Jaques Lacan, de la psiquiatría al psicoanálisis (Tesis)

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Descripción

UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO Facultad de Psicología

JACQUES LACAN, DE LA PSIQUIATRÍA AL PSICOANÁLISIS

T E S I S Que para obtener el título de:

Licenciado en Psicología P r e s e n t a : LEONARDO MONCADA SÁNCHEZ

DIRECTOR DE TESIS: MARIO OROZCO GUZMÁN

Morelia, Michoacán

2007

Al Dr. Mario Orozco Guzmán Maestro una vez en el aula, y siempre fuera de ella. Ejemplo de escucha, que resalta, ahora más, entre los profesionales de oídos sordos.

A Ireri Martínez Cortés Femme fatale –amor de mi vida (y no en el sentido de Wilde).

A Eletskaia Moncada Martínez Niña inteligente, hermosa y comprensiva.

A Flor Gamboa Solís Por contagiar, apasionadamente, el virus del psicoanálisis.

A José Moncada Reséndiz, Hilda Sánchez Barragán y José Daniel Moncada Sánchez A los primeros, sin los que de ningún modo podría, lógicamente, llegar a esta instancia; al último, por todo su gran apoyo.

A la familia de mi esposa Al FER instancia Especialmente a la querida Ireri Damián Molina: no estaría redactado esto, hic et nunc, sin su ayuda. Al ¿padre? de la horda, Alejandro Rivera Campos, por su escrupulosa y diversa asistencia, y –sobre todo- por su amistad. A mi estimadísimo Fer representación. A César Vieyra, porque al César lo que es del César. A Carlos Miranda, amigo en la ebriedad y en la ebriedad. A Paloma, quien, según César, “nos ha deleitado”. Que conste: yo no estoy del todo en ese nos.

Al Cuche del Mal Alias David Sotelo Reyes (“Los trasvestis” [sic]).

A Alfredo Emilio Huerta Arellano Por un año de asesoría, y por su ejemplo de abierta curiosidad intelectual.

A Martín Alcalá Ochoa Docente difícil y extraordinario.

A Raymundo Rangel Guzmán Por su seriedad, capacidad y honestidad intelectual.

A Episteme Analítica Excelentes compañeros, mejores amigos: Rigoberto, Elsa y Erick.

A Ruth Vallejo Castro Por su enseñanza.

A Alejandra Cantoral Pozo Por su tiempo, y por sus valiosos comentarios.

A Carlos López Toro y Ramón Márquez Mora Después de años…

T.t.y.e.m.u.p.t. Jacques Lacan

ÍNDICE

ÍNDICE

4

INTRODUCCIÓN

5

1.- LACAN Y SUS REFERENTES PSIQUIÁTRICOS HASTA LA TESIS DE 1932

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1.1. CLÉRAMBAULT 1.2. KRAEPELIN 1.3. JASPERS

19 26 38

2.- LA NOCIÓN DE PERSONALIDAD COMO TRANSINDIVIDUAL

58

2.1. DEFINICIÓN DE LA PERSONALIDAD 2.2. PSICOSIS Y PERSONALIDAD

60 69

3.- MARGUERITE-AIMÉE

75

3.1. MARGUERITE 3.2. AIMÉE

78 79

4.- TEXTOS INMEDIATOS A LA TESIS DE 1932

86

4.1. ESTILO Y PSICOSIS 4.2. LOCURA DE A DOS

87 91

5.- A MODO DE CONCLUSIÓN: ¿LACAN PSICOANALISTA?

99

BIBLIOGRAFÍA

108

4

INTRODUCCIÓN

I La cuestión de los orígenes, trátese del tema que se trate, sin duda, siempre representa grandes problemas en cuanto a su explicitación. No otra cosa sucede –y quizá pudiéramos decir que sucede con intensidad inusitada- dentro del psicoanálisis. El ejemplo más claro: Freud, por supuesto. Freud, el primer analista; Freud, el primero en someterse a un análisis. Freud el fundador, para algunos –para él mismo, por ejemplo-, de una nueva ciencia; para otros, de una nueva discursividad; para otros más, de una nueva forma de mistificación. Freud, el que se convirtió en analista sin pasar por un análisis en su sentido más lato. Freud, el que, dicen algunos, “se autoanalizó”; dicen otros, “se analizó con Fliess”. Aquí, entre estos callejones sin salida, no parece haber algo claro. Y no tendría porqué haberlo. Por lo demás no se trata, aquí, tanto de tomar partido como de mostrar las dificultades para mostrar –no es pleonasmo, mostramos la dificultad de mostrar- eso que no se deja: el origen. Problematicemos, acaso, sólo esta interrogante, para situar todo el trabajo por venir: ¿Freud, como psicoanalista, se engendró ex nihil, “sería su propio padre, ‘analysta causa sui’, mientras que todos los demás no serían sino sus criaturas…”1? Freud “el que se hizo a sí mismo” –y no nos pasa por alto la raigambre mítica del epíteto, algo así como “Atenea la de los ojos glaucos”, “Iris la de los pies ligeros”, etc.-, y el que, mediante ese gesto primordial, aseguró lógicamente a su ulterior ralea la posibilidad de la continuidad en el orden del engendramiento analítico, liberándoles de la titánica tarea de robarles nuevamente y cada vez el fuego a los dioses.

1

Mannoni, Octave (1969); El análisis original; en La otra escena, claves de lo imaginario; Buenos Aires: Amorrortu, 1997; pág. 92.

5

Si así fuere, desde cierto punto de vista no habría mayor problema para explicar, por ejemplo, cómo Jacques Lacan –entre otros, pero en este caso se trata de- devino psicoanalista: “es psicoanalista porque, como todos los psicoanalistas, a excepción y luego del padre fundador – ¿el padre de la horda, y entonces, apegándonos a alguna lógica de la sexuación, entenderíamos porqué, valga la redundancia, el privilegio de la excepción?- fue psicoanalizado por un psicoanalista”, podría decir, satisfecho, cualquier fanático de los reglamentos didácticos, a sabiendas de su análisis con Loewenstein. ¿Pero acaso no comentó Lacan, en alguna ocasión, que tenía la impresión no de haber hecho su análisis en el diván de Loewenstein, sino en su seminario? ¿Qué valor podríamos asignarle entonces a tal aseveración, en el caso de que nos mantuviéramos en la perspectiva asentada por el mito de la excepcionalidad freudiana? Tendríamos dos opciones, una vez que admitiésemos la invariante condición lógica de la perspectiva marcada por la fórmula “el ser analista sólo puede ser consecuencia de haber sido analizado por un psicoanalista”: negar por completo la veracidad de la afirmación, lo que significaría negar sólo su primera parte –la segunda ya estaba negada de antemano-, y entonces, pese a lo que diga, Lacan sí fue analizado por Loewenstein; o bien, podemos darle una especie de semi-plausibilidad a la afirmación, y concederle a Lacan que no realizó su análisis con Loewenstein, pero entonces, si no lo realizó ahí, no pudo haberlo realizado en ningún otro lugar; ergo, Lacan no era psicoanalista. Razonamientos como los anteriores sólo son posibles, como vimos, partiendo de la premisa mítica y excepcional sobre el origen del psicoanálisis, pero, sobre todo, de la consecuencia directa derivada de ella, con claros olores a IPA: luego de la excepción primera, por la imposibilidad de la repetición de ésta, la continuidad sólo puede quedar asegurada por un dispositivo regulado institucionalmente, por principio. No pude haber cabida para que nadie, eventualmente, se autoconstituya como analista. Claro está que todo ello no es más que una petición de principio, y si algunos de los elementos de este razonamiento pueden estar bien fundados, su conjunción como argumento no. Si lo seguimos junto con sus consecuencias, por un momento, sólo fue para dar cuenta de la

6

lógica implícita en él: una lógica del adentro y el afuera –del psicoanálisis-, del ser y del no ser –psicoanalista-, a partir del recorrido por un análisis didáctico. El que Lacan diga que su análisis tuvo lugar fuera del diván, no ante un analista sino ante un público, presenta complicaciones que no se dejan resolver ipaísticamente. Sin pretender por nuestra parte resolverlas, sólo mencionemos que ese aserto cuestiona la relación entre “pasar por un análisis”, en el sentido clásico e institucional del término, no tanto con emprender como consecuencia una práctica analítica, sino con señalar que ese dispositivo sería razón necesaria y suficiente para que el análisis, en un sentido más general, no tuviera que proseguirse, reiniciarse o de plano iniciarse y alcanzar su incidencia “plena” en otro ámbito diferente. Octave Mannoni, en El análisis original, preguntándose por eso que precisamente le da nombre a su texto, traza una distinción entre […] el saber que Freud había adquirido de Charcot, de Breuer, de sus propios pacientes –saber nacido de la curiosidad médica y de la observación clínica y que se consolida como un cuerpo de hipótesis capaz de interpretar los fenómenos- y otro saber, que no se trasmite de la misma manera y que es usado menos por el deseo consciente de saber que por la vicisitudes del deseo inconsciente. 2

Esta distinción no es simétricamente aplicable al origen de Lacan como psicoanalista –habría que ver en qué medida su análisis, el que haya sido, es tan original como el análisis original-; sin embargo, –para utilizar un terminajo que está muy de moda en los trabajos científicos-, ese distingo tiene un carácter “heurístico” para separar, también en Lacan –en su devenir como psicoanalista-, un saber teórico-clínico de uno transferencial. El segundo es el menos explorado de todos, en buena medida por los pocos elementos que existen para explicitarlo, a diferencia, por ejemplo, del caso de Freud: ahí están legajos de correspondencia que han sido utilizados con ese propósito. 2

Ibíd., pág. 87.

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En Lacan no existen “evidencias” similares. Sobre el saber teórico-clínico, en cambio, se ha dicho y escrito mucho luego de la muerte de Lacan. Es más accesible, por supuesto, materialmente. En cambio, la inaccesibilidad del corpus textual lacaniano permite que existan y se continúen múltiples lecturas del mismo. Será esa la vía que transitaremos en este trabajo. Lacan, proponemos de inicio, no se hizo a él mismo, con sus propios medios, con su talento e inteligencia, psicoanalista. Y no se hizo psicoanalista de una buena vez y para siempre. Tampoco su trabajo se originó sin referencia alguna. Ni sin experiencia. El cambio paradigmático de la psiquiatría al psicoanálisis no fue producto, rescatando una frase que aparece en su tesis, “del hombre maduro y que sabe meditar”. Este cambio tuvo como condición una larga serie de encuentros y desencuentros personales, doctrinales, teóricos, con otros, pero también consigo mismo, durante toda su vida. La dimensión transferencial resalta por momento en esas relaciones; necesariamente aparecerá esbozada en el desarrollo de nuestro trabajo; no nos detendremos en ella.

II Si el tipo de temporalidad puesto de manifiesto en psicoanálisis tiene algún sentido aplicable retroactivamente en su mismo estudio, esto es, en el estudio del psicoanálisis tomado como un saber particular3, retomemos, para aplicárselo a él 3

No entramos en la discusión sobre si el psicoanálisis es un saber distinto al de otras ciencias o disciplinas, por ser un saber del inconsciente. Como lo muestran, entre muchos otros, Foucault, y Lévi-Strauss, en el estudio de los distintos saberes, sean los que sean, siempre aparecen rasgos que constituyen a cada uno de estos y que no sólo no son evidentes para ellos mismos –esto es, para quienes forman parte de esos campos del saber-, sino que sólo aparecen luego de un trabajo de interpretación realizado de acuerdo a modelos –matices más matices menos- lingüísticos. El enfoque epistémico utilizado para este estudio va por el mismo sentido: un análisis del significante, que además tome en cuenta la variación del sentido que en el àpres coup aparece de un término al otro –así se trate del mismo-, de un concepto al otro –igualmente, y sobre todo, si se trata del mismo. Esta relación de identidad significante entre dos o más términos es lo que permite ver mejor cómo cierto orden del sentido no se pierde de una vez y para siempre, sino que, hegelianamente, en su supresión se mantiene. Como vemos, procediendo así no se pierden, ni la dimensión textual, ni la temporal –o por lo menos de eso hacemos votos.

8

mismo, lo que Lacan dirá, veinte años después, sobre el camino que sigue la ciencia en su constitución como saber: el 18 de noviembre de 1953, en la sesión de apertura del seminario dedicado a los escritos técnicos de Freud –del seminario que, según la cuenta oficial de sus herederos, es el primero-, Lacan planteará el marco epistémico de lo que más tarde se denominará como el retorno a Freud. Inaugurando una enseñanza de la que dirá “es un rechazo de todo sistema”4, abordará el pensamiento freudiano que, para él, es un pensamiento en movimiento, dialéctico, que sigue poseyendo vida propia y que, de todos modos, se presta al sistema en virtud de su faz dogmática. Forma de abordaje

eminentemente conceptual,

simbólica,

podríamos

decir,

que

surge

coherentemente de lo que a partir de esa fecha y durante algunos años más será propuesto como la primacía de lo simbólico por sobre los otros dos registros de la experiencia, apuntalada también poco después en la primacía del significante: Es preciso entender que no disecamos con un cuchillo, sino con conceptos. Los conceptos poseen su orden original de realidad. No surgen de la experiencia humana, si así fuera estarían bien construidos. Las primeras denominaciones surgen de las palabras mismas, son instrumentos para delinear las cosas. Toda ciencia, entonces, permanece largo tiempo en la oscuridad, enredada en el lenguaje.5

La idea de una ciencia enredada en el lenguaje, y que, en todo caso, sólo puede desenredarse, si puede, a través del mismo lenguaje, a través de los conceptos, es en varios puntos semejante a otras que podemos encontrar representadas en la historia de la ciencia y en la filosofía de la ciencia francesas del siglo XX. Así, por ejemplo, para Gastón Bachelard, el objeto de la ciencia es concebido como un sistema articulado de prácticas científicas, con relaciones históricamente determinadas de producción de conceptos. Esta idea de la ciencia lo llevó a postular una proposición que, para algunos, está cargada de una revolución filosófica: toda ciencia particular produce, en cada momento de su historia, sus propias normas de verdad. Para un ilustre heredero suyo – 4

Lacan, Jacques (1953-1954); El seminario de Jacques Lacan, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud; Buenos Aires: Paidós, 1981; pág. 11. 5 Ibíd., pág. 12.

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heredero en todos los sentidos: lo sucedió al frente del Instituto de Historia de las Ciencias de la Universidad de París-, Georges Canguilhem, la historia de las ciencias debe fundamentarse más en el estudio de la filiación de los conceptos que en la concatenación de las teorías: […] antes de ordenar la sucesión de las teorías de acuerdo con la lógica de su conveniencia y de su homogeneidad de inspiración, es necesario asegurarse ante todo, frente a una teoría dada en la que se intenta develar tal o cual concepto implícito o explícito, que se tiene acerca de ella una idea de la que no está ausente toda preocupación por la coherencia interna.6

Esta coherencia, que en el fondo es coherencia lógica, sólo puede obtenerse a partir de la búsqueda de las filiaciones conceptuales de las nociones y de los principios que componen a las teorías: se trata de ir del concepto a la teoría, y no a la inversa. La atención se concentraría, entonces, en las condiciones de aparición de los conceptos. Sin embargo, no es de Bachelard (no aparece mencionado una sola vez por Lacan, ni en los seminarios ni en sus textos), ni de Canguilhem (quien sí es mencionado en dos ocasiones que no representan, de cualquier modo, una referencia epistémica firme y persistente) de quien Lacan toma primordialmente una postura sobre la ciencia, sino de Alexandre Koyré. Es al historiador de las ciencias ruso a quien Lacan rendirá variados homenajes a lo largo de su obra, y a quien acudirá casi siempre que de reflexiones sobre cuestiones científicas se trate. Así, por ejemplo, habiendo recién introducido sus tres registros, al proponer, centrado en una “teoría general del símbolo”, una nueva clasificación de las ciencias, recurriendo a un ejemplo tomado de uno de los artículos de Koyré sobre la revolución científica de los siglos XVI-XVII, dirá –como veremos, cercanamente a lo expresado en la última cita hecha por nosotros de Lacan (recordemos que se trata de 6

Lecourt, Dominique (1970); La historia epistemológica de Georges Canguilhem, en Canguilhem, Georges (1966); Lo normal y lo patológico; México: Siglo XXI, 1983; pág. XVI.

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enunciados, además, hechos en el mismo año, éste apenas poco menos de dos meses antes que el anterior)- que: […] si la ciencia experimental toma de las matemáticas su exactitud, su relación con la naturaleza no deja por ello de ser problemática […] Porque la ciencia experimental no es definida tanto por la cantidad a la que se aplica en efecto, sino por la medida que introduce en lo real.7

Ambos enunciados expresan la idea de una ciencia que muestra al símbolo –ya como tal, ya como concepto-, siendo el determinante al momento de abordar el objeto de la experiencia, al objeto “real”8. Mannoni dirá, similarmente, que “la invención misma de una teoría es de igual naturaleza que la interpretación, no se la extrae de las comprobaciones, aunque sean experimentales”9. No muy lejana era la posición que sobre las ciencias tenía Koyré. Como señala Carlos Solís Santos, “Koyré creía en la eficacia causal de las ideas y era contrario a toda forma de anti-intelectualismo”10. Koyré siempre sostuvo, por ejemplo, que la Revolución Científica había respondido menos a los descubrimientos empíricos –por no decir que nada- que a la mutación metafísica operada en el saber a través de la geometrización del mundo11.

7

Lacan, Jacques; (1953) Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis; en Escritos 1; México: Siglo XXI, 2005; pág. 275. 8 En este uso que hace Lacan, aquí, de la noción de concepto, o de símbolo, salta a la vista lo relativo de hablar de un objeto “real” pues, ¿qué tan real puede ser un objeto delimitado, a priori, a través del “cuchillo” del lenguaje? No obstante, como veremos, la confianza en la verdad no mengua por ello. 9 Mannoni, Octave; (1980) El análisis original (Continuaciones), en Mannoni, Octave, Un comienzo que no termina; México: Paidós, 1992; pág. 33. 10 Solís Santos, Carlos; (1994) Alexandre Koyré y la historia de la ciencia; en Koyré, Alexandre; Pensar la ciencia; Barcelona: Paidós, I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona, 1994; pág. 15. 11 Por cierto que, además siendo coherentes con el mismo pensamiento de Koyré, éste no estaba sólo en cuanto a lo que en líneas generales podríamos englobar como una postura epistémica que sostenía que el objeto de conocimiento de la ciencia es construido por el sujeto: además de Bachelard y Canguilhem, para Bergson, por ejemplo, “las ciencias eran un producto del entendimiento y reflejaban las limitaciones de su modo de operar”; para Meyerson, la mente impone orden a una realidad irracional, etc. (Solís Santos, op. cit., págs. 18-19).

11

Pero, a pesar de este intelectualismo, Koyré creía que la ciencia conduce a la verdad: “la ciencia es el ‘camino de la mente hacia la verdad’ a través de obstáculos conceptuales objetivos, razón por la cual el estudio de los errores es más importante que el de los aciertos”12. Más que a esta concepción platónica de la verdad y la ciencia, en muchos sentidos cercana a la de cierto Lacan, nos interesa llegar precisamente a eso que pone de manifiesto una dialéctica entre la verdad y el error que no es tampoco ajena a la idea de la ciencia del psicoanalista francés13. En efecto, ¿cómo prosigue el discurso de Lacan de la sesión de apertura del seminario de 1953? En primer lugar existe un lenguaje ya acabado, del que nos servimos cual si fuese una mala herramienta. De vez en cuando se producen vuelcos: del flogisto al oxígeno, por ejemplo. Pues Lavoisier contribuye, a la vez, con el flogisto y con el concepto correcto, el oxígeno. La raíz de la dificultad estriba en que sólo pueden introducirse símbolos, matemáticos u otros, gracias al lenguaje cotidiano, pues es preciso explicar cómo se los va a utilizar.14

En esta dialéctica, tanto para Koyré como para Lacan, existe de cualquier modo un énfasis puesto, en el horizonte, más en la verdad que en el error: para Lacan, al término del desarrollo científico es posible encontrar un concepto verdadero, correcto, y alejarse, como dice que lo hizo Freud, “del mal lenguaje”15; y para Koyré la ciencia constituye, como veíamos, un “itinerarium mentis in veritatem”16. Pero, de cualquier forma, Koyré se encontraba lejos de la concepción positivista, lineal, de la ciencia. El papel del error se vuelve fundamental al concebir las mutaciones teóricas de la ciencia no como una acumulación progresiva, sino como “meras reorganizaciones de los

12

Ibíd., pág. 20. Esta misma dialéctica, de fundamentos koyreanos, es la que se encuentra en la base del análisis que del análisis original hace Octave Mannoni –recuérdense las distintas teorías, luego abandonadas, si bien no del todo, que se encuentran en el origen del psicoanálisis con Freud- y que nosotros citamos páginas arriba. 14 Lacan, Jacques; Los escritos técnicos de Freud; op. cit.; págs. 12-13. 15 Ibíd., pág. 13. 16 Koyré, Alexandre (1940); Estudios galileanos; México: Siglo XXI, 1988; pág. 11. 13

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archivos”17, en una especie de aufhebung a la que ni Koyré ni Lacan eran ajenos en cuanto a su funcionamiento, según había sido postulado por Hegel18.

III Como decíamos, será entonces, retrospectivamente, como utilizaremos un enfoque epistémico similar al que implícita y explícitamente recorre buena parte de la reflexión lacaniana sobre la ciencia, aplicándoselo a posteriori al periodo de la obra de Lacan que va aproximadamente de 1931 a 1933 –lapso corto, pero denso en cuanto discurso. El estudio de este período, proponemos, es fundamental para explicar el paso de Lacan de la psiquiatría al psicoanálisis, y sólo contingentemente, la constitución del mismo Lacan como psicoanalista. Ambas problemáticas son distintas, no hay correspondencia entre una y otra, aunque desde una visión simplista pudieran parecer indiscernibles. Hablar de un Lacan “psicoanalista” –o de un quién sea-, no es lo mismo que explicar cómo Lacan, en su recorrido teórico, y de acuerdo a cierta experiencia, abandona un paradigma epistémico en favor de otro. La primera cuestión es evidentemente más compleja, y aunque exista una especie de trabazón entre ambas –lo cual es innegable-, resulta absurdo pretender que, explicando una, automáticamente se podrá comprender la otra –por ejemplo, como argumentábamos párrafos arriba, no se puede pretender, cándidamente, que, habiendo resuelto la cuestión de “Lacan psicoanalista” por el recurso a “si pasó por el diván, luego, es psicoanalista”, entonces la cuestión sobre su cambio paradigmático quedará igualmente resuelta: “¿Que porqué cambió de marco teórico? Pues si es muy claro… ¡Porque se psicoanalizó!”; y, al revés, mucho menos resulta suficiente acudir simplemente al cambio teórico de Lacan para explicar porqué podemos, y pudieron sus contemporáneos, y podrán quizá otros

17

Solís Santos, Carlos, op. cit., pág. 21. Recordemos que, a finales de los años veinte y principios de los treinta, Koyré impartió distintos cursos sobre el filósofo alemán en L’École Normale Supérieure, dejando luego su lugar al famoso seminario de Kojéve en el que Lacan, entre muchos otros, se imbuyeron en el hegelianismo, en su fenomenología –y también en la fenomenología derivada de Husserl. 18

13

después, llamarlo psicoanalista. Por supuesto, existen una relación y una incidencia – quien sabe si en la misma medida- de un orden de problemas sobre el otro, pero estos son más complejos de lo que pudiera creerse a simple vista. Haciendo abstracción, nos enfocaremos en el primer orden de problemas. Sin pretender agotar la cuestión, y utilizando un enfoque epistémico que marque, a lo largo del estudio, algunos de esos puntos de ruptura, esa “edificación difícil, contrariada, retomada y rectificada del saber” –utilizando palabras de Canguilhem19-, intentaremos explicar, aproximadamente20, el paso de Lacan de la psiquiatría al psicoanálisis; esto es, el paso de un modo a otro de cifrar la experiencia.

19 20

Citado en Lecourt, Dominique; op. cit., pág. X. En el sentido tópico de una aproximación a los textos.

