José Ortega y Gasset, de Jordi Gracia

September 26, 2017 | Autor: S. Pineda Buitrago | Categoría: José Ortega y Gasset, Ensayo, Jose Ortega y Gasset, Albert Einstein., Jordi Gracia, Español Ensayo
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Descripción

Reseña de la biografía José Ortega y Gasset (Santillana, Madrid, 2014) de Jordi Gracia. Entrevista con su autor TRISTE COMO UNA BIOGRAFÍA [Reseña originalmente publicada en Libertad Digital (España), 1º de octubre de 2014: http://www.libertaddigital.com/cultura/2014-1001/nueva-biografia-sobre-jose-ortega-y-gasset-1276529193/]

Admitamos que entre los admiradores más entusiastas del pensador español José Ortega y Gasset (1883-1995), entre los que me cuento, siempre hemos querido escribir su biografía o hemos tenido una en potencia. Jordi Gracia (Barcelona, 1965) se nos ha adelantado y nos ha tomado muchísima ventaja. Cualquiera tardaría años en hacer otra, y todas las críticas que a la suya podamos hacerle se quedan en un "hubiera" o en un "haré". Tras esa confesión de origen, admitamos también que las biografías suelen ser tristes: la importancia histórica de un individuo rara vez concuerda con las minucias de su intimidad. La que Jordi Gracia acaba de escribir sobre Ortega lo reconfirma. En el epílogo, después de casi setecientas páginas de hurgar en cientos de documentos, cartas y cotilleos de sus contemporáneos, el biógrafo nos confiesa: "No he dado con la ruta que lleve a la intimidad de este hombre" (p. 643). La confesión es de una sinceridad sorprendente y lleva a numerosas hipótesis. Recapitulemos. No deja de ser curioso el título del artículo con el que Jordi Gracia antecedió la publicación de esta extensa biografía: "Un maestro

tambaleante: Ortega al fondo" (en Diez ensayos sobre Realidad. Revista de ideas, ed. de Carolina Castillo y Milena Rodríguez, Fundación Francisco Ayala, Granada, 2013). Dudo que no podía ser sino Gracia la persona más indicada para escribir la biografía de Ortega, como empieza su reseña Christopher Domínguez Michael en Letras Libres(agosto, 2014); aunque al final termine por aceptar que prefiere quedarse con la de Gregorio Morán, El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo (1998). Estoy de acuerdo con Domínguez Michael en que la intimidad de Ortega, su zona espiritual y reservada, incluye también sus clases de filosofía y sus polémicas políticas. En tal sentido, la intimidad estaría en el texto más que en el contexto. Ortega puso en palabras su vida, y texto y contextose confunden. Así, pues, las reseñas aparecidas a propósito de este libro de Jordi Gracia me recuerdan las que salieron a finales de 2004 con la publicación de la nueva edición de las obras completas de Ortega en Taurus, y que merecieron las duras palabras por parte de Agapito Maestre en "La ocultación de España", un ensayo de su libro Latidos culturales: "Sí, queridos lectores, Ortega queda reducido, en manos de los liberales de cartón piedra, a un pensador para señoritos incapaces de comprender su crítica a la democracia morbosa, al totalitarismo implícito en las democracias de masa". Naturalmente, no se necesita admirar a alguien para escribir su biografía. La antipatía o la indignación del biógrafo contra el biografiado, o contra quienes pretenden adueñarse del personaje en cuestión (lo han hecho mucho los diarios

