Jorge López Quiroga: La cuestión de las denominadas \'necrópolis visigodas\' en \'Hispania\' en el siglo VI (The problem of the so-called \'visigothic necropolis\' in \'Hispania\' in the 6th century), Madrid, 2010.

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Descripción

   

 

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4. La cuestión de las denominadas ‘necrópolis visigodas’ en el siglo VI. El problema fundamental en siglo VI, en lo que respecta al mundo funerario en la Península Ibérica, se plantea a partir de los diferentes elementos de vestimenta personal y ajuares hallados en las necrópolis de la Meseta castellana, estrechamente ligado a la cuestión de la supuesta llegada y asentamiento ‘masivo’ de los Godos hacia finales del siglo V a Hispania y, sobre todo, comienzos del VI, existiendo, en este sentido, dos opiniones que se presentan como contradictorias: - por una parte, la presencia de Godos a lo largo de todo el siglo V como tropas de foederati integradas en el ejército imperial romano (GARCÍA MORENO, 1991, 2009; KAZANSKI-PERIN, 1997; BIERBRAUER, 1997; TEJRAL, 1997b; EBEL-ZEPEZAUER, 1997, 2000). - por otra parte, la llegada de elementos de carácter aristocrático tras la derrota sufrida por los Godos en la batalla de Vouillée (507) y la caída del reino de Tolosa en su enfrentamiento con el reino merovingio, manteniéndose la Septimania y la Narbonense como áreas de influencia visigoda en la Gallia (RIPOLL, 1986). Ambas opiniones no son contradictorias, sin embargo, y en lo que respecta al análisis del mundo funerario del siglo VI en la Península, con el hecho de la presencia en el solar hispano de un conjunto significativo de necrópolis, genéricamente denominadas como ‘visigodas’, en las que una minoría de los individuos inhumados se entierran con objetos que forman parte de su vestimenta personal y ajuares que evidencian una tipología y ritual funerario ajeno a la tradición local de la mayoría social hispano-romana. Desde el punto de vista de la investigación es necesario diferenciar entre aquellas necrópolis excavadas en la primera mitad del siglo XX, y que han sustentado la ‘tesis visigotista’, y aquellas excavadas a partir de los años ochenta con metodología estratigráfica, y por lo tanto con cronologías y contextos más fiables, aunque la interpretación subyacente sigue defendiendo su definición como ‘visigodas’.

   

 

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4. 1. Las necrópolis excavadas en la primera mitad del siglo XX (19001950): 4. 1. 1. Duratón (Segovia). La necrópolis de Duratón (Segovia) excavada por Antonio Molinero Pérez en 1942 y 1943 (Fig. 126), se halla ubicada junto a la iglesia parroquial de dicha localidad, en la margen derecha del río Duratón, y en relación a un importante asentamiento de época romana (MOLINERO PÉREZ, 1948).

  Fig. 126. Excavaciones de Molinero en la (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina VII).

necrópolis de Duratón en 1942 y 1943.

Molinero, en la publicación de sus excavaciones, describe 291 sepulturas, no pocas de ellas objeto de reutilizaciones, que estaban recubiertas por un ‘empedrado’ de cantos o piedras irregulares y con una orientación Oeste-Este en su mayoría (salvo las tumbas 110, 230, 239, 242, 243, 247, 248, 256 y 262) y amortizando estructuras anteriores que no han sido objeto, en su momento, del correspondiente registro y análisis que permita establecer una relación con el área funeraria que se configuraría desde, al menos, mediados del siglo V. Esta amortización es evidente en todo el conjunto de la necrópolis como, por

   

 

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ejemplo en la tumba 148 realizada en lo que sería el vano de una puerta (Fig. 127).

Fig. 127. Sepultura 148 realizada sobre el vano del muro principal, a la derecha de la misma se aprecia el esqueleto de la sepultura 134 y restos de la 133; en primer término cabecera de la sepultura 129 (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina V).

La mayor parte de las inhumaciones conforman fosas en tierra (Fig. 128 derecha; Fig. 130 centro y derecha), de diferente profundidad, en las que sería depositado directamente el cadáver o bien introducido en ataúdes o parihuelas, puesto que en algunas sepulturas se han documentado restos de madera y clavos.

Fig. 128. Izquierda: Tumbas 118 y 119 conformando una inhumación doble con revestimiento lateral de grandes losas de piedra; Centro: Sepultura 28 con grandes lajas laterales; Derecha: Tumbas 133 y 134 realizadas directamente en tierra con pequeñas piedras como revestimiento lateral de las mismas (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina X, Fig. 1; Lámina XI, Fig. 2 y 4).

   

 

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Existen igualmente, como en la mayoría de este tipo de necrópolis, tumbas con protegidas lateralmente o en su cubierta con lajas y/o piedras irregulares de mayor o menor tamaño en ocasiones reutilizando materiales del asentamiento romano sobre el que se configura la necrópolis (Fig. 128 izquierda y centro; Fig. 130 izquierda). En las tumbas 284, 285, 286 y 287 se han aprovechado, como elemento de cubrición, estelas funerarias romanas (Fig. 129).

Fig. 129. Tumbas 284, 285, 286 y 287 de Duratón cubiertas con estelas romanas reutilizadas y fragmento de sarcófago a la izquierda (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina VIII).

Por último, en Duratón se documentan también las inhumaciones en sarcófagos, sin decoración (salvo el de la tumba 24 que muestra unas estrías o acanaladuras de dudoso carácter decorativo) y que han sido, como indica el propio Molinero, objeto de violaciones y saqueos por parte de furtivos. Existiría algún tipo de señalización para la localización de las sepulturas como lo evidencia la presencia de piedras, estelas y ladrillos a la altura de la cabeza o los pies que servirían como elemento de visibilidad en el conjunto del área funeraria. Las 291 tumbas excavadas por Molinero muestran restos de aproximadamente 346 individuos, enterrados en decúbito supino, con

   

 

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excepciones como la tumba 109 con el cadáver en posición decúbito lateral derecho y la 266 en decúbito prono o lateral izquierdo.

Fig. 130. Izquierda: tumba 138, con revestimiento lateral de lajas de piedra, correspondiente a un niño de corta edad; Centro: Tumba 38 que podría haber albergado a una familia (padre y madre con su hijo); Derecha: Tumba 39 también perteneciente a un niño (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina XII, Fig. 3; Lámina XXIII, Fig. 1; Lámina XXII, Fig. 4).

Prácticamente todas las tumbas evidencian elementos de vestimenta personal que acompañan al cadáver, constatándose tan sólo en la tumba 248 (precisamente una de la presenta una orientación diversa a la de la mayoría de las sepulturas de Duratón) una jarrita a la izquierda de la cabeza del individuo inhumado y que podría interpretarse como un ajuar funerario con carácter votivo.

   

 

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Molinero considera esta necrópolis como esencialmente del siglo VI, en función de la tipología y paralelos de los materiales hallados en el interior de las tumbas, aunque sugiere que pudiera tener un origen anterior y, lógicamente, perdurar durante una parte del siglo VII. Y, en efecto, en función de la información disponible, puesto que se carece lógicamente de contextos estratigráficos claros y que serían cruciales dada la relación de la necrópolis con el asentamiento de época romana, a partir de los elementos de vestimenta personal contenidos en las tumbas, la necrópolis de Duratón se habría configurado, cuando menos, desde mediados del siglo V y con una máxima utilización de la misma en el siglo VI e, incluso, pudiendo alcanzar los primeros decenios del siglo VII. Su origen, en pleno siglo V, nos parece evidente por la presencia de elementos característicos de lo que hemos definido como ‘horizonte póntico-danubianohispano’ (Nivel I A y I B). Los materiales considerados como del ‘Nivel II’ de Ripoll, como, por ejemplo, las tumbas 455 y 475 (Fig. 135 y 136), la 166 (Fig. 137), la 79 (Fig. 131 izquierda y Fig. 137 derecha), la 176 (Fig. 136 izquierda y Fig. 138) y la 32 (Fig. 138), podrían adscribirse perfectamente al ‘Nivel I B’, en la segunda mitad del siglo V, por la presencia de algunos elementos característicos, como el par de fíbulas de latón plateadas asociadas a los broches de cinturón de placa rígida con cabujones frecuentes en las necrópolis del área póntica y renano-danubiana, en contextos, especialmente en torno al limes, vinculados a la presencia de contingentes militares de Bárbaros y Germanos formando parte del ejército romano o integrando grupos de tropas mercenarias al servicio ocasional del Imperio. En la tumba 79, antes mencionada (Fig. 131, Fig. 132 izquierda, Fig. 137 derecha), se documento una pequeña fíbula de cobre1, de 3, 3 cm. de longitud, que muestra el pie romboidal vuelto y enrollado sobre el extremo del puente ‘en forma de dardo’ del tipo Ambroz* 16/4, serie 3, que se asocia a un tipo ampliamente documentado en necrópolis asociadas a las culturas de Wielbark (en Polonia) y Cernajohv, como en la necrópolis gala de Nouvion-en-Ponthieu (tumba 54) (KAZANSKI, 1991).

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Definida por Molinero como una ‘fíbula en forma de hoja’ y considerada por él, y en ese momento, como de ‘importación’ a diferencia de las otras fíbulas que califica como producciones locales ‘visigodas’ y con decoración ‘hispánica’ (MOLINERO PÉREZ, 1948, 128129).

   

 

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Además de la fíbula de tipo Ambroz, en la tumba 79 se halló un broche de cinturón de placa rígida con hebilla de hierro, del que se conservaba una delgadísima lámina de plata, el cabujón del broche es de pasta vítrea de una tonalidad azulada con irisaciones; un par de fíbulas de arco de latón plateado (Blechfibeln), de doble resorte y bien conservado en una de ellas, con el puente de perfil semicircular y sección de arista superior o frontal poco acusada, la placa del sujetador, en ambas fíbulas, presenta una lámina de cobre o bronce de refuerzo en toda su longitud; un pendiente de plata; un pequeño collar de 102 cuentas algunas de ellas de ámbar y otras de pasta vítrea; una tachuela; una lámina de cobre doblada y con un remache; y un brazalete de bronce, de sección plano-convexa (MOLINERO PÉREZ, 1948, 145).

Fig. 131. Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 79 de Duratón, con la característica asociación del par de fíbulas de latón plateado con el broche de cinturón de placa rectangular y una pequeña fíbula de ‘tipo Ambroz’ asociada a la cultura de Cernajohv y cronológicamente situada en la primera mitad del siglo V (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina XXXVII).

   

 

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Este tipo de piezas, como el peine hallado en Castro Ventosa (Cacabelos, El Bierzo, León) o las cuentas de collar de ámbar en forma de champiñón localizadas en la necrópolis de la Rúa Hospital (Vigo, Pontevedra) (vid. supra), no ofrecen lugar a dudas respecto a su cronología, en el siglo V (incluso en su primera mitad), y adscripción cultural vinculada a la potente ‘federación goda’ que se enfrenta al Imperio romano a lo largo de los siglos III y IV (KAZANSKI, 1989, 1991). La romanización de estas gentes es igualmente indudable, por su estrecho contacto y relación con el mundo romano (algo que, por otra parte, queda reflejado en las necrópolis y los materiales hallados en las tumbas), al igual que el contexto militar que caracteriza a estas poblaciones que conforman un verdadero ‘ejército errante’ (KAZANSKI, 1991).  

Fig. 132. Izquierda: Tumba 79: con el par de fíbulas sobre el pecho y junto al mentón, cuentas de collar ensartadas en un hilo por el excavador con objeto de mantenerlas en su posición originaria, broche de cinturón de placa y brazalete; Derecha: Tumba 46: igualmente con el par de fíbulas a la altura del pecho, el broche de cinturón de placa a la altura del antebrazo izquierdo, entre las fíbulas y el broche se documentó un diente de animal (MOLINERO PÉREZ, 1948, 140, Lámina XIV, Fig. 3; Lámina XV, Fig. 4).

La presencia de el par de fíbulas (peplos) trilaminares (como en las tumbas: 200, Fig. 140c, 206, Fig. 140d y 229, Fig. 140e), asociado a los trece grandes broches de cinturón de placa rectangular (lisa, decorada o con cabujones de

   

 

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pasta vítrea o piedras) documentados en la necrópolis de Duratón2, evidencian elementos de vestimenta tradicionalmente ajenos al mundo romano y que, como hemos visto reiteradamente, se vinculan a poblaciones foráneas asociadas al contingente poblacional godo (conformado por un grupo heterogéneo de pueblos), aunque los portadores de tal indumentaria puedan o no estar directamente vinculados a esas gentes. En la necrópolis de Duratón se hallan también las fíbulas de arco, Armburstfibeln y Bügelknopffibeln, (tumbas 129 y 144: Fig. 140), pertenecientes al horizonte póntico-danubiano hispano (Nivel I B), que avalan, insistimos a falta de una secuencia estratigráfica en que apoyarse, una cronología en pleno siglo V, como en la mayor parte de las necrópolis consideradas tradicionalmente como ‘visigodas’. Cuestión, insistimos, imposible de resolver a través del registro material que trasluciría, única y exclusivamente, la presencia de ritos y costumbres funerarias foráneas en Hispania a lo largo de los siglos V y VI, traídas, sin ningún género de duda, por poblaciones de origen bárbaro y/o germánico, que serían las que difundirían en Occidente lo que acertadamente Kazanski definió como moda póntico-danubiana* (KAZANSKI, 1989).

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En Duratón todos los broches de cinturón de placa rectangular están asociados al par de fíbulas (generalmente de arco y en algún caso discoidales como en las tumbas 75, 76 y 190) con excepción de la tumba 80.

   

 

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Fig. 133. Izquierda: Hebilla de cinturón, broche y par de fíbulas documentados bajo la tumba 106 correspondientes probablemente a una inhumación anterior, se observa el par de fíbulas y la placa de cinturón con la hebilla a un lado y la lámina basal de la placa al otro; Derecha: Tumba 178: se aprecian las dos fíbulas de arco, una fíbula discoidal, broche de cinturón, cuentas de collar y brazaletes de bronce (MOLINERO PÉREZ, 1948, 141, Lámina XVI, Fig. 1; Lámina XVII, Fig. 2).

   

 

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Fig. 134. Izquierda: Tumbas 176 y 177: identificadas por Molinero con un matrimonio, el hombre, a la izquierda, portaba un broche de cinturón circular junto a las vértebras lumbares; la mujer, a la derecha, llevaba un par de pendientes, el par de fíbulas, un broche de cinturón (con la hebilla hacia la izquierda) y brazaletes, elementos de vestimenta característicos de las tumbas femeninas correspondientes al ‘Nivel I B’ y al ‘Nivel II’ de Ripoll. Derecha: Tumba 192: mujer que portaba un pendiente en el lado derecho, el par de fíbulas y broche de cinturón con la hebilla hacia la izquierda, materiales que son característicos del ‘Nivel II’ de Ripoll (MOLINERO PÉREZ, 1948, 141, Lámina XVIII, Fig. 2; Lámina XX).

Fig. 135. Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 487 de Duratón (Segovia). Nivel III de Ripoll, perteneciente al ‘horizonte hispano-godo’ (RIPOLL, 1991, 128 y 129, Fig. 10).

   

 

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Fig. 136. Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 455 de la necrópolis de Duratón (Segovia). ‘Nivel II’ de Ripoll, correspondiente al ‘horizonte hispano-godo’ (RIPOLL, 1991, 124, Fig. 5).

Fig. 137. Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 475 de la necrópolis de Duratón (Segovia), ‘Nivel II’ de Ripoll y enmarcables en el ‘horizonte hispano-godo’ (RIPOLL, 1991, 124, Fig. 5).  

   

 

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Fig. 138a. Elementos de vestimenta pertenecientes a la tumba 166 de Duratón (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina XXXI, Fig. 1).  

   

 

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Fig. 138b. Elementos de vestimenta correspondientes a la tumba 79 de Duratón (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina XXVII, Fig. 1).

   

 

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Fig. 139a. Elementos de vestimenta pertenecientes a la tumba 176 y una hebilla de cinturón hallada en la tumba 180 (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina XXXI, Fig. 3).

   

 

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Fig. 139b. Elementos de vestimenta de la tumba 32 con el par de fíbulas, la hebilla y el broche de cinturón, además de materiales hallados en las tumbas 30 y 34 (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina XXV, Fig. 4).

   

 

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Fig. 140 a. En la parte superior elementos de vestimenta de la tumba 129 con el par de fíbulas de arco (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina XXIX, Fig. 1).

   

 

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Fig. 140b. En la parte inferior derecha elementos de vestimenta de la tumba 144 con fíbula discoidal y fíbula de arco (MOLINERO PÉREZ, 1948, Lámina XXIX, Fig. 12).

   

 

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Fig. 140c: Tumba 200 de Duratón: collar de 88 cuentas (76 de ámbar y 12 de vidrio), dos pendientes de bronce con glande doble-cónico decorado, lámina de cobre doblada sobre sí misma y sujeta por dos remaches, par de fíbulas trilaminares de bronce y palmetas plateadas (Blechfibeln) (una de las fíbulas conserva la aguja y restos de tejido), dos brazaletes de sección aplanada (decorados en sus extremos con rayas y con cejas de ofidio, como las hebillas de cinturón), hebilla de hierro sin punzón, anillo de cobre laminiforme con chatón circular sin vidrio ni piedra (MOLINERO PÉREZ, 1948, 156-157, Lámina XXIII, Fig. 2).

   

 

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Fig. 140d. Arriba: Materiales documentados en la tumba 206 de Duratón: par de fíbulas trilaminares de cobre con palmetas plateadas (Blechfibeln), hebilla de hierro, pendiente de plata anudado, siete cuentas de collar de pasta vítrea, anillo de cobre laminiforme con un chatón cuadrado y vidrio translúcido claro; centro: tumba 207: hebilla de bronce, con el arco decorado y sin aguja; abajo: tumba 209: broche de cinturón con hebilla de bronce y restos de la charnela de hierro, aguja de sección triangular y placa rectangular de celdillas; anilla de hierro; collar con 33 cuentas (28 de ámbar y 5 de pasta vítrea) (MOLINERO PÉREZ, 1948, 157, Lámina XXXIII, Fig. 3).

   

 

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Fig. 140e: Elementos de vestimenta correspondientes a la tumba 229 de Duratón: broche de cinturón con hebilla de bronce forrada de una delgada lámina de plata, decorada en el aro y en la base de la aguja con acanaladuras, la placa del broche es de hierro, recubierta en el anverso por una lámina de plata que sirve de soporte y fondo a cuatro cabujones ovoides de pasta vítrea, en el centro se aprecia una roseta o medallón, también de plata, de celdillas, constituido por un aro circular; pendientes de cobre de sección circular; fíbula discoidal; par de fíbulas de bronce de sección triangular; brazalete de bronce de sección plano-convexa; collar con 112 cuentas de ámbar, pasta vítrea y jade (18 de pasta vítrea, 16 de vidrio, 15 de ámbar) (MOLINERO PÉREZ, 1948, 159, Lámina, XXXIV).