14

1.- LACAN Y SUS REFERENTES PSIQUIÁTRICOS HASTA LA TESIS DE 1932

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1.- LACAN Y SUS REFERENTES PSIQUIÁTRICOS HASTA LA TESIS DE 1932

En la psicosis, existen trastornos mentales que “son todos ellos trastornos específicos de la síntesis psíquica”21. De esta manera, apenas en el cuarto párrafo de la tesis doctoral de Lacan, el lector se encuentra, de golpe, con algo que parece un primer punto doctrinal fundamental, prácticamente sin esperarlo. En efecto, luego de dar testimonio de cómo la psiquiatría, con respecto a los estados mentales de la enajenación, ha distinguido desde hace mucho la oposición de dos grandes grupos mórbidos (el grupo de las demencias y el grupo de las psicosis); después de señalar que la psicosis22 escapa al paralelismo psico-orgánico, en contraste con las demencias, Lacan afirmará, sin señalar aún lo que subyace a esa certeza, que la psicosis adquiere todo su alcance entendiendo los trastornos mentales que le son propios como trastornos de la síntesis psíquica. Incluso afirma que, sin dilucidar lo implicado en esta síntesis, la psicosis se verá condenada a seguir siendo “un enigma”: “el enigma expresado sucesivamente por las palabras locura, vesania, paranoia, delirio parcial, discordancia, esquizofrenia”23. ¿Cuál será la importancia para Lacan de esta función de síntesis psíquica, importancia tanto mayor cuanto que le permitirá vislumbrar, por un pequeño momento, a la psicosis como un enigma independiente de las muchas denominaciones emanadas 21

Lacan, J. (1932) De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. México: Siglo XXI, 2003; pág. 15. 22 “En su sentido más general”, dice Lacan, apoyándose, aunque sea momentáneamente, en una concepción unitaria de la psicosis. 23 Ibídem. Enumeración evidentemente cronológica y gradual, que haría pensar entonces en una suerte de progreso de la designación; sin embargo, lo que da al traste a esta supuesta serie ascendente es el hecho de que, en última instancia, cada uno de sus elementos se encuentra igualado por su pertenencia a una misma categoría: precisamente, la del enigma.

16

del saber psiquiátrico que hasta ese momento han intentado comprenderla, relativizando entonces a cada una de éstas? Denominaciones que, por otro lado, como veremos más adelante, Lacan no recusará del todo a lo largo de su tesis, sino que someterá a revisión e incluso retomará y, todavía más interesante, conjunto que vendrá a engrosar con una “nueva” entidad clínica. Si resulta importante destacar la supuesta importancia de esta función de síntesis es porque, ya desde esta parte de la tesis –la introducción que, como toda que se precie de serlo, es una primera declaración de principios-, Lacan muestra aparentemente sus cartas, si bien a lo largo de la misma tesis se encargará de ocultarlas y, por varios momentos, de sacarse otras de la manga24: esta síntesis no es sino otro nombre de la personalidad. A esa síntesis la llamamos personalidad, y tratamos de definir objetivamente los fenómenos que le son propios, fundándonos en su sentido humano.25

Y bien, la síntesis psíquica es llamada por Lacan personalidad. La personalidad, entonces suponemos, es otro nombre, quizá más exacto, más cercano al fenómeno estudiado, así como anteriormente los trastornos mentales se explicaban mejor como trastornos de la síntesis psíquica. Por último, los fenómenos objetivos propios de la personalidad se intentan definir objetivamente con fundamento en su sentido humano. Tenemos, entonces, la siguiente serie: Trastornos psíquica

mentales Personalidad

Trastornos

específicos

de

la

síntesis

Sentido humano de los fenómenos de la personalidad

¿Cuál es la especificidad de cada uno de estos elementos? ¿Qué papel juegan, por separado o articulados –si es que se articulan- a lo largo de la tesis, para el 24

De hecho, da la impresión más bien de que Lacan juega con varias manos, en distintos tiempos y a la vez. 25 Ibídem.

17

desarrollo de una concepción que se pretende novedosa, de la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad? ¿De qué manera cada una de estas nociones, desde su misma conceptualización hasta su utilización por Lacan en la clínica de la psicosis, converge o diverge de los distintos modos en los que hasta ese momento se ha organizado el saber psiquiátrico? En resumen, ¿cuál es, epistémicamente hablando, la posición doctrinaria que sostiene Lacan, en su tesis, con respecto a la locura –por lo menos con respecto a la psicosis paranoica? Y, por último, ¿en qué medida esta posición traduce incipientemente una cierta concepción de la alteridad, concepción que si bien todavía no es tan explícita, opera un desplazamiento en la manera de abordar las psicosis ya dentro de la naciente práctica lacaniana? Para responder a estas preguntas iniciaremos con un recorrido por los referentes psiquiátricos de Lacan, tomando como paradigma a tres de ellos: Clérambault, Kraepelin y Jaspers. Al primero de ellos por los evidentes cambios doctrinales ocurridos en Lacan a partir de su ruptura, misma que operaría un primer desplazamiento desde las posiciones mecanicistas ultraclásicas hasta un acercamiento momentáneo con posiciones “de avanzada” en su época (el grupo de Henri Claude y Henri Ey)26. Con Kraepelin mostraremos, primero, la homología hecha por Lacan entre su definición de la personalidad y la definición kraepeliniana de la paranoia; luego, a partir de las complicaciones que Lacan encuentra con el diagnóstico al tratar de insertar su caso clínico en el cuadro de la paranoia establecido por Kraepelin intentaremos demostrar cómo el cambio en el diagnóstico es equivalente a otro cambio en la orientación epistémica, éste dentro de la tesis misma. Por último, con Jaspers veremos cómo el desplazamiento no culmina del todo en un acercamiento a posiciones psiquiátricas vanguardistas; si bien condicionado parcialmente por este autor –por ejemplo, en el enfoque clínico exhaustivo-, la explicitación del caso clínico se hará, en última instancia, con elementos tomados de la teoría psicoanalítica.

26

El que unas posiciones hayan sido consideradas “ultraclásicas” y otras “de avanzada” por supuesto no dice nada sobre el valor intrínseco de cada una de ellas. Ahí está el mismo testimonio posterior de Lacan, en esa especie de “retorno a Clérambault”.

18

1.1. Clérambault

Desde Clérambault… ¿Cuál es el camino que Lacan recorre desde un abordaje psiquiátrico del trastorno mental hasta desembocar en una inicial teorización y práctica psicoanalítica de las psicosis? Dice Danièle Arnoux que “no estará totalmente equivocado esquematizar este recorrido situando su arranque en la psiquiatría con Gaëtan Gatian de Clérambault para llegar al psicoanálisis con Freud”27. Ya que Clérambault pareciera erigirse como matriz lógica de la discursividad lacaniana sobre la locura, apareciendo y desapareciendo a lo largo de ella –en una especie de desde Clérambault, con Clérambault, contra Clérambault y de nuevo con Clérambault-, resulta igualmente lógico iniciar el recorrido que nos lleva, en la serie dilucidada por nosotros dentro de la tesis del 32, del trastorno mental al sentido humano de las psicosis, con el llamado por Lacan como su “único maestro en psiquiatría”28. Pero más allá de esta serie, Clérambault se erige, en todo trabajo de Lacan con respecto a la psicosis –sobre todo en el periodo que va de 1931 a 1956-, como una figura señera: como veremos en este momento, con la evidente influencia doctrinal en el primer trabajo teórico lacaniano; en su tesis de 1932, ya no con Clérambault sino contra Clérambault, tanto así que Paul Bercherie escribirá que “en cierto modo, la tesis de Lacan es toda una maquinaria de guerra contra Clérambault”29; en 1946, fecha en la que contra Henri Ey reivindicará extrañamente la enseñanza clerémbaultiana; en el seminario de 1955-1956; en 1966, con motivo de la aparición de sus Escritos, cuando hable de sus antecedentes; pero también cuando, ya en la década de los setentas, volviendo sobre el diagnóstico

27

Arnoux, Danièle (1993) La ruptura entre Jacques Lacan y Gaëtan Gatian de Clérambault, en Clérambault, G.G. de; Obra psiquiátrica, Selección de textos; Santiago de Querétaro: U.A.Q., 1997; pág. 418. 28 Lacan, Jacques (1966); De nuestros antecedentes, en Escritos I; México: Siglo XXI, 2005; pág. 65. No pudimos escapar nosotros a esta cita inevitable, como bien señala Arnoux, reproducida hasta el hartazgo. Tampoco Arnoux logra evitarla. 29 Bercherie, Paul, en Clérambault, G.G. de; Automatismo mental y paranoia; Buenos Aires: Polemos, 1995; pág. 23.

19

elaborado en su tesis –paranoia de autocastigo-, considere que erró en el mismo, proponiendo entonces que lo que en verdad sugería el llamado caso “Aimée” era una erotomanía, diagnóstico caro a Clérambault.

… Con Clérambault… En su texto Structure des psychoses paranoïaques de 1931 es visible la deuda de Lacan con su maestro Clérambault. Texto, según las referencias, ubicado por completo en el terreno de la psiquiatría, marcaría también, al convertirse en causa de la ruptura entre Lacan y Clérambault, un punto de fisura, de resquebrajamiento entre Lacan y la disciplina psiquiátrica. Esta grieta se irá haciendo más visible a lo largo de sus textos posteriores: en Écrits inspirés, escrito en colaboración con Pierre Migault y LévyValensi, discípulos de Claude –lo que resulta significativo porque, por una parte, Claude es rival de Clérambault; y por la otra, marcaría el acercamiento a la escuela de Claude, misma en la que se insertaría su tesis doctoral-, estudian el caso de una erotómana y paranoica por medio de su lenguaje escrito. “Definen la estructura de su paranoia a partir de los problemas semánticos, estilísticos, y gramaticales que descubren en sus cartas”30. Aunque relacionan este caso con un síndrome de automatismo mental, no utilizan este término totalmente en el sentido clerambaultiano, puesto que introducen en él una parte de intencionalidad, acercándose así evidentemente a la fenomenología. Dice Roudinesco que los autores no hablan de “constitución paranoica”, y que, además, establecen un vínculo entre el automatismo mental y el surrealismo. Según la historiadora, 1931 será pues un punto bisagra en la evolución del pensamiento de Lacan. Sin embargo, las razones que aduce para la importancia de este momento nos parecen incorrectas: más bien, si este año tiene una importancia como punto de ruptura, se debe a, precisamente, el rompimiento con Clérambault.

30

Roudinesco, Elisabeth (1988); La batalla de los cien años. Historia del psicoanálisis en Francia; Madrid: Fundamentos, 1993; pág. 118-119.

20

En julio de 1931, Lacan publica su primer texto doctrinal: Structure des psychoses paranoïaques. Un año más tarde, en su tesis doctoral, el mismo Lacan, como lo hace notar Danièle Arnoux, se refiere a este texto, un poco peyorativamente, como “artículo de divulgación”31. Esta observación por sí sola no sería significativa si no viniera acompañada efectivamente, de un año para otro, de un cambio doctrinario radical –que no paradigmático-, con respecto, en particular, a la psicosis paranoica, y en general a la psicosis toda. ¿Qué expone Lacan en este texto primigenio?32 Según Roudinesco, en este texto Lacan comienza por rendir homenaje a Kraepelin, Sérieux y Capgras, cuyos trabajos habían permitido aislar la paranoia. Homenaje fugaz, pues más adelante criticará la herencia de estos psiquiatras, en favor de una noción de estructura en el sentido fenomenológico, con la que sería posible indicar una serie de discontinuidades: entre la psicología normal y la patología por un lado, y entre los distintos estados delirantes por el otro. Dividirá el campo de las psicosis paranoicas en tres tipos: •

Constitución paranoica;



Delirio de interpretación;



Delirios pasionales. La

constitución

paranoica

se

ordenaría

alrededor

de

cuatro

temas:

sobreestimación patológica de sí mismo, desconfianza, falsedad de juicio e inadaptabilidad social –a estos cuatro temas, que son prácticamente los mismos de las tesis clásicas sobre la constitución paranoica, agrega la cuestión del bovarismo, retomando el término tanto del filósofo Jules de Gaultier como del psiquiatra GenilPerrin. Es sobre este tipo en particular que Roudinesco señalará el carácter conservador 31

Lacan, Jacques; De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad; op. cit.; pág. 26. Dada la dificultad que hemos tenido para conseguir el texto como tal, lo expondremos a partir de los testimonios que sobre el mismo aportan algunos autores, sobre todo Elisabeth Roudinesco en Batalla de los cien años, así como en Lacan, la biografía hecha por ella del psicoanalista francés. También nos apoyaremos en La ruptura entre Jacques Lacan y Gaëtan Gatian de Clérambault, de Danièle Arnoux. 32

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de lo presentado por Lacan en ese momento, muy distinto de lo manifestado apenas un año después en su tesis doctoral: Bajo su pluma, el paranoico quedaba pues descrito como un “mal soldado”, un alumno siempre castigado, un autodidacta admirado por los porteros o un pobre rebelde cuya voluntad de “liberación panteística” (sic) no era sino la expresión de un delirio […]33

En el mismo sentido, al final del artículo adopta una posición favorable tanto al internamiento de los “delirantes agitadores” como a la implementación de sanciones con jóvenes insumisos al servicio militar: “En el manicomio [dice Lacan] las protestas deben ser comunicadas sin excepción y con regularidad a las autoridades administrativas competentes”, y más adelante escribe: “Asimismo en presencia de jóvenes insumisos del servicio militar conviene, ante el fracaso cierto de la escala creciente de penas disciplinarias, orientar más bien a estos enfermos34 hacia la justicia militar que a su vez puede remitirlos al psiquiatra”.35

También al final aparece, según Roudinesco, la primera referencia en los textos lacanianos al psicoanálisis: referencia un tanto despectiva, en la que si mencionaba la teoría de los estadios era para justificar la doctrina de las constituciones; si mencionaba a unos tales “técnicos del inconsciente” era para mostrar su impotencia para curar la paranoia –impotencia que, por otra parte, no estaba muy lejos de la actitud de desdén hacia cualquier terapéutica de las psicosis manifestada por las fuentes en las que Lacan se inspiraba en ese momento: obviamente, en primer lugar, el desdén de G. G. de Clérambault. Todo esto le permite afirmar a Roudinesco que, en el año de 1931, “Lacan

33

Roudinesco, Elisabeth (1993); Lacan; Buenos Aires: F.C.E., 2005; págs. 49-50. Se pregunta pertinentemente Roudinesco qué habrían pensado al leer esto aquellos que, un año después, recibirían la tesis doctoral como un manifiesto psiquiátrico liberador, en la saga de un materialismo identificado con ideologías de la izquierda comunista. 34 Las cursivas son nuestras. 35 Roudinesco, Elisabeth; Batalla de los cien años, op. cit., pág. 118.

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no había hecho nada de la teoría freudiana”36. Nosotros, compartiendo tal afirmación, nos preguntamos: ¿cómo será posible que, al cabo de un año Lacan, según la misma autora, pueda ser considerado como “ya psicoanalista”, cuando en 1931, según los indicios, y sobre todo según indica este texto primero, si sabía algo del psicoanálisis eran conocimientos poco sólidos, y si las menciones que hace del mismo son más bien para oponerle la pertinencia de una doctrina distinta? Si Roudinesco tiene razón, algo radical sucedió en el término de un año que lo llevó de ser un psiquiatra en el sentido más clásico del término –un psiquiatra coincidente con las tesis del “anacronismo viviente” de la psiquiatría, Clérambault, según lo llama Paul Bercherie37- a ser un psicoanalista “conocedor del legado freudiano”. De entrada anticipamos nuestro desacuerdo con lo expresado por Roudinesco: ella dice que, en el momento de la publicación de su tesis –sería más exacto decir en el momento de la redacción de su tesis, pues así podemos dar cuenta, como señala Jean Allouch, de algo que es por demás evidente en su lectura: la redacción del texto en etapas progresivas, continuas, que no voltean a ver lo ya escrito para reformularlo a la luz de lo recientemente descubierto; acumulación de escrituras que, como estratos en el sentido arqueológico, permiten observar las variaciones epistémicas en la redacción de un solo texto-, Lacan “es todavía psiquiatra pero ya psicoanalista”. Nosotros proponemos al respecto un matiz: Lacan es todavía y preponderantemente psiquiatra, y no es aún psicoanalista. Sin embargo, si algo es claro es que no es el mismo psiquiatra que era en Structure des psychoses paranoïaques. Es todavía psiquiatra, pero un psiquiatra radicalmente distinto; un psiquiatra que mantiene posiciones incluso contradictorias con lo postulado en 1931. No es aún psicoanalista, pero está en vías de serlo, y algunas de estas vías pueden rastrearse, como pretendemos demostrarlo, en la serie de rompimientos, unos explícitos y otros no tanto, con distintos modelos dentro de la psiquiatría. Efectivamente, como se desprende del cambio operado en el pensamiento doctrinal lacaniano de 1931 a 1932, algo sucedió, algo radical, puesto que una modificación tan dramática no se explicaría solamente, para poner un ejemplo, por las simples modificaciones producto de una 36 37

Roudinesco, Elisabeth (1993); Lacan; pág. 50. Bercherie, Paul (1980); Los fundamentos de la clínica; Buenos Aires: Manantial, 1986; pág. 191.

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serena reflexión sobre cuestiones teóricas o clínicas. Una de las claves de este viraje que en un primer momento se dio dentro del mismo campo de la psiquiatría, y que posibilitaría con posterioridad un cambio no sólo de modelo sino de paradigma epistémico –es decir, que llevaría a Lacan de la misma psiquiatría al psicoanálisis-, se encuentra justo en un pasaje del texto de 1931 y en la nota que lo acompaña, –mismas que además aportan la pista para la explicación de las fuentes doctrinales de Lacan en ese momento-, así como en una escena que pareciera desprenderse de los mismos, y que Arnoux no duda en motejar como “heroica”.

... contra Clérambault... y con Clérambault de nuevo El punto esencial de la estructura delirante nos parece que es este: la interpretación se produce de una serie de datos primarios casi intuitivos, casi obsesivos, que primitivamente no ordenan, ni por selección, ni por agrupamiento, ninguna organización razonante. Es, alguien dijo, “Un anélido, no un vertebrado”.38

Las cursivas que subrayan a un “alguien” son nuestras. Nos interesa destacar con ellas una constante, la constante de una alusión que bordea la supresión del sujeto pseudo-aludido, que comienza aquí en este pasaje y que continuará repetidamente a lo largo de la tesis de 1932, no obstante la mención que esporádicamente hace Lacan de tal sujeto incluso en la nota a pie de página que acompaña al pasaje anterior –nota que por encima del pasaje será citada con profusión por distintos autores: Esta imagen está tomada de la enseñanza verbal de nuestro maestro, G. G. de Clérambault, a quien debemos tanto en materia y en método que necesitaríamos, para no arriesgarnos a ser plagiarios, rendirle homenaje en cada uno de nuestros términos.39

38 39

Arnoux, Danièle; op. cit., pág. 430-431 Roudinesco, Elisabeth; Lacan, op. cit.; págs. 50-51.

24

Detengámonos en esta nota, no para repetir lo que ya han comentado muchos más o menos en el mismo sentido –las cuestiones del homenaje ambiguo de Lacan a Clérambault y del “plagio”-, sino para destacar de qué forma ese “alguien” aludido en el pasaje reaparecerá representado veladamente en la forma de un significante distinto: la enseñanza verbal. Repetición no sólo textual, sino también a la manera de una puesta en acto. Primero, un año después, en la tesis doctoral, aparece curiosamente una nota al pie que más bien pareciera ser el negativo de la anteriormente citada: Esta imagen [la de la morfogénesis de la planta como analogía de la identidad entre los fenómenos elementales del delirio y la organización general del mismo] es seguramente más válida que la comparación con el anélido, que nos fue inspirada, en una publicación anterior, por las aproximaciones aventuradas de una enseñanza completamente verbal.40

La enseñanza verbal del maestro, a quien se le debía tanto en materia y en método un año antes, tanto que sería necesario rendirle homenaje en cada término utilizado –una superlibidinización del discurso del Otro, significante por significante-, se convertía de buenas a primeras en aquello que sostendría solamente unas “aproximaciones aventuradas”, siendo éstas tal cosa por derivarse tautológicamente del mismo carácter verbal de la enseñanza. Haciendo caso omiso del hecho de que esas “aproximaciones aventuradas” –suponiendo que lo fueran-, y aún por encima de ellas la enseñanza en sí de Clérambault se derivaba de una vasta y sólida experiencia clínica obtenida a lo largo de, en ese momento, casi diez años de trabajo como médico en jefe en la Enfermería Especial de Alienados de la Prefectura de Policía de París – experiencia que Lacan de ningún modo desconocía puesto que entre 1928 y 1929 realizó una residencia en esa enfermería-, el psiquiatra y futuro psicoanalista niega lo que antes afirmaba le debía a Clérambault, negando con ello, en un solo movimiento, 40

Lacan, op. cit.; pág. 270, n. 58

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tanto la clínica como la enseñanza verbal clerambaultiana41. De nuevo, la identidad del “alguien”, del sujeto aludido en el pasaje citado de Structure des psychoses paranoïaques desaparece para, otra vez, aparecer representada por el significante enseñanza verbal, sólo que, a diferencia de la primera ocasión, este significante es asimismo negado. Por supuesto no escapará al lector –al lector de la tesis, además de algún desprevenido-, en este juego de repeticiones, de apariciones y desapariciones, la manera fundamental en que reaparecerá por último el significante que hemos visto ha servido para representar a Clérambault: reaparecerá precisamente como acto, reaparecerá como enseñanza verbal.

1.2. Kraepelin Kraepelin y Lacan… En 1931, dice Elisabeth Roudinesco, Jacques Lacan se interesa por los trabajos alemanes sobre las psicosis: en los de Kretschmer, pero sobre todo en los de Emil Kraepelin42. ¿Qué persistió en Lacan de este interés en los años inmediatamente posteriores –sobre todo en su tesis doctoral? Ateniéndonos al mismo texto podemos responder que mucho. La presencia de Kraepelin es constante a lo largo de toda la tesis de Lacan. Desde los primeros párrafos hasta las conclusiones Kraepelin pareciera erigirse como un horizonte, horizonte problemático, en las reflexiones lacanianas, sobre todo en lo que respecta a la cuestión 41

Por cierto que la negación de la clínica bien podría remitirse a la postura diametralmente opuesta adoptada por Lacan en su tesis: a la clínica expedita de Clérambault le opondrá la clínica total, exhaustiva de Westerterp. 42 Roudinesco, Elisabeth; Batalla de los cien años; op. cit., pág. 119.

26

del diagnóstico, aunque también en lo concerniente a la nosología y a la clínica. Así, a las pocas páginas nos podemos encontrar con que es en el “extremado rigor nosológico de la obra de Kraepelin” donde Lacan espera encontrar el “centro de gravedad” de la paranoia43. Expectativa que en realidad no se cumplirá, no obstante un trabajo casi de forzamiento con respecto al diagnóstico de Aimée, para que de todos modos encaje en el marco establecido por Kraepelin: como veremos, las particularidades destacadas por Lacan en el caso no concordarán con los rasgos de la paranoia descritos por Kraepelin en su definición clásica. A pesar de la insuficiencia de la definición kraepeliniana para explicar el caso Aimée, insuficiencia que llevará a Lacan a ahondar en los mecanismos y en la estructura del delirio y a proponer una original paranoia de autocastigo, al final, en las conclusiones, Lacan reivindicará, no sin problemas ni contradicciones a la nosología kraepeliniana. Ese “centro de gravedad”, en el transcurso de la tesis, dejará de ser tal. Sólo con grandes esfuerzos Lacan pretenderá mantenerse en la órbita kraepeliniana: el encuentro con un caso clínico como el caso Aimée, con sus particularidades en sí, pero también con la particularidad del método clínico con el que fue abordado –y que no será del todo kraepeliniano- será la causa primera de que Lacan en realidad salga disparado de tal órbita, aunque al final del viaje no lo admita. Y, no obstante podemos afirmar que, paradójicamente, en la misma medida en que Lacan se acerca a Kraepelin se aleja del enfoque psiquiátrico clásico. En las líneas iniciales de la tesis –en la introducción- aparece la primera referencia a Kraepelin. Con relación al método clínico kraepeliniano, ese que tendría un importante papel en la oposición del grupo de las demencias y del grupo de las psicosis, Lacan destaca su fecundidad, pues dice que ese método, al orientarse sobre criterios de evolución y pronóstico, da “sus frutos supremos y más jugosos”44. Más allá de esta denominación metafórica un tanto demodé y en sí misma exagerada –quizá eso explique

43 44

Lacan, op. cit., pág. 26. Ibíd., pág. 15.