más conservadores o "neoliberales"), pueden llegar a ser alicientes bastante literarios. Si personalmente estoy con quienes aplauden a Ortega, no dejo de consultar el juicio de quienes lo patean. Y en Provocaciones, un ensayo del ensayista colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, celebro la sinceridad del marxista que no puede perdonarle a Ortega su alejamiento de las izquierdas: "Fue –decía Gutiérrez Girardot de Ortega– un juego de luces, que hoy forma parte de las ilusiones patrioteras con las que España alimenta su conciencia europea". Lo curioso es que Jordi Gracia, en quien sospecho también cierta formación marxista, ha ocultado muy bien el motivo íntimo de su biografía – por momentos hasta deja su voz en off– tras la máscara de un parafraseo constante. En El tema de nuestro tiempo, publicado en septiembre de 1923, Ortega se atrevió a aplicar, en las ciencias sociales, la teoría de la relatividad de Einstein. Y Gracia parafrasea muy bien su pensamiento: "Lo que entiende Ortega es una maravillosa justificación de la multiplicidad armónica de todos los puntos de vista […]; si se amplía esta idea a lo moral y a lo estético se tendrá una nueva manera de sentir la vida […]: nuestro conocimiento es absoluto; lo relativo es la realidad misma" (p. 327). Algo parecido pudiera aplicarse a su biografía: el Ortega de Jordi Gracia es absoluto; el Ortega relativo, original, íntimo, está en Ortega mismo.

Digo lo anterior porque, en el primer capítulo, Gracia apela a un procedimiento que no sé si convendría calificar de marxista. Se jacta de decirnos que "nada es normal" en el talento del joven Ortega porque "su padre es diputado, su hermano mayor, Eduardo, lo será enseguida, su tío Rafael es un ministro importante y su familia manda en el país a través del Parlamento y del diario más influyente y poderoso de la época, El Imparcial, dirigido por su padre" (p. 29). Además porque Ortega, continúa Gracia, asiste a todo desde el corazón del sistema, aunque ese sea su enemigo inmediato y aunque, no obstante, su familia no haya tenido nunca una gran fortuna económica. El tercer capítulo de su biografía se titula "Primera salida: 1908-1910". Se refiere a la primera salida (¿quijotesca?) de Ortega a la arena política española. La actitud de Ortega era, en lugar de politizar la cultura,culturizar a la política. Pero las masas no se sienten seducidas por la cultura, y en julio de 1908 Ramiro de Maeztu, el autor de Defensa del hispanismo, le reclamó a Ortega que, de tener ambiciones políticas, le convenía sosegar tanta petulancia para hacerse más simpático ante el vulgo: "Yo quiero que le quieran y admiren los demás y para ser más amable y más sencillo le bastaría un leve cambio de estilo" (p. 79). ¿Un leve cambio de estilo? No deja ser reveladora esta recomendación. El estilo es el hombre, y convendría preguntarse si explorando el estilo de Ortega acaso no se encuentre también la ruta que lleve a su intimidad.

La vocación filosófica de Ortega fue paralela a su vocación literaria, y ambas se expresaron en sus artículos de periódico. Si literatura es todo lo que esté bien escrito, en uno de sus primeros artículos, una reseña sobre la Sonata de estío de Valle-Inclán que publicó en La Lectura en 1904, Ortega ya daba claves de su razón vital. Celebraba en el personaje de Valle, el Márquez de Bradomín, el alejamiento de los estereotipos del realismo ramplón, es decir, "de la vida nerviosa y enferma de la falta de dinero, de la falta de voluntad, de la falta de belleza, de la falta de sanidad corporal…". Si en lugar de una biografía se escribiera una novela sobre Ortega, acaso el Marqués de Bradomín fuera el modelo más adecuado. Sin ironías. Y si nadie ha acusado deirrealidad al protagonista de las Sonatas de Valle por apartarse del realismo ramplón, por arroparse en ese estilo voluptuoso, ¿por qué, para Jordi Gracia, no puede ser normal el joven Ortega? Las aventuras amorosos que relata de Ortega, fiel a su propia correspondencia, parecen hablarnos del típico don Juan español. La hija de Ortega, Soledad, lo describe "como buen un antifeminista nato". Pero esos son otros asuntos. ¿Por qué, al contar la vida de un escritor, muy a menudo los biógrafos suelen prescindir de la persona íntima bajo el afán de ocuparse de su actuación intelectual y política? La tentación es muy fuerte al tratarse de Ortega, arduo polemista de la política española de su tiempo y acaso uno de los pocos –si no el único– ensayista de nuestra lengua de la primera mitad del siglo XX en figurar en ciertas historias o antologías de la filosofía de Occidente.