   

 

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4. 1. 2. ‘Espirdo-Veladiez’ (Segovia). La necrópolis de ‘Espirdo-Veladiez’ (Segovia) (MOLINERO PÉREZ, 1971; JEPURE, 2004). La necrópolis está situada en las inmediaciones de la ermita de Nuestra Señora de Veladiez, en el municipio de Espirdo (Segovia) a 5 Km. de la propia Segovia. El hallazgo de la necrópolis, como en muchas ocasiones, fue consecuencia de la construcción de la carretera de Espirdo a Segovia en los años veinte, destruyéndose así una serie de tumbas y conociéndose actualmente 51 de ellas aunque este no sea, obviamente, el número total de inhumaciones. En la campaña de excavaciones efectuada por Molinero en 1944 se exhumaron 21 sepulturas y se documentaron diez objetos descontextualizados; en la de 1950 se excavaron 29 tumbas más, localizándose algunos objetos sueltos y restos de construcciones en el área de la necrópolis. Los materiales correspondientes a las 51 sepulturas se encuentran depositados actualmente en el Museo de Segovia y han sido objeto de un estudio reciente (JEPURE, 2004). Posteriormente han entrado en el Museo de Segovia algunos objetos pertenecientes a esta necrópolis y en 1998 se efectuó una intervención de urgencia, excavándose una nueva tumba. De entre el conjunto de 51 tumbas hemos seleccionado, en el marco de este estudio de carácter general y no sistemático como hemos indicado en varias ocasiones, las tumbas números 10 y 2, siguiendo para ello las descripciones de las mismas efectuadas por Jepure (JEPURE, 2004). La tumba 10 (Fig. 141), considerada por algunos autores como un hallazgo cerrado (EBEL-ZEPEZAUER, 2000) y con serias dudas para otros (JEPURE, 2004, 77-78), contenía un esqueleto y restos de otro individuo, con algunos elementos de vestimenta característicos de lo que tradicionalmente se viene considerando como ‘Nivel II’ de Ripoll (Ripoll, 1986), correspondiente a finales del V e inicios del siglo VI, momento de la supuesta inmigración masiva Goda a Hispania. Nosotros consideramos estos materiales, que describiremos a continuación, como pertenecientes al horizonte póntico-danubiano-hispano (Nivel I B) y, por lo tanto, en el siglo V, concretamente en su segunda mitad. La tumba 10 de ‘Espirdo-Veladiez’, contenía como elementos de vestimenta del individuo/os inhumados (no de ajuar, como se indica erróneamente: JEPURE, 2004): un broche de cinturón de tipo ‘cloisonné’, a la altura del pubis del individuo, de placa rectangular, bronce con empastes de vidrio y placa de articulación en hierro, con la hebilla ovalada y plana por su parte inferior, aguja recta con estrías perpendiculares en la base, placa rectangular articulada y decorada con celdillas, que prácticamente ni se conservan, y con empastes de

   

 

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vidrio de color amarillo; una pareja de fíbulas de arco en bronce, en la posición clásica (tipo peplos), cada una sobre un hemotórax, sin decoración, y placa de resorte semicircular con tres apéndices, una de ellas desaparecida antes de la restauración de materiales que tuvo lugar en 1981 (JEPURE, 2004). Los elementos indicados, broche y par de fíbulas, habrían pertenecido a una mujer, ignorando, en función de posteriores alteraciones, si podrían existir otras piezas no conservadas.

Fig. 141. Elementos de vestimenta personal pertenecientes a la tumba 10 de la necrópolis de ‘Espirdo-Veladiez’ (Segovia) (JEPURE, 2004).

La tumba 24 contenía los restos fragmentarios, y mal conservados, de dos individuos, inhumados en momentos diferentes. Entre los elementos de vestimenta documentados se encuentran: un collar de cuentas de vidrio y ámbar, una de ellas de bronce, todas ellas perforadas y con agujeros de diámetros diferentes (Fig. 143); un pendiente con remate inserto poliédrico y alambre de plata y decorado en los extremos con estrías; un arete con diente de animal e hilo de bronce; dos aretes con cuenta de ámbar perforada e hilo de bronce; dos anillos de plata, uno de ellos de forma ligeramente poligonal; una lámina de bronce alargada en forma de aguja, cabeza perforada y sección semicircular, posiblemente un fragmento de correa de vaina; un fragmento cilíndrico de hueso y hueco; un disco perforado de bronce; una cuenta de ámbar perforada por un pequeño clavo de hierro y varios fragmentos de cuentas de ámbar (JEPURE, 2004) (Fig. 142).

   

 

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Fig. 142. Collar de cuentas perteneciente a la tumba 24 de la necrópolis de ‘EspirdoVeladiez’ (Segovia) (JEPURE, 2004).

En cuanto a la tipología de las inhumaciones de la necrópolis de ‘EspirdoVeladiez’, se pueden diferenciar cuatro grupos: fosas en tierra, fosas delimitadas con piedras irregulares o lajas, tumbas con lajas o muretes de mampostería y dos sarcófagos. La cronología que se atribuye a esta necrópolis sitúa su origen hacia mediados del siglo V, extendiéndose hasta bien avanzado el siglo VII. En lo que respecta a la identidad de los individuos inhumados y que se vinculan a los Godos, queda de manifiesto que el análisis tipológico de los materiales, en ausencia de estratigrafías, evidencia una cronología anterior a finales del V e inicios del VI, remontándose, al menos, a mediados de la quinta centuria. No compartimos, no obstante, la opinión de Jepure (JEPURE, 2004) acerca de la imposibilidad, si la necrópolis se hubiese desarrollado, como parece, desde mediados del siglo V, de su adscripción a conjuntos poblacionales asociados a los Godos, puesto que, como hemos señalado, las fuentes escritas no pueden ser tomadas como un indicador de cronología absoluta, ni en uno ni en otro sentido, teniendo en cuenta, además, que las mismas fuentes evidencian una presencia de tropas godas en la Península a lo largo de todo el siglo V (GARCÍA MORENO, 1991; KAZANSKI-PERIN, 1997; KOCH, 2006; LÓPEZ QUIROGA, 2005b).

   

 

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Fig. 143. Elementos de vestimenta personal pertenecientes a la tumba 24 de la necrópolis de ‘Espirdo-Veladiez’ (Segovia) (JEPURE, 2004).

   

 

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4. 1. 3. El Carpio del Tajo (Toledo). La necrópolis de El Carpio del Tajo fue excavada en 1924 y publicada en 1949 por Cayetano de Mergelina (MERGELINA, 1949). Gisella Ripoll publicó, en 1985, un estudio sistemático de los materiales conservados en el Museo Arqueológico Nacional y en el Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda (Toledo). La necrópolis, estudiada y publicada por Gisella Ripoll (RIPOLL, 1985) y Barbara Sasse (SASSE, 2000), está conformada por un total de 285 tumbas, de las que 90 contienen elementos de vestimenta personal y algunos ajuares funerarios en tan sólo cuatro enterramientos (entre ellos monedas de época romana). El total de objetos es de 300 y se consideran asociados a los Godos (RIPOLL, 1993-94). El plano de la necrópolis fue publicado, posteriormente, por la misma autora (RIPOLL, 1993-94), siendo a partir de ese momento la base de todos los estudios realizados sobre El Carpio del Tajo, permitiendo así plantear una topo-cronología (RIPOLL, 1993-94), algo excepcional para el conjunto de necrópolis excavadas de antiguo, y que solo es posible realizar en las de Duratón y Castiltierra. Los materiales de El Carpio del Tajo son los que han servido a Gisella Ripoll para la elaboración de tabla cronológica por niveles y que sirve de referencia para la cronología de las denominadas ‘necrópolis visigodas’, y a la que ya hemos hecho referencia (vid. supra) (Fig. 75 y 148). Menos de 1/3 de las sepulturas de El Carpio del Tajo, un 31’57%, contienen elementos de vestimenta personal que se han asociado tradicionalmente a los Godos (Fig. 147). El resto de inhumaciones, el 68’42%, evidencian una tipología y ritual funerarios característico de la sociedad hispano-romana (Fig. 147). Solo un 4’4% de los enterramientos poseen ajuar funerario (Fig. 147). Además, en la casi totalidad de las tumbas se documentan objetos de clara filiación y procedencia romanas: monedas, vidrios y cerámica. Resulta evidente, como ya ha sido señalado, que nos encontramos ante el área funeraria de una población de carácter mixto hispano-romana y foránea (RIPOLL, 1993-94). El análisis del plano de la necrópolis ha permitido a Gisella Ripoll abordar la organización interna del espacio funerario observando la existencia de grupos, más o menos organizados, dentro de la misma y un escaso número de reutilizaciones (tan sólo en tres ocasiones), lo que le lleva a proponer un

   

 

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desarrollo horizontal, y no vertical, del conjunto, a diferencia, por ejemplo, de lo que se observa en Duratón. Todas las tumbas de El Carpio del Tajo se hallan alineadas conformando extensiones y/o grupos más o menos regulares (Fig. 147 y 148), un hecho que en la actualidad ya no se utiliza como argumento para explicaciones de tipo étnico o cultural (YOUNG, 1997; YOUNG-PERIN, 1991). Tanto la alineación de las tumbas como la existencia de amplios espacios entre las mismas permiten una fácil circulación por el área funeraria que sería realizada a través de caminos cuya evidencia no ha llegado hasta nosotros. Las distancias entre los enterramientos es muy variable: entre 90 y 120 cm. entre los pies y la cabecera de dos tumbas; y desde 120 cm. hasta 3 m. entre los laterales de las tumbas. No se han conservado tampoco, como en la mayor parte de las necrópolis que estamos analizando, restos de señalización para la identificación de las diferentes tumbas, aunque es de suponer que esta existiera dada la organización interna del espacio funerario. Los enterramientos infantiles en El Carpio del Tajo constituyen una incógnita puesto que nada se dice de los mismos por parte de C. de Mergelina, por lo que Ripoll deduce, a partir del tamaño de las inhumaciones tal y como queda reflejado en el plano de la necrópolis (Fig. 147 y 148), la existencia de 11 sepulturas infantiles. Sin duda, como en todas las necrópolis, las reutilizaciones han sido una constante en El Carpio del Tajo, la existencia de depósitos de materiales, pertenecientes a inhumaciones anteriores (como se constata en Duratón, por ejemplo en la tumba 106: Fig. 133), constituye una evidencia clara de esta superposición de enterramientos quizás por parte de grupos familiares. Aún así Ripoll habla de reutilizaciones tan solo en tres tumbas (123, 137 y 203) con elementos de vestimenta personal, insistiendo en el desarrollo y crecimiento de la necrópolis en sentido longitudinal y no vertical, mientras que Mergelina subraya su frecuencia y abundancia en El Carpio del Tajo (RIPOLL, 1993-94, 234; MERGELINA, 1949, 147). Las 95 tumbas con elementos de vestimenta personal de la necrópolis aparecen repartidas por toda el área funeraria, aunque en la zona norte se evidencia una ausencia de materiales (Fig. 147). La mayor parte de estas inhumaciones pertenecen a mujeres y su cronología, según Ripoll, sería de finales del V a finales del siglo VI (RIPOLL, 1993-94, 236). Es decir, durante un siglo de funcionamiento de la necrópolis. Por el tipo de materiales hallados en

   

 

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el interior de las tumbas, tanto locales (hispano-romanos) como foráneos (calificados de ‘visigodos’), se trataría de una población mixta, coexistiendo en el tiempo y en el espacio. La tabla tipo-cronológica elaborada por Ripoll (Fig. 75) permite a la autora establecer la evolución temporal de la necrópolis (Fig. 148) e identificar así la procedencia de los individuos inhumados a partir de la supuesta inmigración masiva goda a Hispania a finales del V e inicios del siglo VI. Pertenecerían al nivel II (480/490-525) tan sólo 8 inhumaciones (Fig. 143: tumba 96), representando el 8, 8% del total de tumbas con elementos de vestimenta personal; al nivel III (525-560/580) 9 tumbas (Fig. 144: tumba B), representando el 10%. Señala Ripoll que existen 26 tumbas (Fig. 145: tumbas 60 y 74; Fig. 146: tumbas 44 y 89) que pertenecerían, siempre en función de la tipocronología, a la primera mitad del siglo VI, representando un 28, 8%. También pertenecientes a la primera mitad del siglo VI, se documentan 14 tumbas (Fig. 146: tumbas 59 y 61), representando el 17, 7%, que serían de ‘tradición romana’. Desde el punto de vista de la topografía de la necrópolis todo este conjunto de sepulturas se reparten por las mismas zonas, sin diferencia de ningún tipo entre ellas en su distribución espacial. Por lo que respecta al nivel IV (560/580-600/640) hay 22 tumbas (Fig. 146: tumba 73), representando el 24, 4% del total con elementos de vestimenta; en lo que concierne al nivel V (600/640 hasta inicios del siglo VIII), se hace referencia tan solo a 2 tumbas, a las que se añadirían otras 9 que se situarían cronológicamente en la segunda mitad del siglo VI, representando el 10%. Finalmente, quedarían sin poder ubicar temporalmente 4 tumbas, que representan el 4, 4% del total. La necrópolis de El Carpio del Tajo, como todas las necrópolis excavadas de antiguo (carentes de estratigrafías que permitan establecer secuencias de ocupación, sometidas a continuos saqueos y expolios, problemáticas ante la indefinición que supone la dificultad de contar con hallazgos cerrados en las sepulturas, sometidas a la lectura en clave ‘visigotista’, y fechadas en función de de las informaciones proporcionadas por las fuentes escritas), plantea interrogantes difíciles de resolver si la cuestión central sigue girando entorno a la identidad étnica de los individuos inhumados. No cabe duda, como la propia Gisella Ripoll sugiere, que la secuencia temporal de El Carpio del Tajo, como la de una buena parte de las consideradas ‘necrópolis visigodas’, es más amplia de lo que tradicionalmente se postula. Que estemos en presencia de un área funeraria de carácter familiar y mixto (hispano-romana y ‘foránea’) (RIPOLL,

   

 

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1993-94, 243-244) no es óbice para considerar que, al menos para el siglo V (y desde luego con bastante anterioridad a finales de ese siglo), la presencia de grupos poblacionales integrados o asociados a la ‘federeación goda’ que llegan a la Península por razones única y exclusivamente de tipo militar al servicio, inicialmente, del Imperio romano. Que la cronología de El Carpio del Tajo es anterior a comienzos del siglo VI, y desde luego al 490, ha sido puesto también de manifiesto por otros especialistas en esta cuestión como Barabara Sasse. Esta autora a partir del análisis de los materiales comparándolos con los de otras necrópolis de fuera de la Península establece cuatro fases de ocupación: fase 1, correspondiente a las tumbas exclusivamente femeninas y relacionada con las fíbulas trilaminares (Ambrustfibeln) y los pendientes de remate poliédrico, que se fecharía entre el 470 y el 490; fase 2, conformada por las fíbulas decoradas, con placa de enganche romboidal, las fíbulas discoidales, los broches de cinturón de placa cajeada y articulada con mosaico de celdillas, fechada entre el 490 y el 530; fase 3, con las hebillas de aguja de base escutiforme, los broches con decoración troquelada y los pendientes con remate cúbico, situada entre el 530 y el 550; fase 4, que incluiría las hebillas y broches indicadas para la fase 3, además de las hebillas y broches de tipo ‘bizantino’, los anillos de lámina y chatón grabado, que abarcaría del 550 al 570. Las dos primeras fases se corresponderían con el ‘Nivel II’ de Ripoll, aunque Sasse plantea una cronología anterior para el origen de El Carpio del Tajo, situando su final, además, en la segunda mitad del siglo VI. Estaríamos, por lo tanto, hablando de una necrópolis de los siglos V y VI, probablemente con un período de uso de poco más de un siglo. En lo que respecta a la cuestión de la identidad étnica de los inhumados en El Carpio del Tajo, Sasse, con muy buen criterio, secunda la propuesta de Kazanski respecto a la ‘moda danubiana’ y a poblaciones de ese origen y procedencia (SASSE, 2000) y, en definitiva, en un contexto de tropas y/o contingentes llegados a la Península en el siglo V que se mezclarían, sin ningún tipo de ambigüedad, con la población local hispano-romana, como queda evidenciado a través del conjunto de tumbas de esta importante necrópolis toledana.

   

 

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Fig. 144. Materiales correspondientes a la ‘Sepultura B’ de El Carpio del Tajo (Toledo): pareja de fíbulas de arco, 2 fíbulas de arco y charnela, broche de cinturón, hebilla oval con aguja de base escutiforme, hebilla oval sin aguja (RIPOLL, 1993-94, 201, Fig. 3).

   

 

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Fig. 145. Materiales correspondientes a las ‘sepulturas A, 45, 60 y 74’ de El Carpio del Tajo (Toledo): sepultura A: broche de cinturón; sepultura 45: placa rígida calada con aguja de base escutiforme, hebilla oval con aguja recta, pequeña hebilla oval con aguja de base escutiforme, cuchillo corto con adorno lobular en el extremo proximal, dos monedas de bronce; sepultura 60: hebilla oval con aguja de base escutiforme; sepultura 74: ibidem (RIPOLL, 1993-94, 203, Fig. 4).

   

 

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Fig. 146. Materiales correspondientes a las ‘sepulturas 44, 59, 61, 73, 89, 91, 93, 95 y 96 de El Carpio del Tajo (Toledo): sepultura 44: anillo; sepultura 59: arete filiforme; sepultura 61: anillo filiforme; sepultura 73: placa de lengüeta rígida con aguja de base escutiforme, moneda, botón de cabeza plano-circular; sepultura 89: tres botones o apliques de cinturón de cabeza circular con estrellas de ocho puntas, hebilla oval con aguja de base escutiforme; sepultura 91: arete filiforme con extremo cúbico facetado; sepultura 93: anillo de cinta plana con incisiones de triángulos en la parte frontal; sepultura 95: hebilla oval con restos de hierro en la aguja, collar de 72 cuentas de ámbar y pasta vítrea; sepultura 96: dos aretes filiformes con extremo cúbico, arete filiforme fragmentado, lámina de bronce relevado con decoración de puntos, fíbula de arco y placas de técnica trilaminar, hebilla oval con aguja de base escutiforme (RIPOLL, 199394, 205, Fig. 6).

   

 

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Fig. 147. Planta de la necrópolis de El Carpio del Tajo con indicación de los enterramientos que presentan en su interior elementos de vestimenta personal y/o ajuar funerario y, en función de ello, las que serían ‘visigodas’ y ‘no visigodas’ (RIPOLL, 199394, 246, Planos 3 y 4).

   

 

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Fig. 148. Planta de la necrópolis de El Carpio del Tajo diferenciando los enterramientos por niveles según la tabla tipo-cronológica elaborada por Ripoll (RIPOLL, 1993-94, 249, Planos 9 y 10).

   

 

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4. 1. 4. Herrera de Pisuerga (Palencia). El área de la necrópolis visigoda estaba situada al sur del pueblo, junto al río Burejo, hoy incorporada al casco urbano de Herrera. Fue descubierta casualmente, a finales del siglo XIX y durante un tiempo prolongado sufrió el expolio de muchas de sus sepulturas, cuyos ajuares fueron a parar a manos de chamarileros. En los años 1931 y 1932, bajo la dirección de don Julio Martínez Santa-Olalla se efectuaron excavaciones oficiales, de carácter parcial, descubriéndose un total de 52 sepulturas (18 de ellas sin ningún tipo de ajuar o material), que contenían ricos y variados elementos de vestimenta personal, que hicieron de esta necrópolis durante algún tiempo un referente de la arqueología funeraria de época visigoda en la Península Ibérica (MARTÍNEZ SANTA-OLALLA, 1933). Como en la mayor parte de las necrópolis excavadas en este momento, carecemos de una planimetría de la misma y de datos precisos sobre las diferentes tumbas, lo que impide configurar una estratigrafía horizontal que permita determinar las fases de ocupación en función de la relación entre los elementos de vestimenta correspondientes a una misma cronología. Uno de los aspectos a destacar del trabajo de Santa-Olalla, salvando las diferencias en lo que respecta a la metodología y tratamiento de materiales, es el hecho de haber documentado con excelentes fotografías de cada tumba y de todos los objetos. La mayor parte de los materiales de Herrera de Pisuerga están depositados en el Museo Arqueológico Nacional, aunque hay algunas piezas en otros museos y colecciones españolas y extranjeras (como las existentes en el Musée d’Archéologie Nationale en Saint-Germain-en-Laye). La existencia de esa rica documentación permitió a Ángel Morillo realizar en 1989 una revisión, muy crítica, de los materiales hallados en las 52 sepulturas excavadas por Santa-Olalla (MORILLO CERDÁN, 1989). Este autor diferencia los materiales en dos grupos, metálicos y no metálicos, deteniéndose en un análisis pormenorizado del material de fabricación (latón, plata, hierro), las técnicas de elaboración (fundición y forja) y la decoración (incisión, troquelado, repujado, calado y filigrana), distinguiendo entre motivos decorativos geométricos y vegetales.