27

su exageración-, Lacan objeta el valor de esta clínica como clínica pura al no ser capaz de sustentar la oposición nosológica antes mencionada. No sería entonces el método kraepeliniano el que habría permitido sólo la oposición entre demencias y psicosis, sino además el que, dentro de estas últimas, posibilitó delimitar a la paranoia, dándole según Lacan una claridad de la que carecía por lo menos en las concepciones alemanas de la Verrückheit. Esto sin embargo ocurrió algo tarde en la obra de Kraepelin, pues hasta 1899 se había mantenido muy cerca de las concepciones contemporáneas. La paranoia quedaría definida, en el tratado de esa fecha, como El desarrollo insidioso, bajo la dependencia de causas internas y según una evolución continua, de un sistema delirante duradero e imposible de sacudir, y que se instaura con una conservación completa de la claridad y del orden en el pensamiento, el querer y la acción. 45

Homología delirio-personalidad Kraepelin distingue dos órdenes de fenómenos distintos en la psicosis: los trastornos elementales, en los que incluye a las experiencias visionarias, las ilusiones de la memoria, el delirio de relación (interpretación) y las imaginaciones mórbidas, por una parte. Por la otra, en cuanto al delirio, Kraepelin indica que se elabora de acuerdo a dos direcciones distintas, incluso opuestas, pero que en ocasiones se combinan entre sí: éstas serían el delirio de perjuicio y el delirio de grandeza. En la primera se agruparían el delirio de persecución, el delirio de celos y la hipocondría. En la segunda, el delirio de los inventores, el delirio de los interpretadores filiales, el delirio de los místicos y el delirio de los erotómanos.

45

Ibíd., pág. 23.

28

El delirio está, por regla, sistematizado. Es “elaborado intelectualmente, coherente en una unidad, sin groseras contradicciones internas” [Kraepelin]. Es, dice Kraepelin, “una verdadera caricatura egocéntrica de su situación en los engranajes de la vida” lo que el enfermo se construye para sí mismo en una especie de “visión del mundo”. Por último, el delirio es asimilado a la personalidad intelectual, y es tomado incluso como una de sus constantes. 46

Finalmente Kraepelin destaca la permanencia del delirio, así como su aparición insidiosa y progresiva, lenta. Al delirio de querulancia de los alemanes –o desde Sérieux y Capgras el delirio de reivindicación-, Kraepelin lo ubica fuera de la paranoia, ubicándolo más bien del lado de las psicosis psicógenas. Esto, veremos, sería un problema para Lacan, puesto que la paranoia desde Kraepelin sería no psicógena, contrario a lo que el francés querrá demostrar más adelante. Empero el mismo Kraepelin disminuye el valor de su diferenciación puesto que, según él, la paranoia también tendría una causa psicógena. De todo ello Lacan destaca cómo la delimitación en general depende de la concepción misma de la enfermedad. Por ello, dando un paso al costado respecto de la concepción kraepeliniana sobre la no psicogenia de la paranoia, Lacan, dice, se atendrá a la unidad establecida por Sérieux y Capgras entre el delirio de reivindicación y las otras formas del delirio paranoico. Aunque en la paranoia la realidad está pervertida, lo cierto, resalta Lacan, es que como dice Kraepelin, también guarda un orden en el pensar, el obrar y el querer. De ahí que para Lacan “la transformación de la personalidad entera no es separable del trastorno primitivo, si es que lo hay”47. También de ahí el carácter sorprendente de la economía general de la personalidad, que para Lacan queda conservada. Prueba de ello según él es la comparación entre lo que considera como los tres rasgos esenciales de la

46 47

Ibíd., pág. 27. Ibíd., pág. 50.

29

descripción kraepeliniana de la paranoia con la “triple función estructural” que Lacan mismo considera haber puesto de manifiesto en su análisis de la personalidad: RASGOS ESENCIALES DE LA

TRIPLE FUNCIÓN ESTRUCTURAL DE

DESCRIPCIÓN KRAEPELINIANA DE

LA PERSONALIDAD

LA PARANOIA 1) Evolución insidiosa del delirio, que surge, sin hiato, de la personalidad anterior;

1) Personalidad como desarrollo;

2) Delirio de grandeza;

2) Personalidad como concepción de sí mismo; 3)Personalidad

3) Delirio de persecución.

como

cierta

tensión

de

relaciones sociales.

Para Lacan, la comparación que nosotros esquematizamos en este cuadro demostraría cómo “la economía de lo patológico parece así calcada sobre la estructura de lo normal” 48. Con Kraepelin, según Lacan, esta concepción de las relaciones entre delirio y personalidad adquiere todo su rigor, ya que es el psiquiatra alemán quien transforma el estudio de los contenidos o estructuras de los delirios en el estudio de su evolución. Si esto es así, ¿qué estatuto tendría la posición sostenida por Lacan páginas más adelante, puesto que, sin omitir el estudio de la evolución, él pone énfasis en el estudio de la estructuras y de los contenidos? Como veremos esta aparente contradicción se soluciona al señalar que los contenidos y las estructuras que abordará Lacan no son los mismos que aquellos con respecto a los cuales Kraepelin operaría el desplazamiento hacia la evolución. No hay entonces razón para sorprenderse de que el enfermo conserve todas sus capacidades de operación, y que por ejemplo funcione bien en una cuestión formal de matemáticas, de derecho o de ética. Aquí los aparatos de percepción, en el sentido

48

Ibíd., pág. 51.

30

más general, no están sometidos a los estragos de una lesión orgánica. El trastorno es de otra naturaleza; lo que hay que discutir es su psicogenia.49

Para explicar las relaciones de la paranoia con la personalidad en Kraepelin Lacan acudirá a la edición del Lehrbuch de 1915. Lo que le interesa demostrar a Lacan es cómo la psicogenia, según él, ha ganado terreno en la doctrina kraepeliniana de la paranoia. Esto, por una parte, le interesa para poder sostener su concepción de la paranoia como psicógena sin despegarse, sin romper con la tradición instaurada por Kraepelin –para no tener otro rompimiento más en su cuenta-, pero también para sostener su diagnóstico sin entrar en problemas con la ambigua concepción kraepeliniana sobre el carácter psicógeno de la misma paranoia. Es en este sentido que mencionará como para Kraepelin la fuente principal del delirio se encuentra en la repercusión que ciertos conflictos interiores tienen sobre la experiencia. Así, existen situaciones sociales favorables para la expresión de estos conflictos en forma de delirio. Para Lacan esta génesis kraepeliniana del delirio lleva, de nuevo, “al meollo de las funciones de la personalidad: conflictos vitales, elaboración íntima de estos conflictos, reacciones sociales”50. Analizando la estructura de las distintas formas de delirio, Kraepelin señala cómo, por ejemplo, el delirio de persecución descansa sobre disposiciones deficientes, que resultan en insuficiencias en la lucha por la vida. La permanencia de estas disposiciones sería la que explicaría la cronicidad del delirio. Para Kraepelin el delirio, en la paranoia, sería una parte constitutiva de la personalidad. En cuanto al delirio de grandeza, Kraepelin dice que éste sería “la trama, proseguida en la edad madura, de los planes de alto aliento del tiempo de la mocedad”51. Incluso llega Kraepelin a sugerir un modelo ectópico del delirio de grandeza: sería 49

Ibídem. Ibíd., pág. 54. 51 Citado en Lacan, op. cit., pág. 55. 50

31

posible realizar una distinción de las formas clínicas del delirio según las etapas vitales en las que aparece. Kraepelin insiste en la existencia de “tensiones afectivas” que se encontrarían en la base de los trastornos del juicio, y lo hace para subrayar su relación con los mecanismos normales que se sitúan en la base de ciertas convicciones –religiosas y políticas, por ejemplo-, “en la medida en que, más que consistir en la razón, obedecen a impulsos del corazón”52. Lacan dice que todas estas concepciones le interesan por la manera en que revelan el progreso alcanzado en el estudio de la psicogenia del delirio: Mucho más que sobre una comparación de los contenidos del delirio con las tendencias anteriores del sujeto, el acento recae allí sobre la elaboración interna de las experiencias en un momento dado de la personalidad.53

Lacan no se engaña del todo; menciona que en estas concepciones kraepelinianas que él no duda en poner en la cuenta de una pretendida psicogénesis, subsiste cierta ambigüedad entre la noción de un desarrollo por causas “internas” y la de reacción a causas “externas”. Para Lacan mismo esta ambigüedad no opera en sus propias reflexiones: su definición de la personalidad, dice, le quita mucho de su fuerza. Lo más interesante es hacer notar cómo en este texto temprano empieza a configurarse un juego conceptual entre un exterior y un interior que, a corto plazo, conducirá a la elaboración del estadio del espejo, y, con el correr de las décadas, a una concepción que precisamente recusará la pertinencia de mantener una oposición tal. Sobre todo nos parece importante resaltar que en la misma tesis esta dialéctica tendrá oportunidad de probarse en la explicación que se dará del caso Aimée (interjuego narcisismo-ideal del yo).

52 53

Citado en Lacan, op. cit., pág. 56. Ibídem.

32

A pesar de señalar que su definición de personalidad borra gran parte de la ambigüedad kraepeliniana, a Lacan le interesa borrar esa ambigüedad en Kraepelin mismo. Insiste en señalar una tendencia psicógena en Kraepelin, acentuada cuando éste emprende la refutación de la teoría procesal de las psicosis. Una prueba evidentísima de cómo Lacan sitúa, por lo menos manifiestamente, su investigación en la línea marcada por Kraepelin, se encuentra en la respuesta al llamado hecho por Kraepelin luego de plantear el siguiente dilema para la investigación: “¿Se trata, en el delirio, del desarrollo de gérmenes mórbidos en procesos patológicos autónomos que hacen una irrupción destructiva o perturbadora en la vida psíquica?” ¿O bien el delirio representa “las transformaciones naturales a través de las cuales una deficiente formación psíquica sucumbe bajo la influencia de los estímulos vitales”? Kraepelin opta por la segunda de estas patogenias. Al hacerlo, sin embargo, no deja de lamentar “que no exista hasta el presente sobre esta cuestión ninguna investigación suficiente. Semejante investigación (…) tendría que chocar con dificultades casi insuperables”. 54

Encontrando en las últimas líneas “la excusa de su insuficiencia”, Lacan inscribe a esta, su tesis doctoral, como una “modesta contribución” en el sentido de, a la saga de Kraepelin, intentar demostrar la psicogenia de la paranoia. No sorprende entonces que pocos párrafos más adelante Lacan hable del lugar preponderante que para él mismo, así como para Claude55, tiene la nosografía kraepeliniana.

54

Ibíd., pág. 57. Se sobreentiende que todos los entrecomillados en este párrafo corresponden a citas de Kraepelin hechas por Lacan. 55 Este “al igual que Claude” es sumamente revelador: sólo hay que recordar que el camino que desemboca, en aquél tiempo, en ese “al igual que Claude” –el camino que desemboca en un acercamiento a la escuela y a la doctrina del maestro francés-, inicia con el rompimiento con otro maestro: G. G. de Clérambault. Así, el rompimiento que llevaría de Clérambault a Claude resulta equivalente del camino que llevaría de las posiciones doctrinarias clerambaultianas a, más que las del mismo Claude –según distintos testimonios éstas no eran muy originales que digamos-, a las de Emil Kraepelin. Lo que subsistiría, en este caso particular, en la relación de Lacan con Claude sería más bien una referencia doctrinal compartida, producto de la coyuntura de la alianza:

33

Kraepelin y el diagnóstico Según el método kraepeliniano la naturaleza de la enfermedad se desprendería de la naturaleza de la evolución. Nada en ésta debe revelar alguna causa orgánica subyacente, excluyendo así la evolución demencial. Además Kraepelin excluye del marco general de la paranoia a las paranoias agudas –para él no tienen ninguna existencia autónoma-, quedando con ello eliminadas todas aquellas formas que en su evolución se muestran como curables, abortivas o remitentes. Señala Lacan que sobre este último punto Kraepelin hará precisiones posteriores. Como veremos, estas “precisiones” tienen un carácter dudoso en realidad, pero a Lacan le interesa destacar su “existencia” para poder ulteriormente justificar su diagnóstico, el del caso clínico, el de Aimée, sin salirse del todo de la sombra que Kraepelin proyecta sobre él –y con Kraepelin, la psiquiatría. Lacan señala el acuerdo que tiene Bleuler con la concepción kraepeliniana de la paranoia como afección crónica56. Empero Lacan cita detalladamente la existencia de casos puestos al descubierto por diversos autores, y que parecerían sugerir una variedad de cuadros clínicos muy cercanos a la paranoia, pero con evolución curable. Para Lacan la cuestión sería determinar si estos casos deben o no admitirse en el cuadro kraepeliniano de la paranoia. De nuevo, citando al maestro alemán, Lacan argumenta que el mismo Kraepelin admite la existencia de casos curables, de “paranoias benignas”. Para Kraepelin, de cualquier modo, y según se desprende de las mismas citas hechas por Lacan, estos casos no indicarían más que la existencia de una paranoia que subsistiría latentemente, no manifestada por algún tipo de sintomatología, y propensa a desencadenarse en cualquier circunstancia oportuna: Kraepelin es inflexible con respecto a la existencia de la “paranoia aguda”; por ello no admite ninguna curabilidad de la paranoia en un sentido estricto. “Damos gracias al profesor Claude por el padrinazgo que ha concedido a la elaboración de nuestra tesis. Nos atrevemos a decir que las posiciones generales que ésta defiende, así en doctrina como en clínica, están en la línea recta de su pensamiento y de su escuela”. (Op. cit., pág. 17). 56 Ibíd., pág. 74.

34

Contra esta postura kraepeliniana Lacan esgrime distintos alegatos, tomados igualmente de distintos autores: el más notable, un estudio realizado por Lange, fundamentado en noventa y un casos clínicos. De ellos Lange concluye que la paranoia crónica kraepeliniana es sumamente rara, así como la legitimidad de asimilar los casos curables al marco general propuesto por Kraepelin. Lacan, de nuevo, argumenta contra Kraepelin intentando al mismo tiempo no romper del todo con Kraepelin. Tratándose de una cuestión que, bien mirada, al sostenerse con todas sus implicaciones, haría por lo menos tambalear el edificio kraepeliniano sobre la paranoia, Lacan prefiere, diplomáticamente, proponer sólo correcciones al respecto. El rompimiento total, la consecuencia lógica de sostener tal concepción de la paranoia, llegará hasta veintitrés años después: fecha en la que se ajustarán las cuentas con los referentes psiquiátricos mencionados en esta parte del trabajo: lo que había sido rompimiento con Clérambault será reivindicación; con Jaspers y Kraepelin, recusación.

Cuando, luego de la exposición del caso clínico, del caso Aimée, Lacan se proponga emitir un diagnóstico, se verá reconducido de nuevo a Emil Kraepelin. Un diagnóstico que de inicio, y en su desarrollo parecía ser definitivo, al final se convertirá únicamente en un diagnóstico provisional. Constando que lo dominante del cuadro es el delirio, Lacan le adjudica a éste el epíteto de sistematizado, “en toda la acepción que daban a este término los autores antiguos”57; el delirio “impresiona por la organización que conecta sus diferentes temas”58. Luego de una serie de diagnósticos diferenciales, Lacan “concluirá” que

57

Ibíd., pág. 182. Ibídem. Capítulos más adelante este carácter del delirio ya no impresionará en absoluto a Lacan. ¿Cómo explicar esta contradicción? Como base debemos tomar en cuenta las observaciones realizadas por Jean Allouch sobre el desarrollo de la tesis doctoral de Lacan: no fue una tesis elaborada ortodoxamente, en la que el resultado total de la investigación fuera sopesado y sintetizado al final, y, sobre todo, en la que esta síntesis afectara a la totalidad del producto. Lo que pone de manifiesto una serie de evidencias destacadas por Allouch es que esta tesis fue construida siguiendo un método que nosotros podríamos llamar de hacinamiento, superponiendo lo que en el día a día se le iba presentando a Lacan. Sólo considerando este argumento podemos entender la contradicción anterior, –entre muchas otras que, a partir de estas páginas de la tesis se 58

35

En consecuencia, nos quedamos reducidos al amplio marco definido por Claude con el nombre de psicosis paranoicas. Nuestro caso entra perfectamente59 en sus límites generales por su sistematización, su egocentrismo, su desarrollo lógico sobre premisas falsas, y la movilización tardía de los medios de defensa.60

En resumen, Lacan deriva su “diagnóstico” del marco establecido por Claude. Por supuesto esto es una prueba de lo mencionado páginas arriba, en una nota al pie61: hasta aquí Lacan parece apegarse, convenientemente, a la alianza tácitamente establecida entre él mismo y el grupo de Claude, alianza producto de su ruptura con Clérambault. Esto queda reforzado con lo que dirá en el párrafo siguiente (recordemos que para él mismo, así como para Claude, la nosografía kraepeliniana tenía un lugar preponderante): “Nuestro caso se adapta no menos perfectamente a la descripción kraepeliniana que hemos tomado como criterio”62. Los mecanismos elementales generadores del delirio son exactamente los mismos que los descritos clínicamente por Kraepelin. Primer obstáculo para el diagnóstico: la curabilidad observada en el caso Aimée63: Paranoia (Verrückheit): he ahí el diagnóstico en que nos detendríamos ya en este momento, si no nos pareciera que en contra de él podría suscitarse una objeción, basada en el hecho de la evolución curable del delirio en nuestro caso. 64

presentarán- así como el carácter provisorio del diagnóstico, pero sobre todo el cambio de dirección teórica y casi epistémica que al final de la tesis lo acercará al psicoanálisis. 59 La cursiva es nuestra. ¿Cómo algo que “entra perfectamente” en un primer momento luego ya no entra tan bien? (Conceptualmente, por supuesto). 60 Ibíd., pág. 183. 61 Ver pág. 32, n. 54. 62 Ibídem. 63 Por supuesto que desde la perspectiva de Lacan en esos momentos, pues hechos posteriores cuestionarían esa aparente curabilidad. 64 Ibídem.

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A esto, y en la misma línea de lo ya consignado por nosotros páginas arriba, Lacan opondrá lo siguiente: […] nada autoriza a distinguir entre los casos curables y los casos crónicos de la paranoia legítima. La mayor parte de los autores –y, punto decisivo, Kraepelin mismo- han abandonado el dogma de la cronicidad de la psicosis paranoica.65

Todo esto haría pensar que Lacan ha llegado a la culminación de su caso con la culminación de su diagnóstico: todo entra a la perfección, y si no es así, como en el caso de la curabilidad, Lacan hace que entre. Paranoia, en el sentido de Claude –esto es, en el sentido de Kraepelin. Vencido el que parecía ser el principal obstáculo para sostener el diagnóstico, ¿qué provoca entonces que éste, en unas cuantas líneas, pase a ser sólo provisional, que sea mantenido en suspenso hasta que no se haga “un análisis sintomático minucioso”66 del caso Aimée? En un primer momento, el reconocimiento de particularidades del delirio que no coincidirían con la descripción clásica, como su carácter no absolutamente centrípeto, la nota de autoacusación visible en el mismo, así como una nota de ansiedad, parecerían señalar la inexhaustividad –la insuficiencia- del diagnóstico. Además, el certificado de quincena elaborado por Lacan a imagen y semejanza de los elaborados por Clérambault, citado casi al final de esta sección en la que discute el diagnóstico, pareciera ponerlo en la pista de mecanismos en el delirio no explicitados –jugarretas de la vida, aquí también lo rechazado retorna para darle cierta luz a Lacan-: Psicosis paranoica. Delirio reciente, que ha culminado en una tentativa de homicidio. Temas aparentemente resueltos después del acto. Estado oniroide. Interpretaciones significativas, extensivas y concéntricas, agrupadas en torno a una idea prevalente: amenazas a su hijo. Sistema pasional: deber que cumplir para con éste. Impulsiones polimorfas dictadas por la angustia: gestiones ante un escritor, y ante la futura víctima. Ejecución urgente de escritos. Envío de éstos a la Corte de Inglaterra. 65 66

Ibíd., pág. 184. Ibíd., pág. 187.

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Escritos panfletario y bucólico. Cafeinismo. Desviaciones de régimen. Dos exteriorizaciones interpretativas anteriores, determinadas por incidentes genitales y complemento tóxico (tiroidina). Actitud vital tardíamente centrada por un apego maternal exclusivo, pero en el cual dominan antiguamente valores interiorizados, permitiendo una adaptación prolongada a una situación familiar anormal, a una economía provisional. Bocio mediano. Taquicardia. Adaptación a su situación legal y maternal presente. Reticencia. Esperanza.67

Será entonces también en parte por un certificado redactado no sólo con un estilo clerambaultiano, sino con un lenguaje clerambaultiano como Lacan se verá llevado a dejar este diagnóstico en suspenso hasta no profundizar en la investigación de los mecanismos de la psicosis.

1.3. Jaspers Paul Bercherie dice que la Psicopatología general de Jaspers es la primera y única obra que opera una crítica sistemática en el pensamiento psiquiátrico, situando el eje de la crítica sobre el cuestionamiento del paralelismo psicofísico, dominante en psicopatología: No se trata ciertamente de cuestionar el evidente fundamento material de la mente, sino de distinguir correctamente “en todo el palabrerío psicopatológico… lo que se sabe y lo que no se sabe… en qué sentido y dentro de qué límites se sabe algo”.68

No algo muy distinto pretenderá Lacan con su tesis, incluso cuando se vea obligado a, en cierto punto, como veremos, abandonar la referencia jaspersiana que le servía de referencia teórica de inicio –la noción de proceso. Así, desde la misma introducción a la tesis de 1932 a la que hemos recurrido con insistencia, síntesis del 67 68

Ibíd., págs. 186-187. Bercherie, Paul; Los fundamentos de la clínica; op. cit.; pág. 176.

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extenso desarrollo posterior realizado por Lacan, podemos encontrar cómo, inmediatamente después de haber expuesto todo lo que nosotros, en nuestra introducción a este apartado, identificamos como la serie que lleva del trastorno mental a la personalidad, Lacan menciona que todo ello no significa que desconozca los factores orgánicos que podrían intervenir en las psicosis: […] así como no se están olvidando las determinaciones físico-químicas de los fenómenos vitales cuando se subraya su carácter propiamente orgánico y cuando se las define de acuerdo con él, así tampoco se está descuidando la base biológica de los fenómenos llamados de la personalidad cuando se tiene en cuenta una coherencia que le es propia y que se define por esas relaciones de comprensión en las que se expresa la común medida de las conductas humanas.69

No se está olvidando la base biológica de la personalidad, y ello porque, definida por ciertas relaciones de comprensión, se tiene en cuenta una coherencia propia. ¿Qué significa todo esto? Si nos detenemos en la pista epistémica que da Lacan desde el principio, esto es, en esas relaciones de comprensión, automáticamente somos conducidos al binomio jaspersiano establecido entre éstas por un lado y las relaciones de causalidad, por el otro, –concomitantemente a la separación entre comprender y explicar- así como a la distinción entre proceso y desarrollo. Veamos qué implican estos términos en Jaspers, para luego hacer una recensión sobre su significación en la tesis de Lacan; una vez hecho esto estaremos en condiciones de mostrar en qué sentido la referencia a Jaspers, tal y como hemos visto que sucedió con Clérambault y Kraepelin, se constituye también como una ruptura que paradójicamente no lo es del todo –esto es, una ruptura cuyos efectos no se manifestarán inmediatamente en un cambio de paradigma.

Jaspers, las psicosis: proceso/desarrollo... 69

Lacan, Jacques; De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad; op. cit., pág. 16.

