José Miguel Gordoa: El drama de la transición política

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Descripción

ISBN: 978-1-312-87147-2 Primera edición: 2014

DR. © Martín Escobedo Delgado DR. © Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara Calle Reforma 362, zona centro C.P. 44100 Guadalajara, Jalisco, DR. © LXI Legislatura del Estado de Zacatecas Calle Fernando Villalpando 320, Colonia Centro C.P. 98000 Zacatecas, Zac. Portada: José Miguel Gordoa y Barrios, anónimo, óleo sobre tela, siglo XIX, episcopologio del Seminario Mayor de Guadalajara, 100 x 130 cms. Diseño de portada: Juan José Macías

Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

Sumario

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Presentación Palabras Liminares. Tomás de Híjar Ornelas

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Preámbulo: un individuo en su circunstancia histórica

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José Miguel Gordoa en la historiografía

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El terruño

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Los primeros años

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La formación de un ministro útil a la religión y al estado

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«Los infaustos tiempos que me tocó vivir»: de eclesiástico a político

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Una época intensa y tormentosa

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El «imán de los corazones»

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Las elecciones a Cortes

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Diputado por Zacatecas en las Cortes de Cádiz

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El desempeño del Doctor Gordoa en el Congreso gaditano

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El regreso a Guadalajara

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Los nuevos tiempos políticos

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Defender la religión ante la acechanza de los enemigos

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Epílogo

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Bibliografía

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Presentación

El inicio de las conmemoraciones bicentenarias que habrán de producir en el mundo hispánico el rico mosaico de Estados que hoy comparten un mismo idioma y cultura, ha venido perfilado desde el año 2008 un camino trasatlántico gracias al cual podemos hoy tomarle el pulso a la dirección y al sentido del pacto social derivado de los movimientos emancipatorios que habiendo comenzado entonces alrededor de la defensa de nociones tales como nación, potestad y soberanía, nos interpelan hoy con nuevos paradigmas que son consecución natural de aquellos, tales como solidaridad, alteridad y liberación, en palabras de un autor muy respetable. Uno de estos bicentenarios ha sido el de la Constitución de Cádiz de 1812. Recordarlo ha sido ocasión para advertir que más allá del breve lapso jurisdiccional de este ordenamiento, su novedad fue reunir bajo un mismo foro a representantes de los pueblos asentados al otro lado Atlántico y del Pacífico, que para estupor de sus pares europeos, plantearon puntualmente, con voz grave y madura y esmerado aliño en sus argumentos, reclamos justos e impostergables, anticipo también de la gradual emancipación que se irá produciendo en la América continental española a la vuelta de pocos años. Los actos llevados a cabo con motivo del 200 aniversario de la Constitución gaditana ha de inspirarnos en México para resaltar una efeméride similar que ya galopa hacia nosotros: el primer centenario de la vigente Constitución Política de 1917, y poco más allá, el bicentenario de la promulgación del Acta Constitutiva de la Federación Mexicana y de la Carta Magna de 1824, germen de los Estados Unidos Mexicanos. Ahora bien, que nos demos a la tarea de ponderar el mérito de estos proyectos desde su espíritu: ser el cimiento de un sistema de derecho, nos coloca ante el deber de escuchar de nuevo las voces trepidantes de quienes con una gallardía tal vez idealista pero legítima, sometieron en Cádiz la potestad del monarca al imperio de la ley, reconocieron la soberanía a la nación, abolieron los señoríos, decretaron la libertad de imprenta, suprimieron el Tribunal del Santo Oficio y transformaron al vasallo en ciudadano, modelando con ello los sillares de la política moderna y los 7

postulados que produjeron la Independencia de México. El Acta Constitutiva de la Federación Mexicana le dio a nuestra patria el sistema republicano de gobierno que prevalece hasta el presente y la Constitución promulgada en octubre de 1824 es el fruto del consenso político que forjó al país que hoy nos cobija. Desde esta perspectiva emerge la participación de un legislador que fue puente entre dos eras, y sin empuñar las armas ni manchar con sangre sus hábitos, mantuvo la serena ecuanimidad que la transición exigía: la de una revolución política que puso fin al Antiguo Régimen y dio la bienvenida a un nuevo Estado en el concierto de los pueblos. Nos referimos a uno de los artífices del parlamentarismo hispanoamericano y su tradición legislativa, José Miguel Gordoa y Barrios, quien representó a los habitantes de Zacatecas ante las Cortes de Cádiz y fue también diputado por ellos ante el Segundo Congreso Mexicano. Oriundo de Sierra de Pinos, Zacatecas, donde nació en el año de 1777, el doctor Gordoa desarrolló una fulgurante carrera académica en San Miguel el Grande (hoy de Allende), Zacatecas, la ciudad de México y Guadalajara. Fue electo Diputado por la provincia de Zacatecas ante las Cortes Generales y Extraordinarias de la monarquía española en 1810; presidió el cierre de los trabajos legislativos de ese Congreso en septiembre de 1813; desempeñó diversos cargos en el ámbito académico y eclesiástico, y a fines de 1823, designado nuevamente Diputado por Zacatecas ante el Segundo Congreso Mexicano, presidió el acto de promulgación del Acta Constitutiva de la Federación Mexicana del 31 de enero de 1824 y poco después rubricó la Constitución de 1824. Reseñando su participación en estas lides, bien podríamos decir que el doctor Gordoa alcanzó las virtudes inherentes al buen legislador: claridad y autonomía de pensamiento; capacidad para escuchar al otro, sensibilidad ante las necesidades de sus representados, destreza para proponer y persuadir, honestidad consigo mismo y con su encomienda y sobrada disposición intelectual para el buen desempeño de la misma. Por tan meritoria labor al servicio de sus coterráneos, la LXI Legislatura del Estado de Zacatecas honra ahora la memoria del ilustre tribuno zacatecano coeditando dos libros: José Miguel Gordoa: el drama de la transición política, 1777-1832 y Más que huellas de papel. Jirones de vida de don José Miguel Gordoa. Documentos, correspondencia, discursos, bajo la premisa de que conociendo la vida y obra de figuras de la talla del Diputado Gordoa, la nación mexicana revalorará la importancia de personajes que sin ánimos sectarios blandieron principios y arengas con el sólo deseo de consolidar una nación libre, justa, democrática e incluyente. 8

Es así como ve la luz esta edición conmemorativa, publicada en el marco de la sexta Asamblea Plenaria de la Conferencia Permanente de Congresos Locales convocada en la ciudad de Zacatecas, como digno referente de la transcendencia social y política del quehacer legislativo. Diputados integrantes de la Comisión de Régimen Interno y Concertación Política LXI Legislatura del Estado de Zacatecas Ciudad de Zacatecas, diciembre de 2014

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Palabras liminares

El trabajo de investigación emprendido por el doctor Martín Escobedo Delgado para rescatar del ostracismo a su coterráneo pinense José Miguel Gordoa y Barrios (1777-1832) tiene un triple mérito: es el fruto de las fatigas de un prolijo buscador de datos que en pos de un rico filón nos ofrece ahora pormenores casi desconocidos de un perfil por diversos motivos señero; es la obra de un artífice que ha recabado en sus pesquisas elementos de conocimiento a favor de un zacatecano que aunque cavó hondo en la cepa que cimenta la casa común de los mexicanos, cayó en el olvido por no haber empuñado el sable o el fusil — ni el de acero y pólvora ni el de tinta y argumentos incendiarios —, y es una moción de orden para que los custodios de las figuras de bronce del panteón patrio recuerden que en su galería no están todos los que son ni son todos los que están. Nuestro autor sabe dónde pisa. Ha publicado ya de su personaje el libro Por el bien y la prosperidad de la nación. Vicisitudes políticas de don José Miguel Gordoa, diputado por Zacatecas en las Cortes de Cádiz (2010), y dos estudios monográficos: “Promover los derechos y justos intereses de los ciudadanos. El rol político del zacatecano José Miguel Gordoa en las Cortes de Cádiz” (2012) y “Un Diputado pinense en las Cortes de Cádiz” (2012). Ahora redondea lo acometido con la obra que anteceden estas líneas. La memoria del Doctor Gordoa la encubrió el cascajo de la picota liberal del siglo XIX, impelida a reinventarlo todo — incluso la Historia, como si ello fuera posible — desde su propio discurso, y no satisfecha con arrasar buena parte de los monumentos del pasado, enalteció a sus adalides para velar sus traspiés. Empero, el reemplazo de los símbolos que antes encarnaban el altar y el trono no pudo deshacerse de los antecedentes hispanos, de modo que emulando los tiempos de la conquista, nuestros liberales elevaron sus tabernáculos patrios en el mismo lugar donde estaban los signos de convalidación de sus oponentes: en los nombres de ciudades, pueblos, plazas, calles y escuelas; en las solemnidades, fiestas y memorias cívicas del nuevo calendario “litúrgico”, usando como mamposta para los pedestales y nichos del nuevo santoral los escombros de los basamentos antiguos. 11

Irónicamente y a despecho de la admiración nunca oculta de los primeros liberales mexicanos, del culto patrio nació el encendido antiamericanismo que se volcó de forma tardía en las manifestaciones culturales que hace un siglo impregnaron a las instituciones públicas de tinte nacionalista cuando el proceso de yanquización de Hispanoamérica era ya irreversible. Habiendo pasado tantos años, los legatarios de la herencia del liberalismo decimonónico, desde un planteamiento autocrítico debemos preguntarnos: ¿qué hemos sido y somos respecto a la “nación modelo” los que vivimos al otro lado de sus fronteras? ¿Cómo impactó a nuestras culturas amerindias la estadounidense, cuya voracidad no tuvo escrúpulos para extender su frontera sudoeste en 1849 como lo hizo? ¿Qué pasó en la antigua Nueva España entre 1821 y aquella fecha como para que nada evitara esta catástrofe? El libro José Miguel Gordoa: el drama de la transición política, 1777-1832 se coloca al filo de tal empalme no para responder a dichas cuestiones sino para presentarnos la vida y la obra de un testigo y actor de estos hechos, nieto de vascos e hijo de un hábil terrateniente. Es la historia de un niño que a la tierna edad de seis años dejó la casa paterna en Sierra de Pinos para comenzar un largo noviciado intelectual que lo llevó del Colegio de San Francisco de Sales de San Miguel el Grande al de San Luis Gonzaga en Zacatecas y de éste al de San Ildefonso en la Ciudad de México, antes de alcanzar las borlas de doctor en Teología por la Real Universidad Literaria de Guadalajara. Hasta aquí nada distrajo la trayectoria impoluta de una vida al destinada a diluirse en el “carrierismo” clerical, aunque no consta que en esos parámetros se moviera quien apenas ordenado presbítero se adhirió en calidad de misionero oblato al Oratorio de San Felipe Neri de Guadalajara. A la edad de 33 años, en 1810, la vida de José Miguel Gordoa dio un inesperado viraje: sorpresivamente para él fue electo para representar a su patria chica, la provincia de Zacatecas, ante las Cortes de Cádiz, toda vez que por entonces a los miembros del estado clerical no les estaba vedado involucrarse en los ámbitos de la vida pública como hoy lo impiden las leyes canónicas y civiles. Pero ¿qué podía esperar de un teólogo la primera asamblea parlamentaria en redactar la Constitución política de la monarquía española? ¿Cómo su voz podía resonar en medio de tantas provenientes de diversas partes del mundo? Mucho, según el diario de los debates, donde consta que nuestro Doctor pinense aplicó con tino y provecho su rico bagaje intelectual y sus destrezas para argumentar lo tocante a la redacción del nuevo orden legal, diseñado para impedir la descomposición social padecida en España aun antes de la invasión de los franceses en 1808. 12

Por esta investigación venimos a enterarnos cómo el diputado por Zacatecas fue adquiriendo gradualmente conciencia de la enormidad de sus facultades, no limitándose a representar los intereses de su provincia ante las Cortes, sino participando a fondo en los debates que alumbrarán el primer ensayo de un sistema de derecho en el trono español, y que sin necesidad de envidiar los destellos protagónicos y luminosos de sus coterráneos Miguel Ramos Arizpe y José Miguel Guridi y Alcocer, su talante conciliador y propositivo, valiente y oportuno, le hará saltar a la palestra en reiteradas y contundentes ocasiones. Ya la mera circunstancia de haber presidido la clausura de las primeras Cortes, el 14 de septiembre de 1813 nos lo presentan de cuerpo entero, tanto como la paradigmática pieza oratoria que compuso para tal acto. Cumplida su encomienda, el Doctor Gordoa volvió sobre sus pasos. Cerraba el periplo gaditano para comenzar otro no menos relevante: hacer operativa la rica experiencia de su participación en las Cortes en diversas encomiendas que irá asumiendo de forma competente y ejemplar, de lo cual sabemos tanto por este libro como por su volumen complementario: Más que huellas de papel. Jirones de vida de don José Miguel Gordoa. Documentos, correspondencia, discursos, cantera que abre a la investigación otras líneas dignas de ser exploradas. El joven eclesiástico que zarpó a Cádiz a finales de 1810 regresó en 1815 maduro y experimentado. La Nueva España que dejó ya no era la misma. Ni la diócesis de Guadalajara. Ni el obispo don Juan Cruz Ruiz de Cabañas. Vamos, ni siquiera los alumnos del Seminario Conciliar o los estudiantes de la Universidad, los primeros en beneficiarse del retorno de Gordoa, al que recuperarán en la cátedra brillante y sabio, pero también con las cicatrices del navegante que ha surcado los siete mares en sus partes más picadas y procelosas. Quien retorna al lar patrio como medio racionero del cabildo eclesiástico —escaño ínfimo en esa corporación—, pronto encabezará servicios agotadores: como rector del Seminario Conciliar, rector de la Real Universidad Literaria; representante ante la legislatura local, diputado por Zacatecas ante el Congreso Constituyente de 1824; canónigo lectoral, vicario capitular y gobernador de la Mitra en sede vacante y, finalmente, como primer obispo electo para Guadalajara luego de la Independencia. Tal vez por ello su vida no fue larga. Tampoco breve: algo más de medio siglo. Muy esforzado, en poco tiempo vivió mucho, incluso lo que no hubiera querido: el surgimiento de animadversiones que anudaron el ánimo público al grado que sólo la espada pudo desatarlo. Ese capítulo ya no lo vivió Gordoa. La Providencia le ahorró tales cuitas, aunque sí sufrió sus prolegómenos. 13

De todo esto versa esta obra, la cual, sin apartarse de la secuencia cronológica de sus fuentes y del carácter biográfico que le sirve de excusa, es ante todo una disección social de los años germinales al nacimiento de los ‘Estados Unidos Mexicanos’. Es la reconstrucción de la trayectoria de alguien que además de adquirir las herramientas y el método del trabajo intelectual, se acogió a un estilo de vida para el cual se sentía llamado, al que le fue coherente, sirviendo a otros de inspiración; es el itinerario de un gran armonizador social en momentos medulares para el nacimiento de México, que participó de forma concisa la definición de una ruta que sin timoneles como él habría seguido otros derroteros. Aplicándole lo que san Pablo dice de Cristo, Gordoa siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Cuando murió sus posesiones eran dos bienes raíces: una hacienda que heredó de sus padres en la provincia de Sierra de Pinos y una casa cuya hipoteca cedió a una sobrina suya. Lo demás, incluso su ajuar prelaticio, no era suyo. A decir de quienes lo trataron fue virtuoso y prescindió de nepotes. También brillante, sin poses ni histrionismo, en todo lo que se le encomendó. Pudo cumplirlo todo de forma satisfactoria. Fue un hombre de Iglesia, y como tal concluyó sus días, agotándolos por el sentido del deber derivado de su última encomienda. No le aplastó el peso de la mitra —la gobernaba desde muchos años antes—, pero sí fue temerario echarse al camino para la visita pastoral con una salud endeble y comenzar por el viento sur de su jurisdicción, el más insalubre. La hazaña le llevó a la tumba pero no pudo arrebatarle la satisfacción del deber cumplido. Sus restos no descansan en tumba conocida, aunque los indicios apuntan al osario episcopal catedralicio. Su corazón, en cambio, está en la parroquia de San Matías, en Sierra de Pinos, donde comenzó a latir en 1777. Mucho de lo que hizo José Miguel Gordoa sigue vivo. Arrinconaron su memoria quienes dividieron a los forjadores de México en dos razas: gigantes y enanos. Para figurar entre aquellos los que hicieron tal cosa treparon sobre los hombros de sus antagonistas, para verlos desde esa cumbre pequeñitos. Consumada su hazaña apelaron luego a la exclusión y al olvido. No tomaron en cuenta lo dicho humildemente por un verdadero coloso, Isaac Newton: “si he logrado ver más lejos ha sido porque he subido a hombros de gigantes”. Cierren estas palabras liminares dos párrafos de Gabriel Zaid que anticipan mucho el hilo conductor de los que siguen: En la Nueva España, el fomento de la cultura estaba a cargo de los sectores que más pesaban en la sociedad: la corte, la Iglesia, los ricos. La tradición se rompió 14

en el siglo XIX, por las guerras de Independencia y de Reforma. Lo urgente fue desplazando a lo importante. Un Estado inestable no podía ser el relevo de la corte en el fomento de la cultura. Como si fuera poco, la Reforma confiscó los recursos de la Iglesia y exterminó al Partido Conservador. Los liberales vieron la importancia política de apoderarse de la educación, que estaba a cargo de la Iglesia, pero no querían ser conservadores de lo que veían como un lastre: la cultura indígena, la cultura católica, la cultura virreinal. Veían en España y Francia el peligro de un retorno colonial. Tenían los ojos puestos en los Estados Unidos, el futuro, el progreso, la tecnología, la iniciativa privada y la apertura comercial. Ni el presidente Juárez ni los nuevos ricos beneficiados por el liberalismo dieron importancia al fomento de la cultura. Las fuentes de patrocinio virreinal no fueron reemplazadas, sino destruidas, el primer medio siglo del México independiente (Letras Libres, Vol 5, México, diciembre del 2006, p. 148).

En el último lustro han soplado nuevos vientos para la memoria de José Miguel Gordoa. En el año 2010, el 24 de junio, se develó su nombre en letras doradas en la sala de sesiones del Congreso zacatecano; un mes más tarde, el 26 de julio, se depositó una ofrenda floral y se montó una guardia de honor al pie de una de las placas de la calle que lleva su nombre nada menos que en Madrid. El 26 de abril del 2012 tuvo lugar una Jornada Académica dedicada a la Constitución gaditana en la capital de Jalisco; en la ceremonia inaugural, el actual sucesor de Gordoa al frente de la Mitra de Guadalajara, cardenal don José Francisco Robles Ortega, reconoció el esfuerzo del parlamentario por ofrecer a sus representados el primer cuerpo legal que estableció la división tripartita de poderes, abolió los estamentos, removió los gravámenes y las trabas fiscales al comercio, limitó las pretensiones del monarca y sembró un modelo al que habrán de mirar reiteradas veces las legislaciones ulteriores en los antiguos dominios hispanos de ultramar.

Hace un año exactamente, el 14 de septiembre del 2013, la alcaldesa de Cádiz, doña Teófila Martínez, en presencia del Embajador de México en España, don Francisco Ramírez Acuña, develó una placa memorial en el número 16 de la calle de Montañés, sitio exacto donde vivió el diputado doceañista durante su estancia en ese puerto hace más de dos siglos.

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A lo anterior se suman ahora los dos volúmenes de esta obra, coeditada por la LXI Legislatura de Zacatecas 2013-2016 y el Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara. Si justicia es dar a cada uno lo suyo, nunca es tarde para darle honor a quien lo merece. Guadalajara, Jalisco, 14 de septiembre del 2014 Tomás de Híjar Ornelas, Pbro. Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara

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Un individuo en su circunstancia histórica a) Preámbulo Eran los últimos días del mes junio de 1832. Con gran aflicción, el clero y la feligresía de Guadalajara oraban en templos y casas por su obispo, quien agonizante yacía en la Quinta de Camacho, al poniente de la ciudad. Sabedor de la gravedad de su afección, el prelado había pedido recibir en su lecho la sagrada Eucaristía diariamente. Impedido para caminar, también rogó el favor extraordinario de poder ver ahí mismo a la santísima Virgen de Zapopan para encomendarle su alma. Luego de varios días en que con humildad y resignación soportó dolores intensos, finalmente, el 12 de julio de 1832, cuando el reloj marcaba las nueve de la noche con tres minutos, expiró José Miguel Gordoa y Barrios.1 En cuanto la sonora campana mayor de catedral anunció su muerte, numerosos pobladores sin distingo de condición, «con el corazón oprimido por el dolor, corrían presurosos hacia la casa donde acababa de morir el Sr. Gordoa, para derramar una lágrima o exhalar un suspiro sobre el cadáver inmaculado de aquel que llamaban su Padre amoroso, su Pastor querido […]».2 Pero, ¿quién fue este personaje capaz de convocar en su agonía a una ciudad entera, a pesar de las diferencias políticas que a la sazón la fragmentaban? ¿Cuál fue su labor en la difícil encrucijada que enfrentó México en las primeras décadas del siglo XIX, justo en su transición de colonia a país independiente? ¿Por qué es importante conocer su vida, pensamiento y legado? José Miguel Gordoa experimentó, en efecto, la dramática transición política durante la cual la Nueva España se transformó en una nación libre e independiente: México, país que luego de diversas vicisitudes elegiría la república como sistema de gobierno. Desde luego, el tránsito de un régimen a otro no fue terso. La invasión napoleónica de 1808 en España repercutió profundamente en el territorio novohispano. La abdicación regia y el inicio de la guerra de patriotas contra franceses —ambos fenómenos peninsulares—, desencadenaron en la Nueva España un proceso plagado de incertidumbre que puso en entredicho los valores, principios, imaginarios y prácticas prevalecientes localmente. Si a esto se le agrega la insurrección encabezada por Miguel Hidalgo, al igual que el influjo del movimiento constitucional con epicentro en Cádiz, las consecuencias del regreso de Fernando VII, los Tratados de Córdoba, la independencia nacional y el difícil camino que emprendió el balbuceante país para inventarse a la luz de nuevas Véase: Pedro Barajas, Elogio fúnebre del Ilustrísimo Sr. Dr. D. José Miguel Gordoa, dignísimo Obispo de esta Diócesis, Imprenta de Rodríguez a cargo de Trinidad Buitrón, Guadalajara, 1833. 2 José Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara, Tomo IV, Cultura, México, 1967, pp. 576-577. 1

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premisas políticas, entonces es preciso reconocer el carácter complejo, zigzagueante y dinámico que caracterizó al periodo durante el cual vivió José Miguel Gordoa. Pero, no sólo vivió en este complicado episodio, sino que aún lo protagonizó. Residiendo en Guadalajara, organizó en 1808 la Jura a Fernando VII y apoyó lo dispuesto por la Junta Central. Meses después, fue electo representante por la provincia de Zacatecas a las Cortes gaditanas, órgano que llegó a presidir. De regreso a Guadalajara, fue nombrado rector del Seminario Tridentino de San José y, más adelante, de la Universidad local, además de formar parte de la Diputación Provincial y ser electo Diputado para el flamante Congreso tapatío. En el primer tramo de la independencia de México, su estado natal, Zacatecas, lo nombró de nueva cuenta su diputado, ahora ante el Congreso Mexicano, del que también llegó a ser Presidente. Promulgada la Constitución de 1824, José Miguel Gordoa retornó a la capital jalisciense donde desempeñó cargos preeminentes en la diócesis hasta convertirse en su obispo. Este desempeño político-eclesiástico lo convierte en un hombre privilegiado que intervino palmariamente en la transición política gestada en estas tierras. Por lo anterior, estamos convencidos de que al seguir la trayectoria de José Miguel Gordoa en el marco general de la transformación política aludida, se pueden clarificar o desvelar en cierta medida, algunas partes borrosas u oscuras del proceso que llevó a México a erigirse en una nación independiente, ya que en este tránsito participaron colectividades sin rostro, grupos identificados, pero también individuos. Por eso resulta pertinente centrar la atención en el desempeño político de un personaje que con su labor participó activamente en la titánica tarea de mantener a flote a la monarquía y, más adelante, en la difícil encomienda de construir un nuevo país. En este tenor, la presente obra explora la figura de José Miguel Gordoa y su trascendental desempeño en la complicada circunstancia política suscitada en este territorio durante el primer tercio del siglo XIX, con énfasis en su desempeño como Diputado gaditano. Eso significa que el foco será este personaje político y eclesiástico, pero ubicado siempre en su coyuntura histórica: una época dinámica, paradójica y a veces contradictoria. Enlazar individuo y contexto es fundamental porque un elemento no puede explicarse sin el otro. Así, parafraseando a Ortega y Gasset, esta obra explicará y analizará a Gordoa inmerso en su circunstancia. Dar cuenta de la vida, el pensamiento y la obra de José Miguel Gordoa significa avanzar tierra adentro en el discurso político del lapso en cuestión, espacio nada homogéneo ni unidimensional. Esta característica se explica porque los lazos de unión entre política y religión son muy notorios durante el periodo, pero, además, por la circunstancia política presente en el mundo hispano: el carácter plural de los discursos y la elasticidad adquirida por los conceptos políticos, originó 18

un cruento enfrentamiento semántico para definir el destino de la monarquía y, más tarde, el rumbo de México. En esta disputa, José Miguel Gordoa libró batallas políticas fundamentales que contribuyeron a definir el derrotero del país durante las primeras décadas del siglo XIX. Así, conocer su actuación en la coyuntura que llevó a México a erigirse en Estado independiente y valorar su legado político, son factores que coadyuvarán a entender mejor el proceso de la transición mexicana de reino a país independiente. Así, se propone pasar de la biografía a la historia; dar cuenta del itinerario intelectual, político y eclesiástico de José Miguel Gordoa, para, de la mano con él, conocer el entramado político construido primero en la Nueva España y después en México. Reconocemos que este proceso ha sido explicado a partir de trabajos panorámicos, cuyo foco es el orbe hispano, o bien, los nacientes países conformados tras la disolución de la monarquía española. Consecuencia de ello, hoy en día existe un buen número de trabajos que exponen desde una perspectiva general lo ocurrido hace doscientos años en la Península y la América española. Sin embargo, ni en la historiografía del tema ni del periodo abundan trabajos en el sentido inverso. Es por ello que este estudio explica el proceso independentista de México a trasluz de la vida de un individuo; protagonista del ocaso de la Monarquía y el surgimiento de la República, inédita y complicada circunstancia que implicó la muerte de valores y prácticas tradicionales y la emergencia de una nueva visión del mundo. Esta compleja superposición de paradigmas políticos fue lo que definió al periodo y lo que determinó al proceso político de la transición, donde José Miguel Gordoa desempeñó un papel fundamental. b) José Miguel Gordoa en la historiografía Hasta hace algunos años, el Dr. José Miguel Gordoa y Barrios había pasado desapercibido en la historiografía mexicanista. En el horizonte de la historia patria –tan difundida por los centros escolares y por algunos historiadores oficialistas del país– su nombre fue omitido o, en el mejor de los casos, apareció esporádicamente. En lo concerniente al proceso de independencia de México, el sitio de honor en el panteón de los personajes ilustres fue ocupado por los «hombres que nos dieron patria y libertad», ésos que, según la tradición, ofrendaron su sangre por hacer de México un mejor país: Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, José María Morelos y Vicente Guerrero. Esta versión nacionalista inaugurada en el primer cuarto del siglo XIX –y que aún persiste– destacó la participación de hombres inmaculados que en circunstancias adversas lucharon contra los españoles. Luego de una serie de vicisitudes y sacrificios, consiguieron la independencia, acto que los ubica como forjadores de la nación. Esta narrativa considera al aspecto bélico como motor de la 19

historia, confundiendo así el episodio insurgente con el proceso independentista, lo que ocasiona múltiples problemas interpretativos, así como olvidos y exclusiones. En esta versión, personajes como José Miguel Gordoa guardan poca relevancia y son mencionados tangencialmente, sólo por el hecho de que no participaron en la guerra ni protagonizaron (supuestamente) acción heroica alguna. No obstante lo anterior, la historiográfica sobre el proceso de Independencia de México ha evolucionado.A los planteamientos que ubicaban el origen de la emancipación mexicana en las ideas ilustradas y en la Revolución francesa, le siguieron otros que subrayaron el importante influjo del constitucionalismo gaditano, propiciando así un viraje crucial que avanzó de lo bélico a lo político. Es decir, en el proceso independentista de México, se le restó valor a los hechos y personajes que desempeñaron roles destacados en la guerra, reconociendo en adelante que el surgimiento del Estado mexicano es un fenómeno eminentemente político. Dentro de esta perspectiva teórica, surgen nuevas metodologías historiográficas, se exploran fuentes inéditas, se hacen preguntas más ingeniosas y se reinterpreta lo ocurrido en el complejo, contradictorio y zigzagueante proceso que llevó a la Nueva España a convertirse en una nación libre y soberana.3 Es también dentro de esta línea interpretativa donde aparecen estudios acerca de las Reformas borbónicas, las Cortes de Cádiz, la Constitución Política de la Monarquía Española, las Diputaciones Provinciales, el liberalismo en la Nueva España y el primer constitucionalismo mexicano. Precisamente, en esta corriente historiográfica se incluyen los conceptos políticos y los personajes que participaron en el debate de las ideas que paulatinamente dieron forma a lo que hoy es México. Quienes se han encargado de historiar el papel que desempeñaron los que con su discurso y pensamiento construyeron a México como Estado-nación, han destacado los méritos de Francisco Primo de Verdad, fray Melchor de Talamantes, Francisco Severo Maldonado, José Miguel Guridi y Alcocer, José Miguel Ramos Arizpe, fray Servando Teresa de Mier y José Joaquín Fernández de Lizardi.4 Para conocer la evolución historiográfica sobre la Independencia de México véanse Alfredo Ávila, “Interpretaciones recientes en la historia del pensamiento de la emancipación”, y Virginia Guedea, “La historia política sobre el proceso de Independencia”, en Alfredo Ávila y Virginia Guedea (coords.), La independencia de México. Temas e interpretaciones recientes, UNAM, México, 2010, pp. 17-39 y 41-64. 4 Véanse algunas de las obras más representativas sobre los políticos en mención: Jesús Barbosa, “El itinerario de un abogado provincial: José Miguel Guridi y Alcocer, 1775-1842”, en El mundo hispánico: preámbulo de las independencias, Fideicomiso Colegio de Historia de Tlaxcala, Tlaxcala, 2009. Rafael García y Graciela Núñez (coords.), Guridi y Alcocer, la esencia en Cádiz, Instituto Tlaxcalteca de Cultura-Sociedad de Geografía, Historia, Estadística y Literatura del Estado de Tlaxcala, México, 2012. Juan Pablo Pampillo, “El pensamiento independentista de Fray Melchor de Talamantes y su proyecto de organización constitucional”, en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, UNAM, México, vol. XXI, 2009, pp. 57-101. Héctor Cuauhtémoc Hernández y Juan Manuel Pérez (editores), Fray Melchor de Talamantes. Escritos póstumos, 1808. Edición conmemorativa en el bicentenario de su muerte, CIESAS / UAM, México, 2009. Luis González Obregón, Don José Joaquín Fernández de Lizardi (El Pensador mexicano). Apuntes biográficos y bibliográficos, Oficina tipográfica de la Secretaría de Fomento, México, 1888. El Despertador Americano, Comisión Nacional para las celebraciones del 175 aniversario de la Independencia Nacional y el 75 aniversario de la Revolución Mexicana, México, 1985. 3

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Sin embargo, otros individuos con iguales o mayores merecimientos, han sido abordados en menor medida porque la historiografía del siglo XIX centró la atención en personajes identificados con la ideología liberal, excluyendo a otros que comulgaron con planteamientos monárquicos o moderados. Es el caso del Dr. José Miguel Gordoa, eminente político y eclesiástico que desempeñó un rol esencial en la configuración de México como Estado nacional y del que, dijimos, participó como diputado en las Cortes Generales y Extraordinarias desarrolladas en Cádiz, llegando a fungir como su presidente; formó parte del Segundo Congreso Mexicano —órgano al que también presidió—, y defendió con especial ahínco a la Iglesia católica frente a los embates de los liberales tapatíos, acción que definió la fisonomía política de México durante una buena parte del siglo XIX. Siendo José Miguel Gordoa una figura tan importante en el escenario de la transición política de Nueva España a México, estudiar su pensamiento y su obra es también un acto de justicia. Recientemente ha llamado la atención de algunos investigadores. A continuación, se enumeran los trabajos que abordan algunas facetas de su vida, subrayando que en ellos el tratamiento otorgado al Dr. Gordoa es diverso. El cúmulo de investigaciones localizadas y consultadas es posible clasificarlas en tres grupos: a) las de carácter general que citan a nuestro personaje en pocas ocasiones con el único objeto de contextualizar la historia que cada una de ellas refiere; b) las de corte biográfico y c) aquellas que lo retoman como elemento primordial en la trama histórica del periodo. Entre las obras de índole general que mencionan tangencialmente a José Miguel Gordoa se encuentran: el Bosquejo histórico de Zacatecas, de Elías Amador;5 De las Cortes de Cádiz al Primer Congreso General y Estatal de Zacatecas, cuya autoría corresponde a Mario Núñez;6 Los dilemas de la organización autónoma: Zacatecas, 1808-1832, que elaboró Mercedes de Vega7 y Los señores de Zacatecas. Una aristocracia minera del siglo XVIII novohispano, de Frédérique Langue.8 Elías Amador, quien publicó su investigación en dos tomos hacia el final de la centuria decimonónica, da cuenta sobre la historia de Zacatecas desde la época prehispánica hasta 1857. Sobre el lapso de nuestro interés, el autor resalta la intervención de algunos cabecillas insurgentes en diferentes episodios bélicos Elías Amador, Bosquejo Histórico de Zacatecas, 1810-1857, t. II, Imprenta del Hospicio de Niños, Guadalupe, Zac., 1892. 6 Mario Núñez, De las Cortes de Cádiz al Primer Congreso Constituyente General y Estatal de Zacatecas: Nuevos actores políticos, Tesis de Maestría en Historia, Universidad Autónoma de Zacatecas, Zacatecas, 2000. 7 Mercedes de Vega, Los dilemas de la organización autónoma: Zacatecas, 1808-1832, El Colegio de México, México, 2005. 8 Frédérique Langue, Los señores de Zacatecas. Una aristocracia minera del siglo XVIII novohispano, Fondo de Cultura Económica, México, 1999. 5

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efectuados en la entidad; acerca de la participación del Dr. Gordoa en el proceso independentista, Amador únicamente menciona datos raquíticos y aislados, destacando el papel que el eclesiástico desarrolló como representante de la provincia de Zacatecas en las Cortes hispanas. Por su parte, Mario Núñez, en su afán por explicar la conformación de una nueva clase política en el ámbito local, aporta varios datos que abarcan ciertos aspectos familiares, formativos y políticos de nuestro personaje, sin averiguar con mayor profundidad la participación de Gordoa en el Congreso gaditano. Quien estudia el complicado proceso de la transición en Zacatecas desde la perspectiva de la «Nueva Historia Política» es Mercedes de Vega. Considerando los antecedentes coloniales, la autora toma como punto de partida la crisis política de 1808 y su repercusión en el territorio local. Según el argumento de De Vega, las inéditas circunstancias ocasionadas por la invasión francesa a la península dieron paso al surgimiento de una nueva cultura política en la que destacó José Miguel Gordoa. En el libro de dicha autora se hace referencia al trabajo legislativo que el zacatecano emprendió en Cádiz, no obstante, pese a que el arco temporal de la obra cierra en 1832, no se hace alusión a la labor parlamentaria de Gordoa en el Segundo Congreso Mexicano, actividad trascendental para comprender los derroteros que siguió la transición política en México. Quizá por esta omisión —que desvela una faceta moderada del eclesiástico— la autora asevera que nuestro personaje militó en el bando liberal, afirmación inexacta, pues, como se verá más adelante, en un periodo tan incierto y complejo como el que nos ocupa, es difícil encasillar a un individuo en un cartabón político determinado. Otra estudiosa del pasado zacatecano alude la participación de Gordoa en las Cortes de Cádiz. En su libro, Frédérique Langue recalca la importancia financiera del clan Gordoa y sus nexos políticos y económicos con otras familias prominentes. También acentúa el desempeño legislativo de nuestro personaje, empero, no analiza la importancia política de su labor ni la influencia de su actividad en el zacatecano suelo. Sobre las investigaciones citadas con antelación, es preciso aclarar que ninguna tiene como propósito central explicar el pensamiento político de nuestro personaje ni el rol que éste desempeñó en el periodo aludido, más bien resuelven problemas planteados en el planteamiento mismo de cada obra: Amador traza el devenir histórico de Zacatecas; Núñez explica las condiciones que condujeron a la gestación y consolidación de una clase política que trascendió el ámbito doméstico, llegando a protagonizar encarnizadas batallas en el escenario nacional para imponer un proyecto de país que prefiguró entidades federativas fuertes y un centro débil; De Vega analiza el conjunto de vicisitudes por las que atravesó Zacatecas en su tránsito de Intendencia a Estado libre y soberano, resaltando la 22

encrucijada que enfrentaron los políticos del terruño al privilegiar la organización autónoma, restringir las libertades municipales y enfrentar los intentos centralistas que buscaban sujetar a la entidad; por último, Langue muestra los mecanismos que implementaron los ricos mineros y comerciantes locales para hacer menos frágiles sus fortunas: de la explotación minera en solitario pasaron a la organización empresarial, a la diversificación de sus inversiones y al uso de la tecnología, también dominaron el espacio político particular extendiendo sus tentáculos hasta el virreinato y a la metrópoli misma. Esto los llevó a engrandecer la ciudad y a erigirse en los hombres más ricos del mundo de ese entonces. Reconocido lo anterior, no es posible encontrar en las obras citadas amplia información sobre nuestro personaje. Sólo se toman como referencia para ayudarnos a entender las circunstancias locales que condujeron a la elección del Dr. Gordoa como representante de Zacatecas ante las Cortes de Cádiz, además de proporcionar un excelente marco para conocer la especificidad de la provincia durante el proceso de la transición política. Si el propósito es aumentar el conocimiento acerca de Gordoa, entonces es menester citar las obras biográficas sobre él. Entre las investigaciones que abordan con algún detenimiento la vida y obra del Dr. Gordoa, está la de Juan B. Iguíniz,9 dos más de Ignacio Dávila Garibi,10 otra correspondiente a José María de Labra,11 una más de Juan Real Ledezma,12 y, cerrando este grupo, no debe dejarse de lado el Diccionario Biográfico de Parlamentarios Españoles.13 Iguíniz brinda algunos datos sobre la formación académica de Gordoa, resaltando que de la Ciudad de México el zacatecano se trasladó a la recién fundada Universidad de Guadalajara, donde obtuvo el grado de licenciado y la borla doctoral.14 Juan Real Ledezma también refiere algunos datos biográficos y parte de la actuación de Gordoa en las Cortes de Cádiz. Mas lo retoma para hacer notar que, actualmente, la clase política es detestada por su mezquina actitud, muy contraria a la mostrada por el primer diputado moderno de Zacatecas, justamente en el Juan B. Iguíniz, Catálogo bibliográfico de los Doctores, Licenciados y Maestros de la Uni­versidad de Guadalajara, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1963. 10 José Ignacio Dávila Garibi, Recopilación de datos para la historia del Obispado de Zacatecas, Tomo I, Antigua Librería Robledo, México, 1960. Del mismo autor: Apuntes, 1967, op. cit. 11 Rafael María de Labra y Martínez, Los presidentes americanos en las Cortes de Cádiz, Imprenta de Manuel Álvarez Rodríguez, Cádiz, 1912. 12 Juan Real Ledezma, “José Miguel Gordoa y Barrios: Presidente de las Cortes de Cádiz y del Primer Congreso Constituyente Mexicano”, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, año VI, núm. 3, Arzobispado de Guadalajara, Guadalajara, marzo de 2013. 13 Mikel Urquijo (coord.), Diccionario Biográfico de Parlamentarios Españoles. Cortes de Cádiz, 1810-1814, Cortes Generales, Madrid, 2010. 14 Juan B. Iguíniz, Catálogo, 1963, p. 237. 9

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Congreso hispano. El trabajo de Real Ledezma destaca la intervención de este personaje en la palestra gaditana, así como su indeclinable defensa por los derechos políticos de los descendientes de afroamericanos y demás castas.15 En sus obras, Dávila Garibi reseña la trayectoria eclesiástica y académica de José Miguel Gordoa. No obstante, en cuanto al valor informativo, existe un desequilibrio entre ambas. En la Recopilación de datos… refiere el lugar de nacimiento de Gordoa, la escuela donde realizó sus estudios elementales, así como las instituciones donde prosiguió su formación. También señala cuándo fue preconizado obispo de Guadalajara y aporta un dato curioso: «El corazón de este dignísimo mitrado se conserva aún en el templo parroquial de Pinos, como testimonio del amor que a su patria chica tuvo el Prelado».16 En cambio, en los Apuntes para la historia de la Iglesia…, el tratamiento que Dávila Garibi da a nuestro personaje es más comedido. En una parte inicial, que abarca 33 páginas, da cuenta sobre varios aspectos de su vida: primer obispo de Guadalajara consagrado después de la Independencia de México; genealogía espiritual del eclesiástico; antecedentes biográficos; desempeño al frente de la Diócesis; visita pastoral donde contrajo una grave enfermedad y, por último, relata la muerte del prelado, sin dejar de mencionar las honras fúnebres en su honor. En una segunda parte denominada Sección documental, Dávila Garibi incluye valiosos textos que, al analizarse, proporcionan luz sobre distintas facetas de la vida de nuestro doctor.17 Así, los Apuntes para la historia de la Iglesia… resultó ser una muy importante obra para conocer más de cerca a Gordoa, empero, dicho conocimiento se circunscribe al ámbito eclesiástico. Esto se explica porque el biógrafo fue íntimo colaborador de la Arquidiócesis tapatía. De ahí su interés por destacar este importante aspecto en la vida de Gordoa. Aspecto crucial pero no único, pues el otro elemento constitutivo en la trayectoria de nuestro multirreferido personaje, fue el político. Juan Real Ledezma, “José Miguel”, 2013, p. 35. José Ignacio Dávila Garibi, Recopilación, 1960, p. 158. 17 Los documentos que aparecen transcritos en el libro son: Bula de S. S. Gregorio XVI con motivo del jubileo especial, concedido a la Iglesia de Guadalajara; Relación de méritos con motivo del concurso de curatos vacantes de 1806; Felicitación que como Rector del Seminario Conciliar de Guadalajara y en unión de otros distinguidos miembros de ese plantel envió al Emperador Iturbide con motivo del establecimiento de la Asamblea Legislativa; Acta capitular del 26 de octubre de 1825, en la cual se habla de la elección y nombramiento del Vicario Capitular en sede vacante en favor del Sr. Canónigo Lectoral Dr. D. José Miguel Gordoa y Barrios; Carta Pastoral del Señor Vicario Capitular en la cual comunica al pueblo y clero fiel que Su Santidad León XII concede a la Iglesia de Guadalajara la facultad de elegir sacerdotes para que en ella administren el sacramento de la Confirmación; Edicto del M. I. Sr. Vicario Capitular en sede vacante con motivo de los robos sacrílegos cometidos en varios templos de la diócesis; Carta Pastoral con motivo de su consagración episcopal (algunos párrafos de la misma); Edicto cuaresmal referente al jubileo especial concedido a la Iglesia de Guadalajara, por S. S. Gregorio XVI; Carta de Su Ilustrísima a la Directora del Colegio de Niñas de San Diego; Composición poética anónima escrita el día de la muerte del Ilustrísimo Señor Gordoa. Véase: José Ignacio Dávila Garibi, Apuntes, 1967, pp. 601-658. 15 16

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Precisamente, José María de Labra y el texto que coordinó Mikel Urquijo, acentúan el factor político. El primero ofrece una breve reseña biográfica aunque con algunos datos equivocados. Centra la atención en el ejercicio del tribuno en las Cortes Generales y Extraordinarias, y concluye el apartado con el discurso que Gordoa pronunció en su carácter de presidente del Congreso con motivo del cierre de los trabajos legislativos.18 El segundo también incurre en varias imprecisiones, como los nombres del padre y la madre de Gordoa, la fecha cuando obtuvo el grado de licenciado o el supuesto trajín que efectuó por varias ciudades del virreinato. No obstante, contiene aportaciones correctas, a saber: su brillante y destacado desempeño como parlamentario en Cádiz y su participación en el conflicto IglesiaEstado suscitado en Guadalajara tras las «desmedidas» pretensiones liberales de los gobernantes tapatíos.19 En el rubro de las reseñas sobre nuestro personaje, es necesario considerar al cronista de la ciudad de Zacatecas, licenciado Manuel González, quien en varios artículos periodísticos ha dado noticia de Gordoa. Sobresale el texto «El corazón de José Miguel Gordoa y Barrios»,20 donde ofrece una concisa pero panorámica biografía del eclesiástico. Además, es preciso anotar que en el mundo de la internet, hoy en día se encuentran disponibles varios apuntes biográficos del individuo en cuestión. Si bien las obras enunciadas con antelación contienen importantes datos que esclarecen algunas fases de la vida y obra de Gordoa, lo cierto es que no dejan de ser meras reseñas, es decir, ninguna constituye una biografía en sí. Todas —en mayor o en menor medida—, contienen información valiosa, pero se quedan en la referencia, apunte, dato, pormenor y/o particularidad. En ellas, es poco común encontrar al individuo situado en su contexto; la explicación histórica también es un aspecto poco perceptible. Quienes han analizado al Dr. Gordoa inmerso en la complejidad de la trama histórica que vivió, son un grupo de historiadores de nuevo cuño que, a partir de 2008, han escudriñado en diversos archivos y fondos bibliográficos con la intención de explicar cómo un individuo proveniente de un entorno marginal americano, llegó a ejercer cargos tan importantes en los terrenos político y eclesiástico, primero en la monarquía española, luego en la República mexicana y más adelante en la Diócesis de Guadalajara. El primer trabajo ubicado en esta categoría es el de Veremundo Carrillo Reveles, quien en su tesis de licenciatura en Historia estudia desde el espacio José María de Labra, Presidentes, 1912. Consúltese Mikel Urquijo, Diccionario, 2010, pp. 259-267. 20 Manuel González, “El corazón de José Miguel Gordoa y Barrios”, en El Sol de Zacatecas, 22 de febrero de 2011. 18 19

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zacatecano el proceso inicial a través del cual se fue construyendo la nación mexicana. En este marco, Carrillo muestra la importancia del trabajo parlamentario de José Miguel Gordoa y su influencia en la sociedad local, pues, al retomar las cartas que el eclesiástico enviaba desde Cádiz al Ayuntamiento de Zacatecas, el autor sondea la asimilación del lenguaje constitucional por parte de las autoridades del terruño.21 Un texto que también emplea las epístolas que el diputado Gordoa remitía desde Cádiz al cabildo zacatecano es el de José Enciso Contreras.22 En la geografía textual del escrito, Enciso formula una semblanza de la vida y trayectoria de la figura que nos ocupa; a continuación expone el pensamiento político del tribuno en torno a los derechos del hombre: para ello retoma algunas de las intervenciones del representante en el Congreso gaditano; al final, revela el lado humano del personaje al dar cuenta de las penurias económicas que éste vivió en la ciudad portuaria. La falta de dinero fue una constante que le hizo beber tragos amargos, sin que por ello claudicara en la representación de su provincia. Una historiadora que no ha pasado por alto el fundamental rol de Gordoa en la transición política de México es Mariana Terán. Estudiosa de tan complejo periodo, buena parte de su obra gira en torno a la trascendencia que guardan las Cortes de Cádiz en la conformación de este territorio como Estado nacional. Al explicar tan enmarañado proceso, se vio obligada a recuperar el papel que desempeñó Gordoa en el recinto parlamentario y la repercusión que sus intervenciones tuvieron en ultramar, particularmente en la provincia de Zacatecas. En una entrega semanal publicada en el diario La Jornada Zacatecas, Mariana Terán reflexiona sobre la importancia del Código gaditano: su planteamiento surge al rebatir la tesis consistente en aseverar que las Cortes de Cádiz no tuvieron mayor impacto en la Nueva España.23 La autora toma como base a la Constitución de 1812 para explicar lo acaecido en el terreno político en Zacatecas, sin omitir los ámbitos novohispano y monárquico. En su brillante ejercicio, Terán realza el trabajo parlamentario de Gordoa, al situarlo como uno de los más agudos tribunos en el Congreso hispano: él defendió la igualdad de derechos entre la península y los reinos de ultramar, también luchó por la ciudadanía de las castas con raíces africanas, pugnó por establecer una Diputación Provincial en Zacatecas, además de incidir en la reducción y condonación de impuestos a la industria minera. La Véase: Veremundo Carrillo Reveles, Zacatecas 1808-1814: en busca de la nación, Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad Autónoma de Zacatecas, Zacatecas, 2008. 22 José Enciso Contreras, “Correspondencia de Don José Miguel Gordoa, Diputado a las Cortes de Cádiz, con la provincia de Zacatecas”, en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, Instituto de Investigaciones Jurídicas / UNAM, México, 2010, pp. 177-199. 23 Mariana Terán, La Jornada Zacatecas, Zacatecas, agosto-noviembre de 2012. 21

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autora no se remite únicamente a examinar su actuación en las legendarias Cortes, sino que elucida sobre las consecuencias de esa «gran revolución política» que propició el movimiento constitucional gaditano, a saber, la creación de una nueva cultura política y la erección de México como nación independiente. Es justo esta gran línea política, la que Mariana Terán explora en el libro Por lealtad al rey, a la patria y a la religión…24 Según su dicho, el desenlace independentista de la crisis novohispana materializada en la disolución del pacto monárquico tuvo dos causas generales: la guerra de insurgencia y la revolución política con epicentro en Cádiz. No obstante, ambos procesos imbricados compartieron un valor fundamental: la lealtad. A decir de Terán, la forma como se entendía y se usaba la lealtad entre diversos grupos condujo a un sinnúmero de confusiones, pero también propició prácticas concretas: tanto insurgentes como liberales demostraban ser leales al luchar contra el mal gobierno, por un lado, y, por otro, al legislar para asegurar el bien de la nación; asimismo, los partidarios del Rey expresaron su lealtad con una lucha contrainsurgente sin cuartel y en la defensa a ultranza de los derechos legítimos del monarca. Precisamente es en este amplio contexto donde la autora ubica a José Miguel Gordoa, a quien le dedica un breve apartado en esta obra. Sobre nuestro personaje, la doctora Terán refiere la elección organizada por el Ayuntamiento de Zacatecas para nombrar representante ante las Cortes. La autora centra su análisis en el preponderante papel desempeñado por Gordoa en ese señero Congreso: da cuenta sobre la preocupación del diputado por mantener al corriente a su provincia sobre lo acontecido en Cádiz; relata la incomunicación del representante con las autoridades zacatecanas; enuncia las iniciativas que presentó en la tribuna así como el histórico discurso del 14 de septiembre de 1813 en el que Gordoa, como presidente del Congreso, cerró los trabajos legislativos.25 Cabe aclarar que el estudio de Mariana Terán ubica al pinense en el amplio marco del proceso hispano que concluyó con el advenimiento de la independencia de México. En este sentido, emplea su figura para explicar un elemento endógeno muy utilizado por otros historiadores: el desempeño de Gordoa en tierras gaditanas y el influjo político en su provincia. Otro estudio a considerar en este recuento, es el de Tomás de Híjar, quien ha mantenido un creciente interés por José Miguel Gordoa. En su texto, analiza retórica y gramaticalmente el discurso que el diputado zacatecano pronunció el 14 de septiembre de 1813, con motivo de la clausura de los trabajos legislativos.26 Mariana Terán, Por lealtad al rey, a la patria y a la religión. Zacatecas (1808-1814), Fondo Editorial del Estado de México, Toluca, Edo. de México, 2012. 25 Ibid., pp. 368-379 26 Tomás de Híjar, “Del Derecho de la espada al Derecho de gentes: el discurso de clausura de las Cortes 24

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De acuerdo con este autor, en dicha pieza es posible entrever «la época intensa y tormentosa» que enmarcó la labor parlamentaria que fortaleció y dio rumbo a la monarquía española. Empero, el trabajo supera las expectativas de los lectores, pues, además de desmenuzar extraordinariamente la alocución, disecciona las circunstancias de la participación del diputado Gordoa en Cádiz, amén de examinar el contexto político prevaleciente en ese entonces. El trabajo de Tomás de Híjar incluye una nota biográfica completa sobre nuestro personaje. Al final, se reproduce el discurso íntegro del parlamentario. Este discurso es contemplado también por Graciela Núñez al abordar a dos figuras señeras del primer tercio del ochocientos: Gordoa y Guridi.27 En su exposición, además de los concebidos datos biográficos, aporta información sobre la trayectoria académica del zacatecano. Asimismo, se justiprecia la defensa que éste hizo de la Iglesia católica y se transcriben fragmentos de sus célebres discursos en el Congreso hispano. Quien cierra este conjunto de trabajos que estudian a nuestro personaje inmerso en la complejidad de la transición política es Martín Escobedo.28 Su obra comprende ya varios ensayos dedicados a entender el desempeño político de Gordoa. En su libro Por el bien y prosperidad de la nación, el autor elabora un estudio introductorio donde da cuenta de la sólida formación académica de nuestro personaje, de su elección como representante de la provincia de Zacatecas en Cádiz y su desempeño en las Cortes. Un apartado de especial interés es el que aborda el pensamiento político del zacatecano. Al respecto, Escobedo señala que «como hombre de su tiempo, Gordoa no pudo escapar a las contradic­ciones del discurso zigzagueante que buscaba coherencia. El mundo político-conceptual hispanoamericano de principios del siglo XIX se caracterizó por una mezcla no siempre congruente entre conceptos monárquicos, liberales y republicanos». Y prosigue: «es un desacierto calificar a José Miguel Gor­doa como un diputado liberal [...] analizando sus discursos y epístolas, podemos señalar que es indebido de Cádiz”, en Libro anual de la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica, A.C. 2011-2012, Universidad Pontificia de México, México, 2014, pp- 15-57. El presbítero Tomás de Híjar dirige con excelente tino el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara. Desde ahí desempeña una loable y productiva labor historiográfica. 27 Graciela Núñez, “José Miguel Gordoa y Barrios y José Miguel Guridi y Alcocer, una nueva clase política forjando la nación mexicana”, en Rafael García y Graciela Núñez (coords.), op. cit., pp. 295-316. 28 Martín Escobedo, Por el bien y prosperidad de la nación. Vicisitudes políticas de Don José Miguel Gordoa, Diputado por Zacatecas en las Cortes de Cádiz, Taberna Libraria-Comisión Conmemorativa de los Centenarios, México, 2010, 239 pp. Del mismo autor: “Un Diputado pinense en las Cortes de Cádiz”, en Limonar Soto (coord.), Nuestra identidad a través de la historia y el patrimonio cultural, Asociación de Historiadores Elías Amador-Gobierno del Estado de Zacatecas-INAH-CONACULTA, México, 2012, pp. 51-56; y “Promover los derechos y justos intereses de los ciudadanos. El rol político del zacatecano José Miguel Gordoa en las Cortes de Cádiz”, en Rafael García y Graciela Núñez (coords.), op. cit., pp. 349-368.

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emplear términos absolutos en un momento histórico donde los conceptos son resbaladizos y cambiantes. Dicotomías como Antiguo Régi­men/Modernidad y liberal/conservador, lo único que hacen es empobrecer la riqueza y complejidad de la época de estudio».29 Escobedo también analiza someramente los discursos que pronunció Gordoa en la palestra gaditana. Asimismo rastrea los pasos que el diputado siguió luego de concluir su trabajo en el Congreso hispano. Al final del estudio introductorio llama la atención la afirmación de Escobedo al señalar la profunda vocación eclesiástica de Gordoa, aspecto que definió los últimos años de su vida. Sobre José Miguel Gordoa, Escobedo ha sacado a la luz otros dos textos. En el titulado «Promover los derechos y justos intereses de los ciudadanos», el autor contextualiza la participación política de nuestro diputado, a la vez que analiza el rol que desempeñó en el órgano gaditano.30 Por otra parte, en el artículo «Un Diputado pinense en las Cortes de Cádiz», Escobedo subraya la importancia que representó para la provincia de Zacatecas la presencia de uno de sus hijos en el Congreso doceañista.31 Considerando el conjunto de trabajos que, en menor o mayor medida han retomado a nuestro personaje, es preciso mencionar el cambio de percepción fraguado a partir de 2008: si bien la historiografía anterior había omitido a Gordoa, en las vísperas del bicentenario del inicio del proceso independentista mexicano, se redimensionó su papel político en las Cortes de Cádiz. Con base en diferentes preguntas y fuentes, algunos historiadores indagaron su ejercicio parlamentario. Sin embargo, pese a esa obra publicada, no podemos calificar como completo el conocimiento que tenemos actualmente de nuestro personaje, pues aún faltan varios aspectos por esclarecer y facetas por explicar. Por ejemplo, se sabe muy poco acerca de su desempeño como rector de colegios, parlamentario en la Diputación Provincial de Guadalajara y diputado en el Segundo Congreso mexicano. Asimismo, se ignora su actividad como vicario capitular en sede vacante, su rol como gobernador de la Mitra y la lucha ideológica y política que libró contra los liberales tapatíos durante el primer cuarto del siglo XIX. Como se aprecia en este balance, la mayor parte de los trabajos ha estudiado a Gordoa sólo como legislador en las Cortes Generales y Extraordinarias. Esto nos orilla a sostener el conocimiento limitado que tenemos de nuestro personaje, pues aún faltan piezas para armar el rompecabezas del proceso emancipatorio de México. Y es que el zacatecano es un elemento clave para comprender la transición política del país, toda vez que su participación no se limitó al ámbito doceañista. Además de Martín Escobedo, Por el bien, 2010, p. 57. Martín Escobedo, “Promover”, 2012, pp. 349-368. 31 Martín Escobedo, “Un Diputado”, 2012, pp. 51-56. 29 30

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su experiencia gaditana, su formación académica y vocación eclesiástica son factores fundamentales para explicar su protagonismo e influencia en el intrincado proceso político de ese tiempo. Así, el propósito de este libro es revalorar el desempeño de Gordoa en Cádiz, pero también ponderar sus facetas poco conocidas. Aventuramos que esto nos conducirá a reinterpretar el rol político de nuestro personaje en el contexto de la transición política de México, contribuyendo con ello a la discusión historiográfica que prosigue en torno al tema independentista. En aras de desentrañar en toda su complejidad y riqueza de matices la intervención de Gordoa en el ámbito político, pero también con el afán de conocer las repercusiones de sus posicionamientos públicos en la sociedad de la época, la perspectiva historiográfica que alumbra esta obra, parte de la «Nueva Historia Política», desplazándose enseguida hacia la «Historia de los conceptos políticos». Esta orientación metodológica nos será de mucha utilidad, pues, tomando como foco a José Miguel Gordoa, mostraremos los comportamientos, los cambios de sentido y los avances de los conceptos políticos en una sociedad que vivió, con la perplejidad y dinamismo del caso, la transición de Nueva España a México. Una transición que, mediante el debate ideológico materializado en el discurso político, definió el derrotero que siguió el país durante buena parte del siglo XIX.

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El Terruño José Miguel Gordoa vio por primera vez la luz en Sierra de Pinos, en la jurisdicción de la Nueva Galicia, un 21 de marzo de 1777. Su nombre de pila fue José Miguel María Braulio de la Trinidad.32 En ese entonces Sierra de Pinos era la cabecera de la Alcaldía Mayor del mismo nombre, cuya extensión territorial era considerable. A fines del siglo XVIII Sierra de Pinos guardaba una relativa importancia en el interior de la audiencia neogallega, sin embargo, no siempre fue así. Según Thomas Calvo la fundación de esta jurisdicción se deriva de una pugna originada en los primeros años de la expansión novohispana. En 1560, la Alcaldía Mayor neogallega de Lagos entró en conflicto con las novohispanas de Charcas y San Felipe —a la postre San Luis Potosí—. Las alcaldías en cuestión disputaron un territorio intermedio que dividía a las Audiencias de Nueva Galicia y Nueva España. En esa extensa superficie circulaban indígenas guachichiles y algunos soldados españoles al mando de los capitanes Miguel Caldera y Pedro de Ahumada. Este último, persiguiendo a un grupo de guachichiles, registró en 1561 haber pasado «en torno de una sierra y de un pinar»: posteriormente, Sierra de Pinos. Hasta fines del siglo XVI, la zona motivo de discordia apenas registraba pequeños asentamientos concentrados en puntos defensivos.33 Fueron exploradores provenientes de las minas de San Luis Potosí quienes recorrieron el conjunto de crestas situadas al este de aquella población. En una de esas travesías, localizaron plata en las faldas de una imponente montaña. Entonces, Pedro de Anda, teniente del capitán Miguel Caldera, declaró descubiertas las minas de Nuestra Señora de la Concepción de Sierra de Pinos el 18 de octubre de 1593.34 Todo parece indicar que de inmediato un reducido grupo de españoles comenzó la explotación minera. Al parecer, los dividendos fueron importantes porque tan sólo cuatro meses después se presentó al sitio el teniente de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, quien «paseando por el dicho real y minas de una parte a otra, hizo señalar y cuadrar la plaza que ha de estar en dicho real: haciendo poner estacas y poniendo una cruz en la parte y lugar que se señaló para la iglesia, e hizo repartir solares en el dicho real para vivienda de los dichos mineros e hizo otros muchos actos».35 Archivo Parroquial de Pinos (en lo sucesivo APP), área Disciplinar, sección Bautizos, serie Partidas y certificaciones, subserie General, caja 4, Libro 29, años 1774-1778, fs. 277r-277v. 33 Thomas Calvo, “La segunda fundación de Sierra de Pinos, entre realidades y juegos de ilusión (1603)”, en Thomas Calvo y Martín Escobedo (coords.), Sierra de Pinos en sus horizontes. Historia, espacio y sociedad (siglos XVI-XX), Instituto Zacatecano de Cultura-Comisión Conmemorativa de los Centenarios-H. Ayuntamiento de Pinos, México, 2011, p. 65. 34 Primo Feliciano Velázquez citado por Thomas Calvo, op. cit., p. 66. 35 Autos y diligencias sobre la jurisdicción de Sierra de Pinos (1594), Documento citado por Thomas Calvo, “La segunda”, 2011, p. 66. La fundación formal de la localidad se efectuó el 12 de febrero de 1594. 32

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Hasta aquí es un hecho el dominio potosino del territorio —y de la audiencia novohispana—, empero, hacia 1603, la noticia sobre la multitud de minas y crecientes asentamientos humanos en la región despertó la codicia de la Audiencia neogallega. Como consecuencia, se instruyó al oidor Gaspar de la Fuente a visitar el fundo minero con el objeto de ponerlo «en el buen orden que convenga». Como estratagema para incorporar el territorio a la Nueva Galicia el oidor efectuó una segunda fundación del real. La lógica indica que era inconcebible trasladar las vetas argentíferas dos leguas y media al sur de la localidad minera ya existente, sin embargo, las maniobras de Gaspar de la Fuente evadieron toda racionalidad: lo primordial era anexarse ese vasto espacio que se extendía hacia el noreste de la alcaldía de Lagos. Así, la mañana del 13 de noviembre de 1603, el oidor emplazó a su comitiva en el nuevo sitio de fundación. Cincuenta y dos mineros estuvieron presentes, además del Alcalde Mayor, dos franciscanos, un presbítero, un capitán y varios negros e indios. Después del acto protocolario de instauración de la nueva villa, el grupo recorrió los vecinos ojos de agua. A partir de entonces, el territorio de Sierra de Pinos pasó a formar parte de la Audiencia novogalaica.36 Esta pertenencia territorial a la Nueva Galicia no implicó para Sierra de Pinos el reconocimiento como jurisdicción: si desde 1603 se le concedió un alcalde mayor proveído por Guadalajara, durante buena parte del siglo XVII su territorio estuvo agregado a varias demarcaciones. Así, en 1611 se le ubicaba en la Alcaldía Mayor del real y minas de Ramos, Charcas y Sierra de Pinos; hacia 1634, la situación era similar, ya que para entonces se había integrado a la Alcaldía Mayor de Aguascalientes, que incluía a los poblados de Teocaltiche y Montegrande. Fue hasta 1674 cuando la jurisdicción alcanzó reconocimiento autónomo. En adelante, trazó sus confines que limitaban al norte y al este con la Audiencia de la Nueva España, y al sur-poniente con las alcaldías neogallegas de Aguascalientes y Lagos.37 En las postrimerías del siglo XVIII, justo cuando José Miguel Gordoa nació en Sierra de Pinos, la Alcaldía ocupaba una extensa superficie. Ubicada en el altiplano central, la zona estaba compuesta de una orografía mixta: desde extensos valles hasta la intrincada montaña. Con una altura promedio de 2,400 metros sobre el nivel del mar, en la jurisdicción prevalecía el clima frío durante casi todo el año. Los vientos fuertes eran constantes. La vegetación estaba compuesta por matorrales, magueyes, nopales y huizaches. Además, a fines del siglo XVIII, cuando el clima era más frío y húmedo que en la actualidad, seguramente había abundantes manchones de pinos, mismos que fueron arrasados por la excesiva utilización de carbón y leña en la actividad de beneficio de plata por fundición. La Consúltese Thomas Calvo, “La segunda”, 2011, pp. 61-79. Véase el interesante trabajo de Celina G. Becerra, “La Alcaldía Mayor de Sierra de Pinos, o cómo integrar las Indias a la Corona”, en Thomas Calvo y Martín Escobedo, Sierra..., pp. 45-59. 36 37

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precipitación pluvial era escasa y las tierras poco propicias para la agricultura. Un conjunto de arroyos tenía como destino dos o tres lagunas saladas, inservibles por lo demás para irrigar los cultivos. Mapa 1 Alcaldía Mayor de Sierra de Pinos (1772)

FUENTE: Elaboración propia con base en Archivo General de Indias, Ministerio de Cultura, Mapas y Planos, México, 291, Jurisdicción del Real de Minas de Sierra de Pinos (1772)

De acuerdo con Celina Becerra, la Alcaldía Mayor de Sierra de Pinos comenzó a llamar la atención de la clase gobernante alrededor de 1676, cuando existieron posturas importantes para comprar el cargo de alcalde mayor de la jurisdicción. Haciendo cuentas, esto indica que la situación de la Alcaldía era favorable para recuperar la suma invertida en la compra del puesto. Además de la explotación minera, el territorio de Sierra de Pinos era extenso, característica que ocasionó una relativa productividad en otros rubros. 33

La dilatada superficie de la jurisdicción motivó la creación de fructíferas haciendas de campo, como las de Santa María de Agua del Lobo, Espíritu Santo, Santa Elena, Santiago, La Pendencia, La Trinidad, Santa Ana, San Martín y San Nicolás de Quijas. En todas había tierras cultivables de temporal. Además, en seis de ellas existían sistemas de riego para asegurar la producción de granos. Las haciendas se diversificaron al incursionar en la cría de ganado vacuno, predominando el caprino, sin embargo la hacienda del Espíritu Santo se dedicó también a la explotación minera, logrando sostener una significativa relación con el Real de Catorce y con el Real de Ramos. Esta constelación de fincas propició un encadenamiento productivo que se tradujo en naturales fluctuaciones poblacionales, sin variar mucho el número de habitantes en el territorio, con excepción de la cabecera jurisdiccional. La bonanza minera sobrevino en 1803. La noticia de la prosperidad pinense atrajo a cientos de personas. Ese año fue notoria su recuperación porque en la traza se construyó un portal para albergar a los comerciantes foráneos que llegaban los sábados por la noche a vender sus productos el domingo en la plaza principal. Al año siguiente, se terminó de construir la parroquia mayor, inconclusa desde treinta años atrás. Igualmente, a esas fechas funcionaba ya la anhelada escuela de primeras letras, cuyo maestro ganaba 250 pesos anuales, cantidad suministrada por el fondo de propios y arbitrios del ayuntamiento local.38 La importancia de Sierra de Pinos se reforzó con el Sistema de Intendencias.39 De acuerdo a la distribución geopolítica trazada en la metrópoli, la recién creada intendencia de Zacatecas se subdividió en cuatro subdelegaciones: Fresnillo, Sombrerete, Mazapil y Sierra de Pinos, además del distrito minero de Zacatecas.40 Leonel Contreras, “La enseñanza de las primeras letras en Sierra de Pinos al finalizar el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX”, en Thomas Calvo y Martín Escobedo, Sierra, 2011, p. 219. 39 El origen de las intendencias es francés y con un señalado carácter militar. Lyon y Córcega son las demarcaciones donde se implementó este sistema hacia 1555. Los intendentes sólo tenían funciones castrenses. Al amanecer del siglo XVII su competencia se ensanchó a los ámbitos de la justicia y la administración. Estos funcionarios afianzaron su presencia en las jurisdicciones que estuvieron a su cargo, mostrando en los hechos que el ejercicio conferido originalmente fue casi siempre rebasado, pues la sed de poder y la ambición económica se antepusieron a lo establecido en las normas. Véase el ya clásico estudio de Ricardo Rees Jones, El despotismo ilustrado y los intendentes en Nueva España, UNAM, México, 1979. Asimismo consúltese Horst Pietschman, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en Nueva España. Un estudio político administrativo, FCE, México, 1996. 40 Como es bien sabido, con el afán de mejorar la administración en el Nuevo Mundo, pero también con la intención de recuperar el poder que se había delegado en individuos, grupos y corporaciones que atendían poco los intereses reales, la Corona implementó el sistema de intendencias de manera paulatina. En Cuba, por real instrucción del 31 de octubre de 1764, se erigió la Intendencia General de la isla. Más adelante, hacia 1765, en los límites con el territorio que ocupaban las colonias inglesas se instaló la intendencia de Luisiana. En 1776 se hizo lo propio con Venezuela. En el virreinato del Río de la Plata se erigió este sistema en 1782, un año después se instituyó el régimen en Quito, hacia 1784 se constituyó este régimen administrativo en Perú y Puerto Rico. Un par de años más tarde se crearon cinco intendencias en Filipinas. Véanse Jaime Rodríguez, La independencia de la América española, FCE / El Colegio de México, México, 1998, p. 42. Véase: Marina 38

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Según Guillermo F. Margadant, Zacatecas no estaba considerada como una intendencia en el proyecto original.41 Al parecer, su importancia minera fue el factor decisivo para reconsiderar su estatus. Hasta donde se sabe, fue hasta 1774 cuando en los planes fraguados en la Península, el territorio apareció como intendencia, no obstante, el mapa trazado ese año dista de lo planteado finalmente.42 En el documento denominado Primeras cartas geográficas formadas para dividir en Intendencia el que fue Reyno de Nueva España, elaborado por el capitán Melchor Álvarez en 1774, la Alcaldía Mayor de Sierra de Pinos aparece en la intendencia de Guadalajara, lo que muestra el interés de los tapatíos porque esta región minera formara parte de su territorio. Sin embargo, en el plan definitivo, que en Nueva España se conoció en 1787, la alcaldía no perteneció ni a Guadalajara ni a San Luis Potosí. Aquella disputa, que ya alcanzaba dos siglos entre ambas demarcaciones, terminó por decreto: Sierra de Pinos se le adjudicó a la Intendencia de Zacatecas. La distribución territorial de las Reformas borbónicas sufrió acomodos constantes. Por ejemplo, el mapa inicial fue modificado unos cuantos años después porque en el norte de la intendencia zacatecana se creó la subdelegación de Nieves, cercenándole espacio a las de Sombrerete y Mazapil. Las recomposiciones siguieron. En 1797, se publicó un mapa donde extrañamente el territorio de Zacatecas aparece fragmentado: en el sureste brota una franja perteneciente a la provincia de Guadalajara que divide a la intendencia de Zacatecas en dos, quedando aislado el partido de Sierra de Pinos.43 En 1804, los partidos de Juchipila y Aguascalientes dejaron de pertenecer a Guadalajara, trasladándose entonces a Zacatecas. Estos cambios afectaron a la alcaldía pinense pues si las pugnas jurisdiccionales habían cesado en el exterior, dentro de la intendencia había jaloneos constantes por los límites territoriales. No obstante, Sierra de Pinos sufrió una mínima pérdida de su superficie, lo que le permitió continuar con su relativa importancia en la provincia. Como se establece en la Ordenanza de Intendentes, cada jurisdicción tenía como principal autoridad a un subdelegado. Estas demarcaciones tenían, a su vez, a uno o varios individuos que fungían como auxiliares en los asuntos de gobierno Mantilla, Rafael Diego-Fernández, Agustín Moreno, Real Ordenanza para el establecimiento é instrucción de intendentes de exército y provincia en el reino de la Nueva España. Edición anotada de la audiencia de la Nueva Galicia, edición y estudios, Universidad de Guadalajara / El Colegio de Michoacán / El Colegio de Sonora, México, 2008, pp. 23 y 24. 41 Guillermo F. Margadant, “La ordenanza de Intendentes para la nueva España; ilusiones y logros”, en Beatriz Bernal (coord.), Memoria del IV Congreso de Historia del Derecho Mexicano, UNAM, México, tomo II, 1986, p. 687. 42 El mapa de la Intendencia de Zacatecas incluye al territorio de la Alcaldía Mayor de Aguascalientes y deja fuera a Sierra de Pinos, pero además señala como subdelegaciones a Nochistlán y Tepechitlán, poblados que a la postre fueron descartados para ser cabeceras de partido. 43 Este mapa, a todas luces inexacto, fue elaborado por orden del intendente de la provincia, Francisco Rendón, con el propósito de mostrar cómo el territorio quedaba escindido por las absurdas disposiciones de los burócratas reales quienes, sin conocer la superficie, resolvían linderos arbitrariamente.

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llamados tenientes de subdelegados. Éstos vivían en lugares un tanto distantes de la cabecera ayudando a mantener el orden y a administrar el área asignada. Para el caso de Sierra de Pinos, el subdelegado residía en el real, mientras que sus subalternos estaban emplazados en Noria de Ángeles, Agostadero, Ahualulco y Ojuelos. Mapa 2 La subdelegación de Sierra de Pinos en la intendencia de Zacatecas (1797)

FUENTE: Elaboración propia con base en Archivo General de la Nación, fondo Historia, vol. 31, exp. 9, f. 215, Plano topográfico de la provincia de Zacatecas (1797)

Para el ámbito regional, aún no existen análisis sobre las consecuencias de la aplicación de las Reformas Borbónicas. No obstante, por manifestaciones afloradas años después en la localidad, se infiere que la reducida élite local se vio desplazada de los puestos de poder. Esto ocasionó cierto recelo hacia el subdelegado, cuyo nombramiento lo decidía el intendente, sin consultar en la mayoría de los casos a los vecinos preeminentes de la demarcación. Desde fines del siglo XVIII y durante los primeros años del XIX, Sierra de Pinos estuvo bajo el dominio de dos familias: Gordoa y De la Rosa. Ambas compartieron lazos de amistad, negocios y se alternaron en el ayuntamiento local con el propósito de proteger e impulsar sus intereses económicos, mismos que en 36

ocasiones encontraban resistencia por parte del subdelegado, con quien mantuvieron una relación un tanto ríspida, mas sin llegar a la confrontación directa. José Miguel Gordoa nació precisamente en esta tierra: hostil, fría, sedienta. El pequeño «realito de minas», situado en las faldas del imponente cerro de La Gallina, fue el escenario donde creció ese niño, atravesado el agreste paisaje por calles empedradas, una parroquia pensada ambiciosamente, un convento franciscano, y un pueblo de indios tlaxcaltecas al oriente. Sierra de Pinos, un lugar donde los hombres recios lucharon por arrancarle frutos a la tierra, plata a sus entrañas. De aquí salió el pequeño José Miguel al cumplir seis años. Llevaba un sueño por delante.