   

 

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En su análisis de los materiales metálicos establece una serie de porcentajes en función del tipo de objeto: 19 broches de cinturón (21,1%); 8 pares de fíbulas de arco (Fig. 151) y una suelta (16,6%) (no hay fíbulas trilaminares); 14 hebillas de cinturón (15,5%); 11 pares de pendientes (11,1%); 9 anillos (10%); 5 brazaletes; 8 cuchillos, uno de ellos con restos de vaina y empuñadura de madera, se han documentado igualmente dos punzones y restos de una contrera de bronce; 7 objetos varios. Entre los materiales no metálicos, destacan un número importante de cuentas de collar, un fragmento de un peine de hueso y dos recipientes de vidrio. El autor destaca la ya clásica asociación de broches de cinturón con celdillas y el par de fíbulas de arco (en ocasiones asociadas a hebillas, pendientes y sortijas) (como en la tumba 3: Fig. 151, perteneciente al nivel III de Ripoll: 525560/580), en las tumbas femeninas, y las hebillas no asociadas a broches/fíbulas, pertenecientes normalmente a las tumbas masculinas. La cronología se establece en función de la tabla de niveles de Ripoll, correspondiendo al nivel II el 26%, el 62% al nivel III, el 12% al nivel IV, no apareciendo materiales del nivel V. Es preciso subrayar, también, que la necrópolis de Herrera de Pisuerga está relacionada con un núcleo urbano romano y con una importante ocupación posterior de época tardo-antigua. Destacamos aquí, entre los ricos materiales de Herrera de Pisuerga el correspondiente a la sepultura 3 (Fig. 149), que contenía los esqueletos de un varón y una mujer. Primero fue enterrada la mujer con sus adornos de indumentaria que consistían en: -

Una pareja de aretes de bronce con remate poliédrico, de los que quedan un fragmento de aro y uno de los remates, que se halla adornado en sus caras centrales con diminutas esferas salientes. El remate está atravesado por uno de los extremos del aro que termina en gancho, para enlazar con el extremo opuesto (Fig. 149).

-

Un collar compuesto por 41 cuentas de ámbar, pasta vítrea y bronce, en formas y coloraciones variadas (Fig. 149).

   

 

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-

Dos fíbulas de arco que se llevaban a la altura de los hombros, para sujetar el manto. Son de bronce fundido; tienen la placa de resorte, triangular, adornada con dos apéndices semicirculares en la base y tres formando conjunto trifoliado en el vértice; la placa de enganche es alargada y en los bordes presenta cuatro pares de apéndices simétricos espaciados. La ornamentación que cubre su superficie consiste en motivos geométricos y vegetales esquemáticos (Fig. 149).

– Un anillo de plata. El aro está decorado en todo su desarrollo con cenefa de triángulos contrapuestos; una cápsula circular o celdilla ocupa el chatón, en el que se alojaba un vidrio azul, según testimonia el fragmento que subsiste (Fig. 149). – Un broche de cinturón de placa articulada rectangular, cuya superficie está cuajada de celdillas que forman un aspa en torno a una roseta central de 12 pétalos con cabujón central. Las celdillas estuvieron cubiertas por vidrios verdes (muchos, hoy perdidos), en contraste con los azules que se alojan en el centro, ángulos y en los semicírculos de los lados. Una orla de celdillas en zigzag sirve de marco externo a la composición, excepto en el lado de inserción de la charnela. La hebilla elipsoidal se decora con grupos espaciados de líneas incisas, y un diminuto punteado, que invade asimismo la superficie de la aguja, de base  rectangular y remate en forma de cabeza de ofidio (Fig. 149). El varón, inhumado poco tiempo después, tan sólo llevaba un cinturón abrochado con una hebilla arriñonada de bronce, con gran aguja de base escutiforme. La correa se adornaba también con tres apliques de bronce en forma de escudo alargado. Del cinturón pendería probablemente otra pequeña correa de la que resta la hebilla cuadrada, que servía para sujetar algún útil propio del equipamiento masculino (Fig. 149). La necrópolis de Herrera de Pisuerga, como en el caso de la de Duratón, merecería ser objeto de nuevas excavaciones, puesto que las 52 tumbas son tan sólo, como ya señaló en su día Santa-Olalla, una mínima parte de lo que debió ser un área funeraria de grandes dimensiones, aunque objeto de saqueos continuos durante los treinta años anteriores a las excavaciones llevadas a cabo en 1931 y 1932.

   

 

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Fig. 149. Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 3 de Herrera de Pisuerga (Palencia). Nivel III de Ripoll, enmarcable en el ‘horizonte hispano-godo’ (Fotografías: Museo Arqueológico Nacional).  

Fig. 150. Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 3 de Herrera de Pisuerga (Palencia). Nivel III de Ripoll, enmarcable en el ‘horizonte hispano-godo’ (RIPOLL, 1991, 128 y 129, Fig. 9).

   

 

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Fig. 151. Fíbulas de arco en bronce de la necrópolis de Herrera de Pisuerga (Palencia) (Fotografía: Museo Arqueológico Nacional).

4. 1. 5. Castiltierra (Segovia). La necrópolis de Castiltierra es una de las más extensas e importantes entre las halladas en la península. Se sitúa a 1 Km. de la localidad de Castiltierra y, como es habitual, fue descubierta casualmente al construir una carretera comarcal, sufriendo el expolio de un número considerable de sepulturas, cuyos ajuares terminaron en poder de anticuarios y fueron vendidos a instituciones y particulares, adquiriendo el Museo Arqueológico Nacional (MAN) algunas piezas. Entre los años 1932-1935 tuvieron lugar las excavaciones efectuadas por E. Camps y J. Mª. de Navascués, documentando 469 tumbas (CAMPS CAZORLA, 1934). En 1955, tras un período en el propio domicilio de Camps y luego en el Instituto Valencia de Don Juan, ingresan los materiales en el MAN y en 1982 los diarios de excavación, no disponiéndose del plano que se encuentra actualmente en manos de un particular. En 1940-1941 se efectuaron de nuevo excavaciones, por parte del ‘Seminario de Historia Primitiva del Hombre’, bajo la dirección de Fletcher y Pérez de Barradas, localizando varias decenas de tumbas. Y, posteriormente, una campaña de Santa-Olalla en la que excavó 401 sepulturas; enviándose a

   

 

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Alemania la mayor parte de los materiales, nunca recuperados en su totalidad y repartidos en diversos museos alemanes como Maguncia, Colonia y Nüremberg. Los materiales de Santa-Olalla entrarían en el MAN en 1973, procediéndose a su restauración, completada actualmente en la totalidad de los procedentes de las excavaciones oficiales, y estudio por un equipo dirigido por Luis Balmaseda. El total de objetos es de 1847 procedentes de unas 800 tumbas aproximadamente. El conocimiento que tenemos de esta importante necrópolis es todavía, y pese a los esfuerzos del equipo de investigación que está llevando a cabo su estudio pormenorizado y sistemático, muy limitado y escaso (ARIAS et. al., 2000, 2004; BALMASEDA, 1994, 2006). Las tumbas 211 y 207, de las excavadas por Camps y Navascués, son ciertamente singulares. La primera de ellas, la 211, perteneciente a un adulto masculino, contiene una espada junto con otros elementos de vestimenta personal (entre ellos un escudete de oro: Fig.), lo que constituye casi un unicum para el conjunto de la Península (a excepción de las necrópolis de Daganzo, Pamplona y Aldaieta _en el País Vasco_), por la excepcionalidad de los objetos que contiene.

Fig. 152. Sepultura 211 de Castiltierra (Segovia), excavada por Camps y Navascués en 1934-35 (BALMASEDA, 2006, 268, Fig. 2 y 3).

   

 

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Fig. 153. Escudete de oro procedente de la sepultura 211 de Castiltierra (Segovia) (BALMASEDA, 2006, 270, Fig. 6).

La tumba 207 corresponde a una mujer que lleva el par de fíbulas trilaminares (peplos), junto con pendientes de oro con remates poliédricos (Fig.) y una bulla.

Fig. 154. Arete de oro de la sepultura 207 de Castiltierra (Segovia) (BALMASEDA, 2006, 272, Fig. 9).

   

 

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Ambas tumbas evidencian una vez más, y a la espera de la publicación del conjunto de esta importante necrópolis, una cronología mucho más temprana que la tradicionalmente otorgada, pudiendo situar su comienzo, como mínimo, a mediados del siglo V.

Fig. 155. Broche de cinturón de placa rígida calada, procedente de la necrópolis de Castiltierra (Segovia). La aguja tiene base escutiforme y se decora con cinco círculos oculados dispuestos en cruz. La placa presenta un calado central continuo que dibuja dos formas romboidales limitadas por rectángulos. Quedan abundantes muestras del dorado que revistió el latón por anverso y reverso (Fotografía: Museo Arqueológico Nacional).

4. 1. 6. Pamplona (Navarra). La necrópolis de Pamplona, ubicada entre las actuales Plaza de Mola y la de toros (Fig. 156), fue descubierta en 1895 al hacerse las obras de conducción de aguas desde el manantial de Arteta a Pamplona y excavada por Florencio Ansoleaga y Juan Iturralde y Suit en el marco de las actividades de la Comisión Provincial de monumentos y publicada por el primero de estos autores en 1916, sin proporcionar el inventario de las tumbas ni el contexto arqueológico de las mismas (ANSOLEAGA, 1916). Algo irreversible porque su excavador dejó ordenado en su testamento quemar, junto con otros papeles, la memoria de excavación, con lo que se ha perdido definitivamente el inventario detallado de los hallazgos. Los materiales de la necrópolis se conservan en el Museo de Navarra y fuero estudiados, a través de fotografías, por Zeiss (ZEISS, 1934).

   

 

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Fig. 156. Necrópolis de Pamplona (MEZQUÍRIZ, 1965).

A través de las diversas noticias recogidas Mezquíriz propone que se habrían podido localizar unos cien enterramientos (MEZQUÍRIZ, 1965), conformados por fosas excavadas en la tierra, que han sido objeto de numerosas reutilizaciones, rodeadas de lajas en los laterales y en la cubierta de las tumbas. La orientación de todos los individuos inhumados era, sin excepción, este-oeste y con el esqueleto en posición de decúbito supino. Las superposiciones de cadáveres (con excepción de las tumbas infantiles), como en la mayor parte de las necrópolis, en Pamplona son muy frecuentes, en ocasiones hasta cuatro individuos en la misma tumba, costumbre ligada probablemente a agrupaciones familiares. Igualmente a lo observado en otras necrópolis no se han documentado evidencias de señalización en las sepulturas, aunque éstas debían de ser fácilmente reconocibles. En la

   

 

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necrópolis de Pamplona se excavaron dos fosas llenas de restos óseos que se identifican con fosas comunes, aunque quizás, como apunta Mezquíriz, no formase parte del área funeraria tardo-antigua. Los individuos serían colocados directamente sobre el suelo, aparentemente sin ser depositados en una ataúd (como si se evidencia en otras necrópolis de este período), puesto que no se han documentado clavos o restos de madera en el interior de las tumbas, aunque ello no excluye que el cadáver pudiese ser depositado sobre unas parihuelas de las que no se han conservado huellas de ningún tipo. Lamentablemente, y como vemos no es un hecho infrecuente en las necrópolis excavadas de antiguo, no es posible identificar los elementos de vestimenta personal y de ajuar que corresponderían a las diferentes sepulturas de la necrópolis de Pamplona. Precisamente por ello, Mezquíriz analiza los materiales por tipos: monedas (2)3; hebillas y placas de cinturón (18)4 (Fig. 157, 159 y 160), fíbulas (2 fragmentos) 5 , brazaletes de bronce (2); zarcillos de bronce y plata de tradición romana (6); sortijas o fragmentos de las mismas de tradición romana en plata, bronce, hierro y vidrio (54); cuentas de collar de ámbar, bronce, vidrio y pasta vítrea; objetos de adorno (dos portacadenas de bronce6); objetos diversos (clavos, una llave, piezas de bronce, chapas, etc.); ‘armas’ (14 cuchillos, 5 puntas de lanza, 3 skramasaxe, 2 puntas de flecha, una hoz de hierro fragmentada y dos contreras de bronce) ; cerámica (jarritos con o sin asa y pucheros) y piezas de sílex (dos fragmentos de cuchillos). Sin duda, la necrópolis de Pamplona tuvo una secuencia ocupacional que se remonta a época tardo-romana (los materiales lo evidencian con claridad: los dos fragmentos de fíbulas, vidrios, cuentas de collar y materiales cerámicos) y que, ignorando si con o sin solución de continuidad, muestra una fase tardoantigua en los siglos VI y, sobre todo, VII. Mezquíriz vincula, por la inusual presencia de armas, esta necrópolis con el mundo franco y merovingio, sin                                                                                                                         3

Dos trientes de Suintila, descontextualizados puesto que no es posible asociarlos a ninguna sepultura, tan sólo evidenciarían el uso de la necrópolis en el siglo VII, algo, por otra parte, evidente por la presencia de elementos de vestimenta personal de ese momento. 4

Todos de bronce y de tipo arriñonado, rectangulares y triangulares con agujas de tipos diversos predominando las de base escutiforme con hebillas fijas o unidas a la placa por charnela, evidenciando tipos característicos de la segunda mitad del siglo VI y, sobre todo, del VII. 5

Se documentaron en Pamplona dos fragmentos de fíbulas que se corresponderían con tipos romanos y que, según Mezquíriz, podrían proceder de tumbas de los siglos III y IV. 6

Piezas que suelen formar parte del complemento de las fíbulas.

   

 

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excluir a los ‘vascones’, subrayando su carácter singular respecto al conjunto de necrópolis genéricamente conocidas como ‘visigodas’ (MEZQUÍRIZ, 1965, 64). Como veremos, el hallazgo y excavación de la necrópolis de Aldaieta (Álava), viene a añadir un testimonio más de la heterogeneidad poblacional existente en la Península en los siglos V y VI y de lo inútil de realizar planteamientos de corte etnicista a la hora de abordar el mundo funerario de ese período en el conjunto de Hispania.

Fig. 157. Broches de cinturón de la necrópolis de Pamplona: arriba: broche de cinturón de bronce de hebilla ovalada, con aguja escutiforme, unida a la placa por charnela, la placa muestra una decoración incisa consistente en una línea ondulada al centro y líneas trenzadas a ambos lados, se fecha en el siglo VI; centro: broche de cinturón incompleto, sin la hebilla, de placa trapeciforme y base de la aguja escutiforme; abajo: placa de cinturón de bronce, también trapeciforme, decorada con líneas longitudinales en los lados y transversales en el centro (MEZQUÍRIZ, 1965, Lámina III).

   

 

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Fig. 158. Izquierda: Puntas de lanza, de 20 cm. de largo, en forma de hoja de sauce y con concavidad en su extremo para enastar el vástago de madera; Derecha: Tres Scramasaxe, con una longitud que oscila entre los 41 cm. y los 75 cm. y entre 3’4 y 4’4 cm. de ancho (MEZQUÍRIZ, 1965, Lámina XXII, Lámina XXIV).

Fig. 159. Conjunto de hebillas de cinturón de la necrópolis de Pamplona: arriba izquierda: hebilla de bronce arriñonada con aguja de base escutiforme de 3’4 cm.; arriba centro: hebilla arriñonada de hierro, de 3’5 cm. de diámetro máximo, muy deteriorada encontrándose rota la aguja; arriba derecha: hebilla de bronce redonda, de 2’9 cm. de diámetro máximo, la aguja está conformada por un trozo de alambre retorcido (probablemente tardo-romana); abajo izquierda: hebilla de bronce de forma arriñonada, con aguja escutiforme, de 3’4 cm. de diámetro máximo; abajo centro: hebilla de bronce de forma ovalada, de 4’6 cm. de diámetro máximo; abajo izquierda: dos agujas de bronce escutiformes, de 3’6 y 2’2 cm. de longitud respectivamente (MEZQUÍRIZ, 1965, Lámina II).

   

 

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Fig. 160. Izquierda: arriba: placa de cinturón con hebilla fija y aguja escutiforme, de 11 cm. de longitud y decoración calada; centro: placa de cinturón de bronce con decoración calada, faltándole la hebilla, de 7 cm. de longitud; abajo: placa de cinturón de bronce calada con hebilla fija rectangular, de 71 cm. de longitud; Derecha: arriba: broche de cinturón articulado de 6’6 cm. de longitud de placa y 3’5 cm. la aguja, de forma triangular, se han perdido los remaches de sujeción y los botones de adorno; centro:

   

 

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fragmento de placa de cinturón de bronce con seis botones de adorno, lleva decoración incisa de tipo animal, de 7’5 cm. de longitud; abajo: placa de cinturón triangular con hebilla arriñonada fija, de 9’8 cm. de longitud máxima, dividida geométricamente con unos alvéolos redondos y otros alargados que pudieron estar rellenos de esmalte, la aguja escutiforme no le correspondería (MEZQUÍRIZ, 1965, Láminas IV y V).

4. 2. Las necrópolis excavadas a partir de los años 80 del pasado siglo y hasta la actualidad.

4. 2. 1. Cacera de las Ranas (Madrid). Una de las mayores necrópolis de la Península es la de ‘Cacera de las Ranas’ (Aranjuez) (Fig. 161), documentándose más de 150 sepulturas (el número total superaba las 250 puesto que en el momento de su excavación se habían destruido más de un centenar), en lo que constituye una necrópolis ubicada a proximidad una importante vía romana que unía Mérida con Zaragoza (ARDANAZ ARRANZ, 2000). La necrópolis amortiza un campo de silos y basureros de época calcolítica, reutilizándose en algunas tumbas, bien como parte del ritual funerario o como herramientas, algunas pequeñas láminas de sílex. En lo que respecta al ritual funerario, y teniendo en cuenta que la tipología de las sepulturas es muy variada, en Cacera de las Ranas la mayoría de las inhumaciones son individuales, aunque en ocasiones aparezcan hasta dos y tres individuos en la misma tumba, tratándose siempre de personas con vínculos familiares y que habrían fallecido al mismo tiempo: por ejemplo, en la tumba 22 se documentan dos cuerpos de un hombre y una mujer; en la tumba

   

 

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85 dos hermanos, quizás mellizos o gemelos; en la tumba 104 se hallaron tres individuos, un hombre, una mujer y un niño sobre una capa de cal. La reutilización de las sepulturas es una constante, como en la mayor parte de las necrópolis de este período, con restos de hasta seis individuos enterrados en momentos diferentes. La mayor parte de los enterramientos se realizaron en ataúdes, parihuelas o simples maderas ensambladas (un 60,14%), conservándose residuos orgánicos en dieciocho tumbas y un total de 515 clavos de hierro correspondientes a 83 sepulturas. Un hecho excepcional, para la Península Ibérica, es la presencia de ataúdes dobles (tumbas 74 y 75), ampliamente constatado en la Gallia merovingia. La orientación de las tumbas en Cacera de las Ranas es Oeste-Este (53,43%), vinculada claramente al mundo cristiano, o ligeramente desplazadas en sentido Suroeste-Noreste (46,56%), coincidiendo la primera de ellas con la fase correspondiente a los siglos V y VI, mientras que la segunda se documenta en los siglos VII y VIII.

   

 

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Fig. 161. Necrópolis de ‘Cacera de las Ranas’ (Aranjuez, Madrid) (ARDANAZ ARRANZ, 2000).