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…y Erklären/Verstehen Jaspers separa por un lado, la comprensión estática o fenomenología, esto es, aquella con la que se representa la vivencia del sujeto tal y como se presenta en la conciencia, y la comprensión genética, “captación intuitiva del engendramiento de los hechos psíquicos los unos por los otros, tal como ella se impone respecto a las reacciones psicológicas”70. Por el otro, Jaspers sitúa las relaciones causales, invocadas cuando los hechos psíquicos no son comprensibles ni fenomenológica ni genéticamente, teniéndose que recurrir entonces a explicaciones causales, a representaciones teóricas generalmente del orden de lo biológico. A estas representaciones que recubren todo lo incomprensible se les puede explicar, en ocasiones, como teniendo como fundamento un sustrato orgánico conocido. Sin embargo esta explicación tiende a extenderse a todos los trastornos que se presentan en las mismas condiciones: a esto Jaspers lo denomina prejuicio somatista. Estos conceptos son utilizados por Jaspers para el establecimiento de una oposición entre dos tipos de perturbaciones psicopatológicas; primero: […] perturbaciones cuyo desarrollo es perfectamente comprensible. Se trata primero de las “reacciones verdaderas cuyo contenido está en relación comprensible con el acontecimiento original, que no hubieran nacido si este acontecimiento y cuya evolución depende del acontecimiento y de su relación con él. La psicosis permanece ligada al acontecimiento central”71 […] Se trata también del “desarrollo de una personalidad… (que) tiene solamente como origen a las disposiciones individuales que evolucionan a través de las épocas de la vida… que sin discontinuidad incomprensible vienen a agregar algo totalmente nuevo”. Evolucionan en el tiempo, determinando, en constante interacción con el medio, “la manera de reaccionar frente

70

Bercherie, Paul; op. cit., págs. 177-178. Por ejemplo, la psicosis carceral, los trastornos de origen evidentemente traumático (neurosis de guerra), trastornos derivados de accidentes, etc. 71

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a los acontecimientos exteriores, que son utilizados de una manera correspondiente a esta naturaleza”.72

Segundamente, Jaspers delimita un grupo de perturbaciones psicopatológicas cuyo desarrollo, al contrario del primer grupo, no es comprensible; irrumpen brutalmente en el desarrollo comprensible de la vida psíquica, introduciendo un cambio totalmente nuevo: a éstas las categoriza bajo la denominación de proceso.

Una personalidad definida en términos comprensibles, una psicosis que se creía proceso ¿Cómo utiliza Lacan, básicamente, los conceptos de Jaspers a lo largo de su tesis? La influencia del alemán es evidente, como vimos, desde la introducción a la tesis, pero toma forma en el momento en el que Lacan elabora el análisis del concepto de personalidad para, posteriormente, dar su propia definición. Las relaciones de comprensión harán su aparición plena cuando Lacan haga su análisis objetivo de la personalidad73, específicamente en referencia a una ley evolutiva que él descubre como esencial a los fenómenos de la personalidad; encuentra que los estados sucesivos de la personalidad no están separados por rupturas, sino que su evolución, el paso de uno a otro son en sí mismos comprensibles. Estos datos, objetivos, serían los que le conferirían a la personalidad la unidad de “un desarrollo regular y comprensible”74. En cuanto a las funciones intencionales, cuyo análisis desembocará en el segundo componente de la personalidad, Lacan dirá que también éstas recaen bajo las relaciones de comprensión. El tercer elemento, la génesis social de la personalidad, está no sólo relacionado, sino que para Lacan “da la clave de la verdadera naturaleza de las 72

Ibíd., pág. 178-179. Los entrecomillados son citas hechas por Bercherie de la Psicopatología general de Jaspers. 73 Para detalles sobre todo esto remitirse al siguiente capítulo. 74 Ibíd., pág. 36.

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relaciones de comprensión”75. Cada uno de los elementos de la personalidad, entonces, remitirían a relaciones comprensibles; vista desde este enfoque, la personalidad parecería definida en términos totalmente jaspersianos, y en buena medida lo es, pero, como veremos en el próximo capítulo, la síntesis conceptual es un tanto más compleja. Ahora, ¿cómo se vincula la personalidad definida comprensiblemente con la psicosis –con la psicosis paranoica? Lo que se pretende, recordemos, es responder a las preguntas sobre si la psicosis paranoica es un desarrollo de la personalidad, traduciendo entonces ya una anomalía constitucional, ya una modificación reaccional, o si, por el contrario, esta psicosis traduciría una alteración autónoma que transformaría la personalidad. A estos cuestionamientos Lacan les dará no sólo una misma respuesta, sino incluso dos distintas en dos diferentes tiempos, dentro de la misma tesis. En la tesis, desde el principio, Lacan no oculta su desacuerdo con las posturas constitucionalistas. Esta doctrina sería aquella que cimienta sus principios […] en el hecho incontestable de las diferencias innatas, en cuanto a las propiedades biopsicológicas, entre los individuos, así como en el hecho, no menos cierto, de que tales diferencias son a veces hereditarias, y pretende que estos datos característicos tienen un valor clasificador de las diferencias individuales y son determinantes de la organización de la personalidad. 76

Para Lacan no puede admitirse a priori el carácter innato de una propiedad denominada como constitucional, cuando el desarrollo de ésta pueda entenderse como ligado a la historia del sujeto. Por ello le parece discutible que ciertos pretendidos elementos constitucionales de la personalidad se expresen con nombres de funciones en sí mismos complejos (bondad, sociabilidad, etc.). Además, para Lacan los problemas de la relación de la psicosis con la personalidad y con la constitución no se confunden: son dos problemas de orden distinto, y el que, por ejemplo, se pueda establecer una 75 76

Ibíd., pág. 39. Ibíd., pág. 47.

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correlación entre la psicosis y alguna disposición constitucional no obsta para entender el trastorno psicótico bajo la categoría jaspersiana de proceso. Por las contradicciones a las que llega la teoría constitucional de las psicosis, según Lacan, se introduce la concepción de una génesis distinta de la psicosis paranoica: “Lejos de ser una reacción de la personalidad comprensible psicógenamente, la paranoia vendría a estar condicionada por un proceso de naturaleza orgánica”77. Esa tesis pretende estar fundada en el examen atento de la evolución clínica de la psicosis. Lejos de mostrarles a sus autores un desarrollo psicológico regular, lo que este examen les revela es que los momentos de la evolución en que se crea el delirio, los puntos fecundos de la psicosis […] se manifiestan con trastornos clínicamente idénticos a los de las psicosis orgánicas, si bien es verdad que son más deleznables y más pasajeros.78

Ante la imposibilidad de concederle algún valor a mecanismos de sustrato evidentemente orgánico, otros autores se han contentado con poner de relieve lo que en el análisis resiste a toda comprensión. Lacan se introduce con propiedad en el enfoque jaspersiano mencionando la originalidad que antes de éste otros autores habían identificado en la vivencia (Erlebnis) paranoica. El mismo Jaspers dice lo siguiente sobre la vivencia paranoica: La vieja definición de la paranoia: un juicio falso imposible de corregir, ha dejado de ser válida desde el momento en que se han puesto de relieve determinadas vivencias subjetivas de los enfermos, vivencias que son la fuente del delirio […] Muchos acontecimientos que sobreviven al alcance de los enfermos y atraen su atención, despiertan en ellos sentimientos desagradables apenas comprensibles […] Los enfermos, orientados, reflexivos, accesibles, a menudo incluso aptos para el trabajo, 77 78

Ibíd., pág. 96. Ibídem.

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tienen todo el ocio y todo el celo necesarios para elaborar, como explicación de sus experiencias, un sistema bien organizado, así como toda clase de ideas delirantes explicativas, a las cuales ellos mismos no les reconocen a menudo sino un carácter hipotético. En los casos en que tales vivencias se han desvanecido después de un tiempo bastante largo, lo único que se encuentra son los contenidos delirantes de juicios petrificados; la vivencia paranoica particular ha desaparecido.79

Por ello Jaspers opondrá estas “vivencias paranoicas al carácter sistematizado y concéntrico de las ideas de sobrestimación y de las ideas erróneas”80. Todos estos hechos serán los que permitirán que autores como Von Valkenburg sostengan que nunca serán las reacciones afectivas las que determinarán a las psicosis. Éste, por ejemplo, apreciará al comienzo de las psicosis un sentimiento de despersonalización, entre otros fenómenos, mismos que lo llevarán a admitir la existencia de un proceso cerebral, aunque aún inaccesible a la observación objetiva. Poco más adelante Lacan afirmará que el concepto central para el análisis de las psicosis paranoicas verdaderas es el de proceso psíquico: El concepto de proceso psíquico se opone directamente al de desarrollo de la personalidad, que puede ser expresado siempre en relaciones de comprensión. Introduce en la personalidad un elemento nuevo y heterogéneo. A partir de la introducción de este elemento se forma una síntesis mental nueva, una personalidad nueva, sometida de nuevo a las relaciones de comprensión. El proceso psíquico se opone así, por otra parte, al curso de los procesos orgánicos cuya base es una lesión cerebral: éstos, en efecto, van acompañados siempre de desintegración mental.81

Según Jaspers un fenómeno psicopático es considerado como una reacción de la personalidad cuando “su contenido tiene una relación comprensible con el 79

Citado en Lacan, ibíd., pág. 127. Ibíd., pág. 128. 81 Ibídem. 80

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acontecimiento original, que no habría nacido sin ese acontecimiento, y que su evolución depende del acontecimiento, de su relación con él”82. El proceso psíquico, en cambio, implica un cambio en la vida psíquica que no va acompañado de desintegración de la vida mental: “Determina una vida psíquica nueva, que se mantiene parcialmente accesible a la comprensión normal y que parcialmente le sigue siendo impenetrable”83. Estos cambios en el psiquismo, señala Lacan siguiendo a Jaspers, son en principio definitivos. Aquí podemos ver el mismo elemento que llevará a Lacan a abandonar su intención de explicar la paranoia de Aimée mediante la categoría de proceso psíquico por la cuestión de la curabilidad. El interés teórico de la noción de proceso juzga Lacan que no es menor, ya que eventualmente permitiría establecer una oposición entre las formas de la paranoia determinadas psicógenamente y otras más emparentadas con las parafrenias: “parece que una clasificación como esa resulta en efecto más conforme a la naturaleza real de los mecanismos en juego, por poco precisa que se nos muestre todavía”84.

Los llamados fenómenos elementales Inmediatamente después del ya mencionado diagnóstico provisional, luego de la presentación del caso clínico, del caso Aimée, Lacan se avocará a la discusión sobre si la psicosis de este caso representaría un proceso orgánico-psíquico –es curioso, como señala Allouch85, que, mientras páginas antes de la presentación del caso sólo hablaba de proceso, ahora hable de proceso orgánico-psíquico. Iniciando la tarea anunciada al final de su diagnóstico provisional, la de penetrar en los mecanismos de la psicosis de

82

Citado en Lacan, ibíd., págs. 128-129. Ibíd., pág. 129. 84 Ibíd., pág. 133. 85 Allouch, Jean (1990) Marguerite, Lacan la llamaba Aimée; México, D.F.: Editorial Psicoanalítica de la Letra, 1995; pág. 637. 83

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Aimée, Lacan analizará ciertos fenómenos llamados por él fenómenos primitivos o elementales. Con este nombre dice Lacan “se designan síntomas en los cuales […] se expresan primitivamente los factores determinantes de la psicosis y a partir de los cuales el delirio se construye de acuerdo con reacciones afectivas secundarias y con deducciones en sí mismas racionales”86. Esta noción, dice Lacan, encuentra su valor en la concepción jaspersiana de proceso psíquico. Antes de analizar, entre otros fenómenos elementales, a la interpretación según como se observó en Aimée, Lacan refutará la concepción clásica de la misma en la psiquiatría. Según la teoría clásica, la interpretación es un acto psicológico que a partir de tendencias propias de cada tipo de personalidad se realiza de acuerdo a mecanismos normales. Lo único, dice Lacan, que se puede afirmar de la naturaleza de estos trastornos primitivos en Aimée es su carácter de brote agudo y su intensidad máxima con respecto a la evolución. Para Lacan la interpretación se presentaría como un trastorno primitivo de la percepción no muy distinto de ciertos fenómenos pseudoalucinatorios. Las interpretaciones dependerían de mecanismos fisiológicos emparentados con los sueños. La percepción en la interpretación estaría refractada en un estadio intermedio entre el sueño y la vigilia. Por ello Lacan propone provisoriamente el término de estado oniroide para estos estados particulares de conciencia. Dice Lacan que es manifiesta la existencia de tales estados en Aimée, y señala múltiples ejemplos. Es precisamente aquí dónde Lacan utilizará por vez primera una referencia psicoanalítica con un poco más de propiedad: recordando cómo, para Freud, las imágenes del sueño tienen una significación, razón por la cuál es imposible, señala Lacan, restarle todo valor psicógeno al mecanismo del sueño, propondrá la siguiente delimitación de lo que se jugaría entre lo psicógeno y lo orgánico en la interpretación:

86

Lacan, op. cit., pág. 188.

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Así, pues, hasta más amplia información, el contenido de las interpretaciones no carece, a nuestro parecer, de relación con dichos mecanismos, y si nuestra teoría tiende a despojar a la interpretación de su carácter razonante, no por ello anula su alcance psicógeno, sino que solamente la hace retroceder sobre unas modificaciones atípicas, más o menos larvadas, de las estructuras perceptivas.87

Entre las características de la interpretación delirante auténtica, a diferencia de los mencionados estados oniroides, tendríamos, ante todo, un carácter de efectividad producido a propósito de una coyuntura particular. Esta interpretación se presentaría como una experiencia sobrecogedora, como una iluminación, en un sentido muy similar al de los fenómenos que los autores clásicos designaban con el nombre de fenómeno de significación personal. Sobre todo lo que a nosotros nos interesa destacar es esta observación que sobre los mismos fenómenos hace Lacan: Si consideramos el fenómeno más de cerca, vemos que el síntoma no se presenta a propósito de cualquier clase de percepciones, de objetos inanimados y sin significación afectiva por ejemplo, sino muy especialmente a propósito de relaciones de índole social: relaciones con la familia, con los colegas, con los vecinos […] El delirio de interpretación […] es un delirio de la vivienda, de la calle, del foro.88

La explicación que hace Lacan de estos caracteres del fenómeno interpretativo se sustenta en la teoría psicasténica de Janet: estos fenómenos dependerían de estados funcionales de insuficiencia del psiquismo que afectarían a las actividades complejas y a las actividades sociales. Según Lacan esta teoría permitiría comprender qué papel tienen en estos trastornos las relaciones sociales en su sentido más amplio, y cómo la estructura de estos síntomas, perfectamente integrados a la personalidad, reflejaría su génesis social. 87 88

Ibíd., pág. 191. Ibíd., pág. 192.

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No obstante la aparente suficiencia tanto de la teoría de los estados oniroides como de la psicasténica, Lacan menciona ciertos hechos observados en Aimée que parecían inconciliables con aquéllas. Esta incompatibilidad será la que llevará en última instancia a Lacan a distinguir de las interpretaciones delirantes aquéllas que más bien cabría identificar como ilusiones de memoria. Estas tendrían su origen en una insuficiencia de la rememoración: una imagen-fantasma se transformaría en una imagen-recuerdo. Pero, más importante, el descubrimiento de estas ilusiones de memoria vendrá a convertirse en un punto de clivaje dentro de la misma tesis; según el mismo dicho de Lacan, el descubrimiento de este mecanismo en una situación particular de la entrevista clínica a Aimée le dará retrospectivamente su valor a varios hechos relatados por aquella y a los que Lacan no les había tomado la menor importancia. En síntesis, estas ilusiones de memoria representarían “objetivaciones ilusorias […] de imágenes en que se expresan, ya la convicción delirante […] ya los complejos afectivos que motivan el delirio”89. Con todo esto Lacan dice haber puesto de relieve el verdadero carácter de los fenómenos elementales en el delirio de Aimée, mismos que podrían agruparse del siguiente modo: estados oniroides, trastornos de incompletad de la percepción, interpretaciones propiamente dichas, ilusiones de la memoria. Los últimos serían trastornos de la percepción y de la rememoración, ligados electivamente a relaciones sociales. La interpretación no sería pues una alteración razonante que tendría como fundamento elementos de índole constitucional. Además, esta concepción según Lacan permitiría entender la relación de las interpretaciones como fenómenos elementales con ciertos estados orgánicos. Ahora bien, ¿estos mecanismos darían razón suficiente del delirio? Desde la perspectiva de los organicistas la respuesta no podría ser sino positiva, pues para ellos lo fundamental se situaría en estos fenómenos elementales de carácter orgánico, mientras que el delirio sería sólo una elaboración secundaria, sin mayor interés, que intentaría dar 89

Ibíd., pág. 196.

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cuenta de aquellos fenómenos. Lacan observa muy bien que su concepción representa un refuerzo a la posición organicista; no obstante, en lo concerniente al valor del delirio su posición es muy distinta: Los fenómenos llamados primitivos podrán ser primarios en el tiempo, e incluso aceptamos que puedan servir de desencadenadores del delirio, pero no por eso explican la fijación ni la organización de éste.90

A la pregunta sobre si del análisis de estos mecanismos se podría concluir que la psicosis de Aimée es un proceso en el sentido jaspersiano Lacan no responderá aún: prorrogará la respuesta, dice, hasta no haber estudiado al delirio en sí mismo, en su estructura, y en sus relaciones con la historia, con la personalidad de Aimée. Cuando en el capítulo siguiente Lacan culmine con este estudio, surgirá una pregunta semejante: ¿los acontecimientos traumáticos, vinculados con el conflicto vital del sujeto, son los determinantes no sólo del delirio, sino de la psicosis toda? A diferencia del primer cuestionamiento, el del carácter procesual de la paranoia de Aimée, Lacan responderá – si bien provisionalmente también- a éste afirmativamente: Aquí, en cambio […] seguramente hemos hecho un progreso. Los procesos agudos que hemos estudiado dejaban difíciles de explicar la fijación y la sistematización de las ideas delirantes: pero, por el contrario, la permanencia del conflicto, al cual se refieren los acontecimientos traumáticos, ciertamente explica la permanencia y el acrecentamiento del delirio, tanto mejor cuanto que sus síntomas mismos parecen reflejar la estructura de ese conflicto.91

No obstante subsiste una objeción de principio, tanto en el caso de un enfoque orgánico-procesual como en uno psicogenético: ¿porqué tanto procesos hipnoides –para poner un ejemplo- como traumatismos psíquicos, ambos observables en sujetos normales, podrían determinar en un caso dado una psicosis, incluso una psicosis 90 91

Ibíd., págs. 197-198. Ibíd., pág. 223.

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paranoica, y no otra cosa? Para Lacan este será el interrogante que intentará despejar, si bien parcialmente, en el siguiente capítulo, en el mismo en el que verá la luz la ínclita denominación de paranoia de autocastigo con un análisis de las funciones de la personalidad, mismas que en buena parte siguen siendo definidas con apoyo en una concepción jaspersiana: las relaciones de comprensión. Si se abandona la intención de explicar la paranoia de Aimée mediante la noción de proceso –abandono que será manifiesto por Lacan en una nota al pie-, no se deja aún así de lado del todo a Jaspers; continúa presente en el otro polo de su enfoque, el del desarrollo que sería comprensible en sí. Como dirá el mismo Lacan páginas más adelante: “adonde nos ha llevado nuestra investigación es […] a un trastorno que no tiene sentido sino en función de la personalidad o, si se prefiere, psicógeno”92. La etiología de la psicosis –de la paranoia de autocastigo- será explicada por Lacan como unan acumulación de factores: proceso orgánico borroso, transformación de la situación vital, acontecimientos con valor de trauma afectivo. Vemos que subsiste, aunque ya sin el papel fundamental, el proceso orgánico. Los fenómenos elementales de la psicosis están representados esencialmente por interpretaciones. Insistirá Lacan sobre el nulo valor razonante de estas interpretaciones, negándoles también cualquier preformación en una falsedad congénita del juicio. Más bien estas interpretaciones tendrían como sustrato trastornos de la percepción y de la representación. En cuanto al papel del delirio con respecto a estos fenómenos elementales, Lacan dirá que: Sería de todo punto equivocado considerar a priori como puramente secundarias a esos fenómenos las primeras identificaciones sistemáticas del delirio. Por más que estas identificaciones, explicativas o mnésicas, sean posteriores a los fenómenos llamados primarios y al período de inquietud de que van acompañados, suelen tener la

92

Ibíd., pág. 230.

50

relación más directa con el conflicto y con los complejos realmente generadores del delirio.93

El delirio tiene un sentido, por lo que no puede considerarse sólo como una formación secundaria, igualmente de secundario valor. El delirio sistematizado significaría tanto el conflicto afectivo inconsciente que lo origina como la actitud de autocastigo adoptada por el sujeto. Analizando dos de las llamadas funciones conceptuales que serían el fundamento de la objetividad –la simple percepción y las operaciones discursivas de la lógica-, Lacan se opone nuevamente a la doctrina clásica de la paranoia. Ésta da por sentado que las susodichas funciones se conservan; para Lacan esta concepción responde al modelo clínico del cual se desprende su carácter comprensible. Pero, si se estudia el delirio paranoico en su estructura misma, estos criterios sólo conservan un valor puramente aproximativo. Para Lacan la percepción no es exacta, está profundamente transformada. Las interpretaciones pertenecerían de hecho a esos trastornos perceptivos. También recusa la pretendida conservación del orden lógico de los pensamientos. El estudio atento del delirio de Aimée lo lleva a esa convicción: la claridad significativa del delirio es de una índole distinta a la de la lógica, pues “sólo se refiere al sentido perfectamente congruente que tienen los temas delirantes, como expresión de tendencias afectivas no reconocidas por la conciencia del sujeto”94. Ahora bien, dice Lacan que si se interroga al sujeto sobre el origen de sus convicciones delirantes, aparece un nuevo rasgo del delirio: el de su imprecisión lógica. No obstante, esta imprecisión lógica sólo es cabalmente comprendida en la medida en que se deja de ver en el delirio algo privado de valor de realidad; el delirio, al estar en relación

93 94

Ibíd., pág. 247. Ibíd., pág. 266.

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constante con un complejo o con un conflicto, es una forma de conocimiento de una forma de realidad. En la organización de las creencias delirantes, así como en las percepciones delirantes, es posible distinguir dos órdenes de trastornos: unos, debidos a estados tóxicos o autotóxicos; otros, relacionados con formas conceptuales propias de la psicosis en las que fallarían los marcos lógicos, a priori, del pensamiento normal. Una de estas formas propias de la psicosis en general sería la que Lacan denomina como principio de identificación iterativa, que determinaría, para ejemplificarlo con el delirio de Aimée, la serie duplicada, triplicada, multiplicada de los perseguidores como símbolos de un prototipo real. En otras psicosis, en psicosis graves, se ven florecer ideas de vuelta a comenzar, de repetición indefinida de los mismos acontecimientos, desmultiplicaciones ubicuistas de un mismo personaje, ciclos de muerte y resurrección, dobles y triples realidades, etc. Es en esta parte donde Lacan hace confesión de su posición de principio, de esa posición que tendrá que abandonar luego de la experiencia con Aimée: Nuestra posición acerca de este punto es tanto menos sospechosa cuanto que nos hemos visto llevados a ella sin tener ninguna idea preconcebida. Las investigaciones atentas que nos han mostrado de una parte la imprecisión lógica del delirio, y por otra parte su alcance siempre significativo de cierta realidad, nos han sido sugeridas, en efecto, por la idea absolutamente contraria de demostrar que la psicosis representaría un “proceso” extraño a la personalidad. 95

Es precisamente aquí donde se hace evidente la ruptura con los presupuestos jaspersianos que le servían de base, llegando a “conclusiones completamente opuestas a las de ellos”: el delirio siempre tiene cierto valor de realidad, que sólo se comprende en relación con el desarrollo histórico de la personalidad. 95

Ibíd., pág. 268.

