Jorge Millas. El valor de pensar (Introducción y Cap. 1: \"La tarea del intelectual\")

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Descripción

Jorge Millas. El valor de pensar Reflexión y testimonio entre 1973-1982

JORGE MILLAS. EL VALOR DE PENSAR Maximiliano Figueroa © Maximiliano Figueroa, 2011 © Ediciones Universidad Diego Portales, 2011 Primera edición: septiembre de 2011 Registro de Propiedad Intelectual n° 202.561 ISBN: 978-956-314-145-0 Universidad Diego Portales Publicaciones Av. Manuel Rodríguez Sur 415 Teléfono (56 2) 676 2000 Santiago – Chile www.udp.cl (Ediciones UDP) Diseño: Juan Guillermo Tejeda + TesisDG Fotografía de portada: Fundación Jorge Millas Impreso en Chile por Salesianos Impresores S.A.

Jorge Millas. El valor de pensar Maximiliano Figueroa

Prólogo de Humberto Giannini

COLECCIÓN PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO

ÍNDICE

Agradecimientos Prólogo de Humberto Giannini ........................................................... Pág. X

Introducción…………..…………………………… ....................................... Pág. X Capítulo I La tarea del intelectual ....................................................................... Pág. X Capítulo II Filosofía y violencia: la perspectiva de las víctimas .......................... Pág.X Capítulo III Democracia y derechos humanos..................................................... Pág. X Capítulo IV Crítica al neoliberalismo de Friedrich von Hayek ............................. Pág. X Capítulo V Idea y afirmación de la Universidad .................................................. Pág. X

Bibliografía.......................................................................................... Pág. X

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- ¿Qué le ha enseñado la filosofía? - Creo que fundamentalmente me ha enseñado a ser tolerante y a rechazar todo dogmatismo. También me ha llevado a ejercer un control medianamente racional sobre mis instintos y mis frustraciones. - ¿Y qué le ha enseñado la vida? - La vida me ha llevado a la conclusión de que el bien más preciado que podemos perseguir es la bondad, más que el saber.

Jorge Millas en una de sus últimas entrevistas

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Introducción

Dotado de una brillante claridad, de un vigoroso sentido crítico y humanista, Jorge Millas (1917-1982) desplegó una labor intelectual –amplia en su alcance, rigurosa en su construcción– que sorprendió y admiró a sus contemporáneos quienes, con independencia de posiciones políticas o filosóficas, brindaron reconocimiento a su inteligencia y testimonio público. De él se dijo: “fue un profesional de la razón, de la idea del mejor derecho y del sentido ético de la vida social”1; “un luchador frontal que escogió la forma de existencia filosófica y, respetuosa de ella, acordó su vida según el dictado de sus principios”2; “un pensador que apostó todas sus cartas a la eficacia de la razón”3; “daba sus argumentos con algo muy similar al heroísmo”4; fue “un campeador que rompe todas sus lanzas y destroza el

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Flisfisch, A., “Jorge Millas”, La Segunda, Santiago, 11 de noviembre, 1982, p. 2. N. T., “Entre otras cosas, don Jorge fue…”, 24 horas, 16 de noviembre, 1982, p. 9. Giannini, H., “Homenaje a Jorge Millas a 20 años de su muerte. Acerca de la dignidad del hombre” en La experiencia moral, Ed. Universitaria, Santiago, 1992, p. 137. Blanco, G., “Por la razón”, revista Hoy, n° 278, Santiago, 17 de noviembre, 1982, p. 21.

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corazón en la batalla”5; “dio combates casi solitarios por la excelencia del pensar vivo y encarnado”6; “todo en él era orden, rigor, lógica, y en un estilo que jamás cayó en la tentación del hermetismo […] sembró los dones de su intelecto con la generosidad natural con que un manantial derrama sus aguas”7; “un pensador que infundía respeto, y que era autoridad, en el sentido esencial de esta palabra”8; “un símbolo de honestidad, de libertad, de conciencia política a toda prueba”9. Millas entendió la praxis reflexiva como una de las principales manifestaciones de nuestra condición espiritual, como un ejercicio consecuente con la demanda de lucidez y expansión de la libertad. Su obra, desplegada en vinculación con el entorno inmediato en que se debatía su vida y la de sus contemporáneos, representa una invitación a elevar la conciencia respecto a los poderes del espíritu, a reparar en el puesto y papel que estos debieran ocupar en nuestra autoimagen y en la construcción del destino social. Jorge Millas pensó y ejerció como pocos entre nosotros la tarea pública que se espera del intelectual. En su ejercicio, esta tarea se muestra abierta a cuatro funciones críticas: una función existencial, una función histórica, una función desideologi5 6 7 8 9

Sánchez Latorre, L., “Una clase magistral”, revista Hoy, n° 279, Santiago, 1723 noviembre, 1982. Lafourcade, E., “Jorge Millas”, El Mercurio, Santiago, 11 de noviembre, 1982, p. 2. Villegas, F., “Una luz se ha apagado”, Las Últimas Noticias, Santiago, 10 de noviembre, 1982, p. 3. Urzúa, G., “Homenaje a un maestro auténtico”, El diario Austral, Temuco, 11 de noviembre, 1982, p. 2. Edwards, J., “El improvisador discordante” en Squella, A., (editor), Revista de Ciencias Sociales, En recuerdo de Jorge Millas, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, nº 49-50, Valparaíso, 2004-2005, p. 60.

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zadora y una función testimonial. La primera, cual prolongación del impulso socrático, se dirige a despertar a los individuos de una existencia sonambúlica para incitarlos a la lucidez y responsabilidad en el despliegue de la propia vida, para provocarlos a la realización de la mejor versión de sí mismos; la segunda responde a la condición histórica de la sociedad, al desafío permanente que ésta tiene de articular su continuidad en el tiempo, de interpretar su proveniencia para fundar así la proyección de mejores posibilidades para su desenvolvimiento; la tercera se dirige a liberar de todas aquellas ideas que limitan la vitalidad del pensamiento, que clausuran el derecho a la interrogación, que pretenden la prescindencia del debate y obstaculizan la tarea deliberativa propia de una sociedad reflexiva; por último, la función testimonial representa al propio escritor o intelectual encarnando las virtudes del pensamiento libre y, frente a toda adversidad, la afirmación radical del anti-dogmatismo y del anti-autoritarismo. La estimación de la comunicación humana como momento fundamental del ejercicio filosófico anima los escritos de Millas y explica no sólo el rigor argumentativo sino también la sencilla belleza y transparencia de su prosa. Se ha dicho que el suyo fue “un castellano batallado de pensamiento y agonías. Un castellano dueño de sí, de escritor grande, de buscador”10. Para quien fuera presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, Luis Sánchez Latorre, Millas fue “escritor-pensador, pensador-escritor” y “se distinguió por la luminosa consistencia de sus ideas. Por el aire limpio, transparente, que envuelve cada uno de sus conceptos”11. 10 11

Fernández, V., “Jorge Millas, el filósofo”, Redacción, 24 Horas, Valdivia, 19 de noviembre, 1982, p. 9. Sánchez Latorre, L., art. cit.

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Hernán Poblete Varas, miembro de la Academia Chilena de la Lengua, confesó: “No he conocido muchas personas capaces de manejar con tanta precisión el lenguaje como este hombre disciplinado por la filosofía en el arte de usar con exactitud las palabras escogidas en un vastísimo vocabulario que empleaba sin pedantería, sino con humilde rigor”12. Recibió diversos premios en reconocimiento a la calidad de su obra: Premio Municipal del IV Centenario de la Ciudad de Santiago concedido a su primer libro Idea de la individualidad publicado en 1943; en 1960 Premio Atenea y Premio Municipal de Santiago por Ensayos sobre la historia espiritual de Occidente; Premio Ricardo Latcham concedido por el PEN Club de Chile en 1973; Premio Municipal de Santiago en 1978 por Las máscaras filosóficas de la violencia (edición conjunta con Edison Otero). Fue incorporado como miembro de la Academia Chilena de la Lengua en 1962. Su tiempo de juventud estuvo marcado por un intenso afán poético: “Me esforzaba mucho y trasnochaba, puliendo versos con gran pasión”, dirá13. Dos libros de poemas dan cuenta de este período, Homenaje poético al pueblo español (1937) y Los trabajos y los días (1939). Millas relatará, años más tarde, su cercanía con la poesía y posterior distanciamiento: “Quizás si la poesía sólo fue para mí un ensayo exploratorio de mis posibles relaciones con el mundo. Eso explica la ambivalente vigilia filosófica y poética que dominó mi adolescencia, hasta pasado los veinte años. Que esa vigilia no haya sido plácida, sino tensa y desgarrada, se explica de igual modo. El intento de ser lo que no se puede 12 13

Poblete, H., “Jorge Millas”, La Tercera, Santiago, 14 de noviembre, 1982, segundo cuerpo, p. 11. “Jorge Millas. Presencia de un hombre tímido”, por Hans Ehrmann, Ercilla, Santiago, 3-9-1975, p. 22.

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–en el sentido de no realizar el hombre el ideal de plenitud que se ha propuesto para expresar su experiencia del mundo– se paga al precio de un afán penoso y frustrante. Yo viví intensamente ese afán como poeta, pero pude sobreponerme a él sin esfuerzo y con sosiego, invadido por ese placer progresivo que sigue a la lenta extinción de una dolencia”. Su balance de esta relación concluye de una manera lúdica y también poética: “No hubo decisión alguna de mi parte – por tanto, ni cobardía ni heroísmo– para dejar la poesía. De pronto me encontré aplicado de lleno a lo que siempre me absorbiera –el afán filosófico– y desatento a lo que también me había consumido siempre: el desvelo poético. No fui, pues, yo quien dejó a la poesía: ella me dejó a mí. Es probable que todo se deba a Nicanor Parra, con quien compartí mi adolescencia. ¿Cómo podía la poesía haberse quedado conmigo, si él había comenzado a cortejarla?”14. “Irremediablemente filósofo” es el calificativo que mucho tiempo después se aplicará a sí mismo, “sin humildad y sin soberbia”, al recordar que su primer ensayo con pretensiones filosóficas, “Soledad humana y expresión estética”15, lo escribiera a los 19 años de edad y el hecho de que aún mucho antes se acompañara por un ejemplar del Zarathustra de Nietzsche que llenó de “grandilocuentes apostillas”16: “pensé que el superhombre era yo”, confesará más tarde. Su inclinación reflexiva se hizo evidente ya durante su paso por el Internado Barros Arana, donde destacaría como buen 14 15 16

“Simplificar lo insimplificable”, entrevista de Alfonso Calderón, Ercilla, n° 1841, Santiago, 30 de septiembre, 1970, p. 83. Millas, J., “Soledad humana y expresión estética”, Revista Nueva 1, Santiago, 1935, pp. 5-11. Entrevista “Nada entre Dios y yo”, El Mercurio, Santiago, 16 de septiembre, 1977, p. 6.

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alumno y lector infatigable: “Eran inquietudes filosóficas sin guía. Manoteaba al azar”, recordará. Ortega y Gasset, Freud, Spengler, Bergson, Simmel y Nietzsche capturan su atención y nutren precoces conferencias que dicta a alumnos y profesores. Al internado ingresa en el 4° grado de humanidades proveniente de San Bernardo donde se había trasladado a vivir a los 9 años desde el barrio Avenida Matta de Santiago. Su padre, Emiliano Millas Recabarren, casado en segundas nupcias, adquirió una farmacia en el pueblo. La muerte de su madre, doña María Luisa Jiménez Alvarado, lo afectó a edad muy temprana, apenas tenía cinco años: “me faltó ese amor absoluto e incondicional”, confesará con tristeza en la adultez. Más tarde, en 1939, sufrirá la pérdida de su hermano Fernando, dos años menor, aquejado de meningitis. El ingreso al Barros Arana no fue fácil, casi no lo admiten por estimar que su estado físico no era compatible con la vida del internado. Sus compañeros no tardan en acuñar para él el apodo de Mahatma Gandhi debido a su tez morena y a una notoria delgadez que lo acompañó toda su juventud. En el 5° grado se plantea seriamente la posibilidad de ser marino, al respecto señalará: “Tal vez buscaba compensación por cosas que en el fondo me dolían, como mi insuficiencia física, o bien añoraba la imagen romántica del marino; incluso pudo haberme atraído el uniforme de la Escuela Naval. Aquello constituye una perplejidad en mis propios recuerdos”17. La oposición del padre fue decisiva y a Millas no le quedó más que desistir. Nicanor Parra, Hermann Niemeyer, Carlos Pedraza, Héctor Casanova y Luis Oyarzún fueron sus compañeros y 17

“Jorge Millas. Presencia de un hombre tímido”, entrevista por Hans Ehrmann, Ercilla, Santiago, 3-9-1975, p. 20.