   

 

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Los cadáveres están en posición de decúbito supino, con excepción de cuatro sepulturas (tumbas 31, 41, 75 y 87) que presentan el individuo en decúbito lateral, sobre un costado, como resultado de la reutilización de los enterramientos. Los brazos se disponen paralelos al cuerpo con las manos en los costados o ligeramente flexionados con las manos sobre la pélvis, no se documenta la disposición de los brazos en el pecho. La presencia de elementos de vestimenta personal en el interior de las tumbas, junto con los depósitos y ajuares funerarios, se considera como característico del ‘ritual germánico’ (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 236). La distribución de los restos óseos en el interior de las tumbas reutilizadas parecería responder a una intencionalidad simbólica, fruto de un ritual funerario complejo y elaborado, al disponerse en unos casos en la zona de los pies, en los costados, al lado del cráneo y, en ocasiones, depositados en el exterior de la sepultura en fosas más o menos circulares o encima de la cubierta. Se documenta, además, la distribución de los restos óseos alrededor del cadáver, como se constata al observar la posición de los cráneos: hasta cuatro al lado de la cabeza (tumbas 35, 50, 81 y 88), entre las piernas (tumba 84), en los costados (tumbas 37, 100, 140 y 141). Uno de los aspectos más singulares de esta necrópolis, no constatado hasta la fecha en la Península Ibérica, y en lo concerniente al ritual funerario, es el de haber detectado la práctica pagana del banquete funerario y la localización de tres cráneos separados del tronco con una falange en la boca (tumbas 50, 122: Fig. 162; y 129), uno de ellos, además, con un anillo de bronce (tumba 50). Esta práctica, estaría relacionada con un posible culto a los cráneos, de origen protohistórico, bien documentada en la Gallia merovingia, aunque resulta arriesgado considerar este tipo de rito funerario como ‘germánico’, siendo, en todo caso, una clara práctica foránea ajena a la tradición hispano-romana, como ya hemos indicado (vid. supra).

   

 

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Fig. 162. Cráneo de la tumba 122 seccionado del tronco y con una falange introducida en la boca (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 185).

Se documentan también en Cacera de las Ranas ritos asociados a algún tipo de ceremonial, tipo banquete funerario, como es la presencia de dos recipientes cerámicos en sendas fosas con residuos de ceniza y huesos quemados. Relacionado con esta práctica del banquete funerario sería la existencia en algunas sepulturas (tumbas 7, 118, 129 y 132) de restos de animales de pequeño tamaño como roedores o crustáceos. Costumbres funerarias de clara tradición pagana que son sistemáticamente reprobadas en la legislación conciliar de la época, como hemos tenido ocasión de señala anteriormente (vid. supra capítulo II). En lo que respecta a los elementos de vestimenta personal, depósitos y ajuares funerarios, denominados como ‘objetos de adorno y uso personal’ (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 248), se han documentado en Cacera de las Ranas 179 objetos metálicos, en cobre, bronce, latón o hierro (167 de ellos en claro contexto funerario), 137 cuentas de collar en 10 sepulturas, 8 piezas de sílex y una en hueso. Los elementos de vestimenta personal se documentaron en su posición natural, mientras que los denominados como de ‘uso personal’ se hallaron en carteras de cuero ajustadas al cuerpo mediante un pequeño correaje y siempre en el costado izquierdo del individuo. Las monedas han aparecido en posiciones diversas: en el interior de las cartucheras de cuero, entre dos ataúdes o parihuelas, sobre el pecho o a la altura de la cabeza. Podemos agrupar los materiales hallados en las sepulturas en:

   

 

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Broches de cinturón: -

de placa rectangular: se documentaron tres (tumbas 7 y 60) y uno proveniente de una de las sepulturas expoliadas antes de las excavaciones. Son todos de latón, constando de una hebilla ovalada que se articular a la placa rectangular por medio de una charnela soldada al marco exterior, con aguja de base cuadrangular o rectangular, placa de celdillas rellenas de granates y vidrios tallados. Se enmarcan en los tipos I de Santa-Olalla y en los G, H o I de Ripoll, que se corresponderían con el Nivel II (480/490-525) e interpretados como productos importados directamente por los ‘imigrantes godos’ (RIPOLL, 1991, 1992).

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de placa hemicircular: se halló uno (tumba 54: Fig. 163), en bronce, de anilla ovalada de sección circular decorada en su mitad superior con mosaico de celdillas rellenas con incrustaciones de piedra y granates, aguja de base escutiforme, placa hemicircular ornamentada con mosaico de celdillas y diseño geométrico conformado por un gran cabujón ovalado en el centro y cuatro motivos trilobulados. Se trata de una pieza con claros paralelos en la Gallia merovingia, centro-Europa, sur de Rusia y norte de África; en la Península se documentan ejemplares similares en Duratón (Fig. 95: Derecha), Madrona, Beja (Fig. 82 y 83), Bueu y Baamorto (Fig. 95: izquierda), que se pueden adscribir al ‘horizonte póntico-danubiano-hispano’ (Nivel I A), en la primera mitad del siglo V. Dudamos, no obstante, en que se pueda interpretar como ‘genuinamente godo’ y desde luego su cronología, como hemos señalado, es mucho más temprana que la que se le atribuye de finales del siglo V e inicios del VI, ajustándose a la tipo-cronología de Ripoll (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 252-253).

Fig. 163. Broche de cinturón de placa hemicircular hallado en la tumba 54 de Cacera de las Ranas, perteneciente al ‘horizonte póntico-danubiano-hispano’ (Nivel I A), 1ª ½ del siglo V (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 98)

   

 

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de placa rígida: 8 son los ejemplares localizados en Cacera de las Ranas (tumbas 25, 26, 47, 59, 71, 118 y 120) y uno fuera de contexto. Todas las piezas están fundidas en bronce, compuestas de una hebilla y placa rígida y alargada con lengüeta de extremo triangular sin articulación. La hebilla es rectangular plana, con aguja de base escutiforme decorada con una o dos líneas rectas incisas, llevando en el reverso dos o tres apéndices de sujeción con su orificio circular perforado. Se documentan tanto en tumbas masculinas como femeninas. Zeiss los considera de origen romano y los relaciona con las fíbulas de técnica trilaminar, situándolos en la primera mitad del siglo VI (ZEISS, 1934); por su parte Ripoll los ubica en el Nivel IV (560/580600/640) (RIPOLL, 1991).

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de placa rectangular en hierro: se halló un ejemplar (tumba 18), con hebilla ovalada de sección circular y placa decorada con cabujones. Se fechan a finales del siglo V o principios del VI.

Hebillas de cinturón -

de anillo ovalado: según Ardanaz Arranz se trata de los ‘objetos más típicos y comunes de la indumentaria goda, los que podrían distinguirlos de otros grupos raciales’, teniendo en cuenta, como él mismo subraya, que su origen deriva de modelos claramente romanos (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 255). Existirían tres tipos de hebillas de anillo ovalado de sección semicircular (en 5 tumbas), irregular (en 3 tumbas) o triangular (en 1 tumba) y con aguja escutiforme (en 12 tumbas), recta (en 4 tumbas) o estriada (en 1 tumba), elaboradas en cobre (en tres tumbas), bronce (en 9 tumbas), latón (en 4 tumbas) o hierro (en 9 tumbas), como parte del cinturón o del correaje necesarios para transportar la cartuchera, dependiendo de su tamaño. En Cacera de las Ranas, el pasador sobre el que se apoya el resorte de engarzamiento de la aguja es de sección circular, con excepción de la tumba 22 que presenta una sección casi rectangular. Presenta decoración en la anilla y, sobre todo, en la aguja. Derivan, también, de modelos romanos bajoimperiales (incluso de época republicana), para Zeiss serían de la primera mitad del siglo VI (asociadas a las fíbulas de técnica trilaminar) (ZEISS, 1934), mientras que Ripoll, coincidiendo en su origen, las lleva hasta el siglo VII, incluyéndolas en los Niveles II y III (Ripoll, 1991). Como bien subraya Ardanaz Arranz, su presencia en la tumba 54 (asociada a un broche de placa hemicircular), llevaría su cronología al

   

 

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siglo V y, concretamente, en su primera mitad, dentro del Nivel I A (horizonte póntico-danubiano-hispano), como ya hemos señalado. -

rectangulares: Se documentan 7 ejemplares en 6 tumbas y en una en la que solo se ha hallado la aguja. Seis de ellas son planas, siendo tres de latón, una de bronce, una de plata y una de hierro. Se trata de hebillas que por su tamaño serían parte del correaje, formando parte del atalaje necesario para llevar la cartera o cartuchera de cuero, localizándose siempre en el costado izquierdo del individuo, a la altura del hombro. Las hebillas rectangulares planas poseen una aguja de base escutiforme o recta. Son muy frecuentes en las necrópolis hispanas, merovingias y centroeuropeas. De nuevo su origen es romano, como lo evidencia su presencia en necrópolis hispano-romanas, continuando su uso a lo largo de la tardo-antigüedad, la mayor parte de las veces como piezas reaprovechadas.

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de placa rectangular y lengüeta alargada: tan solo se ha encontrado un ejemplar (tumba 127), siendo por su pequeño tamaño un elemento del correaje, ubicada en el lado izquierdo del individuo, para llevar un cuchillo de hierro y una fíbula de arco en el interior de una cartera de cuero. Está hecha en latón y se compone de una placa rectangular y aguja recta decorada con dos líneas incisas paralelas. Es de claro origen romano y, de hecho, en Cacera de las Ranas aparece asociada a materiales indudablemente romanos, con lo que su cronología, en nuestra opinión, sería similar a la de la tumba 54, es decir, de la primera mitad del siglo V.

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de estrías laterales y extremo triangular: se ha localizado un único ejemplar (tumba 24), en bronce y sección plana, con aguja recta, conformada por estrías laterales y extremo triangular, ubicada a la altura del pecho, en el costado izquierdo, formando parte de un conjunto de materiales que pertenecían a la guarnición o atalaje del individuo, sirviendo para cerrar la cartera de cuero que contenía una sonda de oído, un cuchillo y una moneda. Se trata de una pieza con un único paralelo peninsular en Madrona (tumba 222) y ninguno fuera de Hispania. Su origen romano es evidente y su cronología no sería de finales del siglo V, en consonancia con la supuesta ‘masiva inmigración goda’ a la Península, sino al menos de comienzos del siglo V o incluso anterior.

   

 

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Apliques o pasadores de cinturón: Se han documentado en Cacera de las Ranas 18 ejemplares, en bronce o latón, diez de ellos en forma de casquete esférico y base geométrica, seis de ellos escutiformes, configurando un escudo con un extremo redondeado y otro apuntado. Son elementos de sujeción que permiten mantener la hebilla unida a la tira de cuero, formando parte del atalaje para llevar la cartera o cartuchera de cuero, sirviendo, además, como piezas decorativas, pudiendo aparecer, en función de la anchura del cinturón, uno, dos o tres apliques colocados paralelamente. Se postula la existencia de centros de producción peninsulares que fabricarían estas piezas, aunque algunos autores sostienen que existiría un único lugar de producción en centroeuropa. Su cronología es amplia, a lo largo de toda la tardo-antigüedad, y su origen sin duda romano, puesto que se trata de un elemento de vestimenta muy común y ampliamente extendido por todo el mediterráneo, por lo que su vinculación al ámbito estrictamente godo carece de fundamento. Remaches: Se trata de una serie de piezas localizadas en una única inhumación (tumba 24: Fig. 164), que formarían parte de la guarnición de cartera descubierta en el costado izquierdo del individuo, y que decorarían tanto la cartuchera como la cajita de madera que iba en su interior. De los cinco remaches documentados, dos son de latón con estructura piramidal, dos ortogonales en forma de escuadra en bronce y cobre de sección rectangular plana, y el último zoomorfo en bronce y de sección rectangular plana. Igualmente estamos ante ejemplares que poseen una cronología muy dilatada y bien conocidos desde época romana; los hallados en Cacera de las Ranas, por el contexto que proporciona el resto de materiales de la tumba 24 (Fig.), pertenecerían al siglo V.

   

 

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Fig. 164. Apliques y remaches de la tumba 24 de Cacera de las Ranas (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 55).

Fíbulas: -

de arco o charnela: tan solo se halló una (tumba 127) en bronce y en el interior de una cartuchera de cuero. El arco/puente de la fíbula es semicircular, de sección plana triangular, sin decoración. Los prototipos de La Têne III para este tipo de piezas son evidentes, siendo de muelle

   

 

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en época romana y posteriormente de charnela. Su empleo en época romana es constante por toda la geografía del Imperio, empleándose posteriormente, en el caso de la Península, tanto por hispano-romanos como por individuos de procedencia foránea. Su dilatada cronología, entre el siglo I y el siglo VI, y su origen acentúa el alto grado de romanización de las gentes que llegaron a la Península en los siglos V y VI. -

de arco y placas de técnica trilaminar: se halló, fuera de contexto, la placa del enganche de una fíbula de este tipo, que formaría parte de los materiales contenidos en alguna de las sepulturas expoliadas antes de la excavación de esta necrópolis. Hecha en bronce o latón (Blechfibeln)7, la placa del enganche es rectangular alargada con el remate distal redondeado y sección angular. Se suelen consideras estas piezas como objetos importados y correspondientes a las ‘fases más antiguas’ de las consideradas ‘necrópolis visigodas’. Nosotros las hemos incluido en el Nivel I B, por lo tanto, en la segunda mitad del siglo V (pudiendo incluso ser anteriores).

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de apéndices o de arco tipo III: dos son las fíbulas de apéndices halladas en Cacera de las Ranas (tumba 7), asociadas a un broche de cinturón de placa rectangular. Son hechas en latón, fundidas en una sola pieza por medio de un molde y decoradas a bisel. Su característica definitoria es la de presentar cinco apéndices circulares con granates engastados, evolución del motivo de cabezas de aves que aparece en otras fíbulas similares. No se han constatado paralelos idénticos en la Península para el par de fíbulas en cuestión. Se sitúan cronológicamente, en general, en el siglo VI, asociándolas a piezas similares consideradas ostrogodas. Se considera que serían fabricadas en talleres hispanos y se vinculan con el atuendo ‘característico godo’.

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discoidales: se hallaron dos fíbulas discoidales o circulares (tumba 60), hechas en bronce, compuestas de una base circular plana en la que se inscriben tres círculos concéntricos divididos en celdillas rellenas de vidrio. Se trata de objetos comunes en la vestimenta romana en los siglos II y III, con amplia difusión en los siglos V y VI, siendo las de Cacera del siglo V.

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Las fíbulas de arco consideradas de plata (Silberblechfibeln), aunque en realidad hay que hablar propiamente de ‘latón plateado’, son raras en las necrópolis hispanas, constatándose dos ejemplares en Castiltierra, dos en Calzadilla y una en El Carpio del Tajo.

   

 

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aquiliformes: tres ejemplares de fíbulas aquiliformes (una en la tumba 29, dos en la tumba 107) se han documentado en Cacera. Elaboradas en bronce (tumba 29) y latón (tumba 107) y fundidas de una sola pieza. A diferencia de las de mosaico de celdillas, tipo ‘cloissoné’8, este tipo de fíbulas son exclusivas de la Península Ibérica, fechándose en la primera mitad del siglo VI. Ardanaz Arranz establece la siguiente tipología y cronología para las fíbulas aquiliformes: fíbulas de mosaico de celdillas (480/490-510/520), fíbulas de cuerpo en relieve y decoración biselada (510/520-550/560), fíbulas planas y decoración incisa y puntillada (550/560-590/600).

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de omega: este tipo de fíbulas se documentó con un único ejemplar en una única sepultura (tumba 70), conformando un aro abierto de sección circular, terminado en sendos remates de forma troncónica, de los que uno se habría perdido. Aunque de origen prerromano, son piezas genuinamente romanas de los siglos I y III e incluso IV según algunos especialistas y se seguirían fabricando en los siglos V y VI.

Anillos: se localizaron 13 anillos en otras tantas sepulturas de diversos tipos y materiales (en plata, cobre, bronce, latón y hierro). Son todos aros cerrados, con excepción de uno (tumba 29), de sección circular, semicircular filiforme, plana rectangular o elipsoidal. Aparecen tanto en sepulturas masculinas como femeninas, situados, lógicamente, en los dedos, con excepción de la tumba 50 en la que se halló en la boca de un cráneo depositado a la altura de la cabeza del nuevo cadáver, cuya significación como rito funerario se nos escapa completamente. Su origen romano es indudable, como en todas las necrópolis de este periodo, y su empleo se mantiene hasta bien entrada la alta Edad Media. Pendientes: se han documentado 22 pendientes en 14 sepulturas, de ellos ocho son de plata, nueve de latón y cinco de bronce; generalmente conformando un arete filiforme abierto de sección circular. Al igual que los anillos son de claro origen romano, hallándose frecuentemente en necrópolis hispano-romanas del siglo IV, desarrollándose en los siglos V y VI. Una particularidad, constatada en Cacera de las Ranas, es el tipo de pendientes con remate cúbico facetado, sin ornamentación (tumbas 29, 97 y 144), que se vienen asociando por parte de la investigación especializada con el horizonte                                                                                                                         8

Para las fíbulas tipo ‘colissoné’ véase: RODRÍGUEZ MARTÍN et. al., 2000.

   

 

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cultural de la ‘cultura de Cernjahov’ en el siglo IV, que, como hemos tenido ocasión de señalar, se vincula al ámbito cultural godo.   Hilos de oro: se localizaron en esta necrópolis seis tramos individuales de sección circular en oro, que formaban parte de una cinta que un individuo de género masculino (tumba 7), llevaba en la frente para sujetarse el pelo. Se trata de un elemento no muy común en este tipo de necrópolis tanto en la Península (un único paralelo en El Carpio del Tajo) como fuera de ella. Se suelen relacionar, dada su excepcionalidad, con personajes de alto rango. En cuanto a su cronología, y en el caso concreto de Cacera de las Ranas, por su asociación con un broche de cinturón del tipo I y dos fíbulas de apéndices o de arco del tipo III, se fechan a finales del V o principios del VI, aunque, por nuestra parte, no excluiríamos una cronología más temprana. Collares y Colgantes: se han hallado 138 cuentas de collar pertenecientes a collares o colgantes en 11 sepulturas; de los cuales sólo tres se pueden considerar, por el número de cuentas, propiamente collares, siendo el resto simples colgantes. Diversos son los materiales en los que se elaboran: ámbar en su mayoría (86,95%), pasta vítrea, serpentina y hueso. Su uso en época tardo-romana está ampliamente documentado, perdurando en los siglos V al VII, por lo que su cronología, además de ser un elemento sujeto a reutilizaciones en más de una generación, es amplia. Cuchillos: se documentaron 27 cuchillos de hierro en 22 sepulturas, localizándose tan sólo un ejemplar por tumba, con excepción de cuatro sepulturas (tumbas 55, 84, 100 y 148) que contenían dos cuchillos. Se ubicaban siempre en el costado izquierdo del individuo e irían colgados del atalaje, en vainas o cartucheras de cuero o tela. Su pésimo estado de conservación impide muchas veces discernir si estamos en presencia de un cuchillo o de puñales. La mayoría, no obstante, parecen ser cuchillos, con hoja de un solo filo de curva sencilla y el dorso recto y romo, de sección plana y terminando en un vástago por el que se introduciría el mango de madera, hierro o hueso. No es posible asociarlos hoy en día a tumbas exclusivamente masculinas, puesto que también se evidencia en las femeninas, incluso infantiles. Su uso doméstico, más que militar, es también un hecho que nadie parece cuestionar actualmente. Su uso en época tardo-romana es claro, perdurando en los siglos V y VI.

   

 

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Fig. 165. Cuchillo de hierro, apliques y hebillas de cinturón de la tumba 24 de Cacera de las Ranas (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 53 y 57).

   

 

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Otros materiales: -

sonda de oído: esta pieza singular se halló en la tumba 24 (Fig. 164), en el interior de una cajita de madera que iría dentro de una cartera de cuero que colgaba del atalaje del individuo. Está hecha en latón y se define como un vástago de sección circular ornamentado en su mitad superior con incisiones en forma de estrías. Es un objeto de uso médicopersonal de origen romano, documentado en yacimientos hispanos de este período, y que se conocen como Oricularium Specillum o Auriscalpium. En necrópolis hispanas tardo-antiguas son excepcionales, hallándose una sonda idéntica en Deza (Soria) y otra en Herrera de Pisuerga (Palencia).

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alfileres: se han hallado cuatro alfileres para sujetar el pelo, uno en cobre (tumba 7) y tres de hierro (tumbas 32, 50 y 148). Son objetos frecuentemente documentados en necrópolis de este período y asociados tanto a tumbas masculinas como femeninas; con una amplia cronología desde época romana hasta final de la tardo-antigüedad.