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Después de esto, ¿qué estatuto conservan las relaciones de comprensión en la tesis de Lacan? Podemos responder que se mantiene la misma noción, pero no exactamente con el mismo sentido; estas relaciones de comprensión servirían ahora para darle su sentido humano a los fenómenos de la psicosis. Pertenecientes ellas mismas a los distintos aspectos que fundamentan a la personalidad, como ésta tendrían su asentamiento en la comunidad humana. Jaspers se mantiene presente a través de estas relaciones de comprensión. Cuando Lacan vuelve a su definición de la personalidad, dirá que lo que allí hace “es definir un orden de fenómenos por su esencia humanamente comprensible, es decir por un carácter social, cuya existencia de hecho se explica por la génesis, social a su vez”96. No obstante estos fenómenos también tienen por una parte el valor de estructuras fenomenológicamente dadas y dependerán también de una especificidad individual. A estos tres polos de lo social, lo estructural y lo individual les da su consistencia el primero, el de lo social, “pero, inversamente, por el camino de estas relaciones de comprensión, es lo individual mismo y lo estructural la meta de nuestro empeño”97. Como se podrá observar, se abandona a Jaspers en cuanto a la pretensión de fundamentar a la psicosis paranoica como un proceso; el desplazamiento mantiene de Jaspers las relaciones de comprensión, aquéllas que para el psiquiatra alemán estaban en la base de lo que en la clínica se presentaba como un desarrollo. Por ende, la hipótesis determinista que aventurará Lacan luego de la presentación y del estudio de su monografía será la siguiente: “existe un determinismo que es específico del orden definido en los fenómenos por las relaciones de comprensibilidad humana. A este determinismo lo hemos calificado de psicógeno”98. ¿Cuál sería, para Lacan, la fecundidad del enfoque psicógeno en la explicación de los trastornos mentales –específicamente, de la paranoia- en su relación con la personalidad? Antes del abandono de la noción de proceso, antes del análisis completo 96

Ibíd., pág. 284. Ibíd., pág. 285. 98 Ibídem. 97

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del caso Aimée, Lacan argumentaba algo en lo que, sustancialmente, no variará a lo largo de los años, y que lo acercaba en ese momento al psicoanálisis: [El enfoque psicógeno] nos induce a no olvidar el valor propio de los síntomas de la psicosis. Porque un delirio no es un objeto de la misma naturaleza que una lesión física, que un punto doloroso o que un trastorno motor. Traduce un trastorno electivo de los comportamientos más elevados del enfermo: de sus actitudes mentales, de sus juicios, de su conducta en sociedad. Más aún: el delirio no expresa este trastorno directamente: lo significa a través de un simbolismo social. Este simbolismo no es unívoco, y tiene que ser interpretado. 99

Sin embargo, todo lo anterior, que merecería sin duda considerarse como una posición psicoanalítica, si bien involuntaria, no serviría de ninguna manera para fundamentar que Lacan “era ya psicoanalista”, si consideramos el párrafo siguiente, en el que expone los problemas que se encuentran, en el interrogatorio, para interpretar este simbolismo del síntoma: el mismo lenguaje del enfermo es un obstáculo, pues al no tratarse más que del común y corriente, de ese que según Lacan sólo está hecho para “el uso de las relaciones humanas normales”100 y no para el análisis de los matices mórbidos, se vuelve imprescindible echar mano del concepto de personalidad, para valorar, comprensiblemente, por ejemplo, la concepción que el enfermo tiene de sí mismo, los actos del enfermo, sus reacciones sociales. Más importante: el último criterio, el más importante, en este momento –por lo menos en este momento de la redacción de la tesis-, sería el grado de adaptación social del enfermo101.

99

Ibíd., pág. 94. Ibídem. 101 Ibíd., pág. 95. Lacan, al igual que Hartmann, Loewenstein y demás, en algún momento de su obra –en éste, por ejemplo-, podría clasificarse como sustentador de un enfoque adaptativo, ese del que veinte años más tarde se convertirá en el más acérrimo crítico dentro del psicoanálisis. Como lo hacíamos notar al principio de este capítulo, en favor de Lacan se puede alegar que sus críticas irán dirigidas hacia algo que ya conoce, y de alguna manera también hacia sí mismo –quizá éste sea uno de los factores por los que publicó, “no sin reticencias”, su tesis doctoral varios años después. 100

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Prueba del papel preponderante que Lacan aún le reserva a las concepciones jaspersianas es la siguiente declaración, hecha casi al final de la tesis: […] en el trabajo de Jaspers es donde hemos encontrado el primer modelo de la utilización analítica de esas relaciones de comprensión con las cuales hemos constituido el fundamento de nuestro método y de nuestra doctrina.102

Dos párrafos más adelante dirá: En efecto, sólo el examen de la continuidad genética y estructural de la personalidad nos manifestará en qué casos de delirio se trata de un proceso psíquico y no de un desarrollo, es decir, en qué casos se debe reconocer en el delirio la manifestación intencional de una pulsión que no es de origen infantil, sino de adquisición reciente y exógena […]103

Esta curiosa idea de pulsión, mezclada con el método jaspersiano de discriminación, da una prueba del punto al que llega Lacan al final de su tesis: síntesis híbrida –más de lo corriente- como señala Françoise Léguil104, entre psicoanálisis y método jaspersiano, con bastante de Politzer y de muchos otros más. Llegado al término de la tesis, Lacan retoma la pregunta inicial: “La psicosis paranoica, que parece trastornar la personalidad, ¿consiste en su desarrollo mismo, o sea en una anomalía constitucional, o en deformaciones reaccionales? O bien ¿es la psicosis una enfermedad autónoma, que refunde la personalidad?”105

102

Ibíd., pág. 305. Ibídem. 104 Léguil, Françoise (1989) Lacan avec et contre Jaspers, en Ornicar? No. 48; París: Navarin; citado en Napolitano, Graziela (2000) Estructura de la psicosis e historia de la psiquiatría, en Psiquiatría, psicología y psicoanálisis; Buenos Aires: Polemos, 2000; pág. 124. 105 Lacan, Jacques; De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad; op. cit., pág. 313. 103

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Críticamente concluirá Lacan, respecto de los llamados fenómenos elementales, o contenidos sistemáticos, o constitución predisponerte, que su trabajo mismo completa la descripción de los anteriores en los siguientes puntos: 1.- A los fenómenos elementales clásicamente identificados en la psicosis paranoica conviene añadir a las ilusiones de memoria, los trastornos de la percepción, y las alucinaciones. Estos fenómenos, y especialmente las interpretaciones, se presentan en la consciencia con un alcance conviccional inmediato, una significación objetiva de un solo golpe, o, si permanece subjetiva, un carácter de obsesión. No son nunca el fruto de ninguna deducción “razonante”.106

El estudio de estos fenómenos demuestra para Lacan lo absurdo de referirlos a hechos de automatismo específicamente neurológico: “Nosotros demostramos que unos dependen de alteraciones comunes de la consciencia causadas ocasionalmente por trastornos orgánicos generales, y los otros, de estructuras conceptuales que obedecen (…) a la fenomenología misma de la psicosis”107. 2.- Los contenidos sistematizados del delirio no traducen ninguna actividad razonante, ni emanada de un juicio originariamente viciado, ni de un juicio normal aplicado secundariamente a los datos primarios ilusorios. Estos contenidos más bien expresan, sin deducción lógica consciente y mediante un simbolismo de sentido evidente, uno o varios conflictos vitales que demuestran ser la causa eficiente. Entre las conclusiones dogmáticas destaca lo que para Lacan sería la clave del problema nosológico, pronóstico y terapéutico de la psicosis paranoica:

106 107

Ibídem. Ibíd., págs. 313-314.

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[Esta clave] debe buscarse en un análisis psicológico concreto, que se aplique a todo el desarrollo de la personalidad del sujeto, es decir, a los acontecimientos de su historia, a los progresos de su consciencia, a sus reacciones en el medio social.108

Para cumplir con este propósito Lacan plantea la absoluta necesidad de realizar monografías tan extensas como sea posible, tal y como lo recomendaban Jaspers y contiguamente a éste Westerterp. De nuevo estamos ante una peculiar situación paradójica: una metodología inspirada en buena medida por Jaspers –el enfoque clínico exhaustivo- pondrá a Lacan en la pista de que la psicosis paranoica de Aimée no es precisamente un proceso, al permitirle observar fenómenos que, al entrar en contradicción con la postura del psiquiatra alemán, más bien deberán ser explicados con otras referencias: en este caso, con referencias propiamente psicoanalíticas. Es destacable el lugar en el que quedan ubicados estos procesos, ya calificados sin ambages como orgánicos. Lejos de situarse como la base del análisis psiquiátrico, tal y como lo proponía Jaspers en su distinción entre desarrollo y proceso –y tal y como Lacan mismo se lo proponía en los albores de su tesis-, los procesos orgánicos sólo desempeñan el papel de causa ocasional, es decir, sólo serían determinantes del momento de declaración de los síntomas, subordinados al esclarecimiento de las causas eficientes, pero sobre todo de las causas específicas.

108

Ibíd., pág. 314.

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2.- LA NOCIÓN DE PERSONALIDAD COMO TRANSINDIVIDUAL

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2.- LA NOCIÓN DE PERSONALIDAD COMO TRANSINDIVIDUAL

Como veíamos, a la síntesis psíquica Lacan la llama personalidad, y trata de definir los fenómenos que le son propios fundándose en su sentido humano. No obstante, de ahí en adelante la síntesis psíquica parecerá ser no más que un término provisional, que serviría, en los primeros párrafos de la tesis, para introducir el de personalidad. Aunque provisional, sin embargo –y precisamente por eso-, algún valor debe tener: su utilización no es gratuita, ni tampoco, en su significación, desechable – aunque sea por su casi equivalencia, por no hablar de su carácter de “clave” para la resolución del “enigma de la psicosis”. Por ello en estas líneas nos avocaremos a seguir a Lacan en su definición “objetiva de la personalidad”, y, concomitantemente, las marcas, los signos del significante desplazado. Adelantemos que, en cierto modo, la noción de personalidad, en cada una de sus vertientes –así como considerando a éstas en su totalidad-, tiene características sintéticas que la acercan en varios puntos al concepto de yo que, en esos momentos, apoyado en la segunda tópica freudiana, empezaba a perfilarse dentro del psicoanálisis; pero, aún más importante, que sienta las raíces del propio concepto de yo tal y como será elaborado pocos años más tarde, especularmente, por el mismo Lacan, mismo que a su vez lo alejará de los enfoques primeramente señalados, de esos que seguirán sosteniendo al yo como función precisamente sintética y totalizante109. También aquí, por supuesto, intentaremos abordar lo que de hecho es la parte central de la tesis doctoral: las relaciones de la psicosis paranoica con la

109

Que Jacques Lacan practicó y teorizó, durante algún tiempo, un psicoanálisis del yo, como lo señala Jean Allouch –omitimos la referencia porque lo parafraseamos de memoria (sabemos que es preferible hacer una cita formal, pero nos parece igualmente importante no apropiarnos, omitiendo la referencia, de una idea que no fue nuestra sino hasta haberla encontrado en otro)- es indudable; y que éste era radicalmente distinto del fundado por Hartmann y Loewenstein, entre otros, es igualmente claro. Es por supuesto tanto esta identidad en el objeto como esa diferencia en su conceptualización, en el enfoque, lo que autorizará más tarde a Lacan como un crítico autorizado del psicoanálisis del yo.

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personalidad; con una personalidad definida, comprendida fenomenológicamente, pero explicada, en sus mecanismos, a partir del psicoanálisis110.

2.1. Definición de la personalidad Para llegar a su definición objetiva de la personalidad y sus fenómenos Lacan hará antes una especie de recensión no exhaustiva de los diferentes puntos de vista desde donde según él se ha abordado a la personalidad misma. Primero, según la experiencia común –que tomaría a la personalidad como un hecho de experiencia psicológica ingenua-, aquélla se mostraría como el elemento de síntesis de nuestra experiencia interior: La personalidad no solamente afirma nuestra unidad, sino que también la realiza; lo que hace, para ello, es armonizar nuestras tendencias, es decir, las jerarquiza e imprime un ritmo propio a su acción; pero también escoge entre ellas, adoptando unas y rechazando otras.111

La segunda característica que se presenta ingenuamente a la experiencia sería la de su manifestación en el modo intelectual “más elevado que existe”112, el del juicio o afirmación categórica. El matiz que introduce aquí Lacan es de índole fenomenológica; la realidad a la que haría referencia el juicio en cuestión no sería una realidad efectuada -¿querrá decir efectiva?-, sino a una realidad intencional. La personalidad como hecho

110

Esta jaspersiana interpretación de la tesis de Lacan en lo referente al papel de la personalidad no debe dejar lugar a la confusión: no le da una razón en el a posteriori a Jaspers; que utilicemos esos términos, de esa forma, coincide –y debemos confesar que aquí sí retroactivamente, pues sólo luego de escrito lo notamos- con lo expuesto por Lacan en su seminario de 1955-56: es la explicación –no la comprensión- la clave en el abordaje de las psicosis. 111 Lacan, J. (1932) De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. México: Siglo XXI, 2003; págs. 29-30. 112 Este aserto es claro, aparece tal cual; en este momento, para Lacan, el juicio será el grado más elevado del modo intelectual.

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de experiencia común, según Lacan, “orienta al ser hacia cierto acto futuro, compensación o sacrificio, renunciación o ejercicio de su potencia, mediante el cual se conformará a ese juicio que uno ejerce sobre sí mismo”113. Ahora bien, en la medida, dice Lacan, en que ambos elementos –la síntesis y la intencionalidad- divergen uno del otro, la personalidad se resuelve en ideales más o menos vanos; y en la medida en que esa divergencia se reduce, el fundamento de la continuidad en el tiempo queda determinado. De esta manera la personalidad queda establecida como garantía de las promesas, como cimiento de la responsabilidad. Y cuando la continuidad, garante de la responsabilidad, es suficiente, se le confiere a la persona una responsabilidad propia, misma que entonces también se le confiere a los demás: “la noción de responsabilidad desempeña probablemente un papel primordial en el hecho de que reconocemos la existencia de la personalidad en los otros”114. He aquí, de forma explícita, cómo se introduce la cuestión de los otros, de la alteridad, por vez primera, en la teoría de Lacan sobre las psicosis. A este último enunciado lo acompaña una nota al pie que es reveladora de algunas de las preocupaciones teóricas de Lacan en ese momento: filosóficas, fenomenológicas específicamente, como ya lo había dejado ver en el lenguaje utilizado en los párrafos anteriormente citados –lenguaje que por su evidente tecnicismo nos hace dudar de lo que tendría de ingenua y de común esta supuesta experiencia de la personalidad-, Lacan se cuestiona sobre el problema de la “pluralidad de las personas”, problema que Husserl en sus Meditaciones cartesianas –presentadas por cierto primero en Francia- intentaría resolver, y luego de él varios de los discípulos de su doctrina. Lacan se cuestiona por el hecho de que cierta noción genética –una que tendría que ver con la formación de la noción de persona en el marco del derecho- deja irresuelto “el problema fenomenológico inicial de la pluralidad de las personas, el cual parece necesario para la

113 114

Ibíd., pág. 30. Ibídem.

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constitución misma de la noción de persona”115. Enterado entonces de lo que era en ese momento un punto álgido de la discusión filosófica de vertiente fenomenológica, no se contenta para evidenciarlo con lo anterior: al final de la misma nota hace referencia a Max Scheler, a su libro Nature et formes de la sympathie, en donde, dice Lacan, puede verse “la situación recíproca de las diferentes funciones de identificación afectiva, y en resumidas cuentas de amor, de la persona”116. Sintetizando un poco, tanto en la problemática teórico-epistémica de la pluralidad de las personas en su relación con la constitución misma de la noción de persona, como en la referencia a Scheler, que deja ver su preocupación por la cuestión de la identificación –identificación amorosa- con los otros, y su misma incidencia, ya no sólo teórica, sino fáctica –fenomenológica- en la constitución de la personalidad, Lacan, en estos pasajes referentes a la concepción ingenua de la personalidad, nos muestra cuál será una de las vías que habrá transitado para llegar a una concepción propia de las psicosis lejos de los clásicos referentes psiquiátricos individualizantes y, aún más, el camino que eventualmente desembocará en la creación de una teoría de la constitución subjetiva, del yo, con connotaciones especulares. Destaquemos entonces los tres atributos que Lacan reconoce en la experiencia común de la personalidad, síntesis, intencionalidad y responsabilidad, puesto que reaparecerán poco más adelante, en otra más de las “asombrosas coincidencias” que Lacan encuentra a lo largo de la tesis (verbigracia la señalada homología entre la definición kraepeliniana del delirio y los elementos objetivos de la personalidad). Continuando con el seguimiento del análisis que hace Lacan de la noción de personalidad, mencionemos ahora como señala que, derivada de esta experiencia común, tanto la metafísica como la ciencia han elaborado respectivamente diversas nociones sobre la personalidad. La primera, en su vertiente mística, se caracteriza por 115 116

Ibídem., n. 3. Ibídem.

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dar a la personalidad una existencia sustancial, y por oponer el individuo, “simple colección de las tendencias y de los caracteres propios de todos ser vivo dado”, a la persona, dignidad eminentemente humana compuesta por un triple carácter que coincidiría con los tres atributos de la experiencia común: unidad sustancial, entidad universal psíquica, árbitro moral. Por otra parte, en la manera como se conceptualiza la personalidad en la psicología científica ve Lacan dos riesgos: el de la contaminación subrepticia por implicaciones metafísicas, y el que amenaza a los que al perseguir con conocimiento de causa la eliminación de todo residuo metafísico pierden de vista la realidad experimental. Para ejemplificar la última postura Lacan hace la siguiente cita de Ribot: En el lenguaje psicológico se entiende generalmente por persona el individuo que tiene una conciencia clara de sí mismo y actúa en consecuencia: es la forma más alta de la individualidad. Para explicar este carácter, reservado por ella únicamente al hombre, la psicología metafísica se contenta con suponer un yo perfectamente uno, simple e idéntico. Esto, desgraciadamente, no es más que una falsa claridad y un simulacro de solución. A menos que se confiera a este yo un origen sobrenatural, es preciso explicar cómo nace y de qué forma inferior sale.117

Qué curioso; ¿no serán éstas palabras similares a las que utilizará años más tarde Lacan, por lo menos en lo que atañe su crítica de la unicidad del yo? Tratando de distinguir entre lo que se experimenta subjetivamente y lo que puede ser comprobado objetivamente, en el mismo orden de ideas, Lacan recurre a un análisis introspectivo de la personalidad. De entrada adelanta que esta introspección sólo proporciona perspectivas decepcionantes. Lacan recorre con este método uno a uno los atributos obtenidos por la experiencia común; así, dirá que mediante la introspección sólo se obtienen datos decepcionantes sobre la pretendida síntesis psíquica por la 117

Citado en Lacan, ibíd., pág. 32, n. 11.

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intervención de fuerzas la mayoría de índole afectiva, fuerzas que debido al conflicto en el que se traban con la personalidad terminan siendo desaprobadas. Sobre la función intencional la introspección tampoco da nada seguro: la información obtenida por este medio siempre se refiere a su fracaso constante. ¿Cuál es la causa de este fracaso? Citaremos a continuación extensamente a Lacan, por la importancia que da para explicar tentativamente la causa del fracaso a la noción de ideal del yo: ¿No podríamos, por lo menos, colocar este fracaso dentro de la divergencia constante que existe entre el yo real y el ideal que lo orienta? ¿Concederemos a este ideal cierto margen de degradaciones posibles? Pero entonces no será más que una simple creencia. Esta creencia misma, ¿será más o menos coherente con el conjunto de creencias del sujeto? Pero entonces este ideal va a desvanecerse en la simple imaginación de uno mismo, la más fugitiva, la más desprovista de adhesión interior.118

Continúa preguntándose en el siguiente párrafo: ¿O, por el contrario, este ideal es más sólido? Entonces es el choque con la realidad lo que va a romperlo. La realidad, para combatirlo, podrá simplemente cubrirse con una máscara intelectual: será un nuevo ideal del yo, que sacará su fuerza de un nuevo humor, o de una nueva motivación afectiva. Pero también estas contradicciones podrán ser de un valor intelectual auténtico, o sea que podrán expresar correctamente la realidad objetiva: es lo que se ve cuando la reflexión metódica sobre las revelaciones afectivas que el sujeto ha experimentado, o cuando una observación científica de lo real o incluso la dialéctica interna de las ideas vienen a sacudir, con el conjunto de las creencias, la imagen que se hace de sí misma la personalidad. 119

118 119

Ibíd., pág. 34. Ibídem.

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Lacan plantea la posibilidad de que todo esto tenga que ver más bien con “tentativas de síntesis, susceptibles de fracasos y de renovación, y que, más que de una personalidad, habría que hablar de una sucesión de personalidades”120. Debido a ello se pregunta Lacan: ¿qué quedaría de la continuidad que fundaría la responsabilidad? Señala que luego de estas crisis ya el sujeto no podría sentirse responsable de nada. En base a estos datos proporcionados por la introspección, la crítica psicológica, dice Lacan, no tiene ningún problema para concebir a la persona como el lazo arbitrario siempre a punto de romperse, “de una sucesión de estados de conciencia, y apoyar en ello su consideración teórica de un yo puramente convencional”121. De nuevo nos encontramos con una posición, ésta de la crítica psicológica, más cercana a la que será de Lacan mismo años después; no obstante lo que a Lacan parece importarle es rescatar la noción de personalidad, que aparece ante esta crítica como muy inestable, y fundamentarla lo más “objetivamente” que se pueda. Este punto de vista objetivo verificaría en primer lugar el desarrollo de la persona. Primeramente Lacan hace una descripción del “progreso” de la personalidad a lo largo de las distintas etapas de la vida, desde la infancia hasta la senectud. Caracterizando a cada una de estas fases con rasgos que les serían propios –muy a la manera de las etapas eriksonianas-, Lacan definirá tal progreso jaspersianamente como un desarrollo, al descansar en estructuras reaccionales típicas de sucesión fija. Estas constituirían también el fondo regular de las evoluciones atípicas y de las crisis anacrónicas. “Así, pues, encontramos aquí una ley evolutiva en lugar de una síntesis psicológica”122, dice Lacan, continuando con la comparación de sus análisis con los tres rasgos de la personalidad proporcionados por la experiencia común. Aún así, dice Lacan, la síntesis se encuentra bajo una forma objetiva: los estados sucesivos de la 120

Ibídem. Ibídem. 122 Ibíd., pág. 35. 121

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personalidad no se encuentran separados por rupturas, sino que tienen una relación de continuidad que permite comprender el paso de unos a otros. Así, los datos objetivos darían a la personalidad cierta unidad, “la de un desarrollo regular y comprensible”123. En cuanto a la intencionalidad de la personalidad –de la personalidad, no de la conciencia; en una nota quedará claro el porqué del matiz: para Lacan, fundándose en la psicología moderna, la conciencia no es más que una propiedad contingente al hecho psíquico-, Lacan retomará de nuevo al ideal del yo: para Lacan éste puede ser reducido a complejos afectivos que dependen de la ontogenia y acaso también de la filogenia del psiquismo. El ideal del yo, así, se constituiría como uno de los polos de tensión interior del yo, tensión producto del conflicto entre el yo y el superyó. Estos fenómenos intencionales se manifiestan, pues, ante todo como una organización de reacciones psico-vitales. Son el fruto de una educación en la cual se traduce todo el desarrollo personal. 124

Las funciones intencionales afirmarían sus propios contenidos como objetos. El progreso en el establecimiento de estos objetos estaría determinado por lo que Lacan llama la función identificadora del espíritu, progreso dialéctico del pensamiento, como dice Lacan que ocurre, por ejemplo, en la reflexión del “hombre adulto y que sabe meditar”125. Este progreso, podemos ver, estaría supeditado a una suerte de maduración de la personalidad, de progreso de la conciencia que permite acceder al sujeto al selecto grupo de los que saben meditar (sobre quienes pudieran ser tales seres, Lacan no dice nada). Finalmente, ¿la noción de responsabilidad, en este análisis, conservaría algún contenido objetivo? Al recurrir a las formas comunes del lenguaje, especialmente a aquella en la que se dice de alguien que tiene “personalidad”, puede concluirse que su 123

Ibíd., pág. 36. Ibíd., pág. 37. 125 Ibídem. 124

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sentido apuntaría a indicar en el sujeto la autonomía de su conducta y su valor moral ejemplar. Este crédito moral estaría garantizado por las resistencias morales que imponen límites a la influencia de lo real: Nosotros, por lo demás, experimentamos esas resistencias bajo una forma ambivalente, sea que nos protejan contra la emoción que se apodera de nosotros o contra la realidad que nos presiona, sea que se opongan a que nos conformemos a tal o cual idea, a que nos sometamos a tal o cual disciplina, por normativos que ese ideal o esa disciplina puedan parecernos. Piedras de tropiezo de la personalidad, fuentes de conversiones y de crisis, son, además, la base de una síntesis más sólida.126

Esta garantía otorgada por lo que Lacan llama “resistencias morales” está íntimamente vinculada al grupo, a los demás, es decir, a la manera como los otros hacen responsable al individuo de sus actos, sea por el juicio que tienen o tendrán de éstos, sea por las llamadas “formas prelógicas de la participación”. La personalidad, entonces, tendría una génesis social que se hace evidente en el tercer atributo objetivo de la misma, en la responsabilidad. La definición objetiva de cada uno de los fenómenos de la personalidad, propuesta por Lacan, sería la siguiente: Así, pues, toda manifestación humana, para que la conectemos con la personalidad, deberá implicar: 1) un desarrollo biográfico, que definimos objetivamente por una evolución típica y por las relaciones de comprensión que en él se leen. Desde el punto de vista del sujeto, se traduce en los modos objetivos bajo los cuales vive su historia (Erlebnis); 2) una concepción de sí mismo, que definimos objetivamente por actitudes vitales y por el progreso dialéctico que en ellas se puede detectar. Desde el punto de vista del sujeto, se traduce en las imágenes más o menos “ideales” de sí mismo que hace aflorar a la consciencia; 126

Ibíd., pág. 38.