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amigos inseparables. Por fin Millas encontraba una comunidad que le permitía atenuar la timidez y retraimiento que le caracterizó desde pequeño. Refiriéndose a aquel grupo dirá años más tarde: “Nos comprendíamos, nos tolerábamos, éramos un poco iconoclastas, celosos de nuestra independencia personal, izquierdistas sin odio ni dogmatismo, todos un poco ‘mateos’. Admirábamos sin beatería a la Mistral, a Neruda, a Valéry, comenzaba a aburrirnos el surrealismo y, en fin, abominábamos de la vulgaridad y de la pedantería, aunque en el fondo nos creíamos la muerte”18. Un café en la calle San Pablo fue el lugar privilegiado de sus reuniones bohemias, divagaban hasta avanzada la medianoche y, según Parra, Millas “era el gurú del grupo y frente a su autoridad intelectual sólo quedaba el recurso de defenderse mediante pullas”19. El interés literario lo lleva junto al mismo Parra y al futuro pintor Carlos Pedraza a crear la Revista Nueva, su sensibilidad humana y social se hicieron notorias en la implementación de cursos de nivelación de estudios que, junto a Hermann Niemeyer, dictó a los auxiliares del internado. A los 16 años, ya egresado de la enseñanza secundaria, se matricula en 1933 en la carrera de Derecho de la Universidad de Chile siguiendo el deseo de su padre, paralelamente hace lo mismo en la carrera de Historia en el Instituto Pedagógico, esta vez siguiendo su propio interés. Abandona esta carrera al año y medio para ingresar al recién creado Departamento de Filosofía en el mismo Pedagógico. En un balance de lo que fue el despertar y afianzamiento de su vocación filosófica hará el siguiente recuerdo de sus profe18 19

Ibíd., p. 21. Ídem.

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sores más influyentes: “Maestros, en el sentido de personas a quienes uno debe inspiradora y viva comunicación, tuve precisamente a tres profesores de Filosofía. El que satisfizo, a los catorce años, mis primeras curiosidades filosóficas fue en el Internado Barros Arana, Damián Méndez, un hombre sencillo y bueno, para quien la Filosofía era una forma de humildad estilizada de la inteligencia y del corazón. Vino después Eugenio González, quien en el liceo y la Universidad fue mi primer modelo vivo de ese decoro intelectual que da la prudencia escéptica cuando es paradojal producto del ejercicio de la inteligencia y de la desconfianza en ella. Y, en fin, en mis años de estudios finales recibí de Pedro León Loyola, aparte de todo el aliento que desea un joven, los más aleccionadores ejemplos de rigor en el planteamiento de los problemas, en la expresión de las ideas y en el examen paciente de las fuentes bibliográficas. Si fueron estos aspectos intelectuales de su obra de profesor o la intensa conmoción emocional en que hincaba su dedicación a la Filosofía lo que más influyó en mí, no sabría reconocerlo sin incertidumbre”20. Millas vive intensamente su época universitaria marcada no sólo por la exigencia de estudiar dos carreras sino también por la entrega a lo que denominará “actitudes cargadas de romanticismo” y que lo llevan a participar en política estudiantil vinculado al Partido Socialista. Entre el 16 y 24 de agosto del 1938 participa en el II Congreso Mundial de Juventudes en Nueva York y expone la ponencia titulada “Teoría del pacifismo”, mostrando ya un rigor argumentativo y una claridad expresiva poco comunes. Entre 1938 y 1939 20

“Simplificar lo insimplificable”. Entrevista a Jorge Millas, Ercilla, n° 1841, Santiago, 30-9-1970, p. 85.

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ocupa el cargo de presidente de la FECH. Millas se sintió “contento y realizado” por la elección, aunque sus estudios quedaron seriamente descuidados21. Según Nicanor Parra, como dirigente estudiantil fue un orador “fenomenal, un iluminado”22. Él confesará, sin embargo, no haberse sentido cómodo: “Algo sugestionaba a la gente, aunque yo sentía que me costaba, que era artificial. Cada vez, cuando hablaba, terminaba triste, descorazonado, sintiéndome falsificado”23. Fue generándose lo que sería luego su distancia, por carácter, respecto a la política como actividad a la cual dedicarse. Retomará sus estudios y terminará recibiéndose como profesor de filosofía y licenciándose en derecho. Como estudiante de filosofía Millas vive el proceso de institucionalización de la disciplina en Chile; proceso en el que fueron decisivas figuras como Enrique Molina. De éste y de su aporte, el pensador hará un balance que conviene recordar porque permite entender, también, el clima espiritual en que se desarrolla su propia formación y vocación intelectual: “La labor principal de Enrique Molina se extiende entre 1912 y 1942. Es un período de treinta años, durante el cual tiene lugar el surgimiento de una voluntad de cultura intelectual, de realización de la nacionalidad en el campo de las artes y de las letras. El fenómeno seguía y completaba el de la afirmación institucional y educacional que culminara a fines del siglo pasado. Se expresaba de un modo notable, pero siempre significativo, en la novela, la música y aún el trabajo científico y tecnológico. Enrique Molina, y junto a él Pedro León Loyola, más filósofo aunque menos escritor, 21 22 23

“Jorge Millas. Presencia de un hombre tímido”, entrevista por Hans Ehrmann, Ercilla, Santiago, 3-9-1975, p. 22. Ídem. Ídem.

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representan lo mismo en el campo filosófico [ ] El proceso de paulatina diversificación y profundización de la voluntad nacional de cultura (que no es necesariamente una voluntad de cultura nacional) encontró en ambos el instrumento para expresarse en la forma de la filosofía. La elevación de un proceso de cultura al plano de la conciencia filosófica es un proceso lento y difícil. La obra de Enrique Molina significó para Chile el comienzo de esa elevación. Pese a sus insuficiencias –medidas por las exigencias internas de la disciplina filosófica– fue un hecho importante, juzgado por las exigencias de desarrollo de nuestra cultura. Tuvo en esta significación precursores. Pero la suya fue decisiva, no sólo por responder su obra a una necesidad más verdadera de su tiempo, sino por haberse entregado más íntegramente –y también más ambiciosamente– a la tarea”24. Puede decirse, con propiedad, que el propio Millas llegará a convertirse en un actor de significativa contribución en el proceso descrito. Para el historiador Iván Jaksic “Jorge Millas debe ser considerado como uno de los fundadores del profesionalismo filosófico en Chile, no sólo por su versatilidad filosófica, sino por el esfuerzo por institucionalizar la disciplina en el ámbito de la educación superior. Publica en el número inaugural de la Revista de Filosofía (1949), y pasa a ser una de las figuras principales de la enseñanza académica de la filosofía de la Universidad de Chile25”. Millas se integra a la universidad como profesor del De24 25

“Simplificar lo insimplificable”. Entrevista a Jorge Millas, Ercilla, n° 1841, Santiago, 30-9-1970, p. 8. Jaksic, I., “Jorge Millas: filósofo entre la política y el espíritu”, en Squella, A., (ed.), En recuerdo de Jorge Millas. Revista de Ciencias Sociales, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, n° 49-50, Valparaíso, 2004-2005, p. 101.

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partamento de Filosofía en 1951, luego de haber realizado estudios de posgrado en Estados Unidos, como becario de la Fundación Guggenheim y el Instituto Internacional de Educación, y trabajado como académico en el extranjero. Obtuvo el Master of Arts en Psicología por la State University of Iowa en 1945 y realizó también estudios en la New School for Social Research de Nueva York. En 1946 fue contratado por cinco años en la Universidad de Puerto Rico. En esta institución desarrolló un trabajo de promoción de las humanidades a través de la dirección de los Cursos Básicos que formaban parte del programa de Estudios Generales que recibían todos los alumnos por un período de dos años. El objetivo de estos cursos era proporcionar a los estudiantes universitarios una formación inicial de carácter humanista que les permitiera conocer en su “espíritu” las grandes líneas del desarrollo de la cultura occidental, se trataba, en palabras del propio Millas, de contribuir al “cultivo integral de la personalidad intelectual y afectiva del hombre, que cada vez se hace más ineludible a la educación contemporánea”26. El pensador chileno asumió la concepción y concreción de este programa: dictó cursos, formó profesores, redactó material de estudio, en fin, se comprometió por entero en una empresa que le permitió definir ideas pedagógicas y formativas pero, me atrevo a decir, también a desarrollar lo que sería su visión de la universidad y lo que llegó a ser su compromiso personal con esta institución. En este período publica Goethe y el espíritu del Fausto (1948). El libro Ensayos sobre la historia espiritual de Occidente, publicado en Chile en 1960, reúne una primera serie de escritos que plasman 26

Millas, J., “Prefacio sobre la historia y el espíritu concreto” en Ensayos sobre la historia espiritual de Occidente, Editorial Universitaria, Santiago, 1960, p. 31.

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lo que fue la experiencia docente e intelectual en Puerto Rico, otras dos series prometidas en el Prefacio no llegaron a publicarse, una dedicada a la experiencia intelectual y otra a la experiencia político-social de Occidente. Ensayos sobre la historia espiritual de Occidente es una obra extraordinaria cuyo conocimiento y divulgación representaría, sin lugar a dudas, un aporte enriquecedor en los esfuerzos por dotar a la formación universitaria de amplitud cultural y de un sentido humanista crítico y reflexivo, algo cada vez más necesario en la hora actual. A la experiencia en el exterior cabe sumar su labor como profesor visitante en la Universidad de Columbia en Nueva York, su colaboración con la Universidad de San Marcos, en Lima, para el plan de implementación de los Estudios Generales y la invitación del Senado y de la Cámara de Diputados de Puerto Rico para aportar a la formulación de un proyecto de ley para la reforma de la Universidad en ese país. Cuando se incorpora al Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile imparte las cátedras de Teoría del conocimiento, Historia de la Filosofía Moderna e Historia de la Filosofía Contemporánea. El primero de estos cursos versó sobre Las investigaciones lógicas de Husserl, y sobre la Metafísica del conocimiento de Nicolai Hartmann; el segundo trató sobre Descartes, el empirismo inglés y Kant; el tercero estuvo dedicado al positivismo, empirismo lógico y a autores como Dilthey, Windelband y Rickert. Entre 1952 y 1955 ejerce como Director del Departamento y ocupa la presidencia de la Sociedad Chilena de Filosofía entre los años 1958 y 1966. Publica en 1956 Ortega y la responsabilidad de la inteligencia, y en una década especialmente prolífica, que evidencia su madurez intelectual y filosófica, al ya mencionado Ensayos sobre la historia espiritual de occidente (1960) se suman, además de artículos y

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discursos, dos libros fundamentales: El desafío espiritual de la sociedad de masas (1962) e Idea de la Filosofía. El conocimiento (1970) en dos tomos. Entre 1960 y 1967 Millas ejerce como Director del Departamento Central de Filosofía y Letras en el contexto de una política de reestructuración de las facultades impulsada por la universidad con el objetivo general de reforzar los estudios académicos básicos y abrir a éstas a nuevas funciones. Juan Enrique Serra, abogado, ex-alumno de Millas y socio honorario de la Sociedad Chilena de Filosofía, recuerda esta etapa: “Para llevar adelante el proyecto señalado, el Director del Departamento Central de Filosofía y Letras recurrió a la constitución y funcionamiento de un Consejo integrado por los directores de los departamentos docentes e institutos de investigación que de él dependían. Una breve enumeración nos permite imaginar lo que era entonces y lo que significaba aquella institución universitaria. Ellos eran: Félix Martínez Bonatti por el Departamento de Castellano, Eugenio Pereira y Ricardo Krebs por Historia, Humberto Fuenzalida y Julio Vega por Geografía, Demetrio Rodríguez por Inglés, Isaac Edelstein por Francés, Gastón Gómez Lasa por Filosofía, Atenor Rojo por Alemán, Fotios Malleros por Filología Clásica, Arturo Piga por Psicología, Rodolfo Oroz por el Instituto de Investigaciones Culturales, Roque Esteban Scarpa por el Centro de Investigaciones de Literatura Comparada, Mario Góngora por el Centro de Investigaciones de Historia Colonial Americana, César Bunster por el Instituto de Literatura Chilena, Yolando Pino por el Centro de Investigaciones Folklóricas. Dicha Facultad bullía en actividad, publicaciones e iniciativas, Jorge Millas las coordinaba y promovía, teniendo allí la ocasión de realizar su concepción de una universidad renovada y renovadora”. Según Serra, Millas “elaboraba sus planes de acción tras pacientes y públicas consultas con quie-

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nes tenían después la obligación de ejecutarlos. Su concepto de la dirección no era el de órdenes impartidas sino que era el producto de acuerdos compartidos y consentidos”27. Millas se trasladará más tarde a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile como profesor de jornada completa. Su vínculo docente con la facultad había comenzado varios años atrás dictando la cátedra de Filosofía del Derecho, temática sobre la cual publica un libro en 1956 que tendrá posteriormente cuatro reediciones. El escritor Jorge Edwards, alumno del filósofo en esta cátedra, hace el siguiente recuerdo: “En mi quinto año de la Escuela de Leyes de la calle Pío Nono, y esto debe haber ocurrido en 1953 ó 1954, escogí el curso de Jorge Millas en la asignatura de Filosofía del Derecho. No podría repetir detalles y mis apuntes deben de estar podridos en algún subterráneo del centro de Santiago, pero sé que fue un curso memorable, inspirador, estimulante, lleno de grandes momentos de reflexión. Yo era un alumno más bien ausente de los ramos normales, conquistado ya por los morbos conjugados de la lectura y escritura, pero sé que nunca me perdía las clases que dictaba el profesor Millas en una pequeña sala del tercer piso, ante pocos alumnos, en la última hora de la mañana. Con él se desdeñaba la manía, dominante en aquella escuela y en todo el país, de memorización de las materias, y se intentaba comprender el sentido último de la norma jurídica, el concepto de justicia, las nociones de Estado de derecho. Se hablaba de la posibilidad de una democracia moderna y de los equilibrios y los controles que ella exigía. 27

Serra, J. E., “Recordando al profesor Jorge Millas” en Squella, A., (ed.), En recuerdo de Jorge Millas. Revista de Ciencias Sociales, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, n° 49-50, Valparaíso, 2004-2005, p. 17.

