Japón hacia el abismo

May 25, 2017 | Autor: Florentino Rodao | Categoría: Historia De Asia, Historia De Japon
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Descripción

JAPÓN HACIA EL ABISMO

DOSSIER

HACIA PEARL HARBOR

La decisión nipona de avanzar en su expansión por Asia dificultó sus relaciones con Estados Unidos. Pero ¿cómo precipitó Tokio la guerra? FLORENTINO RODAO, CENTER FOR JAPANESE STUDIES, UNIVERSIDAD DE CALIFONIA, BERKELEY

UNA CONCENTRACIÓN estudiantil celebra la toma

de Nanjing frente al Palacio Imperial de Tokio, 1937. 28  H I STO R I A Y V I DA

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LA ENTRADA en Nanjing. A la dcha., Saburo Kurusu

y Ribbentrop tras firmar el Pacto Tripartito, 1940.

C

omo ocurrió con la guerra en Europa, la guerra del Pacífico también comenzó con la crisis de 1929, pero los senderos por los que llegó fueron diferentes. El declive económico y, en especial, la caí­ da del precio de la seda, básica para mu­ chas economías familiares en el Japón rural, dieron alas para culpabilizar a los políticos y a sus partidos. En paralelo, las victorias militares alumbraron al Ejército como el salvador de la patria. La rápida salida de la crisis desde 1931 gracias a la colonización de Manchuria –capaz, ade­ más, de absorber el exceso de población– convenció a muchos japoneses de que los militares sabían llevar a Japón por el me­ jor camino. Los iniciales triunfos tras la invasión del resto de China en 1937 hicie­

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ron pensar que el ejército nipón tenía ra­ zón, porque la guerra parecía ganada. Por un lado, Japón revertía el aislamiento internacional tras el reconocimiento por parte de Italia (entonces una gran poten­ cia) de Manchukúo, su estado marioneta. Por el otro, cayó Nanjing, la antigua capi­ tal china. Muchos nipones previeron una rápida victoria, y el Ejército, mientras re­ husaba responder a las propuestas de paz, masacró a una buena parte de los habitan­ tes de la ciudad para acabar definitiva­ mente con el Ejército Nacional Chino. La rendición china nunca llegó, y, en el camino, ese Japón militarista se había ga­ nado un gran enemigo, que, además, era imposible de derrotar. Los nacionalistas chinos instalaron su capital en Chongqing, a unos mil quinientos kilómetros de la

costa, mientras que se fortificaron en otra ciudad en el cauce del Yangtsé, Wuhan, a unos setecientos kilómetros. Y aunque los japoneses siguieron con sus conquistas militares y también dominaron Wuhan tras una larga batalla, ya no podían contar con el ferrocarril, que tanto les ayudaba. Su estrategia pasó a ser la de aumentar las represalias, pero los chinos sabían que el tiempo estaba de su parte si los nipones extendían en exceso su ocupación. Mien­ tras que chinos nacionalistas y comunistas seguían en pie, el gobierno japonés hizo pensar a sus habitantes que el gigante ve­ cino ya estaba derrotado, y que solo que­ daban por librar campañas secundarias. Por eso, se centraron en evitar la ayuda extranjera a los chinos, por ejemplo, con el acoso a la concesión británica en Tianjin

en el verano de 1939. Dominaban buena parte de China, pero los japoneses seguían sin imponerse de manera definitiva.

Más alla de China

En ese callejón sin salida, importaba cada vez más lo ocurrido fuera del escenario de

1939). Al oeste, en Europa, estallaba una guerra en la que los ejércitos de Hitler ocu­ paban Francia y Holanda y atacaban Reino Unido. Al sur quedaban los imperios colo­ niales desatendidos. La Indochina France­ sa (los actuales Vietnam, Camboya y Laos) estaba a cargo de un gobernador que optó

