrie. Antes de Pottier, los criterios de clasificación seguidos en el Louvre tenían en cuenta aspectos relacionados con la mitología y las referencias literarias. Cfr. GRAN AYMERICH (2001: 390-391). Se conserva en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional (expediente de Mélida) un recorte de artículo de la serie Numantina titulado El Museo de Soria II, perteneciente a El Correo, nº 10.473 (año XXX). No aparece la fecha de publicación.

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traban suspendidas desde unos meses antes, fue publicada en la revista Coleccionismo la tesis de Taracena que llevaba por título “La cerámica ibérica de Numancia”1275. Contaba con el precedente de una obra importante como fue El problema de la cerámica ibérica1276, de Bosch Gimpera, cuya tesis dirigió el propio Mélida. Además, todos estos estudios fueron el germen del futuro Corpus Vasorum Antiquorum, dirigido e impulsado por uno de los maestros de Mélida en materia ceramológica, Edmund Pottier. El ceramógrafo francés había propuesto en 1919 que España se incorporara a las labores del Corpus Vasorum Antiquorum de la mano de José Ramón Mélida, a quien acudieron los franceses Homolle y Pottier a finales de la década de los años veinte1277. El título de la citada obra de Taracena de 1924 evidenciaba su intento de despojar de contenido céltico a Numancia siguiendo a su maestro Mélida, al omitir una vez más el término celtibérico. Como director del Museo Numantino, Taracena tuvo acceso a los cerca de cuatro mil fragmentos de barro recuperados de las excavaciones para preparar su memoria doctoral. Su trabajo comprendió tres partes: técnica de la manufactura cerámica, formas de los vasos y decoración. Mélida, en una de sus recensiones, calificó este trabajo de un estudio nuevo y de suma importancia como base de clasificación, pues además de establecer dos grandes familias de vasos, los de pasta carbonosa o ahumada y los de pasta roja sin bañar o bañada y pasta amarilla, demuestra por el análisis de los elementos que la manufactura fue numantina. El examen de las formas que dibuja constituye materia de juicio no menos importante, pues por una parte nos da la fisonomía de los vasos de abolengo griego (...) y por otra parte las formas indígenas, con la correlación de toda su variedad acomodada a los distintos usos. Además, señala la notoria semejanza de los vasos numantinos con los de otras procedencias ibéricas1278. Taracena, como su maestro Mélida, encontró en la cerámica griega un paralelo directo con la cerámica numantina indígena, evidenciando una vez más un sesgo filohelenista en sus conclusiones tipológico-culturales. Ya en una de sus primeras publicaciones sobre la cerámica numantina en 1913, Mélida había hablado de una importación artística de la Grecia helénica bajo una técnica local, a la que se habrían sumado menores influencias micénicas, que para Pierre Paris habrían superado a las influencias de la Grecia helénica, y del arte dorio del siglo VII a. C.1279. El horizonte cultural ibérico ya había sido asimilado por los principales arqueólogos e historiadores y Blas Taracena se hacía eco de un estado de opinión generalizado en el que Mélida había desempeñado un papel director entre los arqueólogos españoles. Tres años antes de leer su tesis Taracena, Rocher Jordá había publicado un artículo titulado “La cerámica ibérica” en el que ya descartaba las influencias micénicas en la cerámica de Numancia a favor de la Grecia helénica: no puede admitirse que Micenas sea el precedente de Numancia, hay que buscar otro camino (...) la cerámica ibérica va siempre acompañada de los productos griegos del V, perteneciendo pues a la Segunda Edad del Hierro o época posthallstática. Ha observado Bosch Gimpera que en cerámica de Ellario (Grecia) aparecían hojas de hiedra como la de Zaida, swásticas, etc.1280. Estos planteamientos germinaron en Taracena, cuya exposición en torno a la cerámica numantina se colocaba en línea con las teorías de Mélida. Más interesante todavía encontró Mélida el capítulo de Taracena dedicado a la decoración de los vasos, en los que expuso los dos procedimientos empleados: estampación e incisión de los vasos más antiguos y el pintado. Con todo, alabó el trabajo de su colega soriano por su solidez y utilidad como obra de referencia de la cerámica antigua y así lo hizo constar en la sesión de la Real Academia de la Historia del 20 de noviembre de 19241281. Su puesto de vocal le subyugaba a las decisiones de la cúpula directiva, a la que pertenecía Mélida, pero pron1275 1276

1277 1278 1279 1280 1281

Véase también TARACENA (1925: 253). En esta obra advirtió una serie de resultados innovadores definiendo cuatro grupos regionales. Los fechó según las importaciones griegas, a partir del siglo V a. C., contra la opinión tradicional de una datación bajo la influencia de los últimos resultados de las investigaciones micénicas. Algunas de las ideas emitidas por Bosch reflejaron las conclusiones obtenidas en los seminarios arqueológicos de las universidades alemanas, como los diferentes estilos regionales de los vasos griegos. Vid. CORTADELLA (2003b: XLI). Vid. infra páginas 369, 382 y ss. MÉLIDA ALINARI (1925b: 7). Vid. supra. ROCHER JORDÁ (1921: 5-6). Véase el Libro de Actas de Sesiones de la Real Academia de la Historia, 20 de noviembre de 1924.

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Fig. 42.- Aspecto de Numancia en el curso de las excavaciones llevadas a cabo en 1908.

to acapararía un indiscutible protagonismo como uno de los impulsores de la instalación del Museo Numantino. Además, creó el Museo Celtibérico y transformó en biblioteca pública la biblioteca provincial de la ciudad. Ya en los años 1960 Federico Wattenberg reordenó el esquema evolutivo de la cerámica numantina, proponiendo cinco tipos y horizontes cronológicos1282.

URBANISMO Y ANTIGÜEDADES NUMANTINAS (1907 Y 1908) En uno de los capítulos abordados por Mélida acerca de las ruinas de Numancia, dio cuenta de las estructuras arquitectónicas exhumadas a lo largo de la campaña de 1908. El hallazgo más relevante lo constituyó una calle de aceras altas con pasaderas1283 que adjudicó a la primera ciudad celtibérica, basándose en la notable diferencia que se apreciaba entre ésta y la regularidad que mostraban las calles romanas. Para Mélida era una prueba concluyente el espacio de 50-60 centímetros de profundidad que había entre el pavimento de la calle numantina y la romana, relleno de un paquete de densa tierra enrojecida por el incendio, con gran abundancia de carbones y cenizas. Conviene tener en cuenta el error en el que incurrieron tanto Schulten como los miembros de la Comisión al identificar como la Numancia del 133 antes de Cristo, la destruida por Escipión, aquel nivel urbanístico-estratigráfico que realmente se correspondía con la ciudad del siglo I antes de Cristo. Acerca de las casas numantinas, Mélida aportó datos de los restos de construcción conservados de dos viviendas1284, además de pozos y cuevas que aparecieron en el subsuelo. Informó también del 1282 1283 1284

J IMENO (2000: 5-6). Para datos topográficos y de medidas, véase MÉLIDA ALINARI (1908a: 23-24). MÉLIDA ALINARI (1908a: 26).

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hallazgo, por parte de su compañero de comisión Granados, de tres habitaciones a un nivel y dos a niveles más bajos, como escalonadas. En otra halló una especie de embovedado de adobes que parecía ser un horno, en el que se recogió cal; y un pequeño hueco de comunicación, con más aspecto de respiradero que de ventana. Una de las piezas que más llamó la atención de Mélida fue una caja de barro con su tapa. Tanto la caja como la tapa aparecieron rotas y en distintos puntos del yacimiento, demostrando que la maltrecha caja fue rota y dispersos sus trozos al remover los escombros de Numancia para reconstruirla. El trozo principal (...) recogido el día 10 de julio de 1907. La tapa salió seis días después entre los restos de una casa inmediata1285. Existe entre los fondos del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia una caja hallada a 12 kms. de Toledo, posiblemente procedente de una necrópolis carpetana, similar a la citada, tanto por su estilo como por su forma1286. Sobre el hecho de que los objetos de barro numantinos presentaran tan amplio repertorio, Mélida explicó que la variedad señalada de objetos de barro hace pensar primeramente en que el barro fue materia predilecta de los numantinos, y por otra parte que, forzados de la necesidad durante tan largo asedio, debieron aprovecharse de aquella materia que les daba la misma tierra suya que les disputaban, y de su habilidad para manipularla1287. Respecto a las armas de hierro numantinas destacaban dos empuñaduras1288 de espadas, una de las cuales comparó Mélida con la de un yatagán1289. Así mismo fue localizada una hoja de espada cuya forma regular indicaba otra clase de empuñadura. Su forma recordaba la de la espada corta romana (parazonium), pero el hecho de haberse encontrado sobre tierra quemada e incrustada entre los cimientos de una casa romana fue la pista por la que Mélida la calificó como un arma numantina. Otros grupos de artefactos lo formaban los cuchillos, las hojas de lanza, las puntas de flecha y los clavos. Las hojas de lanza eran de la conocida forma de hoja de laurel, mientras que las puntas de flecha ofrecían cierta variedad de formas1290. De lo más abundantes fueron los utensilios de hueso hallados entre las ruinas de Numancia. Entre ellos destacaron punzones gruesos, mangos de cuchillo, cucharas, flautas, empuñaduras e instrumentos varios. Aparte, lógicamente, de la enorme cantidad de huesos sin labrar, restos humanos y de animales hallados constantemente entre las cenizas. Los primeros los relacionó Mélida con las víctimas de la catátrofe y los segundos con el consumo que hicieron los numantinos durante el largo asedio que sufrieron. Completaban el ajuar numantino algunos objetos labrados en piedra que aparecieron durante 1907. Un grupo lo formaban piedras de pequeño tamaño y muy pulimentadas, que bien pudieron tener la función de afilar pues así parecen demostrarlo sus dos caras planas y su forma alargada regular, además de la naturaleza de la piedra1291. El otro grupo lo componían objetos grandes de piedra granítica, entre los que destacaba una pila hallada el 4 de septiembre de 1907 en el fondo de un pozo. Apareció entre carbones y con todos los indicativos de haber sido arrojada allí como relleno al terraplenar el solar numantino los constructores de la ciudad romana. No faltaban tampoco multitud de molinos de mano compuestos de dos piezas circulares y una piedra de moler con forma oblonga. Lo primero que despertó la curiosidad de Mélida fue la arquitectura de la Numancia romana, en la que no reconoció los caracteres típicos de la urbanización y construcción latinas: cualquiera persona de la que visitan las ruinas, por poco versada que se halle en Arquitectura romana, pronto echa de ver en la serie de cimientos, zócalos y pavimentos que se le ofrecen ante la vista y que pisa por doquiera en el campo, (...) no se descubren apenas en ellos los rasgos típicos con que en otras partes se diferencian y reconocen la casa y la urbanización romanas1292. El autor de este artículo justifica este hecho en la decisión del general romano Escipión de 1285 1286 1287 1288 1289 1290 1291 1292

MÉLIDA ALINARI (1908b: 463). Cfr. ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 336-338, pieza nº 682). MÉLIDA ALINARI (1908b: 463). Fotografías de las empuñaduras encontradas en Numancia en MÉLIDA ALINARI (1908a: lám. VII). Especie de sable que usan los orientales. MÉLIDA ALINARI (1908a: lám. VII). MÉLIDA ALINARI (1908b: 467). MÉLIDA ALINARI (1908a: 62).

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vender las tierras de los vencidos entre los pueblos inmediatos, que se encargaron de levantar la nueva Numancia sobre los escombros de la anterior. La construcción de la nueva ciudad se llevó a cabo bajo supervisión romana pero siguiendo parámetros arquitectónicos locales. Fueron celtíberos sometidos los que repoblaron la destruida Numancia, viviendo con sus costumbres y recibiendo muy lentamente la acción romanizadora. El propio Mélida bautizó a estas nuevas gentes como humilde población celtíbero-romana con acentuado carácter de pobreza, advirtiendo de que no busquéis en esta ciudad ni mármoles, ni mosaicos, ni otra suerte de alardes artísticos con que el pueblo romano gustó siempre de embellecer la vida1293. En otra de sus reflexiones, atribuyó la modestia urbanística y la austeridad constructiva de la Numancia reconstruída a una razón biológica: el peso del engrandecimiento anterior de Numancia, cuyo recuerdo tuvo que pesar sobre sus repobladores. Respecto a la reconstrucción arquitectónica acometida sobre las ruinas de la vencida Numancia, Mélida percibió un intento, por parte de los nuevos moradores, de aprovechar el trazado anterior de calles y aceras1294 para acomodarse a su disposición. Únicamente desecharon aquellas aceras numantinas que presentaban mayor irregularidad. Las cubrieron y macizaron con tierras y escombros. Prueba de esta convivencia arquitectónica es la confusión de cimientos y la dificultad para interpretar los límites de las viviendas. Se detectaba una falta de regularidad y una pobreza del aparejo. En ocasiones, las diferencias de nivel de habitaciones contiguas fueron salvadas con algún escalón, que todavía se conserva in situ. Una de las características propias de la Numancia celtibérica, los pozos o silos, difiere en un aspecto de la Numancia romana. Mientras los de las casas celtibéricas están excavados directamente en la tierra y presentan planta cuadrada, en las casas romanas son de fábrica y describen planta circular. Excepto el descubierto por Teodoro Ramírez en 1906, que era de planta cuadrada. La cerámica recogida en los niveles romanos durante las excavaciones dirigidas por la comisión era de cuatro clases: ordinaria, que incluía ánforas y dolias; saguntina, con relieves y marcas; itálica, barnizada de negro, lisa sencilla; y por fin, la ibérica, cuya manufactura sobrevivió a la conquista en toda Iberia. Destacaba un ulceollus1295 o copa con dos asas que fue descubierto el 8 de septiembre de 1906 y múltiples fragmentos de vajillas, en cuyos adornos resaltados abundaban figuras de animales, aves, cervatillos, etc. También solían ofrecer algunos fragmentos marcas incisas puestas sin duda para señalar la propiedad de las copas1296. En lo que se refería a la numismática, era escaso el repertorio de monedas localizado en el Cerro hasta 1908. La mayoría de ellas eran de bronce, entre las que se contaban un puñado de ibéricas, una de ellas de la ceca de Iltirta-Ilerda, y bastantes más romanas repartidas entre el período consular e imperial.

GESTA NUMANTINA VERSUS EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS (1909-1910) Hasta este momento las entregas seriadas bajo el epígrafe Numantina en El Correo eran la principal vía de difusión para dar a conocer al gran público las novedades arqueológicas de Numancia. En 1909 aparecieron nuevos artículos, marcados por la grandilocuencia y la retórica patriótica que caracterizó esta primera década del XX y de la que participó en ocasiones el propio Mélida. El tan repetido heroísmo ibero, personalizado en el pueblo numantino, lo comparaba ahora con la campaña militar española desplegada en el Rif. Según él, los celtíberos eran a los españoles, lo que los romanos eran a los rifeños. Una incongruencia, teniendo en cuenta el cambio de papeles invasor-invadido que Mélida expuso a su antojo: Con la diferencia de que aquí los conquistadores son los hijos de los bravos numantinos, y los bárbaros defensores de sus terruños (...) gente que huye y se rinde en ocasiones1297. En cualquier caso, sus palabras 1293 1294 1295 1296 1297

MÉLIDA ALINARI (1908a: 63). Datos sobre sus características y medidas en MÉLIDA ALINARI (1908a: 64). Datos tipológicos en MÉLIDA ALINARI (1908a: 67). MÉLIDA ALINARI (1908a: 68). Pasaje perteneciente a un recorte de la serie Numantina perteneciente al Archivo del Museo Arqueológico Nacional. No se conserva la fecha de publicación pero una noticia de los disturbios de Barcelona en la Semana Trágica, impresa al lado, y la detención de Miguel Estadella evidencian que pertenece a 1909.

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se inscribían dentro de una marcada tendencia nacionalista que glorificaba lo hispano y la brava condición de nuestra raza sin objetividad alguna. Entre la documentación conservada, destaca un recorte de periódico del Noticiero de Soria, se ignora la fecha de publicación1298, en el que se hizo referencia a una conferencia pronunciada por Mélida en el teatro de la cámara de comercio de Soria. Según esta crónica existía mucha curiosidad por escuchar la autorizada palabra del distinguido individuo de la Comisión Numantina (...) conferencia con proyecciones, encomendadas a Teodoro Ramírez (...) todas las clases sociales se hallaban allí representadas, dando prueba del buen gusto y cultura que distinguen a los habitantes de nuestra mal comprendida Capital. Mélida subió al escenario acompañado de los señores Las Heras, Barasoaín, del Río, y Granados, que representaban a las Sociedades de Obreros, a la Cámara de Comercio y a la Comisión Numantina. No faltó en su discurso una patriótica exaltación al pueblo de Soria y a España entera, al tiempo que conminaba a las autoridades a acelerar la conclusión del Museo Numantino, que sería inaugurado finalmente en 1919. Ya había sido acabado en 1916, como muestra el hecho de que ya entonces habían sido creadas plazas por el Cuerpo Facultativo. Desde el punto de vista meramente arqueológico, destacó Mélida los más de cien metros cuadrados descubiertos durante estos cuatro años –aproximadamente un tercio de la que se consideraba entonces como la superficie total de Numancia, ya que actualmente se estima en unas 8 hectáreas el área de ciudad celtibérica, en 9 hectáreas la ciudad del siglo I antes de Cristo y en 11 la ciudad romana imperial1299– y el acuerdo tan perfecto que existió entre los hallazgos y las crónicas legadas por los escritores. Esta coincidencia respondía a la aplicación del Positivismo en el área de la Arqueología y al progresivo alejamiento de la especulación y la nociva cultura verbalista. En el plano estratigráfico, la comisión de excavaciones observó la sucesión de tres poblaciones: prehistórica, arévaca y celtíbero-romana. La primera sólo fue localizada en algunos lugares; la segunda tenía una potencia entre los 0,6 y los 1,5 metros y estaba cubierta con la capa de tierra y adobes del incendio; y la tercera contaba con un espesor de unos 50 centímetros. En 1909 eran siete las calles exhumadas y se habían documentado numerosas casas tanto de época celtibérica como romana, éstas últimas levantadas sobre cimientos de cantos unidos con barro o adobes mientras las celtibéricas, unidas también con barro, eran de piedra desigual y toscamente escuadradas. Los pavimentos de las calles celtibéricas eran de piedra y las aceras estaban constituidas a base de cantos, mientras que las aceras romanas eran más anchas y de un trazado más regular. Se conservaban, incluso, las huellas de las ruedas de los carros y llamaron la atención de Mélida los caracteres mixtos de estas calles y aceras que no respondían a la estructura típica de las calles romanas sino que ofrecían una mezcla cultural celtibérico-romana. Entre los hallazgos más curiosos, los huesos de una mano, fuerte, varonil, posiblemente de uno de aquellos arévacos1300 esforzados que prefirieron la muerte a la pérdida de su libertad. Palabras que evidenciaban el peso de la manipulación patriótica que todavía condicionaba sus reflexiones. En otro artículo de la serie Numantina1301 publicado en El Correo, Mélida anunció de manera esporádica la localización por parte de Adolf Schulten del pretorio del general en los campamentos romanos de Peña Redonda1302 con el lecho de fábrica y el triclinio o comedor con los tres lechos correspondientes y el hallazgo en Numancia de varios idolillos de barro de una tosquedad infantil. Estos últimos los emparentó con algunos de la Grecia primitiva y especialmente los de Troya1303, un paralelo muy recurrido a la hora de estudiar la cultura material artística localizada entre las ruinas. 1298

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La única referencia cronológica indica que pronunció la conferencia siendo director del Museo de Reproducciones Artísticas, entre 1901 y 1916. La crónica estaba firmada por J. A. y L. Habría que añadir en la ladera Este unas 5 hectáreas más ocupadas por asentamientos artesanales. Vid. J IMENO (2001: 241). Sobre la consideración de Numancia como un pueblo de la tribu de los arévacos o de los pelendones y sobre las especulaciones vertidas desde principios de siglo, véase J IMENO (2000: 2-3). Conserva dos datos: N UM. 10107 y AÑO XXIX. Aunque se desconoce la fecha precisa, todo indica que también fue publicado a lo largo de 1909. SCHULTEN (1912). Para ídolos del mismo tipo, véase VV. AA. (1996a: 145, pieza 165).

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Una publicación de Mélida en El Arte Español aportó información interesante acerca del modus operandi de la Comisión de Excavaciones. En una especie de choza, mismo caseto de madera habilitado por los alemanes en 1905 –que fue posteriormente reaprovechado por la Comisión–, se reunían los fragmentos cerámicos, que posteriormente eran reconstruidos. Estas cerámicas, junto con todo el resto de objetos, formaron el embrión de un pequeño museo, visitado por los curiosos y que acabaría inaugurándose de manera oficial diez años más tarde. Se trataba del primer museo monográfico que se formaba con el fruto de unas excavaciones en España. En lo que respecta a la población prehistórica de Numancia, Mélida se detuvo en la etapa neolítica y en un cráneo marcadamente dolicocéfalo que le llevó a formular una hipótesis según la cual la población ibérica estaba poco mezclada con el elemento céltico. Esta convicción, ya manifestada al hablar de las cerámicas numantinas, reducía el componente céltico a favor del ibérico. De hecho, desde el punto de vista antropológico Mélida era de la opinión de que el cráneo dolicocéfalo se asociaba con el tipo ibérico, a diferencia del céltico, al que consideraba braquicéfalo, término creado por el anatomista sueco Retzius en 1843. Especulaba Mélida con la posibilidad de que los numantinos se adornaran con cuernos de venado la cabeza, a juzgar por la abundancia de estas representaciones y reflexionó acerca de su evolución artística: gusto estético de los numantinos, que se hallaban en idéntica situación que los micenienses y los helenos anteriormente al siglo VII a.c., apegados a ese deletreo del arte que se manifiesta en el sistema geométrico, y como estacionarios en él, al igual que los bárbaros de Europa, los lapones de hoy, los indios de la América precolombina y los de Australia1304. Con este paralelo cultural puso de manifiesto un planteamiento difusionista en el que Grecia aparecía como civilización superior, que irradiaba progreso y que suponía un punto de referencia para la evolución artística del resto de civilizaciones. Por eso trató de establecer un grado de evolución artística para Numancia, estimando un considerable desfase cronológico entre el desarrollo de los distintos pueblos. Concretamente, creía, como su colega Pottier, que el estilo geométrico determinaba el estado social de cada cultura y que este tipo de ornamentación apareció como hecho espontáneo y natural en la Grecia miceniense y otros pueblos helenos. Y a partir de ahí se expandió por todo el Mediterráneo. Hasta tal punto llegaba su helenocentrismo que consideraba productos griegos importados ciertas piezas halladas en Oriente. En el caso de Numancia, Mélida advirtió una importación no de productos, sino artística, bajo el prisma de una técnica netamente local. Una óptica que expuso igualmente en una de sus publicaciones de 1913 en la revista Arte Español. Revista de la Sociedad de Amigos del Arte cuando habló de los tres grandes grupos cerámicos del yacimiento: manufactura negra, la cual aparecía como derivación y perfeccionamiento de la prehistórica; manufactura roja, la más abundante; y piezas lisas. Mélida reconocía en estas pinturas un arte original no exento de influencia griega. Pero este filohelenismo fue matizado por otros autores: Pierre Paris1305 atribuyó a los micenienses las influencias legadas sobre la cerámica ibérica y el belga Luis Siret supuso que esa decoración “pseudo-micénica” había sido importada por los cartagineses. Mélida era de la opinión de que la supervivencia de elementos foráneos en la cerámica numantina, en particular, y en la ibérica, en general, se correspondía con más elementos de la Grecia helénica clásica que de la Grecia micénica primitiva. Y propuso una suma de influencias del arte micénico y del arte dorio anterior al siglo VII. Una nueva entrega de la serie numantina (numerada en El Correo con el 10.828, año XXXI) hizo referencia a la localización de los restos de un templo donde halló Saavedra un ara dedicada a Júpiter y otra a Marte. Además, una casa con un falo esculpido en la jamba de una puerta. Mélida, conmovido por los hallazgos y llevado por un lenguaje artificioso, llegó a decir que es imposible contemplar sin emoción estas reliquias del hecho histórico memorable. Desde el punto de vista funcionarial, las excavaciones de Numancia se vieron afectadas por la resolución de varias Reales Órdenes, incluidas en el Boletín oficial número 17 del 12 de marzo de 1910. Según 1304 1305

MÉLIDA ALINARI (1909a: 140). En 1910 fue nombrado director de la École des Hautes Études Hispaniques.

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estas Reales Órdenes, firmadas por el Conde de Romanones: expropiados ya los terrenos del Cerro de Garray (...) y muy adelantados allí los trabajos de explanación, conviene continuarlos hasta poner al descubierto aquellas preciosas ruinas (...) atendidas estas consideraciones, S. M. el Rey (q. D. g.) se ha servido disponer: que del expresado crédito de 25.000 pesetas se destinen 10.000 para las excavaciones de Numancia (...) y 6.000 para idénticos trabajos en Mérida1306. El 17 de febrero de 1911, otra Real Orden decidió que se continúen las excavaciones de Numancia con arreglo al plan y disposiciones que las regulan y que, al efecto se libren a justificar, previa petición de fondos por la Comisión y a favor de D. Mariano Castillo, pagador designado por la misma Comisión ejecutiva de dichas excavaciones en años anteriores (...) las 15.000 pesetas consignadas en el capítulo 20, art. 2º, concepto 16 del presupuesto vigente de este ministerio1307.

LA COMISIÓN Y EL YACIMIENTO: MURALLAS, CONSTRUCCIONES Y ARMAS (1911-1914) Tras la muerte de Juan Catalina García el día 18 de enero de 1911, la Comisión sufrió varios cambios. El Marqués de Cerralbo le sustituyó como miembro de la Comisión y Mélida como vicepresidente de la misma1308, a propuesta de la Real Academia de la Historia, el 20 de mayo de 1911. En abril del mismo año, perdió la vida Juan José García, que fue sustituido por Santiago Gómez Santacruz1309, miembro de la Comisión de Monumentos de Soria. Y el 12 de marzo de 1912, la Comisión perdió al insigne Eduardo Saavedra, momento a partir del cual Mélida pasó a ser presidente de la Comisión interinamente hasta el 20 de febrero de 19131310. El diario periodístico El Correo se convirtió en poco menos que un diario de excavaciones para el gran público. Cada poco tiempo salía a la luz una nueva entrega de la serie Numantina, con las novedades arqueológicas difundidas por la Comisión de Excavaciones de Numancia. En el año de 1911 fueron cuatro los artículos que publicó Mélida sobre los hallazgos acontecidos en el Cerro de Garray. El primero del que se tiene constancia está fechado en 15 de agosto y llevaba por título “Las murallas de Numancia”1311. Mélida especulaba con la posibilidad de que Numancia estuviera amurallada: ¿estuvo cercada o no? Basándose en el testimonio de Lucio Anneo Floro, pensaba que los numantinos debieron de contar con pocos medios de defensa. Sin embargo, hablaron de muralla y fortificaciones1312 Apiano Alejandrino, Sexto Julio Frontino y Paulo Orosio. Las crónicas de estos clásicos y la publicación de Saavedra en la que aparecía un trozo de muralla hicieron sospechar a Mélida que a buen seguro habría de localizarse la muralla numantina. El siguiente artículo de la serie, firmado el 19 de agosto, llevó por título “Ruinas ibéricas y roma1313 nas” . Mélida notó una menor abundancia de ruinas de construcciones ibéricas o celtibéricas, en comparación con las de época romana. Entre las ruinas ibéricas descubiertas ese año, señaló tramos de mucho interés y mayores que los encontrados otras veces. En cuanto al trazado de las casas ibéricas, creía que obedecían a un sistema de muros delgados, largos y paralelos, con espacios que debieron de estar cubiertos con viguería. Basó esta deducción en el material exhumado por la Comisión. Llamó igualmente su atención un aparejo de cantos rodados unidos con barro, que formaron parte del piso en el que se asentó la ciudad celtíbera, que indistintamente Mélida llamaba ibérica. Entre el material 1306

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En p. 9 del Boletín Oficial del 12 de marzo de 1910, conservado en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, legajo 10147-14, caja 1038. En p. 14 del Boletín Oficial del 17 de febrero de 1911, conservado en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, legajo 10147-14, caja 1038. VV. AA. (1912: XII). La minuta en la que se hizo efectivo el nombramiento se conserva en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, legajo 10.147-10, caja 1038. Tres años más tarde (1 de septiembre de 1914) quiso dimitir de su cargo, petición que fue rechazada por el subsecretario del Ministerio. Documentación conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, legajo 10147-10, caja 1038. Sobre su aportación a Numancia y a la Comisión Provincial de Monumentos de Soria, véase COLÍN VINUESA (1999). Véase La Gazeta del 26 de febrero de 1913. Aparece con la siguiente clasificación dentro de la serie: Num. 11.140 Año XXXII. Tema abordado por un miembro y vocal de la Comisión, véase GONZÁLEZ SIMANCAS (1926). Identificado con el Num. 11.144 y el Año XXXII de la serie Numantina.

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Fig. 43.- Peristilo de una casa romana localizada durante los trabajos realizados por la Comisión.

documentado se contaban restos de tabiques divisorios de tierra apisonada enrojecidos por la acción del fuego y de indudable origen ibérico, dos de los cuales fueron descubiertos junto a la muralla. También fueron documentados multitud de ladrillos de trazo grueso entre los escombros de la parte quemada. Y en una de las casas ibéricas pegadas a la muralla descubrió la Comisión un muro de ladrillo bastante completo, de aparejo regular y buena calidad que presentaba una particularidad: casi en su mitad, el tabique estaba partido por un hueco vertical, que no pudo servir de puerta, puesto que su anchura o luz era de 20 centímetros, ni de ventana pues la oquedad se prolongaba hasta el suelo. A juicio de Mélida, debió de servir para vigilar un departamento desde el otro. Entre los hallazgos de esta campaña, destacaron gran cantidad de ladrillos, tinajas y ollas; y una cueva ibérico-romana, cuadrada, con su revestimiento de piedra, que se encontró llena hasta la boca de piezas cerámicas. Entre estas, tanto vasos romanos de los llamados saguntinos como vasos ibéricos, con su característico decorado de dibujos pintados: es decir –afirmaba Mélida– que esta cueva fue rellenada con cascos de vasijas de las dos poblaciones; y debió serlo con ocasión de alguna obra de cimentación al reconstruir alguna casa de la época romana. En otro orden de cosas, dio cuenta del descubrimiento de varias casas romanas en lo que se llevaba excavado del verano de 1911. Una de ellas con restos de un peristilo que le recordaba a las casas de Pompeya. El día 7 de septiembre firmó Mélida la última entrega de 1911 correspondiente a la serie Numantina, bajo el título de “Trajes celtibéricos”1314. En este artículo informó de la localización en Numancia de varias cuentas de vidrio, no de la industria indígena sino de la fenicia, que atribuyó a la penetración pacífica de los adelantados pueblos pacificadores. Aportó igualmente datos del hallazgo de collares a modo de una esclavina como en figuras egipcias y retrató la indumentaria y adornos que usaron los celtíberos: pechos adornados con círculos al modo oriental (...) delantales estrechos como los mandiles egipcios (...) trozos de esparto 1314

Aparece señalado con el N UM. 11.165 y el AÑO XXXII.

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tejido que pertenecen a una sandalia, del género de las egipcias. En definitiva, pinceladas sueltas que Mélida incorporó a las referencias legadas por escritores latinos. Mientras se daban a conocer las novedades numantinas en nuestro país, la repercusión de las excavaciones trascendía nuestras fronteras, especialmente en Alemania. Desde que Schulten se propuso encontrar los campamentos militares romanos, varios arqueólogos e investigadores alemanes e ingleses publicaron en sus revistas especializadas aspectos varios de la arqueología numantina1315. Si Numancia había despertado la curiosidad científica de arqueólogos extranjeros, no lo fue menos en nuestras fronteras. Desde que El Correo comenzó a incluir entre sus páginas Numantina, la expectación y el interés despertado por las excavaciones había ido in crescendo entre el gran público. Durante el año 1912 fueron dos los artículos publicados de esta serie, el primero de ellos fechado el 27 de agosto1316. En el mismo se informó de que el objetivo marcado por la Comisión en las excavaciones emprendidas en el mes de mayo era descubrir una manzana de Numancia, que se encontraba en el suave declive que formaba la meseta del cerro hacia Occidente. El resultado de los trabajos consistió en la localización de cimientos de mampostería de piedras y tierra de las casas romanas; y unas dieciséis bodegas en el interior de las casas celtibéricas, que siempre se encontraban llenas de escombros. Otros artefactos localizados fueron pesas de barro, con forma de tronco de pirámide de base rectangular, la mayoría, o cuadrada. Muchas de estas pesas tenían en la base una especie de media luna o un aspa, a modo de sello de fábrica o acaso un símbolo. En cuanto a su función, opinaba Mélida que posiblemente estas pesas no se utilizaron propiamente como ponderales sino como contrapesos para cerrar las puertas y tal vez en artefactos que desconocemos. A una naturaleza similar correspondían dos enormes pesas de piedra, equivalente a dos arrobas1317 aproximadamente, con un asa de hierro, que Mélida identificó como pesas de lagar de época romana. El día 3 de marzo de 1912, la Real Academia de la Historia redactó una nota interna1318 relativa a la sesión celebrada por la misma en la que Mélida presentó el plano de las ruinas descubiertas en las excavaciones entre 1906 y 1910. Acompañó el plano de una colección de dibujos y acuarelas que reproducían la cerámica celtibérica y romana localizada en Numancia, además de algunos restos de edificios. Por entonces, el organigrama interno de la Comisión había sido modificado de manera que Mélida quedaba como presidente de la misma y el Marqués de Cerralbo como vicepresidente. Como vocales, Teodoro Ramírez y Santiago Gómez Santacruz; como arquitecto, Manuel Aníbal Álvarez; y como vicesecretario Mariano Granados. Tres meses más tarde salió publicado un nuevo artículo de la serie Numantina, fechado el día 3 de septiembre de 19121319. Mélida abordó el tema del arte celtibérico y su profusión en objetos tanto artísticos como de simple uso doméstico, característica que consideraba una consecuencia del estado social de los pueblos que no han llegado a alcanzar el alto grado de civilización de los grandes pueblos de la Historia. Opinaba que diferenciar lo bello de lo meramente útil era una muestra de refinamiento social. El caso es que José Ramón Mélida pasaba largas temporadas en Soria mientras transcurrían los trabajos arqueológicos en Numancia. En ocasiones, aprovechaba para reunirse con su amigo el Marqués de Cerralbo, cuya segunda residencia era la finca-palacio de Santa María de Huerta, en la provincia de Soria1320. En dos de las misivas (fechadas los días 21 y 25 de julio de 19121321) que Mélida le envió al Marqués estableció con éste el momento idóneo para desplazarse a su palacete en compañía de otros compañeros de la comisión numantina, como los señores Granados y Manuel Aníbal Álvarez. Su intención 1315 1316 1317 1318 1319 1320 1321

Véanse los siguientes artículos de 1911: SCHULTEN (1911), CHEESMAN (1911) y FABRICIUS (1911). Aparece clasificado de la siguiente manera: NUM. 11.514 (Año XXXIII). Unidad de peso en desuso que equivale, dependiendo de la región, a unos 10 u 11 kilogramos. Cfr. ÁLVAREZ-SANCHÍS y CARDITO (2000: 363, sig. CASO/9/7973/67). Clasificado de la siguiente forma: Número 11.522 (Año XXXIII). Su colega Juan Catalina García había escrito en 1892 Santa Maria de Huerta (Historia y descripción). Cartas conservadas en el archivo histórico documental del Museo Cerralbo. Ambas llevan grabadas el membrete personal de José Ramón Mélida, consistente en el dibujo de un ánfora.

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era contemplar las nuevas colecciones arqueológicas adquiridas por Cerralbo. El Marqués venía colaborando con aportación de fondos y eso le convirtió en miembro de la comisión ejecutiva de Numancia, aparte de su creciente interés por la arqueología soriana de diferentes épocas y períodos. En 1911, había entrado a formar parte de la Comisión, en calidad de académico de la Historia, tras la muerte de Juan Catalina García, con quien le unía una estrecha amistad. Ambos habían hecho causa común por el catolicismo y Catalina había contestado incluso el discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia del Marqués de Cerralbo en 1908. Una nueva entrega de Numantina fue publicada en El Correo el 21 de julio de 19131322. A modo de balance, aprovechó para recordar que ya eran siete los años de trabajos arqueológicos en la ciudad de Numancia y que comenzaba a vislumbrarse la puesta en marcha del levantamiento de un edificio que albergara un Museo. Además, las excavaciones de la última campaña habían puesto al descubierto parte de la cloaca romana construída en época romana. Abordó en esta misma entrega aspectos diversos como la cerveza numantina citada en las fuentes o la simbología solar de la swástica. En cuanto a la faceta doméstica de los numantinos, y basándose en un imperdible esmaltado aparecido en las excavaciones, se refirió a la coquetería de las mujeres numantinas que sabían engalanarse con tanto refinamiento como las señoras del día. Respecto a la construcción del Museo Numantino se conserva un recorte de periódico1323 fechado en algún día del mes de julio de 1913, en el que se advertía que el aumento que cada año reciben las colecciones con los objetos que vamos desenterrando hace ya dicha sala insuficiente y pronto será imposible aumentar el caudal, verdaderamente amontonado en las vitrinas. Efectivamente, ya eran más de cinco mil las piezas enteras descubiertas en el yacimiento y se hacía imprescindible un local amplio para ofrecer, convenientemente clasificadas, esas notables colecciones arqueológicas a la vista del público y de las personas estudiosas. Como ya ocurrió en el patrocinio de otras obras e iniciativas locales, el senador Ramón Benito Aceña acudió por espontáneo cuanto patriótico impulso para secundar la construcción del Museo Numantino, al igual que hiciera el ayuntamiento de la ciudad de Soria. De hecho, Aceña cedió el terreno necesario para el nuevo museo en un lugar considerado por Mélida como el sitio mejor, más despejado y agradable de la ciudad, en el paseo del Espolón, junto a la Alameda, vulgarmente llamada La Dehesa. Las obras, presupuestadas en poco más de 50.000 pesetas, ya habían comenzado y el 16 de julio de 1913 habían sido puestas las primeras piedras de cimentación del edificio. La intención de Ramón Benito Aceña era que las obras estuvieran terminadas en un año y ceder el edificio al estado para albergar el Museo Numantino. Según se desprende de otra de las cartas enviadas por Mélida a Cerralbo fechada el 1 de febrero de 1913, algunas de las juntas o reuniones de la comisión de excavaciones se celebraron en el domicilio particular de uno de sus miembros: Manuel Aníbal Álvarez. Vivía en la calle Ballesta número 9. El día 11 de junio de 1913, Mélida se carteó de nuevo con el Marqués de Cerralbo, como hiciera un año antes. El motivo volvió a ser la organización de un viaje para visitar distintos puntos de la provincia soriana y para celebrar la pertinente junta de la comisión de excavaciones, a la que se había sumado el general Polavieja, que ostentó diversos cargos en el Gobierno: Para que pueda arreglar su plan de trabajos recuerdo a usted que la fecha fijada para nuestro viaje a Numancia es el día 17 o sea el martes próximo. Saldremos de Madrid a las cuatro menos cuarto de la mañana para almorzar en Torralba junto a la estación pre-chelense con que ha dejado usted bizco a l’Abbé Bourgeois y llegar a Soria a las 6 de la tarde. El miércoles 18 pasaremos el día en Numancia para celebrar junta y decidir la nueva campaña de excavaciones. El 19 pararemos en Soria para ver el Museo y decidir algo del nuevo edificio para el mismo y a las 3 y media de la tarde tomaremos el tren para llegar a Madrid a las 11 de la noche. Ya sabe usted que los martes hay un tren de día para Soria y que las fechas 17 a 19 son obligadas porque Álvarez solamente podrá estar en Numancia del 15 al 20. Puede usted dar su conferencia antes o después de la excursión. Para acompañarnos retrasa su viaje 1322 1323

Con la siguiente clasificación: Num. 11.842 (Año XXXIV). Expediente personal de Mélida, Archivo del Museo Arqueológico Nacional.

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a Alhama el general Polavieja. Simancas vendrá también. De este modo se reunirá en Numancia toda la Comisión como deseo y es necesario1324.

La correspondencia entre el Marqués de Cerralbo y Mélida continuó siendo fluida al año siguiente, sobre todo en lo que se refiere a la planificación de reuniones de la comisión. El 5 de agosto de 1914 Mélida se dirigió por carta al Marqués para hacerle saber que la excavación de este año nos ha dado a conocer algunos detalles curiosos y por supuesto hemos logrado interesantes vasos pintados y objetos varios1325. Como reza una carta, Mélida había salido de Madrid a Numancia el 10 de julio de 19141326. Durante el año de 1914, la Comisión de Excavaciones vio alterada su composición interna. Sufrió la pérdida de uno de sus miembros, Mariano Granados, que fue sustituido por Ramón Benito Aceña como vocal de la misma. En el plano editorial, Adolf Schulten publicó una edición alemana de Numancia. Los celtíberos y sus guerras con Roma, que fue acogida con indignación por una historiografía académica celosa de las gestas heroicas de sus antepasados. Precisamente, esta edición vio la luz el año que estalló la Primera Guerra Mundial. En un principio, el entonces presidente Eduardo Dato se apresuró a proclamar la neutralidad española en el conflicto, pero el país acabó dividido en dos bandos: aliadófilos y germanófilos1327. Aunque no existen evidencias palpables que nos pongan en la pista sobre el posicionamiento de Mélida ante esta disyuntiva, cabe suponer que sería en la de los aliadófilos. Su francofilia, tanto por motivos familiares como por su formación académica, debieron de situarle más cercano a los aliadófilos que a los germanófilos. De hecho, hablaba francés y su apego al país vecino superaba cualquier posible acercamiento a la Weltpolitik germana. Quizás este hecho pudo incrementar el recelo que Schulten encontró entonces entre los arqueólogos y autoridades españolas. Aún así, diez años más tarde el alemán se reconciliaría con la facción más nacionalista tras publicar Tartessos. Contribución a la Historia Antigua de Occidente.

N UEVO PANORAMA LEGISLATIVO, CONSERVACIÓN Y NUEVOS HALLAZGOS (1915-1916) El día 2 de junio de 1911 un Real Decreto había autorizado al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes a presentar a las Cortes un proyecto de ley estableciendo las reglas a que debían someterse las excavaciones artísticas y científicas y la conservación de las ruinas y antigüedades. Un mes más tarde, el 7 de julio, se promulgó la Ley de Excavaciones1328, cuyo Reglamento sería regulado el 1 de marzo de 1912. Según el artículo 37 de este Reglamento provisional se creaba la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, a la cual los concesionarios de excavaciones tendrían la obligación de presentar una pronta memoria1329 de los trabajos y descubrimientos del año anterior. Esta entrega debía efectuarse durante el mes de enero y los trabajos contenidos en la memoria estarían confiados al secreto profesional en caso de singular novedad o de que pudiera perjudicar los legítimos derechos del descubridor. En definitiva, suponía que todo permiso de excavación debería ser concedido por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, además de que los materiales obtenidos debían ser depositados en los museos arqueológicos provinciales. Como es lógico, la promulgación de la Ley no afectó por igual a todos 1324

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Carta conservada en el Archivo histórico documental del Museo Cerralbo. Lleva grabada el membrete oficial del Museo de Reproducciones Artísticas de Madrid, del que era director Mélida. Carta conservada en el Archivo histórico documental del Museo Cerralbo. Carta conservada en el expediente personal de Mélida, Archivo del Museo de Reproducciones Artísticas de Madrid. La rivalidad franco-germana se había convertido en algo ineludible desde la anexión de Alsacia-Lorena por Alemania en 1870. Además, el creciente nacionalismo fue sistemáticamente fomentado por la prensa y por las campañas de militares y grandes industriales. Los casos más evidentes se dieron en Francia, Alemania y Gran Bretaña. El odio al vecino acabó siendo un fenómeno habitual. Vid. ESPINA (1993: 236-243) y CANFORA (1980: 42-43). Vid. YÁÑEZ VEGA (1997), LUCAS P ELLICER (1991: 237); H ERNÁNDEZ H ERNÁNDEZ (2002: 148-153) y MAIER (2003b: 50-51). Sobre los presupuestos y las ventas de las distintas memorias, véase el legajo 10.147-9 (caja 1038) en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares. Esta Junta contó con cinco vocales hasta el Real Decreto de 25 de agosto de 1917, en que fue aumentado a doce vocales.

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los arqueólogos. Regulaba y dosificaba la concesión de permisos de excavación, medida que favorecía la protección del patrimonio histórico-arqueológico; pero perjudicaba a aquellos “arqueólogos privados”, como Jorge Bonsor1330, que se habían beneficiado del vacío legislativo que existió en España hasta 1911. Al entrar en vigor la Ley de 1911, surgió un intenso debate en el Parlamento sobre aquellos aspectos de la Ley que afectaban a los bienes de la Iglesia y a la posible jurisdicción del Estado, y del que se hizo eco la prensa de entonces1331. Una nueva normativa, en lo que a la publicación de las memorias se refiere, entraría en vigor en 1916, con la publicación de los primeros trabajos de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. Entre estos primeros trabajos figuraba Excavaciones de Numancia, firmado por José Ramón Mélida como presidente de la Comisión el 31 de diciembre de 1915. Dio cuenta de los trabajos realizados en el yacimiento durante 1914 y 1915. Su primera preocupación era conservar las estructuras exhumadas desde el comienzo de las excavaciones en 1906. Las inclemencias temporales de nieves, heladas, lluvias y viento hacían necesaria una intervención para atajar el problema. Anteriormente, habían defendido con tablas los muros ibéricos de tierra y de ladrillo, o bien echando tierra en ciertas hondonadas, puesto que al excavar sistemáticamente hasta el terreno natural (...) ha quedado al descubierto lo que pudiéramos llamar el esqueleto de la antigua población1332. Esta preocupación por la conservación de las estructuras exhumadas era fruto de la política conservacionista y restauracionista que llevaba implícita la nueva Ley de 1911. El cuidado y protección de enclaves arqueológicos no se circunscribía únicamente a una política de leyes sino que fomentaba también la identificación con el Patrimonio. La labor meramente arqueológica, correspondiente a la campaña de 1915, tuvo por objeto completar el descubrimiento de tres manzanas de casas y tres calles de la parte occidental de la ciudad. En la primera manzana explorada, bautizada como manzana XII, quedó al descubierto un recinto a modo de peristilo, señalado con grandes sillares rectangulares, que debieron de servir de fundamento a columnas o pilastras1333. Además, quedaron al descubierto diez cuevas, nueve de ellas ibéricas y otra, ibérica de origen pero aprovechada en la época romana. La última tenía la particularidad de contar con seis capas de hormigón, separadas por otras de tierra, que conformaban un espeso relleno de 2,25 metros. Según Mélida, podía tratarse de un aljibe o cisterna. También pudo documentarse la atarjea o cloaca romana, que entonces alcanzaba ya la longitud de 97,45 metros. A medida que avanzaban los trabajos, reconocía Mélida, el monumento levantado en honor de Benito Aceña el 24 de agosto de 1905 y el pedestal erigido por la Sociedad Económica de Soria se iban mostrando como un serio impedimento para continuar excavando Numancia, que se encontraba al descubierto en aproximadamente un tercio de su superficie. Había comenzado a ser construido en 1842 y quedó inacabado dado que el dinero inicialmente previsto para este monumento fue destinado finalmente a las viudas y huérfanos resultantes de la batalla de Bayón, en la que participaron numerosos sorianos. Conviene destacar que desde 1915 la Comisión de Excavaciones de Numancia, con Mélida y Taracena, mantuvo una colaboración estrecha con la Comisión Provincial de Monumentos. Desde ese año, ambas comisiones limitaron sus actuaciones a lo establecido. Con ello, el Museo Numantino, inaugurado cuatro años más tarde, ligó sus funciones con las excavaciones en Numancia y el Museo Provincial con las actividades de la Comisión Provincial de Monumentos. En cuanto al proceso de excavación, la manzana XII presentaba grandes cantidades de tierra cuyas capas superficiales se mostraban estériles. Atribuyó la procedencia de esa tierra a las remociones de tierra llevadas a cabo entre los años 1860 y 1866, lo que explicaba la ausencia de hallazgos. 1330 1331 1332

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Cfr. MAIER (1999b: 232-233). Cfr. GÓMEZ ALFEO (1997: 543). MÉLIDA ALINARI (1916i: 3). La Comisión pensó alguna vez en proteger con una cubierta las casas pero el viento se llevó la cubierta de cinc ondulado y destruyó el muro ibérico de una de ellas. A pesar de la incomodidad que supuso a los investigadores cegar estas ruinas, la Comisión decidió cubrir con tierra todas las hondonadas y cuevas no revestidas de fábrica, dejando tan sólo al descubierto el relieve de los muros y cimientos. Se emplearon cerca de dos meses en la tarea. MÉLIDA ALINARI (1916i: 5).

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La relación epistolar mantenida entre Mélida y Cerralbo durante 1915 se completaba con otra misiva enviada por el primero desde Numancia y fechada el día 28 de julio. Invitaba al Marqués a comprobar el avance dado a las excavaciones y el considerable aumento que han tenido las colecciones del Museo cuyo nuevo edificio está muy adelantado; y aprovechaba para comentarle que ya están en Soria los bustos que según dije a usted mandamos hacer al señor Pinazo, de D. Eduardo Saavedra y de D. Ramón Benito Aceña. Han quedado muy bien. El importe total de los bustos, incluidos los portes, es de 1006, 60 pesetas. Como somos seis a pagar (pues ya sabrá usted que Villamil dimitió) nos corresponde a cada uno 167,75 pesetas. Yo soy el encargado de la recaudación1334. Ignacio Pinazo Martínez trabajaba como escultor y colaboraba a menudo con el Museo de Reproducciones Artísticas, donde Mélida era director. Llama la atención la ausencia de respaldo financiero institucional en un gesto conmemorativo como éste en el que tuvieron que hacerse cargo de los gastos a título individual. Evidencia todavía un funcionamiento todavía lento y poco estructurado por parte de las distintas instituciones participantes en las excavaciones. Ni la Comisión Ejecutiva, ni el ayuntamiento de Soria, ni el propio Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes financiaron los bustos. Se trataba de una muestra más de que la iniciativa privada y el mecenazgo seguían estando presentes ante la lenta estructura institucional, que daba sus primeros pasos en el campo de la arqueología española. Venía a ser una suscripción como la que sería aplicada en el caso de la colección Vives1335, pero con menor número de participantes.

DE LA TOPOGRAFÍA DE NUMANCIA A LA INAUGURACIÓN DEL

M USEO N UMANTINO (1916-1920)

En la Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades publicada en 1918 y correspondiente a los trabajos realizados entre 1916 y 1917, incluida entre las memorias numeradas entre el 15 y el 21, José Ramón Mélida puso al día los descubrimientos llevados a cabo en Numancia. Hasta la fecha, la Comisión encargada de las excavaciones había puesto al descubierto más de la mitad occidental de las ruinas de la ciudad en la meseta del Cerro de Garray. Lo exhumado permitió a Mélida apreciar a grandes rasgos la fisonomía urbana de Numancia, formada por diecinueve calles y veinte manzanas, casi todas rectangulares. Un plano levantado por el arquitecto y vocal-secretario de la Comisión Manuel Aníbal Álvarez1336 reflejaba al detalle la disposición urbanística de Numancia y su situación topográfica. Una de las iniciativas más destacadas de la Comisión fue la de solicitar fotografías aéreas, técnica que apenas tenía 10 años de vida en Europa1337, del yacimiento a aviadores militares con ocasión de las prácticas en aquellos campos de la Escuela de Tiro, petición a la que accedieron el día 22 de agosto de 19171338. Entre 1916 y 1917, la Comisión consiguió completar el descubrimiento de la parte correspondiente a la zona Noroeste de la meseta del Cerro, que comprendía seis manzanas de casas y seis calles1339. En general se advirtió una disposición de las ruinas similar a las anteriormente halladas: manzanas rectangulares de tamaño parecido, cuyo eje mayor iba de Este a Oeste; idéntica ubicación de los cimientos y muros de sillarejo; iguales calles ibéricas, con toscos cantos alineados en los bordes, y cantos grandes en medio del arroyo para servir de pasaderas. Sobre el nivel de casas celtibéricas, las casas romanas, 1334 1335 1336

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Carta conservada en el archivo histórico documental del Museo Cerralbo. Vid. infra página 327 y ss. En el plano de Aníbal Álvarez también colaboraron los arquitectos Félix Hernández y José María Rodríguez. Para la ubicación de calles y manzanas, véase figura 36. La fotografía aérea se remonta a 1858, cuando el fotógrafo parisiense Gaspard Felix Tournachon tomó fotos aéreas de la capital francesa desde un globo. No tardaría en ser utilizada la fotografía áerea con fines militares. Ya en 1891, Charles Close (teniente británico destinado en La India) sugirió la idea de fotografiar yacimientos arqueológicos del país asiático desde aparatos similares, pero el proyecto acabó siendo abortado. Finalmente, en 1906, fueron realizadas las primeras fotos aéreas arqueológicas por el teniente Sharpe desde un globo militar. El lugar elegido fue Stonehenge. Más información sobre el desarrollo de esta nueva disciplina desde principios de siglo en DANIEL (1987: 278-285). Desde un biplano M. Farman número 16, pilotado por el capitán de infantería Joaquín Gallarza, que llevaba de observador al capitán de Estado Mayor Luis Gonzalo Victoria, se tomaron las fotografías requeridas por la Comisión. Detallada información sobre la disposición de las calles celtibéricas y romanas en MÉLIDA ALINARI (1918i: 5).

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de trazado más regular y aceras de piedras ligeramente labradas. Desde el punto de vista topográfico, Mélida advirtió que los romanos debieron de recrecer el piso de la ciudad para subsanar la depresión que el terreno presentaba. En las excavaciones, resultaba evidente este fenómeno tras constatar que el fondo celtibérico y el nivel romano estaban separados por cuatro metros de espesor. Un asunto provincial afectó a la operativa museográfica soriana en enero de 1917. Mélida había emitido un informe de consulta para resolver cuál debía ser el paradero de unas armas1340 halladas tras la demolición del cerro y castillo de San Esteban de Gormaz, en la provincia de Soria. Tras la consulta a la Junta Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos, el Ministerio de Instrucción Pública decidió se haga entrega de esas piezas a la expresada Comisión Provincial de Monumentos de Soria1341. En la misma memoria de 1918 dio cuenta Mélida de más hallazgos de cuevas o bodegas excavadas en el suelo de las casas celtibéricas y a una profundidad de entre un metro y medio y dos metros. En todas ellas se hallaron los ladrillos caídos, y en su mayoría pulverizados, y las vigas quemadas de la techumbre llenándolas con sus escombros, producto del hundimiento y del memorable incendio de la ciudad, y debajo la cerámica, entre la que no han faltado las tinajas, colocadas al fondo o a los lados y, por supuesto, rotas en la catástrofe1342. Se hacía bastante apreciable la situación de las cuevas en las casas o, por lo menos, en las manzanas, pues casi todas estaban junto a las calles, acaso para darles luz, acaso para que fuera más fácil introducir en ellas las provisiones o virtuallas que allí almacenasen1343. En cuanto a las casas romanas de Numancia, Mélida puso de manifiesto la ausencia en ellas de los clásicos caracteres de época romana: no había atrio, ni peristilo. La única excepción la ponía una casa de la manzana XVIII, que conservaba los arranques de las columnas, rodeando un espacio triangular, correspondiente, según él, a un atrio corintio. Pero Mélida puso de manifiesto que las casas romanas habían sido construídas con arreglo a las costumbres indígenas, como la de contar con pozos circulares de dos metros y medio de profundidad revestidos con sillarejos en toda la superficie cilíndrica de la perforación. La llamada manzana XXI fue otro de los objetivos de la Comisión en la presente campaña. En ella aparecieron, por primera vez desde que se iniciaron los trabajos, fragmentos y tramos de arquitectura típicamente romana: peristilos, columnas, piezas de cantería. Aunque no se encontró rastro alguno de mosaicos ni de mármoles, Mélida se refirió a estos hallazgos1344 como los mejores en su género descubiertos en la ciudad. La traza de los dos peristilos describía una forma rectangular y las columnas de granito, y bien labradas, pertenecían al orden toscano. De los ejemplares prehistóricos encontrados en Numancia durante las campañas de 1916 y 1917 dio cuenta Mélida en la memoria de 1918. Hizo referencia a varias hachas de anfibolita o basalto, todas ellas planas y muy bien pulimentadas, que fechó en el período Eneolítico. Aparecieron entre las ruinas celtibéricas, fenómeno para el que encontró Mélida dos posibles explicaciones: los celtíberos guardaban, por la antiquísima superstición de las piedras de rayo, esas hachas de sus antecesores prehistóricos, o los constructores romanos, al remover las tierras del cerro, sacaron y dejaron entre ellas esos instrumentos, como las demás piezas del ajuar celtibérico1345. Por otra parte, el 23 de agosto de 1916 apareció una piedra arenisca, que presentaba dos caras casi cuadradas, en una de las cuales podían apreciarse hasta ocho figuras entre humanas y reptiles. Mélida aseguraba que existía un parentesco directo de estos grabados con algunas pinturas neolíticas. Curiosamente, esta piedra sufrió en época posterior la apertura de dos surcos profundos, longitudinales, utilizados como molde de piezas posiblemente de bronce. Otros hallazgos verificados 1340

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Se conserva una relación de los objetos recogidos por Narciso Sentenach procedentes de las excavaciones en el castillo de Gormaz, en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares con la signatura 31/6954, pliego de “Soria, Museo Numantino, hasta 1926”. Minuta del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, del 29 de enero de 1917, conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares con la signatura 31/6954, pliego de “Soria, Museo Numantino, hasta 1926”. Además, conservan diferentes misivas y oficios con la firma de la Junta Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos, de Mélida, etc. MÉLIDA ALINARI (1918i: 5). MÉLIDA ALINARI (1918i: 6). La planta de las construcciones descubiertas en MÉLIDA ALINARI (1918i: 10-11). MÉLIDA ALINARI (1918i: 12).

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en las mismas campañas se refirieron a algunos vasos de barro1346 fabricados a mano, considerados de la Edad de Bronce. Entre los objetos y figuras de barro recogidos por la Comisión en las citadas campañas de 1916 y 1917 Mélida aludió a los siguientes: un vaso en forma de jabalí, modelado con bastante espíritu y que no desmiente una tradición grecopúnica1347; figurillas humanas de imperfecto modelado, calificado por Mélida como infantil; un pie izquierdo en barro aparecido a tres metros de profundidad, cuya pierna fue descubierta en 1917. Ambas podían proceder de un contexto votivo, como apuntó el arqueólogo madrileño. Como en años anteriores siguieron apareciendo bolas de barro, rojas o negras, decoradas con zonas punteadas y círculos concéntricos incisos, además de fichas o piezas circulares. De entre los objetos de bronce recuperados en las excavaciones, Mélida llamó la atención sobre tres fíbulas esmaltadas1348, una trapezoidal y dos circulares. A una de las fíbulas circulares se refirió, destacando su carácter oriental y combinación de colores, para reflexionar sobre las artes decorativas: En Egipto y Oriente es donde en la antigüedad se desarrolló, con la industria del vidrio, la del esmalte. De los orientales lo tomaron los celtas, de cuyos esmaltes aplicados a la joyería ha tratado M. Déchelette. De todo ello debemos deducir que, o por el elemento céltico de la población indígena, o por la reconocida influencia oriental, debe justificarse la presencia en Numancia de piezas esmaltadas1349. Mélida volvió a mostrar su faceta más ecléctica, articulando influencias varias para el caso de la cultura material numantina. No condicionaba sus teorías a prejuicios ajenos a la Arqueología, como el racista, el político o el nacionalista, y se basaba en evidencias histórico-arqueológicas. De ahí que sus planteamientos fueran tan versátiles. Bocados y espuelas de caballo de época celtibérica completaban el lote de piezas metálicas. Los bocados habían sido localizados en tierras de la propiedad de Luis de Marichalar, Vizconde de Eza, quien los entregó en donación al Museo Numantino. De época romana, hizo mención Mélida de un fragmento de brazo encontrado en la manzana XVI, de una estatua que asoció a una deidad del templo. También fue descubierta una piedra perteneciente a un anillo signatario, en la manzana XIX. Otros objetos de época romana fueron punzones, estiletes, posibles instrumentos de cirugía y fragmentos de terra sigillata. Uno de ellos con la inscripción ACCETIS OPPIDA1350, que Mélida interpretó como una orden transimitida por el mismo Escipión para que alguno de sus generales atacara o sitiara el lugar. Opinaba que el general debió de cumplir su misión, ya que el asaltante perdió el documento dentro de la ciudad. Fueron pocas las monedas localizadas en la ciudad de Numancia: algunas de plata de la época de Tiberio; monedas de bronce de época de Augusto, Tiberio, Germánico, Nerón, Trajano y Adriano. En otro orden de cosas, cabe señalar el descubrimiento en la manzana XIII de restos arquitectónicos pertenecientes a época visigoda. Entre ellos, un capitel y una basa. Existía, además, una pila bautismal en la cercana Ermita de los Mártires, situada en la ladera septentrional del cerro. Mélida se preguntaba si los restos localizados podían estar emparentados con la primitiva ermita y opinaba que debía de haber existido un santuario anterior a la Ermita de los Mártires del siglo XIII construido durante la dominación visigoda. El día 18 de septiembre de 1919 José Ramón Mélida pronunció el discurso1351 inaugural del recién estrenado Museo Numantino1352 ante Su Majestad el Rey Alfonso XIII. Las crónicas de la época1353 informaron de que a las 5 de la tarde del día 17 de septiembre había llegado el Rey Don Alfonso XIII, 1346 1347 1348 1349 1350 1351

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MÉLIDA ALINARI (1918i: 13-14). MÉLIDA ALINARI (1918i: 16). MÉLIDA ALINARI (1918i: 18-19). MÉLIDA ALINARI (1918i: 19). Elucubraciones en torno a este epígrafe en MÉLIDA ALINARI (1918i: 21). MÉLIDA ALINARI (1919a). El mismo discurso apareció también publicado en la revista Raza española (nº 10, 1919: 63-74). La prensa local se hizo asimismo eco del evento en el diario Noticiero de Soria, con un artículo titulado “El Museo Numantino. Su inauguración oficial”. Se trata de un recorte conservado en el expediente de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional. Sobre la designación de Mélida para representar a la Real Academia de la Historia en la inauguración del Museo Numantino, ÁLVAREZ-SANCHÍS y CARDITO (2000: 365-366, sig. CASO/9/7973/75(1) y CASO/9/7973/75(5). La documentación referente a las actas de entrega del edificio se encuentra en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/6954, pliego titulado “Soria (Museo Numantino) hasta 1926”. Vid. MÉLIDA ALINARI (1919b). En una carta fechada el 27 de septiembre de 1919 y enviada por Mélida a Juan Pérez de Guzmán

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acompañado del Ministro de Instrucción Pública, José del Prado y Palacios1354, y del Vizconde de Eza. Mélida, como presidente de la Comisión de Excavaciones, fue el encargado de acompañar al monarca y a las autoridades mientras les explicaba de manera informal, y con la ayuda del vocal de la Comisión Manuel González Simancas, los pormenores del yacimiento. Al día siguiente a las once de la mañana tuvo lugar en la sala romana del Museo Numantino de Soria el acto oficial por el que quedaba inaugurado el Museo. El discurso leído por Mélida aquel 18 de septiembre llevaba implícitos varios mensajes. Primeramente, tuvo unas palabras de alabanza para con la Monarquía en la que señalaba al reinado de Alfonso XIII como la era dichosa de las excavaciones arqueológicas en los anales de las ciencias históricas españolas1355, subrayando incluso los esfuerzos arqueológico-culturales de anteriores monarcas como Carlos III y su patrocinio en excavaciones como las de Pompeya y Herculano. En el plano nacionalista, volvió a la exaltación patriótica del heroísmo y la gesta numantina que en tantas publicaciones había puesto de manifiesto, y de la que también fue partícipe Gómez Santacruz, en su otro discurso de inauguración. Pero esta vez, Mélida incorporó en sus palabras un componente nuevo cuando afirmó que hay algo superior a las contingencias de la vida de las naciones. Las ideas son más fuertes y perdurables que las generaciones; no mueren con los hombres que les dan su primera forma; otros vienen que les dan nueva finalidad1356. Aludía Mélida, con estas palabras, a una herencia genética que los numantinos habían legado a los españoles y enlazaba, en cierta manera, con el modelo posromántico y nacionalista que Schulten había proyectado sobre Numancia desde la óptica germana. El alemán tendió un puente entre la historia y las raíces de los sentimientos del pueblo. Y lo hizo para poder dar explicación al presente en un continuum que los años han ido depositando en el alma popular como un poso que ofrece la quintaesencia más genuina de este Volkgeist (alma popular) de los viejos románticos1357. Mélida adaptó los planteamientos germanófilos de su colega germano a la Numancia hispana desde un prisma patriótico hispano acorde con lo que la concurrencia deseaba escuchar. Valiéndose de giros retóricos y un lenguaje grandilocuente, moldeó el discurso al gusto de los asistentes, consciente de que la continuidad de las excavaciones en Numancia dependía de los fondos del Gobierno. De hecho, sólo al final del discurso se refirió a la parte estrictamente científicoarqueológica de las excavaciones de Numancia. Otros discursos fueron los pronunciados por el Santiago Gómez Santacruz, abad de Soria, y por el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, José Del Prado y Palacios. El correspondiente al primero estuvo teñido por un tono declamador y altisonante, poniendo de manifiesto la intención de que el Museo fuera templo y escuela: escuela de patriotismo, templo donde cuantos entraran se sintieran impulsados irresistiblemente a admirar con veneración la grandeza incomparable de la nación española1358. Gómez Santacruz convirtió su discurso en un auténtico panegírico del pueblo numantino, saliendo en defensa de un patriotismo historicista que recordaba a la concepción unitaria de la patria y la fidelidad al rey preconizadas por el estamento militar de la época: Que los numantinos fueron los más bravos, más nobles y más leales de cuantos hombres conoció Roma dominadora del mundo, lo reconoce la Historia, aun la escrita por los mismos romanos. Y si para aminorar sus méritos y justificar el injustificable proceder de Roma con Numancia, algunos de sus historiadores llaman salvajes y feroces a sus hijos, en este Museo podrá ver el más miope un pueblo que edifica ciudades, trabaja bronces, hierros y arcillas (...) ni fue ni pudo ser un pueblo feroz ni salvaje (...)1359.

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y Gallo (Secretario de la Academia de la Historia) el madrileño remitió el discurso leído ante el Rey en la inauguración del Museo Numantino, al que antepuso y añadió el discurso de Gómez Santa Cruz. Acabó siendo publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 75, 358-366). Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes entre el 20 de julio de 1919 y el 12 de diciembre de 1919. Fue sustituido en el cargo por Natalio Rivas Santiago. MÉLIDA ALINARI (1919a: 5). MÉLIDA ALINARI (1919a: 6). OLMOS (1991: 137). MÉLIDA ALINARI (1920a: 19). MÉLIDA ALINARI (1920a: 19).

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Por su parte, José Del Prado y Palacios mantuvo el tono retórico y la oratoria de Gómez Santacruz en su discurso1360, cumpliendo así con el protocolo previsto y dando por inaugurado el Museo Numantino de Soria. El arquitecto Manuel Aníbal Álvarez, a la sazón secretario de la Comisión de Excavaciones, había sido el encargado de los planos y la dirección de la obra; y Blas Taracena, nombrado miembro del Cuerpo Facultativo en julio de 1915, había sido designado director del Museo con tan sólo veinticuatro años. Se cumplía así el objetivo de reunir en un museo monográfico los materiales recogidos desde que se iniciaron los trabajos en 1906. En ese mismo año había empezado a formarse un museo en Garray. De esta primera modesta acumulación de materiales se pasó en 1908 a un salón ubicado en la ciudad de Soria que tuvo la cortesía de ceder la Diputación Provincial, y del que se hizo cargo el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Ya en 1909, reflejaba Mélida en una de sus publicaciones cómo se empezó a concebir este proyecto de museo: El botín arqueológico de nuestra campaña llenó primeramente una especie de choza, donde hábilmente se reconstituían las piezas cerámicas, compaginando y pegando sus pedazos, que entre la tierra y las cenizas aparecieron dispersos (...) embrión de un Museo Numantino, visitado y celebrado por cuantas personas vinieron a ver las ruinas (...) museo único en su género en España (...) primero que aquí se forma exclusivamente con el fruto de unas excavaciones, como los de Olimpia y Delfos, en Grecia1361.

Efectivamente, Mélida se había fijado en la manera de proceder de los alemanes cuando visitó sus museos monográficos en su viaje de 1898 a bordo del Senegal y quiso proyectar la idea en Numancia cuando tuvo un caudal de piezas suficiente y cuando contó con el respaldo institucional necesario. La construcción del edificio que albergó el Museo Numantino había sido costeada por Ramón Benito Aceña, fallecido en 1916. Este ilustre soriano fue el responsable además de dotar al museo con las correspondientes vitrinas. Conviene recordar que en una carta escrita por Mélida a Juan Pérez de Guzmán y Gallo (secretario de la Real Academia de la Historia) el 16 de diciembre de 1916 puso al corriente a los académicos de la Historia de la muerte el día 11 de diciembre del senador soriano Ramón Benito Aceña, destacado promotor en la puesta en marcha de las excavaciones de Numancia diez años antes. En la citada carta, el arqueólogo madrileño propuso la publicación de un artículo que homenajeara la figura de este ilustre soriano y aprovechaba para plantear la sustitución del fallecido como Vocal de la Comisión Ejecutiva de las Excavaciones de Numancia, considerando que el Vizconde de Eza era la persona idónea. En una de sus publicaciones, lamentaba Mélida que Aceña hubiera muerto sin lograr su gran deseo de hacer entrega a la Nación del hermoso edificio que, para Museo Numantino, a sus expensas, hizo construir en Soria, según los planos del arquitecto y secretario de la Comisión don Manuel Aníbal Álvarez1362. Había fallecido el senador soriano Ramón Benito Aceña a los 86 años y la necrológica apareció finalmente en el nº 70 del Boletín de la Real Academia de la Historia, y en ella halagó el patriotismo y el altruísmo demostrado por Aceña, condiscípulo y amigo de Cánovas del Castillo, al poner sus medios de fortuna al servicio del progreso y de las glorias de su tierra natal, y de la Nación1363. Realmente, al poco tiempo del comienzo de las excavaciones la Comisión ya había organizado la recopilación de las piezas arqueológicas de cara a la formación de un futuro museo monográfico, como reconocía Mélida en 1907: Una habitación, que al propósito ha sido cedida a la comisión de Garray, y a lo cual denominan ya las gentes de allí, y los aficionados de Soria, el Museo, nombre que responde al deseo de que se forme allí mismo en Numancia, junto a las ruinas, un Museo Numantino. Dicha colección y las ruinas son ya muy visitadas por viajeros y curiosos1364. Como era lógico, la cerámica formaba el grueso de la cultura material rescatada1365. 1360 1361 1362 1363 1364 1365

MÉLIDA ALINARI (1920a: 28-29). MÉLIDA ALINARI (1909a: 124). MÉLIDA ALINARI (1918i: 23). MÉLIDA ALINARI (1917c: 92). MÉLIDA ALINARI (1917c: 14). Cfr. MÉLIDA ALINARI (1913c).

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En la larga trayectoria del Museo Numantino, desde su consideración oficiosa hasta su inauguración oficial en 1919, éste se fue nutriendo de materiales del yacimiento, hecho que fue incluso puesto en duda por algún comentario publicado en la prensa. Así lo denunció Mélida el día 3 de septiembre de 1912 en El Correo en una de sus entregas de la serie Numantina: Y bueno será decir, para desvanecer algunas especies equivocadas que han circulado recientemente por la prensa, que cuanto contiene este Museo –miles de piezas– se debe exclusivamente a las excavaciones a que me refiero. Tras la inauguración del Museo en 1919, las colecciones quedaron expuestas en tres grandes salas. En total, 15.000 objetos. La primera incluía desde la Prehistoria hasta los primeros tiempos de la Edad de los Metales. Podían contemplarse en esta sala las reliquias de la Numancia celtibérica: restos óseos, ladrillos quemados, cenizas1366, cerámica de manufactura local, utensilios varios y armas. La sala segunda agrupaba lo que llamaba Mélida objetos del arte ibérico y constituía la sala más valiosa del Museo. La mayor parte del material expuesto correspondía a cerámica, a la que se añadían figurillas de barro, fíbulas y cuentas de collar. En la tercera y última sala podían contemplarse los objetos romanos, entre los que figuraban armas de los sitiadores, un brazo de bronce y documentos epigráficos como aras votivas. Pero no todo el material recuperado de entre las ruinas de Numancia fue custodiado por el Museo Numantino. Hasta 1920 el Museo Arqueológico Nacional apenas contaba con una exigua colección de piezas numantinas encontradas en 1905 por Schulten. Mélida planteó una solución intermedia que consistía en que aquellos objetos considerados duplicados en el Museo Numantino pasaran al Museo Arqueológico Nacional. Su idea fue bien acogida y una Real Orden de 20 de agosto de 1920 determinó que fuera seleccionado un lote de piezas entre los directores del Museo Numantino, Blas Taracena, y de la Comisión de Excavaciones, José Ramón Mélida. Al final, 293 piezas fueron transferidas al Museo de la capital1367. Entre Mélida y Blas Taracena redactaron la memoria correspondiente a las excavaciones llevadas a cabo en Numancia entre 1919 y 1920. El primero lo hizo en calidad de delegado-director de las excavaciones y el segundo como vocal de la Comisión Ejecutiva de las Excavaciones. Dicha memoria venía precedida de una sugerente acuarela pintada por el vocal de la Comisión de Excavaciones, Manuel González Simancas1368, en la que podían apreciarse los restos del incendio localizados durante la última campaña. En lo meramente arqueológico, la Comisión centró sus trabajos de 1919 y 1920 en la parte meridional de la meseta ocupada por la ciudad de Numancia, que se correspondía con lo que la Comisión identificó como manzana I y que presentaba una traza rectangular e irregular. Junto a ella fue localizada una especie de plaza empedrada, de las pocas que había en Numancia. Entre las estructuras exhumadas llamó la atención de Mélida un muro de sillarejos que debió de pertenecer al material aprovechado de las construcciones ibéricas y en el que aparecían grabadas cruces swásticas. A finales de julio de 1918 los trabajos de la Comisión se habían centrado en interpretar la superposición de niveles romanos sobre niveles ibéricos contiguos a la calle que limitaba con la manzana I por su lado noreste, bautizada como calle A. Mélida desmenuzó en esta memoria los pormenores constructivos de las edificaciones de Numancia y la compleja articulación de sus calles y manzanas, haciendo alarde de sus conocimientos arquitectónicos y de un rigor fuera de lo común1369. Localizó un patio cerrado por cuatro muros, de muy buena construcción romana, de sillería. Y en su interior se hallaron trozos de fuste de columna. También detectó tres peristilos para los que propuso la siguiente reconstrucción: un patio rodeado de construcciones “en las que desempeñaron principal papel los pilares cuadrados y equidistantes que se intercalan en la sillería de los muros y las columnas toscanas que se alzaban sobre los pedestales cúbicos aislados1370. Estas tres construcciones romanas eran de dos pisos. Mención especial merece 1366

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Como muestra, cabe destacar que el Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia posee un frasco de cristal que contiene cenizas de Numancia, además de pequeñas cantidades de cenizas envueltas en papel de periódico. Cfr. ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 328, piezas 659-662). Vid. infra Apéndice III. También publicó interesantes dibujos sobre las fortificaciones de Numancia, véase GONZÁLEZ SIMANCAS, (1926: lám. I-XVI). Vid. MÉLIDA ALINARI (1920a: 6-10). MÉLIDA ALINARI (1920a: 8).

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una sortija de cobre, con su piedra grabada, en la que se representa un toro y que a juicio del arqueólogo madrileño fue producto importado por el comercio cartaginés. De época romana apenas fueron halladas alguna fíbula de bronce, punzones, agujas, cerámica y monedas de bronce imperiales y autónomas.

CULTURA MATERIAL PROTOHISTÓRICA Y ROMANA. URBANISMO (1920-1921) El objetivo de la campaña arqueológica comprendida entre 19201371 y 1921 fue la documentación de estructuras urbanísticas de la manzana primera y la llamada calle “U”, en dirección a Oriente, labor que se inició el primer día de julio de 1920 y duró hasta mediados de septiembre de ese mismo año. La Comisión pudo verificar que la referida calle incluía un nivel romano, de trazado regular rectilíneo, por encima de una tortuosa calle celtibérica a las que separaba un relleno de cenizas y escombros. Además, aparecieron tres cuevas similares a las localizadas en campañas anteriores y restos de contrucción varios, como lo del pavimento de habitaciones, formadas de losetas y lajas irregulares bajo las cuales se documentó algún enterramiento infantil. Mélida se preguntaba si en los largos días en que estuvo sitiada Numancia sus habitantes se vieran precisados a dar sepultura en sus propias casas a los seres queridos1372. En el apartado de antigüedades romanas, la Comisión dio cuenta de cerámica sigillata, llamada entonces barro saguntino, vasos de vidrio, fíbulas, punzones de hierro (stylus); puntas de pilum, monedas. Entre la correspondencia que Mélida mantuvo con uno de los miembros de la comisión, destaca una carta que éste le envió al Marqués de Cerralbo el 28 de julio de 1920, en la que le comunicó lo siguiente: En estas excavaciones, reanudadas a primero de mes, estamos con siete obreros nada más, de modo que avanzamos poco todavía y los hallazgos son escasos. Han salido algunas fíbulas del tipo de La Tène y curiosos instrumentos de hierro, además de cascos cerámicos, como es aquí constante. Espero se cobre a primeros de agosto la consignación y contar para entonces con más gente, todo lo cual permitirá intensificar los trabajos1373.

Los trabajos de la Comisión continuaron en 1921, siendo éstos publicados en la Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades en 1923. Siguiendo lo emprendido en la campaña anterior, la Comisión se centró en completar la exhumación de estructuras en la llamada manzana I y en las calles que la limitaban. Asimismo, se procedió a excavar el peristilo de una casa romana, en la que aparecieron dos habitaciones, juntas e independientes. Una de ellas, pensó Mélida que podía tratarse del triclinio, basándose en las proporciones y en su situación contigua al peristilo. Bajo los niveles romanos aparecieron los restos de una casa anterior ibérica, con sus columnas y soportes de piedra. En cuanto a los objetos hallados durante la campaña de 1921, destacó Mélida varias monedas romanas, fíbulas, puntas de dardo, hojas de puñal, cuchillos, una llave de hierro, placas de cinturón, fragmentos de tegulae, sigillata, punzones, cerámicas varias, etc1374. Mención especial hizo de una sortija de cobre de época romana, que llevaba engastada un ágata con dos amorcillos grabados; y un grupo de quince proyectiles de plomo del tipo glans que apareció, a diferencia del resto, en el nivel ibérico, lo que prueba que fueron lanzados por los sitiadores y cayeron en esa calle de la vertiente, que por ser suave consistió de seguro subir a la infantería romana1375. Entre el material óseo documentado, volvió a referirse Mélida a los huesos humanos carbonizados de los héroes numantinos que, juntamente con los restos de sus animales domésticos (...) aparecen revueltos y maltrechos, haciendo patente la épica catástrofe que con vivos colores pinta la Historia1376. 1371

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Documentación variada sobre las excavaciones de Numancia durante 1920 en la caja 1038, legajo 10.147-15, en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares. MÉLIDA ALINARI y TARACENA (1921: 4). Carta conservada en el archivo histórico documental del Museo Cerralbo. MÉLIDA ALINARI y TARACENA (1923: 6-12). MÉLIDA ALINARI y TARACENA (1923: 6). MÉLIDA ALINARI y TARACENA (1923: 7).

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Se percibe en Mélida una consideración de la faceta artística numantina más positiva que en anteriores artículos y memorias, cuando hizo referencia al progreso y la variedad de productos a que llegó la industria numantina del barro. Reconocía en algunas piezas la expresión del sentimiento artístico numantino, concediéndole así una facultad, la artística, que tiempo atrás había sido puesta en duda por aquellos arqueólogos e historiadores difusionistas a los que el arte ibérico se les presentaba como una realidad difícil de digerir. Desde 1912, la Comisión había efectuado exploraciones en aquellos lugares que consideró aptos para el emplazamiento de cualquier clase de construcciones, en un radio de cerca de un kilómetro desde la periferia del Cerro. Tras la escasa localización de restos urbanísticos (apenas una calle al Sur del cementerio de Garray) Mélida pudo verificar que la ciudad de Numancia no debió de ser más extensa que la meseta del Cerro de la Muela y parte de sus vertientes: Numancia debió de ocupar un espacio irregular de forma elipsoidal, cuyos ejes mayores fueran de unos 1.000 y 450 metros, lo que daría un perímetro aproximado de unos 3.500 metros de extensión, cifra cercana pero algo inferior a los 24 estadios que dice Apiano tenía de circunferencia, puesto que caso de ser el estadio alejandrino, es decir, el de 184 metros, daría una longitud de 4.416 metros1377. En la presente memoria, la Comisión informó de otros hallazgos de estructuras y de cultura material pertenecientes a distintas épocas en las inmediaciones de la ciudad1378.

UN ENIGMA SIN RESOLVER: LA NECRÓPOLIS DE N UMANCIA El episodio más controvertido en cuanto a la resolución de los trabajos arqueológicos practicados en Numancia tuvo como protagonista a la necrópolis y a algunas estructuras difíciles de interpretar. Ya desde las primeras remociones de tierra, la localización de aquella fue planteada como prioritaria por los miembros de la Comisión. Sin embargo, nunca conseguirían materializar su deseo de dar con ella y hasta 1993 no pudo verificarse su definitiva ubicación1379. Fue en la ladera Sur de Numancia gracias a Alfredo Jimeno, que fue alertado por Fernando Morales de la remoción del terreno por arqueólogos clandestinos. A lo largo de los veinte años de excavaciones la Comisión tuvo que enfrentarse a la difícil tarea de reconstruir la ciudad de Numancia gracias a la localización de sus espacios principales. Uno de ellos fue la necrópolis, cuya afanada búsqueda por parte de la Comisión se cruzó con el hallazgo de otros espacios y estructuras localizados entre las ruinas de Numancia. En septiembre1380 de 1907 dedicó Mélida un artículo de la serie Numantina a los singulares monumentos que se encontraron extramuros de la ciudad, y de los que dio cuenta también en el “Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando” del mismo año. Su fisonomía, según Mélida, se asemejaba a un género de monumentos megalíticos, formados de piedras brutas1381 –voz bretona: cromlech, que significa piedra sagrada– del que se preguntaba su fin. Ya en 1906 llegó a sospechar que serían sepulturas. Sin embargo, en las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en 1907 sólo pudieron documentarse pedacillos de carbón y cerámica. Especuló sobre la filiación céltica de estas estructuras, albergando la posibilidad de que se tratara de templos numantinos1382. Éste último hecho lo relacionó con el hallazgo de dos aras, una dedicada a Júpiter y otra a Marte en 1860. En el momento de publicarse este artículo todavía no había indicios de templo ibérico alguno intramuros, con lo que Mélida consideraba bastante verosímil que el templo se encontrase fuera de la ciudad. Esta idea la reforzó con el paralelo que encontró en pueblos orientales y griegos, cuyos famosos santuarios eran centros apartados de las ciudades; mientras que era práctica latina, relacionada con el culto a los Penates o dioses domésticos, elevar templos entre las propias casas. 1377 1378 1379 1380 1381 1382

MÉLIDA ALINARI y TARACENA (1923: 13). MÉLIDA ALINARI y TARACENA (1923: 13-16). J IMENO MARTÍNEZ (2001: 244-246). El recorte del artículo no conserva el día exacto de la publicación pero sí otros datos: NUM. 9824, AÑO XXVII. Para conocer sus dimensiones y aspectos formales véase JIMENO (1993: 128). MÉLIDA ALINARI (1908a: 22-30).

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Creía Mélida que dichos recintos eran los templos de los arúspices numantinos y que los recintos pequeños acaso eran templos pertenecientes cada uno a una tribu o barrio de la ciudad. Sin embargo, resultó clave la localización de la necrópolis numantina en 1993 en la misma zona que fueron localizadas estas sospechosas estructuras, para replantearse la relación entre los dos tipos de construcciones: necrópolis y círculos de piedra1383. Respecto a la segunda construcción, hubo quien, como el médico soriano Mariano Íñiguez, pensó en 19191384 que los círculos de piedra serían expositorios de enfermos. Sobre la obra de este autor titulada Numancia y la medicina en la antigua Iberia1385, publicó una recensión Mélida en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando durante el año de 1919. Tomando como base los descubrimientos realizados por la Comisión discurrió con erudición acerca de los procedimientos empleados por los celtíberos para la curación de enfermedades, como la antigua costumbre de que habló Estrabón, de exponer en los caminos a los enfermos lánguidos, para que si algún viandante entendía de tales enfermedades confiarlos a la gracia de un arte médica. Íñiguez señalaba como posibles amuletos de virtud curativa algunos objetos encontrados, como bolas de barro, y fundaba sus hipótesis en las supersticiones subsistentes fundadas en objetos análogos, piedras o frutos. Estudió además los instrumentos quirúrgicos, de piedra, bronce y hueso descubiertos en Numancia. Nada se supo entonces de la necrópolis de Numancia, cuya localización fue verificada en 1993 con el hallazgo de 47 tumbas y sus respectivos ajuares1386. Incluso, la propia Comisión de Excavaciones llegó a realizar un amplio programa de sondeos en un número aproximado de 50 para localizar la necrópolis, sin resultados satisfactorios. Entre la correspondencia que Mélida mantuvo con sus colegas galos destaca una carta1387 escrita en francés por L. Joulin, de la Société de Antiquaries de France1388, fechada el día 8 de octubre de 1907, en la localidad francesa de Blois. Éste hablaba de los descubrimientos en el Noroeste de la Península y citaba las excavaciones de Numancia indicando el interés que tendría encontrar la necrópolis prerromana, lo que pone en evidencia la importancia que el arqueólogo madrileño concedía a su localización y su intercambio de pareceres con otros colegas como L. Joulin. En 1914 tuvieron lugar varios hallazgos interesantes al respecto: se localizaron unos bocados de caballo ibéricos en una finca del Vizconde de Eza, que donó las piezas al Museo Numantino. El descubrimiento puso a Mélida en la pista de una posible necrópolis ya que eran objetos habituales en necrópolis celtibéricas. Se llegaron a hacer hasta ocho zanjas al Este de la ciudad, entre el llano que se encuentra cerca del río Merdancho y la ladera próxima a la finca del Vizconde. Pero sin resultado alguno, como Mélida hizo saber por carta fechada el 6 de agosto de 1915 al Marqués de Cerralbo: continuamos las excavaciones con suerte varia, pues nuestros esfuerzos por encontrar la necrópolis no han dado hasta el presente feliz resultado1389. Sólo atalajes y huesos de caballos que hicieron especular a Mélida con la posibilidad de que se tratara del lugar destinado a cuadras y establos. Paradójicamente, fue éste el lugar en el que acabaría confirmándose la presencia de la necrópolis numantina. La Comisión estuvo sobre la pista correcta pero sin las evidencias definitivas para poder afirmar con seguridad que habían localizado la necrópolis. Se da la coincidencia que incluso en la actualidad, de las 155 tumbas localizadas, sólo han sido recuperados 17 recipientes cerámicos, un material frecuentemente abundante en las necrópolis celtibéricas. Quizás este hecho y la concordancia de bocados de caballo y atalajes con establos o caballerizas desvió la atención de los miembros de la Comisión, distanciándoles del verdadero destino de ese espacio: necrópolis. 1383 1384 1385

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Cfr. J IMENO (1993: 128) y J IMENO ET ALII (1996). Cfr. MÉLIDA ALINARI (1919e: 32). La misma recensión fue publicada en el Boletín de la Real Academia de la Historia (LXXIV, 1919: 296) como consecuencia de que en una de las juntas había sido presentada a la Academia la citada obra. Cfr. J IMENO Y TRANCHO (1996: 39) y J IMENO (1993: 126-132). Se conserva en el expediente de Mélida en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional. Esta sociedad nació en 1814, tras el fracaso de la Academie Celtique, que había sido fundada en 1804. Algunos de los miembros de esta Academia, conscientes de la incapacidad de mantener su actividad en el marco de las exigencias científicas, se fueron apartando de ella hasta constituir la Sociedad Real de Anticuarios de Francia. En 1817, la nueva Sociedad inauguró sus Memoires. Carta conservada en el archivo histórico documental del Museo Cerralbo.

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Igual que en los dos años anteriores, la Comisión llevó a cabo una nueva exploración para descubrir la necrópolis numantina. La iniciativa fue encabezada por el vocal Blas Taracena, director del Museo Numantino. Durante la campaña de 1916 acometió excavaciones en las vertientes septentrionales del cerro, al lado del cementerio y junto a la Ermita de los Mártires, donde sí verificó el descubrimiento de una calle perteneciente a la Numancia celtibérica. En la siguiente campaña de 1917 Taracena centró las excavaciones al pie del Cerro de Garray, en un llano llamado “Molino Viejo”, cuyos terrenos eran de la propiedad del Vizconde de Eza. En este mismo punto había explorado Schulten en busca de un campamento romano, con lo que algunas de estas ruinas quedaron visibles. En definitiva, la necrópolis numantina siguió siendo una incógnita que duraría décadas. Tal como refleja la memoria, los trabajos de 1917 y 1918 aportaron nuevos datos. Cerca de un patio quedó al descubierto una angosta fosa revestida con sillarejos y en cuyo interior apareció el esqueleto de un hombre de unos treinta años de edad, que se sumaba así a las dos sepulturas aparecidas hacía tres años en la zona excavada por Manuel González Simancas. En opinión de Mélida, estas sepulturas no respondían a las costumbres de iberos y romanos pues ni unos ni otros sepultaron en sus casas, como los prehistóricos, sino fuera del poblado y en necrópolis, de las que son bien conocidas las de las tribus de la gente celtíbera a que pertenecieron los numantinos, y cuyo rito no era la inhumación sino la cremación1390; lo que le llevó a especular, sin garantía alguna, con la posibilidad de que se tratara de sepulturas provisionales hechas en los días del sitio de Numancia. En la misma memoria, Blas Taracena dio cuenta de las exploraciones llevadas a cabo para localizar la necrópolis numantina. Entre 1917 y 1918 los resultados habían sido negativos y sólo quedaba la posibilidad de encontrar la necrópolis de la ciudad en la vertiente Norte del Cerro de Garray, en algún lugar próximo al emplazamiento de la ermita románica de los Santos Mártires de Garray. Pero tampoco dieron su fruto y la necrópolis continuó siendo un enigma como si Scipión, con sus campamentos, o los modernos habitantes de Garray con sus viviendas, la hubiesen destruido1391. En la campaña de 1920, y a partir del mes de octubre, fue acometida la exploración arqueológica de la vertiente norte del Cerro de Garray, convencida la Comisión de que sólo prolongaba sus límites del Cerro en esta dirección. Además, se practicaron catas en la vertiente oeste para tratar de localizar, una vez más sin éxito, la necrópolis numantina. Otra de las exploraciones emprendidas incluía un pequeño rectángulo comprendido entre el Duero, Garray, la senda de subida a Numancia y la ermita de Los Mártires. Al excavar este espacio, fueron localizados diez pozos1392 que habían sido manipulados bien en el pasado o en algún momento más reciente, como demostraba el anacronismo de encontrar juntas piezas tan distanciadas como la terra sigillata y una plaquita de plomo medieval. Aparecían amortizados con una mezcla de cenizas, tierra, huesos, fragmentos cerámicos y restos de otros materiales. A juicio de Blas Taracena los pozos no guardaban relación alguna con la ciudad celtibérica, basándose en que la materia prima utilizada era distinta y la manufactura mucho menos ciudadosa. Tampoco advirtió una posible vinculación con la ciudad romana y sí vislumbró la posibilidad de que tuvieran una filiación medieval. Lo único que se atrevió a confirmar fue su función de crematorio.

BALANCE DE DOS DÉCADAS DE EXCAVACIONES. F IN DE LOS TRABAJOS Antes de la campaña de 1923, la dirección general de Bellas Artes tuvo que intervenir para resolver un problema jurídico derivado del régimen en el que se encontraban los obreros que trabajaban en Numancia. Varios oficios1393 hacen referencia a esta curiosa problemática que afectaba a la Comisión, 1390 1391 1392

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MÉLIDA ALINARI (1920a: 9). MÉLIDA ALINARI (1920a: 15). Para conocer el contenido de cada uno de los pozos, véase MÉLIDA ALINARI y TARACENA (1921: 16-24) y MÉLIDA ALINARI y TARACENA (1923: 14-16). Conservados en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, legajo 10.147-2, 10.147-3 y 10.147-4, caja 1038.

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al Instituto Nacional de Previsión, al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y a las cajas de ahorros locales. En cualquier caso, eran los últimos coletazos de las excavaciones acometidas en Numancia ya que con el nuevo Directorio Militar encabezado por Primo de Rivera, Numancia dejó de recibir subvenciones, circunstancia que también afectó al yacimiento de Ampurias o al de San Antonio de Calaceite1394. En el año 1924 salió publicada una nueva memoria acerca de las excavaciones de Numancia, en la que se difundieron, en el apéndide de la misma, las novedades arqueológicas acontecidas durante 1923 y, por otra parte, se hizo un balance global de los trabajos de la Comisión desde que éstos empezaron en 1906. Los trabajos siguieron centrándose, como el año anterior, en el límite meridional de la parte ya exhumada hasta constatar la ausencia de estructuras arquitectónicas que hicieran pensar en una prolongación de lo ya descubierto. Mélida observó que la capa de tierra vegetal de este sector era menos gruesa que la del centro de la ciudad, motivo por el cual se detectó un mayor grado de destrucción en las construcciones de esa zona1395. Y sobre todo, le llamó la atención la manera tan clara en la que se distinguían las dos construcciones de diferente cronología: la celtibérica y la romana. Cerca del límite Sur de la excavación el terreno hacía un escalón de 1,50 metros de profundidad, al que se amoldaron las construcciones ibéricas. De las viviendas celtibéricas excavadas en esta campaña sólo se encontraron intactas las grandes cuevas, de forma prismática, sin abovedamiento alguno, lo que, según Mélida, supone que estuvieron cubiertas en su parte superior por techumbre de madera de pino, cuyos restos carbonizados se han hallado en gran abundancia entre ladrillos pulverizados y la arcilla de las paredes de la vivienda quemada por el fuego que destruyó la ciudad (...) debió imponer el uso de escaleras de mano para poder bajar a su interior1396. Completaban el grupo de material celtibérico localizado: bolas, pesas y husillos de barro. Además, un amplio lote de objetos de adorno entre los que destacaban: anillos de bronce, una sortija, un brazalete, amuletos de bronce en forma de pie calzado y en forma de yugo, pendientes de bronce, una gargantilla con cuentas de pasta vítrea, placas de cinturón, fíbulas, hebillas, botones ornamentales de bronce de una coraza o cinturón de cuero, y un remate de cetro con la forma de dos cabezas de caballo unidas por la grupa. Sobre esta última pieza, dijo Mélida que evidenciaba la organización jerárquica de nuestras tribus aborígenes1397. Se recogieron también multitud de instrumentos como empuñaduras de hueso, piedras de afilar, restos de freno de caballo, clavos, escarpias, una llave supuestamente ibérica, un instrumento musical fabricado con tibias de cabra; y distintas armas, como regatones de lanza, fragmentos de hoja de espada, conteras de funda de espada, puntas de jabalina y puntas de flecha. Según Mélida, la bautizada como calle U en su parte Norte fue el punto de máxima concentración de hallazgos relevantes. El nivel romano de la ciudad de Numancia aportó materiales menos vistosos que los correspondientes al nivel celtibérico. Entre ellos, fragmentos cerámicos, cuatro sortijas de bronce, dos pequeños falos de bronce, varias campanillas, un sello cónico, fíbulas de bronce y plata; y un pequeño hipocampo o caballito de mar de bronce, que Mélida emparentó con uno conservado en el Museo de Péronne (al Este de la ciudad francesa de Amiens) que procedía de la villa de Anteo en Namur, en la Valonia belga, y al que asignó una cronología entre los siglos II y III después de Cristo. Las armas romanas localizadas durante esta campaña estaban constituidas por once puntas de pilum en forma de pirámide de base cuadrada y un proyectil de plomo del tipo glans. La presente memoria incluía un capítulo con información específica sobre la naturaleza y situación del suelo de Numancia1398. Además, dedicaba un apartado al trazado de la ciudad, en el que se 1394 1395

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Cfr. BLÁNQUEZ Y GONZÁLEZ REYERO (2004: 24). Para conocer los detalles urbanísticos de la zona excavada, véase MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 26-27.) Véase también el plano de las ruinas descubiertas en 1923, lámina III. En MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 26). Sobre el proceso de excavación en las cuevas y los hallazgos de su interior, véase MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 32). En MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 30). MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 4-6).

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Primeros trabajos de campo

apreciaba que el llamado casco de la ciudad estaba compuesto de dos largas calles tendidas en el sentido de la longitud de la meseta del cerro; y varias calles transversales –hasta nueve en la parte descubierta– y, a modo de camino de ronda, otras calles (cuatro de ellas visibles), que seguidas una a continuación de otra componían una línea casi paralela a la del perímetro1399. Los individuos de la Comisión llamaron la atención sobre los escasos e incompletos restos de las construcciones celtibéricas, todas ellas pertenecientes a viviendas y ninguna a edificios públicos1400. Otro capítulo estaba dedicado a la Numancia romana, edificada sobre los restos de la Numancia celtíbera. Dichos restos formaban un relleno que desde el punto de vista estratigráfico era considerado el elemento de juicio más importante por la Comisión, ya que establecía con nitidez la separación entre los dos niveles de la ciudad. Los reconstructores romanos habían recrecido el piso de las calles1401 hasta salvar el nivel de aceras y pasaderas y habían construido una ciudad modesta sin la amplitud y solidez de otras ciudades romanas de la Península Ibérica en las que el lujo de los mármoles y mosaicos manifestaba la grandeza y el amor al arte del pueblo romano. A pesar del carácter romano de la ocupación, se advierte una mano indígena y local en las construcciones de esta segunda ciudad, algo mejores en calidad que las de la primera. Por ejemplo, las cuevas o bodegas de época celtibérica fueron sustituidas por silos cuadrados o rectangulares cuyas paredes estaban revestidas de sillarejos. Finalmente, se dedicó un epígrafe a las construcciones iberorromanas1402 y otro a las exploraciones extramuros de la ciudad1403, en los que se localizaron más de una docena de silos, cuyos paralelos más inmediatos se encontraban en yacimientos catalanes, y un núcleo edificado. Tras esta campaña de excavaciones se produjo un corte en las subvenciones de las que se nutría Numancia. El hecho hay que relacionarlo con la política cultural desplegada por el Directorio Militar de Primo de Rivera, cuyo discurso moralizante trataba de derrocar a la vieja política1404. La identificación del nuevo régimen con las culturas clásicas, especialmente la romana, provocó una cierta marginación de yacimientos como Numancia, en beneficio de yacimientos de época romana como Mérida1405, de estructuras arqueológicas más vistosas. Si en 19101406, la subvención de Numancia casi doblaba a la de Mérida, la política primorriverista mostró sus preferencias clásicas sobre las prerromanas. Algo parecido le ocurrió a otras excavaciones como las de Ampurias o el castro de A Cidade, en la localidad orensana de San Ciprián de Las, interrumpidas entre 1924 y 1930, ya que representaban una amenazante identificación con nacionalismos periféricos como el catalán y el gallego1407. Hubieron de retomarse algunos de estos proyectos ya durante la República. En cualquier caso, Mélida fue el arqueólogo que más se benefició de las subvenciones concedidas por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades en el período comprendido entre 1916 y 1934. El arqueólogo madrileño acaparó un 17,7 por ciento de los fondos1408.

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Para el trazado de cada una de las calles descubiertas, véase MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 10-12). Sobre la documentación conservada en la Real Academia de la Historia sobre la Comisión de Monumentos de Soria y los descubrimientos de este año, véase ÁLVAREZ-SANCHÍS y CARDITO (2000: 368, signatura CASO/9/7973/79(2). Sobre la distribución espacial de las viviendas celtibéricas, véase MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 12-16). Más información sobre las calles romanas en MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 18-19). En MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 19-22). MÉLIDA ALINARI ET ALII (1924: 23-24). Véase RIQUER P ERMANYER (2000: 190-192). En el turno de partidos (1917-1923) que precedió al golpe de estado, desfilaron por el Gobierno trece gabinetes ministeriales. Sobre la tendencia a reforzar los estudios de época romana durante los períodos totalitarios, especialmente augústea, CANFORA (1980: 97-98). Vid. supra y DÍAZ-ANDREU (2004: CXXXVI). DÍAZ-ANDREU (1997: 411-412). DÍAZ-ANDREU (1997: 409).

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Fig. 44.- Teatro romano de Mérida, conocido como “Las Siete Sillas”, al iniciar J. R. Mélida su excavación en 1910.

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DOS DÉCADAS DE EXCAVACIONES EN AUGUSTA EMERITA (1910-1930)

La excavación de la ciudad romana de Mérida se convirtió en la mayor aportación de José Ramón Mélida en su trayectoria como arqueólogo de campo. Con la experiencia acumulada durante cinco años de participación en las excavaciones llevadas a cabo en Numancia, este nuevo episodio catapultó a un Mélida ya maduro –en octubre de 1910 cumpliría 54 años– dentro de las grandes excavaciones acometidas en nuestro país en el primer tercio del siglo. La elección de Mélida para exhumar los restos más notables de la ciudad emeritense tuvo lugar el 26 de febrero de 1910. Ese día el entonces Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Conde de Romanones1409, encargó a Mélida la recuperación de los edificios más emblemáticos de la colonia Augusta Emerita, capital de la Lusitania romana y la ciudad más importante que los romanos tuvieron en nuestra península1410. Romanones asignó una modesta suma de los presupuestos del Estado1411 para que dieran comienzo las excavaciones. Es difícil valorar los motivos de la elección de Mélida para excavar aquí pero parece evidente que le unía una amistosa relación con el Conde de Romanones, fruto seguramente de su condición de miembro de la Real Academia de la Historia, presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y durante varios años del Ateneo de Madrid, con lo que debió de congeniar a menudo con Mélida. Pertenecer a dos reales academias debió de favorecerle en este nombramiento, teniendo en cuenta que en los últimos tiempos había advertido la necesidad de desenterrar los monumentos emeritenses1412: De todo ello hablé tiempo hace en estas páginas, y repetidamente encarecí la necesidad de desenterrar los mejores de esos magníficos monumentos, que, con mengua de su mérito, solamente sus restos despedazados y vejados por la ignorancia y el olvido vergonzoso de muchas generaciones, sobresalen en las tierras de labor, donde la reja del arado suele herir alguna de dichas inscripciones, que son páginas históricas, o algunos de esos bellos mármoles que atestiguan las pasadas grandezas de una ciudad casi olvidada de sí misma1413.

Existe consenso en afirmar que los trabajos de reconocimiento y excavación de seriedad propiamente científica comienzan hacia 1910 con J. R. Mélida1414. Resulta necesario contextualizar las excavaciones de Méri1409

1410 1411 1412

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Álvaro de Figueroa y Torres (1863-1950), Conde de Romanones, fue alcalde de Madrid además de varias veces presidente del Congreso y del Senado, jefe del partido liberal y se mostró siempre como un firme defensor de la monarquía española. Ocupó el cargo de ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes entre el 9 de febrero de 1910 y el 9 de junio del mismo año, momento en que fue relevado en su cargo por Álvaro Burell Cuéllar. MÉLIDA ALINARI (1910l: 525). MÉLIDA ALINARI (1910l: 526). Recordaba Mélida cómo John Willampson (embajador de Inglaterra en Lisboa) había asegurado en 1752 que Mérida debía de ser un segundo Herculano, añadiendo que si el rey de España (Fernando VI) supiese bien lo que ahí había, haría sin duda lo que el rey de Nápoles en Herculano. MÉLIDA ALINARI (1910l: 525). GARCÍA IGLESIAS (1976: 65).

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da en su tiempo dentro del marco geográfico español y europeo para comprobar la incidencia e implicaciones que tuvo. Se trataba de una excavación de época clásica que se serviría de los métodos de excavación aplicados entonces en la arqueología prehistórica, como las clasificaciones tipológicas o los principios estratigráficos, si bien se contaba con referentes más próximos como las inscripciones latinas o estructuras arquitectónicas ya conocidas. En ese sentido, la excavación de Mérida contó, respecto a Numancia, con una dinámica más ágil por tratarse de una época más conocida y con menos margen para la interpretación. De esta manera, la manipulación se antojaba difícil de articular y las lecturas arqueológicas estaban más sujetas a patrones más conocidos. Por eso, las memorias de la Junta Superior de Excavaciones dedicadas a Mérida resultan más técnicas y menos literarias que todas las publicaciones numantinas. Otro aspecto a tener en cuenta es la ausencia de intrusismo extranjero en las excavaciones de Mérida donde todos los miembros de la Comisión son españoles a pesar del interés que despertaron las ruinas emeritenses entre arqueólogos extranjeros en siglos anteriores. Mientras Numancia tuvo que arrebatar a la arqueología alemana la excavación de la ciudad, en Mérida los trabajos arqueológicos fueron acaparados en su totalidad por arqueólogos españoles.

Fig. 45.- Plano de Mérida con las intervenciones y hallazgos desde 1907 hasta 1930.

Mélida no actuó sólo en las excavaciones de Mérida sino que se apoyó en la participación de la subcomisión de Monumentos, compuesta por: Juan Grajera, Manuel Gutiérrez, Casimiro González, Alfredo Pulido y Maximiliano Macías. Macías fue su hombre de confianza y Alfredo Pulido desempeñó una labor gráfica de gran importancia para este tipo de excavaciones. Hasta entonces, no se había contado con la participación activa de un arquitecto, responsable de la faceta gráfica de las excavaciones, en las excavaciones acometidas en España. Sin embargo, en esta decisión debió de tener mucha influencia la 274

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relación de Mélida con el francés Théophile Homolle, con quien compartió viaje en 1898 y con quien debió de mantener contacto posterior. El arqueólogo galo incidió en lo indispensable que era contar con dibujos, planos y grabados en las excavaciones arqueológicas. Este hecho representaba la progresiva aplicación de la técnica al conocimiento de los yacimientos arqueológicos, hecho del que los alemanes también se hicieron eco poco antes de empezar el siglo XX1415. Todavía en este primer cuarto de siglo, el dibujo convivía con la fotografía si bien poco a poco se fue produciendo un mayor auge de la fotografía como técnica documentalista que fue sustituyendo poco a poco al grabado y al dibujo1416. En un repaso histórico por la arqueología emeritense1417, recordó Mélida los sondeos –entendía que no podían ser considerados como excavaciones– practicados en el teatro romano entre 1794 y 1795 por Manuel de Villena, anticuario portugués comisionado por su gobierno. Consideraba indignante y vergonzosa la intromisión extranjera en el patrimonio español, motivada por la apatía y la indiferencia española en la salvaguarda y el celo de nuestras ruinas1418. Mérida1419 era un claro ejemplo y replicaba, además, el caso de Numancia en el que la injerencia extranjera acabó siendo vista con recelo hasta conseguir desplazar de las excavaciones al equipo alemán encabezado por Schulten1420. Un siglo más tarde, Pedro María Plans y Manuel Gutiérrez, ambos de la subcomisión de Monumentos, intentaron dejar al descubierto el teatro1421, pero otra vez lo cubrió la tierra para que en ella continuaran las labores agrícolas. Corría el año 1888. Veinte años después, en 1908, Mélida comenzó a divulgar desde la Real Academia de la Historia los hallazgos que desde hacía tiempo se repetían en terrenos, fincas y zonas urbanas. En el Boletín de la Corporación1422 anunció un hallazgo acontecido en Mérida el 16 de noviembre de 1907, y que firmó el 13 de diciembre de 1907 bajo el título Mosaico emeritense1423. En la actual calle Pizarro, a las afueras de la ciudad y a algo más de medio kilómetro al Occidente del teatro romano, a una profundidad de 1,50 metros fue descubierto de manera fortuita un trozo de pavimento de mosaico romano, perteneciente a un edificio1424. Alabó los buenos oficios del ayuntamiento emeritense, que consiguió suspender las obras de cimentación, mientras por mediación de las Reales Academias de la Historia y Bellas Artes de San Fernando se consiguió del Ministerio de Instrucción Pública la autorización y fondos necesarios para el descubrimiento total del mosaico y demás restos que pudieran existir. Era la segunda vez que, como académico, Mélida daba cuenta de descubrimientos arqueológicos en Mérida antes de ser el responsable de las excavaciones en 1910. Ya en 1907, cuando se encontraba preparando el Catálogo Monumental de la provincia de Badajoz, Mélida se había hecho eco del potencial arqueológico de Mérida, al verse sorprendido por la constante aparición de esculturas y epígrafes relacionados con un santuario mitraico, que surgieron con motivo de las obras de explanación de la Plaza de Toros. Consciente de las posibilidades arqueológicas de 1415 1416 1417

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GRAN AYMERICH (2001: 396). Véase GONZÁLEZ REYERO (tesis inédita) defendida el 17 de junio de 2005. Para consultar bibliografía específica sobre historiografía y fuentes de las excavaciones y estudios llevados a cabo sobre Mérida, véase VV. AA. (1994: 321). Esta laxitud en la protección del patrimonio, junto con el furtivismo y el caos que generaba la falta de una ley que pusiera freno a la evasión de piezas arqueológicas fue denunciada por hombres del mundo de la cultura como Giner de los Ríos. En un artículo de 1912 publicado en El Radical, mostró una profunda preocupación por la facilidad con que salían del país nuestras obras de arte. Un sentimiento de indefensión y agravio que compartían muchos hombres del entorno cultural y que se situaba en su línea habitual de crítica reformista. Sobre las láminas dibujadas por Manuel de Villena, vid. CANTO Y DE GREGORIO (2001). Sobre el interés de las ruinas romanas de Mérida a lo largo de la historia, véase GIMENO PASCUAL (1997b: 265-272). En este artículo, Helena Gimeno desgrana por épocas la utilización y reaprovechamiento desde el siglo XV de las edificicaciones emeritenses de época romana, culminando en el discurso que el 15 de abril de 1868 pronunció Luis de Mendoza el día que restableció la Subcomisión de Monumentos de Mérida. Un discurso convertido por Mendoza en un mensaje ideológico, cargado de nostalgia que buscaba despertar el interés por conservar los restos de la ciudad con el amparo de las instituciones culturales. Vid. supra capítulo 5 sobre las excavaciones de Numancia. Para la historiografía sobre el teatro véase ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1982: 303-306). Esta misma noticia apareció publicada en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (nº 19, 443-444). BLANCO F REIJEIRO (1978: 29, nº 7) y BALIL (1976: 80). Se trataba de un gran cuadro de composición figurativa cuyo asunto estaba inspirado en la fábula de las deidades marinas. Mélida llamó la atención sobre el buen estilo de este trabajo romano y su marcado gusto helénico, que le recordó a las pinturas de los vasos griegos.