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3) una cierta tensión de relaciones sociales, que definimos objetivamente por la autonomía pragmática de la conducta y los lazos de participación ética que en ella se reconocen. Desde el punto de vista del sujeto, se traduce en el valor representativo de que él se siente afectado con respecto a los demás. 127

Como nota a esta definición triple de los fenómenos de la personalidad viene un pasaje en el que alude a una suerte de tipología de la personalidad, tipología además valorativa, puesto que habla –si bien admite su artificialidad-, en términos que podríamos denominar como rogerianos avant la lettre, de una “realización personal afortunada” y otra “desafortunada”. El criterio de tal valoración radicaría en un misterioso punto de vista “económico”. Encontramos un poco de luz sobre este criterio económico algunas páginas más adelante, en una nota al pie en la que alaba la importancia metodológica del psicoanálisis “al introducir el punto de vista energético en psicología”128. Y más adelante, volviendo sobre la cuestión de la “realización personal”, Lacan afirmará que la economía de ésta depende de cierto equilibrio de las dotes innatas, pero que –y es esto lo que lo separará de los constitucionalistas-, las variaciones de esa economía no es correlativa a las variaciones de esos elementos innatos, sino a cuestiones como “el valor constructivo del desarrollo, las necesidades bipolares de la acción y las condiciones formales de la expresión”129. La definición de la personalidad, en fin, no se confundiría con las usadas por distintas escuelas de la psicología científica, al no fundarse ni sobre el sentimiento de la síntesis personal, ni sobre la unidad psicológica que da la conciencia individual, ni sobre la extensión de los fenómenos de la memoria.

127

Ibíd., pág. 39. Ibíd., pág. 44, n. 38. 129 Ibíd., pág. 46. 128

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2.2. Psicosis y personalidad Para Lacan el problema de las relaciones de la psicosis con la personalidad – problema central de su tesis- es un problema positivo, “es eminentemente un problema de hechos, puesto que es un problema de orden de hechos, o, por mejor decir, un problema de tópica causal”130. Como pudimos observar esta intención de Lacan se hace más que evidente en las homologías establecidas entre su concepción de la personalidad y distintos enfoques explicativos como los de Kraepelin y Kretschmer, en los que, más que metafóricamente, pareciera encontrar Lacan una relación fundada en lo objetivo. Una de las razones por las que Lacan escoge a la psicosis paranoica para abordar la problemática de las psicosis y la personalidad, dice, es la serie ambigüedades y contradicciones en las que comúnmente caen las doctrinas que prescinden de toda referencia a la personalidad misma cuando intentan abordar la paranoia. De nuevo, la misma interrogante que ya hemos citado, se encuentra en el fondo de todo este trabajo de Lacan: ¿Representa esta psicosis el desarrollo de una personalidad, y entonces traduce una anomalía constitucional, o una deformación reaccional? ¿O es, en cambio, una enfermedad autónoma, que recompone la personalidad al quebrar el curso de su desarrollo?131

La respuesta tuvimos que adelantarla en el capítulo anterior: Lacan abandonará la noción jaspersiana de proceso que le servía de hipótesis de inicio.

130 131

Ibíd., pág. 16. Ibídem.

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Ahondando en las relaciones entre psicosis y personalidad, Lacan menciona los trabajos de Sérieux y Capgras, para quienes: El delirio se vincula con el estado anterior de la personalidad mediante un período de incubación meditativa, y, por mucho que parezca desencadenarse súbitamente, revela una larga preparación en las tendencias antiguas del carácter.132

Esto es prueba para Lacan del psicogenismo en la doctrina de estos autores, si bien al mismo tiempo abrevan de la tradición del constitucionalismo. Entonces, según Lacan, para Sérieux y Capgras el delirio se presentaría como un desarrollo de la personalidad. En cuanto al papel de la psicogenia en la conformación de las psicosis paranoicas Lacan señala como un punto de diferencia importante respecto a las posiciones que defienden una génesis constitucional, como la de Sérieux y Capgras, a Eugene Bleuler. Según Lacan Bleuler sitúa la explicación del delirio “en las reacciones del sujeto a situaciones vitales”133. Para Bleuler el enfermo se encuentra inmerso en una situación que sobrepasa los medios que tiene para hacerle frente, sufriendo así generalmente una humillación en el plano ético: El enfermo reacciona como reaccionaría un sujeto normal, ya sea negándose a aceptar la realidad (delirio de grandeza), ya explicando su fracaso por una malevolencia del exterior (delirio de persecución). La diferencia entre el paranoico y el normal es que, al paso que el individuo sano corrige muy pronto sus ideas bajo la influencia de una mejora relativa de la situación o de una atenuación secundaria de la reacción afectiva, el paranoico perpetúa esta reacción mediante una estabilidad especial de su afectividad.134

132

Ibíd., pág. 60. Ibíd., pág. 69. 134 Ibíd., pág. 70. 133

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Concepciones de la psicosis paranoica como determinada por un proceso orgánico De inicio Lacan admite que existen factores orgánicos en la psicosis. Si esto es así, sería obligación precisarlos en la misma medida de las posibilidades. Ante los fracasos de las teorías de la constitución, se impone, dice Lacan, una explicación completamente distinta de la génesis de la psicosis paranoica: “Lejos de ser una reacción de la personalidad comprensible psicógenamente, la paranoia vendría a estar condicionada por un proceso de naturaleza orgánica”135. Nuevamente nos encontramos con Jaspers, a través de la noción, en este turno, de proceso. Recordemos que la tesis del proceso psíquico, como señala Lacan, […] pretende estar fundada en el examen atento de la evolución clínica de la psicosis. Lejos de mostrarles a sus autores un desarrollo psicológico regular, lo que este examen les revela es que los momentos de la evolución en que se crea el delirio, los puntos fecundos de la psicosis, cabría decir, se manifiestan con trastornos clínicamente idénticos a los de las psicosis orgánicas, si bien es verdad que son más deleznables y más pasajeros.136

Este concepto, en suma, ha sido hecho para poner de relieve aquello que resiste a toda comprensión psicógena. Tanto este concepto, como el de automatismo, utilizado en Francia en un sentido similar, se define por su oposición a las reacciones de la personalidad. ¿Qué posición toma Lacan, en esta parte de la tesis, ante ambos conceptos – desarrollo y proceso? Por lo dicho en el siguiente párrafo, pareciera que, sin demeritar el valor de la posición psicógena, reaccional, tomara partido por la concepción que aborda la psicosis paranoica como un proceso:

135 136

Ibíd., pág. 96. Ibídem.

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Nosotros creemos, en resumidas cuentas, que las investigaciones psicógenas siguen conservando todo su valor. Si deben de hecho, como es probable, renunciar a penetrar un elemento orgánico irreductible, en todo caso habrán servido para determinar el punto de aparición de ese elemento, así como su papel y tal vez su naturaleza, por el único camino que actualmente nos está permitido en esta clase de estudios: la observación clínica.137

Guiraud y el problema de la interpretación sobre las formas verbales Elogiosamente menciona Lacan lo que llamará “la teoría psicológica perfectísima” de Dromard sobre la interpretación. Esta consiste, en síntesis, en el famoso aserto según el cual la interpretación delirante sería “la inferencia de un percepto exacto a un concepto erróneo, en virtud de una asociación afectiva”138. Esta teoría perfectísima, luego de unas páginas –precisamente, luego del análisis del caso Aimée-, ya no lo será tanto; incluso será exactamente lo contrario139. Por ello, resulta interesante dar cuenta de la variable posición de Lacan a lo largo de su tesis respecto a, precisamente, el fenómeno interpretativo. La “arrepentida” contradicción a Dromard continuará y se extenderá cuando aborde lo que Guiraud dice sobre la interpretación. En el marco de una discusión sobre la relación de las psicosis paranoicas con otras afecciones, como la esquizofrenia, Lacan, en cuanto al síntoma de la interpretación, hace un extenso comentario sobre la postura de Guiraud al respecto, comentario que resulta interesante pues en buena medida tiene que ver con fenómenos del lenguaje plasmados en la interpretación verbal en los psicóticos. 137

Ibíd., pág. 97. Citado en Lacan, Ibíd., pág. 63. 139 Por cierto que pocos párrafos después de alabar las perfecciones de la teoría de Dromard, justo cuando termina de exponerla en lo general, aparece un pequeño párrafo, uno que pareciera, por su contenido y por su franca contradicción con la apología del inicio, un agregado posterior al estudio del caso clínico: “Ya veremos si esta concepción responde o no a los datos del análisis clínico”; Ibíd., pág. 64. 138

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Menciona Lacan que Guiraud se opone a aquellos autores que no ven en la interpretación los mismos mecanismos del error normal, de base afectiva. Su argumentación se fundamenta en el estudio de una forma particular de la interpretación, la del delirio que hace referencia a las formas llamadas verbales. Entre éstas agrupa fenómenos como las alusiones verbales, las relaciones cabalísticas, las homonimias, los juegos de palabras. Cuando trata Guiraud de vincular estos fenómenos con la personalidad del enfermo, se encuentra con dos grupos distinguidos clínicamente: el de las interpretaciones que encontrarían una justificación en la lógica pasional, en las que la intensidad de un estado afectivo lleva a perder el sentido crítico (es decir, los hechos coincidentes con la postura tradicional), y otro grupo cuyos elementos distarían radicalmente de los anteriores: [En estos hechos no se manifestaría] ningún intento de verificación, ninguna explicación general, ningún sistema. De la consonancia de las palabras o de sus fragmentos brota una certidumbre indiscutida, que el enfermo no trata de coordinar lógicamente con procesos intelectuales.140

Estas interpretaciones sólo harían la finta de guardar alguna relación con la lógica a través de giros –así pues, por consiguiente- que serían sólo un residuo, producto del hábito de expresar el pensamiento con la forma de un razonamiento; pero no habría en ellas sistema alguno: sólo la certidumbre instantánea, la asociación, de golpe, de dos ideas distintas. Esta “subversión de la estructura mental” se revela tan profunda que se impone la idea de un sustrato orgánico de base. De esta manera Guiraud, y Lacan con él, se opone a la concepción de la paranoia como una “locura razonante”:

140

Citado en Lacan, Ibíd., pág. 108.

73

Con razón concluye nuestro autor [dice Lacan de Guiraud; repitamos: “con razón”] que “el orden conservado en los pensamientos, los actos y el querer”141 no es más que un rasgo semiológico global, con sólo un valor de aproximación grosera.142

Y por si no fuera suficiente, Lacan apuntala su crítica en otro autor: Bouman, quien […] refiriéndose a la tesis según la cual los paranoicos conservan la lógica de su sistema de defensa, dice que, si se mira de cerca, se encontrará que las relaciones entre los contenidos, en esa pretendida lógica, son “mucho menos lógicas de lo que se dice”.143

141

Por si se hubiera olvidado recordemos que esta es parte –sustancial- de la definición de Kraepelin de la paranoia. 142 Ibíd., pág. 109. Lo de grosera es de Lacan, las cursivas son nuestras. 143 Ibídem.

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3.- MARGUERITE-AIMÉE

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3.- MARGUERITE-AIMÉE

Sin duda, la tesis doctoral de 1932 es conocida, sobre todo, por el extenso caso clínico que presenta: el famoso “Caso Aimée”; tanto que, si se preguntara de primera mano a un público medianamente enterado de cuestiones psicoanalíticas, una primera referencia sobre la tesis doctoral de Lacan, muy probablemente responderían remitiendo al nombre que el entonces psiquiatra decidió dar a su paciente largamente observada. Al igual que con los casos clínicos de Freud –si se pregunta cuál es el verdadero nombre del “Caso Dora”, “El hombre de las ratas”, “El hombre de los lobos”, etc., con dificultad se recuerda que Fragmento de análisis de un caso de histeria, A propósito de un caso de neurosis obsesiva, y De la historia de una neurosis infantil son los nombres con los que, respectivamente, Freud decidió bautizar sus monografías-, el nombre de Aimée se ha impuesto por sobre el nombre de la tesis, desplazándolo de alguna manera. Por supuesto existen buenas razones para entender este hecho: por encima de la farragosa primera parte de la tesis, esa que, por lo mismo, no siempre ha recibido la atención que mereciera, sin el examen de la cual, como hemos visto, no se puede explicar por sí mismo el camino andado por Lacan al inicio de su trayecto –explicación que ni siquiera con tal examen es sencilla-, el caso Aimée obtuvo pronto la atención de personajes de lo más disímbolos al mundo de la psiquiatría, pero también de algunos dentro de ésta misma: el mismo Henri Ey, cercanísimo a Lacan en ese tiempo, al realizar una reseña completa luego de la aparición de la tesis de Lacan, no dudará en decir que “el estudio clínico del caso ‘Aimée’ es la parte más atractiva de este libro”144, declaración que resulta tanto más interesante cuanto que en su reseña misma puede observarse la multiplicidad de intereses en común, de temas concretamente de doctrina, que comparten ambos psiquiatras. En lo que atañe al primer grupo de personajes, basta

144

Ey, Henri (1932). Reseña a De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité. Aparecido en Allouch, Jean (1995). Marguerite Lacan la llamaba Aimée; México, D.F.: Editorial Psicoanalítica de la Letra; pág. 715.

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con recordar el recibimiento que la tesis de Lacan tuvo entre algunos de los surrealistas, sobre todo por los fragmentos de los escritos de Aimée publicados en ella. El interés que nos mueve a retomarlo es en buena medida similar al que se ha mostrado, sobre todo a partir de la reedición de la tesis en 1975, en ubicar la tesis de Lacan, y específicamente el caso Aimée, en relación con el pensamiento lacaniano en un sentido más general –en relación con lo que se denomina psicoanálisis lacaniano. Evidentemente, ante tantos estudios que toman el caso Aimée desde vertientes muy diversas, no invocamos ninguna pretensión de originalidad. Es ineludible, sin embargo, un análisis, así sea somero, de una experiencia que es tanto o más importante en el cambio paradigmático de la psiquiatría al psicoanálisis –a corto y a largo plazo, como veremos-, por parte de Lacan, que los referentes anteriormente expuestos en este trabajo. No creyendo que el cambio paradigmático en Lacan sea consecuencia de la maduración de su personalidad, de la reflexión de un Lacan “adulto y que sabe meditar”145 –en consecuencia, no estando de acuerdo al respecto con el Lacan de 1932-, sino, sobre todo, de una naciente experiencia clínica, así como de la relación establecida a partir de esta experiencia con el objeto de la misma, expondremos, invirtiendo un orden que aparentemente debiera cronológicamente imponerse146, primero, lo que atañería a la relación, que en general desborda el marco de la tesis del 32, de Lacan con Marguerite, con las consecuencias pertinentes al presente estudio; este desbordamiento no implica, obviamente, que no conectemos distintos hechos y reflexiones con el caso Aimée –hasta tal punto lo denotado por ambas denominaciones147 está complejamente imbricado.

En este registro lo expuesto tendrá que ver fundamentalmente con la

relación, que algunos no dudan en llamar “transferencial”, entre Lacan y 145

Ver página 66 de este trabajo, así como Lacan, Jacques (1932) De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad; México: Siglo XXI, 2003; pág. 37. 146 Aparentemente pues, ¿no tiene preeminencia Marguerite, Pantaine o Anzieu, por sobre la llamada Aimée? Este posible error de perspectiva es quizá consecuencia directa del caso construido –en el buen sentido, es decir en el freudiano- en la tesis de Lacan. 147 Marguerite y Aimée.

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Aimée/Marguerite. Luego, nos avocaremos a presentar los “hechos clínicos” que, en la tesis doctoral, permiten para su explicación la introducción de conceptos psicoanalíticos, algunos de los cuales ciernen la problemática de la alteridad.

3.1. Marguerite

Retomemos, para contextualizar lo que más adelante abordaremos como estando en relación con el caso Aimée, la síntesis que Erik Porge hace de la historia de Marguerite: Nace el 4 de julio de 1892 en una familia de campesinos que ha tenido cuatro hijos. Una hermana, también llamada Marguerite, había muerto en un incendio. Muy pronto va mostrando sus tendencias literarias. Una hermana mayor, Elise, se casa con su tío y, tras la muerte de éste, se viene a vivir con Marguerite y su marido, René Anzieu, y progresivamente la irá suplantando. Los primeros síntomas persecutorios comienzan durante el primer embarazo, que termina con el nacimiento de una hija, que nace muerta. Se produce una primera sistematización del delirio. Durante su segundo embarazo, se encuentra nuevamente depresiva, ansiosa, interpretante. Didier Anzieu nace el 8 de julio de 1923. Se ocupa de él con un ardor apasionado y exclusivo durante cinco meses. Todos amenazan a su hijo, dice la madre. Existe supuestamente un complot para quitarle a su hijo. Se adivina su pensamiento. Es internada por vez primera en septiembre de 1924 durante seis meses. Persecución, erotomanía, delirios de grandeza se van sucediendo. Durante este periodo fecundo, en 1930, escribe dos novelas, “El detractor” y “Sauf votre respect” (Con perdón de ustedes). El 18 de abril de 1931 espera a su perseguidora, la actriz Huguette Duflos, a la salida del teatro y la golpea con un cuchillo. No hay alivio después del acto. Es encarcelada en SaintLazare y luego llevada a prisión. Escribe al Príncipe de Gales. El delirio de su madre Jeanne llega a su momento culminante. Veinte días después del atentado, en la cárcel, decae el delirio de Marguerite: “Todo el delirio ha decaído al mismo tiempo, tanto lo bueno como lo malo”. El 3 de junio de 1931 es hospitalizada en Sainte-Anne; tiene 38

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años. Empiezan las conversaciones con Lacan. El 7 de septiembre de 1931, termina su tesis. En 1941, Marguerite es expulsada, junto con otras, del asilo donde hacía las veces de bibliotecaria. Trabaja de cocinera en una familia burguesa. Tiene a veces crisis místicas y la sensación de ser perseguida. El 1 de enero de 1949, Didier Anzieu inicia un análisis con Lacan, sin saber que había cuidado a su madre. Lacan dirá, en respuesta a D. Anzieu, que él mismo al comienzo no se había dado cuenta, ya que ignoraba el nombre patronímico de Marguerite y fue reconstituyendo la verdad a lo largo de la cura. El análisis de Anzieu dura hasta 1953. En 1952-1953, Lacan encuentra a Marguerite en casa de su padre, Alfred Lacan, donde trabaja como gobernanta durante dos años. Marguerite Anzieu muere el 15 de julio de 1981, dos meses antes que Lacan.148

3.2. Aimée

El 10 de abril de 193…, a las ocho de la noche, la señora Z., una de las actrices más apreciadas del público parisiense, llegaba al teatro en que esa noche iba a actuar. En el umbral de la entrada de los artistas fue abordada por una desconocida que le hizo esta pregunta: “¿Es usted la señora Z.? La mujer que hacía la pregunta iba vestida correctamente; llevaba un abrigo con bordes de piel en el cuello y en los puños, y guantes y bolso. En el tono de su pregunta no había nada que despertara la desconfianza de la actriz. Habituada a los homenajes de un público ávido de acercarse a sus ídolos, respondió afirmativamente y, deseosa de acabar pronto, se disponía a pasar adelante. Entonces, según declaró la actriz, la desconocida cambió de rostro, sacó rápidamente de su bolso una navaja ya abierta, y, mientras la miraba con unos ojos en que ardían las llamas del odio, levantó su brazo contra ella. Para detener el golpe, la señora Z. cogió la hoja con toda la mano y se cortó dos tendones flexores de los dedos. Ya los asistentes habían dominado a la autora de la agresión.149

148 149

Porge, Erick (2000). Jacques Lacan, un psicoanalista. Madrid: Síntesis, 2000; pág. 18. Lacan, Jacques, op. cit., pág. 138.

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Así, con esta descripción entre periodística y novelesca, inicia Lacan la exposición del examen clínico del caso Aimée. ¿Cuál es la historia del delirio que rescata Lacan mediante su “método clínico exhaustivo”? Teniendo Aimée veintiocho años de edad y cuatro años de casada, estando en ese entonces embarazada, tiene la impresión de que las conversaciones de sus compañeros se dirigen contra ella. La misma impresión le provocan, en la calle, los transeúntes. En la prensa escrita reconoce alusiones contra ella. En cierto momento Las acusaciones se vuelven precisas y netamente delirantes: “¿Por qué me hacen todo esto? Quieren la muerte de mi hijo. Si esta criatura no vive, ellos serán los responsables.”150

Distintas reacciones alarman crecientemente a la gente cercana a ella: un día destroza a navajazos la llanta de un compañero de trabajo, una noche despierta, toma una jarra de agua y se la vacía en la cabeza a su marido, en otra ocasión le arroja una plancha doméstica. Al término del embarazo da a luz a una niña muerta. Culpa de esto a sus enemigos; intempestivamente responsabiliza a una mujer quien durante tres años ha sido su mejor amiga: a Aimée le parece muy sospechoso que ésta llame por teléfono para tener noticias del parto. Aprecia Lacan que “la cristalización hostil parece haberse iniciado allí”151. Entendamos nosotros por ello que es ahí en donde aparece, por vez primera en el delirio de Aimée, un perseguidor plenamente identificado. Se embaraza por segunda vez casi de inmediato. Nace un niño, al que Aimée cuidará “con un ardor apasionado”. Conforme pasan los meses, Aimée se vuelve más hostil; dice que todos amenazan a su hijo. En cierto momento renuncia a su trabajo, y presenta una petición de pasaporte para viajar a los Estados Unidos; su intención: buscar fortuna como novelista en aquél país. Alarmada por ello su familia, es internada en un

150 151

Ibíd., pág. 144. Ibídem.

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asilo privado. El diagnóstico: delirio de interpretación. Pasa seis meses ahí, luego de lo cual regresa a su casa y se hace cargo del niño, nuevamente, al parecer de forma satisfactoria. No queriendo regresar a su trabajo anterior, pide a la administración un traslado a la ciudad de París, mismo que le es concedido. Es en este lugar “donde construye progresivamente la organización delirante que precedió al acto fatal”152. Según Aimée, la llamada por Lacan “señora Z.” –Huguette Duflos- amenazaba la vida de su hijo. ¿Cuál es la génesis de esta creencia? Lacan cita algunos comentarios hechos por Aimée al respecto: Un día estaba yo trabajando en la oficina, al mismo tiempo que buscaba dentro de mí, como siempre, de dónde podían provenir esas amenazas contra mi hijo, cuando de pronto oí que mis colegas hablaban de la señora Z. Entonces comprendí que era ella la que estaba en contra de nosotros […] Algún tiempo antes de esto, en la oficina de E…, yo había hablado mal de ella. Todos estaban de acuerdo en declararla de fina raza, distinguida… Yo protesté, diciendo que era una puta. Seguramente por eso la traía contra mí. 153

Sin embargo, dice Lacan que una encuesta cuidadosa hecha por él no pudo comprobar que Aimée hubiera hablado de la señora Z., antes del atentado, con nadie. Aimée relata a Lacan que poco después de su llegada a París los periódicos ponían mucha atención a un proceso muy sonado en el que se encontraba implicada la señora Z. Al lado de estas intuiciones delirantes Lacan sitúa el sistema moral de Aimée, “la indignación que siente al ver la desmedida importancia que en la vida pública se da

152 153

Ibíd., pág. 146. Ibíd., pág., 147.