CUANDO ESTALLÓ LA GUERRA EN EUROPA, LOS IMPERIOS COLONIALES QUEDARON DESATENDIDOS la lucha. Al norte, el tradicional enfrenta­ miento entre soviéticos y japoneses que­ daba en tablas, tras dos batallas veraniegas en las estepas siberianas que demostraron la preparación soviética: la del Lago Ja­ sán (o incidente de Changkufeng, 1938) y la de Jaljin Gol (o incidente de Nomonhan,

por obedecer al gobierno proalemán de Vichy; las Indias Orientales Holandesas (Indonesia) seguían al gobierno en el exi­ lio en Londres; y los llamados Territorios de los Estrechos (Malasia y Singapur) ha­ bían quedado sin apenas defensa por las necesidades de la propia metrópoli britá­

nica. Como es fácil pensar, ante las este­ pas vacías y frías de Siberia, con tropas soviéticas bien pertrechadas, las miradas japonesas se volvieron hacia el sudeste de Asia. A Japón se le abría una oportu­ nidad que solo podía aparecer, como se dijo entonces, cada doscientos años. Era una situación aparentemente ideal para el Japón echado en brazos de los militares. Con un Ejército, una Marina y sus Estados Mayores respectivos sin nadie capaz de detenerles, Japón necesitaba acelerar para ocultar la inexistencia de una autoridad central, puesto que las di­ ferencias internas solo se podían solventar con nuevos conflictos bélicos. Un remoli­ no que necesitaba moverse para fun­cionar, así es como la profesora Janis Mimura conceptualiza ese llamado Estado Nacio­

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Desesperada búsqueda de materias primas

EL IMPERIO JAPONÉS Y LA ESCALADA DE LA CRISIS POLÍTICA Y COMERCIAL CON EE. UU. ALASKA (EE.UU.)

UNIÓN SOVIÉTICA

Sajalín

Nomonhan MANCHUKÚO

MONGOLIA

ur .K

Changkufeng

Beijing Tianjin

CHINA

Rangún

OCÉANO PACÍFICO

JAPÓN

COREA

Tokio

San Francisco Midway

Iwo Jima

TAIWÁN

BIRMANIA

INDIA

Pearl Harbor

Hong Kong

FILIPINAS

MICRONESIA

CEILÁN (SRI LANKA)

OCÉANO ÍNDICO 0

MALASIA BRITÁNICA Singapur IN Borneo DI A Sumatra H S ORIE NTALES OLA NDESAS

NUEVA GUINEA

MELANESIA

Territorios controlados por Japón (7 diciembre 1941) Territorios ocupados por Japón (7 diciembre 1941 a 6 agosto 1942) Batallas

Java 1. 000 km

Is. Hawái

Is. Marianas

TAILANDIA INDOCHINA FRANCESA

ESTADOS UNIDOS

Is

Nanjing Shanghái tsé g Wuhan n Ya Chongqing

TIBET

s ile

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Is. A

CANADÁ

Ruta birmana

Pacto de Neutralidad con la URSS. Moscú, 1941.

NADA MÁS INICIAR la guerra contra los estadounidenses, el primer ministro Tojo no dudó en calificarla públicamente de “defensiva”, apelando a un sentimiento victimista que la nación arrastraba respecto a las potencias occidentales desde los tiempos de Matthew C. Perry, el almirante estadounidense que obligó en 1854 a los hasta entonces aislados japoneses a firmar un tratado comercial.

asiáticos del sometimiento a Occidente, pero persiguiendo la ampliación de su influencia y sus recursos. Los desencuentros con los países occidentales se sucederían. Si en 1931 Tokio decidía abandonar la Sociedad de Naciones como respuesta a la condena de su ocupación de Manchuria, la entrada nipona en China a partir de 1937 desencadenaría graves problemas, en especial, con EE. UU.