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Y se hacía la crítica de los dogmatismos y los conformismos al uso, tanto de un extremo como de otro. Ese curso de filosofía del derecho […] en medio de una época de simplismos, de reduccionismos abusivos, era orientador y aleccionador. Jorge Millas hacía una invitación permanente a reflexionar con independencia, con auténtica libertad, sin dejarse llevar por las corrientes en boga. Hoy día me parece que no le prestamos, y no sólo me refiero a esa docena y media de alumnos sino a toda mi generación, la atención suficiente, y estoy convencido de que eso nos obligó a perder muchos más años de los necesarios”28. La condición de profesor de jornada completa permitió a Millas realizar diversos aportes al estudio y enseñanza del derecho en aquella facultad. Ahí permaneció hasta que debió retirarse en 1976, al inicio del año académico, como consecuencia de su crítico artículo “La universidad vigilada” que denunciara la situación de intervención que vivían las instituciones de educación superior bajo el régimen militar. La última etapa de su vida universitaria la vive en la Universidad Austral de Valdivia, institución que él mismo ayudó a fundar y con la que estuvo vinculado desde el año 1953 hasta su renuncia el año 1981. En esta institución, luego de retirarse de la Universidad de Chile, ejerció como Decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales y Director de Estudios y Planificación. Desde un comienzo y en forma permanente, su persona y labor docente suscitaron una profunda admiración entre 28

Edwards, J., “El improvisador discordante” en Squella, A., (ed.), En recuerdo de Jorge Millas. Revista de Ciencias Sociales, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, n° 49-50, Valparaíso, 2004-2005, pp. 5556.

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los que fueron sus estudiantes. Juan Enrique Serra esboza la impresión que causaba su figura: “Evoco su imagen algo desgarbada, por qué no decirlo, un poco descuidada en su apariencia. Daba la impresión de que le importaban otras cosas. Tenía algo de asceta, semejante al retrato de un vegetariano frugal, cetrino, melancólico. Su aspecto traducía benevolencia, no obstante que con mirada punzante escrutaba al otro, y al primer encuentro, si no atemorizaba, al menos puedo aclarar que imponía respeto”29. Roberta Basic –una estudiante que años más tarde le facilitaría la casa de sus padres en la calle Echeñique para las lecciones privadas que se vio obligado a impartir luego de dejar la universidad– como asistente al curso de Introducción a la Filosofía en el Instituto Pedagógico que Millas impartía, recuerda: “lo primero que llamó mi atención fue su prudencia, su modestia y su distante materialidad. Éramos muchísimos alumnos y las interacciones eran pocas; él entraba con su modestia habitual y desarrollaba su clase con una erudición que me aturdía. Ese sentimiento se veía disminuido por la forma en que expresaba su saber. Luego del saludo y focalizar el tema de la clase […] nos comunicaba calmadamente su conocimiento. La lógica en el desarrollo del concepto o de la idea era nítida, parecía obvia y emanaba como consecuencia natural del orden en que don Jorge compartía con los alumnos su sabiduría. Uno se sentía transportado por ese carril y la propiedad del conocimiento en sí. Yo lograba centrarme en su materia y él no era el centro, él actuaba como transmisor e infundía certeza, claridad y fascinación 29

Serra, J. E., “Recordando al profesor Jorge Millas” en Squella, A., (ed.), En recuerdo de Jorge Millas. Revista de Ciencias Sociales, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, n° 49-50, Valparaíso, 2004-2005, p. 16.

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por este saber”30. Pero para Basic, la huella principal que le dejó como profesor fue “su capacidad de respetar y hacer sentir al otro persona. ¿Cómo era posible que pusiese nombre a cada uno de nosotros los que estábamos en una sala que parecía anónima y multitudinaria?”31. Serra, por su parte, recuerda así su presencia en el aula: “Entraba a clases deslizándose imperceptiblemente por el resquicio del umbral de la puerta. Si producía la sensación de ocupar poco lugar, sentado en su pupitre con su voz invadía toda la sala. Sacaba del bolsillo unas cuartillas manuscritas, acuciosamente ordenadas en títulos, capítulos, secciones, escritas al reverso de unas circulares u otras fojas mimeografiadas de las que siempre se mantuvo el más profundo misterio de saber dónde las obtenía en tal profusión. Aquellos textos de todos sus cursos, agregados a conferencias, discursos, cursos de temporada, comunicaciones a congresos, permanecían guardados por él, en una cajas de cartón y cajones de escritorio en su biblioteca con un orden increíble, que haría contraste con su apariencia. En dichas cuartillas manuscritas lucía, desde luego, la cultivada y cautivante belleza de su forma estilística que aflora a lo largo de sus escritos y que engalanan cada uno de sus decires”32. Sobre la oralidad de Millas, Serra acota: “No sé decir en qué medida Millas en sus textos refleja la elocuencia de sus exposiciones y disertaciones orales. La vivacidad de la mirada, los silencios expectantes, las inflexiones en la voz, dubitativa o enfática, 30

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Basic, R., “Jorge Millas en los territorios de la memoria” en Squella, A., (ed.), En recuerdo de Jorge Millas. Revista de Ciencias Sociales, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, n° 49-50, Valparaíso, 20042005, p. 46. Ídem. Ibíd., p. 16.

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los ademanes expresivos, escapan a la escritura, aunque el diálogo con el autor siga produciéndose”33. El mismo Serra hace el siguiente balance, en su calidad de ex alumno, del aporte docente del filósofo: “La presencia del profesor Millas contribuyó a replantearnos la jerarquía y a elevar el nivel de nuestras preocupaciones e inquietudes habituales […] puso a nuestra disposición un instrumental conceptual que favoreciera una más certera visión del mundo y del curso de la vida humana”34. En sus clases, insistía en que la “historia de la filosofía no es un museo, sino que un arsenal puesto a nuestra disposición”35. La entrega de Millas a su tarea docente era intensa y se extendía más allá de la lección en el aula, Serra rememora: “Recuerdo cuántas veces en aquel entonces pasamos horas enteras los integrantes de la cátedra intercambiando opiniones, hasta discutiendo con don Jorge en el casino de la Escuela de Derecho, consumiendo incontables tazas de café o té. En alguna ocasión, habiendo transcurrido casi toda la mañana en la charla, alguien le advirtió al profesor; ‘¡Caramba, cuánto rato hemos pasado sin hacer nada!’ y él nos replicó con sentencia aleccionadora: ‘El tiempo lo hemos aprovechado bien, la conversación es el laboratorio de las ciencias sociales’”36. La siguiente evocación de otro de sus alumnos, Agustín Squella, expresa bellamente lo que fue este compromiso con la docencia: “Jorge Millas fue también un pedagogo, en el sentido más encomiable y estricto de esta maltratada ocupación, un inconfundible hombre de sala de clases, de mesa de seminario, de lugares de colo33 34 35 36

Ibíd., p. 34. Ibíd., p. 36. Ibíd., p. 34. Ibíd., p. 20.

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quios, congresos y jornadas; un hombre, en fin, de esos que dejan pasar su vida y su palabra en los rincones silenciosos y apartados, a veces oscuros y algo melancólicos, pero dotados también de una inestimable tibieza humana, en los que suele tener lugar la tarea siempre incierta de enseñar y debatir en torno al conocimiento humano. La figura de Jorge Millas se avenía con estos lugares que acabamos de describir, alcanzando esa misteriosa y palpable analogía que algunos hombres consiguen con el medio en que se desenvuelven, y que sólo es posible cuando estos aman verdaderamente lo que hacen y dónde lo hacen”37. En su obra filosófica, Kant, Bergson, Husserl, Ortega y Gasset, el pragmatismo de James y Dewey nutren de manera significativa muchos pasajes a través de una asimilación siempre crítica y original. Sobre esta asimilación, Raúl Rettig expresa, refiriéndose especialmente a la filosofía del derecho del pensador chileno, una apreciación que el lector de Millas puede corroborar y, probablemente, extender a la totalidad de su obra: “Millas –sostuvo el jurista– llegó a la altura en que el aporte doctrinal de otros se recibe con intención crítica, se relava en la intimidad propia y, así depurado, se exhibe a los demás previa declaración de qué extremos se rechazan y de qué substancias se adoptan para enriquecer un patrimonio conceptual. Más que destinado a ser discípulo, Millas fue maestro, constructor y creador”38. Consultado el propio pensador sobre su “aporte creativo” en filosofía, señaló en una oportunidad: “Hay filósofos que comenzaron a ser originales sólo después que fueron muy 37 38

Squella, A., “Evocación de Jorge Millas”, El Mercurio, Santiago, 2-4-1983, p. A2. Rettig, R., “Jorge Millas”, Las Últimas Noticias, Santiago, 16 de noviembre, 1982, p. 5.

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leídos, lo que ocurrió después de su muerte. Esto obliga a pensar con cuidado el tema de la originalidad en filosofía. La originalidad del filósofo no está necesariamente en sus tesis. A veces reside en otras cosas. Ya en el ciclo total de su pensamiento, ya en el uso provocativo de tesis antes propuestas, ya en el efecto de hacer replantearse los viejos problemas induciéndonos a pensarlos de nuevo. ‘Pienso, luego existo’, ‘Sustancia pensante y sustancia extensa’, ‘El pensamiento produce su objeto’, ‘La cosa en sí es incognoscible’: estas tesis no eran realmente originales cuando las formularon Descartes y Kant. Se hicieron originales por su elaboración penetrante y convincente y por el modo cómo fueron movilizadas, a través de un poderoso discurso racional, hasta sus últimas consecuencias”39. Millas pensaba que en su obra son reconocibles “una media docena de tesis que pueden llegar a ser originales”. Así, por ejemplo, “la del pensamiento límite; la del espíritu concreto; sobre todo, las del conocimiento como anticipación de la experiencia y del carácter polifásico de la experiencia misma […] La originalidad de estas tesis, reside –a su juicio– en el proyecto de re-pensamiento que contienen, ya que sólo dejará de ser proyecto cuando el pensamiento que anuncia sea de verdad pensado, por mí y por otros. Lo malo es que, leído a la diabla como hasta ahora lo he sido, esto último es bastante difícil […] mientras yo viva”40. Puede afirmarse que estas tesis se configuran a lo largo de un proceso consistente y de notable coherencia, reflejando una vocación reflexiva cuya expresión enriquece nuestra tradición intelectual y filosófica. Agustín Squella ha podido señalar con justicia: “Jorge 39 40

Entrevista “Nada entre Dios y yo”, El Mercurio, Santiago, 16 de septiembre, 1977, p. 6. Ídem.

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Millas fue, ante todo, filósofo, seguramente uno de los más profundos, originales y productivos de los filósofos chilenos del siglo XX. Y al señalar que fue un filósofo, se quiere decir que intentó un pensamiento y una obra propios, que fue, hasta cierto punto, un creador dentro de la filosofía. Y al decir que fue un filósofo, se quiere señalar, también, que poseyó, y en alto grado, esas virtudes que, desde antiguo, se atribuyen a quienes dedican su vida al particular oficio del pensamiento: amor a la sabiduría, respeto por la verdad, paciencia y cautela en la búsqueda de ésta, humildad en su posesión, tolerancia en la defensa y confrontación de los puntos de vista; pero, conjuntamente, nobleza y valentía en la mantención de los principios que deben orientar todo auténtico trabajo intelectual”41. Conocimiento y acción, individualidad y sociedad, derecho y dignidad humana, educación y filosofía representan los grandes temas sobre los cuales versan los escritos de Millas, en ellos evidencia un conocimiento profundo de las principales líneas del pensar filosófico, desde los griegos hasta Wittgenstein y Heidegger, a la vez que una comprensión de la historia cultural de occidente que da cuenta del carácter humanista de su espíritu y perspectiva. Mirado en el talante que lo anima, el pensamiento de Jorge Millas puede ser visto como explicitación del íntimo vínculo que los griegos creyeron que existía entre el amor y la práctica del pensar, un vínculo para ellos tan natural como lo refleja el uso que hicieron de la palabra filosofía para nombrar también esa práctica. Si el pensar filosófico se activa como deseo de saber, como búsqueda de comprensión, 41

Squella, A., “Evocación de Jorge Millas”, El Mercurio, Santiago, 11 de abril, 1983, cuerpo A, p. 2.

