Javier Krahe en Aspe. Los conciertos del Casino Primitivo, 19 y 20 de mayo de 1995

August 2, 2017 | Autor: J. Candela Guillén | Categoría: Música, Conciertos, Aspe, Cantautores
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JAVIER KRAHE EN ASPE. Los conciertos del Casino Primitivo, 19 y 20 de mayo de 1995 José María Candela Guillén

Javier Krahe en concierto fernandolucini.blogspot.com.es )

(Foto

de

Juan

Miguel

Morales

extraída

de

Javier Krahe ofreció en Aspe dos conciertos en mayo de 1995. Que yo sepa, se trata de los dos únicos conciertos que ha dado en nuestro pueblo. Se celebraron el viernes 19 y el sábado 20 de mayo en el Casino Primitivo, con motivo de la Primera Semana Cultural “Libros, música y palabras”. Organizada por el Colectivo Cultural Perico el de los Palotes, el evento vino cargado con actividades relacionadas con la ilustración, la escultura, la performance, los libros, la música y los cuentos, y en ella intervinieron autores de la talla del ilustrador aspense Miguel Calatayud, el propio Javier Krahe, el cuentacuentos Federico Martín, el profesor de performance y arte intermedia Bartolomé Ferrando o el escultor valenciano Javier Carvajal. Se organizaron conferencias, talleres, presentaciones y actuaciones. Pero los platos fuertes de la semana fueron, sin duda, los recitales que el cantautor madrileño Javier Krahe brindó en una de las salas del Casino. Como preludio, Bartolomé Ferrando puso en escena una performance poética, que desconcertó a los allí presentes con sus poemas sonoros y fonéticos, con propuestas experimentales en donde se mezclan la palabra escrita, el arte visual y el teatro y con las que literalmente desarboló la lógica del espectador. No conservamos ninguna fotografía sobre los mencionados conciertos. Ni una sola constatación gráfica de aquellos dos recitales que pertenecen a la era analógica, a un

pasado, quién lo diría, casi en blanco y negro. Hoy, que todo lo fotografiamos, tendríamos imágenes hasta de la forma del cubito de hielo de los vasos de güisqui que se espolsó entre canción y canción, pero en aquel momento a nadie se le ocurrió pensar que aquello pudiera ser digno de recordarse. Afortunadamente, alguien se encargó de grabar uno de los dos conciertos en una casete, que llegó a los pocos días a mis manos y que celosamente he guardado durante casi veinte años. Me la debo haber puesto como unas mil quinientas veces, y lo cierto es que ha sido una auténtica suerte que la cinta magnética no acabara destripada o engullida por el equipo de música debido al uso excesivo. En 1995 yo no conocía a Javier Krahe más que de oídas. Sí, tenía en la cabeza los ecos del mítico club La Mandrágora, con aquel disco de canciones de Joaquín Sabina, Alberto Pérez y el propio Krahe. También sabía del episodio de la censura de su canción Cuervo ingenuo en un concierto de Joaquín Sabina retransmitido por TVE. La canción era una crítica satírica a Felipe González por la entrada de España en la OTAN, traicionando la promesa electoral que el PSOE había realizado en las elecciones de 1982 con aquel eslogan ambiguo: “OTAN, de entrada no”. Aunque él no se arrepiente, salió más bien trasquilado de este asunto, y hasta muchos años después no volvió a tocar en un municipio regido por el PSOE. No sé por qué razón, yo imaginaba que Javier Krahe era un cantautor que había luchado intelectualmente contra Franco, un rapsoda que había escrito canciones reivindicativas sobre la libertad del pueblo y había interpretado poemas de Miguel Hernández, Machado, Blas de Otero o León Felipe, un espécimen progre ya por aquel entonces pasado de moda, barbudo -que lo era y aún sigue siéndolo-, y con su guitarra a cuestas cantando todo el rato canciones del tipo “Libertad, libertad, sin ira libertad”. Por edad, Krahe es contemporáneo de cantautores como Serrat, Labordeta, Aute, Llach o Paco Ibáñez, quienes efectivamente hicieron canción protesta en los 70. Sin embargo, Javier Krahe empezó tarde en el negocio musical, concretamente en 1979, cuando ya contaba 35 años, así que no le dio tiempo a poner su música al servicio de la canción protesta contra el Régimen. Que yo recuerde, apenas tiene un par de canciones políticas (Ay, democracia y Cuervo ingenuo, y acaso Huevos de corral) y él mismo detesta que algunos le hayan considerado cantante de música protesta. En todo caso, como ha dicho reiteradas veces, él practica la canción insulto y la canción lamento, y a veces también la canción pregunta. En el trato personal, me pareció un tipo más bien reservado, pausado en sus maneras, elegante, con unos tranquilos ojos azules que, junto a un apellido tan poco castizo como Krahe, denotaban un bisabuelo alemán, y que en los conciertos se convertía en un seductor locuaz y socarrón. Desde entonces, y a pesar de que tampoco me he convertido en un fan al uso, sigo a Krahe de forma intermitente, sé lo que hace y los discos que edita, continúo riéndome a mandíbula batiente cada vez que escucho algunas de sus canciones, y sigo admirando esa capacidad de hacer letras absolutamente perfectas, de rima y métrica precisas. Se ha dicho que es el mejor letrista de este país. No me extraña. Influenciado por George Brassens, de quien ha adaptado un par de canciones al castellano (Marieta y La tormenta), Krahe deambula por territorios conocidos y universales: el amor, el desengaño, los celos, la muerte o la religión, temas a los vuelve de forma recurrente. Sin embargo, él los desdramatiza hasta conseguir en el oyente la risa, un distanciamiento irónico que le sirve fundamentalmente para huir como del diablo de todo aquello que huela a solemne. El humor es un mecanismo de defensa