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asas o grapas: se localizaron dos (tumbas 70 y 97) y pertenecerían probablemente a un ataúd o parihuela; no son elementos que proporcionen una cronología relativa significativa.

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clavos: en total son 515 los clavos de hierro hallados en Cacera de las Ranas en 83 sepulturas (un 58,04%) y su presencia está ligada a la inhumación de los cadáveres en ataúdes o parihuelas. Su abundancia en esta necrópolis madrileña contrasta con lo constatado en otras peninsulares, explicándose este hecho por la proximidad de una gravera, obligando a enterrar en ataúdes o parihuelas para preservar los cadáveres de la humedad.

Del total de las 145 tumbas inventariadas (dejando aparte las cinco que fueron saqueadas con detectores de metales), 64 contenían materiales en su interior (44,13%); 51 sepulturas presentaban ‘objetos de adorno personal’ (35’17%) y 30 ‘objetos de uso personal’ (20,69%). De entre todas ellas, hemos seleccionado tres inhumaciones que nos parecen relevantes en el marco de la línea argumental que venimos postulando en este capítulo y, por lo tanto, con una significación de tipo cronológico e interpretativo frente a la tradicional ‘tesis visigotista’.

   

 

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Tumba 24 (Fig. 166): se trata de una fosa de planta paralelográmica en la que se depositó el cadáver sobre una parihuela o ataúd de madera, del que se recuperaron 12 clavos de hierro. El individuo era de género masculino y estaba en posición de decúbito supino. Entre los ‘objetos de uso y adorno personal’ se documentaron un anillo en bronce; restos de una cartuchera o cartera de cuero a la altura del pecho, en el costado izquierdo del individuo; una hebilla de correaje plana en latón; siete remaches dobles de latón; una pequeña hebilla rectangular plana en latón; dos apliques o pasadores de cinturón en bronce; otro aplique o pasador de cinturón en bronce; cuatro remaches (dos de bronce y dos de latón); una hebilla de cinturón de latón; una sonda de oído en latón (hallada dentro de una cajita de madera); un cuchillo de hierro; un remache zoomorfo de bronce, que asemeja la cabeza de un animal (quizás un caballo); una hebilla de cartera en bronce con una inscripción en el anverso (EXOFI / CINA / NEPOT / IANI); y, por último, una medio centenal de Constancio II (330331).

Fig. 166. Tumba 24 de Cacera de las Ranas (Aranjuez, Madrid) (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 51).

   

 

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Fig. 167. Anillos, remaches y apliques de la tumba 24 de Cacera de las Ranas (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 56).

Tumba 54 (Fig. 168) se trata de una fosa de planta trapezoidal cubierta con lajas de yeso, que contenía bastantes restos de madera en su interior y 17 clavos de hierro. La tumba cortaba un silo o basurero de época calcolítica. El individuo estaba en posición de decúbito supino, con los brazos pegados a los costados y la cabeza ligeramente inclinada a su derecha. Entre los ‘objetos de uso y adorno personal’ se hallaron: una hebilla de cinturón o correaje (hebilla de cobre y aguja de bronce), sobre la pelvis del individuo; y un broche de cinturón de placa hemicircular en bronce (Fig. 163).

   

 

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Fig. 168. Tumba 54 de Cacera de las Ranas (ARDANAZ ARRANZ, 2000, 97).

4. 2. 2. ‘Gózquez de Arriba’ (Madrid). La necrópolis de ‘Gózquez de Arriba’ (San Martín de la Vega, Madrid), se inscribe en un asentamiento con una superficie aproximada de 10 Ha. entorno a la vega del río Gózquez, afluente del Jarama, relacionada con un hábitat rural de carácter aldeano bien conocido y que constituye uno de los ejemplos paradigmáticos para el conjunto de la Península de este tipo de núcleos habitacionales en época tardo-antigua (VIGIL ESCALERA, 2005, 2006a, 2006b, 2007; LÓPEZ QUIROGA, 2009). El área funeraria de ‘Gózquez de Arriba’ se localiza en la ladera nororiental del poblado, con una extensión

   

 

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aproximada de media hectárea. En la excavación se han podido documentar 356 sepulturas, aunque pudiera ser algo más extensa, calculándose que originariamente podría tener unas 450 tumbas (CONTRERAS MARTÍNEZFERNÁNDEZ UGALDE, 2006a, 2006b) (Fig. 169).

  Fig. 169. Plano de la necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006b).

Un elemento significativo es el hecho de que el área funeraria estuviese claramente delimitada desde el momento en el que se configura el poblado. El conjunto de enterramientos muestra una orientación homogénea Este-Oeste o Noreste-Suroeste, dejando espacios internos de circulación dentro del propio cementerio y dando, por lo tanto, una sensación de organización interna. En Gózquez se ha documentado una rica y variada tipología de enterramientos, a alguno de los cuales hemos hecho referencia anteriormente, singular dentro del panorama peninsular para época tardo-antigua. Fijándose en la sección de las tumbas se diferencian tres tipos:

   

 

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De sección simple (Fig. 170): sin elementos constructivos, aproximadamente el 50% del total; con lápida como elemento de cubrición; con lápida y paredes recubiertas de lajas; infantiles con cubierta y/o base de teja curva.

Fig. 170. Enterramiento de ‘sección simple’ de dos adultos en la necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006b, 287, Fig. 11).

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Con rebaje lateral (Fig. 171): simple, entre 15 y 25 cm., con rebaje lateral simple y lápida; con rebaje lateral simple, lápida y paredes recubiertas de lajas; con rebaje lateral profundo, entre 50 y 70 cm. por debajo del suelo natural, siendo el tipo más elaborado del conjunto de tumbas de Gózquez y las que evidencian una mayor reutilización (con tres subtipos: rebaje lateral profundo y lápida; rebaje lateral profundo, lápida y paredes cubiertas; rebaje lateral profundo y estructura superior de mampostería _sin paralelos para la Península Ibérica en lo que respecta a esta cronología y tipología_).

   

 

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Fig. 171. Tumba con rebaje lateral profundo necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006b, 284, Fig.6).

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De nicho lateral (Fig.): constituyen, sin duda, la singularidad en cuanto a tipología de enterramientos de Gózquez para este período, como ya hemos indicado, puesto que aparentemente se trata de una fosa simple pero con la particularidad de que se construye un nicho lateral (uno doble: Fig. 175 y 9 simples) en las paredes de la tumba (vid. supra).

Se considera un uso temporal del cementerio durante algo más de dos siglos (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006a, 2006b), aunque, en nuestra opinión, el área funeraria podría estar funcionando desde, al menos, mediados del siglo V. De las 247 tumbas excavadas y teniendo en cuenta las reutilizaciones (Fig. 172) podríamos estar hablando de una población entorno a 640/650 individuos.

Fig. 172. Enterramiento con reducción a los pies de la necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006b, 287, Fig. 12).

   

 

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Solo dos del total de las 247 tumbas excavadas se construyeron intencionalmente para albergar a más de un individuo, las tumbas 112 y 110 (precisamente la que conforma el tipo de nicho lateral doble), conteniendo ambas elementos de vestimenta personal de especial relevancia en el conjunto del área funeraria. Casi todos los enterramientos contienen elementos de vestimenta personal, diferenciando sus excavadores entre: -

Elementos de adorno personal (Fig. 173 y 174): Conforman un conjunto de anillos, pendientes, pulseras y collares, de clara tipología hispanoromana, documentándose en aquellas tumbas con elementos de vestimenta (pero sin ajuar cerámico), en asociación con broches de cinturón de placa rectangular con cabujones y fíbulas de arco trilaminares.

Fig. 173. Elementos de adorno personal asociados a la ‘Fase I’ de la necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006b, 287, Fig. 13)

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Elementos de vestimenta (Fig. 173 y 174): Constituyen el grupo más numeroso y entre ellos los conocidos como de placa rígida con cabujones, además de las fíbulas, tanto las de tradición romana, como las de omega, como las características de arco trilaminares, estando ausentes las discoidales y las aquiliformes, además de hebillas de cinturón, correajes, apliques y hebijones. No se documentan en

   

 

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Gózquez, a excepción del único ejemplar hallado en el área habitacional, broches de cinturón de tipo liriforme.

Fig. 174. Elementos de adorno personal asociados a la ‘Fase II’ de la necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006b, 288, Fig. 14).

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Elementos de uso personal: La presencia de cuchillos, de claro uso doméstico, es frecuente en las tumbas de Gózquez, asociados generalmente a hebillas y apliques.

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Objetos de ajuar u ofrenda: Sólo se han localizado en dos tumbas, en la 206 y la 230, pertenecientes a la última fase del poblado (segunda mitad del siglo VII y principios del VIII), tratándose en un caso de una olla de cuerpo globular perteneciente al tipo TL2 y en otro de una jarrita piriforme de pasta anaranjada y torno rápido.

La cronología del cementerio, en función de los datos conocidos puesto que carecemos de una publicación de conjunto y sistemática del mismo, se sitúa entre los siglos VI y VIII (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006a, 2006b). Obviamente, la tipología de los materiales (establecida en función de la seriación elaborada por Ripoll: RIPOLL, 1986) constituye el argumento principal que sustenta esa secuencia temporal coincidente con la

   

 

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supuesta llegada e instalación de los Godos en la Meseta castellana a comienzos del siglo VI. En nuestra opinión, y como ya hemos argumentado, no es posible establecer una relación de causa-efecto entre la supuesta inmigración masiva goda a la Península y el comienzo de las conocidas como ‘necrópolis visigodas’ de la Meseta. Por otra parte, la presencia de determinados elementos de vestimenta personal como el par de fíbulas trilaminares (asociadas generalmente a broches de cinturón de placa rígida con cabujones), permiten apuntar una cronología más temprana para Gózquez desde, al menos, mediados del siglo V. Se trate o no de Godos (puesto que su presencia a lo largo de todo el siglo V está bien atestiguada por las fuentes), la mayoría de los individuos inhumados en Gózquez evidencian un ritual y usos funerarios ajenos a la tradición local hispano-romana. Reiteremos, una vez más, los límites de la arqueología en lo que respecta a las cuestiones de ‘identidad étnica’ y, en definitiva, lo irrelevante, en la investigación actual, de una problemática a todas luces trasnochada.

Fig. 175. Enterramiento doble necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ-FERNÁNDEZ UGALDE, 2006b, 286, Fig. 10).

   

 

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4. 2. 3. Tinto Juan de La Cruz (Madrid). Al siglo VI pertenece también, por ejemplo, la necrópolis de 80 tumbas excavada en 1992 (con excepción de dos tumbas en 1991) en el yacimiento madrileño de Tinto Juan de la Cruz (Pinto) (Fig. 176) ubicada en la mitad sur de la parte central de una villa tardo-romana, constituyendo la última fase de ocupación de este asentamiento. La orientación de las tumbas, con excepción de algunos enterramientos infantiles, es hacia el Este. Aunque se han excavado 80 tumbas es de suponer que la necrópolis fuese más extensa, habiendo sido arrasada una parte de la misma por las labores agrícolas en la zona. En la construcción de las tumbas se utilizaron materiales diversos y, entre ellos, reutilizados de la propia villa tardo-romana (ladrillos, tejas, piedras o fragmentos de opus signinum) como es habitual en este tipo de áreas funerarias tardo-antiguas. Los tipos más característicos en Tinto Juan de la Cruz son tres: en fosa (con o sin cubierta, con túmulo, con cubierta de tejas y ladrillos o lajas de caliza, fosas reaprovechando muros), en cista (con cubierta, con paredes de lajas, de opus signinum, de ladrillo) y en teja (realizados en ímbrices con cubierta de teja o con fondo y cubierta de teja). Se ha documentado el empleo del ataúd en una sepultura y de catafalcos en 21 tumbas, así como algún tipo de señalización externa de las inhumaciones consistente en túmulos de piedra asociados generalmente a las fosas y menos frecuentes en las cistas. Los datos demográficos revelados por el análisis antropológico son sumamente reveladores puesto que sólo el 16% de los enterrados llegó a la adolescencia (esperanza de vida al nacer de 19, 52 años), mientras que el 28% fallecía en el primer año de vida y el 60% en los cuatro primeros años. Datos sobrecogedores que se repiten con cierta frecuencia en otras necrópolis coetáneas de la Meseta central. La población femenina (26’1%) es ligeramente superior a la masculina (23’1%). En lo que respecta a los elementos de vestimenta personal hallados en la necrópolis de Tinto Juan de la Cruz podemos mencionar: -

Hebillas de cinturón (Fig. 176): se han documentado en tres sepulturas (22, 59 y 75) hebillas ovaladas con aguja de base escutiforme, que, tomando como referencia la tipo-cronología de Ripoll, se fechan en la primera mitad del siglo VI (Nivel III), que, según los autores, podrían ser de tradición romana.

   

 

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Broches de cinturón (Fig. 176): se han hallado dos broches de cinturón de placa rectangular y de los considerados de ‘tipo visigodo’, uno de ellos en la tumba 63 y otro en la 72. Ambos se consideran piezas pertenecientes a la primera mitad del siglo VI.

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Hebillas de tradición romana (Fig. 176): se han documentado dos hebillas ovaladas con aguja recta (tumbas 27 y 37) y una de tipo rectangular (tumba 27) de la que se ha perdido la aguja.

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Fíbulas: tan sólo se ha encontrado una fíbula9 (tumba 63) (Fig. 176) trilaminar de arco plateada (Blechfibeln) asociada, como es habitual, a un broche de cinturón de placa rectangular y que se fecha en la segunda mitad del siglo V, considerándola además de clara procedencia ‘foránea’.

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Apliques de cinturón: en las tumbas 22 (tres ejemplares) y 75 (dos ejemplares) se han documentado remaches de cinturón escutiformes, que se fechan, por su asociación con las hebillas ovaladas con aguja de base escutiforme, en la primera mitad del siglo VI.

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Botones (Fig. 176): uno en la tumba 75 en bronce en forma de casquete esférico y con una función más decorativa que funcional; otros dos en la tumba 63 con adornos de vidrio.

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Anillos (Fig. 176): uno hallado en la tumba 63 y dos en la tumba 2.

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Pendientes (Fig. 176): documentados en las tumbas 2 (una pareja), 10 (una pareja), 20 (un ejemplar) y 48 (una pareja). Su cronología puede ir desde el siglo IV hasta el VI.

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Cuentas de collar (Fig. 176): un collar en la tumba 2, y gran cantidad de cuentas de collar gallonadas: cinco ejemplares en la tumba 48, dos en la tumba 63, y en la tumba 25 (infantil).

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Otros hallazgos: destaca el hallazgo de una punta de dardo en la tumba 25 (infantil); una pulsera con eslabones de hierro procedente de la tumba 63; un aro de bronce en la tumba 63; anillas de hierro en las tumbas 23 y 27 (infantiles) que se interpretan como cierres de sudarios; gran cantidad de clavos, grapas y alcayatas de hierro en el interior de las

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Se ha hallado un fragmento de aguja en la tumba 76 que probablemente perteneciese también a una fíbula de arco.

   

 

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sepulturas relacionados probablemente con los catafalcos donde irían los cadáveres. Es necesario subrayar, puesto que es un hecho bastante frecuente en este tipo de necrópolis, la ausencia de cerámica como ajuar funerario en el interior de las tumbas. Los autores fechan la necrópolis de Tinto Juan de la Cruz entre el 490 y el 590, durante un siglo aproximadamente, considerándola característica del siglo VI, aunque apuntan que podría tener un origen anterior por la presencia de algunos materiales como las hebillas ovales, la fíbula trilaminar de arco y los pendientes de clara tradición romana (BARROSO et al., 2002, 144). Una vez más, la tipo-cronología elaborada por Ripoll, configurada a partir de las informaciones textuales como fósil director temporal, condiciona la lectura e interpretación de esta área funeraria que ocupa parcialmente un sector de una villa tardo-romana supuestamente abandonada (LÓPEZ QUIROGA, 2009). Resulta evidente que sin la losa de la ‘tesis visigotista’, haciendo abstracción del determinismo marcado por los textos, y a partir de la secuencia temporal que proporciona la lectura estratigráfica de una excavación realizada de forma modélica (además de los elementos de vestimenta personal contenidos en la tumba 63: Fig. 176), nada impide situar el origen del área funeraria en el siglo V e, incluso, en la primera mitad de ese siglo (LÓPEZ QUIROGA, 2009). Estaríamos ante una necrópolis característica de los siglos V y primera mitad del VI, que plantea la coexistencia de ritos y costumbres funerarias de clara tradición hispano-romana con otros de procedencia foránea, como la mayor parte de las necrópolis tardo-antiguas consideradas ‘visigodas’.

   

 

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Fig. 176. Necrópolis de Tinto Juan de la Cruz (Pinto, Madrid). Planta de la villa, necrópolis y materiales asociados. Abajo izquierda: Fíbula trilaminar de latón plateado perteneciente a la mujer inhumada en la tumba 63 (BARROSO CABRERA et al., 2006).

   

 

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4. 2. 4. Loranca (Fuenlabrada, Madrid). El yacimiento de Loranca evidencia una amplísima cronología que abarca desde el s. I d.C. hasta el siglo VII d.C. La última fase de ocupación se corresponde con dos necrópolis visigodas, Loranca A, en la que se han documentado un total de 206 sepulturas (Fig. 177) y Loranca B, con un total de 54 inhumaciones (Fig. 178), excavadas ambas en su totalidad y datadas entre finales del siglo V y principios del VII (OÑATE BAZTÁN et al., e. p.). La distancia entre ambas áreas funerarias es de casi 200 m. y muestran un patrón característico de implantación en relación a vías de comunicación, curso de agua, y red de poblamiento de época romana (en este caso concreto una villa excavada en la localidad de Loranca). En cuanto a la tipología y ritual funerarios de esta necrópolis no se ha evidenciado en la excavación ningún tipo de señalización, que existiría sin duda, dadas las numerosas reutilizaciones, aunque en algunas tumbas se han documentado fragmentos de ladrillos, teja, piedras de cuarcita o yesos que podrían haber realizado esta función. Se han identificado tanto tumbas de fosa, como en cista, para cuya construcción se utilizan piedra calizas y bloques de sílex, así como materiales romanos reutilizados: ladrillos, tejas y algún molino. Se ha podido documentar una prolongada utilización en el tiempo, debido al gran número de sepulturas y las reutilizaciones que hemos encontrado en éstas, con un uso continuado al menos durante todo el S. VI, ya que la gran parte de los materiales encontrados son fechables en esta época. En ambas necrópolis se han documentado numerosos elementos de vestimenta personal tanto en bronce como en pasta vítrea: hebillas de cinturón arriñonadas con aguja escutiforme, hebillas de placa rígida, broches de cinturón de tipo cloissoné, fíbulas, anillos, pendientes, pulseras, remaches escutiformes, cuentas de collar, de pulsera, materiales todos ellos fechados de forma homogénea en el siglo VI. A excepción de dos cuencos de cerámica, documentados en la necrópolis A, que pertenecería a la VII centuria. La relevancia de las dos necrópolis de Loranca, todavía en fase de estudio, se debe al mismo hecho de la existencia de dos áreas funerarias contiguas que se suceden en el tiempo, relacionadas sin duda con un hábitat próximo (como acontece en Gózquez), y cuyo periodo de utilización parecería centrarse en el siglo VI.

   

 

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Fig. 177. Necrópolis A de Loranca (Fuenlabrada, Madrid) (OÑATE BAZTÁN et al., e. p.).

   

 

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Fig. 178. Necrópolis B de Loranca (Fuenlabrada, Madrid) (OÑATE BAZTÁN et al., e. p.).