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Los primeros años Para situar el nacimiento de José Miguel Gordoa en Sierra de Pinos hacia fines del siglo XVIII es preciso remontarnos al alba de la centuria. El clan Gordoa es de origen vasco. Su abuelo, Francisco Ignacio López de Gordoa, nacido en Zalduondo, Álava en 1712 —hijo de Francisco López de Gordoa y María Agustina García de Vicuña—, determinó hacer su vida en la Nueva España. Desembarcado en el puerto de Veracruz, orientó sus pasos a la Antequera (hoy Oaxaca). En ese fértil valle incursionó en los ramos agrícola y ganadero. Más adelante se dedicó a la actividad comercial. Allí, el 23 de abril de 1753, contrajo matrimonio con Lorenza Justa Loayza Cáceres —nacida en Perú hacia 1715—. Ambos procrearon seis hijos: una mujer y cinco varones. Después de un matrimonio de once años, falleció doña Lorenza. Su lugar fue ocupado por su hermana María Luisa. El 8 de octubre de 1766 en la parroquia del Sagrario, ella y don Francisco Ignacio se casaron. De esta unión nacieron tres hombres. Con el trabajo cotidiano y tras tejer redes clientelares importantes, Francisco Ignacio López de Gordoa logró un caudal nada despreciable: sus propiedades abarcaban tierras, cabezas de ganado y giros comerciales. Este patrimonio forjado con tanto esfuerzo se vio en dificultades con la presión hereditaria de los hijos de su primer enlace. Luego de sopesar la forma como los apoyaría, resolvió entregar una dote a su única hija, pagar el estudios de dos de sus hijos, quienes luego de estudiar primeras letras y estudios secundarios en su natal Oaxaca, pasaron a estudiar al Colegio de Abogados de la Corte de México;44 asimismo otorgó una módica cantidad a otros tres de sus hijos. Con ese apoyo, emprendieron negocios en la Antequera. Uno de ellos, Juan Francisco, hacia 1765 fue el principal apoderado del asiento de pulque blanco y demás agregados, comercio que sin duda le dejó varios dividendos.45 No se encontró indicio alguno sobre la salida de Juan Francisco de la Antequera. Lo cierto es que por el año de 1768 recorrió varios puntos del norte de la Nueva España. Juan Francisco vivió un tiempo en Durango, enclavado en el valle de Guadiana. En este sitio desposó a María Anna Apolonia Fernández de Barrios el 17 de septiembre de 1770. En ese lugar, las cosas no marcharon conforme a lo esperado, por lo que la pareja se vio en la necesidad de cambiar su residencia. Hasta Durango llegó la noticia que en un pueblo cercano al mineral de San Luis Potosí se brindaban condiciones ideales para establecerse. Además de Archivo Histórico de la Audiencia de la Nueva Galicia (en lo sucesivo AHANG), sección Gobierno, serie Sacerdotes, año 1804. 45 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Instituciones coloniales, General de Partes, vol. 49, año 1765, exp. 232 44

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otorgarse facilidades para la adquisición de tierras, las minas de plata localizadas en ese punto, ofrecían buenas ganancias. Así, tras una decisión reflexionada, don Juan Francisco y su esposa marcharon con la brújula apuntando hacia la alcaldía de Sierra de Pinos. Instalado en este hostil territorio, el matrimonio trabajó duro para amasar un moderado caudal. Luego de invertir en minas y haciendas de beneficio, más adelante destinaron parte de sus ganancias en la compra de dos haciendas de campo: Piedras Moradas y La Trinidad. A fines del siglo XVIII, Juan Francisco era dueño de varias minas cuyo valor ascendía a los 280 mil pesos, mientras que sus haciendas de campo y de beneficio de metales superaban los 200 mil.46 Asimismo, había desempeñado cargos públicos en esa jurisdicción: alcalde ordinario, administrador de tabacos, administrador de alcabalas y administrador de reales rentas. Un hermano de don Juan Francisco también decidió marchar de la Antequera. Don Antonio María Gordoa se estableció en Real de Catorce. En este mineral compró minas y haciendas de beneficio. Se casó en primeras nupcias con María del Carmen Bravo, con quien tuvo siete hijos. Su éxito económico fue tal, que en las postrimerías del siglo XVIII su fortuna ascendía a dos millones de pesos.47 Como los negocios son envolventes y expansivos, en 1815 compró las haciendas de campo de Malpaso, El Maguey, Ciénega y la Labor de la Laguna, todas cercanas a la ciudad de Zacatecas, pagando por ellas un total de 713,370 pesos.48 Pero centrémonos en la familia Gordoa y Barrios. Del matrimonio entre Juan Francisco Gordoa y María Anna Fernández de Barrios nacieron y se criaron nueve hijos: José Manuel Vicente (1772), Juan María José (1775), nuestro personaje José Miguel (1777), José María (1778), José Joaquín Manuel (1780), mientras que las niñas Mariana Francisca Lucrecia, María Micaela Josefa Nepomucena y María Trinidad Eduviges nacieron en 1782, 1785 y 1789, respectivamente. El benjamín del clan, Francisco de Asís Jerónimo, nació en 1790. Nótese que la familia Gordoa y Barrios refrendó su fe católica aun en la pila bautismal: cuatro hijos llevaron el nombre de José, y tres hijas tuvieron o en él se incluía el nombre de María. Además, José Manuel, José Miguel y José Joaquín decidieron seguir la carrera eclesiástica. De las mujeres, sólo María Micaela Josefa ingresó como religiosa en el convento de Santa Mónica, en Guadalajara. Sin duda, la vocación que abrazaron estos cuatro hermanos inició en el seno familiar. Su madre, doña María Anna, asistía diariamente a misa, participaba en las actividades impuestas por su párroco y practicaba obras piadosas. Así las cosas, cómo no iba a hacer que sus hijos hicieran Frédérique Langue, Los Señores, 1999, p. 409. Ibid., p. 410. 48 Ricardo Santoyo, Xerez. Monografía e historia, en http://jerez.com.mx/2004/conquista_espanola.html, consulta realizada el 23 de noviembre de 2012. 46 47

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su primera comunión, se mantuvieran cerca de la Iglesia y fueran buenos cristianos en cuerpo y alma. En esta familia nació y creció nuestro personaje. Pedro Bajaras señala que, a muy corta edad, el pequeño José Miguel Gordoa había aprendido de su madre las oraciones elementales: el avemaría y el padrenuestro, y también conocía pasajes de la Biblia, el misterio de la Santísima Trinidad y, desde luego, sabía persignarse.49 Su casa paterna era espaciosa. Con fachada sobria, de una sola planta, se ubicada a media cuadra de la plaza principal. El inmueble tenía un zaguán como recibidor, un patio central amplio rodeado de habitaciones y espacios para distintos usos: alcobas, cocina, comedor, bodega y un pequeño estudio. En esta vivienda José Miguel convivió con sus padres y hermanos, recibió las primeras enseñanzas en materia religiosa y aprendió a querer a su tierra natal. El candoroso y avispado niño supo desde muy temprano del frío pinense, la ternura familiar, el tesón para trabajar este agreste medio y del esfuerzo de su padre por sacar adelante a los suyos. Precisamente fue don Juan Francisco quien advirtió la inteligencia del pequeño José Miguel. En cuanto comprobó la agudeza de su mente, comenzó a valorar la posibilidad de enviarlo a estudiar a otra parte. Al término del siglo de las luces, la Alcaldía Mayor de Sierra de Pinos estaba conformada por un vasto territorio; sin embargo, el espíritu ilustrado no había sentado sus reales en la jurisdicción. Salvo unos cuantos individuos letrados, ahí prevalecía el tosco analfabetismo. Una de las razones de este atraso era la ausencia de escuelas de primeras letras. Así pues, si las ideas ilustradas no cuajaron durante los últimos años del siglo XVIII en Sierra de Pinos fue porque las actividades que se desarrollaban en el real no requerían del alfabeto en su mayoría, amén de que, en las postrimerías de la centuria, la producción minera decayó drásticamente. En 1790, el vecindario de la cabecera sufrió una merma considerable que puso en riesgo su subsistencia. Ese año, el escribano recién llegado a la localidad, expresaba: «me encontré con un Realito de minas y es tan escaso de vecindario que no llegará a quince familias»;50 el remitente afirmaba que en ese decaído lugar el desempeño de su oficio era incosteable, por lo que solicitaba fuera trasladado a una población próspera. Todo parece indicar que el descenso productivo de las minas continuó hasta 1802, cuando Vicente de la Rosa reclamó el pago de una cantidad que puso de su bolsa para construir una finca que albergaría a la primera escuela de primeras letras del lugar. En el requerimiento deja ver que años atrás habían abandonado la demarcación muchas familias y las que permanecían eran Pedro Barajas, Elogio, 1833, p. 7. Archivo Histórico del Estado de Zacatecas (en adelante AHEZ), fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, subserie Correspondencia, exp. 36, año 1790, snf. 49 50

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insolventes.51 Ante un quebranto económico tan notorio, ¿cómo se mantuvo en pie Sierra de Pinos? Sin duda, la agricultura y la ganadería practicadas en las haciendas colindantes sostuvieron la economía regional. Pero volvamos al tema de la escuela. Sabedor de la ausencia de una institución de este tipo en toda la jurisdicción, don Juan Francisco buscó un centro escolar cercano, pero que además tuviera un prestigio académico consolidado. La tarea no fue difícil porque, en la comarca, era conocida la fama del Colegio de San Francisco de Sales, ubicado en la cercana villa de San Miguel el Grande de la provincia de Guanajuato. A esa localidad viajó el pequeño José Miguel a cursar las primeras letras. El Colegio de San Miguel pertenecía a la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, una orden religiosa con importante presencia en el centro de la Nueva España. De acuerdo a Ernesto de la Torre Villar, la Congregación rivalizó con los jesuitas en la instrucción de niños y jóvenes. Tras la expulsión de los padres de la Compañía, fueron los miembros del Oratorio quienes asumieron tal responsabilidad. Por esta razón, el Oratorio se constituyó en una comunidad muy importante e influyente durante la segunda mitad del siglo XVIII.52 Con casas en la ciudad de México, Guadalajara, Guanajuato y San Miguel el Grande, la Congregación gozó de mucha fama. En el caso particular del Colegio de San Francisco de Sales de la villa de San Miguel, éste se estableció en 1712 con el propósito de proporcionar las luces de las primeras letras a niños españoles, criollos e indígenas de manera gratuita. En 1718 lo padres de la Congregación solicitaron fundar un centro más formal, petición concedida por cédula Real en 1734. Con la autorización debida, el Colegio impartió las cátedras de gramática, retórica, filosofía y las teologías escolástica y moral, con la opción de que los egresados acudieran a la Real y Pontificia Universidad de México para obtener el grado, pues el Colegio del Oratorio estaba incorporado a ésta. Durante el siglo de las luces, el Colegio de San Miguel ganó prestigio gracias a la incorporación en su planta de grandes intelectuales, como Francisco de Unzaga, Manuel Ignacio de la Helguera, Vicente Fulgencio Zerrillo y el célebre Juan Benito Díaz de Gamarra, este último doctor por la Universidad de Pisa en Italia y miembro de la Academia de Ciencias de Bolonia. Fue precisamente él quien formó en las ideas ilustradas a numerosos discípulos y escribió varios libros que a la postre difundirían su pensamiento. Una de sus obras más importantes, Elementa Recentioris Philosophiae, publicada en 1774, fue texto obligado en la Real AGN, Vol. 16, exp. 4, año 1802, f. 1. Ernesto de la Torre Villar, “El Colegio de estudios de San Francisco de Sales en la congregación de San Miguel el Grande y la mitra michoacana”, en http://www.ejournal.unam.mx/ehn/ehn07/EHN00709.pdf, consulta realizada el 22 de enero de 2012. 51 52

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y Pontificia Universidad de México, así como en el Colegio del Oratorio. Pese a su anticipada muerte, en 1783, y al conflicto entre el Colegio de San Miguel con el obispado de Michoacán, la fama «de buena literatura» del centro de enseñanza no sufrió daños significativos, ni tampoco su matrícula. Ubicado en el primer plano de la villa, el Colegio filipense dio albergue a nuestro personaje. El inmueble estaba constituido por dos plantas, salones y primorosa fuente de piedra en el centro del patio principal. La superficie que ocupaba era de 63 varas al frente por 112 varas de fondo (52 m. x 92 m.). Las piezas enladrilladas respondían al carácter mismo del Colegio: había una gran sala, una oficina, cinco aposentos, varios salones, una cocina y una huerta de árboles frutales en la parte posterior. El Colegio se comunicaba con la capilla del Oratorio a través de un pasadizo.53 En este sitio sagrado se venera en el crucero derecho la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Además, llama la atención que en su interior existen varios corazones en rojo vivo, símbolos que serán muy importantes en la vida de nuestro personaje, pues, como se verá más adelante, siempre tuvo un fervor especial hacia la Virgen María y vio en el corazón de cada hombre la parte más vital de su existencia. Instalado en este centro donde se respiraba gran interés académico, el niño José Miguel Gordoa comenzó a desentrañar los secretos del alfabeto. En esa época, la instrucción de las primeras letras iniciaba precisamente con los rudimentos de la lectura. En un salón preparado ex profeso, los alumnos debían memorizar las vocales para luego unirlas, más adelante tocaba el turno a las consonantes, enseguida se unían éstas con las vocales, asegurándose siempre que todos los escolares «pegaran» con soltura las letras indicadas. A esta operación se le llamó «silabeo», una parte del método de «deletreo», verdadero galimatías al momento de aprender la lectura.54 La cartilla fue el texto donde se materializaba el método. Compuesta de 16 páginas, la cartilla se dividía en cuatro partes: a) alfabeto en mayúsculas y minúsculas; b) sílabas de un par de letras; c) sílabas de tres letras; y d) pequeñas frases religiosas, como los diez mandamientos, el padrenuestro o el avemaría.55 Después de que los alumnos aprendían a leer, era el momento idóneo para que pasaran a la clase de escritura. José Cornelio López, La villa de San Miguel el Grande y la ciudad de San Miguel de Allende, Gobierno del Estado de Guanajuato / H. Ayuntamiento de San Miguel de Allende, León, Gto., 2010, pp. 12-13. 54 El método de deletreo consistió en memorizar vocales y consonantes para, posteriormente, hacer combinaciones entre ellas. El aprendiz tenía que mencionar cada grafía pronunciándola con su sonido alfabético. Cuando el alumno podía unir varias letras, comenzaba el ejercicio propio de la lectura deletreando cada parte de la palabra; por ejemplo, para leer el sustantivo «vestido» la pronunciación correcta era: uve, e, ese = ves; te, i = ti; de, o = do = vestido. 55 Véase: Martín Escobedo, “Leer y escribir en Zacatecas durante el ocaso colonial”, en Procesos, prácticas e instituciones educativas en Zacatecas (siglo XIX), Universidad Pedagógica Nacional / Universidad Autónoma de Zacatecas / Consejo Zacatecano de Ciencia y Tecnología / Secretaría de Educación y Cultura, México, 2004, p. 15. 53

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El salón de escritura era un verdadero taller equipado con manuales de caligrafía, mesabancos, plumas de ave, tinta, tinteros, secantes, pautas y otros enseres útiles en el ejercicio escriturario. En los manuales, se recomendaba enseñar el trazo de cada letra, incluso, que el maestro tomara la tierna mano de los alumnos para conducirla mientras se delineaba la grafía en el papel. Para la época, el aprendizaje de la escritura pasaba por cuatro etapas: ejercicios de caligrafía, diseño de letras en una pizarra, elaboración por separado de grafías en hojas de papel y, al final, la escritura de palabras y enunciados en papel. En la escritura, se calificaban la pulcritud y la rapidez. La plana era la evidencia de aprendizaje. Un buen escrito debía seguir al pie de la letra el modelo marcado en los manuales de caligrafía.56 Así, no es descabellado pensar que el pequeño José Miguel Gordoa estuviera atento en su clase de lectura, memorizara las letras, y que practicara en voz alta en el propio silabario del Colegio. Asimismo, con seguridad acudía al salón de escritura para aprender la postura correcta y, con disciplina, tomar la pluma, elaborar las grafías y, paulatinamente, escribir palabras y frases acordes a su edad. En el Colegio también le enseñaron las cinco operaciones aritméticas, a saber: suma, resta, división, multiplicación y media partición. Conforme a las técnicas pedagógicas prevalecientes, primero tuvo que aprender los números del uno al diez para luego «juntar» las cantidades y más adelante resolver las operaciones utilizando el algoritmo de la suma. Con los problemas de sustracción, el procedimiento era muy parecido. No obstante, en lo concerniente a la multiplicación y división, debió memorizar las tablas del uno al nueve como insumo para resolver estos ejercicios. En cuanto a la media partición o fracciones, practicó a través de ejemplos sencillos para luego solucionar los de mayor dificultad. El currículum de las escuelas de primeras letras se completaba con clases de «Doctrina cristiana». La finalidad de esta materia era acrecentar la fe de los escolapios. Sin duda, en el Colegio del Oratorio, los padres de la Congregación se esmeraban en la enseñanza de esta materia porque, como se sabe, la religión se había constituido en un cimiento del status quo imperante, amén de representar un elemento político articulador entre el Rey y los súbditos. En este sentido, no existe duda de que el infante José Miguel Gordoa aprendió con fruición la señal correcta de la Santa Cruz y, en concordancia con el manual de su centro escolar,57 seguía lo recomendado por su autor: «Todo individuo debe hacer bien la señal de la Santa Cruz, porque ella es la insignia de Consúltese Dorothy Tanck, “La enseñanza de la lectura y la escritura en la Nueva España, 1700-1821”, en Historia de la lectura en México, El Colegio de México, México, 1997, pp. 60-65. 57 En el Colegio del Oratorio no se utilizó el texto del Padre Jerónimo de Ripalda para la enseñanza de la doctrina cristiana, que fue el más popular durante el México de los virreyes y mucho después. En su lugar se empleó el manual Catecismo de la Doctrina Cristiana, cuya autoría pertenece al padre Gaspar Astete. 56

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los cristianos, ya que representa la figura de Cristo crucificado que nos redimió. Al persignarse con ella, se debe comenzar en la frente, para que Dios nos libre de los malos pensamientos; luego en la boca, para que no permita Dios que digamos malas palabras; después en el pecho, para que nos exima de malas obras y malos pensamientos».58 Asimismo, durante el curso aprendió varios elementos indispensables del buen cristiano: los tiempos litúrgicos, las bienaventuranzas, las obras de misericordia, los artículos de fe, los dones del Espíritu Santo, oraciones elementales —credo, salve, padrenuestro, avemaría— y, sin falta, los diez mandamientos y los siete sacramentos, amén de un largo etcétera de contenidos similares en este espacio curricular. A su término, el pequeño José Miguel alcanzó el propósito estipulado en el propio manual: «El niño cristiano, cuando llega al uso de la razón, debe ya saber y entender con proporción a su edad y capacidad, la divina religión que profesó en el bautismo y que está comprendida en estas cuatro cosas: creer, orar, obrar y recibir».59 En suma, siendo todavía muy pequeño, José Miguel Gordoa salió del seno familiar. Con la natural congoja de verse desprendido de la tutela materna, llegó a San Miguel el Grande. Allí ingresó en el afamado Colegio de San Francisco de Sales donde aprendió lectura, escritura, aritmética y doctrina cristiana. El niño pinense tuvo la necesidad de aplicarse en las materias que cursaba, pues la inversión inherente a su permanencia como interno del Colegio le dieron pronto claridad de que el estudio le representaba el único camino de superación. Las fuentes no permiten perfilar el desempeño de nuestro personaje en este centro, sin embargo, es posible inferir que fue un alumno sobresaliente porque, más adelante lo ubicamos como estudiante distinguido del Colegio de San Luis Gonzaga de Zacatecas, institución que exigía como requisito de ingreso que los aspirantes tuvieran un manejo solvente de la lectura y la escritura, además del dominio de otros saberes y habilidades que servirían como base para cultivar los conocimientos que allí se impartían. Así, no es ocioso señalar que nuestro personaje ingresó sin dificultad alguna en dicho centro, esto sin duda, por demostrar adelanto en los aprendizajes requeridos. Las fuentes tampoco indican porqué el adolescente se trasladó a Zacatecas a proseguir su instrucción, tomando en cuenta que el Colegio del Oratorio contaba con estudios de facultad —incluidas varias cátedras— que estaban incorporados a la Universidad de México. Tal vez una razón fue que para Gaspar Astete, Catecismo de la Doctrina Cristiana, Imprenta de don Manuel Santos Matute, Valladolid, 1787, pp. 5-8. 59 Ibid., p. 9. 58

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entonces Zacatecas había pasado a ser la capital de la intendencia, situación que la vinculaba en muchos ámbitos con Sierra de Pinos. Otra, cuyo peso específico también es necesario considerar, que, alrededor de 1790 el Colegio vivía un inédito auge, que derivó en un mayor rigor académico. El Colegio de San Luis Gonzaga se estableció en Zacatecas de manera formal en 1786. Con la Real Provisión expedida por el Consejo de Indias, la institución comenzó a operar con relativa normalidad.60 No obstante, en el horizonte zacatecano existen esfuerzos anteriores por proporcionar educación de segundas letras a los jóvenes de la ciudad minera. Sin considerar la formación en los conventos de la provincia, ni algunas cátedras patrocinadas por algunos ricos mineros de la población, el impulso de mayor importancia lo constituye el emprendido por los jesuitas como respuesta a las necesidades de la oligarquía zacatecana. En repetidas ocasiones, el cabildo se había erigido en el portavoz de la clase privilegiada local. Asimismo, en diversos momentos del siglo XVIII el ayuntamiento había solicitado la instalación de un colegio que transmitiera las luces de la instrucción a los jóvenes, ya que muchos se veían forzados a acudir a otras ciudades para continuar con su formación, por carecer Zacatecas de un centro educativo de esta naturaleza. En este sentido, hacia 1754, don Francisco Pérez donó una casona con la intención de que en ella se fundara un colegio seminario. Tres años después, gracias a una autorización de la Real Audiencia de Guadalajara, los jesuitas abrieron las puertas de su Colegio de la Purísima Concepción a estudiantes externos «sin formalidad de mandato de beca».61 Éstos acudían al claustro de la Compañía a recibir cátedra, pasando luego a la fábrica material del neonato Colegio de San Luis Gonzaga a estudiar, realizar distintas actividades propias de su condición de internos y pernoctar. Como ya se señaló, fue hasta 1786 cuando, formalmente, se dio la apertura del Colegio. Recordemos que nueve años antes, los jesuitas habían sido expulsados de todos los dominios españoles, lo que motivó un abandono casi total de la educación de segundas letras en territorio novohispano. En lo concerniente al ámbito zacatecano, la enseñanza ofrecida por los religiosos de la Compañía cesó, dejando en el desamparo a los jóvenes que acudían al Colegio Grande o de la Purísima Concepción. Esto motivó la insistencia del ayuntamiento para que en la ciudad se instalara un colegio. Los trámites fueron dilatados porque los documentos viajaban entre Zacatecas, Guadalajara y España con cierta parsimonia. Finalmente, la Junta Subalterna de Temporalidades, ubicada en la capital tapatía, AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, 1786. José Antonio Gutiérrez, “El Colegio-Seminario de San Luis Gonzaga de Zacatecas y sus primeras Constituciones”, en Espiral. Estudios sobre Estado y Sociedad, núm. 33, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, mayo-agosto de 2005, p. 148. 60 61

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resolvió deslindar los bienes de la Compañía de aquellos propios del Colegio. Más tarde, en 1784, la Junta de Temporalidades local confió a los dominicos la apertura del centro educativo. Por una razón que desconocemos, dicha Junta dispuso en 1785 que dejaría sin aplicación lo dispuesto un año antes, por lo que retiró del proyecto a los dominicos confiándolo a clérigos seculares. Así, un grupo de bachilleres organizaron con la premura del caso todo lo necesario para la inminente apertura: se nombraron becarios, rector y profesores, amén de determinar las Constituciones que regularían la vida interna. Las primeras Constituciones fueron elaboradas por el padre Francisco de Sales Pereda, quien las presentó al cabildo el 19 de mayo de 1785; este reglamento no operó de manera oficial, pues fue considerado «diminuto». Debido a esto el Rey decidió que el Colegio zacatecano adoptara las constituciones de los colegios de San Pedro y San Pablo y de San Ildefonso.62 Sin embargo, como se verá más adelante, el estatuto que elaboró el padre Pereda sí fue útil para regir algunas actividades de la vida colegial. En el mismo orden, también se consiguió la incorporación del Colegio a la Real y Pontificia Universidad de México.63 Finalmente, luego de muchos preparativos, la inauguración fue el 24 de marzo de 1786. El primer rector designado fue el bachiller José Antonio Calvillo, quién encabezó varias previsiones pero no pudo asumir el cargo porque falleció un mes antes de la apertura formal del plantel. De manera interina ocupó el puesto el bachiller Mariano de Bezanilla. Fue hasta el 25 de mayo del mismo año, cuando se nombró al rector titular, el bachiller presbítero José Manuel de Silva. En esta primigenia etapa la administración de la institución estuvo a cargo del ayuntamiento, quien en concordancia con la Real Audiencia de Guadalajara designó al cuerpo de profesores y aceptó a los primeros estudiantes: doce con beca de merced y cuatro más con beca real de honor. Asimismo, se abrió la posibilidad de que ingresaran varios alumnos pensionistas siempre y cuando pagaran la cantidad de cien pesos al año liquidados en tercios adelantados.64 Como lo indica Rosalina Ríos, durante su corta vida, el Colegio recibió cuatro tipos de estudiantes: los tres antedichos además de los externos que acudían únicamente a recibir las cátedras. Exceptuando a los externos, el resto de los alumnos eran internos, no obstante, tenían un trato diferenciado, pues mientras que a los becarios se les Las Constituciones que rigieron la vida del Colegio Seminario de San Luis Gonzaga fueron las mismas que estuvieron vigentes en el Colegio de San Pedro y San Pablo y en el Colegio de San Ildefonso, ambos enclavados en la Ciudad de México. Para la aplicación del cuerpo normativo en el centro escolar zacatecano, hubo ajustes mínimos, lo que orienta a pensar que, en lugar de adaptación a la circunstancia local, sólo se transcribió y aplicó el citado reglamento. 63 Rosalina Ríos, La educación de la colonia a la república. El Colegio de San Luis Gonzaga y el Instituto Literario de Zacatecas, CESU-UNAM / Ayuntamiento de Zacatecas, México, 2002, p. 228. 64 Ibid., pp. 46-47. 62

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otorgaba comida, médico, botica, chocolate y ropa limpia, a los pensionistas en varias ocasiones se les separaba brindándoles únicamente comida, servicio médico y botica. ¿Quiénes asistían como alumnos al Colegio zacatecano? Como ya se mencionó, una antigua y reiterada petición del cabildo había sido la instalación de un colegio en la ciudad. De acuerdo a su parecer, el centro educativo sería útil para formar a la clase letrada que tomaría las riendas de la administración eclesiástica y del gobierno en distintas regiones. En este tenor, es lógico pensar que la élite agrupada en el ayuntamiento, pugnara por el establecer un colegio que sirviera para coadyuvar en la promoción de los integrantes jóvenes de su grupo. Una vez abierto, los alumnos inscritos pertenecieron a la élite económica local, otros más a la llamada élite secundaria. Al revisar las listas de los estudiantes, son muy comunes los apellidos de la oligarquía zacatecana de la época, como los Larrañaga, los Bravo de Medrano, los Aristoarena, los Rivera, y algunos hijos de la alta administración local como los Cenos y los Monter. Aquí surge una pregunta más: Si los estudiantes eran parte de las familias más prominentes ¿por qué recibían becas de merced o de honor si éstas estaban destinadas a pobres y huérfanos? Rosalina Ríos asevera que este concepto de pobreza debe matizase porque no se refiere a casos de miseria. Más bien la connotación alude a los hijos segundones de una familia acomodada, quienes, excluidos de heredar el patrimonio familiar, tenían que optar por trazarse una interesante trayectoria educativa que con los años les retribuyera algún beneficio civil o eclesiástico.65 Como se ha apreciado, las carreras eclesiástica y civil tenían una base: las escuelas de primeras letras. A continuación debía proseguirse por la estancia en los colegios para después optar por la formación religiosa o una carrera liberal. En el caso de José Miguel Gordoa, la vocación por seguir los pasos de Cristo y servirle desde algún ministerio fue notoria, por eso, habiendo cubierto satisfactoriamente los estudios de primeras letras, decidió incorporarse al recién abierto Colegio zacatecano. Para poder ingresar al Colegio de San Luis Gonzaga, nuestro personaje cubrió algunos trámites y satisfizo varios requisitos. Primero, tuvo que acreditar su provechoso avance en las materias de lectura y escritura, así como demostrar el dominio de las operaciones aritméticas. También certificó ser residente de la provincia, poseer la calidad de limpieza de sangre, ser hijo legítimo y pertenecer a una familia respetable. Una vez aceptado como interno, realizó un juramento para comprometerse a ser un virtuoso, obediente y honesto colegial: haciendo con la mano derecha el signo de la cruz, y con la izquierda tocando los santos evangelios, 65

Ibid., pp. 153-154.

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juró obedecer en todo al Rector, guardar y hacer guardar las constituciones del Colegio, defender y venerar a la santísima Virgen María, no revelar las deliberaciones del Cabildo del Colegio y «hacer honorífica mención del Rey nuestro Señor como Patrón de este Real Colegio».66 A través de las Constituciones, es posible delinear el comportamiento de los colegiales al interior del centro educativo. Es cierto que una fuente como ésta posee limitantes porque enuncia el «deber ser» e impone en el papel sanciones que, al momento de administrarlas, se aplican con discrecionalidad. No obstante, las Constituciones representan un referente concreto que, sin duda, marcó la pauta en la vida institucional, porque, además de indicar las obligaciones y prerrogativas de quienes lo habitaban —rector, catedráticos, estudiantes—, se especifican el plan de estudios, el método de enseñanza, los materiales escolares y, en general, se norman las distintas actividades desarrolladas al interior del Colegio. Así, es posible ubicar a nuestro personaje ya como adolescente, cumpliendo las disposiciones asentadas en el documento normativo: levantarse temprano, vestir de negro con decencia y aseo, asistir obligadamente a las cátedras, concurrir diariamente a misa —celebrada en el cercano templo que antes perteneció a los jesuitas—, comer en el refectorio con buena conducta, mostrar un comportamiento juicioso en los actos públicos, pedir a Dios por la salud y conservación del Rey, así como de su real familia, pedir permiso para salir del Colegio en caso muy necesario, mostrando en el exterior la modestia y compostura debidas y, evitar, a toda costa, introducirse en casas sospechosas.67 Estas y otras actividades se desarrollaron en la fábrica material del Colegio, ubicada en el primer cuadro de la ciudad. Con un frontispicio majestuoso, el inmueble se alza en dos plantas haciendo esquina con el edificio que originalmente había sido construido para albergar al Colegio. Luego de un amplio zaguán como recibidor, se abre un enorme claustro rodeado de arcos, en el centro existe una bien labrada fuente. Al fondo está el acceso al segundo nivel donde se encuentran los dormitorios. La planta es extensa, por lo que no existe duda de que nuestro personaje caminó con soltura por sus diferentes espacios: del dormitorio a la librería, del aula al refectorio, avanzando siempre con paso firme. En las horas destinadas al estudio, José Miguel Gordoa leía con detenimiento lo distintos libros del acervo bibliotecario, actividad que realizaba junto a las grandes ventanas que le proporcionaban excelente luz natural. Al momento de tomar sus alimentos, lo hacía con la compostura debida. Ya comenzada la noche, después de cenar, hacía una oración en su dormitorio compartido, para luego disponerse a dormir. 66 67

AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, año 1785, f. 12v. AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, año 1785, fs. 12v-15r.

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Con base en las Constituciones del padre Pereda, la cotidianidad del Colegio transcurría en un ir y venir constante. Para los internos, la hora de levantarse era a las cinco de la mañana con treinta minutos con el toque de la prima; enseguida ordenaban su aposento y su arreglo personal; a las seis y media, todos debían estar en misa, que era breve; a las siete les correspondía estudiar una hora; a las ocho desayunaban en el refectorio en orden y silencio; a las ocho y media, se dirigían a las aulas donde recibían clase durante dos horas; a su término, descansaban treinta minutos para luego estudiar una hora. Entre el mediodía y las dos de la tarde pasaban a comer y a reposar. Las actividades vespertinas comenzaban a las dos de la tarde con treinta minutos, hora de marchar a las aulas en turnos según el nivel que cursaba cada estudiante (Gramática, Retórica, Filosofía); de tres a cinco de la tarde, correspondía la clase respectiva; después media hora de descanso, enseguida las oraciones de paseo; a continuación cuarenta y cinco minutos de sosiego para luego rezar el rosario. De ocho a nueve de la noche, cena y preparar la cama para recogerse y pasar la noche en paz; a las nueve y media, silencio.68 Aunque se supone que esta rutina era seguida con rigor, es necesario reconocer que no se cumplía al pie de la letra porque en el trajín cotidiano numerosas circunstancias alteraban lo que ocurría dentro del Colegio; empero, este conjunto de actividades normadas mucho nos dice sobre la manera como se organizaba la vida de la comunidad colegial. Lo que sí es innegable es la extenuante jornada aplicada en su interior y el marcado carácter religioso de los estudios impartidos, pues, es importante subrayar que San Luis Gonzaga era un Colegio-Seminario, donde indistintamente eran formados los futuros sacerdotes, así como las personas que optaban por estudiar con posterioridad una carrera liberal. De acuerdo a las Constituciones, las clases eran verbalistas. Se desarrollaban en dos momentos: primero, el catedrático explicaba a los autores cuyas ideas estaban plasmadas en los libros ubicados en el repositorio; después, los propios estudiantes repasaban lo dicho por el catedrático, confrontando su discurso con el texto en cuestión. Asimismo, con periodicidad establecida se reunían en Academias encabezadas por un pasante que los orientaba sobre los contenidos de estudio. Lo anterior se desarrollaba durante todo el curso; al término de éste, el colegial debía presentar un examen de oposición, mismo que preparaba con base en algún tema dictado por el profesor. Si la calificación del alumno era aprobatoria, se le extendía un documento certificando el mérito del sustentante. Los materiales de estudio también se prescribían en las Constituciones. Para la cátedra de Gramática latina, se empleaba el texto de Esteban de Orellana, Instrucción de la lengua latina o arte de adquirirla por la traducción de los autores. 68

José Antonio Gutiérrez, “El Colegio”, 2005, pp. 161-165.

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En cuanto a la Gramática castellana era de uso común el libro de Diego Narciso de Herrán y Quiroz, Elementos de gramática castellana. Había cuatro cursos de Gramática divididos en mínimos, y menores, medianos y mayores. En todos los niveles de esta disciplina, el Calepino o diccionario de latín, fue una herramienta fundamental. Respecto al estudio de la Filosofía, se repartía en tres cursos, a saber: primero de súmulas o lógica menor, segundo de lógica mayor, y tercero destinado a la lógica de Aristóteles. El trabajo académico en esta materia del pensamiento se auxiliaba en los textos de Santo Tomás (Summa theologiae) y de Aristóteles, sin omitir el curso de artes de Goudin. La Teología —única cátedra de facultad mayor ofrecida en el Colegio zacatecano— se estudiaba por medio de los textos del padre Gómez y del insustituible Melchor Cano: De locis theologicis.69 Los colegiales de San Luis Gonzaga dispusieron de una librería bien pertrechada. Esto se infiere porque encontramos en el catálogo un total de 2,893 libros, acomodados en seis estantes, empero, este inventario, que data de 1822, registra tres estantes grandes vacíos,70 lo que corrobora una denuncia levantada en 1804 por Pedro Antonio de la Pascua, encargado del recinto, donde se queja amargamente de los constantes robos que sufría el local. Con todo, la librería constituyó un acervo importante. Por el carácter del Colegio, es dable pensar que la materia predominante era la religión. Y, en efecto, los estantes del repositorio rebosaban con sermones, confesionarios, cánones, libros de las horas, misales, florilegios de la Virgen, catecismos, biblias, obras hagiográficas, etimologías sagradas y el infaltable Imitación de Cristo, de Kempis. Había también diversos textos de teología, destacando las obras de San Agustín, pero además Teología moral, de Campo Verde; Disertación teológica, del padre Noris; Suma teológica, de Santo Tomás; Teología Escolástica, de Juan Ulloa; Teología Especulativa, de Marín; Teología Moral, de Molina, un libro homónimo, de Tambuxino; Teología, de Palvertino; otras tres obras del mismo título, pero de Martini, Regusa y Gobati. No faltaba la Ciudad de Dios de San Agustín ni el Libro de la regla pastoral, de San Gregorio.71 Como la librería la conformaron los jesuitas, resulta natural encontrar en ella numerosos libros con temas propios de la Compañía, como Vida de San Ignacio de Loyola, Retiro Espiritual, Parnaso poético a los R. P. de la Compañía, Historia de la Rosalina Ríos, La educación, 2002, pp. 188-196. Inventario de la Librería del Colegio de San Luis Gonzaga. En un acto de entrega-recepción, celebrado el 19 de octubre de 1822, el Sr. Pedro Antonio de la Pascua transfirió un total de 2,839 libros al bachiller José Francisco Sánchez. Entregó además nueve estantes grandes, tres de ellos vacíos. Agradezco al bibliófilo zacatecano Armando González Quiñones el haberme proporcionado una copia del inventario de la Librería colegial. 71 Inventario de la Librería del Colegio de San Luis Gonzaga. Archivo privado de Armando González Quiñones. 69 70

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Compañía de Jesús en la Nueva España y Orígenes de la Compañía de Jesús. Asimismo, había obras de carácter filosófico como Filosofía Moral, de Piquer o Metafísica, de Aristóteles. Los libros más utilizados en el Colegio de Zacatecas eran aquellos que servían de soporte en las cátedras, como el ya mencionado Elementos de gramática castellana, de Diego Narciso de Herrán y Quiroz, y los titulados De inventione, De officiis, De oratore y Tópica, todos de Cicerón. Si bien la mayoría de las obras del acervo colegial estaba escrita en latín, también las había en otros idiomas, como italiano, francés, alemán, portugués y, por supuesto, castellano. Es de extrañar libros en la lengua de Shakespeare; tal vez su ausencia se debiera a los conflictos que la monarquía española enfrentaba con el Reino Unido, cuya inmediata consecuencia fue el veto hispano a las ideas provenientes de Inglaterra. Pese a esto, la variedad temática era evidente: hay impresos de matemáticas, medicina, farmacología, ciencias naturales (botánica, astronomía), geografía, literatura, historia y cultura clásica (Virgilio, Ovidio, Homero). Mencionar el acervo de la librería sanluisina es importante porque su riqueza en contenido y variedad da cuenta de las aspiraciones académicas de los catedráticos, pero también delinea el perfil intelectual de los colegiales, al tiempo que ofrece pistas sobre su formación religiosa. Es un hecho que el cúmulo de libros reunidos en la librería responde a un ideal ilustrado, aunque con matices conservadores a finales del siglo XVIII. Recordemos que los jesuitas la conformaron procurando abastecerla de materiales novedosos, empero, estos libros sobre temas científicos o adelantos en humanidades, con el paso del tiempo fueron perdiendo su frescura. Si se considera además que, tras la expulsión de los padres de la Compañía, los clérigos seculares a cargo de la institución no implementaron alguna política de adquisiciones, entonces se comprende que los impresos resguardados en la librería colegial representaran el arranque, mas no la culminación del movimiento ilustrado. Precisamente José Miguel Gordoa tuvo acceso a este acervo. Y, como muchos de esos libros se basaban en la tradición, se infiere que la mayoría de las veces guardó observancia a su contenido. Si a esto se agrega que en el ColegioSeminario se fomentaban el respeto a la autoridad, la sumisión al Rey y la devoción a Dios, es comprensible que en su formación fueran decisivos valores y actitudes como: obediencia, humildad, cortesía, disciplina, recato, compostura y religiosidad. Los cuales debía observar en el refectorio, el trato con los demás, su asistencia a misa, su paso firme en las calles, así como en la cautela que debía guardar al platicar con mujeres, y en sus oraciones por «la salud y conservación del Rey Nuestro

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Señor»,72 o cuando comulgaba en la capilla del Colegio «por la conservación de Su Majestad y de su real familia».73 La formación promovida en el Colegio-Seminario de San Luis Gonzaga permeó la mente y el espíritu de nuestro personaje. La lealtad al Rey y a Dios se profesaba en certámenes públicos y procesiones, pero también en el rezo diario del rosario, la confesión y el subsiguiente acto de la comunión, sin omitir la obediencia a los superiores y el acatamiento de las normas expresadas en el estatuto sanluisino, que al principio establecía: «en el frontispicio de este colegio se perpetuarán gravadas las armas reales, como lo están en la presente, sin que puedan ponerse otras, conforme lo previenen las leyes que tratan de los seminarios».74 Así las cosas, pese a que en la monarquía hispana soplaban vientos de renovación, en el Colegio zacatecano las prácticas tradicionales seguían inamovibles. Las Reformas Borbónicas y otros esfuerzos orientados a fortalecer el control del Estado, introdujeron la modernidad al territorio novohispano ciertamente, empero, a los adolescentes y jóvenes que estudiaban en San Luis Gonzaga eso les resultaba un tanto ajeno. Conocían las ideas de Feijoo —disponían de treinta ejemplares de su obra en la librería de la institución—, pero se apegaban más al popular libro de Kempis. Para muchos estudiantes, la Imitación de Cristo representó una revelación y un camino a seguir. Gordoa no fue la excepción. Por la actitud asumida durante toda su vida, estamos convencidos de que la obra de Kempis dejó profunda huella en su corazón. Aprendió bien que el valor supremo era Dios y que su pueblo debía empeñarse en hacer los merecimientos necesarios para alcanzar la paz celestial. Así, desde pequeño despreció las vanidades del mundo haciendo suya la máxima de la Imitación de Cristo: «EI verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo es altísima y doctísima lección».75 Por lo tanto, aprendió a conducirse con la prudencia de las acciones y tomó como piedra angular en su conducta las lecciones de los Santos Evangelios. Como ya se anotó, nuestro personaje nació y vio sus primeros años en el amparo de una familia católica. Su primera escolaridad transcurrió en un internado administrado por religiosos de la Congregación del Oratorio. En ambos contextos, la devoción, los rezos y la espiritualidad marcaron su existencia. Lo mismo ocurrió en el Colegio de San Luis Gonzaga. Los estudios de gramática, retórica y filosofía que allí realizó, transcurrieron en un ambiente donde la religión impregnó cada momento de su estancia en la institución. Su desempeño académico ejemplar, AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, año 1785, f. 10r. Doc. Cit. f. 12v. 74 AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, año 1785, f. 3r. 75 Thomas Kempis, De la imitación de Cristo o menosprecio del mundo, Taller de la viuda de Barco López, Madrid, 1817, p. 11. 72 73

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fue antecedido y precedido por una oración. José Miguel Gordoa rezaba antes de la jornada escolar y daba gracias al Dios por las calificaciones sobresalientes que obtenía. Así lo hizo cuando en el Colegio zacatecano fue distinguido con el primer lugar en el acto de Estatuto de toda Filosofía, pero también cuando sus maestros le reconocían su esfuerzo con felicitaciones públicas. La disciplina y dedicación que mostraba por los estudios no tenían como objeto sobresalir. Simplemente había entendido que para agradar al Altísimo era indispensable trabajar con rigor. Pero la tenacidad y empeño en las actividades escolares no era lo único que le caracterizaba. Asimismo, su entrega a los actos religiosos era notoria. Esto se entiende porque desde que tuvo uso de razón fue una persona profundamente espiritual. Si la formación que un individuo recibe durante sus primeros años de vida es fundamental porque se construyen los cimientos que posteriormente soportarán el pensamiento, las actitudes y las posturas que éste tenga frente al mundo, entonces es importante señalar que la formación que recibió José Miguel Gordoa marcó su itinerario individual durante toda su vida. Este elemento constituye una piedra de toque con su desempeño posterior.

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La formación de un ministro útil a la religión y al estado Recapitulemos. Un niño de seis años fue desprendido del dulce y apacible seno familiar para ser internado en un colegio distante a unas 43 leguas de su hogar. Esta acción fue dolorosa, pero al mismo tiempo templó su carácter. Desde muy corta edad José Miguel Gordoa hizo cosas en las que cualquier otro niño depende de su madre o de un adulto. Aprendió a dormir solo, a cumplir el reglamento de la institución, a comportarse ante la colectividad de manera digna y decorosa, pero sobre todo a estudiar, rezar con método, obedecer y ser disciplinado. La niñez de José Miguel Gordoa representa un episodio oscuro por la carencia de fuentes. No encontramos diarios, boletas de calificaciones ni cartas que proporcionen información al respecto, no obstante a ello, es posible inferir algunos elementos propios del pequeño alumno. En el Colegio de San Felipe Neri añoraba las vacaciones para trasladarse a Sierra de Pinos donde lo esperaban sus padres y hermanos. En lapsos de unas cuantas semanas, respiraba el aire puro del mineral, acudía a la parroquia a misa y convivía mucho con su madre. Empero, el paso de los días en su tierra natal se tornaba lento. Extrañaba la constante actividad escolar, misma que para él concluyó cuando en la institución de los padres del Oratorio le extendieron constancia de haber terminado su instrucción de primeras letras, indispensables para lo que vendría más adelante. Su paso por San Miguel el Grande fue breve. Apenas duró cuatro años, intervalo en el que aprendió a leer y escribir con soltura, a resolver operaciones matemáticas y a entender con lucidez la doctrina cristiana. Terminada su instrucción elemental, el pequeño José Miguel regresó a su terruño donde pasó dos meses ocupado en las labores que le encargaba su padre, a quien acompañaba a las minas y haciendas de campo propiedad de la familia. Transcurridos varios meses fue admitido en el Colegio de San Luis Gonzaga localizado en la ciudad de Zacatecas. Llegó a esa capital de la intendencia a la edad de 10 años. En dicho Colegio recibió una beca real de honor, por provenir de un centro escolar prestigiado, pertenecer a una familia importante y haber demostrado solvencia en sus aptitudes académicas. Asimismo se hizo una excepción al reglamento que indicaba que la edad de ingreso era de 12 años cumplidos. Si bien el niño pinense aún no cumplía la edad mínima para ser inscrito, los padres del Colegio reconsideraron el criterio de la edad porque el pequeño estaba dotado de auténtico talento. En el Colegio sanluisino, el imberbe José Miguel Gordoa estudió gramática latina, gramática castellana, retórica y filosofía (también llamada Artes). Durante los dos primeros años, se dedicó al conocimiento de la lengua de Cicerón. El latín era 54

fundamental porque, como lengua culta, se utilizaba en la Iglesia y la Universidad, amén de que casi todos los libros académicos, científicos y eclesiásticos estaban escritos en este idioma. Asimismo, quien tuviese aspiraciones de completar una carrera en la Universidad, tenía forzosamente que dominar los vericuetos del latín. Aunque en otros colegios el estudio de la latinidad se dividía en tres cursos, en el caso de San Luis Gonzaga se fraccionaba en dos: mínimos y menores, así como medianos y mayores, como quedó dicho. La gramática latina comprendía cuatro elementos básicos: morfología, sintaxis, prosodia y métrica. Al término de dos años y, tras mucho estudio de por medio, el colegial debía dar muestras de saber escribir, leer y hablar en latín; contando con este requisito ineludible, pasaba al curso de retórica, donde perfeccionaba sus conocimientos de esa lengua. Por otro lado, la filosofía se estudiaba a lo largo de dos años, debiendo aprobar el alumno tres cursos en ese lapso. En esta disciplina se estudiaban lógica, metafísica y física. Concluida esta formación —considerada secundaria o preparatoria—, el egresado estaba listo para continuar sus estudios en un colegio o facultad mayor. En el periodo que abarcó de 1787 a 1791, José Miguel Gordoa permaneció con gran provecho en el colegio zacatecano. Cuatro años de su vida en este recinto sirvieron para acrecentar sus saberes y su fe. Al término de sus estudios optó por proseguir su formación en la ciudad de México. No debió pensar mucho para decidirlo: en Guadalajara —capital de la diócesis a la que pertenecía Zacatecas— la Universidad era inexistente. También le atrajo la idea de obtener el grado de bachiller y, como ya se ha anotado, la Universidad era la única institución autorizada para otorgarlo. En el mismo tenor, acariciaba la idea de ingresar al Colegio de San Ildefonso, que conocía de cierta manera, pues la institución zacatecana donde estudió había tomado como reglamento las Constituciones de esa casa de estudios. Viajó pues a la Ciudad de México con miras a presentar el examen para obtener el grado de bachiller en filosofía. Luego de varios trámites que lo condujeron al acto académico donde fue examinado, la Real y Pontificia Universidad de México le concedió el Grado Menor de Filosofía «con plena aprobación de los examinadores en turno».76 Corría el mes de febrero de 1791. Ese mismo año, solicitó su ingreso al Colegio de San Ildefonso. Dicho plantel se inauguró en la capital novohispana en 1583, a raíz de la fusión de tres pequeñas escuelas que manejaban los padres de la Compañía: los colegios de San Gregorio, San Miguel y San Bernardo. La intención de los jesuitas era contar con una institución educativa de prestigio para formar a los miembros de la élite, sector social con el cual los ignacianos se identificaban plenamente. El Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG, en adelante), sección Gobierno, serie Obispos, año 1826-1827, f. 1. 76

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nombre se debe al dogma que esta orden ha defendido desde su creación: la limpia concepción de la Virgen. Dado que Ildefonso, arzobispo de Toledo, amparó dicha creencia y la reforzó en uno de sus escritos, los padres de la Compañía decidieron nombrar al nuevo colegio con este nombre para honrar su augusta memoria. Fue hasta 1618 cuando el colegio comenzó a funcionar como institución preparatoria gracias al Patronato Real otorgado por el rey Felipe III. A partir de entonces, el centro educativo contó con un estatuto que rigió la vida interna de rector, vicerrector, catedráticos, colegiales y trabajadores del colegio. La vigencia de dicho reglamento se prolongó hasta 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados del territorio novohispano. Durante esta primera etapa, el real y más antiguo Colegio de San Ildefonso se dedicó a formar a los ministros de la Iglesia y del Estado destinados a ocupar los más altos puestos en la administración de ambas instituciones. El reglamento estaba especialmente preparado para que los colegiales dedicaran la mayor parte del tiempo a las actividades propias de la academia. La dedicación al estudio y el rigor en las labores de enseñanza y aprendizaje de catedráticos y estudiantes se reflejó en la fama bien ganada de San Ildefonso que, incluso, llegó a competir con la Real y Pontificia Universidad de México. Fueron bien conocidas por los sectores letrados de la Ciudad de México las famosas prácticas de oratoria de los internos, así como los certámenes literarios y las brillantes disertaciones presentadas ante un distinguido auditorio, del cual formaba parte a veces el mismísimo Virrey.77 Pese a la severidad prevaleciente en el Colegio, existieron válvulas de escape para contener los deseos reprimidos, el ímpetu juvenil y algunas muestras de inconformidad motivadas por la convivencia cotidiana, la rutina de los rituales y la rigidez del estatuto. Así, de acuerdo a las Constituciones vigentes desde 1618, en los días festivos la cotidianidad se rompía de tajo dando paso a comportamientos poco ortodoxos. De acuerdo al calendario escolar, los días de san Ildefonso, san Juan Bautista, Navidad y Pascua eran de asueto, por lo que había diversión general. En ocasiones se organizaban paseos al campo con música incluida, otras veces la algarabía era más acentuada porque se llevaba al Colegio un novillo para que los colegiales jugaran con él. Estas actividades fueron cuestionadas porque había excesos, desórdenes y escándalos. Además, en alguna ocasión ocurrió un accidente con el novillo, por lo que fueron prohibidas.78 La segunda etapa del Colegio comenzó con su reapertura en 1771, luego del destierro de los jesuitas en 1767. Convencidos del precario estado en que quedaba José Rojas Garcidueñas, El antiguo Colegio de San Ildefonso, Instituto de Investigaciones Estéticas-UNAM, México, 1951, pp. 12-19. 78 Leticia Mayer, “Lo festivo y lo cotidiano en el real y más antiguo colegio de San Ildefonso. 1771-1796”, en Relaciones, El Colegio de Michoacán, núm. 55, México, verano de 1993, pp. 21-39. 77

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la educación novohispana tras su expulsión, sacerdotes seglares y exalumnos tomaron medidas para que no desapareciera el otrora prestigiado Colegio. Al verse repentinamente en el desamparo, alrededor de cien estudiantes mantuvieron el vínculo mediante reuniones constantes, mientras que algunos egresados de San Ildefonso resguardaron el archivo y la biblioteca en tanto iniciaban las gestiones para abrir de nueva cuenta la institución. Después de cuatro años de trámites, las autoridades resolvieron reinaugurar el Colegio con el mismo nombre, tratando de recuperar lo mejor de la tradición del antiguo centro educativo. Se aclaró que la institución quedaba administrada por el Virrey y dirigida por el clero secular. En esta nueva fase, el Colegio tuvo que esperar un tiempo considerable para contar con unas constituciones a tono con la nueva circunstancia. Así, en 1779 se puso en práctica el estatuto que regía la vida institucional, derogando en los hechos el anterior. Por principio de cuentas, la política regalista se hizo patente al principio de las constituciones al quedar de manifiesto que el Colegio reiteraba su firme adhesión al católico monarca: No hay duda que desde que la benéfica providencia del Altísimo quiso que esta Nueva España quedase sujeta a la dominación y suave yugo de nuestros Católicos Soberanos, ha procurado su paternal solicitud, colmarla de beneficios y hacerla feliz de todos modos.79 […] Con este fin no sólo promovieron y fomentaron la creación de colegios en donde se formasen Ministros útiles a la Religión y al Estado, sino que fueron también, que quedasen muchos bajo de su inmediata Real protección y Patronato, como lo ha estado efectivamente el Real y más antiguo Colegio de San Pedro, San Pablo y de San Ildefonso quien se gloría a sí mismo de que el magnánimo corazón de nuestro antiguo Católico Monarca Sr. Dn. Carlos Tercero (Q. D. G.) haya hecho ver por sus Reales Cédulas, la atención que le ha debido su subsistencia dando juntamente las más significativas pruebas de el particular amor y ternura con que mira a todos sus vasallos.80

Este patrocinio regio precisó del Colegio que en su calendario, además de considerar como festivos los días de san Ildefonso, san Juan Bautista, san José, san Luis Gonzaga, la Natividad y la Virgen de Guadalupe, se agregara el día del católico monarca, cuando se realizaba una ceremonia especial para pedir por su persona, así como por toda su familia, ruego que acompañaba la comunidad con ayuno y comunión general. En estas fechas especiales, el refectorio vestía manteles largos y se servían viandas extraordinarias. 79 80

AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, 1786, f. 1r. Doc. Cit.

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El calendario se complementaba con la celebración de actos académicos como la toma de posesión de la beca, los actos literarios y los exámenes que ordinariamente se efectuaban el 25 de junio de cada año. El ciclo escolar comenzaba el 18 de octubre y concluía el 28 de agosto. Las vacaciones abarcaban del 29 de agosto al 17 de octubre. El Colegio funcionaba con dos horarios sucesivos: el de invierno y el de verano, siendo este último el que incluía más actividades por tener más horas de sol durante el día. La reinauguración del Colegio contempló la apertura de varios cursos. La gramática latina se subdividió en Mínimos y Menores, Medianos, Mayores y Retórica; la Filosofía se impartió en tres cursos progresivos: artes, física y metafísica; cánones se impartió como curso de facultad mayor, al igual que teología, la cual se dividía en escolástica y dogmática. Con el grado menor de bachiller en Filosofía otorgado por la Real Universidad, José Miguel Gordoa dirigió sus pasos a este afamado Colegio. Allí, se sometió a los requisitos estipulados por el Reglamento de San Ildefonso: por ausencia de su padre, se presentó en compañía de un tutor con el propósito de solicitar la venia al Rector, quien lo dirigió con el Secretario para que le entregara acta de bautismo, constancia de limpieza de sangre, carta que garantizara su «arreglada conducta» y certificado de buena salud. Asimismo, se hizo acompañar de tres testigos mayores, quienes ratificaron lo dicho por el aspirante y su tutor. Con el trámite salvado, José Miguel Gordoa comenzó a vivir en el interior del Colegio sin utilizar el uniforme que lo acreditaba como estudiante. Mientras tanto, el Rector envió el expediente al Virrey para que expidiera el decreto de admisión. Al momento de ingresar formalmente al Colegio, todos los estudiantes realizaban el juramento. José Miguel Gordoa no fue la excepción. En acto protocolario se comprometió a obedecer ciegamente al Rector, guardar las constituciones, creer y defender el misterio de la Purísima Concepción de la Virgen, conducirse con honestidad, disciplina y rectitud, así como reconocer en la persona del Rey al patrón de Colegio y al monarca de la nación. Estas premisas calaron hondo en Gordoa pues, desde muy pequeño, trono y altar formaron parte de su vida y, por lo tanto, fueron dando forma a su imaginario. Religión y política no eran entidades separadas, formaban una unidad que representó en los hechos el gobierno que daba orden y armonía a la sociedad donde nació, creció y se educó el joven pinense. En este sentido, jurar obediencia al Rector, venerar a la Virgen y honrar al Rey representó para Gordoa —y para todos los colegiales— dar muestras claras de una serie de lealtades que se interiorizaba lenta, pero profundamente en su pensamiento. La fidelidad al soberano y la sumisión a la religión se expresaban cotidianamente en discursos, oraciones de refectorio, actos religiosos, certámenes literarios, en el estudio y hasta 58

cuando los estudiantes se preparaban para dormir, ya que poco después de las nueve de la noche, al dar las gracias por los beneficios recibidos durante la jornada, con frecuencia se rogaba por el bienestar del Rey y por el buen gobierno que emanara de su testa. La presencia real se notaba, incluso, en la designación del tipo de colegiales, pues había de dos tipos: los seminaristas y los reales. Además, para designar a los becarios también se hacía referencia al monarca pues había becas denominadas «de Real Merced». Los colegiales debían vestir riguroso uniforme para mostrar su sentido de comunidad. Entre otras obligaciones, debían asistir diariamente a misa cuidando que durante este tiempo «no se emplee en ociosas conversaciones». También asistían obligatoriamente al rosario y cumplían con las comuniones de regla.81 Obligadamente los estudiantes concurrían a tomar cursos a la Academia correspondiente. A las cátedras no debían acudir sólo de manera corporal, sino bien estudiados. Por regla, se los conminaba a guardar riguroso silencio y a no distraer a sus condiscípulos. En el refectorio, guardaban el respeto debido. En los actos públicos, se portaban «con juicio y señorío». No podrían salir solos a la calle; cuando fuera urgente, pedían permiso al Rector y éste autorizaba la salida si lo creía conveniente. Se prohibía «terminantemente» estar en la portería platicando con mujeres, así como visitar casas de dudosa reputación. En ningún caso los colegiales harían injuria de la política. Además, debían evitar cualquier mala conducta y detestar las bajas acciones. Ser prudentes y moderados. Imposible tomar o fumar tabaco dentro del colegio.82 Con base en los horarios contenidos en las Constituciones de 1779, es posible trazar las actividades que diariamente realizaban José Miguel Gordoa y sus condiscípulos. Además del Reglamento, es preciso tomar en cuenta el inmueble que albergaba a los colegiales, pues, más que muros, techos y espacios, fue construido por los ministros de San Ignacio de Loyola para representar el pensamiento de la época, las aspiraciones de la orden —y posteriormente del clero secular—, así como un estilo arquitectónico propio. Construido especialmente para servir como colegio-seminario, las diferentes áreas estaban pensadas para el desarrollo de las diversas actividades de una institución de este tipo: claustro, capilla, cocina, dormitorios, aulas, oficinas, patios, salón de actos, salones de estudio y librería, constituyeron la fábrica material del Colegio. El acceso era por la puerta principal, siempre vigilada. Cuando caía la noche, el portero cerraba, entregando de inmediato las llaves al Rector. La vida colegial era “El martes santo y el día de Nuestro Católico Monarca”; asimismo, cada mes se distribuía la comunión de la siguiente manera: el primer domingo los gramáticos, el segundo, los filósofos; el tercero, los teólogos y juristas; y el cuarto, los pasantes. 82 Véase: AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, 1786, fs. 6r-15r. 81

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agitada y extenuante: constaba de 16 horas. A las cinco de la mañana del horario de verano (5:30 del de invierno), los estudiantes despertaban con toque de campana, disponían de media hora para vestirse, arreglar su cama y prepararse. De 6:00 a 7:00, asistían a misa y, al concluir ésta, se dirigían al refectorio para desayunar. De 7:00 a 8:00, estudiaban y repasaban lecciones. De 8:00 a 9:00 era el tiempo de explicar las lecciones entre los mismos condiscípulos. A partir de este momento, los horarios de gramáticos, filósofos, canonistas y teólogos variaban de acuerdo a las actividades de cada disciplina. En lo que concierne a Teología —carrera elegida por nuestro personaje—, las actividades continuaban con una clase de 8:30 a 9:00 de la mañana. La siguiente media hora estaba dedicada a la conversación estudiantil preguntando y respondiendo sobre saberes y conceptos propios de la disciplina. De 10:00 a 10:30, explicación y ejercicio dentro de la clase; los próximos 15 minutos argumentación de unos con otros en presencia del maestro. De 10:45 a 11:00, descanso. La hora posterior la dedicaban a estudiar las lecciones a abordar por la tarde. Comían de 13:00 a 14:00 horas. De dos a tres de la tarde correspondía repasar la lección y explicarla ante el grupo. A continuación se destinaba una hora a asentar el material de estudio del siguiente día y asistían a conferencias. De 4:00 a 4:30, acudían al aula para argumentar las lecciones preparadas. Los 30 minutos que seguían se dedicaban a ejercicios dentro de la clase. De seis de la tarde hasta tocar el rosario, había Academias presididas por un pasante donde se defendía un artículo seleccionado por el maestro, quien se encargaba de dirigir el acto y aclarar dudas. Además, los teólogos tenían los lunes la llamada Lección de Refectorio, donde cada cursante defendía una conclusión que ya se había explicado en la cátedra, mientras dos de sus condiscípulos la argüían. Simultánea a esta actividad se desarrollaba la comida general. A partir de las 7:30 de la noche, los horarios de todos los colegiales nuevamente coincidían. A esa hora descansaban treinta minutos, luego rezaban el rosario. A las ocho de la noche cenaban, enseguida daban gracias al Altísimo en la capilla, después se retiraban a sus respectivos dormitorios. En la penumbra de las nueve de la noche, se desnudaban elevando oraciones de letanía a la Virgen. A las 9:15 privaba el absoluto silencio. Es posible que la rigidez del horario fuera trastocada en algunas ocasiones y que, de tanto en tanto, existieran transgresiones a la norma. Sin embargo, la distribución del tiempo estaba detallada tan escrupulosamente, que el orden de las actividades se efectuaba sin grandes alteraciones, pues su estricta vigilancia por parte de Rector, Vicerrector y catedráticos, garantizaba la observancia de la regla. En este sentido, se prohibían «terminantemente» las diversiones organizadas en el 60

Colegio durante la etapa jesuita: en los días festivos nunca más se admitió introducir novillos; tampoco se permitieron los paseos con música. La instrucción que recibieron los colegiales privilegió el estudio en el marco de una estricta formación religiosa. El horario perfectamente organizado y saturado, era con la finalidad de no dejar nada a la casualidad, además de mantener ocupados a colegiales y catedráticos para evitar así que la pereza fuera madre de malos pensamientos. Cuadro 1 Distribución del tiempo en el Colegio (16 horas por jornada)

FUENTE: Elaboración propia con base en información consultada (AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, 1786, fs. 15r-22v.)

Para dar cuenta de la vida al interior del Colegio, no se debe omitir que, puertas adentro, se dio importancia a la vida comunitaria, por lo cual los horarios y el reglamento buscaban homologar las actividades personales en dicho espacio para reforzar su condición gregaria. Esto explica la poca disponibilidad de fuentes para rastrear la trayectoria de una persona en particular dentro de este tipo de instituciones, pues al haberse procurado allí que todos tuvieran un mismo horario, un único estatuto, idénticas oraciones e, incluso, que comieran los mismos alimentos, se incentivaba el espíritu colectivo, sin distinción de personas. No obstante, existe un resquicio por donde puede seguirse el desempeño individual únicamente en algunos colegiales: quienes destacaron por méritos académicos o por virtud. Afortunadamente, nuestro personaje sobresalió en los dos campos, factor que contribuyó a conocer un poco más de su estadía en San Ildefonso. Desde su llegada al Colegio, los maestros de José Miguel Gordoa observaron que su talento era digno de encomio, pero también su fe en Dios y en 61

la Virgen María. Al respecto, José Ignacio Dávila Garibi expresa que el pinense se caracterizó por «su virtud acrisolada y sublime, su carácter suave, dulce y afable».83 Estas actitudes —continúa Dávila Garibi— «le captaron el más vivo aprecio de cuantos le conocieron […]. La sabiduría le honró y en vano quiso ocultar el cúmulo de cualidades sobresalientes que adornaron su bello genio».84 Tal vez por esa notoria modestia, el Marqués de Castañiza, quien dijo conocer bien a nuestro personaje, lo calificó como «muy tímido».85 Otra opinión sobre Gordoa, esta vez a cargo de alguien que lo conoció de cerca, don Pedro Espinosa y Dávalos, se orienta en el mismo sentido: «era verdaderamente humilde, incansable [...], afable, caritativo, respetado por todas sus virtudes».86 Asimismo, se opinaba de él que tenía un «alma inocente y generosa que se pintaba en una fisonomía dulce y verdaderamente angelical».87 A este conjunto de cualidades, habrá que agregarle su templanza, condición que según el angélico doctor santo Tomás, constituye una piedra preciosa que solidifica al espíritu. Lejos de hacer un panegírico sobre José Miguel Gordoa, citamos opiniones de quienes lo conocieron o supieron de su carácter, para trazar su perfil. Por lo ya mencionado, podemos afirmar que en verdad fue un hombre prudente, piadoso, de fe inquebrantable, mesurado, con inclinaciones a la meditación y el estudio, alejado de intrigas y querido por cuantos lo rodeaban. Pese a su modestia, brilló en su rol de colegial a grado tal, que llegó a sustituir varias cátedras en el Colegio de San Ildefonso y en la Universidad de México. Pero vayamos por partes. Como ya se ha mencionado, Gordoa fue un estudiante precoz. Desde las primeras letras hasta su estadía en San Ildefonso, se caracterizó por su mente despierta y su disposición al estudio. Cursando la ciencia que trata sobre Dios, se le veía en San Ildefonso remitirse con inusitado apetito en el libro del padre Gómez para conocer con detalle los secretos de la Teología Escolástica. Hacía lo mismo con el ilustrísimo texto de Melchor Cano, De locis theologicis, para entender a cabalidad la teología dogmática. A los quince años sabía leer, hablar y escribir con soltura el latín, por lo que no le representó dificultad enfrentarse a los libros escritos en ese idioma. Para entender el contexto donde José Miguel Gordoa estudió teología, es menester señalar que esta materia se abordó de distintas maneras y con alcances diversos. De las universidades españolas, destacó en esta disciplina la facultad de J. Ignacio Dávila Garibi, Recopilación de datos para la historia del Obispado de Zacatecas, Tomo Primero, Imprenta económica, Zacatecas, 1949, p. 55. 84 Ibidem. 85 AGN, Inquisición, exp. 176, año 1795, f. 2. 86 Espinoza citado por Dávila Garibi, Recopilación, 1949, p. 158. 87 J. Ignacio Dávila Garibi, Apuntes, 1967, p. 567. 83

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teología salamantina, que hacia mediados del siglo XVIII incluyó en su oferta 18 cátedras: «10 pro Universitate y 8 llamadas cátedras de Religiones. Hélas aquí por su orden y preferencia. Cátedras de Universidad: Prima de Teología, Vísperas de Teología, Sagrada Escritura, Filosofía Moral, Durando, Santo Tomás, Escoto, Teología Moral, San Anselmo, Suárez. Cátedras de Religiones: Prima y Vísperas de Santo Domingo, Prima y Vísperas de la Compañía, Prima y Vísperas de San Benito, Prima y Vísperas de San Francisco».88 Tal variedad no pudo ofrecerse en la Nueva España, sin embargo, la Real y Pontificia Universidad y los colegios desparramados en el virreinato, brindaron estudios de teología de acuerdo a sus posibilidades, pues la formación de teólogos fue un aspecto primordial para la Iglesia y la Corona. Tras la expulsión de los padres de la Compañía se endureció el control de la política regalista sobre las instituciones eclesiásticas. La Corona prohibió el tratamiento de las corrientes teológicas promovidas por los ignacianos, como el estudio de las tesis de Suárez y Vitoria. Asimismo, se emprendieron reformas a la vida conventual y a la catequesis, se administraron los diezmos por parte del Estado y, por si fuera poco, Carlos III marcó el derrotero sobre los temas a tratar en los concilios provinciales. De esta manera, el currículo de los colegios y de la Universidad sufrió modificaciones importantes: se impulsó la teología positiva, teniendo en De locis theologicis, de Melchor Cano, al mejor exponente de la corriente oficial, según quedó expueto. En lo sucesivo, la Teología brindó mayor atención a temas específicos como la Sagrada Escritura y la Historia de la Iglesia, y se recuperaron autores como san Agustín y santo Tomás.89 Fue en este marco teológico-conceptual donde nuestro personaje estudió la delicada materia sobre Dios. En San Ildefonso, se instruyó en Durando y Biblia. Más decisivo aún le sería el conocimiento de las Sagradas Escrituras, lo cual hizo de la mano de Melchor Cano para acceder a la difícil trama del conocimiento del Altísimo: el misterio de la Santísima Trinidad, la encarnación del Verbo Divino, la labor salvadora de la Iglesia, la utilidad de los sacramentos, sin olvidar la obligación de los hombres de servir y amar a Dios. Útil todo ello para reconocer la autoridad de la Iglesia católica, fundamentar la potestad de los concilios y aceptar la dirección que daban a la institución eclesiástica los santos padres y los doctores escolásticos. Daniel Simón Rey, Las cátedras de la facultad de Teología de la Universidad de Salamanca en el siglo XVIII, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1965, p. 109. Véase: Miguel Anxo Pena González, La Escuela de Salamanca. De la monarquía hispánica al orbe indiano, Universidad de Salamanca, Madrid, 2009. 89 Josep-Ignasi Saranyana, “Los grandes temas de la Teología colonial latinoamericana hasta 1810”, en https:// www.google.com.mx/search?q=Los+grandes+temas+de+la+Teolog%C3%ADa+colonial+latinoamerica na+hasta+1810&oq=Los+grandes+temas+de+la+Teolog%C3%ADa+colonial+latinoamericana+hast a+1810&aqs=chrome..69i57.8231j0j9&sourceid=chrome&espv=210&es_sm=93&ie=UTF-8, consulta realizada el 28 de enero de 2013. 88

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Respetando las constituciones del Colegio de San Ildefonso, amplió su horizonte académico inscribiéndose en la Real Universidad de México, donde también estudió Teología. Así, de manera simultánea, aprendió la misma disciplina en dos centros formativos, no obstante a ello, seguía viviendo como interno en San Ildefonso, colegio de donde, con previa autorización, salía a la universidad a acrecentar sus conocimientos. De acuerdo a la regla universitaria, para obtener el grado de bachiller en Teología los estudiantes debían aprobar cuatro cursos de Prima, dos de Vísperas, dos de Sagrada Escritura y, por último, uno de Santo Tomás.90 José Miguel Gordoa no cursó todas las materias, pues recordemos que estaba adelantado en la disciplina por haber estudiado ya una buena parte de ese núcleo de contenidos. Por esta razón, luego de ser acreditada su solicitud para obtener dicho grado en la universidad, se sometió al respectivo examen, escuchando al término de éste la frase: Auctoritate Pontificia et Regia, qua fungor in hac parte, concedo tibi gradum Bachalaureatus.91 Con el grado de Bachiller en Teología, Gordoa optó por combinar la carrera académica con la eclesiástica porque, lejos de reñir, estas facetas eran complementarias. A la par de la obtención de grados en la universidad, nuestro personaje procuró la ordenación sacerdotal. Para la época, en casi todos los casos las órdenes menores daban mayor importancia a los conocimientos, de tal suerte que había una buena cantidad de presbíteros «académicos» para quienes el ministerio de cura de almas no estaba entre sus planes. En los colegios y en la Universidad se les preparaba más para su participación en actos académicos que para desempeñar funciones propiamente sacerdotales: «[...] de las oraciones latinas escolares, se pasaba a las morales y funerarias y a los sermones; de las disputas y oposiciones, a cátedras y oposiciones para curatos vacantes».92 De esta manera, no sorprende que José Miguel Gordoa haya solicitado formar parte del etado clerical. El máximo órgano del virreinato indagó si el interesado cubría los cuatro requisitos básicos que marcaban los concilios: preparación, modo honesto de vida, origen social decoroso y posesión de un patrimonio o renta. Cumplidos los requerimientos se aprobó la petición. El siguiente paso fue el examen, que estuvo a cargo de un cuerpo sinodal que exploró los conocimientos del sustentante en las materias de lengua mexicana, teología moral y gramática latina.93 Aprobado el acto académico, José Miguel Gordoa fue investido con las órdenes menores. Así, hacia 1795, cuando nuestro personaje contaba con 18 años, lo encontramos ya como «Bachiller Teólogo clérigo Rafael Sánchez Vázquez, “Síntesis sobre la Real y Pontificia Universidad de México”, en Anuario de Historia del Derecho, vol. XIV, UNAM, México, 2002, p. 302. 91 Ibid., p. 323. 92 Rodolfo Aguirre Salvador, “El clero secular de Nueva España y la búsqueda de grados de bachiller”, en Fronteras de la Historia, vol. 13, núm. 1, Instituto Colombiano de Antropología e Historia Colombia, Bogotá, 2008, p. 129. 93 Ibid., p. 134. 90

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de Menores órdenes».94 Sin embargo, es necesario advertir que estos estudios sólo constituían el primer tramo de la formación sacerdotal. Los presbíteros, cuyo grado era mayor, generalmente se preparaban para desempeñar el ministerio en los curatos, donde acudían como ayudantes para aprender a decir misa, predicar y administrar sacramentos. Empero, a Gordoa no le interesó en ese momento seguir la línea de los curatos. En las postrimerías del siglo de las luces, los clérigos que obtenían un grado universitario avanzaban en su carrera cultivando una línea. Ésta constituía algo parecido a la especialidad, en la que los iniciados comenzaban desde abajo para escalar peldaños con base en el trabajo y la perseverancia. La meta de todos era llegar a los cargos de mayor jerarquía. Lo lograban quienes, además de poseer numerosas virtudes y méritos, tenían la protección de un padrino poderoso e influyente. Para el periodo de estudio había tres líneas que marcaban el derrotero: la académica o literaria, la de cátedras y la de curatos.95 No es ocioso señalar que el pinense optó por la académica y la de cátedras. En cuanto a la carrera académica, ya se mencionó la manera como se formaban los colegiales de San Ildefonso. Como estudiante, Gordoa participaba activamente en los distintos cursos donde, invariablemente, tenía que preparar exposiciones, defender tesis y contra-argumentar postulados por sus condiscípulos. Estos ejercicios eran una especie de ensayo de lo que vendría después: las Academias. Las Academias se celebraban el 19 de octubre de cada año y consistían en lo siguiente: el catedrático titular repartía entre sus estudiantes una serie de temas o puntos para sustentar la materia de estudio (un artículo, capítulo o parágrafo); enseguida, cada colegial disponía de una semana para preparar su intervención pública donde argumentaría y defendería su postura; ya en el acto, participaban dos estudiantes más —nombrados por el catedrático—, cuya función consistía en replicar lo referido por el expositor. Esta batalla argumentativa tenía como autoridad a un comité sinodal integrado por el Presidente de la Academia (un pasante de la disciplina) y por el catedrático, quien poseía el voto de calidad. El ejercicio era conocido como «Acto de Estatuto», donde siempre había un ganador. El estudiante con mayores prendas intelectuales brillaba en la palestra y era admirado por la comunidad sanildefonsina. A todas las Academias asistía el Rector con el propósito de darle realce a la actividad y, de paso, verificar su correcta realización. AGN, Inquisición, exp. 176, año 1795, f. 3. Rodolfo Aguirre Salvador, El mérito y la estrategia: clérigos, juristas y médicos en Nueva España, UNAM / Plaza y Valdés, México, 2003, p. 87. 94 95

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En lo concerniente al Estatuto de Teología, José Miguel Gordoa obtuvo el primerísimo lugar. En el acto donde expuso su planteamiento, fue tan sobresaliente la lucidez con que lo hizo, que dejó maravillado a todo el auditorio. Los replicantes no fueron capaces de opacar al orador resplandeciente, quien, fundamentado en los textos teológicos que consultó pacientemente en la librería, confeccionó su alegato de manera infalible. Debido al éxito obtenido en dicho Estatuto, y después de cursar las materias propias de la disciplina teológica, fue elegido Presidente de Academias. La Universidad de México fue otro espacio donde el pinense mostró sus dotes intelectuales. Allí participó en Actos y Actillos, pero fue en los Quodlibetos donde exhibió con mayor destello su talento. En los Quodlibetos un estudiante se encargaba de exponer, ante un cuantioso público, dos argumentos: uno a favor y otro en contra, para desprender una conclusión final. El alumno seleccionaba un tema, mismo que preparaba con antelación para darlo a conocer detalladamente ante una selecta asistencia. El acto tenía una duración de dos horas, lapso en el cual los escuchas debían estar atentos a la disertación del estudiante. En caso de que los presentes dieran muestra de enfado o desinterés, el expositor era calificado con malas notas. Si, por el contrario, demostraba dominio y solvencia al desarrollar el tema, era halagado y agraciado con el aprecio de sus pares, con el reconocimiento de sus catedráticos y con la consideración de la comunidad letrada. Con un prestigio ganado a pulso, el joven José Miguel Gordoa decidió participar en la convocatoria para sustituir alguna cátedra que, por diversas razones, quedaba vacante en San Ildefonso. Así comenzó a cultivar la línea de cátedras. Enterado que el curso de gramática latina en el nivel de Mínimos había quedado sin profesor, Gordoa resolvió participar en el examen de oposición. Para hacerlo, tuvo que esperar la emisión de la convocatoria, elaborada en una reunión llevada a cabo en la sala rectoral de San Ildefonso estando presentes el Rector, el Vicerrector y algunos catedráticos. Una vez publicada, los interesados dispusieron de una semana para preparar su respectiva disertación que consistía en la lectura durante media hora del tema preparado que, para el caso de la materia, se desprendía de Las Philipicas, de Cicerón. La exposición se efectuaba en presencia de las autoridades del Colegio y de los catedráticos, quienes emitían su parecer por separado. Superado este acto, el sustentante presentaba al Rector un documento donde se enumeraban sus méritos, que eran corroborados con constancias y comprobantes. Pareceres y relación de méritos eran entregados a la Real Audiencia, órgano que programaba una reunión donde estaban presentes sus miembros, además del canónigo maestrescuela y el rector de San Ildefonso. Allí se valoraban los expedientes seleccionando a los tres opositores más destacados, que 66

eran propuestos al Virrey. Éste decidía de acuerdo a su criterio, al sustentante más idóneo para ocupar la cátedra. Después del complicado procedimiento descrito con antelación, José Miguel Gordoa ocupó la suplencia de Mínimos. Más adelante se vio en la necesidad de repetir este mecanismo para tomar la cátedra de gramática latina, pero ahora en el nivel de Menores y Medianos. Sintiéndose cómodo con el proceso para acceder a las cátedras, participó más tarde en la oposición de filosofía. Aquí, la fórmula tuvo dos variantes respecto a los procedimientos anteriores: en lugar de exponer treinta minutos, la disertación abarcó una hora. Asimismo, una vez concluido su discurso, tuvo que argüir dos lecciones con argumentos contrarios. En todas las evaluaciones que presentó, Gordoa obtuvo el primer lugar, en consecuencia, ocupó las cátedras respectivas. Ya como catedrático sustituto, nuestro bachiller se comprometió públicamente a honrar el trabajo académico. Para ello, en un acto protocolario, juró ante el Rector «ejercer bien y fielmente su empleo, defender el misterio de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, guardar las Constituciones y no enseñar ni defender en manera alguna opiniones laxas coercitivas de las buenas costumbres o las que estuviesen prohibidas por nuestro Católico Monarca».96 Su inclusión como catedrático en San Ildefonso lo colocó en otra categoría. No representaban lo mismo un colegial y un maestro. A la vista de la comunidad escolar tenía bien ganada una fama de inteligente, mesurado y virtuoso, prendas que siguió aumentando en su desempeño como profesor, ya que cumplía pulcramente con el reglamento del centro formativo: se presentaba puntual a su cátedra, asistía a los actos públicos y daba ejemplo a sus estudiantes con una intachable conducta. En el mismo sentido, como su residencia seguía siendo el Colegio, gozaba de ciertas consideraciones: disponía de un pequeño dormitorio privado, su trabajo académico se le remuneraba con 200 pesos anuales, recibía dotaciones de chocolate y tenía derecho a una doble ración de velas por aquello de que solía leer durante las noches.97 Desempeñándose como catedrático sustituto en San Ildefonso, se le hizo la invitación para que participara en el examen de oposición para cubrir la cátedra de retórica que estaba vacante en la Real Universidad. Motivado por el prestigio de los catedráticos de esta institución, preparó un expediente en el que incluyó distintos documentos: unos que daban cuenta de su formación académica, otros que demostraban poseer sangre limpia y pertenecer a una familia honorable. En el legajo también se anexó una breve referencia sobre sus virtudes cristianas. 96 97

AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, 1786, f. 13r. AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Enseñanza, 1786, fs. 13r-14r.