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suele hacerlo respecto a realidades que el espíritu considera amables o dignas de aprecio. El bien, la justicia, la belleza, la verdad reiteran su presencia en múltiples esfuerzos reflexivos como aquello digno de ser pensado. En esta perspectiva, Millas dio una enseñanza que no debiera ser obviada: esas ideas se vuelven estimables especialmente para un sujeto arraigado en el mundo y sus problemas; se trata de valores que interesan no como abstracciones conceptuales sino como referentes de sentido para la vida, son amables porque en su concreción y presencia en la vida y en la convivencia, se juega lo digno de estimación de ambas. Es precisamente porque el pensar es siempre un interés afirmativo por la vida, que se dirige a todo aquello que puede hacer de ésta algo mejor, más valioso, sencillamente más amable. De esta manera, sólo quien experimente el acceso al sentido de la actividad filosófica desde este interés, puede, como Jorge Millas, entregarse a ella considerándola como una praxis de servicio y prolongación necesaria del amor a la vida42. En notoria coincidencia con el pragmatismo de James y Dewey, Millas pensó que en las ideas vamos tras algo más que el aseguramiento intelectual de su verdad: buscamos también que tengan la capacidad de enriquecer nuestra experiencia y de impulsarnos a actuar de un modo más pleno. Una idea verdadera “es una promesa de acción po42

La vinculación entre teoría y amor puede verse en Millas, Jorge, Idea de la individualidad, Prensas de la Universidad de Chile, Santiago, 1943, p.40, pp.9192 y pp. 95-96. La actividad del intelectual como praxis de servicio, es una idea presente en la totalidad de la obra de Millas, puede verse, por ejemplo, De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974. Debo, y agradezco, a la profesora Patricia Bonzi el acceso generoso al primero de estos textos hace ya algunos años atrás. Existe una nueva edición publicada por la Universidad Diego Portales el año 2009, con prólogo de la profesora Carla Cordua.

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sible”, sostuvo, y en sus escritos los grandes valores nunca son esencias supra-empíricas y a-históricas respecto a las cuales podamos tener una captación directa y absoluta. Se trata siempre de categorías que desafían a ser pensadas en su vinculación con los espacios, instituciones, costumbres y ordenamientos que los seres humanos se dan para materializar sus expectativas de vida y convivencia, se trata de bienes implicados en esferas concretas de la experiencia, de sentidos llamados a animar la vida desde la configuración de la cultura y la sociedad en que ésta se realiza. Así, por ejemplo, su preocupación por el derecho43, la universidad44, la democracia45 y la dignidad humana46 respondió a este propósito de contribuir a la salvaguarda y promoción efectiva de todo aquello que puede ayudar a la mejor realización del ser humano. Este propósito permite entender la utilización del concepto “espíritu concreto” a la que recurrió para identificar su postura filosófica47, a la vez que interpretarla, como pro43 44 45 46 47

Millas, Jorge, Filosofía del derecho, Editorial Universitaria, Santiago, 1956, con otras ediciones en 1957, 1958, 1960 y 1961. Millas, Jorge, Idea y defensa de la Universidad, Editora del Pacífico, Santiago, 1981. Millas, Jorge, De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, pp.22-25 y pp. 28-60. Millas, Jorge, “Fundamentos de los derechos humanos”, en Revista Análisis, noviembre 1982. Millas, Jorge, El desafío espiritual de la sociedad de masas, Editorial Universitaria, Santiago, 1962, pp. 48ss. Puede verse también el “Prefacio” a su libro Ensayos sobre la historia espiritual de Occidente. En el volumen dedicado a Jorge Millas del Anuario de Filosofía Jurídica y Social, EDEVAL, Valparaíso, 1984, los siguientes artículos reparan en este aspecto del pensamiento del autor chileno: Edwards, Aníbal, “El programa filosófico de Jorge Millas, a la luz de su primer libro”, pp.43-61; Ciudad, Mario, “La espiritualidad de Occidente”, pp. 63-76; Peña, Carlos, “Sobre la pregunta por la Universidad y el espíritu concreto”, pp. 197-206.

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pongo, movida por el amor a la vida. La condición espiritual significa, en Millas, el poder que posee el ser humano de hacerse cargo de su vida, de la situación de su mundo y de la calidad de su convivencia con otros, todo esto a través de la institución de sentidos que contribuyan a la salvaguarda y promoción de la dignidad humana. Ser espiritual sería otra forma de decir ser responsable. Propiciar la máxima conciencia respecto a lo que nos corresponde como seres que interpretan y valoran la realidad, y que, en consecuencia, pueden operar en ella como actores inteligentes, libres, creativos y solidarios, constituye uno de los principales objetivos que animó la obra del pensador chileno. Su idea de espíritu es indisociable de la experiencia concreta del mundo y de la vida y nada le estuvo más alejado que el uso que se hace de este término para ocultar la indiferencia frente a la suerte del prójimo y frente a las situaciones que le impiden encarnar la condición que le corresponde48. Con este concepto pretendió designar la capacidad de “participación activa del hombre en el hacerse de su vida mediante una toma de conciencia que, sostenida por el conocimiento y la valoración, le permita interpretarla y dirigirla”49. Millas se preocupó de resaltar que “lo espiritual irrumpe entre las cosas con la vida del hombre [...] a partir de una posibilidad de ser que aspira a realizarse y en vista de una situación concreta que de algún modo la detiene o perturba. Conciencia, libertad, invención, valora48

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Millas advierte que “la tendencia de ciertos espiritualismos a desentenderse de la vida del hombre, comienza ya en la vaguedad con que se usa el concepto mismo de lo espiritual. El término evoca más asociaciones adjetivas que sustantivas: es lo noble, lo inspirador, lo trascendente, lo creador, lo superior, lo eterno y [...] lo vago por excelencia.” Millas, Jorge, Ensayos sobre la historia espiritual de Occidente, Editorial Universitaria, Santiago, 1960, p. 17. Millas, Jorge, El desafío espiritual de la sociedad de masas, Editorial Universitaria, Santiago, 1962, p. 43.

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ción son, por eso, categorías del mundo espiritual. Pero no se trata de facultades o predisposiciones vacías, ni de conceptos abstractos, ni de entidades supra-empíricas, sino de situaciones concretas del hacer humano, de un problema, en cada caso específico, de obrar libre, creadora y valorativamente frente a tal o cual circunstancia que sale al paso de las posibilidades humanas allí puestas en juego”50. En definitiva, la espiritualidad representa, en sus escritos, un atributo de la vida humana que, en cuanto tal, no depende de las cosas y situaciones con que ella se encuentra, sino de lo que hace el hombre con las cosas y situaciones51. En la medida que esta dimensión se traduce en vocación humana para la libertad y el pensamiento racional, conduce al reconocimiento de que “sólo en una comunidad cuyos miembros se traten como sujetos de interés infinito, sujetos, por tanto, libres y pensantes, puede realizarse el proyecto humano, la posibilidad de ser que el hombre representa”52.

2 El presente libro recupera las principales temáticas y luchas que ocuparon a Jorge Millas en los últimos años de su vida, específicamente entre 1973 y 1982, cuando Chile vive la interrupción de su vida republicana. Su reflexión, coherencia y testimonio vital de compromiso con el destino del país, especialmente durante este período, convierten a Millas en 50 51 52

Ibíd., p. 48. Ibíd., p. 49. Millas, Jorge, De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p. 34.

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un hito relevante en la configuración de nuestra tradición filosófica y universitaria, ética y ciudadana. Nos mostró, ejerciéndolas, dimensiones que le confieren a la praxis intelectual toda su vitalidad, hondura y dignidad. Fueron tiempos de oscuridad los que Jorge Millas tuvo que vivir en la última etapa de su vida, los mismos que enfrentó el país en su conjunto. Tomo la expresión, “tiempos de oscuridad”, de la pensadora Hannah Arendt, quien, a su vez, se inspira en un poema de Bertold Brecht para su elaboración53. La descripción habla de tiempos de injusticia, de asesinatos, de ultraje y desesperación, de tiempos propicios para experimentar una “ira bien fundada” e incluso ese “odio legítimo que nos afea”. Arendt, que quiso atrapar en la imagen de la oscuridad su propia circunstancia, aseveró que estos tiempos constituyen una posibilidad que sobrevuela amenazante el devenir de los asuntos humanos. Vivimos en nuestra historia reciente la penosa actualización de esa posibilidad, supimos del daño que algunos seres humanos pueden infligir a otros, de cómo ese daño puede provenir de un poder incontrolable y dirigirse cobardemente a quienes han quedado sin ninguna defensa. De un modo coincidente con lo que fue nuestra experiencia, Hannah Arendt sostuvo, refiriéndose a la propia, que la tragedia de lo acontecido “era bastante real porque ocurrió en el espacio público; no había nada secreto o misterioso acerca de ello. Y aún así no era en absoluto visible a todos y además no era fácil percibirlo; porque hasta el momento mismo en que la catástrofe se echó encima de todo y de todos, permaneció encubierta, no por las realidades, sino por la gran eficiencia del discurso y el lenguaje ambiguo de casi todos los representantes 53

Arendt, H., Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona, 2001.

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oficiales, quienes continuamente y en muchas variaciones ingeniosas hacían desaparecer con sus explicaciones los hechos desagradables y la legítima preocupación. Cuando pensamos en tiempos oscuros y en la gente que vivía y se movía en ellos, hemos de tener en cuenta también ese camuflaje”54. Consciente tempranamente de los sombríos hechos de su tiempo, Millas se sintió obligado a intervenir con su reflexión y testimonio en el mezquino espacio público de aquellos años. En las condiciones entonces existentes, sólo el coraje y una capacidad de indignación moral insobornable, junto a un profundo amor a la claridad que aporta la reflexión, pueden explicar que un intelectual como él, dedicado principalmente a la academia, se animara a la defensa pública de los derechos del pensamiento, la libertad y dignidad humana en momentos en que el imperio de la fuerza no les reconocía ningún valor efectivo ni mucho menos incondicional. Humberto Giannini describe el ingreso de Millas al espacio público del siguiente modo: “varón retraído, inexperto por propia confesión, para la vida pública, fue empujado por los hechos a los primeros planos de la vida nacional y en un momento tuvo que levantar la voz a nombre de los miles de seres silenciosos que no nos atrevíamos a hablar. Y el ejercicio honesto y mesurado de este derecho le valió, no ya la desconfianza, sino una guerra sistemática y demoledora”55. Efectivamente, Millas debió padecer “el recelo, el hostigamiento y la exclusión” en esos tiempos en que la veda intelectual se convirtió en régimen permanente. En momentos de esa índole, se hace especialmente fuerte la tentación de desplazarse del mundo y del espacio público a una vida interior. Tentación que será conjurada por 54 55

Ibíd., p. 10. Giannini, H., “Jorge Millas, o el difícil ejercicio del pensar” en Revista Hoy, n° 278, 17 de noviembre, 1982, p. 14.