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a ‘los artistas’”154. La mayoría de las interpretaciones tienen que ver con la actriz, pero no todas; así, por ejemplo, en una ocasión Aimée lee en el periódico que […] su hijo va a ser asesinado “porque su madre era una maldiciente” y una “inmoral” y había alguien decidido a “vengarse de ella”. Así estaba escrito, con todas sus letras. Había, además, una fotografía que mostraba el frontón de su casa natal en la Dordogne, donde su hijo pasaba entonces sus vacaciones, y se le veía aparecer, en efecto, en una esquina de la fotografía.155

La señora Z. no es la única perseguidora: Así como ciertos personajes de los mitos primitivos se revelan como “dobletes” de un tipo heroico, así detrás de la actriz aparecen otras perseguidoras, cuyo prototipo último […] no es ella misma. Esas otras perseguidoras son Sarah Bernhardt, estigmatizada en los escritos de Aimée, y la señora C., […] novelista contra la cual quería publicar artículos en un periódico comunista. Así, pues, es fácil ver cómo la perseguidora “seleccionada” por Aimée, o sea la señora Z., tiene un valor más representativo que personal.156

El novelista, llamado por Lacan P. B. –Pierre Benoit-, también forma parte del delirio de Aimée. De acuerdo con expresiones de Aimée pudiera pensarse que la relación delirante con Pierre Benoit, en un principio, fue de naturaleza erotomaniaca, pasando posteriormente a una etapa de despecho157. Aimée creía reconocerse en varias de las novelas de P. B., en las que leía alusiones incesantes a su vida privada. Este

154

Ibídem. Ibíd., pág. 148. 156 Ibíd., pág. 147-148. 157 Desde luego no podemos, ante esta conjetura lanzada por Lacan, no pensar en la concepción de la erotomanía de Clérambault. Como conjurando la sombra de su exmaestro, Lacan se apresura a concluir lo siguiente: “Si vemos las cosas más de cerca, no nos es difícil descubrir que desde un principio se trató de una relación ambivalente, no distinta, salvo en algún matiz, de la relación que vincula a Aimée con su principal perseguidora”. En suma, no se trataría, aquí, de erotomanía (ibídem). Ver, sin embargo, lo que dirá Lacan poco más adelante respecto a Aimée y el príncipe de Gales. 155

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perseguidor, al igual que la señora Z., también tiene sus dobles, en la efigie de unos tales R. D. y M. de W., redactores del periódico Le Journal. Aimée se sentía llamada a remediar las desgracias de la sociedad, ocasionadas por prototipos encarnados en los artistas, poetas, periodistas. “Quería realizar el reinado del bien, ‘la fraternidad entre los pueblos y las razas’”158. “Debía ser algo así como Krishnamurti”159. Poco a poco se va precisando un tema erotomaníaco alrededor del príncipe de Gales: en un cuaderno, cada día, anota un pensamiento de tipo amoroso que le dedica a aquél. Su cuarto de hotel estaba tapizado de retratos del príncipe, así como de notas de periódico en los que se hablaba de él. Varias veces, por correo, le mandó sus poemas, así como notas preventivas sobre un supuesto atentado que podría sufrir. Nos encontramos […] en presencia del tipo mismo de la erotomanía, según la descripción de los clásicos, suscrita por Dide. La característica mayor del platonismo se muestra aquí con toda la nitidez deseable.160

Meses antes del atentado, Aimée, cada vez más ansiosa, siente la necesidad imperiosa de “una acción directa”. El gerente del hotel donde vive le niega un revólver. Ataca a la empleada de una editorial que le comunica la negativa de publicar una de sus novelas. Sólo es amonestada por la policía, aunque se ve obligada a pagar una indemnización por los daños físicos ocasionados contra la susodicha empleada. Se agravan los conflictos con su familia. Toma la resolución de divorciarse y huir del país con el niño. Mientras, sus visitas a su hijo se hacen cotidianas. Un mes antes del atentado compra una navaja grande de caza. Se le impone la idea de enfrentar cara a cara a su enemiga –la señora Z.

158

Ibíd., pág. 151. Ibíd., pág. 152. 160 Ibíd., pág. 154. 159

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Un sábado de abril, a las siete de la tarde, se disponía a salir, como venía haciendo cada semana, a casa de su marido. “Todavía una hora antes de ese desdichado acontecimiento, no sabía todavía adónde iría, y si no tomaría el camino de costumbre para estar cerca de mi muchachito”.161

Una hora después Aimée, a la puerta del teatro, hiere a su víctima. “Ninguna sensación de alivio sigue al acto”162, anota Lacan; luego del atentado Aimée sigue expresando su odio contra la señora Z. No obstante, estando en la cárcel: “Veinte días después [dice Aimée] a la hora en que todo el mundo estaba acostado, hacia las siete de la tarde, me puse a sollozar y a decir que esa actriz no tenía nada contra mí, que yo no hubiera debido asustarla, mis vecinas quedaron tan sorprendidas que no querían creerlo y me hicieron repetir: ¡pero ayer todavía usted estaba diciendo horrores de ella! y se quedaron aturdidas. Fueron a decírselo a la Superiora de las religiosas que quería a toda costa mandarme a la enfermería”.163

Todo el delirio, dice Lacan, se derrumbó al mismo tiempo.

Literatura En el análisis de las producciones literarias de Aimée, ¿cuál es el valor que Lacan rescata de ellas? Además del valor intrínseco que para Lacan guardan –valor avalado por parte del grupo de los surrealistas en aquél entonces-, los escritos de Aimée permiten situar ciertos elementos valiosos para él: rasgos importantes para el estudio del delirio en su relación con la personalidad. Con la intención de no entretenernos en esta materia, sólo señalemos un párrafo en el que Lacan destaca las características del segundo escrito de Aimée, el llamado por ella Sauf votre respect, en el que, a diferencia del primero, dice Lacan se encuentra a menudo la utilización de palabras cuya 161

Ibíd., pág. 156. Ibídem. 163 Ibíd., pág. 157. 162

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descripción, decimos nosotros, se acerca a la definición que años más adelante retomará de Ferdinand de Saussure y modificará él mismo del significante: Hay palabras extraídas de un diccionario explorado al azar, que han seducido a la enferma, verdadera “enamorada de las palabras”, según expresión de ella misma, por su valor sonoro y sugestivo, sin que vayan siempre acompañadas de un discernimiento ilustrado de su valor lingüístico ni de su alcance significativo.164

Tenemos aquí al significante puro, en su pura materialidad, descrito en términos idénticos a como lo ubicará en otro delirio, el del presidente Schreber, en el seminario de las Estructuras freudianas de la psicosis. Empero, lo que en 1955-1956 será en buena medida el quid de la cuestión, en 1932 no será sino un comentario hecho de pasada –sin énfasis alguno.

164

Ibíd., pág. 174.

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4.- TEXTOS INMEDIATOS A LA TESIS DE 1932

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4.- TEXTOS INMEDIATOS A LA TESIS DE 1932

4.1. Estilo y psicosis

Como respondiendo a la buena acogida que recibió su tesis en ciertos ámbitos del arte contemporáneo –entre los surrealistas, particularmente-, Lacan publica su texto El problema del estilo y la concepción psiquiátrica de las formas paranoicas de la experiencia ni más ni menos que en el número 1 de la famosa revista Minotaure, en junio de 1933. Para Lacan entre los problemas de la creación artística es el del estilo el que a su juicio requiere de una solución teórica más urgentemente. La investigación psiquiátrica, dice Lacan, tiene datos nuevos y valiosos que aportar al tema: y obviamente, la referencia primera para este trabajo es su investigación psiquiátrica. Ni la investigación de tipo psicoanalítico puro, ni la psicológica –Lacan hará al inicio de este texto una dura crítica a la psicología de escuela, esa que, dirá, sostiene una confianza ingenua en el pensamiento mecanicista, que reduce la realidad a la medida última del rendimiento físico; en suma, que desconoce sistemáticamente la realidad del hombre165-; es la psiquiatría, la naciente –y muy pronto también desfalleciente, ateniéndonos a la denominación- psiquiatría lacaniana la que viene al relevo en la explicación del 165

Es para destacarse, en esta reflexión realizada por Lacan sobre la relación entre los trastornos mentales y la llamada por él “psicología de escuela”, con su base teórica mecanicista, un argumento que remite a Foucault y su Historia de la locura en la época clásica, antecediéndole en casi treinta años (y también al último Foucault): dice Lacan que era natural que los psiquiatras, para explicar el trastorno mental, acudieran a los análisis de escuela, es decir, al esquema de un déficit cuantitativo; todo esto se derivaba del problema práctico planteado a los psiquiatras por el código penal, en materia de invalidación mental, surgido de la convergencia entre la concepción burguesa de los derechos del hombre libre y las investigaciones de Pinel y Esquirol: “[…] el interés por los enfermos mentales nació históricamente de necesidades de orden jurídico. Estas necesidades aparecieron en el momento de la instauración formulada, a base de derecho, de la concepción filosófica burguesa del hombre como ser dotado de una libertad moral absoluta, y de la responsabilidad como atributo propio del individuo […]”. Lacan, Jacques (1933) El problema del estilo y la concepción psiquiátrica de las formas paranoicas de la experiencia; en De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, seguido de Primeros escritos sobre la paranoia; México: Siglo XXI, 2003; pág. 334.

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problema del estilo, y no nada más, según se desprendería de la experiencia paranoica. Como hemos podido ver a lo largo de este trabajo, hablar de psiquiatría en referencia a lo que Lacan hace en su tesis, sin explicitar sus múltiples referencias, es un trabajo vano: difícilmente se puede hacer entender con claridad a alguien ajeno, a alguien a quien por ejemplo se le hablara en términos literales, diciéndole que la tesis de Lacan es una tesis “psiquiátrica”, qué es eso que está en juego en tal denominación: ese carácter de híbrido que resalta a lo largo de todos los pasajes, esa intricada, contradictoria, epistémicamente ambigua argumentación, fundada en una construcción no menos abstrusa –a pesar de la poca opacidad del lenguaje, en comparación con lo que sería el posterior estilo lacaniano-, exige una clarificación. Como muestra de este carácter híbrido, de ese carácter que imposibilita hablar con propiedad de un Lacan psicoanalista no sólo ya en su tesis, sino poco después, un botón, uno nacido justamente poco menos de un año después de la terminación de su tesis, en el texto sobre el estilo en cuestión; por tanto, uno que todavía es consecuencia directa de lo hecho entre 1931 y 1932: El papel de los psiquiatras, cuya atención está siendo reclamada de modo especialmente imperioso por esa realidad [la realidad del hombre], se debiera hallar no sólo los efectos del orden ético166 en las transferencias creadoras del deseo o de la libido, sino también las determinaciones estructurales del orden nouménico en las formas primarias de la experiencia vivida: reconocer, en otras palabras, la primordialidad dinámica y la originalidad de esa experiencia, de esa vivencia (Erlebnis), en relación con cualquier objetivación de acontecimiento (Geschehnis).167

En un solo párrafo encontramos reunidos a la psiquiatría como marco general – representada por el psiquiatra en el papel de una especie de agente que respondería al llamado de la realidad del hombre-, al psicoanálisis, a ¿Kant? y a la fenomenología. Y claro está –esperando no pecar de psicologismo-, Lacan pareciera asumirse en este párrafo como ese psiquiatra convocado a unificar, en virtud de lo dicho en su tesis 166

El claro error sintáctico de este pasaje aparece tal cual en la versión en español; nosotros lo transcribimos literalmente. 167 Ibídem.

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doctoral, distintos campos del saber para mejor explicar –¿o comprender?- la realidad del hombre expresada en la experiencia paranoica. Además, pareciera como si la jerga o conceptualización psicoanalítica estuviese, si no subordinada a un enfoque fenomenológico, sí con un énfasis disminuido respecto de éste: no sólo se debieran hallar los efectos de las transferencias libidinales creadoras, dice Lacan, sino también las determinaciones estructurales del orden nouménico. De un Lacan “ya psicoanalista” –ni siquiera en este momento-, por lo menos de su propio dicho, tenemos muy poco. Y menos cuando, en el mismo orden de ideas, nos encontramos, parafraseando al Lacan de la cita anterior, no sólo el mismo énfasis en la fenomenología, sino también a un Kraepelin triunfante en su método –que es el método por antonomasia de la psiquiatría: el método de mirada-clasificación-: Una buena muestra de lo que es el triunfo del genio intuitivo propio de la observación es el hecho de que un Kraepelin […] haya podido clasificar, con un rigor al cual no ha habido necesidad de añadir prácticamente nada168, las especies clínicas cuyo enigma 169, a través de aproximaciones a menudo bastardas […] debía engendrar el relativismo nouménico inigualado de los puntos de vista llamados fenomenológicos de la psiquiatría contemporánea.170

Por cierto que Lacan, en la parte en la que en nuestra cita aparecen los primeros corchetes, menciona que Kraepelin estaba “metido hasta el cuello en esos prejuicios teóricos”171, es decir, en los de la práctica psiquiátrica que tiene su origen en necesidades de orden jurídico. Una vez más aparece la misma ambivalencia sobre sus referentes teóricos; no obstante, aquí el desapego a una postura psiquiátrica clásica es más obvio, aunque esto no redunda en beneficio de un acercamiento mayor al

168

Es cierto, con su tesis Lacan no añade “especie” alguna, pero de todos modos añade algo. Recordemos que ya desde las primeras páginas habíamos destacado, de la introducción de la tesis del 32, cierta categoría que parecía asomarse un tanto oscuramente: la del enigma. Hela aquí de nuevo, como madre del “inigualado relativismo nouménico”. 170 Ibíd., pág. 335. 171 Ibídem. 169

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psicoanálisis: incluso Lacan clasificará lo hecho por él en su tesis doctoral como un trabajo hecho en la vertiente fenomenológica: […] los trabajos de inspiración fenomenológica acerca de esos estados mentales (por ejemplo, el recientísimo de un Ludwig Binswanger […] o bien mi propio trabajo sobre La psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad) […]172

Y positivamente, en los párrafos siguientes, la interpretación de lo hecho por él en su tesis está construida con un lenguaje fenomenológico: continúa hablando de vivencias, de originalidad de la experiencia, insiste en lo de la aprehensión nouménica, hace mención de cierto orden fenoménico anterior a la objetivación racionalizante, etc. ¿Pero su tesis, efectivamente, está elaborada tomando como eje el vocabulario filosófico de la fenomenología, tal y como aparece en este a posteriori? Ciertamente no, no del todo por lo menos. Como vimos en el capítulo anterior, luego del análisis –exhaustivo, en todos sus tiempos- del caso Aimée, la incidencia final de la teoría psicoanalítica aparece con cierto valor que nosotros juzgamos similar al de una puntada que retrospectivamente da sentido a todo lo expuesto; aunque sin embargo también mostramos cómo, en la explicación última, conclusiva, apegándonos a la letra de Lacan, son otros paradigmas desde los que explícitamente éste interpreta su caso, no consumándose aún ninguna ruptura de tipo paradigmático. Lo que resulta evidente, en este pequeño texto sobre el estilo, es un Lacan que “habla” con más soltura en un lenguaje fenomenológico, aplicándolo además para hacer una interpretación de su tesis que si bien no es diferente de lo dicho en ella, sí introduce un énfasis, un matiz que recarga un poco más la tinta en la filosofía de la reducción eidética que en el psicoanálisis. También Roudinesco da cuenta del cambio terminológico en este texto. Sin embargo, según ella éste se vería reflejado en el empleo de un vocabulario marxista: “Lacan hablaba de ‘revolución teórica’, de ‘civilización burguesa’, de ‘superestructura 172

Ibídem.

90

ideológica’, de ‘necesidades’ y de ‘antropología’”173; es verdad, pero todos estos términos, claramente marxistas, no se encuentran articulados entre ellos mismos, formando una estructura argumentativa que en cambio sí aparece con el vocabulario tomado de la fenomenología, un poco más maduro en su estructuración con respecto a la tesis del 32. A lo sumo, los términos marxistas aparecen apuntalando todo lo demás, y que no precisamente tiene que ver aquí con algo cercano al psicoanálisis. Ya que tan poco –casi nada- de un Lacan ya psicoanalista encontramos en este pequeño artículo, veamos que podemos encontrar en un texto publicado poco después, en un texto coincidentemente sobre otro crimen174, éste sí llevado, para decirlo periodísticamente -, a “fatales consecuencias”.

4.2. Locura de a dos

Dos sirvientas, dos hermanas, “criadas-misterio”, las llama Lacan, ocupan la atención de éste en otro artículo aparecido en Minotaure, seis meses después de la publicación del anterior. Remitámonos para lo esencial de la descripción del caso al violento y casi ultra-gore relato que, del acto violento y ultra-gore por el cual Christine y Léa Papin cobran infausta fama, hace Elisabeth Roudinesco: El 2 de febrero, un corte de corriente impidió a Christine y Léa dedicarse a sus tareas de planchado. En el momento en que, hacia las 6 de la tarde, la Sra. Lancelin y su hija cruzan el umbral de la casa, ven a la hermana mayor que sube hacia su cuarto con una vela en la mano. Ésta se da vuelta con presteza para contarle a su patrona la historia del apagón. Contrariada, la Sra. Lancelin le demuestra cierta hostilidad. Entonces, a guisa de respuesta Christine le da un golpe con un jarro de estaño que hay encima del

173

Roudinesco, Elisabeth. (1993) Lacan. Buenos Aires: FCE, 2005; pág. 104. Adelantándonos un poco, digamos que resulta sumamente curioso cómo, cuando Lacan se las tiene que ver con la explicación de un crimen, se las tiene que ver igualmente con el psicoanálisis. 174

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bargueño. Al escuchar un grito, Geneviève corre a auxiliar a su madre y también recibe el cacharro en pleno rostro. Como se prende de la cabeza de su asesina, le arranca al caer una mecha de cabellos que guardará amarrada entre sus dedos crispados. Pronto se amplía la carnicería: la pasión de apodera de Christine que da la orden a la hermana de acabar con la Sra. Lancelin y luego arrancarle los ojos. Léa obedece: en un gesto de furor, saca de las órbitas las bolas pegajosas y las tira contra la pared de la escalera. Por su parte, Christine agarra el ojo izquierdo de Geneviève que aúlla de dolor antes de desmayarse. Cada vez más enfurecidas, las dos hermanas se arman una con un cuchillo y la otra con un martillo y los utilizan para destrozar los cuerpos de sus víctimas. Durante esta terrible contradanza, ponen al desnudo el sexo de Geneviève, inundando el lugar de sangre y sesos. Este acto las calma, echan el cerrojo de la puerta de entrada, lavan cuidadosamente sus manos y se quitan sus ropas manchadas. Media hora más tarde, la policía las descubre acurrucadas una contra otra en la misma cama y vestidas con una simple bata.175

¿Cómo aborda Lacan este crimen, poco menos de dos años después del caso Aimée? ¿Lo hace con la misma perspectiva, lo cual sería de esperar considerando el poco tiempo transcurrido? ¿O encontramos, no sólo de la tesis a este texto, sino del texto del Estilo a éste, publicado apenas seis meses después, un cambio sustancial, un cambio casi paradigmático? El doctor Benjamin Logre, durante el proceso de las hermanas Papin, ante el “diagnóstico” de simulación hecho por un psiquiatra, mismo que conllevaba la declaración de la plena responsabilidad de las hermanas ante el crimen cometido, concurrió en su defensa, realizando una especie de contradiagnósticos: ideas de persecución, perversión sexual, epilepsia o histero-epilepsia. Lacan, sin dejar de rendir homenaje a la autoridad del doctor Logre, acude de nuevo a la entidad mórbida llamada paranoia, describiendo tres rasgos fundamentales: “a] un delirio intelectual que varía sus temas de las ideas de grandeza a las ideas de persecución; b] unas reacciones

175

Roudinesco, Elisabeth. Batalla de los cien años… págs. 132-133.

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agresivas que muy a menudo llevan al asesinato; c] una evolución crónica”176. Lo novedoso aquí no es sólo la enumeración de estos rasgos, que sin ser aparentemente distintos no son en realidad los mismos que los presentados en la tesis del 32, sino, principalmente, el elemento que Lacan sitúa en la base de la psicosis paranoica –y que coincide con el punto b: “la pulsión agresiva, que se resuelve en el asesinato”177. [A esta pulsión] Se la puede llamar inconsciente, lo cual significa que el contenido intencional que la traduce en la consciencia no puede manifestarse sin un compromiso con las exigencias sociales integradas por el sujeto, es decir sin un camuflaje de motivos, que es precisamente todo el delirio.178

He aquí una síntesis un tanto más lograda que en la tesis, entre psicoanálisis y fenomenología: por un lado, una pulsión agresiva, en la que se reconoce su cualidad de inconsciente; por el otro, un contenido intencional que es la traducción de la pulsión en la conciencia. Empresa casi imposible ésta de unir la teoría psicoanalítica con la filosofía fenomenológica, aparece aquí con una coherencia bien lograda. Y, sin embargo, esta síntesis se nos presentará idénticamente, en cuanto a la significación, pocos párrafos más adelante, pero distinta en cuanto a los términos sintetizados: El contenido intelectual del delirio se nos muestra […] como una superestructura a la vez justificativa y negadora de la pulsión criminal. Lo concebimos, pues, como algo sometido a las variaciones de esta pulsión […]179

Ahora la conjunción es presentada entre un término psicoanalítico y otro marxista, aunque con los mismos efectos de sentido. Además, el contenido del delirio, la superestructura –anteriormente “contenido intencional”- aparece supeditado a la pulsión. ¿Para qué, entonces, el anterior recurso a la fenomenología para explicar lo que 176

Lacan, Jacques (1933) Motivos del crimen paranoico: el crimen de las hermanas Papin, en De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad seguido de Primeros escritos sobre la paranoia; México: Siglo XXI, 2003; pág. 340. 177 Ibíd., pág. 341. 178 Ibídem. 179 Ibídem.

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se explica igualmente bien recurriendo al marxismo? ¿Se trata sólo de un recurso puramente verbal y no epistémico para explicar un mismo orden de fenómenos? ¿Para qué, entonces, remitir su explicación, parcialmente, a otros paradigmas si, en realidad, con los presupuestos psicoanalíticos, que son aquí dominantes –el único significante que no varía en ambas explicaciones sobre la estructura del delirio paranoico es el de pulsión- alcanzaría? Desde el momento en el que el acento de la explicación es puesto en la noción de pulsión, algo ya no permanece idéntico en el camino teórico lacaniano, sobre todo contrastando este texto con la tesis: en ésta el concepto de personalidad le permitía, a pesar de que la explicación última, exhaustiva y pormenorizada de los mecanismos de la misma hubiese sido realizada con nociones tomadas del psicoanálisis, mantener su posición epistémica un tanto ajena al psicoanálisis, en tanto que la personalidad tenía la función de elemento central y regulador de toda la tesis. Los mecanismos de la personalidad se explican “psicoanalíticamente”, pero la personalidad misma, considerada como totalidad conceptual, como veíamos en capítulos anteriores, está más cerca de Jaspers y Spinoza que de Freud. La prevalencia de esta noción de personalidad en la tesis permite, incluso, que Lacan no rompa del todo con Jaspers, aunque el estudio del caso Aimée le haya mostrado que su psicosis no se trataba de un proceso; pero, si ya no se juzga el caso Aimée mediante esta noción, sí se sigue haciendo con el recurso a las relaciones de comprensión desprendidas de la definición de la personalidad. Ahora, cuando el acento puesto en la noción de personalidad ya no es el mismo –cuando la noción de personalidad ya no es exactamente la misma, sin ser tampoco muy distinta-, y la pulsión agresiva se erige como “la afección que sirve de base a la psicosis”180, Lacan puede intentar una explicación que en varios puntos lo acercan más que nunca al psicoanálisis, y por supuesto a lo que más tarde será el “psicoanálisis lacaniano”. En cierta forma se opera una inversión: mientras que en la tesis el recurso al psicoanálisis tenía la función particular de esclarecer la relación más general entre psicosis paranoica y personalidad, aquí, en el texto sobre el crimen de las hermanas Papin, la personalidad 180

Ibídem.