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Papeles en mano, el joven zacatecano solicitó ser admitido para la respectiva oposición. Una vez aceptado, se preparó a conciencia. Veinticuatro horas antes del examen se reunió junto con el resto de los aspirantes con el Rector. En dicha junta se distribuyeron los temas a exponer por cada sustentante frente a un grupo preestablecido. El examen consistía en desarrollar una cátedra ante treinta votantes, alumnos y bachilleres de la Universidad. La sesión se dividía en dos partes: lectura del libro de texto y posteriormente la consabida explicación.98 Concluido el proceso, la mayoría de los votantes coincidió en que José Miguel Gordoa había sido el aspirante con mayor capacidad intelectual y notable habilidad docente. Así se convirtió en catedrático sustituto de la Real Universidad. La cátedra de Retórica que Gordoa obtuvo tenía como objetivo preparar a los alumnos en la elocuencia de la palabra. A partir de diversos ejercicios y clases prácticas, enseñó a sus estudiantes a expresarse con contundencia, a construir disertaciones, a disuadir al auditorio y a ganar exámenes. En esta cátedra fue común observar a José Miguel Gordoa utilizando la lengua latina y castellana, traduciendo textos del latín al idioma de Cervantes y viceversa, empleando autores clásicos como Salustio, Tito Livio y Horacio para instruir en Retórica y Prosodia a los colegiales. Aun cuando en nuestra indagación no existe constancia de ello, Dávila Garibi asevera que nuestro personaje sustituyó en la misma Universidad las cátedras de Sagrados Cánones y Derecho civil.99 En 1797, José Miguel Gordoa tenía veinte años cumplidos y ya se había ganado cierto renombre en los colegios y el Claustro Universitario, donde se lo consideraba letrado, virtuoso e inteligente. Como maestro, se entregaba plenamente a su actividad, razón por la que era estimado y valorado por sus alumnos. Sin embargo, una inquietud creciente lo agobiaba. En Guadalajara —obispado al que pertenecía—, se había fundado desde 1792 una universidad. Sabía que con la trayectoria realizada hasta ese momento en la Ciudad de México, su futuro en el centro del virreinato era prometedor, no obstante, su desasosiego crecía. Recordemos que, con el propósito de obtener el grado de bachiller en Filosofía, nuestro personaje se había visto en la necesidad de viajar a la Ciudad de México a falta de una universidad en provincia. Pero una vez instalado en la capital novohispana, y sin dejar de apreciar las inigualables oportunidades que se le ofrecían ahí para su proyecto de vida, en el momento justo de definir su destino revaloró la existencia de la Universidad tapatía. Seguramente encomendó entonces sus pasos al Creador sin dejar de consultar a personas de su entera confianza. Luego de meditarlo mucho, por fin decidió incardinar su carrera a la diócesis tapatía, espacio más familiar para él Alberto María Carreño, La Real y Pontificia Universidad de México, 1536-1865, UNAM, México, 1961, p. 45. 99 Ignacio Dávila Garibi, Recopilación, 1949, p. 158. 98

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pese a que su natal Zacatecas se había separado administrativamente para entonces de Guadalajara formando su propia intendencia. Sin embargo, el obispado seguía manteniendo autoridad sobre la jurisdicción zacatecana y, además, su hermana María Micaela Josefa había ingresado al Colegio de Niñas de San Diego de Alcalá, mientras que uno de sus hermanos, Joaquín, se formaba a la sazón como sacerdote en el Seminario Tridentino de San José, ambos en Guadalajara, precisamente. En diciembre de 1797, nuestro personaje arribó a Guadalajara con una carga harto prestigiosa: dos grados de bachiller, uno en Filosofía y otro en Teología, además de algunas materias en Cánones que cursó en el bachillerato de la Universidad de México. En su trayectoria académica también destacaban sus participaciones en actos, actillos y quodlibetos, así como en exámenes de oposición para sustituir cátedras. Tanto o más meritorio era haber sido catedrático en el Colegio de San Ildefonso y en la Real Universidad. Deseoso continuar sus estudios, Gordoa se dirigió a la Universidad de Guadalajara y de inmediato delineó un plan que contemplaba alcanzar la licenciatura en un corto plazo, consciente de que si deseaba escalar peldaños en la institución eclesiástica, debía obtener un grado igualmente superior. En este sentido, la licenciatura no sólo le permitiría superarse en conocimientos, sino aun distinguirse de los bachilleres, pues los grados de licenciado y doctor representaban mayor prestigio y, por ende, facilitaban acceder a las prebendas y canonjías exclusivas de los cargos más altos de la administración clerical. Hasta aquí, es preciso subrayar que, desde sus inicios, Gordoa decidió seguir la carrera religiosa: luego de su estancia en San Miguel de Allende, ingresó en Zacatecas al Colegio Seminario de San Luis Gonzaga, donde se ponía énfasis en la instrucción piadosa; más adelante, estudió Teología en San Ildefonso —donde de paso recibió las órdenes menores— y también en la Universidad de México. Habiendo sobresalido en todas estas instituciones en los misterios de la fe y la espiritualidad, al momento de optar por una disciplina dentro de la Universidad tapatía —corporación laica pero dirigida por eclesiásticos—, no dudó en elegir Teología de entre las cinco facultades ofertadas —Cánones, Leyes, Medicina y Artes eran las otras—. Con un bagaje intelectual ad hoc, Gordoa se sentiría como pez en el agua al ingresar a la facultad de Teología, reservada para quienes elegían la carrera eclesiástica. Fundamentalmente, las vertientes de la disciplina eran dos: práctica y teórica. La primera, orientada a regular las acciones de los hombres, era un saber que estimulaba la respuesta adecuada a casos de conciencia. La segunda, de carácter especulativo, estaba dedicada a conocer la verdad revelada acerca de Dios. En este tenor, el joven pinense estudió dos tipos de Teología: la moral, orientada al estudio de la vocación del hombre en Cristo. Así, retomó las lecciones de los padres de la 69

Iglesia, la historia eclesiástica y lo dispuesto por los concilios. Dando muestras de cumplir con lo requerido para obtener el grado de licenciado en Teología, Gordoa solicitó someterse al procedimiento dispuesto para lograrlo, y la dogmática, que prescribía la exposición y el tratamiento científico de la Palabra de Dios. De acuerdo a las constituciones de la Universidad de Guadalajara, idénticas a las de Salamanca, el joven eclesiástico tuvo que cumplir a cabalidad los requerimientos estipulados. Lo primero, acreditar su condición ante el maestrescuela o cancelario, cuyas funciones eran presidir actos literarios, examinar los títulos de los graduados que provenían de otras universidades y conferir grados mayores.100 Salvado este trámite, el zacatecano acudió con el Secretario de la Universidad para mostrar su intención así como solicitar formalmente su solicitud con los documentos probatorios de su condición y estudios hechos con anterioridad. Luego de la indispensable anuencia, se dispuso a realizar propiamente el acto académico dividido en tres partes: la primera consistió en la elaboración de un escrito sobre un tema teológico, indicando el texto donde abrevó y enunciando claramente las conclusiones. Enseguida el texto era revisado por el Rector, el censor real y el catedrático de Prima. Si su parecer era aprobatorio, las conclusiones pasaban a la imprenta, donde se tiraban varios tantos, que eran repartidos a todos los doctores de la facultad, además, en la puerta de la institución se fijaba el texto impreso de las conclusiones. Siete días después se desarrollaba el llamado «Acto de repetición» en el aula general con el propósito de que la comunidad escolar se reuniera a escuchar al sustentante. En este evento público, Gordoa demostró dominar con suficiencia el contenido que abordó en el texto, amén de que defendió las conclusiones con sobrada capacidad. A continuación, respondió tres argumentos formulados por el cuerpo sinodal. La última parte del examen se efectuó días después. José Miguel Gordoa se presentó a los quodlibetos, acto en el que durante dos sesiones efectuadas mañana y tarde, disputó doce cuestiones con un bachiller y cinco estudiantes de distintas órdenes religiosas. En cada acto que tuvo una duración aproximada de dos horas, nuestro personaje argumentó distintas tesis teológicas y contra-argumentó las premisas de los implicados en el evento. La contienda tuvo como base «seis diver­sos lugares teológicos, y las seis expositivas, tres sobre el nuevo y tres sobre el viejo testamento».101 Al final de todo el protocolo, el 25 de abril de 1798 obtuvo el grado de licenciado en Sagrada Teología. Al maestrescuela o cancelario le correspondía recibir las solicitudes de quienes pretendían obtener grados mayores de Licenciado y Doctor. Asimismo, le tocaba vigilar que en el proceso de titulación se realizaran todas las diligencias establecidas en las constituciones de la Universidad. Carmen Castañeda, La educación en Guadalajara durante la colonia, 1552-1821, El Colegio de Jalisco / El Colegio de México, México, 1984, p. 315. Véase: Juan B. Iguíniz, La Antigua Universidad de Guadalajara, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, México, 1959, p. 14. 101 Juan B. Iguíniz, La Antigua, 1959, p. 15. Véase: Carmen Castañeda, La educación, 1984, pp. 407-409. 100

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Residiendo en Guadalajara, Gordoa fue tratado con amabilidad y cortesía. En el centro urbano y en el claustro universitario, se sintió cómodo, razón por la cual pensó que su espíritu trashumante había llegado a su fin. Habiendo vivido en su natal Sierra de Pinos, en San Miguel el Grande, en la ciudad de Zacatecas y en la capital virreinal, pretendió establecerse en definitiva en la Perla de Occidente. Con tal propósito, se domicilió en una casa ubicada en el centro de la ciudad y asistió con mayor frecuencia a la universidad. Las condiciones parecían las idóneas para continuar con su carrera. Sabedor de cómo los teólogos debían prestar sus servicios en la institución eclesiástica, Gordoa comenzó a vincularse con dos órganos que representaban la materialización de sus aspiraciones: la universidad y el obispado. Aunque la Real Universidad Literaria de Guadalajara era, ante todo, una universidad secular y no una corporación eclesiástica, desde su fundación los doctores eclesiásticos determinaron su derrotero y su funcionamiento.102 Por el prestigio del grado, pero también por el poder de decisión que los doctores alcanzaban, muchos eclesiásticos quisieron llegar al escalón más alto de la carrera académica; sin embargo, no todos lo lograron porque, además de talento, disciplina e inteligencia, conseguir el grado era un asunto de dinero. Por eso, al carecer de capital suficiente, muchos aspirantes se quedaron en el camino, llegando a ser bachilleres o, cuando mucho, licenciados. Aquí es necesario precisar que si bien el dinero era un asunto importante, el prestigio y la honra familiar representaban elementos todavía más medulares para quienes aspiraban al grado doctoral. Así, en la Universidad de México, el cuarenta por ciento de los candidatos a doctores había declarado pertenecer a familias con algún tipo de nobleza.103 Como la naciente Universidad tapatía pretendía funcionar de un modo muy similar, las exigencias fueron las mismas. En este sentido, estos dos requisitos dejan ver que muy pocos conseguían doctorarse porque, además de sufragar cuantiosos gastos, requerían formar parte de una familia con evidente lustre y honor. Considerando los requisitos impuestos por la Universidad de Guadalajara, José Miguel Gordoa pretendió el grado de doctor. Con la licenciatura como antecedente inmediato, preparó el camino para conseguir tan caro anhelo: ayudó a los catedráticos, estuvo atento a cualquier disposición del rector para, solícito, ofrecer sus servicios, pero también comenzó a frecuentar la curia episcopal. Allí pudo tratar de cerca a su obispo, don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, por quien desde el principio sintió un especial afecto. Así, situado cerca de la Universidad y de la cabeza de la diócesis, nuestro personaje solicitó al Claustro Universitario la oportunidad para obtener las borlas blancas. Carmen Castañeda, La educación, 1984, p. 178. Rodolfo Aguirre Salvador, “El ascenso de los clérigos de Nueva España durante el gobierno del arzobispo José Lanciego y Eguilaz”, en Estudios de Historia Novohispana, UNAM, núm. 22, México, 2000, p. 103. 102 103

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El cancelario recibió la petición con agrado, pues conocía las virtudes del aspirante, así como su capacidad académica y su ascendencia familiar. Contando con el visto bueno de éste —quien notificó las pretensiones del aspirante al rector—, Gordoa fue admitido como candidato. A partir de tal confirmación se contaron nueve días para que la autoridad universitaria mandara publicar un edicto donde se especificaba que el solicitante era apto y contaba con todo el derecho para pretender el grado de doctor. Pasados tres días, los catedráticos se reunieron para acordar la fecha de la ceremonia cuando Gordoa accedería por suficiencia a tal distinción. Llegado el día, 10 de mayo de 1799, se desarrolló el acto protocolario ante un concurrido auditorio en el aula general, donde se reunieron todos los doctores de la institución,104 sin necesidad de examen o disertación pública. El acto a través del cual obtuvo el grado estuvo desprovisto de cualquier elemento académico, desarrollándose a través de un ritual bien establecido, donde al final el decano de los doctores pronunció: «Recibe el ósculo de la paz como señal de la fraternidad, de amistad y de unión con nuestra academia»; luego, expresó frente a nuestro personaje: «Recibe el anillo de oro en señal de desposorio y matrimonio entre ti y la sabiduría como esposa carísima»; para cerrar con la fórmula: «Recibe el libro de la sabiduría para que puedas enseñar a los demás libre y públicamente».105 Al término de la función, el claustro de doctores lo declaró aprobado nemine discrepante. Antes de ser nombrado doctor en Sagrada Teología, el sustentante debió jurar solemnemente la asunción al grado. Por su importancia simbólica, citamos algunos fragmentos de discurso en cuestión: «Yo, José Miguel Gordoa y Barrios, creo con fe firme y profeso todas las cosas y cada una que están contenidas en el símbolo de la fe que usa la Santa Iglesia Romana: a saber, creo en un Dios, Padre, Todopoderoso creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles y de las invisibles y en un solo Señor Jesucristo, hijo único de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero […]».106 El juramento seguía: «Admito y abrazo firmísimamente las tradiciones apostólicas y eclesiásticas de las demás observaciones y constituciones de la misma Iglesia. Asimismo, admito en la Sagrada Escritura aquel sentido que sostuvo y sostiene la Santa Madre Iglesia […]».107 Por supuesto, reconoció el misterio de la transustanciación, cimiento del catolicismo: «Profeso igualmente que en la misa se ofrece a Dios en sacrificio verdadero, propio y propiciatorio por los vivos y difuntos; y que en el Santísimo Sacramento de la Daniel Lemus Delgado, Doctores universitarios, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, Guadalajara, 1992, p. 21. 105 Carmen Castañeda, Ibid., 1984, p. 416. 106 Ibid., p. 391. 107 Ibidem. 104

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Eucaristía está verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo […]».108 No podía faltar la alusión directa al monarca: «Yo, José Miguel Gordoa y Barrios, hago votos y juro también por los Santos Evangelios de Dios tocados corporalmente por mí, que seré fiel al Rey de Castilla y León, Patrón de esta Universidad […]».109 Reconocido lo anterior, el pinense fue nombrado oficialmente doctor en Sagrada Teología. La designación lo convertía en sujeto preeminente, pero esta misma condición lo obligaba a practicar sus conocimientos con apego y rigor, al tiempo que le precisaba ser súbdito fiel del soberano. Sin embargo, en el caso particular de José Miguel Gordoa, el juramento, lejos de representar una obligación, fue una oportunidad para manifestar públicamente su fe y su amor por el monarca según lo aprendió desde muy corta edad. Con la obtención del grado, José Miguel Gordoa podía participar en discusiones públicas y disputas teológicas; le era permitido proponer argumentaciones alternas a las Sagradas Escrituras; asimismo, estaba facultado para impartir cátedra en colegios, seminarios y universidades; además podía pertenecer al Tribunal del Santo Oficio, censurar y revisar libros prohibidos, así como leer y expurgar sermones; también le era permitido desempeñar los más altos y honoríficos cargos en la institución eclesiástica. Con el grado, pasaba a formar de la élite académica, ese reducido grupo que tenía fuerte presencia en la alta jerarquía eclesiástica y universitaria, pues los doctores no sólo definían la política dentro en ambas instituciones, sino que su radio de acción e influencia se extendía hasta los estrechos círculos del gobierno civil y varios sectores de la sociedad. Al respecto, Rodolfo Aguirre Salvador señala que, para el caso de la Universidad de México, sólo el 4.5 por ciento de los bachilleres se doctoraba.110 Sin embargo, a pesar del difícil acceso al máximo grado académico, hacia fines del siglo XVIII se experimentó un desequilibrio entre los pocos puestos y dignidades eclesiásticas disponibles y el elevado número de personas con doctorado que, al menos en teoría, podrían acceder a un cargo honorífico.111 A mediados de 1799, el flamante doctor Gordoa, de apenas 22 años, gozaba de una fama bien ganada en el ámbito académico; pero, para incursionar en los altos cargos de la jerarquía eclesiástica, tales prendas eran insuficientes. Recordemos que el pinense había elegido dos líneas para avanzar en su carrera: la académica y la de cátedras, sin embargo, para la época, a los méritos propios había que acompañarlos con un padrinazgo Ibid., p. 392. Ibid., p. 393. 110 Rodolfo Aguirre Salvador, El mérito..., 2003, p. 81. 111 Nancy M. Farris, La Corona y el clero en el México colonial, 1579-1821. La crisis del privilegio eclesiástico, FCE, México, 1995, pp. 97-110. 108 109

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poderoso si se quería ascender en la jerarquía de la institución eclesiástica. En este sentido, una familia preeminente o algún alto gobernante civil, podían constituirse en factor determinante en cualquier promoción. Así, pues, con el objeto de allanar el difícil trayecto que implicaba ascender dentro de la institución eclesiástica, Gordoa buscó un padrino y, para su fortuna, lo encontró en el obispo Cabañas. Doctor en Teología por la Universidad de Alcalá, Cabañas vio en el joven Gordoa a una persona muy parecida a él porque, además de haber estudiado la misma disciplina, los dos compartían el fervor por la Virgen, el gozo espiritual y sólidas virtudes cristianas. Cabañas tomó posesión de la Diócesis de Guadalajara a mediados de 1796, de tal manera que Gordoa, con poco tiempo de residencia en la capital tapatía, ganó el favor del Obispo. Muy pronto el prelado le encargó al joven doctor que se hiciese cargo de su agenda personal. La relación entre ambos se fortaleció cuando Gordoa solicitó y obtuvó el orden del presbiterado. En 1800, Cabañas lo ordenó en la capilla de su Palacio Episcopal. Poco después, le extendió facultades para oficiar misa, confesar, predicar y administrar el resto de los sacramentos en los templos de Guadalajara. Durante los primeros años del siglo XVIII las cosas transcurrieron para José Miguel Gordoa según lo previsto. Mantuvo el vínculo con la Universidad local y, en consonancia con su ministerio, se dedicó a cumplir las encomiendas de su Obispo: celebraba la santa misa, confesaba, predicaba, aplicaba los santos óleos a los enfermos y realizaba demás obras piadosas. Asimismo, atendía solícitamente las instrucciones de Cabañas. Por ejemplo, en 1803 por órdenes de él, elaboró el Reglamento Provisional de la Casa de Caridad y Misericordia (mejor conocida como «Hospicio de Niños de Guadalajara»). Esta grandiosa obra emprendida por el prelado necesitaba un estatuto para su correcto funcionamiento. Con base en su experiencia como interno, pero también como maestro sustituto en varios colegios, Gordoa diseñó con minucia las normas que regirían dicha institución. Cabe hacer mención que el Reglamento estuvo vigente hasta finales del siglo XIX, cuestión que muestra lo atinado y completo del documento.112 Con méritos suficientes, pero también con la venia del prelado, en 1803 comenzó a fungir como catedrático en el Seminario Tridentino de San José De acuerdo al documento elaborado por el Dr. Gordoa, la vida al interior de la Casa de Misericordia transcurría de la siguiente manera: de lunes a sábado la actividad comenzaba a las seis de la mañana; durante las primeras horas de la jornada los internos aprendían lo relativo a las primeras letras; por la tarde asistían a diversos talleres con el propósito de aprender un oficio; la jornada terminaba a las seis de la tarde. Los domingos y días festivos sólo había una hora de educación moral y política de nueve a diez de la mañana; el resto del día se destinaba al asueto. Véase: María Pilar Gutiérrez, “La escuela para señoritas fundada por las Hermanas de la Caridad en 1861: el primer plantel de maestras en Jalisco”, en Luz Elena Galván y Oresta López (coords.), Entre imaginarios y utopías. Historias de Maestras, CIESAS / UNAM / El Colegio de San Luis, México, 2008, pp. 71-77. 112

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impartiendo la cátedra de Catecismo Romano. Ese mismo año dictó en dicho centro las lecciones dominicales de Sagrada Escritura. Desde 1699, cuando se estableció esta casa de formación sacerdotal, la Corona autorizó impartir en su seno cuatro cátedras principales: retórica, filosofía, gramática y teología. Los estudios se complementaban con otras cátedras, como sagrada Escritura, historia eclesiástica, canto llano, catecismo, instituciones canónicas, sagradas rúbricas, lengua mexicana y elocuencia sagrada. Con este currículo, el centro educativo contemplaba una formación espiritual, pero también una preparación práctica-académica, por eso aparecen cursos como canto llano, lengua mexicana y elocuencia sagrada que contribuían a que el futuro presbítero cantara con entonación, dominara un idioma indígena y supiera construir sermones diversos, materias muy útiles en la labor ministerial. Este cuadro de cátedras prevaleció hasta 1791, cuando se fundó la Universidad local. De acuerdo al decreto de fundación para obtener la licenciatura, las cátedras de teología (moral y escolástica), lengua mexicana y sagrada Escritura se impartirían a partir de esa fecha únicamente en la Universidad de Guadalajara con el objeto de que la naciente institución lograra afianzarse.113 Esta determinación obligó a los seminaristas deseosos de alcanzar ese grado a trasladarse diariamente a la Universidad con el fin de cursar las cátedras antedichas. Sin embargo, desde su llegada a Guadalajara, el obispo Cabañas tuvo la intención de restituir al Seminario su antiguo esplendor. Con la incorporación de Gordoa al Seminario, la institución recibió a un académico que había probado su intelecto en San Ildefonso y en la Universidad de México, y, además, siendo doctor con honores por la universidad local, el Seminario conciliar estaba en condiciones de recuperar las cátedras que habían pasado a la Universidad. Fue así como el doctor pinense reinauguró en 1803 la de Sagrada Escritura con el éxito esperado por Cabañas. La cátedra paralela que se impartía en la universidad, pese a tener varios años, no alcanzó la misma notoriedad. Y es que el pinense utilizó con provecho los textos El Aparato, de Bernard Lami, y Analogía, de Martín Becano, además de leer profusamente el Nuevo y el Viejo Testamento con el objeto de desentrañar los diversos significados que admiten los libros santos y entender las frases oscuras. La cátedra de Sagrada Escritura fue enseñada por nuestro personaje siguiendo este método: «[Definir] qué es Santa Escritura, qué partes tiene, cuántos libros comprende; cuán grande es su autoridad y en qué se funda; en qué idiomas y tiempos se escribió originalmente cada uno de sus libros y por qué escritores, cuándo, en qué lenguas y por qué fines se hicieron las traducciones de ellos y de José Luis Razo, Crónica de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara y sus primitivas constituciones, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia / Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1980, p. 63. 113

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éstas cuál es la auténtica declarada por tal por el Santo Concilio Tridentino».114 Fue así como el obispo Cabañas restauró gradualmente las cátedras de Teología en el Seminario Conciliar. Para 1804, era tal la fiebre por la ciencia que trata sobre Dios, que en el Colegio Tridentino se impartían las materias de Teología Moral y Prima Teología Escolástica.115 En este tenor, durante el periodo que abarca de 1803 a 1810, el doctor Gordoa impartió las ya mencionadas cátedras de Catecismo Romano y Sagrada Escritura, así como las de Teología Moral (1806), Teología Escolástica (1808) y Prima de Sagrada Teología Conciliar (1810). En las tres materias, se auxilió en mayor o menor medida del famoso texto De locis theologicis, cuya autoría pertenece a Melchor Cano. En cuanto a la Teología Escolástica enseñó al angélico Santo Tomás con la intención de que su doctrina tan consistente constituyera la defensa contra los enemigos de la Iglesia. También utilizó el curso completo de Luis Habert, los textos de los santos concilios, la historia eclesiástica e introdujo la lectura de los Santos Padres. En lo relativo a la cátedra de Teología Moral, dirigida la formación de los futuros curas de almas y ministros del altar, Gordoa no olvidaba que esta rama de la ciencia sagrada «[…] prescribe el gobierno de las acciones humanas, enseña la naturaleza y excelencia de las virtudes y el modo de adquirirlas; la facultad de los vicios, sus tristes consecuencias y el modo de evitarlos y arrancarlos; la hermosura de la ley y la facilidad de obedecerla […]».116 Por eso utilizó el Catecismo de San Pío V como material para su enseñanza, recurriendo también al texto de Gabriel Antoine y a algunas sumas castellanas. Los estudios cursados en el seminario pasaban por tres fases. La primera comprendía las materias de latinidad y retórica, la segunda estaba integrada por los cursos de Artes y la última correspondía a las facultades mayores. Este orden evolutivo era fundamental porque con él se marcaban las jerarquías, tanto de estudiantes como de catedráticos. Así, eran más importantes los seminaristas inscritos en las cátedras de teología que los que estudiaban gramática latina. En lo relativo a los catedráticos, revestía mayor autoridad cualquier maestro de teología, que otros dedicados a la enseñanza de Medianos (gramática) o rudimentos de gramática. Esto era así porque —tal como planteaban las Constituciones— la enseñanza de la ciencia sagrada era el término de todos los estudios de la institución conciliar. De esta manera, es importante señalar que el doctor Gordoa, al impartir las cátedras de Teología, era visto como un eclesiástico erudito, digno de respeto y distinción. De acuerdo a lo planteado en las constituciones, era el catedrático de teología —después del Rector y el Vicerrector— el académico a quien se debía Daniel R. Loweree, El Seminario Conciliar de Guadalajara: sus superiores, profesores y alumnos en el siglo XIX y principios del siglo XX, Apéndice, Edición del autor, Guadalajara, s/f., p. 19. 115 Ibid., p. 23. 116 Ibid., p. 19. 114

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dispensar mayor deferencia y propinar un trato preferente. Esto se manifestaba en las facilidades de Gordoa para sacar libros de la biblioteca, en el derecho para pedir más alimentos si así lo deseaba o en la doble ración de velas que se le daba cada semana. Primero como colegial sobresaliente, y ahora como catedrático distinguido, Gordoa se esforzó para manifestar en todo momento su talento y fina literatura. Para ello, leía con detalle los materiales obligados, así como otros complementarios para ensanchar sus conocimientos. Esto implicó arrancarle horas al sueño. Como la jornada cotidiana del seminario no alcanzaba, la noche era propicia para navegar sin amarras en las páginas de múltiples libros. Los constantes desvelos minaron su salud, pese a ello, procuró servir la cátedra con esmero y dedicación. Preparaba previamente su clase, llegaba puntual al salón para impartir la cátedra y demostraba su condición de doctor. En el archivo del seminario existen documentos que dan cuenta del comedimiento con que Gordoa asumía su rol, a diferencia de otros catedráticos. Ejemplo de ello es la queja contra el doctor José María Cos, catedrático de Medianos, a quien se acusaba de «[…] ser impuntual para presentarse en su cátedra y aun faltar a ella, indolencia en la disciplina y también de no cumplir el turno de las misas como mandan los estatutos, quien se disculpaba alegando que el Dr. Mancilla hacía lo mismo».117 Al parecer, esta imputación que hizo el Rector al Obispo fue fundada, ya que meses después el Dr. Cos fue separado del ejercicio docente. De manera simultánea a su labor en el seminario, nuestro personaje se afilió a partir de 1804 a la Congregación del Oratorio de la capital tapatía. Reconociendo su origen formativo, Gordoa fue acogido por esta Congregación cuyo patrono era san Felipe Neri. Recordemos que el eclesiástico pinense estudió sus primeras letras en el Colegio del Oratorio de San Miguel el Grande, administrado por los oratorianos. En Guadalajara, la Congregación se estableció en 1679, alcanzando después de la expulsión de los jesuitas, en 1767, su edad de oro en la capital neogallega.118 En 1802, los padres del Oratorio terminaron de construir su templo en donde estuvo la plaza de La Palma, en el centro de la ciudad. Como afiliado al Oratorio, el Dr. Gordoa procuraba seguir a pie juntillas los preceptos de la Congregación: llevar una vida sencilla y humilde, servir a los pobres y convertirse en hostia inmolada. Inspirados en el corazón de Jesús y en la Inmaculada Concepción de la Virgen María, los eclesiásticos filipenses de Guadalajara se dedicaban a todas las labores propias de su sacerdocio, pero su atención se centraba en la atención de los desamparados. Ibid., p. 24. José Refugio de la Torre Curiel, Vicarios en entredicho. Crisis y desestructuración de la provincia franciscana de Santiago de Xalisco, 1749-1860, El Colegio de Michoacán / Universidad de Guadalajara, México, 2001, p. 155. 117 118

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Así las cosas, durante los primeros años del siglo XIX, José Miguel Gordoa se esforzó por cumplir sus responsabilidades. Siempre próximo al Obispo —como misionero oratoriano o catedrático del Seminario—, trabajó ardua y constantemente, teniendo como común denominador de sus ocupaciones el aspecto religioso. Desde las primeras letras hasta el doctorado, se caracterizó por ser una persona disciplinada, espiritual y piadosa. Siendo clérigo desempeñó con celo su ministerio. Al ejercer las distintas cátedras en el Seminario Tridentino se distinguió por su virtud y señaladas luces. Esta faceta la queremos destacar porque, antes de incursionar en la política, el doctor pinense se autodefinió como «hombre de Iglesia leal a las autoridades eclesiásticas y civiles». No era falsa su actitud apegada a los dogmas católicos, tampoco su inclinación por la monarquía y su afección por el Rey. Reiteramos cómo desde que tuvo uso de razón, aprendió a dar fe de un solo Dios verdadero y en la Virgen María como auténtica intercesora de los pecadores. También desde muy temprano creyó que el Rey por concesión del Altísimo, era el gobernante legítimo de la monarquía española. A su entender, trono y altar constituían las bases de la sociedad. En su mente se grabó de forma indeleble que el único soberano con derecho a gobernar era el monarca español, que los pecados engendraban maldad, y que la consecuencia de los vicios y la impiedad era, irremediablemente, el fuego eterno. Asimismo, comprendió que la recta actuación —a contrapelo de la observancia de los preceptos de la religión católica y de las leyes terrenales— traería como recompensa el bienestar en este mundo y la gloria perpetua. La firme religiosidad y el indeclinable vasallaje de Gordoa hacia su Rey salen a colación porque, durante la época, los cimientos donde descansaban el absolutismo y la religión fueron desacreditados. Sabedor de los peligros de ese entonces, nuestro personaje rezaba porque sus hermanos en Cristo no se desviaran del verdadero camino. Estaba consciente de que, desde la última década del siglo de las luces, se esparcían por doquier doctrinas que ponían en entredicho el status quo imperante. Los principios de la Revolución Francesa habían recorrido en forma impresa la geografía novohispana y particularmente la sede episcopal. Las máximas de la Asamblea eran conocidas por los letrados de la intendencia neogallega: se sabía que los galos manifestaban a los cuatro vientos la igualdad entre aristocracia y plebeyos, así como su propensión por la república como sistema de gobierno. Había trascendido que la propaganda francesa pretendía «destruir nuestra sagrada religión, disolver los vínculos que siempre han sostenido el orden de la sociedad civil y a establecer en este reino la anarquía y el impío gobierno de la Convención francesa».119 En consecuencia, los eclesiásticos 119

Archivo General de Indias (en lo sucesivo AGI), Estado, núm. 41, año 1794, f. 2v.

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respondieron a tales propuestas desde el púlpito condenando las temerarias afirmaciones. En alusión directa a la abdicación y sacrificio del monarca Luis XVI, un presbítero instruía a viva voz: «El asunto es el más oportuno en un tiempo en que una tropa de filósofos seductores y malvados, crueles y sanguinarios, pretende destruir el orden que Dios estableció desde el principio para el gobierno del universo, y que han tenido el sacrílego atrevimiento de derribar el trono y sacrificar a su furor las preciosas y sagradas vidas de sus legítimos soberanos».120 Es cierto que las premisas revolucionarias provenientes de Francia fueron rechazadas por la inmensa mayoría de los novohispanos. Al respecto es necesario reconocer que, para la época, Dios y monarca representaban los pilares del orden existente; pilares que parecían firmes a principios del ochocientos. En este sentido, las ideas francesas representaron la irreligiosidad y la perversión moral, elementos extraños y aborrecibles para los novohispanos. Sin embargo, hacia fines del siglo XVIII y principios de la siguiente centuria, la circunstancia virreinal adquiría matices poco favorables para la Iglesia. El Patronazgo Real y la expulsión de los jesuitas representaron el preámbulo de un proceso de mayor envergadura, el cual se precipitó con la aplicación de la Ordenanza de intendentes en 1787. El liberalismo borbónico pugnó por una marcada secularización de la sociedad. La política regalista minó paulatinamente a la institución eclesiástica. Si a esto se le añade la consolidación de los vales reales a partir de 1804, entonces es posible entender que, cuando la Iglesia necesitaba más apoyo para detener los embates que recibía desde distintos frentes, el respaldo real disminuyó, propiciando su debilitamiento. Pese al reformismo borbónico, la jerarquía eclesiástica respaldó siempre al régimen. Ciertamente, algunos prelados criticaron al Monarca con el fin de atenuar la desigualdad social, proponiendo un reparto más equitativo de la riqueza del reino, como el caso de Manuel Abad y Queipo, quien hacía varios planteamientos «movido de un celo ardiente por el bien general de la Nueva España y felicidad de sus habitantes, especialmente de los indios y castas».121 Empero, la actitud prevaleciente en los dignatarios fue la sumisión y el acatamiento a lo dispuesto por el Rey. En el alba del siglo XIX, el arzobispo de México y los ocho obispos de la Nueva España mostraron sin disimulo su propensión por la política absolutista. En lo concerniente a la Diócesis de Guadalajara, el obispo Cabañas fue partidario Sermón del presbítero Juan de Sarría, predicado en 1795. Véase: Carlos Herrejón, “La Revolución francesa en sermones y otros testimonios de México”, en Solange Alberro, Alicia Hernández y Elías Trabulse (coords.), La Revolución francesa en México, El Colegio de México / CEMCA, México, 1993, p. 98. 121 Manuel Abad y Queipo, Colección de los escritos más importantes que en diferentes épocas dirigió al gobierno D. Manuel Abad y Queipo, Obispo electo de Michoacán, Imprenta de Don Mariano de Ontiveros, México, 1813. 120

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del monarca, por lo que instó a sus sacerdotes y rebaño a secundar la política regia. Así, dentro de su radio de acción, José Miguel Gordoa participó de las medidas dictadas por el Monarca: de acuerdo a lo mandatado, suprimió en sus cátedras de Teología cualquier viso de ideas en torno a la soberanía popular, así como todo asomo de regicidio. En consonancia, excluyó las premisas de Vitoria y Suárez, reforzando la teoría política de la soberanía del Rey. Sus prédicas mostraron en todo momento su inclinación por el monarca y en su estrecha colaboración con Cabañas bregó por la causa del Rey y la religión. Hemos insistido en la formación académica y religiosa de José Miguel Gordoa porque su preparación en distintos colegios novohispanos caló hondo en su pensamiento. Sin temor a equivocaciones, podemos sostener que, durante los primeros años del siglo XIX, el doctor pinense era un sacerdote espiritual, destacado miembro de la élite intelectual tapatía y un declarado partidario del Rey. Algunos historiadores que han abordado la vida y obra de Gordoa, lo visualizan en este lapso como el futuro legislador que habría de sobresalir en la palestra gaditana esgrimiendo una postura liberal. Nada más falso. Para dimensionar su posición y labor, es preciso reconocer que, preso en la trama de la historia, nuestro personaje vivía en la inmediatez de su propia circunstancia. A pesar de que el escenario político se tronaba complicado, Gordoa se empeñó en delinear su trayectoria laboral. Ciertamente, en 1806 se presentó al concurso de curatos vacantes de la Diócesis,122 sin embargo, sus intereses y perfil lo orientaron a apostar por las líneas académica y de cátedras, por medio de las cuales pretendía ascender en la jerarquía eclesiástica. El camino recorrido indicaba que, para alcanzar sus pretensiones, las cosas iban bien. Sin embargo, en 1808 se alteraron drásticamente sus planes. La vida le deparaba sorpresas inimaginables.

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AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, año 1826-1827, f. 2.

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«los infaustos tiempos que me tocó vivir»: de eclesiástico a político

a) Una época intensa y tormentosa El año de 1808 representa una fecha fundamental en la historia moderna de Iberoamérica. Buena parte de la historiografía coincide en que la monarquía española comenzó su proceso de disolución justo entonces.123 Los sucesos acaecidos en Madrid ese año desencadenaron varios sucesos cuyas consecuencias fueron insospechadas y profundas. Los acontecimientos del 2 de mayo fueron dados a conocer por la Gaceta de Madrid. Una de las primeras reacciones se dio en el Principado de Asturias, donde las Cortes de esa jurisdicción se encontraban reunidas. La noticia cayó como balde de agua fría. Ante la inédita y preocupante situación, los principales vecinos se constituyeron en Junta, asumiendo la soberanía en nombre de Fernando VII y declarando la guerra a Francia. El ejemplo ovetense cundió de tal manera que, hacia fines de mayo y principios de junio, había juntas de la misma naturaleza en Sevilla, Zaragoza, Valencia, Lérida y Salamanca.124 Más aún, estas ciudades principales dispusieron la fundación de juntas en sus localidades subalternas. De este modo —y sólo por mencionar un ejemplo— la Junta de Sevilla ordenó que en las ciudades de Jaén, Granada, Córdoba y Cádiz se hiciera lo propio. La divisa que justificó tales erecciones fue: «Disuelta la nación española por la ausencia de un gobierno central legítimo, los pueblos […] son el punto de partida para construir la nación».125 Así, los principios políticos de todas las juntas fueron: a) invalidar las abdicaciones reales; b) desconocer cualquier órgano emanado de la ocupación y, c) erigir juntas como depósitos interinos de la soberanía, en espera que el legítimo rey regrese y se convierta en el verdadero depósito sagrado. Casi a la par de la eclosión juntera, los patriotas españoles organizaron la resistencia. Es cierto que un pequeño grupo de peninsulares —conocidos Véanse Manuel Chust (coord.), 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano, El Colegio de México/ FCE, México, 2007. Jorge Domínguez, Insurrección o lealtad. La desintegración del imperio español en América, FCE, México, 1985. Lucas Alamán, Historia de México, desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, Instituto Cultural Helénico / FCE, México, 1985. Timothy E. Anna, España y la independencia en América, FCE, México, 1986. David A. Brading, Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), FCE, México, 1975. Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, UNAM, México, 1967. 124 Consúltese Richard Hocquellet, Resistencia y revolución durante la Guerra de Independencia. Del levantamiento patriótico a la soberanía nacional, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2008, pp. 87-89. 125 François Xavier Guerra, “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina”, en Hilda Sábato (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones: Perspectivas históricas, El Colegio de México / FCE, México, 1999, p. 39. 123

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popularmente como los Afrancesados— apoyó la invasión, empero, la inmensa mayoría de la población no sólo estuvo en desacuerdo, sino que participó activamente con el fin de expulsar cuanto antes al enemigo. Proceso juntero y resistencia armada caminaron paralelamente; sin embargo, desde la perspectiva política y organizacional, era indispensable concentrar el poder en un solo órgano. Muy pronto, los patriotas y partidarios del Rey se dieron cuenta que la existencia de varios depósitos de la soberanía propiciaba dispersión en la toma de decisiones. De esta forma era difícil enfrentar con éxito al poderoso ejército napoleónico. Por lo tanto, el 25 de septiembre de 1808, se constituyó la Junta Central Suprema domiciliada en Aranjuez, baluarte de la España no ocupada, cuyas encomiendas principales fueron: unificar el poder para organizar políticamente a la monarquía y, además, dar orden y viabilidad a la lucha armada contra los franceses. El papel de la Junta Central fue capital. Al arrogarse la soberanía, asumió en la práctica funciones de gobierno con alcance atlántico y logró apuntalar la guerra. Los miembros de la Junta Central discutieron la conveniencia de convocar a Cortes. A principios de octubre de 1808, Gaspar Melchor de Jovellanos, a la sazón integrante de la Comisión de Reglamento de la Junta, sacó a la luz su Dictamen sobre la institución del gobierno interino en el que expresaba su interés de que el órgano colegiado llamara a Cortes. En las semanas siguientes el debate se intensificó. De acuerdo las opiniones ventiladas, hubo tres posturas sobre la convocatoria: una que estaba a favor de constituir las Cortes, pero con funciones consultivas, no legislativas; otra que pugnó por establecer las Cortes con un carácter constituyente y una última —impulsada por Jovellanos— que se pronunciaba por proclamar la soberanía del rey, privilegiando el carácter estamental de las Cortes al citar a la nobleza, al clero y a los procuradores de los pueblos. Estos posicionamientos dispares son propios de la circunstancia porque, ante el vacío de poder provocado por la ausencia del rey, los criterios se dispararon motivando distintos planteamientos. Después de varias pugnas, la propuesta jovellanista tomó la delantera, aunque la misma Junta Central hizo circular algunos documentos a favor de la representación política de los reinos. Uno de estos escritos, conocido como el decreto de la convocatoria, fechado el 28 de octubre de 1809 en el Alcázar de Sevilla es revelador: […] La Junta Central se instaló, y su primer cuidado fue anunciaros que si la expulsión de los enemigos era su primera atención en tiempo, la felicidad interior y permanente del Estado era la principal en importancia […]. Así es que luego que el torbellino de los sucesos militares se lo permitió, hizo resonar en vuestros oídos 82

el nombre de vuestras Cortes, que para nosotros ha sido siempre el antemural de la libertad civil y el trono de la majestad nacional. Nombre pronunciado antes con misterio por los eruditos, con recelo por los políticos, con horror por los tiranos; pero que desde ahora debe significar en España la base indestructible de la Monarquía, la columna más segura de los derechos de Fernando VII y de su familia, un derecho para el pueblo, y para el Gobierno una obligación […]. Mas la Junta había dicho expresamente a la Nación, que su atención primera en este grande objeto, sería ocuparse del número, modo y clase con que, según las circunstancias del tiempo presente, debería verificarse la concurrencia de los Diputados a esta augusta Asamblea, y después de esta declaración es bien superfluo, por no decir malicioso, recelar que las Cortes venideras hayan de estar reducidas a las formas estrechas y exclusivas de nuestras Cortes antiguas. Sí, españoles, vais a tener vuestras Cortes, y la representación nacional en ellas será tan completa y suficiente cual deba y pueda ser en una Asamblea de tan alta importancia y tan eminente dignidad.126

Como puede apreciarse, la postura de las cortes nacionales fue ganando terreno. Pese a que el egregio Jovellanos ganó la disputa al controlar la Comisión de Cortes, una extraña situación definió la naturaleza del órgano. Como la numerosa Junta Central funcionaba a salto de mata, para evitar que sus miembros fueran aprehendidos por los franceses, el último decreto emitido por el órgano, se extravió.127 Finalmente, instalada en Cádiz por motivos de seguridad, el 22 de enero de 1809 la Junta convocó a los reinos de América a elegir representantes que integraran las Cortes, aclarando que los territorios ultramarinos no son colonias sino partes de la Monarquía. La convocatoria señalaba: «Para que tenga efecto esta Real resolución, han de nombrar los virreinatos de Nueva España, Perú, Nuevo Reino de Granada y Buenos Aires, y las capitanías generales independientes de la isla de Cuba Puerto Rico, Guatemala, Chile, provincia de Venezuela y Filipinas un individuo cada cual que represente su respectivo distrito».128 Con este llamado se materializó la pretensión inicial de la Junta de darle rumbo y legalidad al inédito gobierno. Esta invitación a Cortes, que después sería sujeta a discusiones y modificaciones, revistió singular importancia porque transformó la representación política, incorporó el principio de igualdad entre los Manifiesto fijando los días en que se han de convocar y celebrar las Cortes generales de la Monarquía española, en: humanidades.cchs.csic.es/ih/paginas/jrug/leyes/18091028-1.doc, consulta realizada el 12 de mayo de 2013. 127 Véase: José Antonio Escudero, “Bicentenario de las Cortes de Cádiz”, en Luis Martí Mingarro (coord.), Cuando las Cortes de Cádiz. Panorama jurídico 1812. Jornada conmemorativa del bicentenario, Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM, México, 2012, pp. 29-54. 128 Citado en Jaime Rodríguez, Rey, 2003, p. 16. 126

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reinos integrantes de la monarquía, vehiculó las demandas de las jurisdicciones y garantizó el carácter nacional. Al cabo, este conjunto de cambios generó —lo que algunos autores han coincidido en llamar—, una revolución política sin parangón. Pese a que algunas capitanías generales y reinos de ultramar organizaron procesos electorales para nombrar a sus representantes ante las Cortes, la primera convocatoria abortó, sin que todo cayera en el olvido. Por ejemplo, algunos ayuntamientos y provincias de la Nueva España elaboraron una serie de Instrucciones para expresar sus puntos de vista sobre la complicada situación monárquica, pero también dieron a conocer sus demandas: «Muchos ayuntamientos pidieron a sus representantes obtener apoyo para sus productos agrícolas e industriales; mejores caminos, alhóndigas, y otros servicios públicos; el establecimiento de tribunales diócesis, escuelas y universidades; reformas civiles y eclesiásticas; y el reconocimiento legal de áreas fronterizas mediante la creación de nuevas provincias y el establecimiento de nuevas intendencias».129 Asimismo, Miguel de Lardizábal y Uribe, quien había resultado electo para representar al reino novohispano en Cortes, fue designado miembro del Consejo de Regencia una vez que la Junta Central se disolvió por fracasar en su intento de contener el avance de la milicia francesa en territorio peninsular, pero también por las presiones ejercidas por las Juntas provinciales. Antes de que desapareciera la Junta Central, el órgano alcanzó a publicar una nueva convocatoria dirigida a la nación para constituirse en Cortes generales, misma que con posterioridad fue avalada por la Regencia, emitiendo un decreto el 14 de febrero. De acuerdo a la invitación emitida por la Junta el 1 de enero de 1810, se exhortaba a las capitales de provincia a nombrar su respectivo procurador, el cual velaría por los intereses de su jurisdicción. Dos novedades existieron en este llamado respecto al anterior. Por un lado permitía que todas las provincias constituidas en América nombraran a su representante; esto constituyó un avance significativo en el principio de representación política porque el número de diputados ultramarinos aumentaría notablemente y con ello la voz de los americanos en las futuras Cortes. Por otro, se especificó que los diputados electos debían ser preferentemente naturales de las provincias representadas, lo que se interpretó como un reconocimiento explícito a los derechos políticos del Nuevo Mundo. A estas alturas de la argumentación, es necesario mencionar que la inclusión de los diputados ultramarinos en las Cortes hispanas fue resultado, entre Ibid. p. 18. A este episodio donde ciudades y villas dieron a conocer su opinión y reclamos se le conoce como La consulta de la Nación. Véase: Beatriz Rojas, “El reclamo provincial novohispano y la Constitución de Cádiz”, en Istor, núm. 25, CIDE, México, 2006, p. 132. Véase: Miguel Artola, Orígenes de la España contemporánea, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2000 (2 vols.). 129

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otras cosas, de la presión que enfrentaron los miembros de la Junta Central por lo acaecido entre los meses de junio y julio de 1808 en Bayona. Al respecto, es bien sabido que Napoleón, con el afán de ganar la voluntad general de la monarquía que acababa de incorporar a su imperio, convocó a una Asamblea general que reuniría a diputados de todos los reinos hispanos, incluidos seis de ultramar. Era muy evidente que, en consonancia con otras medidas realizadas en varios territorios anexados, la intrusa autoridad pretendía codificar el ordenamiento jurídico español con la intención de simbolizar el comienzo de un nuevo régimen donde el Estado moderno proporcionaría beneficios crecientes a todos sus habitantes. Para tal efecto, el emperador francés dispuso que la finalidad de las Cortes sería elaborar «una Constitución que concilie la santa y saludable autoridad del Soberano con las libertades y privilegios del pueblo».130 El Estatuto había sido redactado con antelación por Maret, quien atendiendo a lo instruido por el emperador, dio forma a la Constitución que sería discutida, reformada y promulgada por los representantes afrancesados en unos cuantos días. Los diputados a favor de la ocupación se reunieron en Bayona y se constituyeron como Asamblea el 15 de junio de 1808. Al comenzar la labor del órgano, su presidente, José Miguel de Azanza, ordenó que el texto escrito por Maret se imprimiera y distribuyera entre los asambleístas para que éstos, en un plazo no mayor a tres días, formularan sus recomendaciones al mismo.131 La Constitución de Bayona representó un avance en el ámbito de las leyes porque consideró de manera explícita la celebración de un pacto entre el pueblo y el rey, pacto donde el pueblo guardaba un lugar fundamental; además que concretizó el primer ejercicio constitucional efectuado en la monarquía hispana, ejercicio que concedió representación política a los habitantes de América otorgándoles voz y voto en las Cortes,132 reconociendo además la igualdad de derechos entre los habitantes de la monarquía.133 La Nueva Constitución que ha de regir en España e Indias, aprobada por la Junta Española en Bayona fue promulgada el seis de julio de 1808. Dentro del articulado que en ella aparece, varios puntos llaman poderosamente la atención. Ejemplo de ello son los artículos 1, 61 y 87; respectivamente se declara a la religión Luis Felipe Téllez, “El 20 de julio, ¿mito o realidad?”, en www.usergioarboleda.edu.co/estudios...25/mitorealidad-julio-20.pdf, consulta realizada el 12 de agosto de 2012. 131 Juan Carlos Domínguez, “La codificación del derecho entre Bayona y Cádiz: el código de Napoleón”, en Anuario Mexicano de historia del Derecho, vol. XXII, Instituto de Investigaciones Jurídicas- UNAM, México, 2011, p. 158. 132 El diputado por la Nueva España en las Cortes de Bayona fue Don José Joaquín del Moral y Sanabria, quien desempeñó un discreto papel en los trabajos legislativos. 133 Jorge Chaires Zaragoza, “La representación de la Nueva España en Bayona”, en Revista Mexicana de Historia del Derecho, vol. XXVII, Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM, México, enero-junio 2013, p. 45. 130

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católica como la oficial y única en todas las posesiones españolas, se dispone el establecimiento de Cortes o Juntas de la Nación conformadas por tres estamentos y se asienta que «los reinos y las provincias españolas de América y Asia gozarán de los mismos derechos que la Metrópoli».134 Pese a las bondades del Estatuto que regiría a la monarquía hispana, los patriotas lo rechazaron contundentemente. Era fruto de la usurpación, la perfidia y el engaño —se decía—. Por eso, aunque Napoleón buscó congraciarse con el pueblo español, éste respondió negando cualquier tipo de negociación e intensificando la resistencia. Para fortuna de los peninsulares, la América española había respondido con creces al llamado de auxilio. Desde que la Junta Central solicitó ayuda pecuniaria, capitanías generales y virreinatos colectaron fondos haciéndolos llegar a la metrópoli. Gracias a ese dinero y al apoyo militar de Inglaterra, los valerosos españoles seguían en pie. Los triunfos de Brunch y Bailén, así como la entereza y sacrificio de Zaragoza y Valencia ante los rigurosos cercos, mantuvieron muy en alto el ánimo peninsular. Sin embargo, la circunstancia por la que atravesaba España era por demás complicada. Además de desarrollarse la difícil campaña militar donde el ejército y las guerrillas patriotas se desangraban en el campo de batalla, una guerra distinta seguía su curso. Nos referimos a la revolución política que tenía otros frentes, derroteros y preocupaciones. Como bien lo ha señalado José María Portillo, la crisis política se dio en tres ámbitos imbricados: dinástico, constitucional y de la soberanía.135 Ante la atónita mirada de los habitantes de la monarquía española, emergía un horizonte nuevo, incierto, movedizo. En ambos lados del Atlántico la política adquirió un nuevo sentido. El aspecto político ya no se circunscribía al terreno reservado para los hombres que detentaban el poder y lo ejercían a través de un cargo gubernamental. 1808 fue el punto de quiebre. A partir de ese año los asuntos políticos comenzaron a ser motivo de discusión pública. Sin aplicación quedó la premisa donde se señala que el papel del pueblo es callar y obedecer. En lo sucesivo las palabras, voces y discursos que antes eran vedados para amplios sectores de la población, se convirtieron en elementos de uso común. «Soberanía, patria, representación, derechos, legitimidad, y un largo etcétera, fueron llevadas y traídas en las publicaciones periódicas que para ese momento proliferaban; también los sectores desprotegidos empezaron a escuchar en la vía pública esos términos —que les parecían extraños— y con celeridad los esparcieron.»136 Constitución de Bayona, en es.wikisource.org/wiki/Constitución_de_Bayona_de_1808 consulta realizada el 12 de enero de 2013. 135 Véase: José María Portillo, Revolución de nación: orígenes de la cultura constitucional en España, 1780-1812, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2000. 136 Martín Escobedo, Por el bien, p. 30. 134

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Luego de muchos avatares, finalmente el 18 de junio de 1810, el Consejo de Regencia dispuso que las Cortes iniciaran trabajos el siguiente mes de agosto. Las provincias ocupadas por el enemigo francés y otras muy lejanas, como las de ultramar, tendrían representación a través de suplentes residentes en Cádiz, que hubiesen sido vecinos o emigrados de esos lugares; este acuerdo de la Regencia se publicó en un edicto que salió a la luz el 8 de septiembre. Por fin, como es por todos sabido, la inauguración de las Cortes se dio hasta el día 24 de septiembre de 1810. Desde enero hasta días antes de iniciar las sesiones de las Cortes, el papel de la Regencia fue de bajo perfil. En realidad, echó a andar la estrategia de «dejar hacer». Fue hasta la víspera, que los cinco integrantes se reunieron para acordar algo urgente: fijar el ceremonial de apertura y establecer el juramento que los diputados harían cuando tomasen posesión del cargo.137 Con el trono acéfalo y el rey cautivo, las tropas españolas enfrentando a un poderoso ejército, el territorio peninsular ocupado, la Junta Central disuelta y el Consejo de Regencia disminuido, las Cortes comenzaron a sesionar en una época —como ya lo hizo notar Tomás de Híjar—, intensa y tormentosa. b) El «imán de los corazones» Al enterarse de que al otro lado del Atlántico los patriotas tomaron las armas para hacer frente al enemigo, los americanos apoyaron al régimen en desgracia. Del mismo modo, se aprestaron a participar en el complicado episodio que inició luego de que el trono quedó acéfalo. Ante el inédito panorama, era necesario insuflar de patriotismo el corazón de los habitantes de América. Para el particular caso de la Nueva España, luego de varios intentos fallidos por instalar una Junta, el debate se decantó por la soberanía, al tiempo que los inflamados pechos novohispanos no cesaban de ratificar su adhesión al más amado de los monarcas. En este tenor, el soberano fue el elemento que cohesionó los afanes contra el ejército intruso y su perverso emperador. La literatura que aborda el crucial año de 1808 concuerda en que la cultura política de toda la Monarquía hispana giraba en torno a su Rey porque éste era el centro de todo homenaje y pleitesía.138 Y es que la Monarquía española, tan vasta y heterogénea, podía diluirse sin un asidero concreto que le proporcionara cohesión. En este sentido, el Rey desempeñó un papel fundamental. Según el Diccionario de la Lengua Castellana, la monarquía, es decir, ese conglomerado de reinos, provincias y ciudades Juan Ignacio Marcuello, “Las Cortes Generales y Extraordinarias: organización y poderes para un gobierno de Asamblea”, en Ayer, núm. 1, Asociación de Historia Contemporánea / Marcial Pons, Madrid, 1991, p. 69. 138 Dos autores, especialistas en el tema, sostienen el presente planteamiento: Manuel Chust, 1808. La eclosión Juntera en el mundo hispano, El Colegio de México / FCE, México, 2007. Jaime Rodríguez, 1998, op. cit. 137

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«pertenecen a Su Majestad por justos derechos de legítima sucesión».139 En este tenor, el Rey era el principal agente aglutinador de todos los componentes de la monarquía. «Era rey de, y representaba cada uno de los reinos, era conde, duque y señor de pueblos y provincias, pero además en su cabeza se hermanaban coronas y títulos; representaba, por lo tanto, la parte y el todo, su fusión. Simbolizaba además la temporalidad: el pasado con su linaje real y el futuro con la seguridad, vida y fertilidad que garantizaba».140 La testa coronada era privativa de unos cuantos; representaba la suprema potestad. En la misma tesitura, Majestad era «un título honorífico, que propiamente pertenece a Dios, como una verdadera Majestad infinita, y después a sus retratos en la tierra, cuales son los emperadores y reyes».141 Este conjunto de significaciones con epicentro en la Península, pasaron a América y en este suelo adquirieron matices propios, aunque no menos importantes. En la Nueva España la figura del rey era el centro de todos los homenajes y halagos. En su nombre se realizaban actos de conquista, se fundaban villas y ciudades, se concretaban pactos y se aplicaban las leyes. Como ya se mencionó con antelación, el rey era patrono de Universidades y colegios, pero además su presencia se encontraba en los tribunales, en la Iglesia y en una tradición literaria muy reconocida. Los matrimonios contraídos por el rey eran celebrados apoteóticamente en territorio novohispano. Del mismo modo había grandes fiestas para aplaudir el nacimiento de un hijo del monarca o para vitorear algún triunfo de las armas del rey. El fallecimiento del rey se lloraba en actos luctuosos no desprovistos de magnificencia. En el imaginario novohispano estaba claro que el monarca era el ente soberano, el que estaba por encima de todas las potestades, como ya se dijo, el vivo retrato de Dios en la tierra. Por ello, en territorio novohispano siempre gozó de unánime aceptación. Era la persona del monarca la portadora de poder, dignidad, honor y prudencia. Pero también era grandiosa y eterna, por ello, si por alguna circunstancia el ser humano en quien recaía la potestad dejaba de existir, la figura real prevalecía porque era el ente abstracto de la soberanía el que continuaba vigente. El nuevo rey convertía la abstracción en algo concreto, palpable, que se traducía en el ejercicio del poder en manos de un hombre, no en vano monarquía significa «una sola arquía», un solo poder. Como ejemplo de la supremacía real presente en el ideario monárquico de la Nueva España, citemos el caso de los documentos emitidos por el soberano: Diccionario de la Lengua Castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes y otras cosas convenientes al uso de la lengua, tomo IV, Imprenta de los herederos de Francisco del Hierro, Madrid, 1734, p. 644. 140 Marco Antonio Landavazo, La máscara de Fernando VII. Discurso e imaginario monárquicos en una época de crisis. Nueva España, 1808-1822, El Colegio de México / Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo / El Colegio de Michoacán, México, 2001, p. 37. 141 Diccionario, 1734, p. 455. 139

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decretos, cédulas reales y demás disposiciones con la firma del rey eran respetados y reverenciados porque representaban la voluntad del rey. En ayuntamientos, intendencias, sedes episcopales, universidades y audiencias novohispanas, antes de abrir un escrito remitido por el monarca se hacía todo un ritual que consistía en besar el sobre, para después ponerlo en la cabeza de las autoridades presentes, luego hacían el símbolo de la cruz. Al término de su lectura se bendecía el papel y se le deseaba larga vida al rey. Esta y otras prácticas y representaciones dan cuenta cómo en el imaginario novohispano Su Majestad estaba por sobre todas las cosas. Por lo anteriormente citado, es comprensible entender la incertidumbre y el verdadero dolor experimentados por la sociedad novohispana cuando se dio a conocer que Fernando VII había renunciado al trono. En la capital virreinal cundió de pronto el estupor. Repuestas de la sorpresa, las autoridades civiles, eclesiásticas y militares convocaron a las personas más prominentes de la ciudad con el objeto de tomar decisiones. El nueve de agosto de 1808 se congregaron el virrey Iturrigaray, los integrantes de la Audiencia de México, el arzobispo, el ayuntamiento, el mando castrense y demás potentados. Después de una larga deliberación, se llegó a los siguientes acuerdos: 1. Se declara la fidelidad y el firme vasallaje general a la persona del rey y al trono de España. 2. Se acuerda estar unidos en momentos tan infaustos. 3. Estar prevenidos a cualquier ataque, superchería, artes, fuerza o maquinación del opresor de la Europa hacia los dominios españoles. 4. Se proclama a Fernando VII Rey de España y de las Indias a través de una acta que firmaron los presentes. 5. Se reconoce a la estirpe real de Borbón y en su lugar y grado las demás personas reales que puedan y deban suceder en el trono por el orden establecido por la ley fundamental del reino, que es la quinta, título 7, libro quinto de la recopilación de autos acordados de Castilla. 6. Los presentes juraron por un impulso general que entre tanto SM se restituya a la monarquía que tan vivamente lo desea, no obedecerán órdenes algunas que directa, o indirectamente procedan del emperador de los franceses opresores de su libertad, de sus lugartenientes o de cualesquiera otras autoridades constituidas por ellos. 7. Juraron reconocer sólo y obedecer aquellas juntas en clase de supremas de aquellos y estos reinos que estén inauguradas, creadas, establecidas o calificadas por la católica Majestad. 8. El señor virrey es el lugarteniente de SM en estos dominios. 89

9. Que la Real Audiencia y los demás tribunales magistrados y autoridades constituidas subsistan en toda su plena autoridad y facultades concebidas por las leyes.142

Respecto al documento emitido y publicado por las autoridades de la capital novohispana —que circuló en todo el virreinato— es preciso destacar que, sin esperar las posturas de la Península o de las capitanías generales y virreinatos de América, la ciudad de México decidió, por consenso general, reafirmar el vasallaje al único soberano de la monarquía hispana. Para ello, comenzó un proceso de sacralización de la figura de Fernando VII a través de una serie de ritos que buscaron inflamar los pechos de sin igual patriotismo. En este orden de ideas, el vasallaje reconocido era muestra nítida de lealtad; en consecuencia, las autoridades capitalinas dejaban claro que no prestarían atención ni obedecerían disposición alguna emanada de los franceses; en ausencia del rey, el cuerpo político establecido en la Nueva España seguiría en su misma condición, es decir, a diferencia de lo ocurrido en la Península, en estas tierras el Rey estaba presente y ejercía el mando a través del Virrey, los tribunales, arzobispado y obispados, intendencias y ayuntamientos. Por ello, las autoridades tomaron medidas necesarias para mantener vigente el estado de cosas. Entre otras acciones, echaron a andar una campaña propagandística a favor de la Monarquía, atacando de paso a Napoleón y su ejército intruso; a través de una red de espionaje, los funcionarios se enteraron de que un grupo de comisionados por el emperador francés se aprestaba a viajar hacia este virreinato con el fin de sumar voluntades, mas dicho plan fue desarticulado.143 Asimismo, ofrecieron recompensas a quien entregara escritos franceses de todo tipo y, desde lo alto del púlpito, se combatió la más despreciable y cruel de las invasiones. Como ya se mencionó, en toda la geografía novohispana se recaudó dinero para socorrer la lucha de los peninsulares. A contrapelo, en villas y ciudades se organizaron las denominadas Juras, que fueron actos públicos donde la población en su conjunto se unía para demostrar, ante el concurso general, su fidelidad a Fernando VII.144 «Las ceremonias de jura al rey fueron, sin duda, la forma principal AGI, Estado, 46, núm. 21, 1811, fs. 37r-37v. Según un documento interceptado, Napoleón envió a varios individuos para que, de manera encubierta, ganaran partidarios a su régimen. El informe señala que Don Miguel Agudo de los Ríos, cordobés, debía hacer lo propio en Valladolid, Celaya, Guanajuato y Zacatecas; Antonio Rentería, de San Sebastián de Vizcaya, tenía por encomienda diseminar las bondades del gobierno francés en Veracruz, Puebla y México; mientras que el madrileño Sebastián Solórzano debía hacer lo correspondiente en San Blas, Tepic y Guadalajara. Además de estos agentes, el emperador galo comisionó a otros con el fin de cubrir todo el territorio novohispano. Véase: Latin American Collection - Nettie Lee Benson (en lo sucesivo LAC-NLB), García, WBS, 1374, f. 1r. 144 Las localidades donde se organizaron Juras y otros actos similares para mostrar la fidelidad a El deseado, fueron: Taxco, Sombrerete, San Juan de loa Lagos, Aguascalientes, Campeche, Xalapa, ciudad de México, Veracruz, Chalco, Tlaxcala, Puebla, Acapulco, Querétaro, Orizaba, Zacatecas, Córdoba, Mérida, Xilotepec, 142 143

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de la respuesta institucional a la crisis de 1808, en la medida en que constituyeron el mecanismo a través de cual se formalizó legítimamente el reconocimiento a Fernando VII […]».145 Con algunas variaciones propias del contexto, las proclamaciones al Rey se celebraron entre agosto de 1808 y marzo de 1809. En las ceremonias se designaba un comité organizador, se disponían adornos y monumentos efímeros, se revestían las fachadas de las casas, se iluminaban las calles principales de la localidad y se instalaba un tablado donde se protocolizaba la sumisión de los súbditos al soberano depuesto. El acto comenzaba con un paseo por calles y plazas llevando al frente el real pendón y el retrato del Rey. En la ceremonia había música, comida y refrescos; además se lanzaban monedas a la muchedumbre y la noche era amenizada con fuegos pirotécnicos.146 Toda esta parafernalia estuvo impregnada de un sentimiento fidelista, donde el Rey, la patria y la religión representaban los baluartes de la monarquía. Empero, las manifestaciones de júbilo mostrado en las Juras y el carácter desprendido de los novohispanos al momento de hacer donativos patrióticos, estaba por cambiar. Al respecto, mencionemos el caso de la intendencia de Zacatecas, ubicada en el norte del virreinato. En agosto de 1808 los habitantes acomodados de esa capital publicaron en la Gazeta de México una «Representación» en la que aseguraban estar dispuestos a «sostener con el sacrificio de sus vidas y haciendas, y por cuantos medio pendan a su arbitrio, todas las medidas que le adopten, encaminadas al santo objeto de conservar a su legítimo soberano y sucesores esta preciosa porción del continente americano».147 No conformes con tales declaraciones, estos vasallos del rey sacaron a la luz otra Representación que a la letra decía: «Desde un abandonado rincón de la septentrional América el ayuntamiento de la ciudad de Zacatecas, territorio del reino de la Nueva Galicia, deseoso de acreditar su antigua lealtad y acordado amor hacia sus augustos soberanos hace resonar en los benignos oídos de V. M. sus balbuceantes voces entre el ruidoso estrépito de vivas y bien merecidas aclamaciones […]».148 El documento continúa: «Apenas Señor se han propagado hasta este remoto continente por el conducto de los papeles públicos […] la lealtad zacatecana, abatida ante el real trono, rinda el más cordial homenaje al mejor de los reyes, el séptimo Fernando que felizmente empuña el cetro de dos mundos y maneja las riendas del gobierno».149 Guanajuato, Guadalajara, Mexquitic, San Miguel el Grande, Oaxaca, San Luis Potosí, Celaya, Atlixco, Valladolid, Chihuahua, Matehuala, Pátzcuaro, Santa María de Lagos, Monterrey, Real de Zacualpan, Sierra de Pinos, Tomatlán, Sultepec y Salamanca. Véase: Jaime Rodríguez, Nosotros somos ahora los verdaderos españoles, tomo I, El Colegio de Michoacán / Instituto Mora, México, 2009, p. 104. 145 Marco Antonio Landavazo, La máscara, 2001, p. 98. 146 Ibid., p. 99. 147 Gazeta de México, México, 6 de agosto de 1808. 148 AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, año 1808, f. 129r. 149 AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, año 1808, f. 129r.

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Las demostraciones de lealtad monárquica por parte de los zacatecanos devinieron en algo inesperado, pues, al solicitar ayuda económica, la respuesta fue tan unánime como avasalladora: hasta las personas de más baja condición donaron una buena parte de sus bienes; así, por ejemplo, en Sombrerete —subdelegación de Zacatecas—, el jornalero José Crisóstomo de los Ríos entregó diez pesos «y su vida misma, si es necesario» con el fin de asistir «a nuestros amados y valerosos guerreros españoles y a nuestro católico monarca».150 No obstante, cuando se incrementaron las peticiones de más donativos, los zacatecanos regatearon su apoyo aduciendo que sus bolsillos estaban exhaustos. En el Ayuntamiento de la ciudad de Zacatecas, surgieron discrepancias por la propuesta de organizar de nueva cuenta un acto para que la capital de la provincia proclamara su vasallaje. Ante esta tentativa, un grupo de regidores impidió que se sustrajera dinero de la caja municipal para organizar dicha celebración, con lo cual, los adversarios organizaron de su peculio la proclama. Esto desató una serie de pugnas donde, además, se involucró el intendente. La construcción de la alhóndiga fue la gota que derramó el vaso: en medio de acusaciones sobre corrupción de ambos lados, se prohibió que el intendente ingresara a las reuniones de cabildo. El momento de mayor tirantez se dio cuando el Ayuntamiento local se convirtió en centro de recepción y distribución de pasquines sediciosos, donde era evidente que algunos regidores ponían en entredicho la fidelidad al Monarca. El escándalo llegó hasta la capital virreinal. Con un golpe de timón, el Virrey destituyó a varios miembros del cuerpo municipal, integrando el nuevo órgano con individuos afectos a la causa realista. Lo ocurrido en Zacatecas no fue un hecho aislado. Es bien conocido el interregno donde algunos integrantes del ayuntamiento de la ciudad de México, coludidos con el virrey, comenzaron a fraguar la instalación de una Junta del Reino. Luego de un breve, pero intenso debate, la Audiencia de esa capital y el arzobispo diluyeron el intento apresando a los instigadores y ejecutando un golpe de Estado contra el virrey Iturrigaray.151 En Guadalajara también hubo irritación cuando algunos notables se enteraron sobre los planes del ayuntamiento de la ciudad de México y del virrey. Al darse cuenta que su objetivo era la erección de una Junta, reprobaron tal pretensión. En contraparte, el intendente tapatío Roque Abarca —cercano a Iturrigaray— respaldó a la máxima autoridad en el virreinato. Las relaciones entre el intendente Archivo Histórico Municipal de Sombrerete (en adelante AHMS), Ayuntamiento, carpeta 154, año 1808, snf. 151 Para conocer con detalle los acontecimientos en los que se vio involucrado el Ayuntamiento de la ciudad de México, consúltese José Herrera Peña, Soberanía, representación nacional e independencia en 1808, Senado de la República / LXXI Legislatura de Michoacán / Gobierno del Distrito Federal, México, 2009. 150

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y la aristocracia local se fracturaron. Tras la destitución del virrey se produjo una ruptura total entre Abarca y la élite. Ya sin sostén, el intendente admitió su falta de autoridad al señalar: «No mando la Nueva Galicia desde que fue depuesto el Exmo. Sr. D. José Iturrigaray».152 Pese a que el fantasma de la ingobernabilidad asomaba en Guadalajara, Abarca siguió en funciones hasta 1811. Entre juras y escisiones, la Nueva España vivía atenta a los acontecimientos ocurridos en la Península. Algunas veces con entusiasmo, otras por obligación, las provincias participaron en los procesos electorales convocados desde el otro lado del Atlántico. Como se verá más adelante, en lo concerniente a las intendencias de Guadalajara y Zacatecas, las autoridades vieron con buenos ojos la invitación, por lo que actuaron en consecuencia. Muy lejos estaban de imaginar los resultados de dichas acciones. c) Las elecciones a Cortes Creímos conveniente mencionar —aunque de manera breve— las circunstancias que prevalecieron entre 1808 y 1810, porque es necesario considerarlas para ubicar de nuevo a nuestro personaje. Eran los primeros meses de 1808. Antes de estallar la crisis, el doctor y presbítero José Miguel Gordoa desempeñaba múltiples ocupaciones. Inmerso en el trajín cotidiano que lo llevaba del Seminario conciliar a la catedral, y luego al Oratorio de San Felipe Neri, los días pasaban rápido en su calendario. Acostumbrado a levantarse muy temprano, oficiaba o concelebraba misa a las seis de la mañana, impartía cátedra, acudía a las oficinas episcopales y atendía deberes en el templo del Oratorio. Además, se daba tiempo para leer, preparar su curso y cumplir con algún llamado de la Universidad para participar en actos académicos. Dedicaba varios momentos a su persona. La higiene era importante, por eso procuraba asearse cada mañana. La alimentación se había convertido en algo fundamental, pues, desde su llegada a Guadalajara, padecía molestias estomacales, a veces severas; en consecuencia, era cuidadoso con su alimentación: nada o casi nada de ingredientes irritantes, poca grasa y abundantes frutas de temporada.153 La cuestión espiritual era primordial: oraba al comenzar y terminar el día; también asistía a distintos actos religiosos propios del calendario litúrgico. Todo parecía transcurrir de acuerdo a lo esperado, sin embargo, su relativa calma se trastocó de modo drástico hacia la mitad de ese año. Los primeros días de junio, en efecto, los tapatíos se enteraron de sucesos inesperados. El día nueve, procedente de la ciudad de México, llegó a Guadalajara la Citado por Jaime Olveda, De la insurrección a la Independencia. La guerra en la región de Guadalajara, El Colegio de Jalisco, México, 2001, p. 83. 153 AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, año 1831, f. 3. 152

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noticia del Motín de Aranjuez. Los incrédulos habitantes conocieron la destitución de Manuel Godoy, la dimisión de Carlos IV y el ascenso al trono de Fernando VII. Semanas después, hubo otros sobresaltos: con base en la Gazeta de Madrid, su similar de México publicó en el número 53 información preocupante sobre lo ocurrido el 2 de mayo en Madrid. Joaquín Murat, ejerciendo el poder en dicha ciudad, contuvo una supuesta asonada a sangre y fuego. No conforme con ello, achacó la responsabilidad del ataque al «populacho mal aconsejado». En este número de la Gazeta de México, los tapatíos leyeron las disposiciones dictadas por Murat para castigar a los instigadores de tales desórdenes: arcabucear a los prisioneros participantes en la rebelión, prohibir las reuniones de más de ocho personas, incendiar las villas donde fuese asesinado un francés y pasar por las armas a los autores de libelos que alteren el orden público.154 Pero había más novedades: el número 59 de la Gazeta de México del 16 de julio, dio a conocer las abdicaciones reales. Ante noticia de tal envergadura, los oidores de la Audiencia de Guadalajara consideraron inoportuna su difusión: «el malísimo efecto que había producido, en el pueblo bajo, las indicadas gazetas, explicándose en sus concurrencias con las expresiones de ‘Ya no tenemos Rey, ¿Somos o no puros franceses? El presidente ya no es presidente’ y otras semejantes».155 El resto de las autoridades de Guadalajara compartieron la opinión de la Audiencia. Entonces, Ayuntamiento, Obispado, Intendencia y Consulado de comercio cerraron filas en torno al legítimo Rey.156 El intendente Roque Abarca se vio muy activo por esas fechas. Estuvo atento a la información llegada de ultramar y, tomando el pulso de la sociedad tapatía, llevó a cabo distintas acciones: reunió a los vecinos más prominentes para discutir los sucesos, cerró la jurisdicción a la propaganda francesa y tomó medidas contra posibles disturbios; «[…] también mandó imprimir 800 ejemplares de una oración que Fernando VII dedicó a Nuestra Señora de Atocha cuando salió de Madrid»,157 papel que, de acuerdo a un testigo, produjo llanto doloroso entre la gente.158 A José Miguel Gordoa también se le vio con mucho dinamismo durante el difícil trance. Continuó con sus actividades, pero estuvo más cercano al Obispo. A diario comentaba con el Prelado el rumbo de los acontecimientos. Cabañas, Gordoa y el cabildo catedralicio decidieron sumarse a las muestras de lealtad al monarca. El emperador francés —decían las gacetas que comenzaban a circular—, quería ver muerta la santa religión católica impulsando la impiedad e imponiendo el culto Gazeta de México, t. XV, núm. 53, pp. 417-124. Documento citado por Carmen Castañeda, Imprenta, impresores y periódicos en Guadalajara, 1793-1811, Editorial Ágata / H. Ayuntamiento Constitucional de Guadalajara / CIESAS, Guadalajara, 1999, p. 98. 156 Jaime Rodríguez, Rey, 2003, p. 15 157 Jaime Olveda, op. cit., 2001, p. 78. 158 Ibidem. 154 155

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al maligno, esto, a todas luces, no podía permitirlo la jerarquía eclesiástica. El 30 de agosto, reunidas las apesadumbradas autoridades tapatías, se acordó reconocer prematuramente a la Junta de Sevilla. En una asamblea posterior efectuada el 9 de octubre, por general acuerdo se decidió «morir mil veces antes de faltar a la fidelidad que deben [los tapatíos] a su legítimo rey. Tres días después celebraron un Te Deum, desplegaron iluminaciones y otras manifestaciones públicas en apoyo al augusto monarca».159 En tales actos, el Obispo y su séquito de colaboradores, desempeñaron un rol fundamental. Días después, el seis de septiembre, Cabañas, tras decisión consensada con sus sacerdotes, entre los que estaba el doctor pinense, envió una misiva a la Junta de Sevilla manifestando que la Iglesia y las autoridades de Guadalajara la reconocían, ofreciendo al mismo tiempo «[…] cooperar a la defensa de tan justa causa con el sacrificio de nuestras facultades e intereses, y de nuestras propias vidas; y con todas las alhajas que forman el decoro y magnificencia de nuestra Iglesia, exceptuando los vasos sagrados, muy preciosos para el culto».160 No es exagerada esta carta, por lo que es dable pensar que en realidad el Obispo remató varios bienes de la catedral y otros templos con el fin de socorrer a la desvalida Península. En este tenor, Cabañas envió a España poco más de 350,000 pesos, importante cantidad para mantener en pie a la resistencia. Entretanto, la provincia de Zacatecas atravesaba por condiciones similares. Cuando llegó la noticia de los infaustos acontecimientos, los miembros del ayuntamiento, perplejos, no atinaron qué hacer. Ellos mismos dan cuenta de su asombro: «Entre el confuso papel de vagas y encontradas noticias [estuvimos] vacilantes sin que se nos presentara como a la paloma de la Arca, un lugar seguro donde pudieran descansar sus fatigados pies».161 Una vez asimilados los inéditos hechos, el cuerpo municipal convocó a los vecinos más prominentes de la ciudad para tomar opinión sobre las medidas a tomar. En las precipitadas reuniones se expresaron dudas fundamentales que tuvieron como centro el concepto de la soberanía: con el trono acéfalo ¿en quién se depositaba la soberanía?, ¿las dimisiones eran válidas?, ¿las autoridades del virreinato y de la intendencia debían permanecer o se cambiarían por otras? Muchas eran las preguntas y pocas las respuestas posibles. Ante tal situación, el ayuntamiento local se replegó. La realidad estaba desbocada. Los extraordinarios acontecimientos requerían ser analizados con tino y mesura para buscar una Jaime Rodríguez, Rey, 2003, p. 13. José Ignacio Dávila Garibi, Biografía de un prelado. El Exmo. e Ilmo. Sr. Doctor Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, Tipografía C. M. Sáinz, Guadalajara, 1925, pp. 326-328. Véase: Jaime Olveda, De la insurrección, 2011, pp. 78-79. 161 AGN, ramo Intendencias, vol. 72, doc. 14, f. 1r. 159 160

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posible salida a la incertidumbre. Era imprescindible encontrar un asidero. Éste se encontró en el legado jurídico hispano popular y pactista.162 Así, con conocimiento de causa, el ayuntamiento zacatecano desaprobó la abdicación del rey: «renuncia tan insólita, ya deja traslucir que fue inspirada en el dolo y el ardid unidos a la fuerza y la violencia».163 Este pronunciamiento deja claro que incertidumbre no significa indeterminación. En este sentido, regidores y síndico estuvieron ciertos que lo ocurrido en la Península debía ser examinado no a trasluz de la vorágine de los actuales hechos, sino considerando el legado jurídico hispano. Al recurrir a las añejas leyes de la monarquía, el ayuntamiento de Zacatecas encontró sustento para definir su posición: «El Rey cuya grande alma, es un vivo depósito de las Leyes, no es creíble que olvidara aquella sanción de oro dictada sabiamente por la misma Nación, que el nono Rey Alonso mandó insertar en el Código de las Partidas. ‘Fuero é establecimiento’ (son terminantemente sus palabras) Fuero é establecimiento hicieron antiguamente en España que el Señorío del Reino no fuese repartido ni enajenado»;164 infalible premisa orientó al cabildo a concluir: «si el Rey abdicó la real Corona […], fue solamente de hecho (y de un hecho inculpable por lo crítico de las circunstancias) pero no de derecho, y de ahí se infiere que tal abdicación fue nula, inválida, insubsistente».165 Remitirse al antiguo horizonte jurídico hispano proveyó a las autoridades locales de elementos contundentes para dejar sin aplicación las abdicaciones. Cualquier intento en este sentido, debía consultarse con el pueblo. Sin el consentimiento de éste, toda renuncia sería nula. Este posicionamiento entronca con la teoría contractualista de Francisco Suárez, quien señalaba que ningún rey obtuvo el gobierno político de Dios, sino por humana voluntad.166 Francisco Suárez argumenta que el hombre nació libre, recibiendo de Dios la potestad suprema para someter a los seres que pueblan el universo. Siguiendo con la idea suareciana, los hombres eran libres por Derecho Natural, con potestad para regirse a sí mismos. La subordinación a otro hombre inició cuando los integrantes de la sociedad convinieron en establecer una autoridad por encima de ellos con la intención de garantizar la armonía entre la comunidad, de esta manera —señala Suárez categóricamente—, la potestad fue transferida al rey por humana elección, de esta manera, la cesión de la soberanía no Águeda Goretty Venegas, Barreras de la soberanía: los ayuntamientos de Zacatecas de 1808 a 1835, Tesis de Maestría, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, 2007, p. 7. 163 AGN, ramo Intendencias, vol. 72, doc. 14, f. 1v. 164 AGN, ramo Intendencias, vol. 72, doc. 14, f. 2r. Las cursivas son nuestras. 165 AGN, ramo Intendencias, vol. 72, doc. 14, f. 2r. 166 Salustiano de Dios, Javier Infante y Eugenia Torijano (coords.), El derecho y los juristas en Salamanca (siglos XVI-XX), Universidad de Salamanca, Salamanca, 2004, p. 37. 162