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la ciudad, programó con el emeritense Maximiliano Macías un ambicioso plan de excavaciones1425. Poco antes de iniciarse las excavaciones, Macías había redactado el primer inventario del Museo de Mérida, que no tardaría en verse aumentado1426. Mientras tanto las publicaciones seguían anticipando noticias al tiempo que se creaba el caldo de cultivo idóneo para convencer a las autoridades de que la excavación era garantía de hallazgos, aparte de una necesidad para la recuperación del patrimonio emeritense. A modo de noticia Fig. 46.- Mosaico hallado en la calle Pizarro. suelta, Fidel Fita firmó un breve en el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 51, p. 506) en el que informó de que el académico José Ramón Mélida había notificado á la Academia su reciente excursión científica a la ciudad de Mérida, donde se descubrió un soberbio mosaico, y asimismo de la inspección de las sepulturas y notables vestigios de cerámica en una dehesa llamada Valdiós del Portoquelo, partido judicial de Garrovillas, en Cáceres. Cabe recordar que Mélida venía preparando ya su catálogo monumental de las provincias de Badajoz y Cáceres, el primero de los cuales sería publicado en el año 1925. Pero la culminación esperanzadora al proceso de valoración de la ciudad romana tuvo lugar el 23 de junio de 1911, varios meses después de haber dado comienzo las excavaciones en Mérida. Mélida firmó en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando un informe dando cuenta de que: En cumplimiento de lo dispuesto por V. E. (...) esta Real Academia ha acordado, de conformidad con lo expuesto por el señor académico ponente, manifestar a V. E. que el caso de declarar monumentos nacionales el conjunto de los de Mérida, tanto de la época romana como de la visigoda, es idéntico al que se ofreció cuando fueron declaradas Monumento Nacional las ruinas de Numancia1427 (...) propósito de ponerlas a resguardo de los ultrajes de la gente inculta y conservarlas para el día en que pudieran efectuarse excavaciones (...) la Academia propone a V. E. en relación con los fines que aconsejan los intereses de la Historia del arte patrio (...) queden todos ellos bajo la inmediata y constante vigilancia de la Subcomisión de Monumentos, facultándola para impedir que sean deteriorados o modificados en atención a lo que importa conservar las ruinas y monumentos de Mérida, como preciadas joyas que son del tesoro histórico-artístico nacional1428.

Todavía no había entrado en vigor la Ley de 1911 pero este informe anticipaba la intervención de las instituciones en la custodia de los bienes culturales en un nuevo planteamiento encaminado a 1425 1426 1427

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VV. AA. (1988a: 25-28). Sobre Macías, véase ALVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945) y DÍAZ-ANDREU (2004: CXXXII). VV. AA. (1988a: 28-29). El 25 de agosto de 1882 fueron declaradas Monumento Nacional las ruinas de Numancia. Se trataba del primer monumento arqueológico en recibir esta distinción. MÉLIDA ALINARI (1911d: 97-98). Otro de los informes de 1923 hizo referencia a las obras que en la basílica de Santa Eulalia, de Mérida, se estaban ejecutando por encargo del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. La Academia creyó que debía proponerse a la Superioridad que dictara una nueva Real Orden aclaratoria en la que puntualizara cuáles eran los monumentos declarados nacionales entre los de Mérida. Para confirmarlo, respecto de la Basílica de Santa Eulalia, acerca de la cual había emitido informe favorable la Real Academia de la Historia en 24 de mayo de 1907, ratificó el suyo la de Bellas Artes de San Fernando.

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defender el patrimonio como parte inalienable del Estado. El protagonismo adquirido por Mérida en el entorno arqueológico nacional era ya un hecho consumado. Entre los años 1916 y 1934 las excavaciones de la ciudad Mérida1429 recibieron unas subvenciones que alcanzaron la suma de 319.000 pesetas, es decir, el 17,1 por ciento del total de las subvenciones concedidas en este período. Este hecho convertía a Mérida en la segunda excavación nacional, sólo por detrás de Medina Azahara, que contó con mayor apoyo económico institucional1430. Si bien conviene matizar que en tan amplio lapso de tiempo (1916-1934) existen períodos marcados por las preferencias de los distintos regímenes, especialmente desde 1923 hasta 1931 con Primo de Rivera. José Ramón Mélida excavó los espacios más relevantes de la Mérida romana –teatro, anfiteatro, circo, necrópolis, columbarios, etc.– y tan sólo el foro quedó pendiente para generaciones posteriores de arqueólogos1431. En el plano personal, la excavación de los Fig. 47.- Maximiliano Macías y José Ramón Mélida. monumentos y edificios emeritenses produjeron en José Ramón Mélida un efecto relajante que le alejaba de sus compromisos en Madrid y de las rutinas propias de un funcionario: mi grata estancia en Mérida me ha dado la vida1432, declaró a su compañero Maximiliano Macías el 28 de septiembre de 1931. Una inmediata consecuencia de sus veinte años al frente de las excavaciones de la ciudad emeritense fue el descenso del ritmo de publicaciones alcanzado en décadas precedentes (figura 33), si bien las publicaciones sobre arqueología romana experimentaron un considerable aumento desde 1911 hasta 1930 (figura 35). Aparte de su labor arqueológica, Mélida promovió restauraciones y medidas1433 que protegían el tesoro artístico-arqueológico de la ciudad. Veló por su riqueza, protegiéndola de destrucciones y condenando errores y abusos que perjudicaban a sus insignes monumentos. En palabras de Álvarez Sáenz de Buruaga, fue el hombre providencial para Mérida1434 y nacionalizó y europeizó la arqueología de la ex capital de la Lusitania, hasta entonces conocida modestamente1435. Las excavaciones y sus sorprendentes resultados atrajeron la visita continua de eminentes especialistas de la época como Pierre Paris, Adolf Schulten, Raymond Lantier o Manuel Gómez Moreno. Incluso, el Museo Arqueológico Nacional llevó a cabo numerosas adquisiciones y compras de piezas arqueológicas procedentes de Mérida1436. 1429

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Recientemente ha sido publicado por José María Álvarez Martínez y Trinidad Nogales Basarrate un libro titulado Forum Coloniae Avgustae Emeritae. Templo de Diana (Mérida, 2003), en el que se recogen cuestiones generales de la arqueología emeritense, especialmente del templo de Diana. Véase también NOGALES BASARRATE (1996: 115-134) y ÁLVAREZ MARTÍNEZ (1976). Sobre sus monumentos en la actualidad, VV. AA (1994). Cfr. DÍAZ-ANDREU (1997: 410). NOGALES BASARRATE (2000). Fragmento de una carta publicada en ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 194). ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 194-195) y ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1982: 310). ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1982: 306). ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 202). Puede consultarse una amplia relación de bibliografía emeritense en VELÁZQUEZ J IMÉNEZ (2002). ALMAGRO BASCH (1976).

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P RIMERA ETAPA DE LAS EXCAVACIONES: EL TEATRO. ESCULTURAS E INSCRIPCIONES (1910-1915) La mencionada consecución del patrimonio arqueológico emeritense como Monumento Nacional se inscribe dentro de un amplio proceso de protestas contra la exportación de objetos arqueológicos y el deterioro progresivo de edificios y yacimientos arqueológicos, que impulsaron eruditos, historiadores y humanistas. Estas reivindicaciones promovidas desde el campo de las letras en el primer tercio del siglo XX buscaban el acercamiento a las corrientes europeas del momento tras el fracaso colonial del 98 y la crisis de identidad que azotaba a la nación española1437. En esta “labor patriótica” colaboró activamente una clase media que comenzaba a integrarse en la elaboración del estado moderno, de la Nación1438. Mérida es un claro ejemplo del despertar de un sentimiento, de la recuperación del pasado encaminada a reforzar el maltrecho orgullo nacional. Así las cosas, el teatro (conocido desde hace siglos con el pintoresco nombre de las Siete Sillas) era el monumento que más atención reclamaba y se consideraba un edificio de primer orden que rivalizaba con los principales del tiempo de Augusto. Para su excavación Mélida contó con el concurso de la subcomisión de Monumentos. Formaban parte de ésta: Juan Grajera, Manuel Gutiérrez, Casimiro González, Alfredo Pulido y Maximiliano Macías1439. Fue éste último el secretario de la Subcomisión y director del Museo de Mérida. Asimismo, se convirtió en el hombre permanente en las excavaciones, y aquel en el que Mélida más depositó su confianza de arqueólogo, a juzgar por el grado de complicidad que alcanzaron en la correspondencia mantenida entre ambos1440 y por una carta enviada el 6 de abril de 1930: es curioso que recíprocamente estemos con cuidado el uno por el otro. Eso prueba cuán de veras nos estimamos1441. Las mejores referencias que de este teatro se conservaban eran las aportadas por el erudito Luis José Velázquez, Marqués de Valdeflores, en una curiosa obra inédita custodiada en la Real Academia de la Historia1442. Para llevar a cabo las excavaciones fue necesario expropiar una parcela de tierra laborable. A continuación dieron comienzo los trabajos el día 17 de septiembre de 1910, con quince obreros y un capataz: allí se tiró de Fig. 48.- Hallazgos escultóricos varios en 1915. cinta, midiéndose el terreno, que era de Don Antonio 1437

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Además, España había llegado tarde a la nacionalización del pueblo: el servicio militar no fue universal hasta 1911, no existió bandera nacional hasta 1843, ni un himno nacional hasta el siglo XX. Por ello, recurrir a épocas del pasado marcadas por la prosperidad se convirtió en el camino para aglutinar un espíritu nacional que había quedado tocado tras la pérdida de las colonias en 1898. Sobre el impacto del 98 en el panorama cultural español, véase RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo Una coyuntura de crisis: de agosto de 1897 a diciembre del 1898. Cfr. DÍAZ-ANDREU (1997: 403). Maximiliano Macías fue correspondiente tanto de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando como de la Real Academia de la Historia. De la primera de ellas fue académico Alfredo Pulido y de la segunda lo fueron Juan Grajera y Manuel Gutiérrez, ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1982: 306). Fueron las hijas de Maximiliano Macías (Amalia y Antonia) las que permitieron a José Álvarez Sáenz de Buruaga revisar la correspondencia entre Mélida y su padre. Carta publicada en ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 207). Cfr. MÉLIDA ALINARI (1915g: 5).

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Galván. Se acotaron 1.051,60 metros cuadrados, adquiridos por el Estado a continuación1443. Tras mes y medio de desescombros y retirada de tierras entre el verano y el otoño de 1910, un total de 3.274 metros cúbicos fueron removidos por los obreros. Inicialmente, se concedió una asignación económica de 6.000 pesetas1444, que fue elevada en años sucesivos, desde 1911 a 19141445, a la cantidad de 15.000 pesetas. Mientras los trabajos arqueológicos iban siendo acometidos, Mélida se preocupaba por su familia, afincada en Madrid en el número 36 de la calle Valverde, desde Mérida como muestra una postal que envió a su mujer Carmen García Torres el 30 de septiembre de 1910: Mi querida Carmen: anoche recibí las nuestras del 28, acusando recibo de mi certificada (...) Lleva a la pequeña al dentista. A Pepito que se cuide y se abstenga de leer, etc. Mándale mañana como en otras ausencias mías, a la calle de La Libertad. Las pruebas de Tello, envíalas al servicio del Museo. Contémplame al dorso con los compañeros de Comisión del teatro romano, teatro ahora de nuestros trabajos y recibir muchos besos de J. R.1446. Uno de los datos que llama la atención es la cantidad que recibió MéliFig. 49.- Excavaciones en la posescena del teatro en 1915. da en dietas y viajes, equivalente a 855 pesetas, que superaba a las 788,75 pesetas que costó la adquisición del terreno. Si bien lo más costoso fue el transporte de tierras, 2.417,75 pesetas. Resulta sorprendente el bajo precio del suelo en comparación con otros gastos y con las proporciones actuales, donde la compra de un terreno sería sin duda el desembolso fundamental. El primer descubrimiento verificado fue el de una hermosa galería abovedada, descubierta gracias a una zanja abierta de 25 x 40 metros y 7 metros de profundidad. Volviendo en ángulo recto hacia el centro del medio punto, salía al hemiciclo libre (orquestra) que dejaba la gradería destinada a los espectadores. También quedó al descubierto un mediano sector de esta gradería, que constaba de 24 gradas y uno de sus vomitorios. Calculaba Mélida que este teatro debió de tener una capacidad de unos 10 ó 12 mil espectadores, para los que tenía 13 entradas por su parte exterior, de las cuales 6, con las escaleras correspondientes eran comunes a los espectadores de las graderías media y superior; y un gran podium que separaba las localidades altas destinadas al pueblo de las bajas destinadas a los patricios. El caso es que Mélida exageró el dato, calculado actualmente en algo más de 6.000 personas. Como en Numancia, donde el cálculo de hectáreas habitadas fue excesivo1447, se tendió al alza a la hora de hacer estimaciones. 1443 1444

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ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1982: 306). Esta cantidad fue empleada en la compra del terreno y la escritura notarial. Véase el desglose de los gastos en ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1982: 306). Las Reales Órdenes que regulaban las asignaciones presupuestarias se conservan en el Archivo General de la Administración Civil, de Alcalá de Henares, dentro de la caja 1038, legajo 10147. Tarjeta adquirida por el Museo Arqueológico Nacional en mayo del 2001. Se conserva en el archivo con el expediente 2001/101. Vid. supra.

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Aparte, la escena, la línea de su proscenio y buena parte de la soberbia columnata que la embellecía, compuesta de fustes monolitos de mármol gris veteado, capiteles, bases de mármol blanco y trozos de cornisa. Todos ellos tan admirables por la gallardía de las formas como por la maestría y fineza del trabajo1448. Uno de los capiteles conservaba una inscripción con el nombre HYLLV, que denotaba, según Mélida, origen griego. Fue asimismo descubierta la galería lateral con su dovelaje de granito, en parte destruido, todo lo cual señala singulares analogías de este teatro con el de Herculano,”1449. Entre el material recuperado de las excavaciones destacaban trozos sueltos de estatuas que decoraron la escena. Además, fueron localizados fragmentos del decorado de sus muros en relieve de estuco blanco sobre fondo azul, que Mélida comparaba con los de Pompeya y los de Roma, el costado en forma de esfinge de la silla presidencial del cónsul en los juegos escénicos y otros mármoles labrados. El mejor hallazgo fue un gran sillar de granito de 4,5 metros de longitud por 0,7 metros de espesor que sirvió de coronación al arco de salida de la galería localizada. Salió prácticamente entero, a pesar de estar caído entre los escombros de una parte hundida de dicha construcción y tenía grabada una inscripción1450 en hermosos caracteres augusteos, todavía pintados de rojo. El Boletín de la Real Academia de la Historia fue la publicación que más información de carácter científico ofreció acerca de las excavaciones que se estaban acometiendo en Mérida. El 24 de marzo de 1911 firmó Mélida una nueva entrega aportando las novedades arqueológicas de la segunda campaña, que se centró en la excavación del escenario del teatro romano, cuya traza muestra, por cierto, gran semejanza con la del teatro de Tugga, en Argelia1451. Según Mélida, aparecieron en el de Mérida dispuestas las puertas del fondo de la escena: la central dentro de un semicírculo y las de los lados dentro de recuadros entrantes. Mélida intuía que la columnata marmórea del fondo de la escena fue doble, que hubo una gran columnata inferior y otra superior, de menores proporciones, como indicaban los dos tamaños constantes de fustes y capiteles, ambos de orden corintio. Continuando con su reconstrucción ideal del teatro, propuso la presencia de estatuas en los intercolumnios. También estas estatuas presentaban dos proporciones distintas, acorde con los dos niveles de columnatas. Una vez completada la campaña de 1911, Mélida afirmó que el teatro romano de Mérida es hoy el más importante de España, pues ni el de Sagunto, ni el de Clunia, ni el de Ronda la Vieja, han dado indicios de tales mármoles antiguos más preciosos que se han descubierto en España1452. De momento, se cumplían los prometedores indicios de una exitosa labor arqueológica. La correspondencia mantenida entre Mélida y Jorge Bonsor nos aporta también interesante información acerca de las excavaciones de Mérida. En una misiva1453 que recibió el inglés el 4 de diciembre de 1911, Mélida se limitó a anunciarle la suspensión de las excavaciones por el temporal de lluvias. Esta circunstancia venía agravada además por la enfermedad del secretario del Museo de Reproducciones Artísticas, lo que forzó a Mélida a permanecer en Madrid al frente del Museo. En la misma carta aprovechó para darle ciertos consejos en el caso de visitar Mérida1454. Los descubrimientos arqueológicos seguían siendo el gran reclamo emeritense. El hallazgo más importante acometido en la campaña de 1911 fue el de una estatua femenil de 210 centímetros, sentada y esculpida en excelente mármol blanco. Estaba compuesta de dos fragmentos, uno de la cabeza y torso hasta las ingles, y otro el de las piernas. A la estatua le faltaban los antebrazos y el pie izquier1448 1449 1450

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MÉLIDA ALINARI (1910l: 527). MÉLIDA ALINARI (1911a: 62). Sobre otros paralelos ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1982: 307). Rezaba la inscripción: M-AGRIPPA-L-F-COS-III-TRIB-POT. Es decir, que aquella suntuosa fábrica fue debida a Marco Agripa, y que la mandó hacer cuando ejercía por tercera vez el consulado y la potestad tribunicia, fecha que correspondía al año 16 antes de Cristo. Sobre este epígrafe publicó Fidel Fita un artículo en el Boletín de la Real Academia de la Historia (XXV, 100-101). MÉLIDA ALINARI (1911b: 297). MÉLIDA ALINARI (1911c: 162). Cfr. MAIER (1999a: 103). Cfr. MAIER (1999a: 103). Rezaba así: Si se decide V. a ir debe V. ir a la mejor fonda-hospedería, La Madrileña. Diga V. que va de mi parte. Los mozos de la fonda están siempre en la estación a la llegada de trenes. Pregunte V. por ellos. Le envío dos tarjetas; una para el secretario de la Subcomisión de Monumentos y de la Comisión de Excavaciones de Mérida y otra para que visite V. el teatro romano. Debería V. ver la Charen (pantano) de Proserpina que está lejos, pero merece la pena. ¡Con cuánto gusto acompañaría a V. en su excursión emeritense!

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do, que eran piezas aparte, y Mélida tenía la esperanza de que aparecieran en algún momento de las excavaciones. Mélida describió así la estatua: Esa grave matrona, vestida de túnica (stola), con mangas abrochadas sobre el antebrazo y sujeta por bajo del seno con un ceñidor, velada con manto (palla), en el que envuelve las piernas, con la cabellera partida sobre la frente en dos bandas de ondulantes rizos cuyos cabos caen a los lados del rostro y cuello, y adornada con la diadema stéphanos, es indudablemente una diosa. Así lo indican, con más elocuencia aún que el dicho atributo, el carácter ideal del noble rostro y la majestad de toda la figura1455. Concluyó afirmando que con estas características y atributos iconográficos no podía tratarse de otra diosa que de la Ceres romana, que se correspondía con la Deméter del panteón griego. De hecho, la comparó con la estatua de la Deméter de Cnido1456 que se conservaba en el Museo Británico como personificación de la Tierra en los momentos de su dolor sublime al verse despojada de su hija Cora. Según él, la Ceres emeritense1457, a la que los rigores del tiempo quitó los especiales atributos que debió de ostentar en las manos, mostraba en su rostro una suave melancolía, un dolor mudo que constituía la característica de la Deméter de Cnido: fiel a la misma concepción y a la misma tradición escultórica el artista que esculpió la Ceres emeritense, supo darle en la amplitud de sus formas, austeramente veladas, el carácter de la diosa madre, cuyo amor reflejó en el rostro - velado con el manto - en señal de duelo1458. En cuanto al mérito artístico de la escultura, opinaba Mélida que su autor, acaso griego, debió de emparentarse con una corriente romana, a cuyas tendencias nuevas se mostró dócil y mantiene vivo el recuerdo de la buena época del arte, en cuya sana tradición hizo su sabio aprendizaje, siguiendo acertadamente el estilo de Scopas (del siglo IV antes de Jesucristo), cuya característica es el elemento patético1459. En su razonamiento artístico, incluyó la obra dentro de lo que él llamaba arte hispano-romano con marcada predilección al realismo. Lo justificaba en el modo de tratar los paños y acentuar vigorosamente sus pliegues, de manera que produjeran vivo efecto al ser contemplados a la intemperie y a la luz del sol meridional; y atribuyó una inspiración del autor de la Ceres emeritense en la corriente a la que perteneció el escultor que moldeó la Deméter de Cnido: como aquella, vemos en ésta la boca entreabierta y con una cierta ondulación patética, los ojos con suave acento de ternura, en la sombra misteriosa que proyectan los arcos superciliares y la cabeza rodeada del manto y de los mechones del cabello. Adviértese también marcada semejanza del rostro de la Ceres con el de la Venus de Milo, la cual participa a su vez de la señalada tendencia de Scopas1460. Sobre la cronología de la pieza, Mélida se decantó por compararla con estatuas de la época augustea existentes en Mérida, como la de Agripa. Sin embargo, matizaba que se advierte en la de Ceres un trabajo más acentuado y una disposición menos sencilla de sus elementos, que revelan un período algo posterior, el cual no puede ser otro que el del Imperio de Adriano, de quien sabemos por una inscripción que en el año 135 de Jesucristo reconstruyó la escena del teatro emeritense, que había sido destruida por un incendio1461. Además, Adriano representaba en la Historia del Arte un renacimiento en sentido griego, como podía apreciarse en esta escultura marmórea del siglo segundo. Mélida se preguntaba por qué la figura de la diosa Ceres había sido representada entre las estatuas decorativas de la escena del teatro emeritense. Creía que la respuesta había que buscarla en la relación que con los orígenes del teatro tuvieron en Grecia los Misterios de Eleusis (famoso centro de culto de Deméter y Coré), cuyo mito servía de asunto al drama mímico en aquellos representado. En el caso concreto de Mérida, además de la devoción que en un país agricul1455 1456

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MÉLIDA ALINARI (1911b: 298). La ciudad de Cnido (Knidos, en la actualidad) se encuentra al Suroeste de Turquía, en una península frente a Halicarnaso, la actual Bodrum. La estatua de Deméter fue hallada en las excavaciones arqueológicas conducidas en entre los años 1856 y 1859 gracias al británico Charles Thomas Newton, ayudante del Museo Británico y que había sido convertido entonces en vicecónsul de Mitilene. Más información sobre esta escultura femenil en MÉLIDA ALINARI (1911c: 160-162). MÉLIDA ALINARI (1911b: 298). MÉLIDA ALINARI (1911b: 299). MÉLIDA ALINARI (1911b: 299). MÉLIDA ALINARI (1911b: 300). Véase también GARCÍA Y BELLIDO (1949: 155-156).

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tor se debió de rendir a la diosa de la Tierra, la relación de Ceres con los cultos mistéricos –como los del dios egipcio Serapis y el dios hindú Mitra– estaba atestiguada por esculturas y epígrafes que fueron recogidos en Mérida en un paraje inmediato al teatro romano. Mélida seguía haciendo gala de un indudable filohelenismo y sus paralelos con Grecia eran un recurso muy habitual tanto en este yacimiento como en el de Numancia. Desde 1910 hasta 1923 hubo de repartir su tarea de arqueólogo entre Mérida y Numancia, aplicando en algunos casos esquemas compartidos, como el filohelenismo. En el plano museológico, el arqueólogo madrileño fomentó la conservación de la pieza ordenando su traslado inmediato al Museo de Mérida y mandó sacar vaciados para la Exposición Arqueológica de Roma de 1911, cuya aportación española estuvo coordinada por el Centro de Estudios Históricos, creado en 1910, y para el Museo de Reproducciones Artísticas del que él fue director hasta 1916. Precisamente en este mismo centro leyó en 1911 las conferencias tituladas La Escultura hispano-romana y la Ceres de Mérida. En ellas abordó aspectos generales que ya había expuesto en anteriores artículos y estudios. Además de las conferencias pronunciadas, que le mantenían en contacto con el gran público, una de las vías de contacto más provechosas para él fue la correspondencia mantenida con arqueólogos de otras provincias, lo que le permitía estar al día y tener acceso a información arqueológica, confidencial en algunos casos, de primero mano. En el ámbito legislativo, las ruinas de Mérida fueron declaradas Monumento Nacional el 13 de diciembre de 1912, al tiempo que recibieron la misma distinción las ruinas de Italica. Por otro lado, los hallazgos escultóricos seguían acaparando gran interés en las excavaciones emeritenses. Tras el descubrimiento de la estatua de Ceres fue localizada en 1912 otra estatua incompleta de un personaje varonil, con el pecho desnudo y con un manto que envolvía sus piernas. Según Mélida la estatua debió representar un dios (...) sus formas vigorosas y acentuadas no son las de un joven, sino las de un hombre en la plenitud de la vida1462. Especuló incluso con la posibilidad de que se tratara de Esculapio, el dios de la medicina, pero en la publicación de 1915 sobre el teatro de Mérida, rectificó su propuesta: al aparecer más completa la figura, encontramos que sus caracteres pudieran convenir mejor con una imagen de Júpiter, tal como aparece representado en una estatua de la colección Coke, en Inglaterra, en otra existente en Dresde y aun en otros ejemplares1463. Poco después apareció en las excavaciones otro torso de estatua1464 más interesante y de mejor arte. Mélida comparaba esta estatua loricata con la de Augusto, hallada en la Villa Veientana existente en el Vaticano, cuyos emblemas se relacionaban directamente con el personaje, con sus triunfos en Dalmacia e Iberia, con su nacimiento y la protección de los dioses. En el torso emeritense adornaban la coraza sobre el pecho dos hermosas figuras de centauros afrontadas, llevando trofeos militares. Estos centauros los interpretó Mélida como simples motivos decorativos tomados del arte ático. Para él, se trataba de una estatua imperial, probablemente de Augusto, a la cual debía corresponder una cabeza de este emperador que se había encontrado suelta entre las ruinas. Posteriormente se descubrieron otros dos torsos de estatuas imperiales thoracatas o loricatas. Una de ellas, con dos figuras de centauros portadores de trofeos; y la otra, que representaba a un hombre más corpulento. En la coraza destacaba la cabeza desmelenada y con alas de la Gorgona Medusa. Sobre el abdomen, aparecía la imagen de la diosa Minerva sobre un pedestal y representada con rasgos de arcaísmo, que recordaban el palladion o milagroso ídolo que Ulises y Diómedes robaron en Troya, según Homero. Tanto a una como a la otra estatua imperial, les faltaban las cabezas, pero Mélida se inclinó por creer que representaban a Trajano y Adriano, que según cierta inscripción reconstituida por Hübner, hicieron reconstruir la escena del teatro emeritense, cuya fundación data del tiempo de Augusto. Así se explica que los tres emperadores cuyos nombres van unidos a la historia del monumento estuvieran representados en él1465. 1462 1463 1464

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MÉLIDA ALINARI (1913b: 159). MÉLIDA ALINARI (1915g: 32). Más información en MÉLIDA ALINARI (1913b: 159). Vestía coraza sobre corta túnica y clámide prendida sobre el hombro derecho con el broche redondo (clavus) característico. MÉLIDA ALINARI (1913b: 160).

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Otro sorprendente hallazgo fue el de una estatua de mujer sin cabeza de 182 centímetros, esculpida como las anteriores en mármol blanco. Mélida reconocía en ella una deidad juvenil que aparecía en pie, llevando con singular elegancia túnica y manto y destacaba el buen partido de pliegues del ropaje y el aticismo de su estilo e iconográficamente la emparentaba con una imagen de Proserpina, la hija de Ceres1466. Plutón, Ceres y Proserpina representaban a tres personajes del drama sacro en los Misterios de Eleusis, que se relacionaban con los orígenes del teatro y cuyo asunto encerraba el simbolismo de la renovación constante de la Naturaleza. Para Mélida no es de extrañar que en el teatro de una población esencialmente agrícola como Emerita, donde debió de rendirse especial culto a la tierra, se representara a sus dioses y que a ellos se asociaran Júpiter y Venus. Pudo completar el ciclo de los dioses de la Naturaleza productora Baco, que aparece asociado a las deidades Eleminas1467. Entre la gran cantidad de material arqueológico localizado figuraban inscripciones romanas, que Mélida, junto con el célebre epigrafista Padre Fidel Fita1468, se encargó de publicar en el Boletín de la Real Academia de la Historia1469. Dio cuenta de doce inscripciones grabadas en sillares de granito, aras sepulcrales, cipos de piedra, lápidas y fragmentos varios. Para ello, describió el soporte de cada una de las inscripciones, transcribiéndolas y traduciéndolas, y acompañándolas, en algunos casos, de un breve comentario crítico en el que contextualizaba las piezas. Debió de corresponder a Fita la labor de traducción y a Mélida el resto, si tenemos en cuenta que Mélida no se había dedicado apenas a temas de epigrafía1470. Una de las formas más objetivas de valorar las primeras campañas de excavación llevadas a cabo en la ciudad romana de Mérida es analizar puntos de vista de otros arqueólogos de la época. Es el caso de su amigo Jorge Bonsor. En una carta que le envió a Mélida el 27 de febrero de 1912 evidencia la admiración del anglo-francés por los trabajos en el teatro de Mérida en tan poco tiempo y con tan poco dinero: Ha sido para mí una verdadera sorpresa ver que se había descubierto tanto fragmento: escultura, frisos, cornisas, hermosas columnas con sus capiteles, todo de la mejor época romana. Como se podrán volver a colocar en su sitio, la restauración será hermosa y desde luego se puede decir que el teatro de Mérida será el más perfecto conocido, superior aún a los más célebres de Sicilia, que son tan visitados por los turistas1471. Bonsor reparó pronto en las posibilidades turísticas y la atracción paisajística de este lugar y no dudó en proponerle a Mélida un escenario ideal para el monumento: Creo que detrás de la escena, donde quedará necesariamente el terreno en declive, habrá que plantar árboles y arbustos siempre verdes, como pinos y adelfas, que crecen pronto y así se verán destacarse las tres filas de columnas sobre este fondo verde oscuro. En todo el resto del terreno deben plantarse almendros, éstos además de lo hermosos que son en febrero, dan una renta que no es despreciable1472. Bonsor basaba en su experiencia de la necrópolis de Carmona1473 este planteamiento, netamente vanguardista e innovador si tenemos en cuenta que en España nadie había tomado este tipo de iniciativas. Suponía buscar soluciones alternativas para poder costear los gastos de conservación y excavación del yacimiento, proponiendo incluso que los guardas hicieran las veces de jardineros y guías. 1466 1467 1468

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MÉLIDA ALINARI (1913b: 161). MÉLIDA ALINARI (1915g: 33). Su categoría de epigrafista se la debe a su colaboración con el alemán Emil Hübner, auténtico motor de la epigrafía hispana a finales del XIX. Elegido académico de número de la Real Academia de la Historia en 1862, su relación con Mélida se fue forjando entre juntas y demás actos de esta institución. Conviene recordar que entre 1883 y 1893 todas las secciones consideradas “Noticias” en el Boletín de la Real Academia de la Historia habían aparecido como anónimas o firmadas por Fita. Muchas de estas noticias tenían a la epigrafía como motivo principal. En el citado Boletín (nº 61, 1912, 158), publicó Mélida un artículo titulado “Nuevas inscripción romana de Mérida”. Sobre la formación de la colección epigráfica emeritense, véase GARCÍA IGLESIAS (1976: 65-66). MÉLIDA ALINARI y F ITA (1911: 187-197). MAIER (1999a: 103); véase también MAIER (1999b: 234). MAIER (1999a: 103). Sobre el posterior tratamiento de su valor patrimonial debe tenerse en cuenta un informe, firmado en el nº 96, pp. 9-11, del 19 de abril de 1930, del Boletín de la Real Academia de la Historia solicitado por la Dirección General de Bellas Artes y la Comisión de Monumentos de Sevilla. En él, daba cuenta de la conveniencia de que la necrópolis romana de Carmona fuera incluida en el tesoro artístico nacional. Había sido aprobado en sesión académica del 19 de abril de 1930 y en 1885 había tenido lugar la inauguración oficial de la necrópolis.

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Otra de las ingeniosas sugerencias consistía en la celebración de representaciones teatrales, de día en la primavera y de noche en verano, como precedente de lo que ha acabado ocurriendo en las últimas décadas. Consideraba Bonsor prioritaria la compra, lo más pronto posible, de todos los terrenos que se extendían entre el teatro y las primeras casas de la población. En primer lugar, para delimitar la escena del teatro y en segundo lugar, para levantar un edificio con una oficina para la Comisión, habitaciones para los guardas y dos grandes salas para el establecimiento de un café-restaurante público. Sería mediante una especie de suscripción pública en la que los asociados recuperarían su inversión así se pusiera en marcha la explotación turística del yacimiento. A pesar de no llevarse a cabo este ambicioso proyecto planteado por Bonsor, suponía un llamativo paso adelante en su tiempo que podría emparentarse con la puesta en valor de los actuales parques arqueológicos. Aparte de las excavaciones, Mélida y Macías llevaron a cabo un buen número de prospecciones en la ciudad. En una de ellas, efectuada en 1911, localizaron una necrópolis a la salida del puente romano situado sobre el Guadiana a ambos lados de la vía que conducía a Híspalis1474. Entre abril y septiembre de 1914 redactó Mélida el artículo que un año más tarde aparecería publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos sobre “El teatro romano de Mérida”. En éste dio cuenta de las novedades arqueológicas acontecidas en el teatro durante esta última campaña. Advirtió la siguiente disposición estratigráfica en un alarde de conocimientos y rigor científico al acometer una excavación: La tierra (...) dividida en varias capas. La inferior, en la parte de la escena, compuesta casi toda de tierra, la primera que las aguas arrastraron a la hondonada; otra capa formada principalmente por ripio, trozos de ladrillo y cascote, de derrumbamiento de los muros de fondo de la escena y de sus dependencias, habiendo aparecido tierra y ripio en revuelta confusión con las columnas, cornisas caídas y mármoles varios. Antes de llegar a estas dos capas levantamos otras dos de tierra, entre la cual, en la segunda capa, se descubrieron algún candil y monedas arábigas, y en la capa superior, monedas de Constantino y sus sucesores, con lápidas y restos de ellas (...); todo ésto arrojado allí como escombro procedente de obras efectuadas en distintos puntos de Mérida1475.

Con los restos visibles del teatro de Mérida, José Ramón Mélida realizó una descripción de la parte arquitectónica del monumento1476, en la que distinguió: la cavea1477, o cavidad abierta para asentar las graderías destinadas a los espectadores y dispuestas en semicírculo; la orchestra, o espacio semicircular destinado al coro; y la scena o lugar destinado a la representación teatral. Según el arqueólogo madrileño, el teatro había sido concebido conforme a las reglas vitruvianas. En lo alto del edificio, al final de la gradería superior, había una plataforma sobre la que se alzaba una galería corrida con su columnata y su muro de fondo. La plataforma tenía la misma altura que la escena, afirmaba Vitrubio1478, para que no se perdiese la voz de los actores. Respecto a los accesos del teatro, Mélida observó la existencia de quince puertas1479. Describió asimismo la orchestra o dependencia circunscrita por el semicírculo de la cavea y la línea recta de la scaena. Se trataba de un espacio libre, plano y pavimentado de mármol con losas rectangulares azuladas, recuadradas por losetas blancas. Sobre la dudosa función de la orchestra, emitió Mélida la siguiente teoría: Esta dependencia del teatro antiguo debe su nombre a que era el lugar en que cantaba y evolucionaba el coro en el teatro griego (...) esto ha ofrecido más que dudas al tratarse de teatros romanos (...) la razón que se ha tenido para dudar es la afirmación de Vitrubio de que todos los actores representaban en la escena, y de que los senadores tenían designados sus asientos en la orchestra (...) los bronces de Osuna disponen en el capítulo 127 que nadie tuviera derecho de sentarse en el teatro en los sitios designados en la orchestra a los magistrados, senadores, decuriones y 1474 1475 1476 1477 1478 1479

BENDALA (1976: 148). MÉLIDA ALINARI (1915g: 5-6). Para la planta del edificio diseñada por Alfredo Pulido véase MÉLIDA ALINARI (1915g: lám. I). MÉLIDA ALINARI (1915g: 6-7). MÉLIDA ALINARI (1915g: 8). MÉLIDA ALINARI (1915g: 10).

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otras autoridades (...) se ha tenido por indudable que en los teatros romanos el espacio libre de la orchestra se llenaba de sillas para las autoridades y personas calificadas1480.

Sin embargo, Mélida se mostró escéptico con esta afirmación, preguntándose si era posible que los romanos, tan prácticos en todo, después de haber dispuesto como los griegos las localidades del teatro convenientemente escalonadas de manera que ningún espectador pudiera estorbar al que tuviera detrás la vista de la escena, alinearan sobre un plano las localidades de preferencia, con notorio perjuicio de los espectadores que eran precisamente los de mayor alcurnia. Opinaba que sin perjuicio de que hubiera asientos de preferencia en la orchestra, había en ella un espacio libre para el coro, mas lo que principalmente importa es que los asientos de orchestra eran los de las primeras filas dispuestas en el hemiciclo, y que no se colocaban a capricho en el espacio libre y plano reservado al baile y al coro por necesidad o por tradición1481. Este planteamiento lo expuso Mélida en una conferencia pronunciada en el mismo teatro de Mérida el día 13 de abril de 1914, y estaba avalado además por el arquitecto francés M. Jules Formigué en su Remarques diverses sur les Théâtres romains à propos de ceux d’Arles et d’Orange, obra publicada en París en 1914. En sus razonamientos y análisis arquitectónicos, Mélida tuvo en Vitrubio a su principal referencia y fuente de consulta. Le consideraba una fuente indiscutible en materia constructiva y basaba sus planteamientos en la óptica latina ofrecida por el ingeniero y arquitecto romano. Sobre la capacidad del teatro, descendió Mélida su anterior estimación1482 de 12.000 espectadores rebajándola ahora a 5.500, una vez sumados los asientos de la orchestra, las caveas (ima, media y summa), la galería alta y los tribunalia. Precisamente la ima cavea ha sido propuesta por Walter Trillmich como el lugar destinado a un sacrarium de culto imperial1483. La scaena1484 fue el siguiente punto en el que se detuvo. De las características más llamativas del teatro emeritense respecto a otros teatros de época romana, destacó la profusión de las columnas. El telón y las decoraciones merecieron un epígrafe aparte en el análisis de Mélida, destacando éste el hallazgo en las excavaciones de 12 cavidades a modo de pocetes o cajas de mampostería, construidos en línea con suma regularidad. En cuanto a los paralelos constructivos más inmediatos, Mélida advirtió idénticas cavidades en el teatro francés de Arlés. Llama la atención el escrupuloso estudio arquitectónico y el rigor empleado en las medidas convencionales del teatro romano y la coincidencia de éstas con el caso del de Mérida. Sus recreaciones y planteamientos arquitectónicos los justificaba a menudo con referencias literarias legadas por Virgilio, Ovidio o Vitrubio, lo que evidenciaba un profundo conocimiento de las fuentes. Dio asimismo cuenta de las dependencias1485 del teatro, entre las que se refirió a las cloacas, el postscaenium, los hospitalia y el choragium. Las inscripciones y los mármoles decorativos del teatro centraron la atención del arqueólogo madrileño en el siguiente capítulo. Entre las inscripciones, destacó una inscripción repetida en dos dinteles que rezaba Marco Agripa, hijo de Lucio, Cónsul por tercera vez, y ejerciendo la tribunicia potestad por tercera vez. Estaba grabada en hermosos caracteres augusteos, realzados con pintura roja y se repetía sobre los áticos de las portadas laterales. Una de las inscripciones a las que hizo mención Mélida fue un fragmento del que se tenía noticia desde hacía más de cuatro siglos y que había sido depositado en la casa señorial propiedad de la Duquesa de Denia, situada en la población abulense de Las Navas del Marqués, junto a otros epígrafes1486. Otras inscripciones a las que hizo referencia procedían de las excavaciones llevadas a cabo en el teatro pero no tenían relación directa con éste sino que habían sido arrojadas allí

1480 1481 1482 1483 1484

1485 1486

MÉLIDA ALINARI (1915g: 11-12). MÉLIDA ALINARI (1915g: 13-14). Vid. supra. TRILLMICH (1993: 116-117 y 122). MÉLIDA ALINARI (1915g: 15-19). Sobre la cronología de la gran fachada de la escena, véase ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1982: 307-310). MÉLIDA ALINARI (1915g: 22-23). MÉLIDA ALINARI (1915g: 26). La Duquesa poseía una colección epigráfica en esta casa-palacio que acabó donando al Museo Arqueológico Nacional en 1919, véase GARCÍA IGLESIAS (1976: 66) y ALMAGRO BASCH, (1976: 130-131).

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como materiales de desecho. Entre ellas, epígrafes sepulcrales paganos y cristianos. A modo de balance, opinaba Mélida que en tiempo de Trajano debió de hacerse la obra gruesa de Arquitectura y siendo Adriano emperador, debió de completarse el trabajo decorativo del teatro. Las estatuas del teatro de Mérida1487 centraron el siguiente epígrafe. Adornaban los intercolumnios de la escena y fueron apareciendo fragmentadas durante las excavaciones ante el basamento de la escena. El material empleado para esculpirlas fue mármol blanco de Italia. En cuanto al estilo de las estatuas, en especial las de deidades y emperadores, Mélida observó un estilo greco-romano, sin la simplicidad y carácter sintético del arte de la época de Augusto, pero atento a los efectos pintorescos de claroscuro en los plegados de paños y en las caídas de los mismos, con evidente recuerdo del gusto ático arcaico1488. Concretamente, atribuyó esos caracteres escultóricos a la época de Adriano, que representaba, según Mélida, un renacimiento en sentido griego dentro de la historia de la escultura clásica. Llegó a realizar una propuesta1489 acerca de la posición que ocuparían las estatuas de los intercolumnios de la columnata baja. En la columnata alta también hubo estatuas en los intercolumnios. Acaso los diez intercolumnios de la columnata alta debieron de estar ocupados por las imágenes de nueve Musas, más la de Apolo o Mnemosina. No solamente adornaron la escena del teatro emeritense imágenes de los dioses, sino estatuas, retratos de emperadores y personajes reales1490. A juicio suyo, Adriano fue quien hizo acabar la obra de reconstrucción de la escena y su magnífico decorado y posiblemente se valió para ello de artistas griegos. Otros mármoles aparecidos en las excavaciones y que no pertenecieron al teatro fueron: una mano de 0, 5 metros; parte de un pie con calzado; una cabecita de Sileno; y los restos de un grupo pequeño del dios Pan y otro dios de pies capriles, probablemente Panisco, según Mélida. En su opinión, todos estos mármoles habían sido arrojados a la cloaca. Por su trascendencia para el programa estatuario de la construcción central del teatro, hay que destacar el hallazgo de una cabeza de Julia Agripina, esposa de Claudio, advertida por el hispanófilo Raymond Lantier en 19161491 y que ha servido a Trillmich para fechar la decoración de la escena en tiempos de Claudio1492. Mélida la confundió con una musa en su publicación de 19251493 ya que antes no llegó a publicarla. La hipótesis de Trillmich podría cobrar más sentido si la afirmación de Macías relativa al hallazgo de una estatua de Agripa, abuelo de Julia Agripina, y nunca publicada, fuera cierta1494. El mismo autor refuerza esta teoría asegurando que uno de los togados recuperados por Mélida podría pertenecer a algún miembro de la familia imperial, como Claudio, Augusto o Agripa1495. Al tratar el teatro de Mérida en su contexto, una de las características que más llamaron la atención de Mélida fue su buen estado de conservación, ya que en general este tipo de construcción de época romana se hallaba bastante deteriorada1496. En el caso de los teatros peninsulares, sólo el de Sagunto se mantenía relativamente bien conservado en esta segunda década del siglo XX. Los de Tarragona, Segobriga (Cabeza del Griego), Toledo, Clunia y Acinipo (Ronda la Vieja) conservaban parte de su estructura, si bien no aportaban tanta información epigráfica e histórica como el de Mérida. En la región extremeña, las poblaciones de Medellín (Badajoz) y Reina (Badajoz) conservaban exiguos restos de teatros romanos, en nada comparables a los citados. 1487 1488 1489 1490 1491

1492 1493 1494 1495 1496

TRILLMICH (1993). MÉLIDA ALINARI (1915g: 34-35). MÉLIDA ALINARI (1915g: 35). MÉLIDA ALINARI (1915g: 34) y TRILLMICH (1993: 113-117); sobre retratos en relieve, NOGALES BASARRATE (1993: 150-151). Llevaba el número 926 del inventario provisional de Mélida. Vid. TRILLMICH (1993: 115). Sobre la figura de Raymond Lantier (1886-1980) conviene añadir su publicación de varios trabajos emeritenses, como su Inventaire des Monuments Sculptés pré-Chrétiens de la Péninsule Ibérique. Première partie. Lusitanie, Conventus Emeritensis, publicado en París en 1918. Otro hispanófilo interesado en la escultura emeritense fue el danés F. Poulsen, que publicó en 1933, en Copenhague, Sculptures Antiques de musées de province espagnols. TRILLMICH (1993: 115). MÉLIDA ALINARI (1925a: 156). TRILLMICH (1993: 115-116). TRILLMICH (1993: 116). Lleva el inventario número 34.687. MÉLIDA ALINARI (1915g: 36-38), comparaba el teatro emeritense con otros teatros del mundo romano, en función de su arquitectura y decoración.

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Uno de los puntos más interesantes de las excavaciones fue el Mitreo localizado por Mélida. En el Boletín de la Real Academia de la Historia de 1914 firmado el 12 de febrero publicó el artículo “Cultos emeritenses de Serapis y de Mitras”, en el que informó acerca de los hallazgos acontecidos en el lugar donde intuyó la existencia de un templo o santuario dedicado a Serapis y otro a Mitra, dos divinidades extranjeras que arraigaron en Mérida. La primera sospecha había sido advertida por Mélida en 1907, al visitar las obras llevadas a cabo para la construcción de la Plaza de Toros de la ciudad. En el lugar habían aflorado desde 1902 estatuas y mármoles que Mélida relacionó con los santuarios levantados en honor de Serapis y Mitra. Concretamente, habían aparecido en 1902 seis estatuas y dos cabezas, más varios fragmentos escultóricos y algunos epígrafes. En 1913 los descubrimientos aportaron siete estatuas, una cabeza y varios fragmentos. Junto a ellos, dos aras votivas y restos de otras, además de una cabeza descubierta en 1914. Respecto a la divinidad de Mitra, Mélida se refirió a ella en los siguientes términos: Mithras, dios solar que combate a los demonios de la noche y protege a los pobres y desventurados, dio lugar en los días del Imperio Romano a una religión abstracta, del Sol Invictus o dominador celeste, árbitro de las cosas en el orden natural, en el físico y en el moral; religión, que como la de Serapis y de Isis, se difundió desde Roma a las provincias, llegando a su mayor predominio en la época de los Antoninos. Así fue, según ha dicho nuestro inolvidable Menéndez y Pelayo, como el dualismo iranio, el mazdeísmo persa, penetraron en el mundo romano a la sombra del culto y de los misterios de Mithra, que parecen haber sido los de más elevación moral y los más libres de horrores e impurezas1497.

Los templos emeritenses de Mitra y Serapis apenas legaron restos arqueológicos y solamente pudieron documentarse trozos de enlucido de muro, con su capa de estuco pintado de negro o de rojo, y ligeros ornatos y guirnaldas, al modo pompeyano. Aparecieron como escombro por quienes destruyeron el templo, con el fin de llevarse los materiales de su construcción para aprovecharlos en otras, del mismo modo que sucedió con los demás monumentos romanos emeritenses. Mélida lo atribuyó al hecho de que los difundidores de estos cultos en el vasto imperio romano fueron los soldados, esto es, las legiones que procedían de Oriente. Conviene recordar que en Mérida se asentaron la Legio VII Gemina Felix, la X y la V. Otro aspecto destacado por Mélida fue el de que en todo santuario de este dios era elemento esencial la presencia o proximidad del agua. Mélida realizó un repaso por las estatuas localizadas durante 1913. A modo de valoración global, concluyó que consideradas en conjunto las esculturas descritas –excepción hecha de la última de Venus, que pudo ser importada– correspondían todas ellas a una escuela artística que llamó emeritense. Según él, se distinguió ésta por la afición de tratar los paños con cierto aticismo y un carácter pintoresco. En las estatuas del templo de Mitra advirtió un predominio de las tradiciones de la escuela argiva, y en especial del gusto por Lisipo. El 22 de enero de 1915 Mélida firmó una recensión en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de la obra de Maximiliano Macías Mérida monumental y artística. En su calidad de correspondiente de las Reales Academias, secretario de la Subcomisión de las excavaciones de Mérida y catalogador en el Museo Arqueológico de aquella ciudad, Macías1498 condensó en esta publicación la riqueza arqueológica por la cual fue Mérida la novena ciudad entre las del mundo romano, según el poeta Ausonio. Mélida alabó su esfuerzo y destacó el buen juicio, el mérito y el acierto de su compañero en este libro tan necesario para el conocimiento del legado material emeritense. Las siguientes novedades acontecidas en las excavaciones de Mérida fueron recogidas en la primera memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, correspondiente al año 1916, si bien daba cuenta de los trabajos realizados durante 1915. De hecho, el director de las excavaciones, José Ramón Mélida, firmó la memoria el día 31 de diciembre de 1915. Básicamente, esta campaña sirvió para 1497 1498

MÉLIDA ALINARI (1914e: 443). Sobre su obra arqueológica en Mérida, ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 203-207).

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completar el descubrimiento del teatro emeritense, cuyo interior había quedado al descubierto tras la campaña de 1914. De las trece puertas del teatro sólo dos se hallaban descubiertas, mientras el resto permanecían bajo una capa de tierra de más de tres metros. Por otra parte, en la llamada fachada semicircular del teatro se decidió abrir una zanja de siete metros de ancho y en apenas cinco meses quedó completado su descubrimiento, con sus puertas y escaleras. Mélida calculó que debía de haberse producido un movimiento de tierras calculado en 3.345 metros cuadrados. Quedó sorprendido del buen estado de conservación de la sillería granítica almohadillada, los vomitoria y el pavimento de la calle romana que rodeaba el teatro. Después de más de cuatro años de trabajo, el teatro quedaba completamente visible. Ya en 1914, había empezado a descubrirse, en la zona Noroeste del teatro, una construcción compuesta de dos habitaciones que ofrecía la fisonomía de una basílica romano-cristiana, con pinturas y mosaicos1499. En la campaña de 1915 se definieron algo mejor las estructuras1500, quedando al descubierto un espacio cuadrado a modo de atrio, con su impluvium1501. La Comisión tenía previsto profundizar en el conocimiento de esta construcción al año siguiente. Además, en las excavaciones del teatro, fueron encontrados: una moneda de oro de Graciano del siglo IV después de Cristo; un Hermes de Príapo y una cabecita de Sileno1502, que Mélida asoció a algún santuario cercano dedicado a Baco. Las preocupaciones de Mélida trascendían lo meramente arqueológico y comenzaba a considerar prioritario dar a conocer el yacimiento y sus exitosos descubrimientos. El número de visitantes no emeritenses durante 1915 no excedió los 1.114, lo que para Mélida era un número muy discreto1503. Quizás la carta que le envió su colega Bonsor el 27 de febrero de 19121504 hizo ver a Mélida lo importante que era la promoción y divulgación del yacimiento para asegurarse la financiación de unas excavaciones que por el momento contaban con el respaldo económico necesario. En cuanto a la comisión que formaba la cúpula de las excavaciones, ocurrió el 28 de julio de 1915 la muerte de uno de sus individuos, Alfredo Pulido, pérdida no solamente sensible por las buenas prendas personales de tan excelente compañero, sino también por los buenos servicios que con su competencia técnica venía prestando en la marcha de los trabajos de extracción de tierra que estaba especialmente encargado de inspeccionar1505. Mientras Mélida acometía los trabajos arqueológicos en los monumentos emeritenses, seguía desempeñando su cargo de director del Museo de Reproducciones Artísticas, en Madrid. Llama poderosamente la atención la gran cantidad de piezas adquiridas de Mérida para el Museo entre finales de 1915 y todo 1916. En este lapso de tiempo sólo entraron reproducciones procedentes de Mérida. Como anécdota cabe añadir que en 1933, año en que murió Mélida, se inauguró el Festival de Teatro Clásico. Podría tratarse de un gesto u homenaje a la memoria de Mélida, si tenemos en cuenta que Bonsor le había insistido en la conveniencia de celebrar certámenes de teatro y representaciones para potenciar el conocimiento del monumento y la implicación ciudadana con su patrimonio.

UNA CASA- BASÍLICA ROMANO- CRISTIANA (1916) Los trabajos arqueológicos dirigidos por la Comisión durante 1916 se centraron, por una parte, en la casa-basílica de época romano-cristiana; y, por otra parte, en el anfiteatro. Sin embargo, la memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades que informaba acerca de las excava1499 1500 1501 1502 1503 1504 1505

Sobre los mosaicos localizados por Mélida hasta 1925 véase MÉLIDA ALINARI (1925a: 183-185) y GARCÍA IGLESIAS (1976: 80). MÉLIDA ALINARI (1916j: 4-5). Fotografía en MÉLIDA ALINARI (1916j: lám. XII). Fotografía en MÉLIDA ALINARI (1916j: lám. X). Oficialmente, sólo se disponen datos de visitantes desde 1942. Vid. VV. AA. (1988a: 79). Vid. supra. MÉLIDA ALINARI (1916j: 7).

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ciones de Mérida se centró en la llamada casa-basílica. Ese mismo año en febrero Mélida había sido nombrado director del Museo Arqueológico Nacional, hecho que estimuló la política de adquisición de piezas emeritenses1506. Del anfiteatro apenas decía que se habían descubierto tres vomitorios. Cerca del teatro, los trabajos de 1914 habían dejado al descubierto un muro semicilíndrico de mampostería que pronto advirtió Mélida como una edificación independiente de carácter civil. En el muro exhumado, decorado con pinturas, se apreciaban tres vanos o ventanas y se conservaban tramos de pavimento con mosaico1507. Mélida pensaba que tal ruina podía corresponder a una basílica romano-cristiana. Pronto se pudo apreciar la presencia de dos ábsides1508 que correspondían a dos recintos cuadrados, en comunicación uno con otro, lo que llevó a Mélida hasta la conclusión de que el edificio en cuestión fue destruido cuando el teatro dejó de ser usado a causa de la caída del paganismo1509. La memoria incluía un plano, con el resultado de las excavaciones. A continuación, desglosó Mélida el estudio del edificio en cuestión. Primeramente, se ocupó de la parte arquitectónica1510, de la que advirtió un gran contraste, por la vulgaridad de sus materiales, con la sólida estructura del vecino teatro. Llevó a cabo un repaso pormenorizado del atrio, tomando como referencia las nomenclaturas específicas utilizadas por Vitrubio y Varrón. El empleo de vocabulario técnico evidencia un conocimiento profundo de la arquitectura romana por parte de Mélida, quien comprendía que las diferencias entre los cinco sistemas de construcción del atrio estaban en la carencia o empleo de columnas. Atribuía la introducción de modificaciones en la construcción y disposición de las casas romanas a la influencia griega, a la que se debe que al atrio latino se añadiera el peristilo, que es otro patio con columnatas y galerías1511, evidenciando una vez más su tendencia helenocentrista tan habitual. En cuanto al atrio, éste comunicaba con varias habitaciones (cubicula), la mayoría de ellas mal conservadas y Mélida llamó la atención sobre la ausencia de algunas partes de la casa clásica. Entre ellas, las alae (habitaciones laterales abiertas al atrio), el tablinum, aunque pudo ser la estancia con forma de basílica, y el triclinium, en cuyas paredes se conservaban restos de enlucido, adornado con pinturas. Mélida intuía que el atrio debía de haber sufrido modificaciones en distintos momentos. Pero lo más singular y menos corriente de todo eran las dos habitaciones absidales que servían de cabecera por la parte oriental. La mayor describía una planta idéntica a la de las curias y basílicas del paganismo romano1512, con un muro absidal perforado por tres ventanas, que no existían en los monumentos paganos. El ábside, en opinión de Mélida, debía de estar cubierto con bóveda de cañón y limitado por un arco. En cuanto a la habitación menor, tenía un ábside idéntico al anterior, semicircular y con tres ventanas; y una cubierta como la del recinto contiguo. Carecían sus paredes de enlucidos, pinturas y pavimentos. El siguiente epígrafe lo dedicó Mélida a las pinturas del edificio, cuya técnica era la misma que la empleada en Pompeya y en las demás pinturas romanas descubiertas. Llama la atención la cantidad de veces que Mélida tomaba las excavaciones de Pompeya como referencia arqueológica, para compararla con otros hallazgos de época romana acontecidos en suelo hispano. Algo absolutamente lógico si tenemos en cuenta que la ciudad de Pompeya había sido excavada desde el siglo XVIII y había proporcionado un material único. Supuso toda una revelación en su época pero con el paso de las décadas ningún yacimiento estuvo a su altura en lo que se refiere a cultura material romana. Del edificio antedicho, donde mejor se conservaban las pinturas era en la habitación grande absidal1513. Según Mélida, y basándose en los delicados pies desnudos y las ajorcas de oro que adornaban 1506 1507 1508 1509 1510 1511 1512 1513

Vid. infra páginas 441-444. BLANCO F REIJEIRO (1978: 18-20); sobre nuevos mosaicos hallados en Mérida en los años 1980, véase. ÁLVAREZ MARTÍNEZ (1990). Para las estructuras adosadas a los ábsides y su proceso de excavación, MÉLIDA ALINARI (1917a: 4-5). MÉLIDA ALINARI (1917a: 5). MÉLIDA ALINARI (1917a: 5-11). MÉLIDA ALINARI (1917a: 7). MÉLIDA ALINARI (1917a: 10) La decoración consistía en un zócalo corrido, imitando tableros de mármoles veteados o jaspes, con círculos oscuros a distancias proporcionales. En los cuatro macizos que quedaban entre las tres ventanas del ábside fueron pintadas en cada uno de ellos una figura de tamaño natural, en pie y sobre pedestales marmóreos, cuadrados, en perspectiva.

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los tobillos de estas figuras, debía de tratarse de figuras femeniles1514. Bajo las ventanas quedaba un espacio rectangular en el que reconocía parte de un caballo y una pantera, marinos1515 y otra serie de decoraciones que completaban los cercos de las ventanas y los muros laterales1516. En la segunda habitación absidal no quedó resto de pintura ni de enlucido, pero sí aparecieron fragmentos policromados correspondientes a la parte arquitectónica, como trozos de molduras de cornisas, adornos pintados de colores, molduras con ovarios y rosarios de perlas, etc. Los mosaicos1517 se conservaban en la nave o parte cuadrada de la habitación absidal, las galerías del atrio y la habitación pequeña situada al lado de la habitación absidal (fig.50). El pavimento de la habitación absidal ocupaba un cuadrado dividido en muchos, repartidos en dos rectángulos. Formaba cenefa entre todos ellos una trenza continua, motivo frecuentísimo en mosaicos romanos, y los motivos geométricos de los espacios cuadrados presentaban variedad de estrellas, cuadrados, triángulos y ajedrezados. En cuanto a los mosaicos de las galerías del atrio, éstos desarrollaban motivos de estrellas entrelazadas, de cuatro puntas y romboidales; y entre ellas cuadrados con trenzas, swásticas y otras combinaciones. Una vez descrita la parte arquitectóniFig. 50.- Planta de la casa-basílica (1917). ca y decorativa del edificio en cuestión, Mélida pasó a analizar la funcionalidad del mismo. Según él, se trataba de una casa romana. Para ello, se basaba en su disposición, la presencia del atrio, el carácter de las pinturas y el de los mosaicos. Como ha quedado dicho, este edificio estaba adosado al teatro emeritense y el arqueólogo madrileño lo justificaba desde el punto de vista topográfico: por lo menos su parte occidental, las habitaciones absidales y la pequeña, cuyo muro carga sobre el trozo de pilar del teatro, debió de ser levantado, y aprovechando sillares del mismo, cuando, por haber cesado definitivamente los espectáculos escénicos, esto es, a la caída del paganismo y poco después de este suceso trascendental, quedara sin utilidad y abandonado el teatro1518. No obstante, el propio Mélida dudaba en su razonamiento que se tratara de una casa romana simplemente. Consideraba que no era corriente la presencia de las habitaciones absidales, y especuló con la posibilidad de que fuera una curia, en la cual el ábside no sería otra cosa que el lugar destinado al tribunal. Respecto a la habitación mayor, planteó la posibilidad de que fuera una basílica privada convertida en iglesia posteriormente:

1514 1515 1516 1517 1518

Fotografías en MÉLIDA ALINARI (1917a: lám. VII, figs. 10 y 11). Fotografía en MÉLIDA ALINARI (1917a: lám. VIII, fig. 14). MÉLIDA ALINARI (1917a: 12). BLANCO F REIJEIRO (1978: 17-18). MÉLIDA ALINARI (1917a: 14-15).

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Fig. 51.- Fotografía del interior de la basílica (1917). Sabido es que la basílica pagana, que es como si hoy dijéramos la bolsa, era un edificio público, grande y suntuoso, y, justamente, por ser las basílicas casi los únicos edificios civiles que podían contener mucha gente, se ha pensado fueron los preferidos para convertirlos en iglesias cristianas en aquellos primeros tiempos de la paz de la Iglesia; pero esta hipótesis fue refutada primero por Zestermann y Kreuser, y luego por el arquitecto Husch, que dice que no se conoce más que un caso de basílica judicial convertida en iglesia, caso que no podía repetirse porque las judiciales continuaron en uso1519.

El caso emeritense era una basílica privada y, como afirmó Camille Enlart en su Histoire de l’Art depuis les premiers temps chrétiens jusq’à nos jours publiée sur la direction de M. André Michel, las basílicas cristianas imitaban a las basílicas privadas, anexas a los palacios. Además, cierto número de casas particulares se convirtieron en los primeros asilos del culto cristiano, lo que explica que la iglesia conservara el atrio de la casa y que el impluvium sustituyera a la fuente de abluciones en el patio de la basílica1520. Por su fisonomía arquitectónica, Mélida opinaba que los ábsides habían sido hechos en la época de la Paz de la Iglesia, ya que en las curias y basílicas paganas estos ábsides eran macizos. En lo que a su cronología se refiere y basándose en la representación de columnas salomónicas sobre algunas pinturas y en su parecido con las esculpidas en los relieves de los sarcófagos romano-cristianos, propuso una fecha a caballo entre los siglos IV y V. Mélida concluía su exposición afirmando que la casa romana emeritense de que se trata tenía una basílica privada, o ésta le fue añadida para establecer el culto cristiano, acaso practica1519 1520

MÉLIDA ALINARI (1917a: 15). El francés Leclercq afirmaba que la casa romana satisfacía las dos exigencias capitales del culto cristiano, pues ofrecía su atrio y su tablinum para la reunión y su triclinium para la comida litúrgica. Incluso, algunos mártires dispusieron (según las actas de su martirio) que su casa fuera transformada en Iglesia.

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do desde antes, ocultamente, en aquella1521. Actualmente, su funcionalidad religiosa ha sido descartada al no detectarse ningún elemento que así lo confirme1522. La parte decorativa del edificio también llevó a Mélida a especular en torno a varias cuestiones, como si sería lícito pensar que las imágenes representadas fueran mártires cristianos y no deidades paganas. Llamaba su atención el hecho de que aparecieran con atributos propios de personas de la vida terrenal, como sandalias, ajorcas y ropas adornadas de púrpura, lo que le llevó a relacionarlos, no sin dudas, con famosos mártires emeritenses como San Liberio, San Donato, San Félix, Santa Eulalia y Santa Julia. Reconocía que a ciertas figuras cristianas se unían motivos paganos como el caballo y la pantera, marinos y el niño sobre un animal, hecho que atribuyó a la imaginería romano-cristiana, que incorporaba motivos de la religión pagana. En base a lo expuesto, Mélida catalogó el edificio como posiblemente la más antigua basílica romano-cristiana de Mérida. Para razonar los motivos que le llevaron a considerarlo como tal, llevó a cabo un exhaustivo repaso por los edificios con los que advirtió paralelos. Analizó las basílicas cristianas de Elche, Santa María (Palma de Mallorca), San Félix (Játiva, Valencia); la cella del cementerio cristiano de Ampurias; la villa romana de Centcelles (Constantí, Tarragona) y la basílica de los Flavios (Palatino, Roma)1523. Incluso, Mélida acudió a las fuentes –en concreto al diácono emeritense Paulo1524 y al poeta Prudencio– para tratar de identificar cuál de las iglesias citadas correspondía al edificio excavado. Una vez estudiados los distintos puntos de vista, dedujo que en el momento que Constantino promulgó el Edicto de Milán en el año 313 se debieron de erigir en Mérida las iglesias de Santa María, Santa Eulalia y la que se correspondía con el edificio en cuestión. Atendiendo a criterios artístico-cronológicos, consideró Mélida que la primera y más antigua fue la romano-cristiana; después se levantó la de Santa Eulalia, con sus restos visigodos; y la última fue la de Santa María, que era ojival. También en el ámbito peninsular otorgó a la basílica romano-cristiana de Mérida la categoría de mayor antigüedad. En cuanto a la basílica de Santa Eulalia se refiere, conviene destacar una minuta de oficio1525 fechada el 18 de octubre de 1916 en la que la Real Academia de la Historia solicitó a Mélida la redacción de un informe sobre su estado de ruina. Cabe deducir de sus trabajos en Mérida hasta la fecha que el campo de acción de Mélida era muy amplio y que trató de apoyar todas sus hipótesis en hechos contrastados arqueológicamente o en las fuentes de la antigüedad. La visión positivista seguía condicionando su forma de investigar y llevó a cabo un estudio global de la ciudad de Mérida, acaparando todas las épocas representadas en los restos de la ciudad. En parte, seguía siendo heredero del concepto de sabio erudito que aspiraba a abarcar todas las facetas del conocimiento humano.

HALLAZGOS Y TRABAJOS EN EL ANFITEATRO (1915-1920) El anfiteatro emeritense es, junto con el teatro, el edificio público más representativo de la Mérida romana. En sus dos mil años de vida ha soportado el paso del tiempo con desigual resultado y, si bien en el siglo XVIII contaba con un aspecto saludable desde el punto de vista de su conservación, un siglo más tarde presentaba un aspecto ruinoso. Hasta 1915. En la campaña arqueológica de ese año, uno de los tres objetivos acometidos por Mélida consistió en tantear el descubrimiento del anfiteatro –en peor estado que el teatro– desde su parte exterior. Se llevó a cabo el desmonte de aquellos macizos que obstruían algunos vomitorios y pudo comprobarse que el arco de entrada y la bóveda de cañón prácticamente habían desaparecido por su mal estado de conservación. Por ello fue necesario construir 1521 1522 1523 1524

1525

MÉLIDA ALINARI (1917a: 16). ABAD CASAL (1976: 179). MÉLIDA ALINARI (1917a: 18-21). Este escritor de los siglos VI-VII mencionaba varias iglesias existentes en Mérida: Santa María o Catedral, San Juan Bautista o baptisterio, Santa Eulalia, San Ciprián, San Lorenzo y Santa Lucrecia. CELESTINO y CELESTINO (2000: 57, sig. CABA/9/7945/51(4).

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unos arcos de ladrillo1526 como medio de contención. En total, el movimiento de tierras alcanzó un volumen de 1.670 metros cúbicos. Desde el punto de vista epigráfico, cabe señalar el hallazgo en uno de los vomitorios de un gran tablero de mármol de 1,35 metros que rezaba así: G · AVGUSTI D. D. (al genio de Augusto por decreto de los Decuriones). Además, al excavar el vomitorio que mira al Norte, aparecieron dos bustos de mármol: uno varonil1527 de 0,48 metros y otro femenil1528 de 0,34 metros: ambos, sobre todo el varonil, de un realismo algo seco y con rasgos fisonómicos vigorosamente acentuados que acusan ser retratos de personajes desconocidos y pertenecer a la buena época del arte romano, de los tiempos del Imperio1529. A modo retrospectivo, conviene señalar la calidad del Mélida epigrafista atestiguada en las constantes citas que aparecen en obras actuales. En ellas se reconoce su acierto en las propuestas de traducciones latinas emeritenses1530 con ligeras especificaciones derivadas de la cronología, como la argumentada por Bendala Galán y Durán Cabello1531. En 1919 apareció publicada una nueva memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades1532 en la que se recogían los trabajos acometidos entre 1916 y 1918 en el anfiteatro emeritense. Antes de abordar los pormenores de la excavación y los descubrimientos llevados a cabo, Mélida se hizo eco de una polémica que envolvió al anfiteatro desde mediados del siglo XVI. En 1546, un cosmógrafo portugués de nombre Gaspar Barreiros había visitado Mérida y había llegado a la conclusión de que los restos del actual anfiteatro correspondían a una naumaquia. Sin embargo, discrepaba del planteamiento del luso: la fuerza de opinión (...), en tiempos que el conocimiento de los monumentos antiguos era tan escaso como defectuoso, máxime en sujetos que tenían más de historiadores o de humanistas que de anticuarios, fue la razón de que todos los que después se ocuparon de Mérida y sus antigüedades le siguieran en este punto1533. Se refería a otros viajeros e historiadores como Bernabé Moreno de Vargas, Agustín Francisco Forner, Luis José Velázquez (Marqués de Valdeflores), Agustín Ceán Bermúdez, Antonio Ponz, Alejandro de Laborde1534, el Padre Flórez y Gregorio Fernández Pérez. En palabras de Mélida, se les ofrecía tan cubierto de tierra que en ello está la mayor disculpa de que se perpetuase error tan notorio, dejando hablar a la imaginación y no a los ojos1535. El arqueólogo madrileño consideraba gratuitos e infundados los razonamientos de sus antecesores, excepto de algunos como el orientalista Francisco Pérez Bayer1536. Mélida basaba su tesis principalmente en tres puntos: sus dimensiones relativamente pequeñas, su figura oval y el hecho de que los juegos navales sólo tuvieron edificio propio en Roma. Es decir, que sólo ocasionalmente se convertía en lago la arena de un anfiteatro para dichos combates. Además, añadió el director de las excavaciones que en el curso de las excavaciones no había sido localizado ningún resto de canales, ni enlace con acueductos. Destacó Mélida el hecho de que el anfiteatro emeritense, a la caída del paganismo, fue mirado con horror por la sociedad cristiana ya que fue derramada en su arena sangre de mártires cristianos. Pero no fue la única reutilización de su espacio y sirvió a los fines más impropios y vejatorios: para guardar ganado, almacenar grano o habilitar humildes viviendas al amparo de bóvedas y muros. Como es lógico, también sufrió el anfiteatro el despojo de su estructura y algunos de sus sillares fueron reaprovechados en construcciones posteriores. Respecto a la documentación histórica del monumento, Mélida lamentaba –al igual que Ceán Bermúdez– el incendio ocurrido en 1734 en el Alcázar de Madrid, en el que perecieron los dibujos del anfiteatro que Juan de Herrera había realizado en 1580 cuando acompañó a 1526 1527 1528 1529 1530 1531 1532

1533 1534

1535 1536

Fotografía en MÉLIDA ALINARI (1916j: lám. VII). MÉLIDA ALINARI (1916j: lám. VIII). MÉLIDA ALINARI (1916j: lám. IX). MÉLIDA ALINARI (1916j: 6). Por ejemplo, en RAMÍREZ SÁDABA (1992) o en M ENÉNDEZ P IDAL (1957). BENDALA y DURÁN (1992: 259). Parte de esa información apareció contenida en un artículo de 1919 publicado por Mélida (y firmado en 23 de abril de 1919) en el nº 4, pp. 60-73 de la revista Raza Española. MÉLIDA ALINARI (1919d: 7). Fue la voluminosa obra realizada conjuntamente por Charles Nodier, el Barón Taylor y Alfhonse de Cailleux sobre los viajes pintorescos y románticos en la antigua Francia, la que se alzó como ejemplo y modelo de cualquier otro libro de viaje pintoresco romántico que apareció desde entonces. Vid. GONZÁLEZ-VARAS (1996: 19-20). MÉLIDA ALINARI (1919d: 7). ÁLVAREZ MARTÍNEZ y NOGALES (1992: 265) y CALERO (1992: 302).

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Felipe II. Sí pudo conservarse, sin embargo, la documentación del viaje a Extremadura realizado en 1752 por encargo de la Real Academia de la Historia1537, de su individuo de número Luis José Velázquez. Durante los siglos XVII y XVIII fueron realizadas distintas descripciones del monumento, que estaba entonces prácticamente cubierto por la tierra1538. Antes de abordar las excavaciones llevadas a cabo entre 1916 y 1917 en el anfiteatro, Mélida dio cuenta de las intervenciones1539 realizadas antes de hacerse cargo de los trabajos la Comisión, que en tres años completó la extracción de tierras del monumento. Tras la retirada de 10.000 metros cúbicos de tierra el anfiteatro quedó prácticamente visible: conservaba casi toda la piedra del alto zócalo o podium de la elipse que determina la arena, algunas de las gradas de piedra, algún arco, jambas, dinteles de las puertas, escaleras, trozos varios de sillería y gran parte del revestimiento de mampostería del exterior y los vomitorios. Mélida ofreció una detallada descripción de la traza y la construcción del monumento, evidenciando un conocimiento técnico avanzado de la arquitectura romana y de la terminología latina específica, con constantes referencias a las reglas vitrubianas arquitectónicas1540. En una de las observaciones señaladas por él aseguraba que la fábrica era pobre comparada con la del teatro emeritense. Se trataba de sillería de granito, mampostería, ladrillo y hormigón formado de piedras y cal. En la presente memoria, Mélida analizó pormenorizadamente el exterior, los vomitorios, las graderías, las tribunas, la arena, sus dependencias y la llamada “fossa”1541. Aportó una gran cantidad de información relativa a las medidas y funciones de cada una de las partes exhumadas del anfiteatro emeritense, en un alarde de conceptos técnicos y conocimiento del mundo clásico. Asimismo ofreció detalles sobre la decoración pictórica del edificio1542, estudiada más recientemente1543. Uno de los problemas más complejos a los que se enfrentó Mélida en la excavación de 1918 fue el hecho de que unos 20 metros de la fachada Este del anfiteatro aparecían adosados a la muralla y a una torre de la ciudad. El resultado era que quedaban inutilizadas dos puertas. El primer veredicto de Mélida fue considerar la muralla y la torre como los restos de una citania o castro de factura indígena, que debieron de quedar en pie tras ser arrasados por los romanos1544. La opinión fue compartida por autores como Schulten, Macías, Balil, García Sandoval, Almagro Basch y Álvarez Martínez1545; ante otras hipótesis sostenidas por Richmond o Chevalier1546. Es posible que Mélida estuviera algo influenciado por el modelo indigenista1547 adquirido de forma paulatina en Numancia y por el contacto con arqueólogos franceses como Pierre Paris. Pretendía Mélida recurrir al paradigma histórico-cultural del sometimiento de Roma sobre los pueblos indígenas, como Numancia o Caesaraugusta. De esta manera se repetía un sugerente escenario que replicaba el debate difusionismo versus indigenismo. En este caso, la referencia a citanias o castros por parte de Mélida llevaba implícito un componente céltico, que sería el estadio anterior al romano en Mérida1548. Finalmente, expuso una relación de aquellas inscripciones aparecidas en el curso de las excavaciones. Sólo dos pertenecían al anfiteatro, y se trataba de dos fragmentos de los antepechos de las tribunas, en cuyos frentes habían sido grabadas inscripciones. La disposición era bastante parecida a la de Marco Agripa, que aparecía repetida en el teatro sobre cada una de las dos puertas de salida a la orchestra. En hermosos caracteres augusteos de 20 centímetros y en una sóla línea podía leerse: Imp(erator), Caesar divi f(ilius) Au(gustus, Ponti) f(ex) Max(imus)... XII. En la tribuna oriental fue localizada otra ins1537 1538 1539 1540 1541 1542 1543 1544 1545 1546 1547 1548

ALMAGRO-GORBEA Y MAIER (2003: 4-8) MÉLIDA ALINARI (1919d: 11-12). MÉLIDA ALINARI (1919d: 13-14). Sobre un análisis arquitectónico relativamente reciente, BENDALA y DURÁN (1992: 249-253). MÉLIDA ALINARI (1919d: 18-31). MÉLIDA ALINARI (1925a: 160 y 166). ÁLVAREZ MARTÍNEZ y NOGALES (1992: 269-284). MÉLIDA ALINARI (1921h: 4). CALERO (1992: 304). CALERO (1992: 304-306). CERRILLO Y CRUZ (1993: 160-171). CERRILLO Y CRUZ (1993: 161).

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Fig. 52.- Trabajos en el anfiteatro emeritense durante las campañas de 1916 y 1917.

cripción en un sillar partido, con letras de 15 centímetros que rezaba así: (August)us, Pontif(ex) Maxim(us) (Tribunic)ia Potestate XVI. Mélida especuló con distintas traducciones1549, aplicando sus conocimientos históricos para acabar proponiendo la siguiente traducción en el caso de los dos epígrafes: El Emperador Augusto, hijo del divino César, Pontífice Máximo, Cónsul por oncena vez, Emperador por la décimacuarta, ejerciendo la potestad tribunicia por la décimasexta. También hizo referencia a varios pedazos de mármol con inscripciones1550 aprovechados después de la época romana para pavimentar. Pero la historia de esta inscripción fue completada gracias a nuevas obras en 1957, que permitieron afirmar a Menéndez Pidal y Álvarez la existencia de dos tribunas más que las localizadas por Mélida en el anfiteatro, además de confirmar la exactitud de la restitución propuesta por Mélida1551. Respecto a su cronología Mélida atribuyó el anfiteatro al tiempo de Augusto, como el teatro siendo éste anterior, pues fue acabado el año 18 antes de Jesucristo, y el anfiteatro no lo fue posiblemente hasta la segunda mitad del año 8 antes de Jesucristo1552. Mélida apuntaba al anfiteatro emeritense como uno de los más antiguos del mundo romano, en el cual fue el de Pompeya el de mayor antigüedad. Consideraba significativo el silencio de Vitrubio –que vivió en tiempos de Augusto– acerca de los anfiteatros en su famoso tratado, circunstancia que relacionaba con el hecho de que hasta tiempos de Augusto no empezó verdaderamente la construcción sistemática de esta clase de edificios. Nuevos estudios han situado, sin plena seguridad, la cronología del anfiteatro correspondiente a las ruinas actuales a partir de la mitad del siglo I después de Cristo1553. Una datación más tardía de la barajada hasta entonces. Los trabajos arqueológicos seguían ofreciendo interesantes resultados en los distintos edificios y espacios sobre los que se actuaba. La campaña arqueológica de 1917 dio como fruto el interesante hallazgo de tres cabezas romanas de mármol inéditas –en otras campañas se habían localizado tres cabezas más– a poca distancia de las antiguas murallas, que fueron posteriormente depositadas en el Museo Arqueoló1549 1550 1551 1552 1553

MÉLIDA ALINARI (1919d: 32-33) y M ENÉNDEZ P IDAL (1957: 205-206). MÉLIDA ALINARI (1919d: 35-36). M ENÉNDEZ P IDAL (1957: 207-215) y RAMÍREZ SÁDABA (1992: 286-288). MÉLIDA ALINARI (1919d: 34); refrendada también en CALERO (1992: 308). Vid. BENDALA GALÁN, M. y DURÁN CABELLO, R. (1992), p. 259.

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Fig. 53. Fotografía aérea del circo romano de Mérida.

gico de Mérida1554. En opinión de Mélida representaban a personajes desconocidos, en vista de los rasgos personales que el cincel había matizado en ellos; y debían de haber pertenecido a monumentos sepulcrales o pequeños mausoleos. Desgraciadamente no aparecieron los epitafios que arrojasen más luz sobre los monumentos. En las excavaciones del año anterior, se había descubierto un busto varonil en perfecto estado de conservación, con facciones acentuadas y rasgos que revelaban un temperamento enérgico y un cierto realismo; y una cabeza de mujer o matrona, que sonreía ligeramente y llevaba el pelo en dos bandas onduladas que medio cubrían las orejas. Estas cabezas habían aparecido sueltas, entre la tierra, al exterior del anfiteatro. No obstante, Mélida no advirtió relación entre éste y aquellas. Llamó poderosamente la atención de Mélida la energía y expresión de las formas de estos retratos: “Por eso nos sorprende la verdad de esas cabezas, que nos parecen las de gentes que acabamos de ver o de hablar. Tan poderosa es la verdad que el arte en ella inspirado es de todos los tiempos”1555. Conviene recordar la formación artística de Mélida en sus comienzos y sus conocimientos sobre escultura clásica y otras disciplinas artísticas, que reprodujo en sus reflexiones y que pueden detectarse durante gran parte de su vida. En el plano de la gestión museológica, cabe destacar que en 1918 Juan Grajera, Presidente de la Subcomisión de Monumentos de Mérida, efectuó una donación de piezas procedentes de las excavaciones practicadas en Mérida1556. En otro orden de cosas, cabe reseñar un informe1557 firmado el 4 de abril de 1919 por el propio José Ramón Mélida en el Boletín de la Real Academia de la Historia, referente a la basílica emeritense de Santa Eulalia. Se hacía eco de la perentoria necesidad de reparar la basílica para que la Real Academia de la Historia estimulara a la Superioridad y se salvase de la ruina el citado monumento, procediendo a su restauración y reparación. En calidad de Anticuario, Mélida fue el destinatario de un informe fechado en enero de 1918 y firmado por Juan Francisco Naval, sobre la llamada bulla romana de Mérida1558. 1554 1555 1556 1557 1558

Sobre el Museo y sus antecedentes, véase VV. AA. (1988a), pp. 13-32. En MÉLIDA ALINARI, J. R. (1918h), p. 5. Vid. infra página 442. Vid. MÉLIDA ALINARI, J. R. (1919g). Véase CELESTINO, J. y CELESTINO, S. (2000), p. 100, signaturas CACC/9/7948/58(1-2).

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Fig. 54.- José Ramón Mélida en el lado Norte del circo romano, en 1927.

EXCAVACIONES EN EL CIRCO (1919-1927) Antes de iniciarse los trabajos arqueológicos en el circo romano de Mérida, éste se encontraba parcelado en fincas rústicas. Hasta 1921 no apareció publicada la primera memoria de la Junta Superior de Excavaciones en la que se recogían los trabajos acometidos en el circo romano de Mérida desde 1920. Se trataba de uno de los espacios urbanos más importantes de la ciudad junto con el teatro y el anfiteatro; y desde antiguo se habían referido a él artistas, viajeros y escritores1559. Era el mayor de España en su género y tenía capacidad, según Mélida, para 30.000 personas, capacidad estimada actualmente como válida. Antes de abordarse las excavaciones, Maximiliano Macías había ofrecido detalles a título hipotético sobre el circo1560. En el primer semestre de 1919, Mélida contó con una consignación económica de 5.000 pesetas para efectuar exploraciones, a modo de prospección, para evaluar la posibilidad y conveniencia de una excavación en superficie. Incluso, llevó a cabo gestiones con la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y a Alicante y de la Jefatura de Obras Públicas de la provincia de Badajoz para solicitar autorización y llegar hasta los terraplenes de la vía y de la carretera. Igualmente, tuvo que pedir permiso a los propietarios de las fincas rústicas comprendidas en el interior del circo. Una vez conseguidas las pertinentes autorizaciones, se procedió a comenzar las excavaciones. Las primeras estructuras localizadas fueron dos muros de mampostería, entre tramos de enlucido, pintado de rojo y verde, pertenecientes a las paredes y a pedazos de tejas planas de la cubierta. Tras ésta, fue descubriéndose la cimentación de las distintas estructuras que formaban el entramado arquitectónico del circo emeritense1561. En el segundo semestre de 1919, Mélida recibió una suma que ascendía a 25.000 pesetas, cantidad que multiplicaba por cinco la anterior consignación y que permitía adquirir parte del terreno que pertenecía a una propiedad privada. Este hecho amplió el campo de acción de Mélida, que decidió pri1559 1560 1561

MÉLIDA ALINARI (1921h: 12-14); NOGALES y ÁLVAREZ MARTÍNEZ (2001: 217) y SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 78). MACÍAS (1913: 97-101). MÉLIDA ALINARI (1921h: 16-17).

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Fig. 55.- Restos del graderío y la spina del circo.

meramente llevar a cabo varias catas para garantizar el rendimiento de la posterior excavación sistemática. De hecho, se obtuvieron resultados clarificadores sobre las medidas de varias estructuras del circo1562. Además, Mélida dio muestras de conocimientos estratigráficos, aunque fueran básicos, al distinguir la coloración de la tierra de relleno respecto de la tierra perteneciente a una capa inferior primitiva. En este punto de los trabajos, el máximo responsable de las excavaciones se atrevió a pronosticar la necesidad de dos o tres campañas de excavación para completar la excavación del circo. No se equivocó: en tres campañas, las recogidas en las memorias de 1921, 1925 y 1927, el circo pasó de ser un monumento olvidado a ser recuperado y valorado como el mayor circo de la Hispania romana. A título anecdótico, conviene reseñar que en 1922 Mélida publicó un artículo en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones referente a una excursión a Mérida y Cáceres, en la que tuvieron ocasión de visitar el circo. El día 25 de febrero habían salido nueve excursionistas, que contaron con Mélida como cronista y cicerone. Durante tres días, tuvieron ocasión de conocer de cerca la ciudad romana de Mérida y la ciudad de Cáceres1563, poniendo de relieve una vez más la importancia que seguía teniendo el fenómeno excursionista a principios del XX1564. Volviendo a aspectos meramente arqueológicos, hay que destacar que la Comisión se centró en esclarecer si la arena del circo se conservaba completa por el extremo correspondiente a las carceres o puertas de salida de los carros para las carreras. Y efectivamente, los restos de 433 metros de longitud y 114,8 de anchura subsistían con los de las dependencias contiguas. Su traza era la clásica de un largo rectángulo, cerrado por un semicírculo en el extremo oriental; y por una suave curva en el extremo occidental. El distinto trazado en los dos extremos en planta del circo lo atribuyó Mélida a algo intencional: obedece al cálculo de que, al colocarse en la línea curva los carros para empezar la carrera, estuviesen todos en iguales condiciones de distancia para enfilar el campo del lado derecho de la spina que lo divide1565. Además, se apoyó en los testimonios de otros arqueólogos que le precedieron, como el francés Alejandro de Laborde1566, para realizar la propuesta más 1562 1563 1564 1565 1566

MÉLIDA ALINARI (1921h: 17). MÉLIDA ALINARI (1922c). Vid. supra páginas 54-55. MÉLIDA ALINARI (1925d: 4). Alejandro de Laborde (1773-1842) vino a España a principios del siglo XIX y nos legó una obra de gran valor documental titulada Itineraire descriptif de l’Espagne (1808) que contenía los detalles de aquellas visitas que realizó el francés en su viaje a España. Llegó a pertenecer a la Academia de Inscripciones y a la de Ciencias Morales y Políticas. Otra de sus destacadas obras referentes a sus viajes por España fue Voyage pittoresque et historique en Espagne, publicada en 1818.

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fidedigna y aproximada de la reconstrucción del circo. Hoy día se considera que este circo contó con complejas obras de acondicionamiento, además de una ubicación cercana a las vías de comunicación1567. En cuanto a su cronología, las últimas excavaciones1568 acometidas en el circo han permitido un conocimiento bastante avanzado del circo hasta el punto de fecharlo entre el año 20 y 70 de nuestra era1569. En el ámbito peninsular advirtió paralelos entre el circo emeritense y el de Toledo1570 en la disposición de la cavea o gradería1571. Las carceres1572 o establos estaban dispuestas en curvas, y fabricadas de mampostería; y la spina1573 que dividía la arena era un macizo longitudinal de hormigón y mampostería en sus paramentos, a modo de un basamento largo con su zócalo, y de cuyo revestimiento con tableros de mármol se conservaban varios restos. De los monumentos que decoraban la spina fueron hallados algunos restos, entre ellos fragmentos de estatuas de bronce. Además, fueron localizadas dos lápidas1574 de mármol, una de las cuales, según Mélida, debió de estar sobre la porta pompae; y un canal de saneamiento1575. A la memoria redactada por Mélida acompañaba un plano del circo, delineado por A. Morales con alguna ligera limitación pero de gran utilidad topográfica1576. Uno de los aspectos que resaltó Mélida durante sus excavaciones de 1925 y 1926 fue la falta de uniformidad en la distribución de las gradas y la carencia de argumentos para apoyar la magna reconstrucción propuesta por el francés Alejandro de Laborde1577. Sobre el acceso al graderío, Mélida interpretó, según la crítica, correctamente la articulación del espacio y el podio en el desnivel producido por el terreno1578. Gracias a las excavaciones llevadas a cabo por Mélida, se conocían los accesos directos a la arena a través de los pasillos que separan los cunei o accesos del graderío izquierdo. En una memoria publicada en 1932 incluyó una Nota sobre el circo, en la que Mélida y Macías abordaban el análisis de los descubrimientos llevados a cabo en el circo entre 1920 y 1927 y que aparecieron publicados en tres memorias, correspondientes a los años 1921, 1925 y 1927. En esta nota, los delegados directores de las excavaciones propusieron paralelos del circo emeritense con otros circos del mundo romano, razonando las fechas de construcción y abandono del de Mérida1579.

TRABAJOS EN LA POSESCENA DEL TEATRO. RESTAURACIÓN Y GESTIÓN (1929-1931) La última fase de trabajos arqueológicos emprendida por Mélida en la ciudad de Mérida fue la comprendida entre los años 1929 y 1931. Tenía ya 73 años y ésta iba a ser su última intervención al frente de la ciudad emeritense. Previamente, se habían llevado a cabo provechosos descubrimientos en la llamada calle del Portillo, como describe una carta1580 fechada el 25 de enero de 1928 y enviada por Mélida a Macías, en la que le hizo llegar su satisfacción por los avances experimentados. Otras misivas enviadas el mismo año revelan que el circo iba siendo liberado de tierras. La memoria publicada en 1932 acerca de las novedades acontecidas en esta campaña apareció firmada por José Ramón Mélida y por el emeritense Maximiliano Macías1581, como delegados directores. El arqueólogo madrileño consideraba que la memoria había sido un mérito compartido por ambos en 1567 1568 1569 1570 1571 1572 1573 1574 1575 1576 1577 1578 1579 1580 1581

SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 75-77). SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 80-95). SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 93). SÁNCHEZ-PALENCIA y SÁINZ PASCUAL (2001). SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 90-91). SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 83-85 y 93). SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 91). Para la transcripción y traducción propuestas por Manuel Gómez Moreno, véase MÉLIDA ALINARI (1925d: 8). SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 93). SÁNCHEZ-PALENCIA, MONTALVO Y GIJÓN (2001: 78. Véase MÉLIDA ALINARI y MACÍAS (1929: 7-9). MÉLIDA ALINARI y MACÍAS (1929: 8). MÉLIDA ALINARI y MACÍAS (1932: 14-16). Carta publicada en ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 206). Fue propuesto por Mélida como comisario-director en el mes de febrero de 1928.

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el que Macías había sido una pieza esencial: la memoria es tan de usted como mía1582. Entre los años 1910 y 1915 se había conseguido poner al descubierto gran parte de la estructura arquitectónica del teatro. Sin embargo, faltaban por exhumar las estancias traseras del porticus, labor que fue acometida en esta última campaña de excavaciones1583. A los costados y parte posterior de la fábrica de la escena se descubrieron las choragias o vestuarios de los actores, distintas dependencias y restos de una columnata de granito. La extensión de lo descubierto describía una forma cuadrada, abarcaba un espacio de 660 metros cuadrados y la profundidad del desmonte alcanzaba entre los 4,5 y los 5 metros. Las columnas descubiertas conservaban restos de grueso revestimiento de estuco y fue localizada una construcción hidráulica1584 de mampostería dividida en dos departamentos a modo de estanque o alberca, además de una cloaca paralela a la columnata de la posescena. Los dos delegados directores reconocieron cierto desconcierto ante la complejidad de las estructuras exhumadas y se preguntaron por la función de ese patio rodeado de columnatas y en cuyo espacio libre se levantaron construcciones hidráulicas, bancos, muretes con pedestales para esculturas, etc. Acabaron inclinándose por la siguiente propuesta: aquello debió de ser un peristilo con su jardín para ser utilizado, cuando fuese necesario, por los espectadores del teatro, como al hablar de ello prescribe Vitrubio en su tratado De Architectura1585. El arquitecto romano, en cuyas teorías basó Mélida muchas de sus interpretaciones, decía que detrás de la escena debían construirse pórticos donde se reuniera el coro y donde pudiera acogerse bajo techado el pueblo cuando la lluvia interrumpiera los juegos. Mélida y Macías establecían paralelos del teatro emeritense con teatros foráneos como el de Pompeyo, en Roma y los Euménicos en Atenas1586. Pensaban que esos grandes peristilos, a espaldas de los teatros, respondían no solamente a proporcionar comodidad y esparcimiento a los espectadores sino a otro fin como era aislar de todo ruido exterior que pudiese perturbar el placer espiritual producido por el espectáculo. Varios fragmentos y esculturas de mármol1587 habían sido encontrados desde las primeras excavaciones practicadas en el teatro de Mérida. Mélida los consideró impropios para el decorado interior del teatro, formado por grandes estatuas y relieves ornamentales. Además, aparecieron múltiples fragmentos cerámicos y monedas de cobre de fines del Imperio. La memoria de 1932 incluyó, además, varias fotografías de los hallazgos y un plano de lo descubierto en la posescena, levantado por D. R. Gasson. Fue tomada también una fotografía aérea a 200 metros de altura por los aviadores militares J. O. de la Gándara y H. Ciria. Un último informe firmado el 22 de abril de 1932 sobre las “Antigüedades emeritenses” vio la luz en la sección de “Informes Oficiales” del Boletín de la Real Academia de la Historia, correspondiente al número 101 de 19321588. José Ramón Mélida dio cuenta de una comunicación dirigida por el Delegado de Bellas Artes de la provincia de Badajoz a la Dirección General de Bellas Artes, señalando la conveniencia de que se actualizase la declaración de Nacionales para aquellos monumentos descubiertos desde la última declaración el 26 de febrero de 1913, y que éstos pudieran figurar en el Tesoro Artístico Nacional. Esa declaración de 1913 incluía los siguientes monumentos: el teatro, los dos puentes del Guadiana y del Albarregas, los dos pantanos de Proserpina y de Cornalvo, la red de cloacas, el arco de Trajano y la basílica de Santa Eulalia. En la misma Real Orden se encargaba a la Subcomisión de Monumentos que tuviera en cuenta para los mismos efectos monumentos que entonces se estaban excavando como el anfiteatro, el circo, los restos de los templos de Marte y de Diana y el conventual de los Caballeros de Santiago. El delegado de Bellas Artes de la provincia de Badajoz solicitó que, para todos los fines legales de conservación y cuida1582 1583

1584 1585 1586 1587 1588

Carta fechada el 8 de diciembre de 1932 y publicada en ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 206). Sobre la publicación de las excavaciones sobre el teatro emeritense en la revista inglesa Art and Archaeology, véase MÉLIDA ALINARI (1928b). MÉLIDA ALINARI y MACÍAS (1932: 8-9). MÉLIDA ALINARI y MACÍAS (1932: 11). Más detalles en MÉLIDA ALINARI y MACÍAS (1932: 11-12). La descripción de los fragmentos escultóricos en MÉLIDA ALINARI y MACÍAS (1932: 12-14). Previamente (el 2 de febrero de 1932) Vicente Castañeda, en nombre de la Academia de la Historia, comunicó a Mélida su designación para informar sobre la ratificación, aclaración y clasificación de los monumentos que constituían las antigüedades emeritenses. El informe había sido solicitado por la Dirección General de Bellas Artes. Cfr. CELESTINO y CELESTINO (2000: 59, signatura CABA/9/7945/57(1).

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Fig. 56.- Labores de restauración y reconstrucción en el teatro emeritense a principios de siglo.

do, se dictara una nueva disposición que incluyera: los últimos monumentos citados, además de la basílica romano-cristiana, los acueductos de los Milagros y San Lázaro, unos curiosos columbarios1589 y unas termas de la calle de Santos Palomo. Respecto a los acueductos emeritenses, Mélida identificó las tres conducciones, si bien no aportó muchos datos originales ni fechas concretas1590. Las dificultades espaciales para llevar a cabo excavaciones bajo la ciudad de Mérida se convirtieron en una constante desde las primeras fases de intervención arqueológica. José Ramón Mélida se vio obligado en muchos casos a suscribir oficios1591 proponiendo la adquisición de parcelas, como ocurrió el 15 de abril de 1926. Varios meses más tarde, el 26 de abril de 1927, Mélida dio cuenta de la venta de dos parcelas contiguas al teatro y anfiteatro romanos por parte de Carlos Pacheco Lerdo de Tejada. Como ocurriera con Juan Bravo en el caso descrito anteriormente, Pacheco mostró su insatisfacción ante la venta. Finalmente, en agosto de 1927 el Estado se vio obligado a proceder a una expropiación forzosa, haciendo valer el artículo 4º de la Ley de 7 de julio de 1911. Mélida no dejó de preocuparse por el estado de conservación de otros edificios y obras arquitectónicas emeritenses. En una de sus cartas enviadas a su compañero Maximiliano Macías, fechada el 31 de diciembre de 1925, llegó a decir que como yo me paso la vida pensando en esa ciudad, me preocupa la grieta que vimos en la muralla1592. Tanto le preocupaba, que en una misiva anterior, fechada en 9 de diciembre de 1925, había ase1589

1590 1591

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En carta del 2 de septiembre de 1927, Mélida reconocía: loco me ha puesto su grata con el plano y fotografías de esos columbarios. ¡magnífico hallazgo! en alusión a la excavación de los columbarios que estaba llevando a cabo Maximiliano Macías, BENDALA (1976: 144). J IMÉNEZ MARTÍN (1976: 112). Estos oficios, junto con minutas y documentación relativa a este caso, se encuentran en el el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/1038, dentro del expediente incoado para la compra de terrenos en el teatro y anfiteatro romanos de Mérida. Carta publicada en ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 194).

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gurado a Macías que de haber tenido más dinero lo habría empleado en la conservación y excavación de los monumentos de la insigne ciudad romana: supongo que, como otros años, jugaremos a la lotería de Navidad Agripa, usted y yo1593. Este afán conservacionista de Mélida fue puesto de manifiesto en posteriores cartas que envió a su colega y compañero Maximiliano Macías. Comenzaba a asimilar la importancia de la conservación y la necesidad de consolidar aquellos hallazgos que corrían el peligro de deteriorarse. Con fecha de 21 de septiembre de 1925 Maximiliano Macías, presidente accidental de la Sub-Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Mérida, comunicó al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes que un vecino de Mérida encontró en el lugar conocido como Las Pontezuelas unos recintos y galerías subterráneas, alguna con pinturas, que la Comisión interpretó como los restos de unas termas romanas. Pero diciendo ahora el dueño que por el peligro que ofrecen para sus faenas agrícolas va a volverlo a cubrir de tierras, la Comisión, considerando que así quedaría perdido tan singular monumento que reclama la necesidad de acabarlo de descubrir, para lo que se precia la adquisición del terreno, acordó tratar con el propietario Juan Bravo (...) cifra de 4.302 pesetas en que cree la Comisión que se puede hacer por el Estado la adquisición del mencionado resto1594. Una vez remitida el 16 de octubre de 1925 la propuesta de la Comisión, la propuesta pasó a la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, que no tardó en reconocer, el 21 de diciembre de 1925, la importancia del hallazgo y la necesidad de que el Estado adquiriese los terrenos en cuestión. De esta manera, hizo valer la Junta el artículo 4º de la Ley del 7 de julio de 1911, según la cual el Estado se reservaba el derecho de practicar excavaciones en propiedades particulares, ya adquiriéndolas por expediente de utilidad pública o bien indemnizando al propietario de los daños y perjuicios que la excavación ocasionara en su finca según tasación legal. Accedía así a la adquisición propuesta con cargo al capítulo 24, artículo 8º, concepto 4º del presupuesto de este Ministerio”, recordando que “podría encargarse de firmar las escrituras de compra el delegado director de las excavaciones de Mérida, Don José Ramón Mélida, a nombre del Gobierno de S. M.. El asunto pasó por la asesoría jurídica1595 y aunque el 8 de noviembre de 1926 pareció existir un acuerdo sobre la indemnización del dueño de los terrenos, Juan Bravo, éste se negó a firmar las escrituras. Ya en 3 de mayo de 1927, el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Amalio Gimeno se vio obligado a recurrir a una expropiación forzosa por la Ley del 10 de enero y Reglamento del 13 de enero de 1879 aplicable a excavaciones y antigüedades. Conviene recordar que en un decreto del 3 de junio de 1931 habían sido incluidos en el Tesoro Artístico Nacional la Alcazaba de Mérida –también conocido como Conventual de los Caballeros de Santiago– y el dolmen del Prado de Lácara. El propio Mélida reconocía que con la inclusión de todos estos monumentos en el Tesoro Artístico Nacional se dará a Mérida, la que fue gloriosa Colonia Augusta Emerita, capital de la Lusitania, que aún después de la caída del Imperio romano dio muestras de su grandeza, el lugar preeminente que le corresponde en la historia y el arte patrios1596. También se hizo eco de este mismo hecho en un informe1597 publicado en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y firmado el día 10 de junio de 1932. En estas circunstancias, fue acometida la reconstrucción del teatro emeritense, en la que participó el arquitecto restaurador José Menéndez Pidal, a quien sucedieron Martín Almagro Basch y el conservador del Museo de Mérida José Álvarez Sáenz de Buruaga. En el plano internacional Mélida fue consultado por el colega alemán doctor Koethe, asistente del Akademisches Kunstmuseum de Bonn, en relación a los edificios de planta redonda y poligonal de época paleocristiana. En carta1598 escrita en francés el 20 de junio de 1930, Koethe se dirigió a él para que le proporcionara información sobre el antiguo baptisterio emeritense y sobre la documentación legada por los textos de la época. Evidencia, una vez más, los contactos de Mélida con especialistas 1593 1594

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ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA (1945: 194). Documentación de 1925 conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/1035, correspondiente a la provincia de Badajoz, dentro de la sección de Educación y Ciencia. Se conservan varias minutas e informes en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/1035. MÉLIDA ALINARI (1932c: 7-8). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 26, 1932, 106-107). Conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional con el número de expediente 2001/101/4.

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Fig. 57. Interior del Museo de Mérida, en 1926.

extranjeros con los que mantuvo correspondencia y gracias a los cuales estableció importantes vínculos profesionales. Además, nos da una pista casi definitiva de que Mélida no hablaba alemán y los especialistas germanos debían dirigirse a él en francés. Otro problema que no tardó en surgir fue la imperiosa necesidad de construir un edificio-museo que albergara la gran cantidad de material arqueológico recuperado en las excavaciones. Un oficio firmado por Mélida el 3 de mayo de 1927 se hizo eco del acuerdo alcanzado con el ayuntamiento emeritense para contribuir a la construcción del edificio. Entre 1929 y 1930 se acometió definitivamente la instalación del Museo de Mérida bajo los criterios de montaje de Mélida y Macías, que había llevado a cabo el primer recuento de los fondos existentes en 19101599, en la iglesia de Santa Clara. Los gastos fueron sufragados por el Ministerio de Instrucción Pública, la Diputación Provincial de Badajoz, la Dirección General de Turismo y el Ayuntamiento de Mérida1600. Las piezas se organizaron atendiendo a los lugares de procedencia de las piezas: teatro, anfiteatro, santuario de los dioses orientales, áreas de necrópolis, etc. Y las grandes esculturas se situaron sobre pedestales de fábrica pintados de negro, alternando con bustos sobre peanas o pedestales metálicos coronados por un lado que servían de base para la colocación de los retratos. Debe tenerse en cuenta el vertiginoso aumento de piezas experimentado en el Museo desde el comienzo de las excavaciones en 19101601 y que la relevancia de los hallazgos iba haciendo necesarias 1599

Incluyó un total de 566 piezas, procedentes de los fondos antiguos del Museo, de las colecciones del Duque de la Roca, los hallazgos en la Plaza de Toros, del Teatro algunas zonas de necrópolis. 160 VV. AA. (1988a: 29). 1601 Vid. gráficos en VV. AA. (1988a: 80-82). El inicio de las excavaciones en 1910 provocó la interrupción de las tareas de catalogación e inventariado, que no se volvieron a emprender hasta 1943. Este hecho supuso una demora en el control de los fondos, por lo que hubo necesidad de llevar a cabo inventarios veinte años más tarde. Los materiales se depositaron en naves y barracones, perdiéndose así muchos datos adscritos a las piezas.

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Fig. 58.- José Ramón Mélida acompañando a Alfonso XIII en una visita a Mérida.

nuevas reestructuraciones en las instalaciones del Museo. Por ello, el alcalde Andrés Nieto Carmona expuso ante el Gobierno esta y otras necesidades en 1931, aunque infructuosamente1602. Desde el punto de vista formal, las paredes de la iglesia-museo estaban pintadas en rojo y los criterios expositivos tenían una cierta coherencia y se ajustaban admirablemente al espacio disponible1603. Sin duda, los conocimientos adquiridos por Mélida en su etapa formativa del Museo Arqueológico Nacional facilitaron su acierto museológico y dotaron al lugar de una armonía expositiva propia de alguien con su experiencia. Una combinación de factores que le han granjeado a Mélida un considerable prestigio y reconocimiento en Mérida. Sobre las adquisiciones de piezas emeritenses llevadas a cabo por el Estado mientras Mélida fue director del Museo Arqueológico Nacional, cabe mencionar un informe firmado por él en 1930 sobre el expediente para la adquisición de una estatua romana en mármol que representaba a Diana Cazadora, propiedad de Rafael Casulleras, procedente de Mérida1604. Su gestión en la excavación y puesta en valor de la ciudad emeritense fue valorada por las autoridades, hasta el punto de que fue nombrado hijo adoptivo y el ayuntamiento de Mérida tuvo hace años la iniciativa de llamar José Ramón Mélida a una de sus calles principales, en la que está ubicado el Museo de Arte Romano. Su nombre quedó estampado, además, en el pedestal de una estatua de bronce erigida por el escultor emeritense Juan de Ávalos en 1975 en una plaza de la ciudad. En el cargo de director de las excavaciones le sustituyó el historiador y paleógrafo Antonio Floriano Cumbreño en 1934. Floriano, natural de Cáceres, excavó en la posescena del teatro1605 y tuvo como colaborador al escultor Juan de Ávalos1606. Tras él, ocupó el cargo José de Calasanz Serra Ráfols en 1943, hasta el año 1953. 1602 1603 1604 1605 1606

VV. AA. (1988a: 32). Sobre las cinco décadas siguientes del Museo, VV. AA. (1988a: 32-39). Más detalles sobre la exposición de las piezas, en VV. AA. (1988ª: 30). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 24, 1930: 138-139). F LORIANO CUMBREÑO (1944), GARCÍA IGLESIAS (1976: 65) y VV. AA. (1988a: 30-32). Juan de Ávalos nació en Mérida en 1911 y siendo niño se trasladó a Madrid. A los 12 años empezó a visitar el Casón del Buen Retiro, entonces Museo de Reproducciones. En 1933 obtuvo una plaza de profesor de Término de Modelado y Vaciado en la Escuela de Artes y Oficios. Terminada la guerra civil, se trasladó a Madrid para acabar dedicado en exclusiva a la escultura. Sus esculturas siguen siendo reclamadas por muchos gobiernos del mundo.