Conscientes del papel marginal de nuestro pensamiento, la obra de Ortega, para muchos intelectuales hispanohablantes o hispano-pensantes, representa una tabla a la cual asirnos. Pero, como no hay cuña que más apriete que la del mismo palo, muchos críticos de nuestra tradición se han encargado de pisotear esa tabla, incluso bajo el disfraz de alabar la obra de Ortega con vacuidades, que es lo mismo que pisotearlo. Otros, a través de documentos, cartas y cotilleos de sus contemporáneos, procuran esconder su pensamiento bajo la tentación de juzgarlo por su personalidad. Y claro: la personalidad de Ortega aparece demasiada seductora para los grisáceos académicos; demasiado enfática para la timidez de los políticamente correctos, miedosos de levantar polémicas al circunstanciar su pensamiento en la actualidad. Ante la ausencia de pensadores en lengua española en historias y antologías de la filosofía occidental, de los estudios culturales que rigen las academias del mundo, me pregunto si el primer paso para no auto-marginarnos no consiste en despojarnos de las categorías de izquierda y derecha, que cada vez obedecen menos a la realidad.

ENTREVISTA CON JORDI GRACIA, BIÓGRAFO DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET [Publicado originalmente en El Tiempo (Bogotá), 1º de octubre de 2014).

Al reseñar la nueva biografía de José Ortega y Gasset escrita por Jordi Gracia he pensado seguir el procedimiento que recomendaba Alfonso Reyes

con humor: someter a un interrogatorio al autor del libro, como en los sistemas judiciales clásicos. De manera que me he puesto en contacto con el biógrafo, Jordi Gracia, catedrático de la Universidad de Barcelona y autor de varios estudios sobre la historia intelectual de España en el siglo XX. Ya lo había conocido en Bruselas, en el I Coloquio de Ensayo Hispánico –Cruces y Encuentros–, en mayo de 2011, y desde entonces me asombró su tono redundante más que incisivo para tratar un tema. De ese tono redundante, no exento de cierta mordacidad, está salpicada la redacción de su biografía. Mi primera pregunta justamente es por qué se sintió apartado de la intimidad de Ortega. 1) Por qué, al final de tu extensa biografía, confiesas: “no he dado con la ruta que lleve a la intimidad de este hombre”. ¿Qué entiendes –le preguntamos directamente– por intimidad? Jordi Gracia: Dudé mucho sobre si decirlo porque corría el riesgo de que se entendiese literalmente, como ha sucedido con algún lector más: no es verdad que yo sienta eso, pero sí es verdad que la intimidad es escapadiza por definición (como la tuya o la mía). En ese sentido, y después de 700 páginas, sigue escapándose la intimidad de un sujeto que ha sido expuesto durante muchas páginas a la luz mas íntima posible o a la que yo haya tenido acceso. Precisamente por eso el texto final que cito, extraordinario, es la cala en la intimidad muscular del pensador que más me gusta de todo el libro.

2) A juzgar por tus opiniones en otros de tus libros y por tus artículos periodísticos sobre política española sospecho que eres poco admirador de Ortega, o, más bien, poco seguidor de sus ideas y opiniones. No deja de ser curioso el título del artículo con el que antecedes la publicación de tu extensa biografía: “Un maestro tambaleante: Ortega al fondo”. No ha habido entre los lectores de Ortega quien, dependiendo del color político, quede con ganas de aplaudirlo o patearlo. Aunque lo sabes ocultar en el tono de tu biografía, sospecho, en ti, el deseo de hacer lo último. Por eso, dejando el libro a un lado, a “calzón quita’o”, como se dice en lenguaje criollo, ¿cuál es tu opinión íntima de Ortega? ¿Realmente está entre tus ensayistas de cabecera? Jordi Gracia: No, no lo está porque no tengo ensayistas de cabecera. Me desconcierta sin embargo que detectes animo de patear a Ortega. Mi percepción es la de una figura excepcional en todos lo sentidos (por eso digo que no es normal, y no lo es, pero eso no es malo), incluido el de sus defectos o sus taras de personalidad. No afean ni rebajan o dañan la calidad de tantas de sus ideas ni la potencia de un pensamiento estimulante y acuciante, provocador y nunca previsible, atrevido y sin miedo, auxiliado por un don analítico fuera de lo común para en tender a Proust (que le gusta mucho) o para el arte moderno (que le gusta muy poco). El riesgo de abordar de forma integral a una persona es que el resultado de su retrato será no triste, como