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se dio de modo directo entre Dios y el rey; en medio de ambos está el pueblo, quien la recibió del Altísimo y con posterioridad la depositó en el monarca.167 De acuerdo a la tradición jurídica de la monarquía, a este convenio se le conoce como Ley regia. Al basarse en las autoridades jurídicas de antaño, Suárez aseveraba que la autoridad de un gobernante provenía del pueblo, pues éste le había transferido el poder supremo a través de un contrato. Este acuerdo mutuo establecía compromisos de ambas partes. El pueblo tenía la obligación de obedecer y rendirle vasallaje al rey, mientras que el soberano debía administrar justicia y velar por el bien del pueblo. Al admitir el contrato, el rey aceptaba que la potestad le fue transferida no de Dios, sino del pueblo. Con este argumento del cabildo zacatecano quedaba claro que el Rey había renunciado a la Corona orillado por las complicadas circunstancias, a sabiendas de que tal dimisión era ilegítima. Por lo tanto, haciendo derroche de su sagacidad, el monarca hizo creer a sus captores que declinaba, sin hacerlo en realidad. Así pensaron los regidores zacatecanos quienes, lejos de responsabilizar a Fernando VII de la abdicación, lo consideraron el rey más inteligente y amado, pues engañó a sus captores permitiendo que los españoles comenzaran con una lucha cuyo fin era restituirlo en el trono. Por ello, al estar separado de la Corona y diluido el poder supremo, era imprescindible que un órgano retrotrajera la soberanía de forma interina, para que se encargara de organizar a la nación en los aspectos político y militar. Aquí es muy importante señalar que, si Zacatecas, Guadalajara, Nueva España y la América española, se hubieran decantado a favor de la soberanía monárquica, estarían aceptando su dimisión y, en consecuencia, admitirían en los hechos la entronización de José I. Sin embargo, cuidadosos de los posicionamientos políticos, los americanos desecharon la teoría absolutista porque ésta sostenía que el monarca era el depósito sagrado de la soberanía. Esta corriente fue impulsada por los propios reyes con el objeto de justificar y ensanchar su poder. Funcionó bien durante el siglo XVII y gran parte del XVIII. Empero, ante las inéditas circunstancias, era imprescindible hacerla a un lado, refutar la usurpación y restituir la soberanía en una figura distinta al rey cautivo. Por eso, el depósito de la soberanía fue sin lugar a dudas la Junta Central, órgano que siempre conjuró al pueblo para legitimarse. Esta fue la razón por la que los zacatecanos y novohispanos reconocieron en ella a la máxima autoridad de la monarquía. Justamente por reivindicar la soberanía popular, la respuesta de las ciudades novohispanas se dio en consonancia con lo estipulado en la convocatoria. Francisco Suárez, Principatus politicus, CSIC, Madrid, 1965, pp. XV-LII. Según Carlos Herrejón, además del texto de Francisco Suárez, fueron numerosas las obras que portaban ideas proclives a la soberanía popular. Véase: Carlos Herrejón, Textos políticos en la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984. 167

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El primer llamado fue respaldado con un proceso electoral sin precedente; el segundo reafirmó el apoyo de la Nueva España a la Junta y, posteriormente, a la Regencia. En seguida, pasemos a describir el procedimiento a través del cual se eligieron los representantes de las provincias de Guadalajara y Zacatecas, sitios que son de nuestro particular interés porque José Miguel Gordoa participó —de forma directa e indirecta—, en los procesos electorales desarrollados en ambos centros urbanos. A la primera convocatoria 14 ciudades novohispanas respondieron.168 Las elecciones se efectuaron entre los meses de abril y septiembre de 1809. En lo referente e Guadalajara el ayuntamiento organizó el proceso. El 24 de abril, reunidos en la sala capitular, los integrantes del cabildo escucharon atentos la lectura del decreto que ordenaba la elección. Como hubo varias ausencias, los regidores resolvieron que la reunión electoral se celebraría al día siguiente, previa citación a todos los miembros del cuerpo municipal. El 25 de abril, estando presente el cabildo en pleno, se celebró misa de Espíritu Santo para luego efectuar la elección en la sede del ayuntamiento. Fueron postulados siete candidatos. Para su depuración se efectuaron tres rondas de votación hasta que seleccionó una terna que quedó integrada por Juan Cruz Ruiz de Cabañas, doctor en Teología y obispo de Guadalajara; José Ignacio Ortiz de Salinas, asesor de la intendencia y abogado de la Audiencia de Nueva Galicia; y José María Gómez y Villaseñor, gobernador de la Mitra, provisor y vicario general, juez de testamentos, capellanías y obras pías del obispado y rector de la universidad.169 Posteriormente se escribieron en papeletas los nombres de los tres aspirantes, se depositaron en una vasija y, en seguida, un niño tomó una de ellas en la que estaba escrito el nombre del prelado. Al saberse el resultado, tanto el cabildo eclesiástico como el Dr. José Miguel Gordoa felicitaron con efusividad a Cabañas. Coincidieron que su persona reunía las prendas de virtud, sapiencia y probidad, virtudes requeridas en un encargo de tal envergadura. El cuerpo eclesiástico y nuestro personaje no dudaron que con el nombramiento del Obispo, Guadalajara estaría ampliamente representada en la capital del virreinato y, si la Providencia lo permitía, en las Cortes a desarrollarse en la metrópoli. En lo concerniente a Zacatecas, el proceso fue muy similar, pero en un marco de enfrentamiento. Recordemos que el ayuntamiento se dividió en dos Las ciudades que eligieron representante fueron: Antequera (hoy Oaxaca), Durango, Mérida, Arizpe, Guadalajara, Zacatecas, Guanajuato, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Veracruz, Tlaxcala, México y Valladolid (hoy Morelia). 169 Jaime Olveda, De la insurrección, 2011, pp. 93-94. Véase: Jaime Rodríguez, Nosotros, 2009, p. 158. Jaime Rodríguez, Rey, 2003, pp. 17-18. 168

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grupos políticos que combatieron entre sí. Luego de una terrible pugna donde los regidores peninsulares que dominaban el panorama económico local afirmaron que sus adversarios representaban «el espíritu de independencia […] y la herejía», propusieron fueran reemplazados por «vecinos pudientes y bien opinados».170 Estos graves altercados fueron conocidos por el virrey, quien destituyó a los regidores disidentes sin que ello marcara el término el conflicto, pues la confrontación siguió en la vía pública con la circulación de libelos y pasquines. En este álgido clima, se llevó a cabo la elec­ción convocada por la Junta Central. El cabildo de Zacatecas decidió que la elección la organizaría este órgano por considerar que el Ayuntamiento de la capital era la cabeza de la provincia; esto lo facultaba para organizar el proceso sin involucrar a los otros ayuntamientos de la jurisdicción. De acuerdo a las características explicitadas por la convocatoria, los miembros del cabildo elaboraron una lista de 23 candidatos, conformada por seis bachilleres, un doctor, dos militares y el resto por mineros y comerciantes. Esta relación sirvió de base para la primera ronda de votaciones. A su término, el Br. Vicente Ramírez, el Dr. José María Cos y Pérez, el Br. Mariano Esparza, el Br. Ignacio Lomas y el coronel Manuel Rincón Gallardo empataron con dos votos cada uno. Por lo tanto, hubo necesidad de efectuar una segunda ronda que dio como resultado la selección de dos candidatos: el coronel Rincón Gallardo y el Dr. Cos. Estas personas fueron sorteadas, quedando finalmente como representante de la provincia zacatecana este último. El 27 de abril de 1809, enterado de su designación, el Dr. Cos, cura del Burgo de San Cosme y doctor en Teología por la Universidad de Guadalajara, escribió al ayuntamiento elector: «Quedo entendido de la suerte que me ha tocado por la propuesta y elección que V. S. se designó a hacer en mi persona para vocal de la real y Suprema Junta Central Gubernativa de España e Indias, y cediendo las más humildes gracias ofrezco a V. S. mi persona para que disponga de ella en lo que considere fuera útil a la patria».171 En la Nueva España, el procedi­miento para que el reino nombrara a su representante atravesó, fundamentalmente, por dos fases: la primera, donde cada una de las catorce cabezas de provincia tendrían derecho a elegir a una persona que las representara, y la segunda, que consistió en la reunión de los catorce seleccionados en la ciudad de México, lugar donde se elegiría a un solo diputado, encargado de reunir las Instrucciones re­dactadas por los ayuntamientos novohispanos para luego darlas a conocer en la Península. La elección del diputado de la Nueva España se celebró el 4 de octubre de 1809 en la ciudad de México. La lista de candidatos quedó integrada por ocho Mercedes de Vega, Los dilemas, 1999, pp. 117-127. AHEZ, fondo Ayuntamiento, serie Actas de Cabildo, 1809, citado por Mariana Terán, Por lealtad, 2012, pp. 90-91. 170 171

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europeos y seis oriundos de esta tierra. Después de tres votaciones, donde figuraron los nombres de José María Almanza, Guillermo de Aguirre, Ramón Casaus y el de los hermanos Manuel y Miguel Lardizábal y Uribe, el sorteo final desvaneció la duda: Miguel Lardizábal fue nombrado para desempeñarse como Vocal Representante de este reino.172 Los seleccionados por Guadalajara y Zacatecas no tuvieron suerte en sus aspiraciones, pese que uno de ellos —Juan Cruz Ruiz de Cabañas— contaba con méritos suficientes para ejercer con dignidad y decoro el cargo. La representación de Lardizábal requería formalizarse a través de un Poder otorgado por cada provincia novohispana. El conjunto de documentos serviría para legalizar su elección y asentarse en las futuras Cortes. No obstante, el Poder fue en realidad una excusa de algunas intendencias para plantear una serie de demandas y aspiraciones. El oficio que el Ayuntamiento zacatecano confirió a Lardizábal reviste especial interés porque, además del consabido exhorto para que se esmerara en su representación, se le instruyó disponer de lo necesario para satisfacer las carencias más sentidas de la jurisdicción: creación de tribunales superiores de justicia, erección de una dióce­sis, aumento de salario a los subdelegados, desaparición del tributo personal que agobiaba a los indios y fomento de la industria, la agricultura y las artes.173 Además, solicitaban «que se restituya a la nación congregada en Cortes el poder legislativo, se reformen los abusos introducidos en el ejecutivo, y los ministros del rey sean responsables de los que se introdujeren o intenten en adelante que se establezca el más perfecto, justo e inviolable equilibrio no sólo entre los dos poderes, sino también en la representación nacional en dichas Cortes»,174 lo cual resultó muy avanzado para la época. Por su parte, los ayuntamientos también tendrían voz en las Cortes. Por tal motivo, los regidores de distintos cuerpos municipales escribieron documentos llamados Instrucciones, donde sugirieron modificaciones en el trato de la metrópoli hacia sus posesiones ultramarinas. En el caso concreto de Zacatecas, los cabildos de Sierra de Pinos, Jerez y Fresnillo demandaron la implementación de políticas en beneficio de los sectores mineral, industrial, comercial y agrícola. Manuel Oviedo y Cosío, regidor de Sierra de Pinos, además pedía la instalación de una Casa de la Misericordia, el fortalecimiento de la instrucción pública y la atención a las mujeres con el fin de «proporcionarles medios de subsistencia y así evitar la multiplicación de Miguel Lardizábal y Uribe emigró hacia la metrópoli cuando sólo contaba con 16 años de edad. Allí estudió Teología en la Universidad de Valladolid y continuó con su carrera eclesiástica en Madrid. Véase: María Carmina Ramírez, Pensamiento y obra de Miguel de Lardizábal y Uribe (1744-1823), Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País / Ministerio de Educación y Ciencia, Vitoria, 2006. 173 Beatriz Rojas (Compilación y estudio introductorio), Juras, poderes e instrucciones. Nueva España y la Capitanía General de Guatemala, 1800-1820, Instituto Mora, México, 2005, p. 90. 174 Ibid., p. 91. 172

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pecados y males mayores».175 Las expectativas que generó la primera convocatoria emitida por la Junta Central se vieron frustrados porque, a la postre, los representantes electos no fungieron como diputados. Como ya se señaló con anterioridad, la Junta Central se vio tan agobiada que se extinguió, pero antes publicó una segunda convocatoria a Cortes el 1 de enero de 1809, misma que el Consejo de Regencia avaló y promovió. Hasta aquí, es preciso apuntar que, por extraño que parezca, a principios de 1809 todavía no existía un consenso sobre el carácter que debían asumir las Cortes: «¿Serían constituyentes de un nuevo marco legal o restauradoras de leyes antiguas?, ¿estarían integradas por estamentos o por una asamblea general donde representantes electos portarían la voz de sus respectivas provincias?, ¿tendrían la función de organizar la resistencia o sus alcances políticos serían más ambiciosos?»176 Salvando múltiples obstáculos, las dudas fueron difuminándose. Si bien la Junta Central acordó que los diputados metropolitanos fueran electos utilizando tres criterios distintos,177 el Consejo de Regencia emitió un decreto el 14 de febrero de 1810 especificando que los diputados ultramarinos tenían derecho a ser electos por las ciudades cabeza de provincia. Sin la restricción contemplada en la convocatoria del año anterior, las ciudades se aprestaron a elegir a su representante en Cortes. De acuerdo al decreto electoral de la Regencia, publicado el 14 de febrero, y al cálculo hecho por las autoridades novohispanas, al reino le correspondía nombrar 22 diputados. De esta forma, la Audiencia de México distribuyó un documento con algunas indicaciones para que se celebraran las respectivas elecciones en la ciudad de México, Puebla, Veracruz, Zacatecas, Michoacán, Oaxaca, Yucatán, Guanajuato, Nuevo Santander, Nuevo León, Tlaxcala, Querétaro, Tabasco, Guadalajara, San Luis Potosí, Coahuila, Texas, Chihuahua, Durango, Nuevo México, California y la provincia interna de Sinaloa y Sonora. Asimismo, hizo circular el decreto remitido por la Regencia, donde se leían palabras con nuevos significados para la realidad americana: Desde el principio de la revolución declaró la Patria esos dominios parte integrante y esencial de la Monarquía Española. Como tal le corresponden los mismos derechos AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Correspondencia, exp. 45, 1809, f. 2v. Martín Escobedo, Por el bien, 2010, p. 37. 177 De acuerdo a estos criterios tendrían derecho a un representante: 1) aquellas jurisdicciones que reúnan un mínimo de 50 000 habitantes, 2) los territorios que erigieron Juntas Provinciales participantes en la conformación de la Junta Central y 3) las ciudades que tuvieron representante en las Cortes de 1789. Véase: Quintí Casals Bergés, El parlamento de las Cortes de Cádiz: proceso electoral y sociología de los diputados (1810-1814), en http://repositori.udl.cat/bitstream/handle/10459.1/45966/cadizcomu.pdf?sequence=1 Consulta realizada el 27 de julio de 2013. 175 176

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y prerrogativas que a la Metrópoli. Siguiendo este principio de eterna equidad y justicia fueron llamados esos naturales a tomar parte en el Gobierno representativo que ha cesado: por él la tienen en la Regencia actual; y por él la tendrán también en la representación de las Cortes nacionales enviando a ellas Diputados […]. Desde este momento, españoles americanos os veis elevados a la dignidad de hombres libres […].178

Animados por el horizonte político a la vista, los novohispanos organizaron con entusiasmo las elecciones. En lo relativo a Guadalajara, Jaime Olveda señala que los miembros del ayuntamiento tapatío seleccionaron a varios sujetos «dotados de probidad, talento e instrucción y exentos de toda nota».179 Los miembros del ayuntamiento de Guadalajara se reunieron el 2 de julio para efectuar la designación. Después de dos rondas de votación en las que participaron trece electores, se desprendió una terna. En la inmediata insaculación, salió seleccionado el Dr. José Simeón de Uría,180 canónigo de la catedral, quien, proveído de las Instrucciones, el Poder y una libranza para cubrir sus gastos durante el traslado, emprendió su camino a la Isla de León en el mes de octubre. En Zacatecas se vivió el proceso electoral impregnado por la circunstancia local. A diferencia de la elección anterior, el ayuntamiento de la capital involucró al resto de los cabildos de la Intendencia. Así, cuando en la ciudad de Zacatecas se recibió el oficio de la Audiencia de México, el cuerpo municipal lo reenvió a los ayuntamientos del interior. Para el mes de junio se había recibido respuesta favorable de seis órganos capitulares —Sierra de Pinos, Villanueva, Jerez, Sombrerete, Fresnillo y Aguascalientes— sin contar con la propuesta de la capital. En contraste con la convocatoria precedente, donde se permitió la participación de candidatos peninsulares y criollos, en esta ocasión únicamente se dio cabida a los naturales de la intendencia. Así, cuando el ayuntamiento de la ciudad reunió los nombres de los individuos propuestos corroboró que, en efecto, todos eran nacidos en la provincia, pero además compartían dos características más: tenían una formación letrada y estaban vinculados estrechamente con la élite local. Estas tres particularidades convertidas en constantes, dan cuenta del ideal del ayuntamiento zacatecano respecto a las virtudes que debían adornar a su representante ante las Cortes: hombre letrado, inteligente, católico, probo, honesto y sagaz. De la lista propuesta quedaron fuera Juan E. Hernández y Dávalos citado por Jaime Rodríguez, Nosotros, 2009, p. 209. Jaime Olveda, De la insurrección, 2011, p. 95. 180 El tapatío José Simeón de Uría estudió en el colegio de San Ildefonso donde obtuvo en 1784 el grado de Doctor en Teología. En el mismo centro impartió la cátedra de Filosofía. Incardinado a la Diócesis de Guadalajara desde 1792, se incorporó ese mismo año a la Universidad local de la que fue catedrático. 178 179

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los ricos mineros y comerciantes que dominaban la economía local y, a decir de Frédérique Langue, también la virreinal. Por primera vez en la historia de Zacatecas la élite económica fue desplazada del escenario político por un grupo emergente que vio en la carrera académica un factor importante de movilidad. El proceso electoral efectuado en Zacatecas ha sido referido en los trabajos de Jaime Rodríguez, Mariana Terán, Veremundo Carrillo y Mercedes de Vega —entre otros—, sin embargo, en todos existen algunos datos imprecisos relativos al número de candidatos votantes y fecha de elección, situación que falsea lo ocurrido durante el nombramiento del representante de la provincia. En consecuencia, tomando como base el Poder original otorgado al diputado, desprendemos la siguiente información circunstanciada. En reunión celebrada el 28 de mayo de 1810, el ayuntamiento capitalino acordó enviar la invitación a los cabildos foráneos, subrayando que su participación era importante porque se habían «declarado comunes a las Américas los derechos y prerrogativas de la Metrópoli en la representación nacional».181 Una vez recibidas las propuestas de los ayuntamientos, el cuerpo capitular de la ciudad convino el 19 de junio que la elección se llevaría a cabo el día 27 del mismo mes. Conforme a lo dispuesto, se reunieron en la sala municipal los señores José de Peón Valdés, intendente interino, y los miembros del ayuntamiento Ángel Abella, José Víctor de Agüero, José María de Arrieta, José Antonio de Echeverría, José de Rosas y Martín de Artola. A continuación, el escribano de cabildo leyó en voz alta el decreto del Consejo de Regencia, acto seguido se resaltó la importancia de la elección que estaba por efectuarse porque la persona designada tendría que consumar una digna y lustrosa representación de la provincia en la más alta tribuna de la nación. En seguida se dieron a conocer los nombres de los candidatos y de los partidos postulantes. El siguiente cuadro extracta el conjunto de los hombres propuestos como los más idóneos por sus respectivas jurisdicciones. Cuadro 2 Candidatos propuestos para representar a Zacatecas en las Cortes (junio de 1810)

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AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Elecciones, 1810, f. 1v.

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FUENTE: Elaboración propia con base en información consultada (AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Elecciones, 1810, fs. 1r-12v.)

Como puede advertirse, es notorio el alto perfil letrado de la mayoría de los propuestos. La relación antedicha muestra el predominio de los doctores, con diesisiete aspirantes; les siguen nueve licenciados, cuatro bachilleres, dos militares, un noble y un religioso franciscano con una destacada trayectoria académica. Menuda tarea tenía el ayuntamiento elector para depurar esta lista de 34 candidatos, todos con méritos propios. En este sentido, se consideraban varios criterios para seleccionar a los más idóneos: además de la trayectoria académica, los servicios prestados al Rey, el prestigio de la institución donde cursaron sus estudios, el capital sociopolítico de cada uno y, algo crucial, el ayuntamiento proponente. En el cuadro anterior es muy notorio el afán protagónico de las jurisdicciones de Aguascalientes y Zacatecas. La primera propuso ocho aspirantes mientras que la segunda dobló la cifra. Pero además del alto número de propuestas hechas por ambos ayuntamientos, destaca el abultado currículum de algunos candidatos como el del Dr. José Félix Flores Alatorre, el licenciado Juan José Félix Alatorre o el Dr. Vicente Beltrán y Bravo. Lo que subyace en este enfrentamiento es la lucha por la supremacía en la intendencia. Desde años atrás, el cabildo de Aguascalientes emprendió una protesta sistemática por el trato que le propinaba la capital de la provincia.182 La convocatoria de 1810 fue un claro pretexto para establecer un ajuste de cuentas. Enterados de la disputa, los regidores zacatecanos actuaron con tono conciliador. Sabían que estaba en juego un asunto de primordial importancia, por eso, el intendente interino José de Peón Valdés, los exhortó para que emitirán su voto «con entera libertad, y con la imparcialidad y justicia a que están obligados, como buenos y leales servidores del rey, y de la patria, teniendo presentes los motivos y altos fines a que se dirigía este acto».183 Después de dos rondas de votación, la terna Véase: Beatriz Rojas, Las instituciones de gobierno y la élite local. Aguascalientes del siglo XVII hasta la Independencia, El Colegio de Michoacán / Instituto Mora, México, 1998. 183 AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Elecciones, año 1810, snf. 182

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final se integró por un candidato de cada cuerpo capitular entrando en la fórmula un tercero en discordia perteneciente a un ayuntamiento «neutral». De esta manera Aguascalientes estuvo presente con el Dr. José Félix Flores Alatorre, Zacatecas con el Dr. José Ignacio Vélez y Sierra de Pinos con el Dr. José Miguel Gordoa y Barrios. Los tres candidatos reunían con creces los requisitos establecidos: eran criollos, pertenecían a familias acomodadas y prestigiosas, habían obtenido con honores la borla doctoral, se distinguían por su virtud y profesaban, cual más, la religión católica con sumo fervor. Pese a los amplios merecimientos de cada uno, había que seleccionar al representante. Así, se escribió el nombre de cada aspirante en igual número de papeletas «que enrolladas en forma, se introdujeron en una redoma de cristal, la cual removida una, y muchas veces, y sacada una cedulilla a presencia de los dichos señores [...] se halló que contenía el nombre del Señor Doctor Don José Miguel Gordoa».184 Para evitar cualquier sospecha se sacaron las otras dos, que a la sazón contenían los nombres de José Ignacio Vélez y José Félix Flores Alatorre, respectivamente. Enterados del proceso, los miembros del ayuntamiento declararon al Doctor pinense, diputado a las Cortes Generales legalmente electo. Lo que siguió lo relata con detalle el documento al que hemos hecho alusión: «[…] habiendo aplaudido tan feliz acontecimiento acto continuo acordaron que el Ilustre Ayuntamiento pasase inmediatamente en forma, a la iglesia parroquial a celebrarlo con Te Deum, y solemne misa de gracias, y que se hiciese saber al público para su inteligencia y satisfacción, y que se diese cuenta por el próximo correo a Su Majestad el Supremo Consejo de Regencia, y a S.A. la Real Audiencia Gobernadora para su superior inteligencia, y el aviso correspondiente al interesado, a fin de que pueda ir disponiendo su viaje […]».185 Las celebraciones no pararon. Jaime Rodríguez afirma que días más tarde, el cuerpo municipal de Zacatecas ofreció un banquete en honor del Diputado Gordoa. Al parecer, las muestras de júbilo y satisfacción por el nombramiento de nuestro personaje fueron unánimes. Como botón de muestra, dejemos al bachiller José María Semper expresar su beneplácito por la elección del Dr. Gordoa en una carta enviada al cabildo de Zacatecas fechada en Real de Catorce el tres de agosto de 1810: Luego que leí el parte que mi condiscípulo el Dr. Don José Miguel Gordoa me dio de haber recaído en él la suerte de Diputado de esa provincia, y que supe el acierto, equidad y conocimiento con que VSS procedieron al desempeño de lo mandado en esta parte por nuestro Soberano y Superior Gobierno de Regencia, el júbilo que ahoga mi corazón por los acertados y originales pasos con que el 184 185

AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Elecciones, año 1810, snf. AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Elecciones, 1810, fs. 5r-5v.

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Ilustre Ayuntamiento de mi patria ha procedido, no me permite suprimirlo, sino manifestarlo a VSS y darles la enhorabuena, porque como siempre llenos del grande celo por la patria y religión que se ha dejado ver en la mitad de la carrera del sol, dieron VSS la más palpable prueba de su imparcialidad, la cual protegiendo el cielo nos dio en el Dr. José Miguel Gordoa un diputado patriótico, fiel y religioso de quien sabemos desempeñará las confianzas de nuestra provincia.186

Hasta ahora, hemos dado cuenta de las elecciones verificadas en Guadalajara y Zacatecas. Nuestro personaje se involucró en el proceso de 1809 sirviendo de apoyo al representante de Guadalajara, el Obispo Cabañas. En la designación de 1810 fue protagonista. Al darse cuenta del resultado de la elección tapatía, se congratuló por la designación de su amigo José Simeón de Uría, con quien había trabado amistad en la Universidad local. En lo concerniente a su nombramiento como Diputado por Zacatecas, el Dr. Gordoa recibió la noticia en Guadalajara los primeros días del mes de julio, cuando en el Seminario Tridentino de San José impartía la cátedra de Prima Sagrada Teología Conciliar. Tenía 33 años. La notificación no lo tomó por sorpresa, pues su hermano José María Gordoa, desde Sierra de Pinos, le comunicó a través de una misiva que esa subdelegación lo había propuesto para representar a la provincia tomando como base sus virtudes. Recibido el aviso formal del ayuntamiento de Zacatecas, el doctor Gordoa se entrevistó con su Obispo. Éste se congratuló con el resultado de la elección porque en su tierno sacerdote se materializaría aquella aspiración personal que imaginó cuando, meses atrás, fue nombrado representante de Guadalajara. Cabañas le aconsejó sobre el delicado cargo que desempeñaría y, cual verdadero padre, le recomendó observase siempre una conducta arreglada y un apego irrestricto a la religión.187 También le solicitó un documento escrito para justificar su inminente ausencia de la Diócesis. El siete de agosto de 1810 nuestro personaje le dirigió un oficio señalando: «que con motivo de hallarme nombrado por la Provincia de Zacatecas para pasar a Mallorca en calidad de Diputado en las Cortes que allí han de celebrarse, me hallo también en la precisión de habilitar mi viaje y siendo para el efecto necesaria la superior licencia o testimoniales correspondientes de V. S. I.»188 En respuesta, el Prelado emitió un documento que a la letra decía: «es muy sincera y verdadera la que hago del Dr. Dn. Miguel Gordoa Catedrático de Theología en mi Seminario Conciliar, y que va de Diputado en Cortes por la Ciudad y Provincia de Zacatecas de esta mi Diócesis con los deseos más loables de desempeñar tan importante encargo a satisfacción de la Leal Ciudad de Zacatecas AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Actas de Cabildo, subserie Correspondencia, 1810, f. 1r. AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, año 1810. 188 AHANG, Gobernación, Sacerdotes, 1807-1841, caja 4, exp. 6, f. 35r. 186 187

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de todo su distrito, de todo el público y aún de toda la Nación sin perjuicios ni preocupaciones».189 Como se puede advertir, el Obispo Cabañas concedió gustoso el respectivo permiso para que Gordoa se separase de sus responsabilidades, otorgándole además licencia para celebrar misa, confesar y predicar en el lugar que estuviese. Días más tarde, la Audiencia de Guadalajara le invitó a emprender el viaje con la premura del caso, al tiempo que lo exhortó a representar con patriotismo tan alta responsabilidad: Se ha enterado con gusto esta Real Audiencia por la contestación de V. S. de 14 de este mes de la pronta disposición en que se halla para emprender su transporte a la península a desempeñar su cargo de Diputado de Cortes por la provincia de Zacatecas luego que le entregue su ayuntamiento los poderes con que ha de autorizarlo, y dando esta propia Real Audiencia con fecha de hoy la orden correspondiente para que los entienda sin dilación y lo dirija a V. S. a donde estuviere o a esta superioridad para que se lo envíe a donde se hallare, espera este tribunal que no estimando V. S. su falta actual por un embarazo para emprender su marcha, la dispondrá en cuanta brevedad le sea posible, persuadido de la importancia de su pronta incorporación al augusto Congreso de que va a ser individuo.190

José Miguel Gordoa, siempre en tierra firme, se vio de pronto en la necesidad de hacer un viaje ultramarino. En su niñez y juventud residió en lugares lejos del mar, pero cerca de las estrellas. Ahora le correspondía atravesar el Atlántico para cumplir con su delicada encomienda. Los últimos días del mes de agosto de 1810 comenzó su aventura.

AHANG, Gobernación, Sacerdotes, 1807-1841, caja 4, exp. 12, f. 47r. AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Actas de Cabildo, subserie Correspondencia, agosto 1810, f. 37r. 189 190

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Diputado por Zacatecas en las Cortes de Cádiz Manuel Chust señala con acierto que los diputados americanos, luego de ser electos, emprendieron una insospechada marcha, insuflados de una heroica ilusión. «Heroica porque [...] tuvieron la valentía, el arrojo y la osadía de cruzar caminos, cordilleras y valles para embarcarse en un viaje de muchos meses, a un futuro incierto pero ilusionante, dejando atrás familia, vidas privadas, posesiones materiales, empleos, carreras académicas, etcétera, y lanzarse a la aventura heroica de ir comisionados por sus ciudades a la llamada [incierta] de una convocatoria a Cortes [...]».191 Esta descripción viene muy a tono con el viaje ultramarino que hizo José Miguel Gordoa. El mes de julio y algunos días de agosto de 1810 sirvieron para que el Doctor pinense preparara su viaje. Además de arreglar sus avíos personales e invitar a otra persona como acompañante, se dio a la tarea de leer gacetas, bandos, edictos y cuanto material encontró relativo al momento político por el que atravesaba la metrópoli. ¡Diputado por mi provincia madre en las futuras Cortes!, pensaba, mientras disponía lo necesario para partir. De acuerdo al plan original, viajaría «en derechura» de Guadalajara a la ciudad de Xalapa, donde esperaría noticia sobre la salida de algún barco que, de Veracruz, zarparía rumbo a la Península. Sin embargo, este propósito se vio truncado porque advirtió que necesariamente tendría que acudir a la ciudad de Zacatecas con el objeto de hacerse del Poder que el ayuntamiento le otorgaría como su representante, indispensable para acreditarse como Diputado. También necesitaba recoger en la capital de la intendencia el dinero que emplearía para cubrir los gastos de su viaje. No menos importante era dar las gracias al cuerpo municipal que lo eligió, así como conversar con la clase política para conocer las necesidades y demandas que plantearía en el futuro Congreso. Llegó pues nuestro personaje a la ciudad de Zacatecas el 30 de agosto de 1810. Al día siguiente comunicó al cabildo local que, por indicación del Presidente de la Regencia, estaría en la ciudad sólo el tiempo necesario, ya que urgía su presencia en la Península para representar en las Cortes a Zacatecas. El mismo día recibió del cabildo una libranza de tres mil pesos para sufragar los gastos que le generara el viaje. El domingo 2 de septiembre descansó en la capital de la intendencia y dirigió una carta al ayuntamiento agradeciéndole su liberalidad por concederle otros mil pesos como viáticos. Luego de entrevistarse con algunos conocidos, la mañana del lunes 3 de septiembre reanudó su marcha rumbo a la ciudad de México, lugar Manuel Chust (coord.), 1812. El poder de la palabra. América y la Constitución de 1812, Ludweng, Barcelona, 2012, p. 9. 191

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donde visitaría a varias de sus amistades y de donde, posteriormente, caminaría en vía recta a Xalapa. Salió de Zacatecas con dos libranzas cuyo monto ascendía a cuatro mil pesos, cantidad proporcionada por el ayuntamiento de la ciudad minera que serviría para solventar los gastos generados durante su traslado. Agradecido, José Miguel Gordoa escribió al cabildo local: «[…] mi reconocimiento que vivirá en los más íntimo de mi corazón, no sólo hasta exhalar el último aliento, sino aún después cuando veré a Dios cara a cara, y haré memoria de las finezas singulares de que soy deudor a V. S. y a cada uno de los beneméritos individuos de este Muy Ilustre Ayuntamiento».192 No es casual que el Diputado electo en una de las primeras cartas que redactó como tal, haga referencia a Dios. Tampoco es inocente que Gordoa mantenga la esperanza de ver «cara a cara» al Altísimo. Su religión y su acendrada espiritualidad se plasmaron en la misiva que dirigió al cuerpo municipal de Zacatecas. Precisamente por tales características que adornaban su persona, fue elegido para representar los intereses de su provincia. Luego de una agobiada marcha, el eclesiástico pinense arribó a la Ciudad de México el 7 de septiembre. Allí recibió unos días después el Poder que el cabildo zacatecano le confirió; dicho documento señalaba que los regidores «[...] dan y confieren todo su Poder cumplido, amplio bastante en derecho necesario, al dicho señor doctor Don José Miguel Gordoa, en quien concurren las calidades de probidad, patriotismo, sabiduría y prudencia que son necesarias para que como tal diputado de esta provincia, a voz y a nombre de ella, y de este Ilustre Cuerpo pueda cumplir y desempeñar las augustas funciones de su nombramiento, acordar y resolver en unión de los demás señores diputados de Cortes, cuanto se promueva y halle conducente al bien general y particular de la monarquía [...]».193 El documento es claro. La provincia lo nombró su representante para que velara por el bien de toda la monarquía, no así para proteger únicamente los intereses de la provincia electora. Este rasgo que parece minúsculo reviste una enorme importancia porque el carácter antiguo de las Cortes —en las que los representantes eran en realidad procuradores que defendían las prerrogativas de una ciudad y/o comunidad que previamente pagaba sus servicios— queda suprimido. En su lugar emerge la figura de la representación moderna, en la que los diputados son representantes no de jurisdicciones en específico, sino de toda la nación. Por supuesto que, como hombre ligado a su circunstancia, José Miguel Gordoa no podía entender esta transición política de gran calado que comenzaba a desarrollarse porque ante sus ojos el cuerpo municipal, cabeza de la intendencia, AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Actas de Cabildo, subserie Correspondencia, exp. 49, snf. 193 AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Elecciones, año 1810, snf. 192

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vocero de la voluntad general, lo eligió para proteger sus intereses y los de la provincia. Fue por este razonamiento que desde la Ciudad de México dirigió una carta intendente de Zacatecas señalando: «V. S. viva cierto, e íntimamente persuadido, de que ninguna adversidad será capaz de separarme del camino del honor y lealtad que con envidia de las primeras provincias del Reino, caracterizan y distinguen a mi amada patria la de los Zacatecas».194 A nueve días de haber llegado a la Ciudad de México lo sorprendió el estallido de la guerra. Esto modificó sus planes. Incrédulo, estuvo atento a la información sobre el desarrollo de la campaña encabezada por el cura Hidalgo y la reacción de las autoridades virreinales.195 También escribió a Zacatecas sin recibir respuesta. El episodio bélico había interrumpido la comunicación; también retrasó su traslado a Xalapa, pues era peligroso moverse en tan difíciles condiciones. Su permanencia involuntaria en la Ciudad de México se prolongó. Desde ahí escribió al intendente zacatecano solicitándole las Instrucciones elaboradas por los ayuntamientos de la provincia. Nuestro eclesiástico señalaba que dichos documentos eran indispensables porque encontraría en ellos «juicios muy firmes en qué apoyar mis ideas, y tan sabios principios que sirviéndo­me de norte, ilustren mis conocimientos y tengan por seguro resultado el bien general de nuestra Nación y el mayor esplendor y opulencia de la nobilísima y muy leal Zacatecas».196 Siguió escribiendo sin recibir respuesta. Informó al ayuntamiento de Zacatecas sobre su ferviente deseo de partir a la España para representar con decoro y patriotismo a su provincia. Asimismo, participó al cabildo que por el retraso en su marcha, no podía ya embarcarse en El Baluarte, por lo que optaría zarpar en el barco Atocha, del que tuvo noticia saldría próximamente. Después de enviar tres misivas sin contestación, José Miguel Gordoa decidió esperar en la capital virreinal el momento propicio de su partida. En este ínterin siguió con avidez y preocupación los acontecimientos de la guerra, particularmente aquellos ocurridos AHEZ, fondo Intendencia de Zacatecas, serie Gobierno, exp. 60, snf. No es nuestro propósito describir y analizar el desarrollo de la guerra insurgente novohispana. Más que la lucha armada, nuestro foco en esta primera parte del trabajo es la revolución política gaditana. Para mayor información sobre la guerra de independencia véanse: Eric van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia en México, 1810-1821, Fondo de Cultura Económica, México, 2006. Alfredo Ávila, Juan Ortiz y José Antonio Serrano, Actores y escenarios de la independencia. Guerra, pensamiento e instituciones, 1808-1825, Fondo de Cultura Económica / Museo Soumaya, México, 2010. Enrique Florescano y Rafael Rojas, El ocaso novohispano, Clío, México, 1996. Virginia Guedea (coord.), La independencia de México y el proceso autonomista novohispano, UNAM / Instituto Mora, México, 2001. Josefina Zoraida Vázquez (coord.), Interpretaciones sobre la independencia de México, Nueva Imagen, México, 1997. John Tutino, De la insurrección a la revolución en México. Bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, Era, México, 1990. Marta Terán y José Antonio Serrano Ortega, Las guerras de independencia en la América Española, El Colegio de Michoacán / INAH / Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, 2010. 196 AHEZ, fondo Intendencia de Zacatecas, serie Gobierno, exp. 60, snf. 194 195

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en Zacatecas. Supo que el comandante insurgente Rafael Iriarte, lugarteniente de Miguel Hidalgo, había tomado Aguascalientes y posteriormente la ciudad de Zacatecas. Fue mucha su congoja cuando se enteró que la plebe, pero también varios individuos de sectores intermedios y, para colmo, algunos religiosos franciscanos del Colegio de Guadalupe, habían mostrado su beneplácito por la llegada de la tropa insurrecta. A raíz de esta toma, la clase pudiente de la localidad así como las autoridades constituidas, huyeron aterrorizadas con el temor de perder sus vidas. Esto motivó que la intendencia quedara en manos de los insurgentes, situación preocupante porque Gordoa no podía representar a una provincia rebelde. Desde el mismo estallido de la violencia, nuestro eclesiástico reprobó el camino de las armas como medio para dirimir el conflicto, por ello lamentó las desgraciadas circunstancias por las que pasaba el reino, implorando a Dios su intercesión para terminar tan fatídico trance. Nuestro personaje permaneció en la Ciudad de México en vilo. Quería partir de inmediato a la Península pero las delicadas circunstancias se lo impedían. Tenía conocimiento que las Cortes habían iniciado sus trabajos el pasado 24 de septiembre, por lo que todavía consideraba con mayor urgencia su partida. Además, los numerosos días que se habían convertido en semanas y meses en la capital, habían mermado su viáticos, por ello, desesperado, escribió al virrey comunicándole su abatida situación. En la carta solicitaba un pasaporte y le expresaba la incomunicación prevaleciente con su provincia, además le exponía la merma de los cuatro mil pesos otorgados inicialmente, razón por la que le pedía instruir a la Tesorería Real para que le entregara en calidad de préstamo cinco mil pesos para continuar su inminente viaje. No tenemos conocimiento de la respuesta del virrey, sin embargo, el eclesiástico salió de la Ciudad de los Palacios rumbo a Xalapa la mañana del 8 de diciembre, fecha nada casual porque ese día se celebra la Concepción Inmaculada de María, dogma mariano al que le tenía especial fervor pues en su natal Sierra de Pinos se celebraba en el templo de Tlaxcala cada 8 de diciembre con una serie de procesiones, arreglos florales y regocijos mundanos. Encomendándole su viaje retomó su marcha hacia el puerto de Veracruz. Llegó a la ciudad de Xalapa el día 12. Allí se enteró de la próxima salida de un navío rumbo a la madre patria, por lo que sólo se detuvo en ese sitio lo necesario. Aquí, es preciso hacer un alto para señalar que el eclesiástico pinense mantuvo comunicación con el ayuntamiento de Zacatecas; también escribió esporádicamente al intendente de esa provincia, sin embargo, con quien entabló correspondencia frecuente desde su salida de Guadalajara fue con su protector y amigo el Obispo de esa Diócesis el Dr. Juan Cruz Ruiz de Cabañas. El 19 de diciembre de 1810 desde Xalapa le envió una carta donde se lamentaba de las 113

funestas consecuencias que había acarreado la guerra, al tiempo que le pedía información sobre su condición: «sería para mí la más feliz y lisonjera si al tiempo de mi embarque tuviera el consuelo de saber que Vuestra Señoría Ylustrísima queda bueno y libre ya de las amarguras de la revolución presente que según dicen se ha extendido hasta esa capital; pero por desgracia mía no tengo noticia de V. S. Y. ni del estado de mi casa desde mediados del último septiembre».197 En la misma misiva, el doctor Gordoa manifiesta con claridad su pensamiento y su sentir. Aquí es donde se logra apreciar un sutil doble discurso en su correspondencia. Por un lado, los escritos dirigidos al cabildo que lo eligió, muestran un lenguaje político acorde con las circunstancias, donde expresa su más firme voluntad de representar con energía y decoro a su provincia madre. Empero, otro es el tono que utiliza con su Obispo: «En estas circunstancias las más tristes de mi vida, solo me alienta la esperanza de que V. S. Y. bendecirá mis pensamientos y designios, para que obrando en todo conforme a las importantes instrucciones y sabios y saludables consejos con que V. S. Y. cual tierno y cariñoso Padre se dignó prevenirme e ilustrarme tenga asimismo yo el placer incomparable de ver a V. S. Y. otra y mil veces, y postrado a sus pies bañado en lágrimas de júbilo y de gozo protestarle y acreditarle que en el tiempo de mi ausencia ha sido siempre mi conducta propia de un hijo el más obediente y reconocido a V. S. Y».198 Estos matices dan cuenta de que nuestro personaje distinguía claramente las competencias de las autoridades civil y eclesiástica. Sin embargo, él fue y seguía siendo un hombre de Iglesia, que por las inéditas circunstancias había sido llamado para servir a la patria. Esto no debemos perderlo de vista, pues el comportamiento posterior del pinense reafirmará tal premisa. El mismo 19 de diciembre muy de mañana salió de Xalapa hacia el puerto de Veracruz. Ese día llegó y estuvo aguardando la fecha del viaje. Esperó una semana más para hacer vela en el barco con bandera inglesa Implacable. A bordo, tuvo que soportar con resignación el sol aplomante, la hacinación, el constante vaivén de la nave, el olor de la mar y el oleaje que azotaba la estructura del navío, a veces con fuerza, a veces con suavidad. El viaje en el Implacable se desarrolló en dos etapas. La primera constó de 16 días, pues por una falla técnica, se vio en la necesidad de llegar a La Habana el 11 de enero de 1811. Allí permaneció cuatro días, retomando el viaje el 15 del citado mes. Nuevamente en altamar, nuestro personaje sobrellevó con paciencia los inconvenientes propios de la travesía. Para su fortuna, viajaba con él un acompañante y varios libros que leía y releía durante las largas horas en las que el azul del cielo se fundía con las aguas del oceáno. 197 198

AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1808-1812, f. 1. Doc. Cit.

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Por fin, luego de 50 días de navegación, el barco inglés fondeó la bahía de Cádiz el 19 de febrero. Tras su desembarco, el recién llegado buscó alojamiento en el bullente puerto gaditano. Lo encontró en una casa de altos situada en la calle de Las Descalzas; desde allí escribió al ayuntamiento zacatecano dándoles la noticia de su feliz arribo.199 Los siguientes días los empleó para establecerse y adaptarse al nuevo y desconocido contexto. El 27 de febrero se presentó ante el Congreso para validar su condición de representante de la provincia de Zacatecas; el cuatro de marzo prestó juramento como Diputado de la nación en las Cortes, acto seguido, el presidente del órgano le dio posesión formal de su curul. a) El desempeño del doctor Gordoa en el Congreso gaditano Llegó a Cádiz. Ante sus ojos se abría otro mundo. Es cierto que el reino de la Nueva España y la Península compartían religión, idioma y muchos otros rasgos culturales, además había escuchado y leído sobre las particularidades de la madre patria, pero en Cádiz vivió en carne propia eso que diferenciaba a ambos hemisferios. Los ejemplos más notables los encontró en el tono lingüístico, la comida, la forma en que las personas se relacionaban, pero sobre todo, fue muy impactante para nuestro personaje encontrarse en una ciudad sitiada por las tropas invasoras. El asedio a Cádiz comenzó en febrero de 1810. Desde entonces, la milicia gala se empeñó en su ocupación por la singular relevancia que la ciudad representaba. Además de constituir el último reducto de la resistencia, someter al puerto gaditano significaba terminar con el intento de recomposición política, controlar el comercio trasatlántico y abrir una ruta de comunicación con los territorios ultramarinos. No obstante, la toma de Cádiz se había convertido en un hueso duro de roer. Si al sistema defensivo implementado por los patriotas se le suman las características del terreno y al apoyo del ejército inglés, entonces es comprensible la dificultad que tuvo la tropa francesa para conquistar la ciudad portuaria. Con el paso de los días nuestro personaje conoció Cádiz. Le sorprendió la limpieza de sus rectas calles adoquinadas, la iluminación nocturna bien distribuida y la muchedumbre que circulaba por las calles y se arremolinaba en plazas y plazuelas. Llamó su atención la altura similar de sus casas —que tenían sus rejas pintadas de verde— cuyas plantas estaban bien delimitadas: la baja destinada al comercio y almacenamiento, la intermedia resguardaba oficinas donde se arreglaban asuntos financieros y la más alta donde, por lo general, habitaban las familias.200 El clima de la ciudad era agradable y el ambiente social de regocijo. Pese a que el sonido de los obuses era frecuente y que algunas veces los habitantes se resguardaban AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, subserie Correspondencia, exp. 52, snf. Véase Ramón Solís, El Cádiz de las Cortes. La Constitución de 1812 y los datos que posibilitaron tan trascendental acontecimiento, Plaza & Janés, Barcelona, 1978, pp. 32-62. 199 200

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del alcance de los cañones franceses, la gente de la ciudad se divertía. Las tertulias representaron un esparcimiento concurrido, pero también las representaciones teatrales, los bailes en casas particulares y distintas actividades realizadas en la vía pública. Fue tal el grado de relajación en la ciudad durante el periodo que nos ocupa, que el Obispo de Calahorra diputado en las Cortes, denunció la corrupción de las costumbres.201 Cádiz era un puerto que acaparaba el comercio del Mediterraneo y de América. Por la vía marítima llegaban embarcaciones con distintos productos que servían para abastecer bien a la ciudad. La calle Nueva era un hervidero porque se erigió como una bolsa de contratación a la intemperie. «Allí se reunían los jefes de las grandes casas comerciales nacionales y extranjeras que tenían negocios en Indias; allí se fleteaban barcos, se ajustaban fletes, se enrolaban tripulaciones, se adquirían pasajes, se aseguraban cargamentos, se liquidaban averías».202 Nuestro personaje recorrió la calle Nueva boquiabierto por tanto ajetreo comercial. Esta arteria desemboca en la plaza de San Juan de Dios, espacio donde José Miguel Gordoa vio reunidos a numerosos marineros provenientes de otras latitudes. Pero, sobre todo, Cádiz era el centro político de la monarquía española. Eso fue lo que entusiasmó al eclesiástico pinense, porque, las labores que se desarrollaban en el Congreso, desbordaban ampliamente los muros del recinto legislativo e inundaban la vía pública, dando tela de donde cortar a la prensa y proporcionando intrigas y murmuraciones a los mentideros en que se habían convertido los cafés. Éstos ganaron popularidad pues su número aumentó de súbito. Alberto Ramos menciona la existencia de muchos establecimientos de este tipo, entre los que destacan por la asiduidad de sus clientes, El León de Oro, Cossi, de las Cadenas, Apolo y el Correo. La calle de Las Descalzas hoy calle de Montañés número 16, donde puso su residencia Gordoa, era un punto privilegiado, pues, caminando podía ir a varios cafés, a la calle Nueva, a la catedral y a la emblemática calle Ancha.203 Si la calle Nueva era punto de reunión del comercio local, la calle Ancha fue el eje de la política nacional. No se puede negar que en ambas aceras competían por las tiendas de joyerías, y de muebles, modistas, peluquerías, sastrerías, sombrererías y giros de todo tipo. Sin embargo, la calle también albergaba imprentas y paseaban con especial frecuencia personajes dedicados a la política. Esos paseos se Alberto Ramos, “La vida en una ciudad sitiada. El Cádiz de las Cortes”, en Manuel Chust, (coord.)1812. El poder de la palabra. América y la Constitución de 1812, Lunwerg, Barcelona, 2012, p. 28. 202 Raimundo de Lantery citado por Ramón Solís, El Cádiz, 1978, p. 39. 203 De acuerdo al trabajo de Juan José Ariza Astorga denominado Cronología de las denominaciones de las calles de Madrid, la plazuela o calle de las Descalzas hoy en día tiene por nombre calle Montañés, lugar muy bien ubicado en el Cádiz de principios del siglo XIX. Véase http://blogs.grupojoly.com/con-la-venia/ files/2012/05/Cronologia-de-las-denominaciones-de-las-calles-de-Cadiz.pdf, consulta realizada el 23 de marzo de 2013. 201

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convertían en amplias conversaciones que no pocas veces se tornaban violentas por el apasionamiento en que se discutía. Parecía ser que quienes quisieran debatir las novedades de lo público debían acudir forzosamente a esta arteria para encontrar interlocutores dispuestos a ventilar las cuestiones más acuciantes generadas en el Congreso. Como epicentro de la política, el recinto legislativo mantenía la atención de la ciudad. A él acudían las personas interesadas en los debates, pero también una naciente clase que se encargaba de escribir y sacar a la luz el diario acontecer del órgano; nos referimos a los publicistas que hacían del conocimiento general el trabajo de Cortes. La política motivó un despertar inusitado de la prensa gaditana. Repentinamente creció el número de imprentas que parieron múltiples publicaciones periódicas que se divulgaban con precipitación por la monarquía entera. Rotativos como El Robespierre español, El Duende de los cafés, El Tribuno, La Abeja española, El Redactor General, El Semanario Patriótico, El Liberal, El Ciudadano, El Patriota de las Cortes, El Sol de Cádiz y los más leídos El Conciso y el Diario Mercantil de Cádiz, son sólo una pequeña muestra de los 74 periódicos que se publicaron en la ciudad portuaria entre 1810 y 1814. En la prensa se escribían «lo mismo las rencillas de los literatos que las discordias de los políticos, lo mismo los epigramas que las diatribas, que los vejámenes, que las caricaturas, allí salieron por primera vez a la copiosa luz de la publicidad. En la calle Ancha se recitaban, pasando de boca en boca, los malignos versos de Arriaza, y las biliosas filípicas de Capmany contra Quintana. Allí aparecieron, arrebatados de una mano a otra mano, los primeros números de aquellos periodiquitos tan inocentes, mariposillas nacidas al tibio calor de la libertad de imprenta en su crepúsculo matutino».204 La promulgación de la libertad de prensa hecha por el Congreso, no hizo más que legislar una práctica dada desde tiempo atrás, pues la crisis política detonada por el trono acéfalo y la guerra sostenida contra el ejército invasor, impulsaron sobremanera la aparición de diarios, gacetas y semanarios que expresaban muy a su manera, línea editorial y tendencia política, el devenir cotidiano. Fue así como en medio de un ambiente contradictorio, impregnado de bullicio pero marcado por el asedio, se dio un episodio glorioso para la historia de la monarquía hispana. Citemos un bello fragmento de Manuel Chust, para describir este capítulo gaditano que caló hondo en el mundo Atlántico: «En una época marcada por la pólvora y el pedernal, la bayoneta y el sable, los asedios y las carencias alimentarias, emergió el Poder de la Palabra. Tribuna y oratoria, pluma y periódicos, discursos y decretos irrumpieron en el fragor de la contienda. La guerra se volvió también revolución. Primero en la Isla de León y después Emilio de la Parra, La Constitución española de 1812 y su proyección europea e iberoamericana, Mapfre, Madrid, 1998, p. 76. 204

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en Cádiz. Las Cortes que se reunieron a partir del 24 de septiembre de 1810 fueron muy diferentes a las conocidas hasta entonces. No solo porque dejaron de reunirse por mandato real y por el sistema de estamentos, sino porque, entre otras consideraciones, se emitió una convocatoria electoral a todos los territorios de la Monarquía española».205 Atendiendo a esta convocatoria llegó Gordoa a Cádiz. Como ya se señaló con antelación, prestó juramento en el Congreso el 4 de marzo de 1811. Ese mismo día también juramentaron su cargo otros dos diputados: su amigo José de Uría, representante por Guadalajara y José Cayetano de Foncerrada, por Valladolid de Michoacán.206 Recordemos que nuestro eclesiástico comenzó a fungir como Diputado cinco meses después de que el Congreso comenzó su labor legislativa. En ese lapso habían sucedido muchas cosas trascendentales. La que queremos destacar por su importancia, ocurrió el mismo día en que se inauguraron los trabajos. El 24 de septiembre de 1810 en la Isla de León, los representantes de la nación se reunieron por vez primera para inaugurar las Cortes Generales y Extraordinarias de la monarquía española. A las nueve de la mañana, congregados en el Palacio que hasta ese momento ocupó el Consejo de Regencia, se trasladaron a la parroquia a escuchar misa. En la ceremonia religiosa, justo después del Evangelio, se pronunció una oración por la ventura del Congreso que estaba por constituirse, más tarde, el Secretario de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia tomó juramento a los representantes: «¿Juráis conservar a nuestro amado Soberano el Sr. Don Fernando VII todos sus dominios, y en su defecto a sus legítimos sucesores, y hacer cuantos esfuerzos sean posibles para sacarlo del cautiverio y colocarlo en el trono?».207 Los aludidos respondieron afirmativamente. Al término del acto religioso, los representantes se dirigieron de nueva cuenta al Palacio de la Regencia que, a partir de esa fecha, por el simple hecho de albergar a los diputados, sería la sede del gobierno de la nación. En la sala de sesiones, el Presidente de la Regencia dirigió un discurso a los representantes, para luego abandonar el recinto, no sin antes dejar en manos de las Cortes la responsabilidad de conducir las riendas de la monarquía. El Congreso tuvo que elegir a un Presidente y a un Secretario cuya labor sería, primero, instalar formalmente las Cortes y, segundo, organizar el trabajo legislativo. Inmediatamente después de que se instaló legalmente el Congreso, tomó la palabra el Diputado por Extremadura, don Diego Muñoz Torrero, quien había sido catedrático y después rector de la Universidad de Salamanca, casa de estudios donde Manuel Chust, “La Constitución de 1812 y América”, en El País, 21 de abril de 2012. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, Imprenta de J. A. García, Madrid, 1870, t. I, p. 625. 207 Diario, 1870, t. I, p. 2. 205 206

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se fortaleció en los siglos XVI y XVII la teoría jurídico española que precisamente enarbola la soberanía popular. El diputado Muñoz Torrero demandó que las Cortes ya constituidas asumieran legalmente la soberanía. Tras una breve discusión se consensó en favor de la propuesta del representante de Extremadura y se ordenó redactar un decreto en el que se leyó: «Los diputados que componen este Congreso, y que representan la Nación española, se declaran legítimamente constituidos en Cortes Generales y extraordinarias, y que reside en ellas la soberanía nacional».208 Nótese como el mismo día en que se instalaron las Cortes, ocurrió algo contradictorio y muy significativo: por la mañana los representantes juraron la soberanía del rey, mientras que por la tarde, las Cortes asumían la soberanía de la nación. Esto fue sumamente trascendente porque, como señala Manuel Morán, las Cortes se transfiguraron en el momento mismo de su apertura: de un Congreso Nacional del Soberano a un Soberano Congreso Nacional.209 Considerando tan destacado acontecimiento, el Diputado Gordoa inició su trabajo entendiendo que la soberanía era de la nación. Desde el primer día aguzó sus sentidos para abrevar del cúmulo de discursos y conceptos que se vertían con frenesí, pero también para identificar las tendencias políticas de grupos e individuos, así como para conocer el intríngulis del Congreso. Poco después de su incorporación al órgano legislativo daba cuenta al ayuntamiento de Zacatecas sobre el trabajo que desempeñaba: «El 4 de marzo siguiente hice el juramento y tomé posesión, y desde este día, aunque sin el deseado auxilio de las Instrucciones, y a pesar de la tarea diaria de asistencia continua y continuada por largas horas, sin perjuicio de las no infrecuentes, pero igualmente prolongadas sesiones nocturnas, he consagrado el poco tiempo libre a la meditación de los proyectos que sin perder de vista el bien particular de esa provin­cia, he creído conducente al general de la Nación, y más análogo a las desgraciadas circunstancias de ambos hemisferios».210 También se fue dando cuenta de que sus homólogos provenientes de América compartían visiones similares e intereses análogos. Empero, sintió más empatía por los representantes de la Nueva España, con quienes comenzó a dialogar sobre temas comunes. Particularmente se sentía identificado con el Dr. José Simeón de Uría, Diputado por Guadalajara. Ambos pertenecían al mismo clero y habían pasado por los mismos lugares durante su trayecto formativo. A pesar de la diferencia de edades que existía entre Uría y Gordoa, los dos desarrollaron una amplia y sólida afinidad. Empero, más allá de la amistad, los diputados Colección de los decretos y órdenes de las Cortes Generales y Extraordinarias, Imprenta Nacional, Cádiz, 1813, t. I, p. 1. 209 Manuel Morán, “La formación de las Cortes (1808-1810)”, en Ayer, núm. 1, Asociación de Historia Contemporánea / Marcial Pons, Madrid, 1991, p. 36. 210 AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, subserie Correspondencia, exp. 61, snf. 208

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novohispanos estaban conscientes de la encomienda que los había llevado al Viejo continente, por eso se comenzaron a visualizar como un grupo compacto que tenía como propósito la defensa de los intereses de su amado reino. Cuadro 3 Representantes novohispanos a Cortes (octubre de 1810)

FUENTE: Jaime Rodríguez, Nosotros, 2009, p. 218.

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Interactuando con sus compañeros novohispanos y tomando parte siempre con prudencia, nuestro personaje dedicó las primeras semanas a escuchar y observar con detenimiento. Se dio cuenta del mecanismo de la labor legislativa, de la presión que sobre los diputados ejercía el público asistente a las sesiones y de la labor de los publicistas. Asimiló los discursos y entendió que en la complicada circunstancia, los significados de las palabras se hacían elásticos y algunas veces cambiaban de sentido. Además escuchó con reiteración conceptos como soberanía, rey, nación, representación nacional, Congreso, ley, igualdad, división de poderes, ciudadanía y monarquía española.… Se dio cuenta de la actividad de los diputados, unos guardando silencio y otros mostrando sus dotes oratorias, unos organizándose dentro y fuera del recinto legislativo y otros intrigando para ganar la aprobación de algún edicto; vio cómo se desarrollaban acalorados debates entre los diputados Gómez Fernández, Giraldo, Pelegrín, Espiga, Argüelles, Dou, Morales Gallego y Polo. Los motivos de las disputas eran diversos: desde la orientación de decretos y proyec­tos, el informe del Ministerio de Guerra hasta el derrotero que había de tomar el ejército español. Cotidianamente se dedicó a analizar el funcionamiento de las Cortes. Se percató del denuedo y constancia que los diputados le imprimían a su cotidiana labor: el trabajo legislativo se desarrollaba a diario, incluyendo sába­dos y domingos. A esto había que añadir que en ocasiones la jornada laboral se prolongaba hasta muy entrada la noche para reanudar el trabajo a la mañana siguiente. El ritmo frenético se debía a las urgencias del momento. Era imprescin­ dible cumplir con uno de los objetivos centrales de las Cortes: elaborar una Constitución que sirviera de base al edificio de la monarquía. Por eso disfrutar de grandes periodos de asueto era inconveniente; todos los diputados estaban conscientes que sobre el interés personal estaba el de la nación. Observador, asumió que el Congreso era un espacio donde la política se convertía en un ingrediente de interpelación. Una propuesta era debatida y contra argumentada. Las votaciones eran precedidas por discursos encendidos que provocaban reacciones entre los diputados que pensaban distinto. En este tenor, dividir en dos bandos a los parlamentarios sería despojar de la riqueza ideológica a este grupo que reconstruyó políticamente a la monarquía española. Se ha dicho que las Cortes se dividieron muy pronto en dos bandos enfrentados: serviles y liberales. Manuel Chust ha ampliado la ecuación al afirmar que el órgano legislativo se dividió en tres fracciones: absolutistas, eclécticos y liberales.211 En lo particular, creemos que encasillar a los representantes en dos cartabones, quizá en tres, es reducir groseramente las tendencias, corrientes y Manuel Chust, “Legislar y revolucionar. La trascendencia de los diputados novohispanos en las Cortes hispanas, 1810-1814”, en Virginia Guedea (coord.), La independencia, 2001. 211

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debates político-ideológicos que se dieron en un episodio donde todavía no estaba nada definido. A una distancia de poco más de 200 años, para los historiadores que sabemos el final del interregno resulta fácil establecer este tipo de clasificaciones, sin embargo, para los diputados que estuvieron allí, en el día a día de la labor legislativa, enfrentando presiones de todo tipo y tratando de definir su posición, resultó extremadamente difícil decantarse por un grupo porque ninguno estaba perfectamente definido, como no estaban definidos los discursos, que al enfrentarse en la tribuna más alta de la nación, se complementaban y separaban. Además, en la urgencia por elaborar una Constitución, los diputados sabían que los modelos constitucionales más conocidos y próximos —las Cartas de los Estados Unidos de Norteamérica, de Francia y de Bayona— no debían imitarse, pero, sin duda, serían referentes indispensables aunque se negara su existencia. El representante por Zacatecas comprendió pausadamente el intríngulis del Congreso. Asimiló el protocolo, la dinámica de las discusiones, el trabajo en comisiones, las maneras de votar, la lógica de las participaciones en tribuna y el ceremonial de los actos especiales. Conforme a su costumbre, se levantaba temprano. De su domicilio iba caminando a la catedral para participar en la santa misa. Cumplida su obligación espiritual regresaba a su casa donde tomaba el desayuno para posteriormente encaminar su marcha al recinto legislativo. Después de mes y medio de haber ocupado su cargo de parlamentario, decidió que era hora de subir a la tribuna y exponer, ante los diputados de la nación, las necesidades más sentidas de su provincia. Así, el 26 de abril de 1811, el político pinense, alzó la voz en el Congreso gaditano. Los diputados vieron en la palestra a un hombre con vestido de eclesiástico, de tez blanca, 1.77 metros de estatura, complexión delgada, rostro alargado con nariz grande y ligeramente curva, labios delgados, cabello negro y ojos centellantes. Comenzó su discurso con una voz suave que luego fue subiendo de tono. Abrió su alocución reconociendo que las circunstancias por las que pasaba la monarquía española eran bastante complicadas, por lo que, ante tal coyuntura, el elemento que debía mantenerse siempre robusto para que la amada patria saliera avante, era la Hacienda pública. Para ello, planteó un proyecto que debía aplicarse en ultramar, en las zonas que producían plata. Con el objeto de incentivar la explotación minera propuso disminuyeran del quinto (20%) al diezmo (10%) los impuestos que pagaban los productores de este mineral argentífero. En el mismo tenor, era necesario bajar los precios de todos los insumos y artículos que se utilizaban en el trabajo minero, así como restituir los privilegios y gracias que habían gozado años atrás los inversionistas mineros. 122

El diputado Gordoa ejemplificó las funestas consecuencias que la política real había ocasionado en los fundos mineros de la provincia de Zacatecas: «El opulento, aunque efímero Real de Ramos [...] ha seis años era por el cálculo más bajo una población de 10 a 12 000 personas, que componían una clase enteramente productiva al es­tado y al real erario, en grado que en el cortísimo espacio de tres a cuatro años una triste ranchería se vio convertida en pueblo grande, civilizado y ennoble­cido con establecimientos públicos, excelentes edificios y un magnífico templo, cuya fábrica material tuvo de costo 1 400 000 reales. Y ahora Señor ¿cuál es su estado? En sustancia el primitivo, y ya casi no es sino cero entre las poblacio­ nes».212 Siguiendo con el mismo argumento, desde la tribuna enumeró los casos de otros reales de minas zacatecanos que años antes habían sido opulentos y, ahora, habían enfrentado la misma triste realidad. Citó a su natal Sierra de Pinos, Sombrerete, Pánuco, Mazapil, Asientos de Ibarra, Vetagran­de, Fresnillo y el Real de Ángeles, como centros mineros donde los otrora individuos industriosos se habían convertido en indigentes, lo que iba en perjuicio para la intendencia. Por lo anterior solicitó que las Cortes emitiesen un decreto que estimulara la producción argentífera. Para apoyar su proposición expresó: «esta provincia sola con una mina y por un ramo ha dado al Rey en un quinquenio 207 175 reales de utilidades».213 Como supuso que esta enorme cantidad pudiera despertar algunas dudas confirmó: «El com­probante existe en Cádiz y según entiendo, obra en expediente que se sigue en el Consejo de Regencia: consta de aquel, que la mina Quebradilla, después de haber estado largo tiempo abandonada, puesta en giro por una compañía de pudientes, los beneméritos mineros vecinos de Zacatecas D. Fermín Antonio de Apezechea, D. Fausto de Arce, D. Bernardo de Iriarte y D. Julián Pemartin, en el último quinquenio, desde el año 6 hasta el 10, por un solo ramo, el de la pólvora, que no es seguramente por el que más ingresa la Real Hacienda, ha percibido, no obstante, la suma expresada».214 Durante sus años de aprendiz como colegial y, posteriormente en sus años como catedrático y sacerdote, comprendió que un discurso debía cerrar de manera contundente, esta fue la razón por la que, casi para finalizar su intervención, remató que tan solo la mina por él referida, había dado de utilidades a la Corona en el corto periodo de cinco años, la suma de dos millones de pesos, suma nada despreciable en las actuales circunstancias. El Diputado Gordoa afirmó que el proyecto expuesto era «emi­nentemente económico», por lo que preveía con su aplicación beneficios generales: sacaría a los fundos mineros de la «perniciosa decadencia en la que se hallan», propiciaría Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, 26 de abril de 1811, p. 937. Ibid., p. 938. 214 Ibidem. 212 213

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la «felicidad de la monarquía y el seguro aumento del Tesoro nacional», además, se generaría un recíproco reconocimiento entre las Cortes y sus representados: «podrá así coronar su ardua y sublime empresa llenar debidamente la expectación pública y ganarse aquella íntima y preciosa confianza que la nación se prometió hallaría por fin en la sabiduría, celo y amor de este augusto Congreso [...] ».215 Este primer discurso ante el pleno del Congreso fue útil para que nuestro personaje se diera a conocer. Sus homólogos no pasaron desapercibidos su fino talante, su grata presencia, su capacidad retórica y la mesura como rasgo distintivo de su personalidad. No obstante, los diputados también se dieron cuenta de la estrechez con que Gordoa vislumbró su labor. Pese a que en reiteradas ocasiones los parlamentarios habían subrayado que los miembros del Congreso representaban a toda la nación, el pinense mostró interés únicamente por su provincia, dejando de lado no sólo a los múltiples centros mineros ubicados en la geografía novohispana, como el distrito de Guanajuato, Real del Monte, Pachuca, San Luis Potosí o Taxco, sino que omitió de igual manera a otros virreinatos que eran grandes productores como el Perú. Todavía más. Lejos de representar los intereses de toda la provincia de Zacatecas, se remitió a plantear los relativos al grupo acomodado, en particular las necesidades de varios integrantes del ayuntamiento que lo eligió.216 De este modo, Gordoa comenzó con su labor legislativa asumiéndose como Procurador, no como representante de la nación. Por la inmediatez del momento y el claro afán de representar dignamente a su provincia, el Diputado Gordoa no reparó si dio la impresión de ser Procurador. Simplemente estuvo en tribuna haciendo eco de lo que le habían planteado sus paisanos, con quienes se entrevistó durante su estadía en la capital de la intendencia escuchando de ellos la dificultad y los riesgos que implicaba la explotación minera y el elevado impuesto que remitían a España. Por su actuación en el Congreso, esa tarde caminó complacido hacia su residencia donde platicó sobre el discurso pronunciado con su amigo, el eclesiástico zacatecano Doctor José Miguel Márquez, quien había seguido a nuestro personaje desde Guadalajara, acompañándolo codo a codo durante su larga travesía. Gordoa invitó al sacerdote Márquez para que fungiera como su secretario mientras desempeñaba su encomienda en Cádiz. Éste fue de gran utilidad, pues además de escribir las cartas que el Diputado le dictaba, se encargó de sus asuntos personales, cuidó de él y estuvo a su lado cuando sentía melancolía por su tierra, así como cuando estaba satisfecho, como en ese momento.217 Ibidem. Véase Martín Escobedo. “La crisis monárquica a una voz. Fermín Apezechea y la transición política en Zacatecas”, en Martín Escobedo (coord.), De monarquía a república. Claves sobre la transición política en Zacatecas, 1787-1832, Universidad Autónoma de Zacatecas / SPAUAZ / LI Legislatura del Estado de Zacatecas, México, 2013, pp. 51-97. 217 Al respecto, en misiva dirigida al ayuntamiento de Zacatecas, el Diputado Gordoa les comunica: “Una idea 215 216

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Márquez le animó para que, como ese día, siguiera participando en el Congreso. El Diputado por Zacatecas no estaba seguro de que esa fuera buena idea. La experiencia de subir a tribuna le pareció ambivalente: por un lado le pareció apasionante, pero por otro, se sintió turbado, con cierto nerviosismo. Por ello, preparó con anterioridad el discurso que pronunció el 26 de abril, el que leyó con buen tono desde la palestra. Sin embargo, toda previsión quedó fuera durante la sesión del 30 de julio de 1811, cuando se discutió un dictamen que debía emitir la Junta Provincial de Censura por una serie de argumentos ventilados en un papel que circuló profusamente en Cádiz denominado Rasgos sueltos para la Constitución de América,218 y que fueron reproducidos y difundidos con mala fe en el número 10 del periódico El Robespierre Español de factura gaditana. El dictamen de la Junta fue el siguiente: «[se abstiene] de censurar las expresiones con que se creía ofendida, y de las que conocía por comisión el Consejo de Castilla, diese en todos los demás asuntos que se tocan en el número 10 del Robespierre Español lo que creyese merecía».219 Al darse a conocer el dictamen, el Diputado Gordoa pidió le concediesen la palabra. Subió al estrado llevando en su mano un ejemplar del Robespierre. Con eclesiástica molestia y creciente desasosiego comenzó a hablar con tono enérgico: «El inesperado dictamen de la Junta Provincial de Censura, que ha oído V. M., me obliga a interrumpir mi acostumbrado silencio (porque siempre tengo más placer en oír y deliberar por los discursos que pronuncian, tan elocuentes como enérgicos, mis dignos compañeros), añadiendo algunas breves obser­vaciones a las que sabiamente ha hecho el Sr. Alcocer, que serían menos mal ordenadas si hubiera visto con alguna anticipación el indicado dictamen».220 Interrumpir su habitual silencio en el recinto para defender a la Iglesia, pero sobre todo a los ministros de Dios que fueron vituperados sin miramientos. En el texto Rasgos sueltos para la Constitución de América escrito por el ex intendente de Puno, Josef González y Montoya e impreso en Cádiz el 30 de abril de 1811, había elementos que agradaron a Gordoa, incluso algunos le parecieron muy convenientes, como aquellas proposiciones donde González y Montoya señala que el sello de previsiva de lo mismo que ya experimento me obligó a traer en mi compañía al Dr. Dn. José María Ramírez, hijo de esa ciudad, de mi propia carrera, y sobre todo de mi confianza, para lo que la inopia del tiempo y la fatiga de escribir, no me permite hacer personalmente. Espero pues que V. S. tenga a bien asignar una gratificación a este individuo en el concepto de que si como es inevitable echo mano de un escribiente haría un gasto a mi Provincia poco útil para ella y nada para mí”. AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, subserie Correspondencia, exp. 61, snf. 218 Josef González y Montoya, Rasgos sueltos para la Constitución de América, Imprenta de la Junta Superior, Cádiz, 1811. 219 Diario, 30 de julio de 1811, p. 1535. 220 Diario, 30 de julio de 1811, p. 1538.

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la colonia había sido borrado en América por el paso decisivo que dio la Junta Central, y que precisamente por eso, ambos hemisferios, reconociéndose iguales, requerían una administración diferente; por ejemplo, que las Cortes se dividieran en dos, acudiendo a unas los diputados españoles y a otras, los americanos; que se reunieran sólo para abordar asuntos comunes, lo que pudiera ser una vez a la semana. Asimismo propuso el ex intendente de Puno, que se conformara un Consejo de Gobierno integrado por 20 o 30 personas, mitad ultramarinos, mitad peninsulares, cuya presidencia se alternara mensualmente entre unos y otros. Esos planteamientos podían ser pertinentes, no obstante, lo que resultó inadmisible para nuestro personaje fue una aseveración a todas luces desproporcionada. González y Montoya escribió una serie de insultos, vejámenes y provocaciones contra el clero americano. Estos señalamientos fueron difundidos en El Robespierre Español, por eso la irritación de nuestro eclesiástico. Al referirse a los sacerdotes ultramarinos, una parte del texto decía a la letra: «[...] los más eclesiásticos de América son muy ricos, muy idiotas y muy tiranos, lo más de ello proviene de los pésimos seminarios; de la ninguna moral y aplicación que hay, de la necesidad de ordenar casi sin elección, del mal ejemplo generalísimo en juego, mujeres y aguardiente, pero sobre todo de la riqueza de los proventos eclesiásticos, como que los diezmos han excedido infinito de sus primeros establecimientos [...]».221 El escrito, sin miramiento alguno, continuaba: «[...] y son tan inhumanos algunos curas que llegan a arrancar quinientos duros a la infeliz viuda del indio, que muere dejando seis u ocho hijos, y para ello le quitan sus ganados, sus tierras, sus vestidos, su casa y hasta le venden sus hijos [...]».222 Todavía más: el ex funcionario afirmaba que los sacerdotes tenían en una mano el azote de la Iglesia, y en la otra el de la ley, por eso —arremetía— eran los hombres más ricos de cada pueblo, de cada provincia y de cada virreinato. Según el autor del papel infamante, los curas estaban tan ocupados en acumular riquezas, que descuidaban lo fundamental de su ministerio. Ante tales burlas, el Doctor Gordoa alzó la voz para vindicar a sus homólogos: «[...] se ultraja e infama al clero de ambas Américas con proposi­ciones tan falsas como vergonzosas y horrendas, hasta el grado de excitar la grave duda del valor de los Sacramentos que administran en aquellos países sus párrocos [...]». En su discurso refutó aquel dicho que tachaba a los ministros de ricos, idiotas y tiranos, formados en seminarios degradados y de ínfima calidad: «pero seminarios, Señor, tridentinos, que, como los más celebrados del orden cristiano, tienen y observan sus constituciones arregladas al espíritu del Santo Concilio de Trento, y dictadas, ora sea por el padre de los mismos seminarios, San Carlos Borromeo, o ya sea por el ínclito Santo Toribio de Mo­grovejo, así como los 221 222

Josef González y Montoya, Rasgos, 1811, p. 13. Ibidem.