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EL PATRIMONIO MONUMENTAL ESPAÑOL EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX

SEGUNDA ETAPA EN EL M USEO DE REPRODUCCIONES ARTÍSTICAS Los tres últimos años de la primera década del siglo XX, transcurrieron en España entre las luchas de los partidos políticos, las huelgas y los motines alentados por los obreros españoles. En el plano científico conviene destacar la creación en 1907 de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas1607, una de las instituciones más significativas en cuanto a investigación se refiere entre este período y la Guerra Civil, junto a la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias1608, creada en 1908. De ella dependieron otras instituciones como el Centro de Estudios Históricos1609, la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma1610 y la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas1611. Según rezaba el propio decreto fundacional, la Junta para la Ampliación de Estudios tenía como propósito formar el personal docente futuro y dar al actual medios y facilidades para seguir de cerca el movimiento científico y pedagógico de las naciones más cultas. Se trataba de iniciativas teñidas de un espíritu regeneracionista, en un contexto de despolitización de la ciencia española, tras una etapa anterior caracterizada por la injerencia en el campo científico-cultural. Hasta entonces la investigación arqueológica española se encontraba en una fase de inmadurez, con un protagonismo científico que recaía sobre individualidades, sociedades arqueológicas o instituciones extranjeras que se habían instalado en nuestro país. Además, las instituciones supuestamente encargadas de velar por los intereses de la arqueología española –Museo Arqueológico Nacional, Real Academia de la Historia y Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a través de las Comisiones Pro1607

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Se efectuó bajo el gobierno liberal del Marqués de la Vega Armijo, con Amalio Gimeno como ministro de Instrucción Pública, BALDÓ LACOMBA (2000: 69-70) y SÁNCHEZ RON (1988: 5-11). La Junta supuso la consagración oficial de los intentos de renovación en la pedagogía y en la investigación emprendidos por la Institución Libre de Enseñanza. Las fórmulas prácticas adoptadas por la Junta fueron una novedad: encuestas, excursiones, pasión por la naturaleza y la cultura popular. De esta manera, España se incorporaba tardíamente al más característico fenómeno del asociacionismo científico del XIX europeo, que había sido alumbrado en Alemania en el año 1822. El objetivo era mejorar y encauzar el rendimiento del trabajo aislado de los investigadores españoles, véase AUSEJO (1993). Fue creado por Real Decreto del 18 de marzo de 1910 bajo la presidencia de Ramón Menéndez Pidal - pionero de la ciencia filológica en España - y nació impulsado por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Las humanidades se cultivarían bajo los valores de rigor, precisión y observación en línea con la metodología del positivismo metodológico. Contaba, además, con una sección de Arqueología que empezó a funcionar en 1914, a cargo de Manuel Gómez Moreno. Ambas secciones tuvieron como órgano de difusión el Archivo Español de Arte y Arqueología, que no fue creado hasta 1925. Vinculada al Centro de Estudios Históricos, se creó en junio de 1910 la Escuela Española de Roma pero en 1914 tuvo que suspender sus actividades como consecuencia del estallido de la Primera Guerra Mundial. Más datos en MAIER (2004: 83-84) y en ESPADAS BURGOS (2000: 40-43). Creada el 3 de junio de 1910. Sobre los primeros treinta años de la institución, véase ESPADAS BURGOS (2000: 25-89).

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vinciales de Monumentos–, limitaron sus actuaciones a una labor meramente proteccionista. En este marco cultural, Mélida afrontó su segunda etapa como director del Museo de Reproducciones Artísticas. En 1908 Mélida comenzó su segunda etapa al frente del Museo de Reproducciones, que se extendió hasta 1916. Con él al frente de este museo1612, se fueron incrementando los materiales con nuevas aportaciones del arte griego, romano, medieval, renacentista, etcétera; que se fueron instalando en nuevas salas que rodeaban el gran salón central. En los años que estuvo Mélida tramitó la entrada de piezas diversas, unas veces gestionadas por él y otras veces donadas directamente por él. La mayoría de los vaciados1613 que se incorporaron al Museo en estos ocho años fueron comprados a los talleres con más renombre de Europa. Hay que tener en cuenta que hasta 1920, cuatro años después de que Mélida dejara su cargo de director, no se creó un taller de vaciados en las instalaciones del Museo de Reproducciones Fig. 59.- Sala del Museo de Reproducciones Artísticas. Artísticas. Además, se fueron completando y ampliando algunas cédulas de clasificación, redactando algunas nuevas, uniformándolas y ordenándolas metódicamente. Un Libro de Registro1614 reflejaba la entrada de reproducciones y vaciados en el Museo de Reproducciones Artísticas, aportando información sobre los donantes, los formadores (responsables artísticos de todo el proceso de reproducción de la pieza), las fechas de ingreso en el Museo y la procedencia o taller en el que se ejecutaba el vaciado. Desde que se creó este centro el 31 de enero de 1877, fueron muchos los museos y talleres1615 adscritos a éstos que donaron o negociaron vaciados al Museo de 1611

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Dependía del Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales y fue creada por Reales Órdenes de 28 de mayo de 1912 y 29 de mayo de 1913. Cuando se ausentaba Mélida del Museo de Reproducciones Artísticas dejaba de director circunstancial a Casto María del Rivero, su secretario. Así ocurrió en 1913 durante un tiempo en el que Mélida estuvo convaleciente con problemas de reúma, como se deduce de una carta de Pedro González a Casto María del Rivero, fechada en 19 de septiembre de 1913. Según el Libro de Registro de la Colección Estable de Museos Estatales (Ministerio de Cultura. Dirección General de Bellas Artes y Archivos. Dirección de los Museos Estatales), los números de registros comprendidos entre el 1349 (año 1901) y el 2882 (año 1916) corresponden a piezas que entraron en el Museo bajo la gestión de Mélida. Véanse las memorias estadísticas correspondientes a 1913, conservadas entre la documentación del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. Están divididas en varios puntos: ingreso de vaciados, fotografías, libros, periódicos y revistas, estadística de visitantes y copistas. Figuran, entre otros, los siguientes centros españoles: Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Universidad de Alcalá de Henares, Catedral de Zaragoza, Museo de Ciencias Naturales, Biblioteca Nacional de Madrid, Casa de la Moneda de Madrid, Museo Arqueológico de Tarragona, Capilla de los Reyes Nuevos (Catedral de Toledo), Cartuja de Miraflores (Burgos), Santo Domingo de Silos, Real Academia de San Fernando (Madrid), Catedral de Córdoba, Capilla del Claustro de la Catedral de Barcelona, Archivo General Central de Alcalá, Catedral de Pamplona, Palacio de Estella, Museo Arqueológico de Sevilla, Museo Municipal de Sevilla, Casa Pilatos de Sevilla, Iglesia Parroquial de Écija, Museo provincial de Burgos, Teatro de Mérida, Museo de Mérida, Sinagoga de Santa María la Blanca (Toledo), Catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca), Alcázar de Toledo, Basil (San Vicente, Ávila), Museo provincial de Burgos, Museo provincial de Córdoba, Convento de Santo Tomás de Ávila, Sala Arqueológica del Ayuntamiento de Játiva (Valencia), Colección Vives, Museo de Mérida, Teatro de Mérida, Propiedad de Francisco Latorre (Toledo) y Museo de Bellas Artes de Valencia. Entre los centros extranjeros figuraron: Museo de Gizé (El Cairo), Archivos Nacionales de París, Museo de Cambodge (Indochina), Museo Nacional de Florencia, Iglesia de Strasford (Nueva York), Colección D’Aremberg, Museo de Berlín, Museo Arqueológico de Atenas, Museo de Nuremberg, Museo de Wesel (provincia del Rhin, Alemania), Museo

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El Patrimonio Monumental Español en el primer tercio del siglo XX

Figs. 60.- Sala del Museo de Reproducciones Artísticas.

Reproducciones Artísticas de Madrid. Tampoco faltaron donaciones de particulares, como la Duquesa de Villahermosa, Vicente Lampérez, Manuel Gómez Moreno, Babelon, Adolf Schulten, Horace Sandars, el Marqués de Cerralbo. Cabe recordar que Mélida y su mujer Carmen García Torres habían llevado a cabo tres donaciones durante sus primeros años como director del centro1616. El régimen interno del Museo de Reproducciones Artísticas fue regulado de manera oficial con su primer Reglamento de 1914. En el capítulo de donaciones, conviene destacar la realizada el día 19 de junio de 1908 por la Escuela Superior de Artes e Industrias de Córdoba, consistente en varios vaciados de yeso: una lápida, un fragmento de cornisa y un capitel de época musulmana1617. Desde el punto de vista de las publicaciones, pasaron cuatro años tras la publicación del catálogo de 1908 hasta que vio la luz un nuevo catálogo. Con idénticos autores que el anterior –Mélida, Juan Facundo Riaño, Francisco Guillén Robles y Casto María del Rivero– fue publicado en 1912 el Catálogo del Museo de Reproducciones Artísticas. Incluía la misma temática que el de 1908 pero aportaba una nueva sección de arte romano y abarcaba la escultura antigua. La intención de los autores era convertir el catálogo en un libro de vulgarización de la interesante Historia del Arte, representativo, á la que tanta parte se concede hoy en la cultura general1618. La dirección del centro envió ejemplares a distintas personalidades del ámbito de la política y la cultura1619 durante 1914. Tampoco faltaron donaciones de reproduccio-

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de Delfos (Grecia), Museo del Louvre, Museo Guimet de París, Gliptoteca de Munich, Museo de Olimpia (Grecia), Museo Imperial de Viena, Museo de Maguncia (Mainz, Alemania) y Museo Arqueológico de Festos (Creta). Vid. supra página 130. Así reza una carta redactada por Mélida y enviada al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Se conserva en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares con la signatura 31/6724. En el apartado Introducción de MÉLIDA ALINARI, RIAÑO Y GUILLÉN ROBLES (1912). Se deduce del hecho de que Mélida recibió diversas cartas agradeciendo el envió de su catálogo de 1912, porque las cartas están fechadas en 1914. Las firmaron, entre otros, José F. Herrero (Senador del Reino) en 11 de marzo de 1914; Ismael Calvo y Madroño (Catedrático de Derecho Romano de la Universidad Central. Más datos en PAPÍ RODES (2004b: 394) en 9 de marzo de 1914; el Conde de Cedillo (Bibliotecario Perpetuo de la Real Academia de la Historia) en 9 de marzo de 1914; y José Villegas (Director del Museo del Prado) en 4 de enero de 1914.

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nes a personajes ilustres y a museos europeos. Fue el caso del catedrático e historiador Rafael Altamira, que por carta1620 agradeció a Mélida el detalle de enviarle una de estas reproducciones. Asimismo, una carta enviada por el Museo de Mainz (Museo Romano Germánico de Maguncia, Alemania) en 29 de abril de 1911 agradecía el envío de las reproducciones de dos cabezas del Cerro de los Santos. En algunos de estos casos, se llevaban a cabo envíos y recibos de reproducciones más a título individual y protocolario que como parte de la política de intercambios del Museo. Muchas veces, las reproducciones a base de vaciados se hacían en serie y luego eran distribuidas por museos nacionales e internacionales. Al analizar la documentación del Museo de Reproducciones Artísticas podemos intuir una doble política –dirigida y pasiva– seguida en su gestión. Algunas de las donaciones recibidas por el Museo eran fruto de las gestiones efectuadas por Mélida y otras eran simples envíos de otros centros dentro del marco de reforzamiento institucional o personal. Hay que tener en cuenta que hasta la Real Orden de 25 de marzo de 1920 no contó el Museo de Reproducciones Artísticas con un taller propio, motivo por el cual dependió de las donaciones y encargos a otros centros para ir aumentando sus colecciones. Casto María del Rivero formó parte del equipo de Mélida mientras estuvo a su lado en el Museo, contando con su confianza e incluso representando al país en reuniones internacionales. Entre los días 9 y 16 de octubre de 1912 tuvo lugar en Roma el III Congreso Internacional de Arqueología Clásica. En representación española fue enviada una comisión desempeñada por el secretario del Museo de Reproducciones Artísticas Casto María del Rivero, que había sido designado por Real Orden el día 28 de septiembre de 1912 y al cual debemos una interesante memoria1621. El Museo también tuvo que afrontar contratiempos de distinta naturaleza. En 1912 Mélida se hizo eco en los diarios El Correo y El Imparcial de un robo1622. La noticia salió publicada el 21 de diciembre y en ella anunció la presentación de una denuncia por la sustracción de una célebre y valiosa copia de pintura antigua titulada Bodas aldobrandinas (expuesta hoy en los Palacios Pontificios, dentro de los Museos Vaticanos) justo al volver de una breve estancia en Mérida, donde participaba en los trabajos arqueológicos. Mélida reconocía no sospechar nada sobre los responsables del robo pero sí aprovechó para recordar en tono de reivindicación que sólo cuatro personas vigilando diecisiete salas eran un número muy corto. Uno de los caballos de batalla del Museo de Reproducciones Artísticas debió de ser la precariedad económica y la restringida política presupuestaria que limitaba su actuación. Dependía de las asignaciones procedentes del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, como se deduce de una carta sellada por la Subsecretaría, sección octava el 24 de abril de 1912. En el citado oficio1623, se le informaba a Mélida de que se había tenido a bien aprobar la cantidad solicitada de 5.000 pesetas, correspondiente al presupuesto vigente entonces1624. Pero las reivindicaciones de Mélida iban más lejos. El subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes recibió una carta, fechada el 9 de febrero de 1914, procedente del Museo de Reproducciones Artísticas, en la que Mélida se quejaba de la exigua plantilla a la que esta1620

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Fechada el día 27 de marzo de 1914. Forma parte de la documentación contenida en el expediente personal de Mélida del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. Memoria mecanografiada y conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/6960. El día 10 de noviembre, la dirección del Museo envió una carta al subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, anunciándole que Tengo el honor de poner en conocimiento de V. S. J. que realizada la comisión que por R. O. de ese ministerio me fue confiada para asistir en representación de este centro al Tercer Congreso Internacional de Arqueología celebrado en Roma, he regresado a esta corte y reanudado mis trabajos en este museo el día 2 del actual. Carta conservada en el Archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. En el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares se conserva un pliego con documentación relativa a este robo. Véase la signatura 31/6725. Consignado en la vigente ley de presupuestos con cargo al capítulo 16, por el Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Este oficio se conserva en el expediente personal de Mélida dentro del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas, actualmente en la Ciudad Universitaria de Moncloa, Madrid. Cabe destacar que en este archivo hay muchas cartas donde Mélida adjuntaba cuentas de presupuestos. Previamente, habían sido concedidas otras partidas presupuestarias: el 27 de abril de 1911, con 10.000 pesetas; y el 4 de marzo de 1911, con 5.000 pesetas.

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ba encomendado el Museo: El aumento considerable de las colecciones y las consiguientes atenciones del servicio en este Museo, tanto en lo referente a la catalogación y arreglo de las obras expuestas como en lo tocante a la redacción de los índices, ordenación y cuidado de la Biblioteca y de la numerosa colección de fotografías (...) ha traído por consecuencia un aumento de trabajo en el personal facultativo, compuesto tan sólo del que suscribe y de un oficial que desempeña el doble cargo de secretario bibliotecario, y haciéndose muy difícil que dos empleados atiendan con la asiduidad necesaria a tan varias atenciones (...) Necesidad de que sea aumentada la plantilla con un empleado y que se restablezca el número de empleados facultativos que formaba la plantilla de este establecimiento antes de 1914. Se desconoce la respuesta ministerial si bien todo parece indicar que la solicitud de Mélida no debió de obtener el resultado deseado. Entre los años 1912 y 1916 –los cuatro años que comprendieron sus dos nombramientos más importantes: catedrático de Arqueología de la Universidad Central y director del Museo Arqueológico Nacional–, Mélida mantuvo una activa correspondencia con otros centros museísticos europeos de los que recibió vaciados1625, hecho que favoreció el reforzamiento de sus contactos con los circuitos arqueológico-artísticos internacionales. Pronunció distintas conferencias en las instalaciones del Museo de Reproducciones Artísticas. La revista Arte publicó en 1914 los resúmenes de las conferencias de Mélida en el Museo durante 1911, que incluía los siguientes temas: “El sarcófago fenicio de Cádiz”, “La esfinge de Balazote”, “Escultura ibérica”, “Imágenes de cultos orientales”, “Escultura hispano-romana” y “La Ceres de Mérida”1626. Además, Mélida enumeró en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos las conferencias públicas y prácticas pronunciadas en el curso de 1912: Breve curso sobre el tema monumentos sepulcrales, que incluía una primera conferencia (28 de abril) titulada “La tumba de las Harpías y la estela de Farsalia”; una segunda conferencia (5 de mayo) bajo el título de “Monumentos romanos. El sarcófago de Husillos”; una tercera conferencia (12 de mayo) titulada “Sepulcros cristianos”; una cuarta conferencia (26 de mayo): “El busto sepulcral del obispo Mauricio y la lauda de don Lorenzo Suárez de Figueroa, en la catedral de Badajoz”; y una quinta conferencia (2 de junio) titulada “Sepulcro del príncipe Don Juan”. En lo que se refiere al curso de 1913, continuó el tema de “Monumentos sepulcrales”, repartido en las siguientes conferencias: el día 8 de junio, “Laude de D. Pedro de Ávila y Dª María de Córdoba”; el 15 de junio, “Sepulcro de Don Juan de Padilla”; el día 22 de junio “El arte visigodo y el capitel en España”. El ciclo se cerró el día 29 de junio con la conferencia “El claustro de Santo Domingo de Silos”1627. Durante 1914 pronunció una serie de conferencias en el Museo. Gracias a algunos borradores conservados1628, sabemos que departió acerca de El Traje Antiguo. La primera conferencia se llevó a cabo el domingo 14 de junio y las siguientes en los domingos sucesivos. Los citados borradores daban cuenta de los diarios a los que iba dirigida la noticia breve de la celebración de las conferencias: El Imparcial1629, El Liberal1630, La Correspondencia de España1631, El Heraldo de Madrid1632, La Época1633, ABC1634, Diario Uni1625

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En el libro de registros del Museo constan gestiones con: Museo de Gizé (El Cairo), Archivos Nacionales de París, Museo de Cambodge (Indochina), Museo Nacional de Florencia, Iglesia de Strasford (Nueva York), Colección D’Aremberg, Museo de Berlín, Museo Arqueológico de Atenas, Museo de Nuremberg, Museo de Wesel (provincia del Rhin, Alemania), Museo de Delfos (Grecia), Museo del Louvre, Museo Guimet de París, Gliptoteca de Munich, Museo de Olimpia (Grecia), Museo Imperial de Viena, Museo de Maguncia (Mainz, Alemania) y Museo Arqueológico de Festos (Creta). Los contenidos han sido abordados en distintos capítulos de este trabajo. MÉLIDA ALINARI (1914b). Forman parte del expediente personal del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas algunos borradores en los que informaba de la celebración de actos y conferencias. Había sido fundado en 1867 por Eduardo Gasset, y llegó a alcanzar tiradas de 140.000 ejemplares. Nació en 1879 fruto de una escisión en la redacción de El Imparcial. Estuvo dirigido en un principio por Miguel Moya; y tuvo ediciones en Madrid, Barcelona, Bilbao y Sevilla. Su orientación política era tendente a la izquierda, republicana, SÁNCHEZ ARANDA y BARRERA (1992: 234-235). El diario El País se situaba entonces en una línea parecida pero era más combativo y con menos radio de acción que El Liberal. Periódico genéricamente liberal. Cogió el testigo dejado por el desaparecido en 1862, El Día, ESPINA (1993: 126-127). Nacido en 1890. Formaba parte del grupo de diarios considerados independientes. Fundado en 1849. Se limitó a ser un diario de venta en barrios aristocráticos y con perfil conservador. Acabó convirtiéndose en la voz del partido de Cánovas, Maura y Dato, en la línea del monarquismo constitucional, ESPINA (1993: 126). Nacido en 1905. Fue la voz constante del conservatismo monárquico constitucional y parlamentario.

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versal1635 y La Tribuna. Analizando el perfil de estos periódicos1636 puede concluirse que el radio de acción de Mélida era lo suficientemente amplio y aperturista como para poder afirmar su condescendencia ideológica. Tanto diarios liberales como conservadores fueron tenidos en cuenta por él a la hora de difundir cualquier evento académico, artículo científico o acto oficial. Ya en 1916, último año al frente del Museo, salió publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos un artículo en el que se citaban las conferencias públicas y prácticas dadas en el museo desde 1902 a 1915. En 1902 se pronunciaron cinco conferencias durante los domingos del 13 de abril al 8 de mayo sobre el tema general Los grandes escultores griegos. Un año más (1903) se celebraron diez conferencias desde el 12 de abril al 14 de junio sobre aspectos del arte representativo. Ya en 1904, fueron diez las conferencias de vulgarización sobre el tema “La Mitología en el Arte” (desde el 10 de abril al 17 de junio). En 1905, fueron pronunciadas ocho conferencias de carácter monográfico, sobre temas variados de esculturas. Durante 1906, se continuaron las conferencias monográficas de obras maestras del arte griego, cuyos temas y desarrollo versaron sobre Arte. En 1907, se celebró la conferencia inaugural bajo el título “Frescos de Miguel Angel en la Capilla Sixtina”; y una serie de conferencias sobre el tema “El Templo griego y su decoración”. Durante 1908, se leyó una serie de conferencias relativas a obras maestras del arte antiguo y en el año 1909, las conferencias desde el domingo 6 de junio y los sucesivos hasta el 4 de julio, formaron un breve curso sobre el tema El templo y la tumba en el Egipto antiguo. En 1910, se celebró un curso sobre La pintura antigua y el arte romano, desarrollado en diez conferencias dominicales, del 27 de marzo al 5 de junio. Un año después (1911), tuvo lugar en el mismo museo un curso sobre El arte antiguo español, desarrollado en seis conferencias dominicales, desde el 7 de mayo hasta el 18 de junio. En 1912, se celebró un breve curso sobre el tema Monumentos sepulcrales y en 1913 se continuaron las conferencias sobre el tema Monumentos sepulcrales. Durante 1914 tuvo lugar en el Museo una serie de conferencias sobre el tema El Traje antiguo. Según se desprende de un anuncio informal1637, el domingo día 2 de junio a las diez y media de la mañana Mélida puso fin a sus conferencias acerca de los monumentos sepulcrales tratando de “Los Monumentos cristianos: el sepulcro del Príncipe Don Juan”. Otra de las funciones acometidas por el Museo fue la de recibir visitas concertadas de otras provincias españolas. Un ejemplo lo tenemos en la Universidad Popular de La Coruña, que en carta firmada por Ángel Castillo en diciembre de 1913 agradecía a Mélida las muchísimas atenciones y amabilidades que V. se ha dignado dispensarnos durante nuestra estancia en esa hermosa capital (...) Grata excursión y de resultados tan positivos para nuestros fines culturales (...) Especialmente aquellas personas que se dignaron acompañarnos e ilustrarnos con sus sabias explicaciones1638. Ya en 1914 pudo alternar sus tareas al frente del Museo con su labor pedagógica y divulgativa, participando en las lecciones del VIII Curso Internacional de Expansión Comercial. Se celebró en Barcelona y el tema de Mélida versó sobre “La civilización romana y sus monumentos en la Península Ibérica”. El contenido de este curso fue publicado en España económica, social y artística. Entre la correspondencia que hacía referencia a las instalaciones del Museo de Reproducciones Artísticas destaca una carta dirigida a Don Santiago Alba por Mélida. Estaba fechada en Sevilla el 16 de junio de 1912, y justicaba por qué la restauración del techo con pinturas de Jordán era en valde: aquí en Sevilla he recibido la atenta carta de usted, referente al techo pintado por Lucas Jordán en el salón de baile del antiguo palacio del Buen Retiro y hoy salón principal del Museo de Reproducciones Artísticas; y al ofrecimiento que de restaurarlo hace el Sr. Soriano Fort (...) En primer lugar hay error en el supuesto de que si ese techo no se restaura, se perderá (...) Trozos que caen por las humedades. Los reconozco y los guardo y resulta que son de la restauración. De todo ésto se infiere que cuantas veces se restaure el fresco volverá a suceder lo mismo (...) 1635 1636

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Considerado por todos como el periódico del Conde de Romanones, de ideología liberal. Debe tenerse en cuenta el vertiginoso aumento de periódicos en circulación en España desde el último cuarto del siglo XIX: en 1878, 380 periódicos; en 1882, 917; y en 1900, 1347. El auge de la prensa española coincidió con la crisis del sistema a partir de 1900. Sólo en Madrid se publicaban 36 diarios, 29 de ellos de información general, a principios del siglo XX, TIMOTEO ÁLVAREZ (1998). Carta de naturaleza informal, conservada en el archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. Carta perteneciente al archivo del Museo de Reproducciones Artísticas.

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Fue ejecutada en una bóveda barata, de mala vejez (...) Mismo caso que las bóvedas de San Antonio de La Florida pintadas por Goya (...) ésto, como usted comprenderá, es inevitable. Antes del envío de esta misiva, Mélida había recibido una carta del Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes José Del Prado y Palacios el día 12 de junio de 1912 pidiéndole opinión acerca de este asunto y del ofrecimiento de José Soriano Fort. Como en el robo acontecido en diciembre de 1912, los problemas internos del Museo de Reproducciones Artísticas volvieron a ser de dominio público en 19131639 tras la publicación de un artículo en El Heraldo de Madrid. En éste, Mélida justificaba la expulsión de dos copistas del centro en la sección “quejas contestadas” por la animada tertulia en las salas del Museo (...) esos señores son reincidentes en esa clase de faltas, lo cual agrava la última. Acudiré en lo sucesivo a los Tribunales de Justicia, pues mi deber es garantizar el orden y mutuo respeto en el Museo de mi cargo. Se trata de una simple polémica en la que Mélida intentó lavar la imagen despótica que se le atribuyó en un artículo1640 publicado previamente por iniciativa de los copistas, que se habían sentido agraviados respecto a los celadores del centro, a los que Mélida daba la razón. De similar naturaleza es una carta que Mélida envió al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, denunciando la conducta observada por el mozo de este Museo D. Francisco Muñoz, que alegando unas veces enfermedades en personas de su familia y otras veces las propias, deja de asistir al desempeño de sus funciones. El presente oficio llevaba la fecha de 23 de julio de 1913. Anteriormente a la publicación de estas cartas, Mélida se había dirigido al señor jefe superior de Policía el día 12 de junio de 1913, anunciando los problemas con los copistas y pidiendo el envío de un guardia para que no se repitiera la acción. Durante 1914, tuvieron lugar una serie de intervenciones por parte del Museo de Reproducciones Artísticas que hacían referencia a su gestión. En carta enviada por Mélida al Presidente de la Comisión Permanente de la Junta de Museos de Barcelona el 12 de septiembre de 1914, le hizo saber que una vez recibida su misiva del 3 de diciembre se daba por enterado del acuerdo de esa Comisión de verificar el cambio de la reproducción de la estatua de Esculapio1641–encontrada en las excavaciones de Ampurias en 1909–, por un vaciado del Marco Agripa, del Museo de Mérida, que poseía el Museo de Reproducciones Artísticas. Una colaboración entre instituciones nacionales que enriquecía las colecciones gracias al intercambio de vaciados y reproducciones. El intercambio fue un recurso necesario para el Museo de Reproducciones, desprovisto de un taller propio hasta el 25 de marzo de 1920. Ante la imposibilidad de producir sus propios vaciados, tuvo que emprender una política de intercambios, compras y entregas que paliara esa deficiencia. De igual manera, se sucedieron los contactos con museos europeos solicitando vaciados. Del año 1914 se conserva una activa correspondencia de Mélida con directores de otros centros de Europa. En una misiva fechada el día 18 de febrero de 1914 propuso a los dirigentes del Museo Británico que se sacara un vaciado de la Cariátide del Erecteo contenida en este museo, para aplicarlo a una decoración arquitectónica en un edificio público. De manera provisional y oficiosa, el administrador del British Museum resolvió no oponerse a la petición española en una carta con fecha de 23 de febrero del mismo año. El asunto de este vaciado tenía como origen las obras del edificio de Correos, donde tenían previsto levantar una reproducción de la cariátide del Erecteo. De hecho, el 10 de marzo una carta enviada en nombre de la empresa Palacios y Otamendi Arquitectos recordaba que no podían hacer la reproducción sin permiso del Museo Británico, razón por la cual Mélida hizo de mediador y gestionó este contacto con el director del British Museum. La resolución oficial y definitiva adoptada por los dirigentes del Museo Británico se hizo efectiva por carta fechada el 4 de marzo de 1914, aceptando la propuesta de sacar vaciado a la cariátide del Erecteo. Y es que el Museo de Reproducciones Artísticas era, según Mélida, el mejor lugar para abordar el estudio de Grecia, por contar con las piezas más sobresalientes de la cultura helénica. 1639 1640 1641

No se conserva la fecha exacta de publicación de este artículo. Publicado en la Revista de Bellas Artes, Madrid a 2 de julio de 1913. En carta del 7 de enero de 1915 conservada en el Archivo del Museo de Reproducciones Artísticas se hacía referencia al ingreso de una copia de la estatua del Esculapio de Ampurias gracias a la Junta de Museos de Barcelona.

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Alemania fue el país con el que más contacto mantuvo Mélida cuando estuvo al frente del Museo de Reproducciones Artísticas. En 1914, envió una carta al Ministerio de Hacienda solicitando permiso para que pudieran entrar por la localidad guipuzcoana de Irún las reproducciones procedentes de Alemania, con su franquicia correspondiente. La respuesta llegó mediante un oficio ministerial el día 25 de septiembre y marcaría el inicio de múltiples gestiones e intercambios entre el museo español y distintos talleres-museo de Alemania, como el Römisch-Germanisches Zentralmuseum de Mainz (Maguncia) o el Württembergische Metallwarenfabrik. Abteilung für Galvanoplastik de Würtemberg1642. Resulta curioso comprobar cómo los efectos del estallido de la Primera Guerra Mundial se hacían notar en las dificultades que encontró el correo en Alemania. Es la situación que reflejaba una carta del 9 de diciembre de la casa Nast-Kolb y Schumacher, anunciando haber recibido de Madrid con considerable demora un cheque de 491,35 marcos por unas reproducciones de joyas cretenses y micénicas. El último trienio de Mélida al frente del Museo estuvo marcado por la publicación de un nuevo Catálogo en el año 1915. Se trataba de la segunda entrega del mismo Catálogo de 1912 titulada Artes decorativas de la antigüedad clásica, cuya primera parte había llevado por título Escultura Antigua. En las primeras páginas del mismo Mélida se dirigía Al lector, recordándole que la labor que representa este libro es casi toda nueva (...) aparte las sesenta y cuatro piezas que ya figuran en el antiguo catálogo de 1881, y de las adquiridas hasta 1900, cuyas cédulas de unas y otras han sido rehechas o ampliadas. Buena parte de este trabajo corresponde a Casto María del Rivero, con cuyo auxilio y el prestado últimamente por D. Gonzalo Díaz López, ha logrado quien ésto escribe completar la obra que principalmente se propuso para difusión de la cultura artística. Desde el punto de vista expositivo, el catálogo abarcaba tres salas de la planta, que incluía modelos de pintura antigua, pinturas murales, retratos greco-romanos del Fayum, vasos pintados, vidrios, glíptica, orfebrería y platería. Dedicaba, además, unas líneas a dos insignes piezas de la arqueología hispana: el Disco de Teodosio y la Pátera de Otañes, cuyas reproducciones figuraron en el Museo de Reproducciones Artísticas. Constituyeron otra sección el grupo de piezas varias de Herculano y Pompeya, y las de otras procedencias, incluso de España. Dos últimos grupos del Catálogo incluían armas de gladiadores y dípticos de marfil. Por la documentación recogida, sabemos que la dirección del Museo de Reproducciones Artísticas hizo llegar ejemplares a distintos colegas. Un ejemplo lo tenemos en una carta de Manuel Gómez Moreno, enviada en nombre de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Granada1643. La bibliografía manejada volvió a mostrar las inclinaciones francófilas de Mélida, con escasas citas de obras españolas1644. Durante 1914 se tramitó la adquisición de otras copias. En el capítulo de incorporaciones al caudal museístico del Museo destacaba una copia ejecutada al óleo por Rosendo Fernández1645, del retablo de azulejos firmado por el famoso ceramista italiano Niculoso Francisco y fechado en 1503, existente en la capilla alta del Alcázar de Sevilla1646. También en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Mélida se hizo eco de este hecho en un artículo titulado “Retablo de azulejos existente en la capilla alta del Alcázar de Sevilla; copia ejecutada por Rosendo Fernández”. 1642

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Entre las cartas del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas, destacan varias procedentes de este museo. En las mismas, se tramitaron envíos de reproducciones y vaciados, se pactaron precios y se enviaron facturas. Carta conservada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. Estaba fechada en Granada el 18 de julio de 1916, y firmada por el vicepresidente Manuel Gómez Moreno. En junta celebrada el día 13 de julio de 1916 había acordado la referida Comisión otorgar a Mélida un voto de gracias por el envío de la segunda parte del catálogo del Museo de Reproducciones Artísticas, para el archivo de la corporación granadina. Citó obras de Babelon, Bayet, Bosc, Collignon, Manuel Danvila, Darcel, Fiorelli, Paul Girard, Decharme, Daremberg, Diehl, Evans, Gori, Guhl, Koner, Martha, Maskell, Maspero, Menard, André Michel, Milano, Millin, Monaco, Marc Monnier, Murray, Paris, Pératé, Perrot, Chipiez, Pieraccini, Pijoán, Pottier, Preller, Pulszky, Rada y Delgado, Rayet, Reinach, Riaño, Rich, Ruesch, Sogliano, Smit, Smith, Waite, Marindin, Tormo, Villaamil y Castro. Los méritos artísticos le valieron que por dicha obra le fueran otorgadas consideración de medalla de segunda clase en la Sección de arte decorativo de la Exposición Nacional de 1901 y medalla de plata en la Exposición hispano-francesa de 1908. Para su adquisición, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se hizo cargo de la instancia elevada a la Superioridad por Antonio Fernández Rodríguez, que ofreció en venta al Estado esta copia tasada en 7.500 pesetas, con destino al Museo de Reproducciones Artísticas. Estudiada la propuesta, la referida Academia de Bellas Artes entendió que la expresada copia era digna de figurar en el citado Museo.

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Entre las donaciones efectuadas al Museo de Reproducciones Artísticas en el último año de Mélida como director, cabe destacar una del Marqués de Cerralbo. En una carta del Marqués a Mélida, fechada el 9 de febrero de 1916 en Madrid, le informaba de que hace muchos años que adquirí en Roma una interesante colección de vaciados en pasta, reproduciendo célebres camafeos, piedras grabadas, esculturas y otros objetos de arte entre los más renombrados de los existentes en varios museos de Italia (...) Tengo la satisfacción de regalar al Museo Nacional de Reproducciones Artísticas, de la tan docta y digna dirección de usted1647. En otra carta fechada el 15 de febrero de 1916 se hacía referencia a esta curiosa colección de camafeos italianos1648, como rezaba una minuta redactada por el secretario de la Junta Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos, Álvaro Gil Albacete. Durante estos años, Mélida y Cerralbo coincidían en la Comisión Ejecutiva encargada de excavar Numancia y coincidían a menudo en Madrid en los entornos de personalidades relevantes, tanto del mundo de la política como del mundo de la cultura. En cuanto a la correspondencia rescatada de entre los fondos del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas destaca el borrador de una carta firmada el día 7 de enero de 1915, se desconoce el destinatario, en la que se quejaba de la actitud del señor De Requena. En la misma misiva se hacía referencia al ingreso de un interino en el Museo. El día 4 de marzo de 1916 Mélida dejó de prestar sus servicios en el Museo, tras dieciséis años como director del mismo. En un oficio firmado por Julio Burell Cuéllar1649, Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, se le comunicó lo siguiente: Ilmo. Sr.: vacante la plaza de director del Museo de Reproducciones Artísticas por pase de D. José Ramón Mélida Alinari que la desempeñaba á la dirección del Museo Arqueológico Nacional (...) Su Majestad El Rey se ha servido nombrar director del Museo de Reproducciones Artísticas a D. Rodrigo Amador de los Ríos y Fernández Villalta1650. Casto María del Rivero siguió el mismo camino que Mélida, lo que ha de interpretarse como que Mélida quiso que siguiera estando a su lado en el nuevo centro, Museo Arqueológico Nacional, formando parte de su futuro equipo de trabajo. En un nuevo oficio del Ministro de Instrucción Pública y de Bellas Artes Julio Burell Cuéllar (sección de Archivos, Bibliotecas, Museos y propiedad intelectual) se le decía a Casto María del Rivero y Sáinz de Varanda que actualmente presta sus servicios en el Museo de Reproducciones Artísticas, pase a continuarlos al Museo Arqueológico Nacional 1651. La carta estaba firmada en Madrid el 28 de junio de 1916 por el subsecretario.

PATRIMONIO EN UN NUEVO MARCO LEGISLATIVO: DECLARACIONES DE MONUMENTOS H ISTÓRICO-ARTÍSTICOS (1902-1932) LA DEFENSA DEL

Antes de finalizar la primera década del siglo XX, José Ramón Mélida era ya académico de número de las dos Academias más notables en materia arqueológico-artística: la Real Academia de la Historia y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En la segunda de ellas, participó activamente en la redacción de informes sobre restauraciones y propuestas de declaraciones de monumentos históricos y artísticos, muchos de los cuales fueron publicados en el Boletín de la Corporación. En la consabida relación que mantuvieron las Comisiones Provinciales de Monumentos y las Academias para velar por la conservación y protección del patrimonio histórico-artístico, Mélida fue uno de los académicos más participativos. Apareció citado en varias de las Comisiones Provinciales: Asturias1652 (en el período 1880-1910), Badajoz1653 (1910-1935), Comisión Central de Monumentos1654 (1880-1905, 19121647 1648 1649

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Conservada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. Minuta conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/6960. Ocupó el cargo ministerial desde el 9 de diciembre de 1915 hasta el 19 de abril de 1917, fecha en la que fue sustituido por José Francos Rodríguez. Oficio conservado en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. Oficio conservado en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. La cita no especifica el tema concreto de su intervención pero permite orientar el motivo de su participación en la comisión referida, NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 45-46). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 59-60). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 146-147; 150-151). La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando consiguió el control de la Comisión Central (más tarde Comisión Mixta) en 1857, por la Ley Moyano, MAIER (2001: 108-109).

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1917), Córdoba1655 (1912-1934), Granada1656 (1910-1936), Orense1657 (1883-1910), Palencia1658 (18931909), Sevilla1659 (1887-1905), Soria1660 (1880-1911), Toledo1661 (1835-1901; 1880-1912) y Zaragoza1662 (1881-1919). A partir de la segunda década del siglo XX aproximadamente toda su actividad profesional y editorial se centró en la Arqueología, la Historia y los asuntos de Patrimonio, percibiéndose en él una evidente rotación de intereses humanísticos desde su temprano interés por el Arte y la Literatura –concretamente la novela– hasta su paulatino acercamiento al ámbito disciplinar de la Arqueología. Desde que en 1899 Mélida se hiciera cargo de la nueva edición de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, sería ésta la publicación en la que más artículos aparecieron firmados con su nombre. Era el órgano de expresión del Cuerpo Facultativo de Archiveros y sus contenidos tenían la suficiente divulgación como para mantener en contacto a todos aquellos historiadores y arqueólogos que compartían intereses y estudios de las civilizaciones del pasado. Dentro de sus cada vez más acentuadas tendencias histórico-arqueológicas, la Prehistoria había despertado en Mélida menos interés que otros períodos más recientes. Hasta el año de 1902 Mélida apenas se había sentido atraído por esta etapa cronológica. Su inclinación hacia la Protohistoria y la Edad Antigua, aparte de su gusto innato por el Arte, le habían mantenido bastante distanciado de todo lo relativo a la antigüedad del género humano y a las facetas desarrolladas por el hasta entonces bautizado como hombre primitivo. No significa esto que ahora decidiera volcarse en investigar los problemas derivados de la Prehistoria pero sí publicó una noticia en la que resumía la polémica desatada en torno a las pinturas descubiertas en la cueva cántabra de Altamira, en Santillana del Mar. Resumió la historia del hallazgo1663 desde que María, hija de Marcelino Sáez de Sautuola, descubrió las bóvedas pintadas de la cueva en 1879 hasta que Cartailhac, después de negar su autenticidad, acabó por rectificar en su “Cavernes ornées de dessins. La grotte d’Altamira, Espagne. Mea culpa d’un sceptique”, publicado en la revista L’Anthropologie en 1902. Salió Mélida, en esta publicación de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, en defensa de la ciencia española y lo hizo tomando como punto de inflexión la rectificación emitida por el francés Émile Cartailhac, cuyas palabras fueron tomadas como la legitimación definitiva de las pinturas. Mélida ironizaba al respecto: Pero no se crea que lo ha escrito a causa de algún nuevo viaje a España. Su retractación ha sido el descubrimiento en Francia, en Eyzies (Dordoña), de dos cavernas con pinturas iguales1664. Y lamentaba que el reconocimiento de autenticidad hubiera tenido que venir por comparación con otras pinturas recientemente descubiertas en Francia, de parecida naturaleza a las de la estación de Altamira. No puede considerarse este artículo como una incursión de Mélida en la Prehistoria; más bien ejerció de informador y trató de hacerse eco de un acto que desde el punto de vista científico consideró reprobable. Consciente de las limitaciones que todavía lastraban a la arqueología española, censuró esta muestra de suficiencia francesa y se indignó ante el agravio cometido por los galos. En cierto modo, ponía de relieve el colonialismo cultural que todavía la ciencia francesa proyectaba sobre la ciencia española y proponía que España comenzara a sacudirse este padrinazgo que frenaba su evolución y desarrollo científicos. Después de que Cartailhac entonara su mea culpa, quedaba todavía quien, como Eugenio Lemus, insistía en que se hiciera un calco fiel de las pinturas de Altamira y se reprodujera por alguno de los procedimientos que tienen por base la fotografía. Por la ciencia y por España bien vale la pena de hacerlo1665. Lemus, director 1655 1656 1657 1658 1659 1660 1661 1662 1663 1664

1665

NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 159-161). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 184-185). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 259-260). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 263-264). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 300). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 307-308). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 323-325; 328-329). NAVARRETE MARTÍNEZ (2001: 356-357). Cfr. AYARZAGÜENA (1993: 572-594); J IMÉNEZ DÍEZ (2001: 140-146) y H ERAS MARTÍN y LASHERAS CORRUCHAGA (1997: 359- 363). MÉLIDA ALINARI (1902c: 218). Este paralelismo en el que se apoyaron los franceses para validar la autenticidad de las cuevas de Altamira también fue objeto de crítica por parte de Mélida en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia, pp. 17-18. MÉLIDA ALINARI (1902c: 219).

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de la Calcografía Nacional, ya se había negado en 1886 a validar el hallazgo y ni siquiera tras el arrepentimiento de Cartailhac de 1902 dio su brazo a torcer. En su propuesta fotográfica coincidía con la opinión de Mélida: tenemos por indudable que no tendrá un valor positivo el mea culpa de Cartailhac mientras no se ponga en práctica lo que propone el sr. Lemus1666. Una muestra más del cientifismo de Mélida y su intento de incorporar a la ciencia las propuestas amparadas por el Positivismo, en sintonía con la confianza depositada en el entendimiento humano para penetrar en los misterios de la naturaleza y la esperanza de responder por medio de la ciencia a todos los interrogantes planteados. Es importante tener en cuenta que Cartailhac había traído como ayudante a un joven sacerdote de veinticinco años llamado Henri Breuil, quien pronto se convertiría en la principal autoridad mundial en el estudio del arte rupestre. En cualquier caso, Mélida nunca profundizó en temas de la Prehistoria y no consta que mantuviera contacto con Breuil cuando el clérigo francés vino a España. A modo de recapitulación, resulta conveniente una aproximación a la producción literaria de Mélida. Si nos fijamos en su ritmo de publicación (figura 34), observaremos que el año de 1907, con 51 años de edad, fue uno de los más productivos en cuanto a publicaciones en revistas, si bien fue el último año en el que dedicó una publicación al campo de la literatura y la novela. Una de las líneas principales de su trayectoria como arqueólogo iba encaminada a la protección artístico-arqueológica de los edificios y monumentos más señeros del territorio nacional. Buenos ejemplos fueron las murallas romanas de Sevilla, la ermita de San Baudelio en la localidad soriana de Casillas de Berlanga y la histórica puerta de Santa Margarita de Palma de Mallorca (Apéndice 3). En 1911 Mélida contaba ya con 55 años de edad y una experiencia bastante dilatada en cuanto a actividades artísticas, este año se convirtió incluso en uno de los fundadores de la Sociedad Española de Amigos del Arte. No así en su faceta de arqueólogo de campo, donde apenas llevaba cinco años excavando en Numancia y uno tan sólo en Mérida. En el plano corporativo, alcanzó la categoría de jefe de primer grado del Cuerpo el 26 de febrero de 19101667 y fue ascendido el 17 de noviembre a jefe de administración de tercera clase, cubriendo así la vacante dejada por Policarpo Cuesta Orduña. No abandonó su faceta divulgativa y sus esfuerzos por acercar la Arqueología al gran público, como muestran sus continuas conferencias y cursos en instituciones públicas como el Museo de Reproducciones Artísticas. El decenio de 1910 fue testigo de cómo la arqueología española alcanzaba su mayoría de edad y un dinamismo sin precedentes, apuntalada por la Ley de 1911: se crea un nuevo marco legislativo y de gestión, cristalizan las primeras cátedras especializadas, se inician las grandes excavaciones, aparecen sociedades científicas dedicadas a la Arqueología, aumentan las relaciones internacionales e inician su andadura las arqueologías nacionalistas1668. El día 2 de junio de 1911, un Real Decreto autorizaba al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes a presentar a las Cortes un proyecto de ley estableciendo las reglas a que debían someterse las excavaciones artísticas y científicas y la conservación de las ruinas y antigüedades1669. Este proyecto de ley se convirtió un mes después en la Ley de Excavaciones y Antigüedades de 19111670, cuya aplicación fue ejecutada un año más tarde y que había tenido en la Real Cédula de 18031671 su precedente más inmediato. En el preámbulo se establecía cuál era el objetivo principal que tenía la Ley: defender los vestigios artísticos que vinculan el recuerdo de nuestras glorias pasadas, constituyendo un elemento insustituible de la riqueza nacional. Esta Ley no siempre garantizaba la protección efectiva del Patrimonio Arquitectónico, sobre todo la de monasterios, conventos o construcciones de pequeñas localidades, 1666 1667 1668 1669

1670

1671

MÉLIDA ALINARI (1902c: 219). Véase La Gaceta del 26 de febrero de 1910 y del 20 de noviembre de 1911. ALMAGRO GORBEA (2002: 81). Sobre los precedentes institucionales que derivaron en la definitiva Ley de 1911, ALMAGRO GORBEA (2002: 78) y MAIER (2004: 107-108); para las consultas y proyectos de ley emitidos por la Real Academia de la Historia MAIER (2004: 115-116). Sobre la Ley de 1911 y su Reglamento aprobado en 1912, véase YÁÑEZ VEGA (1997: 425-429); MORALES (1996: 44) y GANAU CASAS (1998) capítulo La legislación sobre la conservación de monumentos; y capítulo El esfuerzo legislativo del primer tercio del XX. Véase MAIER (2004: 94-98).

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como muestra la venta de algunas edificaciones a multimillonarios americanos en el primer tercio del siglo XX1672. La concepción de la Arqueología seguía estando muy condicionada por el Arte, pero poco a poco se iba caminando hacia una visión más científica de la Arqueología y el anticuario empezaba a ser sustituido por el verdadero arqueólogo. El citado preámbulo contenía expresiones como “riqueza nacional”, “glorias pasadas” o “defensa del depósito sagrado del arte patrio”, en las que se evidenciaba su contenido político. Estos valores de exaltación patriótica eran utilizados para respaldar los intereses del sistema político español en un momento en el que los nacionalismos periféricos amenazaban la identidad nacional1673. La Ley de 1911 llegó en un momento en el que otros países europeos ya habían acometido este decisivo paso hacia la protección del Patrimonio. En concreto, la ley italiana de 12 de junio de 1902 pudo servir como modelo a los juristas españoles en orden a la prohibición absoluta del libre comercio de objetos artísticos de carácter antiguo o precioso. En Gran Bretaña, John Lubbock había publicado ya en 1872 su Pre-historic Times, precedente de la primera legislación inglesa para salvar ruinas. En este contexto de actualización jurídica en el ámbito arqueológico y de salvaguarda y protección del patrimonio artístico-arqueológico español, Mélida llevó a cabo una particular “cruzada” editorial, consistente en elevar informes y reclamar obras de rehabilitación y declaración de monumento histórico para algunos yacimientos, iglesias u obras arquitectónicas de nuestro país. Una de las constantes en la trayectoria profesional de José Ramón Mélida fue la defensa y protección que llevó a cabo sobre el patrimonio arqueológico y artístico español. En nuestro país, fue a partir de la Restauración cuando la declaración de Monumentos Histórico-Artísticos de la Nación sirvió como medida de carácter preventivo para que los monumentos pasaran a ser tutelados por el estado a través de las Comisiones de Monumentos. Esta medida se reforzó en posteriores legislaciones, encaminadas a reforzar la protección de edificios, monumentos y yacimientos1674. Varios ejemplos los tenemos en las ruinas situadas en las inmediaciones del faro de Torrox, la iglesia de Santa María Magdalena de Zamora, la basílica legionense de San Isidoro de León, las iglesias sevillanas de Santa Catalina y San José, la iglesia visigótica de San Pedro de La Nave en Zamora o el acueducto de Caños de Carmona (Apéndice 3). Todas ellas propuestas entre 1909 y 1911. Una de las vías de reclamo en las que Mélida participó activamente para proteger edificios, monumentos y hallazgos que corrían el peligro de ser destruidos, fue la de pedir la intervención de la Academia de la Historia1675, que actuaba de elemento integrador de las distintas relaciones e intereses sociales, políticos, legislativos y científicos1676 a pesar de su distanciamiento respecto a la realidad patrimonial del momento en comparación con décadas precedentes1677. Fue el caso, en 1912, de los restos de un alfar medieval localizado en Badajoz, la iglesia de San Cebrián de Mazote en Valladolid, el castillo de Almansa en Albacete, el mosaico de Ifigenia en Ampurias y la iglesia de San Salvador de Priesca en Villaviciosa de Asturias (Apéndice 3). Con la redacción de estos informes, Mélida participó en un proceso muy común durante estos años, en el que teóricamente las Comisiones Provinciales de Monumentos y las Reales Academias de la Historia y de San Fernando resolvían asuntos de Patrimonio. De hecho, la Academia de la Historia era considerada como supervisora oficial. Sin embargo, la práctica era bien distinta y existía una notable descoordinación en la que las Comisiones usurpaban competencias que estaban reglamentadas 1672

1673 1674

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En la contraportada del diario El País, correspondiente al sábado 19 de febrero de 2005 se da cuenta de la venta de varios monasterios segovianos a magnates estadounidenses, que los trasladaron a su país piedra a piedra tras comprarlos a precios irrisorios. Cfr. YÁÑEZ VEGA (1997: 426). MORALES (1996: 45). Sobre los decretos y medidas que influyeron en la protección de monumentos nacionales desde la Primera República de 1873, H ERNÁNDEZ H ERNÁNDEZ (2002: 136-138, 143-146). En ocasiones, la Academia, a su vez, solicitaba la protección real y el cumplimiento del Reglamento para mantener sus intereses. TORTOSA y MORA (1996: 191). Este descenso del protagonismo de la Academia comenzó en la segunda mitad del XIX cuando fueron creadas y potenciadas instituciones específicas en el campo de la Historia y la Arqueología, como el Museo Arqueológico Nacional, los Museos Provinciales y la Universidad de Madrid.

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como propias de la Academia1678. Como describen Trinidad Tortosa y Gloria Mora las ruinas y los objetos desfilan ante la Real Academia de la Historia a través de los informes. El papel de ésta se limita a una primaria arqueología de gestión, sin gestionar directamente el Patrimonio1679. Efectivamente, la Academia emitía informes para el Gobierno con el fin de salvaguardar piezas, ruinas y yacimientos de la destrucción o el deterioro. Pero esta función consultiva quedaba muchas veces diluida o condicionada por los bandazos que experimentaba el poder político. Sucedió, entre 1914 y 1919, con el exconvento de San Benito de Alcántara en Cáceres, los edificios religiosos de Aguilar de Campoó en Palencia, el retablo del exconvento del Parral en Segovia, el hospital e iglesia de Santiago en la localidad jiennense de Úbeda, varias iglesias de Burgos, el castillo vallisoletano de Peñafiel, la iglesia románica de La Sangre en la localidad valenciana de Liria, el claustro del convento de San Vicente Ferrer en la localidad mallorquina de Manacor, la Iglesia del Convento de Monjas Trinitarias Descalzas en Madrid, los edificios romanos de Augustobriga en Cáceres o las iglesias de San Juan de Rabanera en Soria (Apéndice 3). José Ramón Mélida siguió acrecentando su caudal de publicaciones, especialmente en el Boletín de la Real Academia de la Historia. Durante 1921 fueron muchos los artículos e informes publicados por él, gran parte de los cuales hicieron referencia a adquisiciones del estado y declaraciones de monumentos de distintos edificios y construcciones como “Los históricos monasterios de Poblet y de Santas Creus”1680, “El convento de monjas trinitarias descalzas de Madrid”1681, “El castillo de Fuentes de Valdepero”1682, “La Reja de hierro de estilo del Renacimiento del siglo XVI, existente en Andújar (Jaén)”1683 y “Las murallas de Lugo”1684. Estas habían acaparado la atención patrimonial por su conveniencia de ser declaradas como monumento nacional. En el plano arquitectónico firmó el 17 de julio de 1928 un informe1685 acerca del proyecto modificativo sobre la muralla de Lugo. La Academia de San Fernando había sido solicitada nuevamente para emitir un informe sobre la conveniencia de construir una puerta en el sitio destruido de las murallas de la ciudad. Le pareció oportuno a la Academia construir esta puerta atendiendo a las necesidades de la vida moderna, si bien hizo constar que en aquel sitio nunca hubo puerta del recinto antiguo. Durante 1923 se prodigó en informes que tenían como fin nuevamente la salvaguarda de edificios y monumentos nacionales. En el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando publicó varios informes referentes a construcciones religiosas de Alcalá de Henares, el ex convento madrileño de San Francisco de Torrelaguna, el Real Monasterio de Sigena en Huesca y las excavaciones cordobesas de Medina Azahara (Apéndice 3). 1678

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Para conocer aspectos concretos de la ambigüedad legislativa y de las atribuciones de las Comisiones y las Academias en materia de Patrimonio entre la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, véase TORTOSA y MORA (1996: 207-210). TORTOSA y MORA (1996: 210). Véase el Boletín del año 1921, nº 79, 99-107. Además, confróntese el expediente de la Academia de la Historia, con informes redactados por Mélida en REMESAL, AGUILERA y P ONS (2000: 266-269) sig. CAT/9/7975/72(1), CAT/9/7975/72(5), CAT/9/7975/72(8) y CAT/9/7975/72(13), CAT/9/7975/72(16), CAT/9/7975/72(17) y CAT/9/7975/72(21). Véase el informe correspondiente al Boletín del año 1921, nº 79, p. 7. Véase el Boletín del año 1921, nº 78, pp. 97-99. Siete años más tarde, en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1928, nº 22, 76-77) se hizo eco de un informe - firmado el 8 de junio de 1928 - que solicitaba la declaración de Monumento Nacional para el castillo de Fuentes de Valdepero, en la provincia de Palencia; y que aprovechó para recordar la necesidad de llevar a cabo un estudio de conjunto de los castillos nacionales. La única labor acometida en este terreno habían sido los trabajos monográficos y las descripciones contenidas en los catálogos monumentales. Llamó la atención Mélida sobre el mal estado de conservación de estos castillos no tanto por el estrago que ha hecho el tiempo en sus fábricas abandonadas, sino por los bárbaros atentados que la ignorancia y la codicia de consumo les han hecho y les hacen sufrir. Véase el Boletín, 1921, nº 78, 6-8. Véase el Boletín, 1921, nº 78, 311-313. Además, cabe añadir que los vecinos de Lugo llegaron a elevar una exposición denunciando el hecho de que aquel ayuntamiento acababa de acordar enajenar una porción de terreno inmediato a la muralla, y con él uno de los cubos de aquel histórico monumento, para que el adquiriente pudiera construir un garage. Otro informe referido a esta instancia apareció en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1921, nº 15, 42-45. Una vez más, las murallas de Lugo volvieron a reclamar la mirada de Mélida en otro de sus informes publicado en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1924. Esta vez el motivo fue el proyecto para construir una puerta en el trozo que se derribó de las murallas de Lugo. Véase BRABASF, 1924, nº 18, 125-126. Véase el BRABASF, 1928, nº 22, 107-108. Unos meses más tarde, Mélida redactó un completo informe de diez páginas sobre las murallas de Lugo y su conservación, que puede consultarse en GONZÁLEZ (2000: 149), sig. CALU/9/7960/22(6).

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En 1924 la producción literaria de Mélida se repartió entre sus boletines de referencia, el de la Real Academia de la Historia y el de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, teniendo como objetivo la protección de edificios y monumentos españoles que se encontraban amenazados. Continuaba así una labor conservacionista que no abandondaría hasta el final de su vida. Conviene añadir que durante 1924 el anfiteatro de Tarraco fue declarado Monumento Histórico Artístico y las cuevas rupestres de Altamira1686 fueron declaradas Monumento Arquitectónico-Artístico. En otro de los informes del Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, firmado el 27 de mayo, dio cuenta del proyecto de consolidación y restauración de la caverna de Altamira en la localidad cántabra de Santillana del Mar, proyecto que fue felizmente aprobado por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. Se convino que las obras fueran costeadas particularmente con la intervención del Duque de Alba, y la ayuda del profesor Hugo Obermaier y el Ingeniero Alberto Corral. El problema cuya urgencia era más necesaria residía en la infiltración de las aguas de lluvia. El puente romano de Alcántara, el arco triunfal y el templo contiguo fueron asimismo propuestos como Monumento Nacional en el siguiente informe1687 firmado por Mélida el día 23 de abril de 1924. A este mismo monumento dedicó el arqueólogo madrileño un artículo en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, titulado “El puente de Alcántara”1688. Otro de los informes, firmado el 7 de julio de 1924, aludía a la declaración de Monumento Nacional de las ruinas de Baelo Claudia1689, cerca de Tarifa (Cádiz), promovida por la Comisión de Monumentos de Cádiz. Esta ciudad romana estaba siendo excavada por Pierre Paris, director del Instituto Francés de Madrid, y Jorge Bonsor, que eran auxiliados por Alfred Laumonier y Robert Ricard, miembros de la Escuela de Altos Estudios Hispánicos, y Cayetano de Mergelina, delegado del Centro de Estudios Históricos. Se trataba de unas excavaciones subvencionadas con fondos concedidos por la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París, y, por el Gobierno español, que las autorizó. La labor de Mélida en la protección de yacimientos arqueológicos y edificios históricos de la ignorancia y el abandono de las autoridades competentes, continuó durante 1925 con la publicación de informes y denuncias veladas en las que se ponía de manifiesto la necesidad de declarar como monumentos nacionales algunos enclaves. Fue el caso de un informe publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia1690 sobre la necrópolis fenicia de Cádiz1691, localizada en 1887 y gracias a la cual pudo verificarse sobre el terreno la presencia tiria en Cádiz. El yacimiento fue posteriormente excavado por el correspondiente de la Real Academia de la Historia Pelayo Quintero y el director del Museo Arqueológico de Cádiz Francisco Cervera Jiménez-Alfaro. Mélida comparó la importancia de los hallazgos realizados en Punta de la Vaca (Cádiz) con los acontecidos en la necrópolis de Sidón1692 (actual Saida, Líbano) y en la isla de Chipre1693. Siguiendo en la línea conservacionista de proteger yacimientos y enclaves de interés arqueológico, el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando correspondiente a 1925 incluyó varios informes firmados por Mélida, en los que hacía ver la conveniencia de declarar monumentos nacionales varios monumentos y yacimientos. Entre ellos, el grupo formado por el arco de Bará, la 1686 1687 1688 1689 1690

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Cfr. H ERAS MARTÍN y LASHERAS (1997: 363-364). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 18, 1924: 95-97). MÉLIDA ALINARI (1924d). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 18, 1924: 129-130). También se hizo eco Mélida de esta misma solicitud en un informe publicado en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 19, 1925: 124-125). Véase el Boletín (nº 86, 1925: 8-9), sección “Informes Oficiales”. Curiosamente, el mismo año del hallazgo de Punta de la Vaca (1887) fueron localizados en Sidón dos hipogeos con dieciocho sarcófagos en su interior. Las investigaciones en esta ciudad, en las que el francés Georges Contenau había dirigido las excavaciones, continuaron desde 1913 hasta ser interrumpidas durante la Primera Guerra Mundial. El arqueólogo más notable en las excavaciones chipriotas, desde que llegó en 1896, fue Paul Perdrizet (1870-1938), miembro de la Escuela Francesa de Atenas. Su labor se centró en las inmediaciones de la ciudad de Larnaca, donde recabó inscripciones y objetos para las colecciones del Louvre. A partir de 1924, otro miembro de la Escuela de Atenas, Henri Seyrig (1895-1973) se encargó de continuar los trabajos en distintos puntos de la isla de Chipre.

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torre de los Escipiones y el pretorio de Augusto, conocido como castillo de Pilatos, en Tarragona, en un informe firmado el 27 de junio de 1925. El acueducto de Las Ferreras y el anfiteatro romano ya habían sido declarados monumentos nacionales en 1905 y 1924, respectivamente. En el Boletín de la Real Academia de la Historia, publicó otro artículo (publicado además en el nº 45 de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, correspondiente a 1927) sobre el arco de Bará, la Torre de los Escipiones y el Pretorio de Augusto1694. Mélida había sido encargado por el director de la Academia de la Historia para dar una contestación a la Dirección General de Bellas Artes sobre la declaración de monumentos de los tres monumentos tarraconenses citados. Así, sometió al juicio de la Corporación un proyecto de informe describiendo los monumentos y basándose en los trabajos del arqueólogo Buenaventura Hernández Sanahuja1695, fallecido en 1891, quien era de la opinión de que el Pretorio de Augusto había sido el lugar al que se retiró Augusto tras la primera guerra cántabra, pasando aquí dos años. El edificio fue posteriormente palacio de los pretores romanos, luego de los duques gobernadores visigodos y después alcázar en que hicieron residencias temporales los reyes de Aragón. Llegó a ser convertido en cuartel en el siglo XVII, para acabar siendo volado con pólvora por las huestes napoleónicas a principios del XIX. Sobre el arco de Bará presentó la Comisión de Monumentos de Tarragona una memoria en la que se decía que el arco había sido erigido en memoria y por disposición testamentaria de Lucio Licino Sura, general de Trajano; y según el firmante de la memoria, Jaime Ramón, el arco databa de la segunda década del siglo segundo después de Cristo. Una tercera memoria hacía referencia a los méritos de la mal llamada Torre de los Escipiones o sepulcro de la dama Cornelia. En definitiva, la declaración se solicitó por Real Orden del 28 de julio de 19261696, aunque el informe saliera publicado en 1927. En cuanto al capítulo de nombramientos, José Ramón Mélida fue reelegido en su cargo de tesorero de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para 19251697; nombrado vocal de la Junta Central de Patronato del Tesoro Artístico Nacional el día 19 de noviembre de 1926; y reelegido vocal1698 de la Comisión de Archivos y Bibliotecas Musicales para el bienio 1925-1926. En la misma Corporación recibió una minuta-oficio1699 fechada en 29 de enero de 1925, en la que le fue anunciado que tras reunirse la Junta el día 26 de enero se decidió que Mélida formara la comisión de estudio de proyectos para la declaración de monumentos nacionales en unión de Elías Tormo, Narciso Sentenach y Álvarez-Ossorio. A lo largo de su vida, Mélida participó en numerosos actos protocolarios tanto en la Real Academia de la Historia como en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1925 hizo lo propio en la sesión inaugural que dio comienzo al año académico 1925-1926, en la segunda de las acade1694

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MÉLIDA ALINARI (1927a). Hasta ese momento, los monumentos tarraconenses declarados nacionales habían sido las famosas murallas ciclópeas, el acueducto llamado de las Ferreras; y monumento arquitectónico-artístico las ruinas del anfiteatro romano. Buenaventura Hernández Sanahuja (1810-1891) se formó en la carrera eclesiástica pero pronto se inclinó hacia el estudio del arte arquitectónico monumental. Primero se hizo discípulo del arquitecto y escultor Vicente Roig, de quien aprendió el dibujo, la pintura y los fundamentos necesarios para formarse como historiador y arqueólogo. Logró el apoyo del Estado y echó los cimientos del rico Museo Arqueológico Provincial Tarraconense, del que fue director y custodio; y trazó los límites de la ciudad monumental y las villas de los alrededores, basándose en datos irrefutables y hasta ese momento desconocidos. En el plano profesional, consiguió ingresar en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios. Sus publicaciones, que fue dando a conocer a medida que estudiaba los restos de Tarraco, tuvieron el mérito de iniciar este tipo de estudios, y por tanto, la limitación de no contar con obras de referencia y consulta. Pero su meritoria actuación en la salvaguarda del patrimonio tarraconense se vio empañada por su supuesta participación y complicidad en algunas falsificaciones que llegaron hasta la Real Academia de la Historia. Para conocerlas véase ALMAGRO GORBEA (2003: 441-442). Entre la documentación de la Real Academia de la Historia se conserva el informe de Mélida acerca de la declaración de Monumento Nacional de los tres monumentos, en REMESAL, AGUILERA y P ONS (2000: 277, signatura CAT/9/7975/78(5). Así lo indica una minuta-oficio fechada en 30 de diciembre de 1924 y conservada en el expediente personal de Mélida (signatura 274-6/5) del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El nombramiento se hizo efectivo en una minuta-oficio fechada en 30 de diciembre de 1924 y conservada en el expediente personal de Mélida (signatura 274-6/5) del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Conservada en el expediente personal de Mélida (signatura 274-6/5) del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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mias citadas. El elogio recayó esta vez sobre el pintor y escritor español Antonio Ponz1700 (1725-1792) con motivo del segundo centenario de su nacimiento. Recurriendo una vez más a la grandilocuencia y al discurso patriótico propio de los actos académicos, homenajeó la figura del insigne Antonio Ponz, destacando especialmente su sensibilidad por las cuestiones patrimoniales y por la salvaguarda de monumentos y edificios emblemáticos. En este punto, coincidía plenamente con Mélida. Incluso, compartió con Ponz algunos criterios en la forma de integrar edificios históricos en arquitecturas urbanas. Ambos denunciaron la dejadez y se indignaban ante la labor de ciertos restauradores que por lo visto ya entonces había plaga de los tales, asesinaban los cuadros, borrando lo que había y pintando encima horrendas monstruosidades1701. Este punto de vista evidencia el espíritu crítico y el depurado criterio artístico adquirido por Mélida durante sus años de formación, más cerca del Arte que de la Arqueología. Tampoco debe olvidarse un episodio que habría de marcarle, cuando no pudo localizar la firma de la copa de Ayson debido, según él, a la torpe restauración que ocultaba la firma de este preciado vaso griego del Museo Arqueológico Nacional1702. A su vocación de historiador y arqueólogo siempre le acompañó un don de artista que le colocó en clara ventaja respecto al resto de arqueólogos. Se sumaba así a la corriente conservadora o antirestauracionista1703 defendida, en el campo de la Arquitectura, por artistas como Josep Puig i Cadafalch, Leopoldo Torres Balbás y Jeroni Martorell en esta segunda década del siglo XX. Antes, Juan Facundo Riaño había criticado el procedimiento seguido en las restauraciones, al considerarlas como falsificaciones de la arquitectura antigua1704. Entre 1927 y 1929 siguió elevando informes orientados a la protección de edificios, yacimientos y enclaves con valor histórico y artístico de la localidad zamorana de Toro y la localidad madrileña de Alcalá de Henares (Apéndice 3). Varios informes llevaron la firma de Mélida en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1930 y 1932. Como era habitual, varios dirimían la conveniencia de levantar ciertas construcciones en algunas ciudades españolas. Se trataba de cuestiones que afectaban a la arquitectura urbana y en las que la Academia de San Fernando emitía informes generalmente para proteger edificios históricos. En estos informes se hacía referencia a edificios civiles y religiosos de las provincias de Cáceres, Zamora, Granada, Toledo, Málaga, Sevilla, Badajoz, Barcelona y Soria (Apéndice 3). Conviene recordar que el 13 de mayo de 1932 el Estado promulgó la Ley sobre Defensa, Conservación y Acrecentamiento del Patrimonio Histórico Artístico Nacional, una nueva medida enmarcada en la política de protección de monumentos y edificios históricos llevada a cabo por el nuevo régimen político republicano que favoreció a comunidades como Cataluña tras la descentralización de poderes que supuso la nueva etapa republicana respecto al período primorriverista1705. Además, con esta Ley se sustituyó la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades por la Sección de Excavaciones de la Junta Superior del Tesoro Artístico1706, de la cual fue nombrado vocal Mélida el 15 de septiembre de 1933, cuando Azaña presidía un gobierno republicano liberal1707. Una muestra más de la flexible posición ideológica que facilitaría la continuidad académico-laboral de Mélida con independencia del signo político del gobierno. El 11 de marzo de 1933 una minuta de oficio1708 redactada por la Real Academia de la Historia había designado a Mélida y a Elías Tormo para formar la comi1700

1701 1702 1703

1704 1705 1706 1707

1708

En 1776 fue nombrado secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su obra más laureada llevó por título Viaje por España (1771-1794), un encargo que recibió para visitar las casas de los jesuitas expulsados y recuperar el material artístico. Además, se había interesado por las excavaciones de Herculano a mediados del siglo XVIII. MÉLIDA ALINARI (1925g: 19). Vid. supra página 91. Esta corriente había aparecido como respuesta a la escuela restauradora, capitaneada por Vicente Lámperez Romea, Adolfo Florensa, Luís Bellido, según la cual debía reintegrarse el monumento a su estado primitivo y con la mayor fidelidad posible. Cfr. H ERNÁNDEZ H ERNÁNDEZ (2002: 292-299) y MORALES (1996: 130-132). MORALES (1996: 132). DUPRÉ Y RAFEL F ONTANALS (1991: 173). MAIER (2003b: 51). Véase La Gaceta del día 17 de septiembre de 1933. Faltaban sólo dos meses para que la C.E.D.A., partido católico de derechas, ganara las elecciones. MAIER (2003b: 102, signatura CAG/9/7980/103).

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sión encargada de redactar la lista de los castillos de valor arqueológico o histórico que debían ser protegidos por el Estado. Además de promover múltiples declaraciones de monumentos, Mélida participó en la salvaguarda de bienes patrimoniales de la Nación desde las instituciones a las que pertenecía. Los diez años comprendidos entre 1910 y 1920 supusieron la cima de Mélida en cuanto a publicaciones relacionadas con la propuesta de protección de monumentos y yacimientos españoles (figura 34). Coincidiendo con su madurez profesional, el arqueólogo madrileño se convirtió a menudo en portavoz y divulgador de todos aquellos trámites, gestiones e informes que tenían como fin la puesta en valor de la herencia cultural y artística de nuestra geografía. Entre artículos e informes publicados en el Boletín de la Real Academia de la Historia varios llevaron la firma de José Ramón Mélida. Uno de los informes, firmado el 22 de octubre de 1915 y publicado varios meses más tarde, fue redactado como respuesta a un proyecto del ayuntamiento de Segovia que pretendía instalar en ciertos lugares de la ciudad lápidas conmemorativas de memorables hechos, y para igual fin, algunos de los blasones, capiteles, lápidas que se conservan en el Museo provincial en sitios oportunos (...) propone que ante el acueducto sea elevado un monumento compuesto de un pedestal de piedra, de tres metros de altura; sobre él, por remate, el jabalí o toro de piedra berroqueña que se conserva en el dicho museo provincial, y en el pedestal una inscripción en caracteres romanos que saludase al viajero1709. Ante el ignorante atrevimiento de las autoridades municipales segovianas, Mélida reprobó de inmediato el plan, que consideraba más inspirado en móviles literarios que en verdadero sentimiento por el arte monumental y la arqueología patria. Aparte del incorrecto criterio artístico que advirtió Mélida, existían otras razones para desaprobar el plan. Concretamente, la idea de que el jabalí que iba a ser erigido frente al acueducto representaba al jabalí de Erimantea vencido por Hércules, supuesto fundador de la ciudad. Mélida negaba este extremo alegando: ¡cómo si fuera lícito dar hoy carácter monumental a semejante especie, al cabo del tiempo en que la crítica moderna no hubiese relegado esas fabulosas leyendas de los orígenes de las ciudades, al lugar que les corresponde!1710. Resulta evidente que Mélida estaba decidido a censurar el retoricismo, la fabulación y la mitología sin fundamentos a la hora de construir episodios históricos. Es una muestra más de su apología del Positivismo y el cientifismo metódico, presidido por un espíritu crítico y una vena racionalista. En palabras de Ignacio Peiró formaba parte de aquella punta de lanza de historiadores que se convencieron de la necesidad de poner en movimiento la historia mediante la introducción de nuevos problemas y el desplazamiento de las viejas perspectivas1711. Y en cuanto a la presunción de que tal escultura era de origen romano y el emblema estaba relacionado con la fábula de Eneas, Mélida consideraba demostrado y admitido por los arqueólogos que esa serie de representaciones de cuadrúpedos, toros, jabalíes y cerdos pertenecían al arte indígena anteromano y no se encontraban más que en lo que fue la Celtiberia. Con todo, creía suficientes los motivos expuestos como para proponer a la Academia que se comunicaran estos extremos al señor alcalde de Segovia y evitara la construcción del monumento. En otro de sus informes, firmado el 10 de marzo de 1916, Mélida informó, encargado por el director de la Academia, de la conveniencia de que el Estado adquiriera el antiguo edificio conocido con el nombre de El Bañuelo, correspondiente a unos baños árabes en Granada. Destacaba el hecho de que el propietario de la finca en la que se encontraban los baños, Gonzalo Enríquez de Luna, había practicado excavaciones. Por el valor histórico-arqueológico del yacimiento, juzgó oportuna la adquisición y conservación por parte del Estado, como un Monumento Nacional más1712. El propietario fijó el precio en 15.000 pesetas, cifra menor a la de la tasación facultativa, que era de 17.000 pesetas. La producción literaria de Mélida en boletines periódicos se completaba con sus artículos, informes y recensiones del Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando durante 1917. Uno de 1709 1710 1711 1712

MÉLIDA ALINARI (1916d: 55-56). MÉLIDA ALINARI (1916d: 57). P EIRÓ (1995: 13) MÉLIDA ALINARI (1916f).

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estos informes firmado el 21 de junio de 1917 llevaba por título “Proyecto de obras de reparación y consolidación de los restos del Teatro Romano de Sagunto” y aparecía firmado conjuntamente por Mélida y Enrique María Repullés y Vargas. Formulado un informe por el arquitecto Luis Ferreres, e informada la Junta de Construcciones Civiles, ésta juzgó de suma conveniencia oír a este cuerpo artístico. El teatro de Sagunto había sido declarado Monumento Nacional el 26 de agosto de 1896. Ferreres estudió la construcción de muros y bóvedas, e hizo indicaciones con un criterio radical que no compartimos, de la conveniencia de intentar una completa restauración del monumento con la esperanza de que la reconstrucción resultaría verídica y fidedigna para obtener un edificio en un todo igual al primitivo1713. El arqueólogo madrileño calificó la iniciativa de atrevida y se decantaba por una sencilla mejora en la conservación arquitectónica del edificio, para evitar nuevas degradaciones y desprendimientos. Lo más conveniente, según Mélida, era recibir y apear con fábricas idénticas las partes de aquellos restos que se sostenían por milagro de equilibrio. El presupuesto, en cuyo estudio no entraba la Real Academia de San Fernando, ascendía a la suma de 18.130,44 pesetas. Así, la Academia de San Fernando propuso al Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes –Rafael Andrade Navarrete1714– la aprobación del proyecto objeto de este informe, recomendando la urgencia de las obras para prevenir mayores desperfectos. En las últimas décadas, precisamente, el teatro de Sagunto ha sido objeto de polémicas restauraciones1715. En otro de sus informes firmado el 30 de junio de 1918 especuló con la Conveniencia de adquirir lo que fue librería, sala capitular y mayordomía del monasterio de Guadalupe (Cáceres). Conviene recordar que el Monasterio de Guadalupe había sido declarado Monumento Nacional por Real Orden de 1º de marzo de 1879, si bien había sido víctima de trato vejatorio por parte de los propios vecinos y había sufrido la huella despiadada de la desamortización. Por ello, Mélida se hizo eco de la necesidad advertida por parte de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de que el Estado adquiriese lo que fueron Librería, Sala Capitular, Mayordomía y el área de lo que fue Hospedería Real. Debe tenerse en cuenta que, en cuestiones de administración patrimonial, la hegemonía de la Academia de San Fernando respecto de la Real Academia de la Historia fue eliminada en el último reglamento que dirigió el funcionamiento de las comisiones de monumentos en 1918, lo que supone que a partir de ese año la Academia de la Historia se convirtió en órgano consultivo de mayor peso que la Academia de San Fernando1716. Dos recensiones más publicó Mélida en 1919. En una de ellas analizó el opúsculo del correspondiente en Palma de Mallorca Benito Pons Fábregues titulado El Museo de Raxa1717. En el mismo, el autor1718 se hizo eco de las gestiones realizadas para lograr que fuera conservado en aquella isla el museo de estatuaria clásica y otras antigüedades que en el siglo XVIII fundó en su alquería de Raxa el cardenal Antonio Despuig, quien formó asimismo una escogida biblioteca, una galería de pinturas, y estableció una academia para enseñanza de las Bellas Artes. El problema surgió a raíz del interés mostrado por algunos extranjeros por adquirir los materiales del Museo de Raxa, ante lo cual Mélida propuso que la Academia uniera su ruego al de algunas personalidades de Palma –Luis Alemany Pujol, Pedro Martínez Rosich, Gabriel Llabrés y Lorenzo Cerdá– para pedir a la Superioridad que fuera asegurada para la patria la posesión del Museo de 1713 1714

1715 1716

1717 1718

MÉLIDA ALINARI y REPULLÉS (1917: 92). Ocupó el cargo entre el 11 de junio de 1917 y el 3 de noviembre del mismo año. El ministro anterior había sido José Francos Rodríguez. GRASSI y P ORTACELI (1990). Conviene recordar que en 1865 se había reformado el Reglamento de las Comisiones Provinciales de Monumentos Históricos y Artísticos, creadas en 1844. Desde ese año, las Comisiones de Monumentos pasaron a ser las representantes directas en las provincias de las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando. Los nombramientos se gestionaban a través de la Comisión Mixta Organizadora de las Provinciales de Monumentos y se puso de manifiesto el dominio de la cultura académica y su carácter centralista. Sin embargo, las Comisiones dependían del Gobierno Civil Provincial y de la Diputación Provincial en materia de financiación. Este modelo fue el que imperó prácticamente sin cambios hasta la Ley de 1911. Cfr. GANAU CASAS (1998), BOLAÑOS (1997: 216-222) y MAIER (2002a: 62-63). MÉLIDA ALINARI (1919h). Sobre la documentación conservada en la Real Academia de la Historia sobre las gestiones de Mélida en este asunto, véase JIMÉNEZ Y M EDEROS (2001: 55, sig. CAIB/9/7945/27(1-2).

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Raxa. También recensionó Mélida una obra de Enrique María Repullés y Vargas que llevaba por título El Corral del Carbón en Granada1719, antigua Alhóndiga y posada mahometana del siglo XIV. En ella aprovechó Mélida para informar de que había sido elevado un informe al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes –suscrito por varios académicos de las Reales de la Historia y Bellas Artes– para que el edificio fuera conservado en su integridad. Y como Anticuario, fue designado en 1921 para informar sobre el despacho de los expedientes de ejecución de obras en la iglesia de San Miguel de Foces y Real Monasterio de San Juan de la Peña, en la provincia de Huesca1720. En la siguiente década, Mélida siguió ejerciendo su puesto de catedrático de Arqueología de la Universidad Central de Madrid y publicando artículos, si bien fueron escasos durante 1922. Contaba entonces con 66 años y su capacidad de trabajo comenzaba a disminuir a medida que su vitalidad menguaba (fig. 34), circunstancia agravada además por su compromiso con las excavaciones de Numancia y Mérida, que no abandonaría hasta 1923 y 1930 respectivamente. En sus últimos años de vida tuvo la ocasión de encauzar asuntos que tenían al Patrimonio como tema central de sus informes. Algunos de sus informes continuaban tratando de proteger edificios y monumentos históricos como unos restos urbanísticos romanos de la ciudad de Tarraco. En el Boletín de la Real Academia de la Historia de 1922 (nº 80, pp. 308-312), Mélida reflejó la petición de la Superioridad de un informe, firmado el 10 de febrero de 1922, por parte de la Academia para decidir la conveniencia de practicar excavaciones en el lugar del hallazgo y de conservar parte del trazado de muralla que había quedado a la vista1721. Incluso, el propio Mélida redactó una carta en la que se indicaba la respuesta que debía darse al ayuntamiento de Tarragona1722. Sobre este mismo tema fue publicado un posterior informe, firmado el 20 de mayo de 1922, en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de 1922 donde se acordaba que fuera respetado y conservado el trozo mejor del muro, de diez hiladas, que cae a la parte oriental del solar, y que de lo restante solamente se destruya al hacer las proyectadas obras la parte necesaria, hasta que quede el resto de muro en las rasantes de plaza y mercado para que se conserve siempre bajo tierra lo demás, que el ayuntamieto se obligue a dejar señalado en el pavimento de plaza y mercado de un modo preciso y permanente, tanto por el medio antedicho como en lo que haya que suplir1723. En otro orden de cosas, el 1 de agosto de 1922 Enrique María Repullés, secretario general de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, comunicó por carta1724 al director de la Academia haber designado a José Ramón Mélida y a José Garnelo para que fueran sustraídas y trasladadas las pinturas murales de la ermita de San Baudelio de Berlanga. Dos meses más tarde, el 6 de octubre, los académicos de Bellas Artes de San Fernando Manuel Aníbal Álvarez, José Garnelo y el propio Mélida propusieron al soriano Santiago Gómez Santacruz para ser correspondiente en Soria por la mencionada Academia. En la misma línea actuó una Comisión, integrada por el Conde de Cedillo, Mélida, Antón y Gómez Moreno en nombre de la Academia de la Historia, recibida por el Ministro de Instrucción Pública, Joaquín Salvatella Gibert1725, para evitar la desaparición de las pinturas rupestres existentes en abrigos y cuevas de toda la geografía nacional. Otro de los informes1726 firmado por Mélida el 12 de abril de 1923 se hizo eco del hallazgo de un mosaico en Toledo al practicar obras en la Fábrica Nacional de 1719 1720 1721 1722 1723 1724

1725 1726

MAIER y SALAS (2000: 232-233, sig. CAGR/9/7955/64(1-4). MAIER y ÁLVAREZ-SANCHÍS (1999: 40, sig. CAH/9/7957/22 y CAH/9/7957/23(1-2). REMESAL, AGUILERA y P ONS (2000: 262, sig. CAT/9/7975/71(1-3) y sig. CAT/9/7975/71(16-19). REMESAL, AGUILERA y P ONS (2000: 263, sig. CAT/9/7975/71(8). MÉLIDA ALINARI (1922d: 141). Oficio con membrete de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, conservado en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con la signatura 31/1038. Viene acompañado de un índice de los documentos que se remitieron al fiscal del Tribunal Supremo de Justicia, que figuraban en el expediente relativo a la venta de pinturas murales de la ermita de San Baudelio de Casillas de Berlanga (Soria). Fue ministro entre el 7 de diciembre de 1922 y el 15 de septiembre de 1923. Sobre la documentación conservada en la Real Academia de la Historia, véase MAIER (1999c: 166-168, sig CATO/9/7977/157(17) y CATO/9/7977/158(1-4).

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Armas. En cuanto al mosaico1727 propuso la Comisión de Monumentos de Toledo que fuera arrancado y trasladado al Museo Arqueológico Provincial. Mélida consideraba arriesgada la operación ya que se corría el peligro de perder la integridad del mosaico, aduciendo que preferible es siempre conservar los mosaicos en el sitio del hallazgo1728. Las gestiones realizadas por el señor coronel director de la Fábrica Nacional de Armas, en la que apareció el mosaico, pretendían mantener el mosaico en su lugar original y cercar lo excavado con un balconcillo cómodo que permitiese contemplar desde arriba el mosaico. Así lo expresó la Academia al señor Ministro de la Guerra, Niceto Alcalá-Zamora1729. Posteriormente, realizaron una excursión a Toledo el propio Mélida, el Marqués de Laurencín, director de la Real Academia de la Historia, y Niceto Alcalá-Zamora con el objeto de poder ver el mosaico. Finalmente, el Ministro de la Guerra acabó decidiendo que se ejecutasen las obras para que el recinto quedara protegido por una bóveda. Obras que sirvieron para constatar la continuación de las estructuras arqueológicas, posiblemente el peristilo de una casa romana, adosadas a la habitación en las que se hallaba el mosaico. En la misma ciudad, Mélida fue designado para informar1730 a lo largo del año 1923 sobre el hundimiento de parte de la muralla árabe del frente norte del Hospital del Nuncio. En otro de sus informes expuso Mélida la situación en la que se encontraban las excavaciones de Medina Azahara, cerca de la ciudad de Córdoba, dirigidas por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco. El arqueólogo madrileño solicitó a la Academia la declaración de Monumento1731 para este insigne complejo arqueológico, con el fin de poner a cubierto aquellos restos de la codicia de especuladores que traten de venderlos a museos extranjeros1732. El tema fue tratado en la sesión académica del 8 de junio de 1923. Otro informe, firmado por Mélida tras la aprobación de la Academia en la sesión del 25 de junio de 1923, propuso que los restos de Jaime el Conquistador fueran depositados en su sitio original (Monasterio de Poblet) y no en la Catedral de Tarragona, posibilidad que venía contemplándose últimamente1733. En el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se hizo eco Mélida en un informe1734 firmado el 4 de diciembre de 1924 de una moción en la que varias personalidades de Trujillo dirigieron una instancia a la Academia de Bellas Artes suplicando que fuera evitada la proyectada erección de una capilla adosada a la muralla del castillo. Referente al patrimonio de Galicia fue otro informe firmado el 20 de junio de 1924 y redactado por Mélida acerca del proyecto de obras de restauración de la iglesia de Santo Domingo de Compostela (La Coruña), redactado por el arquitecto Leoncio Bescansa1735. En la misma línea de velar por la conservación del patrimonio nacional, hay que situar otros informes relativos a obras de consolidación de estructuras, como el referido a los anteproyectos de restauración y conservación del castillo-palacio real de Olite (Navarra), presentado al concurso convocado por aquella diputación foral y provincial. El informe, firmado el 20 de marzo de 1925, matizaba: esta Academia estima debe proponerse a la Diputación de Navarra otorgue el premio al autor del trabajo que lleva por nombre Loma de Tornay, y únicamente aconseja al autor de este proyecto que suprima la restauración de la torre árabe, pues careciendo de datos suficientes en que apoyarse no se debe fantasear ni hacer nada que no esté bien fundamentado, evitando toda obra de carácter personal1736. Como quedó reflejado en el Elogio a Antonio Ponz de este mismo año, Mélida mostró su desacuerdo con la falta de rigor his1727 1728 1729

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1734 1735 1736

MÉLIDA ALINARI (1923c). En el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 83, 1923: 23). Niceto Alcalá-Zamora (1877-1949) había sido ministro de Fomento desde 1917 y en 1922 fue nombrado ministro de la Guerra. Posteriormente, fue presidente de la República en diciembre de 1931 hasta que en 1936 fue depuesto de su cargo. MAIER (1999c: 168-169, sig. CATO/9/7944/159(1-6). Cfr. MAIER y SALAS (2000: 188, sig. CACO/9/7952/99(1), CACO/9/7952/99(3) y CACO/9/7952/99(6). MÉLIDA ALINARI (1923d: 74). Véase el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 83, 1923: 243-244) y REMESAL, AGUILERA y P ONS (2000: 273-274, sig. CAT/9/7945/73(1-4). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 18, 1924: 174-176). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 18, 1924: 121-122). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 19, 1925: 58).

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tórica mostrada por algunos restauradores y algunas propuestas de reconstrucción de edificios históricos. En el mismo Boletín, Mélida se hizo eco, en un informe1737 firmado el 13 de marzo de 1925, de un expediente incoado por la priora del convento de Carmelitas Calzadas de Piedrahita (Ávila), solicitando autorización para enajenar un cofrecillo de plata. Otro informe1738 firmado el 18 de marzo de 1925 fue emitido por Mélida y José Garnelo en referencia al valor que debía atribuirse a unas piedras de la demolida iglesia de San Esteban de Gormaz, en la provincia de Soria. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando confirmó finalmente que las piedras procedentes de la iglesia de San Esteban de Gormaz no debían ser apreciadas como parte integrante del Tesoro Artístico Nacional. Un nuevo informe1739 firmado por Mélida el 6 de julio de 1925 dio cuenta de que la citada Academia había examinado el expediente que versaba sobre la expropiación de la casa número 14 de la plaza del Rey, de Barcelona, parte del antiguo Palacio de los Condes de Barcelona y Reyes de Aragón. En consecuencia, la Real Academia acordó proponer que no se permitiera la desaparición de la casa, aneja a la Real Capilla de Santa Águeda. Como venía siendo habitual en los últimos años, las páginas del “Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando” recogieron varios informes firmados por Mélida en los que fomentaba la correcta administración, estudio y conservación de edificios históricos, yacimientos arqueológicos y monumentos. Entre ellos, un informe1740 firmado el 5 de julio de 1926 sobre la restauración de unas vidrieras de la catedral de Sevilla, cuyo estado era verdaderamente lamentable y que fue sacada a concurso. Otro de los informes1741, firmado el 14 de mayo, hacía referencia a la posible adquisición por parte del Estado de una cornucopia, de estilo barroco, que la Academia de San Fernando valoró en cinco mil pesetas. Mélida dio cuenta, además, de un expediente incoado a petición de la comunidad de Religiosas Trinitarias Descalzas, solicitando autorización para vender un tapiz del siglo XVI1742. En lo que respecta a su faceta de director del Museo Arqueológico Nacional, se conserva un oficio, dirigido a la Comisión de Monumentos de Segovia, redactado por Mélida el 12 de noviembre de 1926, en el que comunicaba la intención de conservar, o trasladar, los restos de la iglesia de San Francisco de Segovia1743. Un informe1744 firmado el 3 de junio de 1927 informó acerca de un mosaico descubierto en la localidad barcelonesa de San Ginés de Pachs, dentro del partido judicial de Villafranca del Panadés. Respecto al modo de conservar el mosaico Mélida afirmó que si se acomete la prolija tarea de descubrirle, el mejor modo de conservarle, de no ser pequeño y de fácil extracción, siempre delicada, sería protegerle, dejándole encerrado en una construcción techada. Además, el propio Mélida consideraba plausible el propósito de la Comisión barcelonesa de Monumentos de intentar excavaciones, si bien debían pedir la competente autorización de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, conforme a lo dispuesto en la ley de 1911 y reglamento de 1912, y en el Decreto-Ley de 9 de agosto de 1926 para la defensa de la riqueza monumental y artística de España. En 19291745 firmó otro artículo relativo a la oferta, aceptada en principio por el Comité Ejecutivo de la Junta de Patronato del Tesoro Artístico Nacional, hecha al Estado por la comunidad de monjas de la orden de San Benito del Real Monasterio de San Pelayo, de Santiago de Compostela, de tres columnas de piedra. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando acordó hacer presente que 1737 1738 1739 1740 1741 1742

1743 1744 1745

Véase el Boletín (nº 19, 1925: 99-100). (1925: 41-42). (1925: 129-130). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nº 20, p. 80-84. Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nº 20, p. 85. Véase el informe en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nº 20, p. 17-18 y el informe publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 88, 1926: 477). Cfr. ÁLVAREZ-SANCHÍS y CARDITO (2000: 284, sig. CASG/9/7969/36(1). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 21, 1927: 77-78). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 23, 1929: 199-200).

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debieron de pertenecer las tres columnas a uno de los primitivos altares levantados sobre el sepulcro del Apóstol Santiago en su antigua Iglesia, desde donde fueron trasladadas al actual Monasterio de San Pelayo de Ante-Altares en la época de su Abad San Fagildo. En el Boletín de la Real Academia de la Historia, Mélida se hizo eco, en informe oficial del 14 de febrero de 1930, de que la Comisión de Monumentos de Cáceres se había opuesto a la demolición de una parte de las antiguas murallas de Cáceres con motivo de la construcción de un mercado; motivo por el cual la Academia lo comunicó a la Superioridad1746. En materia de posibles adquisiciones del Estado, Mélida publicó en 1930 un informe que aconsejaba la conveniencia de comprar una colección de tejidos incaicos que provenían de la formada en Lima por Schmidt y Pizarro1747. A pesar de su avanzada edad, la vocación proteccionista y los intentos por conservar el patrimonio nacional siguieron mostrándose como una constante en Mélida en sus tres últimos años de vida. En el borrador de una carta1748 fechada el 22 de mayo de 1931 puede verse cómo se dirigió, en nombre de la comisión valoradora de objetos artísticos a exportar de Madrid, al director de Bellas Artes diciendo que se había presentado una solicitud para la exportación al extranjero del famoso retrato de la Marquesa de Pontejos, una de las obras maestras de Goya y uno de los más hermosos cuadros españoles del siglo XVIII. El precio de venta era un millón trescientas cincuenta mil pesetas, ante lo cual opinaba que con los recursos escasos de que disponía el Comité Ejecutivo de la Junta de Patronato para la protección, conservación y acrecentamiento del Tesoro Artístico Nacional, no procedía desprenderse de una obra de arte de tan excepcional importancia por esa suma de dinero. En otro de sus informes, firmado el 1 de diciembre de 1931, se pedía que la dirección general de Bellas Artes informara sobre la conveniencia de que el Estado adquiriera un balcón de madera árabe del siglo XIII, una pila bautismal del siglo XI y una media figura de la virgen, perteneciente a una talla del siglo XII1749. Con el mismo motivo apareció publicado otro informe, firmado el 30 de mayo de 1931, en el que se daba cuenta de la propuesta emitida por el director del Museo Arqueológico Provincial de Burgos para que el Estado adquiriera, por un precio de 3.600 pesetas, un lote de objetos arqueológicos formado por las famosas estelas funerarias de Lara de los Infantes y otros objetos labrados en piedra1750. Un nuevo informe oficial firmado por Mélida en sesión del 27 de mayo de 1932 en el Boletín de la Real Academia de la Historia se hizo eco de la solicitud de la Dirección General de Bellas Artes, pidiendo a la Academia que informara respecto de la conveniencia de llevar a cabo obras de consolidación y conservación en el castillo y murallas de la localidad onubense de Niebla, la Illipa romana. El arqueólogo madrileño, que pidió a la Superioridad que castillo y murallas fuesen incluídos en el número de monumentos pertenecientes al Tesoro Artístico Nacional, mostró su indignación ante el descuido del monumento y puso como ejemplo los sentimientos altruístas del Marqués de Bute, quien ofreció al ayuntamiento de Niebla desalojar el castillo de sus entonces moradores, derribando las construcciones adosadas a sus murallas y fortaleciendo dichas murallas de manera que quedaran preservadas de toda ruina1751. Ya en 1930, la Academia de la Historia había designado a Mélida para informar1752 sobre este asunto. El Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando perteneciente a 1932 incluyó cinco informes acerca de expedientes en los que se ofrecían en venta al Estado distintas piezas y objetos: una alfombra española del siglo XVII ofrecida por Toribio Vicente1753, un arcón y un facistol ofrecidos por

1746

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Véase el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 96, 1930: 5-8) y CELESTINO y CELESTINO (2000: 105, sig. CACC/9/7948/69(36). Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 24, 1930:146-147). Conservada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional. Véase el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nº 25, pp. 101-102. Ibidem, páginas 46-48. Véase el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 101, 1932: 9-11). MAIER y SALAS (2000: 256-257, signaturas CAHU/9/7957/30(1-2). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 26, 1932: 80-81).

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Ricardo García Mediavilla1754, una arqueta tallada y policromada y un brasero románico ofrecido por Apolinar Sánchez Villalba1755, dos arcones de los siglos XII y XV1756 y una caja bizantina de plata ofrecidas también por Apolinar Sánchez Villalba1757. Otro informe era relativo a la solicitud del director del Museo Arqueológico Nacional indicando la conveniencia de adquirir con destino a dicho museo varios objetos de arte visigótico procedentes del castillo segoviano de Castiltierra1758. Otro de sus informes, encaminado a la correcta gestión urbanística de las ciudades españolas, consistió en un expediente relativo a la entrega por el ramo de guerra, de las murallas de Badajoz para el ensanche de la población1759; y en una línea similar fue redactado otro informe relativo a la instancia de Ignacio Martínez solicitando autorización para derribar y trasladar a Madrid las bóvedas del exconvento de Calera de León, en la provincia de Badajoz1760. El descubrimiento de un mosaico con aplicaciones de vidrio policromado, en los puntos denominados de la Pileta y la Cueva pertenecientes a la localidad sevillana de Osuna, fue el motivo del siguiente informe1761, que llevó la firma de Mélida en 8 de junio de 1932. El Vocal de la Comisión de Monumentos de Sevilla había propuesto a su director que la Academia hiciera suya la petición de adquirir el citado mosaico con destino al Museo Provincial de Sevilla. No faltaron tampoco informes de naturaleza pictórica como el relativo al expediente de la Real y Humilde Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla solicitando la devolución del cuadro que representaba a Santa Isabel curando a los tiñosos, pintado por Bartolomé Esteban Murillo. Estaba firmado el día 11 de mayo de 19321762.

DIVULGADOR DEL ARTE, LOS MUSEOS Y LAS COLECCIONES. LA COLECCIÓN VIVES La temática de los artículos publicados por Mélida en las dos primeras décadas del siglo XX siguió abarcando un amplio abanico de disciplinas, como correspondía a un hombre de letras que había cultivado tantos géneros humanísticos. Su pertenencia a las Reales Academias de la Historia y Bellas Artes de San Fernando llevaba implícita una labor de protección sobre el Patrimonio Nacional que fomentaba su talante conservacionista y le convertía en portavoz y representante de un movimiento cultural de corte patriótico que buscaba la identificación con el legado histórico-artístico de la Nación. Da fe de esta faceta suya el constante goteo de noticias, solicitudes y peticiones aparecidas en las páginas de los boletines académicos y de revistas de la época. Además, la confección de los Catálogos Monumentales de Badajoz y Cáceres situó a Mélida en la avanzadilla de los que trataban de estructurar la riqueza patrimonial del país: no cabe dudar que en lo referente a las riquezas artísticas de España pocas fuentes de conocimiento teníamos hasta hace poco (...) y esa obra, que era labor de patriotismo y cultura, es la que modernamente se viene acometiendo por unos pocos1763. El arqueólogo madrileño emprendió una auténtica campaña de revitalización, defensa y puesta al día de todos aquellos bienes culturales capaces de generar un sentimiento de identificación prácticamente inexistente hasta entonces. Fruto de sus aficiones artístico-decorativas, como una característica constante en toda su vida, 1754 1755 1756 1757 1758 1759

1760 1761 1762 1763

(1932: 78). (1932:160-161). (1932: 79-80). (1932: 150-151). (1932: 103-104). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 26, 1932: 143-146). La despedida editorial de Mélida en el Boletín de la Real Academia de la Historia se produjo en 1932, con las “Murallas de Badajoz” (nº 102, 279-282). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 26, 1932: 108-110). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nº 26, 1932:104-105). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nº 26, 1932: 82-84). Palabras pronunciadas por Mélida en la introducción que hizo en un ciclo de conferencias celebrado en el Ateneo de Madrid a principios de siglo, véase GARCÍA RODRÍGUEZ (1997: 532).

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fue una publicación de 1903 en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, en la que hizo referencia a los Museos episcopales en Cataluña. Denunciaba una vez más la dejadez de las autoridades a la hora de conservar objetos artístico-arqueológicos, y ponía como ejemplo una subasta llevada a cabo sobre los tapices de la Seo de Zaragoza. Aplaudía Mélida, sin embargo, “el modo tan útil como patriótico que tienen los prelados de las diócesis catalanas de entender la conservación de las antigüedades pertenecientes a las mismas”1764. Y extendía estos halagos a la diócesis de Vich y al fallecido señor obispo Morgades, fundador del primer Museo Arqueológico Artístico-Episcopal, abierto al público en 1902. Sobre José Gudiol1765, al que consideraba arqueólogo, vertió también palabras de admiración, al igual que valoró el hecho de que una población tan apartada de los grandes centros tuviera dos museos y velara tanto por su patrimonio artístico. Se preguntaba Mélida si ¿no podría hacerse algo también por la fundación de un Museo Episcopal en Zaragoza con los tapices de referencia y otras muchas curiosidades que se guardan en la Seo y en las iglesias de las diócesis?1766 Al igual que en otros artículos sobre el fenómeno excursionista catalán, se percibía en sus afirmaciones un reconocimiento al adelanto catalán en materia cultural. Les consideraba vanguardistas e innovadores y más provistos de medios que les mantuvieran en contacto con las corrientes culturales gestadas en Europa. En cierto modo, Mélida hubiera querido ver reflejada esta misma actitud en el resto del país, como parte de su proyecto patriótico de exaltación nacional en el ámbito arqueológico-cultural español. Precisamente en el otoño de 1903, tuvo la ocasión de visitar la ciudad ibero-romana de Tarraco (Tarragona). Otra de las recensiones publicadas en 1904 tuvo como objeto de valoración una obra de Josep Gudiol Cunill titulada Nocions de arqueología sagrada catalana. En ella volvió Mélida a exaltar la labor desempeñada por el Museo episcopal de Vich, como ya hiciera un año antes, y puso de manifiesto el talento y laboriosidad de Gudiol. La citada obra contenía bien condensada la arqueología regional y había sido premiada con el accésit del Premio Martorell de 1902 pero lo que más valoraba Mélida era que trata bien la parte referente a lo que denomina Protohistoria1767, denominación que le aplaudimos, puesto que mucho más fehacientes que muchos restos de escritura de pueblos que por esta circunstancia figuran en la historia son las hachas de piedra, signos evidentes de un grado de cultura de la humanidad1768. Efectivamente, esta afirmación estaba en sintonía con la independencia que la Arqueología estaba adquiriendo respecto de la Filología y con la creciente importancia del objeto arqueológico en perjuicio de la hasta entonces monolítica percepción del pasado a través de los textos. Mélida concedía al objeto arqueológico una importancia derivada de su variable histórica y no artística, en línea con los preceptos defendidos por las corrientes historicistas1769. Recensionó igualmente el Catálogo del Museo Loringiano, escrito por Manuel Rodríguez de Berlanga y publicado en Bruselas en 1903 con espléndidas láminas impresas. Lo que primero aplaudió Mélida del arqueólogo y epigrafista andaluz fue la ciencia que, según él, atesoraban sus libros y su independencia de criterio1770, lo que le mantuvo alejado de las clientelas y los resortes del poder. Analizó la trayectoria de este museo, desde que fue fundado por Amalia Heredia Livermoore y Jorge Loring Oyarzábal, marqueses de la Casa Loring; y citó las principales adquisiciones de la colección, destacando la 1764 1765

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MÉLIDA ALINARI (1903c: 306). Historiador del arte y eclesiástico español (1872-1931). Fue el primer director y organizador científico del Museo Episcopal de Vich y publicó trabajos sobre arte catalán medieval, destacando su obra Nociones de arqueología sagrada, publicada en 1933; y La pintura medieval catalana, publicada entre 1927 y 1955. MÉLIDA ALINARI (1903c: 308). Sobre la confusión terminológica de esta palabra, véase el capítulo Iberia arqueológica ante-romana. Cultura ibérica y filohelenismo. MÉLIDA ALINARI (1904d: 74-75). Llama la atención una cita del barcelonés Juan Güell, en La Vanguardia el 8 de octubre de 1904: La Arqueología es el alma viviente de lo pasado, la verdad de la historia, el símbolo de las creencias, costumbres y modos de ser de los venerados antecesores y uno de los medios indispensables para el estudio de las razas, de las naciones y de la humanidad. La visión de este financiero catalán, protector de la artes, se adecuaba a la nueva concepción de una Arqueología que se alejaba progresivamente del anticuarismo y el coleccionismo y que tenía en la reconstrucción del pasado su objetivo primordial. RODRÍGUEZ OLIVA (1991: 106), el autor calificó a Rodríguez de Berlanga como persona de ideas tradicionales y relacionado con las cabezas de la política conservadora del país (...) supo, sin embargo, mantenerse alejado de toda bandería política y consagrarse de lleno al mundo de la cultura.

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de las tablas de bronce malacitana y salpensana1771, localizadas en la localidad almeriense de El Ejido en octubre de 1851. Rodríguez de Berlanga fue destacado catalogador del Museo Loringiano, organizado en siete grupos: prehistórico; fenicio; íbero; romano; cristiano; musulmán y contemporáneo. Mélida mostró su deseo de que dicho museo y sus colecciones alcancen un destino definitivo en nuestra patria, para que no suceda con tan estimables antigüedades lo que con las del citado Museo Villacevallos1772, de las que el mismo catalogador lamenta la pérdida de muchas en el correr de los años1773. Continuaba la dispersión temática de José Ramón Mélida en cuanto a sus publicaciones. En la revista La Lectura escribió acerca de los Orígenes del arte cristiano en España. Sarcófagos hispanos de los primeros siglos de la era. En este artículo, analizó el arte cristiano como medio de expresión, que se sirvió de las formas paganas para crear nuevos símbolos y encerrar el Arte en nuevas fórmulas hieráticas acomodadas al espíritu religioso de la naciente sociedad. Propuso un paralelismo religioso entre la religión pagana y la cristiana asegurando que si repasáramos la evolución de la escultura cristiana descubriríamos en todas sus fases perfecta repetición con las del arte pagano (...) en el fondo parece descubrirse una ley evolutiva de la forma en sus relaciones con el pensamiento y con la técnica1774. Dedicó varias líneas a los paralelos estilísticos entre dos sarcófagos cristianos de Layos (Toledo) y Astorga (Léon). Según Mélida, los tres sarcófagos procedían de un mismo taller. Además, dio cuenta de veintidós sarcófagos romano-cristianos que aparecieron dispersos por la geografía peninsular y en los que advirtió el autor de este artículo una influencia de modelos griegos en las actitudes de las figuras representadas y unos marcados rasgos que revelaban la buena tradición griega, de mano bizantina. Concluía Mélida afirmando que los sarcófagos y sus relieves bastan para trazar la transformación del Arte, que del clasicismo volvió a la infancia, para recorrer nuevos períodos de arcaísmo hasta reconquistar su libertad1775. Sus palabras ponían de manifiesto, una vez más, sus tendencias clasicistas y su convencida creencia de que habían sido las culturas clásicas las fuentes de las que bebió el arte cristiano. Tampoco escapa esta afirmación a su esquema de los ciclos artísticos de Winckelmann, tan recurrente en su discurso. Un buen ejemplo patriótico promovido por Mélida fue el de la adquisición de la colección de Antonio Vives, amigo suyo y contertulio habitual en el palacete de la calle Fortuny. En 1910 le dedicó un artículo en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos sobre los bronces ibéricos y visigodos de su colección. Llenó de halagos a su compañero y le puso como ejemplo patriótico del anticuario que puede salvar de las manos extranjeras1776” aquellas piezas arqueológicas localizadas en suelo hispano. Aunque no sería difícil imaginar que Vives quisiera deshacerse de su colección ante la inminente aprobación de la Ley de 1911 y sus efectos proteccionistas que podrían perjudicar los intereses de coleccionistas como Antonio Vives. Mélida propuso a todo trance que los grupos principales de esa colección, única en su clase, sea adquirida en España y no en el extranjero, y que lo sea con destino al Museo Arqueológico Nacional1777, lamentando que piezas como el busto de Elche y otras ibéricas hubieran engrosado una sala exclusivamente ibérica en el Museo del Louvre; o piezas ante-romanas notables figuraran entre las vitrinas del Museo Británico de Londres. Así, se dieron circunstancias favorables para que las más altas personalidades se interesaran por tan rica colección y el Museo Arqueológico Nacional emitió el oportuno informe, en el que se clasificaba la colección en cinco grupos: uno de bronces orientales y griegos; otro, de bronces ibéricos e ibero-romanos; otro de fíbulas ibéricas, romanas y visigodas; otro, de bronces romanos; y otro, de joyas. La valoración total de las piezas la tasó Vives en 120.315 pesetas. Sin embargo, este razonable precio según Mélida1778 fue considerado excesivo por los cargos ministeriales. De hecho, dictó el ministro una Real 1771 1772 1773 1774 1775 1776

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RODRÍGUEZ OLIVA (1991: 99-102). Véase BELTRÁN F ORTES y LÓPEZ RODRÍGUEZ (2003). MÉLIDA ALINARI (1905e: 69). MÉLIDA ALINARI (1905g: 364-365). MÉLIDA ALINARI (1905g: 375). Sobre la intromisión de arqueólogos extranjeros en suelo español desde el siglo XIX y su aprovechamiento de la falta de legislación hasta 1911, véase el capítulo El temor al extranjero en TORTOSA y MORA (1996: 200-201). MÉLIDA ALINARI (1910b: 484). Es difícil considerar tanto la tasación de Vives como la opinión de Mélida, condicionado por la amistad que les unía.