dices tú, sino antimítico o anti-típico. Es la condición de toda biografía honesta. 3) En A la intemperie. Exilio y cultura en España (Anagrama, 2010) afirmas que, durante la Guerra Civil, Ortega tuvo la certeza de que el mal menor estaba en el bando sublevado, “y privadamente se colocó entre los que celebraron la derrota de la República y la victoria de Franco.” (p. 61). En la página 139 de tu biografía, sin embargo, defiendes a Ortega contra los prejuicios políticos de quienes no lo han leído, y dices: “nada de la actividad política de Ortega de la República y la guerra permite situarlo en las avenidas ni en los arcenes ni tan siquiera en los arrabales de desazonante fascismo alguno, por muy insistente que sea su uso de la idea de nación y unidad, por muy que sean fórmulas que usará una y otra vez y retomarán sus devotos lectores falangistas desde los años treinta.” Quisiera preguntarte si das a entender en este párrafo como “fascista” quien comulgue con la idea de “nación y unidad”? Jordi Gracia: Ni mucho menos, pero esa sí fuese una de las marcas de fábrica de los fascismos. Y sobre todo el hecho de que en la guerra, donde no hay escapatoria,

optase

por

la

victoria

franquista

no

debe

llevarnos

rutinariamente a creer que se ha hecho fascista. Franquismo y fascismo no son nociones sinónimas, y al igual que hubo fascistas antifranquistas, hubo antifascistas que fueron franquistas durante la guerra por razones de clase, de orden, de religión o todas las razones juntas. Durante la guerra es franquista porque solo se puede ser franquista o republicano. Con la victoria

de Franco deja de ser franquista porque ya se puede ser otras cosas e incluso se puede ser cosas cambiantes, como lo será Ortega o lo serán las diversas formas de adaptación a la nueva realidad de los exiliados. 4) En el capítulo 10, “El norte del explorador”, relatas el impacto que tuvo en Ortega la visita del Albert Einstein a Madrid en marzo de 1923. Admites que en El tema de nuestro tiempo, publicado en septiembre de 1923, y Ortega se atrevió a aplicar, en las ciencias sociales, la teoría de la relatividad de Einstein.¿Qué tan actual consideras aquella relatividad de Ortega, expuesta en La rebelión de las masas“, según la cual: “Ser de la izquierda, es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral.”? Lo digo pensando en un Ortega tomado por las “derechas españolas” (aunque Ortega sería el primero en saltar ante este “término”), pues tu biografía me parece un intento de acercar a Ortega a las “izquierdas”. Jordi Gracia: No es un intento: es que estuvo entre las izquierdas expresa y confesadamente y luego colonizó intelectualmente un espacio de centro político en que quiso reunir la moderación de derechas y de izquierdas. Esa que citas, además, es sólo una frase y no un diagnóstico real: es una forma de hacer campaña en favor de su partido de la nación que neutralizase las políticas de derechas e izquierdas en una sola política de nación. Pero evidentemente es una ilusión intelectual impracticable en términos políticos, de Estado, en plena sociedad capitalista con clases sociales y donde los

privilegios de familia, poder y dinero constituyen una estructura modificable pero sobre todo cimentadora de las desigualdades (que corrige el Estado: por eso fue estatalista pero no totalitario).