CASI UN SIGLO DESPUÉS, Japón estaba construyendo su propio imperio, afirmando querer defender a sus hermanos

EN JULIO DE 1938, Washington comienza un “embargo moral” de aviones y piezas vinculadas contra Japón. Al año siguiente

se plantea revocar el Tratado de Comercio y Navegación que había firmado con Tokio en 1911. En 1940 paraliza las exportaciones a Japón de equipo industrial, mientras que las de metales, combustible para aviones y aceite lubricante se limitan. Con el inicio ese año de la expansión nipona en Indochina, Washington suspende la venta de acero y desechos de hierro. En 1941, pese a sus avances territoriales, Japón se encuentra en una difícil situación por lo que respecta a materias primas. Si hay que empezar una guerra contra los americanos, hay que hacerlo cuanto antes.

nal de Defensa. En lugar de detenerse ante las primeras sanciones, Japón solo supo escapar hacia delante. La guerra en Europa proporcionó dos nue­ vas vías para acabar con la resistencia china: incrementar la cooperación japo­ nesa con los países amigos del Viejo Con­ tinente y estrechar el cerco a los chinos

gracias al debilitamiento del dominio europeo sobre sus colonias en Asia. Por un lado, Tokio firmó el Pacto Tripartito con la Alemania nazi y con la Italia fascista en septiembre de 1940. Por el otro, para evi­ tar el paso de armas y demás ayuda exter­ na a los chinos, los japoneses iniciaron el estacionamiento de tropas en el norte de

Vietnam tras conseguir el permiso de In­ dochina, el gobierno más débil de la región. El mundo estaba pendiente de Europa, pero las decisiones niponas del momento provocaron la animadversión definitiva de Estados Unidos, incómodo por ese pac­ to que le dejaba rodeado de enemigos. El Tripartito aconsejaba a Washington no

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MATSUOKA, ministro de Exteriores nipón, firma el

AUSTRALIA

EL OBJETIVO AL FIRMAR UN ACUERDO CON LA URSS ERA CENTRARSE EN ACABAR CON LA RESISTENCIA CHINA implicarse más en la guerra, si no quería tener problemas tanto por el Pacífico como por el Atlántico. Pero, aunque la excusa de aislar y evitar el aprovisionamiento de los chinos nacionalistas parecía excelente, la penetración en Indochina tampoco salió gratis a Japón. Estados Unidos decidió cancelar su acuerdo comercial con Tokio y dejar de venderle gasolina de bajo octa­ naje (hasta los 86 octanos), junto con otras materias primas. Japón comenzó su avan­ ce hacia el sur de Asia, pero le habría re­

sultado conveniente, como mínimo, dejar de buscarse nuevos adversarios. 1941 fue el año más imprevisible de todo el conflicto. Primero, las tropas italianas sufrieron derrotas humillantes en Grecia y hubieron de retirarse. Después, la opera­ ción alemana Barbarroja contra la Unión Soviética se retrasó durante unos meses (hasta finales de junio), a causa del auxilio a los italianos en los Balcanes, lo que im­ pidió a los germanos llegar a Moscú con unas temperaturas aceptables. El ejército alemán no había conseguido doblegar a los soviéticos, y, por primera vez, Hitler comentó a sus íntimos que quizá no gana­ ría la guerra. En Asia ocurrió otra de las grandes sorpresas. Los militares nipones habían puesto en marcha un gobierno a su favor en Nanjing, dirigido por quien, años atrás, había sido uno de los grandes líderes nacionalistas, Wang Jingwei. Pero, en 1941,

aunque algunos países reconocieron ofi­ cialmente el régimen de Wang, Tokio com­ probó que aquel gobierno no conseguiría un apoyo internacional significativo. En abril, Yosuke Matsuoka, el nuevo mi­ nistro de Exteriores de Japón, tras un via­ je por Moscú, Italia y Alemania, se detiene de nuevo en la capital rusa y firma un Pacto de Neutralidad con la Unión Sovié­ tica, el viejo enemigo mortal. El objetivo de Matsuoka al eliminar a la URSS de la lista de problemas era concentrar las fuer­ zas en acabar con la resistencia china y cercar más aún a la China nacionalista, pero iba más allá, porque tenía en mente un “Cuatripartito”, una alianza conjunta de la Unión Soviética con los nazis y los fascistas que convirtiera en amigo a un colosal oponente. Quizá podría haber te­ nido éxito, pero no había previsto –y Hitler no se lo dijo, temiendo, aparentemente,