Lamentablemente, al no estar publicada en su conjunto, no disponemos del elenco completo de tumbas y elementos de vestimenta personal a ellas asociados. Conocemos los materiales de la tumba 146 (Fig. 179) (OÑATE BAZTÁN et al., e. p.), con los restos de un individuo con dos fíbulas de arco de bronce, a la altura del pecho, con cinco apéndices dispuestos radialmente (y bien documentadas en necrópolis de similar cronología), cuatro de ellos en forma de cabeza de águila, que se suelen inscribir en los Niveles II-III de Ripoll (entre el 490 y el 560). A la altura de la cintura se halló un broche de cinturón de placa rectangular de bronce, conformado por una hebilla ovalada y una placa rectangular con cabujones articulada por medio de una charnela soldada al marco, que se situaría en el Nivel II de Ripoll (490-525). A ello se añade una pulsera formada por ocho cuentas perforadas de pasta vítrea. Las necrópolis de Loranca parecen situarse en una cronología claramente del siglo VI y, quizás, hasta las primeras décadas del VII, aunque será necesario esperar a la publicación de los materiales para pronunciarse con mayor claridad.

   

 

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Fig. 179. Tumba 146 de la necrópolis A de Loranca (Fuenlabrada, Madrid), con elementos de vestimenta característicos de los Niveles II-III de Ripoll (OÑATE BAZTÁN et. al., e. p.).

   

 

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4. 2. 5. Carthago Spartaria (Cartagena, Murcia). La necrópolis de Carthago Spartaria se ubica en el sector suroriental de la ciudad, muy cerca del anfiteatro, y en sus fases tardías se desarrollaría entre los siglos V (en su área occidental) y durante el VI y VII (en la zona oriental) (Fig. 180). Las excavaciones realizadas hasta la fecha han permitido documentar una rica y variada tipología de inhumaciones, a la que se suma la existencia de ajuares y elementos de vestimenta personal en el interior de los enterramientos.

Fig. 180. Topografía urbana de Carthago Spartaria (Cartagena, Murcia), en los siglos VIVII, con indicación del área de la necrópolis (VIZCAÍNO SÁNCHEZ-PÉREZ MARTÍN, 2008, 152, Fig. 1).

El sector oriental de la necrópolis se fecha en el siglo VI y es coetáneo con la fase de ocupación bizantina de la ciudad, evidenciando una serie de enterramientos con diversos elementos de vestimenta (pendientes, collares, cuchillos o broches de cinturón) y ajuar funerario (recipientes cerámicos y vítreos). Si bien los pendientes, collares y cuchillos evidencian una amplia cronología que arranca en el mundo tardo-romano, los broches de cinturón

   

 

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permitirían ajustar más el arco temporal de uso de este sector de la necrópolis de Cartagena, juntamente con ciertas formas cerámicas, una inscripción y diversos numismas (cuatro nummi probablemente de una ceca local que funcionaría en época bizantina). Precisamente, uno de los dos broches de cinturón de placa rígida recuperados en esta zona de la necrópolis (Fig. 181) es situado en el nivel V de Ripoll (600/640-710/720). Otro par de broches similares se hallaron también en el área del teatro romano, en lo que se conoce como ‘barrio bizantino’, situándose en la segunda mitad del siglo VI.

Fig. 181. Broche de cinturón de placa rígida, realizado en bronce fundido y de una sola pieza, con hebilla de de base escutiforme (segunda mitad del siglo VI), de la necrópolis de Cartagena. Se incluye en el nivel IV de Ripoll (segunda mitad avanzada del siglo VI y primeras décadas del VII) (MADRID BALANZA-VIZCAÍNO SÁNCHEZ, 2007, 45, Lámina 5).

No se han hallado fíbulas en este sector de la necrópolis, puesto que la única documentada (de las del tipo de ‘arco o charnela’), hasta la fecha, fue localizada en el interior de un relleno de un vertedero de época bizantina en el entorno del aditus oriental del teatro de Cartagena (vid. supra Fig. 109) (VIZCAÍNO SÁNCHEZ, 2007, 23, Fig. 5). La presencia de cuchillos en algunas tumbas, se considera como un elemento de ajuar funerario más que como de vestimenta personal y constituye una singularidad en el conjunto de necrópolis del sureste peninsular.

   

 

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La tipología de las inhumaciones, en este sector oriental, es mayoritariamente de fosas en tierra, con o sin revestimientos laterales, y cubierta de lajas de arenisca, como en la tumba 11000-27 (Fig. 182); documentándose también algunas realizadas con estructuras de mampostería y con elementos arquitectónicos reaprovechados. Las reutilizaciones de las sepulturas son numerosas y frecuentes (Fig. 182), evidenciando un uso probablemente de carácter familiar de las mismas.

Fig. 182. Tumba 11000-27 del sector oriental de la necrópolis de Cartagena. La tumba, realizada en una fosa simple, aprovecha un muro de época alto-imperial Izquierda: cubierta de la sepultura con lajas de arenisca; Derecha: Inhumación múltiple en el interior de la sepultura (dos individuos adultos y otro joven). En el interior de la tumba se documentaron cuatro fragmentos de hierro que integrarían una lámina de cuchillo de un solo filo, conformando una variante del ‘tipo Simancas’ (MADRID BALANZA-VIZCAÍNO SÁNCHEZ, 2007, 42, Láminas 1 y 2).

En este sector oriental los ajuares funerarios son predominantes sobre los elementos de vestimenta personal, al contrario que en la otra zona, con algunas diferencias en la tipología por lo que respecta a los broches de cinturón y la ausencia de anillos y brazaletes, junto al escaso número de collares completos (tan sólo tres) y la particularidad de haberse documentado una cuenta de collar de cristal de roca con forma de lágrima. Destaca también el hallazgo, en una inhumación correspondiente a una mujer de avanzada edad, de una garra de felino (junto con algunas cuentas de collar a la altura del pecho), que podría haber ejercido la función de amuleto.

   

 

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En lo que respecta al sector occidental se constatan los mismos tipos de inhumación que en el área precedente y algunas particularidades como las tumbas que reutilizan tegulae como cubrición, caso de la tumba infantil 3400034 (Fig. 183)10.

Fig. 183. Tumba de la necrópolis de Cartagena: Izquierda: cubierta de la sepultura con tegulae rectangulares; Derecha: Interior de la sepultura con inhumación infantil múltiple (MADRID BALANZA-VIZCAÍNO SÁNCHEZ, 2007, 76, Láminas 27 y 28).

La existencia de ataúdes, por la presencia de algunos clavos en el interior de las tumbas, así como de rituales vinculados a los banquetes funerarios, son rasgos diferenciales, más de un punto de vista cualitativo que cuantitativo, respecto al sector oriental de la necrópolis de Cartagena. La proximidad de esta zona oriental al área urbana de época tardía, así como la presencia de ciertos ritos y costumbres, como hemos indicado, más vinculados al mundo tardo-romano, al igual que los materiales cerámicos, evidencian una cronología originaria más temprana que al del sector oriental y que se situaría en el siglo V, aunque en sus fases finales coincidirían ambas áreas funerarias, como así lo indica el hallazgo de un numisma procedente de una ceca local y localizada en un vertedero.

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Se trata, no obstante, de una excepción en esta necrópolis y no es extraño que este tipo de cubrición, ampliamente documentada en el mundo funerario tardo-antiguo hispano, se reserve en esta ocasión a una sepultura infantil que contenía un collar y un brazalete de bronce.

   

 

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La abundancia de collares (así como anillos, brazaletes y una aguja), de gran calidad y que triplican los documentados en el sector oriental, es otra de las características que singularizan el sector occidental de esta necrópolis urbana, siendo su filiación y tradición romana evidentes (Fig. 184).

Fig. 184. Collares documentados en la necrópolis oriental de Carthago Spartaria (Cartagena, Murcia) (MADRID BALANZA-VIZCAÍNO SÁNCHEZ, 2007).

   

 

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No en todas las inhumaciones femeninas se da una asociación entre pendientes, brazaletes (exclusivos de este sector de la necrópolis, dos de bronce y uno de hierro) y collares (como es el caso de las tumbas 34000-42 y 32000-45 _esta última además con una aguja_), puesto que lo normal es la presencia de solo collares o pendientes. Es característico el empleo de cuentas de collar de ámbar en los enterramientos infantiles, con un claro carácter de amuleto en individuos de corta edad, como es característico del mundo funerario tardo-romano. Las cuentas de collar localizadas en este sector occidental de la necrópolis muestran una gran variedad de formas (Fig. 184) y pudieron ser el resultado de un comercio a larga distancia, evidenciado igualmente en otras áreas del mediterráneo. Las cuentas documentadas se fabrican en materiales como el ámbar, resinas, pasta vítrea, roca ornamental o hueso. En definitiva, la necrópolis de Carthago Spartaria con un arco cronológico entre los siglos V y VII evidencia uno de los conjuntos funerarios más significativos del sureste peninsular. Resulta significativa la existencia de diferencias, en lo que a ritos y costumbres funerarias se refiere, entre los dos sectores de la necrópolis. Estamos ante un área funeraria de clara tradición tardo-romana (muy elocuente es el hallazgo, en el sector oriental, de cuchillos de una variante del ‘tipo Simancas’ _ciertamente lejos del valle del Duero_), en la que la presencia de inhumaciones con algunos elementos de vestimenta personal (con ausencia de fíbulas) no permite, en absoluto, hablar de una población de procedencia foránea vinculada al contingente poblacional godo. No olvidemos que bizantino es sinónimo de romano tardo-antiguo, y como es evidente el mundo romano está omnipresente en toda la necrópolis.

   

 

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4. 2. 6. Aldaieta (Álava, País Vasco). Aldaieta, constituye un ejemplo de la presencia de ritos y costumbres funerarias ajenas a la tradición local hispano-romana e interpretados inicialmente como asociados a grupos de ‘vascones’ (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1993) y, posteriormente, considerados de tradición ‘foránea’ y concretamente vinculados al horizonte cultural ‘franco’ (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999), cuestiones sobre las que volveremos más adelante. La necrópolis tardo-antigua de Aldaieta se ubica en el valle del Ubarrundia, un corredor natural delimitado, al nordeste, por la sierra de Elguea que lo separa de Gupúzcoa y, al suroeste, por los montes de Guevara y Aldaia que lo diferencian de la llanada alavesa. Una topografía que le otorga un alto valor estratégico como zona natural de paso hacia los valles cantábricos y hacia Navarra y los Pirineos. La necrópolis fue descubierta en Julio de 1987, realizándose una intervención de urgencia en ese mismo año y en 1988, momento en el que se efectuaron las primeras prospecciones sistemáticas con el objeto de delimitar la extensión del yacimiento y su estado de conservación. En 1989 tuvieron lugar dos sondeos que confirmaron la conservación parcial del área funeraria cubierta por un sotobosque de densa vegetación. La excavación arqueológica propiamente dicha, tuvo lugar entre 1990 y 1993, empleando el sistema de ‘open area’ y no el registro por unidades estratigráficas (método HARRIS) que viene siendo utilizado actualmente en cualquier intervención de este tipo11, que por la propia configuración estratigráfica del yacimiento que la hace bastante homogénea, siendo posible aplicar un método de registro por niveles artificiales o planos, indicando la posición tridimensional de las evidencias materiales. Contamos, actualmente, con la publicación del conjunto de inhumaciones con los materiales asociadas a las mismas, en lo que constituye una publicación modélica y de referencia por lo sistemático y detallado de la información proporcionada. No contamos, sin embargo, con el estudio e interpretación de la necrópolis y sus materiales. Por ello, precisamente, nos limitaremos a destacar algunos de los enterramientos más relevantes, en función del criterio de análisis explicitado en                                                                                                                         11

Algo que, además, consideramos muy acertado y sensato puesto que como el propio responsable de la excavación indica: “el procedimiento de excavación debe considerarse como una cuestión abierta y sujeta a modificaciones en virtud de las circunstancias específicas del lugar a investigar” (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 35).

   

 

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la introducción de este capítulo, y ha realizar unas breves consideraciones sobre la importancia y significado de esta necrópolis. El yacimiento, y por lo tanto la necrópolis, se ha dividido en dos sectores: el sector A, sometido a las subidas y bajadas de las cotas del embalse artificial que afectaba significativamente al estado de conservación de las inhumaciones; el sector B, el grueso de la necrópolis, es el de la zona de ‘bosque’, fuera del alcance de las crecidas y bajadas del nivel del embalse. Tumba A 9 Contenía un individuo, probablemente masculino, en posición de decúbito supino, con brazos y piernas extendidas, orientado Oeste-Este (Fig. 185). En el interior de la tumba A 9 se han documentado elementos de vestimenta y ajuar funerario que hacen de esta inhumación una de las más interesantes de esta zona del yacimiento (sector A).

Fig. 185. Individuo adulto masculino correspondiente a la tumba A 9 de Aldaieta, en posición de decúbito supino con brazos y piernas extendidas (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 121).  

Estos materiales son: un hacha de hierro con pala estrecha en su cuerpo y desarrollada en su filo, depositada junto al húmero derecho del individuo (Fig. 187); una punta de lanza de hierro con hoja de sección losángica, casi

   

 

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cuadrada, fracturada en su extremo (Fig. 187), junto con cuatro fragmentos de hierro correspondientes al cubo de una punta de lanza de sección semicircular, ambos elementos hallados igualmente junto al húmero derecho; una hebilla y aguja de cinturón en bronce. La primera, de forma circular con sección oval y eje circular adelgazado en su centro; la segunda, de base escutiforme y sección rectangular; dos apliques de bronce: uno con base escutiforme, remate triangular y sección rectangular, conservando, en el reverso, elementos de fijación; otro en forma de aro, liso y de sección rectangular, presentado dos pequeños apéndices, casi desaparecidos, en el reverso; una empuñadura en asta de cérvido, con forma de prisma hexagonal curvado en un extremo, decorado con series longitudinales de círculos incisos (Fig. 186); una lasca de sílex amarillento con manchas marrones; una orza cerámica, probablemente globular, en estado muy fragmentario; tres piezas dentales de ganado vacuno (Fig. 186); varios fragmentos de hierro; un objeto indeterminado fraccionado de forma alargada (Fig. 186); una tachuela y diecinueve clavos.

Fig. 186. Elementos de vestimenta y depósito funerario de la tumba A9 de Aldaieta: izquierda: empuñadura de asta de cérvido; derecha: tres piezas dentales de vacuno y varios fragmentos de hierro (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 128, Fig. 79; 129, Fig. 80).

   

 

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Fig. 187. Depósito funerario de la tumba A9 de Aldaieta: izquierda: hacha de hierro; derecha: punta de lanza de hierro (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 124, Fig. 75; 125, Fig. 77).

Tumba B 13 Individuo adulto masculino en posición de decúbito supino con las extremidades superiores extendidas a lo largo del cuerpo y cabeza caída hacia su derecha, orientado Oeste-Este. Evidencia un rico ajuar y depósito funerario localizado íntegramente a sus pies: una punta de lanza; una pequeña orza globular; un cuenco de bronce y un vasito de vidrio; además de una veintena de clavos. Tumba B 18 Individuo adulto, muy afectado por las raíces de un árbol, en posición de decúbito supino, con su brazo derecho cruzado sobre la pelvis y el izquierdo extendido, del mismo modo que sus piernas y cabeza reclinada sobre su costado izquierdo. El depósito y ajuar funerario se compone de: un hacha depositada en la derecha de su pelvis; un anillo de bronce; una guarnición de cinturón formada por un broche de placa articulada de bronce; el refuerzo de un casco de cuero; 115 tachuelas de calzado; un gancho de hierro; una pequeña

   

 

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orza cerámica muy deteriorada y colocada bajo sus pies; un fragmento de diente perteneciente a ganado vacuno; además de algunos clavos de la caja que contenía el cadáver. Tumba B 62 Individuo adulto, en muy mal estado de conservación, posición de decúbito supino con sus extremidades extendidas y orientación suroeste-noreste. Contiene la tumba un importante ajuar y depósito funerario: un hacha de hierro, con pala estilizada, filo muy desarrollado y talón largo con acanaladura en su interior, sobre la tibia izquierda; dos grandes puntas de lanza de hierro, sobre la tibia derecha, con hoja lanceolada de sección losángica y cubo troncónico cerrado en su base (en una de ellas y en la base presenta dos apéndices laterales curvos); un scramasax de hierro, sobre la pelvis, compuesto por una hoja de dorso recto y filo curvo en progresión decreciente desde su base, conservando restos de la funda (al que se asocian dos cuchillos, uno sobre cada cara del filo); una guarnición de cinturón en bronce formada por: una hebilla arriñonada de bronce (de sección oval en su reborde interior biselado y eje circular), un hebijón en bronce, con base escutiforme y aguja semicircular muy curvada; un hebijón aislado, también de bronce, compuesto por una base escutiforme y una aguja apuntada ligeramente ncursada; dos apliques en bronce: uno de ellos formado por tres cuerpos bien diferenciados (central de forma trapecial, otro semicircular y baquetonado en su base y decoración incisa en su interior, y uno rectangular, escotado en sus lados cortos, dentado en el extremo libre y baquetonado en el otro; el otro aplique está conformado por una placa central rectangular, escotada en sus lados cortos y baquetonada en los largos y perfil arqueado; un fragmento óseo calcinado, de forma irregular y con incisiones en palmeta; un cabujón de pasta vítrea azul con veteados blancos, una cara plana y la otra convexa; 44 cuentas de collar de ámbar; un canino superior derecho de oso pardo, en el que destaca una grieta postmortem, con cinco cuentas de ámbar (tres de ellas de forma prismática triangular); un cuenco completo de bronce entre las piernas, depositado boca abajo, de borde horizontal vuelto hacia el exterior, panza recta vertical y fondo convexo sin pie, encontrándose el borde decorado con una línea de perlas que lo recorre por completo; este cuenco ocultaba un vaso de vidrio completo, de perfil troncónico, muy abierto, muy abierto, fondo umbado y borde vertical muy engrosado; a lo que se añaden 11 clavos del ataúd.

   

 

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Tumba B 76 Individuo adulto masculino, en posición de decúbito supino, estando sus extremidades conservadas extendidas a lo largo del cuerpo, con la cabeza mirando al frente y orientación suroeste-noreste. El interior de la tumba evidenció los siguientes objetos: un hacha de hierro situada en la izquierda de su cabeza, caracterizada por una pala de líneas poco marcadas, filo de escaso desarrollo, talón corto y ancho y con escotaduras laterales; un anillo de bronce conformado por un aro liso de sección ovalada, con un ensanchamiento superior en el que destaca una pequeña incisión central; doce tachuelas de hierro, con punta de sección cuadrada y cabeza piramidal; un colgante realizado con un diente (incisivo inferior lacteal) de ganado porcino; un vasito de vidrio completo a los pies, de perfil troncónico, muy abierto, fondo umbado y borde recto; y siete clavos de hierro que formarían parte del ataúd. Tumba B 87 Individuo adulto, en posición de decúbito supino, con la cabeza recostada hacia la derecha, extremidades extendidas y orientación oeste-suroeste-este-noreste (Fig. 188).

Fig. 188. Individuo adulto masculino correspondiente a la tumba B 87 de Aldaieta, en posición de decúbito supino (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 402, Fig. 308).

   

 

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Los elementos de vestimenta personal y ajuar funerario documentados son: un hacha de hierro, depositada junto a su rótula derecha, con una pala de líneas convexas, desarrollada en su filo, talón delimitado hacia el interior por pequeños apéndices (que protegían el mango) (Fig. 189); dos cuchillos de hierro: uno del que solo se conserva la hoja, de dorso y filo recto ligeramente curvado en el extremo apuntado (Fig. 190); otro con hoja fracturada en la punta de dorso arqueado y filo curvo en progresión decreciente desde su arranque, presentado la empuñadura una espiga apuntada que arranca simétricamente desde la base de la hoja, realizando un pequeño quiebro junto al filo (Fig. 190); una hebilla de cinturón de hierro arriñonada, con sección elíptica (Fig. 190); una guarnición de cinturón completa, en bronce, compuesta por una hebilla circular de sección elíptica, su eje, circular, aún conserva engarzado un hebijón con base escutiforme y aguja de sección semicircular, muy curvada (Fig. 190); tres apliques de bronce simple con base escutiforme y remate triangular; un fragmento de lámina de sílex rojizo, cuyo lateral izquierdo presenta una zona con retoque simple y continuo (Fig. 190); 25 tachuelas; una parte de la armadura metálica de un cubo de madera (Fig. 191); un objeto indeterminado de hierro (Fig. 190); y 12 clavos del ataúd.