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seminarios o colegios Reales tienen y observan con noble emulación las suyas, formadas por varones tan recomendables por su piedad como por su sabiduría, que abundaron y florecieron, y abundan y florecen en ambas Américas desde su descubrimiento[...]». Para afianzar tal argumento, el Diputado zacatecano expuso un elemento infalible al asegurar que él mismo se había formado en varios colegios seminarios, era profesor de una institución de este tipo y, que en las jurisdicciones eclesiásticas los obispos ponían especial atención en tales centros, como el pastor de la Diócesis de Guadalajara: «pues como hijo de unos y otros en diversas ciudades del septentrional, puedo y debo testificarlo solemnemen­te, especialmente del que en el día me glorío de ser individuo, y en el que el ilustrísimo Prelado, después de haberle aumentado cátedras, ha trabajado constantemente en mejorarlo en sus loables constituciones y en todos sus ra­mos».223 Rememorando al eminente sacerdote novohispano Juan José de Eguiara y Eguren,224 quien en 1755, respondiendo a distintos vituperios acuñados por Manuel Martí, Deán de Alicante —que manifestaba la inferioridad intelectual de las instituciones académicas de Nueva España— lo refutó publicando una obra monumental, nuestro eclesiástico señaló que en los seminarios de su reino «no faltan plumas tan sabias y elocuentes como las más ilustradas de Europa, que sabrán vindicarse y demostrar hasta la evidencia que si por una desgracia, no peculiar ni rara, ha habido en su seno eclesiásticos olvidados de los deberes propios de su estado, hay también celosos ministros del altar, y ha habido en todos tiempos párrocos ejemplares y Prelados insig­nes, verdaderos imitadores de los Apóstoles».225 Como comenzaba a ser su costumbre, eligió una frase contundente para finalizar su discurso, conminando a las Cortes a no dar «margen para que los Diputados que componen hoy el Congreso soberano antes de dos años sean el objeto del oprobio y escarnio de la misma heroica Nación que representan ahora, y por cuyo bien desean sacri­ficarse de todos modos y con el mayor placer».226 De estas primeras intervenciones que el Diputado Gordoa tuvo en tribuna, quedaron claros los intereses que defendió: por un lado estaban los correspondientes al grupo de ricos mineros y comerciantes zacatecanos que dominaban la economía local y regional; por otro se encontraban los intereses de los sacerdotes americanos. Inicialmente, esta fue la representación que atendió, lo que no resulta extraño pues Ibid., p. 14. El Deán de Alicante Manuel Martí, adujo que en la Nueva España no había hombres de talento académico ni centros escolares de calidad probada, declarando así la inferioridad intelectual del territorio ultramarino respecto a la Península. En respuesta a tal argumento, el sacerdote Juan José de Eguiara y Eguren emprendió la redacción de una obra monumental denominada Bibliotheca Mexicana, en la que mostró la enorme cantidad de textos escritos por sabios mexicanos —o radicados en este suelo— que circulaban cotidianamente por este reino. Consúltese Juan José de Eguiara y Eguren, Bibliotheca Mexicana, t. I, II y III, Ed. de Germán Viveros / Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2010. 225 Diario, 30 de julio de 1811, p. 1539. 226 Ibidem. 223 224

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protegió al ayuntamiento elector y a los ministros de Dios de lo que consideró demandas justas y ataques malévolos, respectivamente. Justamente, la correspondencia que mantuvo durante su estancia en Cádiz dice mucho de los individuos y grupos que amparó. A su Obispo Cabañas le dirigía de vez en vez alguna carta en la que le informaba sobre lo ocurrido en las Cortes y en la Península. Por ejemplo, en misiva fechada el 28 de agosto 1811, le hacía saber: «Con el proyecto de Constitución que se ha empezado a discutir el domingo 25 del corriente recibirá Vuestra Señoría Ylustrísima otros impresos, que he preferido a innumerables que circulan en ésta [...]».227 Dos semanas después, el eclesiástico pinense remitía otra misiva a su Prelado haciendo de su conocimiento que el oficio que éste envió al Congreso felicitándolo por su instalación, fue leído en tribuna motivando comentarios encomiásticos por parte de los diputados; por esta razón «decretaron se publique aquella cuya última expresión o frase relativa a Napoleón celebraron demasiado en el Periódico de las mismas Cortes».228 Al mismo tiempo Gordoa le participa con tristeza un deseo contenido: «Yo habría extendido a más mi solicitud, pero temí que ésta se calificara hija de la adulación de un súbdito y no del vivo reconocimiento y cordial gratitud de un hijo, así como se indicó otra vez que hice oportuna y debidamente honorífica mención de mi dignísimo Prelado».229 En todas las cartas que el pinense remitió a Cabañas, se puede leer al final: «Beso los pies de Vuestra Señoría Ylustrísima, su humilde hijo y reverente súbdito, José Miguel Gordoa», frase de cortesía y respeto que es significativa por las circunstancias en las que se escribía, pues mientras el lenguaje político avanzaba disminuyendo el poder real a favor de la soberanía nacional, el zacatecano se autonombraba reverente súbdito del Prelado. Esta aparente contradicción no es más que un signo de los tiempos. En realidad, el complejo capítulo que se vivía no estaba definido. La incertidumbre campeaba a cada paso, por lo que los viejos conceptos pervivían mientras que los nuevos se abrían paso con dificultad. El discurso político experimentó en estos momentos una complicada imbricación, por lo que no se alcanza a apreciar con nitidez al predominio de una corriente política sobre la otra. Esta incertidumbre se palpaba día a día en el Congreso. Como ya se mencionó con anterioridad, el Proyecto de Constitución se comenzó a discutir el 25 de agosto de 1811. Ese día, el Señor Presidente tomó la palabra al inicio de la sesión diciendo: «ha llegado felizmente el deseado día en que vamos a ocuparnos en el más grande y principal objeto de nuestra misión. Hoy se empieza a discutir el proyecto formado para el arreglo y mejora de la Constitución política de la Nación AHAG, sección Gobierno, serie Sacerdotes, años 1808-1812, f. 22r. AHAG, sección Gobierno, serie Sacerdotes, años 1808-1812, f. 29r. 229 AHAG, sección Gobierno, serie Sacerdotes, años 1808-1812, f. 29r. 227 228

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Española, y vamos a poner la primera piedra del magnífico edificio que ha de servir para salvar a nuestra afligida patria, y hacer la felicidad de la Nación entera, abriéndonos un nuevo camino de gloria».230 Al término de este breve discurso, se arrancó la discusión que durante los próximos meses llegó a ser enconada, reñida y proteica: «Título I, De la Nación española y de los Españoles. Capítulo I, de la Nación Española [...]».231 Lo que caracterizó al trabajo de las Cortes constituyentes fue el frenesí. Con inusitada rapidez, sin que esto significara descuido, los diputados debatieron ferozmente por conceptos políticos estelares que definirían la faz de la monarquía. Así, cuando hubo necesidad de intervenir para resguardar a la religión, el 30 de agosto, el eclesiástico pinense ocupó la palestra pronunciándose porque la ley estableciera al catolicismo como la única religión de la monarquía: «Tal ha sido y es en la Nación española la religión ca­tólica, apostólica, romana, única verdadera que profesa con exclusión de toda otra, según se dice adelante en el capítulo II, art. 13. La Nación, pues, está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas esta religión santa y adorable, que hace su felicidad y sus delicias verdaderas».232 Este debate, en el que intervinieron los parlamentarios Calatrava, Muñoz Torrero, Pérez de Castro, López, Ortiz, Terrero, Gallego, Salas, Villanueva, Espiga, Creus y otros, se inclinó al lado de Gordoa, pues el artículo 12 quedó a la letra: «La religión de la nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra».233 La sesión del 2 de septiembre se discutió el artículo 8, correspondiente al Capítulo III: «De los españoles». Dicho artículo rezaba «También está obligado todo español, sin distinción alguna, a contribuir en proporción de sus haberes para los gastos del Estado». Por la manera en que estaba redactado, Gordoa sintió amenazado el fuero eclesiástico. Esta fue la razón por la que expresó en tribuna: «Aunque supongo que no se trata ni intenta derogar por este artículo la inmu­nidad Real del clero, cuyos ardientes deseos de sacrificarse sin reserva, y antes bien con el mayor placer, por su religión y por su Patria [...], en obvio de interpretaciones siniestras o arbitrarias, creo que no estará por demás añadir al artículo estas u otras equivalentes palabras “sin que se entienda por esto se pretende derogar la inmunidad Real del clero”».234 En su inflamado discurso, el Diputado pinense dio muestras claras del conocimiento preciso que tenía sobre la historia eclesiástica Diario, 25 de agosto de 1811, p. 1683. Diario, 30 de agosto de 1811, p. 1684. 232 Diario, 2 de septiembre de 1811, p. 1731. 233 Constitución Política de la Monarquía Española (edición facsimilar), El Colegio de Jalisco, Guadalajara, 2012, pp. 7.8. 234 Diario, 2 de septiembre de 1811, p. 1741. 230 231

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y las Sagradas Escrituras. Al tratar de eximir al clero de algunos pagos forzosos, Gordoa manifestó: «que conste en el Diario de Cortes no haber sido la mente de V. M. extenderlo al estado eclesiástico, pues esto sería una abo­lición perpetua de privilegios tan recomendable como justos; y yo no puedo creer, ni nadie será capaz de persuadirme, que el sacerdocio cristiano debiera a V. M. menos consideración que mereció entre los egipcios a un Faraón, quien sin conocimiento de la ley divina eximió a los sacerdotes de las contribuciones impuestas al pueblo; a un Artajerjes, que concedió igual privilegio a los de los hebreos, como se lee en el Génesis y en Esdras, y a otros Príncipes gentiles, según lo testifican Aristóteles, Julio César, Plutarco, etc.».235 Finalmente, nuestro personaje no logró modificar ni un ápice el artículo en cuestión, por lo que se sintió frustrado en su intento por salvaguardar las prerrogativas del clero. Sin embargo, esto no lo desanimó, dos días después saltaría a la palestra política para seguir con la defensa de lo que consideraba justo. Los últimos días de agosto de 1811 y los primeros de septiembre, se precisaron y delimitaron las voces: nación, español, soberanía y religión. Las jornadas subsiguientes siguió la batalla política y semántica. En este marco, nuestro personaje trepó a la tribuna para defender a un sector vulnerable y, a su parecer, alejado del cobijo de la justicia. Esta participación marcó un viraje conceptual y político de nuestro eclesiástico. Si antes había abogado por la Iglesia y el ayuntamiento —órganos con los que se sentía comprometido y a los que decía representar—, ahora su intervención fue para defender a los más desprotegidos de la monarquía. Cuando en el Congreso se dio la discusión sobre los artículos 21 y 22 correspondientes al derecho político de ciudadanía, y previendo la iniquidad de excluir a los negros y a las castas de este derecho que según su criterio les correspondía, en el recinto legislativo se escuchó fuerte la voz de José Miguel Gordoa: «[...] el cúmulo de peligros, horrorosas discusiones e irreparables males, que mis conocimientos prácticos me presentan, como indubitablemente consiguientes a la del artículo de que se trata, no reunieran lo más sagrado y urgente de mis obligaciones, como español, representante de la nación, y americano que acaba de separarse de su país; quizá hallaría en la misma naturaleza del artículo, muchas razones con qué excusarme de hablar; más no teniendo por los motivos expresados, una sola que apoye mi silencio me determino a proponer las que me parece que persuaden la necesidad de modi­ficarlo o suprimirlo».236 Sí, advierte que no puede callar semejante atropello. El discurso continúa recordando algo que debió mencionar su amigo, el Diputado por Guadalajara José Simeón de Uría y remata señalando que los individuos pertenecientes a las castas son patriotas a más no poder: «añadiré todavía para satisfacer al Sr. Argüelles que el Consulado de Guadalajara, corporación Ilustre y que debe a V. M. una consideración particular, 235 236

Ibidem. Diario, 4 de septiembre de 1811, p. 1766.

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recomienda al diputado de su provincia, aunque éste no lo haya expresado, sea por un efecto de delicadeza, o bien de olvido natural, promueva como punto de interés general, la necesidad de abo­lir la infamia de las castas, o de llamarlas por el camino del honor a ponerse en estado de ser tan útiles al país como podían, siendo advertencia, que todos o la mayor parte de los individuos de esa corporación, son no sólo personas ilustradas y del más acendrado patriotismo, siendo también naturales de la península».237 Lo dijo con todas las letras, las castas eran una infamia, por esta razón debía abolirse tan horrendo estigma que los relegaba a un papel secundario en la sociedad y, ahora, pretendía excluirlos del derecho político de la ciudadanía. Por eso, rebatiendo el argumento de uno de los diputados más sobresalientes del Congreso, dijo: «Concretándome pues, a responder al Sr. Argüelles, digo que los indivi­duos de las castas que excluye el artículo del número de ciudadanos españoles cultivados en las ciudades o poblaciones grandes, son muy susceptibles, lo mismo que los demás hombres, de una ilustración que los haga sobresalir y brillar igualmente que los otros, que reciben en ellas buena educación, verifi­cándose con esto allá lo que aquí, que las luces de ellos son en proporción de ésta que es más o menos ventajosa, según la circunstancia de los lugares».238 Con religiosa ira, el Diputado zacatecano afirmó que el Estatuto estaba promoviendo una enorme contradicción, pues los artículos anteriores pugnaban por las libertades y la igualdad, mientras que éste, favorecía la segregación. «Porque ¿cómo puede comprenderse, señor, que los que traen origen de África (origen malhadado, y cuya maldición no tiene fin, según se sienta en este artículo, pues que lo transmiten a sus pósteros y hasta las generaciones más remotas) sean a un mismo tiempo españoles y no españoles, miembros y no miembros de esta sociedad que ellos también componen y se llaman nación española?».239 Haciendo gala de sus dotes retóricas, de sus amplios conocimientos y del análisis agudo que le caracterizó, retomó los conceptos políticos más caros del Congreso para reiterar la flagrante contradicción: «La soberanía es una e indivisible, ésta según V. M. ha declarado, re­side esencialmente en la nación española, que por los artículos 1 y 6 componen también los que traen origen de África, y por lo mismo reside aquella en éstos, y sin embargo, no son ciudadanos españoles, sin otro obstáculo que su origen; es decir, porque no son españoles. Pero si este reparo tiene alguna solución, que yo no alcanzo, hallo todavía igual o mayor dificultad en comprender cuál pueda darse a la que ofrece la cláusula siguiente del artículo 22 Ibidem. Ibidem. 239 Ibidem. 237 238

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referido: queda (a los que traen origen de África) abierta la puerta de la virtud y el merecimiento, etc. por servicios eminentes, etc.».240 La pieza oratoria de nuestro personaje continuó con su crítica acerba dirigida al sector de diputados que se resistía a las transformaciones políticas que se gestaban en las Cortes. Con sarcasmo, refirió si la ciudadanía debía entenderse como una condición biológica o como virtud política: «Supongo, señor, que la virtud, merecimientos y eminencia de servicios de que aquí se habla, no es con relación a las verdades reveladas o al orden so­brenatural, sino de una virtud política, o del orden puramente moral, a menos que no se tratara de exigir la heroicidad que constituye santos, para adquirir calidad de ciudadanos».241 El tribuno concluye pues, que la ciudadanía es un atributo político, por lo que el Congreso no puede despojar de este inalienable derecho a las castas: «Pues si el que trae origen de África ya es español y como tal debe mirar como una de sus principales obligaciones el amor a la patria (que es toda la esencia de la virtud política en concepto de los mayores sabios antiguos y modernos), ha de cultivar la justicia y beneficencia recíproca, la fidelidad a la constitución, obediencia a las leyes, respeto a las autoridades establecidas, subvención a las necesidades del Estado, hasta prestarse, llama­dos por la ley, a derramar su sangre en defensa de la patria conforme a los artículos 7º, 8º, 9º y 1º. Cuando haya cumplido con todo esto ¿no posee ya en su última perfección la virtud, merecimiento, política y eminencia de servicios?».242 El Doctor Gordoa admite en tribuna su molestia por el desatino del Congreso de otorgar la ciudadanía a los extranjeros, negándosela a los naturales de América que pertenecen a las castas, siendo éstos españoles a carta cabal; por tanto solicita anular el artículo: «Es consecuencia, pues, incontestable, que siendo español el que trae origen de África, sería al mismo tiempo ciudadano, y no ciudadano; y por lo tanto es necesaria la supresión del artículo en cuestión».243 No conforme con los argumentos vertidos, Gordoa introduce otro elemento para vigorizar su dicho: «No hablaré sobre los derechos de igualdad tan reclamada en este augusto congreso, ni sobre la monstruosidad (tal es para mí) que me presentan las Américas por el aspecto que toman en este artículo, por el que aparecen gozando el dulce título de ciudadanos todos los de las clases preci­samente consumidoras, mientras que los de las productoras, es decir, las más dignas o con más justicia (hablo de la justicia y dignidad relativa al objeto y al fundamento) para obtener este título, se ven despojados de él. No diré, por último, de la absoluta falta Ibidem. Ibidem. 242 Ibidem. 243 Ibidem. 240 241

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de medios para entrar en el goce de ciudadanos. Porque ¿cuál es la puerta que se les abre?».244 Los argumentos blandidos por el Diputado Gordoa fueron desgranándose uno a uno premeditadamente. Conocedor de las partes que integran un discurso, fue entretejiendo su intervención con el objeto de abordar desde distintos enfoques el problema de la igualdad y de la ciudadanía. Al final, cerró con broche de oro su participación tratando de influir en la decisión de sus homólogos: «Debe saber V. M. que la sanción de este artículo, no hará más que llevar adelante el ataque de la tranquilidad de las Américas, haciendo inmortal en ellas el germen de la discordia, rencores y enemistades, o sembrando el grano de que ha de brotar, infaliblemente, tarde o temprano, el cúmulo de horrores de una guerra civil, más o menos violenta o desastrosa, pero cierta y perpetua, [su aprobación será] el obstáculo inseparable y fatal de la unión y prosperidad de las Américas, es al mismo tiempo el manantial perenne y seguro de incalculables daños políticos y morales».245 La desigualdad acarrearía males terribles e interminables, esa era la premisa con que cerró su alocución y que con el paso de tiempo se convirtió en un vaticinio confirmado. Como se puede observar, el eclesiástico oriundo de Sierra de Pinos, hizo derroche de su evolución como parlamentario. Este discurso que fue muy comentado en la época, muestra con claridad la forma en que Gordoa, de ser un simple Procurador, dio un salto cualitativo y se ubicó como Diputado de la nación. Ya no se concretó a defender al cabildo de Zacatecas o a la Iglesia. Con amplitud de miras se lanzó en pos de los derechos de las castas, que para el periodo representaban un número importante de la población. Además de este progreso, el discurso también da cuenta de un adelanto en el ámbito político-conceptual. Los elementos que expresó fueron los más discutidos durante el Congreso, a saber: ciudadanía, nación, igualdad, soberanía y representación política. Enterado de que su discurso se generaba en un contexto específico de enunciación, lo dotó de ejes semánticos articuladores para conseguir el efecto deseado. En esta participación en particular, nuestro personaje desplegó una serie de mecanismos significantes que orientaron y marcaron límites a su discurso. Así, inscribió su planteamiento parlamentario en un interjuego de constantes vaivenes conceptuales: si en algún momento se concibió como procurador de una provincia, aho­ra era Diputado de la nación; si una vez se autodefinió «español como el que más», luego priorizó su condición de americano; si en algún momento creyó que la soberanía recaía en los pueblos, más adelante afirmó que la soberanía es una e indivisible y que ésta pertenecía a la nación. 244 245

Ibidem. Ibid., p. 1767.

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El discurso acerca de la ciudadanía como derecho político de las castas americanas pronunciado por el Doctor Gordoa, dio mucho de qué hablar. Días después lo retomaron otros legisladores para reafirmar la igualdad, o bien, para combatirla. Apenas unos días antes había comenzado a discutirse el Proyecto de Constitución y ya se libraban encarnizados debates por el significado de los conceptos políticos y por el rumbo que desde la palestra gaditana, se le daría a la nación. A esta altura de nuestra argumentación, es preciso citar lo dicho por Manuel Chust cuando se refiere a este enfrentamiento discursivo, aseverando que los diputados de ultramar lucharon en favor de sus provincias y reinos. A esta postura, Chust le llama La cuestión americana, sin embargo, es necesario matizar tal planteamiento porque no todos los diputados americanos hicieron causa común en defensa de su continente y no todos los tribunos peninsulares defendieron los intereses de la metrópoli.246 Además, de acuerdo a las circunstancias, existieron diputados —como el equilibrista que camina al borde del vacío— cuya postura fue ambivalente. Los discursos de los diputados forcejearon por construir significados a las voces políticas más caras del momento. En esta disputa subyacen, por un lado, la constante lucha por el sentido de los conceptos que constituyen los ejes semánticos del discurso político, y, por otro, la pretensión oculta —quizá inconsciente— de instituir la diferencia entre España y América; una diferencia con secuelas autonomistas que será la puerta abierta para posteriores enfrentamientos discursivos; en ellos se cuestionará el pacto entre los reinos como partes integrantes de la monarquía; pacto, a decir de algunos, artificial y falso: «¿cómo fusionar dos cuerpos heterogéneos, real­ mente distintos, sin subordinar uno de ellos al otro?».247 Lo ocurrido en Cádiz es verdaderamente trascendental porque allí se configuró el destino político de la nación. Los diputados gaditanos, a sabiendas que la monarquía se les desmoronaba entre las manos, emprendieron una titánica labor de reingeniería para hacerla de nuevo viable. Sabían de antemano que la realidad cambiante requería un proyecto creativo. Por eso imaginaron una nación que cumpliera con las expectativas de la mayoría y que diera respuesta a las necesidades, tanto de la Península, como de los reinos ultramarinos. Esta fue la razón por la que los legisladores, una y otra vez, se enfrascaron en reñidas luchas políticas que pretendían impulsar, un proyecto de nación. Al respecto, es necesario señalar que la mayoría de los diputados americanos se unieron para hacer frente común ante diversos asuntos que se discutían en el Congreso. Como ejemplo, están los documentos suscritos por muchos parlamentarios americanos leídos en tribuna durante las sesiones del 20 de septiembre de 1811 y del 11 de julio de 1813. 247 Marie Laure Rieu-Millan, Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1990, p. 279. 246

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En este marco, nuestro personaje retomó el tema de la ciudadanía como derecho político para luego desplazarse al espinoso asunto de la representación política. Inconforme con lo ocurrido en debates anteriores subió de nueva cuenta al estrado. Desde la tribuna política más alta de la nación, el 20 de septiembre de 1811, cuando se discutían los artículos 28 y 29 relativos a la representación política, Gordoa arremetió contra los que querían impedir que los reinos americanos tuvieran una representación con base en el número de habitantes. De este discurso confeccionado por el Diputado zacatecano, llama poderosamente la atención su idea sobre el Derecho público o de gentes: «Así es que leemos en la Historia Sagrada que no era bueno que estuviera solo el hombre criado, y que Dios por lo mismo le dio luego compa­ñía, para que prestándose mutuamente auxilios, beneficios y socorros en sus necesidades, formasen una sociedad, que aunque doméstica, debió ser, y fue en efecto, el fundamento ejemplar, o modelo de las futuras sociedades políticas».248 El eclesiástico prosiguió: «Aumentándose después progresivamente sus hijos y los de éstos, el continuo trato por motivo del comercio necesario despertó entre ellos las diversas pa­siones de ambición, envidia, orgullo y otras innumerables, que no corregidas por alguna ley o fuerza, hubieron por fin de producir una fatal serie de inco­modidades y tristes consecuencias: éstas, y el deseo de defenderse de los más poderosos, y de vivir en paz y tranquilidad, redujeron poco a poco los corazo­nes a unirse en sociedad civil formando cuerpos de comunidades separadas, o lo que es lo mismo, cuerpos políticos de hombres unidos, a fin de procurar por medio de esta unión su mayor conveniencia y seguridad».249 El Doctor Gordoa desplegó en el Congreso una visión cristiana del Derecho público, reconociendo que Dios es el supremo creador, pero que correspondió a los hombres ponerse de acuerdo para erigir una autoridad civil que gobernara al pueblo, es decir, se afiliaba a la teoría pactista que sustentaba la soberanía de la nación: Pero esta multitud, que forma una sociedad para sus intereses comunes, y que deben obrar siempre de concierto, es necesario, en principios de derecho público, que establezca con este objeto una autoridad pública, que gobierne y dirija lo que cada uno relativamente debe obrar y ejecutar para el bien de la sociedad. A esta autoridad se someten o sujetan los domiciliados o vecinos de una Nación por un acto de asociación política o civil; y si bien el ejercicio de ella pertenece a aquel o aquellos en cuyas manos se ha depositado el Gobierno, según se ha constituido en cada nación, el derecho de todos sobre cada miem­bro, pertenece esencialmente al cuerpo político del Estado. ¿Y no es evidente y decidido que éste en España es la unión de las voluntades de todos los es­pañoles?250 Diario, 20 de septiembre de 1811, p. 1890. Ibidem. 250 Ibidem. 248 249

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Esta fundamental premisa marcó una evolución conceptual en el eclesiástico nacido en Sierra de Pinos porque, si anteriormente era firme partidario de la soberanía del rey y estaba convencido que el depósito sagrado del poder supremo era el monarca, ante la coyuntura gaditana reconoció públicamente que el Estado se constituyó por voluntad humana, algo difícil de aceptar en una persona como Gordoa porque durante los años de su formación y los correspondientes al ejercicio de su ministerio, creyó firmemente en la teoría absolutista; los colegios donde estudió tuvieron como patrón al soberano, en los actos religiosos se rogaba por la salud y el acertado gobierno del rey y en los actos públicos la figura real era enaltecida por todos. Sin embargo, hacia fines de 1811 el mundo político cambiaba con una velocidad inusitada. La tradición daba paso a la novedad. La política se retorcía aferrándose a los antiguos formatos pero al mismo tiempo admitiendo inéditos significados. En este contexto la capacidad de inventiva fue un elemento clave en los legisladores gaditanos. El mundo político estaba por hacerse. Para ello era necesario crear un discurso coherente que diera viabilidad a la nación. En esta tesitura, nuestro personaje asimiló la tambaleante situación que prevalecía en el Congreso y la aprovechó para plantear una fórmula con el objeto de que las castas americanas tuvieran derecho a la representación política. En el mismo discurso del 20 de septiembre de 1811, se aprecia con toda nitidez su pensamiento agudo. Primero, expuso una contradicción insoslayable: «Porque aun suponiendo que no está constituida esta Nación, ni por consiguiente incorporados los que traen su origen de África, al constituirse quieren ellos, pues que son y conocen ser corporal y espiritualmente sociables, agregarse a esta sociedad, sin que obste al inculcado decreto del 15 de octubre, que ni es constitucional, como que depende su fuerza e inteligencia de la Cons­titución a que se refiere, ni excluye positivamente, como era necesario, a los que traen su origen de África, que resultan representados y no representados».251 Planteada esta incompatibilidad, el oriundo de Sierra de Pinos continuó: Lo primero, por lo que ha dicho uno de los señores preopinantes; y lo segundo, porque si no entran en el cupo las leyes que se versan respecto de ellos, no demuestran que son representados, puesto que también hay leyes, o se dictan a beneficio de los esclavos, y aun a favor de los bosques y los terrenos, que nadie dirá son representados. Es además una equivocación patente suponer que en concepto del Sr. Alcocer no están representados; lo están, no sólo en el suyo, sino también en el de todos los Diputados de América, y aun en el de ellos mis­mos, que quieren y creen gozar ya este derecho social; pues si nuestra elección no fue 251

Ibidem. Las cursivas son nuestras.

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popular, se hizo, no obstante, por los respectivos Ayuntamientos, que nadie ha dudado representan al pueblo mismo; y si así no fuese, probaría esto igualmente que ni aun los declarados ya ciudadanos españoles en América serían por esta vez representados, como quiera que tampoco ellos concurrieron o influyeron en nuestra elección.252

La representación política que hasta hace pocos meses se pensaba definida, sufría ahora en palabras del parlamentario zacatecano una traslación semántica: «Señor, no dude V. M. que en Nueva España, lo que igualmente supongo por identidad de razón en la otra América, todos sus habitantes, y por lo mismo los que traen origen de África, concibieron y están persuadidos que veníamos en calidad de Diputados a promover su mayor bien, sus derechos y justos intereses».253 Para sostener su argumento, Gordoa citó elementos tangibles: «Yo podría, concretándome a los originarios de África, exponer a V. M. las obligantes tiernísimas pruebas que me dieron éstos en algunos pueblos de mi Provincia, y son garantes de cuanto llevo dicho».254 Luego habló considerando a todo el reino novohispano, citando una opinión del virrey Iturrigaray respecto a los descendientes de africanos: «Deseo a V. E. todas las felicidades, que no dudo merecerán sus esmeros y aciertos en el gobierno de estos reinos, dignos en realidad de que se mejore la infeliz situa­ción y atraso en que han vivido siglos enteros unos vasallos tan fieles a sus Soberanos, tan obedientes a sus jefes y tan agradecidos a lo que éstos hacen en su beneficio, como irá experimentando V. E. con aquella satisfacción que da el obrar bien, etc.»255 Finalmente, este brillante discurso nuestro personaje lo cerró con una inferencia lapidaria: «excluir de allá a tantos españoles tan útiles, y por tan varios títulos apreciables, podrá aparecer a la faz del mundo como una monstruosidad que comprometa la justificación, el decoro y sabiduría de V. M. en la expectación de todas las naciones cultas e ilustradas».256 El debate sobre el Proyecto de la Constitución seguía. Los parlamentarios estaban embebidos con las discusiones porque lo que de ellas resultara definiría el rumbo de la nación. Por eso los más activos participaban en las disputas del Congreso, asistían por la noche a las reuniones secretas y, por si eso no fuera poco, robaban horas al sueño para construir sus discursos que serían escuchados en las Cortes al día siguiente. Este vértigo que se vivía en el recinto legislativo, se combinaba con lo que ocurría en Cádiz, centro político de la monarquía, y en Ibidem. Ibidem. 254 Ibidem. 255 Ibid. p. 1891. 256 Ibidem. 252 253

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el mundo Atlántico. A la ciudad portuaria llegaban noticias sobre el estado de la guerra, ayudas pecuniarias de ultramar, novedades de la situación de Fernando VII y peticiones de todo tipo que resolvía el Congreso. Inmerso en este complicado mundo, el eclesiástico pinense se daba tiempo para atender las actividades de su religión. Procuraba seguir fielmente su costumbre de asistir diariamente a misa todas las mañanas y se entregaba a la oración durante las noches. Empero, no olvidaba que su presencia en tierras gaditanas obedecía a la encomienda hecha por su provincia. Por eso se mantuvo muy dinámico durante los meses en que se discutió el ya mencionado Proyecto de Constitución. En las Cortes, durante la sesión del 23 de octubre de 1811, cuando se dirimió la conveniencia la instalar los ministerios, los diputados ultramarinos se pronunciaron por el establecimiento de algunos en América. El representante de Zacatecas participó en la palestra señalando con energía que los ministerios de Estado, Guerra y Marina, por su propia naturaleza, debían erigirse en la metrópoli; en cambio, respetando las condiciones, necesidades y aspiraciones de los americanos, las secretarías de Gracia y Justicia, Hacienda y Gobernación debían instalarse en cada reino con la finalidad de atender sus propias particularidades. En el discurso, Gordoa aclaró que los contextos de cada parte de la monarquía eran distintos, en consecuencia, debían erigirse ministerios que atendieran esas especificidades porque, para el caso de la Nueva España —aseveraba el Diputado— el funcionamiento de estos despachos daría celeridad a asuntos de suma importancia como el fomento de la industria, la agricultura y la minería, habría progresos notables en la educación pública y en la recaudación de impuestos, así como también en la administración de justicia, elementos que sufrirían enormes retrasos si los ministerios en cuestión se constituyesen únicamente en España porque, como sería natural, los ministros atenderían con prontitud los asuntos de la Península, postergando los relativos a los reinos ultramarinos.257 El 2 de noviembre, nuestro personaje, que había afirmado en varias ocasiones preferir el silencio en Cortes, se vio en la necesidad de tomar la palabra para impugnar algo que le pareció fuera de toda proporción. El día anterior, el parlamentario Llaneras había introducido una proposición exigiendo que los Obispos que a la vez habían sido nombrados Consejeros de Estado, renunciaran a su dignidad eclesiástica como requisito obligatorio para desempeñar su encargo en el gobierno. Al considerar que tal planteamiento atentaba no sólo contra los Prelados sino contra la preeminencia de la Iglesia y el poder de la monarquía, el zacatecano respondió categórico que esa decisión correspondía no a las Cortes, sino a un Concilio. Para fundamentar su argumento, hizo alusión a los concilios de Venecia y de Trento, a las opiniones y acciones de 257

Véase Diario, 23 de octubre de 1811, pp. 2141-2142.

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varios pontífices y al Derecho canónico, para manifestar: «Por fin, yo deseo que el señor preopinante se tranquilice haciendo memoria [...] que no es la primera vez esta que los Reyes de España tendrán consejeros Obispos, pues consta la intervención de los Prelados en todas la materias de Gobierno desde los principios de la Monarquía, especialmente después de que ésta comenzó a organizarlo bajo mejores formas; de suerte que siendo doce los ministros que debían componer el primer tribunal que se erigió con nombre de Consejo de España el año de 1395 en las Cortes de Valladolid [según opina Olmeda en sus Elementos de derecho público], cuatro de ellos debían ser Prelados».258 Finalmente, concluyó que la nación, la Iglesia y todos los habitantes de la monarquía verían los dulces frutos del trabajo y la concordia, si el gobierno monárquico estuviese influenciado por los consejos sabios, católicos y prudentes de los Obispos. El día 21 del mismo mes de noviembre, se presentó la ocasión para que el Diputado por Zacatecas participara nuevamente en tribuna. Se discutía el artículo 257, cuya propuesta de la comisión se leyó a la letra: «El código civil, el criminal y el de comercio serán unos mismos en toda la monarquía española, sin perjuicio de las variaciones que por particulares circunstancias podrán hacer las Cortes».259 De inmediato, Gordoa pidió autorización para opinar al respecto y, de paso, dejar claro que los reinos americanos, no debían considerarse colonias. En la palestra acusó la circulación de varios impresos que «intentan sostener el sistema colonial de las Américas y persuadir que debe mantenerse mal apoyados en el derecho de conquista: ¿y a quiénes se alega este derecho? Pasmará a V. M. el oírlo: a los hijos mismos o descendientes de los conquistadores, que deberían llamar descubridores de aquellas preciosas posesiones».260 Por ello, con el fin de evitar que la monarquía se disuelva, es preciso cerrar la puerta a la múltiple interpretación de los códigos y a la concesión de beneficios particulares a reinos y provincias. En este sentido, pidió el zacatecano, derogar o aclarar la parte del artículo que dice «sin perjuicio de las variaciones que por particulares circunstancias podrán hacer las Cortes», para fundamentar su dicho, expresó: «El Congreso Nacional [...] al destruir el sistema colonial de las Américas, ha echado los cimientos de su prosperidad y opulencia; pero si en los códigos pueden hacerse cualesquiera variaciones, lloverán [...] informes y representaciones de los que no pueden vivir sino imbuidos en lo contrario, para que en las futuras Cortes se dicten leyes civiles que conserven a las Américas sin el nombre, pero con la realidad de colonias; y aun en el seno mismo de las Cortes se oirán diversas solicitudes de las diferentes provincias de la Península, encaminadas a sostener con equivocada, aunque tal vez la mejor intención, los usos Diario, 2 de noviembre de 1811, p. 2199. Diario, 21 de noviembre de 1811, p. 2306. 260 Ibidem. 258 259

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o fueros ventajosos a su país natal».261 Como era su costumbre, el eclesiástico dio por finalizado su discurso con una frase categórica: «No haya, pues, en adelante diferencia en la parte esencial de la legislación; y antes bien la uniformidad del Código universal de las Españas establezca sólidamente la concordia de voluntades y costumbres que debe caracterizar y unir a todos los españoles».262 En las postrimerías del año 1811 nuestro personaje no sólo había avanzado notablemente en el manejo del discurso político, sino que él mismo había manipulado los conceptos que se debatían hasta proporcionarles un significado conveniente para el ideal que defendía. Así, afirmaba que la igualdad política tenía que abarcar la representación de los reinos y los individuos, pugnaba asimismo por el establecimiento de ministerios en América aduciendo la diferencia existente entre los reinos y la Península y al mismo tiempo propuso la uniformidad de códigos apelando a la homogeneidad de la monarquía. Estos discursos camaleonescos, ya lo mencionamos, representan el espíritu político de la época, marcado por el debate encarnizado, la lucha semántica, las presiones entre grupos e individuos y los golpes bajos. En diciembre del año en cuestión, esta atmósfera marcaba la pauta. A mediados del mes, inmerso en la refriega legislativa, el Doctor zacatecano de nuevo alzó la voz para solicitar con tono exigente, el establecimiento de un órgano que, según su parecer, acarrearía muchos beneficios para las provincias mineras del norte novohispano: [...] el pronto e inmediato cambio de sus platas, quitando uno de los más perniciosos obstáculos que ha tenido hasta aquí su giro en la operación notablemente dispendiosa y tardía de remitirlas a 400, 500 o más leguas de distancia (pues tan grande es a la que se hallan algunos minerales, que muchas veces no pueden ser habilitados en el modo o grado necesario, con los cortos fondos o caudales de las tesorerías o cajas foráneas o subalternas de México), con grave detrimento del erario público y de los mismos interesados, ya por los exorbitantes gastos que demanda su conducción, ya porque en el dilatado tiempo que se necesita para verificarla, no circula el valor de sus platas, y ya, en fin, porque no beneficiándose las lamas con la oportunidad debida, se asolean y deterioran, no rinden, no producen el fruto que correspondía a la ley de los metales, consecuencia forzosa y fatal de la precisión en la que se hallan todos los mineros del Reino de México de ocurrir hasta aquella capital para acuñar sus platas, sin contar con el peligro que deben sufrir, además de que se extravíen como ha sucedido más de una vez por la fragosidad de los caminos, y por otras cien dificultades que deben superar especialmente los que residen a una distancia casi inmensa.263 Ibidem. Ibidem. 263 Ibidem. 261 262

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Por las razones expuestas, el representante de la provincia minera solicitó la instalación de «una o más Casas de Moneda» en el territorio virreinal, lo que propiciaría un efectivo e importante ingreso al Tesoro nacional, bonanza en las jurisdicciones mineras y prosperidad en los habitantes del reino. Por supuesto que, de manera implícita, Gordoa solicitó una Casa de Moneda para Zacatecas. Eso lo señalamos porque semanas más tarde, retomó el asunto exponiendo sin sonrojo el interés de su provincia por la erección de un local de este tipo para incentivar la economía local. Al término de 1811, el Doctor Gordoa acumuló varias participaciones en tribuna. Es cierto que el número no es muy abultado, sin embargo, la calidad de sus discursos dejó grata impresión entre sus homólogos y el agradecimiento de la Nueva España por tan lustrosa representación. Cuadro 4 Discursos pronunciados en tribuna por el Diputado José Miguel Gordoa (1811)

FUENTE: Elaboración propia con base en el Diario, 1811.

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Si se comparan las participaciones del Doctor Gordoa en tribuna, 1811 fue su año más productivo; los dos años posteriores subió al estrado únicamente en casos muy necesarios.264 Pese a esta aparente inactividad, es muy notorio que a nuestro personaje le interesó participar durante el periodo en que se discutió el Proyecto de Constitución, por eso su actuación constante en el lapso que abarcó de agosto de 1811 a febrero de 1812. Después de promulgada la Carta gaditana, estuvo atento al desarrollo de las discusiones. Precisamente este seguimiento por parte de Gordoa, explica su participación en asuntos que resultaron de interés para los intereses que representaba. Por ejemplo, la sesión del 25 de febrero de 1812, se vio impelido a subir los escalones que lo condujeron a la palestra, para solicitar se erigiera una Diputación Provincial en la ciudad de Zacatecas. Desde lo alto del recinto legislativo, el pinense expresó: «mi Provincia va a ser gravemente perjudicada si se le niega el beneficio de que en su capital se establezca una Diputación provincial, y el perjuicio consiguiente a esta negativa, trascendental a la Nación y a sus intereses cardinales por un resultado necesario de las actuales circunstancias, pues atendido en el día el estado de la agricultura, comercio y minería de América, tres únicos ramos que han de proporcionar los recursos que necesitamos, sólo el tercero los puede facilitar con la abundancia y prontitud que tanto importa, y que ahora y en mucho tiempo es inútil esperar, o prometerse de los otros dos».265 El zacatecano aduce importantes motivos para que Zacatecas no quede incluida en la Diputación Provincial de Nueva Galicia: los partidos de su provincia representada están a mucha distancia de Guadalajara, además «la localidad, el clima, los frutos y todas las proporciones físicas y morales de una y otra piden para su prosperidad medidas y arbitrios sustancialmente diversos»;266 sin embargo —insiste el oriundo de Sierra de Pinos— la gracia de conceder la Diputación a Zacatecas debe considerar, sobre todo, los innumerables servicios, los amplios donativos y los empréstitos cuantiosos que la provincia ha aportado a España. Si el laboreo de minas es la actividad más importante de Zacatecas, entonces debe erigirse en su capital una Diputación porque «a todos vientos tiene minerales que han enriquecido y enriquecerán a la nación si se fomentan debidamente, pues aun los que han decaído producen, y se hallan en estado de producir mucho más que hasta ahora, y al fin, aun cuando las circunstancias de aquí y de allá no lo demandaran imperiosamente, siempre es necesario confesar que la metalurgia es En 1812 el eclesiástico zacatecano tuvo seis participaciones en el estrado del Congreso, mientras que en el año de 1813 subió a tribuna en cuatro ocasiones, en este último lapso se incluye su famoso discurso con el que clausuró los trabajos legislativos de las Cortes Generales y Extraordinarias. Véase Diario, años 1812 y 1813. 265 Diario, 25 de febrero de 1812, p. 2819. 266 Ibidem. 264

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una profesión no sólo útil, sino necesaria, estando de acuerdo los políticos en la necesidad del oro para el comercio externo y fomento de las demás artes».267 Pese a que la proposición del Diputado Gordoa no fructificó, siguió dando la batalla en asuntos considerados por él relevantes. Así, durante la sesión del 8 de marzo de 1812, planteó cinco cuestiones que el Congreso aceptó como puntos a discutirse: 1) Conforme a lo dispuesto por la Real cédula del año de 1781, se declare que la exención de alcabalas que en ella se concedió a los mineros, comprende todos los artículos necesarios a su giro; 2) Que la distribución de azogue la hagan las Diputaciones de Minería y no sólo el Tribunal de Minería de la ciudad de México; 3) Que en los pleitos en materia minera, se permita a los involucrados nombrar abogados de su confianza para que éstos lleven el respectivo proceso judicial; 4) Que los veredictos de los juicios mineros corresponda emitirlos a los jueces de letras y no a las Diputaciones territoriales; y 5) Que el Juzgado de Alzadas instalado en Guadalajara, se traslade a Zacatecas con el objeto de que las jurisdicciones de Chihuahua, Nueva Vizcaya y la propia provincia de Zacatecas se vean beneficiadas por el acortamiento de la distancia.268

Esta intervención del Diputado Gordoa a favor de su provincia, muestra claramente su proclividad a los intereses de quien lo eligió su representante. Empero, es preciso notar que a estas alturas, distingue los espacios provincial y nacional, señalando siempre que un beneficio para Zacatecas, será en realidad un beneficio para la monarquía. Es decir, sin renunciar a luchar por los intereses locales, se ubica sin conflicto en la representación nacional. Asumiendo pues su condición de Diputado de toda la monarquía, pero también defendiendo los intereses de su provincia, el 27 de abril de 1812 intervino para solicitar se retrasase la aplicación de las Diputaciones Provinciales en América con el fin de que se reconsidere su proposición de instalar una Diputación en el distrito que representa: «Zacatecas todavía en estos tiempos turbulentos convida con los tesoros que mantiene en sus minas, y está brindando, por decirlo así, a la Nación con una perspectiva de subsidios, la más lisonjera. V. M. no duda que el dinero es el nervio de la guerra, y que para continuar la heroica lucha que emprendimos y continuamos con gloria singular, nada necesitamos más que dinero, pues de Zacatecas es de donde ha de venir más fácil y abundantemente por medio de una Diputación provincial que lo fomente y haga prosperar».269 Ibidem. Diario, 8 de marzo de 1812, p. 974. 269 Diario, 27 de abril de 1812, p. 3114. 267 268

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Desaprobada su propuesta, el 19 de junio de 1812 volvió a la tribuna para solicitar, como integrante de la Comisión de Arreglo de Tribunales, se aumentara el número de Audiencias en América, instalándose una en el septentrión novohispano, sugiriendo implícitamente la erección de este órgano en su provincia.270 De nueva cuenta su planteamiento fue rechazado. Sin importar las derrotas parlamentarias, en la sesión del 7 de mayo de 1812, se dio la ocasión para que el Diputado Gordoa dejara de lado la lucha por su provincia y saliera al paso de una sentencia que consideró injusta. Ese día, las Cortes concluyeron desaforar al vicario capitular de la Diócesis de Cádiz, don Mariano Martín de Esperanza, y a los prebendados don Matías Elojaburo y don Manuel Cos. En un sentido discurso, el Doctor pinense sentenció que tal decisión representaba una violación franca y flagrante a la Constitución. Como el asunto despertó ámpula e irritación en varios diputados, se siguió discutiendo en días posteriores. El 14 de mayo de 1813, nuevamente el eclesiástico zacatecano habló desde el estrado de la nación. Esto representó una oportunidad para mostrar su desacuerdo con el fallo del Congreso, amén de exponer sus dotes de orador letrado e inteligente. En el discurso del 14 de mayo, nuestro personaje comenzó lamentando que su parecer haya sido motivo de ataques virulentos: «este voto que me ha ocasionado tan crueles e indebidas molestias y amarguras, siendo una de ellas, y no la mejor, haber oído de boca del Sr. Secretario de Gracia y Justicia, que yo mismo conocía (así se explicó en el exceso de su calor, y seguramente no con el objeto de ofenderme, sino de sincerarse) que semejante dictamen no podía sostenerse. Estas expresiones han herido vivamente mi honor y mi sinceridad, o llámese delicadeza».271 Luego, el eclesiástico defendió su honor que, según su juicio, significaba defender el honor de la provincia que lo nombró su representante: «si el Sr. Secretario me conociera, me haría la justicia de creer que no soy del número de aquellos que dicen lo contrario de lo que vierten»,272 es decir, nuestro personaje se autodenomina probo, honesto y congruente de discurso y pensamiento; para sostener su argumento, asevera de forma categórica: «me bastará recordar al Congreso mi conducta en una de las votaciones nominales sobre señoríos; pues entonces, exponiéndome a la befa y escarnio de los que me observaban, supliqué a V. M. me permitiese retractar mi voto, como en efecto lo retracté, en fuerza de sólidas consideraciones que me presentó uno de los señores Diputados que tenía a mi lado».273 La pieza oratoria pronunciada por Gordoa en el Congreso gaditano a mediados del caluroso mes de mayo de 1813, es un discurso amplio, plagado Véase Diario, 19 de junio de 1812, p. 3342. Diario, 14 de mayo de 1813, p. 5267. 272 Ibidem. 273 Ibidem. 270 271

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de datos, documentos e información que circulaba por entonces en las gacetas. Revisando con detalle esta participación del Diputado pinense, concluimos que es la concreción de un cúmulo de información que incluye múltiples conocimientos, experiencias y habilidades. Un derroche de su acendrada formación intelectual, del dominio de autores cristianos y grecorromanos, de su fino tacto y destreza retórica, de su conocimiento del complicado lenguaje político.… Por ejemplo, para reivindicar su derecho de réplica, señaló: «Yo respeto las autoridades legítimamente constituidas: estoy muy mal con los que publican papeles que tienden a desacreditar a las supremas y aun a las subalternas; he hablado siempre con la debida moderación, y aun trato con decoro a los individuos que componían la Regencia del Reino hasta el memorable 8 de marzo último, sin embargo de haber contribuido con mi voto a su separación. Pero si un Diputado no puede o no debe manifestar su opinión con libertad y con franqueza, y si a un español no es dado reclamar la inobservancia de la Constitución, bórrese de ésta el artículo que impone al uno tan sagrada obligación, y conserva al otro tan apreciable derecho».274 En la misma arenga, refrenda su confianza en la ley, por la Constitución promulgada el 19 de marzo de 1812, pues, confiesa que, a pesar de no compartir algunos de sus preceptos, los acata y obedece: «en ese día autoricé por mi parte y con mi firma sus excelentes teorías, deponiendo algunos temores, porque no todas eran conformes a mis principios, y hoy quiero, sin embargo, como lo he querido desde aquel día, y querré siempre, que lo que firmé entonces, y he jurado observar, se practique y se respete constantemente».275 Por eso mismo, concluye que el desafuero de los eclesiásticos contraviene lo dispuesto por la Carta gaditana, haciendo patente su condena por dicha resolución y lanzando un vaticinio: si se criminaliza la conducta de los eclesiásticos se diseminará el «germen funesto de la discordia».276 El desempeño del eclesiástico en las lides legislativas no fue lineal. De acuerdo a las circunstancias y a los devaneos del discurso político, es notorio cómo fue cambiando de postura. Es necesario señalar que no fueron cambios drásticos, pero sí evidentes, como el expuesto durante el discurso del 19 de agosto de 1813. El día anterior, el Señor Alaja había propuesto una adición que complementaba el artículo 12 —referente a la religión católica como única permitida en la monarquía española—. Para completar dicho artículo, el texto motivo de la discusión decía: «El que conspire directamente y de hecho a establecer otra religión en las Españas, o a que la Nación española deje de profesar la religión católica, apostólica, romana Ibidem. Ibidem. 276 Ibidem. 274 275

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será perseguido como traidor y sufrirá pena de muerte».277 Como ya mencionamos, el motivo de la discordia fue una adición propuesta por el Diputado Alaja; planteó que además de señalar «directamente», debería añadirse «e indirectamente». Tan sólo esto fue una razón para que el Doctor Gordoa externara su negativa a aceptar la propuesta, manifestando además algo que no debe sorprendernos, pero sí ponernos bajo alerta: «[...] el precioso depósito de la religión que nos transmitieron nuestros padres se conserva siempre puro, íntegro, ileso; teniendo muy presente que esta ley se establece en una Nación que tiene y se gloría más del timbre de católica que de española, aún cuando estos títulos quisiesen contemplarse en ella distintos o separados».278 Es decir, el oriundo de Sierra de Pinos ya no se preciaba de ser español, ni se exhibía como americano. De acuerdo a tan palmaria afirmación, era, antes que todo, un ferviente católico. Tal aseveración únicamente confirma su profunda vocación sacerdotal y su acrisolada fe, manifiesta de muchas maneras en las cartas que, desde Cádiz, enviaba a su Obispo. Un botón como muestra: en la misiva que Gordoa envió a Cabañas el 26 de marzo de 1812 comunicándole con beneplácito la promulgación de la Constitución Política de la Monarquía Española, le externa algo que resulta inadmisible para los que suponen que el Diputado Gordoa fue un paladín del liberalismo: «No me resuelvo aún a pedir licencia para restituirme a mi destino, temiendo no se califique esta solicitud con el nombre de debilidad, especialmente cuando ignoro o recelo no sea aquella del agrado de V.S.Y. a quien debo complacer y sujetar todas mis deliberaciones».279 Complacer y sujetar todas mis deliberaciones, esa es la convicción del representante de la provincia de Zacatecas en el Congreso hispano. Pero volvamos al discurso pronunciado el 19 de agosto de 1813. José Miguel Gordoa, adoptando una actitud desconocida hasta entonces, salió a la defensa de la religión lanzando violentas proposiciones. Esto se explica porque, antes que político, era ministro del Altar. Como tal, era su deber velar por el bien de la fe católica y por la salvación de la grey. Por ello, ante cualquier posible amenaza, increpó: «[...] tenemos leyes generales contra los judíos, herejes, mahometanos, y contra los que pretenden establecer cualquier otra religión, pero no contra los materialistas, ateístas y otros: es decir, que no las tenemos contra toda especie de enemigos de la religión católica, y que por esto en cuanto a la protección que le debe la Nación, está defectuoso el proyecto, pues omitió el inmenso catálogo de hombres y sectas que no la profesan o la niegan [...]».280 No conforme con esto, clamó por algo que parecía inaudito: «más yo diría que en rigor debían sufrir la Diario, 18 de agosto de 1813, p. 5988. Diario, 19 de agosto de 1813, p. 6001. 279 AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1808-1812, snf. 280 Diario, 19 de agosto de 1813, p. 6001. 277 278

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pena de muerte los reos del crimen de herejía manifiesta, aun cuando no fuese pública, porque atentan indirectamente contra la religión: diría también que deben sufrirlo [...] los pecadores obstinados, cuya total y consumida inmoralidad, como por la doctrina constante de los teólogos sabe S. S. mejor que yo, trae consigo y precipita al fin en la infidelidad o en la apostasía, y de consiguiente, en la indirecta aversión y empeño de perseguir o destruir la religión que le incomoda».281 Así las cosas. El sacerdote convertido en parlamentario cuya bondad y mesura destilaba por todas partes, sufrió un repentino cambio cuando sintió que en el Congreso se atacaba a la religión. Desde su perspectiva, nada justificaba un ataque contra lo más sagrado que tenían los hombres y las sociedades. El caos que prevalecía en Francia, era fruto de la impiedad y el anticlericalismo existentes. La monarquía española no podía permitir tales excesos, había que salvaguardar la religión a toda costa, por ello, en sus palabras, «es preciso atajar el mal cuando se descubre»,282 y luchar por «mantener pura, íntegra, única, la religión de mi nación»,283 lo mismo que pugnar por el gobierno monárquico moderado. Con lo anteriormente expuesto, es preciso señalar que el Diputado Gordoa desempeñó su función en Cádiz defendiendo los intereses de su provincia, de América y de la monarquía española, respectivamente. Sin embargo, además de velar por el bien y prosperidad de la nación, uno de sus móviles más importantes fue proteger a la religión. Así vemos con frecuencia confundidos sus papeles como parlamentario y soldado de Dios. No obstante, lo que interesa en nuestro análisis es la perspectiva política, por lo que a continuación centraremos la mirada en este aspecto tan importante en la vida de José Miguel Gordoa, sin dejar de mencionar que en un capítulo posterior, retomaremos de nueva cuenta a José Miguel Gordoa como celoso ministro que defendió con uñas y dientes a su querida y amenazada religión. b) ¿Vino viejo en odres nuevos? Las vicisitudes de la transición política Inmerso en un ritmo histórico sin precedentes, el Diputado zacatecano estuvo consciente del vértigo de los tiempos. En la discusión política las palabras carecían de estabilidad. Por ello debía ser prudente en sus interven­ciones públicas, pues, sus alocuciones, además de ser escrutadas por los legisla­dores, concluida la sesión, pasaban a la imprenta para que la sociedad se enterara de los debates sostenidos en el Congreso. Los publicistas, ese naciente grupo que enlazaba a los diputados con la sociedad y viceversa, escribían halagos y/o vituperios sobre el trabajo legislativo. Además, en sendos escritos jugaban con el sentido de los conceptos. Las Ibidem. Diario, 14 de mayo de 1813, p. 5267. 283 Diario, 19 de agosto de 1813, p. 6001. 281 282

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publicaciones periódicas ponían en marcha un nuevo sistema lingüístico en el que las palabras adquirían nuevos matices. Este proceso de resemantización consistente en manipular los conceptos asig­nándoles significados diferentes, fue característica inherente del enfrentamiento político que se efectuaba con desmedido apremio durante la época. Los sentidos emergentes no fueron resultado de transformacio­nes tersas. Los enfrentamientos semánticos partieron del principio de refutabilidad. Un concepto debatido en la arena po­lítica no puede fijarse de modo definitivo, el sentido movedizo es su caracte­rística y razón de ser.284 Así, el término «representación», entendido como el recurso de la nación para garantizar el ejercicio de la soberanía a través de representantes, fue debatido ferozmente por diputados americanos, entre los que, por supuesto, se cuenta José Miguel Gordoa. En varias discusiones los ultramarinos asociaron dicho concepto con la igualdad: no podía existir una representación plena en el Congreso si la equidad estaba ausente. Todavía más, una representación ecuánime necesitaba por fuerza recono­cer a los habitantes de América como ciudadanos, incluidas las castas. Una buena parte de los diputados en Cádiz, exploraron los intersticios del discurso político. En el trabajo legislativo, dotaron de performatividad a los conceptos, es decir, como punto de partida consideraron su significado relativamente fijo, transformándolo de acuerdo a los fines que perseguían en sus discursos. Esa es la importancia política de los parlamentarios gaditanos quienes, durante el fragor de las discusiones, entendieron que la estabilidad atri­buida a los conceptos sólo era aparente. Más que reflexionar y disertar sobre las ideas planteadas por los grandes autores del pensamiento político —léase Montesquieu, Maquiavelo, Hobbes, Rousseau—, los diputados en circunstancia, articularon un discurso integrado por conceptos proteicos, flui­dos y elusivos que, con su reiterado uso, fueron construyendo una realidad po­lítico-social inédita.285 Como ya se ha apreciado, el oriundo de Sierra de Pinos fue protagonista de esta construcción discursiva y conceptual. Su estrategia de estructuración de las piezas políticas y su posterior enunciación, consideró la polisemia y la contestabilidad de los conceptos: otorgó a las palabras sentidos elásticos y nuevos límites. Lo impor­tante: poner en perspectiva la imagen y los intereses de Zacatecas y América frente a los planteamientos de corte autoritario de sus interlo­cutores; pero también defender a la Iglesia de los embates perpetrados por sus enemigos. Varios discursos de Gordoa muestran entre líneas la conflictividad social existente, la tensión que prevalecía por la guerra, las aspiraciones de ultramar por conseguir un margen de mayor autonomía y las aspiraciones de bienestar y prosperidad de la provincia Elías J. Palti, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007, p. 245. Javier Fernández Sebastián,“¿Qué es un diccionario de conceptos políticos?”, en Colloque Mé­thodes en histoire de la pensé politique, Association Française de Science Politique, París, 23-24 septiembre, 2004, pp. 1-5. 284 285

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representada. En este sistema discur­sivo del diputado zacatecano se deja entrever un cuerpo categorial concreto. «Las categorías son signos lingüísticos portadores de contenidos socialmen­te construidos y mediaciones simbólicas de una realidad extradiscursiva. En ellas despunta el sujeto del discurso que, desde su evaluación del presente, se proyecta hacia el futuro con pretensión performativa».286 Pretensión que se ma­terializaba en las piezas oratorias que pronunciaba en la tribuna del Congreso y en las frecuentes misivas enviadas a las autoridades de Zacatecas. Ya ejemplificamos con varios casos la forma en que el eclesiástico zacatecano construyó sus discursos dotando a los conceptos políticos pronunciados en la palestra gaditana de significados convenientes para los intereses que representaba. Ahora toca el turno a los conceptos plasmados en las cartas dirigidas al ayuntamiento de Zacatecas con el fin de que los integrantes del cabildo local se familiarizaran con el lenguaje constitucionalista y comenzaran a reconocer los significados que encerraba cada término. Firmada por Gordoa, una misiva con fecha del 20 de octubre de 1812 atravesó el océano. Sus destinatarios eran los regidores del Ayuntamiento zacatecano. Dicha carta vincula el discurso y la acción con la clara fina­lidad de que los destinatarios modifiquen su repertorio conceptual y actúen en consecuencia. En la primera parte del escrito, el pinense anuncia al cabildo la vigencia de la Constitución, por lo que, advierte, las autoridades serán las primeras en procurar su cumplimiento. Luego anima a los regidores para que, en lo sucesivo, utilicen, propaguen y den cumplimiento del lenguaje y las disposiciones expresadas en la Carta gaditana: Es por lo mismo muy ajeno no sólo del espíritu, sino aun de la letra de ésta el emplear las voces de vasallos y otras expresiones de excesiva sumisión en las Re­ presentaciones, acciones de gracias y cualesquiera otros escritos que dirijan espe­ cialmente los Ayuntamientos constitucionales al Soberano Congreso, Regencia, etc., debiendo exponer sus quejas, demandas, deseos u opiniones con la franqueza y dignidad propias del pueblo libre a quien representan, y que se compone de súb­ ditos, que veneran y respetan en el grado que ella misma les enseña y previene las autoridades suprema y subalterna. Yo me abstendría de descender a estas especies que parecen disimuladas advertencias si la experiencia actual, no me autorizara, por decirlo así, o pusiera en obligación de no omitirlas al hablar de V. S. de que proceda, si ya no lo ha hecho a la acción de gracias al Soberano Congreso, pues que en él tiene V. S. un Diputado que vería como otros muchos con rubor y senti­ Estela Fernández Nadal, “Francisco de Miranda: Categorías y estrategias políticas en el discurso de la Independencia hispanoamericana”, en Solar, núm. 4, Lima, 2008, pp. 38-39. 286

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miento, repetida la extrañeza y disgusto con que se oye un lenguaje que desmien­te el carácter y sistema de gobierno que estas Cortes Generales y Extraordinarias (para corresponder a la confianza que la Nación ha depositado en ellas, y ponerse a cubierto de la responsabilidad que les resulta) han restituido a los Pueblos. Ellos habían perdido el que los distingue, en la opresión que lo condujo a los terribles males que sufren, y las Cortes no podían desempeñar su institución, sino dándoles en la sanción de sus antiguos, constantes e inmutables derechos el premio debido a los dignos y heroicos esfuerzos que han hecho y hacen por recobrarlos cuando un tirano, el más cruel, ha tratado de despojarlos aun de la sombra de libertad que les había quedado, y por cuya falta su Nación, que había hecho por tantos siglos el primero o principal papel entre todas las de Europa, ha estado a pique de no figurar más entre ellas. Formar pues el espíritu público con tan santo objeto es todo el fin de las Cortes y el único, que me guía y ha debido guiar en cuanto he dicho a V. S.287

El representante por la provincia de Zacatecas, en sus epístolas, expresa lo que Lucien Jaume ha designado como ideopraxias, es decir, textos de intervención política que inci­tan a la acción. Estos documentos instituyen en y por el lenguaje, una cultura po­lítica abierta donde se polemizan, discuten y legitiman conceptos y discursos en contextos de enunciación específicos.288 Así, las condiciones prevalecientes en la monarquía española, orientan a pensar que la arena política era un espacio muy concurrido y disputado. Desde la última década del siglo XVIII, pero particularmente a partir de la crisis acaecida en 1808, la política dejó de ser un asunto reservado para los gobernantes, pasando a ser algo relacionado con el poder y la ley, con el Estado y la nación, con los mecanismos que constituyen la vida en la polis, es decir, con la vida cotidiana de todos los individuos y sectores sociales.289 En este tenor, las cartas enviadas por el Diputado Gordoa procuran, a través de una trama discursiva intencionada, instituir identidades nuevas en una sociedad perpleja como la zacatecana. Sabedor del poder de las palabras, el eclesiástico que permanece en Cádiz, no las contempla como simples indicadores pasivos de las transformaciones político-sociales, para él representan «vectores que apuntan a nuevas realidades sociales y modelan nuevas experiencias. Los conceptos no se limitan pues a designar ‘la realidad’ sino AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Actas de Cabildo, subserie Correspondencia, exp. 51, snf. 288 Lucien Jaume, “El pensamiento en acción: por una historia de las ideas políticas”, en Ayer, No. 53, Asociación de Historia Contemporánea / Marcial Pons, Madrid, 2004, pp. 119-126. 289 Pierre Rosanvallon, Por una historia conceptual de lo político, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003, p. 13. 287

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que, en parte, también la constru­yen».290 Este ingrediente constructor de carácter prospectivo es designado por Koselleck como horizonte de expectativa; es decir, el discurso político posee­un germen de esperanza, de posibilidad.291 Considerando los anterior, el lenguaje que Gordoa vierte en las misivas dirigidas al ayuntamiento, contiene una serie de conceptos cuyo destino será su difusión en toda la provincia pues, como ya se mencionó, los documentos que recibía el cabildo de la capital intendencial se diseminaban en la jurisdicción entera. La argumentación que se lee en las cartas redactadas por Gordoa pre­tende seducir, incitar y construir; es ésta la apuesta por transformar la realidad política de la jurisdicción que representa. «En definitiva, el discurso político ejerce, a través de categorías, un poder simbólico, que explica las posibilidades en él encerradas de producir efectos en la realidad, es decir, de instituir la objetividad nombrada y categorizada en su trama».292 Así, los discursos de Gordoa, remitidos a través de cartas o enviados en formato impreso al Ayuntamiento de Zacatecas, poseen en su seno un dis­positivo de índole realizativa donde no bastaba con enterarse de su contenido: era preciso actuar. Actuación muy palpable en las autoridades de Zacatecas quienes incorporaron a su jerga el lenguaje constitucional, pero también organizaron elecciones en 1813 para enviar a su diputado a las Cortes Ordinarias; asimismo erigieron el Ayunta­miento Constitucional y trabajaron para sentar las bases que garantizaría la aplicación de las leyes gaditanas. Todo ello por instrucciones de José Miguel Gordoa que, desde la Península, había restablecido la comunicación con el cabildo local y le remitía, de vez en cuando, gacetas, documentos emanados del Congreso y, claro está, sendas misivas. Cabe señalar que en la provincia zacatecana existieron visos de resistencia, producto de una realidad que se negaba a morir y luchaba con fuerza por su permanencia. El oriundo de Sierra de Pinos, como hombre que no pudo escapar a su época, estuvo inmerso en las contradic­ciones del zigzagueante discurso que, paso a paso, buscaba coherencia sin encontrarla. El mundo político-conceptual hispanoamericano de las primeras décadas del siglo XIX se caracterizó por una mezcla no siempre congruente entre conceptos monárquicos, liberales y republicanos. En este tenor, desde nuestro punto de mira, es un desacierto calificar a José Miguel Gor­doa como un diputado liberal. Según Frédérique Langue, Mario Núñez, Mercedes de Vega, Veremundo Carrillo Reveles, Elías Amador, Ignacio Dávila Garibi y Rafael María de Labra, el diputado por Zacatecas tuvo una postura liberal. Sin embargo, analizando sus discursos y epístolas, es menester señalar que es indebido emplear términos absolutos en un momento histórico Javier Fernández Sebastián, 2004, op. cit. 2004, p. 6. Reinhart Koselleck, Futuro pasado, Paidós, Barcelona, 1993, p. 275. 292 Estela Fernández Nadal, 2008, op. cit., p. 40. 290 291

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donde los conceptos son resbaladizos y cambiantes. Dicotomías como insurgenterealista, Antiguo Régi­men-Modernidad y liberal-conservador, lo único que hacen es empobrecer la riqueza y complejidad de la época de estudio. El periodo gaditano no está coloreado de blanco y negro. En el alba de la centuria decimonónica, el liberalismo y el conservadurismo no represen­taban realidades homogéneas. Es cierto que los diputados se agrupaban en estos círculos autodenominándose de una u otra manera, empero, por más que se dijeran liberales o conservadores, sus ideas distaban mucho de serlo porque lo que se aprecia en sus discursos y posturas es una mezcla compleja de conceptos, actitudes y acciones donde se involucran, en ambas ideologías, elementos de distinta factura. La misma Constitución de Cádiz, considerada por algunos como liberal, fue un cuerpo legislativo donde se cruzaron diversas tradiciones de corte monárquico, constitucionalista, revolucionario, ilustrado, autonómico, iusnaturalista, etcétera. No obstante, es imposible caracterizar al proceso político en cuestión como dicotómico. Más bien, es preciso reconocer que no existieron totalidades coherentes y perfectamente delimitadas; en su lugar se pueden advertir partes difusas de un mismo proceso que se entremezclan, y, por tanto, confunde sus fronteras.293 Así, considerar a la Constitución Política de la Monarquía Española como un cuerpo legislativo puro, de carácter liberal, sería un error. De igual modo, ubicar a Gordoa en el ala liberal, representa un equívoco. En un periodo de crisis política, donde la inestabilidad fue característica generalizada, conceptos y discursos trans­mutaban con extremada rapidez. En este contexto, las concepciones sobre gobierno, soberanía, representación, ciudadanía, legitimidad y demás, sufrie­ron resemantizaciones y un claro afán manipulatorio. Ya lo ejemplificamos cuando el día en que se inauguraron los trabajos legislativos de las Cortes, la soberanía pasó de ser un atributo real, a considerarse un ente propiedad de la nación. Es por esto que, considerar a un cuerpo constitucional o a un individuo como liberal, conservador o absolutista, resul­ta impropio para la época, ya que el constante intercambio de discursos y conceptos motivó el enfrentamiento ideológico, la confusión ideológica, pero también la consabida comunicación que trajo como consecuencia la complementación y el enrique­cimiento de las tradiciones enfrentadas. Algunos conceptos políticos avanzaron y se comenzaron a redefinir sin muchas dificultades, no así otros que enfrentaron mayores problemas, como «patria» y «provincia», cuyo significado se confundía constantemente. Algo parecido sucedió con las voces de «ciudadano» y «vasallo». Nuestro personaje se conflictuó al utilizar ambos conceptos. La vaguedad y polivalencia de los términos es notoria cuando, en una de sus cartas, después de señalar que las actitudes exageradas de Véase María Eugenia Vázquez Semadeni, La interacción entre el debate público sobre la ma­sonería y la cultura política, 1761-1830, Tesis de Doctorado, El Colegio de Michoacán, Zamora., 2008, pp. 7-55. 293

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vasalla­je ofenden al Congreso soberano, afirma que la nación está conformada por súbditos que honran el gobierno emanado de las Cortes. Asimismo, en una de sus alocuciones, se refiere al vasallo como el individuo industrioso y útil a la nación, para después hablar en el mismo sentido del ciudadano. Más aún, en la correspondencia que enviaba a su Obispo, Gordoa se autodenominaba como su fiel vasallo. Al respec­to, Mercedes de Vega, pensando aún en los modelos políticos puros, justifica la supuesta equivocación del diputado: «La fuerza de la tradición traicionó a Gordoa, quien en vez de usar el término ciudadano, mucho más congruente con su argumento, todavía empleó el de súbdito».294 Tradición y novedad, hábito y alteración, realidad que se niega a desaparecer cuando otra está apenas emergiendo: transición política. El periodo en cuestión, se caracteriza por los múltiples sentidos políticos que adquieren los conceptos estelares dirimidos en la tribuna gaditana, pero también en gacetas, papeles sueltos, folletos, órganos de gobierno, así como en centros escolares, cafés, templos y la vía pública. En esta tesitura, es interesante observar cómo nuestro personaje tiene dificultad para definir una postura personal sobre el sistema de gobierno más conveniente. Si por un lado esperaba el regreso de Fernando VII para que gober­nara con mano firme la monarquía, por otro se congratulaba de la división de poderes y del gobierno liberal emanado de las Cortes. Citemos en forma textual ambos casos. En carta dirigida al inten­dente de Zacatecas, manifestó: «Luego que Nuestro Amado Soberano volvió a ocupar dignamente su solio, le dirigí una reverente, prolija y fundada exposición de cuanto consideré útil y benéfico a la provincia de Zacatecas y al ramo importante de la minería, produciendo mi exposición las soberanas resoluciones que instruí en la citada adjunta copia».295 Con un talante diametralmente opuesto manifestó el apoyo de la ciudad de Cádiz y el suyo propio que con «amor, respeto y adhesión» habían dado al Congreso Nacional. Sin embargo, un esclarecedor discurso pronunciado en tribuna el 14 de mayo de 1813, muestra la ambigüedad de Gordoa en este delicado tema. Haciendo referencia a un texto denominado Los delitos contra el Soberano, de Filangieri, define su idea de gobierno y los elementos que le deben acompañar: en todo Gobierno es necesario que se halle una autoridad absoluta, que dejando en los súbditos el derecho de hacerle presente cualquiera queja o representación, y la facultad de reclamar o de advertir, digámoslo así, al Soberano, de las obli­ gaciones que hay entre él y los vasallos, quite a éstos el predominio y el derecho de resistirle violentamente. Que resida en un hombre solo la soberanía, que se halle Mercedes de Vega, 2005, op. cit., p. 127. AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Actas de Cabildo, subserie Correspondencia, exp. 104, snf. 294 295

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en todo el pueblo, o que esté confiada a un corto número [...] siempre es aquella autoridad absoluta que puede precisar y obligar a que la obedezcan y que puede triunfar de todos los obstáculos [...] Sin este poder no hay gobierno; y al modo que no hay Constitución, si el hombre puede estar sujeto a la voluntad arbitraria, de la misma manera no hay Constitución alguna donde él no deba estar sujeto a ley, sin que se halle cosa de más imperio ni más autorizada que la misma ley. Cuando una porción, pues, de los vasallos acude a la fuerza para impedir la ejecución de las órdenes del Soberano, cuando en lugar de reclamar, representar y exponer las razones que parezcan conducentes para inclinarle a revocar la ley, se acude a la violencia, se toman las armas, y se declara una guerra abierta a su poder, entonces está injuriada la soberanía.296

Si consideramos los discursos de Gordoa en el Congreso así como el contenido de las cartas que envió a las autoridades zacatecanas, cabe hacernos una pregunta para ubicar su posición ideológica ¿Fue liberal o conservador? Analizando el lenguaje empleado, nuestro personaje actuó con base en su circunstancia, sin desco­nocer el peso significante de la monarquía, de los conceptos políticos tradi­ cionales y del mundo que estaba transformándose con prontitud. Cuando era necesario subrayaba el carácter monárquico de España, resaltando la figura del Rey cuya «persona es sagrada e inviolable, y su tratamiento el de majes­tad católica».297 Pero cuando la ocasión así lo requería había que destacar las bondades del gobierno representativo.298 Sin embargo, una cosa es por completo segura. Pese al devaneo político y a la fugacidad y alterabilidad de los concep­tos, Gordoa siempre se autodefinió como católico: «Lea el Sr. Alaja nuestras inmortales Partidas; vea las primeras leyes de la Novísima Recopilación, y se convencerá de que nuestros piadosísimos legisladores nada dejaron que de­sear al ardiente celo por la religión. Por fin ruego a S. S. me haga la justicia de creer, que aunque malo, me glorío de católico romano a fuerza de español, y de no querer ceder a nadie en contribuir a cuanto conduzca a mantener pura, íntegra, única, la religión de mi Nación: que por lo mismo, no sólo aprobaría y aplaudiría, sino que rubricaría con la sangre de mis venas la adición».299 Esta convicción de servir a Dios y de defender a la santa religión, no sufrió mella durante la estancia de Gordoa en la Península. Diario, 14 de mayo de 1813, p. 5267. Diario, 19 de agosto de 1813, p. 6001. 298 Es indispensable reiterar que durante esta inestable época, los conceptos políticos no pudieron asirse a un solo significado. Más bien se advierte que, lejos de ser términos unívocos, se caracterizaron por ser polisémicos. Al respecto véase Martín Escobedo, “Yo no sé cómo anda el mundo, ni atinar con la verdad. Los múltiples sentidos políticos de la voz independencia”, en Jaime Olveda (coord.), Independencia y Revolución. Reflexiones en torno del bicentenario y el centenario, t. IV, El Colegio de Jalisco, Guadalajara, 2012, pp. 53-75. 299 Ibidem. 296 297

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Hacia el final de las Cortes Generales y Extraordinarias, nuestro personaje go­ zaba de ascendencia entre los legisladores. Además de los discursos que pronunció, se condujo casi siempre con amabilidad y respeto. Asimismo, algo que se le reconoció, fue su postura respecto a la lucha por la independencia que se desarrollaba en la Nueva España. El Diputado zacatecano, postuló la idea de mantener íntegro al territorio; de igual forma pugnó por la cohesión de la monarquía y vio como enemigos a los que, en ultramar, incendiaban los campos, villas y ciudades, pre­gonando la falacia de la sedición. Además, tal vez sincerándose, admitió que el mejor gobierno era el monárquico moderado, por lo que, adoptó de manera consciente y reflexionada una postura de término medio. Este carácter prudente, sumado a sus dotes de acadé­mico y orador, le valieron para que fuera nombrado Presidente de las Cortes en el último periodo de actividades del cuerpo legislativo. Durante el breve periodo que fungió como Presidente del Congreso, del 24 de agosto al 20 de septiembre de 1813, Gordoa vivió días muy agitados. Con la premura que implicaba el cierre de actividades del Congreso, se dedicó a encabezar las reuniones diarias que a veces se prolongaban hasta muy tar­de. La urgencia por concluir con los trabajos lo obligó, incluso, a extender citatorios para reuniones extraordinarias que se celebraban por las tardes y se prolongaban hasta entrada la noche. Si a esto se le suma la epidemia de fiebre amarilla que por esas fechas asoló la ciudad dando muerte a eminentes diputados como Luján, Ramón Power, Mejía Lequerica y Capmany, entonces resulta más que evidente el inaplazable término de los trabajos legislativos. Fue en el contexto de la epidemia cuando se desató el rumor de que el Presidente de las Cortes había fallecido por esa maldita enfermedad que en América se conocía como vómito prieto. Apesadumbrados, los habitantes de la ciudad portuaria se reunieron en el exterior de la vivienda donde se alojaba el representante de Zacatecas, quien, para desmentir los falsos dichos, salió al balcón dirigiendo un corto mensaje. Ocupado en finiquitar detalles para el inminente traslado, el represen­ tante de Zacatecas tuvo tiempo para elaborar el discurso con el que conclui­ría formalmente el trabajo legislativo en las Cortes. Llegó el día esperado. En sesiones anteriores se había discutido el protocolo a seguir para cerrar con solemnidad tan fundamental trabajo. Se acordó que, después de acudir el grueso de los diputados al servicio religioso, celebrado en la catedral, donde agradecerían al Altísimo su bondad y venia para que las Cortes llegaran a feliz término, el cuerpo legislativo se reuniría en el lugar acostumbrado, donde el Presidente clausuraría las labores del Congreso luego de pronunciar un discurso. El día 14 de septiembre de 1813, desde el lugar más privilegiado del templo de San Felipe Neri, Gordoa brilló al pronunciar su famoso discurso. Comenzó 155

diciendo: «Entre las aclamaciones del pueblo más generoso de la tierra se instalaron es­tas Cortes Generales y Extraordinarias, y ahora vienen de dar gracias a Dios autor y legislador supremo de la sociedad porque les ha concedido llegar al término de sus trabajos».300 En efecto, las ideas políticas y religiosas se entre­mezclan en el discurso. El Todopoderoso es el legislador supremo, inspiración y fuerza de los diputados, hacedor de leyes y garante de la armonía social. En el discurso se alude en varias ocasiones a Dios, bien para agradecer, bien para suplicar, sin embargo, en toda ocasión se le reconoce como el creador y auto­ridad suprema del universo. Valiéndose de su amplio dominio en los campos de la gramática y la retórica, así como de la experiencia política adquirida en Cádiz, Gordoa confeccionó una trama discursiva magis­tral. Luego de dar gracias a Dios por el feliz término de los trabajos, hizo un recuento de las difíciles circunstancias que vivió el pueblo español, mismas que lo orillaron a establecer las Cortes. Antes de la invasión francesa —apuntó— la nación estaba «hundida en el polvo del abatimiento». Sumida en la corrupción, marcada por la ambición de los poderosos, mancillada por crímenes de Estado, postrada por una crisis en todos los ámbitos. Sin encontrar la salida a tan terribles males, «una mano sacrílega osó tocar y rasgar el sagrado depósito de la alianza de los pueblos con el príncipe»: una alianza que es un pacto, un contrato, para estar a tono con la teoría de la soberanía nacional. Gordoa asevera que la situación se agravó: «un tirano feliz había sustituido al derecho de gentes el derecho de la espada», nótese que subraya de manera contundente que la monarquía hispana es el producto del derecho de gentes, no de una voluntad divina que elige como depósito de la soberanía al rey. Con el tirano en la Península, «efímeros gobiernos se sucedían unos a otros y no mejoraba la situación de los pueblos». Por ello, se erigieron las Cortes que «se presentaron como la áncora que po­día salvar la nave del Estado en medio de tan horrible tormenta», ofreciendo promesas de leyes y libertad. Promesas con pocas posibilidades de cumplirse porque la poderosa Francia dominaba el continente; sin embargo, Dios pro­tegió a España para emprender la guerra. Las circunstancias eran adversas: «las desgracias se sucedían; crecía el orgullo de los vándalos, y a pesar de los últimos esfuerzos de los pueblos libres y del calor que procuraban inspirar los patriotas con sus palabras y con su ejemplo, la Península gemía casi toda en la opresión», por eso las Cortes se tuvieron que refugiar en Cádiz, para conti­nuar con su labor, que a la postre significó la salvación de la patria. Según la apreciación del Diputado pinense que fungía como Presidente del Congreso, las Cortes cumplieron a cabalidad porque se libraron de dos opresiones: «En el uno sacudimos el yugo extranjero; en el otro el yugo doméstico: en el uno escribimos con sangre el voto de vengarnos o morir 300

Diario, 14 de septiembre de 1813, p. 6223.