contra la agresión del medio y de las personas que lo habitan, de sus navajazos morales y mortales. En cualquier otro país civilizado, Javier Krahe sería un cantautor reconocido y admirado -masivamente no creo que sea el adverbio adecuado en su caso-, pero este solar nuestro no se caracteriza precisamente por hacer mucha justicia con el talento. Al contrario, él es un artista minoritario, un cantautor de culto que se ha prestigiado negándose a comulgar con ruedas de molino, rechazando buena parte de las servidumbres del negocio musical. En los 80 Sony rescindió su contrato con él por su negativa a exhibirse en las televisiones. Otro ejemplo: él solo ofrece conciertos desde octubre a junio. Así que los meses de verano, reivindicando el derecho a la pereza, se toma vacaciones escolares y se marcha a la playa, donde aprovecha para componer sus canciones o para no hacer nada. Nada de nada. Eso sí, llena los garitos y salas a razón de unos 70 conciertos al año, lo cual no es poco para los tiempos que corren. Se ha hecho con un pequeño ejército de adeptos en cada ciudad donde actúa, que va a verlo con entrega casi religiosa. Una actuación suya es una experiencia donde descubres al personaje por dentro, al artista doméstico, que comenta las canciones como quien charla con el vecino. Ocurrencias ingeniosas que por otra parte el público celebra con deleite. Krahe es un tipo cultivado que utiliza citas literarias y las mezcla con lenguaje popular, con salidas coloquiales que arruinan por completo cualquier atisbo de erudición o pedantería. Mezcla con desenvoltura a Marcuse, Marguerite Duras o a Patricia Woolf con expresiones como “a tope”, “cantidubi” o “chúpate esa”, y lo cierto es que siempre sale bien parado del lance. Por otro lado, tenemos al artista irreverente, el de canciones como Los caminos del Señor: “La otra tarde en una iglesia,/ que era fiesta de guardar/ me dio un ataque de amnesia/ y no podía recordar/ a quién coño fui a rezar,/ yo, que siento por Jesús (bis)/ ¡repelús!”. La animadversión de Krahe por las sotanas y los crucifijos viene de lejos, de cuando sus años de colegio en El Pilar, donde por lo visto enseñaban fatal. Fue juzgado por blasfemia, por un corto llamado Cómo cocinar un Cristo que realizó en los años 70 y que en parte fue emitido mucho más tarde en un programa de Canal +. El Centro de Estudios Jurídicos Tomás Moro presentó una denuncia por un delito contra los sentimientos religiosos, aunque la causa fue sobreseída en 2012 y salió absuelto. De cualquier manera, Javier Krahe ya sabe lo que es tener problemas con el contenido de sus letras. Fueron muchos los inquisidores de refajo negro y rosario que se escandalizaron con la canción Marieta, en la que nada menos aparecía la palabra “gilipollas” repetida doce veces. Pero no solo está el Krahe perseguidor de curas. Hay Krahes para dar y tomar: el hedonista vividor, el frívolo, el crítico, el asocial, el irónico, el soez, el elegante, el culto, el vulgar, el surrealista, el escéptico y, a veces, el sarcástico. Transversalmente, en todos ellos hay ingenio e inteligencia a partes iguales, y en casi todos gracia. Gracia para contar las cosas como él las cuenta, con doble sentido, diciendo una pero queriendo decir otra bien distinta. También están los hallazgos poéticos, en muchos casos deslumbrantes. Como en esa canción que habla sobre el mar, Días de playa: “Rompe cada ola dándose importancia/ mal mirado el mar es una redundancia”. El mar como un fantástico pleonasmo, y encima orgulloso de su movimiento recurrente. O esos otros versos presentes en La cientouna: “Hoy que tu amor establece franquicias en cualquier parte/ enriquecí tus caricias con algo de arte”. O el estribillo de La yeti: “Cuando todo da lo mismo/ por qué no hacer alpinismo”.