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este pensador que se mantuvo fiel a lo que él mismo había señalado en su primer libro publicado cuando pasaba recién los veinte años: “Una filosofía que no esté animada por una verdadera pasión frente al destino del hombre, no es en propiedad verdadera filosofía”56. Años después, agregará, en la misma perspectiva, que “al imperativo intelectual de mirar las cosas con ojos limpios, se agrega el ético de preocuparnos porque en ningún hombre se frustre el proyecto humano esbozado dentro de su ser”57. Efectivamente, este doble imperativo no representó una simple declaración retórica, vino más bien a evidenciar la convicción que animara su vida y obra hasta último momento. El ciudadano y el filósofo se co-implicaron de manera necesaria en su persona, la acción y la meditación conformaron una misma empresa de claridad y dignidad; la actitud y el acto testimonial fueron la extensión coherente de lo que Millas defendió en el plano de las ideas; su empeño reflexivo fue el ejercicio de lucidez crítica que cabía anteponer frente a la falsificación de la realidad y de los valores que desplegaban los órganos oficiales en ese período. Y es que, quizás, como bien señala Humberto Giannini en un texto dedicado a su maestro, “en esa encrucijada, la filosofía –el pensador– no puede menos que asumir una tarea impostergablemente mostrativa, testimonial, si quiere alcanzar la conciencia ajena […] pero esto no dispensa al filósofo de la aclaración teórica que propiamente de él se espera”58. 56 57 58

Millas, J., Idea de la individualidad, Prensas de la Universidad de Chile, Santiago, 1943, p. 101. Millas, J., El desafío espiritual de la sociedad de masas, Editorial Universitaria, Santiago, 1962, p. 25. Giannini, H., “Homenaje a Jorge Millas a 20 años de su muerte. Acerca de la dignidad del hombre” en La experiencia moral, Editorial Universitaria, Santiago, 1992, pp. 133-134

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Esta imbricación entre el valor de pensar y la prolongación práctica de las exigencias de lo pensado es lo que resulta más admirable en Jorge Millas y constituye, precisamente, lo que este libro busca recuperar en sus principales concreciones. La responsabilidad pública del intelectual, la denuncia de las máscaras justificadoras de la violencia, la defensa de la democracia y los derechos humanos, la crítica al utilitarismo neoliberal, la afirmación de la universidad en tiempos de asedio e intervencionismo son los grandes temas de Jorge Millas, las causas a las que dedicó los últimos años de su vida como intelectual, universitario y ciudadano. Temas que hablan de las principales dimensiones en que se debatía, dramáticamente, la situación del país a partir del 11 de septiembre de 1973. Libros, artículos, conferencias, discursos, entrevistas y notas de prensa conforman el material que este libro articula en sus cinco capítulos. Un material amplio y variado, gran parte de él se encuentra, hasta el momento, disperso y no siempre de fácil acceso. El lector encontrará en esta obra páginas pródigas en citas del pensador chileno. Ha sido éste un rasgo buscado. Que la lectura sea exposición directa a la palabra de Jorge Millas –a su ritmo y claridad, a su tono y justeza, a su cabal uso lógico y argumentativo– ha operado como un objetivo principal e irrenunciable. Los comentarios y análisis que se introducen están al servicio de la contextualización, conexión y ponderación del material original aquí reunido. Puede decirse, en gran medida, que en este libro es Jorge Millas quien tiene la palabra, esa palabra a través de la cual vino a expresarse entre nosotros uno de los testimonios más vigorosos y humanos del valor de pensar.

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I. La tarea del intelectual

De algún modo la racionalidad genera a veces el milagro de imponer la compostura práctica y la dignidad moral sobre los seres humanos. Jorge Millas

1 Las resonancias de las metáforas heraclíteanas, la proyección de los aforismos que las expresan como iluminaciones, constituyen, en los hechos, y podría decirse también que de derecho, un capítulo en la historia del pensamiento. La armonía invisible de los contrarios, una suerte de fe y programa para el pensar; el tiempo como un niño que juega a los dados simbolizando lo imprevisible en la existencia; el río como imagen del flujo real y vital, la más profusamente referida y utilizada, son los ejemplos más notorios de esta afirmación. Acaso una más de estas proyecciones es la que se deja percibir cuando Jorge Millas postula que entre los posibles aportes del intelectual está el ayudar a despertar a las gentes de una existencia sonambúlica. Late aquí, como de seguro no escapa al lector, la distinción entre “los dormidos” y “los despiertos”, dos formas diferentes de disposición existencial sobre las que Heráclito fue uno de los primeros en llamar la atención1. Si 1

Heráclito: B1 Frag. 1 ed., Diels-Kranz. Millas ya había conectado con esta distinción en un pasaje de su primer libro en el que afirma que hay dos tipos de seres humanos: “Unos para los cuales la vida toda es conciencia de lo

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el pensador de Éfeso invitaba a no escucharlo a él sino al logos que habita en todo y en todos, Millas sostendrá, en un discurso pronunciado con ocasión de recibir el Premio Ricardo Latcham –reunido junto a otros textos en el libro De la tarea intelectual–2, que el escritor contribuye a su sociedad exhortando a los individuos a pensar por sí mismos para que así se dispongan de un modo más lúcido y activo frente a la vida. El escritor, sostuvo, opera como una suerte de aguijón de la conciencia, capaz de profundizarla, expandirla y elevarla a un nivel más alto de clarividencia. Una descripción de los bienes espirituales que la tarea del intelectual puede proporcionar a la comunidad en que

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que para ella tiene significación; son los hombres que viven vigilantes de sí mismos, sabios de su propia esencia. Frente a estos, se encuentran aquellos para los cuales la vida transcurre como un azar o lotería de contingencias que van saliendo al paso y desapareciendo después; las cosas significativas llegan al alma por la vía inconsciente y sustentan secretamente al individuo, que vive ignorando su propia naturaleza” en Millas, J., Idea de la individualidad, Prensas de la Universidad de Chile, Santiago, 1943, p. 134 (nueva edición Millas, J., Idea de la individualidad, Universidad Diego Portales, Santiago, 2009, p. 117). El texto titulado “El escritor y el deber intelectual”, es el discurso que Millas leyó en la ceremonia organizada por el PEN CLUB de Chile para la entrega del Premio Ricardo Latcham, el 30 de enero de 1974, y que aparece, junto a otras intervenciones, en Millas, J., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, pp. 9-26. Una defensa de la tarea del escritor como promotor del pensamiento libre, de la dignidad humana y de la democracia como sistema de convivencia moral desarrollado para su resguardo, de la universidad como institución promotora de la lucidez crítica y del diálogo racional, junto a la advertencia contra los horrores a los que conduce la embriaguez ideológica y a los que también pueden llevar las reacciones contrapuestas a ella, configuran el contenido de los textos de este libro, todos alocuciones públicas, dan cuenta de su talante ético y del propósito indudablemente político que Jorge Millas tuvo al momento de reunirlos para su publicación en 1974, a meses de producido el golpe militar. Los otros textos son: “Platón: la misión política del intelecto”, “Los estudiantes y el deber intelectual” y, por último, “Improvisación discordante”.

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se inscribe, es lo que Millas realizó en aquella ceremonia organizada por el PEN CLUB de Chile y que se efectuó el 30 de enero de 1974. La circunstancia en que tuvo lugar su reflexión no puede pasar desapercibida, pues le confiere a sus palabras un especial sentido de pertinencia y de desafío moral. El país vivía la pérdida del espacio público republicano, la clausura del debate y una declarada hostilidad a la libre circulación de las ideas, un “estado de excepción”, para usar la expresión que se hiciera tan frecuente en los años siguientes y que significó, como se sabe, la suspensión de las garantías fundamentales propias de un Estado de Derecho. La descripción hecha por Millas en la ocasión, refleja algunas de sus estimaciones más constantes y características, específicamente la fe en la vocación individual del hombre, en la misión liberadora de la inteligencia y del conocimiento, en las posibilidades inagotables de la concordia racional y en la certeza de que el peor enemigo del hombre lo constituyen las ideologías salvacionistas y la ferocidad de los iluminados. Vincular el ejercicio crítico-reflexivo del escritor con estas ideas, sólo viene a expresar esa convicción que cualquier lector del pensador chileno logra percibir con facilidad en sus textos, a saber, que el ejercicio del pensar que el escritor vierte en pública comunicación a través de la palabra, especialmente de la palabra escrita, posee una raíz ética que lo nutre y sustenta, que lo convierte en una praxis imprescindible en la configuración de una vida personal libre y lo proyecta como una contribución básica en la construcción que una sociedad hace de su destino. Millas creía que “sólo cuando el escritor nos induce y nos ayuda a pensar la vida, merece la dignidad de su oficio y el

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interés de la sociedad”3. Pudiendo ser el pensar un gusto, pudiendo producir una suerte de gozo estético en el sentido que indicara Kierkegaard, su cabal relevancia y justificación le vendría, más bien, al considerarlo en relación con el conjunto de la experiencia y realización del ser humano. Esta es la perspectiva que Millas propone adoptar. El fundamento que otorga sentido y necesidad al pensar reflexivo al que el intelectual insta a sus contemporáneos, con una insistencia, como sabemos, que se remonta a la praxis pública socrática, lo constituye el hecho de que lo propio de la condición humana sólo logra ser tal en la conciencia de sí. Expresado de otro modo, el hombre requiere estar ante sí mismo para alcanzar su cabal sustantividad y en esa operación el pensar realiza precisamente la definición o función que le es propia. “El hombre está ante sí mismo –sostuvo Millas– en cuanto su vida brota de su propia alegría y decisión, de su propia incertidumbre y su dolor. Pero lo está, además, en otro sentido: en cuanto la cosa indecisa, pero inexorablemente decidible que es su vida, consiste en un acto esencial de comprensión, que vale aun para las más incomprensibles situaciones. Porque ese trazado futurista que es la vida no surge, en efecto, de un libre proyectar, de un fantasioso prefigurar de las cosas, para decidirse a actuar en consecuencia. Todo propósito de vida es siempre una conciencia de situación, constituida por la comprensión de un estado de cosas que se da como naturaleza y valor, como ser y deber ser al mismo tiempo. El hombre proyecta y se decide –cuando proyecta y decide de verdad– en función del modo cómo comprende el ser suyo y el del mundo, y el deber ser que pone trabas a su libertad. Dicho de otra manera, la 3

Ibíd., p. 12.

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vida humana se mueve siempre a partir de lo que tomamos como dado, como ser del propio hombre y de las cosas, y en la dirección de algo posible, admitido como valor. Sabemos o creemos que las cosas son de tal y cual manera; sabemos o creemos que tal ser y hacer del hombre son valiosos o vituperables. Ese saber de lo que es y de lo que debe, en el cual reside la condición de toda actividad, constituye la esencia de la vida humana”4. Si el ejercicio del pensar significa para el hombre un hacerse presente a sí mismo en el acto de estar viviendo su vida, una forma de establecer una relación viva con la propia vida, el postulado de Millas puede ser leído como una resistencia a que el vivir se transforme en un mero sobre-vivir, es decir, en un pasarle a la vida por encima, sin auténtico arraigo en ella, con escasa conciencia de lo que implica como tarea y desafío. En este sentido, la reflexión representa una función vital a través de la cual se funda en su posible hondura la vida psíquica y el despliegue moral. La exhortación a su ejercicio viene a representar una invitación a los individuos para vivir presentes y no ausentes respecto a sí mismos, asociados y no disociados de su individualidad, entendida ésta, a la vez, como realidad y como proyecto. Millas afirmó, justamente en esta perspectiva, que el hombre puede “embotarse en una existencia soporífera, sin tensión ni lucidez: pasa para él tiempo, pasan los sucesos, como para el animal el cielo de su vida y las regularidades y azares de su medio. Puede también despertar a una experiencia de máxima vigilia, tensa y alerta, para la cual el tiempo y la vida no ‘suceden’, sino que brotan como actos de vivir, de la propia existencia del sujeto”5. 4 5

Ibíd., pp. 13-14. Ibíd., p. 18.

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En el breve texto titulado Serenidad, M. Heidegger, queriendo atrapar nuestro tiempo en uno de sus rasgos más característicos y basales, afirmó que el hombre moderno está en fuga del pensar, y en una suerte de concesión al énfasis, señaló que la falta de pensamiento es un huésped inquietante que en la sociedad moderna entra y sale por todas partes, que se trata de un fenómeno que consume la médula del hombre contemporáneo. Con su distinción de dos grandes formas de pensamiento, el pensar calculador y el meditar reflexivo, le confirió hondura y especificidad a su diagnóstico. El meditar o pensar reflexivo es aquello de lo que el hombre huye, para lo que no destina tiempo ni parece tener ya disposición. Este descuido significa la postergación permanente de la interrogación por el sentido en nuestras vidas, la pérdida del propósito de comprensión de aquella experiencia de lo próximo en que se articula la posibilidad del arraigo de nuestro ser en el mundo. La hegemonía del pensamiento calculador representa, para Heidegger, la contracara de esta fuga. El pensamiento que calcula, mide, proyecta y planifica en función de lograr dominio, eficiencia, usufructo, a través del modo más directo y los medios más económicos, se transforma en la perspectiva predominante en la configuración de la sociedad moderna; es como si ésta fuera, en la práctica, la única forma de pensamiento relevante, la única fuente de criterios para evaluar y decidir los cursos de acción. ¿Por qué intercalar esta alusión a Heidegger, por lo demás de nuestra entera responsabilidad? Si bien el pensador alemán en el curso central de su pensamiento vincula la pérdida del meditar reflexivo en última instancia con el olvido del Ser, mientras que Millas parece más atento a las directas consecuencias morales de tal pérdida, creo que en

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ambos casos sería posible rastrear la idea de que si existe una fuga del pensar, que si ésta se prolonga y mantiene es porque a la base hay otra fuga que la sustenta y posibilita: la fuga de la vida misma, entendida ésta como aquel ámbito en que acontece lo que da qué pensar. “Cada uno de nosotros puede –acotó el pensador alemán–, a su modo y dentro de sus límites, seguir el camino de la reflexión. ¿Por qué? Porque el hombre es el ser pensante, esto es, meditante. Así que no necesitamos de ningún modo una reflexión ‘elevada’. Es suficiente que nos demoremos junto a lo próximo y que meditemos acerca de lo más próximo: acerca de lo que concierne a cada uno de nosotros aquí y ahora; aquí: en este rincón de la tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer mundial”6. “El pensamiento meditativo requiere de nosotros que no nos quedemos atrapados unilateralmente en una representación, que no sigamos corriendo por una vía única en una sola dirección”7. Por su parte, ya en su libro de 1962, El desafío espiritual de la sociedad de masas, Millas diagnosticaba que la moderna sociedad de masas tiende a propiciar –dicho con formulaciones extraídas del mismo texto– la relajación de la curiosidad y del asombro, la contracción de la vida a las funciones primarias de la supervivencia, a la anarquía estimativa o atrofia total de la conciencia valorante, al angostamiento de la conciencia intelectual y afectiva de los individuos. “En el seno de la sociedad masificada –sostuvo– el peligro se torna particularmente agudo, porque tiende a convertirse 6

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Heidegger, M., Serenidad, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1989, p. 19. [Original en alemán Gelassenheit, Verlag Günther Neske, Pfullingen, 1959, el texto corresponde al discurso pronunciado por Heidegger en memoria del compositor Conradin Kreutzer el año 1955]. Ibíd., p. 26.