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[...] en el otro se escribieron las leyes que nos han reintegrado en los derechos que nos convenían como a hombres libres y como a españoles». Así de claro, Gordoa denunció una opresión doméstica que se cernía en la nación. No conformes con esto —prosiguió el eclesiástico— las Cortes erigieron los pilares donde descan­ só el edificio de la patria: «Levantar la Nación de la esclavitud a la soberanía; distinguir, dividir los poderes antes mezclados y confundidos; reconocer so­lemne y cordialmente a la religión católica, apostólica, romana por la única verdadera y la única del estado; conservar a los reyes toda su dignidad, conce­diéndoles un poder sin límites [...] dar a la escritura toda la natural libertad que deben tener los dones celestiales del pensamiento y la palabra; abolir los antiguos restos góticos del régimen feudal; nivelar los derechos y obligaciones de los españoles de ambos mundos [...]».301 Asimismo, el Diputado zacatecano reafirmó las libertades individuales consagradas en la Constitución: «soy un ciudadano, que en cualquier estado y condición, en cualquier ángulo de la monarquía, a la sombra de estas leyes, seré libre y feliz, y veré libres y felices a mis conciuda­danos».302 Esta expresión es una prueba fehaciente de que Gordoa ve en la Carta Magna un instrumento para la felicidad de las personas. A decir del legislador, la Constitución gaditana representa un instrumento que coadyuvará a remediar los males de la nación: «ella sola puede ser el iris de paz en las crudas tempestades que agitan a la desgra­ciada América, y ella sola será el lazo que una y estreche cordialmente a todos los hermanos de esta inmensa y virtuosa familia». Por ello, recomienda a los diputados de ultramar que propaguen con limpieza los principios que emanan de Constitución tan sabia: «decidles cómo queda pura, íntegra, ilesa la religión de sus padres; fijad su opinión, si se hubiese extraviado; y a aquellos pueblos que aún se hallan disidentes porque no conocen los deseos y verdaderas intenciones del Congreso Nacional, y que por lo mismo corren desgraciadamente alucinados en pos de una ideal independen­cia, decidles, convencedles que los mayores enemigos de la esclavitud no pueden desear mayor libertad que la que les asegura esta memorable Carta de nuestros derechos. Haced que bien instruidos en sus obligaciones y noblemente fieros de su dignidad, piensen y obren como españoles».303 En todo el discurso es muy evidente la intención ideopráxica de Gordoa. Con su bien meditada alocución, pretendía impresionar a los representantes y al público gaditano que escuchaba, pero además, su propósito trascendía los cuatro muros del recinto legislativo. Sabedor que la palabra del político «es una acción Ibidem. Ibidem. 303 Ibid., p. 6224. Lo puesto en cursiva no aparece en todos los impresos coetáneos al discurso, lo cual abre un tema discutible, siendo como es una fase del todo adversa a los movimientos separatistas de entonces. 301 302

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que em­puja a otra acción»,304 imprimió sentidos específicos a los conceptos que ma­nejó, organizando con ello una agenda tentativa de problemas y acciones que se discutirían y efectuarían con posterioridad. A sabiendas que muchas personas compartían la misma infraestructura categorial, utilizó los conceptos más caros de la época para confeccionar su discurso y otorgarle una orientación semántica moderada. Todo discurso implica la realización de acciones delimitadas «efectuadas en y por el ejercicio del lenguaje tales como afirmar, prometer, interpelar».305 Estas prácticas significantes ordenan el mundo político-social, le dan forma e incitan a los individuos a pensar de modos determinados y a realizar acciones específicas. Gordoa pronunció su discurso de clausura, entendiendo que modelaría conciencias, propiciaría posi­cionamientos, estimularía acciones y provocaría cambios; pero, entendiendo la lucha semántica que en esos momentos se libraba, también supo que el discur­so sería resemantizado, debatido y atacado. El último discurso pronunciado en la tribuna más alta de la nación es fecundo en voces políticas. En él pueden distinguir­se aquellas que constituyeron la base de la contienda parlamentaria y que no se agotarán en Cádiz, sino que formarán parte del debate público en Hispa­noamérica durante todo el siglo XIX. Esa es la importancia de la Carta gaditana: su trascendencia en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, más que la Constitución, lo verdaderamente relevante es el proceso que lleva a ella y el que se desbordó después de su promulgación, un proceso revolucionario que transformó el mundo Atlántico. Reanudemos los comentarios sobre el discurso a cargo de nuestro eclesiástico. Un concepto fundamental que esgrimió con particular interés fue el de soberanía, producto, según su criterio, de una alianza «de los pueblos con el príncipe». Desde su perspectiva, la soberanía no era una facultad divina depositada en el rey por el Todopoderoso. Pese a su condición de eclesiástico, reconoció la premisa del pacto soberano, donde los hombres, y no los designios divinos, eran los que marcaban la pauta en el ejercicio del gobierno. En el mismo tenor, reconoció dos dere­chos que representaban las bases de todo régimen: uno promovido por un sistema justo, otro impulsado por la tiranía. El primero es «el derecho de gentes», el segundo «el derecho de la espada». Al reconocer la idea de pacto y pronunciar­ se por la tendencia iusnaturalista moderna en la que se priorizan los derechos y deberes de los hombres y de los Estados, Gordoa está empujando una iden­tidad política acorde a lo que él creyó lo mejor para la nación. La alocución del Presidente del Congreso es por demás elusiva. Gordoa se define como ciudadano de una nación libre, que goza de derechos y obli­gaciones y Javier Fernández Sebastián, “Textos, conceptos y discursos en perspectiva histórica”, en Historia y grafía, núm. 19, Universidad Iberoamericana, México, 2002, p. 37. 305 Estela Fernández Nadal, 2008, op. cit., p. 30. 304

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es feliz en comunión con sus conciudadanos. El término ciudadano fue motivo de ácidos debates. Recordemos que el nacido en Sierra de Pinos defendió la condición ciudadana de los habitantes de América con raíces africanas. Con toda la intención lanzó esta frase de la ciudadanía feliz, para hacer mención —entre líneas— que había hombres condenados a ser desgraciados, porque este derecho funda­mental consagrado en la Constitución no los había incluido. También disertó sobre el desmoronamiento del pernicioso sistema feu­dal; la división de poderes, calificándola como la indispensable simetría de un buen gobierno; el reconocimiento del Estado de una sola y santa religión; la libertad de imprenta; los beneficios de la educación y propuso dotar al rey de «un poder sin límites para hacer el bien». Sin embargo, también señaló que la Constitución era «el baluarte de la libertad española» y dijo implícitamente que la Carta gaditana garantizaría la cohesión y el bienestar del reino. En este tenor, el rey, antes reve­renciado, de origen divino, en cuya testa coronada descansaba la integridad de la monarquía, pasaba a segundo término. ¿Por qué en el discurso de clausura no aparece una línea discursiva «co­herente»?, ¿cuál es la razón por la que, los conceptos, despojados del aura estabilizadora, adquieren sentidos ambiguos? Sencillamente porque la oscila­ ción conceptual es característica prevaleciente en el discurso político de este caótico momento. Las acepciones polisémicas de cada voz abundan, los con­ceptos políticos son el blanco de publicistas, eclesiásticos, políticos y público en general, pues las intrincadas redes comunicativas de ambos hemisferios habían crecido con tal celeridad, que es fácil imaginar a todos los sectores de la sociedad hispana consumiendo discursos políticos, pero también reelaborán­dolos según su particular circunstancia y cuestionando los significados confe­ridos a voces particulares. Inmerso en su circunstancia histórica, el discurso proferido por el pinense construyó una utopía moderada: alabó al rey de la misma manera que a la Carta Magna; se pronunció por la monarquía, pero constitucional; ocultó la cuestión americana y resaltó el vocablo «español», para evitar el potencial disolvente de las independencias en ultramar; promovió el derecho natural y de gentes como el que debía regir a la nación española. El valor simbólico conferido a los conceptos «quiso instituir en y por el discurso las identidades nuevas que debían ser reconocidas para producir en los hechos las transfor­maciones políticas que se proyectaban».306 Aquí, es imprescindible prevenir que es muy común juzgar con criterios actuales, conceptos y discursos acuñados en el pasado. Estas voces desempeñaron una función específica en el contexto de la segunda mitad del siglo XIX, por lo que tenían un sentido distinto al de hoy en día. Considerando lo anterior, es justo afirmar que el discurso aludido no navega en las aguas de la am­bigüedad ni está 306

Estela Fernández Nadal, 2008, op. cit., p. 50.

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atravesado por ideas políticas opuestas. Simplemente es fruto de una circunstancia particular donde las voces carecían de estabilidad, donde nada estaba definido y todo estaba por hacerse. Estudiar en momentos históricos determinados las voces políticas y los discursos en los que se in­sertan, es apostarle a una mayor comprensión del pensamiento político. Un pensamiento que ha constituido un universo siempre cambiante de prácticas y representaciones susceptibles a la creación de escenarios deseables. En lo concerniente al discurso de Gordoa, es preciso afirmar que al proponer nue­vas formas de hacer y decir política, construyó horizontes potenciales donde gravitaron mundos en construcción. El discurso del Señor Gordoa tuvo una duración aproximada de treinta y cinco minutos y fue acogido con fuertes aplausos. A su término, las Cortes levantaron la sesión, entre vivas y bendiciones. Sobre la reacción de los atentos escuchas que estuvieron presentes en el recinto legislativo, el Diario de sesiones consigna: «Concluida esta arenga, el innumerable concurso de todas clases y edades que coronaba las galerías, enternecidos hasta el extremo de verter lágrimas, derramándolas muchos de los Diputados y espectadores, prorrumpió en repetidos aplausos y aclamaciones, distinguiéndose entre las voces del regocijo y de la gratitud los vivas a la Nación, a la Constitución, a las Cortes, al Gobierno [...]».307 Acerca de la pieza oratoria a cargo del Presidente del órgano, el diputado canario, Antonio José Ruiz de Padrón, quien presenció la sesión, señaló que el discurso fue constantemente interrumpido con efusivas aclamaciones y con «muchas lágrimas de ternura y regocijo», produciéndose al final algo inesperado: a la salida de la sesión una multitud condujo a nuestro personaje hasta la plaza de la Constitución «donde se sucedieron los vivas y parabienes, en medio de los sombreros al aire y, sin poder contener el llanto de ternura del buen sacerdote, lo llevaron por la calle Ancha hasta su casa».308 Los festejos por el glorioso cierre de los trabajos legislativos siguieron durante la noche. La ciudad se iluminó y la quietud nocturna fue perturbada por «músicas y serenatas» que aparecieron por todas partes.309 Al concluir el trabajo de las Cortes Generales y Extraordinarias, éstas dejaron de trabajar, por lo que se dio su clausura. Así lo declaró el Diputado Presidente José Miguel Gordoa al concluir su discurso: «Las Cortes Generales y Extraordinarias de la Nación española, instaladas en la Isla de León el día 24 de septiembre del año de 1810, cierran sus sesiones hoy 14 de septiembre de 1813».310 Diario, 1870, t. IV, p. 6226. http://www.12noticias.com/index.php?pag=articulo.php&id=73&cat=8&subcat=74&npag=, consulta realizada el 22 de febrero de 2013. 309 Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, tomo V, Oficina de Don Tomás Jordán, Madrid, 1837, p. 394. 310 Diario, 1870, t. IV, p. 6226. 307 308

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Continuó la labor la diputación permanente, que presidió el Señor Espiga, cuya encomienda fue convocar y reunir a las Cortes Ordinarias. Sin embargo, las cosas no ocurrieron conforme a lo planeado. El conde de Toreno, protagonista de la gesta constitucional de Cádiz, relata la incursión de una variable inesperada que trastocó los planes legislativos. La fiebre amarilla, que se había extendido desde Gibraltar y se diseminaba por el sur de la Península, había azotado con fuerza a la ciudad portuaria. Al 16 de septiembre de 1813, habían fallecido decenas de individuos en Cádiz, entre los que se encontraban varios diputados. Precisamente, el Dr. Gordoa se vio envuelto en una circunstancia relativa al traslado de la diputación permanente a Madrid. Desde el 15 de septiembre aumentaron los rumores de que el gobierno radicado en las Cortes se mudaría de inmediato a otro lugar. El pueblo gaditano se inquietó porque, además de expandirse la fiebre se entreveía otro mal con la partida de los diputados que tanto brillo habían dado a la ciudad portuaria. La noche del 16 de septiembre, cuando nuestro personaje se dirigía a su casa, fue abordado por el diputado José Lorenzo Villanueva, quien, con voz agitada le comunicó «que la Regencia había determinado salir aquella noche o en la madrugada del día siguiente, a causa de la epidemia que decían estaba al declararse».311 Villanueva expresó su preocupación porque se decía que el pueblo estaba resuelto a impedir la salida del órgano de gobierno y de los diputados que decidiesen marchar del puerto, por lo que le propuso al Dr. Gordoa «que fuésemos a persuadir a don Pedro Agar, que presidía la Regencia [...] para que convocase a Cortes extraordinarias, a fin de que saliendo la Regencia con permiso de las Cortes, se evitasen a un tiempo el contagio indicado, las desgracias que amenazaban por la fermentación del pueblo, el desaire de la Regencia y acaso la disolución del Estado».312 Fue tal la insistencia de Villanueva, que el teólogo pinense lo acompañó a casa de Agar, en el entendido que lo hacía a su propio nombre pues dos días antes había dejado de fungir como Presidente de las Cortes. Ya en la habitación de Agar, Villanueva lo convenció que, por lo delicado de las circunstancias, debía convocar a Cortes Extraordinarias. Concluido el encuentro, nuestro personaje caminó hacia su casa. Cuando llegó, el portero le indicó que lo habían buscado en repetidas ocasiones para que acudiera a sesión extraordinaria de las Cortes. Descansó un poco en su cuarto y, envuelto en la penumbra de esa noche junto al mar, se dirigió al Salón de Sesiones, Joaquín Lorenzo Villanueva, Apuntes sobre el arresto de los vocales de Cortes, ejecutado en mayo de 1814, escritos en la cárcel de la Corona por el Diputado Villanueva, uno de los presos, Imprenta de don Diego García y Campot y Compañía, Madrid, 1817, p. 489. 312 Ibid., p. 490. 311

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donde, en efecto, encontró a sus homólogos reunidos.313 La asamblea abordó el caso de la enfermedad que, se decía, empezaba a extenderse por la zona. Se acordó formar una comisión cuya tarea sería verificar o descartar la presencia de la epidemia y, además, resolver el traslado de las Cortes a Madrid. Tras la indagación que se hizo durante algunos días, la comisión desvaneció las dudas al señalar que no había cundido la epidemia y que, por lo tanto, no era necesario el traslado de los diputados a otro sitio.314 Con esta resolución, terminó la formidable tarea de las Cortes Extraordinarias. Empero, al disolverse el Congreso, el trabajo no había terminado. Es cierto que a fines de septiembre de 1813 el saldo era positivo. Bajo la gestión de los diputados que promulgaron la Constitución gaditana, la monarquía española había dado signos de unidad y fortaleza frente al invasor y a la par orquestó la lucha por mantener los territorios de ultramar bajo el yugo de la corona hispana. Sin embargo, la labor desarrollada por las Cortes había trastocado principios políticos que se habían mantenido inalterables por cientos de años. Si a esto se le aúna que hacia 1808 la monarquía mostraba signos de debilitamiento, como la constante injerencia de validos en las decisiones torales del gobierno, la actitud omisa de distintos sectores a la voluntad real y la desdibujada autoridad del monarca en territorios lejanos, entonces es preciso anotar que la revolución emprendida en Cádiz sería de graves y profundas consecuencias.315 A partir de entonces, la trama política cambió diametralmente. Sabedor de la dimensión de las transformaciones, el Doctor Gordoa asumió su responsabilidad en Cortes. Es verdad que se acuerpó con los representantes americanos, no obstante, su posición nunca fue radical o servil. Más bien pugnó siempre por la medianía, es decir, por un sistema de gobierno monárquico templado, constitucional. Como hombre de Iglesia, defendió en todo momento a su querida institución y a la verdadera fe que siempre profesó y que con ejemplar actitud trató de difundir. Por ello, cuando se agotó la vida política de las Cortes en Cádiz, dio gracias al Creador por haberle permitido desempeñarse con decoro en el escenario político más importante de la nación. A la vez pidió nuevas fuerzas para acometer los trabajos que la representación de su provincia le deparaba, pues, enterado de que el representante de Zacatecas ante las Cortes Ordinarias no se presentaría en la península, se preparó para continuar como Diputado de su querida provincia, ahora en calidad de suplente. Ibidem. Véase Mikel Urquijo, 2010, op. cit., p. 266. 315 Jean Pierre Dedieu, Michel Bertrand, Lucrecia Enríquez y Elizabeth Hernández, “Abriendo la conciencia de Reino: Cádiz y las independencias americanas”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago, núm. 121, 2012. 313 314

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La convocatoria a Cortes Ordinarias fue publicada en mayo de 1812 por el Congreso constituyente. Para el caso de América, la convocatoria a Cortes se dio a través de un documento denominado Instrucción conforme a la cual deberán celebrarse en las provincias de ultramar las elecciones de Diputados de Cortes para las Ordinarias del próximo año, proyecto aprobado y publicado por los diputados de Cádiz el 23 de mayo de 1812.316 De acuerdo a este documento tendrían que celebrarse Juntas preparatorias en las Diputaciones provinciales de América.317 Estas Juntas tendrían la responsabilidad de organizar y validar las elecciones. Así, este órgano sería el encargado de dividir en provincias cada Diputación Provincial y señalar proporcionalmente cuántos representantes corresponderían a cada partido, considerando que se elegiría un Diputado por cada 70 mil almas. Asimismo, la convocatoria fijó el 1 de octubre de 1813 como el día en que arrancarían los trabajos legislativos. Precisamente esa fecha comenzó el trabajo de las Cortes Ordinarias, no en Cádiz, por aquello de las dudas sobre la epidemia, sino en la Isla de León, que cambió de nombre a ciudad de San Fernando. El eclesiástico pinense acudió como diputado suplente de la provincia de Zacatecas a la sesión inaugural de las Ordinarias. Más tarde, el 14 del mismo mes de octubre, se registró la última sesión en este bastión gaditano, pues los diputados resolvieron trasladar el Congreso a Madrid, ciudad que dejó de estar en poder de la tropa invasora. Luego de arreglar distintos pendientes, el Señor Gordoa dispuso su marcha a la Corte de Madrid. Enfermo y sin dinero, dejó la resolución de su caso a la misericordia del Señor. No esperó mucho. En diciembre de 1813 un viejo conocido que hizo su fortuna en las minas zacatecanas, don Julián Permartin, le franqueó un crédito de dos mil duros para que el teólogo pinense emprendiera su viaje.318 Con el ánimo fortalecido llegó a la capital española a fines de diciembre. Las noticias de la situación de la península eran halagüeñas: los ejércitos patriotas le arrebataban día a día más territorio a las milicias francesas, aprovechando que éstas habían emprendido una retirada gradual para reforzar la campaña de Rusia, pero además, se preparaba la reanudación de las Cortes Ordinarias cuyas miras eran ambiciosas. Leyes electorales y proyectos de ley, Imprenta Hijos de J. A. García, Madrid, 1906, pp. 84-88. Según lo dispuesto en la Instrucción, se establecerían Juntas preparatorias en: México, capital de la Nueva España; Guadalajara, capital de la Nueva Galicia; Mérida, capital de Yucatán; Guatemala, capital de la provincia del mismo nombre; Monterrey, capital de la provincia del Nuevo Reino de León; Durango, capital de la Nueva Vizcaya; Habana, capital de la isla de Cuba y de las dos Floridas; Santo Domingo, capital de las isla del mismo nombre; Puerto Rico, capital de la isla homónima; Santa Fe de Bogotá, capital de Nueva Granada; Caracas, capital de Venezuela; Lima, capital del Perú; Santiago, capital de Chile; Buenos Aires, capital del Río de la Plata y Manila, capital de las islas Filipinas. Ibidem. 318 AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, subserie Correspondencia, exp. 80, snf. 316 317

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De nueva cuenta nuestro personaje estuvo presente en la reinstalación de las Ordinarias en Madrid, el 15 de enero de 1814, primer día de sesiones. Había tenido noticia que, por indicaciones de la Diputación Provincial de la Nueva Galicia, en el partido de Zacatecas se habían desarrollado ya las respectivas elecciones, donde fue designado un paisano suyo, el Dr. José Cesáreo de la Rosa. Al igual que José Miguel Gordoa, De la Rosa nació en Sierra de Pinos y perteneció a una familia católica y acaudalada. Después de estudiar primeras letras pasó a la capital tapatía donde adquirió fama como alumno sobresaliente. Obtuvo los grados de Maestro en Filosofía y Doctor en Teología en la Universidad de Guadalajara. Trabajó como sacerdote en esa ciudad y al mismo tiempo como catedrático en el colegio seminario de San Juan Bautista. Debido a su creciente prestigio fue electo diputado por la provincia de Zacatecas a las Cortes Ordinarias. El 21 de septiembre de 1813, encontrándose de visita en San Juan de los Lagos, se le notificó sobre su nombramiento. Desde ese lugar, escribió al ayuntamiento de Zacatecas en el tenor siguiente: «[…] sólo siento no tener las luces necesarias para desempeñar dignamente una comisión de tanta gravedad e interés […] pero daré todo por engrandecer mi acrisolado patriotismo y decidida adhesión a la justa causa que heroicamente sostenemos contra los enemigos de ambas Españas. [No tengan duda de que me] sacrificaré sin reservas por el bien particular y el de la Monarquía, contando para ello con la protección del cielo».319 Desde fines de septiembre de 1813, De la Rosa se ocupó en los preparativos de su viaje. Del otro lado del Atlántico, como vimos, su coterráneo Gordoa terminaba su encomienda e iniciaba otra con el propósito de no dejar sin representación a su amada provincia. Durante la segunda parte de enero de 1814 y en los meses de febrero y marzo nuestro personaje, ya acreditado como diputado suplente por Zacateas, se desempeñó con discreción en el Congreso. La situación de la España cambiaba rápidamente. El centro de interés de Napoleón había cambiado. Si bien antes se había interesado por la península Ibérica, la geometría de la guerra cambió. El énfasis ahora estaba en Rusia, por lo que retiró apoyo al régimen invasor así como tropas del territorio español. Si a esto se le suma el soporte económico, logístico y bélico que los ingleses brindaron a los patriotas, entonces era casi seguro que los hispanos terminarían expulsando al ejército invasor. Para reforzar el optimismo, el 11 de diciembre de 1813, con el Tratado de Valençay, se restituyó al deseado Fernando, quedando sin efecto ni justificación la presencia gala en la península. Sin embargo, esto no significó que el ejército intruso se retirara sin presentar pelea. Luego de varios choques entre patriotas y franceses, la última y definitiva batalla 319

AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, caja 2, exp. 14, año 1813, f. 1r.

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tuvo lugar en Toulouse el 10 de abril de 1813. Con ella, la guerra de independencia española llegaría a su fin. Entretanto, las Cortes Ordinarias siguieron sesionando. Como era inminente el arribo de Fernando VII al territorio español, los diputados se dispusieron a preparar su regreso. En los detalles surgió una fisura que se agrandó hasta causar una profunda división entre los representantes. Unos decían que, con base en la Constitución, el rey debía prestar juramento y que debía someterse a la Carta gaditana, para ello, las Cortes y la Regencia organizaron un itinerario que debía seguir el rey con el objeto de no demorar su llegada a Madrid y allí ejecutar la jura; otros apelaban a la soberanía real, sosteniendo que el monarca no debía someterse al legislativo, por lo que entraron en conciliábulo con él, convenciéndolo de cambiar la ruta y preparar así las aclamaciones del pueblo y la restauración del trono. Fue entonces cuando se redactó y firmó por varios representantes el famoso Manifiesto de los Persas —que se analizará con más detalle en el siguiente capítulo—, mismo que pugnó por el restablecimiento del absolutismo. El regreso de Fernando VII se verificó en pausada marcha, concebida para preparar las condiciones del retorno al absolutismo. De Zaragoza siguió a Valencia y de allí a Madrid, a donde arribó el 13 de mayo de 1814, no sin antes abolir el régimen constitucional. Así, las Cortes Ordinarias se disolvieron el 4 de mayo, quedando los diputados a expensas de la suerte. El representante electo por Zacatecas a las Ordinarias, José Cesáreo de la Rosa, alcanzó la península encontrándose con la sorpresa de que las Cortes habían dejado de sesionar por orden del rey. Neófito, no atinó de momento cómo proceder. El que sí acertó fue quien lo suplió: José Miguel Gordoa. Instalado en Madrid, logró colarse entre el aparato burocrático de la Corte, logrando establecer contacto con el flamante Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias, el novohispano Miguel Lardizábal y Uribe. Haciéndole ver las penurias que venció para llevar una limpia y honrada representación de su provincia, el 8 de julio de 1814 le entregó dos cartas que resumían las aspiraciones de la jurisdicción de Zacatecas, a saber: Primera. Que conforme a lo dispuesto por la real cédula del año de 1781 se declare que la exención de alcabalas que en ella se concedió a los mineros comprende todos los artículos necesarios a su giro, cualquiera que sea el nombre y calidad de ellos, y el sujeto que los introduzca, quedando en consecuencia abolidas las interpretaciones y restricciones con que hasta aquí se ha entendido, y practicado contra el espíritu y objeto y aun contra el literal sentido de la referida cédula, frustrando la remoción de uno de los mayores estorbos de la prosperidad del ramo de minería. 165

Segunda. Que para hacer efectivas las generosas intenciones de vuestra majestad y sus expresas miras en el interesante decreto de 26 de enero de 1811 a favor de la libertad del comercio de azogue, se sirva vuestra majestad declarar aquellas palabras del decreto: “El repartimiento (de azogue) se haga precisa y privativamente por los respectivos tribunales de minería”. Se entiende para este efecto comprendidas en la voz de los tribunales las diputaciones territoriales del reino, quedando al cargo del tribunal único de minería, que reside en México hacer los repartimientos generales, no por cajas, sino por diputaciones que hagan los particulares a los mineros, y allanar las dificultades, dando cuenta a vuestra majestad con las medidas que tome para vencer las que oponga a esta práctica el Estado, o naturaleza de las diputaciones por ser de otro modo nula o inaplicable la gracia que en esta parte intenta el decreto, como lo persuade la razón en que se funda. Tercera. Que para conciliar la práctica con la disposición del artículo 6º, título 2º, de las ordenanzas con beneficio de los mineros en ambos extremos, se permita en sus pleitos a las partes la elección de abogados, que formen y firmen sus escritos en obvio de la confusión, y embrollo, con que por ignorancia muchas veces afectada, se convierte en un obstáculo para saber la verdad, el medio adoptado para indagarla en la remoción de todo trámite forense, y exclusión de letrados, quedando inevitablemente impunes los autores de los daños a la sombra de una disposición por otra parte no menos útil que necesaria, de cuyo espíritu podrán cuidar fácilmente los juzgados de minería; quedando en todo lo demás lo prevenido en las mismas ordenanzas. Cuarta. Que hallándose en todo el citado título 2º tan repetida y notablemente recomendada a todos los juzgados de minería la sencillez y brevedad en los juicios, y pleitos de los mineros, habiendo hecho para lograrla privativa de las diputaciones territoriales la jurisdicción contenciosa con independencia aun del Tribunal de Minería, y siendo esto inasequible después de lo mandado por la real orden de 5 de febrero de 1793 en que se dispuso fuesen los justicias territoriales presidentes de las diputaciones de minería en todo lo contencioso, se revoque esta determinación tan opuesta a la prosperidad de la minería menos que al espíritu, y expreso objeto de las ordenanzas de este cuerpo; o se interrumpa por lo menos la práctica de aquella disposición hasta que, conforme al artículo 272 de la Constitución se hayan establecido los jueces de letras, declarándose desde luego tocar esta facultad a ellos solos y no a sus tenientes. Quinta. Que estando los minerales de la provincia de Chihuahua, Nueva Vizcaya y otros ubicados a una enorme distancia de Guadalajara, y los de crédito de Nueva Galicia en la comprensión de la provincia de Zacatecas, cuya capital dista menos 166

de aquéllos, se traslade a ella el juzgado de alzadas que, en Guadalajara, la razón de acuerdo con la más lastimosa experiencia, convence, es, por todos los aspectos, una traba o daño, antes que un auxilio o beneficio para el giro de los mineros; o se erija en la ciudad de Zacatecas, y en Durango por lo menos el que debe haber en cada provincia conforme a la expresa disposición del artículo 13, título 2º, de las Ordenanzas de Minería en la forma que en ellas se prescribe.320

Asimismo, refrendaba otras gracias que había solicitado con anterioridad: la instalación de una Casa de Moneda en Zacatecas, la erección de una Diócesis y que en el partido se estableciera una Diputación Provincial. Todo parece indicar que la gestión del eclesiástico pinense fructificó, dado que exactamente un mes después, Lardizábal respondió con una instrucción dirigida al virrey de la Nueva España, instruyéndolo a: 1. Que se circule nuevamente a todas las administraciones de rentas de los Reales de Minas la lista de efecto que se circuló el año 1798 con el objeto de que fuesen exentos del derecho de alcabala por ser de primera necesidad para todos los trabajos, obras y atenciones de los mineros y hacenderos de beneficio de plata en sus penosas y útiles tareas, y que a estos artículos se añadan las de maderas que hayan de emplearse en los ademes, y fábricas de las minas y haciendas de beneficio como son vigas, viguetas, tablas y gualdrillas y otras semejantes, y los fuelles destinados a los hornos de fundición y de forja para la fábrica y recomposición de las herramientas y utensilios de las propias minas; en inteligencia de que estas gracias han de ser extensivas a los territorios de las administraciones subalternas, y receptorías dependientes de los mismos Reales o asientos bien sean estos de oro o plata, o de cobre, o de cualesquiera otros metales. 2. Que debiendo hacerse el repartimiento de azogue en general por el Tribunal de Minería, se haga el particular o individual por las diputaciones respectivas; todo conforme a un reglamento particular que deberá formar el propio Tribunal con aprobación de V. E. en el que se conciliará la rectitud y equidad en el modo de distribuir el azogue para evitar reclamaciones y quejas con la mayor seguridad de que la Real Hacienda perciba su valor. 3. Que informe el Tribunal después de haber consultado con las personas de más práctica y conocimientos en los asuntos contenciosos de la minería, si será útil derogar el artículo quinto del título tercero de las ordenanzas del ramo que prohíbe el que los letrados firmen los escritos de las partes en los asuntos que se ventilen; y se convendrá dejarlas en libertad de que escojan el abogado de AGI, Indiferente, 1354. Tomado de: Beatriz Rojas, Juras, poderes e instrucciones. Nueva España y la Capitanía General de Guatemala, 1800-1820, Instituto Mora, México, 2005, pp. 470-479. 320

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quien tenga más confianza para esforzar y sostener sus derechos; sin que esto sea un precepto de vigorosa observancia; sino voluntario respectivamente al que le quiera guardar, pudiendo cada cual en negocio propio firmar y presentar sus instancias en este requisito. 4. Que asimismo informe el propio tribunal previos los más exactos informes, si son ciertos los perjuicios que se suponen experimentase con lo prevenido por Real Orden de Febrero de 1793 ampliando el artículo cuarto del título 3 de la citada ordenanza tocante a que conozcan los jueces reales y los intendentes, donde los hubiese, con las diputaciones territoriales en los asuntos de minas, de jurisdicción contenciosa; y qué método será conveniente subrogar a este que ahora se observa para la administración de justicia de los mineros. 5. Que también exponga motivadamente el referido Tribunal si traerá alguna utilidad y conveniencia el trasladar de otro punto el Tribunal de Alzadas que existe ahora en Guadalajara o si será más del caso establecer otros en las ciudades de Zacatecas y Durango a fin de que los mineros de las Provincias Internas disfruten los beneficios que deben experimentar de dirigir sus recursos a lugares menos apartados de su domicilio. 6. Que el mencionado Tribunal informe del propio modo si deberá subsistir la Casa de Moneda que se ha puesto provisionalmente en Zacatecas o si será más útil trasladarla a otro punto interior, de manera que todas las provincias lejanas de esa capital, participen de los buenos resultados que se asegura ha producido este establecimiento. 7. Y últimamente que manifieste con toda extensión los medios de restaurar el importante ramo de la minería y repararle de las pérdidas a causa de la insurrección, sin perjuicio ni menoscabo de la Real Hacienda, ejecutándolo todo con la mayor brevedad por conducto de V.E. que expondrá también habiendo oído a sujetos de instrucción y de su mayor confianza cuanto le parezca acerca de lo que el Tribunal manifieste sobre todos los puntos que van insinuados, y de que Su Majestad quiere que se instruya radicalmente.321

Esta larga cita da cuenta de que el Doctor Gordoa tuvo ascendiente en el estrecho círculo de los ministros del rey, entre los que se encontraba Lardizábal, porque, además de concederle buena parte de lo solicitado para Zacatecas, le fue otorgada a título personal una prebenda en la Catedral de Guadalajara. Gordoa expresa la forma en que realizó el trámite: «al mismo tiempo suplicaba a S. M. se dignase colocarme en alguna de las santas iglesias de Nueva España si para esto fuera mérito suficiente haber servido en diferentes colegios, diferentes cátedras, desde las de Gramática hasta la de Sagrada Teología por el espacio de diecinueve años, así como 321

Ibidem.

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otros servicios propios de mi estado y de mi carrera».322 Según el propio Gordoa, dicha petición fue turnada a la Real Cámara. Allí se le citó para que eligiera un sitio donde sería beneficiado con la prebenda. Como ya se mencionó, nuestro personaje eligió la capital tapatía, por lo que a principios de 1817 se le designó como Medio Racionero de esa catedral. Otra muestra de que el Doctor Gordoa fue apreciado entre los ministros del régimen absolutista, la constituye el que no haya sido acusado de actuar contra la soberanía del rey cuando se desempeñó como Diputado en Cortes. Si se leen con detenimiento sus discursos, es claro ver cómo se decantó por la soberanía de la nación, no obstante, eso fue inadvertido por los Secretarios de Estado. Tras el retorno del absolutismo se emprendió una cacería contra todos aquellos que atacaron la soberanía del rey y, por ende, colocaron en los hechos a una autoridad por encima del monarca. Con la intención de enviar un severo mensaje a los partidarios del liberalismo, se aprehendió a varios tribunos y a otras personas acusadas del crimen de lesa majestad, además de imputárseles otros delitos que atentaban contra el Estado. En los juicios que se abrieron para procesar a los infractores aparecieron delatores y testigos, entre otros, el célebre diputado de la provincia de Puebla y Presidente de las Ordinarias en el momento de su disolución, Joaquín Antonio Pérez Martínez.323 Sus declaraciones fueron la base para encarcelar a varios diputados de las Extraordinarias, como Miguel Ramos Arizpe, Joaquín Lorenzo Villanueva y Diego Muñoz Torrero. Revisemos algunas preguntas que les hicieron a los detenidos, porque muestran que en realidad la persecución fue política, en especial por atentar contra la persona y el poder del monarca. El interrogatorio al que fueron sometidos estuvo integrado por 42 cuestiones, a las que debían responder con amplitud. Por ejemplo, la pregunta número 10 decía a la letra: «Si las Cortes Generales y Extraordinarias hicieron división de poderes del estado, y cuál fue el que éstas se reservaron».324 Esto es una alusión directa a lo propuesto y promulgado por las Cortes con el objeto de instalar en el gobierno una serie de contrapesos para evitar el ejercicio del poder de manera despótica y tirana por parte del rey. Otra interrogante fue: «Si con sus discursos y opiniones ha sostenido en las Cortes la Soberanía del pueblo»,325 o bien «Si no hace memoria que en el artículo que se AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, subserie Correspondencia, año 1819, snf. Juan Pablo Salazar, “La abrogación de la Constitución de Cádiz y el Diputado de la Puebla de los Ángeles, Antonio Joaquín Pérez Martínez”, en José Luis Soberanes y Serafín Ortiz, Tlaxcala y las Cortes de Cádiz, UNAM / UAT, México, 2013, p. 52. 324 Joaquín Lorenzo Villanueva, Op. cit. p. 493. 325 Ibidem. 322 323

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ha referido del proyecto de la Constitución, las últimas que en él se contenían y que fueron suprimidas, eran: Que a la nación pertenecía el derecho de adoptar la forma de gobierno que más le conviniese».326 A todas luces, lo que pretendía la parte acusadora era que los inculpados aceptaran haber participado en la maquinación contra el rey aprovechando su ausencia. Pero además querían aprehender a otros involucrados, así lo muestran las siguientes preguntas: «24. Si para las discusiones y resoluciones de las Cortes precedían reuniones o juntas particulares de algunos diputados, para preparar los negocios que habían de tratarse en dichas Cortes, y si el declarante concurrió alguna vez a estas reuniones o juntas. 32. Si las Cortes tomaron algunas providencias con noticia de las reuniones y escándalos de que se hablaba en los cafés de Cádiz y otros sitios públicos, y en los cuales se decía que se hablaba con ofensa y menoscabo de la autoridad y persona sagrada de S. M. el señor don Fernando VII».327 Las revelaciones que hicieron los procesados fueron trianguladas con testimonios de personas que estuvieron en el lugar de los hechos y que, de alguna manera, se involucraron con los detenidos. Así, la parte acusadora citó a varios individuos para que asentaran su dicho. Tomás de Norzagaray afirmó que cuando él intervino en Cortes, los asistentes a las galerías le gritaban interrumpiéndolo: «fuera» o «muera». También advirtió que muchos diputados tenían especial predilección por las ideas republicanas. Por su parte, José Riegas, aseveró que las ocasiones que él asistió a las Cortes notó que cuando se trataba en tribuna algún asunto que interesaba a los liberales «había una especie de seña que notó algunas veces que la daba Gallardo desde la galería baja con ciertos movimientos de cuerpo, o con el dedo para que los de las otras aplaudiesen o reprobasen [...]».328 El Sr. Cristóbal Gómez y Güemes, señaló que vio con preocupación cómo en Cádiz el derrotero que seguían las Cortes iba directo a lo acaecido en Francia, pues conocía la historia de la Revolución francesa por haber leído un libro sobre el tema, y atestiguaba con preocupación cómo las resoluciones de los diputados liberales estaba más cercana a la de los revolucionarios franceses y lejos de los preceptos del gobierno real. Sin embargo, cuando un diputado del partido que se le llamaba servil pretendía detener los avances de los republicanos, «se le perseguía inmediatamente».329 Asimismo, el capellán de honor de S. M., Francisco José Molle, dijo ante el juez Manuel Mejía, que estuvo al pendiente de lo acontecido en las Cortes y en Cádiz. Asistió a las galerías, Ibidem. Ibid., p. 494. 328 Ibid., p. 482. Gallardo escribió el Diccionario crítico burlesco mientras se desempañaba como encargado de la Biblioteca de las Cortes, motivo por el cual el asunto de su expulsión fue tratado en tribuna por escribir esa sátira; no obstante, gracias a su estrecha relación con los liberales, la separación fue desechada. 329 Ibidem. 326 327

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donde corroboró escuchando a criados, amigos y parientes de los diputados —en especial de Muñoz Torrero— su predilección por las ideas liberales, así como formar extractos para su periódico. También afirmó que los diputados del partido liberal se reunían constantemente en la casa de Villanueva, alcalde de la ciudad. Mencionó además que Villanueva y Torrero estaban implicados en el envío de emisarios a las diferentes regiones de la península con el propósito de diseminar la ideología liberal. También afirmó que cuando el diputado Gallego subía a tribuna, se dirigía a una parte de las galerías, donde se encontraban Aldama, Moreno Guerra y otros, acto seguido, empezaba el alboroto y demás demostraciones de aplauso o repulsa. La lista de preguntas incluyó una relacionada con los alborotos del 16 de septiembre de 1813, cuando el pueblo gaditano se preparó para impedir la partida de los diputados. En tal cuestión se vio involucrado el Dr. Gordoa pues, como ya se mencionó, esa noche acompañó Villanueva al domicilio del Presidente de la Regencia para solicitarle se citara con urgencia una sesión de Cortes Extraordinarias. Ante la imputación que de él hizo el propio Villanueva, el eclesiástico pinense respondió con una carta donde se deslinda como protagonista de los tumultos ocurridos durante esa noche. Libre de toda sospecha, el Doctor Gordoa pidió pasaporte para emprender el viaje a Guadalajara, la tierra que durante muchos años le había brindado cobijo y protección. Existe un vacío documental sobre el paradero del teólogo en el lapso que va de fines de 1815 a 1816. De este periodo únicamente se cuenta con una carta firmada por el eclesiástico en Madrid, el 17 de mayo de 1815, por lo que suponemos que viajó a la Nueva España en los últimos meses de ese año o en los primeros del siguiente. Atravesó el Atlántico en una circunstancia distinta a la de su partida: para esa fecha la ocupación francesa era cosa del pasado, ya casi no había insurgencia en territorio novohispano, el rey gobernaba de manera absoluta y, además, a él le precedía una bien ganada fama por el estupendo trabajo que realizó en el Congreso. Gracias a una carta que en diciembre de 1819 nuestro personaje envió al ayuntamiento de Zacatecas para restablecer su «honor vulnerado» y, de paso, recordar a ese cuerpo la deuda que había contraído en la península cuando la representó en Cortes, expuso que, cumplida la encomienda, regresó a este reino y, antes de dirigirse a la capital tapatía, llegó a la ciudad de Zacatecas para informar a los regidores, de viva voz, el resultado de su representación: «En el brevísimo tiempo que estuve en esa capital con el fin de visitar a los individuos de su Muy Ilustre Ayuntamiento, no pude ejecutarlo con todos, en razón de serme preciso continuar luego mi marcha».330 Al arribar a Guadalajara dio gracias a Dios, se entrevistó con su Obispo y se dispuso a proseguir con su vida. No obstante, las cosas eran diferentes de cuando 330

AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, subserie Correspondencia, año 1819, snf.

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partió. En todo el virreinato se respiraba un nuevo aire. Las ideas promovidas en las Cortes —de las que él formó parte fundamental—, proporcionaron una nueva forma de concebir la política. Pese a que se había reinstalado el absolutismo, era imposible regresar a 1808. El mundo simbólico de 1816 había sido insuflado por las ideas liberales gaditanas. Cuestión fundamental que traería consecuencias profundas. Retomemos la interrogante que da título a este apartado. ¿Vino viejo en odres nuevos? Si se analiza con detalle la evolución del discurso y de los conceptos políticos en el periodo 1808-1814, es posible entrever dos momentos coyunturales. Al principio, la realidad fue tan cambiante e inédita, que superó con mucho al lenguaje político existente. Conceptos como soberanía, representación política, Cortes, poseían un significado reducido a un mundo que no había sufrido alteraciones sustanciales durante mucho tiempo: vino viejo en odres nuevos. Sin embargo, los galopantes cambios propiciaron que diputados, intelectuales, publicistas y letrados se esforzaran hasta el tuétano para revertir la desventaja del lenguaje político. Según Koselleck, quienes intervinieron con discursos y textos reflexionando el complicado episodio político, dotaron de un elemento de posibilidad a los conceptos, así, éstos fueron creando horizontes de expectativa coadyuvando a crear escenarios potenciales. De esta manera, los conceptos caminaron al frente dejando atrás a la realidad, pero incentivándola a transformarse: vino nuevo en odres viejos.

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El regreso a Guadalajara Consumada la labor de las Cortes constituyentes, nuestro personaje permaneció unos días más en la punta sur de la península Ibérica. En la sesión decimoséptima de la Diputación Permanente efectuada el 25 de septiembre de 1813, fue nombrado Diputado suplente para las Cortes Ordinarias. La suplencia indicaba que desempeñaría el cargo hasta que arribara a la capital de la monarquía el Diputado propietario de la provincia de Zacatecas, don José Cesáreo de la Rosa. Ante la amenaza de que la fiebre amarilla se extendiera, las Ordinarias iniciaron sus trabajos en la isla de León sólo por unas semanas. Cuando las Cortes deciden trasladarse a Madrid, en ese lugar continúa con la representación de su provincia. A decir de Mikel Urquijo, en las sesiones de estas Cortes Ordinarias el político pinense tuvo un papel discreto, quizá porque los asuntos tratados no despertaron su ímpetu parlamentario. Hasta esa capital le llegó en el mes de abril de 1814 información de Zacatecas. En dos cartas que esperaba desde hacía treinta meses, el cabildo de la ciudad cabeza de partido le expresaba su reconocimiento, al tiempo que le daba a conocer excelentes noticias: «Las novedades llegadas del septentrión eran bastante buenas pues, al parecer, el ayuntamiento de la capital de su provincia reconocía las peticiones formuladas por su diputado durante los tres años anteriores. Le informaba de la disposición local de elegir el nuevo ayuntamiento en los tér­minos establecidos por la Constitución de la Monarquía Española y, lo mejor de todo, ponerse al corriente en el pago de sus deudas con su diputado».331 También recibió otras dos epístolas de la Diputación de minería de Zacatecas. Fechadas en los meses de abril y octubre de 1813, las misivas instruían a Gordoa sobre las peticiones y demandas de la provincia minera. Le pedían que pugnara ante la autoridad correspondiente por el establecimiento definitivo de la Casa de Moneda en la capital de la intendencia, por la reducción de impuestos a la producción argentífera, así como también por abastecer de «azogue en caldo» a la provincia. Con un peso menos derivado de las cuestiones pecuniarias y enterado de las demandas de los mineros de su provincia, siguió, como ya dijimos, con su trabajo en Cortes, esperando la llegada del diputado titular. En ese ínterin recibió una invitación a cargo de un grupo de legisladores encabezado por Bernardo Mozo Rosales. Se le pidió participar en la redacción y firma de un documento —conocido posteriormente como Manifiesto de los Persas— en el que se prepararía el regreso del amado soberano Fernando VII, así como la abolición del sistema constitucional puesto en marcha durante la ausencia del monarca. Con extremada 331

José Enciso Contreras, 2010, op. cit., p. 199.

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cortesía, Gordoa se rehusó, aduciendo compromisos de otra índole. La verdadera razón: él era partidario de la monarquía moderada. Como es sabido, Fernando VII restauró el absolutismo en mayo de 1814, acto seguido las Cortes se disolvieron. Nuevamente las palabras eran instrumentos formidables para construír escenarios. Mediante un decreto fir­mado en Valencia el 4 de mayo, El Deseado derogó el gobierno constitucional porque, según su criterio, no promovía el ejercicio de una monarquía mo­derada, sino que impulsaba un gobierno popular ajeno a los intereses de la monarquía. Ante la nueva circunstancia, los diputados tomaron rumbos distintos. Algunos fueron tachados de anár­ quicos y liberales, por lo que fueron perseguidos y encarcelados. Otros, como los firmantes del Manifiesto de los Persas, serían recompensados con diferentes premios y prebendas. Pese a que apoyó distintas iniciativas de los legisladores americanos, catalogados como radicales, nuestro personaje fue tratado con benevolencia por el Gobierno absolutista. Con las Cortes li­quidadas y un rey acotado por su nutrido cuerpo de consejeros y funcionarios, el pinense decidió gestionar en Madrid las demandas más sentidas de la pro­vincia de Zacatecas. Como ya se mencionó en el capítulo anterior, el eclesiástico Gordoa dirigió dos cartas al Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias, donde le manifestaba su acendrado amor por Zacatecas, mismo que le empujaba a solicitar distintos beneficios pedidos por las autoridades de su provincia. Como la vocación de Zacatecas era eminentemente minera, las demandas se orientaron en ese tenor. Las peticiones que hizo el pinense, muestran que tenía un claro entendimiento de los asuntos mineros, pese a que —como se ha apreciado a lo largo de esta obra—, nuestro personaje poco tuvo que ver con la explotación minera a lo largo de su vida. No obstante, como representaba a una provincia que producía abundantemente el metal argentífero, tan apreciado en el mundo entero, se vio en la necesidad de ampliar sus conocimientos sobre el tema. Ya se enunció también que el Ministro de Indias, Lardizábal y Uribe, consideró dichas demandas enviando al virrey un oficio donde le ordenaba impulsar distintas medidas con el objeto de aumentar la producción minera, beneficiar a los que se dedicaban a este giro y aumentar la recaudación hacendaria. Cumplida su misión satisfactoriamente, Gordoa regresó a la Nueva España. Sin documentos que muestren el trayecto que realizó, inferimos que siguió una ruta similar a la de su viaje de ida, pero en sentido inverso: Madrid, Cádiz, Veracruz, Xalapa, Ciudad de México, Zacatecas y Guadalajara. Luego de un breve paso por la capital de su provincia se dirigió a Guadalajara. Como se señaló, lo primero que hizo fue presentarse ante su Obispo. Con evidente emoción y en sucesivas entrevistas, le contó a su Prelado las peripecias de su viaje y las vicisitudes 174

de su desempeño como representante de Zacatecas. Le manifestó que veló siempre por preservar firmes e inmaculados los sagrados principios de la religión católica, también le aseguró que luchó en todo momento por el bien de la monarquía y por la prosperidad de Zacatecas y la Nueva España. En la capital tapatía retomó las actividades que desempeñaba antes de su partida a la península: ejerció su ministerio y ocupó su lugar como catedrático en el Seminario Conciliar; asimismo, el 29 de julio de 1817 le fue conferida su media ración en la catedral de Guadalajara; el 30 de octubre de 1821 ascendió a Racionero y el 22 de octubre de 1822 a Canónigo Lectoral.332 Además se desempeñó en otros trabajos dignos de su estatura. Producto de su brillante actuación en Cádiz, el Obispo Cabañas lo nombró su asistente y, un poco después, por invitación expresa se integró a la planta de profesores de la Universidad de Guadalajara. Durante los años posteriores a su regreso, atendió con comedimiento todas las actividades encomendadas. Quizá su actitud responsable y su acendrado celo eclesiástico, le valieron para ser designado Rector del Seminario Conciliar de San José. El 4 de noviembre de 1818 comenzó a despechar como tal.333 Pero vayamos por partes. Como Rector de la institución formadora de sacerdotes organizó con diligencia la actividad académica, la doméstica y la religiosa. Instruyó a cocineras, pastor y portero para que cumplieran con sus obligaciones. A los catedráticos los motivó para atender con sensatez e inteligencia sus cursos. A los colegiales los trató con delicadeza pero mano firme. Dejó claro que el propósito central del Seminario era la preparación de santos varones que a su vez, condujeran al rebaño con la sapiencia de un buen pastor, por ello organizó, con el celo que le caracterizaba, todos los asuntos relativos a la fe. El Seminario Tridentino del Señor San José nació por la preocupación del Obispo de Guadalajara, Fr. Felipe Galindo y Cávez, O.P., quien enterado de las gestiones de su antecesor don Juan Santiago de León Garabito de establecer un Seminario Conciliar lo fundó el 9 de septiembre de 1696. El plantel se rigió por diversas Constituciones. Carmen Castañeda menciona cuatro: las del fundador, cuya vigencia fue de 1699 a 1738, las segundas —que en realidad fueron sólo una reforma— operaron de 1738 a 1772, las siguientes que abarcaron de 1772 a 1800 y las últimas que estableció el Obispo Cabañas y estuvieron en vigor de 1800 a 1821.334 Empero, Castañeda omite los cinco años posteriores a la independencia, en donde la normativa de Cabañas siguió funcionando, hasta 1826, año en que el Vicario Capitular Dr. José María Gordoa impulsó la redacción y puesta en J. Ignacio Dávila Garibi, 1967, op. cit., p. 158. Daniel R. Loweree, op. cit. p. 73. 334 Carmen Castañeda, La educación en Guadalajara durante la colonia (1552-1821), CIESAS, México, 2012, pp. 243 y 244. 332 333

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marcha de nuevas Constituciones que pretendieron ajustarse a los cambios que se generaron en el país al conseguirse la emancipación. Es de interés para este capítulo, referir algunos aspectos relevantes de las Constituciones de Cabañas, porque representan la figura normativa que rigió la vida del Seminario justo cuando nuestro personaje fungió como catedrático y rector del mismo. En este sentido, comencemos con la enunciación de las cátedras que se impartían. Aquí, es necesario anotar que las disciplinas podían variar año con año debido a la disponibilidad de alumnos y catedráticos, así como de los requerimientos de la institución. Para 1796 se ofrecían las cátedras de Teología y Cánones; Prima Teología Escolástica; Derecho Eclesiástico; Teología Moral; Filosofía; Medianos, mayores y retórica; Menores; Rudimentos de Gramática o Mínimos. Mientras que para el año de 1804 se impartían las siguientes cátedras: Teología Dogmática; Vísperas; Teología Moral; Historia Eclesiástica; Filosofía Moral; Física (Curso de Artes); Lógica (Curso de Artes); Mayores y Retórica; Medianos; Menores y Mínimos.335 En cambio, en 1819 se impartieron la de Canto Llano, a cargo del maestro de capilla Andrés Garate; la de Mínimos por el diácono Apolonio M; la de Menores que impartía el diácono Casiano Espinosa; la de Propiedad Latina, cuyo responsable era el presbítero Epifanio de la Torre; la de Prosodia y Retórica estaba vacante por ausencia del sacerdote Ignacio Carrera; la cátedra de Lógica era responsabilidad del eclesiástico José María Nieto; don Joaquín Medina impartía la de Física; la de Filosofía Moral se cursaría hasta el año venidero; la materia de Prima de Teología Escolástica estaba a cargo del Dr. Vicente de la Cámara quien también impartía Elocuencia Sagrada; el presbítero don Roque Torrescano coordinaba la cátedra de Vísperas; la de Teología Moral de Antoine y la de Sagrada Liturgia estaban a cargo del eclesiástico don Ángel Núñez; la otra Teología Moral, bajo el tratado del padre Grosin, la impartía don Luis Delgado; la cátedra de Instituciones Canónicas no tenía maestro porque el catedrático que se encargaba de ella, don José Guadalupe Gómez Huerta, ganó un curato y abandonó el seminario; de igual manera se encontró vacante la materia de Derecho Civil porque el presbítero Teodoro Galván tomó como destino la parroquia de Ojuelos; la de Santa Escritura también estaba sin titular; por último, el sacerdote José Francisco García ofrecía la cátedra de Concilios e Historia Eclesiástica.336 Del concierto de materias que los colegiales debían cursar, cuatro eran las principales: gramática, retórica, filosofía y teología. La Gramática, o también llamada de mínimos y menores, se encargaba de instruir a los estudiantes en el manejo del latín; se trataba de que éstos «hablaran y escribieran con pureza y exactitud 335 336

Daniel R. Loweree, op. cit., pp. 12 y 13. AHAG, sección Gobierno, serie Seminario, exp. 21, caja 10, años 1817-1820, snf.

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[y aprendieran] las partes de la oración, las declinaciones y conjugaciones».337 La Retórica, o mejor conocida como medianos o mayores, se dedicó a enseñar la sintaxis castellana y latina, la escritura en ambos idiomas, la traducción del latín al castellano y viceversa y la lectura de autores clásicos. En la Filosofía, o curso de Artes, se estudiaban distintas áreas, a saber, aritmética, geometría, álgebra, lógica, metafísica, física y filosofía moral, todo en latín. Mientras que la Teología representó el culmen de la carrera eclesiástica y se estudiaba a Santo Tomás y a Melchor Cano.338 Las Constituciones de Cabañas tenían claro que la humildad, la paciencia y demás virtudes de los ministros de Dios debían enseñarse y desarrollarse mediante el ejemplo, por eso se cuidaba que los catedráticos, además de contar con las luces suficientes en la materia que impartían, fueran hombres intachables, piadosos e inteligentes. La selección de los maestros se hacía de dos formas: una era mediante un examen de oposición donde los aspirantes entregaban su relación de méritos y, con posterioridad, hacían gala de sus conocimientos y preparación en varios ejercicios;339 la otra era a través del nombramiento directo del Obispo. Sin embargo, los procedimientos no eran infalible pues, en algunas ocasiones, obtenían cátedras algunos sacerdotes que incurrían en faltas un tanto graves, como sucedió con el zacatecano José María Cos, quien en el año de 1800, dijimos ya, impartiendo las materias de 1º y 3º de Filosofía y Artes, fue acusado por el rector de «ser impuntual para presentarse en su cátedra y aun faltar a ella, indolencia en la disciplina y también de no cumplir el turno de las misas como mandan los Estatutos, quien se disculpaba alegando que el Dr. Mancilla hacía lo mismo».340 Al parecer, el seminario tenía la forma de deshacerse de alguna persona non grata porque es significativo que para el año de 1802, el Dr. José María Cos había desaparecido de la nómina. Pero detallemos lo que se estudiaba en cada cátedra. Si se considera un orden ascendente para enunciarlas, entonces el primer turno le corresponde a la materia de Gramática o mínimos y menores, donde se enseñaban los rudimentos de la lengua latina y se continuaba su estudio hasta llegar a obtener cierto dominio de ese idioma. «El primer objeto del catedrático será persuadir a sus discípulos la suma importancia de entender perfectamente la lengua latina para disfrutar provechosamente las grandes riquezas que encierran en sí las obras de los escritores antiguos así profanos como eclesiásticos».341 El maestro corregía los errores que Carmen Castañeda, 2012, op. cit., p. 275. Ibid., pp. 276 y 277. 339 Ibid., p. 250. 340 Daniel R. Loweree, op. cit., p. 43. 341 Ibid., p. 15. 337 338

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los niños venían acarreando de las escuelas de primeras letras, procurando que hablaran y escribieran con pureza y exactitud. La edad de ingreso al seminario era de 12 años, por lo que a esta edad era factible comenzar con la labor de formar hábitos de estudio y desarrollar conductas propias de un eclesiástico. Conforme al Plan de Estudios de la era Cabañas, a la Gramática le seguía la cátedra de Retórica, o de medianos y mayores, también conocida como de Propiedad latina, y prosodia. En esta disciplina los estudiantes tenían que aprender concordancia, orden y conexión que tienen entre sí las partes de la oración. La sintaxis era abordada de forma gradual, asimismo se trataban las semejanzas y diferencias entre la sintaxis latina y la castellana. Más adelante se leían las fábulas de Fedro y Cornelio Nepote para segmentar las oraciones en partes. También se leían con detenimiento obras de Cicerón, Ovidio, Virgilio, y Horacio. El maestro estaba obligado a resaltar de estos textos: «la fuerza y la gallardía de las expresiones, la hermosura de los adornos, frases y figuras, la diferencia de estilos y sus géneros».342 En las clases se hacían traducciones, primero del español al latín para invertir el orden más tarde. Se enseñaba la prosodia «[...] para que en la pronunciación de las palabras latinas se toca en cada sílaba su justo valor y tiempo o cantidad».343 Asimismo, había ejercicios de poética donde se trataba la variedad de los poemas, la naturaleza de los versos, etc. Los alumnos aprendían de memoria el Arte poética de Horacio para que tuvieran un depósito abundante de formas de expresión. Muy avanzado el curso debía trabajarse la retórica, su naturaleza teórica y fines, para lo cual se examinaban textos de Cicerón, Salustio, Tito Livio o Julio César.344 Después de cursar Gramática y Retórica, los alumnos pasaban a estudiar Filosofía, que se componía de tres años con igual número de cátedras. En el primer año se abordaba la Lógica y la Metafísica; en el segundo los elementos de la Aritmética, Geometría, Álgebra y Física; en el tercero la Filosofía moral leyendo a Muratori o al Ludunense. Se ponía especial énfasis en la filosofía escolástica, que enseñaba los principios de filósofos antiguos y modernos, criticando a los que se alejaban del dogma. Al término de los estudios de Filosofía se estimulaba a los alumnos más sobresalientes a solicitar la obtención del grado de Bachiller en la Universidad. Los estudiantes de mayor aplicación que terminaban los estudios filosóficos podían optar por cursar en cuatro años las cátedras de Teología, que era «el término a que se dirigen todos los estudios de un seminario».345 Además de analizar a Santo Tomás, se leía la obra de Luis Habert y a Melchor Cano. Asimismo se examinaban a los Santos Padres, los textos de los Concilios y la historia eclesiástica. Ibid., p. 18. Ibidem. 344 Ibid., p. 19. 345 Ibid., p. 18. 342 343

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Una rama de la ciencia de Dios muy útil para Ministros de Santuario y Curas de Almas lo fue la Teología Moral, que «prescribe el gobierno de las acciones humanas, enseña la naturaleza y excelencia de las virtudes y el modo de adquirirlas; la fealdad de los vicios, sus tristes consecuencias y el modo de arrancarlos y evitarlos; la hermosura de la ley y la facilidad de obedecerla [...]».346 Los textos recomendados para enseñar esta disciplina fueron el del padre Antoine, el Catecismo de San Pío V y alguna suma castellana. En el seminario también se ofreció la cátedra de Instituciones Canónicas, que abordaba los principios del Derecho eclesiástico de reconocido provecho para teólogos, confesores y párrocos. Los textos en los que se basaba esta cátedra eran los de Salvagio y el de Berardi. La materia de Santa Escritura se desarrollaba conforme el siguiente método: «qué es Santa Escritura, qué partes tiene, cuántos libros comprende; cuán grande es su autoridad y en qué se funda; en qué idiomas y tiempos se escribió originalmente cada uno de sus libros y por qué escritores, cuándo, en qué lenguas y por qué fines se hicieron las traducciones de ellos y de éstas cuál es la auténtica declarada por tal por el Santo Concilio Tridentino».347 Asimismo se enseñaba el Nuevo y el Viejo Testamento, tocando los temas de cronología y geografía sagrada, frases oscuras y los diversos sentidos que admitían los libros santos. Los textos para enseñar esta cátedra fueron la Analogía de Becano y el Aparato de Lami. Una cátedra especialmente predilecta entre los estudiantes fue la de Elocuencia Sagrada, cuyo propósito era formar diestros predicadores de la divina palabra. Esta materia se enseñaba únicamente los domingos y podían cursarla aquellos que habían concluido satisfactoriamente los cuatro años de Teología. Dentro de este programa se analizaban las homilías de San Juan Crisóstomo, San Basilio y las oraciones de San Gregorio Nazianseno. Se pedía obligatoriamente a los estudiantes, compusiesen obras homiléticas que leerían en el refectorio o durante la visita de alguna autoridad eclesiástica al seminario. Esto era lo que marcaban las Constituciones de Cabañas respecto a las cátedras que, como se apreció, estaban graduadas. En este tenor el seminario conciliar, como institución de Antiguo Régimen, acentuó el fenómeno de la jerarquización, es decir, los catedráticos de las materias iniciales gozaban de menor prestigio que los de facultad. En el seminario existieron tres tipos de catedráticos: los de nivel inferior integrado por los catedráticos de Latinidad y Retórica, el nivel intermedio compuesto por los catedráticos de Filosofía y Artes, y el más elevado constituido por los catedráticos de Facultades Mayores. Esto fue muy evidente en las responsabilidades de cada maestro y en el trato que recibían de manera 346 347

Ibid., p. 19. Ibidem.

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cotidiana. Por ejemplo, en los actos públicos los maestros debían observar un orden bien establecido: en el Aula mayor primero se ubicaba el rector, luego el vice-rector, después los catedráticos de Teologías Escolástica y/o Moral, luego los maestros de Elocuencia Sagrada, atrás de ellos los de Santa Escritura seguidos por los de Historia y Derecho Eclesiástico, casi al final los catedráticos de Filosofía y al último los de Gramática y Retórica. La diferencia jerárquica también se materializaba en las rentas o salarios que se les asignaban a los maestros. Hacia 1820 los de facultad menor ganaban 200 pesos anuales, mientras que a los de facultad mayor se les pagaba 300 pesos cada año. El Rector, don José Miguel Gordoa recibía 700 pesos anuales de sueldo y otros 40 pesos como ayuda para su chocolate, amén de 48 pesos de renta para su asistente.348 Anteriormente se señaló que en 1826 el Dr. Gordoa dotó de nuevas Constituciones al seminario. Fundamentalmente, este nuevo cuerpo normativo es muy similar al que instituyó Cabañas en el año de 1800, aunque en el documento que impulsó Gordoa existen diferencias notables, como la inclusión de un «perfil de egreso» de los sacerdotes que se formaban en el seno de la institución, así como también las cátedras que se crearon atendiendo las exigencias de los nuevos tiempos: Derecho civil, Derecho público y Constituciones general y particular del Estado. En el mismo tenor, a los sirvientes se les deja de llamar «criados» para identificárseles en lo sucesivo como «familiares»; también se abandonó el reconocimiento al Católico Monarca para dar paso al Gobierno del Estado de Jalisco como autoridad civil inmediata. Esto muestra cómo en manos del teólogo pinense el seminario fue una institución maleable que se adaptó a las inéditas circunstancias. Entre 1819 y 1820, el seminario dirigido por nuestro personaje se caracterizó por su vigor y dinamismo. En sus aulas tomaban clase 77 colegiales y acudían a cátedra otros 53 seculares. Había 12 maestros que impartían 14 cátedras.349 Los colegiales vivían dentro de la institución, al igual que sus maestros. Algunos de estos últimos salían frecuentemente a leer cátedra al Seminario Clerical —fundado por Cabañas— o a la Universidad. De acuerdo a las Constituciones de 1826, la institución era gobernada y dirigida por un Rector «que siendo Sacerdote, posea una instrucción más que regular en las Ciencias Eclesiásticas, no estar ajeno en todas las artes y demás ciencias, de singular celo por el bien público y observancia de la disciplina Eclesiástica. Él debe ser la cabeza de la comunidad y el primer móvil de sus operaciones, títulos por que ha de ser respetado y venerado para que conozca la obligación que tiene de ser prudente, celoso, activo e infatigable en el desempeño de su oficio».350 El documento también AHAG, serie Gobierno, sección Seminario / Nómina, exp. 5-L, caja 14, años 1778-1846, snf. AHAG, serie Gobierno, sección Seminario, exp. 21, caja 10, años 1817-1820, snf. 350 Daniel R. Loweree, op. cit., p. 43. 348 349

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señala las cualidades que debía reunir el Rector: «La gravedad de costumbres sin ridiculez ni aspereza, la dulzura de su trato, la paciencia sin abatimiento [...] y un perfecto cuidado de manifestarse como modelo de las virtudes propias para formar dignos ministros del Señor y ciudadanos de honor y probidad».351 No dudamos que el Dr. Gordoa poseía todas estas prendas, además de otras que le sirvieron para conducir adecuadamente a la multirreferida institución. En este sentido, como Rector sabía que la comunidad en su conjunto estaba subordinada a él, por lo que estaba al tanto de la presencia efectiva de estudiantes y catedráticos en el seminario, vigilaba que nadie faltara a la mesa común sin previo permiso, presidía la comida del mediodía, supervisaba las cuentas e instruía a quien así se lo solicitaba. Durante su desempeño como autoridad máxima del seminario se le nota muy activo, conociendo y resolviendo asuntos de todo tipo, por ejemplo, autorizando a los colegiales aplicados las vacaciones que iniciaban en el mes de agosto y reconviniendo a otros que debían quedarse a cumplir con ciertas funciones o regularizar en alguna cátedra. Asimismo, era el único facultado para permitir el ingreso de los aspirantes, así se nota en este manuscrito que redactó en 1820: «Los jóvenes contenidos en el anterior decreto del V. E. Y. saben leer, escribir, contar, la doctrina cristiana, los primeros rudimentos de Gramática Latina y tienen todos los requisitos necesarios para vestir la beca de este seminario conciliar».352 Como el trabajo rectoral era absorbente, el Dr. Gordoa delegaba autoridad al vice-rector, que se encargaba de organizar distintas actividades de ese internado; asimismo, se desembarazaba de algunas actividades encomendándoselas a su ayudante. Sin embargo, quien lo apoyó constantemente en las actividades de conducción del plantel fue el Regente de estudios, cuyas actividades eran: la inspección inmediata de todos los estudios [...], la de visitar las aulas con la frecuencia propia de su celo [...], procurar que en ellas se dé a los seminaristas la instrucción loable y sólida que llama Santo Tomás necesaria y que tanto conviene al alto fin para que Dios les llevó al retiro del seminario; asistir a las funciones que se desempeñen en su Aula mayor, sujetándose previamente a su dictamen y calificación los actos y conclusiones que en ella se defiendan; y manifestar al rector, ya en las juntas generales, ya privada o reservadamente, todo lo que juzgue conducente a los progresos literarios del seminario, para que por aquel se me comunique cuanto crea necesario o útil al referido fin.353 Ibidem. AHAG, serie Gobierno, sección Seminario, exp. 21, caja 10, años 1817-1820, snf. 353 AHAG, serie Gobierno, sección Seminario / Nómina, exp. 5-L, caja 14, años 1778-1846, snf. 351 352

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A pesar de esta ayuda, su trabajo era tan demandante que adelantándonos un poco al tiempo que venimos historiando, digamos cómo hacia 1827, impedido para hacer la urgente visita pastoral que la Diócesis requería, en su calidad de Vicario Capitular en sede vacante, Gordoa envió una carta a todos los párrocos donde les indicaba que atender el seminario y al mismo tiempo la Mitra, le había imposibilitado iniciar un recorrido por el Obispado —como era su anhelo—, por lo que les requería diversas informaciones con el propósito de conocer el estado de cosas que prevalecía en toda la jurisdicción eclesiástica de Guadalajara. Con base en lo anterior, pidió a los curas que, conforme al padrón de sus respectivas feligresías, le hicieran saber cuántas personas habían cumplido con los santos preceptos de la confesión y comunión, cuántas no lo habían hecho, y «los medios de suavidad y prudencia que ha practicado para conducirlos al lugar de tan importante bien».354 Asimismo, les solicitó información sobre la circunstancia de la parroquia de su cargo en los aspectos espiritual y material. Igualmente requirió datos sobre el número de misas que semanalmente se celebraban en su parroquia, la administración de los sacramentos, las cofradías, el número de eclesiásticos en su circunscripción y la conducta de cada uno de ellos.355 Con tal medida, el Doctor Gordoa quiso tener una idea aproximada sobre los asuntos materiales y espirituales del territorio provisionalmente a su cargo. Con los datos recibidos contó con la información necesaria para seguir administrando la Diócesis.356 Lo anterior en su faceta de Rector del seminario conciliar y al mismo tiempo encargado del gobierno de la Diócesis. Pero el Dr. Gordoa desempeñó otros cargos honoríficos tras su llegada de la península Ibérica. Gracias a la lustrosa representación que desarrolló en Cádiz, la fama de nuestro personaje crecía como la espuma. Esta razón fue la que se consideró para nombrarlo Rector de la Universidad de Guadalajara. En un acto celebrado el 10 de noviembre de 1819 donde se reunieron los doctores del claustro universitario, y luego de tres rondas de votaciones en las que se discutió quién de los prebendados propuestos ocuparía la dirigencia de la institución, el Secretario de la Casa de Estudios, José Ángel de la Sierra, dio fe de la designación del Señor José Miguel Gordoa como máxima autoridad de la Universidad AHAG, serie Gobierno, sección Sacerdotes, año 1827, snf. Doc. Cit. 356 El Doctor Gordoa, como cabeza de la Diócesis la muerte del obispo Cabañas, en 1824, tuvo que valerse de un selecto grupo de eclesiásticos para gobernarla y administrarla. Este conjunto de sacerdotes es conocido como Curia o Sagrada Mitra. “Para ejercer su potestad de régimen el obispo [en este caso el Vicario Capitular en sede vacante] debía integrar un equipo de colaboradores que componen lo que indistintamente se denomina  Curia o Sagrada Mitra, la cual atiende lo relativo a la administración del patrimonio diocesano, los asuntos judiciales y la formación y acompañamiento del clero”. Véase Tomás de Híjar Ornelas, “El Cabildo Eclesiástico de Guadalajara”, en Boletín Eclesiástico de Guadalajara, Año VII, Vol. 10, octubre del 2013, p. 674. 354 355

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de Guadalajara, al escribir en el acta respectiva: «Don Miguel Gordoa a quien se aclamó Rector canónicamente electo, y habiendo sido avisado y conducido por mí a la misma capilla, hizo el juramento de estatuto en mano de su antecesor, quien le puso en el asiento, con lo que concluyó este acto».357 El Dr. Gordoa ocupó el puesto de Rector durante un bienio, del 10 de noviembre de 1819 al 6 de noviembre de 1821.358 La primera noticia de la que tenemos conocimiento sobre la presencia del teólogo pinense como catedrático de la Universidad, data de 1805. En el Archivo de la Real Universidad Literaria de Guadalajara existe una acta fechada el 6 de noviembre de ese año donde, de acuerdo a las Constituciones se reunieron los conciliarios para elegir al Rector de la institución. A la asamblea electiva asistieron José María Gómez y Villaseñor, Manuel Esteban Gutiérrez de Hermosillo y Plascencia, Rafael Dionisio Riestra y nuestro personaje, lo que muestra que desde una etapa muy temprana tenía ascendiente en la Casa de Estudios.359 Dos días después de su ascenso como Rector enfrentó la primera dificultad: por distintos medios habían llegado a los oídos de los conciliarios varias noticias acerca del desacato en que incurrían algunos catedráticos al violentar los artículos 37, 55 y 165 de las Constituciones. En reunión convocada por el Dr. José Miguel Gordoa se discutieron las supuestas irregularidades. En lo referente al artículo 37 que indicaba con minucia el traje que los catedráticos debían portar en los actos públicos, se concluyó que sólo debía darse una amonestación a quien infringiera esta regla; en cuanto al punto 55 se acordó llamar al orden a los catedráticos de la facultad de Medicina; al final se deliberó sobre el artículo 165 del que se convino explicar a todos los estudiantes el modo exacto de portar el uniforme por cada profesión.360 Luego que se contuvieron ciertas conductas inapropiadas al interior de la Universidad, el Rector se dedicó a atender asuntos de otra índole como conceder licencia a los catedráticos que la solicitaban, permitir la realización de actos mayores, resolver los inconvenientes que se presentaban en la lectura de Cánones efectuada en la sala de exámenes secretos, acudir a las exequias de los catedráticos que morían, autorizar las cuentas del Tesorero por considerarlas justas y legales, o bien autorizar exámenes de oposición para cubrir las cátedras vacantes.361 En este último tema debía vigilar con pulcritud el proceso de selección de los catedráticos Archivo Histórico de la Real y Literaria Universidad Literaria de Guadalajara (en lo sucesivo AHRLUG), fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 5 1 Lib. 1-343. 358 AHRLUG, fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 1.2 Lib. 11-63. 359 AHRLUG, fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 3.1 Lib. 1-6. 360 AHRLUG, fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 5 Lib. 1-34. 361 AHRLUG, fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 3.2 Lib. 1-39. 357

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para evitar descontentos e impugnaciones. De acuerdo al cuerpo normativo vigente, para ocupar una cátedra vacante primero tenía que convocarse a través de un edicto, cumpliéndose el plazo estipulado había que cerrar dicho edicto ante la comunidad universitaria interesada, después se efectuaba el examen de oposición, se nombraba al ganador, se daba en posesión la cátedra elaborando una acta certificada de este suceso y, por último, se efectuaba el juramento del estatuto por parte del flamante catedrático.362 Inmerso en tan febril actividad, el Dr. Gordoa —como Rector de la Universidad—, se vio impelido a participar nuevamente en la política organizando dos Juras: la correspondiente a la Constitución Política de la Monarquía Española a principios de junio de 1820,363 y la relativa a la Independencia nacional un año después, el 14 de junio de 1821.364 Sobre el Juramento a la Carta gaditana, el 9 de junio de 1820 reunió al claustro universitario para discutir y resolver la construcción de un tablado donde se acomodaría a las autoridades civiles y eclesiásticas que acudieran al recinto a protestar la fórmula en la que se aceptaba obedecer los preceptos constitucionales.365 Un año después reunió a sus conciliarios para dar muestras públicas de que la Universidad estaba a favor de la emancipación, para ello ordenó conforme a la costumbre, se instalara el tablado en la Universidad y se invitara a las autoridades para que participaran en la solemne ceremonia. En este episodio existe una confusión historiográfica al atribuirle el rectorado de la Universidad al Dr. Diego Aranda en la jura que la institución hizo a la Independencia. Es cierto que el Dr. Aranda presidió tal acto, pero se ha dicho que fue en su calidad de Rector de la Casa de Estudios. Lo cierto es que la máxima autoridad del plantel en esa fecha seguía siendo el Dr. José María Gordoa, sin embargo, por razones que desconocemos, encargó a su vice-rector que encabezara la jura el día 14 de junio de 1821. Tal vez lo que implicaba la Jura le causó congoja en su corazón pues, al admitir la separación de México, la Universidad rompió todo vínculo con la monarquía. Recordemos que en 1792 la institución nació con el patrocinio del rey y, al igual que los colegios reales, estuvo siempre bajo los designios y protección del monarca. A partir de junio de 1821, la Real Universidad Literaria de Guadalajara dejó de denominarse como tal, para ser nombrada con el rimbombante título de Universidad Nacional. AHRLUG, fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 3.2 Lib. 1-44. Ivana Frasquet, “Se obedece y se cumple. La Jura de la Constitución de Cádiz en México en 1820”, en Izakun Álvarez y Julio Sánchez (Eds.) Visiones y revisiones de la Independencia americana. La Independencia de América: la Constitución de Cádiz y las constituciones iberoamericanas, Aquilafuente Ediciones, Universidad de Salamanca, Salamanca, 2007, p. 224. 364 AHRLUG, fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 9.4 1820 Lib. 11-65. 365 AHRLUG, fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 9.4 1820 Lib. 11-65. 362 363

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En tan sólo un año, el mundo conocido se transformaba. A la Jura de la Constitución de Cádiz le siguió otra, esta vez a la Independencia promovida por el Plan de Iguala. Recordemos que en la península los ánimos se caldearon hacia 1819 debido a un soterrado debate acerca de la restitución de La Pepa como respuesta a los abusos cometidos por un poder autoritario encarnado en el otrora Imán de los corazones, Fernando VII. Desde mayo de 1814 el régimen constitucional fue derogado por el rey objetando la agresividad de esas «extrañas leyes» hacia la soberanía real. El monarca trató de arrancar de tajo la experiencia gaditana. No restringió recursos para tal fin. Sin embargo, el sexenio absolutista se desarrolló con un caballo en la ciudad de Troya, llevando en su interior el germen liberal que a la postre orilló a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz. Es cierto que durante el breve periodo en que el gobierno emanado de las Cortes estuvo vigente por vez primera, existieron partidarios y detractores de ese sistema, no obstante, en 1820 parecía que los adeptos al régimen moderado eran mayoría. Por eso, cuando el Dr. Gordoa se enteró que algunos catedráticos de la Universidad se oponían a jurar la Constitución, los conminó a hacerlo para evitar la pena estipulada a través de un decreto del rey. En el mismo sentido, dio curso a la disposición gubernamental de leer el texto constitucional íntegro a todos los miembros de la comunidad universitaria. Esta tarea estaría a cargo de los conciliarios.366 Para el eclesiástico Gordoa no importaba que algunos tapatíos se opusieran a dicha Jura, como fue el caso de la añeja élite minoritaria tapatía que se acuerpó en la Real Audiencia. Desde esa instancia se afirmó que el Juramento representaba inequívocamente el triunfo del aborrecido liberalismo. En ese momento de resoluciones, lo fundamental era actuar dentro del marco de la legalidad y atender el hecho que un gran núcleo de la población «interpretó la Jura como el advenimiento de una nueva época que sepultaba la tiranía y el gobierno despótico»,367 este fue el motivo por el cual el Dr. Gordoa apoyó la restitución de la Carta gaditana, pero también porque, como uno de sus artífices, estaba convencido de las bondades que derramaría sobre la patria novohispana. Así pues, entre 1820 y 1821 el rol que desempeñó nuestro eclesiástico fue determinante para sostener en el ámbito tapatío, primero la Constitución promulgada en Cádiz y, después la Independencia de México. Fuera en la Universidad o en el Seminario, la actitud del intelectual no sufrió variaciones. Así, cuando terminó su gestión en la primera, desde el rectorado de la segunda refrendó su apoyo a la Independencia. No eran momentos de titubeos, por ello, a principio de 1822, como cabeza del seminario de San José, redactó una carta que 366 367

AHRLUG, fondo Real Universidad Literaria de Guadalajara, RLUG 7.3 Lib. 11-70. Jaime Olveda, De la insurrección, 2011, p. 394.