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Orden disponiendo la adquisición en firme del grupo de los objetos de plata en un precio de 5.500 pesetas y proponiendo el pago eventual del resto de los grupos con cargo a ocho presupuestos futuros. Pero las intenciones del ministro variaron y por nueva Real Orden sólo pudo ordenar nuevamente la adquisición de los objetos de plata. Ante la imposibilidad de adquirir los bronces ibéricos y visigodos, Mélida propuso intentarlo por un medio extraoficial: la adquisición por suscripción pública con destino al Museo Arqueológico Nacional, como se hace con frecuencia en el extranjero y es hora de que se intente en España1779. El arqueólogo madrileño realizó una reflexión en voz alta, tratando de abrir los ojos a lo que él calificaba de sistema viciado y anquilosado. Su patriotismo cultural, tan presente a lo largo de su trayectoria profesional, implicaba una autocrítica y una sed de renovación que hizo que se fijara en las soluciones adoptadas por otros países europeos a los que Mélida, aunque no de forma velada, reconocía superiores: Tengo fundadas esperanzas de que mi proposición sea bien acogida, y que el resultado sea tan feliz como parece que debiera de serlo. Pero si yo fracasara en este empeño, me quedaría la satisfacción de haber hecho cuanto me ha sido dable para que, como dije á su tiempo, no se repita el triste caso del busto de Elche1780.

Se trataba de una de las mejores colecciones arqueológicas existentes en España. Estaba formada por bronces antiguos, estatuillas y vasos, cuya filiación artística comprendía cuatro grupos: griego, etrusco, ibérico y romano1781. Mélida valoraba el hecho de que Vives, a la sazón Académico de la Historia, hubiera reunido esta colección no tanto por su posición económica como por sus grandes conocimientos de coleccionista y su oportunismo para conseguir la venta de ciertas piezas. La fijación de Mélida por esta gran colección se remontaba a principios de siglo. En uno de los artículos publicados por él en 1900 en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos se detuvo a analizar la colección Vives, que entonces había sido elegido académico de número de la Real Academia de la Historia y había sido compañero de Mélida en el viaje efectuado a Grecia y Turquía en 1899. Su principal campo de acción fue el arte árabe y la numismática, si bien participó en excavaciones arqueológicas y mostró especial interés por la arqueología balear en particular, y la mediterránea, en general. Según él, Vives posee un espíritu coleccionador tan vivo y tan diligente que en cosa de dos años ha conseguido reunir un cierto número de bronces antiguos1782. Efectivamente, Antonio Vives se había dedicado a acumular piezas hasta formar una colección espectacular. En las páginas de este artículo analizó la filiación artística de todas las estatuillas y vasos comprendidos en la colección. Atendiendo a otros criterios, dividió las piezas en imágenes de Minerva, dioses de la guerra, personajes varios, figuras de animales, figuras ecuestres y vasos. Mélida ya había tanteado con Vives la posibilidad de que antes de que negociara las piezas a coleccionistas extranjeros las ofreciera al Gobierno español. En 1891 Vives ofreció en venta un lote de piezas prehistóricas al Museo Arqueológico Nacional, del cual informó favorablemente Mélida como jefe de sección. La cantidad ascendió a 2.837 pesetas. A continuación se sucedieron las gestiones de compra de nuevos lotes entre Antonio Vives y el Museo Arqueológico Nacional1783. La alternativa propuesta por Mélida y un grupo formado por arqueólogos y aficionados consistió en una opción extraoficial, según la cual los bronces ibéricos y visigodos de la colección Vives ingresarían en el Museo Arqueológico Nacional por suscripción pública. Se fijó primeramente un plazo de suscripción que duraría tres meses, hasta el 31 de marzo de 1911. Las suscripciones debían abonarse en el Banco Hipotecario. El motivo la frecuencia dolorosa con que, por falta de consignación suficiente en los Presupuestos de gastos del Estado, se pierden para nuestros Museos obras capitales y colecciones importantes de notorio interés para el conocimiento de las artes y las industrias españolas1784. Este medio de adquisición era frecuente en países europeos y Mélida quiso proyectarlo en España. Desde que se propuso en 1910, las piezas que1779 1780 1781 1782 1783 1784

MÉLIDA ALINARI (1910b: 486). MÉLIDA ALINARI (1910b: 486). MÉLIDA ALINARI (1900b) y GARCÍA-BELLIDO (1993: 219-276). Sobre la colección Vives, véase MANSO MARTÍN (1993a). MÉLIDA ALINARI (1900b: 70). GARCÍA-BELLIDO (1993: 17-18). MÉLIDA ALINARI (1912d: 1).

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daron expuestas en calidad de depósito entre los fondos del Museo. Conviene recordar que en 1912 había en el Museo Arqueológico Nacional unas 50 figuras de época ibérica y más de 100 fíbulas, cifras superadas por la colección Vives, que contaba con 333 figuras ibéricas1785 y 166 fíbulas ibero-romanas. Debían dirigirse las contestaciones a Mélida, como director del Museo de Reproducciones Artísticas y a Juan Catalina García, como director del Museo Arqueológico Nacional. Entre los bronces ibéricos de la colección Vives destacaban: una Minerva, una especie de Venus Astarté, un dios de la guerra, el Hércules ibérico y un jinete, figura simbólica que aparecía también en las monedas ibéricas. Sin entrar a valorar de forma individual las piezas, Mélida reconoció en las vestimentas de los bronces las influencias originarias del arte oriental y el griego y la influencia tardía del arte romano. Sin duda, fueron estos exvotos ibéricos las piezas de la colección en las que más empeño e interés puso Vives. Volviendo al proceso negociador de la parte de la colección que no pudo ser adquirida por el Estado en 1910, cabe destacar que en mayo de 1912 se optó por una nueva suscripción pública para adquirir tres grupos de la colección Vives. Se escogieron los grupos más importantes: los ibéricos y visigodos, resignándonos a perder otros que, como el de bronces romanos, no podían representar más que un aspecto provincial del arte cuyos mejores ejemplares son los recogidos en Italia1786. Los bronces que se trataba adquirir y su valor, según la tasación oficial, eran los siguientes: bronces ibéricos (333 figuras), 36.955 pesetas; 166 fíbulas, 6.000 pesetas y bronces visigodos (42 piezas), 7.200 pesetas. En total, el lote sumaba 50.155 pesetas. Proponemos –decía Mélida– que, unidos los esfuerzos de las personas amantes de la cultura, se procure por medio eficaz que en España se realice, siquiera por una vez, lo que tantas veces se ha hecho en el extranjero1787. La participación de la suscripción pública, como era de esperar, recayó en personajes pudientes y pertenecientes a la nobleza madrileña, cuando no de la realeza. La lista de suscriptores resultó ser breve y estuvo encabezada por Su Majestad el Rey Alfonso XIII, la Reina María Cristina y Su Alteza Real la Infanta Doña Isabel. A estos egregios suscriptores siguieron la Sociedad de Amigos del Arte, la Sociedad Hispánica de Nueva York, el Marqués de Comillas1788, Guillermo Joaquín de Osma1789 y otras personas. Conviene advertir que algunos suscriptores1790 condicionaron su colaboración a que el Gobierno hiciese lo mismo. No pudo disimular Mélida su satisfacción por la ayuda económica recibida: debo añadir mi más viva expresión de gratitud en nombre de la arqueología española (...) ojalá todo ello sirva de estímulo para que pueda repetirse el intento, para que no se vean privados nuestros museos de obras preciosas de pasados siglos y que con dolorosa frecuencia perdemos con indiferencia y desidia, y que lo consigamos por generoso esfuerzo de particulares, que con ello darán muestras de cultura y patriotismo1791. Fue Antonio Vives un coleccionista único en nuestro país, que falleció el 19 de mayo de 1925. Mélida lamentó su pérdida y le dedicó una necrológica en el Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 46, 1925, pp. 237-239) destacando su calidad científica: con razón se ha dicho de él que no era hombre de discursos ni de disquisiciones eruditas, contra las que tenía cierta prevención; pero suplía todo esto su seguro golpe de vista, especialmente para el conocimiento y clasificación de las monedas (...) bien pronto fijó su atención el estudio de la moneda antigua española, considerando que para clasificarlas acertadamente era conveniente un aspecto al que no habían atendido los especialistas: el arte1792. Como reconocimiento a su labor y en calidad de académico de número de la Real de Bellas Artes de San Fernando, recibió de la Corporación una minuta-oficio fechada el 30 de marzo de 1926, en la que se le rendía homenaje por su cooperación sabia, asidua, valiosa y digna de las mayores alabanzas1793. 1785 1786 1787 1788 1789

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Sobre los exvotos de bronce de la colección Vives, P RADOS TORREIRA (1992: 83-94). MÉLIDA ALINARI (1912d: 6). MÉLIDA ALINARI (1912d: 7). Segundo Marqués de Comillas. Claudio López Bru (1853-1925) fue un reconocido capitalista precursor de políticas sociales. Guillermo Joaquín de Osma y Scull nació en Madrid en 1853 y murió en 1922. Desempeñó diversos puestos en la carrera diplomática. Afiliado al partido conservador, fue dos veces Ministro de Hacienda con Maura (1903 y 1907-1908). Buen aficionado a la Arqueología, escribió varias obras sobre alfarería y monumentos históricos. Para los nombres y las cantidades aportadas por cada suscriptor, MÉLIDA ALINARI (1912e: 1-3). MÉLIDA ALINARI (1912e: 3). MÉLIDA ALINARI (1925h: 238). Conservada esta minuta-oficio en el expediente del Archivo de la Real Academia de la Historia, signatura 274-6/5.

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Aparte de su empeño en la defensa y protección del Patrimonio, la vocación didáctica fue una constante en la trayectoria profesional de Mélida. La Historia, en general, y la Arqueología, en particular, fueron concebidas por él como parte de la conciencia colectiva de los pueblos, como un remanente cultural que cada generación debía ir recuperando. Esta idea estaba en línea con la puesta en valor del concepto de Nación y su importancia en el contexto europeo de principios de siglo. En ocasiones, esta vocación didáctica vino acompañada por su reivindicación de madrileño. Fue el caso de su artículo Excursiones artísticas por los museos de Madrid, publicado en 1910 en la revista Hojas Selectas, en el que realizó un recorrido museístico por la capital. Trató con ello de repasar la historia de la ciudad, materializada en los distintos museos que poseía. Según él Distraen y deleitan sin la sequedad y monotonía de la lectura (...) la historia resurge ante nuestros ojos1794. No faltó una denuncia subliminal de Mélida al quejarse de los muchos museos de que carecía Madrid. Citó los existentes: el Museo Nacional de Pintura y Escultura, el de Reproducciones Artísticas, el Museo de Artillería y el Museo Pedagógico. En el palacio de la Biblioteca y de los Museos Nacionales había cuatro museos: el Arqueológico, el de Arte Moderno, la Biblioteca misma y el Archivo. Por otra parte, destacaban las colecciones de la Real Casa, la Armería y las Reales caballerizas, ambas dependencias constituyendo museos aparte. Mención especial dedicó al Museo del Prado, donde, además de cuadros y esculturas antiguas, había vasos griegos, moriscos, joyas y otros objetos que reclamó por derecho el Museo Arqueológico Nacional. Lo mismo ocurría con el Museo Arqueológico Nacional, depositario de algunos cuadros, que bien podría contener el Museo del Prado. Sostenía Mélida que el Arte y la Arqueología eran inseparables, una afirmación en sintonía con sus publicaciones y sus preferencias temáticas. Es indudable que tenía un fuerte arraigo artístico, tanto por herencia familiar como por su formación académica. En esta primera década del siglo XX, se fue produciendo un acercamiento paulatino a la arqueología de campo, con sus excavaciones en Numancia y en Mérida. Sin embargo, subsistía cierta ambigüedad entre los límites de dos disciplinas tan poco definidas como el Arte y la Arqueología1795. Mélida era un claro ejemplo de esta indefinición, si bien representaba al arqueólogo que progresivamente se acercaba a la arqueología científica, desde una arqueología condicionada por pautas artísticas e incluso literarias. Otro de los museos citados por Mélida fue el Museo Ibérico o Prehistórico1796, instalado y visible al público en las Escuelas Municipales de Aguirre. Pertenecía al señor Emilio Rotondo Nicolau, ingeniero con aficiones paleontológicas. Citó entre los museos madrileños más destacados al Museo Antropológico, donde a la perseverancia inteligente del señor Antón y Ferrándiz se debe el poder conocer los restos típicos de las razas primitivas del mundo y particularmente de España, donde se advierten dos distintas que parecen ser las de íberos y celtas1797. A continuación analizó con detalle las distintas salas del Museo Arqueológico Nacional. A raíz de los comentarios que Mélida emitió sobre el museo, llamó la atención sobre la sala de Prehistoria: No hallaréis tanto arte en los prehistóricos del extranjero pero las colecciones del Arqueológico hacen comprender que ningún hombre primitivo fue más perfecto en el trabajo de la piedra que el de Suecia, Noruega y Dinamarca; ni hubo otro que mejor combinara, en la fabricación de sus armas e instrumentos, la piedra, el hueso, el asta del característico reno y el cobre, que el habitante de los palafitos o ciudades lacustres de Suiza1798. Las reflexiones de Mélida en el campo de la prehistoria europea evidenciaban la resonancia en España de los descubrimientos y aportaciones realizadas por arqueólogos escandinavos como Worsaae, Thomsen o Montelius desde mediados del XIX. Ellos sentaron las bases tipológicas y cronológicas de la Prehistoria partiendo de colecciones danesas y suecas. Mélida no indagó de manera especial en cuestiones prehistóricas. Sin embargo, su experiencia museo1794 1795

1796

1797 1798

MÉLIDA ALINARI (1910d: 200). A nivel editorial, la publicación de la revista Museo Español de Antigüedades en 1872 había supuesto un punto de inflexión en lo que respecta al tratamiento de la Arqueología como disciplina independiente del Arte. Esta publicación, dirigida por Rada y editada por Gil de Dorregaray, siempre se vio como la publicación oficial del Museo Arqueológico Nacional. Nació en 1872 y vio su último número impreso en 1880. En este museo se encontraban las famosas hachas de pedernal del cerro de San Isidro. Algunas de estas hachas se encontraban también entre las vitrinas del Museo Antropológico, sección del de Ciencias Naturales, y en el Museo Arqueológico Nacional, pero no superaban a la magnífica colección Rotondo, según palabras de Mélida. MÉLIDA ALINARI (1910d: 202). MÉLIDA ALINARI (1910d: 202).

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lógica, adquirida en los distintos viajes que realizó, le permitió emitir comparaciones basadas en la observación de piezas. En lo que respecta a la sala de antigüedades egipcias u orientales del Museo Arqueológico Nacional, citó las distintas colecciones del museo y aprovechó para recordar que algunas de las copias1799 de las piezas más relevantes se encontraban en el Museo de Reproducciones Artísticas, del que Mélida era director. A su juicio, el mejor lugar para abordar el estudio de Grecia era el Museo de Reproducciones Artísticas, por contar éste con las piezas más sobresalientes de la cultura helénica. Destacó, como una de las colecciones más importantes, los más de 8.000 bronces clásicos del Museo Arqueológico, así como la cerámica y las figuras de barro griegas y la cerámica romana. Las galerías de escultura del Museo del Prado eran para Mélida una visita obligada dentro del recorrido museístico madrileño. En otro orden de cosas, lamentó una triste página de la arqueología española: el tesoro de Guarrazar, que había sido descubierto en 1859 y cuyas coronas fueron devueltas al gobierno español en 19411800. A su criterio, había sido la ignorancia la responsable de dejar escapar buen número de coronas de los reyes visigodos, que acabaron en el Museo de Cluny, de París. Pero, por otro lado, sí podían contemplarse en la Real Armería de Madrid la corona de Suintila y otras de la misma procedencia. Al final del artículo en el que recogió los museos madrileños llevó a cabo una reflexión acerca de la evolución del Arte a lo largo de los siglos. Según Mélida, el cenit del Arte había que buscarlo en la corriente clásica: hasta ahora es patente que el arte ha retrocedido. Muerta la corriente clásica, se buscan nuevos ideales1801. Una afirmación en perfecta sintonía con su formación académica de corte eminentemente clásico. Además, hay que tener en cuenta que treinta años atrás, el gusto por el arte clásico se había introducido como un ornamento en la cultura erudita de la burguesía española. Mélida participó también de esta tendencia clasicista. De hecho, concibió el arte posterior al clásico como una involución artística. Llegó a decir del arte romano que en España viene a estorbarlo por el lado de la tradición latina, la invasión árabe, que aporta en cambio peregrinos elementos1802. Las tendencias francófilas de Mélida encajaban perfectamente con la asociación propuesta por el historiador Tuñón de Lara, según la cual el Neoclasicismo se relacionó con Francia y el Romanticismo con Alemania. Dejaba entrever un espíritu de corte clásico, que bien podría justificarse en las influencias francesas que recibió desde sus comienzos. Como ya hiciera en otras publicaciones a lo largo de su carrera, Mélida difundió eventos culturales y ejerció de periodista en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Fue el caso de La exposición de cerámica española, organizada por la Sociedad de Amigos del Arte en el Palacio de Lliria, gracias a la amabilidad del Duque de Alba, como primer acto ostensible de su existencia altruista. No se trataba de una exposición esencialmente arqueológica, sino artística, en la que se expusieron porcelanas, cerámicas de Manises, Talavera, etc. Mélida aprovechó este artículo para animar a la Sociedad de Amigos del Arte a organizar otras exposiciones que ofrecieran asimismo cuadros lo más completos posible de otras industrias españolas, como eran las de hierros, vidrios, bordados y encajes o aspectos de la vida, como la indumentaria y las armas. En la sección “Noticias” del Boletín de la Real Academia de la Historia de 1911 –firmada por Fidel Fita– se informaba de que Mélida había formado parte de una comisión de la Academia para representarla en la inauguración del Museo Arqueológico Provincial de Ávila1803 el 21 de octubre de 1911. Aprovechó para resaltar las posibilidades de la ciudad de Ávila en cuanto a expropiación y derribo de algunos edificios que afeaban el aspecto monumental de las murallas1804, en las cuales estaban incrustados epígrafes romanos publicados por Fidel Fita en el tomo XIII del Boletín. Volvía a ponerse de relieve la sensibilidad de Mélida hacia la protección de edificios antiguos y su integración en el urbanismo moderno de las ciudades españolas. En el capítulo epigráfico, Mélida publicó en 1912, dentro de la sección “Noticias” del Boletín de la Real Academia de la Historia, una inscripción romana localizada en Itálica1805. 1799 1800 1801 1802 1803 1804 1805

Se refiere a la Piedra Rossetta, a estelas y relieves asirios y babilónicos, ALMAGRO GORBEA (1993). P EREA (Ed.) (2001). Además, vid. supra nota 756. MÉLIDA ALINARI (1910d: 206). MÉLIDA ALINARI (1910d: 206). ÁLVAREZ-SANCHÍS y CARDITO (2000: 66, signatura CAAV/9/7944/25(3). Sig. CAAV/9/7944/25(1). Rezaba así: Juvencia Urbica, de 21 años de edad, aquí yace. Juvencia Primitiva hizo este monumento a su hija piadosísima. El arqueólogo

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En ningún momento dejó Mélida de publicar artículos y mantener correspondencia con el Arte como tema de fondo. El 16 de noviembre de 1912 firmó un artículo en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en el que alabó la iniciativa de la Comisaría Regia del Turismo de encomendar a la Casa editorial barcelonesa de D. J. Thomas la publicación de una Biblioteca compuesta de pequeños volúmenes bajo el título general de El Arte en España. Destacó su carácter popular, la excelencia de la parte artística y el esmero tipográfico con que aparece realizada (...) está llamada a llenar cumplidamente su objeto, y es, por tanto, digna de la protección del Estado que solicita la Comisaría Regia del Turismo1806.

CATEDRÁTICO DE ARQUEOLOGÍA EN LA UNIVERSIDAD CENTRAL Y MIEMBRO DEL CUERPO FACULTATIVO DE ARCHIVEROS, BIBLIOTECARIOS Y ARQUEÓLOGOS. F UENTES DE INGRESOS El 18 de enero de 1911 falleció Juan Catalina García, hombre de letras cuya trayectoria profesional1807 había sido casi un anticipo de la de José Ramón Mélida. Once años mayor que él, Catalina había ido ocupando los puestos y cargos por los que más tarde pasaría Mélida, con la diferencia de que la labor de Catalina como arqueólogo de campo fue menos profusa. Ambos habían coincidido en la Comisión que excavó Numancia desde 1906, pero la muerte de aquel limitó su experiencia en excavaciones arqueológicas a tan sólo cinco años de su vida. El Marqués de Cerralbo fue la persona elegida para sustituir a Catalina en la Comisión de Numancia, como académico de la Historia, circunstancia comprensible si tenemos en cuenta su afinidad en cuestiones religiosas, ambos eran representantes de la causa neocatólica, y que tres años antes Catalina había contestado el discurso de ingreso de Cerralbo en la Real Academia de la Historia. Mélida sustituyó a Catalina en la vicepresidencia de la Comisión Ejecutiva hasta que la muerte de Eduardo Saavedra en marzo de 1912 provocó el ascenso a presidente de Mélida. Tampoco debe pasarse por alto el padrinazgo que ejerció Rada y Delgado sobre Catalina, igual que con Mélida pero con anterioridad al arqueólogo madrileño. Rada impartía además “Disciplina eclesiástica” en la Universidad Central y había sido director de la Escuela de Diplomática en el último cuarto del siglo XIX. Paradójicamente, el fallecimiento de Catalina supuso la consecución de la cátedra de Arqueología en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid por parte de José Ramón Mélida1808. Tomó posesión de la cátedra en 19121809, cargo que no abandonó hasta 1927. Supuso la creación de la cátedra de Numismática y Epigrafía, desgajada de la antigua cátedra de Juan Catalina García, para su gran amigo Antonio Vives1810. Su sueldo anual ascendió a las cinco mil pesetas, como reza un oficio1811 fechado el 26 de diciembre de 1911 y firmado por el entonces Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Amalio Gimeno y Cabañas1812. Una carta manuscrita firmada por Mélida el 10 de enero de 1912 y enviada a Amalio Gimeno refleja las intenciones de Mélida, que solicitó: que no siendo incompatible el cargo que como individuo del expresado Cuerpo Facultativo desempeña con el cargo de Catedrático, antes bien se complementan por ser una misma

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madrileño vio y copió esta lápida marmórea en el Museo Municipal de Sevilla. La misma había sido descubierta dos años antes al excavar un predio de Itálica. Su texto se relacionaba con el epitafio que Emil Hübner citó en el Corpus con el número 506, donde hizo referencia a Lucio Juvencio Anniano, liberto de Urbico y natural de Mérida. MÉLIDA ALINARI (1912j: 120). Puede consultarse su biografía en PASAMAR y P EIRÓ (2002: 279-280), P EIRÓ y PASAMAR (1996: 90-91), ALMAGRO-GORBEA (1999a: 148-150) y MAIER (2003a: 106-107). También puede consultarse ESPASA CALPE, tomo XXV, 1929: 807. El expediente de catedrático de José Ramón Mélida se conserva en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con el número 7.495-1. Así lo hizo constar un oficio dirigido al subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, con membrete de la Universidad Central, fechado el 10 de enero de 1912 y firmado por el rector. Se conserva en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. Véase La Gazeta del 13 de enero de 1912. Conservado en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. Idéntico oficio se conserva en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, dentro del legajo número 7.495-1. Ocupó la cartera ministerial entre el 3 de abril de 1911 y el 12 de marzo de 1912. Previamente ya había desempeñado el mismo cargo en el intervalo comprendido entre el 4 de diciembre de 1906 y el 25 de enero de 1907.

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la materia objeto de los trabajos y enseñanzas respectivas; pero existiendo incompatibilidad de sueldos, opta por seguir percibiendo el que le corresponde en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos y renuncia desde luego al de catedrático, sin perjuicio de los derechos que le correspondan y de la asignación o gratificación que pueda serle concedida en tal concepto1813. En el momento de ser nombrado catedrático, José Ramón Mélida contaba con una amplia relación de méritos1814 que presentó para optar a la plaza, avalado por el Consejo de Instrucción Pública y la Real Academia de la Historia. Era, sin duda, el mejor preparado de su generación para ocupar la plaza y no tuvo que competir con otros candidatos1815. Como dicta un oficio1816 del 5 de julio de 1911 firmado por el decano de la facultad de Filosofía y Letras Mariano Viscasillas Urriza, fue propuesto como catedrático de Numismática y Epigrafía de la Universidad Central su compañero y colega Antonio Vives Escudero. Debe tenerse en cuenta que, como han apuntado Pasamar y Peiró1817, dado que entonces el número de matriculados no era mucho más elevado que el de los profesores, todo joven investigador tenía expectativas de acceder a los puestos docentes. Una situación distinta a la actual. En la segunda década del siglo XX apenas existían en España una decena de universidades, que limitaban mucho a la gente de provincias sin medios a la hora de cursar sus estudios universitarios. La Universidad de entonces se había convertido en una simple dispensadora de diplomas oficiales. Libros de texto mediocres y entrenamiento memorista eran los males menores de un sistema, afortunadamente, lo bastante laxo y benévolo como para que no dañase excesivamente la curiosidad y espontaneidad de aquellos jóvenes interesados en desmarcarse de una Universidad carente de iniciativas y ajena a las corrientes culturales continentales. Aquella Universidad representaba la oficialidad conformista, mientras la Residencia de Estudiantes, creada en 1910, y la Institución Libre de Enseñanza seguían siendo la alternativa liberal. Estas dos instituciones orientaron su sistema de enseñanza y formación hacia la educación técnica o especializada y eran la ocasión de que fuese expresándose la tácita aspiración universitaria. Con el tiempo las cátedras universitarias fueron convirtiéndose en centros específicos para la investigación de la Historia según iban creándose nuevas cátedras como la apadrinada en 1922 por Obermaier Historia Primitiva del Hombre, que comenzó como un curso de doctorado1818. Cuando Mélida accedió a la Cátedra de Arqueología, la Universidad se encontraba en un momento de transición hacia un nuevo concepto más acorde con la apertura, el intercambio cultural y el dinamismo de la enseñanza universitaria española. Se abrieron las suficientes perspectivas de futuro para una Universidad que, cargada de rémoras y fantasmas del pasado, presentó todo un conjunto de opciones y redefiniciones académicas para iniciar y desarrollar un proceso de consolidación. Desde principios del siglo XX el debate historiográfico empezaba a canalizarse por y desde la Universidad y por primera vez la institución universitaria se convertía en el núcleo germinal que el gremio de historiadores necesitaba para su definición como grupo profesional. Progresivamente los profesores universitarios se empezaban a dar cuenta de que uno de los primeros pasos de la profesionalización historiográfica pasaba por englobar en una misma totalidad la enseñanza y la investigación de la historia nacional. La nueva imagen de la cien1813 1814

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Carta conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, con el número 7.495-1. Este documento se encuentra en el expediente personal de Mélida de la Real Academia de la Historia. Relación de méritos del aspirante a la Cátedra de Arqueología de la Universidad Central. Ilmo. Sr. D. José Ramón Mélida y Alinari: título de Archivero, Bibliotecario y Arqueólogo, ganado en la Excuela Superior de Diplomática; jefe de Segundo Grado en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos; jefe de la Sección de Protohistoria y Edad Antigua en el Museo Arqueológico Nacional de 1885 a 1901; Director del Museo de Reproducciones Artísticas desde 1901, donde ha explicado diez cursos de conferencias; Académico numerario de la Real de Bellas Artes de San Fernando; correspondiente del Instituto arqueológico romano-germánico; de la Sociedad de Anticuarios de Londres y de la Sociedad Hispánica de América; exprofesor de la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid, donde explicó durante cinco cursos consecutivos Historia comparada del Arte Antiguo y del Arte Español; delegado de España en la Fiesta del Cincuentenario de la Fundación de la Escuela Francesa de Atenas; delegado de España en el Congreso Internacional de Arqueología Clásica, celebrado en el Cairo en 1909; vicepresidente de la comisión ejecutiva de las excavaciones de Numancia; director de las excavaciones de Mérida. Sí existe un pleito interpuesto por Narciso José de Liñán. Véase DÍAZ-ANDREU (2004: XCI-XCII). Poco después, en 1913, se creó la cátedra de Arqueología Árabe para favorecer a Gómez Moreno. Conservado en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. PASAMAR y P EIRÓ (2002: 14). MOURE ROMANILLO (1996: 30-35).

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cia y del oficio del historiador, una vez asumida como propia gran parte de la herencia heurística y filosófica decimonónica, fue aceptada sin rupturas1819. Pero el papel de la Universidad en los orígenes de la historiografía liberal española fue escaso. Mientras en Francia y Alemania se creaba un amplio cuerpo de historiadores funcionarios formado por profesores universitarios y archiveros-bibliotecarios, en España, el número y la aportación de los profesores fue muy reducida, tardía y limitada1820. Empezó así a formar parte de la Universidad en 1912, con 55 años de edad. Un año después, publicó un Programa de Arqueología a disposición de los alumnos de la facultad. El programa concebía el estudio de la asignatura organizado en los siguientes epígrafes de Arqueologías: Prehistórica, Egipcia, Oriental, Griega, Ibérica, Etrusca y Romana, Cristiana, Árabe y Americana. En total, sumaban 92 lecciones repartidas bajo un criterio cronológico y geográfico que era el aceptado y manejado a nivel académico. En el citado programa ya aparecía la arqueología ibérica como un capítulo diferenciado y reconocido, como muestra de la asimilación total por parte del arqueólogo madrileño. Desde el punto de vista funcionarial, desempeñó el cargo de catedrático de Arqueología de la Universidad Central de Madrid durante quince años (hasta 1927) y por sus aulas desfilaron futuros arqueólogos como Juan de Mata Carriazo (1899-1971), Cayetano de Mergelina (1890-1962) o Antonio García Bellido (1903-1972). Sobre su retribución salarial constan dos documentos en los que se hacía referencia a su remuneración económica1821. Además, desde el 21 de abril de 1881, cuando apenas contaba con 24 años de edad, Mélida había empezado a formar parte del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, en calidad de ayudante de tercer grado en la sección de museos del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, con el sueldo anual de 1.500 pesetas. Conseguía así formar parte del único grupo de entre los eruditos con un cierto grado de homogeneidad socio-profesional e intelectual, hasta prácticamente finales de siglo, que aglutinaba a los mejor dotados para servir, con sus conocimientos técnicos, al Estado. El Cuerpo contaba, además, con la “Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos” como principal órgano de expresión y Mélida había convertido esta publicación en una de sus publicaciones favoritas a lo largo de toda su trayectoria profesional. En 1906, Mélida fue ascendido a jefe de segundo grado del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos; el 26 de febrero de 1910 alcanzó la categoría de jefe de primer grado del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos; y en 1911, con 55 años, fue ascendido a jefe de administración de tercera clase, cubriendo así la vacante dejada por Policarpo Cuesta Orduña. Desde que Mélida entró a formar parte del Cuerpo Facultativo en abril de 1881, su principal fuente de ingresos fue su sueldo de funcionario, al que se sumarían los incentivos derivados de su categoría administrativa. Además, contó con ingresos extras gracias a las conferencias que pronunciaba y a las colaboraciones literarias que aparecían publicadas con frecuencia en periódicos y revistas de la época. Fuera del ámbito de su régimen salarial, Mélida pertenecía a una familia burguesa con cierto status social derivado de la posición laboral de su padre, que había sido un jurisconsulto reconocido. Gracias a lo transmitido por los descendientes de José Ramón Mélida, sabemos que heredó la casa familiar de la calle Valverde, lo que le supondría un cierto bienestar para su economía familiar1822. Previamente, la familia de José Ramón Mélida había ocupado el domicilio familiar de la calle Barbieri. Respecto a los bienes heredados por las actuales generaciones de la familia Mélida puede deducirse que no habría tenido 1819 1820 1821

1822

Cfr. P EIRÓ (1995: 13-18). TUÑÓN DE LARA, GARCÍA DELGADO y SÁNCHEZ DELGADO (1984: 559-561). Una Real Orden de 27 de enero de 1915, publicada en el Boletín Oficial nº 11, del 5 de febrero de 1915, estableció que a partir de ese momento la gratificación anual por el desempeño de sus funciones pasaría a ser de tres mil pesetas. Ocho años más tarde –y en virtud de una Real Orden firmada el 27 de enero de 1923 y publicada en el Boletín Oficial número 19, del 6 de marzo de 1923– Mélida fue ascendido al número 290, sección sexta, con nueve mil pesetas y mil más de aumento, debiendo surtir sus efectos estos ascensos desde el día 6 de octubre de 1922. Estos datos están recogidos en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. En Valverde 36 nacieron y vivieron el último nieto de José Ramón Mélida que permanece con vida, Rafael Mélida Poch, recientemente fallecido, y sus hermanas, conocidas en el entorno familiar como “las primitas de Valverde”. Sobre los sueldos asignados a Mélida, DÍAZ ANDREU (2004: XXIX-XXXI).

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colección arqueológica ya que no hay noticia alguna de piezas arqueológicas. Cabe la posibilidad de que en algún momento desde su muerte en 1933 se hubiera efectuado alguna venta de piezas por algún miembro de la familia. Sin embargo, no hay ninguna evidencia que confirme este extremo. Las siguientes noticias referentes a su pertenencia al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos llegaron en 1915. De ese año se conservan tres oficios, custodiados en el archivo del Museo Arqueológico Nacional, recibidos por el arqueólogo madrileño. En el primero de ellos, Francisco Rodríguez Marín, jefe superior del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, le anunciaba que Casto María del Rivero, secretario del Museo de Reproducciones Artísticas mientras Mélida ocupaba el cargo de director, tomaba posesión del cargo1823 el 1 de enero de 1915 en la vacante producida por ascenso de Narciso José de Liñán. El segundo de los oficios reseñados firmado por el secretario Álvaro Gil Albacete el 6 de diciembre de 1915 comunicó a Mélida que en sesión celebrada el día 4 de diciembre de 1915 se le designaba, junto a los señores Rodríguez Marín, Cañabate y Castañeda (uno de los más persistentes impulsores de la “Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos” durante los años de la Dictadura de Primo de Rivera) para que se sirviera informar acerca de la instancia de los señores García Pérez, Gorrilla, Vicario y Cuervo Arango. El oficio tenía como objetivo que se dictara un reglamento especial para las oposiciones al Cuerpo de Archiveros, en el que se estableciera la puntuación individual, inmediata y pública. El tercer oficio, enviado por la Junta Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos, le comunicaba que en la sesión celebrada el día 4 de diciembre de 1915 se había dado cuenta del traslado de la Biblioteca que había pertenecido a la Escuela Superior de Diplomática, a un local contiguo. Para efectuar el traslado, Mélida y el señor Castillo y Soriano habían sido elegidos para asesorar como ponentes, después de una inspección en la que les acompañaría el decano de la facultad de Filosofía y Letras, Elías Tormo y Monzó. El oficio venía firmado igualmente por el secretario Álvaro Gil Albacete en 6 de diciembre de 1915. En el plano político, cabe señalar que el 18 de octubre de 1913 fue requerido como consejero de Instrucción Pública, cargo que ya ostentó su hermano Arturo dos décadas antes1824. Suponía pertenecer a un Consejo, dentro de la Sección Primera, con mucho peso en el organigrama interno de los planes de Enseñanza, que asesoraba al ministro. El cargo le proporcionaba una nueva vía de ingresos y, sobre todo, un prestigio funcionarial, además de una posición privilegiada en materia de decisiones, dada la naturaleza política de este cargo. El Consejo de Instrucción Pública había sido concebido por Claudio Moyano al diseñar la Ley de Instrucción Pública de 18571825, que acabaría siendo esencial en la consolidación del sistema educativo liberal y cuya validez sería puesta de relieve en décadas posteriores. Sin embargo, debió de ser discreto el peso de Mélida en este consejo, eclipsado por otros consejeros como Bretón, Cortázar, Azcárate, Carracido o Flórez.

ANTICUARIO DE LA REAL ACADEMIA DE LA H ISTORIA. I NFORMES ARQUEOLÓGICOS (1913-1933) El 13 de diciembre de 1913 José Ramón Mélida fue nombrado decimocuarto Anticuario Perpetuo de la Real Academia de la Historia1826. Ese mismo día, su antecesor en el cargo Fidel Fita, que había desempeñado el cargo de anticuario desde el día 9 de enero de 1909, fue nombrado director de la institución académica, pasando Mélida a sustituirle por benévola indicación suya1827, lo que confirma el apoyo concedido por Fita no sólo en este momento sino también al ingresar en la Corporación en 1906. Una 1823

1824 1825

1826 1827

Se desconoce el rango que alcanzó Casto María del Rivero con este nombramiento, pero posiblemente sería jefe de Segundo Grado. Véase La Gazeta del 21 de octubre de 1913. VV. AA. (1979: 260-278). Véase el Archivo General de la Administración (signaturas 81 y 83, Nº IDD 1.21, Topogr. 32/00) para la composición del Consejo de Instrucción Pública. El cargo de anticuario de la Real Academia de la Historia había sido creado en 1763, ALMAGRO-GORBEA (2001a: 45-46). Así explicaba Mélida su consecución del cargo de anticuario, MÉLIDA ALINARI (1918e: 122).

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Fig. 61. Colección de antigüedades de la Real Academia de la Historia.

de las primeras medidas llevadas a cabo con motivo de los nuevos nombramientos fue la entrega el 10 de enero de 1914 del Anticuario saliente Fidel Fita al Anticuario entrante José Ramón Mélida de las cerca de cincuenta medallas de oro contenidas en el gabinete numismático1828. También en el campo de la Numismática fue requerido para emitir dos informes más (apéndice 4). No abandonaría el cargo hasta el año de su muerte en 1933. El mismo año de su elección notificó varias novedades acontecidas en el campo de la Arqueología repartidas entre boletines y revistas. Su paso por el Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia1829 coincidió con un momento en el que disminuyó la actividad. La causa hay que buscarla en el dinamismo alcanzado entonces por el Museo Arqueológico Nacional, reforzado por la labor emprendida por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, tal vez el organismo más eficaz que ha tenido la arqueología española en toda su Historia1830. La gestión de Mélida en el Gabinete1831 se dejó notar especialmente en la política de depósitos del Museo del Prado tras la dispersión del material contenido en el Museo Iconográfico1832, 1828

1829 1830 1831 1832

Véase el archivo del gabinete numismático de la Real Academia de la Historia, signatura GN 1913/1(1-2) y ABASCAL (2001: 102104). Aunque esté fechado en enero de 1913, debe de tratarse de una equivocación ya que el nombramiento fue en diciembre de 1913 y lo más lógico es que sea en enero de 1914. Un Fita ya anciano debió de ser el responsable del error de la fecha, a juzgar por su firma al pie del documento. ALMAGRO-GORBEA (1999a: 15-173) y ALMAGRO-GORBEA (2001a: 45-52). ALMAGRO-GORBEA (2002: 81). ALMAGRO-GORBEA (1999a: 46-47). Había sido creado a imitación de las británicas National Portrait Galleries. A petición de la Academia y en virtud de Reales Órdenes de febrero y marzo de 1913, se entregó en depósito a la Academia un importante lote de 65 retratos, acompañado de varios depósitos más realizados en 1918. Algunas de estas obras acabaron dispersas y en muchos casos ilocalizables en la actualidad, PÉREZ SÁNCHEZ (2001: 90-91).

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así como en la organización de las antigüedades en cuatro vitrinas con amplias vidrieras y armarios en su cuerpo inferior1833 (véase Apéndice 4**). Además de la adquisición de algunos materiales de Numancia, durante esta etapa realizó gestiones en 19181834 para obtener nuevas vitrinas y tuvo el honor de incorporar insignes piezas como el casco de la Ría de Huelva en 1930 y el legado del Conde de Cartagena1835. Y es que la actividad del Gabinete dependía en gran medida de la personalidad de los Anticuarios. No se trataba de funcionarios sino que ejercían su labor en el marco del engrandecimiento cultural de la institución y el suyo propio, sin ánimo de lucro. Con este nombramiento, Mélida engrosaba su curriculum en cuanto a participación en Reales Academias, dándose la circunstancia de que el 28 por ciento de los Anticuarios eran también académicos de la de Bellas Artes de San Fernando1836. Durante el tiempo que ostentó el cargo de Anticuario entre 1913 y 1933, fue testigo de donaciones para el Gabinete de Antigüedades los siguientes años: en 1913, José Moreno Carbonero y Eugenio M. O. Dognée; en 1914, María de Gayangos y un Diputado de Cortes en Vigo1837; en 1915, Pablo Bosch; en 1915, Miguel Lasso de la Vega y López de Tejada, Marqués del Saltillo; en 1916, Francisco de Paula Moreno Sánchez y Agapito Villaverde del Toral; en 1917, Antonio Reneses Gallego y Pedro Pidal y Bernardo de Quirós, Marqués de Villaviciosa de Asturias; en 1918, César Alonso Pastor, Ángel Castellanos López y Francisco R. de Uhagón, Marqués de Laurencín; en 1919, Ignacio Bauer y Landauer y Eduardo Moreno Rodríguez; en 1920, Manuel Polo y Peyrolón; en 1921, Teresa Granadino, Antonio Madrid Muñoz e Ismael del Pan; en 1922, Luis Caballero de Rodas; en 1925, Magdalena Gil y Adolfo Herrera y Chiesanova; en 1927, Juan Pérez de Guzmán y Gallo; en 1931, Asterio Mañanós, Aníbal Morillo Pérez, Conde de Cartagena; y en 1932, José Albelda y Albert. Es indudable que Mélida se encontraba en un momento de plenitud profesional como arqueólogo. Había ido superando metas y la consecución de sus nombramientos más perseguidos era ya una realidad. Su adscripción al mundo erudito y académico, representado en el conservadurismo y la España oficial le colocaron en el disparadero y alguno de sus detractores, como el periodista soriano Benito Artigas Arpón1838, llegaron a publicar despiadadas críticas contra él en el diario republicano El Radical. Artigas, amigo personal de Schulten y destacado miembro del partido de Izquierda Republicana, acusaba a Mélida de aprovecharse de su privilegiada posición laboral para alcanzar los objetivos marcados: Se le cree un volcán con erupciones intermitentes, que guarda en el fondo insondable ahitamentos de ciencia, hurtada al espíritu más inquisitivo (...) Mélida es un caso rabioso del genio de la raza. De esta raza trepadora, perseverante, tenaz (...) así como existe la hiedra en la flora, hay una especie correlativa en la fauna española. Buscadla y quizás entablaréis relaciones con Mélida1839.

Como amigo de Schulten que fue, Artigas debió de ver en Mélida los males endémicos de la cultura oficial desde su óptica de republicano. Es un hecho que Mélida era ya una persona bien relacio1833

1834 1835 1836 1837

1838

1839

Se asemejan bastante a las que existían en el Museo Arqueológico Nacional y que han permanecido hasta la última reforma de 1997. ALMAGRO-GORBEA y ÁLVAREZ-SANCHÍS (1998, GA 1918/1). ALMAGRO-GORBEA y ÁLVAREZ-SANCHÍS (1998, GA 1933). Cfr. ALMAGRO-GORBEA (1999a: 55). En una carta del Diputado a Cortes por Vigo, dirigida a Mélida, se habla del donativo de la colección de El Correo a la Real Academia de la Historia, en nombre del Consejo de Administración de la Sociedad El Correo. Está fechada en 30 de marzo de 1914 y custudiada en el expediente personal de Mélida del archivo de la Real Academia de la Historia. Nacido en Soria en 1881 y fallecido en Méjico en 1956. Director de Tierra (Soria), redactor de La Voz y El Sol (Madrid 1930) y ABC (1936-1939). Diputado del Partido Republicano Radical Socialista por Soria en 1931, y en 1936 por Unión Republicana, de la que fue presidente del Consejo Nacional. Exiliado en Francia y México. Autor, entre otras, de las obras: Los republicanos españoles en el momento de decidirse el porvenir de los pueblos (1945) y De la tragedia de España: crónica general de la guerra civil (1936-1939), obra póstuma editada en 1978. En el primer tercio del siglo XX, figuró incluso entre las filas de la masonería, junto a personajes como Fernando de los Ríos, Mariano Benlliure o Luis Jiménez Assúa. ARTIGAS ARPÓN (1914).

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nada en los ambientes científicos y académicos como para despertar recelos en personas como Artigas, desconocido en el escenario arqueológico de la época. No es difícil imaginar que Artigas se solidarizara con Schulten ante la enemistad que éste se había ganado entre Académicos de la Historia y personalidades del ámbito soriano1840. Vería a Mélida como el favorecido por el academicismo oficial, al cual se mostró cercano. Además, la ambigua definición ideológica de Mélida debió de favorecer sus buenas relaciones con los partidos del poder y de ahí la queja emitida por Artigas cuando dijo Mélida es un caso rabioso del genio de la raza. De esta raza trepadora, perseverante, tenaz. Benito Artigas tenía entonces 33 años y figuraba ya entre las filas republicanas sorianas. Desde las páginas de un diario como El Radical elevaba su voz a favor de la causa republicana, y lo hacía movido por un sentimiento político. Quizás esa repulsión que sentía por el conservadurismo academicista fue el punto de similitud que encontró con Schulten, que había sido relegado de sus excavaciones numantinas sustituido por una Comisión formada por miembros de las Reales Academias, afines casi en su totalidad a la causa tradicionalista y conservadora. Lo que es seguro es que ni Artigas escribió movido por sus inquietudes arqueológicas, ya que no consta interés científico alguno en este campo; ni Schulten se apoyó en aquel por su afinidad ideológica: el talante conservador de Schulten parece fuera de toda duda1841. De hecho, apoyó el golpe franquista dos décadas más tarde.

12

Murcia

País Vasco

Com. Valenciana

Islas Baleares

Navarra

Aragón

Cataluña

2

La Rioja

Asturias

Extranjero

Extremadura

Castilla León

4

Madrid

6

Andalucía

8

Castilla La Mancha

10

0

Fig. 62.- Distribución geográfica de los informes presentados por Mélida a la Real Academia de la Historia entre 1907 y 1933.

Otra de las críticas interpuestas por Artigas apuntaba a la supuesta premiosidad y afición al pormenorismo de Mélida. Según él, Mélida no sabía latín, extremo que debe descartarse si tenemos en cuenta, entre otros, los trabajos epigráficos de Mélida en la ciudad de Mérida. Recientemente ha sido reconocido el acierto de sus traducciones por eminentes epigrafistas que han revisado sus trabajos de 1910 a 19301842. El artículo de Artigas es una continua censura de sus trabajos y su labor editorial, acusándole incluso de fusilar a colegas foráneos como Collignon: ¿No os fiáis de mí? Ved la Historia del arte griego de Mélida. Mejor sería que viéseis el Manual d’Archeologie grecque, de Collignon”1843. Con una iro1840 1841 1842 1843

Véase el capítulo 6 de este trabajo, sobre Numancia. WULFF (2004: XVII). Véase el capítulo sobre las excavaciones de Augusta Emerita. ARTIGAS ARPÓN (1914).

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Fig. 63.- Distribución temática de los informes presentados por Mélida a la Real Academia de la Historia entre 1907 y 1933.

nía y sarcasmo feroces, Artigas, desconocido en el panorama arqueológico de la época, cargó contra Mélida sin apelar a hechos concretos ni objetivos, simplemente recurriendo a una retórica sibilina y retorcida: Yo me he querido representar a Mélida en plena apoteosis perennal. Este formidable arqueólogo necesita un coloso de la estatuaria. Su humanidad modestísima, encaramada sobre las sinecuras que le han otorgado los Gobiernos, se agiganta hasta producir vértigos, como la talla de los genios de la guerra, de las letras y de las artes se agranda por el espejismo elefantiárico de la gloria1844. Se dedicó a desprestigiar su figura aludiendo a los cobros de Mélida en conferencias, comisiones, etc, un hecho absolutamente normal entonces y ahora. La amistad entre Schulten y Artigas explica en parte esta enemistad y recelo. El alemán, como ha quedado reflejado en este trabajo, había sido objeto de amargas críticas en los círculos arqueológicos oficiales por su manera de proceder anticientífica y falta de rigor. Debió de encontrar en Artigas un apoyo interesado y un aliado que trató de poner en evidencia a la arqueología oficial, si es que puede llamarse así. Las relaciones entre Mélida y Schulten debieron de ser algo tirantes desde que se disputaran las excavaciones de Numancia a principios de siglo, uno en representación del gobierno alemán y otro como miembro de la Comisión Ejecutiva1845. El enfrentamiento de Schulten con parte de las fuerzas vivas sorianas debió de enemistarle con un Mélida sensibilizado con la causa local y nacional frente a los intereses del alemán. El caso es que a raíz de su elección como Anticuario, fue requerido más a menudo para informar sobre los distintos asuntos que la Academia necesitaba tratar. Por afinidad con el tema tratado o con la zona geográfica en cuestión, fue habitualmente solicitado para elevar informes que iban desde cuestiones arqueológicas hasta consultas patrimoniales. Sin duda, fue uno de los académicos que mayor número de expedientes informó para la Corporación. Han sido contabilizados a modo de muestreo un total de 43 informes, expuestos a continuación, entre 1913 y 1933 en los que Mélida notificó a la Academia novedades arqueológicas acontecidas en las distintas provincias españolas y del extranjero. 1844 1845

ARTIGAS ARPÓN (1914). Vid. supra páginas 231-236.

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Si se analiza la distribución de informes atendiendo a un criterio geográfico, puede detectarse un reparto bastante proporcional por comunidades autónomas en función de la actividad arqueológica de cada región española. Aunque la visión territorial ofrecida en este gráfico (figura 56) es diacrónica y no se ajusta exactamente a la del primer tercio del siglo XX1846, se aproxima bastante a la realidad regional española. Mélida informó once asuntos relacionados con la arqueología andaluza, evidenciando la riqueza de su subsuelo y el frecuente tratamiento de temas que afectaban tanto a su pasado histórico como al estudio de su cultura material. Del resto de comunidades autónomas, Mélida desplegó una política de redacción de informes bastante en sintonía con la extensión territorial de cada región y con la importancia de sus restos, con dos excepciones: Islas Canarias y Galicia. En el caso de la primera, la gestión de la arqueología canaria siempre había encontrado cauces independientes y se rigió desde el principio, a finales del XIX, por la actividad de sus museos y la red de socios1847. Además, eruditos locales y extranjeros como Chil y Naranjo, Juan Bethencourt, Víctor Grau-Bassas, Paul Broca, Sabin Berthelot, etc., formaban un grupo muy cerrado y especializado en la arqueología y etnología de la zona, lo que provocaba el distanciamiento por parte de los arqueólogos peninsulares. Lógicamente, las comunicaciones de entonces eran bastante menos fluidas y la Real Academia de la Historia tenía una actuación más teórica que efectiva en territorio canario. Mélida, por tanto, apenas se detuvo en las cuestiones que afectaban a la arqueología canaria. Un caso parecido fue el de Galicia. Ese estado de pre-descentralización afectó a la arqueología gallega, contemplada como una vertiente de su tradición nacionalista y su vinculación con lo celta. Desde la segunda mitad del siglo XIX se fue creando el caldo de cultivo necesario para potenciar un sentimiento nacionalista y diferenciador forjado al calor de la revista Nos, el Seminario de Estudos Galegos, las Irmandades de Fala y personajes eruditos como Fermín Bouza Brey, Vicente Martínez-Risco o Florentino López Cuevillas1848. Como en el caso de las Canarias, Mélida contempló con cierta lejanía los pormenores de la arqueología gallega no tanto por desinterés como por tratarse de una comunidad celosa de su pasado material como parte integrante de su conciencia colectiva. Hay que referirse también a los informes referidos al extranjero, concretamente a Pompeya, Larache (Marruecos), Clermont Ferrand (Francia) y Argentina. Los dos primeros responden a intereses españoles coloniales: uno por la presencia española en Nápoles en tiempos de Carlos III y otro por la presencia en Marruecos a mediados de la segunda década del XX. El tercero responde a la localización topográfica de una ciudad gala en el departamento de Auvernia, en la mitad Sur de Francia. Y el cuarto a una placa de oro precolombina hallada en Argentina. En cuanto al tratamiento de los informes en función del horizonte cronológico, Mélida se hizo eco de una mayoría de asuntos en los que lo romano acaparaba la atención de los correspondientes provinciales de la Academia1849, representando casi el cincuenta por ciento de los temas. No ya sólo por la abundancia de restos de época romana en el subsuelo español sino también por el estímulo que recibieron los estudios romanos a partir, sobre todo, de la dictadura de Primo de Rivera en 19231850. Muchos de estos informes hicieron referencia a cuestiones numismáticas y epigráficas, sobre todo que afectaban a la custodia y entrada de adquisiciones monetarias por parte del gabinete numismático de la Real Academia de la Historia1851. Debe tenerse en cuenta que la arqueología de gabinete sobrepasaba a la arqueología de campo y disciplinas como la Numismática y la Epigrafía abarcaban gran parte de los estudios arqueológicos llevados a cabo en España en el primer tercio del siglo XX. Mélida proyectó en sus informes las tendencias de la época, revelando que el estudio de las monedas, las cerámicas y las inscripciones epigráficas de época romana, estimulado este último por el dinamismo 1846

1847 1848 1849 1850 1851

Se han tomado como referente las divisiones administrativas del estado de las autonomías de 1978, a pesar de las ligeras variaciones con respecto a las de principios de siglo. M EDEROS (1997: 391-394). P RADO F ERNÁNDEZ (1997). Se creó esta figura en 1770 para historiadores de mérito que residiesen fuera de Madrid o en el extranjero. Véase el capítulo Los estudios clásicos durante ante el régimen primorriverista. ALMAGRO GORBEA (1999a: 85-95).

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del Académico Fidel Fita, reclamaba más la atención de investigadores y eruditos de entonces que otras disciplinas afines a la Arqueología. Los informes que abordaron cuestiones prehistóricas trataron básicamente de temas relacionados con el megalitismo y la cerámica, dos materias a las que Mélida dedicó un buen número de artículos. En lo que respecta a los informes de temática protohistórica, éstos centraron su interés en las culturas celtibérica, fenicio-púnica y orientalizante. Mélida siguió utilizando el término anterromano para referirse a lo protohistórico, como ya enunciara en su discurso de 19061852. En ningún momento pronunció la palabra Protohistoria, si bien ha sido el criterio utilizado, de manera diacrónica, en el gráfico precedente (figura 62). Se detuvo a analizar aspectos variados como la cerámica celtibérica, las inscripciones fenicio-púnicas y aspectos iconográficos de piezas de orfebrería relacionadas con distintos tipos de culto. Los seis informes referidos a asuntos medievales presentan una temática muy dispersa tanto desde el punto de vista geográfico como temático. Y también redactó Mélida tres informes en los que se refirió a temas de cronología indeterminada por no hacerse mención alguna sobre su horizonte cultural. Conviene recordar que con la Ley Moyano de 18571853 se suprimió la Comisión Central de Monumentos y todas las funciones que le habían sido encomendadas fueron retomadas por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en 1900 las Academias pasaron a ser órganos consultivos al crearse el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Así, quedaron centralizadas las competencias en la Dirección General de Bellas Artes. En cuestiones de administración patrimonial, existía cierta hegemonía de la Academia de San Fernando1854 respecto de la Real Academia de la Historia hasta 1918, pero entonces fue regulado el funcionamiento de las comisiones de monumentos, lo que supuso que a partir de ese año la Academia de la Historia se convirtió en órgano consultivo de mayor peso que la Academia de San Fernando. Hasta 1918 la Real Academia de la Historia informaba asuntos a título cuasi consultivo pero con menos presencia e influencia de la que alcanzaría después de ese año. Las Comisiones de Monumentos serían la única respuesta organizativa de la administración a la destrucción monumental. Con informes como los redactados por Mélida, la Academia se hacía eco de asuntos que afectaban a cuestiones arqueológicas con el fin que las autoridades actuaran tras evaluar técnicamente la conveniencia de proceder. La pertenencia de Mélida a la Real Academia de la Historia le colocó en una situación preminente para participar en la política de informes llevada a cabo por la Academia, lo que le llevó a la redacción de múltiples noticias relacionadas con el mundo de la Arqueología desde antes de ser nombrado Anticuario. Buen ejemplo son sus noticias acerca del entorno arqueológico madrileño (apéndice 4). La política de informes desplegada por el “Boletín de la Real Academia de la Historia” fue un excelente nexo entre la Corporación y los informadores y correspondientes provinciales. En muchos casos, a la labor informadora de los correspondientes se sumaban alcaldes o sacerdotes a los que las propias Comisiones de Monumentos enviaban cartas solicitando información que luego era procesada por las distintas comisiones de expertos de las Reales Academias de San Fernando y de la Historia. Entre 1907 y 1914 fueron emitidos informes referidos a las siguientes provincias: Zaragoza, localidad segoviana de Ayllón, Ávila, Tricio (La Rioja), población marroquí de Larache, localidad navarra de Arróniz, ciudad romana de Itálica (Santiponce, Sevilla), provincia de Murcia y localidad sevillana de Alcolea del Río (apéndice 4). Cinco artículos publicó Mélida en el Boletín de la Real Academia de la Historia a lo largo de 1915. En uno de ellos, firmado además por el Conde de Cedillo, Adolfo Herrera, Antonio Vives, el Mar1852 1853 1854

Vid. supra página 187 y ss. MARÍN TORRES (2002: 211-213). Fue la Academia de Bellas Artes y no la de Historia, la que, al recoger las funciones de la Comisión Central de Monumentos, alcanzó el control de la conservación del patrimonio a mediados del XIX. Al principio de su creación en 1844, las Comisiones no dependían de las Reales Academias por lo que se generó una situación administrativa ambigua al solaparse sus atribuciones. Ya en 1865, las Comisiones pasaron a ser representantes directas de las dos Reales Academias citadas, con lo que el Patrimonio Español quedaba bajo el control académico, MAIER (2001: 109-110) y MARÍN TORRES (2002: 212).

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qués de Cerralbo, Pérez Villamil y Antonio Blázquez, dio cuenta de una comunicación dirigida a la Academia por Julián Palacios Zuazo el 15 de abril de 1915, en la que advertía un asombroso parecido entre el Cinocéfalo del Cerro de los Santos1855 y otro encontrado recientemente en la necrópolis gaditana de época fenicia1856. Ambas esculturas presentaban la misma posición y las mismas inscripciones en los óvalos que aparecían en los brazos seccionados de las figuras. La Comisión de Antigüedades de la Academia formuló un juicio según el cual la estatua del cinocéfalo del Cerro de los Santos estaba labrada en piedra caliza y la de Cádiz estaba modelada en barro, pretendiendo representar ambas al cinocéfalo o mono egipcio consagrado al dios Thot. Aparecían en pie con los brazos cortados y en los cortes presentaban las inscripciones. Según la Comisión, bastaba compararlos con los cinocéfalos del basamento existente en el Museo de Louvre, del obelisco de Luxor. Hubo investigadores, como el alemán Emil Hübner, que condenaron estas dos piezas al registrarlas en su obra Monumenta Linguae ibericae, bajo el número XXXIV. Sospechosa pareció también la autenticidad del cinocéfalo a Arthur Engel, mientras su compatriota Pierre Paris, en su obra referente al arte ibérico de 19031857, la incluyó entre las esculturas “condenadas sin remisión”. Mélida, a su vez, la catalogó con el número 3493 y dentro del grupo de falsificaciones del Cerro de los Santos. No obstante, y como ocurriera al analizar la colección completa, Mélida no dudó en justificar el error de su maestro Rada y Delgado cuando éste validó la autenticidad de la pieza. Consideraba que no era de extrañar el error cometido por Rada en la época lejana en que esas antigüedades salieron a luz, ya que éstas aparecieron sin antecedente (...) y entonces no había en España elementos de juicio que el tiempo y el progreso de los estudios han deparado después para formar un cuerpo de doctrina en que fundamentar el juicio1858. En opinión de Mélida, debía ser señalado como acierto de Rada la apreciación justa que hizo de un arte ante-romano ibérico de las esculturas auténticas e importantes del Cerro de los Santos, un arte formado por doble influencia del Oriente y de la Grecia. En cuanto al cinocéfalo procedente de la necrópolis gaditana, consideraba Mélida un error por parte de Pelayo Quintero, correspondiente de la Academia de la Historia en Cádiz, haber catalogado esta pieza como auténtica. El cinocéfalo de barro, como algunas otras figuras de la misma materia que tuvo la ocasión de contemplar Mélida en el Museo Arqueológico Nacional, y que se daban como halladas no en la necrópolis fenicia de Cádiz sino en las vertientes de Puerta de Tierra de aquella ciudad, era asimismo obra de un falsario. Incluso, su falsificación resultó más escandalosa y menos disimulada que la anteriormente descrita. Por todo lo expuesto, la Comisión de Antigüedades de la Academia entendió que, aun en el caso improbable de que sometidas a nuevo examen las esculturas del Cerro de los Santos resultara que la del cinocéfalo debiera considerarse tan sólo sospechosa, no ofrece duda alguna de ser copia suya indirecta la de Cádiz y, por consiguiente, que la identidad de ésta con aquella no puede servir de fundamento para las rectificaciones científicas por las cuales aboga con buen deseo el Sr. Zuazo1859. Entre 1915 y 1916, Mélida emitió informes referentes a la donación para la Academia de una medalla de bronce y a los descubrimientos arqueológicos efectuados en las provincias de Tarragona y Teruel (Apéndice 2). La firma de José Ramón Mélida acabó convirtiéndose en habitual dentro de las páginas del Boletín de la Real Academia de la Historia y el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Participó asiduamente con la redacción y publicación de informes en el procesamiento de noticias y novedades arqueológicas, en las que la Academia tenía gran presencia y autoridad por su preminente situación institucional dentro del panorama arqueológico-artístico nacional1860. En el plano universitario, una Real Orden del 29 de septiembre de 1917 certificó su ascenso en el escalafón funcionarial, como 1855

1856 1857 1858 1859 1860

El dibujo en PARIS (1903: 167, fig. 129). Para el informe de la Comisión de Antigüedades de la Real Academia de la Historia (en cuya redacción, el 28 de mayo de 1915, participó Mélida) véase MAIER y SALAS (2000: 118, signatura CACA/9/7949/82(4). QUINTERO ATAURI y VIVES (1915: lám. nº 13, fotografía central). PARIS (1903: 167, figura 129, lám. Sculptures fausses du Cerro de los Santos). En MÉLIDA ALINARI ET ALII (1915: 231). MÉLIDA ALINARI ET ALII (1915: 232). Sobre la coordinación de las Reales Academias en la política de actuación cultural, vid. supra.

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reza una minuta1861 de 1926 con motivo de los trámites llevados a cabo para resolver la posterior jubilación de Mélida. Y en el plano institucional fue creada en 1918, tras el fin de la Gran Guerra, la Junta Superior de Excavaciones Arqueológicas, convertida más adelante en la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, dependiente de la Dirección General de Bellas Artes. Desde el punto de vista académico, Mélida propuso el día 13 de junio de 1919, junto con Vives, Ribera, Bécquer y Gómez Moreno, al Catedrático de Historia de la Universidad Central Eduardo Ibarra Rodríguez como académico de número para cubrir la vacante de Hinojosa. La trayectoria profesional de Mélida a mediados de la década de los veinte se vio impulsada por un nuevo nombramiento. La Real Academia de Buenas Letras de Barcelona1862 le designó como nuevo académico correspondiente a Madrid en atención a las relevantes cualidades y méritos que concurrían en el arqueólogo madrileño. La votación efectuada para validar el nombramiento tuvo lugar en Barcelona el 16 de junio de 1924 ante el secretario Josefín María Roca1863. Mélida tenía entonces 68 años y acumulaba una distinción más que le suponía la toma de contacto con el entorno academicista catalán, posiblemente estimulado por sus contactos con uno de los catalanes con más proyección científica del momento: Pedro Bosch Gimpera. A pesar de su avanzada edad todavía vio la luz un interesante informe firmado por él en 1932 en el Boletín de la Real Academia de la Historia. Se trataba de un estudio y análisis del tesoro de Lebrija, encontrado en esta localidad sevillana en abril de 19231864. Al igual que hiciera con el tesoro de La Aliseda, trató de llevar a cabo un examen directo de cada una de las seis piezas que componían el tesoro de Lebrija, que permanecía en el Museo Arqueológico Nacional desde junio de 1926. Seis candelabros de oro, casi puro, constituían este tesoro, cuya primera impresión causó un gran desconcierto entre los arqueólogos. Sólo un opúsculo publicado por Álvarez-Ossorio en 1931 había arrojado cierta luz sobre el tesoro, aportando opiniones de arqueólogos europeos como Kendrich, del Museo Británico, para quien existía parecido evidente con los tútuli que correspondían a la Edad del Bronce en Escandinavia. Otros, como el profesor Ebert, de la ciudad bávara de Königsberg, los comparaban con los soportes del baldaquino de oro, hallados en Maikop (Kuban, Cáucaso), fechados en el siglo III antes de Cristo. No faltaron los escépticos, como Mitchell, del Museo Victoria-Alberto de Londres, o Julian Leonard, del Louvre, para quienes los candelabros resultaban imposibles de fechar y comparar. El propio Mélida se encargó de enviar fotografías del tesoro a reputados especialistas foráneos para tratar de encontrar los paralelos de los candelabros. Edmund Pottier, amigo personal de Mélida, fue igualmente consultado por él. Para el francés, la forma de estos soportes le recordaba ligeramente a la de objetos hallados en Susa, que, a diferencia de los candelabros de Lebrija, eran menos altos y de barro cocido. El bautizado como “tesoro Lippmann”, perteneciente al Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia, y procedente supuestamente de El Coronil, en Sevilla, guarda interesantes semejanzas con el tesoro de Lebrija y resulta la comparación idónea para una propuesta de paralelos estilísticos y funcionales, entre los que destaca la simbología numérica del “triplismo”1865. Los candelabros del “tesoro Lippmann” parecen ser algo más antiguos que los de Lebrija, de cronología y función inciertas aún hoy, si bien parece situarse entre los siglos VIII y VII antes de Cristo, en el llamado Período Orientalizante Tartéssico1866. Tras exponer estos primeros intentos de establecer los paralelos estéticos del tesoro de Lebrija, Mélida emitió sus propias valoraciones. Basándose en la opinión del profesor Smith, llamó la atención 1861

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Lleva la fecha de 26 de junio de 1928 y se conserva en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. Fue, junto con el Ateneo barcelonés y los Estudios Universitarios Catalanes, la institución que encauzó el esfuerzo de la intelectualidad catalana durante estos años. El oficio por el que se comunicó a Mélida el nombramiento se conserva en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional. Sobre las circunstancias del hallazgo, véase MÉLIDA ALINARI (1932b: 35-36). Cfr. ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 179-182, piezas nº 344 y 345). Sobre el triplismo, cabe añadir que el tesoro de Lebrija está formado por 6 candelabros y el de Lippmann por 3 candelabros. ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 181).

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de los tutuli o copetes en los cuales lo resaltado eran cordoncillos, ya que le recordaba a la labor aplicada a un collar rígido de bronce, de Dinamarca, y a otro collar de oro hallado en un túmulo del Morbihan, en la Bretaña francesa. En la Península Ibérica, advirtió paralelos con algunos brazaletes, especialmente el de los señores Baüer, procedente de Extremadura y depositado en el Museo Arqueológico Nacional; y con las cabezas molduradas de los torques encontrados en Galicia. Otra de sus propuestas defendía paralelos de los candelabros de Lebrija con la forma de algunas cerámicas, como algunas jarras del Dypilon, fechadas en el siglo VIII antes de Cristo. Pero el parecido más elocuente que advirtió fue con las copas halladas en Numancia, sobre todo la copa de alto peine anillado, lo que le hizo concluir a Mélida: de todo ésto puede deducirse que los objetos de Lebrija son verosímilmente de labor indígena, debida a gentes cuyas prácticas y gustos se relacionan con los del Norte de Europa y ajenas a las civilizaciones clásicas (...) son producto de la orfebrería anterromana de carácter céltico1867. Una afirmación tan rotunda como novedosa si se tiene en cuenta que hasta este momento los aires de celtismo habían afectado a arqueólogos e historiadores, sobre todo centroeuropeos, pero no a Mélida. Sin embargo, se vislumbra un viraje en su percepción de la influencia que el sustrato céltico tuvo en la cultura material peninsular. Su propuesta reflejaba una mezcla de inclinaciones celtistas al tiempo que reconocía la preponderancia indígena en los gustos estéticos. No pueden negarse las influencias que el celtismo centroeuropeo imprimió en el arqueólogo madrileño. Las grandes teorías imperialistas, nacidas al amparo de modelos germánicos, dieron lugar a un concepto de las sociedades antiguas que trascendían lo histórico. De esta forma, el paradigma étnico-cultural estilado entonces contemplaba las sociedades del pasado bajo una óptica determinista y de tintes racistas. Para Mélida, los seis candelabros no eran accesorios de un conjunto, sino piezas completas cuyo destino pudo ser religioso. Le recordaban a las ofrendas realizadas en templos paganos, especialmente en los griegos; lo que le llevó a especular con la posibilidad de que los candelabros hubiesen sido destinados al templo fenicio de Melkarte en Cádiz, de donde debieron de ser sustraídos y luego ocultados en Lebrija. Otra opción barajada por él apuntaba a que tales soportes de oro fuesen simulacros convencionales de las dos columnas de bronce que se alzaban a los lados de la puerta del citado templo gaditano de Melkarte. El último lustro de la vida de Mélida transcurrió, a pesar de su edad, entre constantes informes y gestiones que dinamizaron el ritmo de adquisiciones y donaciones en el Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia. Desfilaron muchas piezas y un gran caudal de datos entre los informes emitidos por Mélida o en los que se hacía referencia a la gestión llevada a cabo por él. Las siguientes provincias o territorios aparecían citadas en estos informes: Sevilla, Cádiz, Ciudad Real, Madrid, Valencia, Cáceres, Ibiza, Toledo, Cantabria, Álava, Asturias, Córdoba, León, Alicante, Albacete, Ávila, Huelva, Guadalajara, Almería, Asturias (váse Apéndice 2). Además de la política de adquisición de piezas, también informó el Anticuario Mélida acerca de asuntos internos y cuestiones varias que ampliaron el tratamiento temático (véase Apéndice 2).

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MÉLIDA ALINARI (1932b: 42).

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DIRECTOR DEL M USEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL. ADQUISICIONES Y DONACIONES (1916-1920) Uno de los momentos más relevantes en la trayectoria profesional de Mélida fue su nombramiento como director del Museo Arqueológico Nacional, institución creada en 1867 e inaugurada en su nueva y actual sede en 1895. Su cargo de director coincidía entonces con el de Anticuario de la Real Academia de la Historia, un hecho que nos obliga a recordar la colaboración institucional en ciertas iniciativas en las que compartían intereses comunes. El desempeño del cargo de director del Museo por algunos Anticuarios de la Academia que aspiraban a formar en el Museo un “gran lapidario” hispánico hizo que a partir de 1907, siendo Fita Anticuario, se depositaran en él las piezas más voluminosas1868. Desde las primeras comisiones decimonónicas, el Museo había ido acrecentando su caudal de materiales de forma progresiva hasta el nuevo impulso que Mélida le imprimió a su política de adquisiciones y donaciones1869. El día 8 de marzo de 1916, Mélida dejó de prestar servicio en el Museo de Reproducciones Artísticas, después de quince años ejerciendo el cargo, para dirigir la máxima institución museística nacional en el ámbito arqueológico. Un día más tarde se reunieron en el despacho de la dirección del Museo Arqueológico Nacional todos los empleados facultativos de entonces: Manuel Pérez Villamil, Francisco Álvarez-Ossorio, Narciso Sentenach, Ignacio Olavide, Ignacio Calvo, Alfonso Amador de los Ríos y Ramón Revilla, con el objeto de recibir al nuevo director. Mélida entraba a sustituir al entonces director interino Manuel Pérez Villamil1870, quien, a su vez, sustituía en el cargo a Rodrigo Amador de los Ríos1871. Los empleados facultativos antes citados confiaban en el impulso que ha de dar a la empresa de catalogación del Museo ajustada a las necesidades de la enseñanza moderna y publicar los catálogos1872, tenien1868 1869

1870

1871

1872

GIMENO PASCUAL (2001: 97). Sobre las colecciones más importantes incorporadas al Museo en sus primeras décadas de vida, véase MARCOS P OUS (coord.) (1993). Manuel Pérez Villamil estudió en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras y en 1886 ingresó en el Cuerpo de Archiveros, prestando desde entonces sus servicios en la sección de las Edades Media y Moderna del Museo Arqueológico Nacional, de la que fue jefe y donde llevó a cabo la redacción de cédulas de los bronces visigodos. Pronunció conferencias en el Museo Arqueológico Nacional y publicó numerosos artículos en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos y el Boletín de la Real Academia de la Historia. Más información en ESPASA CALPE, tomo 43, 1929: 741-742 y en PAPÍ RODES (2004b: 392-393). Rodrigo Amador de los Ríos había dejado de ser director del Museo Arqueológico Nacional el 4 de marzo de 1916, por jubilación. Un año más tarde (el 3 de mayo de 1917) falleció. Había ejercido el cargo de director desde enero de 1911, período durante el cual el Museo aumentó sus colecciones con 2.786 objetos. De éstos, 643 ingresaron en calidad de donaciones y los restantes por adquisiciones hechas con los escasos fondos del establecimiento o directamente por el Estado. Datos biográficos en PASAMAR y P EIRÓ (2002: 525-526). Oficio conservado en el expediente personal correspondiente a José Ramón Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional.

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do en cuenta su conocimiento de la institución tras los cuarenta años, que se cumplieron el día 16 de febrero de 1916, si bien el nombramiento oficial había sido el día 4 de febrero, que Mélida había trabajado en el Museo. Había ingresado como aspirante sin sueldo de la sección primera en 1876. La designación de Mélida como nuevo director fue acogida positivamente incluso en otras provincias como Soria, donde llevaba ya 10 años excavando Numancia, y Gerona1873. No faltaron tampoco felicitaciones personalizadas de amigos y compañeros como Eloy Sánchez de la Rosa, senador por la provincia de Cáceres1874. El nombramiento de Mélida en la institución museológica de mayor importancia nacional en el campo de la Arqueología le situaba en una posición dominante desde el punto de vista laboral. Su labor como arqueólogo había descrito la trayectoria que el escalafón funcionarial dictaba entonces, ciñéndose al cursus más o menos oficial. En virtud de estas valoraciones y atendiendo a criterios objetivos, Mélida ha sido considerado como un institucionista1875. El caso es que fue nombrado director y detrás de esta decisión se encontraba el entonces Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Julio Burell Cuéllar, cuyo cargo ostentó entre diciembre de 1915 y abril de 1917. Los empleados facultativos debieron de actuar como órgano consultivo que avalara la ejecución de la decisión política. Si analizamos de manera individual a los empleados facultativos que aprobaron el nombramiento de Mélida será posible comprender los motivos que favorecieron su ascenso a la dirección del Museo Arqueológico Nacional. Uno de ellos, Francisco Álvarez-Ossorio, conocía de sobra sus aptitudes en labores de inventario y catalogación ya que había compartido con él horas de trabajo desde que Mélida fuera nombrado jefe de la sección primera del Museo en 1884. De hecho, con Álvarez-Ossorio preparó Mélida el catálogo sistemático de la colección prehistórica, que estaba destinado al catálogo general y abreviado del Museo. Incluso, habían publicado conjuntamente los aumentos de las colecciones desde la celebración de las exposiciones históricas celebradas en España en 1892 en un artículo publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Su estrecha colaboración en el plano profesional se vio reforzada años más tarde, entre 1904 y 1905, cuando acometieron de forma conjunta la labor de separar las piezas auténticas de las falsas procedentes del Cerro de los Santos. Por entonces, ÁlvarezOssorio era ya jefe de la sección primera del Museo Arqueológico Nacional. Otro de los miembros del Cuerpo Facultativo que participó en la elección fue Narciso Sentenach, con quien coincidió Mélida en el consejo de redacción de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos durante las dos primeras décadas del siglo XX. Además, Sentenach1876 formaba parte de aquel grupo de historiadores comprometidos con el progreso de las ciencias históricas en España. Ésto le convertía en un hombre de letras cuyos objetivos eran comunes a los del propio Mélida, y cuya amistad se remontaba a su participación en las lecciones del Ateneo y en la Sociedad de Excursionistas de Madrid en los últimos veinte años del XIX. Otra prueba evidente de la cercana relación personal y profesional que existía entre ambos es la recepción pública de Sentenach en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 13 de octubre de 1907, ocho años después que Mélida. En el referido acto, el arqueólogo madrileño pronunció un discurso en honor de su amigo Sentenach. Otro centro de formación común a ambos fue el Museo Arqueológico Nacional, donde Sentenach llegó a ocupar el cargo de jefe de la sección americana. Ramón Revilla también formaba parte de la Junta Facultativa que favoreció la designación de Mélida como director y desempeñaba entonces el cargo de conservador del Museo Arqueológico Nacional. Por otra parte, Manuel Pérez Villamil1877 había compartido con Mélida las sesiones académicas en la Real 1873

1874 1875 1876

El Noticiero de Soria recogió el nombramiento de Mélida el 14 de marzo de 1916. Y tres días más tarde lo hizo El Norte de Gerona, recogiendo la impresión de que pocos nombramientos habrán causado tan excelente impresión en el mundo del Arte, y particularmente entre los que al estudio del Arte (...) Si otros méritos no poseyera su labor de más de 15 de años como director del Museo de Reproducciones sería bastante para que sin vacilaciones se le designase para ocupar la vacante, que al jubilarse, produjo el Señor Amador de los Ríos (...) Además de académico de la de San Fernando, es el señor Mélida un escritor eruditísimo y una de las personalidades más ilustres del docto cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios. Carta fechada en Cáceres, 14 de marzo de 1916, Expediente personal de Mélida, Archivo del Museo Arqueológico Nacional. RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo La institucionalización de la arqueología española institucionalista. Más información en ESPASA CALPE, tomo 55, 1929: 291.

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Academia de la Historia, al tomar posesión en 1907, un año más tarde que el propio Mélida. Ignacio Calvo1878 era otro ilustre alcarreño, como Juan Catalina García, con formación sacerdotal. Había tomado en 1901 posesión de su nuevo cargo de Conservador de la sección de Numismática del Museo Arqueológico Nacional en Madrid, ganado por oposición, e impartía clases de árabe en la Universidad Central. Le unía también a Mélida su participación en excavaciones arqueológicas en la provincia de Soria, como Tiermes, Uxama y Clunia. Alfonso Amador de los Ríos e Ignacio Olavide completaban la Junta Facultativa. A raíz del nombramiento de Mélida, quedó vacante la plaza de director del Museo de Reproducciones Artísticas, que fue cubierta al ser designado nuevo director Rodrigo Amador de los Ríos y Fernández Villalta por orden de Su Majestad el Rey Alfonso XIII1879. Dos oficios, uno1880 firmado por el subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes el 4 de marzo de 1916; y otro1881 enviado por éste al jefe superior del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos regulaban el nombramiento. Sin embargo, apenas pudo disfrutar de esta designación ya que Rodrigo Amador de los Ríos fallecería el 3 de mayo de 1917. Otro oficio, fechado en 28 de junio de 1916 y firmado también por el subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes –en su sección de Archivos, Bibliotecas y Museos– establecía que Casto María del Rivero y Sáinz de Varanda1882, que entonces prestaba sus servicios en el Museo de Reproducciones Artísticas, pasara a continuarlos en el Museo Arqueológico Nacional. A pocos meses de cumplir sesenta años, Mélida acumulaba ya una considerable experiencia y se encontraba en un momento de plena madurez. Sus principales compromisos profesionales eran, en su faceta de arqueólogo de campo: las excavaciones de la ciudad de Mérida y las llevadas a cabo en la ciudad celtíbero-romana de Numancia; además, desempeñaba el cargo de Anticuario de la Real Academia de la Historia, el de catedrático de Arqueología de la Universidad Central y el recién estrenado de director del Museo Arqueológico Nacional. Puede decirse que la trayectoria profesional de José Ramón Mélida había marcado el paso hacia un modelo administrativo y profesionalizado, que se había ido distanciando del diletantismo que caracterizó las décadas precedentes1883. Hasta ese momento, ningún arqueólogo había sido capaz de ocupar los cargos más representativos del panorama arqueológico nacional. Mélida sí lo hizo y lo consiguió gracias a la perseverancia de un encomiable trabajo tanto de arqueólogo de gabinete como de arqueólogo de campo. Su curriculum le granjeó merecida reputación y desde los cambios orquestados en el organigrama ministerial a principios del XX, le sirvió para cubrir sus puestos con el inestimable aval de su experiencia y nivel adquiridos. Las primeras decisiones y proyectos concebidos por Mélida al frente del Museo Arqueológico Nacional se resumen fielmente en una carta que éste envió a su amigo Jorge Bonsor el 9 de abril de 1916. Es decir, apenas un mes después de ser nombrado director: Mi querido amigo: Mucho agradezco su afectiva felicitación por mi nombramiento de director del Museo Arqueológico Nacional, donde me tiene V. a su disposición y me propongo hacer cuanto me sea posible. Voy a hacer instalaciones especiales de nuestras antigüedades anterromanas, cuyas colecciones van aumentando con el donativo 1877 1878 1879

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1883

Para su biografía, PASAMAR Y P EIRÓ (2002: 487). ALDECOA (2003). Según un oficio del Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y de Bellas Artes, fechado el 9 de marzo de 1916. Cinco días antes (el 4 de marzo de 1916) Rodrigo Amador de los Ríos había dejado de ser director del Museo Arqueológico Nacional por jubilación. En el Museo de Reproducciones Artísticas, fue sustituido como director por Narciso Sentenach el 29 de abril de 1917. Conservado en el expediente personal de Mélida, Archivo del Museo Arqueológico Nacional. Conservado en el expediente personal de Mélida, Archivo del Museo Arqueológico Nacional. Gracias a varias cartas que Mélida dirigió al Subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, sabemos que cuando el madrileño se desplazaba a Mérida con el fin de inspeccionar las excavaciones o a otro punto de Extremadura para realizar la catalogación de los monumentos artísticos e históricos, sus ausencias eran cubiertas por Casto María del Rivero. Un ejemplo lo tenemos en una carta fechada en Madrid el 17 de octubre de 1914. Es la época bautizada por Ignacio Peiró como República de las Letras, en el que las academias se habían convertido en depositarias del saber oficial y dominaba una historia conservadora, Cfr. OLMO (1991).

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Cerralbo y el que acaba de hacernos, muy precioso, D. Horacio Sandars.(...) Vives ha llenado una sala con la rica e interesantísima colección que recogió en sus excavaciones de Ibiza y que ha depositado en el Museo (...) También debo decirle que vuelvo a ser redactor-jefe de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, donde hace tiempo no veo su firma de V. y celebraría verla. Efectivamente, me han hablado y han propuesto que me encargue de las excavaciones de Itálica y me resisto a ello porque tengo bastante con las de Numancia y Mérida. En este punto se ha descubierto ya por entero el teatro. Pronto enviaré a V. una nueva memoria. Ahora tengo emprendido desde otoño y voy a continuar el descubrimiento del anfiteatro. Tiene V. razón: en Itálica es necesario sanear el anfiteatro y así lo he aconsejado a la Junta de Excavaciones1884. José Ramón Mélida1885.

Como reza la carta, Mélida volvía a ser redactor-jefe de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos1886, a la sazón publicación oficial del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Efectivamente, en una carta escrita a mano y fechada el 3 de abril de 1916, se hizo eco de que el consejo de redacción de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos había acordado su nombramiento y le rogaba que aceptara dicho cargo. Debe tenerse en cuenta que Mélida había sido uno de los principales elementos propulsores de la reaparición de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos en 18981887. La importancia de esta publicación radicaba en su condición de foro en el que se apreciaban las luchas y las tensiones entre el Cuerpo Facultativo y otros sectores de la Administración. Esta última etapa comprendida entre 1898 y 1931 ha sido considerada como la más productiva y dinámica de las tres etapas, además de reflejar la complementariedad cultural entre el historiador y el archivero. La publicación había quedado en manos de una joven generación de archiveros que, aglutinados en torno a Marcelino Menéndez Pelayo, se consideraban parte de aquella vanguardia de historiadores cuya conciencia profesional les obligaba a dar a conocer y difundir los progresos de las ciencias históricas. La Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos fue la más importante de las publicaciones de la naciente historiografía profesional durante estos años y los previos, con una temática más amplia que la del Boletín de la Real Academia de la Historia. En la misma misiva lamentaba que Bonsor se encontrara a tanta distancia de Madrid: ¡Lástima que no haya duplicados de los marfiles fenicios y de las interesantes cerámicas por V. descubiertas, para completar nuestras colecciones! Si estuviera V. más cerca de Madrid le propondría que hiciese V. en el Museo una exposición temporal de sus preciosos hallazgos1888. En el momento de escribir esta carta ya era Mélida director del Museo Arqueológico Nacional y empezaba a vislumbrar la posibilidad de exponer piezas que consideraba de interés y actualidad arqueológica, tratando de imprimir así un nuevo aire de dinamismo al Museo como centro cultural activo. Las intenciones de Mélida representaban la proyección de aquellos principios en los que había sido educado, tanto por su formación académica como por las influencias foráneas que hicieron de él un humanista permeable al paradigma cientifista y al positivismo crítico-racionalista. Uno de los temas habituales tratados por los dos arqueólogos fue el de la cerámica. Mélida era consciente de que Bonsor tenía conocimientos de ceramógrafo gracias a sus hallazgos en yacimientos andaluces, lo que aprovechó aquel para hacerle una propuesta: Me prometió V. hace tiempo enviarme muestras de cerámica para exacta clasificación de la primitiva Numancia, decorada con la uña. Ha llegado el momento de hacer esta revisión para Numancia y para el Museo; y por tanto agradeceré mucho haga V. dicho envío con sus útiles indicaciones1889. Efectivamente, Mélida utilizó la cronología paralela para fechar las cerámicas numantinas, basándose en las características de las cerámicas andaluzas localizadas por Bonsor1890. Recurría así a paralelos externos para elaborar una clasificación de la alfarería prehistórica y protohistórica, 1884 1885 1886 1887

1888 1889 1890

Las Juntas de Excavaciones fueron creadas en el año 1914. MAIER (1999a: 115-116). P EIRÓ y PASAMAR (1996: 175-193). A comienzos de 1896, se había lanzado el Boletín de Archivos, Bibliotecas y Museos, pero en enero de 1897 volvió a su antigua denominación de Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Se iniciaba así la tercera época de la Revista que se prolongaría hasta su desaparición definitiva en 1931. MAIER (1999a: 116). MAIER (1999a: 116). Véase el aprtado Reflexiones en torno a la cerámica prehistórica: Mélida y Bonsor.

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algo parecido al cross-dating methode empleado por Montelius. Fue el primero que en 1884 estableció sus principios y que permitió a Flinders Petrie asignar a las civilizaciones prehelénicas una cronología relativa y fecharlas mediante comparación con las dinastías egipcias. Con su método tipológico, el sueco Montelius se convirtió en uno de los promotores del método arqueológico y puso uno de los cimientos esenciales para que posteriormente pudiera Petrie construir su planteamiento tipológico basado en el método de cronologías cruzadas. Mélida puso en conocimiento de Bonsor, en la referida carta, que volvía a ser redactor-jefe de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, y que celebraría volver a ver su firma después de una larga temporada sin publicar. Otro tema del que se hizo eco, posiblemente en respuesta a una misiva anterior de Bonsor, fue la propuesta que el arqueólogo madrileño había recibido para ocuparse de las excavaciones de Itálica, oferta que declinó por estar ya suficientemente atareado con las de Mérida y Numancia. Sobre la propuesta de adecentar el anfiteatro de Itálica1891, Mélida coincidía con Bonsor en la urgencia de llevar a cabo un saneamiento del mismo. De hecho, así lo había aconsejado a la Junta de Excavaciones. En otro orden de cosas, no sorprende pues que Mélida eligiera la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos para dar a conocer las 1.351 adquisiciones de piezas que el Museo Arqueológico Nacional había llevado a cabo durante sus primeros meses al frente de la institución. Desde un principio, el reciente director había mostrado su intención de que los cultivadores de la ciencia, los aficionados y el público en general puedan tener oportuno conocimiento de los nuevos elementos de estudio y de cultura con que va enriqueciendo sus colecciones el Museo1892. Su propósito era dar a conocer al final de cada año los objetos adquiridos por medio de sencillas notas descriptivas, acompañadas de representaciones gráficas. En ningún momento pretendió que se tratara de monografías. Su política era claramente aperturista y enfocada a la participación del gran público en la cultura nacional. Quería convertir la Arqueología en un bien al alcance de todos y no únicamente en manos de la hermética y celosa erudición de corte decimonónico. De sus relaciones profesionales con Bonsor y la ayuda que se prestaban ambos da fe una carta del 14 de junio de 1916, y en la que decía el arqueólogo anglo-francés que había recibido otra carta procedente de Mélida, en la que agradecía el envío de una caja el día 6 de junio previo con las muestras cerámicas que anteriormente le había solicitado para poder establecer tipologías con las cerámicas del Museo y las de Numancia: Con estos elementos voy a estudiar la cerámica de este Museo y de Numancia, y espero tener que consultar a V. sobre algunos puntos. Tanto a mí como al Sr. Álvarez-Ossorio nos sorprende que el decorado con el dedo, de que tenemos aquí tantos ejemplares de la colección Góngora, sea posterior a la eneolítica decorada. Es un caso de estudio y V. nos proporciona los mejores elementos. Se lo agradezco muchísimo. Ya me dirá V. si he de devolverle dichos tiestos. Mucho me satisface el propósito de V. de reanudar su colaboración con la “Revista” enviando nuevas notas arqueológicas, que serán de mucho interés. La colección Cerralbo no ha sido aún instalada, pues es menester un crédito especial del Gobierno, que espero sea concedido. Pero estamos instalando las industrias ibéricas de la Edad del Hierro en una sala especialmente a ellas dedicada, donde figura el precioso donativo (joyas de plata y bronce) del Sr. Sandars. Mucho celebraré venga V. a verlo cuando tengamos todo ello arreglado. ¿Irá V. a Mérida, por este tiempo, como me dijo? Yo he de ir a fines de mes o principios del próximo. Consérvese V. bueno, mi saludo a su Sra. (c. pp. b.) y sabe V. que es su afmo. buen amigo, José Ramón Mélida1893.

Para conocer la gestión de José Ramón Mélida al frente del Museo Arqueológico Nacional resulta imprescindible calibrar su política de adquisiciones y donaciones. En el capítulo de las donaciones y 1891

1892 1893

Por iniciativa de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y con el respaldo de la Real Academia de la Historia, el día 13 de diciembre de 1912, por Real Orden de Alfonso XIII, las ruinas de Itálica habían sido declaradas Monumento Nacional. Sobre la historiografía del anfiteatro de Itálica, RODRÍGUEZ H IDALGO(1991: 91-94). Para sus excavaciones desde el siglo XVI, véase LEÓN (1993: 29-61). MÉLIDA ALINARI (1917b: 8). MAIER (1999a: 117).

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adquisiciones (Apéndice 3), dio cuenta de un buen número de ellas, cuya documentación entre 1916 y 1926 se conserva en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares1894. Desde el punto de vista de la organización y exposición de las piezas, cabe señalar que estaban organizadas en cuatro salas: Protohistoria y Edad Antigua; Edades Media y Moderna; Numismática y Dactilografía; y Etnografía. Es decir, seguía imperando un criterio impreciso que mezclaba cronología con disciplinas. En el plano arquitectónico y estructural interno, Mélida acometió una reinstalación moderada con suelos entarimados en algunas salas y compró grandes vitrinas diáfanas que compensaban la falta de luz natural1895. Su dimisión del cargo se produjo el 3 de junio de 19301896. El Museo abría todos los días laborables de 10 de la mañana a 4 de la tarde, en invierno; y de 7 a 1 de la mañana, en verano. La entrada era pública y gratuita.

REFLEXIONES SOBRE ARQUEOLOGÍA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. CONFERENCIAS EN EL ATENEO DE MADRID En mayo de 1916, Mélida fue invitado por el presidente de la Sección de Artes Plásticas del Ateneo de Madrid a pronunciar tres conferencias en este centro, que fueron anotadas taquigráficamente y publicadas posteriormente por la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, con las correcciones del propio Mélida. No pronunciaba una conferencia en el Ateneo desde 1904 y doce años más tarde volvía a hacerlo1897. Uno de los motivos de su ausencia como conferenciante durante un lapso de tiempo tan prolongado, hay que buscarlo en su comienzo de las excavaciones de Numancia en 1906 y de Mérida en 1910, que le mantuvieron más atareado como arqueólogo de campo que como teórico y estudioso de gabinete. Además, el Ateneo había ido perdiendo presencia en el panorama cultural y académico madrileño a medida que la Universidad fue acaparando más protagonismo. Los cursos del Ateneo perdieron parte del monopolio de los cursos y conferencias organizados a favor de la Universidad y las Academias, que se incorporaron a la oferta cultural madrileña. Los dos presidentes del Ateneo en este largo período, Segismundo Moret de 1899 a 1913 y Rafael María de Labra de 1913 a 19171898, no debieron de interferir en la asignación de las conferencias pronunciadas por Mélida, lo que hace inviable pensar en cualquier fricción personal en los doce años que permaneció Mélida alejado de las aulas del Ateneo. Se trataba de conferencias planteadas más como revisiones y actualizaciones de los temas más candentes del panorama arqueológico peninsular que meros discursos. En la primera de ellas, aludió a su contemporáneo Menéndez Pelayo1899 y a su progresivo interés por la Arqueología. En el primer tomo de su Historia de los heterodoxos españoles, Menéndez Pelayo había rehuido la clasificación de protohistóricas para ciertas antigüedades. Consideraba que no tenía razón de ser puesto que no existe verdadero conocimiento histórico cuando no existe cronología. Esta reflexión explica, en parte, la utilización del término anterromano que acuñó Mélida en algunas ocasiones, como en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia del año 1906. Las reflexiones del literato-historiador Menéndez-Pelayo debieron de influir en su compañero Mélida y en sus planteamientos teóricos. Uno de los puntos abordados hizo referencia a los colonizadores de la Península Ibérica, fenicios y griegos, cuya información cubría parte de la Edad del Hierro de nuestro territorio. Se preguntaba Mélida sobre cual sería la guía del arqueólogo en aquellas zonas de población indígena excluidas del radio 1894 1895 1896 1897 1898 1899

Véanse las signaturas 31/6960, 31/6720 (legajo 6570), 31/6723 (legajo 6572) relativas al Museo Arqueológico Nacional. BOLAÑOS (1997: 332-333). Véase La Gazeta del 3 de junio de 1930. Véase el apartado El Ateneo de Madrid, una encrucijada cultural entre dos siglos. GARCÍA MARTÍ (1948: 273-276). Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) se formó como historiador, literato y filósofo entre las ciudades de Barcelona, Madrid y Valladolid. Tras licenciarse en la ciudad castellana, se trasladó a Madrid para doctorarse en 1875 y ser nombrado catedrático en 1878.

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de acción de los colonizadores: en este punto es donde realmente están las lagunas, los casos oscuros y difíciles de ventilar1900. Mélida admitía un panorama incierto y pendiente de estudio para gran parte de la protohistoria peninsular, de la que llevó a cabo un repaso histórico-cronológico: Iberos ¿son estos ibéricos los hombres neolíticos, como pretende Siret? no es posible asegurarlo (...) dicen que los primitivos pobladores de España fueron los iberos y celtas, punto que conviene corregir (...) han venido antes que los celtas los fenicios (...) los griegos y los celtas han venido entre el VI y el IV a .c. (...) los hallazgos de Siret y el estudio que de ellos se ha hecho permiten admitir que han venido en el siglo VI (...) esta gente (celtas) debió venir en el siglo VI, cuando vienen también los cartagineses (...) los primeros fenicios que han venido a España son sidonitas (...) se sabe que por ese mismo tiempo han venido griegos de Rodas a Baleares (...) fenicios de Tiro en Cádiz en el XII, fecha que coincide con un movimiento étnico importantísimo en la historia general: invasión de los dorios en Grecia1901.

En la lectura de este párrafo se advierten matizadas influencias que algunos contemporáneos ejercieron sobre Mélida a la hora de ordenar cronológicamente la protohistoria peninsular. Las tesis invasionistas de un influyente arqueólogo como Schulten debieron de tener cierto impacto en los esquemas contemplados por Mélida. Según el historiador germano, los Tartessos permitieron establecer colonias en su territorio a los focenses, de forma que tuvieron una segunda alternativa comercial, que tomó mayor relevancia a partir del declive fenicio, iniciado con la caída de Tiro en el siglo VII antes de Cristo. El mismo autor pensaba que los celtas habrían llegado a controlar en su totalidad la Meseta, a la que consideraba de etnia ligur, de acuerdo con los postulados de la época, para posteriormente ser conquistados y absorbidos por los pueblos ibéricos. Mélida omitió la raíz celt- al referirse a los celtíberos de Numancia1902 en clara alusión al mayor peso de la influencia greco-micénica, a pesar del desfase cronológico. Para Mélida eran íberos establecidos en tierra de celtas, contradiciendo así la tesis tradicional según la cual el pueblo celtibérico quedaría formado al establecerse los invasores celtas sobre los iberos. Debe tenerse en cuenta que Mélida se hizo eco en el párrafo anterior de una hipótesis suscrita por Schulten y Bosch Gimpera según la cual los celtas1903 habrían entrado en la Península Ibérica a principios del siglo VI a.C. para, durante la Segunda Edad del Hierro, desde el 500 a.C., desarrollar una cultura que presentaba un marcado carácter hallstáttico, que sería sustituida progresivamente por un sustrato ibérico. A esta gran ambigüedad respecto a las cronologías del primer milenio antes de Cristo hay que añadir la primera referencia que hizo Mélida a los vascones, de los que dijo que se ha sostenido, con bastantes visos de certidumbre, que su lengua es la primitiva de España1904, en línea con las teorías de Humboldt y las posteriores tesis de Gómez Moreno1905. Volviendo a aspectos puramente cronológicos, Mélida estableció un comienzo para las antigüedades de la Península en las hachas de piedra de Torralba (Soria) y un límite que fijaba en el 133 antes de Cristo, con la caída de Numancia ante los romanos. Respecto a la división de las Tres Edades1906 (Thomsen, 1836), Mélida admitía la división en Piedra, Bronce y Hierro, si bien rechazaba la Edad del Cobre, propuesta por Vilanova y otros arqueólogos foráneos1907.

1900 1901 1902 1903

1904 1905

1906 1907

MÉLIDA ALINARI (1916b: 9). MÉLIDA ALINARI (1916b: 10-11). Véase el capítulo dedicado a Numancia. Dechélette había propuesto tres invasiones célticas: una al final del Hallstatt, otra en el IV antes de Cristo, y la última en el III antes de Cristo, LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 82). MÉLIDA ALINARI (1916b: 11). Cfr. GÓMEZ MORENO (1925). Desde el siglo XVI asomaron las primeras teorías vascoiberistas con Lucio Marineo Sículo, Andrés de Poza y Esteban de Garibay. En el XVIII, Arnauld Ohienart y Baltasar de Echave siguieron la línea hasta que Wilhelm Von Humboldt investigó la lengua vasca y le dio un nuevo aire al vascoiberismo. Ya en el siglo XX, Gómez Moreno redefinió las similitudes entre las dos lenguas con una perspectiva distinta. DANIEL (1987: 74-81), capítulo titulado “Propagación del sistema de las Tres Edades”. El geólogo valenciano había defendido la existencia de una Edad del Cobre durante el Congreso de Antropología y Arqueología Prehistóricas, celebrado en Lisboa en 1886. Para ello se basó en la mayor abundancia de objetos fabricados en este material

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Seguía pensando que los únicos datos fiables para la clasificación de la Prehistoria los aportaba la Geología y los principios de la estratigrafía. Sobre la existencia del hombre en el cuaternario y el cuadro de clasificación de culturas basado en yacimientos franceses, se hizo eco de un hecho advertido por Vilanova según el cual debería proponerse una secuencia cronológica específica para la Península. De esta manera, algunos yacimientos españoles serían considerados de mayor horizonte y rango, por su antigüedad, que otros franceses: …época chelense francesa, que tiene su equivalencia en España: el hacha del cerro de San Isidro (...) la acheulense que tiene su equivalencia en España con la cueva de Puente Viesgo (...) la de Moustier con la cueva de Genista en Gibraltar (...) tenemos en España como primer horizonte equivalente al aurignaciense francés la cueva de Hornos de la Peña, en Santander (...) el solutrense francés tiene relación bastante cumplida y completa en la cueva de Altamira, la de más trascendencia. Esta misma cueva es la que mejor representa la época de la Magdalena en Francia y juntamente con la cueva de Serinyá en Gerona (...) época aziliana de la clasificación francesa, equivalente en España en la Gruta del Valle (Santander)1908.

En la misma conferencia, llevó a cabo un repaso individualizado de algunas cuevas con pinturas rupestres de época paleolítica y neolítica1909, que le llevaron a emparentar a la época neolítica con un caráter esquemático semejante a la escritura jeroglífica. De hecho, relacionó estas pinturas con las primeras manifestaciones ideográficas, o sea, los orígenes de lo que en Egipto llegó a ser una escritura. Llamaba su atención el hecho de que el hombre neolítico se ofreciera menos artista que el paleolítico ya que, según él, se trataba de representaciones con rasgos infantiles, sin comparación con las sublimes pinturas de época paleolítica. Otro de los puntos en los que se detuvo fue el período Neolítico y su posible correspondencia con la cultura ibérica, propuesta abrazada por el belga Luis Siret. Mélida dudaba de este supuesto si bien reconocía un cambio total en el Neolítico. En cuanto a la época de transición entre lo Paleolítico y lo Neolítico, Mélida se refirió a los conglomerados formados por espinas de pescado e instrumentos caídos, conocidos en el ámbito arqueológico nórdico como kjiokemoeding, y trató de traducir el término al castellano. Convino que lo más apropiado era llamarles “paraderos”. En el caso particular de la Península, Mélida opinaba que desde los tiempos neolíticos, España ha sido regionalista porque apenas se parecen los utensilios de ciertas regiones a los utensilios de otra1910. Precisamente, fue esta línea la seguida por su compañero Bosch Gimpera al diferenciar entre varias realidades geográficas y étnicas en su Etnología de la Península Ibérica, aunque el arqueólogo catalán lo hubiera hecho desde un prisma más condicionado por su ideología nacionalista1911. El precedente de la etnogénesis de los celtíberos aplicada por Schulten resultó de gran ayuda a Bosch Gimpera para desarrollar su cuadro etnológico peninsular. Las diferencias regionales percibidas en la cerámica fueron proyectadas por Bosch Gimpera al ámbito etnológico, dando como resultado la disparidad regional a la que se refirió Mélida. Como parte de la revisión terminológica que llevó a cabo, Mélida validó el eneolítico para designar el período en que se empezaba a utilizar el cobre y la industria de la piedra, al final de la cual adver-

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que en bronce, y por la presencia en nuestro país de importantes yacimientos de este mineral. Este período de transición entre la Edad de Piedra y la Edad de los Metales, cuya propuesta fue abrazada igualmente por Recaredo de Garay y Antonio Machado, había sido propuesto por arqueólogos italianos y húngaros pero no fue aceptado en un primer momento por los arqueólogos franceses. Finalmente fue el sueco Oscar Montelius quien eclipsó cualquier intento de periodización alternativa y en los últimos quince años del siglo XIX, llamó a la Edad del Cobre, Edad del Bronce I. Además, dividió la Edad del Bronce en cinco períodos, Cfr. DANIEL (1987: 139-141). MÉLIDA ALINARI (1916b: 14-17). MÉLIDA ALINARI (1916b: 18-23). MÉLIDA ALINARI (1916b: 26). RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo “Mueve pieza Cataluña: La teoría de Bosch Gimpera”. Sus tendencias nacionalistas hicieron de él un estandarte del catalanismo fuera de las fronteras catalanas como muestra un artículo publicado en La Vanguardia en abril de 1927, véase GADIR (1927), BOSCH GIMPERA (2003) y CORTADELLA (2003: 26-27).

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tía una corriente de civilización bastante refinada. Según él, el hombre eneolítico de la Península estuvo indudablemente sometido a influencias extrañas, como había hecho notar Siret. El primer indicio que tuvo el belga de ello fue la presencia de unos ídolos de pizarra prácticamente idénticos a los encontrados en Troya. La opinión general atribuía la citada influencia a civilizaciones antehelenas, negando la posible influencia de los fenicios. Esta inclinación difusionista de Siret tendía al filohelenismo frente a las tesis orientalistas. Debe tenerse en cuenta el contexto en el que se produjo el aumento del filohelenismo dentro de los círculos arqueológico-culturales europeos. Desde finales del XIX, Arthur Evans había mostrado su intención de investigar a fondo los secretos ocultos de la prehistoria mediterránea, hasta el punto de restarle protagonismo al estatus privilegiado del que gozaban las culturas clásicas1912. Y fue así como procedió a la excavación del yacimiento cretense de Cnossos junto a su ayudante Duncan Mackenzie, y tras el precedente de su colega italiano Halbherr1913. Como Schliemann, Evans tenía en mente los textos de Homero. Pero mientras buscaba en Cnossos el reino del rey Minos cantado por el escritor griego, Evans descubrió una civilización original más antigua que la de Micenas. Corrían los primeros años del siglo XX. Ya en Fig. 64. Adolf Schulten. 1905 un congreso arqueológico celebrado en Atenas reflejó la trascendencia y actualidad en la que se encontraba el tema de las civilizaciones prehelénicas, planteándose el origen y relación de éstas con Oriente y Anatolia. Los descubrimientos efectuados en Creta revelaron una civilización anterior a la fenicia, pero que mantenía contactos con otras civilizaciones orientales. Antes de la Gran Guerra de 1914, el panorama científico europeo había quedado dividido entre los que percibían por todas partes la influencia de Creta y Micenas –incluso en la Europa de Hallstatt, el Caúcaso y Extremo Oriente– y los que contemplaban la civilización europea como un tenue reflejo de la civilización oriental1914. La segunda de las conferencias pronunciadas por Mélida comenzó con una defensa de la arqueología comparada por parte del autor, que consideraba insuficiente la etnografía para resolver el problema de la clasificación cronológica de las antigüedades. También abordó el conferenciante la polémica que envolvía a los monumentos megalíticos y los dólmenes. Durante un tiempo estas construcciones habían sido atribuidas a los celtas. Posteriormente, fue rectificado el error: los celtas fueron relacionados cronológicamente con la Edad del Hierro; y los monumentos megalíticos con el neolítico y el eneolítico. Respecto al origen de los megalitos, Mélida observó –por un parte– que 1912 1913

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GRAN AYMERICH (2001: 366-367). Federico Halbherr (1857-1930) acudió a Creta, acompañado de Paolo Orsi, en un momento en que su país trataba de oponerse en el Mediterráneo al poder creciente de Francia, GRAN AYMERICH (2001: 363-364) Expresión acuñada por el arqueólogo sueco Oscar Montelius en su obra Orient und Europa.

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las tumbas griegas de los últimos tiempos de la Edad de Bronce debían ser más modernas que las tumbas peninsulares. Además, advirtió una construcción regular en el caso de las griegas, mientras las peninsulares estaban toscamente construídas, lo que le llevaba a concluir que se trataba de una copia hecha por los indígenas españoles de la época neolítica. Los límites cronológicos de la Edad del Bronce fueron el siguiente punto que se detuvo a analizar Mélida, que consideró el 3.000 y el 1.100 antes de Cristo como el principio y final de este período. Siret matizó algo estas fechas, pero lo hizo partiendo de unas fechas muy tardías para el eneolítico: entre el 1.550 y el 1.200 antes de Cristo. El belga pensaba, además, que la Edad del Bronce había que fecharla entre el 1.200 y el 800 antes de Cristo y que el cambio del empleo de la piedra al del bronce debía ser atribuido a una invasión de otras gentes en España. Por otro lado, admitía que esas gentes fueran los celtas, punto en el que discrepaban tanto Mélida como el francés Joseph Déchelette1915. Éste era de la opinión de que si los celtas no habían aparecido en escena en la fecha propuesta por Siret, era Fig. 65. Luis Siret. porque los ligures y los iberos eran los que poblaban la Europa Occidental. A juicio de Mélida, las fechas propuestas por Siret para la Edad de Bronce eran un tanto tardías, ante lo cual propuso rebajar para España esa fecha del año 3.000, en que calculaba el comienzo de la Edad del Bronce en general: posiblemente los antehelenos, como después los fenicios, han venido a explorar nuestras minas, porque sabido es que nuestro suelo es causa de que hayan venido a nuestra Península tantas gentes en sucesivos tiempos a la península (...) el período ibero se podrá admitir pues, con Dechelétte, desde el año 19001916. Uno de los rasgos particulares que advirtió Mélida de los pobladores del Sureste era la costumbre de enterrar en el espacio doméstico. Junto al difunto eran depositados unos vasos y copas, cuyo antecedente tipológico emparentaba Mélida con Oriente. En el repaso que llevó a cabo Mélida por la Edad del Bronce peninsular, hizo notar el “regionalismo” al que se había referido en la primera conferencia. Le desconcertaba tener que asignar a un mismo horizonte cronológico, Edad de Bronce, manifestaciones arquitectónicas tan distintas como los castros de Galicia, las citanias de Portugal, las construcciones ciclópeas de Tarragona o las construcciones de Baleares. Pero acababa reconociendo el distinto desarrollo que había experimentado cada zona de la Península, con lo que rechazaba una visión cultural unitaria para la Edad del Bronce. En la tercera y última conferencia, Mélida daba por sentado que antes que los fenicios habían venido a España influencias de los primitivos pobladores de la Grecia antehelénica, correspondiente a nues1915 1916

LORRIO (1997: 18) y LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 81). MÉLIDA ALINARI (1916b: 41-42).