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aparece como un elemento de orden genético-social (esto es, paradójicamente genético y social) sin el conocimiento del cual no podrían entenderse las anomalías pulsionales, el papel de la pulsión agresiva, por ejemplo, en un delirio de a dos: La pulsión homicida que concebimos como la base de la paranoia no sería, en efecto, más que una abstracción poco satisfactoria si no se encontrara controlada por una serie de anomalías correlativas de los instintos socializados, y si el estado actual de nuestros conocimientos sobre la evolución de la personalidad no nos permitiera considerar esas anomalías pulsionales como contemporáneas en su génesis.181

No sería la sugestión de un sujeto delirante activo sobre un sujeto débil pasivo lo que explicaría el delirio de a dos; la solución, más bien, estaría del lado de esas anomalías correlativas de los instintos socializados –y subrayemos lo de correlativas-, expresadas en trastornos182 tales como la homosexualidad y la perversión sadomasoquista, “trastornos instintivos cuya existencia, en este caso, no había sido detectada más que por los psicoanalistas”183. De aquí en adelante se multiplican en el texto referencias a la teoría psicoanalítica, pero sobre todo referencias que sugieren un proceso de azogamiento en la conceptualización lacaniana de la personalidad. De nuevo la traducción hecha por Lacan de Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad de Freud sigue ocasionando efectos en la propia obra del francés. “Artículo admirable”184, lo llama Lacan; de nuevo, también, se convierte en el eje de su interpretación de un crimen. El sadismo de las dos hermanas es evidente en el homicidio; la homosexualidad no lo es menos: su afecto exclusivo, dice Lacan, su cohabitación, su refugio en una misma cama apuntarían a las

181

Ibíd., pág. 343. Que conste que es Lacan quien les llama así. 183 Ibídem. Lacan no dice cuáles psicoanalistas. 184 Ibíd., pág. 344. 182

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mencionadas correlaciones. Esta homosexualidad, contrario a lo que piensan algunos, sería sólo inconsciente, larvada, dice en este texto; fermentada, según aparece en la traducción del artículo de Freud hecha por Etcheverry185. El complejo fraterno sería nuevamente la clave: [Freud nos muestra en el artículo mencionado] que, cuando en los primeros estadios ahora reconocidos de la sexualidad infantil se opera la reducción forzosa de la hostilidad primitiva entre los hermanos, puede producirse una anormal inversión de esta hostilidad en deseo, y que este mecanismo engendra un tipo especial de homosexuales en los cuales predominan los instintos y actividades sociales. Se trata, de hecho, de un mecanismo constante: esa fijación amorosa es la condición primordial de la primera integración a las tendencias instintivas de aquello que llamamos las tensiones sociales. Integración dolorosa, en la que se marcan ya las primeras exigencias sacrificiales que nunca más dejará de ejercer la sociedad sobre sus miembros: tal es su vínculo con esa intencionalidad personal del sufrimiento infligido, que constituye el sadismo.186

La integración tiene lugar a través de una fijación cercana a lo que Lacan llama filosóficamente el yo solipsista, fijación narcisista al objeto más semejante al sujeto. El complejo fraternal queda así establecido como aquello que domina la estructura de las paranoias: volviendo sobre su caso Aimée dirá que: Si en el curso de su delirio Aimée trasfiere sobre varias cabezas sucesivas las acusaciones de su odio amoroso, es por un esfuerzo de liberarse de su fijación primera, pero este esfuerzo queda abortado: cada una de las perseguidoras no es, verdaderamente, otra cosa que una nueva imagen, completa e invariablemente presa del narcisismo, de esa hermana a quien nuestra enferma ha convertido en su ideal. Comprendemos ahora cuál es el obstáculo de vidrio que hace que Aimée no pueda

185

Freud, Sigmund (1922 [1921]) Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad; en Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu, 2004; pág. 219. 186 Lacan, Jacques, op. cit.; ibídem.

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saber nunca, a pesar de estarlo gritando, que ella ama a todas esas perseguidoras: no son más que imágenes.187

La “perífrasis” anterior podría resultar hasta graciosa para algún lector advertido de la existencia del estadio del espejo. “Imágenes”, “obstáculo de vidrio”, etc.; pero, ¿en verdad estaríamos aquí en presencia de un circunloquio? Ese lector advertido, ¿no estaría introduciendo en su lectura, de contrabando, una noción que aún no ha visto la luz del mundo? Ciertamente, como dice el mismo Lacan en otro texto (en referencia a Más allá del “principio de realidad”, pero la cita es perfectamente aplicable a este caso), “no es pues ceder a un efecto de perspectiva el ver aquí ese primer delineamiento de lo imaginario”188. Aquí también tenemos un delineamiento –si aquél es el primero, ¿en qué orden podemos situar a éste?-, un tanteo, un bordeamiento de lo que más tarde será el estadio del espejo, pero sólo eso. El delineamiento de una dialéctica de lo dual, en el caso de las hermanas Papin, aquejadas, como Aimée, del “mal de ser dos”; almas siamesas trabadas en un nudo insoluble, mujeres sobre cuyas declaraciones dirá Lacan, citando al doctor Logre, que “uno cree estar leyendo doble”189. Las hermanas Papin, dirá Lacan, habrán entremezclado la imagen de sus patronas con el espejismo de su propio mal, y él, cada vez menos psiquiatra, habrá dado un paso que ya no solo en cuanto al significado, sino significantemente, lo acercará a concebir al yo como un lugar de ilusión. En última instancia, la mutación del concepto de personalidad parece alcanzar su punto de viraje en la siguiente afirmación sobre la relación entre las hermanas –en particular sobre la mayor: “Qué largo camino de tortura ha tenido que recorrer Christine antes de que la experiencia desesperada del crimen la desgarre de su otro yo”190. De su otro yo, dice Lacan, acercándose a otro Lacan, sin dejar de ser el mismo, al Lacan de años posteriores. 187

Ibíd., pág. 345. Las cursivas son nuestras. Lacan, Jacques (1966) De nuestros antecedentes, en Escritos 1; México: Siglo XXI, 2005; pág. 62. 189 Lacan, Jacques, Motivos del crimen paranoico: el crimen de las hermanas Papin; op. cit.; ibídem. 190 Ibíd., pág. 346. 188

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¿Qué tan cerca podemos decir que, en este momento, estaba Lacan del psicoanálisis? Digamos sólo lo siguiente, como colofón a nuestro trabajo. En el primer capítulo dimos cuenta de una entidad que surge igualmente al inicio de la tesis de 1932: el enigma. El enigma, decía Lacan, de la psicosis, “expresado sucesivamente por las palabras locura, vesania, paranoia, delirio parcial, discordancia, esquizofrenia”191. La misma entidad aparece aquí, en Motivos del crimen paranoico, pero ahora con una denominación sorprendente: habrá sido, en general, “el enigma humano del sexo”192, el que las hermanas Papin habrían pretendido resolver con su acto; pero, en particular, el enigma será nominado con una especificidad tal que bien pudiera ser, si se descontextualizara del texto donde aparece, creído como habiendo sido enunciado por un Lacan posterior a la invención de los tres registros, matices más, matices menos: Es preciso haber prestado oídos muy atentos a las extrañas declaraciones de tales enfermos para saber las locuras que su conciencia encadenada puede armar sobre el enigma del falo y de la castración femenina.193

Sin hacer mayor hincapié en lo subrayado, señalemos lo menos obvio: habrá sido preciso –y si así fue, lo será también en adelante-, para que ese enigma sea reconocido en su última designación, ya no la realización de un trabajo de mirada sobre los sujetos, sino, más bien, el haber prestado oídos muy atentos a su dicho.

191

Lacan, J. (1932) De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad; México: Siglo XXI, 2003; pág. 15. 192 Lacan, Jacques, Motivos del crimen paranoico: el crimen de las hermanas Papin; op. cit.; pág. 345. 193 Ibídem. Las cursivas, por última vez, son nuestras.

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5.- A MODO DE CONCLUSIÓN: ¿LACAN PSICOANALISTA?

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5.- A MODO DE CONCLUSIÓN: ¿LACAN PSICOANALISTA?

Un acto, está ligado a la determinación del comienzo, y muy especialmente allí donde hay necesidad de hacer uno precisamente porque no lo hay. Jacques Lacan

“T.t.y.e.m.u.p.t.” ¿Qué significa esta notación misteriosa e indescifrable por sí misma –“nadie puede pescar ahí la menor idea”, dice Lacan, con evidente razón-, puesta justo al final de la versión de La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud, texto aparecido en los Escritos, y original de 1957194? ¿Qué extraña forma de rubricar un texto es esa? Precisamente por lo extraña y misteriosa se impone la interrogante: ¿guardará un significado importante, importante en el sentido por ejemplo de un enigma, de una clave que abre la puerta de algo? Y si no, ¿para qué entonces tomarse la molestia de cifrar lo que sea que signifique? Al parecer, en la versión francesa –por lo menos en la original- de los Escritos, no existe ninguna anotación que explique tal mensaje en forma de código. Caso distinto el de la versión en castellano, en donde, como nota al pie puesta por el editor (Armando Suárez), aparece el siguiente extracto de una carta de Lacan dirigida a su traductor al castellano, Tomás Segovia: […] a usted, que pone un cuidado tan maravilloso a mi servicio, le confesaré lo que no he confiado nunca a nadie. Se trata de las iniciales de la frase que podría decirme a mí mismo en esa fecha desde hacía mucho tiempo y con lo que así oculto mi 194

Lacan, Jacques; (1966) La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud; en Escritos I; México: Siglo XXI, 2005; pág. 508.

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amargura: “Tu t’y es mis un peu tard” (= “Te has puesto a la obra un poco tarde.”) La e falta en los Écrits, pero…, espero, no en el texto original.195

“Te has puesto a la obra un poco tarde”, revela Lacan a Segovia. Letra a letra, se trata tan sólo de las iniciales de una frase. Aunque este “tan sólo” es, más que nunca, absolutamente relativo, porque a pesar de la misma simplicidad del método de codificación, y también gracias a ella –una letra, sólo una, por cada término de la frasees imposible que, como dice Lacan mismo, alguien pesque algo ahí. Pero esta dificultad ya no importa, puesto que, a partir de esa revelación, ya tenemos el sentido encerrado en aquellas ocho letras. ¿Pero en verdad lo tenemos? ¿Es suficiente con que sepamos, textualmente, qué palabras encerró, disfrazó, condensó Lacan ahí? La cuestión, en resumen, es si podemos considerar esta explicación como suficiente en cuanto a la revelación del sentido de la notación en forma de código primero abordada. Y la respuesta es que no: es necesaria, pero no suficiente para la interpretación –como por lo demás nunca lo sería ninguna, si nos atenemos a la sobredeterminación de cualquier símbolo-; “Te has puesto a la obra un poco tarde” resulta, ciertamente, menos oscuro que el casi extraterrestre “T.t.y.e.m.u.p.t.”, pero no por ello podemos decir que el sentido se nos haya revelado ya en su integridad. Nos topamos aquí con el problema de la irreductibilidad de la interpretación: es imposible reducir un conjunto de significantes, o uno solo, a un significado único y último, en virtud de la relación arbitraria entre significante y significado –contrario a lo que se pensaba, antes de Saussure, con la antigua teoría del signo, según la cual éste representa algo para alguien. Estas dos posturas sobre la representación se hacen patentes en lo que nos ocupa: no obstante tener a la vista la traducción de aquellas ocho letras a significantes que parecieran relacionarse sin problemas con un significado claro, nos damos cuenta de que no por ello el sentido se abre en lo que pudiérase pretender como su fondo último, por otro lado inalcanzable, si no es que inexistente.

195

Ibíd., págs. 508-509.

101

¿Qué podría caracterizar a la función simbólica? “Querer decir otra cosa que lo que se dice, he ahí la función simbólica”196, dice Paul Ricoeur. Una vez conocido el significado de las misteriosas iniciales, ¿sabemos qué es lo que Lacan quiso decir con ellas? Nos damos una idea, pero sólo eso. Ya que Armando Suárez nos facilita la tarea, dando a conocer en la versión en castellano el significado “literal” de las mismas –y que, como decíamos, vienen a cerrar un texto fundamental de Lacan, uno en el que, dice Erik Porge, desarrolla “el programa que se había fijado”197, modificando la teoría de Saussure y adaptándola al descubrimiento freudiano-, tratemos de develar cierto sentido en esas palabras, aún más significativas en cuanto a que vienen a puntuar un largo recorrido teórico en un momento preciso, justamente cuando el retorno a Freud se hace efectivo en la inauguración de la diferencia a través de la inserción del inconsciente en el orden del lenguaje –justamente cuando, si seguimos la propia nominación lacaniana del texto que abre la parte de los Escritos que a su vez cierra La instancia de la letra (parte que, en extremo rigor, es cerrada con el “T.t.y.e.m.u.p.t.”), el sujeto es, por fin, cuestionado (y no vemos razón para que, a la luz de esas palabras codificadas, el sujeto cuestionado no sea también el propio Jacques Lacan). Que se ha puesto a la obra un poco tarde, dice Lacan. ¿De qué obra y sobre qué tardanza habla? Damos por supuesto que se refiere a su obra, a su propia obra; el problema radica en saber si se refiere a parte de ella, o a la obra en su totalidad. Es dudoso que hable de la totalidad de su obra –que en ese momento está limitada a lo hecho entre 1931 y 1957-, puesto que ese dicho, al tomarla en su conjunto, implicaría que Lacan se reprocha con amargura el no haber iniciado antes de 1931, antes, incluso, de llegar al término de su doctorado en psiquiatría. Si se trata de una parte de su obra, la gran dificultad radica en ubicar ese momento preciso, tardío, en el que según Lacan, al fin, habría puesto manos a la obra. Podemos aventurar ciertas hipótesis, recordando algunos de los momentos importantes en el camino de Lacan, hasta 1957.

196 197

Ricoeur, Paul (1965) Freud: una interpretación de la cultura; México: Siglo XXI, 1970; pág. 14. Porge, Eric (2000) Jacques Lacan, un psicoanalista; Madrid: Síntesis, 2000; pág. 83.

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Quizá se refiera al momento en el que tiene su primer acercamiento al psicoanálisis, ese momento que ha sido precisamente el objeto de reflexión en este trabajo: nos referimos, claro está, a la culminación de su tesis doctoral, así como a la publicación de los textos inmediatamente posteriores a ella. A favor de esto está el dicho del propio Lacan: tomando como referencia de inicio el momento en el que podemos empezar a considerarlo un autor –los años que corren de 1931 a 1933-, en verdad ha pasado poco tiempo (“un poco tarde”); pero, en contra, tenemos el hecho de que ese reproche, formulado en 1957, se lo podría haber aplicado “desde hacía mucho tiempo”; además, en contra también recordemos la negativa, la “reticencia” que Lacan mostró, durante mucho tiempo, para publicar su tesis doctoral, lo que nos hace dudar que en esos trabajos ya estuviera implicada una puesta a la obra de su parte. Entonces quizá esté hablando de la invención del estadio del espejo. A favor y en contra tenemos de nuevo las mismas consideraciones temporales de la opción anterior; a favor, además, podemos mencionar la importancia de tal proposición dentro del campo psicoanalítico, juzgada por el propio Lacan como “una escobilla” con la que “renueva las teorías del yo (moi), recusando toda concepción del yo que tienda a convertirlo en una instancia del conocimiento de lo real”, y con la que además “limpia incluso la casa de Freud, en todo lo relativo a una descripción del yo como núcleo del sistema percepción conciencia”198. En contra, el hecho mismo de que Lacan hable de esa invención un tanto despectivamente, en el mismo lugar199, no sólo como una escobilla, sino también como un perchero, lo que encontraremos traducido durante un buen tiempo, luego de 1953, como la primacía de lo simbólico sobre los otros registros de la experiencia, y entre ellos, por supuesto, el de lo imaginario. Finalmente, podemos suponer que se trata, con esa rúbrica, de un reproche que marca retroactivamente el camino andado, inaugurando a la vez un nuevo comienzo, en dos momentos distintos –por lo demás estrechamente vinculados-: 1953, con la 198

Ibíd., pág. 65. Lacan, Jacques (1967-1968) El acto psicoanalítico; sesión del 10 de enero de 1968; versión electrónica.

199

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postulación de los registros simbólico, real e imaginario; pero también, y lo que resultaría más pertinente y evidente, el momento mismo en el que aparece la notación en cuestión: el año de 1957. A favor de esta hipótesis tenemos la fuerza temporal del momento en el que la marca aparece, así como la importancia de lo que en sí viene a marcar: ni más ni menos que una reformulación de prácticamente todas las categorías psicoanalíticas en base a una teoría del inconsciente, del que luego se dirá está estructurado como un lenguaje, así como de los tres registros mismos. Y sin embargo, no obstante la mayor plausibilidad de esta opción continuamos encontrándonos, nuevamente, con la misma ambigüedad temporal de la explicación lacaniana, una ambigüedad temporal que, como veremos, no es sino la ambigüedad propia del tiempo en el psicoanálisis, porque, ¿no es cierto que, haciendo abstracción de los pseudo-objetivos pros y contras argumentados para cada uno de los momentos destacados por nosotros párrafos arriba como claves en la obra de Lacan hasta 1957, cualquiera de ellos, sin problemas –por su importancia individual, por su carácter de acto de ruptura dentro de la misma continuidad- podría ser aludido con el dicho de “Te has puesto a la obra un poco tarde”, marcando un nuevo comienzo? El primer acercamiento de Lacan, desde la psiquiatría, al psicoanálisis, con su tesis doctoral, representa no sólo una cierta ruptura con su propio camino –ciertamente corto hasta ese entonces-: es también un caso sintomático de lo que comenzaría a suceder en la psiquiatría de su época. Con el estadio del espejo y con la invención de los tres registros el acto no incidiría nada más en la propia obra de Lacan, sino también en el campo más amplio de eso llamado psicoanálisis. Esos tres momentos, en síntesis, tienen en común el hecho de cuestionar, además de un campo del saber, al propio sujeto que opera dentro de ese campo como agente: al sujeto Jacques Lacan, representado por un significante –una obra, una invención teórica- para otro significante –un campo del saber (psicoanálisis, psiquiatría)-, inaugurando con ese cuestionamiento, cada vez, un nuevo comienzo.

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No es casual entonces que la fórmula “Te has puesto a la obra un poco tarde” tenga un sentido casi atemporal –como el inconsciente-: a pesar de haber sido enunciada en y para un momento preciso, es aplicable también a esos otros momentos mencionados, pero en todo caso también, si lo intentásemos, a momentos posteriores a 1957. Por ello, y enfocándonos ahora en la fórmula como tal, podemos preguntarnos: ¿acaso es posible, alguna vez, no ponerse a la obra tarde –así sea poco o mucho? ¿Es posible actuar, dotando de sentido a ese campo sobre el que se actúa, a priori, con premeditación, alevosía y ventaja? Según vimos a lo largo de este trabajo, el propio camino recorrido por Lacan, iniciando desde sus textos anteriores a la tesis doctoral, pasando claro está por la misma tesis, hasta aquellos otros publicados en 1933, está marcado por una especie de lógica del encuentro-desencuentro y de la resignificación. Encuentros inesperados y resignificaciones imprevistas, teóricas y personales; momentos en los que podemos encontrar a un significante nuevo –aunque sea el mismoactuando retroactivamente sobre otro anterior. Todo este mecanismo, por ello, no pertenece a una lógica del cierre, de la sutura. Por el contrario: abre el espacio para que, en el a posteriori, el sentido encuentre, inversamente, múltiples posibilidades de resignificación, permitiendo que cada paso dado en una obra –cada concepto, cada experiencia cifrada teóricamente- nunca se cierre sobre sí mismo. Para que, en suma, podamos siempre estar seguros de que, volviendo por el camino recorrido, echando una mirada a nuestras espaldas, a través de un acto, tendremos ante nosotros siempre y cada vez a una esfinge que pondrá ante nuestros ojos un nuevo enigma –el mismo. Considerando toda la argumentación anterior, ¿en qué medida podríamos decir, por ejemplo, que Lacan ya era psicoanalista al momento de escribir su tesis, o acaso al terminarla –incluso algún tiempo después? ¿Cuál sería el criterio para afirmar tal cosa? ¿Su acercamiento, desde la tesis, al psicoanálisis como referente importantísimo para comprender el caso Aimée –aunque, como hemos visto, tal referente no fue exclusivo? ¿El enfoque más claramente psicoanalítico adoptado por Lacan en Motivos del crimen

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paranoico? ¿Su análisis, contemporáneo a esas fechas, con Loewenstein? Por anticipado, en la introducción, vimos cuáles eran las consecuencias de concebir el paso por un análisis como condición suficiente para convertirse, en definitiva, en psicoanalista. ¿Qué decir del acercamiento teórico al psicoanálisis? ¿Basta con ello, basta con utilizar ciertos términos psicoanalíticos para operar dentro de ese campo, efectivamente, como “ya psicoanalista”, según vimos decía Elisabeth Roudinesco? En el año de la publicación de sus Escritos, en 1966, Lacan dirá, refiriéndose a los textos anteriores a su “inserción del inconsciente en el lenguaje” lo siguiente: Sucede que nuestros alumnos se hacen la ilusión de encontrar “ya allí” aquello a lo que después nos ha llevado nuestra enseñanza. ¿No es bastante que lo que está allí no haya cerrado el camino?200

“Ya allí”, dice Lacan; “ya psicoanalista” dice Roudinesco al hablar de aquél, en los tiempos de su tesis doctoral. Y nosotros preguntamos, con el “ya allí”, al “ya psicoanalista”: ¿para qué la impaciencia por encontrar a Lacan en el lugar en donde no necesariamente está aún201? Es cierto: en la tesis doctoral, tesis en psiquiatría, podemos ubicar con precisión varios elementos que marcan el abandono –no del todo- de algunos paradigmas por parte de Lacan, a favor de otros, entre ellos, el que lleva a un primer acercamiento al psicoanálisis. Y esto, de algún modo, ubica a Lacan en un registro en el que se moverá de ahí en adelante, pero, ¿tenemos derecho a afirmar el carácter no solamente decisivo, sino incluso único, del acto que marca el inicio del viraje de psiquiatría al psicoanálisis? ¿No es verdad, como hemos visto, que el camino recorrido por Lacan está marcado por actos como ese, que se sucederán, prácticamente, hasta el límite de su existencia? Por ello pensamos que quizá el estatuto, la autorización como analista no sea algo que se conquiste de una vez y para siempre; quizá esté implicado en ello una 200 201

Lacan, Jacques (1966) De nuestros antecedentes, en Escritos 1; México: Siglo XXI, 2005; pág. 61. Aún, significante de postergación indefinida.

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afirmación realizada acto por acto. Lacan, podríamos decir, ya era psicoanalista en 1953, luego de la fundación del pensamiento lacaniano con sus tres registros –lo era con respecto a ellos, con respecto al yo, y a algunas otras cosas más. Pero, al mismo tiempo, y en una especie de anormalidad, de dislocación temporal, quizá pudiéramos decir que, con respecto a su tesis, no fue psicoanalista sino hasta su seminario de 1955-1956. Si en verdad el a posteriori tiene el importante valor no sólo explicativo, sino constituyente y constitutivo de cierto orden de cosas, no podemos sino tomarlo en serio y darle su importancia, por ejemplo, en el momento en el que Lacan vuelve sobre lo hecho en 1932, resignificándolo –y también en cada ocasión en la que, operando dentro del campo psicoanalítico, regresó a Freud, por supuesto, pero también cada vez que volvió sobre sus propios pasos, pero no para recorrer exactamente el mismo camino.

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