5) Edward Said reclamaba, en El mundo, el texto y el crítico, “que un texto es una obra humana que debe ser tan significativamente interesante como su ser.” Este reclamo –esta exigencia– cobra mucho más sentido al tratarse de Ortega, que puso en palabras su vida. Sin embargo, en tu biografía, una de cuyas principales virtudes es el parafraseo constante de los textos de Ortega, no comentas con rigor un libro de Ortega en especial. En la página 159, nos dice que “el libro verdaderamente central y primero de Ortega” fue escrito en 1912, pero es “un libro fantasma y ejemplarmente titulado: Pío Baroja. Anatomía de un alma dispersa, como invenciblemente dispersa es el alma de Ortega.” ¿Crees desafortunado o exagerado lo que hizo Julián Marías en su edición crítica de Meditaciones del Quijote? A mi modo de ver, siguiendo ese rigor filológico, acaso se pudiera penetrar en la intimidad de Ortega. O, más para mi gusto, haciendo lo mismo los textos de El Espectador. ¿No piensas lo mismo? Jordi Gracia: No, no lo pienso así porque he redactado una biografía y no el análisis comentado o crítico de una obra. Pese a eso, he intentado que el lector se haga cargo del significado de las ideas de Ortega, de sus propuestas centrales en cada libro o cada serie de artículos, aunque el relato de una

biografía no es el lugar –o no he querido que fuese el lugar- del análisis minucioso o detenido de una obra. Pero sí el de su interpretación, que creo que es lo que he hecho: sería muy mal libro si el lector no hubiese obtenido una idea suficiente de las distintas ramas y etapas del pensamiento de Ortega en sus diversas modalidades. Y esa es, efectivamente, la mejor de las intimidades, salvada la imposibilidad metafísica de acceder al fondo de intimidad alguna. 6) Por último, llamas al Ortega último, al que regresa tras la Guerra Civil, “maestro tambaleante” por la indignación que provocó entre los exiliados españoles en México, luego de acusar a Alfonso Reyes, en una entrevista para el diario El Universal el 15 de septiembre de 1947, de estar haciendo “gestecillos de aldea”. Aunque el debate merecería otro ensayo cabe preguntarse, ya para terminar, si con “gestecillos de aldea” no le reclamaba Ortega a Reyes el haberse prestado a la propaganda del presidente Lázaro Cárdenas para justificar, con el asilo de intelectuales españoles, la falta de “cultura” del régimen de la Revolución mexicana –es la hora en que México, lo digo tras tres años de estar cursando mi doctorado aquí, todavía vive de esta gloria, como si por otra parte ignorara la cantidad de sus intelectuales autoexiliados en Estados Unidos o aun en Europa por falta de oportunidades de investigación. El término “gestecillos de aldea”, por otra parte, Ortega lo usó indistintas veces. Lo usó a su primer regreso de Buenos Aires, para criticar la tendencia de los escritores argentinos y el provincialismo de Madrid. Y en el

pequeño ensayo “La forma como método histórico”, en El espíritu de la letra, pareció criticar a quienes vivían sumidos en conflictos provincianos (Catulaña vs. Castilla, o indigenismo vs. hispanismo). Dijo Ortega: “Dejen, pues, de ser aldeanos y pónganse a trabajar en las cosas, y no a decidir previamente si fulano es de la derecha o de la izquierda.” En este sentido, teniendo en cuenta que Ortega es de los pocos pensadores en lengua española que figura en antologías o historias de la filosofía occidental, ¿no crees tú que sigue siendo nuestro gran pensador panhispánico? ¿A quién, de los actuales pensadores del mundo hispánico, pondrías a su lado? Jordi Gracia: No creo haberle regateado ningún lugar alto a Ortega, sino todo lo contrario: es el úncio pensador indiscutiblemente internacional de la cultura española del siglo XX, y si hubiese de equiparar su figura con alguien, como hago en el prólogo, escogería a otro ensayista extraordinario, Fernando Savater. En cuanto a su coz contra Reyes, Ortega mide muy mal la repercusión de esa declaración, tanto si atañe como si no atañe a su oposición al uso propagandístico de Lázaro Cárdenas. La cuestión relevante de veras está en despreciar en plena dictadura franquista el papel que Reyes (y Lázaro Cárdenas) tuvieron como protectores del exilio de mayor cualificación académica e intelectual: ese fue un gesto de Ortega envenenado y casi, casi aldeano, miope, egotis

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