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tra Edad del Bronce. Dentro de las distintas versiones culturales que se originaron destacó la de las Islas Baleares. A su juicio vinieron gentes a Baleares procedentes de la isla de Rodas en el siglo XIV antes de Cristo, a una isla en la que no había antigüedades neolíticas. Para él no había duda de que las Baleares habían sido sometidas a la influencia antehelénica –anteriormente se atribuían al pueblo fenicio1917– y que sus construcciones tenían parentesco con las de Cerdeña y Malta. Acerca de los monumentos megalíticos, las antigüedades baleáricas y su vinculación con las culturas antehelénicas emitió Mélida la siguiente teoría: Los talayots, se ha creído siempre que estas torres son defensivas (...) cosa probada que son sepulturas, osarios. No es posible que hayan servido de habitación (...) costumbre de exponer los cadáveres a las aves de rapiña y echar los huesos a un osario. Para esa exposición debieron emplear las taulas (...) navetas, sistema de construcción íntimamente emparentado con el aparejo antehelénico más perfeccionado, usado precisamente por la gente de Micenas (...) objetos de bronce encontrados en Baleares como los bronces de Costig (...) en todo ésto hay que reconocer con el señor Vives los emblemas religiosos de los cretenses. Véase cómo van siendo mayores las concomitancias con la civilización antehelénica1918.

Es indudable que el progresivo conocimiento de las civilizaciones antehelénicas, gracias al descubrimiento y las excavaciones de yacimientos en Creta desde principios de siglo, influyó en los planteamientos de Mélida. Incluso en las fortificaciones ciclópeas de las Baleares advirtió paralelos con fortalezas de la Grecia primitiva como Tirinto y Micenas, que justificó con la dispersión de la gente antehelénica cuando tuvo lugar la invasión de los dorios en el siglo XII antes de Cristo, y la consiguiente ruina del imperio micénico. Pero estas similitudes las extendió Mélida a otros monumentos. En su opinión, la fortaleza de Tirinto guardaba bastante relación con la de Tarragona y otra clase de construcciones, como los castros, eran atribuidos a la Edad de Bronce, lo que suponía admitir ciertas reminiscencias griegas en la Península Ibérica a pesar de que reconocía que, desde el punto de vista arquitectónico, la acrópolis griega y el castro hispano nada tenían en común. Sí guardaban, según él, más relación con las acrópolis antehelénicas las citanias que los castros. Todas estas reflexiones le llevaron a replantearse el esquema cronológico sobre la situación del Mediterráneo, especulando con nuevas propuestas: La Edad del Hierro, si fijásemos su comienzo en el año 800, como pretende Siret, sería darle fecha tardía, y si se adelantase algún tanto resultaría que no son los fenicios los que han determinado el comienzo de la Edad del Bronce, sino los que han influido poderosamente en la Edad del Hierro, puesto que la fundación de Cádiz es un hecho coetáneo de la invasión de los dorios (...) no es casual sino motivado porque entonces es cuando los fenicios son verdaderamente dueños del mar1919.

El arqueólogo madrileño era de la opinión de que la aplicación del nuevo metal del hierro había que admitirla desde el 1100 o el 900 hasta la destrucción de Numancia en el 133 antes de Cristo, fechas entre las que estaría comprendida la duración de la Edad del Hierro1920. El período estaría, a su vez, dividido en la Primera y la Segunda Edad del Hierro, que se corresponderían respectivamente con los yacimientos del Hallstatt (Austria) y La Tène (Suiza)1921. La propuesta de Mélida esta1917

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La tradición estableció que los fenicios habían sido los educadores de Grecia, pero desde 1870 aproximadamente la Arqueología demostró la originalidad de las civilizaciones prehelénicas. MÉLIDA ALINARI (1916b: 45-46). MÉLIDA ALINARI (1916b: 51-52). La verdadera comprensión de la Edad del Hierro prerromana en Europa se presentó a finales del decenio de 1850 y principios del siguiente, hasta que en 1872 Hildebrand acabó definiendo las dos fases o períodos (Hallstatt y La Tène) en que quedaba compartimentada la Edad del Hierro, LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 72). La Edad del Hierro europea había sido dividida en dos períodos o etapas por el arqueólogo sueco Bror Emil Hildebrand (18061884) en el Congreso Internacional de Antropología y de Arqueología Prehistóricas que tuvo lugar en Estocolmo en 1874. Bautizó ambos períodos como Hallstatt y La Tène. El primero de los yacimientos (ubicado en los Alpes austriacos) había comenza-

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ba impregnada de patriotismo, y es que consideró un episodio histórico, el de la resistencia y caída de Numancia, entonces objeto de una evidente manipulación histórica, como un punto de inflexión cronológico dentro del panorama tipológico peninsular. La prueba es que su intento de validar esta propuesta cronológica para la arqueología protohistórica peninsular acabó por no calar entre los arqueólogos de entonces. El fenómeno colonial de los fenicios en la Península Ibérica centró la atención de Mélida en la tercera conferencia. Dedujo que el comercio fenicio debió de penetrar en el interior, si bien fue bastante más activo en las costas. Desde el punto de vista artístico, advirtió un simbolismo oriental en insignes piezas como la bicha de Balazote o el león de Bocairente, deduciendo que debieron de ser los fenicios los que trajeron esos símbolos orientales a la Península Ibérica1922. Posteriormente, Mélida se enfrentó a la espinosa cuestión de distinguir entre los tipos arcaicos y los tipos decadentes del arte ibérico. Comenzó refiriéndose a las figuras del Cerro de los Santos como imitaciones de tipos buenos concebidos fuera de la Península. Sobre algunos bronces ibéricos se pronunció revelando su parentesco con bronces arcaicos griegos, como los encontrados en el santuario de Zeus en Dodona, que databan del siglo VI antes de Cristo, notando que el tipo artístico arcaico se había perpetuado hasta los tiempos de la dominación romana. Influenciado por el filohelenismo que dominaba gran parte de los círculos arqueológicos europeos, Mélida se mostró bastante permeable a las teorías pan-helénicas que emitían algunos de sus colegas. En otra de sus conclusiones apuntó a la influencia griega como la responsable de producir en España una industria importantísima de cerámica, que –a su vez– relacionó con la cerámica pintada griega. Como ejemplo, citó los vasos ibéricos del Museo de Zaragoza, que le recordaban en muchos puntos a la decoración micénica. Incluso, relacionó la representación del caballo en la pintura vascular numantina con los caballos arcaicos griegos, reconociendo en la cerámica numantina un origen de importación griega que no habría podido venir a España antes del siglo VI antes de Cristo.

EL TESORO DE LA ALISEDA Y EL MUNDO DE LAS COLONIZACIONES Mélida comenzó la década de los veinte con 63 años de edad y una distinción en enero de 1920: le fue concedida la Gran Cruz de Isabel la Católica1923. Como anécdota, cabe destacar que Mélida fue nombrado presidente suplente de mesa electoral en la Sección 4ª del distrito madrileño de Hospicio, lo que le obligaba a concurrir en todas las elecciones celebradas hasta el 31 de diciembre de 19201924. Otro hecho aislado de este año fue la visita que había realizado el día 26 de diciembre con la Sociedad Española de Excursiones al palacio de Villahermosa1925, fruto de su antigua relación con la Duquesa, y en la que hizo las veces de cronista. En el plano socio-político, el panorama español

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do a ser excavado en 1846 por el austríaco Ramsauer; y el segundo (junto al lago suizo de Neuchâtel) fue excavado por primera vez en 1858 por el coronel Schwab. Sobre el análisis de esculturas zoomorfas ibéricas, especialmente el capítulo sobre la dispersión de los leones ibéricos, CHAPA BRUNET (1985: 138-149). En el legajo perteneciente a los numerarios de la Real Academia de la Historia se conserva una nota fechada el 30 de enero de 1920 en la que decía que la Secretaría daba cuenta de haber publicado en la prensa la noticia de la concesión a Mélida de la Gran Cruz de Isabel la Católica. Véase La Gazeta, correspondiente al 6 de junio de 1923. Sobre sus condecoraciones, DÍAZ ANDREU (2004: LXXVIII-LXXIX). Se le hizo saber por medio de un oficio fechado en 29 de enero de 1920 y firmado por Lucas Garzón. Varias copias de oficios en los que se le hace saber a Mélida las condiciones de su participación como suplente de mesa electoral se conservan en su expediente personal del archivo que posee el Museo Arqueológico Nacional. Cfr. MÉLIDA ALINARI (1921e). El cronista elegido por el presidente fue Mélida, ya que había sido en otro tiempo bibliotecario de la Casa Villahermosa, colaborando incluso en las publicaciones de historia de la misma El arquitecto Antonio López Aguado fue quien hizo los planos y dirigió la construcción, de cantería y ladrillo agramilado, y de severa traza neoclásica, del palacio cuya mayor y larga fachada caía al Prado y en cuya portada de la Plaza de las Cortes fijó sobre el entablamento toscano que sostiene el balcón central la fecha de 1806. En su interior pudieron contemplar la Biblioteca, retratos, tapices, cuadros de Goya, de Sorolla, de Mengs y de Tiépolo. Uno de los cuadros había sido pintado por Enrique Mélida y representaba a Felipe II visitando el convento de religiosas de Santo Domingo, en Zaragoza.

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se encontraba condicionado por varios factores: crisis económica provocada por la contracción del mercado europeo tras el conflicto bélico, oleada revolucionaria europea, protagonismo creciente de la burguesía industrial y financiera, crecimiento inusitado de la población española, aumento del proletariado acompañado de agitación social y la guerra hispano-marroquí. Todo ello presidido por una conciencia de crisis de la democracia liberal, que empezaba a sentirse amenazada por la pujanza del fascismo en Europa1926. En el plano arqueológico, el año 1920 será recordado por el hallazgo de uno de los conjuntos aúreos más destacados de la orfebrería prerromana: El tesoro de La Aliseda. El día 29 de febrero fue hallada por el vecino Jenaro Vinagre una vasija con joyas en un terreno comunal de la villa cacereña de La Aliseda. Posteriormente intervinieron el Juzgado y la Comisión de Monumentos de Cáceres, a través de sus individuos Juan Sanguino y Miguel Ángel Ortí Belmonte,1927 para poner a buen recaudo el tesoro y acabar informando a la Dirección General de Bellas Artes1928. Así las cosas, Mélida fue requerido para examinar el hallazgo el día 13 de marzo antes de que las alhajas fueran depositadas en la sucursal del Banco de España. Según su primera apreciación, se componía el tesoro de objetos preciosos ibéricos, fenicios y cartagineses datables en el siglo VI antes de Cristo1929; y era de la opinión de que en su mayor parte esa joyería no debió de ser producida en nuestro suelo, sino en los talleres de Fenicia y Cartago. A su regreso de Cáceres, Mélida dio cuenta del descubrimiento a las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando. En la sesión celebrada el 9 de abril de 19201930 en la primera de las academias, Mélida mostró fotografías del tesoro e informó de las piezas1931 que lo componían: numerosas piezas de oro (dos diademas, dos arracadas, dos brazaletes, varias piezas o dijes de collar con estuches de amuletos, dos pulseras, anillos signatarios, sortijas con esmaltes y un platillo de oro), un fragmento de vaso de plata y un brasero. A estas joyas había que añadir fragmentos de un vaso de vidrio con inscripciones jeroglíficas egipcias, unas guarniciones de manto o velo, un fragmento de espejo de cobre y una piedra de afilar. En el mismo momento que Mélida informó a la Academia del hallazgo, ésta se mostró interesada en que no saliera de España y fuera conservada en provecho de la cultura nacional, para lo cual acordó que el director y el señor Tormo hicieran las oportunas gestiones cerca del Gobierno1932. El día 21 de mayo de 1920, el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Natalio Rivas1933 dictó una Real Orden declarando, en virtud de la Ley de Excavaciones y Antigüedades, ser de propiedad de la Nación el tesoro de La Aliseda, lo que implicaba que debía ser traído y depositado en el Museo Arqueológico Nacional1934. De esta manera y tras cuatro meses, fue Mélida el que personalmente depositó en el Museo las 354 piezas que formaban el tesoro el día 26 de septiembre. Una última cuestión a dirimir fue la indemnización a que tenían derecho los descubridores, para 1926 1927

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GARCÍA DELGADO (ed.) (1986). El Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 78, 1921: 88) se hizo eco en su sección de “Documentos Oficiales” de un acta de la sesión celebrada por la Comisión de Monumentos de Cáceres el día 1 de octubre de 1920. En ésta se presentó una copia del auto dictado por la Audiencia provincial, en el que se disponía que se enviasen las alhajas que lo constituían al Museo Arqueológico Nacional aprovechando el viaje de Mélida a Cáceres. MÉLIDA ALINARI (1921b: 96-97). Además de los artículos reseñados, el hallazgo del tesoro de La Aliseda fue dado a conocer por Mélida en revistas como Coleccionismo (nº 97, 1921: 165-171); en Museum (Revista mensual de arte español antiguo y moderno y de la vida artística contemporánea, nº 6, pp. 219-225) y en Archäologischer Anzeiger. Jahrbuch des kaiserlich deutschen Archäologischen Instituts, con un artículo titulado “Der Schatz von Aliseda”. Apareció en el nº 43 correspondiente a 1928, pp. 497-510. Como adquisición del Museo Arqueológico Nacional fue incluido en un artículo de José Ramón Mélida en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos de 1922 (meses de julio a septiembre), nº 43, pp. 341-346. Llevaba por título “Adquisiciones del Museo Arqueológico Nacional en 1920”. ALMAGRO-GORBEA (1999b: 78), propone el siglo VII a.C. como contexto cronológico del tesoro. Cfr. en el apartado de “Noticias” del Boletín de la Real Academia de la Historia, (76, 1920: 479-480). Para una mayor información sobre las dimensiones, peso y características estilísticas de las piezas del tesoro, véase ÁLVAREZ-OSSORIO (1954: 262-269). En el apartado de “Noticias” del Boletín de la Real Academia de la Historia (76, 1920: 480). Desempeñó esta cartera ministerial entre el 12 de diciembre de 1919 y el 5 de mayo de 1920. CASTAÑEDA (1934: 8), reconoce la iniciativa de Mélida para que el tesoro de La Aliseda ingresara en el Museo Arqueológico Nacional.

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lo cual fue nombrada en 1926 una Comisión de académicos de la Historia y de Bellas Artes compuesta por el propio Mélida, Antonio Vives y Narciso Sentenach. Lo pedido por la Superioridad era la tasación legal de los mismos, para que la mitad de ella pudiera ser satisfecha como indemnización. En concreto, apreciaron el valor intrínseco del tesoro en 3.395 pesetas con 35 céntimos, cantidad que la Comisión propuso aumentar en diez veces la mitad del expresado valor, con lo que se fijó la indemnización en 16.976 pesetas con 75 céntimos1935. Esta resolución fue aprobada por la Academia en la sesión del 21 de mayo de 1926. Como precedente similar puede citarse el de la adquisición del Disco de Teodosio en 1847, cuya indemnización, tasada por la Real Academia de la Historia, acabó siendo ejecutada por más del doble de su valor en el mercado1936, cantidad proporcionalmente inferior a la ofrecida por la misma Corporación 80 años más tarde. El notable incremento proporcional del tesoro de la Aliseda respecto del Disco de Teodosio puede atribuirse a una mayor valoración artística e histórica de la pieza en el caso del primero. La revalorización de las piezas arqueológicas de orfebrería antigua desde mediados del XIX hasta los años veinte evidencia que su consideración multiplicaba progresivamente la mera equivalencia entre el metal y su valor. En cuanto al estudio del tesoro, Mélida relacionó la presencia del mismo con las minas de hierro existentes en esa comarca cacereña y aportó una curiosa noticia relatada por el historiador local Publio Hurtado. Según éste, un portugués de nombre Manoel Da Silva había jurado cuatro años antes de efectuarse el descubrimiento que su mujer había soñado hasta tres veces con un gran tesoro, que le llevó al luso a remover la tierra. Se hacía eco Mélida de un hecho habitual en las tradiciones orales: las visiones oníricas y el esoterismo que rodeaba la existencia de tesoros bajo nuestro suelo. Hurtado especuló con la posibilidad de que el portugués hubiese hallado alguna alhaja suelta previamente. El caso es que Da Silva murió en la indigencia tras haber intuido la presencia del tesoro. Desde el punto de vista toponímico hubo quien trató de identificar La Aliseda con la Isalaecus citada por Ptolomeo, razonamiento que Mélida consideraba infundado, si bien reconocía que el tesoro debía de relacionarse con algún poblado cercano de origen anterromano. Respecto a las circunstancias del hallazgo, los objetos de oro no estaban juntos en vasijas sino desparramados y mezclados con la tierra, en uno o dos metros cuadrados de extensión, lo que hizo inclinarse a Mélida por una sepultura, posiblemente de una dama1937. Incluso, contempló la posibilidad de un sepulcro que comparó al arca de sillarejos descubierta en Cádiz en 1887; y llegó a albergar la hipótesis de que perteneciera a la esposa o hija de algún opulento minero. En un primer análisis de las piezas del tesoro, Mélida catalogó el brasero de plata, con manos humanas extendidas a los extremos del asa, como del tipo cartaginés y lo comparó a uno descubierto por Bonsor en una sepultura de la Vega de Carmona. Respecto a la diadema1938 de La Aliseda, advirtió en ella cierta armonía con el gusto ibero y la consideró como la única de las joyas de factura indígena del recién encontrado tesoro. Sobre el vaso de vidrio con inscripciones jeroglíficas, dedujo que no era de mano egipcia, sino fenicia uno de tantos casos en que un artífice escribió en una lengua y con una escritura que no eran las suyas1939. Por otra parte, advirtió paralelos asirio-egipcios en el par de arracadas1940 que relacionó con el arte fenicio. La misma filiación artística fenicia atribuyó a un par de brazaletes y a un cinturón1941 que, según Mélida, debió de salir de alguno de los talleres de Siria. Uno de los anillos1942 estaba adornado con un motivo ornamen1935 1936 1937 1938 1939 1940

1941

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Cfr. MÉLIDA ALINARI (1926a: 6-7) y CELESTINO y CELESTINO (2000: 103, sig. CACC/9/7948/66(3). ALMAGRO-GORBEA (2000: 64). Hipótesis reafirmada en ALMAGRO-GORBEA (1999b: 80) y que el autor asocia a una particular relevancia social de la mujer. ALMAGRO-GORBEA (1999b: 78), se cita a la diadema de La Aliseda como la más delicada de las diademas orientalizantes. MÉLIDA ALINARI (1921b: 124). ALMAGRO-GORBEA (1999b: 77), el autor destaca el juego de arracadas del tesoro de La Aliseda como el más impresionante del entorno orientalizante tanto por su volumen como por la calidad de su diseño. Relaciona este tipo de arracadas con un artesano fenicio posiblemente del ámbito de Gades y con el ámbito cultural tartésico. BENDALA (2000: 89-90), interpreta el discurso iconográfico de este cinturón como el motivo del héroe del león (símbolo de la victoria sobre la muerte) enmarcado en una escena con complementos vegetales y destacando sobre un fondo de finísimo granulado. Según Bendala, trataba de representar el deseo de inmortalidad y la pertenencia a una eternidad inmutables como el oro en el que se materializaba el salto a lo sobrehumano. ALMAGRO-GORBEA (1999b: 73), se considera la gran amatista del anillo giratorio como una indudable importación oriental.

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tal que Mélida emparentó con las culturas cretense y micénica. A grandes rasgos, consideró el conjunto de excepcional importancia no solamente en la arqueología hispana, pues supera en variedad y riqueza a las joyas fenicias descubiertas en Cádiz, sino en la Arqueología clásica oriental, en la que las pocas alhajas fenicias descubiertas, sobre todo en Chipre, eran hasta ahora los elementos para conocer la joyería oriental del siglo VI antes de Cristo, que parece haber sido su mejor época1943.

Figs. 66.- El tesoro de la Aliseda, custodiado por la Guardia Civil, en manos de Mélida.

Figs. 67.- El tesoro de la Aliseda en el Museo Arqueológico Nacional.

El mismo año que fue descubierto el tesoro de La Aliseda, fue ofrecida en venta al Museo Arqueológico Nacional una de las colecciones más insignes de la arqueología protohistórica española: las antigüedades procedentes de la necrópolis de Tútugi, en la localidad granadina de Galera1944. Mélida, requerido por el director de la Real Academia de la Historia1945 para examinar las piezas y nombrado, junto con Narciso Sentenach, como perito propuesto por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, informó a la Superioridad de la importancia de la colección. El ofrecimiento había sido llevado a cabo por el farmacéutico Federico de Motos y Juan Cabré, a los que la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades encargó proseguir los trabajos en el sitio de los primeros hallazgos llevados a cabo en 1918 y publicados en una memoria en 1920. Se trataba de una necrópolis de especial interés, cuyas sepulturas se anunciaban por túmulos o montículos artificiales que cobijaban hoyos donde se depositaban cajas formadas con piedras. Del lote ofrecido al Museo Arqueológico Nacional y constituído por más de doscientas piezas, dijo Mélida que se circunscribía al período de la dominación cartaginesa, cuando el comercio importaba al país ibérico vasos pintados griegos e itálicos, al propio tiempo que le surtía de productos de la industria química, y la indígena, avivada por estas influencias, producía también cerámica artística, adornos de metal, armas y objetos varios, todo lo cual determina una época comprendida entre los siglos IV y III antes de Jesucristo1946. En cuanto a la necrópolis de Galera1947, Mélida estableció paralelos con otras necrópolis como la de Baria en Villaricos (Almería), algunas de cuyas piezas pudo contemplar en la Real Academia de la Historia tras producirse el ingreso de las mismas en 1905 por Siret1948; y la de Peal de Becerro, en la provincia de Jaén. Relacionó la presencia de importaciones y los caracteres orientales de las sepulturas con la importancia minera de ciertas zonas de Andalucía. Dentro del grupo de piezas, llamó la atención de Mélida la decoración incisa de varias cerámicas ibéricas sobre las que afirmó fuera de Numancia no habíamos visto hasta estos vasos de Galera otros con decoración incisa, que allí aparece en vasos 1943 1944 1945 1946 1947 1948

MÉLIDA ALINARI (1926a: 6). Sobre el impacto de la noticia en los medios, véase VICO (1999). MÉLIDA ALINARI (1920b). Informe firmado por Mélida el 15 de octubre de 1920. MÉLIDA ALINARI (1920b: 391). RODRÍGUEZ ARIZA (1999) y ADROHER AROUX (2004). ALMAGRO- GORBEA ET ALII (2004: 153-155).

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negros y no pintados, como sistema diferente, y aquí en consorcio con el pictórico, constituyendo una variedad nueva1949. La colección Motos estaba formada por urnas cinerarias de piedra, vasos pintados griegos e italo-griegos, piezas campanienses, vasos cartagineses, vasos ibéricos, objetos de vidrio, material óseo y piezas metálicas; y el total fue valorado en 5.600 pesetas. Tanto el hallazgo del tesoro de La Aliseda como la puesta en valor de los descubrimientos de Galera se inscriben en un momento en el que los arqueólogos españoles empezaban a digerir la nueva matriz de Pierre Paris, en la cual cobraba interés y protagonismo el componente local y los caracteres raciales del indígena. Ante un contexto dominado por el hiperdifusionismo y la inflexible visión de la superioridad del invasor-civilizador sobre una cultura local pasiva, Paris encontró el caldo de cultivo idóneo en un país necesitado de propuestas que estimularan los valores patrios. El nuevo concepto introducido por Pierre Paris1950 se basaba en una matriz integradora y nunca conflictiva. Aunque se enmarcaba dentro del difusionismo, el componente indígena adquiría tintes localistas que fueron matizados, incluso exagerados, por el arqueólogo español Juan Cabré. Éste partió de las tesis de Paris en que concedía cierta iniciativa a la opción ibérica, la doble matriz difusionista de la que hablan Arturo Ruiz y Manuel Molinos1951, y añadió a sus planteamientos una mayor presencia del componente indígena, llegando a proponer incluso una periodización hispánica para la Meseta Oriental que sustituyera a la de Hallstatt y La Tène, al igual que propusiera Blas Taracena1952. En la memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades de Cabré acerca de la Cueva y Collado de los Jardines (Santa Elena, Jaén), publicada en 1919 reflexionó sobre la protohistoria peninsular en un tono reivindicativo, influenciado por las exaltaciones nacionalistas que germinaban en Europa. El arqueólogo turolense reclamaba más atención para las culturas prerromanas peninsulares, lamentando que no hubiera habido escritor español que hasta el momento saliese a defender los fueros del Arte y de los artistas ibéricos, que antes de la venida de los griegos supieron crear obras de arte y después de su marcha continuaron creándolas, no cesando su inspiración y originalidad hasta el tiempo actual1953. Sus palabras reflejaban fielmente el decidido despertar de la cultura ibérica: Hace todavía contados años muchos españoles creíamos que todo el ciclo de nuestras antigüedades se podía cerrar con las tan justamente celebradas de Grecia y de Roma; por esto no es extraño que nuestros antiguos arqueólogos, a vista de un objeto que revelase antigüedad remota, trajesen a su mente la civilización griega o romana, para acoplarla o entre aquellos dioses, o entre aquellas artes (...) va surgiendo, potente y avasalladora, una civilización que podemos llamar genuinamente ibérica, la cual, aunque tenga contactos con otras más conocidas y más estudiadas, lleva un sello propio, un carácter peculiar que la redime de una esclavitud que, al ser molesta, no podía ser muy honrosa (...) civilización ibérica que tiene su carácter propio e ininterrumpido desde la Edad de la Piedra hasta la época de la irrupción de los bárbaros en la Península. Estaban sin comprobación contundente las artes ibéricas de los cinco siglos anteriores a nuestra Era, y el por tantos títulos ilustre señor Cerralbo, al publicar el resultado de sus múltiples excavaciones, soltó, digámoslo así, las esclusas que mantenían aprisionadas mil y mil páginas de nuestra historia (...) y hubo que hacer anchura en nuestros museos para dar cabida en ellos a multitud de objetos que nos han dado lustre más que suficiente para borrar el sonrojo que su aparición produjo en nuestra pasada incuria1954.

El discurso de Cabré mostraba inclinaciones nacionalistas impregnadas de superioridad racial y enlazaba la continuidad histórica entre el pasado ibérico y el presente español, afirmando que desde nuestros primeros trabajos de exploración hemos deducido que el pueblo ibérico prerromano era poderoso, fuerte, 1949 1950

1951 1952 1953 1954

MÉLIDA ALINARI (1920b: 392-393). A pesar de todo, Pierre Paris había llegado a calificar en su obra de 1904 las producciones artísticas de la Hispania anterromana (como la de las figuras de bronce del Collado de Los Jardines) como de grosera barbarie, catalogando algunas piezas como un Museo de monstruos y negando la presencia de artistas iberos de no haber sido por su contacto con fenicios y griegos. Se trataba de la otra vertiente difusionista defendida por Paris antes de vislumbrar cierto grado de suficiencia y originalidad en el arte ibérico. RUIZ Y MOLINOS (1993: 14-15). CABRÉ (1928: 95) y TARACENA (1932). CALVO Y CABRÉ (1919: 19). CALVO Y CABRÉ (1919: 13).

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trabajador y disciplinado, teniendo para estímulo de su vida dos grandes ideales, que tal vez no se han extinguido aún del todo en nuestra raza, a saber: entusiasmo por su independencia y ansia por sostener vivo un culto religioso1955. Para Cabré, la mayoría de conjeturas sostenidas acerca de la España prerromana carecían de firme apoyo porque los estudios llevados a cabo se hacían fuera del ambiente en que habían acontecido los hechos, añadiendo que aunque llevemos en nuestras venas la misma sangre de aquellas gentes (...) hay entre aquellos y nosotros dos mil o más años de distancia1956. Sin duda, las opiniones vertidas por Cabré representaban la versión radicalizada de la puesta en valor de la cultura ibérica en un momento en que las tesis de Ortega y Gasset calaron hondo entre intelectuales e historiadores españoles1957. En ese sentido, tanto Mélida como Cabré fueron partícipes, al igual que los hombres de la generación del 98, de esa preocupación por España y ese Regeneracionismo que trataba de sacar al país del atolladero histórico en el que había quedado sumido tras la crisis de 1898. No obstante, Juan Cabré mantuvo una postura mucho más comprometida y militante con la causa nacionalista que José Ramón Mélida. Pertenecían a generaciones distintas cuyas escuelas consideraban patrones diferentes. En su amplio concepto de la arqueología ibérica, Mélida prolongó la línea canovista de su maestro Rada y Delgado para acabar asimilando una ambigua orientación de valoración ibérica de tradición finisecular. Es decir, Mélida participó de aquella exaltación de la cultura ibérica de corte historicista que nació ante la necesidad de reparar los desgarros ideológicos y de identidad que provocó en la Nación el desastre del 98. Cabré1958, veinticinco años más joven que Mélida, sumó a las inquietudes regeneracionistas de sus predecesores una carga ideológica de tintes etnológicos, como muestra, por ejemplo, su interés por el folclore1959, así como las interpretaciones que hizo de la arqueología ibérica primero y de la arqueología céltica después1960. Proclamaba una complejidad cultural hispánica en la que coincidía con la propuesta hispanista de Gómez Moreno1961, con quien coincidió a partir de 1917 en el “Centro de Estudios Históricos”. En este centro científico, donde se encargó Cabré de la sección de Arte y Arqueología, la búsqueda esencialista del espíritu español fue el punto de confluencia de sus miembros. En Cabré debió de pesar el entorno etnicista que se respiraba en Alemania, al calor de la escuela alemana de los “círculos culturales”1962 que también influyó en su colega Bosch Gimpera1963. El arqueólogo turolense proyectó sus enseñanzas e influencias sobre la construcción de una identidad colectiva sólida española, que se sacudiera la colonización científica que había sufrido en el pasado en una muestra de suficiencia1964.

I NCURSIÓN EN LA ANTROPOLOGÍA Y NACIMIENTO DE LA P REHISTORIA EN LA UNIVERSIDAD Al curriculum de Mélida hay que añadir que en 1921 se convirtió en el socio fundador y presidente de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria, constituida el 18 de mayo de 1921 por iniciativa de Manuel Antón Ferrandiz. Hasta la Guerra Civil, fue la institución española de mayor relevancia en las materias a las que dedicaba su actividad, especialmente la Antropología Física y la Prehistoria. Cinco años después de su fundación en 1926 todavía se mantenía firme la idea de que el XV Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistóricas había de celebrarse en Madrid, tal como se había acordado en el Congreso de 1912 en Ginebra, donde Manuel Antón y Luis de Hoyos 1955 1956 1957 1958 1959 1960 1961 1962 1963 1964

CALVO Y CABRÉ (1919: 14). CALVO Y CABRÉ (1919: 15). RUIZ Y MOLINOS (1993: 16-17). Sobre la valoración de la cultura ibérica, vid. supra. BELTRÁN (1984) y BLÁNQUEZ y GONZÁLEZ REYERO (2004). BLÁNQUEZ y GONZÁLEZ REYERO (2004: 21). MAIER (2004: 86-87). Sobre la propuesta hispánica de Gómez Moreno y Cabré, OLMOS (1994: 295). Sobre los círculos culturales y su entorno, P EIRÓ. y PASAMAR (1989-1990: 25-31). Disfrutó Cabré de una beca en 1934 para recorrer varios países de Centroeuropa, DÍAZ-ANDREU (1996) y BELTRÁN (1984: 14). MAIER (2004: 71-72).

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ostentaron la representación oficial española. Formaban parte del comité organizador de dicho congreso varios miembros de la Sociedad: Manuel Antón y Ferrandiz y José Ramón Mélida, que acabaron lamentando el hecho de que no se celebrara en Madrid y sí en Portugal. Durante los años veinte y primeros años treinta, la Antropología Física tuvo una importancia muy destacada. Llegó a alcanzar prestigio nacional e internacional y ayudó considerablemente al desarrollo y consolidación de los estudios arqueológicos y prehistóricos1965. No debe pasarse por alto el impacto que tuvo en España el escenario europeo, en el que Alemania marcaba la pauta a seguir. La llamada teoría de los círculos culturales (Kulturkreislehre), gestada en Alemania, defendía que los rasgos culturales que habían perdido su inicial unidad geográfica permanecían juntos y se difundían1966. Estas ideas de corte etnológico tuvieron repercusiones científicas en países como España pero también consecuencias fatales al llegar su instrumentalización política, que puede adivinarse en un personaje clave del nacionalismo germano como Gustav Kossinna1967. Mélida trató de apoyarse en otras disciplinas para completar el caudal de conocimiento históricoarqueológico y escrutar todos los caminos que pudieran aportar información útil a la ciencia. No sólo en la Antropología. Como ya fue señalado en otro capítulo del trabajo, participó activamente en el fenómeno excursionista como método de conocimiento, cuyo objeto era recopilar y difundir datos referentes al hombre, al hecho y a la naturaleza. Se trataba de conocimientos no adquiridos por referencia ni de segunda mano, sino tomados en la misma fuente, y que constituían un medio poderoso de educación. En cierto modo, era ésta una herencia de la Institución Libre de Enseñanza, de cuyos principios bebió Mélida en sus años de formación académica y que entroncaba con el positivismo cultural del último cuarto del siglo XIX. En 1922, publicó Excursión a Numancia pasando por Soria y repasando la historia y las antigüedades numantinas, un recorrido descriptivo por las características de la ciudad soriana al que añadió las novedades arqueológicas acontecidas en las excavaciones de Numancia, entre las que se encontraba la posible localización de unas termas1968. El año de 1921 transcurrió para Mélida sin excesivos cambios en su trayectoria profesional, excepto que con 65 años llegó el momento de su jubilación, previo nombramiento de Inspector Primero del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos1969. Una carta enviada por el XXVII director de la Real Academia de la Historia, Francisco R. de Uhagón, Marqués de Laurencín, al presidente del Directorio Militar el mismo día que cumplía años Mélida (26 de octubre de 1921) reflejaba el interés de la Corporación por evitar la jubilación de su Anticuario, que debía llegar “por ministerio de la Ley”, porque entendía que los eminentes servicios prestados por el Señor Mélida, con sus iniciativas en aquel importante Centro y el excelente estado de salud de que por fortuna goza, le permiten todavía seguir realizando su valiosa e inteligente labor en pro de la Cultura patria y por voto unánime de la Corporación que me honro en presidir (...) atienda esta petición que secunda felices iniciativas habidas en otras corporaciones1970. La otra Real Academia a la que perteneció Mélida, la de Bellas Artes de San Fernando, se sumó a la demanda de su academia compañera para que no fuera jubilado del cargo que ocupaba. Y tras un período de deliberación1971 así fue. En una carta del director de la Real Academia de la Historia, Marqués de Lau1965 1966

1967 1968 1969 1970 1971

SÁNCHEZ GÓMEZ (1990) y AGUIRRE BAZTÁN (1992). Para los antecedentes, RONZÓN (1991). Esta creencia -basada en la difusión, la migración y el contacto- se originó en Ratzel, considerado el fundador de la antropologeografía. Sus discípulos fueron Frobenius, Graebner y Schmidt. Sobre las repercusiones de sus teorías, véase LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 75-76). MÉLIDA ALINARI (1922b), capítulo correspondiente a Numancia. Véase La Gazeta, correspondiente al 12 de febrero de 1921. Carta perteneciente al expediente personal de Mélida en el archivo de la Real Academia de la Historia. En una carta (fechada en 27 de octubre de 1923) de la Jefatura de Gobierno y Presidencia del Directorio Militar al Presidente de la Real Academia de la Historia se proponía estudiar el asunto sobre la posible jubilación de José Ramón Mélida. La carta llevaba la firma del coronel secretario. Pertenece al expediente personal de Mélida que figura en el archivo de la Real Academia de la Historia. Se conserva, igualmente, en el expediente personal de Mélida (perteneciente al archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y con signatura 274- 6/5) una minuta-oficio fechada el 23 de octubre de 1923, en la que director y el secretario general de la corporación solicitaban la continuidad de Mélida en el Museo Arqueológico; y un recorte de periódico de El Imparcial, fechado el 25 de octubre de 1923. En él, el cronista dio cuenta de la intervención del Conde de Romanones ante el general Primo de Rivera para solicitar la continuidad de Mélida al frente del Museo Arqueológico Nacional. Al mismo archivo

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rencín, fechada en 26 de octubre de 1923 y dirigida al presidente del Directorio Militar, le decía que continuara Mélida como director del Museo Arqueológico Nacional tras decidirse por voto unánime de la Corporación. Además, otra carta fechada en 7 de diciembre de 1923 del secretario accidental de la Real Academia de la Historia al presidente del Directorio Militar, establecía que por Real Decreto Mélida continuase, no obstante su jubilación, como individuo del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Hasta 1927 Mélida no hizo efectiva su jubilación y continuó ejerciendo los cargos que ocupaba. Entre los nombramientos de Mélida durante 1921 destacó el de haber sido agraciado con el premio Duseigneur de Arqueología, otorgado por la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París, en atención a sus trabajos referentes a las antigüedades ibéricas, y por el que fue felicitado por el director de la Real Academia de la Historia1972. En el plano familiar hubo de afrontar la tragedia que supuso la pérdida en marzo de 1921 de su hija Pilar1973. En el ámbito profesional, octubre de 1923 supuso que llegaba la jubilación reglamentaria para Mélida en el Museo Arqueológico Nacional. No obstante, y gracias a la petición formulada por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fue confirmado en el cargo, que desempeñó desde entonces gratuitamente. Ya el 14 de junio de 1930, sería nombrado director honorario de este Museo1974. También en 1923 sucedió a Vicente Lampérez en la comisión ejecutiva de la Sociedad Española de Excursiones. En otro orden de cosas, la correspondencia personal de Mélida durante 1923 nos ha legado una carta1975 en francés enviada por el profesor Holm –doctor en Derecho y Letras y correspondiente de la Real Academia de la Historia– el 8 de noviembre de 1923 en la que enunciaba las distinciones y honores recibidos en aquel año. A título anecdótico, conviene reseñar que en 1921 fue retratado por el escultor Aurelio Cabrera1976, a buen seguro relacionado anteriormente con Arturo Mélida por su dedicación a las artes plásticas, en una placa de escayola1977 en relieve, que se conserva en la Real Academia de la Historia. El hecho de ser representado en esta placa puede interpretarse como un homenaje a la figura de José Ramón Mélida a las puertas de su jubilación. En cierto modo, recalca la importancia del personaje y magnifica el reconocimiento a su labor y aportación en el ámbito histórico-artístico. Pero si un hecho marcó el devenir de la arqueología española ese fue en el campo de la Prehistoria al comienzo de la tercera década del siglo XX. El año 1922 supuso un importante punto de inflexión en el tratamiento académico de la Prehistoria dentro de la Universidad, ya que fue creada la cátedra de “Historia Primitiva del Hombre” en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid1978. La persona elegida fue Hugo Obermaier1979, un sacerdote suizo-alemán que llegó a Espa-

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pertenece una minuta-oficio firmada por el director y el secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y dirigida al presidente del Directorio Militar, agradeciendo la continuidad de Mélida en el cargo de director del Museo Arqueológico Nacional. Véase también La Gazeta correspondiente al 1 de noviembre de 1923. Cfr. Boletín de la Real Academia de la Historia (nº 78, 1921: 96). Vid. supra páginas 106, 109 y 110. Véase La Gazeta correspondiente al 14 de junio de 1930. Archivo del Museo Arqueológico Nacional, nº 2001/101/4 del expediente Mélida. Aurelio Cabrera Gallardo era natural de Alburquerque, Badajoz. Fue discípulo de la Academia de Badajoz y de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. Llegó a ser premiado con dos terceras medallas en las exposiciones generales de 1899 y 1901 y propuesto para condecoración en la exposición general de 1904. La pieza lleva la firma de A. Cabrera en 1921, si bien ingresó en la Real Academia de la Historia en 1923. Actualmente, cuenta con el número de inventario 1387. A los seis meses de la muerte de Mélida, Aurelio Cabrera entregó a la Academia de la Historia una medalla de José Ramón Mélida, acompañada de un inventario con los objetos recogidos en Alburquerque (Badajoz). Cfr. CELESTINO y CELESTINO (2000: 64, sig. CABA/9/7945/65(1). Esta denominación, de cuño francés, reproducía el nombre que en 1868 había adoptado la revista creada por De Mortillet Matériaux pour l´histoire primitive et philosophique de l´homme y que, en 1870, volvió a modificarse para ser Matériaux pour l´histoire primitive et naturelle de l’homme et l’étude du sol, de la faune et de la flore qui s’y rattachent, véase MOURE ROMANILLO (1996: 30-35). La obra más destacada de Obermaier (1877-1946) llevó por título El Hombre Fósil y había sido publicada en 1916, véase AGUIRRE (1996: 127-128). En ésta, reivindicaba la aplicación de la Etnología en el campo de la Prehistoria. A pesar de la oposición que existía entonces en nuestro país a los estudios prehistóricos y evolutivos, la condición eclesiástica de Obermaier, unida a su amistad con insignes intelectuales como Ortega y Gasset, Menéndez Pidal o Gómez Moreno, y aristócratas como el Duque de Alba o el Marqués de Cerralbo - facilitó la consecución de la nueva disciplina cuya cátedra había dejado vacante a su muerte Emilia Pardo

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ña en 1909 como jefe de la comisión científica enviada desde París, junto con Breuil para estudiar las célebres cuevas prehistóricas de Santander1980. Primeramente estudió las cavernas cantábricas subvencionado por el Príncipe de Mónaco, que falleció en 1922, y luego agregado al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. En un principio, se incluyó la Prehistoria en el curriculum docente, con el título de “Historia Primitiva del Hombre” dentro del programa de cursos de doctorado1981. Hasta ese momento la investigación y la docencia de las “primeras edades” estaba en manos de los museos y las facultades de ciencias y la creación de esta cátedra se incluyó dentro de la Facultad de Filosofía y Letras. Suponía que su nueva consideración académica en España ligaba estos estudios a los conocimientos del pasado histórico del Hombre, por lo tanto era competencia de una facultad humanista. De esta manera, el abismo que a finales del XIX se había abierto entre los arqueólogos que volvían la vista hacia la geología y la ciencia natural, que se consideraban científicos, y los que miraban hacia la Historia y el Arte, que se consideraban estudiantes de humanidades, se redujo y la Prehistoria fue integrada en los planes de estudio de letras. La inclusión de Obermaier en la plantilla de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central supuso su convivencia científica con otros catedráticos, como José Ramón Mélida. Obermaier, veinte años más joven que el arqueólogo madrileño, se dedicó a la Prehistoria con la misma distancia de la Protohistoria y de otras épocas más recientes que Mélida respecto a la Prehistoria. Sin embargo, se estableció una relación entre ambos que conviene analizar. Ambos pertenecían a la Real Academia de la Historia, tras ingresar uno en 1906 y otro en 1926, lo que les vinculaba a entornos similares y les situaba cerca de las esferas del poder. De hecho, el Duque de Alba, director de la Real Academia de la Historia, había sido un importante valedor en los logros de Obermaier. El prehistoriador germano había conseguido introducir la Prehistoria en la Universidad acabando con el diletantismo que caracterizaba a la disciplina; y Mélida representaba el paradigma institucionista en la arqueología española. En ese sentido, ambos participaron en el proceso de institucionalización de la Arqueología y la Prehistoria cuando el límite entre ambas seguía siendo confuso. Respecto a la formación académica de Obermaier, conviene resaltar su adopción de la teoría de los círculos culturales gestada en su país y que dejó huella en algunos investigadores de la época como Bosch Gimpera1982. Sin embargo, Mélida no se mostró permeable a esta visión determinista y renunció a aplicar modelos teóricos étnico-culturales en sus planteamientos histórico-arqueológicos. Como Schulten, Obermaier actuó de avanzadilla como portador de influencias germánicas en España que no tuvieron la misma acogida en todos lo casos. Mélida seguía más próximo a la corriente francesa de tradición positivista que a la alemana. El escenario arqueológico español había sufrido un cisma entre los estudios artísticos y los arqueológicos desde comienzos de la década de los veinte. El precedente había sido la creación en 1912 de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas1983 y el colofón, la creación en 1922 de la cátedra regida por Hugo Obermaier, incluida en Filosofía y Letras, y no en Ciencias. Las causas de esta separación hay que buscarlas en la progresiva introducción de las labores de campo como herramienta sustancial del trabajo arqueológico, y que en esta década se generalizó con el lla-

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Bazán en la Universidad de Madrid. De la formación y procedencia alemana de Obermaier da fe su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia en 1926, en el que presentó la escuela de los círculos culturales proyectada sobre el Paleolítico de la Península Ibérica. El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 le sorprendió en Santander, no pudiendo regresar ya a Centroeuropa. Conviene resaltar que más del 80 % del profesorado universitario surgido tras el paréntesis de la Guerra Civil procedía de la escuela de Obermaier, prolongada por su discípulo Martín Almagro Basch. Sobre Obermaier, MORA (2003) y MOURE ROMANILLO (1996). Actualmente, el territorio que ocupa la Comunidad Autónoma de Cantabria. Obermaier había conocido a Breuil en 1904 en Francia y no tardaría en conocer el Paleolítico francés gracias a él. El hecho lo atribuyen Pasamar y Peiró (1991:75) a una muestra de la simpatía que la Academia de la Historia manifestaba recientemente por la Prehistoria y la personalidad de Hugo Obermaier. También debieron de ser fundamentales los apoyos personales recibidos de influyentes personajes como el Duque de Alba, director de la Real Academia de la Historia, véase MOURE ROMANILLO (1996: 3135). CORTADELLA (2003b: XV y XLII-XLIV). Vid. supra página 305.

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mado sistema Wheeler1984. Además, se adoptó una perspectiva teórica aparecida en la disciplina antropológica en el cambio de siglo: el método histórico-cultural, que hizo perder su importancia previa al valor artístico. El caso es que desde el llamado “fin del sueño colonial” de 1898, España había comenzado a buscar el acercamiento a las corrientes europeas del momento y poco a poco iban fructificando contactos personales entre arqueólogos españoles y foráneos. La creación en 1907 de la Junta para la Ampliación de Estudios1985 y en 1910 de la Escuela Española de Arqueología en Roma, se enmarcaban dentro de una política de apertura dirigida y encaminada a la formación de personal docente en el extranjero, que irremediablemente iba a reducir la presencia –dominante en otra época– de la Real Academia de la Historia en el campo de la Arqueología. De esta manera, se produjo un “préstamo cultural” que repercutió favorablemente en la preparación de científicos e investigadores, rompiendo así con la tradición de formación local mantenida durante el XIX. Además, la Arqueología había iniciado en décadas precedentes un progresivo alejamiento en su equiparación con Fig. 68.- Cayetano de Mergelina. la Historia del Arte1986, que ahora se hacía más evidente. En virtud de su posición de catedrático de la Universidad Central, Mélida participó en oposiciones y concursos convocados por otras universidades españolas. Fue el caso de su nombramiento como presidente de tribunal de oposiciones a la cátedra de Arqueología de la Universidad de Valladolid, que acabaría obteniendo Cayetano de Mergelina, con 35 años de edad. Un oficio1987 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, firmado por el subsecretario, así se lo hizo saber por Real Orden del 4 de abril de 1925. Se trataba de la tercera cátedra de Arqueología creada en España tras la de Madrid, en 1900, y la de Barcelona, en 19151988. En esta última quedaría desierta la cátedra de Historia Universal, Antigua y Media, conseguida en 1916 por parte de Pedro Bosch Gimpera. Fue igualmente reclamado para formar parte del Tribunal de Oposiciones de algunas cátedras. Fue el caso de la cátedra de Paleografía1989 e Historia Universal de la Universidad de Santiago de Compostela (La Coruña) para la que Mélida fue nombrado presidente del tribunal el 27 de mayo de 19261990, y posteriormente reclamado el 3 de diciembre del mismo año. En la misma universidad, fue reclamado para elegir catedrático en 1930 en Historia Universal, Edad Antigua y Media1991. Varios meses antes, había recibido una carta del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, en la que 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990

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DÍAZ-ANDREU (1995a: 151-160). DÍAZ-ANDREU (1995b) y DÍAZ-ANDREU (1996). La primera década de Historia del Arte en Madrid fue creada en 1904. Conservado en el expediente personal de Mélida, en el archivo del Museo Arqueológico Nacional. MOURE ROMANILLO (1996: 19). Véase también La Gazeta del 11 de enero de 1915. La Paleografía había sido añadida a los planes universitarios de Historia en 1913. La carta (con membrete de la Universidad Central y con número de entrada 3892) que trata este asunto se conserva en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional. Véase La Gazeta del 26 de noviembre de 1930.

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se le anunciaba el nombramiento como presidente del tribunal de oposiciones a la cátedra en turno libre de Paleografía, vacante en la Universidad Central de Madrid. La misiva estaba fechada el 29 de marzo de 1926. Pero su etapa en la Universidad estaba llegando a su fin. El día 26 de octubre de 1927, coincidiendo con su 71 cumpleaños, Mélida explicó su última lección como catedrático de Arqueología de la Universidad Central de Madrid siendo objeto de efusiva demostración de afecto por parte de sus alumnos y compañeros1992. Había sido nombrado en 1912 en sustitución de Juan Catalina García y, después de quince años, dejó de desempeñar su puesto de catedrático. A pesar de su cese como profesor, todavía mantuvo cierta actividad interviniendo en oposiciones como la celebrada para elegir catedrático de Numismática y Epigrafía de la Universidad Central. Un oficio1993 fechado el 7 de noviembre de 1927 con membrete del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (Dirección General de Enseñanza Superior y Secundaria, Sección Séptima) comunicó a Mélida su inclusión en el tribunal de oposiciones, como vocal de la junta. Seguía desempeñando entonces sus funciones de tesorero de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cargo en el que fue reelegido para todo el año 19271994. En la misma Academia, fue reelegido vocal de la Comisión de Archivos y Bibliotecas Musicales para el bienio 1927-19281995. Desde el punto de vista ministerial, el día 3 de mayo de 1928 una Real Orden certificó el ascenso de la categoría honorífica de Mélida como catedrático de Arqueología de la Universidad Central. Poco después, un oficio firmado por el director general de Enseñanza Superior y Secundaria el 3 de noviembre de 1928 (recibido por el rector, Luis Bermejo y Vidal1996, el 10 de noviembre) y redactado a propuesta del Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes y de conformidad con lo establecido en el artículo 1º de la Ley de 27 de julio de 1918 y Real Decreto Ley de 22 de junio de 19261997 dispuso el cese de Mélida en el servicio activo de la enseñanza en virtud de haber cumplido la edad reglamentaria. Ésto le daba derecho a una gratificación económica, como ponía de manifiesto un oficio que el decano de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, José Alemany Bolufer1998, le envió al rector el 5 de enero de 1929: En la Junta de Facultad que tuvo lugar el día 10 de diciembre último, se acordó que el que suscribe hiciera las gestiones pertinentes (...) a fin de que el ilustre catedrático jubilado de Arqueología, D. José Ramón Mélida Alinari, le sea respetada la gratificación de 3.000 pesetas1999. Se daba la especial particularidad que Mélida era casi el único catedrático en España que no cobra sueldo, sino una gratificación consignada especialmente en el capítulo correspondiente de los presupuestos2000. Previamente, el propio Alemany había justificado la remuneración y el acuerdo al que se había llegado tras celebrarse una Junta de Profesores el 29 de septiembre de 1928, que premiaba el trabajo del maestro insigne a quien tanto debe la cultura española2001. A cambio, Mélida impartió un curso de arqueología hispana. Ya en octubre de 1928, se había tramitado su jubilación definitiva en el plano económico, como

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CASTAÑEDA (1934: 10). Conservado en el expediente de Mélida (signatura P-606) dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. Minuta-oficio fechada el 30 de diciembre de 1926 y guardada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Signatura 274-6/5. Minuta-oficio fechada el 30 de diciembre de 1926 y guardada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Signatura 274-6/5. Ocupó el cargo de rector entre 1927 y 1928. Documento conservado en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. De la misma naturaleza es una minuta conservada en el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, legajo 7.495-1. Ocupó el cargo de decano desde 1926 hasta 1929, inclusive. Documento conservado en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. Otro oficio, con fecha en 14 de abril de 1928 y firmado por el decano José Alemany, se refiere al mismo asunto tratado en el presente documento. Minuta oficial de la Universidad de Madrid, con membrete de la Secretaría General, firmada por el rector y dirigida al director general de Enseñanza Superior y Secundaria. Oficio conservado en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid

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indica un oficio2002 enviado por el director general de Deuda y Clases Pasivas, Dirección General de Enseñanza Superior y Secundaria, al decano de la facultad de Filosofía y Letras, José Alemany Bolufer. Se ponía así fin a tres lustros de estancia en la principal universidad madrileña. En esta misma década y en el marco de la arqueología internacional, se produjo un descubrimiento arqueológico que conmovió al mundo entero: la tumba del faraón egipcio Tutankamon en el Valle de los Reyes. Durante varios meses de 1922, el equipo del británico Howard Carter fue traspasando las puertas selladas que precedían la cámara funeraria del faraón, hasta que el día 26 de noviembre el inglés accedió hasta la propia momia de Tutankamon2003. El hallazgo tuvo una repercusión mediática sin precedentes por la espectacularidad y opulencia del tesoro contenido en la tumba. Pocos meses después del sensacional descubrimiento fue fundado el Comité Hispano-Inglés por la Residencia de Estudiantes, en colaboración con el Duque de Alba y con el entonces embajador de Inglaterra, Esme Howard. La misma Residencia de Estudiantes fue la encargada de acoger las conferencias y proyecciones de Carter en España durante 19242004. Mélida figuró entre los asistentes a la conferencia que ofreció Carter en la citada institución el 25 de noviembre de 1924, a la que acudieron también importantes personalidades del mundo de la Arqueología como Pierre Paris y Manuel Gómez Moreno; y del mundo artístico-cultural como José Ortega y Gasset, Mariano Benlliure o Eugenio D’Ors. Cuatro años más tarde, en 1926, se produjo otro de los hallazgos más espectaculares de la década. Fueron localizadas las tumbas reales de Ur (actual Irak, a orillas del Eúfrates) por el arqueólogo inglés Leonard Woolley2005. Tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamon por Howard Carter en 1922, la década de los veinte convirtió a la Arqueología en una disciplina capaz de generar expectativas colonialistas sobre todo en el Próximo Oriente, donde países como Inglaterra y Francia establecieron protectorados que ampliaban su horizonte geográfico. También en el plano internacional, hay que reseñar un informe2006 firmado por Mélida referente a la posibilidad de que arqueólogos españoles pudieran incorporarse a la Escuela Francesa de Atenas, becados por sus propios gobiernos. El asunto ya había sido contemplado por Théophile Homolle en abril de 1898, cuando fue celebrado el cincuentenario de la fundación de la Escuela Francesa de Atenas. Mélida planteó entonces la propuesta con Homolle, de manera que tras más de veinte años fue retomada esa prometedora iniciativa, en la que Homolle reiteró en el terreno amistoso y confidencial la invitación a España para que enviara sus pensionados, tanto arqueólogos como artistas2007. La estancia de cada pensionado sería de un año o seis meses. El primer paso de Mélida fue extender la propuesta primeramente a la Academia de la Historia el 23 de junio de 1922, para que si ésta aceptaba la propuesta, pudiera hacerlo al Gobierno. De haber acuerdo serían el gobierno francés y los directores de la Academia Española en Roma y de la Escuela Francesa en Atenas los encargados de nombrar a los pensionados. Mélida era de la opinión de que en cuanto a los arqueólogos sería conveniente que también compartieran el tiempo de la pensión entre Roma y Atenas; y que por tratarse de la creación de nuevas pensiones, consideraba necesario que se procediera contando con la Junta para Ampliación de Estudios y con la Junta Facultativa del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Tenía el convencimiento de la trascendencia y segura eficacia que tendría la aceptación de esta propuesta.

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Documento conservado en el expediente personal de Mélida (signatura P-606), dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. CARTER (1995). Aparte de la rápida divulgación en la prensa de todo el mundo, los detalles de la excavación y los objetos rescatados fueron explicados en conferencias que recorrieron multitud de países. A España vino Carter en 1924, lo que vino acompañado de numerosos artículos publicados en la prensa nacional. Véase GARCÍA RODRÍGUEZ (1997: 534-535). En NATIONAL GEOGRAPHIC (1985: 222-233), pueden conocerse los antecedentes de Leonard Woolley y las circunstancias en las que se produjo el hallazgo de las tumbas reales de Ur. Informe sobre admisión de pensionados especiales en la Escuela Francesa de Atenas, en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (nº 16, 1922: 147-149). Llegó a hacerse extensible no sólo a arqueólogos, arquitectos y escultores, sino también a pintores y músicos.

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EXCAVACIONES EN OCILIS (M EDINACELI) Los trabajos arqueológicos realizados en Medinaceli durante los años de 1924 y 1925 se presentaron como un complemento a los estudios llevados a cabo en la región celtíbero-romana en años precedentes. A las excavaciones de la Comisión en Numancia había que añadir los estudios iniciados por el Marqués de Cerralbo en diversos yacimientos situados en el curso alto del río Jalón, como la mansio Arcobriga, identificada por el Marqués con la localidad zaragozana de Monreal de Ariza, las necrópolis celtibéricas de Uxama y Gormaz (Soria), las de Luzaga y Aguilar de Anguita (Guadalajara); y la estación paleolítica de Torralba del Moral, en Soria2008. Mélida escogió la ciudad de Ocilis para completar el cuadro arqueológico de la provincia de Soria, aportando así más luz sobre esta zona de la Península comprendida entre las provincias de Zaragoza, Guadalajara, Soria, y en la que el Marqués de Cerralbo se mostró como el más activo arqueólogo. Conviene señalar que después de las excavaciones de Mélida en Medinaceli, el atractivo arqueológico de esta población permaneció dormido hasta que en los años 1980 fue retomado de nuevo el interés y se acometieron nuevos trabajos gracias a María Mariné2009. Con cierta mirada retrospectiva, no hay duda al afirmar que este episodio arqueológico, aparentemente aislado en un contexto de grandes excavaciones como las acometidas en Numancia y Mérida, tuvo mucho que ver con el inestimable empeño del Marqués de Cerralbo. El aristócrata debió de aspirar a completar el mapa arqueológico de los lugares más interesantes de la provincia de Soria. En esos momentos, nadie acumulaba el prestigio y consideración científica de Mélida, que ya contaba con una sólida experiencia de campo tras sus campañas en Numancia y en Mérida. Los habituales encuentros en el Palacio del Marqués en Santa María de Huerta, y la pertenencia de ambos a la Comisión Ejecutiva de Numancia reforzaron la afinidad entre ambos. Además, no es difícil imaginar que en la elección de este lugar para practicar excavaciones pudiera haber influido el Marqués de Cerralbo, que ocupó durante muchos años la vicepresidencia de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. Ocilis había sido citada por cronistas como Apiano, refiriéndose a ella como la ciudad donde los romanos tenían los víveres y el dinero, primero con el general Nobilior y luego acampados con el cónsul Claudio Marcelo. Debió de tratarse de un punto estratégico, situado cerca del nacimiento del río Jalón, para consumar la rendición de la vecina Numancia. Gracias a estas referencias literarias, Mélida pudo valorar el potencial arqueológico de una ciudad de la que hasta ese año apenas se conocían restos arqueológicos aislados y escasos. Entre ellos, restos cerámicos y monedas celtíbero-romanas que coleccionaron eruditos locales como Gregorio Velasco2010. Al recorrer el contorno de la villa, Mélida advirtió restos romanos en sus murallas, mezclados con otros árabes, excavados hace más de una década, entre 1988 y 1991, tras la localización de nuevos tramos de muralla romano-medieval2011. De éstos, los más importantes correspondían al castillo, en el que se cuenta que murió Almanzor después de la batalla de Calatañazor. En definitiva, propuso la existencia de dos colinas, topográficamente óptimas como puntos defensivos, en las que se conservaban restos arqueológicos y que concordaban con las referencias legadas por los clásicos. Una de las colinas debía de corresponder a la ciudad celtíbera, identificada por Adolf Schulten con la llamada Villa Vieja, y otra a un campamento romano, identificada por el germano con Medinaceli. Este extremo no fue confirmado por Mélida, que consideró este asunto poco aclarado: deberá pensarse que esas dos mesetas de los dos cerros contiguos fueron la una centro y la otra barrio anejo de la ciudad (...) resulta dudosa la situación de la ciudad celtíbera y la del campamento sitiador; segura y patente la de la ciudad romana2012. El caso es que en Villa Vieja

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Para más datos sobre los estudios arqueológicos del Marqués de Cerralbo en estos yacimientos, véase NAVASCUÉS BENLLOCH (1996: 29-35), capítulo Pionero de la arqueología española. MARINÉ (2002). MÉLIDA ALINARI (1926b: 4). BOROBIO, MORALES y PASCUAL (2002: 46-47) y LERÍN ET ALII (2002). MÉLIDA ALINARI (1926b: 17).

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eran visibles restos de una doble línea de murallas que defendían la meseta, y cuya conservación era precaria. Mélida interpretó la disposición de las murallas como una fortificación compuesta de lienzos y torres semicilíndricas, cuya construcción era de una especie de hormigón2013. En general, llamó su atención la desconcertante mezcla de materiales advertida en Villa Vieja2014, dispuestos no en capas sino acumulando de manera desordenada objetos desde celtibéricos hasta medievales: monedas celtibéricas, candiles árabes, lucernas romanas, barros vidriados moriscos, etc. Además, fueron localizados varios enterramientos de inhumación con la cabecera al Oeste, que Mélida asoció a una necrópolis romana. En la meseta donde Schulten había identificado la presencia de un campamento romano aparecieron monedas romanas imperiales de Ampurias, Celsa (Velilla del Ebro, Zaragoza), etc; además de monedas árabes y cristianas de época medieval. Para completar el estudio previsto en esta campaña de excavaciones, Mélida consideró indispensable llevar a cabo alguna exploración en la misma villa de Medinaceli. Los restos más visibles correspondían a las hiladas inferiores de las murallas, además de la multitud de sillares romanos aprovechados en las reconstrucciones posteriores de las mismas. También se detuvo Mélida a analizar el arco de Medinaceli2015, como el monumento más destacado y característico del pasado romano de la ciudad. Se refirió a él como un arco honorífico y no triunfal y llegó a especular con la posibilidad de que hubiese sido erigido por los ocilienses para honrar al cónsul Marcelo, extremo que él mismo ponía en duda por el pesado tributo que este cónsul impuso a los ocilienses. Desde el punto de vista administrativo, y a juicio de Mélida, el arco de Medinaceli debió de marcar el límite del convento jurídico cluniense. Rastreando en la disposición del trazado de la ciudad romana de la villa nueva y valiéndose de un plano moderno, Mélida apreció el cardo y el decumanus de la Ocilis romana2016. Aunque, sin duda, volvió a ser el material2017 el que centralizó el capítulo de los hallazgos. Se recogieron fundamentalmente fragmentos cerámicos de varias épocas y utillaje metálico procedentes de la población árabe de los siglos XI y XII. Además, el arco romano de Medinaceli fue el tema elegido por Mélida en el homenaje a Menéndez Pidal de 1925. El arqueólogo madrileño especuló con la posibilidad de que en el territorio donde se levantaba el arco estuviera la población celtíbera de Ocilis, coronando un cerro de escarpadas vertientes. Sin embargo, Schulten era de la opinión de que la ciudad romana en origen había sido un campamento. En principio, el arco había sido erigido por los ocilienses para honrar al cónsul Marcelo pero resultaba más creíble para Mélida que hubiera sido en honor de Escipión o en honor de algún ciudadano. La datación propuesta por él situaba el arco en tiempos del Imperio y su función en un hito de demarcación territorial o límite entre conventos jurídicos. De todos modos, afirmaba Mélida, es un monumento artístico y con singular arte emplazado para lucir y pregonar una gloria romana, cual fue el completo dominio y la obra pacificadora y civilizadora realizada bajo Augusto2018. Además, solicitó su declaración de Monumento Nacional en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando2019 en un informe firmado el 16 de diciembre de 1925. También se hizo eco de esta petición un informe, incluido en la sección “Informes Oficiales”, firmado por Manuel Gómez Moreno en el número 90 del Boletín de la Real Academia de la Historia (1927: 260-261). Este último informe incluía un estudio del arco, realizado por Gómez Moreno.

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Para conocer los pormenores arquitectónicos de la obra defensiva y los restos de construcciones documentados por Mélida y su equipo, véase MÉLIDA ALINARI (1926b: 6-8). Véase listado de los materiales hallados en Villa Vieja, en MÉLIDA ALINARI (1926b: 10-12). Véase también MARINÉ (2002) y ABASCAL y ALFÖLDY (2002). Más detalles topográficos y de dimensiones de la ciudad en planta en MÉLIDA ALINARI (1926b: 14-15). Listado de materiales recuperados en MÉLIDA ALINARI (1926b: 15-16). MÉLIDA ALINARI (1925e: 26). Véase, además, ABASCAL y ALFÖLDY (2002). Véase el referido Boletín, nº 19 (1925: 185-186).

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LA ARQUEOLOGÍA CLÁSICA DURANTE EL RÉGIMEN PRIMORRIVERISTA Desde el 13 de septiembre de 1923 España se encontraba controlada políticamente por Miguel Primo de Rivera, quien con el apoyo del monarca Alfonso XIII y de la mayoría de los grupos conservadores, instauró una dictadura militar. El nuevo régimen supuso la supresión de las libertades democráticas y la concentración de los poderes en el llamado Directorio Militar, que en el año 1925 fue sustituido por el Directorio Civil. El proyecto nacional capitaneado por Primo de Rivera se justificaba a sí mismo como una fórmula que acabaría con los males endémicos del país, la inoperante reforma constitucional y el empuje de los nacionalismos periféricos. Mientras tanto, Europa estaba sumida en una crisis de conciencia, dominada por el pesimismo y por una visión catastrofista. La Primera Guerra Mundial había causado estragos y se abría ante Europa un período de entreguerras en el que la intelectualidad adoptaba actitudes misantrópicas. Desde el punto de vista legislativo, el patrimonio nacional había sufrido cambios durante la dictadura de Primo de Rivera. Ya en 1925 el nuevo gobierno había ordenado la constitución de una comisión, integrada por personas de reconocida valía para elaborar una “Ley de Protección de la riqueza artística de España” con la intención de superar las limitaciones de la legislación anterior. Un año más tarde fue firmado el Decreto-Ley de 9 de agosto de 1926. La base era una nueva figura de protección: el Tesoro Artístico Nacional, constituido por el conjunto de bienes muebles e inmuebles dignos de ser conservados para la Nación por razones de arte y cultura2020. La nueva Ley contemplaba una definición amplia de monumentos en la que se consideraba la necesidad de preservar los ambientes típicos, artísticos y pintorescos2021. El artículo octavo de la Ley, en su párrafo segundo, hacía referencia expresa a que no podrán ser demolidos los monumentos en tal forma incluidos en el Tesoro Artístico Nacional sin expresa autorización del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, que lo concederá excepcionalmente y sólo por razón de la imposibilidad de su conservación. Asimismo, se prohibía la exportación de obras de arte y se constituyó una Junta para la conservación y acrecentamiento del Tesoro Artístico Nacional. Mélida llegó a ser nombrado vocal de la Junta Central de Patronato del Tesoro Artístico Nacional el 19 de noviembre de 1926, como se desprende de una carta2022 que recibió ese mismo día procedente de la “Sección Central del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes”. El nombramiento se hizo efectivo en virtud del artículo segundo del Real Decreto que constituyó el Tesoro Artístico Nacional. En el plano cultural, España llevaba ya dos décadas acentuando su acercamiento a las corrientes europeas; y en el plano arqueológico, cada vez era más habitual la colaboración de arqueólogos españoles en proyectos de carácter internacional, lo que influyó positivamente en el nivel de la arqueología española. Fuera de nuestras fronteras, destacó la publicación en 1925 de la obra de Vere Gordon Childe2023 titulada The Dawn of European Civilization (La Aurora de la civilización europea), en la que el autor acuñó el término “cultura arqueológica” bajo parámetros difusionistas, fundándose en un cuadro cronológico inspirado en el sueco Oscar Montelius y en el que situaba en Oriente la justificación a la Prehistoria europea. Las propuestas cronológicas de Gordon Childe fueron aceptadas universalmente. En el campo de la Filología, conviene señalar que a lo largo de esta década consiguió transcribirse la escritura ibérica gracias a inscripciones epigráficas y monedas y a la labor esencial del historiador del arte Manuel Gómez Moreno, a la sazón, sustituto de Mélida en la función de Anticuario de la Real Academia de la Historia en 1935. A diferencia de Mélida, Gómez Moreno no se separó de la línea anticuaria que tanto peso tuvo en su formación. No asimiló la línea científica de sus compañeros y se mantuvo más ligado al arquetipo decimonónico anticuarista que a la arqueología científica que se estilaba entonces. Como Mélida, creció y se formó con una óptica 2020 2021

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MORALES (1996: 12-13 y 45); DÍAZ-ANDREU (2004: LXXXII-LXXXVI). Más información sobre la legislación en la primera mitad del siglo XX, en GANAU CASAS (1998), capítulo titulado Esfuerzo legislativo del primer tercio del siglo XX. Sobre el decreto-ley del 9 de agosto de 1926, véase también H ERNÁNDEZ H ERNÁNDEZ (2002: 153-155). Conservada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional. RENFREW (1986: 46-49).

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Fig. 69.- Mélida, en primera fila, a la izquierda, junto a conservadores del Museo Arqueológico Nacional, en 1930.

artística más que arqueológica, pero mientras Mélida se decantaba por una apertura científica mostrada en sus excavaciones de campo, Gómez Moreno siguió estrechamente ligado a un modelo más próximo a la arqueología de gabinete. Mélida encaró la segunda mitad de la década de los años 1920 con un contexto político dominado todavía por la dictadura que había impuesto Miguel Primo de Rivera en 1923. En el escenario cultural, cabe reseñar la creación en 1928 de la Escuela Francesa en Madrid o Casa de Velázquez 2024, que había tenido como antecedente la creación en 1909 de la Escuela de Estudios Superiores Hispánicos. Al frente de la segunda estuvo Pierre Paris2025, a la sazón fundador de la Casa de Velázquez. El principio del siglo XX había marcado un giro en la política francesa respecto a España, ya que ambos países tenían intereses en África. Sin embargo, desde la conferencia celebrada en Algeciras en 1906 y el tratado del 27 de noviembre de 1912, en el que que se reguló el reparto de cada una de las dos naciones en Marruecos, los intercambios culturales entre Francia y España se intensificaron y llegaron a generar la fundación del colegio francés de Madrid en 1906. Otro motivo de acercamiento entre los dos países vecinos fue la rivalidad arqueológica entre Alemania y Francia, ya que en las primeras dos décadas del XX el pangermanismo había encontrado el rechazo de una vía intelectual salida de los países latinos, bajo la idea común de una unión latina2026. Efectivamente, Mélida es otro claro ejemplo. 2024

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Fue llamada Casa de Velázquez en homenaje al pintor español, ya que éste solía instalar en este lugar su caballete para pintar. Cfr. GRAN AYMERICH y GRAN AYMERICH (1991: 121), GRAN AYMERICH (2001: 529-540, 599) y MORET Y CRESSIER (1999: 43-47). Al fundarse la Casa de Velázquez en 1928, Pierre Paris ya no llevaba trabajos de campo. Desde este momento sus actividades se centraron en las de un organizador y un federador, que intentaba promover las colaboraciones entre investigadores franceses y españoles. Un ejemplo lo tenemos en el nacionalismo exacerbado del arqueólogo francés Louis Capitan, quien en 1920 fundó el Instituto

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Francia desempeñaba el rol de intermediario intelectual entre las naciones y la Casa Velázquez se impuso como la institución extranjera que tenía más alto número de excavaciones en España. La penetración francesa en los intereses culturales españoles hay que comprenderla como un intento, desde la Primera Guerra Mundial, de ganarse a España como aliada para sustraerla de la órbita alemana, que culminó en la implantación de diversas instituciones. En 1928 fue publicada la obra del prehistoriador alemán Gustav Kossinna titulada Orígenes y expansión de los germanos en la Prehistoria y los tiempos tempranos2027. Eran años en los que el pangermanismo comenzaba a dejarse notar, espoleado por el atractivo de las teorías histórico-culturales que circulaban entonces por Alemania. Sin embargo, la influencia francesa en España superaba todavía durante estos años a la alemana. En este contexto de dictadura política se concedió más importancia y protagonismo a los estudios clásicos2028, un hecho que se explica con la interrupción de las subvenciones al yacimiento celtíbero-romano de Numancia en 1923 y la continuación de las excavaciones en la ciudad romana de Mérida hasta 19302029. Las fechas prácticamente coinciden con el Directorio Militar de Primo de Rivera hasta la proclamación de la Segunda República en 1931. No hay que atribuir esta salomónica decisión al director de ambas excavaciones José Ramón Mélida, a la sazón secretario general de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. Parece evidente que era el más interesado en continuar los trabajos tanto en Numancia como en Mérida. Sin embargo, debe destacarse que el Marqués de Cerralbo, indiscutible apoyo a la hora de continuar las excavaciones en Numancia por ocupar la Vicepresidencia de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, había fallecido en 1922. La decisión de los ideólogos del Directorio primorriverista debió de encontrar vía libre ante unos miembros de la Junta que no presentaron oposición. En líneas generales, José Ramón Mélida se mantuvo al margen de las desavenencias y brotes reivindicativos surgidos contra la dictadura primoriverista en los círculos intelectuales y culturales. Asumió la nueva situación socio-política alejado de cualquier filiación ideológica, mostrando su vocación científica y su distanciamiento del entorno político. Incluso, permaneció al margen de aquellas manifestaciones y protestas universitarias que crearon en marzo de 19252030 la Unión Liberal de Estudiantes y que recibieron el apoyo de ilustres catedráticos como Ortega y Gasset, Jiménez de Assúa, Miguel de Unamuno, Américo Castro, etc. A pesar de su puesto de catedrático –en el que apenas iba a permanecer dos años más– Mélida estaba a punto de cumplir 70 años y las agitaciones estudiantiles contra la rigidez dictatorial del régimen poco afectaron a un hombre “ensimismado” en sus tareas de historiador y cuyo talante revelaba una cierta factura conservadora en las últimas décadas de su vida. Ante este panorama de preponderancia clásica sobre la prehistoria y la protohistoria españolas, Mélida se vio inclinado hacia temáticas de época romana. Además de su excavación y publicación del circo romano de Mérida2031, dedicó una publicación a los Monumentos romanos de España, en la que repasó la honda huella que había dejado en España la civilización romana2032. Dio cuenta de la cerámica sigillata o saguntina, de los distintos órdenes romanos, de las edificicaciones de ingeniería como puentes, calzadas, puertos, acueductos, cisternas, arcos, termas, etc. Se detuvo a repasar los campamentos militares romanos de la Península, entre los que nombró los de Cáceres el Viejo, León (Legio VII Gemina) y Numancia. Llama la atención el error en el que incurrió al situar los campamentos de la Legio X Gemina en la localidad zamorana de Benavente, ya que éstos se encuentran más al Oeste, entre las poblaciones de Rosinos de Vidriales y Santibáñez de Vidria-

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Internacional de Antropología, en el que negó la entrada de eruditos alemanes y austriacos, véase GRAN AYMERICH (2001: 403 y 407-408). Ya en 1912 había publicado Kossinna su Die Deutsche Vorgeschichte, eine herrvoragend nationale Wissenschaft, en el que sacó a la palestra la primacía de la prehistoria alemana sobre el resto de Europa. Sobre su interpretación de la Historia, véase LÓPEZ J IMÉNEZ (2001: 75). CANFORA (1980). Así lo apunta además DÍAZ-ANDREU (1997: 410-411). Véase TUÑÓN DE LARA (1992: 329-332), capítulo La Universidad, en rebeldía. Vid. supra sobre las excavaciones llevadas a cabo en Mérida entre 1910 y 1930. MÉLIDA ALINARI (1925c).

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les2033. Un nuevo error cometió Mélida al identificar las ruinas de Ercavica con las de Cabeza del Griego, que como bien es sabido, se encuentran en Segobriga2034. Seguramente, estos dos errores de ubicación toponímica eran generalizados entre los especialistas de entonces ya que ni la Legio X Gemina ni Segobriga habían sido lo suficientemente investigadas como para que su localización, hoy certera, pudiera darse por segura. Además, el arco romano de Medinaceli fue el tema elegido por Mélida en el homenaje a Menéndez Pidal de 19252035. En cuanto a las publicaciones de 1925, cabe destacar el Catálogo Monumental de la provincia de Badajoz2036. Por otro lado, el fallecimiento del soriano Narciso Sentenach el día 26 de agosto de 1925 motivó la publicación de una necrológica2037 que llevó la firma de Mélida en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, y en la que repasó la trayectoria de este humanista e historiador que compartió con él una trayectoria común en cuanto a los puestos que ocupó durante su dilatada carrera. En los últimos años de su vida, la trayectoria profesional de Mélida se vio reconocida con multitud de distinciones y nombramientos honoríficos. Entre ellos, recibió en 1928 la Gran Cruz de Alfonso XII, según fue recogido en el apartado de noticias del Boletín de la Real Academia de la Historia2038, firmado por Vicente Castañeda. En este mismo Boletín dio cuenta de la muerte de su amigo y correspondiente mallorquín de la Academia, Gabriel Llabrés2039. Falleció el 15 de marzo de 1928 en su Palma de Mallorca natal. En la necrológica2040 que le dedicó Mélida, éste repasó su intensa actividad arqueológica, en especial los últimos años de su vida, en los que pronunció numerosas conferencias y excavó, por encargo oficial, el yacimiento romano mallorquín de Pollentia, en La Alcudia. Como muestra de su entrega y sensibilidad, Mélida recordó aquel día del 28 de febrero de 1894, en el que el mallorquín desafió al incendio que se declaró en la Casa Consistorial de Palma de Mallorca para salvar los legajos arrojándolos al patio. Una de las piezas más paradigmáticas de la época romana fue el Disco de Teodosio, a la cual dedicó una monografía Mélida en el año 1930 dentro de las páginas de la Revista de Archivos. Consistió en un resumen de la memoria dada a conocer por Antonio Delgado en 18492041, dos años después de haberse encontrado la pieza argéntea en la localidad pacense de Almendralejo. El estudio se inscribía dentro de un contexto proclive a la sobrevaloración del mundo romano, como ha quedado explicado anteriormente. Una vez analizados los pormenores iconográficos y los estudios llevados a cabo sobre la pieza, el arqueólogo madrileño llegó a sospechar que Antonio Delgado no había conocido el primer trabajo dedicado al clípeo puesto que ni siquiera lo llegaba a citar. Se trataba de una breve comunicación que hizo al Instituto Arqueológico Alemán el alemán Wilhelm Henzen2042 en 1848. Según él, quien primeramente impugnó las aseveraciones de Delgado había sido el erudito escritor francés Mérimée en el examen que publicó de la memoria de aquel. Destacó, además, las aportaciones de Hübner, Leclercq y Delbrueck. Sobre el arte y destino del disco, fijó su cronología en el siglo IV cuando con la caída del paganismo agonizaba su expresión artística y la del cristianismo comenzaba a señalar la suya2043. Para él, Tesa2033 2034 2035 2036 2037 2038 2039 2040 2041

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J IMÉNEZ DE F URUNDARENA (inédito). Tesis leída en 1996. ALMAGRO-GORBEA y ABASCAL (1999: 37-45). Véase el capítulo sobre las excavaciones de Ocilis. Véase el capítulo Primera gran obra de conjunto: el Catálogo Monumental de Extremadura. MÉLIDA ALINARI (1925f). Véase el Boletín de la Real Academia de la Historia, nº 92 (1928: 445) y La Gazeta correspondiente al 22 de enero de 1928. Más datos biográficos en ESPASA CALPE, tomo 31, 1929: 977. MÉLIDA ALINARI (1928a). Pedro Sabau (secretario de la Real Academia de la Historia) informó en la noticia de sus actas del año 1850 y añadió que en las del año anterior de la Academia de Ciencias de Viena, el señor Arneth había hecho un extracto e informe de la memoria, con reproducción del dibujo, celebrando en carta particular que los conocimientos arqueológicos hubieran sido tan eficazmente adelantados por un español. Sobre una de las últimas publicaciones sobre el Disco, BLÁZQUEZ MARTÍNEZ (2001). Erudito y epigrafista alemán que contribuyó activamente a la recopilación de textos epigráficos latinos y que llegó a pertenecer a la escuela del epigrafista italiano Bartolomeo Borghesi, conocido como el “Champollion de la epigrafía latina”. Durante cierto tiempo ocupó el puesto de Primer Secretario del Instituto Arqueológico Alemán. Más información en MARCHAND (1996: 59-60, 103). MÉLIDA ALINARI (1930b: 28).

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lónica debió de ser el lugar donde se celebró la festividad lustral conmemorada por el clípeo2044, y verosímilmente donde se concibió este precioso objeto, suponiendo que existirían allí talleres pertenecientes al estado. Respecto a la técnica usada, entendió Mélida que del mismo molde debieron de salir varios ejemplares destinados a las provincias del Imperio, resaltando en la pieza la fastuosidad bizantina, muy especialmente en las preciadas joyas, en los adornos y bordeados de los trajes, que por sus motivos y su colocación en ellos le recordaban mucho a los de las ropas de los cristianos coptos del Egipto. Igualmente, se hizo eco de las interpretaciones iconográficas propuestas por los distintos arqueólogos que estudiaron la pieza2045. En cuanto a la denominación más precisa para referirse al disco de Teodosio, Mélida se inclinó por el término clípeo, ya que la denominación missorium implicaba unos bordes y un aplanamiento que no se correspondían con el disco de Teodosio. Respecto a la montura del disco advirtió la presencia de unos porta-insignias de bronce, a los que dedicó un trabajo Francisco Álvarez-Ossorio, al tener que clasificar en la sección primera del Museo Arqueológico Nacional un ejemplar descubierto en las excavaciones practicadas por Gabriel Llabrés en las ruinas romanas de Pollentia. En el citado trabajo se citaban tres ejemplares semejantes al disco: uno del Museo de Avignon, otro del Museo del Ejército en París y el consabido de Pollentia. Para Mélida, no era aventurado suponer que a un porta-insignia análogo fuese adaptado el de Teodosio para mostrarlo oficialmente el vicario de Emerita Augusta2046. El mismo año apareció con su firma en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones un breve estudio a tres obras escultóricas encontradas en suelo español. Una era el Hércules, encontrado en el término jiennense de Alcalá la Real. De estilo helenístico, Mélida la atribuyó a una obra llevada a cabo por artistas griegos o artistas itálicos enseñados por aquellos, pensando que fue importada a la península por los romanos durante su dominación. Según él, había que buscar semejanza con las esculturas del templo de Zeus en Olimpia, construido entre el año 480 y el 457 antes de Cristo: acaso ese tipo de Hércules lo fijara el famoso escultor de Argos Ageladas, maestro de Mirón, Fidias y Policleto, y autor de una estatua de Hércules seccurator, de la que desgraciadamente sólo se tiene noticia por referencia2047. Las otras dos esculturas en cuestión eran la estatua de Asklepios, localizada en Ampurias en 1909, y una cabeza de Venus procedente del mismo yacimiento. El arqueólogo norteamericano Rhys Carpenter advirtió en la estatua de Asklepios, concebida en mármol del Pentélico, un tipo fidiano que relacionó con la mano artística de Agorácrito, el mejor continuador de su maestro Fidias. Uno de sus máximos logros editoriales fue la publicación en 1931 de un capítulo en el volumen titulado Arte Clásico (Grecia y Roma) –dirigido por el alemán Gerhart Rodenwaldt2048–, perteneciente a la enciclopedia de Historia del Arte editada por Labor. Concretamente, el capítulo redactado por Mélida aparecía bajo el encabezamiento El arte clásico en España. En él, ofrecía su particular punto de vista acerca de la presencia griega en la Península Ibérica desde una óptica clasicocéntrica de corte filohelenista que ya había mostrado en su trayectoria como profesional. Para él entre aquellos primeros orientales que arribaron a nuestras costas se contaron los griegos primitivos, cuya civilización, desarrollada durante la Edad del Bronce, nos es conocida por los descubrimientos arqueológicos efectuados en el país del Mar Egeo2049. Partía de la base de que la riqueza minera de Tartessos había atraído a los barcos del rey de Creta, cuando los cretenses eran dueños del mar. A partir de este planteamiento, Mélida propuso un parentesco entre los monumentos megalíticos peninsulares y la arquitectura generalmente cultivada por los pueblos del Mediterráneo anteriormente a la gran civilización griega; y más visos de parentesco advirtió todavía entre las construcciones ciclópeas de las murallas de Tarragona, Sagunto, Gero2044 2045 2046 2047 2048

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Escudo que contiene una imagen o emblema. MÉLIDA ALINARI (1930b: 17-35). MÉLIDA ALINARI (1930b: 35). MÉLIDA ALINARI (1930c: 110). La traducción fue llevada a cabo por Luis Boya Saura, del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Rodenwaldt representó la Arqueología como Historia del Arte basándose en la historia del estilo, cuyo método fue una decisiva aportación para la arqueología clásica, una disciplina en vías de considerarse como rigurosamente científica. Sobre las pretendidas inclinaciones nacistas de Rodenwaldt, véase CANFORA (1980: 201). MÉLIDA ALINARI (1931a: 99).

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na y Olérdola y las fortalezas griegas primitivas de Tirinto y Micenas, como ya argumentara en su discurso de 1906 sobre la Iberia arqueológica ante-romana. En cuanto a los famosos bronces de Costig2050, localizados en Mallorca a finales del XIX, Mélida observó una coincidencia entre estas figuras de toro y los símbolos religiosos creto-micénicos, evidenciando una vez más las secuelas que el difusionismo micénico dejó en Mélida. Recordemos que fue Pierre Paris el investigador que le transfirió esta visión en la primera década del XX. Aunque Mélida la matizara en muchas ocasiones, la óptica micénica no desapareció nunca de su propuesta de escenario para la Península Ibérica. El mismo perfil panhelenista lo aplicó a las analogías de formas cerámicas griegas con algunas peninsulares, como las copas de alto pie de la Edad del Bronce en Andalucía o las de algunos vasos ibéricos, incluidos los numantinos; si bien reconocía el propio Mélida que dada la fecha de la manufactura cerámica numantina, el caso en cuestión bien pudiera ser considerado como una supervivencia todavía no explicada2051. Efectivamente, el desfase cronológico entre Micenas y Numancia era lo suficientemente amplio como para que generara en el propio Mélida la duda de su validez. El resto del capítulo lo dedicó a analizar los testimonios arqueológicos que los griegos dejaron en la Península Ibérica2052 y las evidencias arquitectónicas y artísticas que nos legaron los romanos2053. A pesar de que Mélida se encontraba en las postrimerías de su vida y su capacidad de trabajo se iba apagando con el paso de los días, todavía tuvo fuerzas para ver publicado su último manual en 1933, titulado Arqueología Clásica. Formaba parte de la colección de manuales, editados por Labor, que habían sido escritos con una orientación altamente educadora (...) con claridad y sencillez, pero, al mismo tiempo, con absoluto rigor científico2054 tratando de convertirse en una completa biblioteca de iniciación cultural. Su obra Arqueología Española, publicada en 1929, formaba parte de esta misma colección. En Arqueología Clásica incluyó Mélida, con un tratamiento divulgativo, descripciones culturales de las civilizaciones más conocidas de la Antigüedad hasta entonces: Egipto, Asia anterior, el país egeo, Grecia, Etruria y Roma. Ofreció un cuadro cronológico de las distintas culturas del entorno mediterráneo, aportando datos preferentemente artísticos, y en menor medida relacionados con aspectos sociológicos de los distintos pueblos que dominaron la Europa y el Próximo Oriente prehistórico-protohistórico. Se trataba de un manual que atendía a la llamada historia externa de los pueblos pero que no penetraba en el alma popular ni en la historia interna de los mismos. Por ello, apenas se apreciaba espíritu crítico y llevó a cabo una labor más recopilatoria que reflexiva e interpretativa. En definitiva, un manual necesario desde el punto de vista editorial y académico pero de escasa trascendencia en el ámbito científico de entonces2055. Con este manual culminaba una ardua tarea de recogida de datos y cubría el vacío existente en materia de manuales. Trataba así de superar la aportación de obras necesitadas de renovación como las de Hübner (Arqueología de 1888) o Menéndez Pelayo, en los Prolegómenos incluidos por él en la segunda edición de la Historia de los heterodoxos españoles, de 1911. A modo póstumo se publicó un capítulo redactado en vida por Mélida y titulado El arte en España durante la época romana. Arquitectura, escultura, pintura decorativa y mosaicos. Arte cristiano2056, dentro de la enciclopedia dirigida por Menéndez Pidal sobre Historia de España y editada por Espasa Calpe. Se trataba de un simple compendio de los restos arqueológicos de época romana que se conservaban en España, comprendidos entre los años 218 antes de Cristo y 414 después de Cristo. El legado de estudios clásicos de Mélida fue continuado por su discípulo Antonio García y Bellido, heredero de esa escuela de arqueólogos que contaban con una sólida formación artística. 2050 2051 2052 2053 2054 2055

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Vid. supra páginas 84, 148 y 176. MÉLIDA ALINARI (1931a: 101). MÉLIDA ALINARI (1931a: 102-104). MÉLIDA ALINARI (1931a: 104-114). MÉLIDA ALINARI (1933a), introducción. Contaba, además, con 24 láminas en blanco en negro y 186 figuras intercaladas en el texto. Fue reeditado en 1936 y 1942. Así lo reconoce también Jordi CORTADELLA (2003b: XII). En este mismo tomo (segundo) colaboraron Pedro Bosch Gimpera, Pedro Aguado Bleve, Manuel Torres, José M. Pabón, Pascual Galindo, José Ferrandis y Pedro G. de Artiñano.

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A punto de cumplir los 73 años de edad, Mélida encaraba el final de la década de los veinte con la satisfacción de ver reconocida su intensa labor de arqueólogo durante los más de cincuenta años que dedicó al estudio y la investigación de las culturas antiguas. Aunque llevaba ya varios años siendo condecorado y recibiendo distinciones honoríficas de todo tipo, aparte de las instituciones y academias de las que formó parte, Mélida perteneció a la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, a la Sociedad de Anticuarios de Londres, a la Sociedad Hispánica de Nueva York, a la Junta de Historia y Numismática Americana de Buenos Aires, etc. Uno de sus mejores reconocimientos en el plano internacional le llegó en 1929 cuando fue elegido presidente efectivo2057 del IV Congreso Internacional de Arqueología, celebrado en Barcelona2058 entre los días 23 y 29 de septiembre, en coordinación con el Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias. Las labores de secretario fueron desempeñadas por su colega Pedro Bosch Gimpera. Se presentaba una ocasión única para hacer de la Ciudad Condal un activo centro cultural, coincidiendo además con la Exposición Internacional de Barcelona2059 ese mismo año. España vivía el último suspiro de los llamados “Felices Años 20” tras una posguerra complicada y a las puertas de la gran crisis de 1929. Mélida había sido designado presidente honorario de todos los congresos arqueológicos internacionales que fueran a celebrarse en lo sucesivo. Como Anticuario de la Real Academia de la Historia y a través de un informe2060 fechado el 10 de octubre de 1928, el arqueólogo madrileño había sido reclamado por el Presidente del Comité Ejecutivo Delegado de la Exposición Universal de Barcelona para la cesión de algunas de sus piezas más significadas. Se trataba del primer Congreso Internacional de Arqueología celebrado en nuestras fronteras y una ocasión única para demostrar a la concurrencia extranjera la capacidad española para organizar este tipo de eventos y participar en discusiones científicas de primera línea. El Congreso no contó con la presencia del Institut d’Estudis Catalans al considerar que el evento hacía apología españolista. Mélida y Bosch Gimpera trataron de convencer a Puig i Cadafalch para que formara parte del Comité de Honor, presidido por Alfonso XIII, pero la respuesta fue negativa. Al margen de los actos oficiales, Puig i Cadafalch mantuvo un discreto contacto a título privado con ilustres arqueólogos que estaban participando en el Congreso. Una vez aceptada la propuesta de organizar el Congreso por el Ministro de Instrucción Pública –entonces Eduardo Callejo de la Cuesta2061– fue nombrado el Comité organizador, compuesto por el Marqués de Foronda (director de la Exposición) como presidente honorario; y el Duque de Alba, como presidente efectivo. La vicepresidencia fue encomendada a José Ramón Mélida y a Manuel Gómez Moreno, entonces catedrático de la Universidad Central y quince años más joven que el arqueólogo madrileño. Como vocales figuraban Hugo Obermaier, cátedratico de “Historia Primitiva del Hombre” en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, José Ferrandis, Francisco Álvarez-Ossorio, jefe de la sección de Prehistoria y Edad Antigua del Museo Arqueológico Nacional; y Blas Taracena, director del Museo Numantino. Además, desempeñó el cargo de secretario general de la Exposición Joaquín Montaner; y el de secretario del Congreso recayó en el catedrático de la Universidad de Barcelona Pedro Bosch Gimpera. Poco después de celebrarse el Congreso, Mélida y Bosch Gimpera fueron nombrados miembros del Comité Permanente de Congresos Arqueológicos2062. 2057

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Oficialmente Mélida era vicepresidente, pero la presidencia recayó sobre el Duque de Alba a título simplemente honorífico, con lo cual Mélida se convirtió en verdadero coordinador del evento. Los tres congresos homónimos anteriores al de Barcelona del año 1929 habían sido celebrados desde principios de siglo en Atenas (1906), El Cairo (1909) y Roma (1912). Con el estallido de la “Gran Guerra” en 1914 quedaron interrumpidas estas reuniones científicas hasta que se celebró el siguiente un cuarto de siglo más tarde. En el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares se conserva documentación relativa a este evento en la signatura 31/1026 (legajo 10137). ALMAGRO-GORBEA y ÁLVAREZ-SANCHÍS (1998: 106, sig. GA 1928/1(2). Ocupó el cargo entre el 3 de diciembre de 1925 y el 30 de enero de 1930. Véase La Gaceta del 22 de abril de 1930.

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El paraninfo de la Universidad de Barcelona fue convertido en la sede del congreso. La organización del Congreso recibió más de doscientas adhesiones y enunciados de setenta comunicaciones repartidas entre temas de arqueología prehistórica, arqueología oriental, arqueología clásica, arqueología española, Numismática y Metodología. En la sesión inaugural, Mélida saludó a los congresistas extranjeros en nombre de los españoles y pronunciaron también discursos de salutación: Gerhart Rodenwalt –director del Instituto Arqueológico de Berlín– por Alemania; Félix Dürrbach2063, por Francia; Taramelli, por Italia; y el sueco Persson, en representación del resto de las naciones. En los días sucesivos, los congresistas aprovecharon para visitar la Exposición Internacional, para constituir la mesa del Congreso con los delegados extranjeros y para exponer los primeros trabajos con auxilio de proyecciones luminosas2064. Como complemento a la labor del congreso, se organizaron visitas colectivas al Museo Municipal de BarFig. 70.- Manuel Gómez Moreno. celona, al Tibidabo, a Ampurias, a Montserrat, a Mallorca, a Tarragona, a los poblados del Bajo Aragón, a Numancia, a la cueva de Altamira y al Palacio Nacional de la Exposición, donde Mélida se encargó de explicar las antigüedades romanas. Estaba prevista, entre otras, la visita a la ciudad de Mérida pero no pudo efectuarse por falta de tiempo de los congresistas. Sin embargo, José Ramón Mélida llegó a confeccionar una memoria-guía2065 sobre la ciudad romana de Mérida, al igual que hicieron otros congresistas españoles con otros yacimientos y museos. Llegaron a publicarse versiones de esta guía en francés. Revelan el interés de Mélida por dar a conocer los resultados de las excavaciones en el último año de trabajos en Mérida. Sin embargo, la publicación más importante de Mélida en 1929 fue la del manual Arqueología Española, reeditada en 1936 y 1942. Se trataba del número 189-190 dentro de la colección editada por Labor, Biblioteca de Iniciación Cultural. El plan general de esta colección comprendía doce secciones y el manual de Mélida estaba incluido en la sección IV, dedicado a las artes plásticas. Curiosamente, no figuraba dentro de la sección VI, dedicada a las ciencias históricas, lo que evidencia una consideración más artística que histórica por parte de los editores. En términos globales, se trataba de un manual muy celebrado ya que no tenía precedentes en un país que recelaba de las visiones de conjunto, las síntesis y al que apenas interesaba la faceta divulgativa, como han apuntado Fernando Wulff, Ignacio Peiró y Gonzalo Pasamar2066. Tan sólo la Arqueología de Hübner de 1888, y los Prolegómenos de Marcelino Menéndez Pelayo en la segunda edición de su Historia de los heterodoxos españoles de 1911 podían considerarse como precedentes de la obra recopilatoria llevada a cabo por Mélida en 1929. Se ha espe2063

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Félix Dürrbach (1859-1931) perteneció a la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París y destacó su labor como epigrafista en la isla de Delos. Véase ANÓNIMO (1929: 400-401), para conocer más detalles. La misma noticia apareció publicada también en el Boletín de la Real Academia de la Historia, nº 96, (1930: 517-518). MÉLIDA ALINARI (1929a). Se trata de una guía divulgativa en la que el autor incluyó los descubrimientos acometidos en las últimas campañas. Cfr. WULFF (2003a: 191); P EIRÓ y PASAMAR (1989-1990: 26).

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culado incluso con la posibilidad de que el manual de Mélida formara parte de una Historia de España planteada por entregas desde época de Cánovas del Castillo2067. Cronológicamente, el manual abarcaba desde el Paleolítico hasta la época paleocristiana y se trataba de un compendio con el que Mélida pretendió recopilar y actualizar el estado de la arqueología española. Los capítulos dedicados a la Prehistoria revelan un conocimiento superficial, ya que simplemente llevó a cabo un recorrido por las cuevas, grutas, concheros, megalitos y yacimientos más importantes de nuestra geografía. En cambio, sí se pronunció sobre las representaciones gráficas proyectadas por el hombre prehistórico: las pinturas están hechas con absoluta ignorancia del arte decorativo (...) el hombre comenzó a cultivar el arte representativo copiando fielmente del natural, interpretándole sin el menor prejuicio, con absoluta fidelidad (...) se ha supuesto que esas figuras tuviesen el valor de totem, o signo respectivo de cada una de las tribus (...) por mi parte, sin negar que tuviesen un carácter religioso los dibujos y pinturas prehistóricas, pienso que son pictografías (...) creo que las pinturas prehistóricas son el primer antecedente de la escritura y constituyen la crónica de las gentes y los tiempos a que pertenecen2068. En otro orden de cosas, hizo referencia a los megalitos, que por su abundancia en Bretaña fueron atribuidos erróneamente a los celtas. Mélida se sumó, en su manual, a la opinión de que estos megalitos eran obra no de un pueblo sino de una fase prehistórica del neolítico y primeros tiempos de la Edad del Bronce. Respecto a las llamadas tumbas de cúpula, consideraba esos ejemplares producto de una expansión de la cultura hispana, acaso, como pensaba Gómez Moreno, de los que fueron a buscar el estaño a aquellos países septentrionales. Seguía advirtiendo semejanza con las tumbas griegas antehelénicas y matizó que las tumbas de cúpula de nuestra península eran las que por sus imperfecciones y tosquedad podían señalarse entre lo conocido como los primeros tanteos. Las reflexiones y juicios emitidos por Mélida en esta publicación abarcaron multitud de cuestiones. Sobre los ídolos neolíticos hallados en España, advirtió Mélida una identidad evidente con los ídolos localizados en Troya (Hissarlik, Turquía), lo que estimuló su convicción de la expansión de la cultura antehelénica por el Mediterráneo. En cuanto a la cultura del vaso campaniforme, Mélida defendió su origen peninsular, abrazando así la teoría autoctonista frente a los que planteaban un escenario difusionista para explicar la aparición de esta cultura en la Península Ibérica. Situó la Edad del Bronce entre los años 2500-2000 y el 1100-1000 antes de Cristo, para el caso peninsular. Al referirse a la Edad de Bronce de las Islas Baleares, Mélida citó con frecuencia a su colega Antonio Vives2069, para quien las antigüedades talayóticas baleáricas tenían un innegable vínculo con otras culturas mediterráneas como las de Cerdeña o Creta. El arte ibérico acaparó la atención de Mélida también en este manual, y a él se refirió en los siguientes términos: sin negar la parte que corresponde a los griegos en la formación del arte indígena y la que tuvo el Oriente en la simbología y el arte de los mismos griegos (...) es de notar en el arte ibérico que las obras más antiguas son, por lo general, las que mejor conservan los rasgos esenciales de sus modelos orientales y griegos, desvirtuándose luego los caracteres originarios2070. Seguía considerando a los artistas iberos incapaces de formarse un estilo bastante fuerte como para determinar una evolución, ni seguir fielmente la de sus maestros; y abandonándose por natural inclinación al realismo, a medida que se alejan de los buenos modelos, producen figuras de un barbarismo y rudeza verdaderamente monstruosos en algunos casos (...) los indígenas crearon su arte en el que se hallan reminiscencias del arte extraño y la expresión del gusto propio2071. Una muestra más de que su discurso seguía marcando la misma pauta que en décadas anteriores, acentuando incluso sus anteriores inclinaciones filohelenistas y difusionistas. Para Mélida, los griegos fueron los auténticos maestros artísticos, de quienes bebieron fenicios e iberos. Planteó como caso paradigmático de la imitación que llevaron los iberos sobre los griegos, el paralelismo entre la cerámica ibérica, que Bosch Gimpera había dividido recientemente en cuatro grupos, y la griega. Conviene tener en cuenta que Bosch había defendido su tesis sobre El problema 2067 2068 2069 2070 2071

MAIER (2000: 233). MÉLIDA ALINARI (1929b: 22-23). MÉLIDA ALINARI (1929b: 102-115). MÉLIDA ALINARI (1929b: 180-182). MÉLIDA ALINARI (1929b: 197-198).

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de la cerámica ibérica2072 en septiembre de 1913 bajo la dirección del propio Mélida, que un año antes había sido nombrado catedrático de Arqueología de la Universidad Central. Realmente, la aplicación metodológica utilizada por Bosch Gimpera entroncaba con el crossing methode engendrado por Flinders Petrie y adaptado posteriormente por otros arqueólogos como Jorge Bonsor. Los demás capítulos del manual Arqueología Española hacían referencia a la Hispania romana y a las antigüedades romano-cristianas conservadas en nuestro suelo. Para la redacción de este manual, José Ramón Mélida recurrió a una amplia bibliografía que iba desde el Voyage pittoresque de l’Espagne2073 de Alejandro de Laborde de principios del XIX (1806-1820) hasta artículos y manuales publicados en los últimos años de la década de los veinte, con predominio de publicaciones entre 1910 y 1925. El arqueólogo madrileño se nutrió básicamente de bibliografía española y de publicaciones escritas por extranjeros como Èmile Cartailhac, Leite de Fig. 71.- José Ramón Mélida. Vasconcellos, Joseph Déchelette, Adolf Schulten, Pierre Paris, Rhys Carpenter, León Heuzey, Arthur Engel, Frankowski, Horace Sandars, Jorge Bonsor, Cagnat y Chapot, Chabret, Emil Hübner, Albertini y Raymond Lantier2074. No trató de forma general el aspecto bibliográfico sino que lo compartimentó en etapas cronológicas y, dentro de éstas, estableció distintas categorías. Por ejemplo, la Prehistoria la dividió en primeros trabajos, obras generales y trabajos monográficos, megalitos, fortificaciones, Baleares y Antigüedades ante-romanas en general. La mayoría de los arqueólogos e historiadores foráneos citados tenían una estrecha vinculación con la arqueología española y su aportación había sido indiscutible desde el citado viaje de Laborde en los albores del Romanticismo europeo. Sí es de resaltar cómo Mélida evolucionó desde sus primeros catálogos y referencias bibliográficas, en los que prácticamente no aparecía ninguna cita de autor español, hasta este momento en el que los arqueólogos españoles habían empezado a ser alguien en el panorama arqueológico nacional. Es evidente que los estudios de los arqueólogos españoles empezaban a estar a la altura. Conviene señalar que de las 105 citas bibliográficas, 70 corresponden a obras de autores españoles y 35 corresponden a arqueólogos foráneos, una muestra inequívoca de la presencia que estaba ganando la arqueología española en su propio territorio, comparado con las décadas precedentes, en las que todavía despuntaba la labor de los arqueólogos foráneos. Sólo en los apartados correspondientes a antigüedades ibéricas y ante-romanas se detectaba un equilibrio entre las referencias bibliográficas españolas y extranjeras, citadas por Mélida. En el resto de apartados la presencia española eclipsaba a la bibliografía de arqueólogos foráneos. Una lectura inmediata nos invita a pensar en una mejora científica experimentada en el primer cuarto del siglo XX por los arqueólogos españoles, cuya dependencia en anteriores décadas había quedado de manifiesto por la escasa producción e iniciativa científica en materia arqueológica. Ya señalamos cómo Mélida 2072 2073 2074

Cfr. M EDEROS (1999: 16-17), BLECH (2002: 100-107) y GRACIA y M UNILLA (2000: 171). ROUILLARD (2000: 141-142). MÉLIDA ALINARI (1929b: 408-412) y GRAN AYMERICH (2001: 410).

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hubo de nutrirse de bibliografía exclusivamente extranjera en la elaboración de los catálogos mientras estuvo formándose en el Museo Arqueológico Nacional2075. A título anecdótico conviene señalar que Mélida fue invitado este mismo año a pronunciar una conferencia2076 en Berlín sobre los descubrimientos de Mérida, con motivo del centenario del Instituto Arqueológico Alemán el día 23 de abril de 1929. Junto a él, fue invitado también Hugo Obermaier, catedrático de Historia Primitiva del Hombre de la facultad de Filosofía y Letras. Ambos habían sido designados delegados oficiales del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en la asamblea y conferencias que tuvieron lugar en Berlín entre el 23 y el 24 de abril. La Comisaría Regia concedió la representación de la Universidad de Madrid a Obermaier y Mélida esperando de su competencia celo y amor a la Universidad que colaborarán en los trabajos científicos de dicha Asamblea, enalteciendo la labor cultural de nuestra Patria2077. En el acto, tuvo la oportunidad de coincidir con arqueólogos de distintos países europeos, con los que intercambió pareceres. Leyó su conferencia en francés, alternándola con proyecciones para ilustrar las explicaciones.

EL CORPUS VASORUM A NTIQUORUM, UN PROYECTO DE ÁMBITO INTERNACIONAL. NOMBRAMIENTOS Y DISTINCIONES EN 1930 Una de las colaboraciones más activas de José Ramón Mélida en el marco de la arqueología internacional fue su aportación al Corpus Vasorum Antiquorum. El alma de este proyecto había sido el ceramógrafo francés Edmund Pottier2078, quien en nombre de la Academie des Inscriptions et Belles Lettres había propuesto el 28 de diciembre de 1919 un proyecto que ya desde finales del siglo XIX se encuadraba en un contexto de ideología positivista impulsada años atrás por Auguste Comte2079. La Unión Académica Internacional, que se reunía periódicamente en Bruselas desde 1920, aceptó bajo su patronazgo este ambicioso proyecto que trataba de recoger todo el material cerámico existente de la antigüedad, incluyendo la Protohistoria y hasta la Prehistoria; y que Ricardo Olmos ha definido como un proyecto tan utópico como universalista, en el que no sólo se deberían incluir las culturas clásicas sino aquellas, entonces apenas descubiertas, que se consideraban, en la óptica helenocentrista paragriegas como la ibérica2080. El citado autor ha percibido un cierto corte difusionista y evolucionista en el planteamiento del Corpus, cuya función era la de reunir materiales con el fin de crear un modelo científico y una base de trabajo empírica y elemental. Coincidió, además, la formación del Corpus con la época en la que empezaban a conformarse los grandes catálogos de cerámica griega, con una intención sistematizadora y clasificatoria. Se pretendía establecer una tipología lo más aproximada posible en función de la forma, la fecha y el taller de cada cerámica; y se buscaba una objetividad científica frente a las especulaciones metafísicas y las lucubraciones anteriores. Casi al tiempo que Pottier planteó la necesidad de crear estos Corpora, comenzó a generalizarse el empleo de la reproducción mecánica de la fotografía2081 (fototipia) frente al dibujo, 2075 2076

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Sobre el impacto de este manual en décadas posteriores, véase DÍAZ-ANDREU (2004: CXLVIII-CLI). Publicada con el título “Les fouilles de Mérida” en el volumen titulado Bericht über die Jahrhundertfeier en Berlín. Constaba de 10 páginas. Minuta fechada el 8 de abril de 1929 y expedida por la Secretaría General de la Universidad de Madrid. Se conserva en los expedientes personales de José Ramón Mélida (signatura P-606) y Hugo Obermaier (signatura P-628) dentro del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid. En el mismo archivo se conserva (en el expediente de Mélida) un oficio enviado por el madrileño al Comisario Regio de la Universidad de Madrid y fechado el 10 de abril de 1929, en el que agradecía la invitación para participar en el Centenario en un momento en el que ya no era catedrático numerario. Desempeñaba entonces el cargo de conservador de las antigüedades orientales y griegas del Museo del Louvre. Cfr. OLMOS (1989: 292). RUIZ y MOLINOS (1993: 13), ponen en evidencia la validez del Positivismo hoy en día como metodología ante la necesidad de un posicionamiento teórico. Sin embargo, a pesar del agotamiento pregonado por Ruiz y Molinos, desde finales del siglo XIX el Positivismo estimuló los anquilosados paradigmas científicos para darle un aire regenerador a las disciplinas histórico-arqueológicas. OLMOS (1989: 293). Se adoptó un sistema de hojas sueltas por cada cerámica, que permitía una clasificación a modo de fichas ideal para facilitar la catalogación de las cerámicas siguiendo distintos criterios. Cada ficha llevaba aparejada una información escueta sobre la pieza, sin cabida para el desarrollo iconográfico. Véase GONZÁLEZ REYERO (inédito).