Los discos de Krahe necesitan de una escucha atenta. Digamos que no están hechos para sonar como música ambiental. Son canciones, como alguien dijo, anti-hilo musical. Necesitas tiempo y tranquilidad para deglutir la complejidad y las distintas connotaciones de sus elaboradas letras, algunas de las cuales –según confesión del propio Krahe- ha tardado cuatro años en componer. Y tiempo para aprenderlas si se tercia, porque son un rato largas. Sin gozar de una voz portentosa, Krahe ha sabido ahormar las características de sus escasas facultades vocales a su personalísimo estilo. Para decirlo en otras palabras, no es Alfredo Kraus, ni tampoco David Bisbal. Y en ello estriba gran parte de la atracción que ejerce. Él más bien recita sus poemas, y ese carácter trovadoresco viene reforzado por la presencia de la flauta de Andreas Prittwitz en muchas de sus canciones. Lo mismo ocurre con el cazú, un instrumento utilizado por los grupos de chirigota y que le da un aire cómico a las composiciones. No me imagino una canción como Marieta tocada sin cazú. No sería la misma. Lo tiene dicho en varias de sus entrevistas: él prefiere hablar de mujeres que de política o de temas sociales. Así que muchas de sus canciones están pobladas por mujeres con las que mantiene una difícil relación: la mayor parte de las veces le abandonan, otras le son infieles o le restriegan en la cara sus aventuras. Mujeres que producen desdicha, otras que ofrecen la alegría de su feliz compañía, vestidas o no. Exhalan una fragancia de amour fou, pero de amor carnal, en el sentido bíblico de la palabra. Digamos que hay poco idealismo o platonismo en estas relaciones. Son mujeres muy físicas, muy palpables, que se recuerdan por sus caricias o por su anatomía. Krahe es un salido encantador que siempre está pensando en lo mismo, aunque él diga otra cosa bien distinta en No todo va a ser follar: “Y habrá también que llevar a arreglar el coche/ y habrá que quitarle el polvo a la biblioteca/(…)/, y habrá que cerrar el bar al morir la noche/ y habrá también que pagar/ (…)/ lo de la hipoteca”. Imagino que al final en la vida real él siempre regresa “al calorcillo del fuego sagrado de la costumbre”, según reza una de sus mejores canciones, Sábanas de seda, también por la cuenta que le trae con su mujer.

Cantantautor y autor del artículo en el Pub Gurú después del concierto

El concierto Acompañado a la guitarra por Javier López de Guereña, Krahe nos regaló en Aspe un concierto con algunas de las canciones más memorables de su discografía. Sin más abalorios que su voz y perfectamente acoplado a la guitarra, Krahe fue poco a poco ganándose al público con el torrente de sarcasmo e ingenio característico que destila encima de un escenario. El cantautor madrileño es consciente de la poderosa atracción que ejerce su vis cómica en los directos, y a fe que la dosifica de manera magistral. El concierto comienza repasando dos canciones de su primer trabajo, Valle de lágrimas (1980), El tío Marcial y Don Andrés octogenario. En la primera, Krahe se dedica a desgranar una de sus obsesiones más recurrentes, la muerte, valiéndose del famoso adagio atribuido a José Martí que alienta a tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro como las tres cosas verdaderamente importantes que debe hacer un ser humano antes de morir. La muerte, ataviada con un sayal y con la guadaña al hombro, visita al tío Marcial, quien, extrañado de tan inoportuno encuentro, le envía a cortar el césped. El escepticismo de Krahe se manifiesta de una manera cruda. El cumplimiento de esos tres preceptos vitales -un hijo, un libro y un árbol- no le ha reportado satisfacción alguna. Así que la próxima vez –dice- dejará “un borrego, una fotonovela y una flor de plástico”. Con Don Andrés octogenario nos sumergimos en otra de las patas del universo particular de Krahe, el sexo. El sexo como fascinación permanente, como anhelo necesario en un mundo en el que pocas cosas valen verdaderamente la pena. El anciano que, en su agonizante fin en el hospital reclama a la enfermera un último deseo. Ella accede y don Andrés palma en todos los sentidos. Y sin viagra. Krahe en estado puro.