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en banal precisamente aquello que requiere la máxima conciencia y vigilancia: el hombre mismo”8. Es interesante reparar que, casi por la misma fecha, una autora como Hannah Arendt, discípula de Heidegger, haría de la banalidad el rasgo que viene a caracterizar al ser humano que renuncia a ejercer en su vida el pensar reflexivo y someter a ello su conducta. La pensadora asistió el año 1961 al juicio del criminal nazi Adolf Eichmann y entregó informes al New Yorker, reuniendo sus escritos en un libro que se publicó en 19639. La tesis de Arendt planteaba que lo que hacía peculiar a Eichmann era “la manifiesta superficialidad del acusado […] la única característica notable […] no era estupidez, sino falta de reflexión […] Fue esta ausencia de pensamiento –que es tan común en nuestra vida cotidiana, donde apenas tenemos el tiempo, y menos aún la propensión, de detenernos y pensar– lo que me llamó la atención”10. “Fue esta irreflexión lo que lo predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”11. Creo que Millas habría coincidido con Arendt en la idea de que la ausencia de reflexión puede propiciar el deterioro moral del individuo y, a la larga, de la sociedad en que éste proyecta su vida y acción, y que tal posibilidad acompañó especialmente el fenómeno de los movimientos totalitarios que tuvieron lugar en la sociedad de masas de primera mitad del siglo veinte: “No cabe duda 8 9

10 11

Millas, J., El desafío espiritual de la sociedad de masas, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1962, p. 51. Arendt, H., Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil, Nueva York, 1963. Versión en español Arendt, H., Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, Barcelona, 1999. Arendt, H., La vida del espíritu, Centro de estudios constitucionales, Madrid, 1984, p. 14. Arendt, H., Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, Barcelona, 1999, p. 434.

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de que el militante totalitario –sostuvo el pensador chileno– es un ejemplo del buen hombre-masa, que acepta resignadamente su función inercial y se deja conducir por los ‘mejores’, renunciando al discernimiento ético, a la opinión valorativa o teorizante frente al conductor o al ‘partido’”12. Sin el ejercicio reflexivo auto-vinculante, a través del cual el individuo examina la vida y su despliegue en el mundo, considera las ideas dominantes y pondera su valor, lo que queda es un sujeto expuesto a la disociación de sí mismo, permeable a creencias dudosas en su verdad y valía, manipulable por agentes externos y fuerzas deshumanizadoras que lo llevan a una existencia simplemente funcionaria y funcional, alejada de la hondura y consistencia esperable de la individualidad auténtica. En esta relación de la realidad de la vida humana con la conciencia reflexiva que tomamos de ella, volviendo al curso central de lo expuesto en el discurso ya referido, Jorge Millas interpreta que reside parte del significado de la afirmación de que el hombre tiene un ser histórico. “Es histórico el ser del hombre, en efecto, porque no tiene más entidad que la que va siendo en el tiempo. Su realidad es un proceso de vivir y narrar. No podemos tomarla de una vez, pues ni siquiera está finalmente dada en el momento de preguntarnos por ella: hay que hacerla; pero hecha sigue inconclusa, ya que, en tanto haya vida, se ha de seguir viviendo. En este sentido el hombre es historia como concluyen los filósofos”13. Prosigue Millas en otro pasaje señalando que 12

13

Millas, J., El desafío espiritual de la sociedad de masas, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1962, p. 75. Existen significativas coincidencias entre las reflexiones de Arendt y Millas, especialmente en sus concepciones del pensar, de las masas y de la ideología. Millas, J., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p. 14.

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“somos históricos en cuanto el tiempo se constituye en nosotros, y el tiempo sólo puede constituirse gracias a una conciencia que retenga sus momentos y los articule en el continuo de una misma vida individual o colectiva […] la historicidad del hombre se confunde con la realidad psíquica de la memoria puesta en tensión, como un resorte, por la presión de la experiencia actual que de continuo la reclama y la enriquece. Dicha memoria no es, por tanto, aquel osario de experiencias pasadas descrito a veces por los psicólogos, sino la conciencia viva que, ensanchándose en la profundidad del pretérito, se mueve urgida por los requerimientos del porvenir”14. Estas palabras revelan a Millas como un receptor activo de las ideas de Dilthey y Bergson15. Historicidad y memoria constituyen condición y facultad, proceso y poder desde donde cabe fundar la elevación de la conciencia de nosotros mismos y de nuestra circunstancia, de nuestro ser y hacer moral y social, de nuestro hacer mundo y forjarnos como individuos. Es posible sostener que nuestro pensador vio en la historicidad un desafío que sólo la memoria reflexiva puede asumir: el desafío de enlazar pasado y futuro, de ubicar el devenir social en un horizonte de proveniencia y proyección que, entendido de manera crítica, le otorgaría su hondura y consistencia de sentido al presente, permitiendo ganar el impulso para su animación y las claves para su mejor orientación. Que el sentido histórico no es sólo un sentido del pasado sino también de la 14 15

Ibíd., p. 17. La importancia de Bergson en su pensamiento fue reconocida por Millas en más de una ocasión. La huella es especialmente visible en las múltiples citas y referencias que nutren su primer libro: Millas, J., Idea de la individualidad, Prensas de la Universidad de Chile, Santiago, 1943. La alusión a Dilthey es explícita en Millas, J., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p. 14.

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continuidad, y que cuando así se lo entiende puede llegar a operar como un principio de lucidez y responsabilidad frente a la tarea de conducir y transformar nuestro orden social, es una idea que se desprende de los escritos de Millas y que queda asociada a la construcción de una sociedad reflexiva a la que el intelectual debiera contribuir, es decir, una sociedad que asume la historicidad propia como condición exigida para la deliberación pública que ha de guiar la definición de su destino. “Historia propiamente tal –vino a afirmar Millas– sólo puede haberla para una conciencia que la absorba y acumule, moviéndola, a través del presente, en la dirección de nuestro ser deseado y convocado”16. Por eso, la preocupación por el tiempo histórico concreto en que se está, la atención al contexto social inmediato en que se debate la vida, el escrutinio de las condiciones y procesos desde las que ambos se constituyen y adquieren significado para una conciencia interpretativa y valorante, fueron para Millas no sólo parte de la tarea reflexiva y crítica del intelectual, sino uno de los deberes más propios de la misma. La misión del escritor de acrecentar la vida por medio del pensamiento, se muestra así como algo posible y necesario: “Posible, en cuanto la comprensión es función del pensamiento que engloba la experiencia, la juzga y la proyecta. Necesario, en cuanto el hombre sólo es hombre en la plenaria conciencia de sí, conciencia que, dado el carácter proyectivo e histórico de nuestro ser, se revela como acto de comprensión”17. “Al escritor compete–sostuvo Millas– al par que entregarnos el don del deleite estético, el socrático menester de sacar de cada uno de nosotros esa potencia de exaltación humana que llevamos como virtud incipiente en el tuéta16 17

Ibíd., p. 16. Ibíd., p. 17.

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no del alma”18. Interpreto estas palabras como la indicación de que el papel del escritor es contribuir a poner a los individuos frente al desafío de lograr la mejor versión de sí mismos19, al reconocimiento de que tal empresa compromete el vivir en un propósito activo de lucidez, de vinculación consciente y afectiva, a la vez intelectual y moral, con su tiempo y circunstancia. Tiempo y circunstancia que se entienden no sólo como mero contexto o escenario del vivir, sino como ámbito frente al cual experimentar esa responsabilidad personal reclamada en su poder de acción e intervención, de conducción y rectificación del concreto orden social en el que nos ha tocado desenvolvernos. Si se quiere, la orteguiana idea de que somos nosotros y nuestra circunstancia, y que sólo salvándola a ella nos salvamos a nosotros mismos20. Un sentido, al mismo tiempo, ético y social. Entendido de modo amplio, se trata de la afirmación de la dimensión política del pensamiento crítico reflexivo.

2 Lo que hace Millas, a las claras, es enfatizar la figura del escritor como un intelectual público, establecer ahí una idiosincrasia y valía de su oficio, el reconocimiento de una dignidad y una justificación de la dedicación al trabajo re18 19

20

Ibíd., p. 18. Coincido con Aníbal Edwards en que “Jorge Millas reconoció que la primera obra de arte para cada uno es su propia vida”, ver el excelente artículo Edwards, A., “Jorge Millas, el filósofo de la acción, desde la conciencia vigilante”, Revista Mensaje, n° 319, junio 1983, p. 282. Cfr., Millas, J., Ortega y la responsabilidad de la inteligencia, Anales de la Universidad de Chile, Santiago, 1956.

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flexivo y de la comunicación pública del mismo. “Porque no se trata sólo del pensamiento en sí mismo –sentencia–, ni de la verdad o de la libertad en sí mismas, que no interesan como tales, sino como medios para hacer posible la humanización del hombre, que es su único y auténtico bien en este mundo”21. Pero si el escritor ha de entender su labor como implicada en una extensión comunicativa en el espacio social, Millas no pasa por alto el hecho de que eso lo puede exponer a dificultades y conflictos con sus contemporáneos o con los poderes fácticos que determinan su circunstancia, porque su función no se dirige a multiplicar halagos ni disponer a la obsecuencia sino a interrumpirnos con la crítica y el señalamiento de exigencias: “La mayoría de la gente no quiere nada con el intelectual ni la inteligencia. Tomarlos en serio significa amagar la tranquilidad de la rutina, desprenderse de cómodos prejuicios, abandonar el seguro refugio de las actitudes aprendidas por imitación y temor, perdiendo la satisfacción de sentir y actuar como es de buen tono que se sienta y actúe en una hora y en un medio dados”22. Millas no podría sino suscribir lo que consignara la ya citada Hannah Arendt: no existen pensamientos peligrosos, el pensar mismo es peligroso23. Peligroso, podríamos agregar, para toda existencia instalada en el precario resguardo que otorgan los fetiches, las frases hechas, las verdades a medias, las irreflexivas adhesiones gregarias, y, en fin, las múltiples formas de heteronomía a través de las cuales los hombres se evitan o atenúan la carga de su propia libertad. Peligroso 21 22 23

Millas, J., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p. 22. Ibíd., p. 19 Arendt, H., “El pensar y las reflexiones morales” en De la historia a la acción, Paidós, Barcelona, 1995, p. 126.