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HACIA PEARL HARBOR Los japoneses fueron desechando opcio­ nes. Frente a la de atacar a la Unión So­ viética, predominó la tentación de exten­ derse en el sudeste de Asia, con la casi única excepción, casualmente, del fir­ mante del pacto con Moscú, el ministro de Exteriores Matsuoka, que salió del gobierno. Era el momento de perseguir las materias primas y las facilidades abier­ tas en el sudeste de Asia, que ahora pa­ saba a incluir a las Filipinas, colonizadas por Estados Unidos después de derrotar a España en 1898. Y con una cierta ur­ gencia, porque el corte de suministros norteamericanos empujaba a empezar la guerra lo antes posible, a riesgo de quedar en una situación de escasez. Así, el 6 de septiembre, la Conferencia Impe­ rial (un organismo extraconstitucional, de carácter político y deliberativo, para mantener los lazos entre los Estados Ma­ yores del Ejército y la Marina y el gobier­ no) llamó a las preparaciones bélicas. En la primera decena de octubre, si no había habido un progreso significativo en el terreno diplomático, Tokio declararía la guerra al “ABCD”: American (estadouni­ denses), British (británicos), Chinese (chinos; hasta entonces, para los nipones, en China solo había un “incidente”) y

TRAMO de la ruta de Birmania, por la que Gran Bretaña envió material bélico a China para resistir a Japón.

que Japón se beneficiara de la victoria– el ataque en ciernes del III Reich a la URSS. En todo caso, en ese esfuerzo de acabar la guerra con China en 1941, Japón había conseguido neutralizar a uno de sus ene­ migos y cercenar adicionalmente la asis­ tencia a los chinos, apenas ayudados por los británicos a través de la ruta birmana, un recorrido más apropiado en algunos tramos para cabras que para camiones cargados de mercancías. No estaba claro cómo acabarían esas maniobras.

Avance hacia el sur

El verano dejó un resultado agridulce pa­ ra las ambiciones japonesas, con China

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aislada y dos caminos a elegir. Podían vio­ lar el Pacto de Neutralidad con Moscú y expandirse por Siberia, o bien continuar con el avance hacia el sur de Asia, pero ya eran conscientes de que, si atacaban a los británicos en Asia, Estados Unidos no se quedaría de brazos cruzados. Lo compro­ baron de forma fehaciente tras continuar con su penetración en Indochina, porque Washington tomó decisiones que cercena­ ban definitivamente la capacidad del Ejér­ cito y la Marina, al acabar con la venta de gasolina para los aviones y otras materias primas susceptibles de uso militar y al blo­ quear los activos nipones en sus bancos. Sus enemigos estaban embravecidos.

EL GABINETE de Tojo (en el centro de la 1.ª fila)

poco después de Pearl Harbor, diciembre de 1941.

ERAN CONSCIENTES DE QUE, SI ATACABAN A LOS BRITÁNICOS EN ASIA, EE. UU. NO SE QUEDARÍA DE BRAZOS CRUZADOS Dutch (holandeses). La ansiada derrota china iba perdiendo importancia, porque sus enemigos iban en aumento. Era cada vez más necesario detener esa espiral de la que parecían incapaces de salir. El primer ministro Fumimaro Konoe hizo el intento más prometedor para evi­ tar la entrada en la guerra con Estados Unidos a través de un encuentro entre sus dos máximos dirigentes. Promovió una entrevista secreta suya con el presidente Franklin D. Roosevelt para llegar a un acuerdo que sería aprobado de inmedia­ to por el emperador nipón, con lo que el Ejército o la Marina quedarían deslegiti­ mados si se negaban a cumplirlo: sería un

fait accompli que permitiría eludir la gue­ rra. El secretario de Estado norteameri­ cano Cordell Hull no estaba por la labor, pero tampoco los militares nipones, que bloquearon la propuesta como pudieron. Ni siquiera tuvo lugar la reunión. Tras este fracaso, Konoe intentó convencer a los más recalcitrantes militaristas a través de uno de sus líderes, Hideki Tojo, minis­ tro del Ejército, en una reunión en su casa junto con los ministros partidarios de la paz. Pero Tojo siguió en sus trece, y Konoe dimitió, consciente de la importancia de la negativa del Ejército Imperial. Tras la ruptura con EE. UU., causada por la invasión del sur de Indochina, los grupos