Fig. 189. Hacha de hierro que forma parte del depósito funerario de la tumba B 87 (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 405, Fig. 309; 406, Fig. 310).

   

 

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Fig. 190. Elementos de vestimenta y depósito funerario de la tumba B 87: cuchillos de hierro, hebilla de cinturón, guarnición de cinturón, apliques de bronce, fragmento de lámina de sílex y tachuelas (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 408, Fig. 311, 409, Fig. 312).

Fig. 191. Armadura metálica de un cubo de madera hallada en la tumba B 87 de Aldaieta (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 410, Fig. 313).

   

 

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Tumba B 89 Restos de un individuo en muy mal estado de conservación, en posición de decúbito supino, con sus brazos ligeramente flexionados sobre la pelvis, orientación suroeste-noreste. Entre los elementos de vestimenta y ajuar funerario hay que mencionar: dos ejemplares de punta de lanza de hierro, junto a la pierna derecha del individuo: una con hoja lanceolada de gran desarrollo y sección losángica, cubo troncónico que conserva dos apéndices laterales curvos; otra de sección losángica y cubo también troncónico abierto en toda su longitud; un scramasax de hierro, también junto a la pierna derecha y la empuñadura orientada hacia los pies, de gran tamaño, con hoja delimitada por un dorso y filo recto, éste último apuntado en su extremo distal; un cuhillo de hierro, con hoja de deficiente estado de conservación, la espiga de la empuñadura, apuntada, arrancaría simétricamente desde la base de la hoja, en la que destaca un remache circular para la cacha; 33 clavos que pertenecerían al ataúd. Tumbas B 93-94 De la inhumación anterior (tumba 93) se han recuperado muy pocos elementos óseos, aunque parecería tratarse de una mujer, no siendo posible determinar su posición anatómica, y la orientación (paralela a la tumba 94), sería noroestesureste. El individuo de la tumba 94 es un adulto, en posición de decúbito supino, cabeza inclinada hacia su costado derecho y extremidades superiores ligeramente cruzadas sobre la pelvis, con orientación (perpendicular al resto de inhumaciones de su grupo) noroeste-sureste (Fig. 192).

Fig. 192. Individuo correspondiente a las tumba 94 de Aldaieta y restos del perteneciente a la tumba 93 (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 452, Fig. 346).

   

 

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Los elementos de vestimenta y ajuar funerario que se atribuyen a la tumba 94 son: dos puntas de lanza de hierro, una con hoja piramidal de sección cuadrada y cubo troncónico fracturado y abierto en su mitad inferior, la otra, con hoja lanceolada de sección losángica y cubo troncónico abierto en la mitad inferior de considerable longitud (Fig. 193); un broche de cinturón, en bronce, de placa rígida y hebijón de base escutiforme, placa con perfiles laterales y arista central organizando el dorso a dos aguas; un objeto de plata en forma de cruz resarcelada, formada por dos brazos unidos en su centro a través de un pequeño remache, junto con una chapita de bronce de forma circular y sección rectangular (Fig. 193); un anillo de sección rectangular, sin decoración y una sortija de bronce, de sección circular; dos tachuelas de hierro de sección cuadrada; un cabujón de pasta vítrea azul con una cara plana y la otra convexa; una cuenta de ámbar de forma prismático-triangular con perforación vertical (Fig. 194). Los materiales que no han podido ser adscritos con seguridad a ninguno de los dos individuos inhumados son: un cuchillo de hierro, con hoja lanceolada y espiga apuntada que arranca desde el centro del eje axial; un aplique en bronce, de base escutiforme y vástago trapezoidal, sección rectangular de perfil arqueado (Fig. 194).

Fig. 193. Elementos de vestimenta y depósito funerario de las tumbas B 93 y 94 de Aldaieta: izquierda: dos puntas de lanza de hierro; derecha: broche de cinturón de bronce con placa rígida y hebijón de base escutiforme (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 455, Fig. 348; 457, Fig. 349).

   

 

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Fig. 194. Elementos de vestimenta y depósito funerario de las tumbas B 93 y 94 de Aldaieta: izquierda: anillo, sortija de bronce, tachuelas de hierro, cabujón de pasta vítrea y cuenta de collar de ámbar; derecha: cuchillo de hierro y aplique de bronce (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 458, Fig. 350; 459, Fig. 351).

Tumba B 95 Individuo adulto, en posición de decúbito supino, extremidades superiores extendidas a lo largo del cuerpo y cabeza caída hacia su izquierda, orientación oeste-suroeste-este-noreste. Los elementos de vestimenta y ajuar funerario son: una punta de lanza, de hierro, con hoja lanceolada de sección losángica y cubo troncónico de gran longitud, abierto en su base; un cuchillo de hierro, en el que la hoja (de filo curvo) y la espiga presentan una misma línea dorsal arqueada; un anillo de bronce abierto conformado como un aro simple, liso y de sección rectangular; un cinturón, situado a lo largo del costado derecho del individuo, compuesto por una hebilla de perfil arriñonado y sección elíptica, sobre ella un hebijón con base escutiforme y aguja de sección semicircula; dos pequeñas hebillas de bronce con sus hebijones, las dos de forma arriñonada, sección elíptica y base escutiforme; seis apliques de bronce simples con base escutiforme y remate triangular; cajita de madera (sujetada por las dos pequeñas hebillas descritas anteriormente) con armadura de bronce; lámina de cresta de sílex blanco, con un retoque simple y continuo en los bordes laterales; 24 tachuelas de hierro de sección y cabeza cuadradas; y 21 clavos de hierro con punta de sección y cabeza cuadradas.

   

 

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Tumba B 97 Individuo adulto en posición de decúbito supino, con la cabeza caída sobre su costado izquierdo y extremidades extendidas, la orientación es suroestenoreste (Fig. 195).

Fig. 195. Izquierda: Individuo correspondiente a la tumba B 97 de Aldaieta en posición de decúbito supino; Derecha: Punta de lanza de hierro (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 472, Fig. 363; 476, Fig. 367).

Entre los elementos de vestimenta y ajuar funerario hay que mencionar: un hacha de hierro, bajo las extremidades inferiores del individuo, conformada por una pala estilizada que alcanza su mayor desarrollo en el filo, con ancho talón prolongado (Fig. 196); una punta de lanza de hierro y gran tamaño, situada a la derecha de las extremidades, con una estilizada hoja de sección losángica y cubo troncónico (Fig. 195); dos cuchillos de hierro, uno con hoja y espiga compartiendo una línea dorsal recta, el otro con hoja lanceoalada fracturada cerca de la punta; empuñadura de bronce y fragmento de la hoja de hierro, quizás de un pequeño puñal (Fig. 197); un broche de cinturón en bronce con su hebilla, formada por una hebilla de perfil arriñonado y sección elíptica, con eje

   

 

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cuadrangular, al que se fija por un gancho un hebijón de base escutiforme y aguja semicircular muy curvada (Fig. 197); una hebilla de bronce de pequeño tamaño de tipo arriñonado, sección ovalada y eje circular, junto a un hebijón de líneas cóncavas y mayor longitud que la hebilla (Fig. 197); cuatro apliques de bronce, tres de ellos con base escutiforme y extremo triangular, y otro de tipo esteliforme (Fig. 197); un aro de hierro, liso y de sección circular (Fig. 198); un alfiler de bronce formado por un vástago apuntado de sección circular (Fig. 198); una lasca de sílex blanco (Fig. 198); numerosos fragmentos de un vaso de vidrio soplado muy fragmentado y de color verdoso claro, traslúcido y con abundantes burbujas de tamaño variable; un objeto indeterminado de bronce (Fig. 198); 10 clavos de hierro con punta y sección cuadradas.

Fig. 196. Depósito funerario de la tumba B 97 de Aldaieta: hacha de hierro (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 474, Fig. 365; 475, Fig. 366).

Fig. 197. Elementos de vestimenta y depósito funerario de la tumba B 97 de Aldaieta: izquierda: dos cuchillos de hierro y fragmento de hoja de hierro; derecha: broche de cinturón con hebilla, cuatro apliques de bronce y aro de hierro (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 477, Fig. 368; 478, Fig. 369).

   

 

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Fig. 198. Depósito funerario de la tumba B 97 de Aldaieta: alfiler de bronce, lasca de sílex blanco y clavo (AZKÁRATE GARAI OLAUN, 1999, 480, Fig. 370).

Esta decena de tumbas que hemos seleccionado constituyen una buena y significativa muestra de la importancia de Aldaieta en el conjunto del mundo funerario tardo-antiguo, especialmente de la segunda mitad del siglo VI y primeras décadas del VII, en la Península Ibérica. Varias son las consideraciones que, teniendo en cuenta que falta el estudio e interpretación de los materiales, a la vista de la información que proporciona la necrópolis, pueden hacerse actualmente.

   

 

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En primer lugar, no cabe duda de que podemos hablar del ‘fenómeno Aldaieta’ para el sector circumpirenáico peninsular en la tardo-antigüedad, porque esta necrópolis (como las de Buzaga y Pamplona12) cuestiona muchas, sino todas, las interpretaciones apriorísticas que se venían realizando sobre este período en relación a las consabidas ‘necrópolis visigodas’. En segundo lugar, porque los elementos de vestimenta personal de Aldaieta no se pueden vincular al ‘horizonte cultural godo’, no es una ‘necrópolis visigoda’, en el sentido tradicional del término. Otra cuestión, derivada del hecho anterior, es la de la supuesta ‘facies vasca’, ‘aquitana’ o ‘franca’ de Aldaieta, puesto que no hay posibilidades de determinar el ‘DNI étnico’ de los individuos enterrados en esta zona del valle de Ubarrundia. En efecto, carecemos de referencias, dentro del ámbito vasco, para poder definir esta población como local o autóctona, de la misma forma que todo apunta a unos ritos y costumbres funerarias que no son, en principio, las características de ese momento en el mundo hispano-romano. Puesto que, no lo olvidemos, el sector circumpirenáico peninsular forma parte de Hispania y, en mayor o menor grado, del reino godo de Toledo, que se extiende más allá de los Pirineos. Limitémonos, como hemos indicado al comienzo de este capítulo, a constatar y evidenciar como en el conjunto de la Península coexisten ritos y costumbres funerarias autóctonas y foráneas a partir de comienzos del siglo V y que estas diferencias se mantienen a lo largo del siglo VI y una buena parte del VII. Las necrópolis, prácticamente todas las consideradas como ‘visigodas’ y las que no lo son como Aldaieta, reflejan esta coexistencia de ritos y prácticas funerarias en una misma área funeraria y esto es una evidencia difícilmente cuestionable.

4. 2. 7. Pla de l’Horta (Sarriá del Ter, Girona).                                                                                                                         12

A las que se añadirían otras necrópolis de cronología y características similares como las de Finaga (Basauri, Bizkaia), la de San Pelayo (Álava) y otras cuyos datos se están reinterpretando a la luz de las informaciones proporcionadas por Aldaieta.

   

 

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La necrópolis de Pla de l’Horta, situada aproximadamente a unos 500 m. del casco antiguo de Sarriá del Ter (localidad donde fue documentada una villa romana que muestra una secuencia desde época republicana hasta el siglo V, momento en el que es destruida por un incendio), fue objeto de cuatro campañas de excavación entre 2004 y 2006. Se diferencian dos fases en el área funeraria: una romana (entre los siglos II al V) y una segunda considerada ‘visigoda’ (en el siglo VI), con 79 inhumaciones que evidencian, en palabras de sus excavadores, la ‘primera necrópolis con una mayoría de enterramientos visigodos de la Tarraconense oriental (LLINÀS POL et. al., 2008). La necrópolis se extiende a lo largo de 700 metros cuadrados y quizás pudiese ser más extensa que lo que indicarían las 79 tumbas excavadas, puesto que algunas sepulturas se penetran en el perfil meridional del área de excavación. La necrópolis romana (siglos II al V), sería la correspondiente a la villa localizada en Pla de l’Horta y se configuraba en torno a una gran construcción cuadrangular de unos 5 m. de lado, muy arrasada, y que se identifica con los restos de un monumentum funerario. Alrededor, y en el interior, de este monumento se documentaron 21 enterramientos (16 en cajas de tegulae, dos en piedra y mortero de cal, dos en fosas y un osario), de los cuales cuatro contenían ajuar funerario (dos cuencos y dos jarritas de cerámica común oxidada). La necrópolis del siglo VI (denominada como ‘visigoda’), se compone de 58 enterramientos, orientados este-oeste. De ellos, 30 eran fosas excavadas directamente en el suelo (Fig. 199: izquierda), cinco de las cuales evidenciaban alguna piedra o algún fragmento de tegulae clavado a su alrededor y dos con losas de tapadera. Las otras seis inhumaciones presentaban una fosa delimitada en sus extremos con tegulae (Fig. 199: derecha).

   

 

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Fig. 199. Necrópolis de Pla de l’Horta. Izquierda: Fosa simple en tierra correspondiente a la tumba 66; Derecha: Fosa con los extremos delimitados por tegulae perteneciente a la tumba 29 (LLINÀS POL et. al., 2008, 292, Fig. 3 y 4).

Siete de las sepulturas estaban delimitadas con pequeñas piedras y trozos de tegulae (Fig. 200: izquierda), y solo una de ellas con cubierta de losas. Se documentaron igualmente 16 enterramientos cajas de losas de piedra y/ o cistas (Fig. 200: derecha), conservándose la cubierta en 12 de ellas, también conformada por losas; 9 de estas tumbas no presentaban losas en el fondo. Se localizó también un sarcófago y una tumba en la que la caja estaba realizada con tegulae. Nada diferencia, por lo tanto y en lo que respecta a la tipología de los enterramientos, la necrópolis de Pla de l’Horta de otras áreas funerarias peninsulares del siglo VI, predominando, como es habitual, las fosas simples y las cistas como tipo de inhumación mayoritario. Resulta, cuando menos, curioso constatar el peso de la ‘tesis visigotista’, aún hoy en día y en lo tocante al mundo funerario hispano, puesto que la presencia de una hebilla de cinturón de bronce con la aguja de base escutiforme en la única tumba que conformaba una caja de tegulae (de indudable tipología y filiación tardo-romana), hace que dicha sepultura sea ‘innegablemente visigoda’ (LLINÀS POL et. al., 2008, 292).

   

 

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Fig. 200. Necrópolis de Pla de l’Horta. Izquierda: Fosa delimitada con piedras; Derecha: Cista de grandes lajas de piedra (LLINÀS POL et. al., 2008, 292, Fig. 5 y 6).

De difícil comprobación son las deducciones de una posible jerarquía interna (familiar o de otro tipo) dentro de la necrópolis en función de la ubicación de los tipos de tumba en el seno de la misma. Ignoramos, realmente, si la presencia mayoritaria de fosas simples en los sectores suroeste y norte de la necrópolis y

   

 

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la concentración de las cajas de losas en el sureste, pueda deberse a alguna diferenciación de tipo socio-económico o, quizás, de tipo cronológico. En las 58 tumbas excavadas se recuperaron 49 esqueletos (9 se encontraron vacías), en decúbito supino y uno en decúbito lateral derecho, sin que ninguna de las sepulturas fuera objeto de reutilización, correspondiéndose cada individuo con una única inhumación (40 adultos y 9 infantiles). En lo que respecta a los elementos de vestimenta personal y ajuares funerarios de Pla de l’Horta, en 31 de las tumbas se documentó algún objeto de este tipo, generalmente una única pieza (una hebilla acompañada de pequeños apliques en 4 tumbas, 2 hebillas en nueve tumbas, y botones en 3 sepulturas). Destacan especialmente las hebillas de bronce (27 en 21 enterramientos), la mayoría ovaladas y con aguja de base escutiforme (Fig. 201: izquierda), y dos rectangulares (Fig. 201: derecha), que son consideradas, por sus excavadores, como elementos de clara procedencia ‘foránea’ y, concretamente, de Europa central (LLINÀS POL et. al., 2008, 295).

Fig. 201. Necrópolis de Pla de l’Horta. Izquierda: hebilla de cinturón de bronce ovalada y con aguja de base escutiforme de la tumba 19; derecha: hebilla de cinturón de bronce rectangular de la tumba 47 (LLINÀS POL et. al., 2008, 297, Fig. 16 y 17).

Igualmente se han documentado hebillas de placa rígida en tres enterramientos (tumbas 47, 62 y 72), dos de ellas con espina dorsal, cuerpo de lengüeta rectangular y cuatro lóbulos en los extremos (Fig. 202). Este tipo de hebillas de cinturón se consideran características de la segunda mitad del siglo VI y principios del VII, vinculadas al ámbito longobardo.

   

 

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Fig. 202. Necrópolis de Pla de l’Horta. Izquierda: Hebilla de bronce de placa rígida de la tumba 47; Derecha: hebilla de bronce de placa rígida de la tumba 72 (LLINÀS POL et. al., 2008, 297, Fig. 19 y 20).

Algunas sepulturas presentaban, además, cuentas de collar de pasta vítrea, una ficha de juego de cerámica y cuchillos de hierro (3 en dos tumbas) (Fig. 203).

Fig. 203. ‘Ajuar’ y elementos de vestimenta de la tumba 62 (hebilla de bronce y cuchillos de hierro) (LLINÀS POL et. al., 2008, 294, Fig. 10).

Se han recuperado tan sólo tres fíbulas, todas ellas de arco; una de ellas, la de la tumba 17 (Fig. 204) es una fíbula fundida en bronce del Tipo III, presentando en un extremo una cabeza semicircular o placa de resorte decorada con incisiones radiales y cinco apéndices decorativos, siendo los de los extremos

   

 

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en forma de águila, además de la forma romboidal del enganche con el puente, rematado con seis apéndices de forma circular. Este tipo de fíbulas se fechan en la segunda mitad del siglo VI, considerándolas Ripoll como provenientes de un taller ubicado en el centro de la Península y propia de la ‘vestimenta visigoda’.

Fig. 204. Necrópolis de Pla de l’Horta. Fíbula de arco de bronce de la tumba 17 (LLINÀS POL et. al., 2008, 293, Fig. 13).

Entre el conjunto de sepulturas destacan la tumba 54, en la que se documentó un broche de cinturón de placa rectangular con incrustaciones de pasta vítrea (Fig. 205), junto con una gran fíbula, sobre la pelvis en el lado izquierdo del cadáver, además de una hebilla de hierro, un punzón de bronce con una argolla, un pendiente anular igualmente de bronce y cuentas de collar de pasta vítrea.

Fig. 205. Necrópolis de Pla de l’Horta. Broche de cinturón rectangular, con su hebilla, e incrustaciones de pasta vítrea de la tumba 54 (LLINÀS POL et. al., 2008, 295, Fig. 13).

   

 

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En la tumba 66 el individuo inhumado llevaba, en su lado derecho, un gran cuchillo de hierro en el interior de una vaina, de la que se pudo recuperar el refuerzo de bronce de la punta; se hallaron igualmente dos hebillas de cinturón, un anillo, una placa circular y un botón, todos en hierro, así como otro cuchillo de hierro más pequeño (Fig. 206).

Fig. 206: Necrópolis de Pla de l’Horta. Izquierda: Elementos de vestimenta de la tumba 66 (hebillas, anillo y botón de bronce); Derecha: Gran cuchillo de hierro, otro más pequeño y objeto de hierro perteneciente a la tumba 66 (LLINÀS POL et. al., 2008, 296, Fig. 14 y 15).