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para todos aquellos que quieren oficiar de tutores, de conductores de los destinos ajenos desde la incierta claridad de una ideología que vendría a indicar el camino, el único camino, que cabe recorrer para el logro de los fines humanos. El potencial peligro del pensar viene también a adoptar un sentido político, por ejemplo, cuando el intelectual emprende el cuestionamiento del binomio posible-imposible determinado por aquellos protagonistas del orden dado y que rige las coordenadas de un momento presente. En toda sociedad tienden a desarrollarse sociodiceas que funden dogmáticamente facticidad y validez, llegando a cerrar los espacios lógicos para la revisión crítica de las ideas dominantes; se trata de verdaderos discursos de clausura que pretenden desactivar en los sujetos los impulsos a la duda y la interrogación sobre lo que en un determinado momento se estima como marco de lo posible, de lo correcto e incorrecto, de lo permitido y lo prohibido. En esta perspectiva, el ejercicio público del pensamiento crítico viene a proyectar en el corazón del presente la mayéutica socrática frente a ideas, creencias y prácticas no suficientemente examinadas por los individuos. A la praxis pública del intelectual defendida por Millas, se puede atribuir lo que el mismo pensador dijera en una oportunidad sobre el ejercicio filosófico: “antagoniza con toda forma de embotamiento intelectual: la complacencia en lo obvio, el espíritu gregario o de partido, la intolerancia mesiánica, la pereza escéptica y todo tipo de conformismo. Hay en ello una suerte de nihilismo positivo que ataca y destruye todos los muros y trampas con que el propio hombre se aprisiona, para devolverle esa libertad de mirar las cosas siempre de nuevo y siempre más

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allá de la última visión lograda”24. Nihilismo positivo, en suma, que es el único recurso capaz de elevar las precarias condiciones del espíritu humano a la altura de una mayor lucidez y libertad. En tal sentido, no puede obviarse la lucha intelectual permanente que Millas sostuvo frente a las ideologías políticas articuladas como estrategias de dominación; sin salirnos del libro De la tarea intelectual, reparemos en el siguiente pasaje de otro de los textos ahí reunidos: “La ideología es el sistema implacable de las ideas de la salvación humana, que, insolidario con los fines humanos mismos, pero en nombre de ellos, se convierte en fin en sí e impone el sacrificio del propio hombre. La ideología es excluyente: no tolera otras ideologías; es dogmática: no admite el carácter experimental y el riesgo de la búsqueda de la verdad; es antihumana: el hombre es sólo un pretexto, y, en definitiva, ella pasa a ser el sustituto de todos los fines”25. El pensador estaba convencido de que una sociedad masificada, en la que se descuida el cultivo de la individualidad y el desarrollo de nuevas formas para ella, es un ámbito propicio para el despliegue expansivo de las ideologías. En la medida que tal sociedad tiende a generar estrategias de socialización que, paradójicamente, promueven la desocialización del individuo, incitando a su aislamiento o privatización, restándolo a experiencias de auténtica comunicación y encuentro con otros, despersonalizando su percepción del prójimo, fomenta la posibilidad de que la ideología y los movimientos asociados a ella aparezcan como una fuente 24 25

Millas, J., Idea de la filosofía, Editorial Universitaria, Santiago, 1970, vol. 1, p. 39. Millas, J., “Los estudiantes y el deber intelectual” en De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, pp. 70-71.

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atractiva de identidad e integración, como un escape a la anomia y al aislamiento, no pocas veces como una forma de dar cauce y justificación a alguna forma de resentimiento. La ideología, con sus reducciones simplificadoras, facilita el esfuerzo intelectual de asimilación otorgando la falsa sensación de poseer ideas bien fundadas e incontrovertibles, así, el dogmatismo se confunde con la convicción y la acriticidad con la lealtad y el compromiso. Y es que la formación de auténticas convicciones y compromisos supone un sujeto que se asume y existe como individuo y no como mera parte de una masa o un movimiento, cualquiera éste sea; supone un sujeto que se atreve a pensar por sí mismo y que sólo porque vive en un contexto de relaciones comunicativas con otros, efectivas y libres, logra afirmar o adquirir una posición propia frente a la realidad y reflejarla a través de la facultad de emitir un juicio personal y fundar decisiones autónomas. En Millas, la tarea del intelectual se muestra inseparable de una lucha por la defensa y promoción de un tipo de sociedad en que sea posible que los seres humanos establezcan relaciones y prácticas comunicativas libres de dominación y manipulación. Ya en su juventud este ideal lo condujo a postular lo que denominó una “colectividad de personas”, una “socialidad sin despersonalización”26, y en su madurez, en una línea de clara continuidad, la relación intersubjetiva libre concebida como el “dominio ontológico entero” en que los seres humanos se juegan la posibilidad de su ser, se proyectó en la democracia postulada como la mejor forma política para dar curso de 26

Millas, J., Idea de la individualidad, Prensas de la Universidad de Chile, Santiago, 1943, p. 223. (Nueva edición Millas, J., Idea de la individualidad, Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2009, p.181).

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realización a una convivencia humana acorde con estas ideas27. En otro frente, el filósofo sostuvo que los elogios que se dirigen muchas veces al intelectual, al artista y al hombre de letras, suelen esconder un cierto tipo de insinceridad, la valoración esteticista que simplemente desvincula tales oficios de compromisos de índole moral o social; la estimación de los productos del intelecto y la creatividad como bienes suntuarios, como una suerte de ornamentos de la cultura. Cuando el intelectual se convierte en un Sócrates o un Solyenitzin, por citar los ejemplos que da el propio Millas, la misión que se viene describiendo puede significar un acto de rebelión y resistencia que llega a exigir virtudes heroicas. Ambas figuras históricas mencionadas vienen a expresar, para nuestro autor, que quizás sea “en la indefensión y agonía, en la modestia y el orgullo de ese oficio, donde se da el héroe verdadero”28. En circunstancias de embotamiento intelectual, de indiferencia, de banalidad en expansión, de desconfianza y abierta hostilidad frente a la libertad del espíritu, pensar y comunicar lo pensado se convierte en un ejercicio que implica valor, en el doble sentido de comportar intrínseca valía y exigir coraje: “El escritor invita a atenerse a la verdad, es decir, a mirarse el hombre cara a cara y desnudo en el espejo. Ejercicio penoso, indudablemente, para quien ignora que en esa penuria comienza la práctica de la libertad y de la verdadera pureza, y que sólo siendo en ese grado libres y puros, pueden dejar de ser los hombres sus propios

27 28

Cfr., Millas, J., “Platón: la misión política del intelecto” en De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974. Millas, J., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p. 19.

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verdugos”29. Pensar y promover la discusión racional significa abrir el camino que conduce a desactivar algunas de aquellas condiciones de que se nutre la violencia. En Millas, la promoción del pensar y de sus frutos se identifica con el desarrollo individual y social del anti-autoritarismo y el anti-dogmatismo, la resistencia a la violencia y la denuncia de las máscaras justificadoras con que ésta suele revestirse. Que en el espacio social se fortalezca la discusión racional y se promueva como un valor el pensamiento individual, se traduce –fue su convicción– en un decrecimiento de las posibilidades de la violencia en el seno de la convivencia social. En sentido contrario, la hostilidad frente al pensamiento crítico y a su libre circulación, la intolerancia ante la franquía para el despliegue de sus fuerzas inquietantes y provocadoras, sería una de las formas que suele adoptar el miedo a la libertad que termina no pocas veces propiciando la violencia. Millas consideró este miedo como “uno de los más graves males de nuestro tiempo […] tanto más grave, cuanto más sutil es para enmascararse y justificarse. Es en efecto, uno de esos vicios capaces de simularse con su propia contra-imagen, con la negación de sí mismo, asumiendo, por ejemplo, la forma del amor a la libertad, y en nombre de los intereses del hombre, se desconfía del pensamiento como tal, y se humilla, cuando no se aniquila, al escritor que se pone a su servicio. Siempre hay un pretexto para hacerlo: cuando no son los intereses de la patria, son los de la humanidad; cuando no son los del pueblo, son los del orden público; cuando no son los de la virtud, son los de la necesidad; cuando no son los de la tradición, son los de la revolución. Nunca falta el fetiche adecuado que destrone 29

Ibíd., pp. 19-20.

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a la verdad –la verdad concreta que es siempre el bien real de cada hombre en su medio y en su hora– y exija condenar al escritor como un traidor o un sacrílego”30. Existe en la época, afirmó Millas refiriéndose a las últimas décadas que le tocó vivir, cierto cinismo en desarrollo que tiende a “exigir al intelectual la ‘virtud’ de la sumisión y hasta se proclama el deber de no perturbar el curso de los acontecimientos, como si los acontecimientos no pudieran ser juzgados y quedara alguna esperanza de cultura para un época que se deja llevar por el terror de la Historia, como otras épocas se dejaron llevar por el terror cósmico”31. No son pocos los escritores que abdican, con cierta ingenuidad o buena fe, de sus funciones críticas creyendo contribuir con eso al curso de realización de una causa que, a la luz implacable de los hechos, se ha vuelto moralmente dudosa. El poder político, cuando no el mercantilismo, también acorralan al intelectual en la conformidad y anuencia planteadas como condiciones de subsistencia. Las circunstancias en que Millas se ubica, de enorme carga ideológica sobre los individuos en general, explica su inquietud y otorgan justeza no menor a su diagnóstico. No ha existido revolución o experiencia de autoritarismo político que no haya contado con intelectuales silenciados o auto-silenciados, incluso con algunos convertidos en colaboradores de lo que entendieron como un proceso necesitado de sacrificio y sufrimiento humano para llegar a otorgar un día la supuesta concreción de un tiempo mejor. Y si en algunas oportunidades al escritor que se mantiene crítico y rebelde se le tilda de 30 31

Ibíd., p. 20. Ibíd., p. 21.

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subvertidor del orden o antipatriota, en otras se le acusará de reaccionario o de enemigo de la liberación del pueblo.

3 Es sabido que Millas fue un crítico del marxismo ideológico, de sus concreciones políticas históricas y de los intentos de aplicación en la sociedad chilena. Pero esto no puede ser interpretado como una adhesión entusiasta al modelo de la sociedad burguesa que ignora o no estima con suficiencia los múltiples problemas éticos y políticos de ésta. Su obra misma se encarga de desmentir tal juicio en muchísimas ocasiones32. Compartiendo algunos aspectos centrales de los diagnósticos que la intelectualidad de izquierda de ese entonces hacía de la realidad latinoamericana, específicamente los relativos a las condiciones de injusticia social características de las sociedades del continente, Millas se resistió siempre a los intentos de ligar tales descripciones a la ideología de una solución única que vendría a justificar la violencia como instrumento para el cambio y a exigir la incondicionalidad intelectual. Preveía que la promesa de liberación de condiciones materiales de sometimiento y 32

Considérese, dentro de los muchos citables, el siguiente pasaje: “De una manera u otra […] el hombre se ha hallado siempre expuesto a ser rebajado por el hombre a la condición de cosa. Los ejemplos del esclavo y del siervo, por lo obvios, son los menos interesantes de señalar. Los modos más sutiles como la sociedad capitalista y mercantil ha hecho también del hombre una cosa, al tratar el trabajo humano como mercancía o al obrero como una pura fuerza de producción, son un ejemplo quizás más elocuente”. En Millas, J., El desafío espiritual de la sociedad de masas, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1962, p. 98.

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humillación, amenazaba con venir acompañada de una esclavitud espiritual. Estaba convencido que lo que se jugaba era simplemente un cambio en las formas de sometimiento, pero no la posibilidad real de una auténtica liberación. Su talante libertario, su afán permanente de lucidez, su disposición moral anti-autoritaria y anti-dogmática, lo llevaron a múltiples debates y lo convirtieron en un duro adversario en un contexto sobre-ideologizado en que se valoraba el “compromiso revolucionario” más que la hondura reflexiva como requisito para fundar la acción libre. En el mismo volumen en que se publicó el discurso que se viene comentando, aparece un breve texto titulado “Improvisación discordante”, que es su intervención oral en la segunda sesión matinal del Cuarto Encuentro de Escritores, convocado por la Universidad de Concepción en enero de 1962. Gonzalo Rojas33, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, fueron algunos de los asistentes a ese encuentro. El escritor Jorge Edwards nos entrega noticias de cómo fue el ambiente de ese evento34. Recuerda, por ejemplo, que el novelista mexicano llegó a Chile recién publicada su primera novela La región más transparente, “y era una estrella en ascenso, uno de los primeros anuncios del boom de la novela latinoamericana que se preparaba”, durante su visita estuvo “rodeado de un ambiente de fervor, de entusiasmo 33

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Millas recuerda que el poeta Gonzalo Rojas, “con una objetividad que lo honra”, recuperó los detalles de este incidente en su conferencia del mismo año “Chile y América en los encuentros de escritores” en Diez conferencias, Departamento de Castellano, Facultad de Filosofía y Educación, Universidad de Concepción, Chile, 1963. Edwards, J., “El improvisador discordante”, en Squella, A. (editor), Revista de Ciencias Sociales. En recuerdo de Jorge Millas, Facultad de Derecho y Ciencias Jurídicas, Universidad de Valparaíso, Valparaíso, n° 49-50, 2004-2005, pp. 5362.