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cuya inversión de tiempo era muy superior. España se incorporó a las labores del Corpus Vasorum Antiquorum de la mano de José Ramón Mélida, a quien acudieron los franceses Homolle y Pottier a finales de la década de los años veinte. Según la fórmula propuesta, cada nación debía costear su parte. Sobre las razones que motivaron la elección de Mélida como la persona idónea para llevar a cabo la parte española del Corpus, debe tenerse en cuenta que con Théophile Homolle le unía una vieja amistad desde que le conociera en su viaje de 1898 por Grecia, hecho que debió de favorecer su nombramiento. Además, sus inclinaciones francófilas y la relación que mantuvo con ceramógrafos y arqueólogos franceses habían sido una constante decisiva que le colocaban en posición de ventaja respecto a otros colegas españoles. La larga experiencia de Mélida catalogando cerámicas en el Museo Arqueológico Nacional, además de su reputación internacional como arqueólogo clásico de prestigio añadían motivos a su merecida elecFig. 72.- Edmund Pottier. ción. Ese mismo año de 1930, Mélida fue nombrado director honorario del Museo Arqueológico Nacional y presidente de la Junta de Patronato del mismo museo, después de hacer efectiva su dimisión al frente de la institución. Francisco Álvarez-Ossorio pasó a ser su sustituto como director oficial del Museo. Ese mismo año ingresaron por oposición en el Museo Arqueológico Nacional y en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos: Eduardo Camps, Felipe Mateu, Joaquín Navascués, Luis Vázquez de Parga y F. Niño. Así, en mayo de 1930 y con 73 años de edad, completó el primer fascículo español del Corpus. Mélida había solicitado y obtenido del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes la consignación necesaria, y al propio tiempo había pedido privadamente y por vía diplomática al Comité de Bruselas que se le autorizase para redactar su parte en lengua española, ya que ésta había sido admitida en congresos internacionales2082. Pero el Comité de Bruselas no accedió por ser acuerdo anterior admitir tan sólo cuatro idiomas: francés, inglés, italiano y alemán, dejando libre la elección de cualquiera de ellos. Finalmente, decidió escribirlo en francés, su segunda lengua. La clasificación y nomenclatura de las láminas y el texto informativo fueron los correspondientes al sistema general científico establecido por el comité directivo de la publicación. Las fototipias que aparecen en el Corpus habían sido impresas en la editorial Hauser y Menet, al igual que otras de sus publicaciones. Mélida catalogó las cerámicas siguiendo un orden cronológico-cultural organizado en epígrafes: períodos protohistóricos; períodos dinásticos; islas mediterráneas (estilo chipriota, Edad del Bronce, Edad del Hierro, estilo de Rodas); estilo greco-oriental; estilo corintio; estilo geométrico-beocio; y estilo ático-geométrico (estilo ático-corintio, estilo ático de figuras negras). Entre 2082

En el Congreso de Ginebra (celebrado en 1912) se logró que el español figurara como idioma oficial en los congresos internacionales.

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las piezas catalogadas2083 se contaban: jarras, vasos, escudillas, platos, soportes de vasos, pequeñas ánforas, copas profundas, frascos, botellas, aguamaniles, cántaros, botijos, ánforas, tapaderas, vasos en forma de tambor, cráteras, ariballos, oenochoes, pyxis, kylix, skyphos, etc. El segundo fascículo del Corpus Vasorum Antiquorum correspondiente a España, del que también fue autor Mélida y cuya fecha (omitida) debió de ser, según Ricardo Olmos, no muy anterior a 1933, era una continuación de las tipologías establecidas en el primer fascículo. En este nuevo volumen se recogía la cerámica prehistórica española; el estilo ático severo de figuras rojas y el estilo ático libre de figuras rojas. En el capítulo correspondiente a la cerámica prehistórica española, aparecen mencionados los yacimientos en los que había sido recuperada la cerámica: Cueva de los Murciélagos, Albuñol (Granada); Tossal de Les Tenalles, Sidamunt (Lérida), etc; y, en otros casos, los museos de procedencia. Tras la muerte de Mélida en diciembre de 1933 y la posterior contienda bélica en nuestro país en 1936, quedó en suspenso la integración española al Corpus Vasorum Antiquorum. Tuvo que ser Cataluña la que retomara esta línea a través de la tradición mantenida en el Institut d’Estudis Catalans, auténtico instrumento de la política cultural nacionalista de la Generalitat de Cataluña, que publicó dos fascículos del Corpus correspondientes al Museo de Barcelona gracias al impulso de Pedro Bosch Gimpera, a partir de los años cincuenta2084. Precisamente, Bosch Gimpera continuó una labor comenzada por un arqueólogo como José Ramón Mélida al que le unía un período de formación con puntos en común. El catalán se había doctorado en la Universidad de Madrid al lado de Francisco Giner de los Ríos y de Marcelino Menéndez Pelayo, siguiendo los pasos de Mélida en su vinculación con hombres ligados a la Institución Libre de Enseñanza y al movimiento regeneracionista. Aunque pertenecieran a generaciones distintas, Mélida y Bosch Gimpera compartieron su interés por la cerámica protohistórica como puede deducirse de una carta enviada por el catalán durante una de sus estancias en Berlín, en 1921: sobre lo de los vasos griegos, hablé en París con Mr. Pottier y quería ir a la reunión de Bruselas, pero a última hora no pudo ser porque aquellos días mi niño se puso enfermo y no pude dejarlo aquí sólo con su madre, que no habla alemán. Se lo remití a Mr. Pottier y no he sabido nada más de él”2085. Se desprende de esta carta que Mélida y Bosch Gimpera2086 representaron la avanzadilla española en materia ceramográfica durante los años 1920 y 1930. A diferencia del arqueólogo madrileño, Bosch2087 se decantó por un posicionamiento nacionalista catalán en un contexto de Noucentisme2088, y de catalanismo científico orientado a la identificación con el mundo griego, en la que Ampurias era el yacimiento bandera. También en el terreno internacional, Mélida fue reclamado para formar parte de la Associazione Internazionale per gli Studi Mediterranei, con sede en Roma. El 4 de febrero de 1930 recibió una carta2089 en la que se le anunciaba que todos los directores de los Institutos Extranjeros dedicados al estudio del Arte, de la Arqueología ó de la Historia participarían en esta asociación. Se tomó asimismo el acuerdo de publicar un Boletín Social que a modo de noticiario diera cuenta del movimiento internacional que se refería principalmente a la cuenca del Mediterráneo. En un principio, la lengua castellana estaba exenta de la publicación. Sin embargo, el empeño de Mélida consiguió hacer que se incluyera como una lengua internacional más. El presidente elegido fue el italiano Conte David Constantini. Como académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Mélida fue reelegido una vez más tesorero para el año 19302090. Su elenco de nombramientos y puestos en este 2083

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En las láminas del corpus los nombres de la tipología cerámica aparecen en francés. En el listado superior ya aparecen traducidos. Cfr. MÉLIDA ALINARI (1930a). OLMOS (1989: 294-295). Carta conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional con el número de expediente 2001/101/4. Está fechada el 4 de junio de 1921 en Berlín. Sobre la aportación de ambos a la arqueología española, véase ALMAGRO-GORBEA (2002: 84). Sobre el contexto nacionalista en el que se desenvolvió Bosch, confróntese WULFF (2003a: 203-212). RUIZ, BELLÓN Y SÁNCHEZ (2002), capítulo De la Reinaxença al Noucentismo en Cataluña, y el vascoiberismo. Un caso de ida y otro de vuelta. Véase también CORTADELLA (2003b: XXVII-XXXII). Conservada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional. Minuta-oficio fechada el 31 de diciembre de 1929. Conservada en el expediente personal de José Ramón Mélida (signatura 2746/5) dentro del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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año se completaba con el de consejero de Instrucción Pública y presidente del Tribunal de Oposiciones2091 en abril para una vacante en la Escuela Oficial de Cerámica de Madrid. Mélida fue el encargado de firmar la convocatoria, contando como vocales con: Manuel María Magallón, Luis Menéndez Pidal, Jacinto Alcántara Gómez, Jacinto Higueras Fuente; y como suplentes con: Miguel Ángel Trilles, Enrique Martí Perla y Vicente Camps. Todos ellos pertenecían a la Escuela de Artes y Oficios o estaban directamente relacionados con las artes plásticas2092. Paradójicamente, se vivió una situación igual de escandalosa y endogámica que la sufrida por Mélida en 1885. Esta vez, el perjudicado fue el ceramista burgalés Simón Calvo, que se dirigió directamente al presidente José Ramón Mélida por carta2093 para denunciarle las irregularidades que aquel había detectado en el curso de la oposición.

ÚLTIMOS TRABAJOS E INVESTIGACIONES Con tres cuartos de siglo a punto de cumplir Mélida comenzó su declinación definitiva, coincidiendo con los últimos coletazos del régimen de Primo de Rivera, de la monarquía de Alfonso XIII y con la instauración de la Segunda República el 14 de abril de 1931. De manera inmediata, se adoptaron cambios en la política cultural nacional desde que fue proclamada la República. El 10 de julio de 1931 se creó el Patronato del Museo Arqueológico Nacional y un decreto del 13 de julio creó el llamado “Fichero de Arte Antiguo”2094, consistente en el inventario de las obras artísticas del país anteriores a 1850, al que se sumó la formación de los archivos históricos provinciales. Entre tanto, la nueva constitución del 9 de diciembre del mismo año, en su artículo 452095, “apuntaló” el protagonismo del Estado en la administración y decisión sobre el Tesoro Cultural de la Nación, en una ley de marcado sesgo progresista que asumió la preocupación social e institucional sobre el Patrimonio de la Nación. Por otro lado, el marco legislativo internacional se vio modificado con la llamada Carta de Atenas de 19312096. Considerado como el primer documento de carácter internacional que exponía los principios generales sobre la conservación y restauración de monumentos, la Carta de Atenas había sido redactada bajo los auspicios de la Oficina Internacional de Museos2097, celebrada en la capital griega entre los días 21 y 30 de octubre de 1931. El caso es que la llegada de la República no alteró, en materia cultural, el mantenimiento de la política de becas al extranjero ni de las excavaciones promovidas por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. En lo que a Mélida se refiere, la vitalidad investigadora de que hizo gala en años anteriores empezó a dar los primeros síntomas de cansancio, sobre todo desde que renunció a la dirección de las excavaciones en Mérida, en 1930. Nos encontramos ya ante un Mélida anciano, cuyos esfuerzos se limitaban a publicaciones esporádicas e informes. En el plano académico fue reelegido de nuevo tesorero2098 de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para el año 1931 mientras que en el ámbito universitario, su plaza de catedrático 2091

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La oposición había sido anunciada por Real Orden el 25 de octubre de 1929 y convocaba a los concursantes el día 5 de abril de 1930 a las cinco de la tarde, en la calle Fernando el Católico número 12, Madrid. Para conocer el cargo de cada uno de ellos, BOUZA (1981: 20). Reproducida íntegra en BOUZA (1981: 21-22). MORALES (1996: 58). Dicho artículo (conocido como Ley del Tesoro Artístico) rezaba así: toda la riqueza artística e histórica del país, sea quien fuere su dueño, constituye el tesoro cultural de la Nación y estará bajo la salvaguarda del Estado, que podrá prohibir su exportación y enajenación y decretar las expropiaciones legales que estimase oportunas, para su defensa. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e histórica, asegurará su celosa custodia y atenderá a su perfecta conservación. El Estado protegerá también los lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico e histórico. H ERNÁNDEZ H ERNÁNDEZ (2002: 296-299) y MORALES (1996: 21-22 y 34). Heredera de la que existió con la Sociedad de Naciones y conocida por sus siglas en inglés ICOM, véase MARÍN (2002: 244281). Así consta en una minuta-oficio fechada el 30 de diciembre de 1930 y conservada en su expediente personal (signatura 274-6/5), dentro del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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recayó en su discípulo Antonio García y Bellido2099, quien con apenas 28 años accedió a la cátedra de Arqueología Clásica de la Universidad Central en 1931, permaneciendo en ella durante 42 años. García y Bellido ha sido considerado por la crítica arqueológica, junto con Antonio Blanco Freijeiro y Manuel Gómez Moreno, como uno de los últimos representantes de la Kunst-Archeologie, porque era deudor todavía de esa óptica arqueológica influenciada por una actuación de corte artístico. El mismo año, falleció en Madrid el arqueólogo Pierre Paris, hispanista de primera fila y amigo personal de Mélida. En lo concerniente a su reconocimiento internacional, José Ramón Mélida siguió acumulando distinciones en este año de 1931. El 26 de enero dirigió una carta2100 al presidente del Archaolögischen Instituts des Deutschen Reiches (Instituto Arqueológico Alemán) expresándole su gratitud por haber recibido el título de socio ordinario del citado instituto. Precisamente, el año en que murió Gustav Kossinna, que fue uno de los máximos exponentes del nacionalismo aleFig. 73. Blas Taracena. mán en el campo de la Prehistoria, por su aplicación de ideas nacionalistas y expansionistas a la interpretación prehistórica que veía Alemania como el centro del desarrollo de varias culturas prehistóricas que supuestamente se expandieron posteriormente por Europa. A título anecdótico, conviene señalar otra correspondencia de 19312101. Además, la comisión organizadora de su propio homenaje comenzaba a preparar la publicación de un tomo de trabajos referentes a Arqueología de España o a materias afines encabezados con la biografía y la lista de publicaciones del arqueólogo madrileño. Para ello, la comisión le pidió el envío de estos trabajos antes del 1 de noviembre de 1931 en una carta2102 que firmaron P. Orueta –director general de Bellas Artes–, el Duque de Alba –director de la Academia de la Historia2103–, el Conde de Romanones –director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando–, el Conde de Gimeno –presidente de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades–, R. Aguirre, Francisco de Paula Álvarez-Ossorio, J. Amorós, Pedro Bosch Gimpera, Vicente Castañeda, P. Fernández Vega, J. Ferrandis, R. Gil, Maximiliano Macías, Cayetano Mergelina, Joaquín Navascués, Hugo Obermaier, Ramón Revilla, Casto 2099

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GONZÁLEZ SERRANO y RUIZ BREMÓN (1997) y OLMOS (1994). Sobre las circunstancias de su elección frente a Mata Carriazo, véase DÍAZ-ANDREU (2004: C-CI). Conservada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo del Museo Arqueológico Nacional. Iba destinada a Wilhelmstrasse 92-93, en Berlín. En una carta (conservada en el archivo del Museo Arqueológico Nacional) que recibió de la Compañía Ibérica Mercantil e Industrial (situada en la calle Alcalá 138, de Madrid) Mélida era conminado a abonar la cantidad que le adeudaba a la compañía. Conservada en el expediente personal de Mélida, dentro del archivo de la Real Academia de la Historia. Además, se conservan tres cartas más en las que se hace referencia a los preparativos editoriales del homenaje a Mélida. Desde la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931, la Real Academia de la Historia pasó a desprenderse de la categoría de Real, como correspondía a un régimen de sesgo republicano. Recuperaría su antigua denominación con la caída del bando republicano tras la Guerra Civil.

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María del Rivero, Luis Siret, Blas Taracena y Elías Tormo. La participación de José Ramón Mélida en congresos internacionales no fue muy habitual en su dilatada carrera de arqueólogo. Un año antes de morir, sin embargo, se presentó de manera honorífica a un congreso celebrado en Londres entre los días 1 y 6 de agosto de 1932. Se trataba del Primer Congreso Internacional de Ciencias Prehistórica y Protohistóricas. Figuró en el comité de honor limitándose a una participación pasiva. Todo esto sucedía mientras un reputado arqueólogo, como fue Pedro Bosch Gimpera, publicaba su Etnología de la Península Ibérica2104, obra en la que el autor planteó la Historia de España como un choque y acción mutua entre una España indígena y una serie de superestructuras o interferencias venidas del exterior2105. Según Jordi Cortadella, el interés de Bosch por la etnología peninsular nació de sus contactos con Schulten a partir de 19122106, con la aplicación de las teorías de los círculos de cultura. En el plano de la arqueología de campo, cabe recordar que el Fig. 74. Antonio García Bellido. mismo año de 1932 fueron reemprendidas por Emili Gandía las excavaciones en la ciudad greco-romana de Ampurias2107, suspendidas en 1927 dado que muchos de los fondos fueron encauzados hacia la Exposición Universal de 1929 y al congreso de Arqueología celebrado el mismo año. Otra de las publicaciones de Mélida que vio la luz en su último año de vida fue en el homenaje al portugués Martins Sarmento, del que se cumplían cien años de su nacimiento en 1933. Se trataba de un homenaje subvencionado por el Ministerio de Instrucción Pública y por la Junta de Educación Nacional, y editado en la ciudad lusa de Guimaraes. Mélida dio cuenta de varios Ídolos lusitanos de hueso localizados en Mérida y de sus paralelos con otros hallados en distintos puntos del mediodía peninsular2108. Intercambió paraceres con Luis Siret y con Leite de Vasconcellos, llegando a la conclusión de que se trataba de una manifestación de arte popular, indígena y regional: en el caso concreto de los ídolos lusitanos de hueso, representativos de una mujer desnuda, sin esfuerzo se puede reconocer en ella una diosa del amor, la Venus lusitana (...) la abundancia de ellos en Mérida parece autorizar el supuesto de que esa ciudad fuese un centro productor2109. El último informe en vida de Mélida para el Boletín de la Real Academia de la Historia fue aprobado en la sesión académica del 11 de noviembre de 1933 y llevó por título La tumba del Apóstol San2104 2105

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CORTADELLA (2003). CORTADELLA (1991: 165). Jordi Cortadella estudia la trayectoria del arqueólogo catalán, sobre todo desde sus años de estancia en Alemania entre 1911 y 1914. Tuvo como maestros a Wilamowitz-Möllendorf, Frieckenhaus, Schmidt y Kossinna, el gran teórico del pangermanismo. Véase también DÍAZ-ANDREU (1995b). Cfr. CORTADELLA (1991: 162). RUIZ DE ARBULO (1991: 169). MÉLIDA ALINARI (1933b). MÉLIDA ALINARI (1933b: 241).

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tiago, por Don Manuel Vidal Rodríguez2110. Se trataba de una recensión sobre esta obra en la que el autor analizaba y estudiaba los datos y noticias sobre la traslación a España de los restos del Apóstol Santiago, su sepultura y la catedral. Mélida consideró justo reconocer el mérito de la obra por su aportación científica. El recuento total de informes en vida, en el caso de Mélida, evidencia su actividad en las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia: 112 en la primera y 84 en la segunda. En el plano legislativo, el 13 de mayo de 1933 se promulgó en España una nueva ley –Ley del Tesoro Artístico Nacional o Ley del Patrimonio Artístico Nacional– que surgió como consecuencia del artículo 45 de la Constitución republicana de 19312111. Ofreció pocas variantes respecto a las de 1912 y 19262112, si bien introdujo algunos elementos destacados como la delimitación de usos de los monumentos declarados. Por ejemplo, en el concepto de Patrimonio Histórico-Artístico recuperó los valores históricos y artísticos para su definición, delimitando su campo de aplicación a los bienes que tuvieran más de cien años de antigüedad. Además, recogiendo el espíritu de la Carta de Atenas de 1931, se incorporaron criterios conservacionistas2113 que prohibieron las restauraciones excesivas. Otra de las medidas supuso la creación, por el artículo 7, de la Junta Superior del Tesoro Artístico, con su correspondiente sección de Arqueología. La vigencia de esta Ley hasta 1984 evidencia el acierto de la misma, basado en tres puntos: realización de excavaciones, una activa gestión museística y la realización de un inventario. En cuanto a la organización administrativa ésta quedaba establecida en torno a tres grandes pilares, con sus respectivas competencias: la Dirección General de Bellas Artes, los organismos consultivos e informativos y la Junta Superior del Tesoro Artístico. Esta Ley puso asimismo especial interés en crear una red de museos por todo el territorio nacional como medida más idónea para el acercamiento y disfrute del Patrimonio por la Sociedad. Se trató de una ley muy progresista y vanguardista para la época, algunos de cuyos criterios estaban basados en la Carta de Atenas de 1931. Durante aquellos cincuenta años la normativa no hizo sino profundizar, mejorar y actualizar sus planteamientos, como ocurrió con las leyes de 22 de diciembre de 1955, sobre usos inadecuados de los monumentos, y 22 de julio de 1958, acerca de los monumentos provinciales y locales. La muerte sorprendió a Mélida el día 30 de diciembre de 1933, tres meses después de haber cumplido 77 años. Recibió sepultura2114 el día 31 de diciembre de 1933 a las 11,45 de la mañana en el cementerio madrileño de Nuestra Señora de la Almudena. Al poco tiempo de fallecer, su familia y compañeros recibieron multitud de pésames y condolencias. Carmen García Torres, viuda de Mélida, recibió el pésame oficial de la Real Academia de la Historia en carta fechada el 6 de enero de 1934 y firmada por el secretario perpetuo, Vicente Castañeda. La Corporación, que celebró una sesión académica en la que dedicó sentidas frases al difunto Mélida, recibió muchas manifestaciones de duelo en las que se lamentaba la pérdida del académico. Entre ellas, un telefonema2115 firmado el 5 de enero de 1934 de su amigo Federico Maciñeira Pardo, arqueólogo gallego a quien consideraba Mélida como un arqueólogo local de los que haría falta uno en muchos de los principales centros de antigüedades que los fastos de la Ciencia señalan en el mapa de la península2116. Otras muestras de condolencia recibió su viuda de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, como muestra una carta2117 de agradecimiento que envió ésta a López Otero, secretario general accidental de la citada academia el 29 de enero de 1934. 2110 2111 2112 2113 2114

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Véase el Boletín de la Real Academia de la Historia, nº 102, (1933: 94-96). MORALES (1996: 48-49). Se trataba del Real Decreto-Ley de 9 de Agosto de 1926 sobre Protección, Conservación y Acrecentamiento de la Riqueza Artística. Para los antecedentes de la confrontación entre la escuela restauradora y la conservadora, véase GONZÁLEZ-VARAS (1996: 75-98). Se conservan en el expediente de Mélida (archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) los datos de su ubicación en el cementerio: sepultura de segunda perpetua, cuartel 16, manzana 96, letra C, cuerpo número 2. Forma parte del expediente personal de Mélida, que se conserva en el archivo de la Real Academia de la Historia. En estos términos se refirió a él José Ramón Mélida al analizar el estado de la arqueología ibero-romana en España a finales del XIX, en un artículo de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (1897: 24-31). Conservada en el expediente personal de Mélida (signatura 274-6/5), Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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Como correspondía y corresponde a la tradición académica, la muerte de uno de sus miembros implicaba la cesión de su medalla a un nuevo académico. La viuda de Mélida entregó a un ordenanza la medalla número 24 que su marido había llevado durante 27 años. Además, Carmen García Torres agradeció a la Academia, en carta fechada el 9 de febrero de 1934, las muestras de afecto recibidas, en su nombre y el de sus seis hijos. Otra comunicación sobre el fallecimiento de Mélida fue enviada el 9 de enero de 19342118 a la Real Academia de la Historia por la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, tras la junta celebrada el día 8 de enero, manifestando el sentimiento que embargaba a dicha Corporación por la pérdida del que fuera su numerario. Cinco días más tarde, el 24 de enero, el secretario perpetuo de la Academia Vicente Castañeda agradeció el gesto en nombre de la Corporación. También la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría hizo llegar sus condolencias a la otra Academia a la que perteneció Mélida: la de Bellas Artes de San Fernando, en carta2119 fechada el 9 de enero de 1934. El fallecimiento de Mélida tuvo repercusión también entre aquellos historiadores y arqueólogos franceses con los que mantuvo contacto. Como representante de la Universidad de Toulouse. Institut Français en Espagne (situado en la madrileña calle del Marqués de la Ensenada) el profesor Paul Guinart envió a la Real Academia de la Historia las condolencias pertinentes en carta firmada el 4 de enero de 1934. Mélida había mantenido una fluida relación con el francés y, por extensión, con este instituto. La última manifestación pública suya había sido en 1932, con motivo de la velada organizada en el Instituto en memoria de Pierre Paris: Mélida llevó entonces la representación de la Real Academia de la Historia. La muerte de José Ramón Mélida trajo consigo la necesidad de poner de relieve la valía del arqueólogo y su aportación a la Arqueología de entonces. Algunas de las esquelas publicadas incluyeron los cargos y distinciones del fallecido (Apéndice 5). La organización del homenaje2120 que debía celebrarse en honor de Mélida comenzó a llevarse a cabo al poco de su muerte. Si analizamos los nombres de las personas que intervinieron en su homenaje, observamos que todos pertenecían a su entorno. Por un lado a su entorno relacionado con las excavaciones de Mérida y Numancia, Maximiliano Macías y Blas Taracena; el entorno académico, Duque de Alba y Vicente Castañeda; el entorno universitario, Hugo Obermaier, Bosch Gimpera y Cayetano Mergelina; el entorno del Museo Arqueológico Nacional y el Museo de Reproducciones Artísticas, Ramón Revilla, Álvarez-Ossorio, Joaquín Navascués y Casto María del Rivero; y el entorno arqueológico general, Luis Siret, Elías Tormo, etc. Esta relación de nombres resume perfectamente su red de relaciones profesionales en los distintos ámbitos en los que transcurrió su trayectoria científica. La Junta Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos2121 pensó en tributarle homenaje dedicándole el primer tomo de su anuario, que debía aparecer en 19342122. Desde 1931 y coincidiendo con el final de otra etapa en la trayectoria de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos2123, se había proyectado publicar este tomo de trabajos referentes a Arqueología de España o a materias afines para dedicar-

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El día 24 de enero correspondió la Real Academia de la Historia con otra carta, agradeciendo las palabras laudatorias de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla. Conservada en el expediente personal de Mélida (signatura 274-6/5), Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En el expediente personal de Mélida del Archivo de la Real Academia de la Historia se conserva documentación variada sobre su homenaje. La Comisión organizadora estaba compuesta por los señores: Francisco Álvarez-Ossorio (director del Museo Arqueológico Nacional), Ramón Revilla (conservador del Museo Arqueológico Nacional ), Blas Taracena (director del Museo Numantino) y Joaquín María de Navascués (conservador del Museo Arqueológico Nacional). La idea inicial fue publicar el homenaje en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos pero su desaparición obligó a que se hiciera en el Anuario. En la "Advertencia" que encabezaba el último número de la Revista, en su tercera época, se explicaron las causas por las que se suspendía temporalmente la publicación. La causa principal fue el aumento de revistas especializadas, que obligaron a la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos a limitar su horizonte temático, centrándose en informaciones contenidas en fondos inéditos, catálogos, publicación de textos relevantes y noticias bibliográficas. Es curioso ver cómo la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos había disminuido su actividad y su cantidad de volúmenes publicados a medida que se acercaba a 1923, con la dictadura de Primo de Rivera. En la segunda década del siglo, entre 1910 y 1920, hay muchos años a los que dedicó 2 y 3 volúmenes. En la tercera década sólo un volumen.

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lo como homenaje a Mélida. Por otra parte, el 13 de enero de 1934 el patronato del Museo Arqueológico Nacional celebró una sesión para publicar las notas biográficas y bibliográficas y encargar su redacción a Álvarez-Ossorio, quien finalmente las publicó en el primer volumen del Anuario del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos2124 el 20 de enero de 19342125. Las trayectorias profesionales de Álvarez-Ossorio y Mélida habían ido de la mano desde su juventud y pocos conocían a Mélida mejor que él: la convivencia profesional mantenida durante cuarenta y siete años me coloca en situación de conocer como pocos, posiblemente como nadie, la personalidad de quien se trata (...) lazos de antigua amistad y leal compañerismo2126. Una sentida dedicatoria fue redactada por el entonces Director General de Bellas Artes, Eduardo Chicharro Agüera, amigo personal de Mélida con quien tuvo ocasión de coincidir en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en el estudio de Sorolla. Mélida había elogiado la valía pictórica de Chicharro en algunas de sus publicaciones en la revista Museum. Además, le propuso para la medalla de oro en la Exposición Nacional, para dirigir la Academia de Roma y para ser nombrado académico de San Fernando. Asimismo publicó una biografía y bibliografía de Mélida el secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia, Vicente Castañeda, en el Boletín de la Real Academia de la Historia2127. Tampoco faltó el profundo sentimiento mostrado por los académicos de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando2128. En los meses posteriores a su muerte se sucedieron los homenajes a su persona. Todavía en 1935 apareció una necrológica2129 en el discurso leído ante la Academia de la Historia, entonces despojada de la categoría de Real por el período republicano iniciado en 1931, por Francisco Sánchez Cantón el día 15 de mayo. Se conserva incluso un oficio2130 del secretario de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria fechado en 8 de marzo de 1935, manifestando que dicha sociedad había acordado iniciar una suscripción para costear una lápida o monumento en honor de Mélida, con el objeto de ser colocada en el teatro de Mérida. Los donativos habían de dirigirse al Tesorero de la Sociedad, Francisco de las Barras de Aragón, en el domicilio social de la misma, el Museo Antropológico. Julio Martínez Santa-Olalla, secretario de la Sociedad, tenía la certeza de que la Academia de la Historia apoyaría y contribuiría a perpetuar la memoria de quien había sido ilustre miembro y Anticuario.

EL LEGADO DE MÉLIDA: SUS DISCÍPULOS Con el fallecimiento de José Ramón Mélida, la arqueología española perdía a su representante de mayor peso. Su aportación científica y artística hicieron de él un eslabón fundamental entre los anticuarios del siglo XIX y los arqueólogos del siglo XX; y con él, las excavaciones se generalizaron convirtiéndose en la principal fuente de conocimiento del pasado, en detrimento de las referencias literarias y las especulaciones sin fundamento. Su laborioso trabajo museológico, basado en los sistemas de catalogación, le granjeó una imagen ligada al rigor científico que le colocó entre los arqueólogos españo2124

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Nació el Anuario con la aspiración de ser un órgano no sólo informativo sino de relación, de ser la manifestación pública del trabajo lento y difícil que los archiveros, bibliotecarios y arqueólogos realizaban en sus establecimientos. Movida por ideales científicos, pretendía ser una muestra de la labor cotidiana, callada y oscura que contenía informaciones de fondos inéditos, reseñas y estudios de colecciones importantes. El único antecedente editorial fue el Anuario del Cuerpo Facultativo, publicado durante 1881 y 1882. Desgraciadamente, algunas de las referencias publicadas por Álvarez-Ossorio contienen erratas en el año de publicación, los números de la revista o las páginas. Véase Apéndice 1. ÁLVAREZ-OSSORIO (1934: 1). CASTAÑEDA (1934). Véase el registro general de la secretaría general, firmado por el secretario, Sánchez Cantón (letra M; página 333; número 217) en sesión celebrada el 29 de enero de 1934. Conservado en el expediente de Mélida (signatura 274-6/5) dentro del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. SÁNCHEZ CANTÓN (1935). Forma parte del expediente personal de Mélida en la Real Academia de la Historia.

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les mejor considerados de la época. A pesar de su desaparición, su legado como arqueólogo es incuestionable y las siguientes generaciones realzaron su figura, valiéndose de los adelantos acometidos por él tanto en trabajo de campo como en labor de gabinete. Para entrar a valorar su herencia es necesario acometer por separado la influencia dejada por él en cada institución o personaje. El Museo Arqueológico Nacional fue el centro que más se aprovechó de las casi cinco décadas que Mélida había permanecido en él. Curiosamente, unos meses después de su muerte, se celebró un Congreso Internacional de Museología, que significó un punto de partida de la museografía contemporánea porque marcó una línea de definición del Patrimonio y su protección para las futuras generaciones2131. Además, la dirección de Francisco Álvarez-Ossorio en el Museo Arqueológico Nacional desde junio de 1930 supuso una proyección de los cambios y mejoras propuestos por Mélida en sus últimos años de vida. Con Álvarez-Ossorio, se introdujeron criterios modernos, concretados en nuevos proyectos y nuevas instalaciones. No en vano, desde su inauguración en 1895, el Museo seguía disponiendo de unas vitrinas que empezaban a estar obsoletas. En 1933 se había iniciado un plan de remodelación del Museo impulsado por el Patronato, que había sido creado en 1931. Una de las facetas que Álvarez-Ossorio mejor asimiló de las enseñanzas de Mélida fue la catalogación, en la que Mélida destacó en sus años de formación. De hecho, en 1910, publicó una especie de catálogo de los Vasos griegos, etruscos y suritálicos del Museo Arqueológico Nacional, al que acompañó con una guía del Museo; y en 1912, en colaboración con Gabriel Leroux, publicó Les vases grecs et italogrecs du Musée de Madrid2132. El caso es que al fallecer Mélida, Álvarez-Ossorio2133 se convirtió en director, inspector general y visitador de museos arqueológicos. Su afinidad ideológica con el nuevo régimen le permitió rehabilitarse en el puesto del que había sido destituido por el Frente Popular el 21 de febrero de 1937. Tras la Guerra Civil Española, se produjo una profunda ruptura con la llamada “Arqueología de la Restauración” en la que se había impuesto la profesionalización y tecnificación de los arqueólogos, archiveros y bibliotecarios. En el nuevo orden, la politización de los técnicos ensombreció el modelo profesionalizado y la tendencia a la especialización en las distintas áreas restó protagonismo al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, como grupo cohesionado de especialistas y eruditos al servicio del Estado. En la Universidad Central, el testigo de Mélida fue recogido por Antonio García y Bellido2134, que le sustituyó en la Cátedra en 1931, por oposición, el día 15 de diciembre y que fue su alumno durante varios años. Una de las facetas en las que siguió los pasos de Mélida fue la investigación arqueológica que llevó a cabo en las dos provincias extremeñas, Cáceres y Badajoz, sirviéndose como guía del Catálogo Monumental confeccionado por el propio Mélida. Según José María Blázquez, alumno de García y Bellido en el curso 1949-1950, Antonio García y Bellido fue el creador de la Arqueología Clásica científica en España2135. El haber tenido a un maestro como Mélida, además de Obermaier y Elías Tormo, debió de favorecer el cientifismo de este arqueólogo manchego natural de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), pensionado posteriormente en Alemania por el Gobierno español. Además, tuvo la oportunidad de trabajar en Berlín bajo las órdenes del profesor Gerhart Rodenwaldt, director del Instituto Arqueológico Alemán, y con quien Mélida había publicado un capítulo titulado El arte clásico en España en la Editorial Labor en 1931. García y Bellido formó una buena escuela de arqueólogos clásicos, a la que pertenecen Antonio Blanco, Augusto Fernández de Avilés, José María Blázquez, Marcelo Vigil, Guadalupe López Montea2131 2132 2133 2134

2135

Sobre una visión más sincrónica de los museos arqueológicos españoles de principios del XX, véase TARACENA (1949). En 1921 Alfred Laumonier completó el catálogo de 1912, con el que incluyó las terracotas del Museo de Madrid. Más información biográfica en PASAMAR y P EIRÓ (2002: 77). Más información biográfica en BLÁZQUEZ MARTÍNEZ (1995a: 187-190), OLMOS (1994), ARCE (1994) y PASAMAR y PEIRÓ (2002: 273274). La figura de Antonio García y Bellido está siendo actualmente estudiada por María Pérez Ruiz, que recientemente ha presentado una comunicación en el II Seminario de Investigación de Prehistoria y Arqueología, celebrado en la Universidad Autónoma entre el 10 y el 11 de mayo de 2005. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ (1995a: 188).

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gudo y Luis García Iglesias. Despuntó, además, como uno de los máximos representantes de la generación que comenzaba a ponerse al frente de la investigación histórica nacional, como le han definido Pasamar y Peiró2136. Una faceta más en la que la impronta de Mélida puso de manifiesto el compromiso de su discípulo con la labor del historiador en un país como el nuestro. Con García y Bellido se produce ya una mención expresa de la cultura ibérica, como culminación de un proceso iniciado, entre otros, por Mélida a principios de siglo: arte con caracteres étnicos, nacionales, como lo tuvieron no solo los griegos y egipcios, sino pueblos de cultura más pobre, como fueron los etruscos y los iberos2137. Su campo de acción abarcó, además, las colonizaciones griega y púnica y participó en la catalogación de hallazgos griegos en España para el “Fichero de Arte Antiguo” del Centro de Estudios Históricos2138. Su obra puede considerarse como una prolongación de la labor patriótica de Mélida, iniciada básicamente por los regeneracionistas de principios de siglo. García y Bellido heredó de Mélida el pragmatismo y la vocación cultural puestas al servicio de la Arqueología. Aunque era republicano, admitió el franquismo y supo anteponer los intereses culturales a los políticos. De hecho, pasó la Guerra Civil en Madrid, encargado de custodiar la biblioteca y los materiales recogidos en el Centro de Estudios Históricos. En el campo editorial, fue el creador e impulsor de la revista Archivo Español de Arqueología en 1940 y fundó el Instituto Rodrigo Caro en 1951, en el Consejo Superior de Excavaciones Científicas2139. García y Bellido representa, además, la rotación de la investigación española hacia la escuela alemana tras la francofilia de Mélida. Procedente también del ámbito universitario, Cayetano de Mergelina2140 fue otro de los arqueólogos que bebieron de las enseñanzas de Mélida, quien había favorecido su elección de catedrático de Arqueología, Numismática y Epigrafía de la Universidad de Valladolid en el año 1925. Previamente, Mergelina había leído en la Universidad Central de Madrid en 1920 una tesis titulada Arquitectura megalítica en la Península Ibérica, tema ampliamente tratado por Mélida a lo largo de su carrera de arqueólogo. Formó parte, junto con Pierre Paris y Jorge Bonsor de un equipo internacional que llevó a cabo excavaciones en la ciudad romana de Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz) entre 1917 y los momentos previos al estallido de la Guerra Civil. Entre los discípulos de José Ramón Mélida puede citarse también a Blas Taracena2141, sobre todo en lo que se refiere a los trabajos arqueológicos llevados a cabo en Numancia. Taracena contaba además con el precedente familiar de su abuelo materno Lorenzo Aguirre, que había sido compañero de Eduardo Saavedra en las primeras excavaciones llevadas a cabo en el Cerro de Garray. Asimismo, su tío Mariano Granados había participado en la Comisión de Excavaciones comandada por Mélida desde 1906, circunstancias ambas que favorecieron la implicación de Blas Taracena2142 en las investigaciones llevadas a cabo en su ciudad natal. Taracena nunca llegó a ser un arqueólogo de gabinete ni de grandes modelos teóricos. Se “curtió” como arqueólogo de campo con todo lo que aprendió de sus compañeros de la Comisión y supo interpretar con acierto la arqueología en su contexto ambiental y físico. Sus estudios de las provincias de Soria, La Rioja o Navarra2143 le convirtieron en un especialista de los estudios célticos a partir del segundo cuarto del siglo XX, cuando el celtismo se había abierto paso tras una etapa de exaltación de lo ibérico, patente en el propio José Ramón Mélida. Taracena se formó en la Universidad Central, donde leyó una tesis en 1923 sobre La cerámica ibérica de Numancia2144, por la que obtuvo el premio extraordinario. Además, disfrutó de una etapa de for2136 2137 2138 2139 2140

2141 2142

2143 2144

Se refieren a García y Bellido en estos términos en PASAMAR y P EIRÓ (2002: 9). GARCÍA Y BELLIDO (1942: 210-211). M EDEROS (2004: 36). ARCE (1994). Más datos biográficos en RUIZ MOLINA y LÓPEZ AZORÍN (2000); PASAMAR y P EIRÓ (2002: 409-410). Sobre su homenaje, véase VV. AA. (1962). Sobre su biografía puede consultarse PASAMAR y P EIRÓ (2002: 609-610) y RUIZ ZAPATERO (1989: 15-16). Fue propuesto por Mélida como vocal en oficio del 18 de julio de 1916, firmado por el vicepresidente Marqués de Cerralbo. Véase el Archivo General de la Administración Civil de Alcalá de Henares, legajo 10147-10, caja 1038. Véase, por ejemplo, TARACENA (1927); TARACENA (1929); TARACENA (1932) y TARACENA y GIL FARRÉS (1951). Le dedicó a Mélida y a Gómez Moreno la página introductoria de su tesis doctoral, reconociendo a ambos como sus maestros.

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Mérida

Museo Arqueológico Nacional

Numancia

Maximiliano Macías

Universidad

García Bellido Taracena Cayetano de Mergelina

Floriano Cumbreño

Álvarez Osorio Bosch-Gimpera

Fig. 75.- José Ramón Mélida y sus discípulos.

mación en Alemania. Tras ingresar por oposición en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos el 23 de julio de 1915, fue destinado al Museo Numantino, que acabaría siendo inaugurado oficialmente en 1919. Su iniciación en la arqueología numantina arrancó como vocal de la Comisión Ejecutiva de las excavaciones de Numancia y compartió con Mélida la publicación de las memorias de excavaciones de 1919 y 1920. Aparte de su indiscutible protagonismo en la instalación del Museo Numantino, creó el Museo Celtibérico y transformó en biblioteca pública la biblioteca provincial de la ciudad. Durante su vida publicó en torno a cien obras referentes a época prehistórica, romana y medieval y alcanzó la dirección del Museo Arqueológico de Córdoba y el Museo Arqueológico Nacional. En este último ingresó en 1939, dos años después de que Álvarez-Ossorio hubiera sido destituido por el bando republicano. Contemplada la figura de Taracena en la evolución de la arqueología española del siglo XX, ha sido considerado como “un eslabón significativo en la compleja transición hacia esa primera arqueología científica de nuestra posguerra”2145. La huella de Mélida en Taracena fue reconocida por él mismo al citarle en varias ocasiones en su obra de Ars Hispaniae publicada en 1947.

2145

OLMOS ET ALII (1993: 47).

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Fig. 76.- José Ramón Mélida, por Aurelio Cabrera, en un relieve conservado en la Real Academia de la Historia

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CONCLUSIONES

La relevancia de una personalidad como José Ramón Mélida trasciende su biografía de arqueólogo. No solo representa una época de transición en la arqueología española del último cuarto del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, sino que personifica la asimilación de las corrientes y tendencias histórico-culturales gestadas en Europa. Su figura emerge entre el elenco de arqueólogos que adaptaron la disciplina arqueológica a los nuevos tiempos. Apoyándose en los principios científicopositivistas, participó en la configuración de un nuevo panorama para la arqueología española del siglo XX. Su mérito radica en haber tendido un puente entre dos perfiles de arqueólogos: el de corte anticuario, erudito y procedente de una formación artística; y el que desarrolló un nuevo concepto más apegado a las ciencias naturales. Mélida representa la transición entre el arqueólogo-historiador decimonónico y el geólogo-prehistoriador, más próximo a las nuevas técnicas arqueológicas y al trabajo de campo. José Ramón Mélida nació en un entorno de burguesía madrileña y su educación infantil y adolescente se forjó entre miembros del clero, cuando casi las dos terceras partes de los alumnos de enseñanza media estaban en manos de órdenes religiosas. El legado familiar dejó un poso en él que habría de marcar su trayectoria y que estimularía su temprana vocación humanista. De su hermano Enrique, heredó una afición pictórica presente a lo largo de toda su vida que le proporcionó además interesantes contactos y relaciones. Arturo, por su parte, le transmitió conocimientos técnicos - arquitectónicos, escultóricos y de artes menores, que le facilitaron su familiaridad con la terminología científica desde joven. Además, fue Arturo el que le abrió las puertas del entorno artístico madrileño, tanto a nivel institucional, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y Ateneo de Madrid - como a nivel personal. Aunque formados en campos humanísticos diferentes, Arturo y José Ramón compartieron un talante ecléctico y versátil. Uno desde el Arte y otro desde la Arqueología. También heredó de él su legado humanista en la aspiración de abarcar muchas áreas de conocimiento. Si Arturo fue escultor, pintor, arquitecto, decorador, ilustrador y restaurador, José Ramón fue novelista, historiador, crítico y arqueólogo. Ambos reflejan una época en la que no existía la especialización y todavía se estilaba la figura del sabio o erudito que aspiraba a dominar todos los campos del saber. Tras una infancia y adolescencia rodeada por un ambiente familiar proclive al cultivo de las Artes, José Ramón Mélida comenzó su etapa de formación, repartida entre la Escuela Superior de Diplomática, el Ateneo, el Museo Arqueológico Nacional y la Institución Libre de Enseñanza. En la Escuela Superior de Diplomática ingresó con diecisiete años. Se adivina en esta decisión una vocación ligada al estudio y conservación del Patrimonio Nacional, acorde con el verdadero cometido de la Escuela: formar técnicos profesionalizados que administraran el extenso legado histórico-artístico incautado a la Iglesia desde 1835. En sus tres años de formación, de 1873 a 1875, cursó asignaturas más próximas al Arte que a la Historia, y en las que la Arqueología era concebida bajo una óptica de tradición anti395

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cuaria. Los conocimientos adquiridos por Mélida en esta etapa se inscriben en el plano teórico y representan el bagaje cultural sobre el que se asentaría su posterior formación práctica. Se convertía así en futuro depositario, organizador e investigador de todo el saber y cultura contenidos en archivos, bibliotecas, monasterios, etc., ante la necesidad de una gestión más intensiva y una independencia frente al poder político, participando en la construcción del método de investigación histórica. De esta manera, se produjo su ingreso en 1881 en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, cuyo principal órgano de expresión fue la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos en la que tantos artículos publicó Mélida. La labor pedagógica de la Escuela representaba, además, la penetración del talante positivista francés, que tanta huella dejó en Mélida y que favoreció su decisión de ingresar en este centro. Aunque sus inclinaciones positivistas son evidentes a lo largo de su carrera, participó igualmente en actos culturales, como conferencias, organizados en centros donde el Positivismo era visto en un principio con recelo. Es el caso del Ateneo. Las primeras asignaturas cursadas en la Escuela Superior de Diplomática condicionaron los posteriores derroteros del Mélida arqueólogo e historiador. Del profesor Manuel de Assas recibió una nueva visión humanista propia de un arqueólogo del Romanticismo o “arqueólogo monumental”. Representaba a la Arqueología de los que miraban hacia la Historia y el Arte, considerándose estudiantes de humanidades, en contraste con los que la identificaban con la Geología y la Ciencia Natural. Otra herencia que Manuel de Assas inoculó en Mélida fue el distanciamiento respecto de la Prehistoria, considerada por aquél como oscura y más ligada a disciplinas como la Geología, hecho que se vio reforzado por la consideración de herética y nociva que tenía entre los sectores más conservadores. Mélida apenas se interesó por la Prehistoria en sus comienzos, lo que habría de repercutir en su distanciamiento casi perpetuo respecto de una disciplina que tardó en ser asimilada en España. Además, no consta relación alguna de Mélida con prehistoriadores de peso en la España de su época como Henri Breuil, Hermilio Alcalde del Río o Émile Cartailhac. Únicamente la relación que mantuvo con Hugo Obermaier en el ámbito universitario y en la Real Academia de la Historia. El megalitismo y la cerámica fueron los únicos campos de la Prehistoria a los que dedicó cierta atención. La afición orientalista de Manuel de Assas fue también adoptada por Mélida y matizada en su temprano cultivo de la Egiptología, que prolongaría con entusiasmo su otro maestro Juan de Dios de la Rada y Delgado. Las lecciones de este último, que impartió la cátedra de Numismática y Epigrafía, se dejaron sentir más en el ámbito museológico, faceta que luego desarrollaría Mélida junto a él en el Museo Arqueológico Nacional. Rada y Delgado dejó en Mélida la huella de una nueva dimensión adquirida por la Arqueología en el último cuarto del XIX, en el que la masa social debía tomar conciencia de su pasado. Enlazaba así con una tradición procedente del siglo XVIII, en la que los Museos fueron concebidos como centros de instrucción pública. Rada y Delgado, y después Mélida, trataron de implicar al gran público en la identificación con sus antepasados, haciéndole partícipe de su memoria colectiva y de la idea de Estado-Nación que Antonio Cánovas del Castillo fomentó en el plano ideológico. El tercer profesor en el que se reconocen influencias es Juan Facundo Riaño, por la valoración estética del objeto artístico, que hizo que Mélida se acercara más a cuestiones propias del Arte que a la Arqueología en esta etapa. En el plano ideológico, Riaño imprimió en Mélida un espíritu progresista que acabó relacionándole con la Institución Libre de Enseñanza, si bien Riaño, primero, y Mélida, después, acabarían distanciándose del entorno progresista que habían frecuentado. Con la asignatura de Arqueología ausente de la universidad española, el Ateneo de Madrid se presentaba como otro centro de formación para Mélida. Poco a poco el Ateneo actuó como un centro de reunión y discusión en la década de 1880 convocando a importantes personalidades como Juan Vilanova o José Villaamil. Fue entonces cuando Mélida se integró en los actos organizados por el Ateneo, participando de sus debates, cursos y conferencias. A partir de la eclosión universitaria de 1900, el dinamismo cultural y el empuje didáctico-pedagógico del Ateneo acabó diluyéndose y perdiendo presencia en el escenario cultural, lo que supuso el alejamiento de Mélida respecto de este centro. Con este bagaje de formación, Mélida ingresó en la sección de Prehistoria y Edad Antigua del Museo Arqueológico Nacional, reclamado por su ex profesor y futuro valedor Rada y Delgado, que 396

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debió de intuir un recorrido prometedor en la carrera de Mélida. Corría el año 1876 y aquí iba a entrar en contacto directo con piezas arqueológicas, por primera vez, adquiriendo una verdadera dimensión práctica de la Arqueología. Debió de percibir la necesidad de crear modelos de investigación y de catalogación nada más encontrarse con las piezas del Museo Arqueológico Nacional. Pretendía, así, desarrollar un nuevo concepto clasificatorio que superara la trasnochada noción de acumulación de piezas arqueológicas en la búsqueda de un nuevo paradigma o modelo científico. Esta visión entroncaba con la aplicación del Positivismo y una nueva cultura científica, en la que debió de influir una visita a los museos parisinos en 1883. En su proyección de planteamientos racionalistas sobre el sistema de catalogación se adivina, además, el peso del historicismo. Esta corriente filosófico-cultural concedía a la variable histórico-temporal un protagonismo preeminente en el que se englobaban el resto de criterios clasificatorios. Auspiciado por estos principios, fue publicado el Catálogo del Museo Arqueológico Nacional de 1883, firmado por Rada y Delgado, pero fruto de las horas de trabajo de Mélida. Como parte de esa necesidad catalogadora advertida por Mélida para las antigüedades del Museo Arqueológico Nacional, publicó en 1882 Sobre los vasos griegos, etruscos e italo-griegos del Museo Arqueológico Nacional. Como en el anterior, Mélida confeccionó este catálogo estimulado por la labor de Edmund Pottier en los catálogos del Louvre, museo que tendría ocasión de visitar en 1883. Básicamente, se inspiró en el sistema de catalogación empleado por el Barón de Witte y se nutrió de museólogos franceses, obviando algunas obras de referencia alemanas, incluso inglesas, fundamentales entonces. Este tipo de catálogos revelaba una valoración de la cerámica como elemento cotidiano y cultural capaz de aportar datos interesantes sobre una civilización determinada, frente a los estudios de anticuarismo en los que el interés se centraba en aspectos artísticos. El reclamo de la importancia de la cerámica era una prueba más del reflejo del Positivismo y su incorporación al mundo de la Arqueología. Idéntica proyección positivista le llevó a publicar la Historia de la careta, la Historia del casco y el Vocabulario de términos de Arte en la segunda mitad de la década de 1880-1890, tratando de imponer un criterio científico y utilitario que fuera más allá de la descripción formal. Cubría así el vacío existente en obras de referencia y consulta. Todo este empeño de mejora proyectado por Mélida en el campo de la catalogación se inscribe dentro de un intento generalizado por mejorar la ciencia española, a la que trató de europeizar al más puro estilo unamuniano. Los Museos no sólo debían desarrollar una función de custodia y exposición de objetos, sino que debían ser el lugar destinado a despertar las inquietudes culturales del gran público, para así recuperar la memoria colectiva contenida en la cultura material del pasado, el Volk herderiano. En este planteamiento, consideró la conveniencia de trasladar a la capital los objetos encontrados en las provincias, en línea con la firmeza de las autoridades para no permitir la exportación de piezas al extranjero. Se compensaba así la falta de recursos con la que eran gestionados gran parte de los pocos museos provinciales existentes. Un buen ejemplo fueron la adquisición de los bronces de Costig en 1895, la adquisición de la colección Vives mediante la fórmula de suscripción pública en 1910 y el inmediato ingreso del tesoro de la Aliseda en el Museo Arqueológico Nacional en 1920. Mélida ayudó también a estimular los estudios hispánicos al participar en la celebración del IV Centenario del Descubrimiento en 1892. Se trataba de una incursión fugaz y aislada en el americanismo, inscrita en la valoración de los territorios americanos como una prolongación del territorio español que ampliaba el concepto de Nación. Su defensa y fomento de la ciencia española encaja con sus constantes reivindicaciones orientadas a solicitar más intervención del Estado en cuestiones patrimoniales para reducir el mecenazgo y la intromisión extranjera en asuntos culturales propios. A esta misma reivindicación responde su lamento de que el reconocimiento de autenticidad de las pinturas de Altamira hubiera tenido que llegar por comparación con otros ejemplos de pinturas rupestres francesas. Mélida confiaba en el fomento de la autonomía científica española para poder sacudirse el padrinazgo que todavía ejercía la investigación foránea. En el ámbito nacional, alabó la gestión cultural emprendida por Cataluña en un tono de sana envidia y reconoció la delantera tomada por esta región en conceptos museológicos, en el fenómeno del excursionismo o en el dinamismo editorial alcanzado. Entabló una relación fructífera con investi397

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gadores y humanistas catalanes de la talla de Pedro Bosch Gimpera, compañero suyo en la Real Academia de la Historia, lo que debió de favorecer su designación en 1924 como nuevo académico correspondiente por Madrid de la “Real Academia de Buenas Letras de Barcelona”. Además de la Escuela Superior de Diplomática, el Ateneo y el Museo Arqueológico Nacional, Mélida contó con otra institución señera entre sus centros de formación: la Institución Libre de Enseñanza. Desde la sección de “Arqueología y Bibliografía Crítica” de su Boletín, compartió con el aragonés Joaquín Costa una experiencia de calado divulgativo en la que participó de la vocación europeísta, la conciencia integradora y el interés por la Ciencia y el progreso proclamados por esta institución. Este reformismo planteado a nivel científico encontró eco en Mélida cuando en 1898 departió con el francés Théophile Homolle sobre la posibilidad de formar arqueólogos españoles en las Escuelas Francesas de Roma y Atenas, proyecto en el que España estaba destinada a actuar como un satélite de Francia en el campo científico. De una manera parecida, concibió Pierre Paris su “colonización” científica de España. Aunque la idea no fructificó, los arqueólogos españoles sí tuvieron la oportunidad de formarse en otros países de Europa a partir de 1907 con la creación de la “Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas”. Mélida apenas gozó de estancias en el extranjero en su etapa de formación, al contrario de lo que hicieron otros contemporáneos suyos que venían del extranjero, como Jorge Bonsor, Luis Siret o Pierre Paris. Y cuando empezaron a enviarse los primeros pensionados Mélida tenía ya 50 años y había perdido una gran oportunidad que sí aprovecharon arqueólogos más jóvenes como Pedro Bosch Gimpera o Antonio García y Bellido. La verdadera introducción de Mélida en la Institución Libre de Enseñanza debió de estar apadrinada por Juan Facundo Riaño, antiguo profesor suyo en la Escuela y responsable de los primeros pasos de aquél en este centro formativo de perfil progresista. Aquí entró en contacto con conceptos como la Cultura Común de Johann Herder o la Intrahistoria de Krause, que aplicaría a sus planteamientos histórico-arqueológicos. Al estrecho contacto con Joaquín Costa, cuya línea de estudio se situaba más en el plano filológico, deben atribuirse, asimismo, sus tempranas actitudes de corte regeneracionista. En cuanto al contenido temático de los artículos, se detecta la resonancia del orientalismo y las continuas noticias reflejadas en sus páginas en un momento de eclosión de la arqueología de Próximo Oriente. También el celtismo reinante entonces se refleja en el tratamiento de los artículos, si bien solo caló de forma superficial en los esquemas histórico-arqueológicos de Mélida. Se fomentaba el contacto directo con la Naturaleza, los conocimientos adquiridos de las mismas fuentes y el fenómeno excursionista como principios de base positivista que encajaban perfectamente con el talante aperturista y dinámico de Mélida. Éste quería desligar la Arqueología del estrecho campo de la erudición para imprimirle nuevos aires cientifistas acorde con el entorno y acercarla al gran público. Sobre todo a aquella burguesía pujante que saciaba así sus inquietudes culturales para consolidar un nuevo concepto de cultura nacional en el que el Patrimonio actuaba como instrumento de transmisión ideológica. Si en la Escuela Superior de Diplomática Mélida recibió conocimientos teóricos, en la Institución Libre de Enseñanza entró en contacto con conceptos prácticos que ampliaron su perspectiva humanística. Aunque no tuvo contacto directo con piezas arqueológicas ni se formó como arqueólogo de campo, Mélida asimiló conceptos pedagógicos que proyectó posteriormente sobre sus procedimientos de actuación científica. Si bien los principios de Mélida no comulgaban con el laicismo propuesto por los krausistas, sí sintonizaban con las líneas maestras de su proyecto educativo y reformista. Prolongaba, en cierto sentido, la labor de Rafael Altamira en la que pretendía imponer una Historia que actuara como disciplina autónoma y en la que el historiador fuera un especialista y no un escritor. Mélida congenió con los sectores progresistas en sus años de formación, tanto en la Institución Libre de Enseñanza como en el Ateneo de Madrid. Sin embargo, supo combinar esos contactos con su participación en eventos donde primaban los estamentos próximos al poder. De hecho, mantuvo una fluida relación con la Duquesa de Villahermosa por la sensibilidad artística y las importantes colecciones reunidas por sus antepasados desde el siglo XVI. De esta casa llegó a ser bibliotecario y acudió a actos de índole cultural en calidad de cicerone. A medida que cumplía años, se produjo un paulatino acercamiento a los entornos academicistas y conservadores que le distanciaron de los 398

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ambientes frecuentados en sus años de juventud. Esta proximidad al conservadurismo académico le acarreó despiadadas críticas como las proferidas en 1914 por el izquierdista soriano Benito Artigas Arpón, a la sazón amigo de Adolf Schulten y posiblemente germanófilo, desde el diario republicano “El Radical”. Mélida debió de simpatizar con la causa aliadófila por su axiomática predisposición francófila, si bien nunca se significó rotundamente en este posicionamiento. Sin embargo, Artigas le convirtió en blanco de un feroz ataque dialéctico desde la demagogia y la sátira. Mélida representaba una postura en armonía con las fuerzas vivas sorianas y el academicismo oficial, en oposición a Adolf Schulten y a su defensor Artigas. Puede sostenerse como segura la falta de afinidad ideológica entre el conservadurismo de Schulten y el republicanismo izquierdista de Artigas. Los intereses que justifican esa amistad tienen que ver más con el afianzamiento de vínculos entre clanes locales que con cualquier viso de proximidad ideológica. No obstante, la faceta de historiador y arqueólogo de Mélida rebasó con creces cualquier filiación ideológica o tendencia doctrinal que pusiera en duda su verdadera vocación de humanista. Procedente de una familia de tradición conservadora, su vida transcurrió en la indefinición política y la heterodoxia, logrando que el apellido Mélida haya pasado a la Historia por sus méritos histórico-artísticos, alejado de suspicacias doctrinales. Su condescendencia ideológica puede detectarse también en la laxitud que mostró a la hora de divulgar noticias y publicar artículos en diarios de todo tipo de tendencias. Una de las constantes de Mélida a lo largo de su vida fue su inclinación francófila, que tendría ocasión de apuntalar tras un viaje realizado a París en 1883, con 27 años y en plena fase de formación como arqueólogo. Observado con una amplia perspectiva temporal, puede contemplarse este viaje como un precedente lejano de lo que a partir de 1907 haría la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas enviando pensionados españoles al extranjero para mejorar su nivel. Se trataba de una medida teñida de espíritu europeísta y regeneracionista orientada a despolitizar la ciencia española y a ampliar su horizonte. Los conocimientos adquiridos por Mélida en los museos parisinos ampliaron sus nociones museológicas y estimularon su afición por la egiptología, disciplina en la que destacó la aportación de Jean François Champollion, el Vizconde de Rougé, Paul Pierret o Gaston Maspero. Desde la Guerra de la Independencia, había surgido en España una doble acogida al país vecino: la de los que rechazaban al invasor sin paliativos y la de los que pretendían facilitar la penetración de influencias francesas en España. La familia Mélida se encontraba entre aquel sector atraído por la grandeur de la France y cercana al afrancesamiento. De esa misma matriz se desprendía la evidente aceptación del Positivismo por parte de José Ramón Mélida. Otro motivo de proximidad fue su vínculo familiar tras el matrimonio de su hermano Enrique con María Bonnat, y su dominio de la lengua francesa, circunstancia esencial en su exclusividad idiomática francesa. Debió de tener conocimientos de inglés y de italiano, pero no de alemán, a pesar de haber sido nombrado socio correspondiente del Instituto Arqueológico del Imperio Germánico en 1884. Realizó visitas periódicas a París, Burdeos y Bayona, lo que le permitió establecer una red de contactos con sus colegas franceses. En cierto modo, empezó a asumir un rol de corresponsal que mantenía al corriente a los hispanistas franceses y que estaba dispuesto al intercambio cultural entre los dos países vecinos. La culminación fue la fundación en 1928 de la Casa de Velázquez o Escuela Francesa en Madrid, la institución arqueológica más importante hasta la Guerra Civil. El viaje efectuado por Mélida en 1898 por el Mediterráneo Oriental fue fundamental en su trayectoria y tuvo una importancia crucial en el devenir del Mélida arqueólogo. No sólo amplió su perspectiva científica, gracias al conocimiento in situ de los principales yacimientos y museos de Grecia, Turquía o Italia, sino que entabló relaciones con significativos arqueólogos del entorno europeo. Por ejemplo, Théophile Homolle, con quien albergó la posibilidad de incorporar pensionados españoles a las escuelas francesas de Roma y Atenas y con quien participaría, tres décadas más tarde, en la redacción del Corpus Vasorum Antiquorum. En cierto sentido, sus experiencias prácticas y su conocimiento sobre el terreno de yacimientos y museos del Mediterráneo Oriental manifiestan la asimilación de conceptos positivistas en los ambientes de la Institución Libre de Enseñanza, como el contacto directo con el objeto de estudio. Este viaje puede considerarse como un verdadero punto de inflexión en su vida. 399

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Con 42 años conocía por primera vez sobre el terreno los yacimientos de los que tanto había oído hablar y sobre los que tanto departió en cursos, conferencias y publicaciones. Esta tardía incorporación al conocimiento de los yacimientos y sus territorios explica que Mélida nunca fuera un arqueólogo de campo de primera línea en su época, si bien todavía tuvo tiempo para desarrollar sus facultades en las labores de campo emprendidas en Numancia y en Augusta Emerita. Mélida compartió sus dedicaciones profesionales con la publicación de ocho novelas entre 1880 y 1901. La aportación de la etapa novelesca de Mélida no hay que buscarla en su calidad literaria y en el reconocimiento de sus contemporáneos sino más bien en lo que supuso para su etapa de formación. Perfeccionó su redacción, aprendió a documentarse recurriendo a archivos, bibliotecas, museos y testimonios y se instruyó en el manejo de tecnicismos y vocabulario específico. Incluso, mantuvo cierto contacto epistolar con literatos de la época como Juan Ramón Jiménez. Las relaciones de poder desempeñaron un papel decisivo en las circunstancias que rodearon la consecución de plazas y cátedras. Si de Basilio Sebastián Castellanos de Losada y Juan de Dios de la Rada y Delgado obtuvo la ayuda necesaria para entrar a formar parte del Museo Arqueológico Nacional y para beneficiarse de una plaza de Oficial de Tercer Grado en el escalafón del Cuerpo Facultativo, la proximidad de Juan Catalina García respecto a los grupos neocatólicos y conservadores, entre ellos, el Ministro de Fomento, Alejandro Pidal, le privó de obtener una cátedra de Arqueología en la Escuela Superior de Diplomática. La vía de la recomendación se revelaba como la solución más eficaz en un contexto donde el clientelismo se imponía a cualquier trámite burocrático, oposición o concurso. En cuanto a sus preferencias arqueológicas, Egipto y Grecia pueden considerarse como las dos civilizaciones del pasado en las que Mélida volcó su interés en sus primeros años como investigador. Su afición por la egiptología, que apenas contaba con tradición en España, se vio refrendada y estimulada por sus profesores Manuel de Assas y Juan de Dios Rada y Delgado, que prolongaron sus aptitudes como egiptólogo desde muy joven. Hasta la negación de una cátedra de Egiptología entre 1899 y 1900, Mélida cultivó una egiptología exclusivamente de gabinete, ya que nunca participó en ninguna excavación ni trabajo de campo. Posiblemente se ha magnificado la faceta egiptológica de Mélida, que no dominaba la escritura jeroglífica y cuyos conocimientos se circunscribían a los adquiridos, de forma general y superficial, a nivel académico y bibliográfico. De hecho, no visitó el país del Nilo hasta 1909. No obstante, conoció a fondo las colecciones egipcias del Museo Arqueológico Nacional y tuvo en los egiptólogos franceses a sus principales maestros. Desde el punto de vista editorial, sí fue de gran mérito su publicación en 1897 del manual Historia del Arte Egipcio, tan necesario como decisivo en un país donde los estudios egipcios no tenían apenas tradición y en una época en la que sólo Rada y Delgado y el diplomático Eduardo Toda habían mostrado cierto interés por el Egipto faraónico. Mélida mostró su convicción de que el arte egipcio era la fuente de inspiración de gran parte del arte antiguo, evidenciando la adopción de una óptica egiptocentrista emanada de autores británicos como Grafton Elliot Smith o William James Perry. El difusionismo, concepto de naturaleza antropológica, era entonces el modelo casi exclusivo para explicar el flujo de relaciones y préstamos culturales entre civilizaciones y los pueblos orientales, fenicio y egipcio, considerados como transmisores de sus conocimientos al Mediterráneo Occidental. En el ámbito arqueológico, el difusionismo se sustentaba en las excavaciones llevadas a cabo en Próximo Oriente y Grecia. El propio Mélida evidencia inclinaciones difusionistas cuando afirmaba que Grecia forzosamente hubo de tomar por maestros a pueblos más viejos, si bien su filohelenismo acabaría eclipsando cualquier viso orientalista adivinado en sus principios. Lo cierto es que, a pesar del interés de Mélida, los estudios egiptológicos en España languidecieron prácticamente hasta la campaña de Nubia a finales de la década 1960-1970. Paralelamente, Mélida sintió por Grecia una admiración similar. El redescubrimiento decimonónico de la cultura griega, impulsado por las excavaciones de franceses y alemanes en un contexto de colonialismo científico, acentuó el interés de Mélida por la Helade. Como en el caso de Egipto, se propuso cubrir el vacío existente de manuales españoles sobre arte griego, y en 1897 publicó su Historia del Arte Griego. Una vez más, se trataba de un manual confeccionado desde la labor bibliográfica y la 400

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revisión de obras extranjeras, especialmente francesas. Hasta 1898, no pudo Mélida conocer in situ los principales yacimientos griegos en su viaje por el Mediterráneo Oriental que amplió su conocimiento de los enclaves arqueológicos y sus entornos. En el último cuarto del siglo XIX, los arqueólogos europeos recurrían a dos modelos para explicar el flujo de préstamos culturales entre las sociedades antiguas: el difusionismo de corte orientalista y el difusionismo de corte helenista. Mélida se hizo eco en la década de 1880-1890 de las teorías orientalistas que atribuían la inspiración de los artistas alfareros griegos a los productos fenicios importados por aquellos. Pero a medida que fueron descubriéndose las civilizaciones prehelénicas (Troya, Micenas y Creta) en el Mediterráneo Oriental, el filohelenismo, empezó a ganar adeptos. Entre ellos, Mélida, cuyo interés por Grecia se iría acentuando progresivamente en un contexto de redescubrimiento de la cultura griega. La importancia cultural de Grecia respecto a las raíces de Europa había arrancado a finales del XVIII con el Romanticismo alemán y las novedades arqueológicas de finales del XIX volvieron a incidir en el protagonismo de los griegos dentro del pasado europeo. Pueblos como el etrusco, fueron reducidos por Mélida a la categoría de imitadores de Grecia, revelando un esquema difusionista de corte helenista del que no se desprendería hasta adentrarse en la cuestión ibérica a principios del XX. Incluso, comenzaba a negar a los fenicios la originalidad en las producciones de cerámica pintada, que ahora otorgaba a los griegos. Las inclinaciones filohelenistas de Mélida condicionaron incluso sus valoraciones pictóricas, llegando a proponer un parentesco entre las figuras de El Greco y las figuras griegas de los siglos III y IV antes de Cristo, construidas con arreglo al canon de Lisipo, como una herencia del arte bizantino. A lo largo de su vida, las reflexiones culturales emitidas por Mélida desembocaron muchas veces en un planteamiento artístico-cultural de derivación winckelmanniana, según el cual todo pueblo sufría una evolución de cuatro estadios: primitivo o rectilíneo; hierático; arcaico y clásico. De hecho, concibió el arte posterior al clásico como una involución artística. Este razonamiento encajaría con el dualismo propuesto entre el Neoclasicismo y Francia, y el Romanticismo y Alemania. Además, proyectaba los ciclos spenglerianos, asimilados por hombres de la Institución Libre de Enseñanza como Rafael Altamira, que conducían a la inevitabilidad de la crisis. En el caso ibérico, proyectó esta particular visión cíclica sobre tres fases: aprendizaje, perfeccionamiento y decadencia. El cuadro cíclico inspirado en Winckelmann acompañaría a Mélida en sus teorías sobre el arte ibérico hasta el final de su vida, evidenciando la ausencia de esquemas alternativos que pudieran superar esa visión apriorística. La instrucción artística de Mélida no sólo se percibe en la herencia winckelmanianna de algunos de sus planteamientos, sino también en su depurado criterio en cuestiones como la labor de los restauradores de la época. Les acusaba de “asesinar los cuadros” y falsear las obras, evidenciando una convencida militancia en esa corriente antirrestauracionista defendida por Violet-le-Duc, Juan Facundo Riaño, Josep Puig i Cadafalch o Leopoldo Torres Balbás. Puede imputarse esta faceta de crítico, una vez más, a la referencia de sus hermanos Enrique y Arturo que le proporcionaron un don de artista del que carecían otros arqueólogos. De hecho, José Ramón Mélida sostenía que el Arte y la Arqueología eran inseparables, una afirmación en sintonía con su formación e influencias y que refleja los difusos límites entre ambas disciplinas hasta bien entrado el siglo XX. Mélida representaba al arqueólogo que progresivamente se acercaba a la arqueología científica, desde una arqueología condicionada por pautas artísticas e incluso literarias. Tras completar su período formativo, Mélida concentró sus esfuerzos en la Protohistoria, especialmente la cultura ibérica, y la Arqueología clásica de la Península Ibérica. El eje de estos estudios fueron las excavaciones acometidas en Numancia y Augusta Emerita, que fueron fundamentales en la consolidación y prestigio arqueológico de Mélida. Su contribución como prehistoriador, sin embargo, se redujo a disquisiciones sobre cerámica y megalitismo. Al tiempo que las autoridades culturales españolas negaron la creación de una cátedra de arqueología egipcia en los últimos meses del siglo XIX, José Ramón Mélida comenzó a adentrarse en la problemática ibérica. Los primeros arqueólogos en acotar los límites cronológicos de la cultura ibérica habí401

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an arrancado en la Prehistoria, en lo que actualmente sería el Paleolítico. Fue el caso de Manuel de Góngora. Juan de Dios de la Rada y Delgado, Fidel Fita, Carlos Lasalde o Juan Vilanova habían tratado de delimitar el sustrato cultural ibérico vinculándolo con el inicio del unitarismo y enfrentándose a un contexto arqueológico que ofrecía pocos indicios seguros. Luis Siret, por su parte, propuso una correspondencia de la cultura ibérica con el período Neolítico y Rada y Delgado ya advirtió de un fondo ibérico en las producciones del Cerro de los Santos cuando en 1875 pronunció su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia. Pero quienes realmente asociaron el sustrato ibérico con una cultura material definida fueron Pierre Paris y Arthur Engel, inducidos por su colega León Heuzey, que intuyó la existencia de un arte ibérico mientras Paris y Engel acometían su labor sobre el terreno desde los últimos años del siglo XIX. Puede considerarse que fueron ellos, especialmente Paris, los primeros investigadores en identificar un horizonte cultural difuso, el ibérico, con una cultura material simplemente intuida en los descubrimientos escultóricos de finales del XIX, entre los que se encontraba la Dama de Elche. Mélida ya venía participando de la “cuestión ibérica” desde los primeros pronunciamientos estilísticos vertidos sobre las esculturas del Cerro de los Santos. Negó la filiación egipcia sostenida por Carlos Lasalde al tiempo que empezaba a sospechar de la autenticidad de las inscripciones. Uno de sus primeros veredictos, emitido en 1882, relacionó el santuario con los fenicios. De alguna manera, se dejaba llevar por la preponderancia de los estudios orientalistas llevados a cabo en el resto de Europa, por el frecuente tratamiento de temas próximo orientales en la sección que dirigió junto a Joaquín Costa en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza y la relevancia otorgada a los yacimientos excavados entonces en Próximo Oriente. Fruto de esta tendencia fue su propuesta cronológica del siglo IX antes de Cristo para la bicha de Balazote. Este error cronológico de cuatro siglos vino provocado por su convencimiento del carácter oriental de la pieza, que le hizo adelantar la fecha para atribuirle un parentesco caldeo-asirio. Ya en 1895, incorporó a su discurso un componente greco-fenicio en el estilo de las esculturas, con cierta dosis de caracteres indígenas, que Mélida asociaba a una fase hierática propia de las civilizaciones aisladas y que también había percibido Rada y Delgado veinte años antes. Se estaba produciendo un paulatino acercamiento hacia posturas filohelenistas. Por entonces, las estatuas del Cerro fueron depositadas en el Museo Arqueológico Nacional a medida que Paulino Savirón actuaba en el yacimiento. Sin embargo, era Rada y Delgado el que interpretaba las piezas sin apenas conocer el yacimiento y desde un aislamiento excesivo. De hecho, magnificó su viaje a Oriente a bordo de la fragata Arapiles convirtiéndolo en experiencia arqueológica de referencia de la que nacieron muchas de sus propuestas culturales. Mélida debió de detectar esta búsqueda de notoriedad y prestigio por parte de Rada y Delgado, pero su posición no le permitía denunciar abiertamente el oportunismo de Rada ni la injusticia cometida con Paulino Savirón. El más delicado asunto concerniente a las estatuas del Cerro de los Santos recayó sobre la dudosa naturaleza de su autenticidad. En 1878 habían levantado las primeras sospechas en París entre arqueólogos como Adrien de Longpérier, dudas que Mélida atribuyó a la manía fenicia y a la visión helenocentrista, y a las que se sumaría Emil Hübner diez años más tarde. Una vez abierto el debate en torno a la autenticidad de las piezas, Mélida sintió el deber patriótico de depurar esta cuestión para dignificar la imagen de la arqueología española y la dudosa gestión en la adquisición de las estatuas. Además, en 1875 Rada y Delgado había errado al defender la autenticidad de la colección, circunstancia delicada a los ojos de un Mélida cuya deuda laboral con Rada y Delgado oprimía su libre pronunciamiento. Desde 1881, cuando entró en contacto directo con las piezas del Cerro de los Santos en el Museo Arqueológico Nacional, había tenido la ocasión de analizar las piezas pero hasta 1903 no llevó a cabo un exhaustivo examen de las estatuas. En un principio, su vena patriótica le hizo desechar cualquier recelo, pero no tardó en reconocer que el apartado epigráfico despertó sus primeras dudas. Con Rada y Delgado ya fallecido, Mélida abordó el estudio pormenorizado de las estatuas, liberado de una posible represalia por parte de quien había sido su maestro y mentor a nivel laboral. Rada y Delgado representaba para Mélida el perfil de arqueólogo erudito y de corte decimonónico, cuyo espíritu crítico necesitaba de un reciclaje generacional. Excesivamente dedicado a labores de arqueólogo de gabinete, 402

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Rada y Delgado careció de contacto directo con los yacimientos y permaneció alejado de la visión dinámica y cientifista que Mélida había asimilado en el Ateneo o la Institución Libre de Enseñanza. Tras analizar la colección, con la ayuda de Francisco Álvarez-Ossorio, Mélida dictaminó la existencia de 202 piezas auténticas y 71 falsas. El descubrimiento de la Dama de Elche en 1897 supuso un punto de inflexión en la valoración del arte ibérico y su hallazgo trascendió pronto el ámbito arqueológico para ser convertido en icono de la cultura ibérica (hispanismo) al tiempo que iban surgiendo toda suerte de interpretaciones iconográficas. Sobre su cronología, Mélida propuso, el mismo año del hallazgo, las décadas finales del siglo III antes de Cristo relacionándolo con al arte cartaginés. Sin embargo, su posterior óptica filohelenista modificó su análisis estilístico, al percibir una simbiosis de estilos en la expresión del rostro, e idéntica inclinación le llevó a emparentar las falcatas ibéricas de Almedinilla con un origen griego arcaico. En 1908, consideraba que no era enteramente arcaica pero que tampoco llegaba a la buena época de la escultura de Pericles, y en contraposición señaló un elemento indígena en la expresión de la cabeza y en su decoración, que no se observaba en las obras de Grecia ni en las de Oriente. Incluso, advirtió un parecido entre la mitra de la Dama de Elche y el pschent egipcio. La fechó en el siglo IV antes de Cristo y la atribuyó a un artista ibérico de mucho mérito que aprendió el arte griego en la corriente jónica, sabiendo reunir los elementos del arte oriental de Andalucía con los elementos helénicos de Levante. Una de las conclusiones a las que llegó fue el adelanto artístico de la Contestania (Alicante) y Edetania (Valencia) respecto a la Bastetania (Albacete y Murcia), guiado por los hallazgos escultóricos: Elche, Cerro de los Santos, Agost, etc. En su planteamiento histórico-artístico, presentaba lo griego como sinónimo de alto grado cultural y reducía a la categoría de “mala imitación” todo aquello que se alejaba de lo clásico. Aún subyacía en él una resistencia a reconocer plenamente el arte ibérico, al que no concebía si no era con una alta dependencia respecto del arte griego. Un enfoque que no sería superado hasta Massimo Pallottino en 1953, que rompería con los encorsetados arquetipos clasicocéntricos de su época para conceder un mayor protagonismo a las civilizaciones protohistóricas mediterráneas. Además, acabó con la concepción cíclica e inmutable que se había aplicado al Arte desde Winckelmann y a la que tanto recurrió el propio Mélida. En definitiva, el arqueólogo madrileño intuyó las múltiples influencias que convergen en la iconografía de la Dama, tal y como reconocen los especialistas en la actualidad. Una de las cuestiones más delicadas es trazar la evolución seguida por Mélida a la hora de valorar la interacción entre las influencias externas (colonialismo-difusionismo) y los componentes indígenas advertidos en la estatuaria ibérica. Aunque tardó en digerir el indigenismo proclamado a principios del siglo XX por sus colegas franceses León Heuzey y Pierre Paris –quienes tuvieron que contrarrestar el obstinado helenocentrismo de sus compatriotas Salomon Reinach y Camille Jullian– mostró un tono elíptico en sus publicaciones y discursos que hace complicada una lectura ordenada de sus teorías. La base autoctonista proclamada por Paris redujo algo el componente difusionista en las teorías de Mélida, pero no lo suficiente como para descartarlo de sus hipótesis. De hecho, se refirió a la escultura ibérica como una escuela adulterada que descendía de calidad según se alejaba de los grandes momentos de la escultura helénica. El arqueólogo madrileño había sido el responsable de crear una sala ibérica en la nueva sede del Museo Arqueológico Nacional en 1895. Por entonces, las estatuas del Cerro de los Santos o Gabinete de Yecla conformaban esta sala, en una evidente asimilación por parte de Mélida de que existía un arte ibérico. Sin embargo, Mélida se resistía todavía a reconocer una cultura con entidad propia. Fue en ese punto donde confluyeron las sospechas autoctonistas de Heuzey y Paris con el lento proceso de revelación ibérica detectado en Mélida. A la contribución foránea de la arqueología francesa en la puesta en valor del arte ibérico, se unió la predisposición francófila de un Mélida deseoso de “desenmascarar” los entresijos de un horizonte cultural intuido pero sin definir. La inauguración de una sala de arqueología ibérica en el Louvre en 1904 puede interpretarse como el reconocimiento oficial de los arqueólogos franceses al arte ibérico, tras la publicación en 1903 de Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive de Pierre Paris. Mélida ya había puesto en marcha una sala ibérica - con las esculturas del Cerro de los Santos - nueve años antes en el Museo Arqueológico Nacional, pero la inauguración de esta sala 403

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en el Louvre, a la que se incorporaron la Dama de Elche y los relieves de Osuna, equivalía a una aprobación por parte de aquellos arqueólogos franceses que para Mélida eran referentes indiscutibles. En cierto modo, Mélida sintió el respaldo y aval científico de la crítica arqueológica gala. El primer síntoma de aceptación por parte de Mélida se produjo en su afirmación de 1903 según la cual estamos hoy autorizados para decir que hay un arte español o, si se quiere, ibérico, con igual título que se admite un arte chipriota y un arte etrusco, uno y otro procedentes asimismo de una mezcla del arte fenicio y del arte griego con ciertos elementos nacionales. Poco a poco la persuasión de Paris se materializó en el mayor protagonismo cobrado por el componente local en los planteamientos de Mélida, cuyo medio de expresión fueron la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, y la sección “Extérieur. Bulletin Archéologique d’Espagne” dentro de la Revue des Universités du Midi. Las relaciones de Mélida con el hispanismo francés atravesaban por un momento de contacto intenso. Eran fruto, entre otros motivos, del acercamiento franco-español avivado por el rechazo que encontró el pangermanismo en buena parte de la intelectualidad latina. José Ramón Mélida y Pierre Paris trazaron líneas de investigación paralelas en el proceso de identificación de una cultura ibérica original en los años próximos al cambio de siglo. De esta manera, convergían dos puntos de vista distintos con objetivos comunes. Paris representaba la escuela hispanista francesa de corte helenista y Mélida representaba la “avanzadilla española” dentro de aquella generación de historiadores con una honda preocupación por recuperar su pasado. Mélida era el primer español en aproximarse a la postura autoctonista propuesta por Pierre Paris y engendrada por León Heuzey. Espoleados por un entorno donde las civilizaciones prehistóricas y protohistóricas mediterráneas (Chipre, Etruria, Fenicia, Micenas, Creta, etc.) comenzaban a cobrar protagonismo, se encaminaron hacia el proyecto común de “bautizar” a una cultura cuyas evidencias arqueológicas escondían una compleja realidad. Curiosamente, fue Mélida quien rebatió a Pierre Paris - en una recensión a su ensayo de 1904 - por su propuesta unitaria ibérica, realidad contemplada por aquel bajo un prisma regionalista con grandes contrastes entre unas zonas y otras. Los posteriores estudios de Pedro Bosch-Gimpera, cuyo director de tesis fue el propio Mélida, ahondaron en estas diferencias regionales proyectadas sobre las tipologías cerámicas. A pesar del componente autoctonista que fue incorporando Mélida en sus planteamientos, partió de una base difusionista en la que la cultura ibérica prerromana representaba la incapacidad creativa y la imitación de culturas supuestamente superiores como la egipcia, la griega o la fenicia: los colonizadores traían la civilización, y los naturales eran salvajes que de ellos la recibieron. De igual modo, atribuyó el paso del Neolítico a la Edad del Bronce en la Península Ibérica al aporte civilizador de las primeras colonias asentadas en las costas peninsulares. Estas palabras, pronunciadas cuando ingresó en la Real Academia de la Historia en 1906, acreditaban su ambigüedad así como la intermitencia entre su discurso autoctonista y una óptica difusionista. Ese año, la asimilación de una cultura ibérica original por parte de Mélida debió de ser superior a lo reflejado en su discurso. Posiblemente, consideró imprudente pronunciar un discurso novedoso en el que se atribuyeran excesivas aptitudes y suficiencia culturales a un pueblo, el ibérico, que empezaba a perfilarse en el escenario arqueológico mediterráneo. Sabía el riesgo que entrañaba la introducción de nuevas perspectivas con las que pudiera alterarse una tradición histórica en la que las grandes civilizaciones del pasado seguían eclipsando a culturas emergentes, como la ibérica. Fidel Fita, encargado de responder el discurso de 1906, atribuyó las palabras de Mélida a la influencia materialista y darwinista de las escuelas con las que había tenido contacto. Indudablemente, el arqueólogo madrileño seguía evidenciando en su alocución un temor más forzado que sincero a proclamar abiertamente el reconocimiento de una cultura ibérica con entidad y caracteres propios. El año en que pronunció el discurso, a las puertas de 1907, ya había tenido tiempo para asumir la cercana certeza de una realidad ibérica. La creación de salas de arqueología ibérica, los estudios de la Dama de Elche, el análisis de la colección del Cerro de los Santos, la verificación de una escuela artística refrendada en los hallazgos escultóricos y la aportación paralela de los avances acometidos por León Heuzey y Pierre Paris eran avales más que suficientes como para sospechar que Mélida había digerido el concepto de cultura ibérica más de lo que reflejaba su discurso. 404

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Una de las teorías que con más vigor penetró en los planteamientos artístico-culturales de Mélida fue la tendencia micénica recibida de Pierre Paris. En los mismos años que ambos trataban de dar sentido al problema ibérico, el filohelenismo francés adoptó en Paris una versión micénica que acabó afectando al propio Mélida. Para el arqueólogo madrileño, murallas como las de Tarragona; Castillo de Ibros, en Jaén; San Miguel de Eramprunya y San Pedro de Casserres, en Barcelona; y Sagunto se habían inspirado en las de Micenas y Tirinto, las mejor dotadas de las conocidas hasta entonces y que sirvieron de referente arquitectónico. En su opinión, se había producido gracias a la transmisión cultural llevada a cabo por los pelasgos, cuya llegada a la Península situó en el siglo XIV antes de Cristo y a la que identificó con griegos rodios. Estos paralelos micénicos los amplió también a la construcción de tumbas, fortificaciones y a algunos tipos cerámicos que previamente habían dejado su impronta en Lidia, Frigia, Caria, Cerdeña, Etruria o las Islas Baleares. E incluso llamó la atención sobre el parecido entre las figuras de toro de Costig y los símbolos religiosos creto-micénicos. Percibió igualmente la naturaleza micénica de algunas diademas y collares de la Dama de Elche y algunas esculturas del Cerro de los Santos, advertidas también en la orfebrería troyana. En definitiva, el protagonismo que Mélida concedió a las culturas griegas era tan abrumador que relegó a los tirios (fenicios) a una función secundaria respecto a la desarrollada por los micénicos. Pesaba sobre él una visión difusionista en la que - por influencia de los helenistas franceses, del antisemitismo soterrado en parte de la sociedad europea y del paneuropeísmo que rechazaba la idea de dependencia respecto de Oriente - se negaba la capacidad artística del pueblo fenicio. Este hecho repercutió en la ralentización de su acercamiento a las tesis autoctonistas y su lenta asimilación de la realidad cultural ibérica. Empezaba a percibirse en Mélida una distinción entre el reconocimiento de una cultura ibérica con personalidad propia, a la que concedía cada vez más protagonismo, y la capacidad artística del pueblo ibero, a la que relegaba a una imitación desviada e imperfecta de los modelos clásicos. De ahí que adoptara la óptica winckelmanniana sobre los ciclos artísticos. Sin embargo, todo el edificio teórico construido por Pierre Paris en torno a las influencias micénicas se vino abajo cuando se sintió incapaz de resolver las distancias cronológicas entre las culturas micénica e ibérica. Tanto el hallazgo del tesoro de La Aliseda como la puesta en valor de los descubrimientos de Galera en 1920 se produjeron cuando la gran mayoría de arqueólogos españoles empezaba a asimilar el nuevo enfoque de Pierre Paris, en el cual cobraba interés y protagonismo el componente local y los caracteres raciales del indígena. Mélida participaba ya de esta corriente autoctonista impulsada poco a poco por la confirmación de nuevos hallazgos que reforzaban la creencia en una cultura ibérica con personalidad propia. Podría afirmarse que a finales del siglo XIX Mélida empezó prolongando la percepción pro-ibérica de su maestro Rada y Delgado para acabar asimilando un concepto de cultura ibérica con personalidad propia y de tradición finisecular, que enlazaba con las inquietudes propias del Regeneracionismo. Uno de los puntos de inflexión en la carrera de Mélida fue su participación en las excavaciones de Numancia desde 1906. Significaba su primera experiencia como arqueólogo de campo. La dirección recayó en una Comisión que representaba un equipo de trabajo parcelado y estructurado, donde cada miembro tenía asignada una tarea en el área de la que era especialista. Mélida comenzó desempeñando la función de vocal pero en 1912 alcanzó la vicepresidencia y al poco tiempo la presidencia, en sustitución del fallecido Eduardo Saavedra, a la sazón descubridor de Numancia tras sus excavaciones en la década de 1860. Precisamente fue este ingeniero tarraconense el verdadero cerebro de la Comisión y el responsable de transmitir su experiencia a Mélida en los primeros seis años de intervenciones. Este nuevo procedimiento revelaba una organización inédita hasta entonces en España, donde las excavaciones arqueológicas habían dependido de iniciativas particulares carentes de equipos de trabajo. Otro protagonista ineludible de la arqueología numantina fue Adolf Schulten, que excavó en el Cerro de Garray un año antes que la Comisión, viéndose relegado a excavar los campamentos de asedio desde 1906. Sin embargo, sus conocimientos técnicos debieron de servir de ejemplo a los miembros de la Comisión, una faceta en la que la supremacía alemana en el panorama arqueológico europeo era irrebatible. Su presencia en Numancia resultó discutida y despertó desconfianza en el propio Mélida, apar405

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te de numerosas antipatías tanto en el ámbito soriano como en la Real Academia de la Historia. Su caso representa el celo de quienes veían amenazada la arqueología española por el intrusismo extranjero. Un planteamiento común a Mélida y Schulten fue la visión que proyectaron sobre Numancia: el primero proponiendo una herencia genética que los numantinos habían legado a los españoles y el segundo desde una óptica colonialista germana. Personaje de peso en las excavaciones de Numancia fue también el Marqués de Cerralbo, miembro de la Comisión desde 1912 que destacó tanto por su aportación de fondos como por la predilección que sentía por la arqueología soriana. En plena efervescencia de la cuestión ibérica y con el negativo impacto que la pérdida de las colonias tuvo en la identidad nacional, Numancia encarnaba la reposición del decaído ánimo hispano como un icono del pasado que simbolizaba la bravura y el heroísmo. El propio Mélida recurrió a menudo, en sus primeras publicaciones sobre Numancia, a los testimonios grandilocuentes y exagerados de los cronistas latinos. Algunas de estas citas fueron aprovechadas para realzar un discurso impregnado de tintes nacionalistas –prolongado por otros miembros de la Comisión como Gómez Santacruz– en el que se remitía constantemente a la gloriosa Numancia como estandarte del españolismo, siguiendo el paralelismo que Napoleón III había establecido con la fortaleza gala de Alesia. Llegó incluso a atribuir la modestia urbanística de la Numancia reconstruida tras la victoria romana, al peso biológico que ejerció el engrandecimiento anterior de Numancia. A pesar de su talante positivista y su insistencia en huir de la fabulación y el mito, Mélida incurrió en el defecto que él mismo había censurado. Se dejó llevar por un patriotismo entusiasta - especialmente en sus entregas divulgativas tituladas Numantina - del que le costó despegarse. En una nueva contradicción tropezó al comparar el conflicto numantino-romano con la contienda bélica de los españoles en el Rif, al proponer un cambio de papeles invasor-invadido que Mélida expuso a su antojo. A la implicación del gran público con Numancia contribuyó la publicación de la serie Numantina, redactada por Mélida en las páginas de “El Correo”. En ese forzado paralelismo, la identificación de lo ibero con Numancia llevó a los historiadores y arqueólogos de entonces a reducir en exceso la presencia de elementos célticos en la cultura numantina, sustituyendo incluso el término “celtibérico” por el de “ibérico”. El propio Schulten ya había utilizado el término ibérico tras localizar las primeras estructuras urbanísticas en agosto de 1905 y el Marqués de Cerralbo también lo adaptó, influido por sus contactos con miembros de la Comisión como Mélida, para referirse a las necrópolis celtibéricas excavadas por él. Para Mélida eran iberos establecidos en tierras celtas, contradiciendo la tesis tradicional que consideraba anterior el sustrato ibero - algunos autores como Manuel de Góngora lo retrasaban hasta el Paleolítico - sobre el que habría sobrevenido la invasión celta. En cuanto a los períodos cronológicos peninsulares, convirtió la destrucción de Numancia en el 133 antes de Cristo en el referente que ponía fin a la Edad del Hierro, si bien su propuesta no caló hondo entre los arqueólogos de entonces. En cierto modo, sobredimensionaba un episodio histórico, conocido por las fuentes, para considerarlo un punto de inflexión cronológico aplicable a toda la Península Ibérica. Debe interpretarse este hecho en un contexto en el que sólo el yacimiento de Numancia había proporcionado información suficiente como para tejer un cuadro cronológico fundamentado en su cultura material. En el plano antropológico, se basó en un cráneo dolicocéfalo de la época neolítica para defender la escasa aportación céltica a la población ibera. Según Mélida, el cráneo braquicéfalo era el que correspondía a rasgos celtas. Únicamente albergó la posibilidad de detectar presencia céltica en los motivos ornamentales circulares de algunas fíbulas de caballito y en unos recintos de piedra de naturaleza cultual, partiendo de la validez del siglo IV antes de Cristo como fecha de la invasión de los celtas. Mélida, fiel seguidor de las teorías emitidas principalmente por arqueólogos e historiadores galos, debió de considerar como algo residual y secundaria la presencia de elementos celtas en la Península Ibérica. Mientras en España se seguía hablando de celtización sólo con datos filológicos y procedentes de las fuentes antiguas, Francia y Alemania proporcionaban cuadros cronológicos fundamentados sobre restos materiales referenciados en los horizontes culturales del Hallstatt y La Tène. Sus reticencias hacia el celtismo no hay que atribuirlas a una predisposición antifrancesa sino a un convencido apego a lo 406

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ibérico, interrumpido en sus últimos quince años por alguna concesión céltica. Por ejemplo, en 1918 se refirió a la posible existencia de una citania, de raigambre céltica, donde hoy se levanta el anfiteatro emeritense. Y un año antes de morir, en 1932, publicó un informe sobre el tesoro de Lebrija donde advirtió un parentesco céltico, de labor indígena, estilísticamente entroncado con el Norte de Europa. Sobre los candelabros de Lebrija llegó a proponer paralelos formales –y analogías con formas de cerámicas griegas– entre éstos y la copa de alto pie anillado típicamente numantina. Los comparó igualmente con las copas de alto pie andaluzas de la Edad de Bronce. Otra de las causas por las que desembocaron las reflexiones de Mélida en este cuadro de inclinación pro-ibérica, hay que relacionarla con sus tendencias filohelenistas que le llevaron a interpretar como un plano hipodámico –concebido en el siglo V antes de Cristo por Hipodamos de Mileto– la disposición urbanística numantina. Sin embargo, las calles numantinas no se ajustan exactamente a ese trazado. Estableció asimismo un atrevido parentesco entre las cerámicas griegas y las numantinas. Como prueba, el hecho de que las piezas numantinas cedidas al Museo Arqueológico Nacional fueron incorporadas a la sala de antigüedades ibéricas durante años. De esta forma, Mélida hizo recaer sobre Numancia las mismas dependencias artísticas de Grecia que proyectó sobre las producciones escultóricas mediterráneas. Evidenció nuevamente una inclinación helenista al referirse a los vasos rojizos pintados de Numancia como de estilo geométrico y que le llevó a proyectar los ciclos winckelmannianos según los cuales Numancia estaba en idéntica situación a ese deletreo del Arte manifestado en el sistema geométrico. A juicio del arqueólogo madrileño, este tipo de ornamentación había nacido de forma espontánea en la Grecia micénica, desaprobando así el criterio etnográfico que vinculaba esta ornamentación al pueblo ario o semítico. Otras opiniones, como la de Luis Siret, defendían la importación efectuada por los cartagineses y legada por éstos a los iberos. Mélida atribuyó a los ceramistas micénicos el empleo de la línea curva, que para él representaba la belleza sublime. Se detecta aquí un cambio de atribución: si a finales del XIX emparentaba la línea curva con los griegos, en estos primeros años del XX, la obsesión micénica transmitida por Pierre Paris le llevó a emitir una teoría que establecía una importación artística, no de productos, desde Micenas, con una técnica netamente local. El propio Mélida no tuvo otro remedio que reconocer la distancia cronológica entre las fechas micénicas (XII antes de Cristo) y las numantinas (II antes de Cristo) y resolvió este desfase fundamentándolo –con cierta ingenuidad– en una supervivencia de formas. Esta conjetura la acabaría matizando con una mayor presencia de elementos de la Grecia helénica. Debió de asumir interiormente que había entrado en un callejón sin salida con la explicación micénica y relanzó una nueva teoría en la que revelaba una corriente artística con influencias del arte micénico y del arte dorio anterior al siglo VII antes de Cristo. En su razonamiento se detecta un conflicto interno entre el indigenismo y el difusionismo de corte helenista, que a principios de la década de 1920 empezó a decantarse a favor de una visión con sesgo autoctonista cuando Mélida reconoció la facultad artística del pueblo numantino y la expresión de su sentimiento artístico. Desde el punto de vista urbanístico, la Comisión interpretó correctamente la sucesión de tres Numancias, circunstancia intuida anteriormente por Schulten, y en la campaña de 1915 desveló su fisonomía urbana, formada por diecinueve calles y veinte manzanas. El trazado pudo verificarse gracias a la incorporación de una técnica reciente: la fotografía aérea. En 1917 dos aviadores militares sobrevolaron el Cerro de Garray para obtener instantáneas desde el aire. El material que en mayores cantidades generaba la excavación era la cerámica, que comenzó a ser valorada por Mélida en sintonía con la influencia que ejercieron en él ceramógrafos como el belga Barón de Witte o los franceses Edmund Pottier y Charles Lenormant. Al terminar las excavaciones de la Comisión, su discípulo Blas Taracena abordó, en 1924, el estudio por separado de la cerámica numantina desde la óptica pro-ibérica que le transfirió Mélida. Precisamente fue Taracena el verdadero impulsor del Museo Numantino en 1919, primer museo monográfico en España que se formaba con el fruto de unas excavaciones. Mélida debió de proyectar sobre este Museo la organización y estructura de los museos monográficos alemanes que tuvo la ocasión de visitar en su viaje al Mediterráneo Oriental de 1898. Hasta la contribución ceramológica del arqueólogo soriano, fue Mélida quien se ocupó en solitario de estos asuntos. 407

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Uno de los puntos más controvertidos fue la decisión de cortar las subvenciones estatales de las que se nutría Numancia. Por una parte, la idea de Estado monolítico proclamado por Miguel Primo de Rivera encajaba con una iconografía imperialista más acorde con el pasado romano que con otros períodos históricos, y que acabó favoreciendo a otros yacimientos como Mérida. Parece evidente que Mélida era el más interesado en continuar los trabajos. Sin embargo, debe destacarse que el Marqués de Cerralbo, indiscutible mentor de las excavaciones de Numancia tanto por su contribución económica como por ocupar un lugar en la Vicepresidencia de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, había fallecido en 1922. Su muerte significó entonces que la decisión a adoptar por los ideólogos del Directorio primorriverista debió de encontrar vía libre ante unos miembros de la Junta que no debieron de presentar objeción al nuevo rumbo de la política arqueológica. A medida que Mélida avanzaba en su trayectoria profesional, aumentaba su proximidad a los entornos academicistas y a las esferas de poder. El punto de inflexión se produjo con su ingreso en la Real Academia de la Historia en diciembre de 1906, tras la lectura de un discurso sobre la Iberia arqueológica ante-romana en el que recogía el testigo de la tradición ibérica iniciada en la Real Academia de la Historia con Antonio Delgado a mediados del XIX. Adoptó un término apenas usado hasta entonces, ante-romano, para referirse a todo lo acontecido antes de la presencia romana, con lo que eludía incurrir en un error conceptual, cuando la palabra “Protohistoria” se prestaba a confusión y sus límites cronológicos eran inciertos y distintos según cada país. Era la etapa prerromana, básicamente la ibérica, una de las que contaba con más adeptos en España a principios de siglo, en perjuicio de la arqueología propiamente protohistórica, que no despertó el interés de los investigadores hasta unas décadas más tarde. Mélida rehuyó el término Protohistoria, siguiendo a Marcelino Menéndez Pelayo, cuyas enseñanzas historiográficas asimiló en sus años de formación en el Ateneo, y a Juan Vilanova. En su lugar, propuso el término “colonial”. Incluso, diez años después de pronunciar el citado discurso, Mélida seguía reconociendo sentir verdadera aversión por el término Protohistoria. Llama la atención igualmente el empleo que hizo del término “ibero”, referido a lo ante-romano, como una herencia de la teoría difundida por Manuel de Góngora, en la que lo ibero arrancaba en el Paleolítico. Mélida no siguió las teorías de Góngora pero sí amplió el concepto “ibérico”. Puso un límite al final de esta etapa, la llegada de los romanos a la Península Ibérica, pero no a su comienzo, lo que daba muestras de las imprecisiones cronológicas y culturales que todavía existían entre arqueólogos e historiadores y que Mélida resolvió con esta terminología. Si Numancia fue su mayor contribución a la arqueología de campo de época prerromana, la excavación de Augusta Emerita supuso su gran aportación de época clásica. La excavación de la ciudad romana de Mérida, entre 1910 y 1930, se convirtió en su mayor logro y le catapultó dentro de las grandes excavaciones acometidas en nuestro país en el primer tercio del siglo XX. Puede considerarse como el precedente inmediato a la medida que verdaderamente favoreció la eclosión de la arqueología de campo en España: la Ley de 1911. Con su programa de excavaciones y publicación de memorias fue el espaldarazo definitivo para coordinar las excavaciones arqueológicas en nuestro país. El enorme potencial arqueológico de Augusta Emerita - avalado por el frecuente descubrimiento de mosaicos, inscripciones y espacios urbanísticos y refrendado por la posterior declaración de Monumento Nacional en diciembre de 1912 - favoreció su elección como yacimiento prioritario en el que acometer excavaciones. En la designación de Mélida como director de las excavaciones debieron de ser fundamentales los cuatro años de experiencia acumulada en Numancia. Además, tanto él como el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de entonces, Conde de Romanones, frecuentaban centros académicos comunes como las Reales Academias de la Historia y Bellas Artes de San Fernando y el Ateneo de Madrid, circunstancia que reforzó sus aspiraciones y le abrió definitivamente las puertas de la dirección. En el proceso de excavación de esta ciudad romana se recurrió a los métodos aplicados entonces en la arqueología prehistórica, como las clasificaciones tipológicas o los principios estratigráficos, si bien se contaba con referentes cronológicos más próximos como estructuras arquitectónicas o inscripciones latinas. A diferencia de Numancia, se trataba de una época mejor conocida y con menos margen para la interpretación y el complemento fabulador y legendario. Por tanto, se hacían lecturas más técnicas 408

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y menos literarias sustentadas en patrones conocidos. Mientras en las excavaciones de Numancia fueron arqueólogos alemanes los que inauguraron los trabajos en el siglo XX, las acometidas en Mérida fueron dirigidas únicamente por arqueólogos españoles. De alguna manera, el colonialismo científico reconocido, en un principio, en el caso numantino fue sustituido progresivamente por la suficiencia española reafirmada en la exclusividad nacional de las excavaciones emeritenses. Esta idea entronca con la reivindicación de Mélida de fomentar la ciencia española, el fin de la intrusión extranjera para estar a la altura del entorno europeo y la nueva línea de actuación y gestión iniciada tras la Ley de 1911. Una gestión que consistió en la constante suscripción de oficios proponiendo la adquisición y excavación de propiedades particulares, reglamentadas por el artículo 4 de la Ley de 1911. Deben tenerse en cuenta las dificultades espaciales derivadas de excavar una ciudad oculta bajo construcciones modernas, así como la excavación y consolidación de los restos exhumados. El equipo en el que se apoyó Mélida, y en el que Maximiliano Macías fue su hombre de confianza, revela una progresiva especialización de sus miembros en la que hay que destacar la incorporación de un arquitecto. En esta decisión debió de influir su colega Théophile Homolle y su reclamación de algún entendido en labores gráficas, levantamiento de planos y dibujos a finales del XIX. Mélida no fue un buen dibujante, labor en la que se valió de sus hermanos, especialmente de Arturo, para ilustrar sus novelas. Sin embargo, tomó conciencia de la importancia que tenía la aplicación del dibujo técnico en las excavaciones arqueológicas de Numancia y Augusta Emerita, como atestigua la asignación de un especialista para esta tarea específica tras sus contactos con Homolle. En cuanto al urbanismo emeritense, Mélida promovió la excavación y conservación de los grandes edificios públicos, quedando el foro como único espacio pendiente de una actuación que sería acometida por otra generación de arqueólogos. En sus razonamientos y análisis arquitectónicos, tuvo en Vitrubio y en Pompeya a sus principales referencias y fuentes de consulta. Contrastaba ambas con los testimonios literarios de Ovidio o Virgilio, demostrando su profundo conocimiento de las fuentes clásicas aplicadas a la arqueología emeritense. Fechó tanto el anfiteatro como el teatro en tiempos de Augusto - actualmente se barajan cronologías de mediados del siglo primero después de Cristo - si bien atribuyó las estatuas del teatro y su magnífico decorado a artistas griegos de la época de Adriano. Asimismo, relacionó la disposición de algunas casas romanas con la influencia griega. Los hallazgos escultóricos y epigráficos –en cuyo estudio contó con el auxilio del gran epigrafista Fidel Fita– centraron casi toda la atención de sus publicaciones, especialmente el Boletín de la Real Academia de la Historia y las Memorias de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, en las cuales el arqueólogo madrileño siguió dando muestras de las inclinaciones filohelenistas detectadas en los parentescos de estilo. Desde 1915, la excavación del anfiteatro y aledaños fue abordada de forma sistemática. Sobre una torre y tramo de muralla que quedaron adosadas al anfiteatro Mélida emitió una teoría de sesgo autoctonista, que relacionaba estos restos con una citania o castro de factura indígena, que debieron de quedar en pie tras ser arrasados por los romanos. Se percibe en esta conclusión la influencia que el paradigma indigenista de Pierre Paris había imprimido a los planteamientos de Mélida, en los que volvía a aflorar –como en Numancia, Caesaraugusta, Alesia o Massada– el modelo histórico-cultural del sometimiento de Roma sobre los pueblos indígenas. De esta manera se repetía un sugerente escenario que replicaba el debate difusionismo versus indigenismo. El punto culminante de las campañas realizadas desde 1910 fue la instalación del Museo de Mérida entre 1929 y 1931, bajo el acertado criterio de un experimentado Mélida y su compañero Maximiliano Macías. El ciclo de Mélida como arqueólogo de campo se cerró con las excavaciones llevadas a cabo en Ocilis (Medinaceli, Soria) entre 1924 y 1925, en alternancia con los trabajos de Mérida. Se trataba de un episodio directamente relacionado con la intención que tenía el Marqués de Cerralbo de completar el mapa arqueológico de la provincia de Soria. Los habituales encuentros en el Palacio del Marqués en Santa María de Huerta, y la pertenencia tanto de Mélida como de Cerralbo a la Comisión Ejecutiva de Numancia reforzaron la afinidad entre ambos y la elección de Mélida como responsable de las excavaciones de Ocilis. El icono por excelencia de Medinaceli, su arco romano, fue interpretado con acierto por Mélida como un hito de demarcación construido en tiempos del Imperio para delimitar el con409