Se trata, en definitiva, de una necrópolis claramente del siglo VI, teniendo en cuenta que se desarrolla a partir de y en el seno de un área funeraria tardoromana, de la que se diferencia, fundamentalmente, por la presencia de elementos de vestimenta personal en un número significativo de sepulturas. Son, precisamente, este tipo de materiales los que permiten a sus excavadores dar un terminus post quem a la necrópolis y, concretamente, a la fase ‘no romana’ de la misma, que vendría marcada por la tumba 54 (vid. supra: Fig. 205) que contiene dos elementos diferenciales respecto al conjunto de sepulturas: un broche de cinturón de placa rectangular y una fíbula de arco, siendo el primero de una cronología entre finales del V e inicios del siglo VI y el la segunda, como hemos tenido ocasión de comentar en repetidas ocasiones a lo largo de este estudio, del siglo V. El terminus ante quem sería proporcionado tanto por la fíbula de arco del tipo III (tumba 17: vid. supra, Fig. 204), de la segunda mitad del siglo VI, como, sobre todo, por las tres hebillas de placa

   

 

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rígida (tumbas 47, 62 y 72: Fig. 202), características de la segunda mitad del siglo VI e incluso inicios del VII13. La tipología de los enterramientos, permite hacer una curiosa comparativa entre la pobreza exterior de las sepulturas (las de fosa) y la riqueza interior en lo que a elementos de vestimenta se refiere, mientras que las tumbas más cuidadas exteriormente (las de cista) tendrían una ausencia o escasez, en su interior, de este tipo de materiales. Diferenciación que es interpretada, también, en un sentido cronológico, estableciendo una secuencia temporal entre las más tempranas tumbas en fosa con elementos de vestimenta y las más tardías tumbas en cista con menos o ninguno de estos elementos (LLINÀS POL et. al., 2008, 299). Se interpreta, sin ningún tipo de ambigüedad, que los individuos inhumados en Pla de l’Horta son ‘Visigodos’ y que, como hemos señalado, esta sería la única ‘necrópolis visigoda’ de la Tarraconense oriental14 e, incluso, en todo el levante peninsular que sería, en opinión de los autores, mayoritariamente tardo-romano en lo que respecta al mundo funerario (LLINÀS POL et. al., 2008, 299). Los acontecimientos históricos, como es lógico en esta línea interpretativa, sustentarían esta propuesta interpretativa que considera de origen germánico quiénes se enterraron en Pla de l’Horta en el siglo VI sobre las ruinas, total o parcialmente, de la villa tardo-romana. Más sugerente es el hecho de vincular con el castellum próximo de Sant Julià (objeto de importantes obras de fortificación, precisamente, entre finales del siglo V e inicios del VI), la necrópolis de Pla de l’Horta en un contexto de presencia de tropas godas (o pertenecientes a la federación goda) y, por lo tanto, de carácter militar, como venimos insistiendo a lo largo de este capítulo (LLINÀS POL et. al., 2008, 300301). En todo caso, Pla de l’Horta evidencia, como Aldaieta o Carthago Spartaria, lo forzado de la lectura en clave ‘visigoda’ del conjunto de necrópolis del siglo VI y, desde luego, el sinsentido de la omnipresente búsqueda del ‘DNI étnico’ de los inhumados en estás necrópolis, mucho más tardo-romanas y tardo-antiguas que ‘visigodas’.                                                                                                                         13

En Pla de l’Horta no se han hallado materiales característicos, según la tabla de Ripoll, del siglo VII, como son las hebillas de placa rígida calada o las conocidas como liriformes. 14

Recuerdan los autores que para el conjunto de Cataluña se contabilizan tan solo 19 tumbas (con 12 elementos de vestimenta personal en su interior) correspondientes a cinco yacimientos, que se concentran en Barcelona y Tarragona, lo que singularizaría, aún más, esta necrópolis del siglo VI y la aproximaría al ‘fenómeno funerario’ meseteño.

   

 

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4. 3. Los niveles II y III de Ripoll y la supuesta inmigración Goda a la Península Ibérica. Como hemos tenido ocasión de señalar, y a partir de los elementos de vestimenta personal contenidos en las necrópolis peninsulares, fundamentalmente ‘El Carpio del Tajo’, Gisella Ripoll sitúa dos de sus niveles (el II: 480/90-525; y el III: 527-560/580) (Fig. 75) en el siglo VI, precisamente aquellos que se corresponderían con la mayor presencia cuantitativa y cualitativa de elementos foráneos en las necrópolis hispanas. En efecto, la tabla tipo-cronológica de Ripoll se basa, esencialmente, en identificar los materiales foráneos de ‘tradición visigoda’ y especialmente las fíbulas aquiliformes (presentes en los niveles II y III) (Fig. 209 y 210) y las placas de cinturón con decoración ‘cloisonné’ (Fig. 208 y 209).

Fig. 207. Fíbulas aquiliformes con decoración de almandinas y ‘cloisonnée’ pertenecientes a la necrópolis de Alovera (Guadalajara), nivel II de Ripoll, enmarcables en el ‘horizonte hispano-godo’ (Fotografía Museo Arqueológico Nacional).

El Nivel II de Ripoll (480/90-525) (Fig. 209), para el que se indica que su comienzo podría ser anterior, aunque la autora subraya que ‘no estaría

   

 

demostrado arqueológicamente característicos:

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, presentaría una serie de materiales

- por una parte, materiales de tradición romana, como son las fíbulas de arco y charnela, las fíbulas en omega, las bullae, los pendientes y las pequeñas hebillas con aguja de base escutiforme (Fig. 209: números 9, 10 y 11), las cuales podrían incluso fecharse a comienzos del siglo V (MARTIN, 1991), presentes en la mayor parte de las necrópolis hispanas, como hemos visto en las páginas precedentes. - por otra parte, materiales de tradición foránea, como los broches de cinturón de placa rígida y mosaico de celdillas (Fig. 209: números 1 a 6), las fíbulas con decoración de digitaciones (Fig. 210: números 1 y 2) y las fíbulas aquiliformes tipo ‘cloisonnée’ (Fig. 207 y 208: derecha). Este nivel II, junto con el III, es considerado estrictamente como de ‘época visigoda’, correspondiéndose con Alarico-Amalarico y situándose el tránsito entre ambos niveles hacia el 525.

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A la vista de las evidencias materiales conocidas, hoy podemos afirmar que está arqueológicamente demostrado que la presencia de ritos y costumbres funerarias foráneas, en lo que respecta a los elementos de vestimenta personal, se constata desde principios del siglo V (vid. supra).

   

 

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Fig. 208. Izquierda: Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 8 de la necrópolis de Azuqueca de Henares (Guadalajara) (Fotografía: Museo Arqueológico Nacional); Derecha: Elementos de vestimenta procedentes de ‘La Jarrilla’ (Cáceres) (hallazgo casual). Objetos pertenecientes al nivel II de Ripoll y enmarcables en el ‘horizonte hispano-godo’ (RIPOLL, 1991, 126, Fig. 7).

   

 

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Fig. 209. Nivel II (480/90-525). Elementos de vestimenta personal hallados en necrópolis hispanas (BARROSO CABRERA-LÓPEZ QUIROGA-MORÍN DE PABLOS, 2006).

   

 

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Fig. 210. Nivel III (527-560/580). Elementos de vestimenta personal hallados en necrópolis correspondientes a necrópolis hispanas (BARROSO CABRERA-LÓPEZ QUIROGAMORÍN DE PABLOS, 2006).

   

 

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El Nivel III de Ripoll (527-560/580, hasta los últimos años del reinado de Leovigildo y la llegada al trono de su hijo Recaredo) (Fig. 210), mantiene muchos de los materiales del Nivel II (entre ellos los broches de cinturón pisciformes de tradición romana), aunque con algunas innovaciones características de este momento: fíbulas aquiliformes recortadas sobre láminas de bronce fundidas y ornamentación geométrica realizada a bisel (como en la necrópolis de Cacera de las Ranas, en la segoviana de Madrona o en la de Deza, en Soria: Fig. 211); broches de cinturón con mosaico de celdillas asociados a fíbulas fundidas en bronce; fíbulas circulares; hebillas ovales con agujas de base escutiforme. La presencia en este nivel III tanto de materiales claramente romanos como los que se atribuyen a los ‘Visigodos’ se pone en relación con la práctica de los matrimonios mixtos (RIPOLL, 1991, 114).

Fig. 211. Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 6 de la necrópolis de Deza (Soria), niveles II-III de Ripoll, pertenecientes al ‘horizonte hispanogodo’ (RIPOLL, 1991, 127, Fig. 8).

   

 

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Estos dos Niveles (II y III) (Fig. 209 y 210) finalizarían, según Ripoll, con la llegada de influencias procedentes del Mediterráneo en lo que siempre se ha definido como una fuerte ‘bizantinización’ en lo que respecta a la cultura material en el conjunto de Hispania. Además, como acabamos de señalar, la finalización de la prohibición de los matrimonios mixtos, entre godos e hispanoromanos, junto a un mayor peso e influencia del catolicismo tras la conversión de los Godos con Recaredo hacia el 589, habrían influido notablemente en los cambios que se aprecian en la indumentaria y que se detectan claramente en los Niveles IV y V. Una de las características comunes a estos dos niveles (II y III) sería la de la supuesta presencia de materiales foráneos más claramente identificables (apreciándose ya, no obstante, desde comienzos del siglo V: Nivel I), aunque su estricta atribución étnica al conjunto Godo no deja de ser un reflejo de una estrecha dependencia de la arqueología del relato de las fuentes escritas del momento y de los acontecimientos narrados en las mismas. Como ejemplo de ello, además de la tabla de Ripoll, mencionada en repetidas ocasiones, tenemos la elaborada por Hübener (Fig. 212) (HÜBENER, 1991). Diferencia el autor dos grupos principales, en lo referente a las evidencias arqueológicas de los Visigodos en España: un primer grupo, denominado como ‘facies visigoda’, que vincula a procesos similares constatados en Europa continental y fecha, en función de los textos, entre finales del siglo V y la primera mitad del VI (hasta el 560/570, a lo sumo); un segundo grupo, desde finales del siglo VI, y sobre todo a lo largo del VII, conformado por inhumaciones que presentan tanto cerámicas como broches de cinturón a molde de ‘tipo bizantino’, añadiendo en este grupo, las coronas votivas, las cruces chapadas en oro, los ‘jarritos y patenas hispano-visigodas’ realizados a molde en bronce. Subraya Hübener, como una contradicción aparentemente inexplicable, que la presencia de materiales arqueológicos ‘visigodos’ no se documenta en la Península hasta más de medio siglo después de las referencias textuales sobre la presencia de ‘Visigodos’ en Hispania, cuestionando así la asociación sistemática, característica de la arqueología funeraria de esta época en España, del material contenido en las tumbas con la ‘etnia visigoda’ e insistiendo en el peso de la tradición local hispano-romana y las influencias orientales (HÜBENER, 1991, 133-135).

   

 

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Fig. 212. Tabla de concordancias de Hübner entre el material arqueológico y los datos históricos para la ‘España visigoda’ (HÜBNER, 1991, 137, Fig. 1).

   

 

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Algunos investigadores, más recientemente, hablan de dos horizontes para finales del siglo V y el VI un ‘horizonte Duratón-Madrona’ y un ‘horizonte Carpio del Tajo’, cuestionando la fecha del 480/490 como hito cronológico para el comienzo de las denominadas ‘necrópolis visigodas’ y planteando de esta forma un ‘nuevo modelo metodológico’ (JEPURE, 2006, 258). Un problema esencial, ya señalado en las páginas precedentes, es el de la existencia de ‘hallazgos cerrados’ en las necrópolis excavadas en la primera mitad del siglo XX, aquellas que, precisamente, han sustentado la ‘tesis visigotista’. Jepure subraya, como otros autores han hecho anteriormente, la estrecha dependencia existente entre el análisis e interpretación de los materiales contenidos en estas necrópolis y las informaciones proporcionadas por los textos (JEPURE, 2006, 254-258). Ello lleva a fechar a finales del siglo V y/o comienzos del VI elementos cuya cronología es claramente anterior y concretamente de mediados del siglo V, por ejemplo, el par de ‘fíbulas tipo Smolin’ (nivel D2/3 de Tejral para centro-europa) asociados a los grandes broches de cinturón de placa rectangular de tipo ‘cloisonné’, documentados en Duratón y Madrona (JEPURE, 2006, 259). Estando de acuerdo con Jepure en lo referente a la cronología, puesto que los paralelos con el material europeo, como hemos tenido ocasión de señalar en este trabajo y en otros precedentes, es más que evidente; disentimos, no obstante, en lo tocante a la ‘interpretación étnica’. Es curioso observar cómo las modas, especialmente en el campo de la Arqueología y entre los arqueólogos, condicionan y determinan los análisis e interpretaciones que, aunque hechos con exquisita y rigurosa metodología, no escapan a los vaivenes e influencias de los gustos contemporáneos en vogue. Y, en efecto, actualmente está de moda decir que los ‘Visigodos no existen’, que hablar de ‘Visigodos’ o para ser más rigurosos de Godos, es algo demodé o un déjà vu que lleva a quiénes osan hacer referencia a ello a enfrascarse en las farragosas y despreciables tesis pangermanistas de principios del siglo XX. Como suele suceder, y lamentablemente así seguirá sucediendo, no es, precisamente, el camino más adecuado el de poner al servicio de las modas el sentido común, puesto que ambas cosas no son compatibles.

   

 

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Que existen materiales foráneos, junto con ritos y costumbre funerarias ajenas a la tradición local hispano-romana, desde comienzos del siglo V es algo que la arqueología funeraria peninsular evidencia sin ningún tipo de ambigüedad. Que esa cronología, más temprana que la tradicionalmente señalada, no encaja con la visión tradicional de una supuesta inmigración y asentamiento masivo de Godos en la Península a finales del siglo V y/o comienzos del VI, es igualmente un hecho incuestionable a la luz de las evidencias materiales para el conjunto de Hispania. Ahora bien, deducir, por ello, que no es posible atribuir a la presencia goda los elementos de vestimenta personal contenidos en tumbas correspondientes a las primeras fases de estas necrópolis es, sencillamente, absurdo y fuera de todo sentido común. Sabemos, como hemos visto y así ha sido señalado en repetidas ocasiones por la investigación especializada, que en los siglos IV y V el ejército romano era, esencialmente, bárbaro y con presencia de contingentes poblacionales de ‘germanos occidentales y orientales’ plenamente integrados o asociados temporalmente y ad hoc como tropas mercenarias. Igualmente, es bien conocido el peso e influencia ejercido por la potente y activa ‘confederación goda’ en el siglo V, siendo su papel dentro del Imperio bastante más relevante que el de ser simple comparsa dentro de un sistema imperial, como el romano, en caída libre y, como un insigne medievalista subrayó con gran acierto, en estado de ‘coma prolongado’. Todas estas gentes, que las fuentes denominan genéricamente como ‘Bárbaros’, ‘Germanos’ o con nombres tales como Suevos, Vándalos, Alanos, Godos, etc., conforman, insistimos nuevamente en ello, un conglomerado heterogéneo y multiétnico en constante movimiento, integrando y asimilando continuamente nuevos y muy diversos conjuntos poblacionales. Por lo tanto, el contexto militar asociado o no a la ‘confederación goda’ o a otras gentes procedentes de los Balcanes, de la cuenca renano-danubiana o del Elba, explicaría la presencia, siempre minoritaria respecto a la mayoría hispanoromana, en las necrópolis de inhumaciones que reflejan a través de los materiales hallados en el interior de las tumbas ritos y costumbre funerarias claramente foráneas. El pasaje de la Crónica Caesaraugustana referente a la entrada de contingentes Godos a la Península Ibérica a finales del siglo V y comienzos del VI, es considerado tradicionalmente el terminus post quem que serviría para fechar las necrópolis hispanas con inhumaciones en las que se constataría la

   

 

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presencia de elementos de vestimenta personal asociados a los ‘Visigodos’. Ello ha determinado, y sigue determinando, el análisis e interpretación del mundo funerario hispano del siglo VI puesto que, como hemos tenido ocasión de ver, un número significativo de necrópolis evidencian para ese momento la coexistencia de ritos y costumbres funerarias hispano-romanas y foráneas vinculadas al mundo ‘germánico’ y o ‘bárbaro’. La arqueología funeraria del siglo VI, en el estado actual de la investigación, cuestiona radicalmente no sólo la cronología sino la interpretación de esas necrópolis como ‘visigodas’. Desde el punto de vista de la secuencia temporal los materiales hallados en el interior de las tumbas (tanto en las excavadas en los años 30, 40 y 50, como las recientemente excavadas a partir de los años 80) evidencian una cronología más amplia a la tradicionalmente establecida, puesto que a lo largo de todo el siglo V se documentan, en toda la Península, inhumaciones con elementos de vestimenta personal, sin ajuar en la mayor parte de los casos, que suponen una innovación respecto al mundo funerario hispano-romano (tanto en época tardo-romana, siglos III-IV, como tardoantigua, en lo que respecta los siglos V y VI). La coexistencia, en los siglos V y VI, de ritos y costumbres funerarias de tradición hispano-romana y foránea en el conjunto de necrópolis es un hecho que evidencia una continuidad absoluta con el mundo tardo-romano que lenta pero paulatinamente cambiará, como veremos en el siglo VII, con el mayor peso e influencia del Cristianismo a todos los niveles. Precisamente, esa coexistencia, desde comienzos del siglo V, de ritos y tradiciones funerarias locales y foráneas en el conjunto de Hispania y en la práctica totalidad de las áreas funerarias conocidas, por lo tanto, en su dimensión espacial y temporal, no permite interpretar estas necrópolis como ‘visigodas’. La llegada e instalación, siempre cuantitativamente minoritaria, de contingentes poblacionales de extracción y filiación ‘bárbara’ y ‘germánica’ (tanto orientales como occidentales), es evidente y constante desde comienzos del siglo V en los cuatro puntos cardinales de la Península Ibérica. Que existe una mayor concentración de necrópolis con inhumaciones que contienen elementos de vestimenta personal en el centro de Hispania (en la meseta central castellana) es una realidad que, no obstante, es necesario

   

 

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valorar convenientemente, puesto que en el campo de la arqueología nada es absoluto ni definitivo. En efecto, recordemos que ni Herrera de Pisuerga, ni Aldaieta, Pamplona o Pla de l’Horta, por ejemplo, no se sitúan, precisamente, en la meseta central castellana, sino en el oeste, el norte y el este de la Península, pero también en el sureste como es el caso de la de Cartagena, sin olvidarnos del área funeraria emeritense con materiales claramente de la primera mitad del siglo V. Lo mismo sucede en la vecina Gallia, donde se documentan necrópolis con tumbas que contienen elementos de vestimenta personal, caso de la necrópolis de Cutry, en la tumba 859, con la presencia de una fíbula aquiliforme tipo ‘cloisonné’ asociada a un broche de cinturón de placa rígida de celdillas (Fig. 213), que en el caso de la Península Ibérica se vincularía con los ‘Visigodos’.

   

 

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Fig. 213. Elementos de vestimenta personal hallados en la tumba 859 de Cutry (Meurtheet-Moselle), primera mitad del siglo VI (KAZANSKI-PERIN, 2008, 198, Fig. 25).

Coexistencia, continuidad y, desde luego, homogeneidad en el conjunto de materiales hallados en el interior de las tumbas: no hay diferencias de tipo geográfico que se puedan relacionar con la presencia de un tipo u otro de población (sean Suevos, Vándalos, Alanos, Godos, etc.) asentada y/o concentrada deliberadamente en un área hispana concreta. No es pertinente, por lo tanto, la elaboración de mapas de dispersión de hallazgos con este tipo de materiales (elementos de vestimenta personal) que sirvan para hablar de supuestas áreas de asentamiento de contingentes poblacionales foráneos. No es posible, además, identificar el ‘DNI étnico’ de los individuos, de procedencia foránea, inhumados en la necrópolis de los siglos V y VI en Hispania. Sin duda que algunos de ellos podrían asociarse a las gentes que llegan y se instalan en la Península desde comienzos del siglo V, teniendo en cuenta que los nombres que las fuentes nos transmiten sean Suevos, Vándalos, Alanos o Godos, son denominaciones genéricas que se aplican a un conjunto tremendamente heterogéneo y dispar de pueblos que llevan mucho tiempo en contacto e incluso plenamente integrados en el mundo tardo-romano.

   

   

 

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