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sin límites, casi de idolatría”, y en el congreso hizo una enumeración, brillante por su elocuencia, de los agravios, atropellos, crímenes, cometidos por el imperio norteamericano contra México y contra el resto de América Latina. Edwards recuerda, también, que Alejo Carpentier llegaba desde Cuba cumplido el cuarto año de la Revolución, y “daba un testimonio vibrante, fervoroso, de un optimismo sin límites: era un profeta que transmitía una buena nueva, el enviado de una verdad superior”35. Por su parte, el Pablo Neruda de Concepción, que ya había escrito Estravagario, defendía la conciencia política del escritor contemporáneo y postulaba que ésta lo obligaba a alinearse con Cuba y con el bloque soviético36. Pues bien, luego de varias intervenciones, coincidentes en su ánimo y perspectiva, todas recibidas con entusiasmo y “bulliciosamente apoyadas por los estudiantes”, “Jorge Millas pidió la palabra, se puso de pie, delgado frágil, cetrino, e hizo lo que él mismo llamaría una improvisación discordante”37. Al considerar el ambiente de aplastante unanimidad que caracterizó ese congreso, Edwards indica que ahora podría considerarse que fue “una improvisación suicida”. Sus palabras hicieron referencia especialmente a las intervenciones de Fuentes y de Neruda. Recordémoslas en extenso: “Carlos Fuentes –sostuvo el filósofo chileno– comenzó hablando de la necesidad de arrojar las máscaras. Nos indujo a pensar que América Latina es un continente que ha vivido enmascarado y que la obra importante que en este sentido se realiza es la de botar estas máscaras. Yo estoy de acuerdo con él. Yo sumaría mi esfuerzo a arrojar la máscara de la prudencia, la máscara del buen sentido, 35 36 37

Ibíd., p. 57. Ibíd., p. 58. Ibíd., p. 57.

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la máscara de la condescendencia, y sobre todo, la máscara del conformismo, y contribuir así a una verdadera revolución liberadora, que nos abra el camino de nuevos destinos históricos. Pero, al mismo tiempo, temo que Carlos Fuentes haya dejado subsistente otra máscara o, a lo mejor, que haya contribuido él mismo a ponerla. Y esta máscara es la que encubre un gravísimo problema que, a pretexto de resolver lo que ahora tenemos, dejamos intacto y aun agudizado. Es el problema de tener que elegir entre soluciones extremas, que a veces nos obligan a pagar el alto precio de sacrificar valores que no van necesariamente envueltos en la destrucción de lo que nos parece condenable en aras de nuestro destino histórico. Me explico con más claridad. El señor Carlos Fuentes está confundiendo el ideal de liberar a nuestros pueblos, de superar las lamentables condiciones históricas que nos han mantenido ahogados, sin posibilidad de expresar nuestra personalidad; está confundiendo todo eso, con una determinada ideología o ideologías que se ofrecen seductoramente como una alternativa para la solución de tales problemas. A mí me parece inaceptable la identificación de un instrumento de lucha con los fines de la lucha misma, como me parece inaceptable enmascarar con la aspiración humanista de una liberación auténtica del hombre, las aspiraciones políticas limitadas de quien, de una manera limitada también, ve una solución posible de nuestros problemas. “Yo tengo la impresión –prosigue Millas– de que en este proceso histórico que estamos viviendo (el de la revolución social en América Latina) va generándose un problema del cual no nos hacemos conscientes, quizás por agudizar en exceso esa conciencia a que se refería Pablo Neruda, de nuestra situación actual. Y ese problema es que vamos li-

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bertándonos de una forma de esclavitud, de una forma de sujeción y de una forma de envilecimiento, para entregarnos a ciegas a otra forma de esclavitud y a otra forma de envilecimiento. Estamos en el intento de libertarnos de la sujeción económica y política, para entregarnos inconsciente y ciegamente a una forma de servidumbre ideológica que nos lleva a considerar enemigos de la humanidad al que no ha elegido esos medios que nosotros consideramos como necesarios para resolver aquellos problemas y a aquellos que no están dispuestos a aceptar que la verdad pueda ser monopolio de un grupo militante de personas, que piensan de una manera dogmática y que creen, como nuevos iluminados, tener el secreto y ser los oráculos de la situación histórica. Temo que en esta alternativa en que se identifica el bien con una forma de la verdad y el mal con otra forma de la verdad, nos estamos engañando a nosotros mismos y echándonos encima nuevas cadenas, reemplazando a aquellas que estaban condicionadas por factores estrictamente materiales, por otras que vienen a estarlo por factores intelectuales y espirituales en general”38. Lo que siguió a la intervención del pensador chileno, señalará Edwards, no fue la reflexión sino un asalto retórico colectivo contra ella. Esta “improvisación discordante” sirve para ejemplificar lo alerta que estuvo Millas para enfrentar lo que consideraba renuncias al pensar crítico: verdades a medias, fórmulas ideológicas y soluciones dogmáticas que exigirían compromiso práctico a expensas de un escrutinio racional previo y exhaustivo. La suya fue una defensa de la heterodoxia en el ámbito de los asuntos humanos, lo que 38

Millas, J., “Una improvisación discordante” en su libro De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, pp. 77-79.

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viene a equivaler a una defensa de la libertad y pluralidad humana como condiciones espirituales que cabe resguardar y promover, especialmente por quienes ofician la tarea intelectual. La figura del intelectual, o del escritor que asume un propósito social en su quehacer, estuvo en Millas en las antípodas del iluminado que dictamina lo que los demás deben pensar o hacer. Parece interesante, llegados a este punto, referir la reacción que el filósofo tuvo frente a otro connotado escritor latinoamericano: Jorge Luis Borges. El comentario que a continuación se cita, y que cabe dentro del período que este libro recupera y analiza, ayuda a tener una visión más completa de la amplia independencia crítica del pensador chileno. Se trata de un texto aparecido en la revista Ercilla, en octubre de 1976. En fecha reciente el escritor argentino había visitado nuestro país y despertado no poca sorpresa con sus opiniones políticas. Escribe Millas: “Borges considera el énfasis un rasgo de mala literatura. Esta regla es, por lo absoluta, excesiva, pues hay grandes pensadores que son enfáticos. Todo depende de dónde pongamos el énfasis. Pero éste no es tampoco un requisito del buen decir, y Borges mismo da insuperable ejemplo de ello. Así, pues, no le pedimos que hable de la libertad y la democracia con patetismo. Pero otra cosa es hacerlo con frivolidad. Tantas graves cosas humanas, desde la dignidad hasta la vida, dependen hoy de que pensemos con un mínimo de rigor (voluntad de inteligencia) esos dos sutiles conceptos, que no es posible dejar así no más las cosas donde, quizás si a pesar suyo, parece dejarlas Borges. ¿Cómo, en efecto, a propósito de la libertad, vamos a conformarnos con la frase –menos que frase, mohín– de que es una ilusión necesaria? ¿Cómo la vamos a admitir así no más aquí en Chile y en esta hora, cuando

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la mayoría de los ciudadanos vivimos la angustia de repensar nuestra historia y nos preguntamos por el sentido y el destino de nuestra voluntad y por el modo de afianzarla?”39. Borges había recibido durante su visita a Chile la condecoración de la Orden al Mérito Bernardo O´Higgins en el Grado de Gran Cruz directamente de manos del General Augusto Pinochet, manifestando durante su permanencia juicios de admiración y entusiasmo por el proceso que vivía el país en ese momento40. El compromiso de Millas fue con la condición libre del espíritu pero también con las concretas condiciones e instituciones creadas para su salvaguarda y promoción en el individuo y la convivencia social, por eso su enfrentamiento se dirigió, sin distinción, a posiciones de izquierda y de derecha en la medida que representasen una amenaza para tal condición o, más aún, un desprecio de la misma. Pero volvamos a las palabras que hemos reproducido del texto “Una improvisación discordante”, y que lo muestran enfrentado, aunque indirectamente, con el marxismo como 39 40

Millas, J., “La ilusión necesaria de Borges, Revista Ercilla, n° 2.151, 20 octubre 1976, pp. 66-67 Las siguientes palabras son parte del discurso pronunciado por Jorge Luis Borges en el salón de honor de la Casa Central de la Universidad de Chile, con ocasión de recibir el Doctorado Honoris Causa en septiembre de 1976: “Hay un hecho que debe conformarnos a todos, a todo el continente, y acaso a todo el mundo. En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Y lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente lo que digo. Pues bien, mi país está emergiendo de la ciénaga, creo, con felicidad. Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo, por obra de las espadas, precisamente. Y aquí ya han emergido de esa ciénaga. Y aquí tenemos: Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y honrosa espada”. Ver artículo “La visita del ‘César’ Luis Borges” en http://revista.escaner.cl/node/31

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ideología relevante en el espacio público nacional e inevitable protagonista en los debates de la época. ¿Por qué Millas incluye en el libro de 1974, De la tarea intelectual, esta discusión del año 1962? Considero que la respuesta está en el propio discurso pronunciado con ocasión de recibir el premio Ricardo Latcham. Millas quiere contextualizar la situación que vive el país después del golpe militar de 1973. Pero contextualizar no quiere decir justificar. Su esfuerzo fue siempre un esfuerzo por elevar la conciencia de los actores sociales frente a los procesos que vivía la sociedad chilena. Advertir que la evitación de un peligro puede exponernos a otros nuevos, tanto o más graves que el primero, es lo que tuvo como concreto objetivo. Su discurso lo pronuncia, como ya se ha dicho, a pocos meses de ocurrida la interrupción de la vida republicana, denotando con ello una clarividencia que pocos actores de la vida nacional tuvieron en esos momentos. Volvamos, una vez más, a sus propias palabras: “Aquí en Chile, de una manera trágica, que a ningún espíritu libre puede dejar de anonadar, hemos despertado de un sueño: el sueño de una sociedad que, a pretexto de liberar al hombre de las injusticias materiales impuestas por la sociedad burguesa, lo somete a peores formas de servidumbre, amén de inducirlo a trocar los males ciertos del pasado por dudosos bienes del futuro. Es un ideal en cuya virtud millones de hombres en el mundo, después de renunciar a la ilusión del más allá teológico que los anestesiaba frente a los padecimientos reales de sus vidas, se han refugiado en la no menos inspiradora ilusión de un más allá histórico que nunca llega”41. A reglón seguido, conecta con 41

Millas, J., “El escritor y el deber intelectual” en De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p.23.

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la situación que se vive y tempranamente llama la atención frente a la posibilidad de que lo vivido se traduzca en el desarrollo de nuevas amenazas y nuevos horrores: “El hombre es en lo espiritual un ser de tendencias oníricas, que a menudo despierta de un sueño para caer en otro o continuar viviendo sonambúlicamente. Y no estamos libres en Chile de inducirnos a otro sueño para librarnos de los desvelos de la necesaria vigilia. Otras ilusiones, otras consignas, otras escatologías pueden adormecernos, poniéndonos a soñar con símbolos inversos, y engañarnos con el revés de la vieja ficción. Ya hay síntomas inquietantes de que eso podría ocurrirnos, y de que, habiendo renunciado a embotar nuestra humanidad en nombre de ciertos fines relativos, comenzamos a embotarla con otros nuevos”42. Y reflejando una confianza en el poder de las palabras y la reflexión, que a no pocos puede resultar trágica, añade: “Si la mayoría del país tuvo la clarividencia suficiente para reconocer la caída que amenazaba nuestro ideal de vida libre, aunque imperfectamente democrática, conservémosla para que ese ideal no perezca en medio de sus inevitables contradicciones”43. De esta manera, la reflexión sobre la tarea o función social del escritor desemboca en una defensa de la democracia como sistema político y forma de convivencia: “La democracia se acomoda mejor que ningún otro régimen político a la condición humana, justo porque su esencia es el riesgo, y el riesgo va siempre implicado por la historicidad y la libertad del hombre. Por eso, sería malo nuestro rumbo si, conjurada la crisis antidemocrática que so capa de redención igualitaria nos amagaba, le tomáramos miedo a la de42 43

Ibíd., p. 23. Ídem.

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mocracia misma en cuanto nos fuerza a vivir azarosamente. Malo sería que el pasado reciente siguiera ululando como fantasma en nuestra morada cívica y nos llenara el alma de terrores”1. Leídas desde nuestra distancia histórica, las palabras de Millas pueden parecer, más que una advertencia oportuna, el presagio de lo que efectivamente ocurrió en los años siguientes. El pasado siguió ululando como fantasma y llegó a utilizarse como fuente de “justificación” de nuevos horrores a manos de fuerzas incapaces de ver y estimar el valor moral y político de la franquía democrática que Millas tanto apreció. Hacia el final del discurso que hemos comentado, el filósofo describe la necesidad permanente de la tarea intelectual, sus palabras dibujan no sólo el perfil de un oficio y una función, sino que vienen a adelantar lo que sería su propia actividad durante los años siguientes, el combate que asumió y la hostilidad que inevitablemente habría de enfrentar: “Hoy como siempre el escritor tiene que hallarse en guardia frente al peligro de la vida soporífera y dispuesto a su tarea esclarecedora de retóricas y percutora de la verdad, lo que es una irremplazable defensa contra la pérdida del hombre en el laberinto de los terrores y pasiones del hombre mismo. Lo peor que puede ocurrir a una sociedad es que en medio de sus males el escritor sea el primer anestesiado y que no quede nadie en ella capaz de cumplir el papel del tábano socrático y de afrontar la cicuta”2.

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Ibíd., p. 24. Ibíd., p. 25.

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