En Huevos de corral confronta el pasado con el presente desde la religión, la política, el sexo y la muerte, con su particular mirada sobre el paso del tiempo, donde saca a relucir toda la ironía de la que es capaz. “Y era el parlamento/ harina de otro costal/ nos daban sus señorías/ leyes de corral./ Aquellos procuradores/ cumplían su función/ robar siempre los mismos/ sin que hubiera elección./Ahora nos endilgan mucho mejor la ley/ enmiendas, tribunales,/ qué se yo, incluso un rey”. Hoy suena hasta ingenua. Alta velocidad es un canto a las nuevas tecnologías ferroviarias. Con apenas 30 segundos de duración, la canción es un delirio brevísimo, casi un trasunto de lo que dura un encuentro sexual del protagonista que desde Madrid va a Sevilla en tren a ver a su amor, y la vertiginosa vuelta con el AVE a la capital de España. “Me monto en el AVE/ qué rápido y suave/ me lleva a Sevilla/ ¡ya estoy en Sevilla!/ No vine a Sevilla a ver la Giralda/ sino a verte a ti/ y le alzo la falda/¡Chaf, chaf, qué bien/cuánto amor, Aaah!!/ Me monto en el AVE/, ¡qué rápido y suave!/me lleva a Madrid/ ¡Ya estoy en Madrid!”. Y llegamos a Paréntesis. Una de mis favoritas. Es madrugada, y la melopea del protagonista se interrumpe felizmente gracias a una desconocida. La letra de esta canción deslumbra por su ritmo poético, por su técnica narrativa casi cinematográfica, con una estructura circular en la que se termina como se comienza, con un paréntesis que es al mismo tiempo simbólico y mágico, capaz de evocar metafóricamente las caderas de una mujer, pero también el paréntesis que supone un encuentro venturoso con la chica en el discurrir cotidiano del protagonista de la canción. El goce del encuentro sexual se resuelve con una elipsis que enriquece si cabe la visión de la escena: “Hacia las seis de la mañana me lo dijo/ aún no lo sabes, pero soy una canción./ Sí lo sabía, pero yo nunca corrijo/ a una canción que está conmigo bajo un edredón”. Yo hubiera querido escribir algo así. Los celos presiden Si lo llego a saber y Sábanas de seda. La primera es un reproche en toda regla a una ex. El amante, despechado porque ella lo ha abandonado por otro, le recrimina sus excesos ninfomaníacos que antes le regalaba a él. La segunda es una canción sorprendente donde se atreve a hablar de las infidelidades de la propia mujer, y dirigida al amante: “Tú que has tenido la rara fortuna de conocer,/ el corazón a la luz de la luna de mi mujer./ Tú que supiste cogerle el tranquillo a sus abrazos/ más de una vez te adivino en el brillo de sus abrazos”. ¿Dónde se habrá metido esta mujer? es una canción feminista, donde el marido, un imbécil de libro, hombre de orden con una visión carpetovetónica de la vida, al llegar a casa se sorprende al comprobar que su mujer no está, no le ha preparado la cena, no le ha planchado la camisa y, en el colmo de la desfachatez, no ha puesto la lavadora. El remate a su ceguera se resuelve con una estrofa antológica: “Pero bueno, si falta una maleta/, la de piel, para colmo la de piel/ ¿para qué la querrá la imbécil ésta?/ ¿Dónde se habrá metido esta mujer?”. En Mi mano en pena, su métrica y rima nos hacen olvidarnos que el tema central es el onanismo crudo. “Que pienso en Irene y me acuerdo de Elena/ que pienso en Elena, me acuerdo de Irene./ Mi pene se apena, se apena mi pene./ Y una mano amena sostiene mi pene/ no es mano de Irene, no es mano de Elena./ Es mi mano en pena, es mi mano en pena”. Nunca unos versos de arte menor, hexasílabos con rima en consonante, fueron tan rijosos.