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vento jurídico cluniense. El resto de las intervenciones arqueológicas sirvieron para identificar la población anterromana en un cerro cercano y un tramo de la muralla. En su trayectoria profesional, Mélida mostró un distanciamiento respecto a la Prehistoria que sólo dejó de lado para tratar cuestiones cerámicas, en las que tuvo a su amigo Jorge Bonsor como principal mentor. Se pronunció sobre el origen de la cerámica de Ciempozuelos y la cultura del vaso campaniforme cuando no solo negó su origen céltico sino que defendió su manufactura indígena, rompiendo así con los esquemas difusionistas que presidían gran parte de sus reflexiones científicas. Sin embargo, se dejó llevar por el hiperdifusionismo británico –de Grafton Elliot Smith o William James Perry– y por las tendencias egiptocentristas de Rada y Delgado cuando relacionó la ornamentación de algunos vasos prehistóricos egipcios con los signos representados en la cueva almeriense de los Letreros; las de Batanera y Fuencaliente, en Ciudad Real; las de Zuheros y Carchena, en Córdoba; y otras ubicadas en las Islas Canarias. Este parentesco lo amplió después a algunos vasos eneolíticos peninsulares con ornamentación en zig-zag y a ciertos restos recuperados en kjoekkenmoeddings, en los que apreciaba paralelos con algunas piezas recuperadas en mastabas de Egipto. Siguió igualmente apegado a una pauta egiptocentrista al tratar de buscar las raíces de la escritura en el país del Nilo y no dudó en emparentar la Cueva de Menga (Antequera, Málaga) con la arquitectura arquitrabada del templo situado en el complejo funerario de Keops. Aunque mantuvo una considerable distancia respecto de temas relacionados con la Prehistoria, Mélida se convirtió en socio fundador y presidente de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria en mayo de 1921, por iniciativa de Manuel Antón y Ferrándiz. Puede interpretarse como un cargo cuasi honorífico si tenemos en cuenta que Mélida no destacó en ninguna de estas tres áreas científicas. A través de la Antropología Física penetró en España la teoría de los círculos culturales, gestada en Alemania en los años 1920, y según la cual los rasgos culturales que habían perdido su inicial unidad geográfica permanecían juntos y se difundían. La instrumentalización política de que fue objeto esta teoría tuvo un impacto ideológico delicado por las interpretaciones etnicistas a las que se prestaba. No obstante, Mélida no se vio afectado por esta corriente que tuvo en el prehistoriador alemán Gustav Kossinna a su principal representante y cuyo principal discípulo entre la nueva generación de arqueólogos españoles fue Pedro Bosch Gimpera. Sí mantuvo contacto Mélida con su compañero en la Real Academia de la Historia Hugo Obermaier. Aparte de coincidir en la Universidad Central de Madrid, Mélida y Obermaier participaron en el proceso de institucionalización de la Arqueología y la Prehistoria respectivamente. Los dos combatieron el diletantismo de sus disciplinas cuando el límite entre ambas seguía siendo confuso. De hecho, Mélida fue de los primeros arqueólogos que vivieron profesionalmente de su sueldo e incentivos como técnico en el campo de la Arqueología. El megalitismo fue uno de los temas centrales del discurso que pronunció en 1906. En él reforzó su teoría de la desvinculación de los monumentos megalíticos respecto de los celtas pues ya nadie puede atribuir los monumentos megalíticos a los celtas, cuya invasión se efectuó en la Edad del Hierro y aprovechó para adscribir las tumbas dolménicas a una característica no de una raza, sino de un estado de cultura, no privativos de un pueblo sino de todos. Evidenciaba, una vez más la proyección de los ciclos winckelmannianos sobre los usos y costumbres de un pueblo. Suponía poner en duda la validez de los principios difusionistas para contemplar una evidencia cultural como el megalitismo desde la concepción cíclica del progreso. A pesar de este enfoque, partía de una estructura piramidal en la que la construcción megalítica ideal era la tumba de cúpula y su ejemplar más perfecto estaba representado por el llamado Tesoro de Atreo, en Micenas, distinto ya de las construcciones dolménicas. Atribuyó el origen y expansión geográfica de las tumbas micénicas al Mediterráneo y, en el caso del tipo dolménico, a las regiones septentrionales de Europa. Sobre la expansión y origen de un foco inicial radicado en Oriente, su opinión estaba en línea con la emitida por Joseph Déchelette y Oscar Montelius. Mélida expuso un cuadro histórico en el que la invasión doria del siglo XII antes de Cristo determinó la inmigración y consiguiente difusión por las islas y costas orientales y occidentales del Mediterráneo de los primitivos habitantes de Grecia, bautizados como pelasgos. Cronológicamente, planteó el declive de los dólmenes, como forma de sepultar, cuando el hombre abandonó los palafitos, en torno al año 1.000 antes de Cristo. En 410

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otro de sus planteamientos propuso la vía del litoral atlántico como la primera en abrirse, lo que explicaba la abundancia de monumentos megalíticos en la costa occidental y región suroeste de Francia, Islas Británicas y Escandinavia. Sin embargo, detectó una anomalía en este razonamiento: la distribución geográfica de Norte a Sur se rompía en el caso del Sur peninsular, donde se hallaban ambos tipos, el dolménico y el micénico. Se adivina cierto regusto orientalista en los planteamientos de Mélida, quien continuaba concediendo al Mediterráneo Oriental toda la iniciativa civilizadora responsable del posterior devenir histórico en el entorno mediterráneo europeo. Lo cierto es que la cronología manejada para los megalitos europeos, sobre todo después de que Colin Renfrew revisara las fechas en los años 1970, era mil años anterior a la de los megalitos del Mediterráneo Oriental. Hoy día el megalitismo se concibe como un fenómeno plural y poligenista, sin que necesariamente haya tenido que mediar entre las distintas zonas o brotes una relación directa. En ese aspecto, Mélida interpretó el megalitismo, con agudeza interpretativa, como un fenómeno que no debía concebirse bajo un esquema difusionista. Sobre la Edad del Bronce, el arqueólogo madrileño barajó como fechas de principio y fin del período el 3.000 y el 1.100 antes de Cristo, denotando cierta oscuridad e inmadurez en el conocimiento de la transición entre el Eneolítico y el Bronce Final. El error, por exceso de antigüedad, cometido por Mélida fue similar a la propuesta de Luis Siret, quien –por defecto– asignó una fecha muy tardía para el Eneolítico o Calcolítico actual: 1.500-1.200 antes de Cristo. En una nueva reflexión cronológica de 1916, Mélida consideró acertadamente como tardías las propuestas de Siret y convino, como Déchelette, una fecha del 1.900 antes de Cristo para el arranque de lo que él llamaba “período ibero”. Y en su última propuesta de 1929 volvió a modificar la fecha de inicio, esta vez situada entre el 2.500 y el 2.000 antes de Cristo. Seguía pesando en él cierto desconcierto por tener que asignar a un mismo horizonte cronológico - Edad de Bronce - manifestaciones arquitectónicas tan distintas como los castros de Galicia, las citanias de Portugal, las construcciones ciclópeas de Tarragona o las construcciones de Baleares. Por eso adoptó en 1916 como solución terminológica el “período ibero”, reconociendo el distinto desarrollo que había experimentado cada zona de la Península, con lo que rechazaba una visión cultural unitaria para la Edad del Bronce. En cuanto a la Edad del Hierro, propuso como límites el año 1.100-900 y la destrucción de Numancia en el 133 antes de Cristo. Una de las facetas más activas de Mélida en su madurez fue su vinculación con las Reales Academias. Su inclusión oficial en los entornos academicistas se había producido con su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1899, circunstancia que se vio favorecida por ser hermano de Arturo Mélida. Ya pertenecían a esta Corporación miembros del Cuerpo Facultativo y profesores de la Escuela Superior de Diplomática como Juan de Dios de la Rada y Delgado o Juan Facundo Riaño, que habrían de convertirse en sus mentores. También coincidió en ella con hombres como Antonio Cánovas del Castillo, Rodrigo Amador de los Ríos o José María Esperanza Solá. La pertenencia de José Ramón Mélida a esta Real Academia le permitió canalizar su afición por la Pintura, transmitida por su hermano Enrique, en numerosos discursos y publicaciones donde dio muestras de su faceta como crítico. Asimismo, impartió cursos en el Ateneo entre 1895 y 1902 sobre temas pictóricos y mantuvo contacto con pintores como Bartolomé Maura, Joaquín Sorolla, Eduardo Chicharro, Rogelio de Egusquiza o Jorge Bonsor. Para él, pertenecer a esta Real Academia le supuso una formación complementaria y una privilegiada posición gracias al contacto con otros académicos y artistas como Pedro de Madrazo, Mariano Benlliure, Daniel Urrabieta o Jerónimo Suñol. Igualmente, pudo ampliar conocimientos gracias a su estudio sobre los Velázquez de la Casa Villahermosa. Como miembro académico participó, además, en la incoación de informes y en la consulta técnica a la hora de tomar decisiones sobre la protección o restauración de los edificios y yacimientos más emblemáticos del país, lo que le convertía en copartícipe de la gestión patrimonial desarrollada por esta institución desde mediados del siglo XIX, sobre todo desde la Ley de 1911. Mélida llevó a cabo una particular cruzada editorial, desde las Reales Academias de La Historia y Bellas Artes de San Fernando, consistente en elevar informes y reclamar obras de rehabilitación y declaración de monumento histórico para algunos yacimientos, iglesias u obras arquitectónicas de nuestro país. Propuso incluso la integra411

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ción de estructuras antiguas - como murallas, edificios o templos - en el entramado urbanístico de algunas ciudades. El mismo año de su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1899) se hizo cargo de la nueva edición de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, cuyos principales impulsores habían sido los más allegados alumnos de la Escuela Superior de Diplomática y los miembros más activos del Cuerpo de Archiveros, como Narciso Sentenach, Juan Menéndez Pidal o Ricardo de Hinojosa. El tratamiento de temas protohistóricos se convirtió en una de las preferencias de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, sobre todo a raíz del impacto que tuvo la sucesión de hallazgos escultóricos de época ibérica. El escalafón académico de Mélida alcanzó su cenit cuando fue nombrado Anticuario Perpetuo de la Real Academia de la Historia el 13 de diciembre de 1913, en sustitución de Fidel Fita. El epigrafista catalán apoyó a Mélida por segunda vez: como Académico y como Anticuario. El paso del arqueólogo madrileño por el gabinete de antigüedades coincidió con un momento en el que disminuyó el ritmo de actividad del gabinete. Una de las consecuencias hay que atribuirla a la progresiva pérdida de competencias de la Real Academia de la Historia y otra al dinamismo y empuje cobrado por el Museo Arqueológico Nacional, que se había visto reforzado por la labor emprendida por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades desde 1911. La gestión de Mélida en el Gabinete se dejó notar especialmente en la política de depósitos del Museo del Prado tras la dispersión del material contenido en el Museo Iconográfico, treinta años después de su inauguración en 1879, así como en la organización de las antigüedades en cuatro vitrinas con amplias vidrieras y armarios. Hay que tener en cuenta que desempeñó su labor en pro del engrandecimiento cultural de la institución y el suyo propio, sin ningún incentivo económico. Como miembro de la Corporación, redactó numerosos informes, donde se detectaba el mayoritario tratamiento de temas de cronología romana. Este hecho se debe, en parte, a la herencia epigráfico-numismática dejada por su predecesor en el cargo, Fidel Fita. A modo de balance por etapas, la arqueología española del período 1875-1911 fue más decisiva y dinámica que la comprendida entre 1911 y 1936. Mélida representa perfectamente este descenso de aportación individual y refleja fielmente cómo el perfil disciplinar de la Arqueología se vuelve más plano en este segundo período, inaugurado con la entrada en vigor de la Ley de 1912. Con una renovada estructura funcionarial en el ámbito arqueológico y el nuevo orden legislativo ya en marcha, gracias al “reciclaje” llevado a cabo desde la llamada “Arqueología de la Restauración”, la arqueología española entró en una etapa más productiva pero menos creativa en la que la intervención estatal iría recortando el protagonismo que antes recaía sobre individualidades e iniciativas privadas. Poco a poco se habían digerido las nuevas pautas que transportarían la Arqueología hacia un concepto más maduro y acorde con el resto de países europeos. En cuanto a Mélida, si aplicamos una mirada crítica sobre su cursus institucional, observaremos que su trayectoria siempre estuvo ligada a aquellos centros que mayor pujanza presentaban en cada momento. Se trata de un acierto en el que supo aproximarse a los lugares donde se respiraba una mayor intensidad de clima cultural y arqueológico, un intercambio recíproco en el que los distintos centros se favorecieron también de la contribución de una personalidad con la talla científica de José Ramón Mélida. Su labor de museólogo y conservador fue otra de sus grandes aportaciones, desde que ingresó en el Museo Arqueológico Nacional a finales de la década de 1870. Entre 1906 y 1916 Mélida compatibilizó sus tareas en la Comisión Ejecutiva de Numancia con su dirección en el Museo de Reproducciones Artísticas, cargo que venía desempeñando desde 1901 y que supuso una plataforma museológica antes de dirigir el Museo Arqueológico Nacional. Sus habituales contactos con museos europeos, especialmente alemanes, reforzaron sus relaciones e intercambios tanto a nivel personal como institucional, recurso necesario para un museo que no contó con taller propio hasta 1920. En el proceso de entregas, envíos y recepciones con centros extranjeros se dejó notar el estallido de la Primera Guerra Mundial. En el ámbito nacional, las excavaciones de Mérida nutrieron al Museo entre 1915 y 1916, con el lógico impulso de quien fue su director. Mélida alcanzó la cima de su carrera con el nombramiento de director del Museo Arqueológico Nacional en 1916, sustituyendo a Rodrigo Amador de los Ríos. Tras el paréntesis del Museo de Repro412

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ducciones Artísticas entre 1901 y 1916, volvía a la institución que le había visto nacer en el ámbito museológico, llevándose consigo a Casto María del Rivero. Suponía la confirmación de su madurez profesional, después de una trayectoria en la que había marcado el paso hacia un modelo administrativo y profesionalizado, distanciado ya del diletantismo característico de las décadas precedentes. Hasta ese momento, Mélida había acumulado una experiencia que le convertía en el arqueólogo con trayectoria más sólida, tras ocupar los cargos más representativos del panorama arqueológico nacional. Gracias a su perseverancia y a un encomiable trabajo tanto de arqueólogo de gabinete como de arqueólogo de campo, se adaptó a su tiempo, progresando de forma paralela a la evolución institucional de la disciplina. En cuanto a la gestión llevada a cabo como director del centro, Mélida imprimió un dinamismo tal a la política de adquisiciones y donaciones que en sus primeros meses en el cargo ya había tramitado la incorporación al Museo de más de 1.300 piezas. Algunas de ellas procedían de la ciudad de Mérida, ante el lógico estímulo de quien era además su director. Su política seguía caracterizándose por un talante aperturista y encaminado hacia la identificación del gran público con la cultura nacional, tratando así de acabar con la exclusividad y el hermetismo de aquella erudición de corte decimonónico que acaparaba con celo las cuestiones culturales. Desde su adopción de corrientes y valores como el Volk herderiano, la Intrahistoria krausista o el Regeneracionismo, los museos fueron contemplados por él como centros de instrucción y culturización que interpretaban la Historia a través de la cultura material de los pueblos y no a través de versiones literarias que concedían más espacio a la interpretación. Para Mélida, el Museo Arqueológico Nacional era el centro idóneo para proyectar una visión del pasado en la que tenían cabida no sólo las manifestaciones artísticas del hombre sino su cotidianeidad. En cuanto a la clasificación de piezas, éstas estaban organizadas en cuatro salas - Protohistoria y Edad Antigua, Edades Media y Moderna, Numismática y Dactilografía y Etnografía - en las que seguía imperando una visión imprecisa que contenía aleatoriamente tanto criterios cronológicos como materiales. Los objetos prehistóricos estaban incluidos en la sala de “Protohistoria”, como si replicase la denominación propuesta por Juan Vilanova y Piera de llamar “Protohistoria” a la “Prehistoria”, de quien precisamente rechazó la propuesta de llamar “Edad del Cobre” al período que Mélida prefirió designar “Eneolítico”, equivalente al “Calcolítico”. Mélida se había opuesto desde un principio a utilizar el prefijo “Pre”, por considerarlo una separación artificiosa y descalificatoria que negaba a la Prehistoria su condición de histórica. Sí apoyó, sin embargo, la propuesta de Vilanova de una clasificación de culturas prehistóricas con una secuencia referenciada en yacimientos españoles y no franceses, respondiendo a un nuevo intento de sacudirse el padrinazgo francés. En la misma línea se inscribe el intento paralelo llevado a cabo por Juan Cabré y Blas Taracena para sustituir los términos Hallstatt y La Tène por una periodización hispánica, en los años 1920. La contribución de Mélida a la arqueología española se completa con la publicación de manuales y catálogos. Entre los años 1907 y 1910, Mélida llevó a cabo su primer gran trabajo: el Catálogo Monumental de Badajoz. Se situaba en la línea de los Monumenta o los Corpora llevados a cabo por países europeos y representaba la incorporación de un pensamiento organizador, dominado por los preceptos positivistas y los planteamientos racionalistas. Supuso ampliar el concepto de monumento para incluir los de yacimiento y ruina. Para componer este catálogo emprendió un interesante trabajo de campo, relacionándose con lugareños y eruditos locales, efectuando fotografías y recurriendo a la tradición oral. De alguna manera, seguía los principios adquiridos en la Institución Libre de Enseñanza de contacto con la Naturaleza y conocimiento directo del objeto de estudio. Entre las aportaciones científicas del catálogo, figura la documentación inédita que recogió en el apartado de monumentos megalíticos, donde llama la atención que concibió estas construcciones más como monumentos que como construcciones prehistóricas. En cuanto a la asignación prerromana correspondiente a esta provincia, Mélida habló de celtíberos para una provincia a caballo entre territorio vettón, turdetano y lusitano. Complementario del Catálogo de Badajoz puede considerarse el Catálogo de Cáceres. Seguía el mismo sistema de clasificación histórico-cronológico y denota una ardua labor recopilatoria en muse413

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os locales. Se apoyó en cuantiosa documentación adquirida de los archivos cacereños y recurrió a menudo a la información legada por viajeros de otros siglos. Llama la atención la intención patriótica de Mélida reflejada en el criterio de clasificación cronológica empleado, cuando englobó en el mismo capítulo la Reconquista y los tiempos modernos. Suponía marcar un punto de inflexión en el concepto de patria española. Con la Reconquista se suponía que arrancaba la esencia de la nación española contemplada desde la óptica del momento en que vio la luz este catálogo: la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Los dos catálogos extremeños suponen el primer intento acometido por Mélida de inventariar todos los vestigios susceptibles de ser valorados desde la óptica histórica o monumental. Debe valorarse el hecho de que fueron los primeros catálogos en ser publicados ya que el resto de catálogos provinciales, confeccionados por otros autores, quedaron inéditos o vieron la luz mucho más tarde de haber sido elaborados. El manual de Mélida que sin duda gozó de más reconocimiento en el ámbito editorial fue el de Arqueología española, publicado en 1929 y reeditado en 1936 y 1942. Curiosamente fue incluido en la sección de artes plásticas de la colección y no en la sección de ciencias históricas, lo que evidencia una consideración más artística que histórica por parte de los editores. Fue un manual muy celebrado ya que no tenía precedentes en un país que recelaba de visiones de conjunto y síntesis. En definitiva, se trataba de un compendio con el que Mélida pretendía recopilar y actualizar el estado de la arqueología española. Una de las novedades fue la incorporación de obras españolas al apartado bibliográfico, revelando que se había nutrido mayoritariamente de historiadores y arqueólogos de nuestro país. Una lectura inmediata nos lleva a relacionar este hecho con una mejora científica española experimentada en el primer cuarto del siglo XX, en contraste con la escasa producción e iniciativa de los arqueólogos españoles de décadas anteriores, a los que eclipsaron los arqueólogos foráneos llegados a España desde mediados del XIX. Una de las colaboraciones más activas de José Ramón Mélida en el marco de la arqueología internacional fue su aportación al Corpus Vasorum Antiquorum, proyecto cuyo principal mentor fue Edmund Pottier. El ceramógrafo francés había propuesto en 1919 que España se incorporara a las labores del Corpus Vasorum Antiquorum de la mano de José Ramón Mélida, a quien acudieron tanto él como Théophile Homolle a finales de la década de 1920. Los habituales contactos entre Mélida y los ceramógrafos galos debieron de favorecer su elección, en la que queda patente la buena consideración internacional de Mélida en materia ceramológica. Este ambicioso proyecto respondía a la ideología positivista impulsada años atrás por Augusto Comte, que tuvo en los Corpora y los Monumenta, concebidos al calor de las aspiraciones enciclopédicas, a sus precedentes más directos. Trataba de recoger todo el material cerámico existente de la antigüedad, incluyendo la Protohistoria y la Prehistoria, con el objetivo de crear un modelo científico objetivo basado en métodos clasificatorios. Entre 1930 y 1933, Mélida completó los dos primeros fascículos españoles del Corpus, escritos en francés tras la negativa del Comité de Bruselas de aceptar la redacción en lengua española a pesar de que ésta había sido admitida ya como lengua oficial en congresos internacionales. Tras la muerte de Mélida y la Guerra Civil, quedó en suspenso la participación española en el Corpus, retomada por Cataluña a través del Institut d’Estudis Catalans a partir de los años 1950. Las publicaciones relacionadas con la época romana acapararon los últimos años de la vida de José Ramón Mélida. Con la llegada al poder de Miguel Primo de Rivera en 1923, se sucedieron las protestas universitarias y las manifestaciones lideradas por un amplio sector de la intelectualidad española entre los que se encontraban Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset o Luis Jiménez de Assúa. No obstante, Mélida se mantuvo al margen de las desavenencias y brotes reivindicativos surgidos contra la dictadura primorriverista en los círculos intelectuales y culturales. Alejado de cualquier filiación ideológica, era ya un septuagenario ensimismado en sus tareas de historiador, cuya última etapa la había vivido al calor de los entornos conservadores que no representaban amenaza para el nuevo régimen. La preponderancia clásica que emanaba el nuevo gobierno y que más adelante acabaría recibiendo un importante impulso por gobiernos totalitarios como el alemán y el italiano, inclinó a Mélida a adentrarse en la temática romana. Es posible que la asimilación de la existencia de una cultura ibérica ori414

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ginal y distintiva fuera casi completa y Mélida decidiera encauzar los últimos años de su vida hacia la publicación de asuntos relacionados con la presencia romana en la Península Ibérica. Por ejemplo, la monografía dedicada al Disco de Teodosio en 1930; un capítulo del volumen titulado Arte clásico (Grecia y Roma), dirigido por Gerhart Rodenwaldt, en 1931; y un manual de Arqueología Clásica, en 1933. Se trataba de análisis preferentemente artísticos y divulgativos que atendían a la llamada historia externa de los pueblos. Reflejaban una labor más recopilatoria que reflexiva e interpretativa. Eran obras necesarias desde el punto de vista académico porque cubrían vacíos editoriales, pero tuvieron escasa repercusión científica. El último estamento al que se incorporó Mélida fue la Universidad. En 1912 alcanzó la cátedra de Arqueología de la Universidad Central de Madrid, con 55 años de edad. Era un momento de transición hacia un nuevo concepto más acorde con la apertura, el intercambio cultural y el dinamismo de la enseñanza universitaria española, después de un período en el que la Universidad se fundamentaba en ejercicios memoristas y libros de texto mediocres. Desde principios del XX, el debate historiográfico empezó a canalizarse desde la recién creada Universidad, que empezaba a convertirse en el núcleo germinal que el gremio de historiadores necesitaba para su cohesión profesional. Mélida proyectó entonces sus conocimientos sobre las clases impartidas en las aulas de la Central, donde puso a disposición del alumnado un Programa de Arqueología en el que ya adoptaba totalmente la periodización protohistórica que rompía con la consideración decimonónica de dar comienzo a la cultura ibérica en la Prehistoria. A sus clases asistieron futuros arqueólogos como Juan de Mata Carriazo, Cayetano de Mergelina o Antonio García Bellido. Este último relevó a Mélida en la cátedra en 1931 y estuvo ligado a ella durante 42 años, siendo considerado por la crítica arqueológica, junto con Antonio Blanco Freijeiro, como uno de los últimos representantes de la Kunst-Archäologie por su óptica de derivación artística. La muerte de José Ramón Mélida sobrevino el 30 de diciembre de 1933. Sin embargo, su legado como arqueólogo encontró una continuidad en las generaciones que le precedieron, realzando su figura y valiéndose de los adelantos acometidos por él tanto en trabajos de campo como en labores de gabinete. En el Museo Arqueológico Nacional, la dirección de Francisco Álvarez-Ossorio desde junio de 1930 supuso una proyección de los cambios y mejoras propuestos por Mélida en sus últimos años de vida, hasta que fue relegado de su puesto en plena Guerra Civil. Con Álvarez-Ossorio, se introdujeron criterios modernos, concretados en nuevos proyectos y nuevas instalaciones si bien se mantuvieron los criterios de catalogación, clasificación y exposición impuestos por Mélida. De él aprendió también que para reconstruir nuestra arqueología eran necesarios trabajos prácticos, excavaciones. En la Universidad Central, el testigo de Mélida fue recogido por Antonio García y Bellido. Una de las facetas en las que siguió los pasos de Mélida fue la investigación arqueológica de las dos provincias extremeñas, Cáceres y Badajoz, sirviéndose como guía del Catálogo Monumental confeccionado por el propio Mélida. Haber tenido a un maestro como Mélida, además de Obermaier y Elías Tormo, debió de favorecer el cientifismo de este arqueólogo, que encabezó una escuela de arqueólogos clásicos, a la que pertenecen también Antonio Blanco Freijeiro, Augusto Fernández de Avilés, José María Blázquez, Marcelo Vigil, Guadalupe López Monteagudo y Luis García Iglesias. García y Bellido heredó de Mélida el pragmatismo y la vocación cultural puestas al servicio de la Arqueología y con él se produjo ya una mención expresa de la cultura ibérica, como culminación de un proceso iniciado, entre otros, por Mélida a principios de siglo. Su obra puede considerarse como una prolongación de la labor patriótica de Mélida, iniciada básicamente por los regeneracionistas de principios de siglo. Procedente también del ámbito universitario, Cayetano de Mergelina fue otro de los arqueólogos que bebieron de las enseñanzas de Mélida, que había favorecido su elección de catedrático de Arqueología, Numismática y Epigrafía de la Universidad de Valladolid en el año 1925. Leyó en 1920 una tesis titulada Arquitectura megalítica en la Península Ibérica, tema ampliamente tratado por Mélida a lo largo de su carrera de arqueólogo. Entre los discípulos de José Ramón Mélida puede citarse también a Blas Taracena, sobre todo en lo que se refiere a los trabajos arqueológicos llevados a cabo en Numancia y a su innegable protago415

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nismo en la creación del Museo Numantino. Nunca llegó a ser un arqueólogo de gabinete ni de grandes modelos teóricos sino que se forjó como arqueólogo de campo con todo lo que aprendió de sus compañeros de Comisión, interpretando con acierto la arqueología en su contexto ambiental y físico. Fue un reconocido especialista en estudios célticos a partir del segundo cuarto del siglo XX, cuando el celtismo se había abierto paso tras una etapa de exaltación de lo ibérico, patente en el propio José Ramón Mélida. Pero su principal tarea fue continuar la línea ceramológica iniciada por Mélida en Numancia, que le llevó a defender su tesis doctoral en 1923 sobre las producciones cerámicas numantinas. Una de las principales herencias del arqueólogo madrileño fue la de seguir calificando como ibérica a la cerámica numantina. A modo de valoración global, puede considerarse a José Ramón Mélida como el arqueólogo español más representativo del más de medio siglo que transcurre en la etapa comprendida entre 1875 y 1936, no sólo por su pertenencia a las instituciones y centros de mayor prestigio en el ámbito arqueológico sino por su extensa experiencia y curriculum. No fue un creador o descubridor excepcional. Su mérito no radica en haber puesto los cimientos de grandes modelos teóricos. Sin embargo, desarrolló una importante labor de consolidación que hizo de la arqueología española una disciplina renovada. Conformó un estilo de arqueólogo heredero de la tradición anticuaria precedente, que supo depurar e innovar para imprimirle nuevos aires en sintonía con los principios positivistas y científicos. Hizo un gran esfuerzo por mejorar el nivel científico español en el campo de la Arqueología, necesidad ya advertida por arqueólogos foráneos como Arthur Engel y Emil Hübner en la década de 1880. Y lo cierto es que consiguió reducir la distancia existente entre la arqueología española y la europea, gracias, en parte, a sus contactos con los hispanistas franceses. Trató de europeizar y despolitizar la ciencia española con el fin de conseguir su autonomía científica, pero contó con una limitación que le colocaba en desventaja respecto a los arqueólogos foráneos. España había quedado fuera de la arqueología colonial - exceptuando Marruecos - desarrollada por Francia, Inglaterra o Alemania, circunstancia que explica el retraso de Mélida respecto a otros arqueólogos que contaban con una doble formación: en sus países de origen y en los territorios coloniales. Además, el sistema científico español no promovió la formación complementaria de sus arqueólogos en el extranjero hasta 1907. Mélida representa el acercamiento gradual a la arqueología científica, desde una arqueología condicionada por pautas artísticas e incluso literarias. Se vio inmerso en un contexto dominado por arqueólogos extranjeros que acapararon buena parte de la arqueología española, recibiendo unas altas dosis de formación francesa, favorecida por su dominio de la lengua. Supo aprovechar su estatus funcionarial para adelantarse a sus colegas foráneos, beneficiándose además de la transmisión de conocimientos y el intercambio de experiencias con arqueólogos europeos, especialmente franceses. Careció de una proyección internacional en el sentido estricto, ya que el alcance de sus relaciones se circunscribió a los estrechos vínculos mantenidos con los hispanistas galos. Este hecho debe atribuirse, por un lado, a la tardía incorporación de la arqueología española a los foros europeos, circunstancia agravada además por el penoso episodio de las falsificaciones del Cerro de los Santos y el desprestigio que trajo consigo al nivel científico español en la década de 1870-1880. Por otro lado, el sistema científico español afectó a personalidades como Mélida, que no contó con el respaldo institucional necesario para mejorar su formación en el extranjero. Tuvo que recurrir al autodidactismo, a esporádicas visitas al extranjero y a estrechar vínculos con la arqueología francesa. Si su aportación como prehistoriador, limitada a algunas reflexiones acerca de la cerámica y el megalitismo, resulta insuficiente, es incuestionable su contribución en el campo de la Protohistoria. Fue el primer arqueólogo español en adentrarse en la problemática ibérica tras los intentos fallidos de su antecesor Juan de Dios de la Rada y Delgado. Tras la sospecha de un arte ibérico genuino detectada por los arqueólogos franceses León Heuzey y Pierre Paris, Mélida tomó inmediatamente la delantera entre los arqueólogos españoles, abordando incluso la delicada tarea de localizar las falsificaciones del Cerro de los Santos. Acabó articulando una teoría que basculó entre la aceptación tendenciosa del arquetipo clasicocéntrico y la adopción del autoctonismo ibérico como reconocimiento de las culturas emergentes 416

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mediterráneas. Aunque tardara en asimilar la visión autoctonista –por el peso de la influencia winckelmanniana, el filohelenismo, el difusionismo y el inmovilismo de parte del entorno academicista que frecuentaba– acabó reconociendo las facultades de la civilización ibérica en torno a la década de 1920, convirtiéndose así en el primer arqueólogo español en sumarse a la creencia de una cultura ibérica con entidad propia y original. Bajo la mirada de ciertos rasgos indigenistas se produjo también la excavación de Numancia, en la que confluyeron intereses arqueológicos alemanes y españoles. Se trataba de la primera gran excavación respaldada financiera y logísticamente. Mélida contribuyó a engrandecer el simbolismo de Numancia, atendiendo tanto a los objetivos científicos como ideológicos en una excavación casi pionera en la historia de la arqueología española. Gracias a la presencia de los arqueólogos germanos Adolf Schulten y Constantin Könen, Numancia encontró una pronta repercusión internacional, apoyada en las publicaciones alemanas que ampliaron el calado divulgativo de la ciudad arévaca. En cuanto a su faceta de arqueólogo de campo, Mélida estuvo en sintonía con su época valiéndose de técnicas utilizadas en Prehistoria, principios estratigráficos y clasificaciones tipológicas, que avalan la solvencia de su metodología. Aunque carecía de los métodos aplicados por otros arqueólogos extranjeros que operaban en la Península Ibérica, como Luis Siret o Jorge Bonsor, supo adecuar sus conocimientos adquiridos en Numancia, junto a Eduardo Saavedra y Adolf Schulten, para proyectarlos en la que fue su gran contribución: la excavación de Augusta Emerita. Se trataba de la primera gran excavación llevada a cabo íntegramente por técnicos españoles, con Mélida como gran artífice, demostrando la suficiencia alcanzada por la arqueología española en trabajos de campo a partir de la segunda década del siglo XX. Fue su incursión más valiosa en Arqueología Clásica. Ya en la recta final de su vida, Mélida publicó varios manuales y capítulos de obras enciclopédicas, que resultaron más útiles como libros de consulta que por su relevancia científica. El aumento de citas españolas contrasta con la tradicional exclusividad foránea en obras de consulta, como muestra de la mejoría científica experimentada en nuestro país durante el primer tercio del siglo XX. El cultivo de la arqueología céltica por parte de Mélida fue pasajero y superficial. El peso de su filohelenismo eclipsó el reconocimiento de un sustrato céltico en la misma Numancia y tuvieron que ser generaciones posteriores, representadas por Pedro Bosch Gimpera, Blas Taracena o Juan Cabré, las que abordaran con más decisión la cuestión céltica. Su aportación como egiptólogo se redujo a una labor de gabinete y a unos conocimientos teóricos adquiridos más a nivel académico que científico. La egiptología española contaba con un considerable retraso, sólo cabe destacar a Eduardo Toda y a Juan de Dios de la Rada y Delgado, respecto al resto de países europeos, que sólo se enmendó parcialmente a partir de la campaña de Nubia a finales de la década de 1960. Lo que sí dejó huella en Mélida fue la adopción de una óptica egiptocentrista que le llevó a defender la inspiración egipcia en la ornamentación de algunos vasos y monumentos megalíticos de la Península Ibérica. Uno de los pilares sobre los que asentó su metodología fue el estudio de la cerámica, para el que siguió la estela de ceramógrafos franceses como Edmund Pottier o el Barón de Witte. Su aportación en este campo, desde los estudios de la cerámica numantina, tuvo como momento culminante la publicación de los dos primeros tomos del Corpus Vasorum Antiquorum entre 1930 y 1933, que evidencia el reconocimiento tanto nacional como internacional en esta faceta. Mélida, junto con Pedro Bosch Gimpera y Blas Taracena, formó la avanzadilla española del primer tercio del siglo XX en el campo de la cerámica protohistórica. Desde el punto de vista institucional, el ingreso de Mélida en la universidad española supuso incorporarse a un centro en el que la Arqueología contaba con la exigua trayectoria académica de una década. En el Programa de Arqueología diseñado por él, se asimilaba ya una nueva periodización en la que lo ibérico se identificaba con la Protohistoria, rompiendo con la visión que se tenía de la cultura ibérica en el siglo XIX. Tras la cátedra desempeñada por Juan Catalina García, Mélida despojó de tintes anticuaristas el programa de su predecesor, ampliando el espectro temático de la asignatura e incluyendo la Prehistoria. No sólo consiguió Mélida adaptar la asignatura a los nuevos tiempos sino que su legado 417

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en el campo universitario fue continuado y matizado por Antonio García y Bellido, Cayetano de Mergelina o Juan de Mata Carriazo. Una similar labor depuradora llevó a cabo en el Museo Arqueológico Nacional, donde fomentó la participación e implicación del gran público con el legado material de sus antepasados. Dinamizó la política de adquisiciones y donaciones siempre con la mirada puesta en la construcción de una Historia de España a través de su cultura material. Su labor fue continuada por Francisco Álvarez-Ossorio hasta que la Guerra Civil provocó una ruptura definitiva de su obra. Por todo lo dicho, debe considerarse a José Ramón Mélida como una de las figuras de la arqueología española en el período comprendido entre el último cuarto del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Representa el triunfo del modelo de arqueólogo profesional en las décadas finales del siglo XIX que enlaza con una etapa más madura de la Arqueología en España a partir de la Ley de 1911.

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APÉNDICE I

BIBLIOGRAFÍA DE

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240. (1918b), “Exploración de cinco dólmenes del Aralar, por T. Aranzadi y F. de Ansoleaga”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 12, 160-163. 241. (1918c), “Antigüedades ebusitanas”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXIII, 401-403. 242. (1918d), “Los numismáticos argentinos”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXIII, 203-205. 243. (1918e), “Proposición del Sr. Mélida en la sesión del 18 de enero de 1918”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXII, 121-123. 244. (1918f), “El claustro del convento de San Vicente Ferrer en Manacor”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXIII, 507-509. 245. (1918g), “Adquisiciones del Museo Arqueológico Nacional en 1917”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 39, julio-agosto, 1-11, 129-141. 246. (1918h), “Iconografía emeritense”, Coleccionismo, 61, 4-5. 247. (1918i), Excavaciones en Numancia, Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 19, Madrid. 248. (1919a), Discurso leído ante S. M. El Rey el día 18 de septiembre de 1919 en la inauguración del Museo Numantino por el Ilmo. Sr. D. José Ramón Mélida, Madrid: Imprenta de Fortanet. 249. (1919b), “La inauguración del Museo Numantino en Soria”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXV, 358-366. 250. (1919c), “Adquisiciones del Museo Arqueológico Nacional”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 40, abril-junio, 248-264. 251. (1919d), El anfiteatro romano de Mérida. Memoria de las excavaciones precticadas de 1916 a 1918 redactadas por D. José Ramón Mélida, Delegado Director de las mismas Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades nº 2, Madrid. 252. (1919e), “Numancia y la medicina en la antigua Iberia, por Mariano Íñiguez y Ortiz”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 13, 32. 253. (1919f), “Monumentos romanos de la antigua Augustobriga, hoy Talavera la Vieja, en la provincia de Cáceres”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXV, 415-426. 254. (1919g), “Santa Eulalia de Mérida”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXIV, 529-530. 255. (1919h), “El Museo de Raxa, por don Benito Pons Fábregues”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXIV, 436-438. 256. (1920a), Excavaciones de Numancia. Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 31, Madrid. 257. (1920b), “Antigüedades anterromanas de Galera”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXVII, 390-394. 258. (1920c), “Estación prehistórica existente en la divisoria de Álava y el Condado de Treviño”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXVII, 409-411. 259. (1920d), “Monumentos megalíticos de la provincia de Cáceres”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 41, enero-diciembre, 55-67. 260. (1921a), Tesoro de Aliseda. Noticia y descripción de las joyas que lo componen. Madrid: Hauser y Menet. 261. (1921b), “Tesoro de Aliseda”, separata del Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 96-124. 262. (1921d), “Adquisiciones del Museo Arqueológico Nacional”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 42, abril-junio, 147-156. 263. (1921e), “Visita de la Sociedad al Palacio de Villahermosa”, separata en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 64-71. 264. (1921f), “Mosaico de Vega del Ciego”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXVIII, p. 314. 265. (1921h), El anfiteatro y el circo romano de Mérida, Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades nº 39, Madrid. 266. y TARACENA, B. (1921), Excavaciones de Numancia, Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 36 Madrid. 267. y VIVES ESCUDERO, A. (1921), “Medallón de oro de Augusto”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXIX, 5-11. 430

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Apéndice I. Bibliografía

268. (1922a), “Adquisiciones del Museo Arqueológico Nacional en 1920”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 43, abril-septiembre, 161-172; 341-353. 269. (1922b), Excursión a Numancia pasando por Soria y repasando la historia y las antigüedades numantinas. Madrid: Ruiz Hermanos Editores. 270. (1922c), “Excursión a Mérida y Cáceres”, separata en Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 3347. 271. (1922d), “Informe sobre conservación de un muro del foro romano de Tarragona”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 16, p. 138-141. 272. (1923b), “Nota sobre la ornamentación eneolítica”, Coleccionismo, 121, 2-5. 273. (1923c), “Mosaico descubierto en Toledo”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXXIII, 19-23. 274. (1923d), “Las ruinas de Medina-Azahara”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXXIII, 73-75. 275. (1923e), “Don Vicente Lampérez y Romea. Necrológica”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 44, enero-marzo, 140-142. 276. y TARACENA, B. (1923), Excavaciones de Numancia, Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 49, Madrid. 277. (1924a), Catálogo monumental de España. Provincia de Cáceres. Madrid: Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. 278. (1924b), Discursos leídos ante la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la recepción pública del señor D. Cecilio Plá el día 23 de marzo de 1924. Contestación del Excmo. Sr. D. José Ramón Mélida al discurso del Ilmo. Sr. D. Cecilio Plá, Madrid: Imprenta de José Blass y Cía. 279. (1924c), “Grupo de dólmenes en término de Barcarrota, provincia de Badajoz”, Actas y Memorias de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria, 3, 131-138. 280. (1924d), “El puente de Alcántara”, Boletín de la Sociedad Española de la Excursiones, 32, 1-20. 281. y ANÍBAL ÁLVAREZ, M., GÓMEZ SANTA CRUZ, S. y TARACENA AGUIRRE, B. (1924), Ruinas de Numancia, Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 61, Madrid. 282. (1925a), Catálogo monumental de España. Provincia de Badajoz. Madrid: Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. 283. (1925b), “La cerámica ibérica de Numancia”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXXVI, 6-8. 284. (1925c), Monumentos romanos de España. Madrid: Comisaría Regia del Turismo. 285. (1925d), El circo romano de Mérida, Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 72, Madrid. 286. (1925e), “El arco romano de Medinaceli”, Homenaje a Menéndez Pidal, III, 221-226. 287. (1925f), “Don Narciso Sentenach (necrológica),”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 46, julio-septiembre, 369-370. 288. (1925g), “Elogio de D. Antonio Ponz con motivo del segundo centenario de su nacimiento por el Excmo. Sr. D. José Ramón Mélida”, Homenaje conmemorativo de D. Antonio Ponz en la sesión inaugural del año académico de 1925 a 1926, 5-20. Madrid: Sucesor de Nieto y Cª. 289. (1925h), “Don Antonio Vives (necrológica),”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 46, abril-junio, 237-239. 290. (1926a), “Tesoro de Aliseda”, Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXXIX, 5-7. 291. (1926b), Ocilis (Medinaceli), Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 82, Madrid. 292. (1927a), “Arco de Bará, Torre de los Escipiones, Pretorio de Augusto (Tarragona),”, Boletín de la Real Academia de la Historia, XC, 1-13. 293. (1928a), “Necrológica de Don Gabriel Llabrés”, Boletín de la Real Academia de la Historia, XCII, 468470. 294. (1928b), “The roman theatre of Mérida”, Art and Archaeology, XXV, 30-35. 295. (1929a), “Mérida”. Memoria-Guía para el IV Congrés International d’Archéologie. Barcelona: Tip. Emporium. 296. (1929b), Arqueología Española. Barcelona: Editorial Labor. 431

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297. y MACÍAS, M. (1929), El circo, los columbarios, las termas. Esculturas. Hallazgos diversos, Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 98, Madrid. 298. (1930a), Corpus Vasorum Antiquorum. Espagne, Madrid: Museo Arqueológico Nacional. 299. (1930b), “El disco de Teodosio. Resumen de la Memoria en que lo dio a conocer don Antonio Delgado, en 1849, y de los trabajos de sus comentaristas”, separata de Revista de Archivos, 1-43. 300. (1930c), “El Hércules de Alcalá la Real, el Esculapio y la Cabeza de Venus de Ampurias”, Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 38, 108-111. 301. (1931a), “El arte clásico en España”, en Historia del Arte Labor, dirigido por Gerhart Rodenwaldt y titulado Arte Clásico (Grecia y Roma), Madrid - Barcelona - Buenos Aires: Editorial Labor. 302. (1932b), “El tesoro de Lebrija”, Boletín de la Real Academia de la Historia, C, 35-42. 303. (1932c), “Antigüedades emeritenses”, Boletín de la Real Academia de la Historia, CI, 5-8. 304. y MACÍAS, M. (1932), La posescena del teatro romano de Mérida, Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, nº 118, Madrid. 305. (1933a), Arqueología Clásica. Barcelona: Editorial Labor. 306. (1933b), “Ídolos lusitanos de hueso”. Homenagem a Martins Sarmento (separata), Guimaraes: Sociedade Martins Sarmento, 235-241. 307. (1935), “El arte en España durante la época romana. Arquitectura, escultura, pintura decorativa y mosaicos. Arte cristiano”, en Menéndez Pidal (dir.), Historia de España, II, Madrid, 563-660. 308. (2004), Arqueología española, Pamplona: Urgoiti Editores.

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APÉNDICE II

RECENSIONES E INFORMES

1881 1882 1881 1881 1883 1891 1894 1896 1896 1897 1899 1899 1899 1899 1900 1900 1901 1902 1902 1902 1902 1903 1903 1905

15 octubre; “Tapices de Palacio”. Ilustración Española y Americana. 8 enero; “Tapices de Palacio”. Ilustración Española y Americana. 30 mayo; “Exposición de arte retrospectivo”. Ilustración Española y Americana. 15 junio; “Exposición de arte retrospectivo”. Ilustración Española y Americana. 8 agosto; “La fábrica de tapices de Santa Bárbara”. Ilustración Española y Americana. “La torre inclinada de Zaragoza”. El Archivo. “Venus coqueta. Las mujeres de la antigüedad en el tocador”. Ilustración Española y Americana, 35, 178-179. 6 octubre; “Notas bibliográficas del Museo Arqueológico Nacional”. Revista Crítica de Historia y Literatura. “Arcas sepulcrales de San Isidro Labrador”. Ilustración Española y Americana. “El cáliz de Perillo”. Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, p. 157. “Catálogo histórico-descriptivo de la Real Armería de Madrid, por el conde viudo de Valencia de don Juan”. (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3, 734-737. “Notas bibliográficas de Velázquez, por Aureliano de Beruete” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3, 50-53. “El libro de Puente Genil, por Antonio Aguilar y Cano” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3, 737-742. “Astapa, por Antonio Aguilar y Cano” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3, 738-742. “Estudios de Historia y Arte. La Catedral de Sigüenza erigida en el siglo XII, por P. Villamil” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos 4, 627-628. “Ensayo de un Diccionario de los artífices que florecieron en Sevilla desde el siglo XIII al XVIII inclusive, por José Gestoso y Pérez” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 4, 762-763. “La Virgen y el Niño, talla española del siglo XIII”. Revista Española de Literatura, Historia y Arte. “Hierros artísticos, escrita por Luis Labarta” (recensión).Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 6, 223-224. “Estudios histórico-artísticos relativos principalmente á Valladolid, basados en la investigación de diversos archivos, de José Martí y Monsó” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 7, 207-210 “Notas sobre algunos monumentos de la arquitectura cristiana española, de Vicente Lampérez y Romea” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 7, 210-211 «Statue d’Ephèbe du Musée du Prado á Madrid, por Pierre Paris” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 6, 86. “Tapices de la Corona de España”. Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 8, 504-506. “Historia de la arquitectura cristiana, escrita por Vicente Lampérez y Romea” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 10, 216-217 “Excavaciones en Itálica, de Manuel Fernández López” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 12, 283-286. 433

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1908 “Hallazgos arqueológicos en tierra de Coria”. Revista de Extremadura, 10, 31-37. 1908 8 enero. “Cerámica de la Alhambra, de Salvador Abril y Blasco” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 19. 1908 “Cerámica de la Alhambra”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 5, 34-36. 1909 “Hallazgo de un ara romana camino de El Pardo, en Madrid”. Maier (1998: 103), sig.; CAM/9/7961/61(12). 1910 “Manual práctico de fotograbado sobre Zinc y cobre, de José Cao Moure” (recensión).Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 14, 63-64. 1911 “Informe sobre la verificación de un retrato del Papa Pío V”. Rasilla Vives, M. de la (2000: 63), sig.; CAO /9/7966/52(5). 1911 “Informe sobre declaraciones de monumentos nacionales en Mérida”. Mélida Alinari, J. R. (1911d). 1911 “Cultos emeritenses de Serapis y de Mitras”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 64, 439-457. 1912 “Corte y Confección al alcance de todos, Boletín de la Real Academia de Bellas por Clotilde Lozano” (recensión). Artes de San Fernando, 6, 122-123. 1912 “Impresiones de viaje por un pintor, por Adelardo Covarsí” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 6, 96-98. 1913 “Arte del Califato de Córdoba. Medina Azahara y Alamiriya, escrita por Ricardo Velázquez Bosco” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 29, 297-298. 1913 “Tratado de Sastrería, de T. Brun” (recensión). Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 7, 192-193. 1913 28 abril . “Informe sobre los descubrimientos de ruinas y objetos arqueológicos por Juan Ruiz Blanco en la localidad cordobesa de Alcaracejos”. Maier y Salas (2000: 186), sig.a; CACO/9/7952/91(3). 1913 10 octubre. “Catalogación de la colección numismática del Museo de Cáceres”. Celestino y Celestino (2000: 95, sig.; CACC/9/7948/41(4). 1913 26 junio. “Antigüedades de Ayllón”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 63, 261-262. 1913 21 octubre. “Minuta sobre la tasación de un retrato de la Reina Madre María Cristina ofrecido en venta a la Academia por Patricio Tejera en precio de trescientas pesetas”. Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís (1998), sig. GA 1912-1913/3 (25). 1913 “Informe sobre el descubrimiento de un mosaico romano en Zaragoza”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 63, 189. 1913 28 junio. “Antigüedades romanas descubiertas en Zaragoza”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 64, 92-95. 1913 “Informe sobre unos calcos y diseños de monedas halladas en la localidad riojana de Tricio y unas improntas de una moneda árabe enviadas por Isaac Guadan”. Espinosa (1999: 34-35), sig.; CALO/9/7960/13(3), CALO/9/7960/14(1), CALO/9/7960/14(3) y CALO/9/7960/15(3). 1913 12 diciem. “Informe sobre el hallazgo de fragmentos pertenecientes a un mosaico, localizado en la localidad navarra de Arróniz”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 64, 83-92. 1914 30 enero. “Una piedra grabada descubierta en Larache”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 64, 293297. Jiménez y Mederos (2001: 192), sig.; CAAFMA/9/7980/8(4). 1914 “Informe sobre el hallazgo de un mosaico en el cerro de los Palacios, en Itálica (Santiponce, Sevilla)”. Maier y Salas (2000: 398; 401), sig.; CASE/9/7971/75(1) y CASE/9/7971/79(2). 1914 “Informe sobre hallazgos arqueológicos acontecidos en la provincia de Murcia y dados a conocer por Diego Jiménez de Cisneros”. Mora, Tortosa y Gómez (2001:194), Sig. CAMU/9/7963/67(5) y CAMU/9/7963/68 (1-2). 1914 “Informe sobre la localización de un lote de monedas en la localidad riojana de Tricio, antigua Tritium”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 64, 129-130. 1915 “Informe sobre la recepción el día 10 de octubre de una medalla de bronce enviada por Juan Concha”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 65. 1915 28 mayo. “Cinocéfalo del Cerro de los Santos”. Maier y Salas (2000: 118), sig.; CACA/9/7949/82(4). 1915 “Máscara cómica romana”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 66, 575-577. 1915 22 octubre. “Proyecto del ayuntamiento de Segovia para instalar lápidas conmemorativas”. Mélida Alinari. (1916d). 434

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Apéndice II. Recensiones e Informes

1916 “Informe sobre la noticia del descubrimiento de una construcción abovedada en Tarragona”. Remesal, Aguilera y Pons (2000: 257), sig. CAT/9/7945/64(6-7). 1916 “Informe sobre el derribo de las murallas medievales de Tarragona”. Remesal, Aguilera y Pons (2000: 257), sig. CAT/9/7945/65(6). 1916 “Informe sobre el estado de ruina de la basílica de Santa Eulalia”. Celestino y Celestino (2000: 57), sig. CABA/9/7945/51(4). 1916 10 marzo. “Conveniencia de adquirir El Bañuelo, baños árabes de Granada”. Mélida Alinari (1916f). 1916 “Teoría e historia de la Escritura y Nociones de Paleografía, original de Lucio Escribano Iglesias” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 10, 60-61. 1916 “Informe sobre el opúsculo titulado Las Basílicas de los Concilios Toledanos, obra remitida por Ventura Fernández López” (recensión). Maier (1999c: 157), sig.; CATO/9/7977/129(1-2). 1916 23 junio. “Descubrimientos arqueológicos en Teruel, por Severiano Doporto” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 10, 100-101. 1916 “Cerámica de la Alhambra, por Salvador Abril” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 10, 94-97. 1917 9 febrero. “Informe sobre los descubrimientos ocurridos en la localidad sevillana de Marchena gracias al escultor Lorenzo Coullaut Valera”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 70, 319-322. 1917 “Informe sobre unas fotografías de antigüedades varias de Sagunto y Puzol, en la provincia de Valencia”. Mora y Tortosa (2001: 106), sig.; CAV/9/7978/40 1917 21 junio. “Proyecto de obras de reparación y consolidación de los restos del Teatro Romano de Sagunto”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 42-43. 1917 “Informe sobre el aljibe árabe de la casa de las Veletas, en Cáceres”. Mélida Alinari (1917g). 1917 “Informe sobre un donativo del que se favoreció la Academia de la Historia, consistente en una sexquilibra encontrada por los colegiales de la Compañía de Jesús, cerca de Alarcos”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 70, 197. 1917 “Informe sobre el tiraz de Hixem II” Boletín de la Real Academia de la Historia, 70, 295; Almagro-Gorbea (1999a: 69-71). 1917 “La Arquitectura en España, de Pedro Madrazo” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 42-43, 99-100. 1917 “Obras de caligrafía, por don Manuel Barona Cherp” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 11, 142-143. 1917 “Nociones de dibujo artístico, por Gregorio Durán Lillo” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 11, 3-4. 1917 “Informe sobre el libro Ars Sarcinato. Tratado enciclopédico de sastrería, por José Guitart Besangué” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 11, 37-38. 1917 “Estudios de caligrafía. Métodos de letra francesa y alemana, de Don Silverio Palafox” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 42-43, 101-102. 1917 “Exploración de cinco dólmenes del Aralar, por Telesforo Aranzadi y Florencio de Ansoleaga” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 12, 160-163. 1918 “Los numismáticos argentinos”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 73, 203-205. 1918 enero. “Bulla romana de Mérida”. Celestino y Celestino (2000: 100), sig. CACC/9/7948/58(1-2). 1918 noviembre. “Minuta de oficio para informar sobre las obras que se estaban llevando a cabo en el circo romano de Toledo”. Maier (1999c: 159-160), sig.; CATO/9/7977/137(1-2); Sánchez-Palencia y Sáinz Pascual, (2001). 1918 “Antigüedades ebusitanas, de Carlos Román” (recensión). Boletín de la Real Academia de la Historia, 73, 401403; Tarradell y Font de Tarradell, (2000: 31-188); Ramón (1982); Fernández (1992). 1919 “La casa y la vida en la antigua Salamanca, de Ángel Apraiz” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 13, 28-31. 1919 “El Monasterio de Nuestra Señora de La Rabida, de Ricardo Velázquez Bosco” (recensión). Boletín de la Real Academia de la Historia, 74, 112-126. 435

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1919 “Basílica de Santa Eulalia”. Mélida Alinari (1919g). 1920 9 enero. “Informe sobre la estación prehistórica existente en la divisoria de Álava y el Condado de Treviño”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 77, 409-411; Ortiz de Urbina (1999: 33), sig.; CAVI/9/7944/24(2). 1920 “Arquitectura española en Méjico”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 76, 195-201. 1920 “Proyecto de restauración, consolidación y reparación de la iglesia de San Pedro el Viejo, de Huesca”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 14, 146-148. 1920 “Tratado de historia de la escritura, por don Justo Castreño Sáez” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 14, 47. 1920 “Muestras de letra redonda, por Don Ángel Vidal” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 14, 45. 1920 “Resumen de historia del arte de escribir, por don Silverio Palafox” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 14, 46. 1920 15 octubre. “Informe sobre las antigüedades procedentes de la necrópolis de Tútugi, en la localidad de Galera”. Mélida Alinari, (1920b). 1921 “Informe sobre la adquisición para el Museo Arqueológico Nacional de un medallón de oro de Augusto, encontrado en 1759 en Pompeya, que permanecía en el Museo de Nápoles”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 79, 5-11. 1921 “Los históricos monasterios de Poblet y Santas Creus”. Remesal, Aguilera y Pons (2000: 266-269), sig. CAT/9/7975/72(1), CAT/9/7975/72(5), CAT/9/7975/72(8), CAT/9/7975/72(13), CAT/9/7975/72(16), CAT/9/7975/72(17) y CAT/9/7975/72(21). 1921 “Informe sobre el hallazgo del Mosaico de Vega del Ciego, cerca de la villa asturiana de Pola de Lena”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 78, 314; Rasilla Vives (2000: 68), sig.; CAO/9/7966/63(2-3); Pérez-Campoamor (1997: 253-254. 1921 “El convento de monjas trinitarias descalzas de Madrid”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 79, 7. 1921 “El castillo de Fuentes de Valdepero”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 78, 97-99. 1921 “La Reja de hierro de estilo del Renacimiento del siglo XVI, existente en Andújar (Jaén)”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 78, 6-8. 1921 “Las murallas de Lugo”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 78, 311-313. 1921 “El Corral del Carbón en Granada” Maier y Álvarez-Sanchís (1999: 40), sig. CAH/9/7957/22 y CAH /9/7957/23(1-2). 1921 “Expedientes de ejecución de obras en la iglesia de San Miguel de Foces y Real Monasterio de San Juan de la Peña, provincia de Huesca”. Maier y Álvarez-Sanchís (1999: 40), sig. CAH/9/7957/22 y CAH /9/7957/23(1-2). 1922 16 febrero. “Informe sobre el donativo de nueve monedas antiguas de plata efectuado por Enrique Zóbel”. Maier (2002b: 98), sig.; CAG/9/7980/92. 1922 “Informe sobre la posibilidad de que arqueólogos españoles pudieran incorporarse a la Escuela Francesa de Atenas, becados por sus propios gobiernos”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 16, 147149. 1922 “Informe sobre la protección de restos urbanísticos romanos de la ciudad de Tarraco”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 80, 308-312. 1923 “Informe sobre la donación efectuada al Gabinete de Antigüedades por Francisco de Laiglesia de una colección de monedas, medallas y sellos de Carlos V”. Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís (1998:101), sig. GA 1923/2. 1923 “Informe sobre el hallazgo de un mosaico romano en el lugar llamado Casa del Duque cerca de la localidad cordobesa de Baena, por Manuel Cubillo Jiménez”. Maier y Salas (2000: 189), sig.; CACO/9 /7952 /100(5-7). 1923 marzo 1923. “Informe sobre los hallazgos arqueológicos acontecidos entre las localidades cacereñas de Trujillo y Monroy”. Celestino y Celestino (2000: 102), sig. CACC/9/7948/63(3-4). 1923 “Tratado de Caligrafía general, de Silverio Palafox” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 17, 47-48. 436

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1923 12 abril. “Hallazgo de un mosaico en la Fábrica Nacional de Armas de Toledo”. Mélida Alinari (1923c). 1923 “Propuesta para depositar los restos de Jaime el Conquistador en el Monasterio de Poblet”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 83, 243-244. Remesal, Aguilera y Pons (2000: 273-274, sig. CAT/9/7945/73(1-4). 1923 “Informe sobre el hundimiento de parte de la muralla árabe del frente Norte del Hospital del Nuncio”. Maier (1999c: 168-169, sig.; CATO/9/7944/159(1-6). 1924 “El año artístico, de José Francés (recensión)”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 18, 68-69. 1924 27 mayo. “Proyecto de consolidación y restauración de la caverna de Altamira en la localidad cántabra de Santillana del Mar”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 70. 1924 “Escenografía española”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 18, 67. 1924 4 diciemb.“Instancia para evitar la erección de una capilla adosada a la muralla del castillo”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 18, 174-176. 1924 20 junio. “Proyecto de obras de restauración de la iglesia de Santo Domingo de Compostela”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 18, 121-122. 1925 “Historia del Arte en todos los tiempos y pueblos, de Karl Woermann” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 19, 140-142. 1925 enero. “Informe sobre la iglesia de San Gil de Guadalajara”. Maier (1999c: 77), sig.; CAGU/9/7956/19(5). 1925 “Autorización para vender un tapiz del siglo XVI a petición de la comunidad de Religiosas Trinitarias Descalzas”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 20, 17-18; y 21, p. 477. 1925 septiembre. “Informe sobre la expropiación de la casa número 14 de la Plaza del Rey de Barcelona”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 19,129-130. 1925 “Informe sobre la restauración de unas vidrieras de la Catedral de Sevilla”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 20, 80-84. 1925 “Informe sobre la adquisición de una cornucopia de estilo barroco valorada en cinco mil pesetas”.Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 20, 85. 1925 marzo. “Informe sobre la posibilidad de que el Estado adquiriera un sarcófago romano cristiano de mármol, hallado en la localidad almeriense de Berja”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 19, 121-123. 1925 “Informe sobre las piedras procedentes de la demolida iglesia de San Esteban de Gormaz en Soria”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 19, 41-42. 1925 13 marzo. “Autorización para enajenar un cofrecillo de plata del convento de Carmelitas Calzadas de Piedrahita (Ávila)”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 18, 99-100. 1925 20 marzo. “Informe sobre los anteproyectos de restauración y conservación del castillo-palacio real de Olite (Navarra)”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. 1925 “Informe sobre la necrópolis fenicia de Cádiz”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 19, 124-125. 1926 12 nov. “Decisión sobre la conservación o traslado de los restos de la iglesia de San Francisco de Segovia”. Álvarez-Sanchís y Cardito (2000: 284, sig. CASG/9/7969/36(1). 1926 “El Libro del Hogar. Nuevo Tratado de corte y confección” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 20, 92-93. 1926 “Exposición de Valdés Leal y de arte retrospectivo”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 20, 44-45. 1927 “Informe sobre el descubrimiento de una piedra tumular en la localidad onubense de Aracena”. Maier y Salas (2000: 255), sig.; CAHU/9/7957/27(1-2). 1927 “Mosaico descubierto en la localidad barcelonesa de San Ginés de Pachs, dentro del partido judicial de Villafranca del Panadés”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 21, 77-78. 1927 “Informe sobre hallazgo arqueológico en el Palacio Episcopal de Barcelona y sobre un proyecto de instancia para mejorar la situación de las comisiones de monumentos”. Remesal, Aguilera y Pons (2000: 144145, sig. CAB/9/7946/60(1-2). 1928 “Proyecto modificativo sobre la muralla de Lugo”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernan437

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do, 22, 107-108; González (2000: 149 9, sig.; CALU/9/7960/22(6). 1928 29 marzo. “Informe sobre los descubrimientos arqueológicos de La Peñuela en el término albaceteño de Pozo Cañada”. Maier (1999c: 31), sig.; CAAB/9/7944/11(3-4). 1928 noviembre. “Dos informes referentes a una estatua de togado romano hallada en la localidad gaditana de Medina Sidonia”. Maier y Salas (2000: 126-127), sig.; CACA/9/7949/99(8-9). 1928 “El año artístico 1925-1926, de José Francés y Sánchez-Heredero” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 22, 166-167. 1928 “Nuevo método práctico para el estudio del arte de la caligrafía, de Ramón Serra y Viñas” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 22, 163-164. 1928 “La escritura y caligrafía inglesa, por Dámaso Ledesma” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 22, 162-163. 1929 “Informe sobre descubrimientos arqueológicos acontecidos en la localidad albaceteña de Pozo-Cañada”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 94, 397-398. 1929 “Minuta de oficio en la que se le comunicó el hallazgo de unas piedras labradas en el Monasterio de San Vicente de Oviedo”. Rasilla (2000: 73), sig.; CAO/9/7966/72(8-9). 1930 “Informe sobre la adquisición de una estatua emeritense de Diana Cazadora”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 24, 138-139. 1930 “Los bordados populares en Segovia, de María Concepción y María Paz Alfaya” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 24, 106-108. 1930, 14 febrero. “Demolición evitada de parte de las antiguas murallas de Cáceres”. Celestino y Celestino (2000: 105), sig. CACC/9/7948/69(3-6). 1930 “Informe sobre los hallazgos arqueológicos acaecidos en la calle San Pedro de Almería con motivo de unas obras”. Maier y Salas (2000: 60), sig.; CAAL/9/7944/26(2). 1930 “Conveniencia de comprar una colección de tejidos incaicos que provenían de la formada en Lima por Schmidt y Pizarro”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 24, 146-147. 1930 “Informe sobre la advertencia de indicios de existencia de un importante yacimiento en la localidad madrileña de Ciempozuelos”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 96, 544; Almagro-gorbea et alii (2004: 8198); Blasco, Baena y Liesau (1998: 6-30); Blasco et alii (1994: 113-117) 1931 1 dic. “Conveniencia de adquirir un balcón de madera árabe del siglo XIII, una pila bautismal del XI y una media figura de la virgen”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 25, 101-102. 1931 30 mayo. “Conveniencia de adquirir, por 3.600 pts, un lote de objetos arqueológicos formado por las estelas funerarias de Lara de los Infantes y otros objetos labrados en piedra”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 25, 46-48. 1931 “Informe acerca de la petición y oferta de monedas antiguas que había llevado a cabo José Martín Recio el 30 de noviembre de 1931”. Sig. GN 1931/2(2). 1931 “Informe firmado el 22 de octubre de 1931 referido al mosaico romano encontrado cerca de la localidad leonesa de La Bañeza”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 98, 102. 1932 “Informe sobre el expediente en el que se ofrecía en venta al Estado un arcón y un facistol ofrecidos por García Mediavilla”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 78. 1932 “Informe sobre el expediente en el que se ofrecían en venta al Estado dos arcones de los siglos XII y XV”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 79-80. 1932 “Informe sobre el tesoro de Lebrija” Mélida Alinari (1932b). 1932 “Informe sobre el expediente en el que se ofrecía en venta al Estado una alfombra española del siglo XVII ofrecida por Toribio Vicente”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 80-81. 1932 “Expediente de la Real y Humilde Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla solicitando la devolución del cuadro que representaba a Santa Isabel curando a los tiñosos, pintado por Bartolomé Esteban Murillo”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 83-84. 1932 “Informe sobre el expediente en el que se ofrecía en venta al Estado varios objetos de arte visigótico procedentes del castillo segoviano de Castiltierra”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 103-104. 438

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1932 “Informe sobre el descubrimiento de un mosaico con aplicaciones de vidrio policromado, en los puntos denominados de la Pileta y la Cueva pertenecientes a la localidad sevillana de Osuna”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 104-105. 1932 “Informe relativo a la instancia de Ignacio Martínez solicitando autorización para derribar y trasladar a Madrid las bóvedas del exconvento de Calera de León, en la provincia de Badajoz”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 108-110. 1932 “Informe sobre el expediente relativo a la entrega por el ramo de guerra de las murallas de Badajoz para el ensanche de la población”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 143-146. 1932 “Informe sobre el expediente en el que se ofrecía en venta al Estado una caja bizantina de plata ofrecida por Apolinar Sánchez Villalba”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 150-151. 1932 “Informe sobre el expediente en el que se ofrecía en venta al Estado una arqueta tallada y policromada y un brasero románico ofrecido por Apolinar Sánchez Villalba”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 160-161. 1932 “Método de corte y confección. Sistema Zapater, de Pilar Zapater de Tutor” (recensión). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 38. 1932 “Curso completo de caligrafía redonda, francesa o redondilla, de Dámaso Sanz Martínez” (recensión).Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 77. 1932 “Informe sobre las propuestas de la Comisión de Monumentos de Ávila sobre el castro de la Mesa de Miranda, en el término abulense de Chamartín de la Sierra”. Álvarez-Sanchís y Cardito (2000: 75-76), sig.; CAAV/9/7944/46 (1-5) Cabré (1950). 1932 16 junio. “Informe sobre una placa de oro precolombina enviada por el argentino Ulpiano García”. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 26, 106-107. 1932 22 abril. “Antigüedades emeritenses” Boletín de la Real Academia de la Historia, 101, 5. 1932. “Conservación y consolidación en el castillo y murallas de la localidad onubense de Niebla”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 101, 9-11. 1932 “Informe relativo a la mutilación sufrida por la estatua de San Joaquín en la puerta sur de la iglesia de San Vicente”. Álvarez-Sanchís y Cardito (2000: 77), sig. CAAV/9/7944/47(5-6). 1932 “Ratificación, aclaración y clasificación de los monumentos que constituían las antigüedades emeritenses”. Celestino y Celestino (2000: 59), sig.; CABA/9/7945/57(1). 1933 “La tumba del Apóstol Santiago, por Don Manuel Vidal Rodríguez”. Boletín de la Real Academia de la Historia, 102, 94-96. 1933 “Descubrimientos arqueológicos de Sant Cugat del Vallés, comunicados a la Academia por el correspondiente de Sant Cugat José de Peray March” (recensión). Boletín de la Real Academia de la Historia, 102, 261262. 1933 “Alicante en la Antigüedad, obra del correspondiente José Lafuente Vidal, publicada en 1932” (recensión). Monraval Sapiña (1992: 13-14). Rubio Gomis (1986). Olcina (1998). 1933 “Informe acerca de una carta que el hispanista Georges Desdevises du Dézert le había enviado por el descubrimiento por parte de Maurice Buset de una ciudad gala en los alrededores de Clermont Ferrand”. Jiménez y Mederos (2001: 222), sig.; CAEUF/9/7980/8(1). 1933 “Informe referente a la adquisición de una inscripción conmemorativa a Lucio Septimio Severo hallada en la localidad cordobesa de Espejo”. Maier y Salas (2000: 193), sig.; CACO/9/7952/108(3).

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APÉNDICE III

ADQUISICIONES Y DONACIONES DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL (1916-1930)

1881 15 octubre. “Tapices de Palacio”. Ilustración Española y Americana. 1916 31 enero. Esfinge anterromana y dos lápidas romanas de Santo Tomé y Villacarrillo (Jaén), MÉLIDA ALINARI (1917b: 9-10). 1916 22 marzo. Tesoro argénteo de Mogón (Jaén), y seis piezas del Castellar de Santisteban, donadas por Horace Sandars. MÉLIDA ALINARI (1917b: 13-15; ALMAGRO-GORBEA ET ALII (2004: 232-260). 1916 30 mayo. 493 piezas del Castellar de Santisteban (Jaén), donadas por Horace Sandars. MÉLIDA ALINARI (1917b: 16). 1916 30 mayo. 106 piezas de época iberorromana, de barro cocido de La Mina en Puente Genil (Córdoba), donadas por Horace Sandars. MÉLIDA ALINARI (1917b:16). 1916 Cruz de bronce y baldosines de barro procedentes de la basílica visigoda de Burguillos (Badajoz), donados por Siro García de la Mata. MÉLIDA ALINARI (1917b: 18-21 y lám. V). 1916 Hacha neolítica de diorita e ídolo de hueso donados por Francisco Parrón, procedentes de un dolmen de Valencia de Alcántara (Cáceres), ALMAGRO BASCH (1976: 131-132). 1916 Tres fragmentos de pizarra, de Ciudad Rodrigo (Salamanca),, donados por Juan Alcañiz. 1916 Vaso de ágata procedente de un sepulcro de Mérida (Badajoz), MÉLIDA ALINARI (1917b: lám. VII), MÉLIDA ALINARI (1917b: 25-27). 1916 Dos máscaras funerarias greco-egipcias procedentes de Arsinoe, en El Fayum (Egipto). 1916 Objetos descubiertos en las excavaciones practicadas por Ignacio Calvo y Juan Cabré en el Collado de los Jardines (Jaén), PASAMAR Y P EIRÓ (2002: 146-147); BLÁNQUEZ Y GONZÁLEZ REYERO (2004). 1916 Cipo sepulcral árabe, piedras de moler y objetos descubiertos en Toledo por Rodrigo Amador de los Ríos. MÉLIDA ALINARI (1917b: 151-153). 1916 Conjunto de piedras de moler y restos cerámicos de Cerro Biniet, cerca de Mahón (Menorca), MÉLIDA ALINARI (1917b: 153). 1916 Antigüedades prehistóricas encontradas en Alcudia (Granada), que fueron cedidas por Francisca Eguilaz. MÉLIDA ALINARI (1917b, lám. XII). 1916 Adquisición de un hacha de cobre eneolítica hallada en La Aldehuela (Ávila). 1916 Adquisición de un hacha de cobre eneolítica en Requejo (Cantabria). 1916 Lote de piezas procedentes de la necrópolis de la Edad de Hierro de Gormaz (Soria), MÉLIDA ALINARI (1917b, lám. XIII), MÉLIDA ALINARI (1917b: 156). 1916 Dos viguetas y un trozo de friso de una Techumbre de alfarje mudéjar del derruído palacio de los Duques de Arjona (Toledo). 1916 Olambrillas o azulejos pequeños, una venera de plata y un velo de blonda negra del monasterio de San Jerónimo (Córdoba). 441

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1917 Colección de monedas antiguas pertenecientes al legado de Don Florencio D’Estoup y Garcerán, un falo de bronce de época romana y una figura ibérica. MÉLIDA ALINARI (1918g: 2), P RADOS TORREIRA (1992: 119). 1917 Piedra afiladera de época neolítica donada por Horace Sandars, de la localidad de Giribaile (Jaén). 1917 Vaso eneolítico decorado donado por el escultor Lorenzo Coullaut-Valera. Procedente de Marchena (Sevilla). 1917 Cinco piedras de moler de època eneolítica donadas por Pedro García Faria, procedentes de la dehesa de Valcochero, en Plasencia (Cáceres), MÉLIDA ALINARI (1918g: 5-6). 1917 Espada de bronce y una hoja de lanza de hierro, donadas por Álvaro de Retana y Gamboa, en Baeza (Jaén), MÉLIDA ALINARI (1918g: 6, lám. II). 1917 Dos pequeñas piedras grabadas donadas por Horace Sandars, procedentes del Castellar de Santisteban (Jaén). 1917 21 exvotos ibéricos donados por Horace Sandars, procedentes del Collado de los Jardines (Jaén), ALMAGROGORBEA ET ALII (2004: 228-232). 1917 2 bronces de estilo femenil donados por Leopoldo Torres y Balbás procedentes de la provincia de Jaén. 1917 Lápida sepulcral romana donada por Mariano Matesanz procedente de Valtierra, antiguo despoblado de Arganda del Rey en Madrid. MÉLIDA ALINARI (1918g: 8-9). 1917 Brocal de pozo árabe donado por Ildefonso Gómez de Santiago, fechado en el año 1038 y hallado en Sevilla. MÉLIDA ALINARI (1918g: 9-10). 1917 Fragmento de tinaja morisca de barro del siglo CV, donada por Joaquín Cabrejo, procedente de Murcia. MÉLIDA ALINARI (1918g: 10). 1917 Cuadro de azulejos sevillanos del siglo XVI donado por Narciso Sentenach. 1917 Teja plana (tegula), de época romana procedente de Garrovillas de Alconétar (Cáceres), y donada por Vicencio Álvarez. 1917 3 fragmentos de revestimiento de muro donados por José Larraz y procedentes del castillo de Buitrago (Soria), 1917 2 amuletos de piedra donados por Mariano Matesanz hallados en Alhendín (Granada). 1917 Reproducción de una lápida sepulcral de un caballero de estirpe muzarábiga del siglo XII, cuyo original se conservaba en la iglesia de Santa Justa (Toledo), MÉLIDA ALINARI (1918g: 10-11). 1917 Tesoro de Santisteban del Puerto (Jaén), GRIÑÓ Y OLMOS (1982: 17-18), MÉLIDA ALINARI (1918g 130-132), 1917 130 objetos de la necrópolis celtibérica; LORRIO (1997: 111-114), de Uxama (Burgo de Osma, Soria), FUENTES MASCARELL (2004: 16-97, 111-147), NAVASCUÉS BENLLOCH (1996: 46), MÉLIDA ALINARI (1918g: 134). 1917 1.605 objetos procedente de la Cueva y Collado de los Jardines (Jaén), MÉLIDA ALINARI (1918g: 135-136). 1917 Minerva de bronce procedente de Elche (Alicante), MÉLIDA ALINARI (1918g: 136-137). 1917 Vidriera española del siglo XVI; MÉLIDA ALINARI (1918g: 137). 1917 Estatuita de 22 centímetros en bronce que que representaba la Victoria. MÉLIDA ALINARI (1918g: 138-139). 1917 Lote de piezas donadas por Narciso Sentenach, procedentes del Cerro de la Bámbola en Bilbilis, Calatayud (Zaragoza), SENTENACH (1918: 17-21). 1917 10 puntas de flecha de hierro procedentes de Santa Elena (Jaén). 1917 Monumentos epigráficos pertenecientes al Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia (Madrid), ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 209). 1918 2 exvotos ibéricos, asa de vasija de bronce, máscara de sileno, procedentes de Osuna (Sevilla), y Medellín (Badajoz), MAIER (1999a: 118), MAIER (1999a: 119). 1918 Hacha neolítica donada por Santiago Gómez Santacruz, procedente de La Granjuela, en el ayuntamiento del partido judicial de Fuenteovejuna (Córdoba). 1918 22 vasos precolombinos de Costa Rica donados por Santiago Gómez Santacruz. MÉLIDA ALINARI (1919c: 252-254). 1918 2 bronces ibéricos, uno procedente de la localidad pacense de Medellín y otro de Despeñaperros; y 2 bronces romanos donados por Jorge Bonsor. 1918 Fragmentos de cerámica pintada ibérica donados por Eulogio Varela Hervás recogidos en la necrópolis del Tolmo de Minateda (Albacete). 1918 Objetos hallados en un sepulcro romano donados por Juan Grajera, procedentes de Mérida (Badajoz). 442

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Apéndice III. Adquisiciones y Donaciones

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Cesta china de marfil donada por José María Lorente. Cadena de hierro árabe donada por Carlos Ennés y encontrada junto a un cepo en Benahavis (Málaga). Medalla de José Echegaray donada por Lorenzo Coullaut-Valera. Dechado que bordó en 1832 Telesfora Herraiz Belinchón, cedido por su hija Carmen Rojo. Dos guitarras de fabricación francesa, que pertenecieron al célebre guitarrista Dionisio Aguado y que procedían del legado de Ignacio Agustín Campo. 356 objetos obtenidos por Ignacio Calvo y Juan Cabré de las excavaciones de Santa Elena (Jaén), MÉLIDA ALINARI (1919c: 257-259). 256 objetos procedentes de la necrópolis cartaginesa del Cerro de San Cristóbal, y explorada por Federico de Motos y Juan Cabré, en Almuñécar (Granada). 51 vasos neolíticos y de la Edad del Bronce procedentes de diversos puntos de la Península Ibérica. MÉLIDA ALINARI (1919c: 259-260, lám. VI). Crátera báquica italogriega, encontrada en el Cerro de la Horca, Peal del Becerro (Jaén), TRÍAS (1967:465- 469), MÉLIDA ALINARI (1919c: 261). Collar de malaquita y oro de época romana procedente de La Barragana (Badajoz), MÉLIDA ALINARI (1919c: 261-263). Lote de monedas árabes de oro procedentes de Córdoba. Azabache compostelano. Dos deidades domésticas de los indígenas de Filipinas, conocidas como Anitos Antigüedades descubiertas por Fernando Weyler y Santacana, en cuevas troglodíticas situadas en El Morro (Manacor, Mallorca), MÉLIDA ALINARI (1919c: 263), 136 vasos ibéricos y otras antigüedades procedentes de Archena. GARCÍA H ERNÁNDEZ (1987: 5), M ENÉNDEZ F ERNÁNDEZ (inédita), Antigüedades procedentes de la necrópolis ibérica de Tugia (Toya), gracias al aficionado Tomás Román Pulido, descubierta en el Cerro de La Horca, término de Peal del Becerro (Jaén), MÉLIDA ALINARI (1921d: 148149, lám. I, II y III), P EREIRA (1979: 289-347), 3 julio. Dos columnas miliarias pertenecientes a la vía romana entre Madrid y Segovia. MÉLIDA ALINARI (1921d: 150-151), Cuatro vasos griegos del siglo XII antes de Cristo y nueve vasos chipriotas en torno Al siglo VI antes de Cristo. Toro ibérico de piedra procedente de la necrópolis de Tugia, en Toya, Peal de Becerro (Jaén), CHAPA BRUNET (1985: 89-90), Piedra grabada descubierta en la ciudad marroquí de Larache. Colección de medallas del señor Luis Torres Acevedo. Ídolo azteca. Broche de filigrana del siglo XVIII. Baraja de 1760. Tesoro de La Aliseda (Cáceres). Dos sarcófagos griegos con pinturas, donados por Ignacio Bauer, procedentes de Clazomenas (Vurla, Turquía), MÉLIDA ALINARI (1922a: 161-163). Varios restos arquitectónicos procedentes de el Cortijo del Ahorcado, en Baeza (Jaén), MÉLIDA ALINARI (1922a: 165-166), LUCAS P ELLICER Y RUANO RUIZ (1988:79-103). Un hacha pulimentada donada por Hugo Obermaier procedente de la Cueva de La Menga, en Antequera (Málaga), MÉLIDA ALINARI (1922a: 166). Un hacha de piedra y dos piezas oblongas de barro donadas por José S. Bustos, procedentes de Salvatierra de Tormes (Salamanca), MÉLIDA ALINARI (1922a: 166). 600 vasos de barro y cincuenta piezas de metal precolombinas descubiertas en la ciudad peruana de Trujillo. MÉLIDA ALINARI (1922a: 166-169). Lote donado por Tomás Román Pulido constituido por piezas fenicias pequeñas, dos inscripciones sepulcrales romanas, una vasija a modo de botella, una daga de hierro y 8 piezas numismáticas. MANSO MARTÍN (1993b). 443

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1920 Tetradracma de Antíoco XI de Siria donada por el cónsul de España en Alepo, señor Marcopolis. 1920 Monedas donadas por Antonio Vives, Francisco Álvarez-Ossorio, Prudencio Moreno y Zenón Martín Ballesteros. MÉLIDA ALINARI (1922°: 172). 1920 Lote de antigüedades numantinas. Colección Cerralbo. MÉLIDA ALINARI (1922 a: 347-349), Archivo Gral Admón. (signatura 31/6960). 1920 Piedra gorronera árabe, descubierta en la parte Norte del Alcázar de Toledo. 1921 Moneda de oro romana de Tiberio Claudio, encontrada en Fernán Núñez (Córdoba), Boletín de la Real Academia de la Historia, nº 79, 1921: 423-424. 1921 Hacha de bronce hallada en la localidad de Meco (Guadalajara). 1921 Urna de bronce y espada procedentes de la necrópolis ibérica de la localidad sorianade Quintana de Gormaz (Soria). 1921 Cuatro figuras de bronce provenientes del Collado de Los Jardines, en la localidad de Santa Elena (Jaén). 1921 Adornos indumentarios ibéricos y un cubo minero de esparto con armadura de madera hallado en Mazarrón (Murcia). 1921 Una hebilla visigoda de bronce y dos vasijas de barro de carácter visigodo, descubiertas en Mérida. 1921 35 puntas de dardo, de hierro y 2 capiteles de alabastro procedentes del patio del Castillo de Calatorao (Zaragoza). 1921 Un lote de monedas entre época fenicia y medieval. MÉLIDA ALINARI (1922a: 351-353). 1923 Tesoro de Bentarique. Boletín de la Real Academia de la Historia, 82, 1923: 279.

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DECLARACIONES DE MONUMENTOS HISTÓRICO ARTÍSTICOS

1907 Murallas romanas de Sevilla. MÉLIDA ALINARI y SAAVEDRA (1907: 439); MAIER y SALAS (2000: 388-393, signaturas; CASE/9/7971/60(4), CASE/9/7971/60(7), CASE/9/7971/60(9-12) y CASE /9/7971/68(1); CANO NAVAS, LOZA AZUAGA y PAZOS BERNAL (1997: 332-336). 1907 Ermita de San Baudelio en Casillas de Berlanga (Soria). ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 368), sig. CASO/9/7973/79(2); Ibidem, p. 369, CASO/9/7973/79(11-12); ÁLVAREZ-SANCHÍS, J. y CARDITO, L. M. (2000), 370-371, sig. CASO/9/7973/79(18-27); Boletín de la Sociedad Española de Excursiones (1907: 1-14), MÉLIDA ALINARI (1908i: 447). 1908 Puerta de Santa Margarita (Palma de Mallorca), JIMÉNEZ Y MEDEROS (2001: 50-52, sig. CAIB/9/7945/24(16), y CAIB/9/7945/24(23), Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1908. 1909 Ruinas cercanas al faro de Torrox (Málaga), Carta de Alfredo Serrano (18-3-1909), MAN; Carta de Francisco Simón (19-3-1909), MAN; Memoria de Tomás García Ruiz, enviada a la RAH en febrero 1909. 1910 Iglesia de Santa María Magdalena (Zamora). ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 424-425), sig.s CAZA/9/7979/16(2-4), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1910. 1910 Basílica legionense de San Isidoro (León). ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 169), sig. CALE/9/7959/ 44(1) y CALE/9/7959/44(8); MÉLIDA ALINARI (1910h: 148). 1911 Iglesias de Santa Catalina y San José (Sevilla), MAIER y SALAS (2000: 394), sig. CASE/9/7971/69(1), MÉLIDA ALINARI (1911g: 130-132). 1911 Iglesia visigótica de San Pedro de la Nave (Zamora), ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 425-426), sig. CAZA/9/7979/18(1-3), ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 427-428), sig. CAZA/9/7979/21(1-2), MÉLIDA ALINARI (1911i: 258). 1911 Acueducto romano de Caños de Carmona (Sevilla), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1911. MAIER Y SALAS (2000: 394-395), sig.; CASE/9/7971/70(2-3), CASE/9/7971/70(11), y CASE/9/7971/70(14), MÉLIDA ALINARI (1911f: 519-520, 522). 1912 Alfar medieval (Badajoz); MÉLIDA ALINARI Y F ITA (1912: 161). 1912 Iglesia de San Cebrián de Mazote (Valladolid), ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 398), Sig.; CAVA/9/7978/19(8), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1912. 1912 Castillo de Almansa (Albacete), MAIER, J. (1999c: 27), sig. CAAB/9/7944/7(1-3), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1912. 1912 Mosaico emporitano del sacrificio de Ifigenia (Gerona), REMESAL, AGUILERA Y P ONS (2000: 176), sig. CAB /9/7946/49(1-5), MÉLIDA ALINARI Y CERRALBO (1912: 123-125). 1912 Iglesia de San Salvador de Priesca (Asturias), MÉLIDA ALINARI (1912c: 125); MÉLIDA ALINARI (1913f: 48-49) 1914 Exconvento de San Benito de Alcántara (Cáceres), Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nº 8,. 20-23; Boletín de la Real Academia de la Historia, 1914. 445

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1914 Monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoó (Palencia), ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 209), sig. CAP/9/7967/32(4), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1914; Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1914. 1915 Puente del Mantible (Cáceres), C ELESTINO Y C ELESTINO (2000: 97-98), sign. CACC/9/7948/48(2), y CACC/9/7948/52; CELESTINO Y CELESTINO (2000: 97), sig. CACC/9/7948/49(2); Boletín de la Real Academia de la Historia, 1915. 1916 Retablo del Exconvento del Parral (Segovia), Cartas de José Ramón Mélida (26-2-1916 y 9-5-1916), MAN; MÉLIDA ALINARI (1916c: 228-231). 1916 Hospital e Iglesia de Santiago en Úbeda (Jaén), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1916. 1916 Cartuja de Miraflores (Burgos), Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1916. 1916 Iglesia de San Nicolás (Burgos), Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1916. 1917 Castillo de Peñafiel (Valladolid), ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 399), sig. CAVA/9/7978/24(1), MÉLIDA ALINARI (1917d: 59). 1918 Iglesia románica de La Sangre (Valencia), Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1918. 1918 Convento de San Vicente Ferrer en Manacor (Mallorca), MÉLIDA ALINARI (1918f: 507-509); J IMÉNEZ Y M EDEROS (2001: 54-55), sig. CAIB/9/7945/25(1-5). 1919 Iglesia del Convento de Monjas Trinitarias Descalzas (Madrid), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1919; MAIER (1998: 111), sig. CAM/9/7961/79(2). 1919 Edificios romanos de Augustobriga en Talavera la Vieja (Cáceres), AGUILAR-TABLADA (1997); CELESTINO Y CELESTINO (2000: 98), sig. CACC/9/7948/53(2). Boletín de la Real Academia de la Historia, 1919. 1922 Claustro de la Colegiata de San Pedro (Soria), ÁLVAREZ-SANCHÍS Y CARDITO (2000: 374-376), sig. CASO/9/7973/81(1-2); CASO/9/7973/82(1), CASO/9/7973/82(7), y CASO/9/7973/82(9). Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 1910. 1922 Iglesia de San Juan de Rabanera (Soria), Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1922 ÁLVAREZ-SANCHÍS y CARDITO (2000: 374-376), sig. CASO/9/7973/81(1-2), CASO/9/7973/82(1), CASO/9 /7973/82(7), y CASO/9/7973/82(9); Boletín de la Real Academia de la Historia, 1924. 1923 Iglesia y Convento de Religiosas Bernardas de Alcalá de Henares (Madrid), Boletín Real Academia Bellas Artes San Fernando, 17, 1923. 1923 Torre del exconvento de San Francisco de Torrelaguna (Madrid), Boletín Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 17, 1923. 1923 Real Monasterio de Sigena (Huesca), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1923. 1923 Medina Azahara (Córdoba), MAIER Y SALAS (2000: 188), sig.; CACO/9/7952/99(1), CACO/9/7952/99(3) y CACO/9/7952/99(6). 1927 Templos de San Lorenzo El Salvador y San Pedro en Toro (Zamora), Boletín Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1927. 1929 Patio de Sto. Tomás, paraninfo e iglesia de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), Boletín Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1929. 1930 Murallas-torres y antiguo barrio de Cáceres. Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 24, 1930. 1930 Ermita de Santa María de la Vega en Toro (Zamora), Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 24, 1930. Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 24, 1930. 1930 Sinagoga de Santa María La Blanca (Toledo), Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 24, 1930. 1931 Cueva del Romeral en Antequera (Málaga), Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 1931. 1931 Cueva de Viera y Cueva de Menga en Antequera (Málaga), Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 25, 1931. 1932 Castillo de Alcalá de Guadaira (Sevilla), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1932; MAIER Y SALAS (2000: 406), sig. CASE/9/7971/89(1-2). 1932 Conventual santiaguista de Calera de León (Badajoz), CELESTINO Y CELESTINO (2000: 60), sig. CABA/9 /7945/59(3); Boletín de la Real Academia de la Historia, 1932. 1932 Iglesia de San Juan de Jerusalén, en Villafranca del Panadés (Barcelona), Boletín de la Real Academia de la Historia, 1932. 446

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Apéndice IV. Declaraciones de Monumentos Histórico Artísticos

1932 Fortificaciones medievales de Almazán (Soria), Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 1932. 1932 Iglesias románicas de San Miguel y Ntra. Señora del Rivero en San Esteban de Gormaz (Soria), Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 1932. 1932 Iglesia parroquial de Torrehermosa (Badajoz), Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 1932. 1933 Castillo de Alburquerque (Badajoz), CELESTINO Y CELESTINO (2000: 64-65, sig. CABA/9/7945/66(2). Boletín Real Academia Bellas Artes de San Fernando, 1933.

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CARGOS Y DISTINCIONES HONORÍFICAS

1884 1899-1933 1899-1933 1901-1916 1906-1933 1910-1930 1912-1927 1912-1923 1913 1913-1933 1916-1930 1921-1933 1929-1933 1930-1933 1933

Socio correspondiente del Instituto Arqueológico Germánico de Berlín Académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando Tesorero de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando Director del Museo de Reproducciones Artísticas Académico de número de la Real Academia de la Historia Director de las excavaciones de Mérida Catedrático de la Universidad Central Presidente de la Comisión de Excavaciones de Numancia Consejero de Instrucción Pública Anticuario de la Real Academia de la Historia Director del Museo Arqueológico Nacional Presidente de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria Presidente Honorario de todos los congresos internacionales de Arqueología Presidente del Patronato del Museo Arqueológico Nacional Vocal de la Junta Superior del Tesoro Artístico

OTRAS DISTINCIONES HONORÍFICAS Y ACADÉMICAS Oficial de la Legión de Honor Socio Honorario del Liceo de Mérida Socio Honorario del Ateneo de Madrid Caballero de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica Caballero de la Gran Cruz de la Orden de Alfonso XII Caballero de la Gran Cruz de la Corona de Italia Distinción del Cristo de Portugal Distinción de la medalla de Leopoldo II de Bélgica Distinción de las palmas de la Academia Francesa Académico correspondiente de la Academia de Bellas Artes de Sevilla Miembro de la Sociedad Hispánica de Nueva York Miembro de la Junta de Historia y Numismática Americana de Buenos Aires Miembro de la Sociedad de Anticuarios de Londres Miembro del Instituto Francés Académico correspondiente de la Academia de San Carlos de Valencia

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BIBLIOGRAFÍA GENERAL

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1 Paro los trabajos de J. R. Mélida, véase Apéndice I, “Bibliografía de José Ramón Mélida Alinari”.

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de Reproducciones Artísticas. Arte clásico. Guía didáctica. Madrid: Ministerio de Cultura. ALMAGRO-GORBEA, M. (1995), “La moneda hispánica con jinete y cabeza varonil: ¿tradición indígena o creación romana?”, Zephyrus, 48, 235-266. ALMAGRO-GORBEA, M. (1996), Ideología y poder en Tartessos y el mundo ibérico. Discurso leído en el acto de su recepción pública el día 17 de noviembre de 1996. Contestación del Excmo. Sr. D. José María Blázquez Martínez. Madrid: Real Academia de la Historia. ALMAGRO-GORBEA, M. (1999a), El Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia. Madrid: Real Academia de la Historia. ALMAGRO-GORBEA, M. (1999b), “Orfebrería orientalizante”, en García Castro, J. A. (dir.), Orfebrería antigua en Hispania, Madrid, 70-83. ALMAGRO-GORBEA, M. (2000), “Hallazgo y adquisición del Disco de Teodosio: documentación conservada en la Real Academia de la Historia”, en Almagro Gorbea, M. (Ed.), El Disco de Teodosio, Madrid: Real Academia de la Historia, 53-98 ALMAGRO-GORBEA, M. (2001a), “El Gabinete de Antigüedades: colecciones y anticuarios”, en Tesoros de la Real Academia de la Historia, Madrid, 45-52. ALMAGRO-GORBEA, M. (2001b), “Los relieves asirios del palacio de Senaquerib en Nínive”, en Tesoros de la Real Academia de la Historia, Madrid, 59-64. ALMAGRO-GORBEA, M. (2002), “La arqueología española en el siglo XX” en Palacio Atard, V. (ed.): Memoria académica del siglo XX, Madrid: Instituto de España, 76-95. ALMAGRO-GORBEA, M. (2003), Epigrafía prerromana, Madrid: Real Academia de la Historia. ALMAGRO-GORBEA, M. y ÁLVAREZ-SANCHÍS, J. (1998), Archivo del Gabinete de Antigüedades. Catálogo e índices, Madrid: Real Academia de la Historia. ALMAGRO GORBEA, M. y MAIER, J. (1999), “El futuro desde el pasado: la Real Academia de la Historia y el origen y funciones del Museo Arqueológico Nacional”, Boletín de la Real Academia de la Historia, CXCVI, 183-207. ALMAGRO-GORBEA, M. y ABASCAL, J. M. (1999), Segóbriga y su conjunto arqueológico, Madrid: Real Academia de la Historia. 452

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Archivo de la Real Academia de la Historia. Expedientes personales de José Ramón Mélida Alinari, Juan de Dios de Rada y Delgado y Fidel Fita Colomer. Archivo del Museo de Reproducciones Artísticas. Expediente personal de José Ramón Mélida Alinari. Archivo Histórico Documental del Museo Cerralbo. Correspondencia personal entre José Ramón Mélida Alinari y el Marqués de Cerralbo. Archivo de la Fundación Juan Ramón Jiménez. Correspondencia personal entre José Ramón Mélida Alinari y Juan Ramón Jiménez. Archivo Histórico del Boletín Oficial del Estado (La Gazeta hasta 1936).