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envió al Congreso Mexicano en los siguientes términos: «El Rector, catedráticos y alumnos del Seminario Conciliar apenas han sabido que llegó por fin el momento feliz tan suspirado de la instalación de ese augusto Congreso, que anuncia la futura prosperidad del Imperio, cuando penetrados del más alto respeto, ha creído de su deber expresar a V. M. los sinceros justos sentimientos de adhesión y obediencia, que los estrechan con los depositarios de la Soberanía Nacional y nada ha juzgado más propio de su obligación ni más conforme al espíritu que anima a su respetable dignísimo Prelado, que interrumpir por un instante las graves delicadas atenciones de V. M. con el motivo de felicitarlo».368 Por esas fechas, a su incesante actividad repartida entre el cabildo eclesiástico, el seminario conciliar y la Universidad, se le sumó la de informar al Obispo sobre asuntos relativos a la catedral. Para cumplir con este último encargo, el eclesiástico pinense enviaba cartas a su Prelado informándole acerca de la fábrica material del templo catedralicio y, de paso, darle cuenta de algunos acontecimientos clericales y políticos de actualidad. Por los datos que en ellas aparecen, se infiere que el Obispo se encontraba fuera de la capital tapatía, tal vez realizando alguna de sus visitas pastorales que tanto le gustaban, por lo que, de acuerdo a la norma eclesiástica, quien se encargaba de gobernar a la Diócesis en ausencia temporal del Obispo era el Gobernador de la Mitra. Así se nota porque durante los años de 1818 y 1820 quien toma disposiciones sobre ciertas cuestiones relacionadas con la administración es el Deán, mayor autoridad del cabildo clerical. Varias cartas que redacta nuestro personaje y cuyo destinatario es el Obispo Cabañas, describen los efectos del terremoto ocurrido con epicentro en Colima el 31 de mayo de 1818 y las posteriores réplicas del mismo, dadas al día siguiente, una de ellas a la 1 de la tarde con 53 minutos cuya duración fue de poco más de cinco segundos.369 El sismo tuvo consecuencias desastrosas en la catedral de Guadalajara, pues las torres sufrieron daños irreparables, no así el techo del templo: «Por arriba no se advierte mayor lesión en las bóvedas y sí en las torres: yo subí por curiosidad con el maestro y recorrí todas, éste ha dicho que aun el cuerpo primero de la torre derecha podrá venirse abajo [...]».370 En cuanto al Palacio Episcopal, Gordoa le informa: «Nada ha padecido este edificio ni menos la habitación de V.E.Y. que acabo de registrar con escrupulosidad».371 En las misivas el Dr. Gordoa también comenta a Cabañas varios temas: la aprehensión de un inglés en el seminario conciliar, las reuniones del cabildo catedral y la llegada de nuevos catedráticos al seminario tridentino. Tomado de: José Ignacio Dávila Garibi, Apuntes, tomo IV, p. 603. AHAG, sección Gobierno, serie Obispos / Gordoa, sf, snf. 370 Doc. Cit. 371 Doc. Cit. 368 369

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En el mismo periodo, tuvo que afrontar un asunto espinoso relacionado con la deuda que aún subsistía desde que representó a Zacatecas en las Cortes Extraordinarias. Habían pasado ocho años ya, desde que el entonces Diputado Gordoa informó al ayuntamiento de la capital zacatecana sobre el préstamo que solicitó con el afán de poner fin a las calamidades y estrecheces que padecía en la península, así como para pasar a la Corte de Madrid para continuar con la representación en espera del arribo del Diputado titular. Su estancia en la etapa final del trabajo legislativo de Cádiz y su sostenimiento en Madrid se sufragaron con recursos provenientes de los ricos mineros Fermín Antonio de Apezechea y Julián Permartin, a quien tenía qué pagárseles. Eso solicitó al ayuntamiento y lo mismo ordenó el Intendente José Gallangos a ese cuerpo capitular. La respuesta del cabildo capitalino fue que el Diputado había ejercido la representación de toda la provincia, por lo que era menester que las subdelegaciones integrantes de la jurisdicción cooperaran para finiquitar la deuda. La subdelegación de Sombrerete fue la primera en responder el 20 de agosto de 1820: «El Ayuntamiento Constitucional de Sombrerete emitió una libranza por 1700 pesos para que el Sr. Gordoa, liquide su deuda contraída en la Península, mientras servía como representante de esta provincia en el Congreso de Cádiz».372 No obstante, el ayuntamiento de Zacatecas tomó ese dinero y lo gastó, de manera tal que cuando el destinatario reclamó esa cantidad, el cabildo adoptó una actitud omisa, misma que reprendió el intendente, ordenando reparar el abuso en beneficio de nuestro personaje. Así las cosas. Entre 1816 y 1820 el Dr. Gordoa dividió su quehacer entre diversos órganos y atendió múltiples asuntos. En medio de esta vorágine se dio cuenta del advenimiento de una inédita época en la que, nuevamente, ejercería un papel protagónico.



372

AHEZ, fondo Ayuntamiento de Zacatecas, serie Cabildo, subserie Correspondencia, fol. 190.

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Los nuevos tiempos políticos Fue precisamente durante su desempeño como Rector del Seminario y como Rector de la Universidad de Guadalajara cuando se dieron profundas transformaciones políticas en la monarquía. Como ya se insinuó, en 1820 se restitu­yó la Constitución de Cádiz. Con un nuevo horizonte político, nuestro personaje se vio en la necesidad de desplegar otra vez el bagaje obtenido durante su estancia en la metrópoli. Se le designó Presidente de la sección de minería de la tapatía Sociedad Patriótica, también en el mismo año fue electo miembro de la Diputación Provincial de Guadalajara. Con el triunfo del segundo liberalismo, la capital tapatía —así como el resto de la Nueva España—, se preparó para que la maquinaria constitucional volviera a funcionar. Después de que, en el ámbito local, las autoridades civiles y eclesiásticas juraran obediencia a la Carta gaditana los días 7 y 8 de junio, respectivamente, el Brigadier José de la Cruz, basado en las disposiciones gaditanas que estaban vigentes nuevamente, acordó que la Diputación Provincial de la Nueva Galicia se integraría con nueve diputados, seis de Guadalajara y tres de Zacatecas. De la Cruz instruyó para que se organizaran las elecciones en ambas provincias. En Guadalajara la reunión fue el 28 de agosto, resultando electos el regidor del ayuntamiento Matías Vergara, Juan Manuel Caballero y los doctores Toribio González y José Miguel Gordoa y Barrios.373 En Zacatecas, la asamblea electiva se realizó los días 3 y 4 de septiembre. De este territorio fueron escogidos el doctor Rafael Dionisio de Riestra y los licenciados José María García Rojas y José Crispín Velarde.374 Como miembro de la Diputación Provincial electo por Guadalajara, Gordoa orientó el trabajo que se realizaba en su seno. Sin embargo, los tiempos políticos se habían precipitado. El trabajo de las Diputaciones Provinciales se vio paulatinamente interrumpido por el advenimiento de la independencia. En esa incierta época, nuestro eclesiástico participó en el pacto promovido por Iturbide en consonancia con su Obispo; Cabañasaceptó el Plan de Iguala proporcionando además 25 000 pesos en apoyo al movimiento emancipador. Él y otros prelados apoyaron a Iturbide y a su Plan, «porque las Cortes españolas a partir de septiembre de 1820 venían expidiendo varios decretos que afectaban a la Iglesia, como el que suprimía el fuero eclesiástico y las órdenes monacales. El Plan aparecía entonces como garantía para conservar las tradiciones y los derechos exclusivos del clero. Si en 1808 la imagen que se propagó fue la de una España afrancesada, a finales de 1820 era la de una España contagiada por el liberalismo y por las 373 374

Jaime Rodríguez, Rey, 2003, p. 60. Beatriz Rojas, La Diputación, 2003, p. 22.

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logias».375 No conforme con eso, una vez que Agustín de Iturbide fue declarado emperador, el Obispo de Guadalajara Juan Cruz Ruiz de Cabañas estuvo presente en la catedral de la ciudad de México donde coronó a Agustín I. Ya se mencionó que desempeñándose como Rector del seminario de San José, José Miguel Gordoa se congratuló con la instalación de las Cortes mexicanas, asimismo, respaldó al gobierno imperial. Después de un largo y agobiante proceso, Agustín de Iturbide consensó ideologías y grupos políticos en pos de la independencia de México. No es el propósito de este estudio dar detallada cuenta de lo ocurrido en estas tierras durante 1821 y 1822. Por eso concretémonos a entender que el 27 de septiembre de 1821 se promulgó la independencia nacional, declarándose que en lo sucesivo, México estaría libre de toda servidumbre y dependencia a otra potencia extranjera. Como el movimiento liderado por Iturbide fue secundado por las fuerzas vivas de México, la coyuntura indicaba que era momento de respaldar al nuevo régimen que emergía, por ello, es necesario remarcar que en su carácter de Rector del Seminario de San José, el Dr. Gorda señaló en su carta que envió al Congreso en 1822: El siempre memorable veinticuatro de febrero de mil ochocientos veinte y dos que transmitiéndose de generación en generación hasta la más remota, será eter­no en los fastos de Anáhuac, recordará también perpetuamente, que unidos los ínclitos padres de la Patria en el santuario augusto de las leyes, dieron al mundo testimonio irrecusable de sabiduría, virtud y celo ardiente por el bien verdadero de aquélla, sancionando por las bases de su prosperidad futura una religión sola en el Imperio, la Católica Apostólica, única, verdadera, origen fecundo de todos los bienes y la estabilidad de un Gobierno recto, monárquico, templado, sujeto a leyes sabias y previsoras, en fuerza de las que jamás pueda degenerar; leyes que como derivadas de la eterna e inmutable e inscritas por mano de circunspección y beneficencia de V. M. serán como un monumento eterno del amor patrio que las dictó el placer de los buenos, el dulce alivio y consuelo de los pueblos.376

Cumplido el segundo año de la independencia nacional, no cabe la menor duda que la filiación política de Gordoa persistía. Creía con firmeza que la monarquía constitucional era la mejor forma de gobernar a un novel país. Creía fehacientemente que este régimen traería la paz, pero también la prosperidad de la na­ción. Con leyes sabias y justas promovidas por el Congreso —pensaba el 375 376

Jaime Olveda, De la insurrección, p. 418. Citado en: José Ignacio Dávila Garibi, 1967, op. cit., p. 604.

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eclesiástico— se lograría el ansiado equilibrio y la esperada armonía que propiciarían la opulencia del imperio mexicano. Era necesario, pues, el tra­bajo coordinado entre «los dos puntos cardinales (Emperador y Congreso) sobre quienes rueda el eje de esa inmensa máquina social cuyos movimientos concertados forman la felicidad de las naciones».377 Conocedor de los secretos de la política, el Dr. Gordoa supuso que una carta escrita por él, sería publicada sin mayor demora. Así fue cómo el manuscrito transitó de su inicial factura a tomar forma de impreso. Para el naciente régimen era fundamental difundir adhesiones de in­dividuos notables como era el caso del teólogo pinense, quien además seguía figurando en la vida pública del país y continuaba modelando la cultura política de México. Firme en su posición de postular un gobierno templado, retomó la tesis de soberanía como facultad que, si bien había sido depositada en el Emperador por los hombres, había sido inspirada por Dios. Las ideas fijadas en el discurso eran imprescindibles para apuntalar un proyecto político; por ello, Gordoa formuló, sin ambages, un discurso diáfano donde se advertía con puntualidad la visión del eclesiástico. Cuando escribe sobre las «ideas fieras y peligrosas» se refiere a las ideas radicales que tomaron fuerza en Cádiz. Nuestro personaje, como ministro de Dios, consideraba peligroso todo precepto que atentara con­tra la moral, las buenas costumbres, la vida cristiana y la institución a la que pertenecía. Peligroso ya no era hablar contra el rey español pues, en su recien­te condición de territorio libre, el imperio mexicano tenía derecho a la inde­pendencia y a un poder lo suficientemente fuerte que lo gobernara. Peligroso, en este nuevo orden, era denostar al Emperador, pero también introducir y diseminar ideas contrarias a la Iglesia. Según el Doctor pinense, el vigor del imperio acabaría con la perfidia emanada de voces perversas, por eso se congratula con la erección del Congreso y reza por el proyec­to político que encabeza el régimen imperial. Pese a los buenos deseos del Dr. Gordoa, la polí­tica mexicana no marchó conforme a lo esperado. De acuerdo con Josefina Zoraida Vázquez, el corto interregno constitucional de 1820 y 1821 fue letal para el imperio que se vislumbraba porque desmembró el territorio novohispano en numerosas Diputaciones Provinciales y centenares de ayuntamientos.378 Es cierto que en un principio el Plan de Iguala pareció articular regiones e intereses diversos, no obstante, cuando fue menester operar, el régimen imperial mostró su debilidad porque Estado y territorio estaban fragmentados y además porque la hacienda se encontraba exhausta. Después de unos meses en los que el Imperio dio muestras de un pronto fracaso, Agustín de Iturbide derogó el Congreso y después de enfrentar una dura Ibidem. Josefina Zoraida Vázquez, “Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, 1824”, en Patricia Galeana (coord.), México y sus Constituciones, AGN / FCE, México, 1998, p. 85. 377 378

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presión lo restituyó. Demasiado tarde. El régimen, incapaz de sostenerse por un sinnúmero de problemas irresolubles, cayó. El emperador abdicó a la Corona del reino mexicano el 18 de marzo de 1823. Pasaron 11 días para que la acefalia generada por la ausencia del ejecutivo fuera enfrentada por poco más de un centenar de legisladores que se reunieron con la firme convicción de llevar las riendas de la nación herida. Para esto, ya estaba circulando con la celeridad del caso el Plan de Casa Mata, ganando cada vez más nuevas adhesiones. El 31 de marzo el Congreso designó un triunvirato que desempeñaría las funciones del poder ejecutivo. Con el paso de las semanas, la legislatura nacional dio muestras de continuidad, no obstante, las presiones de provincias como Zacatecas, México y Jalisco orillaron a los tribunos a emitir una nueva convocatoria que reuniría a un nuevo cuerpo de representantes para fines de mayo. Desde que se fraguó la caída de Agustín I, el Plan de Casa Mata —apoyado en un inicio por la Diputación Provincial de Veracruz y luego secundado por la mayor parte de políticos, militares y sacerdotes—, vislumbró la posibilidad de instaurar a la república como forma de gobierno. La efervescencia política de nueva cuenta invadió el espacio público. En esta atmósfera exaltada, las diferentes facciones construyeron el acuerdo de reunir a un Congreso constituyente que garantizara la unidad a través de un pacto federal. El Congreso tendría la obligación de firmar inmediatamente una Acta constitutiva de la nación. Fue en este caótico contexto donde a don José Miguel Gordoa le llegó el turno de desempeñar de nueva cuenta el honroso llamado de la nación, no la conformada por la monarquía hispana, sino la libre e independiente que nacía con dificultades, pero que presagiaba un futuro promisorio. Así, el prefigurado estado de Zacatecas, eligió al teólogo pinense como su representante. Corría el mes de octubre de 1823. Como personaje eminente de esa provincia minera, José Miguel Gordoa fungió como su representante. También lo acompañaron en calidad de diputados por el naciente estado de Zacatecas: Santos Vélez, Francisco García Salinas y Valentín Gómez Farías. En la última sesión de la Diputación Provincial de Zacatecas, celebrada el 18 de octubre de 1823, se decidió entregar una libranza de 2 mil pesos al representante José Miguel Gordoa para que dispusiera cuanto antes su viaje a la Ciudad de México, lugar donde estaba próximo a desarrollarse el trabajo legislativo del Segundo Congreso Mexicano.379 Ese 18 de octubre la Diputación zacatecana se disolvió para dar paso al establecimiento del Congreso de la entidad y así dar por fundado el Estado de Zacatecas. Beatriz Rojas, La Diputación Provincial de Zacatecas. Actas de sesiones, 1822-1823, Instituto Mora, México, 2003. 379

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El Congreso de la nación comenzó su trabajo con la celebración de una Junta preparatoria el 31 de octubre de 1823. Esa fecha se conformó la comisión encargada de examinar los respectivos poderes que presentarían al órgano los diputados de las entidades. La comisión quedó integrada por José de Jesús Huerta, diputado por Guadalajara, Miguel Ramos Arizpe, representante de Coahuila, José Mariano Marín de Puebla, Francisco María Lombardo de México y Tomás Vargas por la provincia de San Luis Potosí.380 Las sesiones de la Junta Preparatoria se siguieron dando los días posteriores. El 5 de noviembre se efectuó la última. Estas reuniones tuvieron la encomienda de preparar las condiciones para instalar el Congreso constituyente. El trabajo de las Preparatorias fue tan exitoso, que el 7 de noviembre de 1823 se desarrolló la primera sesión del Soberano Congreso bajo la presidencia del Sr. Guridi y Alcocer. El trabajo que asumió la legislatura fue vertiginoso. Los diputados trabajaban bajo presión porque sabían perfectamente que urgía firmar el acta de nacimiento de la nación. En reuniones matutinas laboraban en un horario de diez de la mañana a dos de la tarde, aunque con suma frecuencia la hora de salida se prolongaba media hora más. Casi siempre se convocaba a sesiones extraordinarias por la tarde que iniciaban a las cinco y se prolongaban hasta las siete y media u ocho de la noche. Los días festivos como el 8 de diciembre en que se celebra la solemnidad de la Purísima Concepción también se sesionó, no así el 12 del mismo mes, que se declaró día de asueto por la Virgen de Guadalupe. Dentro de este ritmo frenético, el 19 de noviembre la comisión de Constitución integrada por los diputados Miguel Ramos Arizpe, Manuel Argüelles, Rafael Mangino, Tomás Vargas y José de Jesús Huerta presentó al Congreso el proyecto de Acta Constitutiva de la Federación, cuyo propósito fue trazar, mediante la definición de presupuestos centrales, el rumbo del nuevo país. Enterado de que el Congreso había iniciado ya la labor legislativa y que los trabajos desarrollados en su seno eran intensos, el Dr. Gordoa marchó hacia la Ciudad de México a mediados de noviembre. Con el dinero en sus manos y el Poder que le confirió el flamante estado de Zacatecas, arribó presuroso a la capital. Visitó a algunos conocidos y consiguió hospedaje, luego acudió el 29 de noviembre al recinto legislativo para acreditarse como diputado por la provincia de Zacatecas: «Se presentaron los poderes de los Sres. D. Miguel Gordoa nombrado por la provincia de Zacatecas y D. Juan de Dios Cañedo por Guadalajara, y se mandaron pasar a la comisión del ramo».381 El 1 de diciembre juró el cargo ante un crucifijo y los Santos Evangelios, acto seguido tomó posesión: «Aprobado el dictamen de 380 381

Crónicas. Acta Constitutiva de la Federación, Secretaría de Gobernación, México, 1974, p. 39. Crónicas. Acta Constitutiva, op. cit., p. 144.

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la comisión de poderes sobre los de los Sres. D. Juan de Dios Cañedo y D. José Miguel Gordoa diputados nombrados por Guadalajara y Zacatecas, salvó su voto en la resolución de darlos por buenos el Sr. Martínez [...]. Se presentaron, hicieron el juramento de estilo y tomaron asiento entre los demás Sres. diputados los Sres. D. José María Bustamante y D. José Miguel Gordoa diputados respectivamente por México y Guadalajara (sic)».382 Acreditado ya como diputado de la nación, observó lo prescrito en el artículo 34 del Reglamento Interior del Soberano Congreso: «Los diputados asistirán puntualmente a todas las sesiones desde el principio hasta el fin, guardando en ellas la decencia y moderación que corresponde al decoro de la nación que representan, sin preferencia de lugar, ni variándola dentro de una sesión; y si algún motivo les obligare a no continuar en aquella sesión, lo avisarán al presidente».383 Al respecto, es preciso señalar que el primer parlamentarismo mexicano materializado en la Soberana Junta Gubernativa adoptó los usos y costumbres de las Cortes de Cádiz, claro está, con adaptaciones. Este órgano primigenio estableció su dinámica de funcionamiento el 14 de noviembre de 1821. El documento se publicó con el nombre de Reglamento para el gobierno interior de la Soberana Junta Provisional Gubernativa del Imperio Mexicano,384 mismo que fue sustituido por el Reglamento Interior del Soberano Congreso aprobado el 25 de abril de 1823. Acreditado como representante, dentro del recinto legislativo el Dr. Gordoa presenció los acalorados discursos de distintos parlamentarios quienes, defendiendo su posición, subían encendidos a la tribuna. Destacan como oradores consumados José Miguel Guridi y Alcocer, Servando Teresa de Mier, Lorenzo de Zavala, Carlos María de Bustamante, Miguel Ramos Arizpe y Valentín Gómez Farías. ¿Qué sucedió con las intervenciones de don José Miguel Gordoa? Revisando el Diario de sesiones de ese primer periodo del Congreso, es notoria la ausencia de discursos pronunciados por nuestro personaje. Tal vez aquel ímpetu que lo caracterizó en Cádiz desapareció por el sesgo que tomaban las cosas. Si en la península Ibérica luchó por la erección de la monarquía constitucional, en la que creía sinceramente, en el naciente país se observaba ya la erección de la república como sistema de gobierno. El mes de diciembre de 1823 transcurrió muy rápido para el diputado pinense. Además de asistir a las sesiones que ocupaban sus días, se daba tiempo Ibid. Reglamento Interior del Soberano Congreso, en http://www.diputados.gob.mx/sedia/biblio/virtual/regla/ Reg_1823.pdf, consulta realizada el 1 de julio de 2013. 384 Hira de Gortari, “Los inicios del parlamentarismo. La Diputación Provincial de Nueva España y México, 1820-1824”, en Virginia Guedea (Coord.), La Independencia de México y el proceso autonomista novohispano, 1808-1824, UNAM / Instituto Mora, México, 2001, pp. 255-284. 382 383

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para cumplir con el deber de un ministro del altar. En su interior sentía cómo el mundo conocido sufría un vuelco, transformándose en algo que no deseaba. Cada vez más el liberalismo y las ideas contrarias a la fe ganaban terreno. Por eso defendió la religión en el marco del nuevo Estado que se construía con el apremio de las circunstancias. Consciente del devaneo político en que estaba inmersa la nación, el representante de Zacatecas se pronunció por el sistema republicano federal como modelo de gobierno que regiría al país. En la sesión efectuada el 16 de noviembre muy clara fue su postura al respecto. Sobre el punto, es dable destacar cómo los protagonistas políticos de la época reaccionaron frente a las circunstancias. Para Gordoa, lejos estaba el tiempo en que se proclamó fiel vasallo del rey. Del mismo modo, dejó atrás el apoyo que dio al gobierno imperial. Los vientos que soplaban sobre el inestable territorio mexicano, se orientaban hacia la instauración de la república. El retorno de Fernando VII y los abusos de Iturbide, dejaron amargas experiencias a los partidarios de la monarquía. No había duda, ahora la esperanza se fincaba en el sistema republicano que, de acuerdo a sus impulsores, conduciría a la patria por el camino del bien y la prosperidad. La labor legislativa avanzaba a buen ritmo. En las sesiones había prioridad por cimentar políticamente al Estado mexicano, por lo que la discusión del Acta Constitutiva continuaba. En lo relativo a las partes que integrarían la nación, el Doctor Gordoa defendió la propuesta de que fueran estados independientes, libres y soberanos. Además, cuando se debatió el artículo 13, el zacatecano pugnó —en concordancia con su postura gaditana— por la preponderancia del poder legislativo. Durante el mes de diciembre se discutía, punto por punto, el proyecto de Acta constitutiva. Los artículos que desataron mayor interpelación fueron los relativos a la soberanía, a la división de poderes y al sistema de gobierno que regiría a la nación. Paulatinamente fue tomando forma el Acta. A pesar del bajo perfil que mostró el Dr. Gordoa durante las sesiones del Congreso constituyente, quienes lo conocieron brillando en el parlamento de Cádiz lo propusieron para que ocupara la presidencia del órgano mexicano. Los anteriores presidentes, Guridi y Alcocer (7 de noviembre — 5 de diciembre de 1823) y el Sr. Mangino (6 de diciembre de 1823 — 5 de enero de 1824) tuvieron un desempeño sobresaliente, no se esperaba menos del teólogo pinense. Fue así como el 5 de enero de 1824 se llevó a cabo la votación para sustituir al Sr. Mangino. Nuestro personaje fue electo para ocupar el honorífico cargo de Presidente del Congreso. De un total de 67 votos, 54 le fueron favorables.385 El Dr. Juan A. Mateos, Historia parlamentaria de los Congresos mexicanos, t. II, Imprenta de J. F. Gens, México, 1878, p. 232. 385

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Gordoa dispuso del día 6 de enero en que el Congreso no sesionó, para platicar con los oradores más destacados y afinar el derrotero legislativo con los grupos políticos que ya se prefiguraban. Además, estudió con detalle el Reglamento Interior del Soberano Congreso, específicamente lo relativo a las funciones del Presidente. De acuerdo a la autoridad de la que estaba investido, a partir del día 7 de enero procuró actuar dentro de la norma: abrió y cerró sesiones a las horas precisas, mantuvo el orden en el recinto, concedió la palabra a los diputados que la solicitaran, interrumpió con respeto al representante que extraviaba su intervención orientando nuevamente la discusión, convocó a sesiones extraordinarias y secretas, anunció el fin de la sesión convocando para la próxima, se anotó en la lista de participantes cuando quiso intervenir… pero sobre todo, el Doctor Gordoa, en su carácter de Presidente del Congreso aceleró la maquinaria del órgano legislativo porque había que ajustar la propuesta de Acta Constitutiva, documento que sentaría las bases de la nueva Constitución. Por ello, en 25 días celebró 26 reuniones ordinarias y extraordinarias, algunas de las cuales se efectuaron durante las noches. El 7 de enero, primer día en que encabezó las actividades del Congreso, Gordoa dirigió desde el puesto de honor las discusiones sobre los congresos particulares de cada estado. Como en todo cuerpo deliberativo, la dinámica avanzó haciendo propuestas, conociendo posicionamientos a través de discursos, discutiendo, votando y llegando a acuerdos que se plasmarían en sendas leyes. Por ejemplo, se acordó que «para ser elegido diputado de los congresos de los estados, se requiere ser ciudadano que esté en el ejercicio de sus derechos, mayor de veinte y cinco años, y vecino del que lo nombra con residencia de cinco años».386 Acostumbrado al rigor legislativo de Cádiz, y con base en la experiencia emanada de aquel Congreso, justo cuando desempeñó la presidencia en la víspera del cierre de sus trabajos, el Doctor Gordoa dirigió con mano firme al órgano mexicano orientando las discusiones y llegando a consensos. En la sesión ordinaria del 9 de enero se consensó la negativa de depositar el Poder Ejecutivo en una sola persona porque, según lo discutido el día anterior, si una sola persona ocupara el Ejecutivo, sería presa fácil del soborno y la intriga, además de no estar exento de la seducción.387 En el fondo, esta actitud refleja la disputa por el poder entre el Ejecutivo y el Legislativo. Los congresistas sabían que depositando la soberanía en un solo individuo, tarde o temprano éste cometería los excesos menos imaginables, por tanto, desde su trinchera acotaron al Ejecutivo creando la figura del triunvirato y otorgando al Congreso Soberano facultades extralegislativas. 386 387

Crónicas. Acta Constitutiva, op. cit., p. 470. Ibid., p. 482.

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El debate en el Congreso continuó. El 14 de enero se discutió una ley que abolió el tráfico de esclavos en México. Ante una ley que se ostentaba moderna, no podía existir una mancha de tal magnitud, por eso la comisión que se encargó de fundamentar la desaparición de la esclavitud se remitió a una ley vigente desde 1815 que «extingue perpetuamente el transporte de esclavos de la costa de África o de cualquier otro punto para nuestro territorio imponiendo graves penas a los contraventores. Por ella el especulador de negros pierde su carga y el buque, quedando sujetos el maestre y el capitán a la pena de presidio».388 Los trabajos legislativos prosiguieron en su sede, el antiguo templo de San Pedro y San Pablo ubicado en el centro de la Ciudad de México. Desde este lugar se escuchó la voz del Secretario del Congreso la mañana del 23 de enero leyendo una carta del General Vicente Guerrero donde informaba a ese cuerpo los resultados satisfactorios que obtuvo en la campaña de Cuernavaca, a lo que el Señor Presidente, Dr. José Miguel Gordoa, respondió con beneplácito.389 Ese mismo día, cuando se deliberaba sobre un dictamen del estanco del tabaco, el Señor Presidente se vio en la necesidad de suspender la discusión para llamar al orden. El Dr. Gordoa alzó la voz y dijo que «[...] al tiempo de prestar juramento el Sr. Diputado por Tabasco, ciertos individuos que estaban en una galería, rehusaron ponerse en pie como marca el reglamento a pesar de haberlos advertido el portero. Que este era un desacato no sólo al acto religioso del juramento, sino al Soberano Congreso, cuyos individuos también se ponen en pie y que tienen mandado lo hagan los espectadores».390 Con el tiempo encima, el 28 de enero el Congreso recibió a los integrantes del Poder Ejecutivo. Recordemos que tras la abdicación de Agustín I, el Supremo Poder Ejecutivo recayó en un cuerpo colegiado integrado por tres individuos: Pedro Celestino Negrete, Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo. Sin embargo, los dos últimos no pudieron asumir el cargo, por lo que fueron sustituidos por Mariano Michelena y Miguel Domínguez, precisamente éstos acudieron a la sesión aludida con el propósito de informar al Congreso el restablecimiento de la tranquilidad pública trastocada por un grupo de soldados rebeldes que se pronunciaron contra las autoridades constituidas. En la tribuna del antiguo templo de San Pedro y San Pablo, Michelena aseveró que redujo a los militares, aunque D. José Staboli, cabecilla de ese piquete, una vez capturado se resistió a las fuerzas superiores, siendo acreedor de la pena de muerte. Michelena pide al Congreso su misericordia para «economizar sangre». Ante la información vertida y el pedimento expresado «el Presidente del Congreso contestó que Su Soberanía Ibid., p. 510. Ibid., p. 551. 390 Ibid., p. 553. 388 389

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había oído con satisfacción la noticia de hallarse restablecida la tranquilidad pública, y que tomaría en consideración lo expuesto por el Poder Ejecutivo acerca de D. José Staboli, procurando combinar la justicia con la clemencia, que era el más dulce tributo de la soberanía».391 La sesión matutina del 29 de enero sirvió para organizar el acto en el que se promulgaría el Acta Constitutiva de la Federación. Este día el Congreso recibió de nueva cuenta la visita del Poder Ejecutivo. El Presidente del Congreso inició la asamblea alzando la voz para externar su beneplácito por la recuperación de la tranquilidad pública, después aseguró que «no habrá independencia ni libertad si no se obedece y respeta a las leyes y a las autoridades, las cuales no tienen más anhelo que la felicidad de la patria».392 Convencido de que la legalidad podría ser garante del bien y la prosperidad de la nación, quiso persuadir a sus escuchas: «[La patria] se consolidará por el acta constitucional que los pueblos tanto desean, y que por lo mismo la recibirán y plantearán con el mayor gusto, a pesar de los que quisieran tener siempre a la nación vacilante».393 El sacerdote de la Diócesis de Guadalajara mostró su júbilo al externar que en tres o cuatro días más, estaría concluida la tan deseada acta, lo que demostraría que el Soberano Congreso «no ambicionaba más que dar leyes sabias y justas que hiciesen la felicidad y gloria de la nación que representaba. Exhortó al pueblo a la sumisión a las leyes que es en lo que consiente la verdadera felicidad».394 También conminó al Ejecutivo a conducirse «con vigor y prudencia» y al mismo Congreso «a consumar sin desaliento la grande obra que construirá a la nación».395 La sesión se levantó a la una y el Sr. Presidente convocó a otra extraordinaria, ese mismo día en punto de las cinco de la tarde. En la asamblea vespertina del 29 de enero se trataron varios asuntos cuyo tema central fue la recomposición territorial. Primero se discutió acerca de que los pueblos del Istmo regresaran a los estados que antes pertenecían; luego se aprobó que la antigua provincia de Nuevo Santander conformara un estado de la federación con el nombre de Tamaulipas; por último se abordó la propuesta de que las provincias del Nuevo Reino de León, Coahuila y Texas integren un estado de la nación. Agotados estos puntos, a las ocho y media de la noche el Dr. Gordoa cerró la sesión.396 Las discusiones siguieron en la sesión del 30 de enero. Como punto inicial se expuso la conveniencia de presentar un proyecto de ley para que se redactara una serie Ibid., p. 564. Ibid., p. 565. 393 Ibidem. 394 Ibidem. 395 Ibidem. 396 Ibid., pp. 569-575. 391 392

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de obligaciones y condiciones que deberán observar los españoles residentes en México; enseguida se deliberó sobre un asunto que levantó ámpula y nutridas intervenciones: la anexión del partido de Colima al de Jalisco, finalmente, tras una reñida votación Colima fue considerado como partido integrante de la federación mexicana. También se acordó que la Laguna de Términos pertenecía a Yucatán. La asamblea de ese día concluyó a las dos y media de la tarde.397 Parecía ser que las discusiones sobre distintos puntos serían interminables. Todavía el 31 de enero, día en que se promulgó el Acta Constitutiva de la Federación continuaron los debates sobre diversos asuntos, como el relativo a la introducción de 710 frascos de azogue o la facultad del Congreso para demarcar las funciones de la Corte de Justicia. No obstante, también se acordó la fórmula para el juramento del Acta Constitutiva: Art. 1. Una comisión compuesta de un Diputado por cada estado presentará al Supremo Poder Ejecutivo la acta constitutiva. Art. 2. El Supremo Poder Ejecutivo determinará que se haga del modo más solemne la publicación de esta acta en todos los estados y pueblos de la federación mexicana. Art. 3. Todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, los individuos de cualquiera corporación, los empleados de oficinas, jefes de la milicia, oficialidad y tropa y demás individuos pertenecientes a la nación mexicana presentarán el juramento de su obediencia bajo esta fórmula: ¿Juráis a Dios observar y obedecer la acta constitutiva de la nación mexicana?398

El formato anterior se aprobó, con la condición de que en el recinto del Congreso, el Poder Ejecutivo realizara el juramento. Otra vez el recelo entre los Poderes que constituían la nación. Acto seguido, el Sr. Presidente Gordoa nombró una comisión compuesta por varios diputados con la encomienda de llevar el Acta al Poder Ejecutivo, integrado en ese entonces por José Mariano Michelena, Miguel Domínguez y Vicente Guerrero. La sesión cerró a las dos y media de la tarde para pasar inmediatamente a una sesión secreta, donde se redactó el Decreto de publicación de la Acta Constitutiva que firmó el Dr. Gordoa en su calidad de Presidente del Congreso. Conforme a lo dispuesto por el órgano legislativo, el Acta Constitutiva fue jurada por el Ejecutivo y posteriormente publicada con una adición que apareció al principio del documento: un manifiesto a la nación por parte del cuerpo colegiado que integraba el Poder Ejecutivo. Por su riqueza, no resistimos citar 397 398

Ibid., pp. 575-583. Ibid., p. 587.

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varios fragmentos del texto en cuestión porque ilustran el pensamiento político que prevalecía en la época y las expectativas depositadas en esa ley que ya regía a México: El denominado Supremo Gobierno fija su posición: «[...] tenemos ya una Acta constitutiva, y si amamos el orden, si queremos tener Patria, si anhelamos a ser Nación, es llegado el momento en que esto se verifique».399 Por lo demás, el triunvirato muestra su entera satisfacción por el Acta y aprovecha para dirigirse halagos con una evidente falsa modestia: «Compatriotas: podrá reprochársenos de no haber gobernado con todo el pulso y tino necesario, pero nuestras intenciones han sido rectas, nuestro norte ha sido constantemente la prosperidad pública: no hemos podido hacer todo el bien que hubiéramos querido; obstáculos insuperables, y que sólo disminuirá el tiempo, se han atravesado, pero al cabo el Estado ha subsistido».400 Al término del manifiesto lanzan un vaticinio que se convierte en premonición «[...] penetraos, ciudadanos, de que la unión y subordinación a las Autoridades, es lo único que puede salvarnos, y que los que bajo cualquier pretexto que lo hagan, atacan este principio son los enemigos del Anáhuac, y batidores de un tirano que no dejará de aparecerse para sorprendernos en el desorden y hacernos sus esclavos».401 Durante el periodo en que el Doctor Gordoa ocupó la presidencia se agotaron las discusiones relativas al Acta Constitutiva. El eclesiástico zacatecano, organizó el trabajo legislativo de tal modo, que al término de su encargo, dotó al naciente país de un pacto político que sentó las bases donde se apoyaría la nación: ésta se declaraba libre e independiente; constituida en tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial; la soberanía radicaba en la nación; su forma de gobierno era la república representativa, popular y federal; las partes que la integraban eran estados libres y soberanos.402 Por estos fundamentales motivos, Emilio Rabasa considera a este «certificado de nacimiento» como la primera Constitución de la nación mexicana.403 Pero además, el documento angular también deja en claro las atribuciones del Poder Legislativo: el órgano general se conformaba por la cámara de diputados y el senado; sus miembros serán representantes populares; la facultad del Congreso era generar leyes y decretos; éste tendrá como principales obligaciones: preservar la independencia, procurar la paz y el orden público; conservar la unión; establecer las contribuciones para sostener al país; mantener la independencia de los estados; Manuel Calvillo, La República Federal Mexicana. Gestación y nacimiento, El Colegio de México / El Colegio de San Luis, México, 2003, p. 845. 400 Ibidem. 401 Ibidem. 402 Véase Acta, 1824. 403 Emilio Rabasa, “Análisis jurídico”, en Patricia Galeana (coord.), México y sus Constituciones, AGN / FCE, México, 1998, p. 89. 399

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regular el comercio exterior y habilitar puertos; proteger la libertad de imprenta; declarar la guerra; organizar, en el ámbito federal, las fuerzas armadas de mar y tierra así como procurar moderar y controlar las milicias de los estados; organizar el tipo, valor y uso de moneda, asimismo, establecer un sistema uniforme de pesos y medidas.404 Con una fuerte influencia del código gaditano debido a que varios del constituyente mexicano tuvieron experiencia en Cádiz, pero también con una clara influencia norteamericana pues los representantes aludían constantemente a Washington y a los avances de la república del vecino país del norte, el texto constitutivo de la nación mexicana también especificó las facultades del Ejecutivo que, dicho sea de paso, fue un poder al que se le acotó y condicionó. Por principio de cuentas se estableció que la Constitución depositaría el ejercicio del ejecutivo en la persona o personas que ésta indicara. Asimismo, los diputados dispusieron las funciones que le correspondían: poner en ejecución las leyes; cuidar la recaudación; nombrar y remover secretarios de despacho; nombrar oficiales del ejército, embajadores y cónsules; declarar la guerra, previa autorización del Congreso general; disponer de las fuerzas armadas para la defensa de la nación, así como también dirigir negociaciones diplomáticas y velar por la aplicación de la justicia.405 Además, el contenido de la Acta Constitutiva especifica que el poder judicial tiene por obligación impartir justicia pronta e imparcial. La última parte del documento en cuestión edifica las coordenadas que guiarán a cada estado en la confección de su propia Carta Magna. Si comparamos el contenido del proyecto presentado por Ramos Arizpe con el texto del Acta Constitutiva promulgada el 31 de enero de 1824, el resultado es que en la mayoría de los puntos hay concordancia. Pareciera ser que el Acta es una copia íntegra del proyecto, sin embargo, si se hace una lectura atenta de ambos documentos, comienzan a aflorar detalles que son significativos. Por ejemplo, el artículo 4º del primer texto se refiere a la soberanía, al igual que el artículo 3º del segundo. Así, en el proyecto dice a la letra: «La Soberanía reside esencialmente en la nación [...]», mientras que el punto del Acta reza: «La Soberanía reside radical y esencialmente en la nación [...]».406 La diferencia estriba nada más y nada menos que en el concepto «radical». Si bien existe consenso en que la soberanía reside esencialmente en la nación, esto es, que la nación es por esencia soberana, el Acta Constitutiva agrega «radical», que en palabras de Guridi y Alcocer significa «que la nación no dejará de ser nación porque la deposite [la soberanía] en una persona Ibidem. Ibidem. 406 Manuel Calvillo, op. cit., pp. 836 y 846. Las cursivas son nuestras. 404 405

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o en un cuerpo moral».407 Otro aspecto en el que difieren los textos referidos es el relacionado con el Poder Ejecutivo. Mientras que el texto presentado por el grupo que encabezó Ramos Arizpe omite las facultades de este poder, el Acta Constitutiva le asigna 15 atribuciones. Esto se explica por la desconfianza que despertaba dotar al Ejecutivo de injerencia desmedida en demérito de los poderes Legislativo y Judicial. Para la pléyade reunida en torno a Ramos Arizpe, el equilibrio de poderes era un abstracto pues, en realidad, el Legislativo debía concentrar la autoridad subordinando a los otros dos poderes. Durante el lapso en que ocupó la presidencia del Congreso, el Dr. Gordoa cuidó con minucia cada detalle del trabajo legislativo: dio celeridad a los debates sin descuidar el contenido mismo de los artículos que se discutían y aprobaban, también estuvo al tanto de la redacción final del Acta. Como ya se mencionó, finalmente, el 31 de enero de 1824, terminó la redacción del documento. Al término de la sesión, el Acta fue leída en voz alta. Todos los diputados la aprobaron y firmaron.408 Durante la sesión del 3 de febrero el Poder Ejecutivo y los representantes de los estados juraron obediencia y sumisión al citado documento. El mismo día se recibieron y distribuyeron ejemplares impresos del texto constitutivo, ordenándose que se circularan de inmediato. En la parte final del material se podía leer: «Artículo 36.La ejecución de esta acta se somete bajo la más estrecha responsabilidad al supremo poder ejecutivo, quien desde su publicación se arreglará a ella en todo. México, a 31 de enero de 1824, 4º y 3º. José Miguel Gordoa, diputado por Zacatecas, Presidente [...]».409 En la sesión del 6 de febrero, el Doctor Gordoa fue sustituido de la presidencia del Congreso por el Licenciado José Ignacio de Espinosa. Después de haberse desempeñado como presidente y de proporcionar a la nación el Acta Constitutiva, nuestro protagonista permaneció en la Ciudad de México trabajando en la elaboración de la Constitución mexicana. Durante las sesiones en las que se discutían los artículos, Gordoa estuvo muy activo en las votaciones, e incluso formó parte de varias comisiones especiales, como la que se integró el 13 de abril de 1824 que tuvo por encargo establecer la conducta que debía mostrar el Poder Ejecutivo en las funciones eclesiásticas. Sin embargo, en el periodo que va de febrero a octubre de 1824 no se escucharon desde la tribuna discursos por él pronunciados. Por extraño que parezca, a lo largo del periodo en que el Dr. Gordoa fungió como representante del estado de Zacatecas, no envió, o al menos no encontramos, No hay duda que el concepto «radical» utilizado en el Acta Constitutiva se retomó del Congreso gaditano. Véase José Barragán, “Concepto de soberanía en las Cortes de Cádiz”, en http:www.juridicas.unam.mx/ publica/librev/rev/hisder/cont/17/cnt/cnt1.pdf, consulta realizada el 30 de junio de 2013. 408 Mateos, Historia, t. II, p. 237. 409 Acta, 1824, p. 11. Hira de Gortari, op. cit., 2001, pp. 255-284. 407

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ninguna carta dirigida por él al Congreso local. Lo que sí localizamos fueron cartas remitidas al Obispo Cabañas en las que nuestro personaje, luego de besar sus pies de manera metafórica, se autodenomina «atento hijo y reverente súbdito» del Prelado. En las misivas, el eclesiástico pinense informa a su Obispo sobre los acontecimientos en torno a la política nacional. Por ejemplo, en carta fechada en la Ciudad de México el 14 de abril de 1824, participa que una legación mexicana salió rumbo a Inglaterra con el fin de conseguir el reconocimiento de aquella nación, que se le está formando justicia a Gómez Pedraza y que la discusión desarrollada en el Congreso se interrumpió por los días santos, reanudándose el miércoles de la semana de Pascua.410 En otra epístola del 16 de junio de 1824 el Dr. Gordoa informa a su Obispo con más amplitud lo ocurrido en la esfera política: Ya está en Cádiz escribiendo sobre independencia de ambas Américas D. Juan López Cancelada: dice que no la hay de hecho ni de derecho; y contrayéndose a Nueva España afirma que en tres años no se ha podido consolidar un buen gobierno parece que también se burla de las compañías o compañía hecha en Londres para trabajar estas minas Ha pasado por mi casa con grande aparato el Supremo Poder Ejecutivo a recibir al General Victoria que debe entrar esta mañana; anoche sacaron a los conspiradores del 12 del pasado excepto los dos condenados a pena capital, y el Brigadier Andrade que dicen queda en su casa por enfermo. Seguramente Mr. Samuel viene con el General Victoria cuya carta a los conspiradores he visto en el proceso de estos, a quienes dice que esperen venga él, y todo se compondrá. El general Filisola ha aprehendido a los facciosos, Capitán José Miguel Reyes y sargento José María Salazar de la gavilla de Vicente Gómez He visto carta reservada del Señor Vázquez destinado a ir a Roma en la que se queja del retardo de su depósito, y teme se intente hablar mal de Su Señoría en el Congreso y alguno me ha dicho que se pensaba fuere en su lugar el Diputado Mier, o el Diputado Vargas, pero el Presidente del Congreso está en que se trate aquel asunto en sesión secreta, y creo que no hará novedad el Gobierno. En esta mañana ha jurado su plaza y el acta constitucional el General Victoria, y asistió al juramento Mr. Samuel. Dicen que el General Barragán ha indultado al Coronel Reguera con otros facciosos.411 410 411

AHAG, sección Gobierno, serie Obispos / Gordoa, sf, snf. AHAG, sección Gobierno, serie Obispos / Gordoa, sf, snf.

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Así las cosas. El Dr. Gordoa mantuvo su fidelidad con Cabañas. A través del tiempo y las circunstancias políticas, el teólogo pinense siempre se comunicó con su Obispo notificándole los sucesos que consideró más importantes. Así lo verificó en Cádiz y ahora lo refrendaba en la Ciudad de México. Que en la carta citada con antelación anotara el viaje del Dr. Vázquez cuya misión era el reconocimiento de la nación mexicana por la Santa Sede, o que comentara el juramento realizado por Guadalupe Victoria, no son noticias aisladas o ingenuas. Gordoa seleccionaba la información tomando como criterio la repercusión de la nota en el estado de Jalisco y en la Diócesis de Guadalajara. Para nuestro personaje, los días en la Ciudad de México pasaron rápidamente. Como señalamos con anterioridad, su tiempo lo repartió entre el Congreso, el cumplimiento de su obligación religiosa y las charlas con sus conocidos. Finalmente, la Constitución se promulgó el 4 de octubre de 1824. Al concluir la tarea del segundo Congreso, el pinense regresó a Guadalajara para retomar nuevamente sus actividades académicas y eclesiásticas.

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Defender la religión ante la acechanza de los enemigos Cuando la Nueva España se emancipó de la metrópoli ocurrió una consecuencia de profundo alcance: la interrupción de las relaciones del flamante gobierno mexicano con la Santa Sede. Recordemos que en el trono español radicaba el punto de cohesión entre la monarquía y la Santa Sede. Sin dominio en estas tierras, la Corona española se deslindó del vínculo entre el Papa y las Iglesias locales. Así, en este territorio los acuerdos entre el Sumo Pontífice y el monarca quedaron disueltos ipso facto. Esto orilló a la Sede Apostólica a desconocer la independencia. Acto seguido, el clero mexicano aprovechó la coyuntura para afirmar que, ante las actuales circunstancias, el Patronato Regio resultaba nulo.412 Además, la Regencia del Imperio aseveró en noviembre de 1821 y marzo del año siguiente que con la emancipación había cesado dicha figura, por tanto, la vida eclesiástica debía regirse en adelante con el derecho canónico general.413 En Guadalajara, no obstante, algunos políticos liberales quisieron restituir ese antiguo acuerdo para beneficiar al gobierno civil de Jalisco. De esta manera se suscitó un enfrentamiento entre los dos grupos más poderosos de la sociedad tapatía: mientras que el clero entendía que conseguida la independencia este derecho había sido abrogado, los liberales sostenían que tal usufructo le correspondía al estado, pues, en la jurisdicción jalisciense, era éste el depositario de la soberanía. El desprendimiento de la Iglesia mexicana del seno romano fue sumamente adverso para la institución local, pues ante la falta de una cabeza universal, la comunidad cristiana resultó ser un blanco fácil de los embates del Estado liberal, quien se propuso debilitar a la jerarquía eclesiástica por considerarla contraria a los afanes gubernamentales. Es decir, en el nuevo orden, los intereses de ambos organismos que antes se conciliaban sin gran dificultad, ahora se tornaban incompatibles: la Iglesia pugnaba por no depender más del Gobierno civil, y seguir administrando sus ingresos y patrimonio de forma irrestricta, mientras que el El Real Patronato Indiano fue concedido por el Papa a los reyes de Castilla con el propósito de alentar la propagación de la fe católica. Cuando nació, en el siglo XVI, el Patronato consistió en el otorgamiento de los diezmos recabados en las Indias a la corona hispana como compensación de los gastos ocasionados por la conquista. Para finales del siglo de las luces, y con la política regalista como telón de fondo, el trono se apropió de las facultades de la Iglesia, desplazándola paulatinamente. Como ejemplo de la jurisdicción regia está el nombramiento de las autoridades eclesiásticas, el otorgamiento de permisos para construcción de templos, la vigilancia de los concilios provinciales por parte del virrey, etc. Véase Oscar Cruz Barney, “Relación IglesiaEstado en México: El Regio Patronato Indiano y el Gobierno Mexicano en la primera mitad del siglo XIX”, en Revista Mexicana de Historia del Derecho, vol. XXVII, UNAM, México, enero – junio 2013, pp. 117-150. 413 Emilio Martínez Albesa, “México: del Estado cristiano regalista al Estado laico liberal”, en Boletín Eclesiástico www.arquidiocesisgdl.org/2010-10-5.php, consulta realizada el 19 de junio de 2013. 412

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gobierno civil deseaba someter la estructura eclesiástica a su control, como antes lo hacía el Rey. Si en 1823 la Iglesia mexicana se deslindó de la legislación anticlerical gaditana en aras a reivindicar sus ancestrales privilegios, más tarde, el clero cayó en la cuenta de que la aparente recuperación de éstos había sido mera ficción legal. Muy pronto el naciente Estado mexicano dio muestras de exclusión y dominio: en el ámbito nacional, los estados libres y soberanos limitaron la participación de eclesiásticos en los congresos locales, negándoles la posibilidad de ser gobernadores de sus respectivas entidades. Asimismo se obligó a los Obispos a jurar la Constitución de 1824. Esto comenzó a alterar diametralmente la posición política de la Iglesia. En este peliagudo contexto, ubicamos a nuestro personaje volviendo de la Ciudad de México tras haber cumplido a cabalidad su encargo conferido por el Estado de Zacatecas. Como representante de su jurisdicción, participó en los debates legislativos y, previendo los difíciles tiempos, defendió a la religión católica de los ataques en su contra. En este sentido, no fue gratuito que la Constitución de 1824 comenzara: «En el nombre de Dios Todopoderoso, autor y supremo legislador de la sociedad [...]»,414 ni que el artículo 3 de la referida Carta señalara claramente: «La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra».415 Pese a la defensa frontal que nuestro eclesiástico hizo de la religión y que quedó plasmada en la Carta de 1824, el clima político y social no fue favorable para que el Estado mexicano respetara lo dispuesto en el cuerpo normativo. Brian Connaughton ha señalado que las Reformas Borbónicas y la política regalista socavaron lentamente el poder de la Iglesia, hasta que con la proclamación de la independencia comenzó a vislumbrarse con nitidez el ascenso de un proceso secularizador impulsado por el gobierno y algunos sectores sociales, proceso que la Iglesia combatió con toda su fuerza.416 Por ello, cuando a fines de 1824 el Dr. José Miguel Gordoa volvió a su sede episcopal, vio con tristeza cómo el balbuceante estado libre y soberano de Jalisco se inclinaba hacia la ideología liberal. También le causó gran pesar la paradoja que representaba el advenimiento de una nueva época para México: cuando él mismo había apoyado la independencia nacional, el Papa León XII la había descalificado declarándola inválida al publicar la encíclica Etsi iam diu el 24 de septiembre de 1824.417 Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, en http://www.diputados.gob.mx/biblioteca/bibdig/ const_mex/const_1824.pdf, consulta efectuada el 4 de marzo de 2013. 415 Ibidem. 416 Brian Connaughton, Entre la voz de Dios y el llamado de la patria. Religión, identidad y ciudadanía en México, siglo XIX, UAM / FCE, México, 2010, pp. 156-178. 417 Héctor C. Hernández, “México y la Encíclica Etsi iam diu de León XIII”, en Estudios de historia moderna y 414

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Pero vayamos por partes. ¿A quién obedecer?, ¿al gobierno civil recién constituido o al Sumo Pontífice?, ¿cómo incidir en la opinión pública para que ésta se inclinara por una u otra potestad? De súbito, el sistema político que el Dr. Gordoa había construido en colaboración con otros parlamentarios, grupos y élites, lo ubicó en medio de un fuego cruzado. Por el momento conformémonos entendiendo que más allá de resolver esta cavilación, lo preocupante para el eclesiástico pinense fue constatar que el espacio público se estaba inundando de papeles sueltos y folletería que contradecían lo planteado por el Papa. Esto podía ocasionar que una buena parte de la opinión pública se decantara por las ideas contrarias a la religión y las buenas costumbres. El detonante sería la difusión de materiales escritos, vehículos formidables de las ideas. Meses atrás, Carlos María de Bustamante describía en el Diario Liberal de México la espiral informativa y propagandística desprendida de las prensas, que pululaban por toda la república.418 En otras palabras, Bustamante confirmaba el espíritu de los tiempos detectado por Gordoa: proliferación de los talleres tipográficos, enfrentamiento ideológico en pos de las conciencias, lectura sin freno de distintos materiales y enfrentamiento político y doctrinario de distintas posturas. El temor de Gordoa se convirtió en realidad cuando en Guadalajara circuló impreso un discurso atribuible al siempre punzante Servando Teresa de Mier, quien refutaba la postura del Obispo de Roma. El texto critica a León XII por inclinarse a favor de Fernando VII y negar la independencia de México: «[...] la autoridad que dio Jesucristo a sus apóstoles, no fue para dominar al clero, dice San Pedro, ni para destrucción o ruina, dice San Pablo, sino para edificación de los fieles. Jesucristo les dijo: sabéis que los príncipes de las gentes los avasallan y despotizan sobre ellos: vosotros no lo haréis así [...]».419 Continúa el otrora fraile dominico: «Por lo mismo aún la potestad espiritual que de derecho divino reconocemos en el Obispo de Roma como primado de la Iglesia por ser sucesor de San Pedro, no la reconocemos absoluta, sino moderada por los verdaderos y legítimos cánones de la Iglesia, y sin perjuicio de los derechos civiles de las naciones, de las costumbres loables y privilegios de las iglesias particulares [...]».420 Con estos argumentos se rebatía en este punto la autoridad papal sobre la Iglesia y la feligresía mexicanas. Éste y otros ásperos escritos difundidos por los gobiernos federal y local, produjeron en la sociedad tapatía sentimientos encontrados. Si bien es cierto que prevalecía un ánimo exaltado y una actitud optimista por la consumación de la contemporánea de México, vol. 13, UNAM, México, 1990, p. 103. 418 Diario Liberal de México, México, 31 de mayo de 1823, p. 9. 419 Servando Teresa de Mier, Discurso del Dr. D. Servando Teresa de Mier sobre la encíclica del Papa León XII, quinta impresión revisada y corregida por el autor, Imprenta de la Federación, México, 1825, p. 12. 420 Ibid., p. 13.

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independencia, también es verdad que los tapatíos eran católicos y, por lo tanto, respetaban los preceptos de la Iglesia. Gobierno civil o gobierno eclesiástico universal, ese era el dilema que compartieron los habitantes de la Diócesis y el Doctor Gordoa porque, además de ostentarse como ciudadanos, profesaban la fe católica. En este tenor, si las potestades civil y eclesiástica se enfrentaban y excluían, el resultado era que ellos, como parte integrante de ambas, se sentían bifurcados, escindidos. Sin embargo, pese a este sentimiento compartido, muchas personas se vieron en la necesidad de apoyar a una fracción. Así, los partidarios de la república establecieron leyes que iban en demérito de la Iglesia, pues, de acuerdo a los defensores del altar, esas reglas estaban empeñadas en reducir a su mínima expresión el poder eclesiástico. En este sentido, Gordoa vio con aflicción los sucesivos ataques de políticos liberales y simpatizantes suyos contra la potestad eclesiástica. En el plano jalisciense, una de las primeras agresiones que sufrió el clero fue el relativo a la disputa del Patronato Real. Si bien Carlos III subordinó a la Iglesia hasta límites insospechados, con la emancipación de México la sumisión de la Iglesia respecto al Estado español —pensó el clero— se había roto, por lo que la antigua dependencia se había diluido. Sin embargo, la autoridad civil quiso subrogarse esa serie de privilegios: «El goce pleno de las prerrogativas que otorgaba el regio patronal indiano sobre las iglesias de América, concedidas por el pontífice a los monarcas españoles desde el siglo XVI, fue un beneficio que los gobiernos liberales quisieron adjudicarse luego que el país había emprendido su etapa independiente».421 Es decir, la cláusula del Patronato Real se aplicó regalistamente por parte del gobierno liberal, en especial por el Congreso de Jalisco. En el alba de la república, los políticos liberales que constituían la mayoría en la Cámara de representantes local, aprovecharon esa ventaja para patentizar el predominio que en adelante ejercería el gobierno civil sobre el eclesiástico. No podían admitir que otra jurisdicción se excluyera de su hegemonía. Por eso eran enfáticos al señalar el carácter «supremo» del gobierno del estado y de su Congreso. En este tenor, advirtiendo que la Iglesia podía exceptuarse del poder ganado legalmente, endurecieron la ley para reducir a la institución clerical. Hacia fines de 1824, el Estado de Jalisco quiso forzar el privilegio del Patronato en el artículo 7º de la Constitución de la Entidad que a la letra decía: «La religión del Estado es la Católica, Apostólica, Romana, sin tolerancia de otra alguna. El Estado fijará y costeará todos los gastos necesarios para la conservación Luis Valdés Anguiano, “La Constitución de Jalisco. Una visión histórica y política”, en Francisco José de Andrea Sánchez (coord.), Derecho constitucional estatal. Estudios históricos, legislativos y teórico-prácticos de los estados de la República mexicana, UNAM, México, 2001, p. 219. 421

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del culto».422 Es decir, las autoridades civiles trataron de someter a la Iglesia bajo la dirección estatal. El clero solicitó modificar dicho artículo, petición que fue rechazada por los liberales. Los ministros de Dios respondieron con la negativa a jurar la Constitución, luego suspendieron las misas y más tarde se rehusaron a administrar los sacramentos. La pugna adquirió visos de violencia. En Lagos de Moreno se suscitó un choque entre autoridades estatales y la población a mediados del mes de diciembre de 1824. Un año después, el gobierno de Jalisco exigió a la Iglesia local el pago de una contribución directa sobre sus capitales.423 Las agresiones de ambas partes desencadenaron una guerra discursiva entre el gobierno civil y el eclesiástico que sobrepasó toda mesura. Uno y otro bando se atacaron con todos los medios a su alcance. El gobierno decía que actuaba conforme a derecho, mientras que la Iglesia afirmaba que no permitiría más insultos a la sacrosanta religión y llamaba a la feligresía a defender su fe con enérgico carácter. El ambiente se enrarecía. Por un lado, los sacerdotes instruían a su rebaño desde el púlpito sobre la desobediencia civil a la que tenían derecho como católicos; por otro, el gobernador del estado de Jalisco, Prisciliano Sánchez, impulsó la Ley general de instrucción pública que derogó a la Universidad por considerarla católica, conservadora y perniciosa; creando en su lugar el Instituto de Ciencias,424 donde se impartió la educación liberal, «expresión viva del pensamiento político del gobierno»;425 (esta medida afectó sobremanera al Dr. Gordoa porque había sido rector de la Universidad y, a la fecha de su clausura, seguía desempeñándose como catedrático); también dividió a la enseñanza en primaria, secundaria, terciaria y profesional, y fundó una Junta Directora de Estudios, cuya encomienda se traducía en «publicar obras, promover la mejora de los métodos de enseñanza, ejercer atribuciones señaladas en su reglamento y dar cuenta al Congreso de las cuatro clases de enseñanza».426 Jalisco fue la primera entidad de la nación mexicana que proclamó una Constitución propia, el 18 de noviembre de 1824. Tras un acelerado proceso autónomo en el que la Diputación Provincial decidió erigirse en Estado Libre y Soberano, las autoridades constituidas pusieron en marcha un proyecto que se basaba en la libertad, la independencia y la soberanía, situación que enfrentó a la entidad con el gobierno central. Véase Luis Valdés Anguiano, op. cit., 2001, p. 213. 423 María Pilar Gutiérrez Lorenzo, “Prácticas y modelos epistolares de un archivo decimonónico: la correspondencia del Hospicio Cabañas”, en Carlos Sáez y Antonio Castillo Gómez (editores), La correspondencia en la historia. Modelos y prácticas de la escritura epistolar. Actas del VI Congreso Internacional de Historia de la Cultura Escrita, vol. I, Biblioteca Litterae Calambur, Madrid, 2002, p. 319. 424 El Instituto de Ciencias de Guadalajara fue instalado el 4 de febrero de 1827 en el edificio que ocupó la Universidad. Su director fue Pedro Lissaute. El instituto fue considerado por el clero como “foco de radicalismo”. El gobierno comenzó a cerrar la pinza apuntalando su proyecto liberal, pues en 1828 entró en funcionamiento la escuela normal lancasteriana “Amistad Universal”, donde también fungió como catedrático Pedro Lissaute. Véase Celia del Palacio, La disputa de las conciencias. Los inicios de la prensa en Guadalajara, 1809-1835, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 2001, p. 159. 425 Luis Valdés Anguiano, op. cit., 2001, p. 220. 426 Carmen Castañeda, “Fuentes para la Historia de la educación en Nueva Galicia y en el estado de Jalisco”, en Historia mexicana, vol. 29, El Colegio de México, México, julio-septiembre de 1979, p. 182. 422

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En marzo de 1826 se endurecieron las medidas de la autoridad civil: se decretó que el gobierno del estado tenía la exclusiva facultad de proveer de artículos eclesiásticos a los ministros y templos. Más adelante, el gobernador de Jalisco consideró la posibilidad de intervenir en la autorización de los curatos vacantes. Hacia 1827, el gobierno eliminó la Haceduría de Diezmos de la Iglesia y creó una Junta Directiva estatal con el fin de recaudar y administrar esos ingresos.427 Esto agudizó las ríspidas relaciones que desde años atrás se venían dando entre la Iglesia y el estado. Ante tal circunstancia, los grupos en pugna se aprestaron para la batalla. A estas alturas, es necesario señalar que en el escenario tapatío el lustro que va de 1825 a 1829 no es posible ubicar en la escena política únicamente a dos grupos. En realidad los llamados conservadores «[...] eran liberales temerosos de la participación popular y de los extremos del republicanismo federal. Muchos de los defensores de la monarquía estaban pensando en la Constitución de Cádiz [...]».428 Sin embargo, al situar a grupos e individuos en cartabones políticos fijos, es necesario matizar, pues hubo quienes actuaron como equilibristas y otros más cambiaron de bando sin ningún sonrojo, lo que da cuenta de una realidad movediza y de filiaciones políticas inestables. No obstante, cualquiera que fuera la identificación de grupos e individuos, si pretendían tener presencia en la esfera pública e incidir en la sociedad y en la política, el común denominador fue la utilización de los medios impresos como herramientas ideológico-discursivas. Carmen Castañeda apunta que durante los primeros años en que se instauró el estado de Jalisco, existieron en Guadalajara tres imprentas que abastecieron la demanda de textos. Además, en el mismo lugar donde se daban a la estampa dichos materiales, los impresores llegaron a contar con expendios de libros y folletos que vendían a los lectores ávidos de información. En este sentido, la sociedad tapatía se situó en un entorno que se venía fraguando desde finales del siglo XVIII. Con la Ilustración, se incrustaron paulatinamente en la capital tapatía distintas acciones que dieron la pauta para la conformación de una cultura letrada donde se difundían ampliamente los textos: la celebración de tertulias, la formación de sociedades filantrópicas, la creación y el funcionamiento de academias, la lectura pública de periódicos y la propagación de las ideas a través de innumerables pasquines que aparecían por las mañanas en sitios concurridos como los Portales, fueron algunas actividades que contribuyeron a construir la opinión pública en Guadalajara.429 Celia del Palacio, op. cit. pp. 154-161. Alfredo Ávila y María Eugenia Vázquez Semadeni, “El orden republicano y el debate por los partidos, 1825-1828”, en Alfredo Ávila y Alicia Salmerón (coords.), Partidos, facciones y otras calamidades. Debates y propuestas acerca de los partidos políticos en México, siglo XIX, FCE / CONACULTA / UNAM, México, 2012, p. 21. 429 Ibid., p. 126. 427 428

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En una sociedad volcada hacia la nota informativa, hacia la novedad, es fácil imaginar cómo los periódicos y los folletos permearon las conciencias de los tapatíos. Sobre todo si en el acuciante panorama se generaban enfrentamientos discursivos a veces virulentos. Y es que los tapatíos utilizaron los medios escritos que se redactaban y salían a la luz con rapidez, para expresar de forma apasionada e impetuosa sus ideas y posicionamientos. Brian Connaughton señala que los periódicos y la folletería se caracterizaron por diseminar una reflexión media, ni superficial ni exhaustiva, que pretendió involucrar al lector en polémicas provocadas.430 Así, no es de extrañar que la ciudad entera se inundara de textos que, además de informar, pretendían influir en las conciencias de las personas y, en consecuencia, ganar adeptos a una causa y zaherir a los enemigos. En medio de un contexto proclive para la discusión y al descalificativo, la esfera pública de Guadalajara se vio de pronto invadida por publicaciones periódicas como el Diario de Sesiones del Estado de Jalisco (1824), y los periódicos La Fantasma (1823-1824), El Debate (1824), La Fe (1825), El Nivel (1825), El cisne americano (1826), La Palanca (1826), El Tribuno (1827), El Defensor de la religión (1828), El Xalisciense (1828), El Águila Mexicana (1828) , La Cruz (1828) y El Observador Americano (1828). Basten dos ejemplos para vislumbrar la constante en la que se movían los textos mencionados. El periódico La Cruz tenía como fin «instruir al pueblo en lo que es la religión y prevenirlo para que a frente serena se oponga a los ataques que so pretexto de reformar abusos pueden darle algunos espíritus libertarios».431 Por su parte, La Palanca, que era patrocinada por un grupo político contrario al gobernador Prisciliano Sánchez, sin que esto significase que era proclive a los planteamientos católicos, sostenía: «Si reunidos tiranos e impostores manteniendo a los pueblos en la infancia sus arbitrios se han hecho y sus señores, a expensas del candor y la ignorancia, hoy la opinión de la prensa les arranca apoyando en las luces su palanca».432 Estos periódicos surgidos de las planchas locales no fueron los únicos materiales que circularon entre los tapatíos. Al conjunto de materiales escritos que se diseminaban por la geografía jalisciense, hay que sumar la creciente folletería cuyos títulos proporcionan una idea de lo que se debatía y del tono en que avanzaba la discusión: Otra zorra a la tapatía por retobada y por impía; Preservativo contra la irreligión, en la manifestación de los errores contenidos en diferentes números del periódico titulado La Fantasma. Dedícalo al pueblo de Jalisco; Defensa del Venerable Brian Connaughton, “La oración cívica en la época de la folletería en México”, en Carmen Castañeda (coord.), Del autor al lector: libros y libreros en la historia, I. Historia del libro en México, II. Historia del libro, Miguel Ángel Porrúa / CONACyT / CIESAS, México, 2002, pp. 401-403. 431 Citado en Celia del Palacio, op. cit., 2001, p. 148. 432 Ibid., p. 178. 430

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Cabildo Eclesiástico de Guadalajara, contra el informe que ha hecho en ofensa suya la junta directiva de diezmos y el gobierno civil de Jalisco; El Canónigo Bienpica, a su prelado El Polar; Conjuración del Polar contra los abusos de la Iglesia; El caballero del verde gabán, el Polar Reformador o el Quijote de estos tiempos; Conversación familiar entre un sacristán y su compadre contra el papel titulado Hereje a la tapatía; Contestaciones habidas entre el Supremo gobierno del Estado de Jalisco y el Gobernador de la Mitra sobre contribución directa. Pero además, se difundían impresos de mayor extensión como «Triunfo de la libertad sobre del despotismo, de Lavalle; Cartas de Cabarrús; Ley Agraria, de Jovellanos; Tácticas de los Congresos, de Bentham; Ensayo político, de Rocafuerte; Catecismo político para uso de los habitantes de Jalisco, de autor desconocido, Sucesos Memorables, de Robespierre».433 La lista sigue: Cartas de un Americano sobre el sistema federal, Reflexiones sobre la Revolución de Francia, de Edmund Burke y Manual de práctica parlamentaria para el uso del senado de los EU, de Jefferson. Sobre la circulación de materiales escritos y sus efectos, Robert Darnton investigó el caso de la Revolución francesa. Al reflexionar en dicho proceso, traza una interrogante crucial para entender el poder de penetración de los textos en una sociedad: ¿los libros producen revoluciones? En su investigación, Darnton concluyó que en realidad, los libros eran redactados por escritores conocidos por todos, mas no sus ideas asentadas en estos materiales. En este tenor, los libros no produjeron la Revolución, pero sí constituyeron su germen. Signifiquemos. Si bien es cierto que los libros eran leídos por académicos y letrados, éstos constituyeron un público reducido cuyas opiniones no tenían amplia repercusión social porque vivían aislados en un Olimpo intelectual. Empero, algunos aspirantes a escritores, con una formación libresca considerable, se encargaron de leer con detenimiento esos materiales, luego redactaron un extracto utilizando lenguaje popular. Los manuscritos pasaron a la imprenta y salieron a la luz en pequeño formato. Estos materiales elaborados por «tinterillos» fueron los que agitaron a las masas suscitando el levantamiento armado.434 Guardando las distancias de una comparación entre casos disímbolos, creemos que en Guadalajara ocurrió algo similar. Es verdad que el analfabetismo en tierras de Jalisco era mayoritario, sin embargo, eso no significa que los individuos estuvieran al margen de lo que acontecía. Recordemos que durante el lapso en cuestión la lectura en voz alta era muy común. En este tenor, los textos estaban dirigidos a la escucha más que a la vista. Así, los materiales escritos, más que lectores, Ibid., 159. Véase Robert Darnton, Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, FCE / Turner, México, 2003. 433 434

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tenían auditorios.435 Esto impulsó el conocimiento público de las disputas que se desarrollaban en la capital tapatía e incentivó a las personas a adoptar una posición determinada frente a ciertos planteamientos. Así, la ideología liberal esparcida en textos impresos fue filtrándose por los resquicios de la sociedad tapatía tradicional. Su lectura, deliberación y debate fueron los detonantes de una revolución que se gestó en el ámbito de las conciencias, una revolución cuyo ensalzamiento del espíritu laico fue lo que la caracterizó. Entretanto, mientras se desarrollaba la guerra discursiva y panfletaria entre el gobierno del estado, la Iglesia y otros adversarios, acaeció un hecho que suscitó una breve tregua: la muerte del Obispo Cabañas. Desde principios del mes de junio de 1824, el Prelado salió de Guadalajara de visita pastoral por el noroeste de la Diócesis. Con 72 años a cuestas, recorrió penosamente distintas vicarías y parroquias, quedándose a descansar incluso por semanas en algunas de ellas. En el mes de noviembre, tocó la visita a Nochistlán, perteneciente al Estado de Zacatecas. Cuando llegó a la Estancia de Los Delgadillo de la jurisdicción nochistlense, cayó enfermo. Su mal se agravó, por lo que le fueron administrados los últimos sacramentos. Finalmente, el 28 de noviembre falleció a las 5 de la tarde con 30 minutos. Había cumplido 29 años con 7 meses de pontificado. Sus restos mortales fueron trasladados a la sede episcopal, donde se le rindieron homenajes propios de su dignidad eclesiástica. El Doctor Gordoa sufrió sobremanera este difícil trance. La muerte de su queridísimo Obispo había ocurrido en el momento más crítico. Sin embargo, después de mucho lamentar por su desaparición física, lideró el funeral de Cabañas. Como hombre de confianza del Prelado fallecido, procuró que los actos se realizaran con toda solemnidad. Coordinándose con el Cabildo catedralicio, estuvo al tanto del traslado de sus restos, de la misa de cuerpo presente, de las oraciones fúnebres y de todo el protocolo que debía cumplirse para despedir dignamente a un pastor tan amado y singular jerarca de la Iglesia local. En efecto, las exequias de Cabañas fueron magníficas. En este marco, tocó a nuestro personaje dirigir la oración latina en la que elogió las virtudes del Obispo. En texto que preparó ex profeso, trazó la ruta de su argumento, cuidando las formas en los difíciles tiempos que comenzaban a vivirse en la Diócesis tapatía: «Procuraré hasta donde pueda enseñarles sobre el Excelso Juan, modelo muy distinguido de Príncipe de Iglesia sobre todo porque entre otras virtudes gobernó a su Diócesis con una prudencia magnánima y casi divina, y se esforzó en cuanto pudo por conservarla libre del contagio de los errores que amenazan por todas Véase Martín Escobedo, El debate de las ideas. Propaganda política en la Nueva España, 1792-1814, Universidad Autónoma de Zacatecas / Instituto Federal Electoral, México, 2008. 435

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partes la fe católica, protegiéndola y asegurándola de tal manera que no se queda a la zaga de ninguno de sus predecesores que sobresalieron por su notoriedad.436 Recordando el intenso afecto que sintió por el célebre difunto expresó la honda consternación que lo acongojaba: «Poseido como estoy de tan gran congoja, podría excusarme en ella de este deber sin sentirme culpable de ingratitud [...] A pesar de ello, estupefacto y estremecido en todo mi ser [...] asumié en este funeral, la triste y funesta obligación que se me impone de sepultar a mi padre».437 Líneas después enumeró los dones preclaros con los que fue obsequiado el Obispo: infatigable, alegre, piadoso, de perspicaz ingenio, de singular probidad y, sobre todo de espíritu templado y humilde: «no se vieron en él las tentaciones de los deleites, ni las costumbres inclinadas al capricho, ni la audacia ayudada en la impunidad; en suma, no se encontraba impreso en su ánimo vestigio alguno favorable para la fortuna [...]. Sin duda no fue jamás seducido por las tentaciones [...] ni por las delicias o los placeres».438 De acuerdo al texto redactado por el Doctor Gordoa, además de estos dones que engalanaban el espíritu del Prelado fallecido, también mostró otras prendas dignas de admiración: afirmó que Cabañas destacó como estudiante y catedrático en las más grandes instituciones de la península Ibérica, como la de Pamplona, la Complutense y la Salamanticense, fue adepto a la elocuencia, abundante de erudición y quienes estaban a su alrededor atendían sus sapientísimos coloquios. Peregrinó por varias provincias, siendo la tapatía donde echó raíces. El teólogo Gordoa destacó la vida santa que en todo momento llevó el Obispo y los beneficios que la grey tapatía obtuvo de su Pastor. No tuvo mucho tiempo para seguir derramando lágrimas. El contexto por el que atravesaba la Iglesia tapatía reclamaba atención inmediata, por ello, puso en orden los documentos del difunto, revisó el funcionamiento de la Casa de la Misericordia, preparó a los seminaristas para cualquier contingencia y se reunió José Miguel Gordoa, “Oratio in funere Exmi, atque Illmi D. D. D. Joannis Crucis Ruiz de Cabañas et Crespo Guadalax. Eccl. Meritis. Praesulis habita in templo máximo eiusdem Diocesis die decima nona maii ani M.DCCCXXV. A Doctor Joseph Michael Gordoa in eadem eclesia Canonico Lectorali ac Trident Sem. Rectore”, (Oración en el funeral del Excelentísimo e Ilustrísimo D. D. D. Juan de la Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo de la Iglesia Guadalajarense con méritos de Obispo dispuesta en el templo máximo de la misma Diócesis, el día 19 de mayo del año 1825, por el Doctor José Miguel Gordoa Canónigo lectoral en la misma iglesia y Rector del Seminario Tridentino), en Exequias que por muerte del Excmo. e Ilmo. Señor Dr. d. Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo que se celebraron en la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara y elogios fúnebres que se dieron en ellas, Imprenta del ciudadano Mariano Rodríguez, Guadalajara, 1825, pp. 7-34. Agradezco sobremanera a la Dra. Verónica del Carmen Murillo, profesora-investigadora del Doctorado en Estudios Novohispanos de la UAZ, la magnífica traducción que hizo de esta Oración latina. Una versión de la misma fue publicada en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Año y volumen CXXI, No. I, enero del 2010, pp. 37 ss. 437 Ibid., p. 11. 438 Ibid., p. 9. 436

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con el Cabildo eclesiástico para elegir Gobernador de la Mitra al Vicario Capitular en Sede Vacante. La álgida lucha entre liberales, católicos y demás agentes cuyos intereses no encajaban por completo en alguna de estas dos fracciones, seguía. Envalentonados, los integrantes del gobierno atacaron por diversos flancos a la disminuida Iglesia jalisciense. Ante tan terribles acontecimientos, el colectivo de capitulares eligió al doctor don Juan Toribio González y Ramírez como Gobernador. Don Juan Toribio estudió en el Seminario Conciliar local y en la Universidad de Guadalajara, institución que le otorgó el Doctorado en Cánones. Fue Canónigo de la Catedral, participando como Diputado en el Congreso de 1822. Su destacada trayectoria académica y los méritos como eclesiástico, le valieron para su designación como Gobernador de la Mitra. Sin embargo, se desempeñó en el cargo unos cuantos meses porque, según testimonios extraoficiales, cayó presa de la locura. La situación por la que atravesaba la Iglesia tapatía no podía ser más complicada. Soportando embates cotidianos por parte de sus detractores, sus ingresos puestos en entredicho, muerto su Obispo y con el Gobernador de la Diócesis afectado de sus facultades mentales, la institución padecía trastornos mayúsculos. El Gobierno del estado de Jalisco, sabedor que en la disputa de la opinión pública era fundamental contar con una herramienta para propagar las ideas con celeridad y contundencia, adquirió el 27 de marzo de 1827 una imprenta que puso al cuidado de Ignacio Brambila, un tirador con amplia experiencia, pues desde 1822 había puesto a funcionar un taller que sacó a la luz el periódico anticlerical La Estrella Polar de los amigos deseosos de la Ilustración.439 De esta prensa aparecieron en poco tiempo sendos documentos descalificando los dichos y las acciones de curas y sacerdotes. En hojas sueltas y folletos se diseminaban insultos y desdoros contra el clero. Así, la Imprenta del Supremo Gobierno sacó a la luz el Discurso pronunciado en la solemnidad del tercer aniversario de la apertura del Instituto de Jalisco por el C. Pedro Lissaute, profesor de la primera sección en el mismo establecimiento, en cuyas páginas se atacaba el fanatismo propiciado por la Iglesia y se desacreditaban las ideas rancias de la monarquía. Entre 1827 y 1828 otros editores hicieron eco a la directriz del gobierno civil. Así, la imprenta de Mariano Rodríguez reimprimió el texto Voto particular que sobre el punto de patronato eclesiástico presentó al soberano Congreso constituyente de la federación el señor Diputado don José Miguel Ramírez, individuo de la comisión encargada de aquel asunto. En el mismo taller se publicó El clamor de la justicia, dirigida al público contra el folleto titulado “El despotismo militar de la ciudad de Tepic”. Otra imprenta fue proclive a la ideología liberal. Nos 439

Ibid., p. 121.