Pocas canciones hay de Javier Krahe donde se hable de la infancia. Y como era de esperar, ninguna concesión a la nostalgia en De liana en liana, una historia en la que Tarzán, el héroe de la niñez del cantautor, es el protagonista, con monos, elefantes y cocodrilos, malvados cazadores y la selva como marco existencial, de donde nuestro ídolo es sacado para ir a Nueva York: “Y un servidor,/ sin su selva alrededor/ la moral por los suelos/ va a Nueva York,/ convertido en todo un lord./ Y a escalar rascacielos”. Javier Krahe se ríe hasta de su propia sombra, y ninguna canción mejor que Un burdo rumor para confirmarlo. Su letra posee algunos apuntes de humor grueso, cuya aspereza temática es limada muy hábilmente con giros de palabras y dobles sentidos que dotan a la canción de una ambigüedad muy bien calculada. En venganza a alguna jugarreta pasional, la ex del protagonista se dedica a pregonar a los cuatro vientos las reducidas dimensiones de su miembro viril. Así que el aludido, en su empeño de devolver su hombría al dominio público, realiza una encuesta a trece de sus ligues, incluida su mujer, la cual le espeta sin pudor: “Mi mujer incluso dijo: ‛Aunque prefiero/ como tú ya sabes la del jardinero/ pon si te interesa que estáis a la par/ solo que la suya es mucho menos familiar’ ”. Nembutal, Días de playa y La yeti son canciones que aparecen conectadas por una misma causa: la infelicidad tras una ruptura sentimental. Nembutal cuenta la historia de una aprendiz de suicida que, pese a sus numerosas intentonas, no logra llevar a término su objetivo primordial: acabar con su vida, oh desdicha, cada vez que un novio la deja tirada. Y mira que sus intentos son variados: abusar del Nembutal –el barbitúrico que acabó con la vida de Marilyn Monroe-, tirarse al mar o lanzarse en coche precipicio abajo. Días de playa contiene otro tipo de respuesta al despecho por el abandono: el mar como bálsamo reparador de heridas y cicatrices afectivas mal curadas. “(…) a nadar me llevo mi cuerpo desnudo/ y un ratito a braza y un ratito a crol/ y después hago el muerto y me dejo mecer./ Si tu amor es incierto/ no es incierto el placer/ y en lo alto… gaviotas”. La yeti profundiza en la huida hacia delante tras el fracaso. Enrolarse con un grupo de alpinistas que van a coronar el Everest no parece la mejor solución para olvidar a una mujer, pero allá va el protagonista de la canción en busca de aventura a un territorio fascinante por su exotismo y misterio. Y aunque es una canción amable que discurre entre sherpas, montañas nevadas y huellas del yeti, el final de la misma es un retorno al pensamiento por la pérdida de la amada. Así, contradiciendo el magnífico estribillo: “Cuando todo da lo mismo/ ¿por qué no hacer alpinismo?”, podemos decir que la distancia no lleva al olvido. De Los caminos del Señor, una provocación de las que Krahe suele servirse para criticar a la Iglesia, solo diré que monseñor Rouco Varela se ofendió públicamente cuando se enteró de que el cantautor se la dedicaba en uno de sus conciertos. Un tipo sufre un ataque de amnesia al entrar a una iglesia, y le pide al sacristán que lo ayude a recordar qué demonios hace en el interior del templo. El sacristán eleva una oración a San Cucufato, y como ya sabemos que la fe mueve montañas, el buen hombre recupera la memoria, recordando que había entrado allí para robar. Para el final del concierto, Krahe reservó dos clásicos de su repertorio. Seguramente, son sus canciones más conocidas, las que le han reportado más fama. Marieta es la versión en castellano de la Marinette de Brassens, en la que el protagonista sufre todo tipo de desplantes por parte de Marieta, esa mujer bella y traidora que no le corresponde y por cuyo amor hace cosas en las que siempre acaba como un gilipollas. La hoguera es

una canción que recurre a la inteligencia y a la exquisita ironía para no caer en el humor negro de mal gusto. Porque hay que ser muy elegante o hilar muy fino para hablar de un tema tan escabroso como la pena de muerte sin caer en un tono activista político proderechos humanos. Impagable ese estribillo donde introduce un verso que no va en el original: “Pero dejadme que yo prefiera/ la hoguera, la hoguera, la hoguera. /La hoguera tiene cierto calorcillo/ que solo lo tiene la hoguera”. Estáis ante el mejor Krahe. Disfrutad del concierto fans, admiradores y seguidores esporádicos. Y a los que no conozcan su trabajo, os invito a sumergiros en el universo Krahe. Altamente recomendable.

La risa floja de Krahe después del concierto

Quiero agradecer a Miguel Verdú su trabajo de digitalización del concierto.

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