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ÍNDICE ONOMÁSTICO Y DE INSTITUCIONES

Abad San Fagildo: 326 Abargues de Sostén, Juan Víctor: 40, 76, 95 Abril y Blasco, Salvador: 434, 435 Academia de Bellas Artes de Palma de Mallorca: 87 Academia de Bellas Artes de Roma: 98 Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia: 87, 378, 450 Academia de Bellas Artes de Sevilla: 449 Academia de Ciencias de Berlín: 102, 233 Academia de Ciencias de Viena: 375 Academia de Ciencias Morales y Políticas: 298 Academia de Götingen: 233 Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París: 52, 100, 102, 105, 143, 144, 159, 298, 318, 365, 379, 382 Academia Real Española de Arqueología y Geografía del Príncipe Alfonso: 31, 33, 44, 97, 121 Academie Celtique: 268 Academie des Sciences: 120 Adarve, María: 21 Adeline, J.: 116 Adriano: 216, 262, 281, 282, 286, 409 Agamenón: 114, 140 Agorácrito: 376 Agrasot Zaragoza, Ricardo: 136 Agripa: 281, 286, 302 Aguado, Dionisio: 443 Aguado y Alarcón, Juan de Dios: 154, 156 Aguado Bleve, Pedro: 377 Aguilar y Cano, Antonio: 433 Aguilar y Correa, Antonio de: 183 Aguilar y Cuadrado, Antonio: 68 Aguirre, Joaquín: 34 Aguirre, Lorenzo: 392

Aguirre, R.: 386 Agustín, Antonio: 192 Agustín Campo, Ignacio: 443 Alarcón, Gabriel: 76 Alarcón, Pedro Antonio de: 124 Alba, Duque de: 90, 186, 195, 221, 318, 333, 365, 366, 369, 378, 386, 389 Alba, Santiago: 310 Albareda, José Luis: 24, 58, 80 Albelda y Albert, José: 339 Albertini, Eugene: 381 Alberto I de Mónaco, Príncipe de Mónaco: 221, 366 Albiñana, J. F.: 172 Alcalá-Zamora, Niceto: 324 Alcalde del Río, Hermilio: 396 Alcántara Gómez, Jacinto: 385 Alcañiz, Juan: 441 Alejandro Magno: 162 Alemany Bolufer, José: 368, 369 Alemany Pujol, Luis: 322 Alfaras, Romualdo de: 148 Alfaya, María Concepción: 438 Alfaya, María Paz: 438 Alfonso IX, Rey de León: 212 Alfonso XII, Rey de España: 375 Alfonso XIII, Rey de España: 128, 226, 228, 232, 235, 262, 263, 304, 331, 349, 351, 372, 378, 385, 480 Alinari, Agustín: 21 Alinari Adarve, Leonor: 21, 22, 109, 479 Allende-Salazar, Ángel: 79 Almagro Basch, Martín: 294, 302, 366 Almagro Gorbea, María José: 130 Almagro-Gorbea, Martín: 18, 20, 153, 214, 242 Almanzor: 370 475

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Almela Boix, María Asunción: 69, 95, 121 Alonso Pastor, César: 339 Altamira y Crevea, Rafael: 119, 149, 184, 308, 398, 401 Álvarez, Vicencio: 442 Álvarez de la Braña, Ramón: 40 Álvarez Guijarro, Fernando: 90 Álvarez Martínez, José María: 277, 294 Álvarez-Ossorio, Francisco de Paula: 18, 42, 44, 75, 86, 90, 163, 167, 190, 234, 319, 345, 347, 348, 351, 376, 378, 383, 386, 389, 390, 391, 393, 403, 415, 418, 444 Álvarez Sáenz de Buruaga, José: 207, 277, 278, 295, 302 Amadeo I, Rey de España: 36 Amador de los Ríos, Alfonso: 347, 349 Amador de los Ríos, José: 34, 41, 86, 138, 154, 156, 158, 174, 186 Amador de los Ríos, Rodrigo: 50, 97, 138, 158, 208, 217, 313, 347, 348, 349, 411, 412, 441 Amboage, Marqués de: 26 Amorós, J.: 386 Andrade Navarrete, Rafael: 322 André Michel, M.: 291, 312 Aníbal Álvarez, Manuel: 34, 97, 230, 243, 256, 257, 260, 264, 323 Ansoleaga, Florencio de: 189, 190, 435 Antíoco XI: 444 Antón y Ferrandiz, Manuel: 123, 148, 177, 323, 332, 363, 364, 410 Antonino: 165, 182, 210 Apiano Alejandrino: 233, 254, 267, 370 Apraiz, Ángel: 435 Aranzadi, Telesforo: 189, 190, 435 Araújo Sánchez, Ceferino: 27, 222 Arbois de Juvainville: 54, 214 Archivo del Consejo de Castilla: 88 Archivo General de la Administración Civil (Alcalá de Henares, Madrid): 18, 20, 22, 29, 37, 40, 42, 49, 50, 55, 63, 72, 75, 77, 78, 82, 83, 103, 112, 128, 130, 229, 230, 232, 243, 254, 258, 261, 262, 266, 269, 279, 301, 302, 306, 307, 308, 313, 323, 334, 335, 337, 352, 368, 378, 392, 444, 471 Archivo General de Andalucía: 479 Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid: 334, 335, 336, 345, 368, 369, 382, 471 Archivo Histórico del Boletín Oficial del Estado (La Gazeta): 471 Archivo Histórico de Medicina: 20 Archivo Histórico Nacional: 88, 112 476

Archivo Histórico de Toledo: 88 Archivo de Indias: 112 Archivo de la Biblioteca Nacional: 29 Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: 20, 21, 27 Archivo del Museo Arqueológico Nacional: 21, 29 Archivo del Museo Naval de Madrid: 21 Archivo Nacional de París: 306, 309 Archivo del Real Patronato de Castilla y Aragón: 88 Archivo del Rectorado de la Universidad Complutense de Madrid: 20, 29, 88 Archivo de Simancas: 112 Arneth: 375 Artemidoro: 165 Artigas Arpón, Benito: 339, 340, 341, 399 Artiñano, Pedro G. de: 377 Artola, Miguel: 61 Asensi, Tomás: 40, 43, 76, 77, 91, 135 Asensio y Toledo, José María: 183 Ashmolean Museum: 44 Asociación de Excursiones Catalana: 54 Ason, Carlos: 40 Assas y Ereño, Manuel de: 29, 32, 33, 34, 35, 38, 93, 121, 192, 218, 396, 400 Associazione Internazionale per gli Studi Mediterranei: 384 Assteas: 101 Asurbanipal: 52 Ateneo barcelonés: 345 Ateneo de Madrid: 18, 26, 27, 31, 34, 38, 43, 79, 81, 89, 96, 97, 98, 119-121, 123, 124, 126, 127, 135, 164, 178, 180, 186, 188, 221, 222, 226, 228, 273, 327, 335, 348, 352, 395, 396, 408, 411, 449, 479 Atreo, tesoro de (Micenas, Grecia): 410 Aubán (colección): 90 Augusto, Emperador: 205, 262, 278, 282, 286, 293, 295, 319, 371, 436 Ausonio: 287 Ávalos, Juan de: 304 Avaro: 327 Avieno: 54, 244 Ayarzagüena, Mariano: 17, 18 Ayerbe, Marqués de: 186, 187 Ayson: 91, 320 Azaña: 320 Azcárate, Gumersindo de: 123, 186, 337 Azlor de Aragón y Hurtado de Zaldívar, José Antonio: 125 Azorín: 161, 172 Babelon, Ernst: 71, 307, 312

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Índice Onomástico y de Instituciones

Baciano: 165 Bahamonde Magro, Ángel: 67 Balaguer y Cirera, Víctor: 77 Balbín de Unquera, Antonio: 97 Balil Illana, Alberto: 294 Ballesteros, Enrique: 118 Balzac, Honorato: 73 Baquero, Isabel: 197 Barandiarán, José María: 189 Barasoaín: 252 Barcia, Ángel: 90 Barona Cherp, Manuel: 435 Barrantes, Vicente: 186 Barras de Aragón, Francisco de las: 390 Barreiros, Gaspar: 293 Barrio, Isabel: 20 Barroso Castillo, Antonio: 135 Bartolomé Cossío, Manuel: 36, 38, 58, 123 Bauer y Landauer, Ignacio: 25, 339, 346, 443 Bayet: 312 Bécquer, Gustavo Adolfo: 345 Bellido, Luis: 320 Bellón, Juan Pedro: 191 Bellver, Ricardo: 217 Beloch, Karl Julius: 202 Beltrán, José: 17 Belzoni, Giovanni: 136 Bendala Galán, Manuel: 114, 293 Benito Aceña, Ramón: 232, 234, 257, 258, 259, 260, 264 Benlliure, Mariano: 186, 227, 339, 369, 411 Beritens, Doctor: 223 Berlanga Palomo, María José: 17 Bermejo y Vidal, Luis: 368 Bermúdez de Sotomayor, Francisco: 76 Bernheim, Dirk: 66 Berthelot, Sabin: 342 Bertrand, Alexandre: 188 Beruete y Moret, Aureliano de: 27, 109, 126, 228, 433 Bescansa, Leoncio: 324 Besteiro, Julián: 124 Bethe: 91 Bethencourt, Juan: 342 Beulé, C. E.: 102 Bey de Túnez: 90 Biblioteca Gabriel Llabrés de Palma de Mallorca: 89, 99 Biblioteca Nacional (Madrid): 18, 28, 29, 35, 43, 47, 76, 91, 92, 98, 105, 112, 126, 130, 135, 221, 306

Biblioteca Nacional de París: 102 Biosca Mejía, José: 157 Birch, Samuel: 44 Blanco Freijeiro, Antonio: 386, 391, 415 Blanco Suárez, Pedro: 124 Blay, Miguel: 223 Blázquez, Antonio: 344 Blázquez, José María: 391, 415 Boeckh, August: 48 Bofarull, A. de: 84, 172 Bonaparte, José: 62 Bonet Correa, Antonio: 28 Bonnat, León: 23, 227 Bonnat Alinari, Luisa: 23 Bonnat Alinari, María: 23, 62, 399 Bonsor, Jorge: 17, 127, 148, 171, 176, 177, 178, 179, 180, 181, 182, 183, 187, 192, 199, 200, 215, 227, 228, 242, 259, 280, 283, 284, 288, 318, 349, 350, 351, 360, 381, 392, 398, 410, 411, 417, 442, 479 Borbones: 86, 227 Borghese: 92 Borghesi, Bartolomeo: 48, 375 Borissova, Biliana: 20 Borja y Aragón, Luisa de: 124 Boronat y Moltó, Vicente: 132 Bosc: 312 Bosch: 84 Bosch, Pablo: 339 Bosch Gimpera, Pedro: 17, 18, 110, 173, 193, 241, 243, 244, 248, 345, 353, 354, 363, 366, 367, 377, 378, 380, 381, 384, 386, 387, 389, 393, 398, 404, 410, 417 Bosch y Fustegueras, Alberto: 87 Böttiger, K. A.: 44 Boucher de Crèvecoeur de Perthes, Jacques: 236 Bourgeois, Abate: 257 Bouza Brey, Fermín: 342 Boya Saura, Luis: 376 Brañanova, Celestino: 76 Bravo, Juan: 301, 302 Bretón: 337 Breuil, Henri: 315, 366, 396 British Museum: 53 Broca, Paul: 342 Brucciani: 130 Brugsch, Heinrich: 181 Brun, T.: 434 Brunetière, Ferdinand: 68 Brunn, H.: 102 Buitrago de Peribáñez, Luis: 139 477

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José Ramón Mélida

Burell Cuéllar, Álvaro: 273, 313, 348 Burgos, Javier de: 229 Buset, Maurice: 439 Bustos, José S.: 443 Bute, Marqués de: 326 Caballero de Rodas, Luis: 339 Cabré Aguiló, Juan: 18, 208, 361, 362, 363, 413, 417, 441, 443 Cabrejo, Joaquín: 442 Cabrera Gallardo, Aurelio: 365, 394, 480 Cagnat, Rene: 381 Cailleux, Alphonse de: 293 Calderón de la Barca, Pedro: 23, 227 Callejo de la Cuesta, Eduardo: 378 Calvo, Guillermo: 132 Calvo, Ignacio: 347, 349, 441, 443 Calvo, Simón: 385 Calvo y Madroño, Ismael: 307 Campello Esclapez, Manuel: 140, 143 Camps, Eduardo: 383 Camps, Vicente: 385 Canalejas, José: 58, 186 Cánovas del Castillo, Antonio: 29, 31, 34, 56, 79, 80, 86, 87, 90, 112, 124, 129, 131, 142, 174, 186, 217, 264, 309, 380, 396, 411 Cañabate: 337 Cao Moure, José: 434 Capitan, Louis: 373 Capo, Manuel Antonio: 128 Cárdenas, José de: 129, 221 Cárdenas y Pastor, Manuel: 26 Carderera, Valentín de: 34 Carlomagno: 85 Carlos III, Rey de España: 25, 43, 82, 92, 98, 99, 130, 135, 263, 342 Carlos IV, Rey de España: 61 Carlos V, Emperador: 436 Carpenter, Rhys: 141, 142, 376, 381 Carracido: 337 Carriazo, Juan de Mata: 213, 336, 386, 415, 418 Cartagena, Conde de (Aníbal Morillo Pérez): 339 Cartailhac, Émile: 100, 138, 173, 176, 192, 194, 314, 315, 381, 396 Carter, Howard: 369 Carvalho e Melo, Sebastião José de: 49 Casa de la Moneda de Madrid: 306 Casa de Velázquez: 149, 373, 374, 399 Casa Laiglesia, Marqués de: 130 Casa Loring, Marqués de: 93, 328 Casado del Alisal, José: 130 478

Casanova, Eduardo: 49, 82 Cascales y Muñoz, Juan: 135, 136, 228 Casino de la Reina (antiguo Museo Arqueológico Nacional): 76, 86, 158 Castañeda, Vicente: 18, 300, 337, 375, 386, 388, 389, 390 Castellanos (colección): 90 Castellanos López, Ángel: 339 Castellanos de Losada, Basilio Sebastián: 31, 35, 82, 83, 91, 92, 120, 122, 162, 400 Castillo, Ángel: 310 Castillo, Mariano: 254 Castillo y Soriano: 337 Castreño Sáez, Justo: 436 Castro, Américo: 374 Castro, Fernando de: 31 Casulleras, Rafael: 304 Cavanilles, Antonio: 30 Caveda, José: 41, 116 Caylus, Conde de: 45, 46, 92 Ceán Bermúdez, Juan Agustín: 212, 293 Cebrián Santos, Ambrosio: 188 Cedillo, Conde de: 112, 307, 323, 343 Centro de Estudios Históricos: 182, 184, 282, 305, 363, 392 Centro Superior de Investigaciones Científicas: 208 Cerdá, Lorenzo: 322 Cerisano, Duque de: 92 Cerralbo, Marqués de: 79, 80, 81, 110, 184, 215, 221, 234, 235, 244, 254, 256, 257, 258, 260, 266, 268, 307, 313, 334, 344, 349, 351, 362, 365, 370, 374, 392, 406, 408, 409, 444, 471 Cervantes y Saavedra, Miguel de: 124 Cervera Jiménez-Alfaro, Francisco: 318 César (ver Julio César) Cesnola, Alessandro di: 161 Cesnola, Luigi Palma di: 161 Cid, El: 85 Cimabue: 223 Círculo de Bellas Artes de Madrid: 222 Ciria, H: 300 Claudio: 286 Claudio Marcelo: 370 Clercq, Louis de: 114 Close, Charles: 260 Coke, colección (Inglaterra): 282 Colegio de Doctos de San Juan (Hamburgo, Alemania): 170 Colegio de Humanidades: 120 Colini: 214

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Índice Onomástico y de Instituciones

Collège de France (París): 133 Collignon, León Maxime: 44, 46, 100, 101, 102, 105, 246, 247, 312, 340 Coloma, Luis Colón, Cristóbal: 112, 479 Colorado, Vicente: 109 Colubi, José: 76 Comillas, Marqués de: 24, 227, 331 Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas: 305 Comisión del Mapa Geológico: 75 Compagni y Vidal, Manuel: 124 Company: 124 Comte, Augusto: 41, 382, 414 Concer, Enrique: 23 Concha, Juan: 434 Conde y Luque, Rafael: 186 Constantini, Conte David: 384 Constantino: 284, 292 Contenau, Georges: 318 Conze, Alexander: 48, 115 Cordero: 65, 68 Cordobés, Tomás: 27 Cornelia, dama: 319 Corpus Inscriptionum Latinorum: 69, 93, 156, 334 Corpus Vasorum Antiquorum: 105, 248, 382, 383, 384, 399, 414, 417 Corral, Alberto: 318 Corral y Arellano, Diego del: 126 Cortadella Morral, Jordi: 17, 387 Cortázar: 337 Cortezo, Daniel: 65, 67 Cortines, Leopoldo: 103 Costa, Joaquín: 51, 52, 58, 90, 192, 398, 402 Coullaut Valera, Lorenzo: 182, 183, 435, 442, 443 Covarrubias, Diego de: 24 Covarsí, Adelardo: 434 Covarsi, Antonio: 211 Crespo, Esclavitud: 82 Creswicke Rawlinson, Henry: 52 Cristina, Reina de Suecia: 99 Cruz Andreotti, Gonzalo: 17 Cubillo Jiménez, Manuel: 436 Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios: 30, 31, 37, 38, 41, 42, 43, 46, 50, 75, 76, 79, 80, 83, 84, 89, 120, 133, 183, 220, 221, 252, 264, 314, 315, 319, 334, 335, 336, 337, 347350, 364, 365, 369, 376, 383, 390, 391, 393, 396, 400, 412 Cuervo Arango: 337

Cuesta Orduña, Policarpo: 315, 336 Curtius, Ernst: 47, 115, 230 Chabás, Roque: 174 Chabret: 381 Champollion, Jean François: 59, 60, 62, 96, 133, 375, 399 Chaplain, Jules: 46, 246 Chapot: 381 Charcot, J. M.: 66 Chevalier: 294 Chicharro Agüera, Eduardo: 28, 228, 390, 411 Chicharro Briones, Eduardo: 228 Chil y Naranjo, Gregorio: 342 Chipiez, Charles: 71, 102, 166, 245, 312 Chueca Goitia, Fernando: 22, 26, 27 Dánvila, Manuel: 312 Danvila Collado, Francisco: 157, 158 Darcel: 312 D’Aremberg (colección): 306, 309, 312 Darnley, Conde de: 227 Darrieux, René: 104 Darwin: 193 Dato, Eduardo: 186, 258, 309 Decharme: 312 Déchelette, Joseph: 54, 189, 197, 244, 262, 353, 355, 381, 410, 411 De Dielitz: 130 De Francisco Olmos, José María: 20 De Requena: 313 Delattre, Louis: 245 Delbrueck: 375 Deleito, Joaquín: 124 Delgado, Antonio: 36, 170, 187, 375, 408 Delgado Martín, Eleuterio: 188 Denia, Duquesa de: 25, 285 Dennis, George: 44, 46 Denon, Vivant: 35 Desdevises du Dézert, Georges: 439 Despuig y Dameto, Antonio: 322 D’Estoup y Garcerán, Florencio: 442 Díaz-Andreu, Margarita: 17 Díaz López, Gonzalo: 312 Díaz Palafox, Federico: 65 Diehl: 312 Dieulafoy, Jane: 225 Dieulafoy, Marcel: 225 Díez de Tejada, Fernando: 42, 75, 82, 132 Dilthey: 41 Dimas, Santo: 228 Diocleciano: 182 479

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José Ramón Mélida

Dognée, Eugenio M. O.: 339 Dolores (tía de José Ramón Mélida): 108 Domenech, José María: 157 Domenech y Montaner, Luis: 24, 68, 69 Domenichino: 228 Domínguez, María Pilar: 20 Donato, Santo: 292 Doporto, Severiano: 435 D’Ors, Eugenio: 369 Dourgnon, Marcel: 97 Dragendorff, H.: 235 Drovetti, Bernardino: 62 Duero, Marqués del: 23 Dufour, Mederic: 104 Dumont, Albert: 45, 46, 105, 246, 247 Duque, Marcelino: 124 Duque de Osma: 24 Durán Cabello: 293 Durán Lillo, Gregorio: 435 Dürrbach, Félix: 379 Duseigneur, premio: 365 Ebert: 345 École de Chartres: 31 École des Hautes Études Hispaniques: 253 Echegaray, José: 443 Echave, Baltasar de: 353 Eguilaz, Francisca: 441 Egusquiza, Rogelio de: 227, 411 Elías de Molins, Antonio: 50 Ena Bordonada, Ángela: 67 Engel, Arthur: 100, 105, 127, 138, 144, 145, 160, 162, 163, 171, 173, 174, 192, 344, 381, 402, 416, 479 Enlart, Camille: 291 Ennés, Carlos: 443 Enríquez de Luna, Gonzalo: 321 Erro, Juan Bautista: 230 Escipión: 233, 234, 237, 239, 240, 242, 246, 249, 250, 262, 269, 371 Escribano Iglesias, Lucio: 435 Escudero de la Peña, José María: 40 Escuela de Altos Estudios Hispánicos: 318 Escuela de Antigüedades: 31 Escuela de Antropología de París: 138 Escuela de Arquitectura de Madrid: 24 Escuela de Arte y Arqueología en Roma: 104, 305, 367, 390 Escuela de Artes y Oficios: 385 Escuela de Bellas Artes de París: 104, 105 Escuela Española de Estudios Históricos de Roma: 182 480

Escuela Especial de Bellas Artes de Madrid: 23, 219 Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid: 226, 365 Escuela de Estado Mayor (Madrid): 23 Escuela de Estudios Superiores Hispánicos (Madrid): 135, 373 Escuela Francesa de Atenas: 45, 46, 51, 90, 100, 102, 104, 105, 145, 151, 160, 247, 318, 335, 369, 398, 436 Escuela Francesa de Madrid: 145, 373, 399 Escuela Francesa de Roma: 134, 145, 398 Escuela de Industrias Artísticas de Toledo: 24, 130 Escuela Nacional de Música y Declamación: 72 Escuela Oficial de Cerámica de Madrid: 385 Escuela Superior de Artes e Industrias de Córdoba: 307 Escuela Superior de Diplomática: 28-32, 35-38, 42, 43, 55, 58, 59, 76, 78, 79, 80, 81, 93, 98, 99, 103, 107, 120, 121, 129, 131, 132, 133, 149, 184, 207, 217, 218, 220, 221, 334, 335, 337, 395, 396, 398, 400, 411, 412 Escuela Técnica Superior de Arquitectura: 219 Escuelas Municipales de Aguirre: 332 Esperanza y Sola, José María: 21, 217, 411 Espina, Juan: 100 Estadella, Miguel: 251 Esteban Murillo, Bartolomé: 327, 438 Estrabón: 138, 150, 164, 215, 240, 268 Evans, Arthur: 46, 173, 198, 202, 312, 355 Eza, Vizconde de: 262, 263, 264, 268, 269 Ezpeleta, Luis: 146 Facultad de Letras de Montpellier: 48 Farman, M.: 260 Felipe Peró, Agustín: 128 Felipe II: 294, 358 Felipe IV: 128 Félix, Santo: 292 Fernández, Rosendo: 312 Fernández de Avilés, Augusto: 391, 415 Fernández de Bethencourt, Francisco: 183, 186 Fernández Casanova, Adolfo: 187, 196 Fernández de Córdoba, Gonzalo: 26 Fernández Duro, Cesáreo: 112, 188 Fernández Guerra, Aureliano: 79, 142, 164, 165, 186, 187 Fernández López, Manuel: 433 Fernández López, Ventura: 435 Fernández Miranda, Manuel: 114 Fernández Moreno: 243 Fernández Pérez, Gregorio: 293

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Índice Onomástico y de Instituciones

Fernández Rodríguez, Antonio: 312 Fernández Vega, P.: 386 Fernando II, Rey de Portugal: 49 Fernando VI, Rey de España: 273 Fernando VII, Rey de España: 21, 61 Ferrá, Bartolomé: 87, 99, 148 Ferrandis, José: 377, 378, 386 Ferrer y Figuerola, Felipe: 188 Ferreres, Luis: 322 Fichero de Arte Antiguo: 385, 392 Fichte, Johann Gotlieb: 234 Fidias: 99, 201, 376 Finat, José: 26 Fiorelli, Giuseppe: 232, 312 Fita, Fidel: 40, 78, 112, 137, 158, 177, 183, 186, 187, 190, 192, 206, 276, 280, 283, 333, 337, 338, 343, 347, 402, 404, 409, 412, 471 Flaubert, Gustave: 73 Flinders Petrie, William: 47, 48, 101, 115, 159, 178, 180, 243, 247, 351, 381 Florensa, Adolfo: 320 Flores de Lemus, Antonio: 123 Flórez: 337 Flórez, Enrique: 32, 192, 293 Floriano Cumbreño, Antonio: 197, 213, 304, 393 Florit, José: 89 Floro: 327 Fontes, Fernando (marqués de Torrepacheco): 20, 134 Formigué, M. Jules: 285 Foronda, Marqués de: 378 Fortuny, Mariano: 329 Fox, Imman: 55 Fra Angelico: 223 Francés y Sánchez-Heredero, José: 437, 438 Francisco, Niculoso: 312 Francisco Forner, Agustín: 293 Franco: 169 Franco Dávila, Pedro: 98, 135 Francos Rodríguez, José: 313, 322 Frankowski: 381 Franz, Johann: 48 Fray Francisco Javier Valdés Noriega: 125 Fray José López Mendoza y García: 125 Freud, Sigmund: 66 Frieckenhaus: 387 Frobenius, Georg: 364 Fulgosio Carasia, Fernando: 40 Fundación Cajamadrid: 20 Fundación Juan Ramón Jiménez: 471 Fürtwangler, Adolf: 44, 47, 102, 200

Gabinete de Ciencias Naturales: 43 Galindo, Pascual: 377 Gallarza, Joaquín: 260 Galton, Francis: 114 Galván, Antonio: 278, 279 Gamazo Calvo, Germán: 24, 58 Gándara, J. O. de la: 300 Gandía, Emili: 387 Garay, Recaredo de: 354 Garcí, Dolores: 82 García, Juan José: 230, 254 García, Ramón: 182 García, Ulpiano: 439 García Alix, Antonio: 58, 133, 134, 207, 220 García Camino, Francisco: 103 García Camisón, Laureano: 208 García Díaz, Mariano: 33, 40, 52, 67, 68, 70, 77, 81, 82, 471 García Faria, Pedro: 442 García Gutiérrez, Antonio: 42, 94 García Iglesias, Luis: 392, 415 García y López, Juan Catalina: 32, 59, 78-81, 98, 107, 109, 166, 184, 186, 190, 194, 208, 230, 239, 243, 254, 256, 257, 331, 334, 349, 368, 400, 417, 471, 479 García de la Mata, Siro: 441 García Mediavilla, Ricardo: 327, 438 García Pérez: 337 García Ribes, Ángela: 197 García Rodríguez: 124 García Ruiz, Tomás: 445 García Sandoval: 294 García Torres, Carmen: 106, 107, 108, 130, 131, 279, 307, 388, 389, 479 García y Bellido, Antonio: 18, 167, 336, 377, 386, 391, 392, 393, 398, 415, 418, 480 Gardner, Ernst Arthur: 44 Garibay, Esteban de: 353 Garnelo, José: 226, 323, 325 Garzón, Lucas: 358 Gascó, Fernando: 17 Gasset, Eduardo: 309 Gasson, D. R.: 300 Gaudin, P.:101 Gautier, Theófile: 66, 69 Gayangos, Pascual de: 28, 35, 37 Gayangos, María de: 339 Gentile, Iginio: 102 Gerhard, Eduard: 44, 46, 48 Germánico: 262 481

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Gestoso y Pérez, José: 221, 433 Gibbon, Edward: 46 Gil, Magdalena: 339 Gil, Mateo: 20 Gil, R.: 386 Gil Albacete, Álvaro: 220, 313, 337 Gil de Dorregaray: 332 Gil Zárate, Antonio: 41 Gimeno y Cabañas, Amalio: 302, 305, 334, 386 Gimeno, Helena: 17, 275 Giner de los Ríos, Francisco: 31, 36, 51, 121, 132, 275, 384 Giotto: 223 Girard, Paul: 102, 312 Girbal, Enrique Claudio: 85 Gliptoteca de Munich: 307, 309 Godró: 78 Gómez Moreno, Manuel: 81, 182, 184, 191, 196, 207, 208, 225, 227, 277, 299, 305, 307, 312, 323, 335, 345, 353, 363, 365, 369, 371, 372, 373, 378, 386, 392, 480 Gómez Moreno, María Elena: 207 Gómez Santacruz, Santiago: 242, 254, 256, 263, 264, 323, 406, 442 Gómez de Santiago, Ildefonso: 442 Gómez de la Serna, Javier: 186 Gómez Tabanera, José M.: 151 Góngora, Luis de: 130 Góngora, Manuel de: 137, 139, 142, 194, 205, 351, 402, 406, 408 González, Casimiro: 274, 278 González, Nicolás: 40 González, Pedro: 306 González, Zeferino: 33 González Romero: 31, 36 González Reyero, Susana: 20 González Simancas, Manuel: 263, 265, 269 González de Velasco, Pedro: 158 Gordon Childe, Vere: 372 Gori: 312 Gorostizaga, Ángel de: 40, 50, 75, 76, 82, 109 Gorrilla: 337 Goya: 27, 222, 227, 228, 311, 326, 358 Graciano: 288 Graebner: 364 Grajera, Juan: 197, 274, 278, 296, 442 Granada de Ega, Duques de: 124 Granadino, Teresa: 339 Granados, Mariano: 230, 232, 242, 250, 252, 256, 258, 392 482

Grau-Bassas, Víctor: 342 Greco, El: 27, 223, 224, 401 Groizar, Alejandro: 90 Guadan, Isaac: 434 Guaqui, Conde de (José de Goyeneche y Gamió): 124, 125 Gudiol Cunill, José: 173, 188, 328 Guedes, Delfín: 49 Güell, Juan: 328 Guerra, Giuseppe: 92 Guerrero (actor): 24 Guhl: 312 Guillén García: 172 Guillén Robles, Francisco: 132, 151, 207, 307 Guinart, Paul: 389 Guitart Besangué, José: 435 Guizot, François: 31 Gutiérrez, Manuel: 274, 275, 278 Haes, Carlos de: 222, 228 Halbherr, Federico: 355 Helbig, Wolfgang: 46, 202 Henszlmann: 138, 159 Henzen, Wilhelm: 48, 375 Herder, Johann: 123, 398 Heredia Livermoore, Amalia: 328 Hernández, Félix: 260 Hernández-Pinzón Moreno, Carmen: 20 Hernández Sanahuja, Buenaventura: 20, 83, 84, 135, 139, 172, 177, 319 Herodoto: 53, 54, 96, 199 Herraiz Belinchón, Telesfora: 443 Herrán, Fermín: 164, 165 Herrera y Chiesanova, Adolfo: 127, 128, 339, 343 Herrera, Juan de: 293 Herrero, José F.: 307 Hervás y Panduro, Lorenzo: 95 Hesíodo: 44, 45 Heuzey, León: 52, 87, 100, 105, 141-144, 146, 159, 162, 169, 170, 173, 175, 192, 204, 205, 381, 402, 403, 404, 416, 479 Hezeta, José: 135 Higueras Fuente, Jacinto: 385 Hildebrand, Bror Emil: 188, 357 Hinojosa, Eduardo: 43, 44, 149, 184, 220, 345 Hinojosa, Ricardo de: 220, 412 Hipodamos de Mileto: 407 Hispanic Society of America: 331, 335, 378, 450 Hixem II: 435 Hogarth, David G.: 118 Holgado, R.: 63

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Índice Onomástico y de Instituciones

Holm: 365 Homero: 44, 45, 114, 198, 282, 355 Homolle, Théophile: 105, 275, 369, 383, 398, 399, 409, 414, 479 Howard, Esme: 369 Hoyos, Marqués de: 107 Hoyos Sáinz, Luis de: 363 Hübner, Emil: 38, 47, 76, 78, 93, 98, 100, 102, 122, 130, 138, 142, 151, 156, 158, 159, 161, 164, 167, 170, 192, 205, 214, 215, 282, 283, 334, 344, 375, 377, 379, 381, 402, 416 Humboldt, Wilhelm Von: 353 Hurtado, Publio: 360 Husch: 291 Ibarra (colección): 90 Ibarra Manzoni, Aureliano: 40, 140, 141 Ibarra Rodríguez, Eduardo: 345 Ibarra Ruiz, Pedro: 40, 141 Ilustre Colegio de Madrid: 21 Inghirami: 46 Inocencio X: 131 Institución Libre de Enseñanza: 18, 31, 33, 36, 37, 38, 51, 53-58, 64, 69, 70, 80, 93, 105, 124, 126, 132, 134, 137, 155, 184, 305, 335, 364, 384, 395, 396, 398-403, 413 Institut d’Estudis Catalans: 182, 378, 384, 414 Instituto Agrícola de Alfonso XII: 75 Instituto Arqueológico Alemán (de Berlín): 18, 45, 47, 51, 78, 83, 375, 379, 382, 386, 391, 399, 449 Instituto Arqueológico del Imperio Germánico (ver Instituto Arqueológico Alemán) Instituto Arqueológico de Inglaterra: 51 Instituto Arqueológico de Roma: 47, 78 Instituto de Estudios Madrileños: 28 Instituto de Francia (Instituto Francés): 24, 450 Instituto de Noviciado de Madrid: 28 Instituto Rodrigo Caro: 392 Instituto de San Isidro: 28, 29 Íñiguez, Mariano: 268 Irueste, Vizconde de: 89 Isabel la Católica, Reina de España: 21, 24, 85, 358 Isabel, Infanta: 86, 331 Isabel II, Reina de España: 28, 36 Isidoro, Santo: 150, 154 Iturralde y Suit, Francisco: 189 Jahn, Otto: 45, 48 Jaquemart: 44 Jensen, Wilhelm: 66 Jiménez, Carmen: 20 Jiménez, Juan Ramón: 20, 125, 400

Jiménez Aranda, José: 123, 124, 227 Jiménez Assúa, Luis: 339, 374, 414 Jiménez de Cisneros, Diego: 434 Jiménez Díez, José Antonio: 17 Jiménez de la Espada: 112 Jimeno Martínez, Alfredo: 20, 267 Jordán, Lucas: 128, 310 José I de Portugal: 49 Joulin, Louis: 268 Jover Zamora, José María: 119 Juan y Amat, Vicente: 154, 156, 157, 158, 160, 169 Juan de Padilla: 309 Julia Agripina (esposa de Claudio): 286 Julio César: 215, 242, 295 Jullian, Camille: 142, 204, 403 Junta para la Ampliación de Estudios: 59, 104, 305, 367, 369, 398, 399 Junta de Historia y Numismática Americana de Buenos Aires: 378 Junta de Incautación del Tesoro Artístico: 124 Junta Superior de la Juventud Católica: 79 Juvencia Primitiva: 333 Kaiser Guillermo: 233 Kavvadias, Panayotis: 236 Kendrich: 345 Keops: 410 Kestner, Barón: 44 Klein: 101 Koethe: 302 Könen, Constantin: 233, 235, 236, 240, 417 Koner: 312 Kossinna, Gustav: 244, 364, 374, 386, 387, 410 Kramer, Gustavo: 45 Krause, Karl Friedrich: 52, 398 Kreuser: 291 Kuhn, Thomas: 96 Labaig, Carmen: 23 Labarta, Luis: 433 Laborde, Alejandro de: 293, 298, 299, 381 Labra, Rafael María de: 352 Lafuente, Modesto: 64 Lafuente Vidal, José: 439 Laiglesia, Francisco de: 436 Lammerer, A.: 233, 235 Lampérez Romea, Vicente: 121, 123, 227, 307, 320, 365, 433 Lantier, Raymond: 277, 286, 381 Lara de los Infantes (Burgos): 205 Larramendi, Padre: 32 Larraz, José: 442 483

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Lasalde, Carlos: 137, 138, 153, 154, 155, 156, 177, 402 Las Heras: 252 Lastanosa, Juan Vicencio: 192 Latorre, Francisco: 306 Laumonier, Alfred: 318, 391 Laurent, Jean: 213 Laurencín, Marqués de (Francisco R. de Uhagón): 324, 339, 364 Layar, A. H.: 130 Layard: 225 Lázaro, Juan Bautista: 27 Lázaro Galdiano, José: 110 Layard, Austen Henry: 52 Le Bas, Philippe: 48 Leclercq: 291, 375 Ledesma, Dámaso: 438 Leite de Vasconcellos: 381, 387 Lemus, Eugenio: 314, 315 Lenormant, Charles: 44, 46, 47, 71, 241, 407 León XIII: 191 Leonard, Julian: 345 Leovigildo: 165, 216 Lepsius, Karl Richard: 26, 133 Leroux, Gabriel: 391 Lettrone, Jean Antoine: 48 Liberio, Santo: 292 Liceo, El: 121 Liceo de Mérida: 449 Liniers: 25 Liñán, Narciso José de: 335, 337 Lippmann: 345 Lisipo: 223, 287, 401 Lista y Aragón, Alberto: 9 Lizana, María Teresa: 21 Llabrés, Gabriel: 78, 79, 87, 89, 99, 183, 184, 322, 375, 376 Loftus, William Kennett: 52, 225 Loizelier, Mauricio: 134 Longpérier, Adrien de: 37, 159, 402 Lope de Vega: 213 López Aguado, Antonio: 358 López de Ayala, Jerónimo: 112 López Bru, Claudio (segundo Marqués de Comillas): 331 López Cuevillas, Florentino: 342 López Lapuya, Isidoro: 63, 64 López Mélida, Emilio: 20 López Monteagudo, Guadalupe: 391, 392, 415 López Otero: 388 Loring Oyarzábal, Jorge: 328 484

Lorente, José María: 443 Loti, Pierre: 63, 94 Lozano, Clotilde: 434 Lozano Rubio, Tirso: 214 Lubbock, John: 316 Lübke, Wilhelm: 111 Lucas Pellicer, Rosario: 159, 206 Lucio (padre de Marco Agripa): 285 Lucio Anneo Floro: 236, 237, 254 Lucio Juvencio Anniano: 334 Lucio Licino Sura: 319 Lucio Marineo Sículo: 353 Lucio Septimio Severo: 439 Luna, Duquesa de: 124 Luna, Juan: 227 Lupus de Vega Carpio: 226 Luque Coca, Agustín de: 188 Luynes, Duque de: 44 Luzón Nogué, José María: 19 Machado, Antonio: 52, 118, 354 Macías, Amalia: 278 Macías, Antonia: 278 Macías, Maximiliano: 274, 276, 277, 278, 284, 286, 287, 294, 297, 299, 300-303, 386, 389, 393, 409, 480 Maciñeira Pardo, Federico: 148, 178, 194, 388 Mackenzie, Duncan: 355 Madrazo, Federico de: 217, 226, 227 Madrazo, José de: 41 Madrazo y Kuntz, Pedro de: 43, 44, 217, 218, 219, 411, 435 Madrid Muñoz, Antonio: 339 Maffei, Scipione: 48 Magallón, Manuel María: 385 Magaña, José: 125 Mahler, Gustav: 111 Maier Allende, Jorge: 17, 20, 242 Malibrán, Juan de: 155, 156, 162 Manini, Urbano: 65 Manjarrés, José de: 121, 188 Mantegna: 223 Mañanós, Asterio: 339 Maraver Alfaro, Luis: 205 Marcelo: 371 Marchand, Suzanne L.: 114 Marco Agripa: 280, 285, 294, 311 Marcopolis: 444 Margarit, Juan: 177 María de Córdoba: 309 María Cristina de Borbón, Reina de España: 84

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Índice Onomástico y de Instituciones

María Cristina, Reina de España: 331, 434 Marichalar, Luis: 262 Mariette, Auguste: 62, 97, 136, 193 Mariné, María: 370 Marindin: 312 Martha, Joseph Julius: 48, 77, 105, 312 Martí y Franqués, Antonio de: 172 Martí y Monsó, José: 433 Martí Perla, Enrique: 385 Martín Ballesteros, Zenón: 444 Martín de Guzmán: 96 Martín Escudero, Fátima: 20 Martín Mínguez, Bernardino: 138, 217 Martín Recio, José: 438 Martínez, Alonso: 31, 36 Martínez, Ignacio: 327, 439 Martínez Cubells, Salvador: 225 Martínez Pinillos (colección): 211 Martínez Risco, Vicente: 342 Martínez Rosich, Pedro: 322 Martínez Santaolalla, Julio: 390 Martorell (Premio): 112, 173, 328 Martorell, Jeroni: 320 Martorell y Peña: 172, 192 Mary (sobrina de José Ramón Mélida): 108 Maskell: 312 Maspero, Gaston: 62, 98, 136, 181, 193, 312, 399, 479 Mata, Bernabé La: 232 Matesanz, Mariano: 442 Mateu, Felipe: 383 Maura, Antonio: 131, 226, 309, 331 Maura, Bartolomé: 217, 226, 411, 479 Medinaceli, Duque de: 186 Mélida, Blas: 21, 75, 109 Mélida Alinari, Alberto: 21, 22, 109 Mélida Alinari, Arturo: 19, 21-28, 51, 58, 63, 68, 69, 78, 108, 109, 121, 187, 217, 222, 226, 337, 365, 395, 401, 479 Mélida Alinari, Carmen: 22, 109 Mélida Alinari, Enrique: 21-23, 28, 62, 63, 104, 108, 109, 222, 226, 227, 358, 395, 399, 401, 479 Mélida Alinari, Federico: 21, 109 Mélida Alinari, Joaquín: 22 Mélida Alinari, Julio: 22 Mélida Alinari, Luis: 22 Mélida Alinari, Monumento: 22 Mélida Ardura, Victoria: 20, 21, 109, 479, 480 Mélida García, Ángela: 106, 110 Mélida García, Carmen: 106

Mélida García, Enrique: 106, 107, 108, 109, 479 Mélida García, José (Pepito): 106, 108, 109, 479 Mélida García, Leonor: 106 Mélida García, María: 106, 108, 479 Mélida García, Olimpia: 106, 108, 109, 479 Mélida García, Pilar: 106, 109, 110, 365, 479 Mélida García, Rafael: 106 Mélida Labaig, Carmen (Marquesa de Algara de Ores): 23 Mélida Labaig, Julia: 23, 27, 72 Mélida Labaig, Luis: 23 Mélida Labaig, María: 23 Mélida Labaig, Nicolás: 23 Mélida Lizana, Luis: 108 Mélida Lizana, Nicolás: 21, 22, 28, 108, 109, 479 Mélida Lledó, Pedro Luis: 20, 23, 26, 106, 479 Mélida Poch, Rafael: 19, 109, 336 Mélida Vilches, Arturo: 19, 20, 21, 23, 106 Mena (dinastía egipcia): 180 Menard: 312 Méndez, Juan: 109 Mendizábal: 28, 30, 46 Mendoza (actor): 24 Mendoza, Luis de: 275 Menéndez Pelayo, Marcelino: 120, 121, 123, 124, 126, 149, 186, 188, 189, 214, 287, 350, 352, 377, 379, 384, 408 Menéndez Pidal, José: 295, 302 Menéndez Pidal, Juan: 412 Menéndez Pidal, Luis: 385 Menéndez Pidal, Ramón: 121, 123, 149, 184, 220, 228, 305, 365, 371, 375, 377 Mengíbar, Eduardo: 65 Mengs: 358 Mergelina, Cayetano de: 318, 336, 367, 386, 389, 392, 393, 415, 418, 471, 480 Merimée: 375 Merino Santisteban, Josep: 87 Mesas, Eva: 20 Mesonero Romanos, Ramón: 128 Metropolitan Museum de Nueva York: 161 Micali: 46 Miguel Ángel: 26, 92, 228, 310 Milano: 312 Millin, Aubin Louis: 312 Millingen, James: 45, 46 Minerva: 45 Miot: 45, 46 Miquel y Badía: 84 Miralles de Imperial y Pasqual del Pobil, Asunción: 20 485

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Miró, José Ignacio: 40, 43, 76, 90, 158 Mirón: 376 Mitchell: 345 Mitjana: 139, 177 Moffitt, John: 151 Molinos, Manuel: 115, 362, 382 Molins, Marqués de: 26 Momigliano, Arnaldo: 237 Mommsen, Theodor: 48, 100, 122, 233 Monnier, Marc: 312 Monsalud, Marqués de: 78, 211 Montaner, Joaquín: 378 Montaner y Simón: 65, 66 Montelius, Oscar: 46, 47, 193, 197, 202, 247, 332, 351, 354, 355, 372, 410 Montero Ríos, Eugenio: 58 Montfaucon, Bernard de: 46 Montijo, Eugenia de: 64 Monumenta Linguae Ibericae: 156, 164, 344 Mora, Gloria: 17, 18, 317 Morales: 213 Morales, A.: 299 Morales, Fernando: 267 Morales, Luis de: 228 Morayta y Sagrario, Miguel: 95, 98, 134 Morel Fatio, Alfred: 81, 148, 149, 186 Moreno, M.: 63 Moreno, Prudencio: 444 Moreno Carbonero, José: 339 Moreno Rodríguez, Eduardo: 339 Moreno Sánchez, Francisco de Paula: 339 Moreno de Vargas, Bernabé: 293 Moret, A.: 58, 136 Moret, Segismundo: 352 Morgan, Jacques de: 180, 181, 192 Moritz Ebers, George: 25, 26 Morris, William: 27 Mortillet, Gabriel de: 188, 189, 214, 247, 365 Motos, Federico de: 361, 362, 443 Moya, Miguel: 309 Moya Idígoras, Juan: 23 Moyano, Claudio: 30, 79, 133, 313, 337, 343 Moyano Cruz, Rafael: 149 Moys, Roland de: 228 Mugiro: 25 Müller, Karl Ottfried: 102, 122 Muñoz, Francisco: 311 Murguía: 139, 177 Murillo: 228 Muro, Gaspar: 184 486

Murray: 102, 312 Museo de Administración Militar (Madrid): 75 Museo Alfonso XII: 78 Museo de la Acrópolis de Atenas: 105 Museo Antropológico (Madrid): 332, 390 Museo Arqueológico Artístico-Episcopal de Vich: 148, 328 Museo Arqueológico de Atenas: 306, 309 Museo Arqueológico de Cádiz: 318 Museo Arqueológico de Córdoba: 393 Museo Arqueológico de Festos (Creta, Grecia): 307, 309 Museo Arqueológico Luliano: 87 Museo Arqueológico de Leipzig: 102 Museo Arqueológico Nacional: 18, 20, 25, 32, 33, 35, 37, 40-50, 52, 55, 58, 59, 60, 63, 65, 67-70, 72, 75, 76, 77, 79, 81-99, 101, 103-109, 111, 112, 114, 119, 121, 122, 124, 127, 128, 130, 132, 133, 135, 137, 138, 139, 147-150, 152, 154, 155, 156, 158, 160, 162, 165, 166, 167, 169, 170, 171, 174, 175, 178, 180, 186, 213, 218-221, 226, 234, 237, 239, 241, 242, 247, 251, 257, 262, 265, 268, 277, 279, 285, 289, 295, 302, 304, 305, 306, 309, 313, 316, 320, 325-327, 329-339, 344-351, 358, 359, 361, 364, 365, 367, 372, 373, 376, 378, 382-386, 389, 390, 391, 393, 395, 396, 397, 400, 402, 403, 407, 412, 413, 415, 418, 433, 436, 449, 471, 479, 480 Museo Arqueológico Provincial de Ávila: 333 Museo Arqueológico Provincial de Burgos: 326 Museo Arqueológico Provincial de Toledo: 324 Museo Arqueológico Regional (Alcalá de Henares, Madrid): 18 Museo Arqueológico de Sevilla: 306 Museo Arqueológico de Tarragona: 306, 319 Museo de Arte Moderno: 332 Museo de Arte Romano (ver Museo de Mérida) Museo de Artillería (París): 59, 332 Museo de Avignon (Francia): 376 Museo de Badajoz: 211 Museo de Barcelona: 384 Museo de Bayona: 23 Museo de Bellas Artes de Valencia: 306 Museo de Berlín: 47, 306, 309 Museo Bonnat: 109 Museo de Bonn (Akademisches Kunstmuseum): 233, 302 Museo de Boston: 226 Museo Británico: 34, 102, 129, 130, 144, 281, 311, 329, 345 Museo de Cádiz: 201

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Índice Onomástico y de Instituciones

Museo de Cáceres: 214, 434 Museo de Cambodge (Indochina): 306, 309 Museo Celtibérico: 249, 393 Museo Cerralbo: 20, 256, 258, 260, 266, 268, 471 Museo de Ciencias Naturales de Madrid: 135, 148, 306, 366 Museo de Cluny (París): 333 Museo de Delfos (Grecia): 105, 307, 309 Museo Egipcio de El Cairo: 97, 136, 181 Museo del Ejército: 128 Museo del Ejército en París: 376 Museo Episcopal de Zaragoza: 328 Museo Estatal de Artes Figurativas Pushkin (Moscú): 141 Museo Etnográfico del Trocadero (París): 59, 61, 479 Museo de Gerona: 104 Museo de Gizé (El Cairo): 306, 309 Museo Guimet de París: 307, 309 Museo Histórico de Viena: 100 Museo Ibérico o Prehistórico (Madrid): 332 Museo Iconográfico (Madrid): 338 Museo Imperial Otomano de Constantinopla: 105 Museo Imperial de Viena: 307, 309 Museo Loringiano (Málaga): 328, 329 Museo del Louvre: 52, 59, 60, 62, 67, 87, 88, 90, 96, 100, 101, 105, 142, 143, 144, 150, 157, 159, 166, 171, 247, 307, 309, 318, 329, 344, 345, 382, 403, 404, 479 Museo de Maguncia (Alemania): 307, 308, 309, 312 Museo de Mérida (Museo de Arte Romano): 211, 276, 278, 282, 287, 295, 296, 302, 303, 304, 306, 311, 409, 480 Museo Moderno de Madrid: 23 Museo Municipal de Barcelona: 379 Museo Municipal de Sevilla: 306, 334 Museo Nacional de Atenas: 105 Museo Nacional de Florencia: 306, 309 Museo Nacional de Pintura y Escultura: 187, 332 Museo de Nápoles: 69, 436 Museo Naval (Madrid): 75 Museo Numantino: 230, 243, 247, 248, 249, 252, 257, 259, 260, 262-265, 268, 269, 378, 393, 407, 416 Museo de Nuremberg (Alemania): 306, 309 Museo de Olimpia: 105, 307, 309 Museo Pedagógico: 332 Museo de Péronne (Amiens, Francia): 270 Museo del Prado: 26, 88, 99, 123, 126, 226, 307, 332, 333, 338, 358, 412, 433 Museo Provincial de Burgos: 306

Museo Provincial de Córdoba: 306 Museo Provincial de Segovia: 321 Museo Provincial de Sevilla: 327 Museo Provincial de Soria: 259 Museo de Raxa (Mallorca): 322, 323 Museo de Reproducciones Artísticas (Madrid): 18, 51, 99, 106, 125, 128, 129, 130, 131, 133, 136, 150, 174, 176, 181, 182, 183, 200, 207, 221, 228, 252, 258, 260, 280, 282, 288, 304-313, 315, 331, 332, 333, 335, 337, 347, 348, 349, 389, 412, 449, 471, 479, 480 Museo de Reproducciones de la Escuela de Bellas Artes (París): 59 Museo Romano Germánico de Maguncia (ver Museo de Maguncia) Museo de San Isidro de Madrid: 18 Museo de Tarragona: 148, 221 Museo Topográfico Etrusco de Florencia: 210 Museo de la Trinidad: 30 Museo de Túnez: 165 Museo Ultramarino: 40, 75 Museo Victoria-Alberto de Londres: 345 Museo Villacevallos: 329 Museo de Wesel (provincia del Rhin, Alemania): 306, 309 Museos Vaticanos: 308 Museo de Zaragoza: 358 Muza: 164 Myres, John Linton: 46, 202 Nagada: 181 Napoleón I: 34, 61, 64, 71, 234 Napoleón III: 64, 238, 406 Naretty: 76 Nasser: 135 Nast-Kolb Schumacher: 312 National Portrait Galleries (Gran Bretaña): 338 Naval, Juan Francisco: 296 Navarrete Martínez, Esperanza: 20 Navarro Rodrigo, Carlos: 82 Navarro Santín, Francisco: 220 Navascués, Joaquín María de: 383, 386, 389 Navascués Palacio, Pedro: 26, 27 Nerón: 92, 262 Newton, Charles Thomas: 281 Nieto, Gratiniano: 208 Nieto, L.: 63 Nieto, Pilar: 20 Nieto Carmona, Andrés: 304 Niño, F.: 383 Nobilior: 370 487

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Nodier, Charles: 293 Nogales Basarrate, Trinidad: 277 Novell, Jaime: 124 Núñez: 213 Núñez Berdayes, Isabel: 20, 44 Núñez de Arce: 26 Obermaier, Hugo: 181, 318, 335, 365, 366, 378, 382, 386, 389, 391, 396, 410, 415, 443, 471 Obispo de Jaca: 223 Obispo Mauricio: 309 Obispo Morgades: 328 Obispo de Sigüenza: 90 Ohienart, Arnauld: 353 Ohnefalsch-Richter, Max: 161 Olavide, Ignacio: 347, 349 Olivares, Antonio: 20 Oliver y Hurtado, Manuel: 35 Olmos Romera, Ricardo: 17, 52, 64, 66, 69, 240, 242, 382, 384 Orgaz, Conde de: 224 Orovio y Echagüe, Manuel de: 31 Orueta, P.: 386 Orsi, Paolo: 214, 355 Ortega, Juan: 20 Ortega y García, José: 76 Ortega y Gasset, José: 56, 90, 219, 363, 365, 369, 374, 414 Ortí Belmonte, Miguel Ángel: 359 Ortí y Brull, Vicente: 124 Ortí y Lara, Juan Manuel: 123 Ortiz de Urbina, Carlos: 17 Osma y Scull, Guillermo Joaquín de: 331 Osuna, Duque de: 186 Otero Carvajal, Luis Enrique: 67 Ovejero: 224 Overbeck, J.: 102 Ovidio: 285, 409 Owen, C.: 130 Pabón, José M.: 377 Pacheco: 213 Pacheco Lerdo de Tejada, Carlos: 301 Paciaudi, Paolo María: 92 Palacios Zuazo, Julián: 344 Palafox, Silverio: 435, 436 Pallottino, Massimo: 151, 403 Paluzie, Esteban: 30 Pan, Ismael del: 339 Panofka: 44 Pardo Bazán, Emilia: 123, 186, 365, 366 Paredes, Vicente: 214 488

Paris, Pierre: 87, 93, 102, 127, 134, 135, 137, 142-145, 147, 150, 151, 153, 159-164, 167, 169, 171-175, 192, 198, 199, 204, 205, 246, 248, 253, 277, 294, 312, 318, 344, 362, 369, 373, 377, 381, 386, 392, 398, 402-405, 407, 409, 416, 433, 479 Parrón, Francisco: 441 Pasamar, Gonzalo: 17, 37, 126, 335, 366, 379, 392 Paulo Orosio: 254, 292 Pausanias: 102, 140 Paz y Meliá, Antonio: 220 Pedro, Santo: 228 Pedro de Ávila: 309 Peiró Martín, Ignacio: 17, 20, 86, 96, 112, 126, 186, 321, 335, 349, 366, 379, 392 Pelayo, Antonio: 40 Pepito (ver José Mélida García) Peña Ramiro, Condes de: 25 Pératé: 213, 312 Peray March, José de: 439 Perdrizet, Paul: 318 Pérez, Francisco: 69 Pérez Bayer, Francisco: 293 Pérez de Guzmán y Gallo, Juan: 110, 262, 264, 339 Pérez Galdós, Benito: 26, 52 Pérez Gómez de Nieva, Alonso: 65 Pérez Rioja, Pascual: 237, 242 Pérez Ruiz, María: 391 Pérez Toresano (colección): 211 Pérez Villamil, Manuel: 109, 344, 347, 348 Pérez Villanueva, Joaquín: 207, 208 Pericles: 150, 403 Pericot, Luis: 235 Perrot, Georges: 45, 71, 97, 102, 105, 166, 236, 245, 312 Perry, William James: 192, 400, 410 Persson: 379 Petit-Radel: 172 Picón, Jacinto Octavio: 219 Pidal, Marqués de: 90, 207 Pidal, Pedro: 339 Pidal Mon, Alejandro: 75, 79, 80, 81, 186, 400 Pieraccini: 312 Pierret, Paul: 59, 60, 71, 96, 117, 179, 218, 399 Pigorini: 214 Pignatelly, María Manuela: 124 Pijoán Soteras, Josep: 182, 312 Pilatos, castillo de: 319 Pinazo Martínez, Ignacio: 150, 260 Pío V: 228, 434 Pío IX: 191

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Índice Onomástico y de Instituciones

Pirozzini: 84 Pitágoras: 223 Pitt-Rivers, Augustus: 247 Pizcueta: 25 Plá, Cecilio: 225 Plá, Ramón: 26 Plans, Pedro María: 275 Polavieja: 258 Policleto: 223, 376 Polo y Peyrolón, Manuel: 339 Pombal, Marqués de: 49 Pompeyo: 300 Pons Fábregues, Benito: 322 Ponsol y Zabala, Bonifacio: 132 Ponz, Antonio: 293, 320, 324 Pottier, Edmund: 90, 102, 105, 143, 146, 241, 245, 246, 247, 248, 253, 312, 345, 382, 383, 384, 407, 414, 480 Poulsen, F.: 286 Poza, Andrés de: 353 Prado, Casiano de: 192 Prado y Palacios, José del: 263, 264, 311 Preller: 312 Príapo: 288 Prieto: 213 primitas de Valverde: 336 Primo de Rivera, Miguel: 216, 270, 271, 277, 337, 342, 364, 372, 373, 374, 385, 389, 408, 414 Princesa de Éboli: 184 Príncipe Don Juan: 309, 310 Prudencio: 292 Ptolomeo: 214, 360 Puig, Esteve: 148 Puig i Cadafalch, Josep: 320, 378, 401 Puig y Larraz, Gabriel: 148, 191, 209, 213 Pulido, Alfredo: 274, 278, 284, 288 Pulszky, François von: 214, 312 Quadrado: 116 Quevedo, Francisco de: 130 Quintana, A.: 172 Quintero, Pelayo: 318, 344 Rada y Méndez, Eduardo de la: 128, 132 Rada y Delgado, Juan de Dios de la: 32, 34, 35, 36, 38, 40-43, 48, 50, 63, 75-78, 91, 93, 95, 97, 98, 99, 103, 112, 131-134, 137, 139, 140, 142, 151, 156, 157-160, 162-166, 170, 177, 184, 186, 191, 192, 194, 205, 208, 217, 218, 219, 312, 332, 334, 344, 363, 396, 397, 400, 402, 403, 405, 410, 411, 416, 417, 471, 479 Radet, Georges: 87, 104, 105, 147

Raifé, M. A.: 44 Ramírez, Pablo: 20 Ramírez, Teodoro: 230, 251, 252, 256 Ramis: 139, 177 Ramón, Jaime: 319 Ramón y Cajal, Santiago: 123 Ramos Fernández, Rafael: 151, 153 Ramsauer: 358 Ranke: 175 Rassam, Hormuzd: 34, 52 Ratzel: 364 Rayet, Olivier: 45, 102, 246, 312 Real Academia de Bellas Artes de Roma: 228, 369 Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: 23, 24, 26, 37, 87, 123, 128, 133, 154, 184, 186, 189, 207, 213, 217-223, 225-230, 239, 267, 268, 273, 275, 276, 278, 287, 302, 304, 305, 306, 312, 313, 316-325, 327, 331, 334, 335, 339, 343, 348, 351, 359, 364, 365, 368, 371, 384-386, 388, 389, 390, 395, 408, 411, 412, 445, 446, 447, 449, 471, 479 Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla: 389 Real Academia de Berlín: 93 Real Academia de Buenas Letras de Barcelona: 345, 398 Real Academia de la Historia: 18, 26, 28, 29, 30, 32, 35, 37, 40, 41, 53, 56, 85, 87, 95, 109, 110, 112, 127, 128, 134-136, 139, 142, 157, 158, 164, 166, 170, 176, 177, 180-191, 194, 195, 200, 201, 202, 205, 206, 207, 209, 215, 216, 217, 220, 225, 228, 229, 230, 232, 233, 239, 240, 242, 246, 248, 250, 254, 256, 257, 262-265, 268, 271, 273, 275, 276, 278, 280, 283, 287, 292, 294, 296, 300, 305, 307, 313-324, 326, 327, 330, 331, 333-347, 349, 351, 352, 358-361, 364-367, 369, 371, 372, 375, 378, 386-390, 394, 398, 402, 404, 406, 408, 410, 411, 412, 434, 435, 444, 445, 446, 449, 471, 479, 480 Real Academia de Nobles Artes de San Fernando: 227 Real Armería de Madrid: 78, 88, 89, 332, 333, 433 Real y Humilde Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla: 327 Reales Estudios de San Isidro: 28 Rego y Rodríguez, Ángel de: 124 Reinach, Salomon: 46, 105, 141, 142, 202, 230, 312, 403 Reinach, Théodore: 151, 159, 204 Renan, Ernst: 161 Renan, M.: 71 Reneses Gallego, Antonio: 339 489

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Renfrew, Collin: 114, 196 Repullés y Vargas, Enrique María: 217, 322, 323 Residencia de Estudiantes: 335, 369 Retana y Gamboa, Álvaro de: 442 Retzius, Gustaf: 253 Revilla, Ramón: 347, 348, 386, 389 Revillout, Eugéne: 60 Rhys, John: 53, 54 Riaño y Montero, Juan Facundo: 32, 35, 36, 37, 38, 50, 51, 59, 78, 79, 106, 123, 129, 131, 132, 151, 157, 159, 194, 207, 208, 217, 307, 312, 320, 396, 398, 401, 411, 479 Ribagorza, Conde de: 127 Ribera: 345 Ricard, Robert: 318 Rich: 312 Richmond: 294 Riegl, Alöis: 37, 111, 112, 118, 180, 244 Riego: 35 Rifaud: 62 Ríos, Fernando de los: 339 Ripoll, Tani: 479 Rivas Santiago, Natalio: 263, 359 Rivera, Carlos Luis de: 226 Rivero y Sáinz de Varanda, Casto María del: 130, 132, 151, 207, 306, 307, 308, 312, 313, 337, 349, 387, 389, 413 Rivers, W. H. R.: 114 Río, Del: 252 Ríos, Blanca de los: 23 Roca, Duque de la: 303 Roca, Josefína María: 345 Rocher Jordá: 248 Rodenwaldt, Gerhart: 376, 379, 391, 415 Rodríguez (colección): 76, 90 Rodríguez, José María: 260 Rodríguez de Berlanga, Manuel: 93, 148, 169, 192, 241, 328, 329 Rodríguez Marín, Francisco: 337 Rodríguez Sampedro, Faustino: 135 Rodríguez Tajuelo, María Eugenia: 17 Rodríguez Villa, Antonio: 40, 149, 156, 183, 186 Roig, Vicente: 319 Rojo, Carmen: 443 Román, Carlos: 435 Román Pulido, Tomás: 443 Romana, Marqués de la: 186 Romanones, Conde de (Álvaro de Figueroa Torres): 128, 201, 254, 273, 310, 364, 386, 408 Romero de Torres, Enrique: 208 490

Rosell, Álvaro: 78 Rosell, Cayetano: 32 Rotondo Nicolau, Emilio: 332 Rougé, Vizconde de: 59, 60, 399 Rouillard, Pierre: 142, 146, 162 Royal Society: 120 Ruano Carriedo, Francisco: 188 Rubio, Abraham: 20 Rubio, Federico: 223 Rubio de la Serna, Juan: 85 Rueda y Santos, Salvador: 128, 132 Ruesch: 312 Ruiz, Arturo: 115, 150, 191, 201, 362, 382 Ruiz, Ana: 20 Ruiz Aguilera, Ventura: 86, 156 Ruiz Blanco, Juan: 434 Ruiz Bremón, Mónica: 154 Ruiz Cabriada, Agustín: 183 Ruiz Capdepón, Trinitario: 77 Rus, Antonio: 90 Saavedra Moragas, Eduardo: 55, 78, 122, 141, 158, 172, 186, 208, 230, 231, 232, 233, 234, 236, 240, 253, 254, 260, 334, 392, 405, 417 Saavedra, Eulogio: 93, 147 Saavedra Fajardo: 154 Sabau y Larroya, Pedro: 30, 375 Sáez del Caño, Tomás: 154 Sáez de Sautuola, Marcelino: 314 Sáez de Sautuola, María: 314 Sagasta: 50, 58, 80 Saint Sand, Conde de: 103 Salamanca, Marqués de: 91, 101 Salas Dóriga, Joaquín: 40 Salazar, Francisco: 103 Sales y Ferré, Manuel: 56, 57, 95, 98, 123, 242 Salillas, Rafael: 123 Salmerón, Nicolás: 31 Saltillo, Marqués de (Miguel Lasso de la Vega y López de Tejada): 339 Saluer, Sergio: 59 Salvador y Barrera, José María (obispo de MadridAlcalá): 228 Salvador Blanco (colección): 211 Salvatella Gibert, Joaquín: 323 Sampere y Miquel, Salvador: 84, 138, 142, 157, 172, 192 Samsó, Juan: 223 Santiago, Apóstol: 326, 388, 439 Sancha Luengo: 226 Sánchez, A: 191

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Índice Onomástico y de Instituciones

Sánchez, Margarita: 20 Sánchez, Pedro: 158 Sánchez Albornoz: 197 Sánchez Cantón, Francisco: 390 Sánchez Gómez, María Luisa: 160 Sánchez Moguel, Antonio: 135, 183, 184, 186 Sánchez de la Rosa, Eloy: 348 Sánchez Villalba, Apolinar: 327, 439 Sandars, Horace: 171, 204, 307, 350, 351, 381, 441, 442 Sande y Olivares, Jerónimo: 214 Sanguino y Michel, Juan: 215, 359 Santa Coloma de Gueralt (Tarragona): 148 Santa María, R. de: 182 Santa María de Paredes, Vicente: 103 Sanz del Río, Julián: 31, 95, 120 Sanz Martínez, Dámaso: 439 Sargón: 164 Sarmento, Martins: 197, 214, 387 Sarzec, Ernst de: 52 Savirón, Paulino: 84, 89, 156, 157, 162, 168, 402 Schliemann, Heinrich: 45, 47, 99, 104, 114, 115, 140, 141, 153, 161, 165, 173, 198, 199, 233, 238, 355 Schliemann, Sophia: 114, 140 Schmidt, Hubert: 141, 235, 364, 387 Schmidt y Pizarro (colección): 326, 438 Schneider, Robert: 100 Schoenberg: 111 Schulten, Adolf: 18, 54, 215, 231, 233, 234, 235, 236, 239, 240, 242, 244, 249, 252, 256, 258, 263, 265, 269, 275, 277, 294, 307, 339, 340, 341, 353, 354, 355, 366, 370, 371, 381, 387, 399, 405, 406, 407, 417, 479, 480 Schwab, Coronel: 358 Scopas: 176, 281 Segura, Ramón: 188 Senacherib: 52, 164 Séneca: 92 Sentenach, Narciso: 112, 121, 220, 221, 261, 319, 347, 348, 349, 360, 361, 375, 412, 442 Sergi, Giuseppe: 46, 202 Serra Ráfols, José de Calasanz: 304 Serra y Viñas, Ramón: 438 Serrano, Alfredo: 445 Serrano Alcázar, Rafael: 174 Serrano Fatigati, Enrique: 112, 186, 221, 222 Severini, J.: 80, 81 Sexto Julio Frontino: 254 Seyrig, Henri: 318 Sharpe: 260

Silva, Manoel Da: 360 Silvela, Francisco: 123, 208, 220 Simancas: 258 Simón, Francisco: 445 Siret, Luis: 112, 181, 189, 192, 194, 196, 199, 202, 245, 253, 353, 354, 355, 356, 357, 361, 387, 389, 398, 402, 407, 411, 417, 480 Smit: 312 Smith, George: 34, 312, 345 Smith, Grafton Elliot: 114, 192, 201, 400, 410 Sociedad Americana de Francia: 110 Sociedad de Amigos del Arte: 331, 333 Sociedad de Anticuarios de Francia ó Sociedad Real de Anticuarios de Francia (Société de Antiquaries de France): 268 Sociedad de Anticuarios de Londres: 335, 378, 450 Sociedad Antropológica de París: 137 Sociedad Arqueológica de Atenas: 51 Sociedad Arqueológica Ebusitana: 162 Sociedad Arqueológica Española: 95 Sociedad Arqueológica Luliana: 85, 87, 99 Sociedad de Correspondencia Hispánica: 144 Sociedad Económica Matritense: 30 Sociedad Económica de Soria: 259 Sociedad Española de Amigos del Arte: 315 Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria: 363, 364, 390, 410, 449 Sociedad Española de Excursiones: 112, 210, 222, 298, 318, 358, 365, 376 Sociedad de Estudios Vascos: 189 Sociedad de Excursionistas de Madrid: 123, 348 Sociedad de Fomento de las Artes: 128 Sociedad Geográfica de Madrid: 112 Sociedad Minera de Stolberg: 53 Sociedad Minera de Westphalie: 53 Sociedad de Naciones: 385 Sociedad de Patronos Tipógrafos y Encuadernadores de Valencia: 124 Sófocles: 56 Sogliano: 312 Soler y Rovirosa, F.: 84, 109 Soriano Fort, José: 310, 311 Sorolla, Joaquín: 225, 227, 228, 358, 390, 411 Sota, Padre: 32 Spengler, Oswald: 152 Stackelberg, Otto Magnus von: 44 Stecker: 76 Sturmalof, Nicolao: 113 Stützel: 178 Suárez de Figueroa, Lorenzo: 309 491

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Suñol, Jerónimo: 23, 227, 411 Supervía Lostalé, Mariano: 125 Talbot, William Fox: 52 Taracena, Blas: 234, 241, 243, 244, 247, 248, 259, 264, 265, 269, 362, 378, 387, 389, 392, 393, 407, 413, 415, 417, 480 Taramelli: 379 Tarik: 164 Teixeira d’Aragaõ y Simoes: 49 Tejera, Patricio: 434 Telesforo: 170 Tello (imprenta): 279 Tenorio, panteón de: 226 Teodosio: 165, 312, 360, 375, 376, 415 Terán Álvarez, Manuel: 28 Theogenes: 237 Thomas, D. J.: 234 Thomas, José: 87 Thomsen, Christian Jürgensen: 193, 332, 353 Thorvaldsen: 44 Tiberio: 262 Tiberio Claudio: 444 Tiépolo: 358 Tiziano: 27, 227 Toda Güell, Eduardo: 95, 98, 135, 136, 400, 417 Tormo y Monzó, Elías: 174, 208, 227, 312, 319, 320, 337, 359, 387, 389, 391, 415 Toreno, Conde de (Francisco de Borja Queipo de Llano): 129 Torres, Manuel: 377 Torres, Mariano: 20 Torres Acevedo, Luis: 443 Torres Balbás, Leopoldo: 320, 401, 442 Tortosa, Trinidad: 52, 317 Tournachon, Gaspard Felix: 260 Toutain, Jules: 134 Tovar, Andrés: 76 Trajano: 216, 262, 282, 286, 300, 319 Tramoyeres Blasco, Luis: 148, 170 Tribunal de Cuentas: 22 Trigueros: 169 Trilles, Miguel Ángel: 385 Trillmich, Walter: 285, 286 Tubino, Francisco María: 189, 192 Tuñón de Lara: 333 Tutankamon: 369 Tylor, Barón: 293 Tylor, Edward: 115 Uhagón, Francisco R. de (ver Marqués de Laurencín) Unamuno, Miguel de: 52, 90, 101, 118, 374, 414 492

Unión Académica Internacional: 382 Universidad a Distancia (UNED): 17 Universidad de Alcalá de Henares: 306 Universidad de Barcelona: 378, 379 Universidad de Berlín: 102, 133 Universidad de Burdeos: 87, 104, 144, 147 Universidad Central de Madrid: 18, 28, 32, 35, 42, 80, 98, 134, 136, 154, 186, 220, 221, 224, 307, 309, 316, 323, 334, 335, 336, 345, 349, 352, 365368, 378, 381, 382, 384, 386, 391, 392, 393, 410, 415, 449 Universidad Complutense de Madrid: 18, 21 Universidad de Edimburgo: 102 Universidad de Götingen: 233 Universidad de Granada: 34 Universidad de Jaén: 18 Universidad de París: 100 Universidad Popular de La Coruña: 310 Universidad de Rostock: 91 Universidad de Santiago de Compostela: 367 Universidad de Toulouse: 389 Universidad de Valencia: 25 Universidad de Valladolid: 367, 392, 415 Universidad de Zaragoza: 20 Urquijo, Marqués de: 26 Urrabieta, Daniel: 227, 411 Valencia de Don Juan, Conde de: 24, 84, 89, 140, 433 Valdeflores, Marqués de (Luis José Velázquez): 192, 278, 293, 294 Valdés, Luis: 187 Valdés Leal: 437 Valera, Juan: 50, 66, 90, 91, 169 Valera Hervás, Eulogio: 442 Valerio Máximo: 237 Valle, Condes de: 26 Valle de Suchil, Conde de: 107 Valparaíso, Marqués de: 154 Villaviciosa de Asturias, Marqués de (Bernardo de Quirós): 339 Valle Inclán, Ramón del: 228 Varrón: 289 Vázquez de Parga, Luis: 383 Vega Armijo, Marqués de la: 305 Vega Inclán, Marqués de la: 227 Velasco, Gregorio: 370 Velázquez, Diego de: 26, 27, 104, 124, 126, 131, 222, 224, 226, 227, 228, 411, 433 Velázquez Bosco, Ricardo: 25, 36, 40, 91, 128, 196, 217, 225, 324, 434, 435

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Índice Onomástico y de Instituciones

Vera, Alejo: 231, 480 Veragua, Duque de: 26 Vicario: 337 Vicente, Toribio: 326, 438 Vico Belmonte, Ana: 20 Vico Monteoliva, Jesús: 20 Victoria, Luis Gonzalo: 260 Vidal, Ángel: 436 Vidal Rodríguez, Manuel: 388, 439 Vigil, Ciriaco: 40 Vigil, Marcelo: 391, 415 Vignau, Vicente: 76, 84, 220 Vigouroux, M.: 71 Vilanova y Piera, Juan: 53, 131, 137, 188, 191, 192, 353, 354, 396, 402, 408, 413 Vilhena Barbosa: 49 Villahermosa, Duque de (Martín de Gurrea y Aragón): 127, 228, 411

Villahermosa, Duquesa de (María del Carmen Aragón Azlor): 124, 125, 126, 186, 228, 307, 398, 411 Villamil y Castro, José: 92, 99, 164, 192, 260, 312, 396 Villaverde, María Luisa: 20 Villaverde del Toral, Agapito: 339 Villegas, José: 307 Villena, Manuel de: 275 Vinagre, Jenaro: 359 Violet-le-Duc: 401 Virgilio: 285, 409 Viscasillas Urriza, Mariano: 335 Vitrubio: 284, 285, 289, 295, 300, 409 Vives Escudero, Antonio: 90, 103, 144, 149, 166, 176, 182, 183, 260, 306, 327, 329, 330, 331, 334, 335, 343, 345, 350, 357, 360, 380, 397, 444 Waite: 312 Wattenberg, Federico: 244, 249

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ÍNDICE DE LUGARES

Abadía (Cáceres): 216 Abbu Habbah: 34 Acebuchal (Carmona, Sevilla): 178, 180, 215 Aceuchal (Badajoz): 211 Acinipo (véase Ronda la Vieja) Acrópolis de Atenas: 102, 104, 106, 165 África: 40, 76, 177, 181, 193, 202, 225, 234, 373 Agost (Alicante): 403 Aguilar de Anguita (Guadalajara): 370 Aguilar de Campoó (Palencia): 317, 446 Ahín (Toledo): 146 Alamiriya: 434 Alanje (Castrum Colubri, Badajoz): 209, 212 Alarcos (Ciudad Real): 435 Álava: 190, 346, 436 Albacete: 157, 174, 346, 403 Albarregas (Badajoz): 300 Albuera, La (Badajoz): 212 Alburquerque (Badajoz): 209, 211, 212, 365, 447 Alcalá de Guadaira (Sevilla): 446 Alcalá de Henares (Madrid): 21, 39, 40, 42, 317, 320, 446 Alcalá la Real: 376 Alcántara (Cáceres): 216, 318 Alcaracejos: 434 Alcocebre (Alcalá de Chivéaset, Castellón): 170 Alcolea del Río (Sevilla): 343 Alcollarín (Cáceres): 216 Alconchel (Badajoz): 212 Alcoy (Alicante): 26 Alcudia, La (Elche, Alicante): 140, 145, 151, 153 Alcudia (Granada): 441 Alcuéscar (Cáceres): 216 Aldeanueva del Camino (Cáceres): 216

Aldehuela, La (Ávila): 441 Alejandría: 35, 98, 135 Alemania: 32, 37, 45, 48, 62, 100, 103, 104, 114, 120, 133, 145, 166, 190, 202, 234, 256, 258, 305, 312, 333, 336, 363, 364, 373, 374, 379, 386, 391, 393, 401, 406, 410, 416 Alepo (Siria): 444 Alesia (Francia): 238, 242, 406, 409 Algarve (Portugal): 173, 190 Algeciras (Cádiz): 373 Alhama: 258 Alhambra (Granada): 49, 66, 434, 435 Alhendín (Granada): 442 Alía (Cáceres): 216 Alicante: 156, 297, 346, 403, 439 Aliseda, La (Cáceres): 210, 345, 358, 359, 360, 361, 362, 397, 405, 443, 480 Aljafarín (Zaragoza): 21 Aljustrel (Portugal): 55 Almansa (Albacete): 316, 445 Almaraz (Cáceres): 216 Almazán (Soria): 447 Almedinilla (Córdoba): 205, 403 Almendral, El (Badajoz): 211, 212 Almendralejo (Badajoz): 211, 212, 375 Almería: 176, 177, 190, 346, 438 Almorchón (Badajoz): 212 Alonis (Alicante): 165 Alpes: 188 Alsacia-Lorena (Francia): 258 Altamira (Santillana del Mar, Cantabria): 100, 191, 205, 314, 318, 354, 379, 397, 437 Alto Ampurdán (Gerona): 148 Alto de la Cruz (Almedinilla, Córdoba): 205 495

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América: 24, 110, 111, 112, 115, 253 Ampurias (Gerona): 176, 200, 239, 270, 271, 292, 311, 316, 371, 376, 379, 384, 387, 445 Anatolia: 194, 355 Andalucía: 17, 151, 180, 181, 190, 195, 340, 361, 377, 403 Andújar (Jaén): 317, 436 Antequera (Málaga): 42, 173, 196, 197 Antillas: 75 Aracena (Huelva): 437 Aragón: 246, 319, 325, 340, 379 Aralar: 189, 190, 435 Arapiles, fragata: 35, 41, 77, 91, 103, 157, 164, 165, 402 Archena (Murcia): 443 Arcobriga: 370 Arcos, Los (Badajoz): 212 Arenal de Peregrina (Sigüenza, Guadalajara): 148 Arenas de San Pedro (Ávila): 139, 148 Arezzo (Italia): 210 Argar, El (Almería): 177, 178, 194 Argelia: 134 Argentina: 342 Argólida (véase Argos) Argos: 99, 197, 198, 199, 218, 376 Arles (Francia): 285 Arróniz (Navarra): 343, 434 Arroyo del Puerco (Cáceres): 216 Arroyomolinos de Montánchez (Cáceres): 216 Arsinoe (El Fayum, Egipto): 441 Asia: 117, 205, 218, 377 Asia Menor: 102, 160, 195, 199 Asiria: 52, 71 Astapa (Estepa, Sevilla): 149, 433 Astorga (León): 329 Asturias: 150, 225, 313, 346 Asuán (Egipto): 135 Asturias: 190, 195, 340+ Atenas: 45, 90, 99, 103, 105, 134, 200, 245, 300, 355, 369, 378, 399 Atenas, Carta de: 385, 388 Audita: 93 Augustobriga (Talavéasea La Vieja, Cáceres): 215, 216, 217, 317, 446 Australia: 253 Auvéasenia (Francia): 342 Aváh: 52 Ávila: 117, 118, 123, 139, 175, 207, 208, 333, 343, 346 Ayllón (Segovia): 343, 434 Azagala (Badajoz): 212 496

Azlor (Lérida): 21 Azuaga (Municipium Julium, Badajoz): 211, 212 Babilonia: 52, 102 Badajoz: 147, 188, 196, 206-213, 228, 275, 276, 297, 300, 302, 303, 309, 313, 316, 320, 327, 365, 375, 391, 413, 415, 439, 445 Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz): 318, 392 Baena (Córdoba): 436 Baeza (Jaén): 442, 443 Bagdad: 52 Balawat: 34 Balazote (Albacete): 174, 175, 204, 309, 358, 402 Baleares, Islas: 199, 222, 340, 353, 356, 357, 380, 381, 405, 411 Bañeza, La (Léon): 438 Baños de la Encina (Jaén): 171 Baños de Montemayor (Cáceres): 216 Bañuelo, El (Granada): 435 Bará (Tarragona): 319 Barcarrota (Badajoz): 209, 211, 212 Barcelona: 25, 30, 47, 63, 67, 83-86, 159, 182, 251, 309, 310, 320, 325, 345, 352, 367, 378, 437 Baria (Villaricos, Almería): 361 Barragana, La (Badajoz): 443 Bassora: 52 Bastetania: 162, 204, 222, 403 Batuecas, Las (Cáceres-Salamanca): 213 Bayón, batalla de (Soria): 259 Bayona (Francia): 22, 39, 104, 109, 399 Behistun: 52 Bélgica: 59 Belvís de Monroy (Cáceres): 216 Benahavis (Málaga): 443 Benavente (Zamora): 374 Benquerencia (Badajoz): 212 Bentarique (Almería): 444 Beocia (Grecia): 101 Berja (Almería): 437 Berlanga (Badajoz): 211 Berlín: 26, 44, 90, 110, 130, 132, 133, 170, 382, 391 Berruecos (Salamanca): 203 Besika (Troya): 91 Bética: 170, 177 Betis (véase Bética) Biblos (Líbano): 166 Bienvenida (Badajoz): 212 Bilbao: 309 Bilbilis (véase Cerro de la Bámbola) Blois (Francia): 268 Bocairente (Valencia): 148, 204, 358

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Índice de lugares

Bodonal de la Sierra (Badajoz): 212 Bonanza: 93 Bonaparte, General: 35 Bonn (Alemania): 102 Bretaña: 53, 380 Briteiros (Portugal): 197 Brozas (Cáceres): 216 Bruselas (Bélgica): 328, 382, 383, 384, 414 Budapest: 214 Buitrago (Soria): 442 Burdeos: 100, 104, 125, 142, 149, 399 Burgos: 21, 25, 140, 196, 221, 317, 446 Burguillos (Badajoz): 211, 212, 441 Bursa (Turquía): 105 Cabeza del Buey (Turobriga, Badajoz): 148, 211, 212 Cabeza del Griego (Cuenca): 375 Cabrera de Mataró (Barcelona): 85 Cáceres: 207, 208, 210, 213-216, 276, 298, 304, 317, 320, 326, 327, 346, 348, 359, 391, 413, 415, 438, 446 Cáceres el Viejo (Castra Caecilia): 215, 216, 374 Cádiz (Gadir): 197, 200, 201, 208, 309, 318, 344, 346, 353, 357, 360, 361, 437 Caesaraugusta: 294, 409 Cairo, El: 96, 97, 134, 135, 378 Calatorao (Zaragoza): 444 Caldea: 52 Calera de León (Badajoz): 212, 446 Calerizo (Cáceres): 213 Calvi (Cales romana): 76, 77, 139 Calzadilla de los Barros (Badajoz): 211, 212 Cambridge: 17 Campanario (Badajoz): 211, 212 Campania: 76, 77, 139 Campo, El (Cáceres): 216 Campo de las Canteras (Carmona, Sevilla): 148 Campo de Criptana (Ciudad Real): 147 Canarias, Islas: 180, 192, 342 Cangas de Tineo (Asturias): 76 Cantabria: 24, 346, 366 Cantimpalos (Segovia): 80 Cañamero (Cáceres): 216 Cañavéaseal (Cáceres): 216 Cáparra (Cappara, Cáceres): 215, 216 Capilla (Mirobriga, Badajoz): 210, 211, 212 Cardenchosa, La (Badajoz): 212 Cardeñosa de Azuaga (Badajoz): 210 Caria: 199, 405 Carmona (Sevilla): 148, 177, 182, 194, 196, 199, 200, 243, 283, 316, 360, 445

Carmonita (Badajoz): 212 Carolina, La (Jaén): 171 Cartagena: 113 Cartago (Túnez): 102, 143, 245, 359 Casa de las Veletas (Cáceres): 435 Casas de Reina (Badajoz): 212 Casas de San Pedro (Badajoz): 212 Casatejada (Cáceres): 216 Casillas de Berlanga (Soria): 315, 323, 445 Cassiterides: 202 Castañar de Ibor (Cáceres): 213 Castellar de Santisteban (Jaén): 441, 442 Castellares, Los: 149 Castelnovo (Badajoz): 212 Castellón: 170 Castilla: 68, 225 Castilla La Mancha: 24, 340 Castilla-León: 340 Castiltierra (Segovia): 327, 438 Castuera (Badajoz): 211, 212 Castra Servilia: 215 Castulo (Linares, Jaén): 53, 204 Cataluña: 54, 84, 190, 195, 225, 320, 328, 340, 384, 397, 414 Caúcaso: 177, 355 Ceclavín (Cáceres): 216 Celsa (Velilla del Ebro, Zaragoza): 371 Celtiberia: 236, 244, 321 Centcelles (Constantí, Tarragona): 292 Centroeuropa: 202, 244, 363, 366 Cerdeña: 199, 357, 380, 405 Cerro de la Bámbola (Bilbilis, Calatayud, Zaragoza): 221, 442 Cerro Biniet (Menorca): 441 Cerro de Garray: 230, 232, 233, 234, 236, 237, 239, 240, 241, 243, 251, 254, 260, 267, 269, 392, 405, 407, 479 Cerro de la Horca (Peal del Becerro, Jaén): 443 Cerro de la Muela (Garray, Soria): 232, 267 Cerro de los Palacios (Italica, Sevilla): 434 Cerro de San Cristóbal (Almuñécar, Granada): 443 Cerro de San Cristóbal (Cáceres): 213 Cerro de San Isidro (Madrid): 332, 354 Cerro de los Santos: 40, 53, 67, 87, 100, 134, 137-142, 144, 145, 150, 152-172, 174, 175, 187, 196, 203-205, 230, 308, 344, 348, 358, 402-405, 416, 434, 479 Cesse (véase Tarragona) Cidade, A. (San Ciprián de Las, Orense): 271 Ciempozuelos (Madrid): 148, 176, 177, 178, 181, 182, 194, 243, 410, 438 497

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Cirene (Libia): 77 Ciudad Real: 346 Ciudad Rodrigo (Salamanca): 441 Clazomenas (Vurla, Turquía): 443 Clermont Ferrand (Francia): 342, 439 Clunia (Coruña del Conde, Burgos): 212, 221, 280, 286, 349 Cnido (Knidos, Turquía): 131, 281 Cnossos (Creta, Grecia): 202, 229, 355 Codosera, La (Badajoz): 212 Cogull (Lérida): 197 Collado de los Jardines (Santa Elena, Jaén): 442, 444 Columna (Cáceres): 214 Columbia (Estados Unidos): 141 Condado de Treviño: 436 Constantinopla: 105 Contestania: 162, 222, 403 Convento de Santa Clara (Zafra, Badajoz): 208 Copenhague (Dinamarca): 286 Córdoba: 197, 314, 324, 346, 434, 441, 443 Coria (Caurium, Badajoz): 208, 215, 216, 434 Corinto (Grecia): 105 Cornualles (Gran Bretaña): 202 Coronil, El (Sevilla): 345 Corral Rubio (Albacete): 154 Cortijo del Ahorcado (Baeza, Jaén): 443 Coruña, La: 21 Cose (véase Tarragona) Costa Rica: 442 Costig (Mallorca): 87, 88, 148, 176, 357, 377, 397, 405 Creta (Grecia): 46, 134, 173, 198, 223, 224, 229, 245, 355, 357, 376, 380, 401, 404 Crimea: 34 Cuacos (Cáceres): 216 Cuba: 103 Cueva, La (Osuna, Sevilla): 327 Cueva de Batanera (Ciudad Real): 180, 192, 193, 197, 205, 410 Cueva de Carchena (Córdoba): 180, 192, 410 Cueva y Collado de los Jardines (Santa Elena, Jaén): 362, 441, 442 Cueva del Colle (León): 191 Cueva de Fuencaliente (Ciudad Real): 180, 192, 197, 205 Cueva de Genista (Gibraltar): 354 Cueva de Hornos de la Peña (Cantabria): 354 Cueva de los Letreros (Almería): 180, 192, 193, 197, 410 Cueva de Lóbrega (La Rioja): 191 Cueva de Menga (Antequera, Málaga): 195, 197, 410, 443, 446 498

Cueva de la Moustier (Francia): 354 Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada): 384 Cueva de la Pastora (Sevilla): 173 Cueva del Romeral (Antequera, Málaga): 196, 446 Cueva de Serinyá (Gerona): 354 Cueva de la Solana (Segovia): 191 Cueva del Vaquero: 178 Cueva de Viera (Antequera, Málaga): 446 Cueva de Zarza (Badajoz): 209 Cueva de Zuheros (Córdoba): 180, 192, 410 Cuevas de Aliseda (Cáceres): 214 Cuneus: 53, 54 Curium (Chipre): 141, 161 Cutha: 52 Chamartín de la Sierra (Ávila): 439 Cheste (Valencia): 170 China: 32, 97 Chíos: 91 Chipre: 48, 67, 91, 141, 144, 161, 167, 245, 318, 361, 404 Dalmacia: 282 Dardanelos: 91 Debod, Templo de: 135 Dehesa de Calilla (Badajoz): 212 Dehesa de Mayoralguillo de Vargas (Cáceres): 215 Dehesa de Valcochero (Cáceres): 214 Delfos (Grecia): 105, 106, 144, 200, 264 Delos (Grecia): 105, 166, 379 Denia (Dianium, Alicante): 25, 165, 176 Despeñaperros (Jaén): 171, 204, 442 Detumo: 182 Dinamarca: 332, 346 Dodona (Grecia): 358 Don Álvaro (Badajoz): 212 Don Benito (Badajoz): 212 Dresde (Alemania): 282 Duero: 240, 269 Dypilon (Atenas): 102, 245, 246, 346 Ebro, río: 177 Edetania: 162, 170, 222, 403 Egeo: 102, 189, 376 Egina (Grecia): 150, 201 Egipto: 25, 26, 32, 35, 40, 47, 58, 59, 60, 64, 71, 76, 81, 94, 96, 97, 98, 100, 115, 117, 120, 123, 134, 135, 136, 138, 139, 159, 160, 166, 177, 180, 181, 192, 193, 195, 199, 201, 205, 218, 223, 224, 262, 310, 376, 377, 400, 410 Ejido, El (Almería): 329 Elatea (Grecia): 144 Elche (Ilici, Alicante): 88, 131, 137, 140-145, 147-153,

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159, 161, 162, 165, 169, 174, 176, 204, 220, 230, 231, 329, 330, 402, 403, 404, 405, 442 Ellario (Grecia): 248 Elo (Alicante): 165 Emáth: 52 Emporion (véase Ampurias) Ercavica: 375 Escandinavia: 193, 197, 345, 411 Escurial (Cáceres): 216 Espejo (Córdoba): 439 Esquilino (Italia): 131 Estados Unidos: 103, 133 Estocolmo (Suecia): 188, 357 Etiopía: 76 Etruria: 44, 117, 377, 404, 405 Eúfrates, río: 369 Europa: 28, 34, 36, 37, 44, 46, 47, 49, 54, 80, 97, 111, 118, 120, 122, 128, 129, 133, 134, 143, 155, 157, 161, 166, 176, 178, 192, 193, 194, 195, 197, 202, 206, 207, 214, 227, 234, 239, 253, 260, 306, 328, 346, 355, 356, 357, 359, 372, 374, 377, 386, 395, 398, 401, 402, 407 Eyzies (Dordoña, Francia): 314 Extremadura: 136, 190, 195, 197, 206-209, 212, 213, 228, 294, 340, 346, 349, 375 Fábrica Nacional de Armas de Toledo: 437 Faro (Portugal): 53 Farsalia (Grecia): 309 Fayum (Egipto): 224, 312 Fenicia: 102, 161, 359, 404 Feria (Badajoz): 212 Fernán Núñez (Córdoba): 444 Ferreras, Las (acueducto, Tarragona): 319 Filácope (Grecia): 229 Filipinas: 75, 82, 84, 103, 443 Finisterre (Francia): 53 Florencia: 21 Focea: 142 Francia: 21, 25, 32, 34, 36, 37, 45, 48, 49, 52, 59, 62, 64, 100, 103, 105, 119, 133, 143, 145, 148, 189, 191, 193, 197, 202, 214, 225, 234, 238, 244, 258, 293, 314, 333, 336, 339, 342, 354, 355, 366, 369, 373, 374, 379, 398, 401, 406, 411, 416 Fregenal de la Sierra (Badajoz): 212 Fréjus (Francia): 131 Frigia: 199, 405 Fuente de Cantos (Badajoz): 212, 228 Fuente del Maestre (Badajoz): 212 Fuentes de Valdepero (Palencia): 317, 436 Fuentidueñas (Cáceres): 216

Gades (véase Cádiz) Gadir (véase Cádiz) Galera (Granada): 361, 362, 405 Galia: 54, 242 Galicia: 324, 342, 346, 356, 411 Galisteo (Cáceres): 216 Gandul, El: 182 Garray (Soria): 264, 267, 269 (véase además Cerro de Garray) Garrovilla, La (Badajoz): 211, 212 Garrovillas de Alconétar (Cáceres): 214, 216, 442 Gata (Cáceres): 217 Génova: 39 Gerona: 85, 104, 172, 348, 376 Gijón (Asturias): 228 Ginebra (Suiza): 363, 383 Giribaile (Jaén): 442 Gizeh (Egipto): 106 Gormaz (Soria): 261, 370, 441 Gran Bretaña: 53, 201, 258, 315 Granada: 176, 312, 314, 320, 321, 323, 436 Granadilla (Cáceres): 216, 217 Granja, La (Segovia): 25, 131 Granja de Granadilla, La (Cáceres): 217 Granja de Torrehermosa, La (Badajoz): 211, 212 Grecia: 45, 46, 47, 81, 97, 100, 102, 103, 105, 115, 117, 120, 134, 138, 144, 147, 150, 171, 172, 173, 176, 195, 198, 199, 201, 203, 205, 218, 223, 224, 245, 248, 252, 253, 264, 281, 282, 311, 330, 333, 344, 353, 356, 357, 362, 376, 377, 383, 399, 400, 401, 403, 407, 410 Grenoble (Francia): 96 Gruta del Valle (Cantabria): 354 Guadalajara: 208, 346, 370, 437 Guadalquivir, río: 178 Guadalupe (Cáceres): 217, 322 Guadiana: 210, 211, 284, 300 Guareña (Badajoz): 211, 212 Guarrazar (Toledo): 49, 130, 154, 333 Guijo de Granadilla (Cáceres): 216 Guimaraes (Portugal): 387 Guisando (Ávila): 205 Habana, La (Cuba): 24 Halicarnaso (Bodrum, Turquía): 131, 281 Hallstatt (Austria): 241, 353, 355, 357, 362, 406, 413 Hélade: 199 Heliopolis: 97 Hendaya (Francia): 144 Herculano (Italia): 43, 92, 218, 263, 273, 280, 312, 320 499

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Hércules, columnas de: 54 Herguijuela (Cáceres): 216 Herna (Ilici): 152 Herrera del Duque (Badajoz): 212 Hervás (Cáceres): 217 Higuera La Real (Badajoz): 212 Himerocopium (sic) (Alicante): 165 Hispalis (Sevilla): 212, 284 Hissarlik (véase Troya) Hoja de Santa Ana (Valdíos de Portezuelo, Badajoz): 208 Hornachos (Badajoz): 210, 212 Hoyos (Cáceres): 217 Huelva: 202, 346 Huertas, calle de las (Madrid): 23 Huesca: 125, 317 Husillos (Palencia): 309 Iberia: 139, 143, 152, 172, 186, 187, 193, 196, 199, 206, 210, 251, 268, 282, 328, 377, 408 Ibiza: 346, 350 Ibros (Jaén): 139, 142, 197, 405 Ilerda-Iltirta: 251 Ilici (véase Elche) Illipa (véase Niebla) Iluro (Mataró, Barcelona): 146 Ibahernando (Cáceres): 216 India, La: 97, 260 Inglaterra: 34, 103, 129, 133, 145, 197, 202, 234, 273, 282, 369, 411, 416 Irlanda: 32 Irún (Guipúzcoa): 312 Israel: 52, 70, 71 Italia: 17, 32, 45-48, 59, 91, 92, 101, 103, 172, 182, 244, 286, 313, 331, 379, 399 Italica (Santiponce, Sevilla): 93, 227, 234, 282, 333, 334, 343, 350, 351, 433, 434 Itéa (Grecia): 105 Jaca (Huesca): 125 Jaén: 139, 142, 361, 442 Jalón, río: 370 Japón: 127 Jaraicejo (Cáceres): 217 Jaraiz (Cáceres): 217 Jarandilla (Cáceres): 217 Játiva (Valencia): 292 Jávea (Alicante): 150, 174, 187, 205 Javier (Navarra): 125, 127 Jena (Alemania): 26 Jerez de los Caballeros (Badajoz): 148, 211, 212 Jonia (Grecia): 142 500

Júcar: 165 Jumilla (Murcia): 148 Karnak (Egipto): 63, 64, 74, 94, 95, 109, 479 Kogumjk: 116 Kôm Madinet Ghurab (Egipto): 47 Königsberg (Alemania): 345 Korsabad (Irak): 175 Lara de los Infantes (Burgos): 140, 326, 438 Larache (Marruecos): 342, 343, 434, 443 Larnaca (Chipre): 161, 318 Larsa: 52 Layos (Toledo): 329 Lebrija (Sevilla): 345, 346, 407, 438 Legio VII Gemina (León): 374 Legio X Gemina (Rosinos de Vidriales, Zamora): 374, 375 Leipzig (Alemania): 26, 102 León: 208, 213, 316, 346, 374, 445 Levante: 140, 142, 151, 170, 239, 403 Libia: 77, 199 Licia: 199 Lidia: 199, 405 Lille (Francia): 104 Lima (Perú): 326, 438 Linares (Jaén): 53, 146, 171 Liria (Lliria): 317, 333 Lisboa: 31, 49, 82, 83, 84, 273, 353 Llano de la Consolación (Montealegre del Castillo, Albacete): 146, 147, 148, 153, 157, 158, 162, 164, 166, 203 Llerena (Ugultuniacum, Badajoz): 211, 212, 213 Lobón (Badajoz): 211, 212 Logrosán (Cáceres): 216, 217 Loira (Francia): 53 Londres: 37, 44, 90, 130, 132, 170, 387 Lugo: 123, 317, 436, 437 Lusitania: 53, 215, 216, 277, 302 Luxor (Egipto): 344 Luzaga (Guadalajara): 370 Madrid: 17, 21, 23, 24, 26, 27, 28, 30, 47, 50, 55, 63, 64, 67, 78, 81-84, 87, 90, 91, 98, 99, 106, 107, 112, 113, 121, 124, 126, 128, 130, 133, 135, 139, 160, 188, 207, 223, 226, 228, 257, 258, 273, 279, 280, 288, 293, 297, 304, 308, 309, 310, 312, 313, 317, 326, 327, 331, 332, 339, 340, 342, 345, 346, 349, 350, 352, 363, 364, 367, 368, 373, 386, 391, 392, 398, 436, 443, 446 Madrigalejo (Cáceres): 216 Madrileña, La (fonda en Mérida): 280 Magacela (Contosolia, Badajoz): 210, 212

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Índice de lugares

Magna Grecia: 100 Maguncia (Alemania): 234 Maikop (Kuban, Caúcaso): 345 Mairena del Alcor (Sevilla): 179 Málaga: 17, 42, 93, 169, 200, 320 Mallorca: 377, 379 Malpartida de Plasencia (Cáceres): 216, 217 Malta: 91, 357 Manacor (Mallorca): 317, 446 Manila (Filipinas): 170 Manises (Valencia): 333 Marchena (Sevilla): 182, 435, 442 Marruecos: 342, 373, 416 Marsella: 104, 200 Masaua: 52 Massada (Israel): 409 Massilia (véase Marsella) Matilla, La (Badajoz): 212 Mazarrón (Murcia): 444 Meco (Guadalajara): 444 Medellín (Colonia Metellinensis, Badajoz): 210, 212, 286, 442 Medina Azahara (Córdoba): 234, 277, 317, 324, 434, 446 Medina del Campo (Valladolid): 188 Medina Sidonia (Cádiz): 438 Medina de las Torres (Badajoz): 210, 211, 212 Medinaceli (véase Ocilis) Mediterráneo: 81, 91, 103, 104, 106, 114, 130, 134, 159, 165, 166, 172, 175, 192, 195, 196, 198, 199, 200, 202, 222, 240, 245, 247, 253, 355, 399, 400, 401, 407, 411 Méjico: 339, 436 Menfis: 97 Merchando, río (Soria): 268 Mérida (Badajoz): 18, 209, 210, 211, 212, 215, 216, 234, 239, 254, 271-304, 315, 323, 332, 334, 335, 340, 349-352, 370, 374, 376, 379, 382, 387, 389, 390, 393, 400, 401, 408, 409, 412, 413, 417, 434, 435, 441, 442, 444, 449, 480 Mesa de Miranda (véase Chamartín de la Sierra, Ávila) Mesopotamia: 181 Micenas (Grecia): 45, 46, 99, 105, 106, 114, 134, 140, 172, 173, 190, 195-199, 229, 246, 248, 355, 357, 377, 401, 404, 405, 410 Midi: 104, 147, 404 Milagros, acueducto de los (Badajoz): 301 Milán, Edicto de: 292 Mileto (Turquía): 102, 407

Milo (Milos, Grecia): 245, 281 Mina, La (Puente Genil, Córdoba): 441 Miño (La Coruña): 173 Mirabel (Cáceres): 216, 217 Mitilene (Lesbos, Grecia): 166, 281 Mogón (Jaén): 441 Moguer (Huelva): 125, 126 Molino Viejo (Garray, Soria): 269 Monesterio (Curiga, Badajoz): 211, 212 Monreal de Ariza (Zaragoza): 215, 370 Monroy (Cáceres): 216, 436 Monte Athos (Grecia): 105 Montánchez (Cáceres): 214, 216, 217 Monteagudo, fonda de (Soria): 234 Montemolín (Badajoz): 212 Montfragüe (Cáceres): 217 Montijo (Badajoz): 211, 212 Montserrat (Barcelona): 379 Morbihan (Bretaña, Francia): 346 Morera, La (Badajoz): 211 Morro, El (Manacor, Mallorca): 443 Moscú (Rusia): 112, 141 Munich: 90 Murcia: 158, 340, 343, 403, 442 Muskiz (Vizcaya): 21 Nápoles (Italia): 43, 90, 92, 342 Navalmoral de la Mata (Cáceres): 217 Navarra: 124, 186, 189, 324, 340, 392 Navas del Marqués, Las: 85, 285 Neandria (Grecia): 166 Nertobriga (Badajoz): 210 Neuchâtel (Suiza): 358 Niebla (Huelva): 326, 439 Nilo: 26, 136, 192, 193, 410 Nimrud: 164 Nínive: 34, 52, 102 Nogales (Badajoz): 212 Norba: 215, 216 Noruega: 332 Novaesium (campamentos romanos): 233 Nubia (Egipto): 135, 400, 417 Numancia: 18, 55, 64, 139, 189, 196, 215, 228-271, 279, 282, 294, 313, 315, 323, 332, 334, 335, 339, 340, 341, 346, 348-353, 357, 358, 364, 370, 374, 377, 379, 389, 392, 393, 400, 401, 405-409, 411, 412, 415-417, 449, 479, 480 (véase además Cerro de Garray y Garray) Occidente: 197, 199, 256, 258 Oceanía: 24 Ocilis (Medinaceli): 370, 371, 375, 409 501

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José Ramón Mélida

Oducia: 182 Olérdola (Gerona): 172, 377 Olimpia (Grecia): 47, 105, 106, 115, 134, 201, 229, 230, 264, 376 Olite (Navarra): 324, 437 Olivenza (Badajoz): 211, 212 Oñate (Guipúzcoa): 189 Orange (Francia): 285 Orellana La Vieja (Badajoz): 210 Orense: 314 Oretania: 204 Oreto (Jaén): 147 Oriente: 43, 66, 77, 102, 106, 117, 136, 150, 164, 171, 172, 196, 197, 198, 199, 202, 205, 206, 218, 253, 262, 287, 344, 355, 356, 372, 380, 402, 403, 405, 410 Osuna (Sevilla): 40, 76, 93, 127, 171, 284, 327, 404, 439, 442 Otañes (Cantabria): 312 Oviedo: 76, 438 Oxford: 44, 141 Paestum (Italia): 101 País Vasco: 189, 195, 340 Palamós (Gerona): 146 Palatino (Roma): 292 Palencia: 314 Palestina: 71, 202 Pallares (Badajoz): 212 Palma: 182 Palma de Mallorca: 226, 315, 322, 375, 445 Palmella (Portugal): 176, 178, 181, 194, 243 Pamplona: 125 Paphos (Chipre): 161 Pardo, El (Madrid): 124, 434 París: 23, 24, 30, 33, 44, 58, 59, 60, 62, 71, 83, 90, 98, 100, 103, 104, 109, 117, 123, 132, 133, 135, 137, 138, 143, 159, 160, 167, 170, 227, 247, 285, 286, 333, 366, 384, 399, 402 Parma: 21 Paros: 117 Parra, La (Badajoz): 212 Peal de Becerro (Jaén): 361 Pedroso (Cáceres): 216 Pentélico: 117 Peñafiel (Valladolid): 317, 446 Peñalsordo (Badajoz): 212 Peña Redonda (campamento romano, Soria): 252 Peñuela, La (Pozo Cañada, Albacete): 438 Pergamo: 134 Persepolis: 116 502

Persia: 225 Piedrahita (Ávila): 325, 437 Pileta, La (Osuna, Sevilla): 327 Piloña (Asturias): 43 Pireo, El: 91 Pirineos: 149, 177, 224 Plasencia (Cáceres): 214, 216, 217 Plasenzuela (Cáceres): 216 Poblet (Tarragona): 317, 324, 436, 437 Pola de Lena (Asturias): 436 Pollentia (La Alcudia, Mallorca): 78, 375, 376 Pompeya: 27, 43, 66, 69, 92, 218, 232, 240, 242, 255, 263, 280, 289, 295, 312, 342, 409, 436 Pontezuelas, Las (Badajoz): 302 Portezuelo (Cáceres): 216, 217 Portugal: 24, 25, 30, 49, 100, 195, 196, 225, 356, 364, 411 Prado del Lácara (Badajoz): 196, 302 Próximo Oriente: 41, 46, 53, 145, 176, 234, 369, 377, 398, 400, 402 Prusia: 45 Puebla de Alcocer (Badajoz): 212 Puebla de la Calzada (Badajoz): 212 Puebla del Maestre (Badajoz): 212 Puebla del Prior (Badajoz): 212 Puebla de Sancho Pérez (Badajoz): 212 Puente del Cardenal (Cáceres): 217 Puente Genil (Córdoba): 147, 149 Puente Viesgo (Cantabria): 354 Puerta de Tierra (Cádiz): 344 Puerto Rico: 22, 103 Puig des Molins (Ibiza): 162 Punta de la Vaca (Cádiz): 200, 318 Puzol (Valencia): 435 Quintana de Gormaz (Soria): 444 Rábida, La (Huelva): 25, 435 Raxa (Mallorca): 322 Reina (Regina, Badajoz): 211, 212, 286 Renieblas (campamento romano, Soria): 242 Requejo (Cantabria): 441 Ría de Huelva: 339 Ribera del Fresno (Badajoz): 211, 212 Rif (Marruecos): 251, 406 Río Tinto: 93 Rioja, La: 340, 392 Riolobos (Cáceres): 216 Ripoll, Monasterio: 54 Risco de la Carava (Badajoz): 209 Risco de San Blas (Badajoz): 209 Rodas: 91, 144, 353, 357

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Índice de lugares

Rollos (Caravaca, Murcia): 147 Roma: 37, 90, 105, 106, 130, 170, 182, 222, 223, 237, 263, 280, 287, 293, 294, 300, 308, 313, 362, 369, 376-378, 384, 399 Ronda la Vieja (Málaga): 280, 286 Rossetta, Piedra (Egipto): 333 Sagunto (Valencia): 64, 148, 170, 197, 230, 280, 286, 322, 376, 405, 435 Salamanca: 208, 216, 435 Salamis (Chipre): 161 Salmerón (Guadalajara): 78 Salpensa: 93 Salvaleón (Badajoz): 211, 212 Salvatierra de los Barros (Badajoz): 211, 212 Salvatierra de Santiago (Cáceres): 216 Salvatierra de Tormes (Salamanca): 443 Samaria: 53 Samos: 44, 91 Samotracia (Grecia): 115, 131, 229, 230 San Antonio de Calaceite (Teruel): 270 San Benito de Alcántara (Cáceres): 445 San Cebrián de Mazote (Valladolid): 445 San Esteban de Gormaz (Soria): 261, 325, 437, 447 San Francisco de Torrelaguna (Madrid): 446 San Juan de Baños (Palencia): 225 San Juan de la Peña (Huesca): 323, 436 San Juan de Rabanera (Soria): 446 San Lázaro, acueducto de (Badajoz): 301 San Martín de Trebejo (Cáceres): 216 San Miguel de Eramprunya (Barcelona): 197, 405 San Pedro de Casserres (Barcelona): 172, 197, 405 San Pedro de la Nave (Zamora): 445 San Pedro el Viejo (Huesca): 436 Sangüesa (Navarra): 125 San Ginés (Marchena, Sevilla): 182 San Ginés de Pachs (Villafranca del Panadés, Barcelona): 325, 437 San Isidro (Madrid): 26, 191 San Juan de los Reyes (Toledo): 58 San Juan de Luz (Francia): 65, 68 San Petersburgo: 90 San Salvador de Priesca (Asturias): 445 Sant Andreu de Llavaneras (Barcelona): 85 Sant Cugat del Vallés (Barcelona): 439 Sant Feliu de Guíxols (Gerona): 146 Santa Amalia (Lacipea, Badajoz): 211 Santa Cruz de la Sierra (Cáceres): 216 Santa Elena (Jaén): 442, 443 Santa María de los Barros (Badajoz): 211 Santa María de Huerta (Soria): 256, 370, 409

Santander: 33, 197, 366 Santas Creus (Tarragona): 317, 436 Santiago de Compostela (La Coruña): 324, 325, 437 Santibáñez de Vidriales (Zamora): 374 Santisteban del Puerto (Jaén): 442 Santo Domingo de Silos (Burgos): 309 Santos de Maimona, Los (Badajoz): 211, 212 Santo Tomé (Jaén): 441 Sax (Alicante): 204 Scilly, Islas (Gran Bretaña): 202 Sefarvaím: 52 Segobriga (Saelices, Cuenca): 148, 221, 286, 375 Segovia: 182 Segovia: 317, 321, 325, 434, 437, 443, 446 Segura (Cáceres): 216, 217 Segura de León (Badajoz): 212 Semna (Egipto): 135 Senegal, vapor: 104, 105 Serradilla (Cáceres): 216 Setúbal (Portugal): 194 Sevilla: 17, 24, 33, 56, 101, 112, 130, 182, 187, 197, 283, 309, 310, 312, 314, 315, 320, 325, 327, 346, 433, 437, 438, 442, 445 Sevilla (murallas romanas): 315, 445 Sicilia (Italia): 283 Sidón (Líbano): 157, 199, 318 Sierra Morena (Jaén): 171 Sierra de Montánchez (Cáceres): 214 Siete Sillas, Las (Mérida, Badajoz): 272, 278 Sigena (véase Villanueva de Sigena) Sigüenza (Guadalajara): 433 Sipar (Sippara): 34, 52 Siracusa (Sicilia): 77 Siria: 360, 444 Siruela (Badajoz): 212 Sobroso (Portugal): 197 Solana de los Barros (Badajoz): 211, 212 Son Corró (Mallorca): 87 Soria: 208, 229, 230, 232, 235, 237, 243, 247, 252, 254, 256, 257, 260, 264, 314, 317, 320, 323, 325, 339, 348, 349, 364, 370, 392, 409, 446 Stonehenge: 260 Sudán: 76 Suecia: 193, 332 Suiza: 59, 189, 332 Susa (Irán): 345 Tajo, río: 214 Tajo Montero: 202 Talavéasea de la Reina (Toledo): 177, 194, 333 Talavéasea La Real (Badajoz): 212 503

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José Ramón Mélida

Talavéasea La Vieja (véase Augustobriga) Tanagra (Beocia, Grecia): 101, 131 Tánger: 144 Tarento (Grecia): 100 Tarraco (véase Tarragona) Tarragona: 84, 134, 148, 172, 197, 198, 203, 239, 245, 286, 318, 319, 323, 324, 328, 344, 356, 357, 376, 379, 405, 411, 435, 436 Tartessos: 236, 242, 258, 353, 376 Teherán: 52 Tello: 52 Téne, La (Suiza): 244, 266, 357, 362, 406, 413 Tentudía (Badajoz): 212 Teruel: 172, 203, 208, 344, 435 Tesalia (Grecia): 147 Tibidabo (Barcelona): 379 Tiermes (Soria): 221, 349 Tirinto (Grecia): 99, 105, 172, 197, 357, 377, 405 Tiro (Fenicia): 353 Toledo: 24, 130, 181, 223, 224, 250, 286, 299, 306, 314, 320, 323, 324, 346, 441, 442, 444, 446 Toledo (circo romano): 435 Tolmo de Minateda (Albacete): 442 Toniñuelo (Jerez de los Caballeros, Badajoz): 197 Toro (Zamora): 320, 446 Torralba del Moral (Soria): 257, 353, 370 Torre de Miguel Sexmero, La (Badajoz): 211 Torrehermosa (Badajoz): 447 Torremejía (Badajoz): 211, 212 Torrepacheco (Murcia): 134 Torrox, faro de (Málaga): 316, 445 Tortosa (Tarragona): 146 Tossal de Les Tenalles (Sidamunt, Lérida): 384 Totana (Murcia): 134 Toulouse (Francia): 149, 225 Toya (véase Cerro de la Horca) Trasierra (Badajoz): 212 Tricio (La Rioja): 343, 434 Troya: 91, 105, 114, 115, 134, 141, 150, 153, 165, 198, 199, 229, 233, 238, 252, 282, 355, 380, 401 Trujillanos (Badajoz): 212 Trujillo (Turgalium, Cáceres): 216, 217, 324, 436, 443 Tugga (Argelia): 280 Tugia (véase Cerro de la Horca) Túnez: 134, 245 Turdetania: 204 Turobriga (Cabeza de Buey, Badajoz): 148 Turquía: 103, 105, 173, 281, 330, 399 Tutugi (Galera, Granada): 361, 436 Úbeda (Jaén): 146, 317, 446 504

Uclés (Cuenca): 178 Ur (Irak): 52, 369 Urbico (Italia): 334 Usagre (Badajoz): 211, 212 Uxama (Osma, Soria): 90, 349, 370, 442 Vafio (Grecia): 106 Valcochero (Plasencia, Cáceres): 442 Valdecaballeros (Badajoz): 211, 212 Valdefuentes (Cáceres): 216 Valdíos de Portezuelo (Badajoz): 208 Valdíos del Portoquelo (Garrovillas, Cáceres): 276 Valencia: 25, 170, 346, 403, 446 Valencia de Alcántara (Cáceres): 216, 217, 441 Valenciana, Comunidad: 340 Valera la Vieja (Nertobriga Concordia Julia, Badajoz): 211 Valladolid: 316, 352 Valle de los Reyes (Egipto): 369 Valle de Santa Ana (Badajoz): 211 Valonia belga: 270 Valtierra (Arganda del Rey, Madrid): 442 Valvéasede de Burguillos (Badajoz): 211 Valvéasede del Fresno (Cáceres): 217 Vascongadas (véase País Vasco) Vaticano: 282 Vega de Santa María (Badajoz): 211 Vélez-Málaga: 201 Venecia: 130 Veneros, Los: 139 Vía de La Plata: 210, 215 Vich (Barcelona): 328 Viena: 23, 30, 90, 100, 111, 132, 138, 159 Vigo (Pontevedra): 339 Villa de Anteo (Namur, Bélgica): 270 Villa Veientana (Vaticano): 282 Villa Vieja (Medinaceli): 370, 371 Villacarrillo (Jaén): 441 Villafranca de los Barros (Perceiana, Badajoz): 136, 210, 211, 212 Villafranca del Bierzo (León): 25 Villafranca del Panadés (Barcelona): 325, 437, 446 Villagarcía (Badajoz): 212 Villagonzalo (Badajoz): 212 Villalba de los Barros (Badajoz): 212 Villamayor (Asturias): 43 Villamesías (Cáceres): 216, 217 Villamiel (Cáceres): 216 Villanueva de los Infantes (Ciudad Real): 391 Villanueva de la Serena (Badajoz): 212 Villanueva de Sigena (Huesca): 446

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Índice de lugares

Villar de Rena (Badajoz): 211 Villar del Pedroso (Cáceres): 216 Villar del Rey (Badajoz): 211 Villaricos (Almería): 202, 361 Villaviciosa (Asturias): 316 Vipasca, mina: 56 Weimar-Magdeburgo: 44 Yamaguchi (Japón): 127

Yecla (Murcia): 137, 138, 140, 154-158, 160, 164, 165, 169, 403, 479 Yuste (Cáceres): 217 Zaida: 248 Zafra (Badajoz): 208, 211, 212 Zalamea de la Serena (Municipium Julipense, Badajoz): 211, 212

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ÍNDICE DE FIGURAS

01. 02. 03. 04. 05. 06. 07. 08. 09. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21.

22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29.

Nicolás Mélida Lizana, padre de José Ramón Mélida (Archivo Victoria Mélida Ardura) .. Leonor Alinari Adarve, con su hijo José Ramón Mélida Alinari (Archivo Victoria Mélida Ardura) ........................................................................................................................ Enrique Mélida Alinari, hermano de José Ramón (Archivo Victoria Mélida Ardura) ..... Arturo Mélida Alinari, hermano de José Ramón (Archivo Victoria Mélida Ardura) ....... Estatua de Colón hoy (Foto Daniel Casado Rigalt) ........................................................... Estatua de Colón en 1920, con los Museos Nacionales al fondo .................................. Juan de Dios Rada y Delgado .......................................................................................... Juan Facundo Riaño Montero ......................................................................................... José Ramón Mélida en su adolescencia ........................................................................... José Ramón Mélida en su juventud ................................................................................. El Casino de la Reina, sede del Museo Arqueológico Nacional hasta 1895 ................. Museo Etnográfico del Trocadero, visitado por Mélida en 1883 ................................... Borrador de la portada de A orillas del Guadarza ............................................................. Portada de El Sortilegio de Karnak ..................................................................................... José Ramón Mélida .......................................................................................................... Juan Catalina García ........................................................................................................ Sala egipcia del Museo Arqueológico Nacional ............................................................. Gaston Maspero, a quien Mélida reconoció como el más sabio de los egiptólogos .... Théophile Homolle trabajando en su despacho ............................................................. José Ramón Mélida trabajando en su despacho ............................................................. La familia de José Ramón Mélida Alinari, con sus hijos Enrique, María, José y Olimpia de pie; y su mujer Carmen García Torres, entre él y su hija Pilar, sentados (Foto Pedro Mélida Lledó) ..................................................................................................................... Árbol genealógico de la familia Mélida Alinari desde finales del siglo XVIII hasta finales del XX ...................................................................................................................................................... Ateneo de Madrid (Foto Daniel Casado Rigalt) ................................................................. Museo de Reproducciones Artísticas en el Casón del Buen Retiro ............................... León Heuzey .................................................................................................................... Pierre Paris ........................................................................................................................ Estatuas del Cerro de los Santos, en el colegio de Yecla (Archivo Tani Ripoll, Yecla) ...... Arthur Engel y Pierre Paris con el hijo de este último (Museo del Louvre) ..................... Jorge Bonsor rodeado de cerámica, principal foro de debate con Mélida (Archivo General de Andalucía) ..........................................................................................................................

022 022 023 024 025 0026 034 035 037 038 043 061 065 074 080 081 094 095 104 105

108 109 121 129 144 145 155 163 179 507

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José Ramón Mélida

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32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 66.

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Edificio de la Real Academia de la Historia ................................................................. Acta oficial en la Real Academia de la Historia. José Ramón Mélida aparece sentado en el extremo derecho de la mesa presidida por el Excmo. Sr. Duque de Alba (Real Academia de la Historia) .................................................................................... Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Foto Daniel Casado Rigalt) ............. Grabado dedicado a José Ramón Mélida, por Bartolomé Maura ............................... Número total de las publicaciones de Mélida entre 1880 y 1935 ............................... Distribución temática de las publicaciones de Mélida entre 1880 y 1935 .................. Plano de Numancia con las excavaciones acometidas desde 1860 ............................. Excavaciones de 1905 llevadas a cabo por Schulten en el Cerro de Garray (Foto Schulten) .................................................................................................................................. Comparación entre las publicaciones de Mélida y Schulten sobre Numancia .......... Los últimos días de Numancia Por Alejo Vera 1880 ........................................................ Jarra celtibérica de Numancia (Museo Numantino de Soria) .......................................... Trompeta de Numancia (Museo Numantino de Soria) ................................................... Aspecto de Numancia en el curso de las excavaciones llevadas a cabo en 1908 ........ Peristilo de una casa romana localizada durante los trabajos realizados por la Comisión ................................................................................................................................. Teatro romano de Mérida, conocido como “Las Siete Sillas”, al iniciar José Ramón Mérida su excavación en 1910 (Museo Nacional de Arte Romano de Mérida) ............... Plano de Mérida con las intervenciones y hallazgos desde 1907 hasta 1930 .............. Mosaico hallado en la calle Pizarro, de Mérida ........................................................... Maximiliano Macías y José Ramón Mélida Alinari (Museo Nacional de Arte Romano de Mérida) ........................................................................................................................... Hallazgos escultóricos varios en 1915, en Mérida ....................................................... Excavaciones en la posescena del teatro en 1915 ......................................................... Planta de la casa-basílica (1917) .................................................................................... Fotografía del interior de la basílica (1917) .................................................................. Trabajos en el anfiteatro emeritense durante las campañas de 1916 y 191 ................. Foto aérea del circo romano de Mérida ....................................................................... José Ramón Mélida en el lado Norte del circo romano, en 1927 ............................... Restos del graderío y la spina del circo ......................................................................... Labores de restauración y reconstrucción en el teatro emeritense a principios de siglo ................................................................................................................................ Interior del Museo de Mérida, en 1926 (Museo Nacional de Arte Romano de Mérida) . José Ramón Mélida acompañando a Alfonso XIII en una visita a Mérida (Archivo Victoria Mélida Ardura) ....................................................................................................... Sala del Museo de Reproducciones Artísticas .............................................................. Sala del Museo de Reproducciones Artísticas .............................................................. Colección de antigüedades de la Real Academia de la Historia .................................. Distribución geográfica de los informes presentados por Mélida en la Real Academia de la Historia entre 1907 y 1933 ................................................................................... Tratamiento cronológico de los informes presentados por Mélida a la Real Academia de la Historia entre 1907 y 1933 ................................................................................... Adolf Schulten ............................................................................................................... Luis Siret ........................................................................................................................ El tesoro de la Aliseda ingresa en el Museo Arqueológico Nacional, custodiado por la Guardia Civil, en manos de José Ramón Mélida Alinari (Archivo Victoria Mélida Ardura) ...................................................................................................................... El Tesoro de la Aliseda en el Museo Arqueológico Nacional .....................................

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Índice de Figuras

68. 69. 70. 71. 72. 73. 74. 75. 76

Cayetano de Mergelina ................................................................................................. Mélida, en primera fila, junto a conservadores del Museo Arqueológico Nacional, en 1930 (Archivo Museo Arqueológico Nacional, número de negativo 3904/17) ................... Manuel Gómez Moreno ............................................................................................... José Ramón Mélida ....................................................................................................... Edmund Pottier ............................................................................................................. Blas Taracena .................................................................................................................. Antonio García Bellido (Foto Pilar González Serrano) ................................................... José Ramón Mélida y sus discípulos ............................................................................ José Ramón Mélida, por Aurelio Cabrera, en un relieve conservado en la Real Academia de la Historia ......................................................................................................

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ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 23 DE ABRIL DE 2006 FESTIVIDAD DE SAN JORGE EN LOS TALLERES DE ICONO IMAGEN GRÁFICA

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