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referimos a la que dirigió Urbano Sanromán y Gómez, quien publicó el periódico denominado El Nivel, de marcada índole republicana, pero también folletos como Libertad de imprenta a lo eclesiástico o la Ley Orgánica de hacienda del Honorable Congreso del estado para el año de 1828. En medio de esta delicada circunstancia, en la que los ataques del gobierno se recrudecían y la Diócesis estaba a la deriva don José Miguel Gordoa fue requerido para superar tan difícil coyuntura. El cabildo sede vacante, integrado por las dignidades Diego Aranda y Carpinteiro, Juan A. Martínez de los Ríos y Ramos, José Domingo Sánchez Reza y Miguel Ignacio Garate, designaron como vicario capitular al Doctor pinense. De acuerdo a un documento localizado en el Archivo de la Arquidiócesis de Guadalajara, fechado en Guadalajara el 23 de septiembre de 1825, el cabildo sede vacante decidió nombrar Vicario Capitular al Dr. Gordoa «por la notoria falta de salud»440 del Sr. Dr. Don Toribio González «por el tiempo que dure la enfermedad».441 No obstante, debido a que nuestro personaje «se encontraba ausente y a bastante distancia»,442 el Cabildo catedral pidió al Secretario de la Diócesis don José García, se encargara del gobierno eclesiástico en tanto llegara a la capital tapatía el Sr. Gordoa. Aquí existe un vacío documental porque no fue posible localizar el lugar donde se encontraba el sacerdote pinense, sin embargo, sabemos que fue requerido para desempeñar el cargo. Sabedor del complicado escenario que vivía la Iglesia tapatía, se resistió a tomar las riendas de la institución. Sin embargo, su compañero el Dr. Miguel Ignacio Garate y su entrañable paisano, Dr. José Cesáreo de la Rosa, recibieron la encomienda de persuadirle. Después de mucho insistir, el otrora Diputado zacatecano aceptó con santa resignación la encomienda.443 En acta capitular fechada el 26 de octubre de 1825, el cabildo catedral de Guadalajara confirmó la designación. Testimonios de José Cesáreo de la Rosa y de Juan B. Iguíniz señalan algo insólito: otros sacerdotes hubieran aceptado el ofrecimiento sin pensarlo dos veces, en cambio, el Dr. Gordoa se sintió afligido. Lloró las desgracias de la Iglesia y lloró por la enorme responsabilidad que se echaba a cuestas. No podía rehusarse a asumir tremendo compromiso, pues, sin duda, pensó el pinense, la decisión de sus homólogos era un designio del Altísimo, por eso, con humildad eclesiástica, aceptó dirigir el destino de la Diócesis. Sabedor de que era imprescindible refutar lo que vomitaban las imprentas progobiernistas y consciente de que se había inaugurado ya un AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, año 1825, exp. 1, snf. Doc. Cit. 442 Doc. Cit. 443 AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, año 1825, snf. 440 441

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«nuevo tiempo de expresión»,444 el Dr. Gordoa, Vicario Capitular, consiguió un taller que le sirvió a la Diócesis para combatir la andanada de vituperios vertidos contra la Iglesia, pero también para dar la batalla en el terreno del discurso político. La primera imprenta en Guadalajara data de 1793, fundada poco tiempo después de que se estableció la Real Universidad Literaria de Guadalajara.445 Su primer propietario, Mariano Valdés Téllez Girón, la usufructuó durante tres lustros. Para el año de 1808 la vendió al peninsular José Fructo Romero, a quien le correspondió trabajarla durante la complicada circunstancia de la lucha por la independencia. En 1820 murió don José, por lo que la imprenta pasó a manos de su viuda, la señora Petra Manjarrés y Padilla. Hacia 1827 ésta enfrentó una grave situación pues en Guadalajara el odio a los españoles fue promovido por los yorkinos. A los peninsulares, primero se les despidió de sus empleos y más tarde se les quiso expulsar del país declarándolos non gratos. Previendo funestas consecuencias, doña Petra Manjarrés puso en venta todas sus pertenencias con la intención de reunir fondos para su traslado al viejo continente. Por supuesto que destaca la imprenta con toda clase de caracteres, láminas y escudos. El taller lo adquirió el impresor José Osorio Santos con dinero de la Iglesia tapatía.446 Luego de la compra-venta, el Dr. José Miguel Gordoa, en su carácter de autoridad episcopal, estableció el 13 de octubre de 1828 un convenio con el señor Osorio donde se estipulaba que el tallerista trabajaría la imprenta para su beneficio, siempre y cuando editara los materiales que requiriera el gobierno eclesiástico, como «el periódico titulado El Defensor de la Religión, mientras exista, la de Misales y Biblias para cuya impresión se le habilitará, en caso que le falte, con todo lo necesario y en calidad de devolución».447

Laura Suárez, “La producción de libros, revistas, periódicos y folletos en el siglo XIX”, en Belem Clark y Elisa Speckman (eds.), La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, vol. II, Publicaciones periódicas y otros impresos, UNAM, México, 2005, p. 12-17. 445 Existe una discrepancia sobre el establecimiento de la primera imprenta en Guadalajara. María Pilar Gutiérrez señala que se dio en 1792, mientras que Carmen Castañeda asevera que fue en 1793. Véanse Carmen Castañeda, Imprenta, impresores y periódicos en Guadalajara, 1793-1811, Museo del periodismo y las artes gráficas / Editorial Ágata / H. Ayuntamiento Constitucional de Guadalajara / CIESAS, Guadalajara, 1999, p. 39. María Pilar Gutiérrez, “Propaganda impresa y construcción de un espacio ideológico y cultural en Guadalajara. Siglo XIX”, en Revista Universidad de Guadalajara, núm. 28, Guadalajara, 2003, p. 72. Seguramente la confusión radica en que la Real Audiencia de Guadalajara autorizó su apertura el 7 de febrero de 1792, empero, el taller comenzó a operar el año siguiente imprimiendo documentos y vendiendo cartillas, catecismos, catones, devocionarios y variedad de libros tirados en otras imprentas foráneas. 446 Véase María Pilar Gutiérrez, “Propaganda”, 2003, pp. 68-77. 447 Ibid., p. 71. 444

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De esta imprenta salieron libros de texto que se emplearon en la Casa de la Misericordia, pero también otros materiales que abonaron a la discusión pública.448 Por ejemplo, fue muy comentado y debatido el texto que condenó a los editores impíos que atacaban a la Iglesia. El Dr. Gordoa, deseoso de erradicar las nefastas consecuencias de estos escritos, imprimió e hizo circular un documento de 2 páginas denominado Otro tajo de un cantor al siglo reformador, en el cual fijaba la enérgica postura de la jerarquía católica contra quienes “diseminaban veneno tan peligroso que carcomía el espíritu de la Iglesia”. Otros ejemplo de la literatura producida en el taller de Osorio, y que tenía como propósito “disuadir a los individuos que habían extraviado el camino”, lo constituyen los textos Conversaciones familiares con que una alma arrepentida puede tratar a solas con Jesucristo crucificado, por un padre del Oratorio de N. P. S. San Felipe Neri de México y Dos breves de N. S. P. el señor Pío VI reprobando la herética Constitución civil del clero de Francia. Esta literatura se inscribe en el género de lo propagandístico. «Si el fin de la propaganda política es hacer pública cierta información para ganar adeptos a la causa y denigrar al bando enemigo, entonces el afán propagandístico parte de un presupuesto básico: el lenguaje expresado contiene en su seno un mecanismo persuasivo».449 Mecanismo que emplearon bien los sacerdotes pues habían sido formados en retórica y gramática, disciplinas indispensables para construir discursos que convencían a quienes los leían o escuchaban. Ya mencionamos con anterioridad que, auspiciados por el grupo eclesiástico, se publicaron periódicos como La Fe y La Cruz, no obstante, el órgano que marcó un giro categórico en la manera de difundir el discurso y de hacer frente a los embates del gobierno civil, fue sin duda, el Defensor de la religión. Concebido como un instrumento de penetración ideológica por el Vicario Capitular y el Cabildo Eclesiástico, El Defensor de la Religión comenzó a circular el 18 de marzo de 1828 bajo la estampa de Petra Manjarrés.450 Desde el principio los eclesiásticos trazaron una línea editorial definida, caracterizada por desmarcarse del resto de los periódicos y la folletería, pues, hasta donde fue posible, nunca se atacó frontalmente al gobierno civil, sino que, remitiéndose a las autoridades de la Iglesia como la Biblia o los preceptos de los Santos Padres, pretendió «refutar los errores de los últimos siglos». Asimismo, los redactores acordaron responder directamente De la imprenta adquirida por el Dr. Gordoa salieron famosos títulos como Ahí va ese tiro sin puntería, si alguno descalabra no es culpa mía (1834), que defendía las propiedades de la Iglesia; Un café para otro café, respuesta del tirador a su chusco anotador y Primer azote a los embusteros, salieron de este taller con el claro propósito de enfrentar con éxito al gobierno liberal. 449 Martín Escobedo, op. cit., 2008, p. 329. 450 María Pilar Gutiérrez Lorenzo, “Impresiones y ediciones del taller de imprenta de la Casa de la Misericordia (Hospicio Cabañas)”, en Laura Beatriz Suárez (coord.), Empresa y cultura en tinta y papel (1800-1860), Instituto Mora / UNAM, México, 2001, p. 218. 448

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los ataques en su contra sólo cuando fuera estrictamente necesario. Más bien, la contestación sería contundente, utilizando un lenguaje directo sin rebasar el límite del decoro y, en la medida de las circunstancias, sin un destinatario explícito. De amplia difusión y publicado dos veces por semana, El Defensor fue redactado principalmente por Pedro Barajas, Pedro Espinosa y Francisco Espinosa, prebendados con una alta y esmerada formación académica. Esto lo convirtió en un órgano erudito y de trabajosa lectura, no obstante, tuvo un amplio tiraje, circuló en casi toda la república mexicana y fue muy solicitado por los feligreses, esto muestra que era leído y comentado con fruición, además de que despertó comentarios polémicos y mantuvo un lugar privilegiado en la esfera pública.451 De las planchas propiedad de doña Petra Manjarrés primero, y del taller que manejó José Osorio Santos en la Casa de Misericordia, después, El Defensor estuvo con vida durante dos años, pues el último número del que tenemos noticia salió a la luz el 30 de marzo de 1830. Sin embargo, debido a la demanda que siguió tras su desaparición, el editor, con la anuencia del Dr. José Miguel Gordoa, emprendió en el tramo final de 1830 una segunda edición en varios tomos de los números publicados hasta ese entonces. El criterio que se utilizó en la impresión de este material no fue cronológico, sino que se reunieron artículos afines y se distribuyeron en diversos ejemplares, es decir, «separadas las materias en distintos tomos; por los mismos editores».452 Debido al señalado éxito editorial de El Defensor, existieron personas interesadas en sacarlo de la circulación, como don Cipriano del Castillo, quien lo tachó de hacer públicos artículos subversivos y sediciosos, por lo que demandó a la autoridad civil su desaparición. Como su demanda no fue atendida, para combatir los postulados que se difundían en el periódico religioso fundó con otros individuos de igual filiación La Estrella Polar. Son muchos los temas que aborda El Defensor, empero, algunos fueron muy comentados entre la sociedad mexicana y causaron ámpula en las autoridades jaliscienses. Por ejemplo, el artículo que combatió los excesos de liberalidad. Al referirse a los difusores del liberalismo radical, el redactor señala: «Armados con este pretexto seductor (el del cambio para bien) multiplican sin término las destrucciones: nada escapa a la temeridad de su celo reformador: ni la supremacía de la cabeza de la Iglesia, ni el episcopado, ni el orden pastoral, ni los sacramentos, ni el culto con sus santas pompas».453 Con el mismo tono, arremete: «Mutilando a porfía la fe y De acuerdo con María Pilar Gutiérrez, el periódico de la curia tapatía circuló en la ciudad de México, Oaxaca, Guanajuato, Monterrey, Chiapas, Querétaro, Zacatecas, San Luis Potosí, Durango, Sombrerete así como por el interior del estado de Jalisco. Ibid., p. 214. 452 El Defensor de la religión. Que se publicó en la ciudad de Guadalajara, capital del estado de Jalisco, para impugnar los errores de los últimos siglos. Separadas las materias en distintos tomos; por los mismos editores, t, I, Oficina a cargo de José Osorio Santos, Guadalajara, 1830. 453 Ibid., p. VIII. 451

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dándose prisa a liberarse de algún modo del tormento de creer, como del obedecer, proclaman prontamente en sus símbolos inconstantes y efímeros la abolición de todos los dogmas religiosos».454 Encaminado en su argumento, el redactor acusa a los jacobinos de utilizar la más seductora y hermosa elocuencia para persuadir a los incautos feligreses, quienes no alcanzan a entender que los tales «Niegan los misterios del cristianismo, niegan su moral, niegan a su autor, niegan a Dios y se niegan a sí mismos. Aquí se estrecha y acaba la razón humana».455 Y refiriéndose a la moda racional que tanto se difundía por esa época, el editor interroga: «Digan pues, los defensores de la razón, los que enseñan que ésta sola basta para hacer al hombre verdaderamente grande, ¿en dónde se halla la verdadera fortaleza, en el creyente o en el infiel?».456 Él mismo da respuesta: «Claro que es en el primero».457 En un número posterior, El Defensor continúa con su tarea de rebatir la postura del racionalismo: «El entendimiento se estremece cuando contempla todos los males que han traído al género humano los llamados filósofos sin religión y sin Dios. Jamás nos cansaremos de manifestar al pueblo mexicano el abismo de males en que estos filósofos hundieron a la Francia [...] hombres vomitados del infierno [...]».458 Al referirse a los que atacan a la religión, se expresa de ellos así: «De su boca sólo salen maldiciones y amargas burlas; se ven correr precipitados a derramar sangre del inocente. Por todas partes llevan la aflicción y el alboroto porque no temen los juicios de Dios».459 El cortejo de desacreditaciones continúa en números subsiguientes. Así, el editor asevera que en otro artículo aclaro que los reformistas son «genios licenciosos y frívolos, hombres ciegos y corrompidos que vomitan su veneno y blasfeman de la ley [...] se empeñan en destruir y aniquilar las reglas de lo justo [...]».460 Además, los acusa de que «se han valido del sarcasmo atrevido y la sátira mordaz para denostar a la Religión».461 Al final de la disertación, uno de los redactores remata: «¿Y estos son los que han de hacernos felices? Pueblo Mexicano, no busquéis jamás en las falsas producciones de la falsa filosofía la moral digna del Creador [...]. Sí, pueblo Mexicano, solo las máximas santas de la religión os pueden llevar a la cumbre de la dicha».462 Contrario a su costumbre, El Defensor hace alusión a un escrito que circuló en el órgano de la autoridad civil tapatía: «El autor del ya citado discurso que se Ibidem. Ibidem. 456 Ibid., p. 15. 457 Ibidem. 458 Ibid., p. 77. 459 Ibid., p. 80. 460 Ibid., p. 84. 461 Ibid., p. 26. 462 Ibid., pp. 83-84. 454 455

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halla en la Gaceta del Gobierno de Guadalajara viernes 26 de enero de 1827 (autor S. L. S.). Este insulso e impío discurso ofendió altamente a los verdaderos patriotas, sabios y católicos editores de El Águila quienes hicieron de él una juiciosa crítica. ¡Ojalá todos los escritores ilustraran a nuestra patria con la sabiduría y juicio de estos señores, y no derramaran tanta impiedad que se ve en muchos escritos muy conocidos de todos y detestados de los buenos!».463 El Defensor disertó en tono apologético sobre varias materias, algunas de índole teológica, como la existencia de Dios, precisamente para contradecir el dicho de algunos individuos extraviados que la ponían en entredicho: «Hay quienes niegan a Dios y hay otros que prefiguran a un dios imbécil y acomodado a sus caprichos ¿Qué seguirá de esto? Una juventud educada con tan perversos principios crecerá en la corrupción, y hará la ruina de los pueblos [...]».464 El articulista proseguía: «Yo soy, yo siento, yo existo; pero yo no me he dado el ser, porque si yo fuera causa de mí mismo, habría existido antes de existir, lo que es una evidente contradicción: luego yo de otro he recibido el ser; y éste ¿de quién? La misma pregunta podemos ir haciendo de todos nuestros antepasados, y jamás hallaremos en ellos mismos, la razón de su ser; de aquí se sigue que es necesario recurrir a un Supremo Creador que exista por su misma naturaleza y que tenga en sí todas las perfecciones, supuesto que las ha dado a las criaturas y ninguno puede dar lo que no tiene: pues este ser existente por sí, e infinitamente perfecto es Dios».465 El razonamiento concluye lapidariamente: «Que existe un Dios, que éste creó todas las cosas sacándolas de la nada, que él imprimió en todas las criaturas los más brillantes rasgos de su omnipotencia y perfecciones infinitas, y que grabó su idea en el alma del hombre, esto es lo único que está sólidamente demostrado contra todos los sofismas del impío [...]».466 Al referirse a esta publicación, María Pilar Gutiérrez la define como «vocero de la alta jerarquía eclesiástica jalisciense, contaba entre sus redactores con prominentes miembros del clero. Estos autores, doctores universitarios, diseccionaban ex cátedra los más diversos dogmas de la fe católica con riguroso método y amplio conocimiento teológico. Se trataba de ir asentando en Jalisco el espiritual discurso eclesiástico, de honda trayectoria filosófica e histórica».467 En efecto, además de contradecir con argumentos sólidos los alegatos de los racionalistas, los redactores discurrieron sobre temas harto complicados por tratarse de cuestiones teológicas. Por ejemplo, para incentivar la prudencia, o Ibid., p. 78. Ibid., p. 87. 465 Ibid., p. 88. 466 Ibid., p. 184. 467 María Pilar Gutiérrez, “Impresiones”, 2002, op. cit., p. 214. 463 464

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quizá infundir temor entre los detractores de la Iglesia y de sus dogmas, trataron la cuestión del carácter transitorio, finito, del mundo terrenal. En diversos medios los materialistas afirmaban que el mundo y el universo eran el resultado de una serie de contingencias acaecidas durante millones de años; en ellas, decían, Dios no puso ningún orden o proporción en el mundo: «Es inconcebible cómo este movimiento sin orden ni designio pueda producir cosas tan justas y arregladas».468 En realidad, aseveraba el editor eclesiástico: «La materia existe porque Dios ha querido, así como él existe por la misma razón; la voluntad sola de un Dios omnipotente y creador es la única razón de que tenga ser el universo».469 La infinita misericordia de Dios es tan generosa —continúa el texto— que ha dispuesto primorosamente todo lo existe en la tierra. El argumento cerraba: Dios es eterno y creador, por tanto, creó la materia y el tiempo. Si las plantas nacen de plantas y los animales de la unión de otros animales, afirmaba el redactor, entonces es necesario reconocer que ninguno de ellos se dio la existencia. Ninguno de ellos nació de la nada. Dios es quien creó a la primera planta y al primer animal. Dios es el origen de todas las especies, concluía categóricamente el artículo. Otro tema que plantearon los editores fue el de la Divina Providencia, dando a entender al público lector que en el mundo terrenal todo estaba dispuesto según la voluntad del Altísimo. «La idea de la Providencia Divina nos manifiesta a un ente, que del centro de éste dispone, dirige y gobierna a todos los acontecimientos, que coloca en su lugar a cada una de las criaturas, les da su medida, grado y proporción, y rige a todas tan suave como fuertemente; que obra en todos los hombres por el ministerio de ellos lo que le agrada y el modo en que le agrada; que no puede ser impedido en sus operaciones, por la dureza u oposición del corazón, porque está en su pedestal el dirigirlo a donde quiere».470 De esta forma, nada escapaba a la divina voluntad, por tanto, quienes omitieran sus designios utilizando su libre albedrío, estarán condenados a sufrir las consecuencias de sus actos: «La Providencia es el consuelo de las gentes virtuosas, el terror de los pecadores, el primer lazo de la sociedad, el fundamento de la virtud, y no puede desconocerla sino un corazón que ha llegado al profundo abismo de la corrupción».471 A decir de los redactores del órgano religioso, uno de los principales flagelos que asolaba al mundo y, en particular, a la Iglesia mexicana, era la aserción de que el alma no existía y que no había manera de probar lo contrario. La materia, afirmaban los racionalistas, era la sustancia que dio forma al universo; representa El Defensor, 1830, op. cit., p. 107. Ibid., p. 112. 470 Ibid., p. 193. 471 Ibid,. p. 198. 468 469

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la única manera de palparlo, asirlo, hacerlo inteligible. A contracorriente de estas expresiones, los eclesiásticos reflexionaban: «Suponen los materialistas, que cuando se habla del alma, del espíritu, del ser inmaterial, estas palabras están vacías de significación, pues por ellas se quiere dar a entender la existencia de un ser desconocido e incomprensible al cual no pueden asignarse algunas propiedades positivas: y que si se pretende definirlo, solo es diciendo lo que no tiene, sin poder notar los atributos de que lo constituyen, porque preguntando qué es el espíritu se responde neciamente: el que no es material, no es extenso, divisible e inerte, no tiene figura ni ocupa lugar [...]».472 Sin embargo, los materialistas olvidaban que «[...] el alma es una sustancia espiritual, principio de la vida del hombre y de todos sus pensamientos y conocimientos [...]».473 En este punto, El Defensor de la Religión no pierde oportunidad para contraatacar: «¿Qué es un materialista? El materialista es un hombre que envilece su religión, el que no escucha sino a sus pasiones, a quien desagrada mucho la perspectiva del porvenir, que procura desvanecer la impresión que le hace lo futuro y persuadirse que muriendo el hombre, muere también su alma, y su deseo es que su suerte sea semejante a la de los más viles animales. ¿Qué cosa es el materialismo? Es una charlatanería nacida del libertinaje y de la ignorancia, que no puede sostener el más ligero examen de la razón».474 De acuerdo al argumento de los redactores eclesiásticos, negar la existencia del alma, era caer en la total demencia pues el alma representaba la sustancia que insuflaba la vida y que le daba razón al ser. El alma es eterna porque no está ligada al cuerpo corruptible. Cuando llega el momento en que la vida terrenal desaparece, cuando se premia el triunfo de la virtud sobre los pecados de la carne, el alma vivirá de manera imperdurable. «¡Oh vida eterna! ¡Tú eres el resorte más poderoso de las buenas acciones y la fuente de todas las virtudes públicas y privadas!».475 Hasta aquí, nótese cómo El defensor cumple una importante función: orientar a la sociedad ante la serie de planteamientos diseminados por los liberales. El Dr. Gordoa y los miembros del Cabildo Eclesiástico que publicaban dicho medio, a todas luces pretendían orientar a sus adeptos que, producto de los tiempos,perdían el rumbo. Por eso también se ocuparon de tratar asuntos más mundanos, como el relativo a los sacerdotes y la función que desempeñaban en ese contexto tan complicado. Los redactores de El Defensor aluden a un artículo que apareció el día 30 de noviembre de 1827 en el número 44 de la Gaceta del Gobierno. El texto califica a los ministros de Dios como gentiles, propensos al pecado y causantes de Ibid., p. 285. Ibidem. 474 Ibid., pp. 294-295. 475 Ibid., p. 306. 472 473

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los trastornos de la sociedad tapatía. Los editores objetan que la palabra sacerdote «significa en general un hombre destinado a llenar las funciones del culto divino, tal es el sentido de la palabra latina sacerdos que se da al que está dedicado a las cosas sagradas. Este es un hombre respetable por su estado, dignidad y funciones que ejerce [...]».476 La reflexión concluye confirmando que los sacerdotes, contrario a lo que declaran los liberales, son los pastores del pueblo del Señor, por tanto, poseen un carácter especial porque el sacerdocio es un ministerio sacramental. Además de desacreditar los dogmas de la Iglesia, los embates del gobierno del estado también se dirigieron al campo educativo. Con antelación anotamos que la autoridad civil suprimió la Real Universidad, fundó un Instituto de Ciencias e implantó el laicismo moderado en la educación superior. Ante tales acciones vistas como una bofetada a la Iglesia, El Defensor manifestó su postura: «Es una desgracia digna de lamentarse la falta de una buena educación en la juventud, de donde resultan males sin número a las familias, a la sociedad y a la religión».477 Al mismo tiempo proponen: «La instrucción científica debe estar acompañada de la moral y religiosa [...]. De nada sirve al hombre tener conocimientos [...] si no es virtuoso».478 Sabedores de que los diputados de Jalisco habían atentado contra la instrucción religiosa, los redactores se abalanzan hacia ellos: «¿Qué ventaja sacarán los pueblos, por ejemplo, de un hombre sabio en el manejo de los intereses públicos y privados, si la avaricia domina su corazón? [...], ¿de un hombre sabio en la legislación, si está entregado y distraído por sus vicios?».479 Más adelante critican al Instituto de Ciencias: «Las escuelas donde sólo se enseñan las ciencias y no la práctica de la virtud son escuelas de desorden, son semilleros de vicio [...]. Todo maestro tiene por obligación indispensable de velar sobre la conducta de sus discípulos, de reprender sus excesos, de evitar en ellos cuanto pueda destruir la fe y la piedad».480 En esta desaprobación estaba incluida la escuela pública pues, según lo prescrito por el Congreso, ésta debía dejar de lado la formación religiosa: a los niños que estudian en planteles del gobierno: «se les presenta un mundo corrompido, donde reina la seducción, las máximas absurdas, la libertad desenfrenada [...], mas dejar a la juventud en medio del mundo sin principios religiosos, es lo mismo que arrojar un barco a las aguas sin velas y sin piloto [...]».481 Al final de la reflexión, se destacan los beneficios de la educación religiosa y los perjuicios de la instrucción que la omite: los liberales han dicho «que la Ibid., t. X, p. 2. Ibid., p. 7. 478 Ibid., p. 10. 479 Ibidem. 480 Ibid., p. 12. 481 Ibid., p. 22. 476 477

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religión embaraza los progresos de la razón y que por lo mismo es preciso alejarla del corazón de los jóvenes [sin embargo] la religión, lejos de ser enemiga de la educación la ha procurado siempre y los mejores establecimientos científicos que hay en el universo se deben al cristianismo».482 Todavía más: «Cuando la religión preside habitualmente la educación, cuando los jóvenes ven y observan cuidadosamente que se trata con respeto los misterios, los preceptos, los altares, las ceremonias, y las prácticas, reciben en su corazón unas semillas de virtud que desarrolladas con el tiempo producen granos y abundantes frutos. Cuando por el contrario la religión en las Casas donde se educan los jóvenes es más bien tolerada que honrada [...] todo es perdido, la educación cae por tierra y las consecuencias son bien funestas, [la educación] para ser buena, debe ser religiosa».483 Aunque parezca un abuso la larga cadena de citas textuales desprendidas de El Defensor de la Religión, no hemos escatimado en darles cabida porque, además de que ejemplifican los temas abordados y el lenguaje empleado, dan cuenta de las acuciantes preocupaciones de los miembros del Cabildo Eclesiástico, pero sobre todo, expresan el sentir del Dr. Gordoa como responsable de la buena marcha de la diócesis de Guadalajara. Y es que en el lustro que va de 1825 a 1829 el mundo conocido por los mexicanos se trastornó. Además de la disolución de la monarquía española en este suelo y del fracasado intento de Agustín Iturbide por instaurar una monarquía americana, el naciente país adoptó la república como sistema de gobierno. Estos factores contribuyeron a que la cosmovisión del Antiguo Régimen sufriera un vuelco: el mundo que se había concebido como una creación divina, ahora se explicaba por principios materialistas. Los impulsores de estas ideas eran los integrantes del grupo liberal radical que esparcía su pensamiento a través de los medios impresos. Si éstos constituían el arma propagandística, había que utilizarlos con el mismo fin, dedujo el Vicario Capitular. Por ello incentivó la circulación de periódicos y folletería que contenían en su seno ideas y argumentos de apología sustentados en máximas desprendidas de la ortodoxia católica. Es en este contexto en el que surgió El Defensor de la religión. Su principal propósito fue combatir las tesis que prorrumpían los jacobinos a diestra y siniestra. El combate debía darse en el terreno del discurso, esgrimiendo argumentos irrevocables para “alejar al rebaño de la perversión de las costumbres”, pensaban. Pero, más allá de los fines por los que se redactó y salió a la luz El Defensor, lo que se observa en sus páginas es una cosmovisión católica que sustentó las prácticas y las representaciones no sólo de los redactores, sino del pueblo jalisciense inmerso en una añeja tradición religiosa que se incrustó en la vida misma de la sociedad. Al 482 483

Ibid., pp. 22-23. Ibid., p. 27.

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remitirnos directamente al contenido de este órgano impreso, encontramos una concepción creacionista y espiritual que lucha por conservar el mundo que está desmoronándose, diluyéndose. Para ello, la Iglesia de Guadalajara emprendió un proyecto ideológico que se materializó en los periódicos y folletos que circularon por la ciudad episcopal y la república entera. Si un proyecto político se asocia con una retórica coherente y un programa propio, ese proyecto se erige como ideológico.484 En este sentido, Brian Connaughton señala que la disputa que se dio entre el gobierno civil y la institución eclesiástica en el ámbito tapatío, fue eminentemente ideológica, porque cada grupo luchó discursivamente para imponer su propuesta. El gobierno del estado radicalizó su postura liberal tratando de subordinar a la Iglesia, restándole importancia a la religión al tiempo que modificaba la instrucción pública, es decir, trabajó abiertamente por instaurar una reforma secularizante. Por su parte, sabedora del poder que tenía sobre su feligresía, la Iglesia entendió que debía adaptarse a las circunstancias, así, utilizó el púlpito y el altar, pero también un plan razonado que buscó ganar las conciencias a través del discurso. Connaughton afirma que en el lapso aludido, el gobierno de Jalisco se apropió de la soberanía y la ejerció sin sonrojo; por ello direccionó la política y dio sentido a la reforma liberal; empero, la Iglesia tapatía también buscó no quedar bajo el control del gobierno civil argumentando que también ostentaba legitimidad ante el pueblo, razón suficiente para establecer el derrotero por donde debían deambular las conciencias y tomarse las decisiones, incluso las tocantes a la cosa pública. El enfrentamiento entre ambas posturas se dio en el campo discursivo. Como todo discurso que elucida un mensaje y posiciona significados, los textos de estos discursos circularon entre la sociedad jalisciense para convencer y persuadir, desacreditar y desmentir, usando conceptos parecidos pero dándoles connotaciones distintas: no era lo mismo el ejercicio de la soberanía como lo entendía el Estado que como lo aceptaba la Iglesia; de la misma manera los significados de fe, materialismo, Constitución, estado, alma y religión, variaron de acuerdo a la tendencia de sus glosadores. En Jalisco, el campo de batalla para conquistar las conciencia se había trasladado del campo de batalla al papel impreso. Las imprentas trabajaban a marchas forzadas para dar abasto a una sociedad que esperaba con ansia la aparición de periódicos y/o folletos que tuvieran una orientación, una nota novedosa o cierta respuesta a cierta alusión hecha con anterioridad por otro medio. El taller que la Diócesis adquirió a través del impresor José Osorio Santos siguió publicando El Defensor de la Religión y otros textos como circulares, bulas, estampas y libritos de Brian Connaughton, Ideología y sociedad en Guadalajara (1788-1853): La Iglesia católica y la disputa por definir la nación mexicana, CONACULTA, México, 1992, p. 16. 484

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oraciones. De su domicilio original ubicado en la Plaza de Santo Domingo número 1, la imprenta se trasladó, mencionamos, a la Casa de la Misericordia, edificio que luego pasaría a llamarse Hospicio Cabañas. Allí las prensas siguieron trabajando con dos propósitos: sostener el número y la calidad de las publicaciones requeridas por el Gobernador de la Diócesis e instruir a los niños y jóvenes desamparados que vivían y se educaban en el hospicio para que aprendieran el oficio de impresor, actividad que les ayudaría con posterioridad a conseguir el diario sustento. Al parecer, el local trabajaba bien, sin embargo, por alguna razón que desconocemos, el trabajo de Osorio no satisfizo al Doctor Gordoa, por lo que ordenó que el susodicho entregara todos los materiales y herramientas del establecimiento al administrador de la Casa de la Misericordia. Así se efectuó el 31 de octubre de 1831. En adelante, los materiales saldrían bajo la estampa de la Casa de la Misericordia a cargo del impresor Jesús Portillo. De acuerdo a María Pilar Gutiérrez, la imprenta de la Casa de la Misericordia fue muy importante porque durante la última etapa en que la trabajó José Osorio Santos y en el lapso en que estuvo a cargo de Jesús Portillo, dio a la luz diversos textos, a saber, novenas, oraciones, avisos, recibos, breviarios, convites de entierro, sonetos a los santos, devocionarios, certificados para estafeta y patentes de cofradías, además de los ya consabidos catecismos, estampas, bulas, misales y biblias.485 Sabedor de que la disputa por las conciencias tomaba forma primigenia en la faz del papel, el teólogo pinense redactó textos que luego pasaron a la imprenta con el propósito de que con su circulación masiva todo el que quisiera se enterara de la posición de la Iglesia respecto a ciertos asuntos que corrían en boca de todos. Esto fue importante porque ya no sólo en el púlpito y en la inercia de una cultura tradicionalmente católica, sino ahora a través de los impresos y de las ideas, el clero tapatío se obligaba a alimentar con principios conceptuales la formación de sus feligreses.

485

María Pilar Gutiérrez, op. cit. “Impresiones”, 2001, p. 217.

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Cuadro 5 Impresos cuya autoría corresponde al Dr. José Miguel Gordoa

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FUENTE: Elaboración propia con base en la información consultada.

Hacia fines del primer lustro republicano, el empeño de la potestad civil de someter a su control a la autoridad eclesiástica pasó de la disputa por la conciencia a los hechos en la capital de Jalisco. Por ejemplo, en julio de 1830, el Dr. José Miguel Gordoa, en su calidad de Gobernador de la Mitra, perdió toda prudencia, resultado de la burla y vejación que sufrió por parte del alcalde de 5ª Nominación, don Magdaleno Salcedo. Este funcionario lo citó a declarar en innumerables ocasiones. Como el eclesiástico se negaba reiteradamente a acudir a los «necios llamados», Salcedo le impuso multas por desacato. En actitud de franco desafío, el Doctor pinense decidió no acudir a los requerimientos. El terco funcionario, quizá por orden de algún mando superior, insistió en su demanda, a lo que respondió la autoridad máxima de la Diócesis excomulgándolo a través de fulminante disposición. 228

Se trata de un documento que se hizo público en las parroquias de la diócesis y que fue ampliamente debatido. El encargado de las riendas de la sede episcopal vacante, advierte que en su persona estaba depositada la autoridad espiritual y eclesiástica de toda la jurisdicción y que Jesucristo le había encomendado esta porción de su Iglesia: especialmente en las aciagas circunstancias que hijos desnaturalizados quieren desconocerla, abusando de la lenidad, moderación y sufrimiento con que siempre se conduce esta Madre Piadosa, no queriendo vibrar sobre su cabeza el rayo formidable de la excomunión sin haber tocado primero todos los medios con que puedan reducirse con una cristiana docilidad a su debido y justo repruebo: nos vemos en el doloroso lance y necesitamos hacernos toda la violencia posible a miembro natural carácter, para contener la arbitrariedad, notoria injusticia y obstinada contumacia del C. Magdaleno Salcedo, que prevalido de la autoridad civil de que es depositario como alcalde de 5ª. Nominación, y a pretexto de ser Juez conciliador para todo negocio, ha pretendido por repetidas ocasiones, hacernos comparecer para contestar una demanda en asunto, que además de haber comenzado a tomar conocimiento en el por ser puramente eclesiástico de la diócesis, concurriendo ante su tribunal a contestar, hasta imponernos la multa de 50 pesos, sin que nuestros justos y convincentes contestaciones le hayan hecho desistir de tamaño atentado, antes, por el contrario precipitándose de abismo en abismo, lo ha aumentado mandando exigírnoslos, así como de nuevo nuestra comparecía por el conducto de un criado, e inmediatamente por otro oficio, por el que convencido de no poder llevar a adelante su capricho en hacernos comparecer como autoridad, dice que lo verifiquemos como persona particular, conduciéndose con toda la reserva y mala fe que conviene a sus ideas de ultraje y menosprecio de la dignidad de nos [...] nuevamente nos cita, imponiendo desde la primera vez la menciona de multa.486

El texto elaborado por el eclesiástico, tomó un giro poco previsto y utilizado por Gordoa como último recurso: «por el presente, con la autoridad de Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo y de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo, excomulgamos y separamos de la comunión de los fieles y de las cosas santas y divinas al citado C. Magdaleno Salcedo, siendo extensiva esta censura contra todos los participantes y cooperadores en sus hechos criminosos directa o indirectamente y mandamos a todos los fieles católicos que están sujetos a nuestra jurisdicción 486

AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1830-1832, snf.

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eclesiástica lo tengan por tal excomulgado vitando, sin que se puedan comunicar con él bajo la pena de incurrir en la censura que el derecho tiene impuesta [...]».487 Otro episodio que enfrentó al Gobernador de la Diócesis con la autoridad civil fue cuando el director de la imprenta del gobierno del Estado de Jalisco, José M. Brambila, observando las disposiciones de los sacerdotes, permitió la impresión de un artículo que atacó sin mesura a Ignacio Inclán, comandante militar de la plaza. El ofendido ordenó la ejecución inmediata de Brambila. Enterado de tal atropello, Gordoa acudió con el comandante y lo encaró. Fue tan agrio su encuentro pero a la vez tan efectivo, que a los pocos minutos salió libre el impresor. El eclesiástico demostró que la cordialidad, también se puede transformar en carácter, temple y valentía. Fueron muchas las desazones que sufrió el eminente hombre de la Iglesia. Una más que afligió su corazón se presentó a fines de 1830 por el robo que habían padecido varios templos. Los ladrones no sólo habían hurtado los vasos de oro y las custodias, sino que habían mancillado a la Iglesia dejando tirada en distintas ocasiones la sagrada hostia. De acuerdo a la versión del Doctor Gordoa, eran muchos los lugares que habían sido presa de los sacrílegos, como las parroquias de Compostela, Ameca, Ixtlán, Tequila, Tepatitlán, Calvillo y otras, además de los santuarios de Talpa y San Juan. Eran menester, desterrar en toda la Diócesis tan execrable práctica, por ello, el Doctor Gordoa publicó un documento el 27 de noviembre de 1830 dirigido a sus sacerdotes, pero con la intención de que fuera conocido por toda la grey. El escrito en cuestión dice a la letra: «con ocasión de los ultrajes cometidos en la casa del Señor, en el templo de Dios vivo, en el lugar santificado para su morada y habitación, hemos determinado dirigiros la palabra en esta vez, para que conociendo el respeto que se debe a aquellos lugares, vengáis igualmente en conocimiento de la gravedad del crimen de los que no contentos con haber despojado muchos templos dentro y fuera de la ciudad de las alhajas destinadas al culto, han robado los vasos consagrados para celebrar los tremendos misterios, humedecidos todavía con la Sangre de Jesucristo, y también aquellos mismos en que hallaba depositado su santísimo Cuerpo para el alimento espiritual de los fieles».488 Si una cosa caracterizó a nuestro personaje fue el sentido de coherencia respecto a su ministerio, por eso, confiado en que el Altísimo atendería las súplicas de los fieles del obispado, dispuso en este documento que como acto de desagravio se expusiera al Santísimo Sacramento en la catedral, así como en los templos de San Felipe, Santo Domingo, San Francisco, San Agustín y el Carmen, también en los santuarios de Analco y San Felipe. Los católicos asistirían a estos sitios para 487 488

Doc. Cit. Las cursivas son nuestras. AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1830-1832, f. 35.

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rogar por una solución a tan terrible mal, teniendo a Jesucristo mismo presente, personificado en la hostia. Así las cosas, lejos de ser la suya una labor pastoral llena de satisfacciones, nuestro eclesiástico bregó en medio de una época turbulenta. El amanecer de la república significó para México y para Jalisco un periodo incierto. Si en el gobierno federal los presidentes se mantenían con dificultad durante un breve periodo, en la entidad jalisciense se vivió una franca incertidumbre luego del deceso del gobernador Prisciliano Sánchez, quien debió concluir su administración en el año de 1829, sin embargo, murió repentinamente en 1826. Para completar el periodo le sucedieron tres gobernadores interinos. Justo cuando parecía que se recuperaba la certeza, dos grupos políticos se enfrentaron buscando la gubernatura. Uno liderado por Juan N. Cumplido y el otro por José Ignacio Cañedo. La lucha por el poder pareció decidirse cuando Ramón Navarro, desde el ayuntamiento, tomó el gobierno del estado, suprimió al Congreso e instauró en su lugar a una Junta Auxiliar. Navarro y su grupo designaron como Titular del Ejecutivo a Cumplido, a quien más adelante Cañedo le arrebató el puesto.489 Ante este escenario de enfrentamiento, el Doctor Gordoa se dedicó por completo a gobernar su jurisdicción eclesiástica. Fue así como en diciembre de 1828 dirigió una carta a sus sacerdotes donde expresó su deseo de que la nación estuviera en calma: «Jamás debemos perder de vista esta celestial doctrina, somos ministros de un Dios de paz y como tales debemos inculcarla a los fieles imitando el ejemplo de Jesucristo y sus Apóstoles. Y si en todos tiempos es para nosotros una obligación indispensable ésta, lo es mucho más en las circunstancias actuales en que desgraciadamente se halla turbada la paz y tranquilidad de la Nación Mexicana».490 En el documento aún hay más: «nos haríamos responsables ante Dios si olvidados de los deberes que nos impone nuestro ministerio sacerdotal mirásemos con una fría indiferencia las funestas divisiones que nos afligen, que amenazan el trastorno de nuestras instituciones, y de lo que no puede resultar más que la destrucción y la ruina de nuestra cara patria».491 Ocupado en las labores propias de su ministerio, tuvo que dirigir con aplomo a su Diócesis, para ello, tomó medidas al calor de la inmediatez. Por ejemplo, frente a la pretensión del gobierno de Jalisco de erigir un Banco sostenido en su mayoría con fondos de la Iglesia local, el Vicario de la Diócesis envió cartas reservadas a sus sacerdotes indicándoles que: «jamás pueda decirse que el eclesiástico ha prestado un acto positivo o cooperado en manera alguna a entregar los bienes, fincas o documentos que acreditan la propiedad de las obras pías Luis Valdés Anguiano, op. cit., 2001, p. 215. AHAG, sección Gobierno, serie Edictos-Circulares, caja 6, año 1828, snf. 491 Doc. Cit. 489 490

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[...]».492 Esto es muy significativo, pues la misiva muestra la actitud de la jerarquía eclesiástica respecto a las iniciativas del gobierno de Jalisco, una actitud por demás contrapuesta a la política liberal. Asimismo, a fines de octubre de 1828 sustituyó al difunto presbítero José García por José María Nieto como secretario de la curia. Días más tarde, comunicó a sus fieles el deceso del Papa León XII, por lo que ordenó se organizaran las honras fúnebres en la catedral. Meses después, exhortó a los parroquianos para que vacunaran a sus niños con la intención de frenar la epidemia de viruelas que hacia fines de 1829 asolaba a la capital tapatía.493 Recordemos que desde 1821 el gobierno mexicano buscaba obtener el reconocimiento de la Santa Sede sin éxito en tanto el Rey de España y sus aliados se oponían a ello. El eclesiástico pinense estuvo atento al tema de las relaciones entre la novel República y el Papado. Se enteró que, tras el advenimiento de la independencia, la Comisión de Relaciones Exteriores insistió a la Junta Gubernativa del Imperio procurase enviar una legación a Roma cuyo cometido sería conseguir el reconocimiento de la independencia por parte del Vaticano y la consiguiente dotación de las sedes episcopales vacantes. A estas alturas, los Estados Unidos e Inglaterra ya consideraban a México como país libre y soberano. Nuestro personaje también conoció el esfuerzo que hizo el triunvirato integrado por Negrete, Bravo y Victoria al mandar como comisionado al Vaticano a José María Marchena, dominico peruano que pulsó el parecer del Papa sobre el asunto mexicano, parecer adverso, debido a la dificultad diplomática para reconocer la independencia nacional. En junio 1824, durante una breve estancia en Ciudad de México, Gordoa informo al Obispo Cabañas acerca de un documento reservado que está en poder del canónigo de Puebla, don Francisco Pablo Vázquez, que tiene por destino Roma y por encargo la instalación de las relaciones entre México y la Santa Sede. El Doctor pinense asevera que el legatario mexicano sólo aguardaba una libranza para solventar sus gastos y viajar de Veracruz a Europa para cumplir con la delicada misión.494 A sabiendas que el reconocimiento de la Silla Apostólica era indispensable para el adecuado funcionamiento de la Iglesia en el balbuceante país, Gordoa vio con esperanza la marcha de Vázquez al Viejo continente. El comisionado mexicano estuvo en Inglaterra y de ahí pasó a Bruselas con la intención de preparar un encuentro con el Sumo Pontífice. La entrevista se aplazó porque Vázquez estuvo esperando las Instrucciones del gobierno mexicano que nunca llegaron. Entretanto, el enviado de la Gran Colombia, Ignacio Tejada, obtuvo el nombramiento de AHAG, sección Gobierno, serie Edictos-Circulares, caja 8, año 1828, snf. AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1828-1830, f. 35. 494 AHAG, sección Gobierno, serie Obispos / Gordoa, sf, snf. 492 493

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obispos para ese territorio, ocasionando hemos dicho, la furia de Fernando VII contra la Santa Sede. Previendo consecuencias fatídicas, el Papa dispuso que en lo sucesivo se desalentara toda pretensión similar de los nuevos países americanos.495 No obstante a esto, intercambió cartas con el presidente Guadalupe Victoria en las que expresó su beneplácito porque el gobierno federal, el Congreso y el pueblo habían manifestado palmariamente su catolicismo. Las gestiones del canónigo Vázquez se alargaron. En un lapso de tres años, pasó de Italia a Bruselas y de ésta a París y luego a Florencia. Fue en esta ciudad palaciega donde recibió las ansiadas instrucciones del gobierno mexicano, que para esa fecha estaba presidido por Vicente Guerrero. El eclesiástico poblano consideró exageradas las pretensiones planteadas por su gobierno, por lo que renunció a su encargo,496 lo que aprovechó el líder del grupo masónico yorkino, el estadounidense Joel R. Poinsett, para sugerirle a Guerrero el nombramiento de uno de sus partidarios, empero, la inestabilidad era tal, que el presidente cayó, entrando en su lugar Anastasio Bustamante, quien ratificó a Vázquez como legatario mexicano y además dispuso que sin dilación se dirigiera a Roma. En 1829 la Iglesia en México se quedó acéfala. El Gobierno a través de Vazquez presentó al Papa una lista de candidatos para ocupar las sedes episcopales vacantes. En Roma, el canónigo de Puebla desarrolló una enérgica actividad diplomática. El Papa Pío VIII manifestó su intención de nombrar Vicarios apostólicos, oferta que Vázquez rechazó endureciendo su postura: sólo aceptaría a nombre del gobierno mexicano la designación de obispos residenciales. Cuando la negociación parecía perdida, la noche del 30 de noviembre de 1830 el Pontífice romano falleció. A principios de 1831 el nuevo Papa Gregorio XVI, preconizó como obispos propietarios a seis eclesiásticos mexicanos, entre ellos al doctor José Miguel Gordoa. Con tales nombramientos, la labor que sostuvo durante cinco años el canónigo Vázquez fue exitosa. La bula donde se nombró Obispo de la Diócesis de Guadalajara a nuestro personaje, fechado el 28 de febrero de 1831, se dice: Gregorio Obispo, Siervo de los Siervos de Dios, a mi amado hijo José Miguel Gordoa, electo de Guadalajara, en las Indias Occidentales. Salud y Apostólica Bendición: Deseando ejercer con la ayuda del Señor útilmente, el oficio del Apostolado que sin mérito, se nos ha confiado de lo alto y con el que presidimos por disposición divina al régimen solícito y circunspecto de todas las Iglesias recordamos que cuando se trate de cometer los Gobiernos de las mismas Iglesias, Antonio Gómez Robledo, “Iniciación de las relaciones de México con el Vaticano”, en Historia mexicana, vol. 13, El Colegio de México, México, julio – septiembre 1963, pp. 40-42. 496 Ibid., p. 48. 495

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ponderamos bien el nombrar tales Pastores, que sepan formar al Pueblo que se entrega a su cuidado no solo con la doctrina de la palabra, sino también con el ejemplo de la buena obra, que conservando a sus Iglesias en estado pacífico y tranquilo, quieran y puedan en el nombre del Señor saludablemente regir y felizmente gobernar.497

La noticia de que luego de una vacante de siete años finalmente la diócesis de Guadalajara tenía obispo, llegó a la ciudad en el mes de mayo de ese año. Enterado de la designación, nuestro eclesiástico tomó medidas apresuradas para trasladarse a la capital del país donde sería consagrado. Tras las fatigas propias del viaje llegó a la ciudad de los palacios en el mes de agosto donde se sintió un poco enfermo, situación que omitió por la emoción que embargaba todo su ser. Después de una fastuosa ceremonia celebrada en el templo de La Profesa donde fue consagrado por quien ya era obispo de Puebla, don Francisco Pablo Vázquez, quien también administro el sacramento en el mismo acto, al doctor Juan Cayetano Gómez de Portugal y Soliz, electo obispo de Michoacán, proveniente, como Gordoa, del clero de Guadalajara. Apenas pudo, Gordoa escribió conmovido a su compañero Diego Aranda —quien a esas fechas se desempeñaba como provisor y gobernador de la Diócesis, cargos desempeñados con anterioridad por Gordoa y que tras de su designación los dejó vacantes—, diciéndole: «Al fin obedeciendo las disposiciones de la Divina Providencia, he sido consagrado Obispo el 21 del corriente [agosto] como lo tenía ya comunicado a V.S. en mi anterior; así que no me resta ahora sino ofrecerles mi persona y Dignidad profesándoles de nuevo todo mi aprecio y consideración».498 El día de la consagración, el Sr. Aranda, actuando como apoderado de Gordoa, tomó en su nombre la titularidad de la Mitra de Guadalajara.

497 498

AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1830-1832, exp. 25, snf. AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1830-1832, exp. 27, snf.

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Cuadro 6 Carrera eclesiástica del Dr. José Miguel Gordoa

FUENTE: Elaboración propia con base en la información proporcionada por el Pbro. Ramón Guadalupe Ortiz Escobedo, a quien agradezco las orientaciones brindadas.

Apenas pudo, ya consagrado retornó a Guada­ lajara. En el camino administró el sacramento de la confir­mación por donde iba pasando, haciendo lento su viaje. Su anhelo por cumplir celosamente con sus obligaciones pastorales provocó un quebranto en su salud. Con todo, llegó a Guadalajara donde se dispuso a proseguir su actividad. El primer acto solemne que presidió en la capital tapatía fue su toma de posesión a la que acudieron el clero, las autoridades públicas y lo más granado de la sociedad de entonces. En dicha ceremonia se leyó el edicto del Papa Gregorio XVI que a la letra decía: A todos vosotros universalmente mandamos por exhorto apostólico, que devotamente recibiendo al electo José Miguel, y obsequiándole con la debida reverencia y fidelidad acostumbrada, procuraréis presentarle íntegramente los servicios de costumbre que por sí, y de derecho le debéis: de lo contrario la sentencia o pena que el mismo electo José Miguel pronunciare o estableciere en forma contra los rebeldes la tendremos por válida, y haremos por autoridad del Señor que se observe inviolablemente hasta la consigna satisfacción. Dada en Roma en la Iglesia de San Pedro, año de la Encarnación del Señor, 29 de febrero de 1831.499 AHAG, sección Gobierno, serie Parroquias / Colima, años 1815-1834, exp. 11, caja 2, f. El edicto también se leyó en todas las parroquias de la Diócesis. 499

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Tras la ceremonia de arribo, el cabildo eclesiástico organizó un ágape para celebrar el nombramiento del Prelado que, en los hechos, llevaba conduciendo la Diócesis desde 1825. Consideramos que la citada festividad se preparó con verdadero júbilo por los implicados pues, gracias al carácter afable de nuestro personaje, también la defensa firme que había hecho de la Iglesia, le habían ganado el apreciado de clero y fieles. Por ello mandó el cabildo eclesiástico que no se regateara ningún gasto, incluidos la impresión de papeles anunciando la buena nueva y el arreglo de catedral y de la casa episcopal. También el Cabildo dispuso que se colocara una cornisa ornamentada en el templo de la Merced y otra más en catedral para dar realce a la entrada del Sr. Obispo. Asimismo ordenó que durante las noches, en ambos edificios, se iluminaran los pórticos respectivos con mechas remojadas en aceite de coco.500 Además de las recepciones públicas, se preparó un banquete de treinta cubiertos a la que asistieron los miembros del cabildo eclesiástico, una hermana de nuestro personaje y otras personas muy cercanas al recién nombrado Obispo. Para el banquete se rentaron copas, vasos, platos, sillas y mesas. El lugar donde se efectuó estuvo decorado con flores. En uno de sus costados se colocó una fuente de golosinas y bebidas para deleite de los comensales: fuentes de agua de coco, merengues de canela, roscas, pastas finas, dos fuentes de dulces, helados y sangrías. Las cocineras dispusieron de diversos ingredientes para preparar las exquisiteces que se sirvieron ese día: queso, fideo, pollos, gallinas, pichones, un carnero, albahaca, verdura, chorizo, sesos, aceite de olivo y vino para cocinar, arroz, pescado blanco, garbanzo, frijol, ajolotes, leche, sal, aceitunas, chícharos, cebolla, jitomates, tortillas y pan, huevos, mantequilla, vino de mesa y aguardiente. También se organizó una cena con motivo de la toma de posesión de don José Miguel. Al acto sólo asistieron quince comensales: los integrantes del cabildo catedral y, se rumoró, uno que otro miembro de la autoridad civil. El salón donde se sirvió la cena se decoró con flores y figuras de cera. El menú consistió en arados (sic), ensalada, platillos diferentes, dulce, café, chocolate y vino de Burdeos.501 Por su ascenso episcopal, el Sr. Gordoa recibió un sinnúmero de felicitaciones. Las hubo de personajes distinguidos y de otros sin brillo social que, sin embargo, fueron para él muy especiales, como la de su hermano José Gerónimo, quien escribió de puño y letra desde la hacienda zacatecana de El Maguey, correspondiente a la jurisdicción de Jerez: Mi amado hermano de mi mayor estimación: Recibí tu grata el 13 del próximo pasado agosto, y después de un convite conducto de mi señor tío y digo: te damos los parabienes de tu subida a la Silla Episcopal 500 501

AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1832-1837, 34 fs. Doc. Cit.

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María Rita y yo, sea muy enhorabuena y la Santísima Trinidad te dé acierto para gobernar tu grey, llene de bendiciones y a todos, en particular a tus parientes. Recibí la carta de nuestro padre don José Manuel el 14 del pasado y parece aliviado un poco con su ida a San Luis, Dios quiera continué y tenga el gusto de verte en tu ida a Guadalajara con mis amadas hermanas; ya que no te acompaño para esa donde espero en la Beatísima Trinidad te hayas repuesto de tu salud. [...] Afectuosas expresiones de mi Rita con las criaturas que darás al Padrecito Refugio, a mi Señora tía doña Rita y demás, y más de tu amado hermano que te desea salud, verte y besar tu mano. José Gerónimo Gordoa (Rúbrica)502

Otra misiva que recibió con particular predilección fue la del legendario cura de su natal Sierra de Pinos, el Licenciado Mariano Espinosa: Ilustrísimo Señor, Estoy lleno del mayor gozo con la noticia que hemos tenido de que habrá llegado bueno a esa Capital de su residencia, aunque algo molestado el camino. Aseguro a Vuestra Señoría Ilustrísima con toda verdad que no pude menos que enternecerme y llenarme de regocijo, cuando vi y yo mismo leí su Pastoral en la misa mayor y que el Pueblo escuchó con mucha atención. El espíritu del Señor le ayude en todo que en lo que deseo. Vuestra Señoría Ilustrísima mandará lo que sea de su agrado a quien confía en Dios sea siempre fiel y obediente aunque indigno súbdito que humilde besa la mano a Vuestra Señoría Ilustrísima. Dios Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría Ilustrísima muchos años, Sierra de Pinos, Noviembre 7 de nuestro feliz año de 1831. Mariano Espinosa (Rúbrica)503

502 503

AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1830-1832, exp. 27, snf. AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, años 1830-1832, snf.

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Cuadro 7 Cartas dirigidas al Dr. José Miguel Gordoa y Barrios, felicitándolo por su nombramiento como Obispo

FUENTE: AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, año 1831.

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En las cartas que recibió el Prelado existen algunas constantes bien identificadas: la primera, y en la que hay una abrumadora coincidencia, es la consabida felicitación; en la segunda se aprecian una serie de calificativos elogiosos con los que honran al Señor Gordoa como «pastor dignísimo», «eminente eclesiástico», «celoso defensor» o «espiritual prelado»; la tercera es por demás elocuente: los remitentes se muestran esperanzados porque el nuevo Obispo conduzca a la Iglesia tapatía por los mejores senderos con el fin de que se vigorice la fe en toda la jurisdicción. Asimismo, las misivas dan cuenta de las celebraciones desarrolladas a lo largo y ancho de la Diócesis: misas solemnes, Te Deum, procesiones y hasta salvas de artillería para mostrar públicamente el júbilo que prevaleció durante la elevación a la Sagrada Mitra del eclesiástico pinense.504 Otra faceta que se advierte en las epístolas es el tono mismo en que son redactadas. Esto es muy notorio en los gobiernos de San Luis Potosí y Jalisco. En lo concerniente al primer caso, el jefe del Departamento, don Manuel Sánchez, dispuso que los días 10 y 11 de septiembre se iluminara la ciudad por las noches, además de que se repicaran las campanas cuando se leyera el edicto fechado el 22 de agosto de 1831 en el que se publicó la noticia de su consagración episcopal. En cambio, en lo relativo a Jalisco, el gobernador expresó un escueto parabién para en seguida enumerar una serie de requisitos que debía cumplir la Mitra con el fin de que el gobierno liberal de la entidad reconociera al nuevo Obispo. Empero, no todo marchó bien. La libertad de prensa tan invocada en esas fechas, produjo versiones contrapuestas a la exaltación episcopal de nuestro personaje. Días después de los festejos, se diseminaron pasquines infamantes donde se le acusó de monárquico y retrógrado por favorecer al General Ignacio Inclán en sus afanes conservadores, por lo que mucha fue su aflicción al saber que su persona era el blanco de ataques tan vergonzosos.505 Su salud sufrió un nuevo revés, no obstante seguía ofreciendo ayuno por la armonía social y la paz de Jalisco y México. Para salir de este episodio, el flamante obispo se empeñó en sostener su ministerio a un ritmo acelerado. Sus jornadas comprendían hasta 16 horas de arduo trabajo. Por si esto fue­ra poco, se empecinó en hacer su primera visita pastoral comenzando por el insalubre sur de la Diócesis.506 AHAG, sección Gobierno, serie Obispos, año 1831. Rafael Labra, Los presidentes, 1912, p. 158. 506 Las visitas pastorales representaban una acción fundamental de un Obispo pues, por propia cuenta, se enteraban de la fábrica material y espiritual de cada parroquia que formaba parte de su Diócesis. En este sentido, el Obispo Cabañas, antes de cumplir un año de pontificado decidió emprender su primera visita pastoral por todo el territorio a su cargo, misma que se extendió por un periodo de siete años. De mayo a diciembre de 1797 visitó 13 parroquias, a saber, Teocaltiche, Nochistlán, Asientos, Sierra de Pinos, El Venado, Charcas, Real de Catorce, Mazapil, Burgo de San Cosme, Ojocaliente, San José de Gracia, Aguascalientes 504 505

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En enero de 1832 partió jubiloso hacia Zapotlán el Grande. En el camino convivió con la gente, revizó cuentas y confirmó a muchos bautizados. Empeñado en acercar a las personas a Dios, dio muestras de piedad esperando ser un ejemplo de vida para quienes le salían al paso. En Zapotlán permaneció poco tiempo. Dejó indicaciones al cura sobre el manejo correcto del dinero.507 Se sabe que de este lugar se dirigió a Copala, perteneciente al curato de Zapotitlán, porque el síndico procurador de dicho pueblo le dirigió una carta fechada el 29 de marzo de 1832, solicitándole autorización para que en la localidad se celebrara el santo oficio de la misa. En el documento se le recuerda al Prelado que en la visita pastoral realizada, ordenó se suspendiera el servicio en tanto los vecinos no presentaran la respectiva licencia, papel que —a decir del síndico procurador— se perdió por el saqueo de todo el archivo que ejecutaron los insurgentes en 1811 o 1812. El síndico de Copala de nombre José María Garay, afirma que la licencia fue expedida por el Obispo Cabañas, misma que no se recuperó. Por tanto, solicitan encarecidamente el permiso para que se celebren misas que mucha falta hace para los trabajadores que pasan a las salinas así como a todos los vecinos de los ranchos cercanos.508 De Copala encaminó sus pasos hacia Tuxcacuesco. Para ello, tuvo que bordear el Nevado de Colima a través de una topografía muy accidentada con una densa capa de huizaches, encinos y pinos. Para la época, las visitas pastorales eran necesarias pero incómodas. Además de las penurias del camino, los trajinantes tenían que conformarse con lo que les ofrecían en el recorrido: una cama desvencijada, cuando la había; un cuarto pequeño con hendiduras por donde entraban los mosquitos; una comida magra preparada con poca higiene… Tras una breve estancia en Tuxcacuesco enfiló su ruta hacia Colima, principal parroquia del sur de la Diócesis. Llegó a fines de enero y descansó unos días. El 3 de febrero se presentó al templo parroquial. Allí conversó con el cura don José Miguel Cevallos, para luego realizar una inspección por varios sitios de la parroquia. Para concluir su labor, escribió un auto que sería observado por el propio cura y toda la feligresía, por lo que ordenó se leyera en el templo a la comunidad cristiana durante varios días festivos. En el auto recomendó que se ordenara el archivo. En este sentido, dispuso que se pusiera atención al arreglo de las escrituras que tenían relación con el curato además de separar y entregar a los mayordomos de cofradías las que les correspondiesen. Pidió al cura, pusiera en orden las fincas que estaban ligadas con y Lagos. Véase Ángel Román, “La ruta de la visita del Obispo Cabañas al Obispado de Guadalajara, 17971799”, en Memoria del XVIII Encuentro Nacional de Investigadores del Pensamiento Novohispano, UNAM / UASLP, México, 2005. 507 AHAG, sección Gobierno, serie Parroquias / Zapotlán el Grande, 1801-1817, exp. 16 508 Doc. Cit.

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las cofradías y regular las capellanías. En caso de que el párroco no dispusiese de tiempo para ello, el Obispo recomendó se contrate a una persona instruida para realizar esa labor. Asimismo ordenó que en la parroquia de Colima exista un libro de informaciones matrimoniales y que se reforzara el trabajo espiritual.509 En respuesta escrita, el cura reconoció que los documentos del archivo nunca guardaron ningún orden aunque aseveró que lo estaba organizando conforme a la instrucción del Señor Obispo; también señaló que su notario le estaba contribuyendo con averiguaciones donde existía duda, aunque solicitó paciencia pues las personas a quien se entrevistaría se encontraban en las salinas de donde retornarían a la villa dos meses más tarde. Justificó su lenta actuación debido a que este año había atendido con mucha frecuencia la confesión de enfermos, sobre todo a los que vivían fuera. Además aseguró que atiende otros asuntos propios de la parroquia, asuntos que no admiten descuido porque estaba en juego el correcto funcionamiento de su parroquia. El cura señaló además que, con gran sacrificio de su corto peculio, contrató a don Martín Anguiano, persona instruida y acreditada para organizar el archivo y tener un libro bien circunstanciado de cada ramo. El sacerdote explicó que el auto de la santa visita se leyó a la feligresía los domingos 11, 19 y 26 de febrero. También señaló que para algunos arreglos, el Señor Obispo estableció un plazo en que se debía dar cumplimiento a lo encargado, como la liquidación del dinero que se debía por la fábrica material de una parte de la parroquia. Asimismo, indicó que no se ha descuidado el trabajo espiritual del rebaño.510 Todo parece indicar que hacia febrero de 1832, el Señor Obispo cayó enfermo. Su malestar crónico intestinal se agravó, por lo que descansó unos días y dispuso su retorno a la sede episcopal. Una carta del presbítero Miguel Martínez fechada en Colima el 10 de abril de 1832, revela que el Obispo vio afectada su salud en la visita pastoral, especialmente cuando llegó a esa parroquia: «Mucho siento todos los quebrantos de salud que sé que ha tenido y solo me conforma el conocer que son disposiciones divinas [...]. Para su consuelo, le digo a Su Señoría Ilustrísima que en la capilla de la Sangre de Cristo ofrecemos todas las noches el Rosario, y todo lo que allí se reza se ofrece en particular por Su Señoría, para que nuestro Divino Señor le conceda la salud [...]».511 El mismo sacerdote, conociendo la marcada fe mariana del Prelado, pero además preocupado por su enfermedad, se lamentaba: «[quise que usted acudiera a] la capilla de la Salud y de la imagen de la Santísima Virgen bajo el título de la Salud y que es de la del tamaño de la de esta parroquia y de rara hermosura. La cual deseaba yo la conociera para que la amara AHAG, sección Gobierno, serie Parroquias / Colima, 1815-1834, exp. 11, caja 2, snf. Doc. Cit. 511 Doc. Cit. 509 510

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mucho en dicha advocación. Me previne lo que pude para que Su Señoría la visitara y no se me concedió por la precisión de su viaje, lo cual me fue muy sensible».512 Aunque con su salud mermada, el Señor Obispo tuvo ánimo para realizar otra visita pastoral en su camino de regreso a Guadalajara. Lo llenaba de ánimo cumplir con su responsabilidad y saber que su presencia en determinada parroquia, acrecentaría el fervor de los feligreses, por eso llegó a Tuxpan quedándose algunos días en esa localidad. Realizó la visita a la parroquia el 11 de febrero. Allí redactó una carta dirigida a los sacerdotes de su Diócesis donde les instruyó sobre las indulgencias, así como las ventajas del ayuno y la confesión para la salvación de las almas en un periodo tan significativo como la cuaresma, que estaba próximo a celebrarse. La noticia sobre su enfermedad se esparció. En Guadalajara se supo que el mal contraído por el Obispo en el sur de la Diócesis fue el maligno cólera. Con dificultad el señor Gordoa recorrió las 30 leguas que de Tuxpan, lo separaban de Guadalajara. Sintiendo cómo día a día disminuía su salud, rehusó instalarse en los aposentos del palacio episcopal. Optó por retirarse a una finca veraniega propiedad del Cabildo eclesiástico localizada en el Dulce Nombre de la parroquia de Jesús, conocida como la Quinta de Camacho. Cuando la enfermedad agravó, quiso que le llevaran a su lecho la imagen de la Virgen de Zapopan; cuando la tuvo junto a él exclamó con el más tierno afecto: «Ahora sí, Madre tierna, yo moriré en paz porque he tenido la dicha de veros».513 Apenas había cumplido once meses como obispo cuando arreció el incurable mal que le arrancó la vida el jueves 12 de julio de 1832. Tenía 55 años de edad. Sus restos mortales fueron velados por cinco días en el seminario conci­ liar del Señor San José —recinto que tanto quiso—, para después celebrarse una misa de cuerpo presente en la catedral de Guadalajara. Por disposición del Obispo fallecido, su corazón fue separado de su cuerpo y depositado en un pequeño recipiente hermético que se guardó en el seminario. Más adelante, sin conocer con precisión la fecha, el mismo corazón fue trasladado a su pueblo natal, Sierra de Pinos, donde descansa hasta el día de hoy en un nicho ubicado en la sacristía parroquial, a unos dos metros y medio del suelo. Sus restos mortales fueron sepultados en el templo de Nuestra Señora de la Soledad de la capital tapatía.514 Doc. Cit. Pedro Barajas, Elogio, 1833, p. 20. Donde estuvo la Quinta de Camacho hoy se alza la escuela Beatriz Hernández. 514 José Ignacio Dávila Garibi, op. cit., 1967, p. 605. El templo de la Soledad fue derrumbado por órdenes del Gobernador del Estado de Jalisco Jesús González Gallo en el año de 1951. En su lugar se construyó la Rotonda de los jaliscienses ilustres. Véase Fabián Acosta Rico, “Derrumbe del templo de la Soledad y construcción de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres”, en Boletín Eclesiástico de Guadalajara, año VII, núm. 3, Guadalajara, marzo de 2013, p. 27. Los despojos mortales del señor Gordoa pasaron al osario episcopal, bajo el altar mayor de la Catedral. 512 513

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El Señor Gordoa testó ante el escribano público Miguel María de Robles, el día 14 de junio de 1832. Heredó de su padre la hacienda de Piedras Moradas, en la jurisdicción de Sierra de Pinos. En la cláusula octava declara que: «Después de cumplido y pagado todo lo necesario: ligado como me hallo por los más estrechos vínculos de sanguinidad y afecto con mi hermano el presbítero don José Manuel Gordoa, quien siempre me ha visto y tratado así como a todos mis hermanos, con el amor cuidado y esmeros propios de un padre, y como a tal lo hemos respetado; deseando corresponderle tan recomendables oficios, le nombro e instituyo por mi único y universal heredero de todos los bienes patrimoniales que me corresponden y demás que adquirí antes de mi ascenso al Obispado.515 Aquí asalta una pregunta obligada ¿Por qué heredó todo a su hermano José Manuel y por qué le dio a éste el calificativo de padre? Es cierto que su progenitor, don Juan Francisco Gordoa, había fallecido hacía ya 28 años y que lejos estaba de su memoria, sin embargo, es preciso considerar un detalle: la madre de nuestro personaje, doña María Anna Barrios, falleció en Sierra de Pinos el 25 de julio de 1792. Antes de morir nombró como albaceas de sus bienes a su marido don Juan Francisco, a su cuñado Antonio Gordoa y a Joaquín Egura. En sus funerales hubo misa en el templo franciscano y vigilia con tres sacerdotes.516 No obstante, la tristeza de don Juan Francisco fue muy corta pues, el 4 de octubre, es decir, un poco más de dos meses después de haber enviudado, contrajo segundas nupcias con doña María Luisa Moyeda Flores, originaria de La Godorniz, jurisdicción de Venado.517 Casarse justo después de enviudar, además de causar un escándalo en la pequeña población pinense, debió producir un fuerte enojo en los hijos de doña María Anna. Por esta razón ninguno de los hermanos Gordoa y Barrios acudió a la boda de su padre, que tuvo verificativo en la hacienda de La Purísima, situada a unas ocho leguas de la capital subdelegacional. De este segundo matrimonio don Juan Francisco tuvo dos hijos: Juan Francisco Agustín Atanasio Hilario María de la Santísima Trinidad nacido en 1795 y José Miguel —homónimo de nuestro personaje—, quien vino a este mundo en el año de 1797. Pese a que se le calificó como «piadoso, caritativo y magnánimo»,518 y que aparentemente no hubo impedimento alguno para que contrajese segundas nupcias, don Juan Francisco se distanció de los hijos de su primer matrimonio. Esta fue la razón por la que el hermano mayor de la familia, presbítero José Manuel AHAG, sección Gobierno, Serie Sacerdotes, Testamentos, exp. 27, caja 26. APP, área Sacramental, sección Defunciones, serie Partidas y certificaciones, subserie Franciscanos, libro 4, exp. 4. 517 APP, área Disciplinar, sección Matrimonios, serie Partidas y certificaciones, subserie General, caja 55, exp. 3, snf. 518 AGN, Instituciones coloniales, General de Partes, vol. 49, exp. 232. 515 516

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Gordoa, asumiera desde principios del siglo XIX la condición de padre de sus lastimados hermanos. Retomando lo relativo a sus bienes, al parecer, nuestro eclesiástico poseía muy pocos. No amasó fortuna y llevó una existencia sobria. Se dedicó a cumplir con sus deberes eclesiástico y político dejando de lado la acumulación de dinero y objetos. Siempre fue desprendido y de sí mismo no se ocupaba más de lo necesario. En el inventario que tras su muerte se hizo de sus alhajas, aparecieron joyas y utensilios que había tomado prestados de la catedral para desempeñar con decoro la función episcopal. Esos objetos se devolvieron al tesoro catedralicio. En el inventario de sus bienes se acreditan como suyos algunos pocos objetos íntimamente vinculados a su investidura: Un pectoral con su anillo de amatista con su bejuco, una cruz de piedras moradas guarnecidas de oro, una crismera de plata dorada con su caja, un Cáliz de oro con su patena y cucharita con una cajita de madera, un idem de oro con su patena, cucharita con su caja de cartón, una palmatoria de plata con despabiladeras y sin apuntador, un plato con campanita de plata dorada y vinateras de cristal, un báculo de plata dorada con su palmatoria con despabiladeras en su cajita de madera forrada en pasta verde, dos mitras preciosas, un simple en su caja de cartón, cuatro pares de guantes de todos colores, dos tunicelas blancas con sus almaizales, una cajita de madera fina para ornamento, una casulla con sus necesarios de raso blanco bordado de oro, una casulla de tela de colores con sus necesarios, dos casullas de tela morada y encarnada, dos cáligas de raso y una de patentes, tres roquetes, dos sobrepellices, dos toallas, un par de zapatos pontificales, un cíngulo de tela, una cobertura de raso amarillo, un cajoncito con manotejos y purificadores, un cajón con pichel, bandeja, toalla, exquisito, dos amitos, seis albas, una de ellas de punto, dos misales de media cámara, una capa magna de tafetán doble carmesí con su capa, una dicha de carmesí encarnada.519

¿Eso era todo? De acuerdo al testamento, todo hacía suponer que el señor José Miguel Gordoa, quien desempeñó empleos honoríficos con brillo propio, se despidió de este mundo con los bolsillos vacíos. Sin embargo, años después de su fallecimiento, una de sus sobrinas, cuyo nombre era doña Catalina Gordoa, abrió un juicio para que se le declarase albacea del difunto. En particular, demandaba se le entregaran cuatro mil pesos que, según ella, su desaparecido tío le había dejado. Para ello, entregó en el juzgado las siguientes pruebas: Primera: La posesión de once años en que sin interrupción estuvo recibiendo el rédito de este capital, o 519

AHAG, sección Gobierno, serie Obispos / Gordoa, exp. 29, años 1830-1832, 2 fs.

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la cantidad de doscientos pesos anuales. Segunda: Una información de testigos, promovida en San Luis Potosí, por la misma señora Catalina, en la que declaran don Juan Ruiz Cañizo y don Pedro de San Juan, asegurando que el Ilustrísimo Sr. Gordoa efectivamente había dejado a doña Catalina cuatro mil pesos cuyo rédito se le pagaba. Tercera: Un certificado del licenciado don Fermín Carreón, Juez de Letras de Sierra de Pinos, donde certifica que el Ilustrísimo Sr. Gordoa le dejó cuatro mil pesos a su sobrina doña Catalina, en una casa situada en San Luis Potosí, en la calle de la Concepción. Cuarta: El mismo señor Refugio, escribiendo a don Carlos Gordoa en julio del año de 1844, dando la orden para que se venda la casa de donde se pagaba el rédito. En la misiva se informa que la casa tenía como compradora a la señora Ipiña, quien le ofreció nueve mil pesos por el inmueble. Quinta: Una carta del padre don José Manuel Gordoa, albacea del señor Obispo, quien, escribiéndole a doña Catalina en mayo de 1833, le dice, «Mi carísimo hermano el Sr. Obispo te dejó por tus días doscientos pesos anuales en la casa chica de la Concepción».520 Pese a este bien que mantuvo en secrecía, el Señor Obispo vivió en una condición humilde, con el mínimo decoro. Así lo muestran los años que pasó en los colegios, primero como estudiante y después como catedrático, y las estrecheces a las que se vio reducido en Cádiz, a consecuencia de la orfandad a que lo sometió el ayuntamiento de Zacatecas. En este sentido, a todas luces nuestro eclesiástico tuvo como móviles el servicio al pueblo y a la Iglesia, nunca el bienestar personal. Tras su muerte, la feligresía de Guadalajara se conmovió y, por qué no decirlo, incluso los liberales recalcitrantes. Sin embargo, éstos sólo tomaron un respiro para seguir con sus furiosos ataques a la jerarquía eclesiástica y a la religión. En folletos, periódicos y versiones que se escuchaban en la vía pública circulaban injurias contra los católicos. Ante esto, el Sr. Diego Aranda y Carpinteiro —quien se encargó de gobernar la Mitra y en 1836 recibió el nombramiento de Obispo de la Diócesis tapatía—, expresó con energía en la Primera Carta Pastoral: «El Señor se ha dignado elevarme al Obispado, en tiempos a la verdad calamitosos y difíciles, tiempos de prueba y de amargura».521 Dávila Garibi, comentando el texto, dice que la jurisdicción episcopal estaba empobrecida: «por la pérdida de sus bienes, agobiada por diversas leyes opresoras; inundada de libros, folletos y hojas de propaganda anticatólica, que como dice el Prelado arrollaban en sus aguas venenosas a muchos incautos que se dejaron seducir; ensangrentado el patrio suelo por fratricidas luchas y pobres y ricos entristecidos e inconformes por la pérdida de gran parte del territorio nacional que en desigual lucha engrandeció y enloqueció a la vecina República del Norte, no podía ser más angustiosa y difícil la época en 520 521

AHAG, sección Gobierno, serie Obispos / Sr. Gordoa, sf. José Ignacio Dávila Garibi, op. cit., 1967, p. 623.

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que el Excmo. Señor Aranda con sabiduría, ejemplar prudencia y paternal cariño gobernó la Diócesis».522 Hasta aquí algo de la vida y obra del eminente doctor José Miguel Gordoa, un personaje que vivió y protagonizó la ardua y complicada transición política de la Nueva España a México como nación independiente.

522

Ibid., p. 624.

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Epílogo Esta historia se sitúa en un periodo particularmente importante y complejo: aquel que abarca los últimos años de la centuria de las luces y las primeras décadas del siglo XIX. Importante, porque en el lapso aludido sobrevino la disolución de la monarquía española, generándose, además, las independencias americanas. Complejo, porque las transformaciones se precipitaron de tal manera, que los hombres que vivieron en este periodo, avanzaron envueltos en la incertidumbre. Sin embargo, a diferencia de otras historias, la que aquí se relató tomó como centro a un individuo que nació, creció y se formó bajo una cosmovisión dispuesta y ordenada por el principio de autoridad, pero que se fracturó profundamente hasta ocasionar una fisura por donde el ser humano prescindió del Altísimo y comenzó a ordenar y organizar su mundo, de acuerdo a su razón. José Miguel Gordoa, fue un eclesiástico nacido en el septentrión novohispano hacia fines del siglo de las luces que siendo aún joven vivió el drama de experimentar cómo el mundo conocido se caía a pedazos. Desde su particular circunstancia, no sólo vivió las transformaciones políticas acaecidas en la monarquía española, también las protagonizó. El Doctor Gordoa, electo por la provincia de Zacatecas como su representante ante las Cortes gaditanas. Allí, desempeñó con dignidad y decoro su función legislativa. Al término de esta encomienda, regresó al Occidente de la Nueva España, donde aportó su experiencia en distintas actividades políticas y eclesiásticas. Hasta 1820 la carrera de nuestro personaje discurría sin tropiezos. Sin embargo, ese año las convulsiones políticas se precipitaron, motivando con ello su incursión de nueva cuenta en las lides parlamentarias. Inmerso en un contexto contradictorio y cambiante, buscó un asidero. Lo encontró en la institución eclesiástica que lo arropaba a la que se aferró vigorosamente. Sin embargo, las circunstancias se modificaban a tal velocidad, que lo anteriormente seguro e inalterable a poco se volvía movedizo e inestable. En este sentido, conocer la vida de José Miguel Gordoa equivale a situarse en un punto privilegiado donde la biografía se convierte en historia; donde lo acaecido a un individuo da cuenta de lo ocurrido a un sector social. La época en la que vivió José Miguel Gordoa se caracterizó por una dinámica insospechada que produjo variaciones profundas en una sociedad hasta entonces monolítica. Si por drama se entiende una situación conflictiva, capaz de conmover vivamente a una persona provocándole recelo y sufrimiento, entonces es preciso calificar como dramático el trance que protagonizo nuestro personaje. 247

Aquí concluye este recuento del itinerario de don José Miguel Gordoa y su conducta ante un mundo incierto y cambiante. Seguir las vicisitudes de su vida nos ofrece conocer más su circunstancia y su personalidad: serio, disciplinado, de convicciones sólidas, de mente brillante, reservado, con profunda fe, defensor de la institución eclesiástica y con el alma en un hilo ante la transición política, fundamentalmente para comprender el proceso de transformaciones políticas que iniciaron en la monarquía española y que concluyeron en la nueva nación que se irá conformando cuando la antes Nueva España declaró su independencia para ceder su lugar a México.

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