privados nipones impulsaron el regreso a la mesa de negociaciones, pero la posi­ bilidad de negociar era cada vez más re­ ducida. Japón quería volver a recibir ma­ teriales estratégicos, pero apenas tenía intención de dar nada a cambio. Cuando el nuevo ministro de Exteriores nipón es­ cribió una propuesta limitada para nego­ ciar con Washington (retirada de las tropas de Indochina cuando hubiera acabado la guerra en China y promesas de no atacar a la URSS, de no obstaculizar los intereses económicos de EE. UU. y de no declararles la guerra en caso de que estos entraran en guerra con Alemania), el Ejército la con­ sideró excesiva y la neutralizó.

Tiempo de descuento

Tras la dimisión de Konoe, el nuevo go­ bierno del general Tojo llevaría a Japón a la guerra, pero la paz todavía tenía cartu­ chos de esperanza. El 2 de octubre, Wa­ shington había pedido que fuera inmedia­ ta la retirada de las tropas niponas tanto de China como de Indochina justo cuando se cumplía el plazo dado por la Conferen­ cia Imperial, pero aún era posible un acuer­ do. Estaba en manos del general del Ejér­ cito Imperial japonés, cuya personalidad no era muy comparable a las de Hitler o Mussolini, ni siquiera a la de Franco. Aun­ que era agresivo y perseverante para im­ poner sus puntos de vista, Tojo estaba

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LA GUERRA DE LAS DISTANCIAS El enfrentamiento en el Pacífico iba a tener unas características únicas debido a los rasgos propios de aquel ámbito geográfico. LA GUERRA que se desató tras Pearl Harbor sería muy diferente de la de Europa, e incluso de la que habían librado los japoneses en Manchuria y el resto de China. El gran reto era cubrir las grandes distancias geográficas, y la Marina pasó a ser el centro de las novedades. El ejemplo más evidente fue la flota de Nagumo, que, tras atacar Pearl Har-

bor, viajó hasta cerca de Sri Lanka (donde la flota británica evadió el enfrentamiento), para después volver a Japón y, sin descansar, cruzar buena parte del Pacífico hasta batirse con los americanos en Midway (abajo). OCUPAR LOS ISLOTES del Pacífico envalentonó a Japón, pero lo convirtió en

un gigante con pies de barro, porque las distancias eran inmensas y las divisiones destacadas en ellos no podían recibir provisiones con normalidad. Como es fácil imaginar, la estrategia de Estados Unidos fue la de los “saltos de rana”, ignorando a las guarniciones japonesas acantonadas en las islas micronesias y melanesias. Sin gasolina, los nipones eran incapaces de atacar al enemigo por la espalda. De hecho, se dieron incluso episodios de antropofagia entre las tropas desprovistas de alimento, como narraron varias novelas, entre ellas, Hogueras en la llanura, de Shohei Ooka.

EN TIERRA, además, los kilómetros eran difíciles de recorrer para los ocupantes nipones, por las selvas impenetrables y los terrenos montañosos. Estos hicieron a los aeródromos difíciles de localizar y limitaron la utilidad de los pocos puertos disponibles. El problema del clima y las enfermedades era mayor, porque el calor y la lluvia aumentaban la fatiga de los soldados y restringían el valor de las unidades mecanizadas. Supuso una ventaja para los ejércitos aliados que no tuvieron en el teatro europeo, en donde la tecnología alemana era más avanzada.

si Estados Unidos incluía a Manchukúo en esa retirada, o sobre si Berlín se avendría a declarar también la guerra a EE. UU. jun­ to con Tokio. El ministro Togo, a pesar de sus opiniones, permaneció en el gobierno, y escribió en sus memorias después que ya no quedaba “otra opción sino levantarse”. Aun siendo consciente de que no había forma de salir de ese embrollo. Desde esa comunicación, que se conoce­ ría como la Nota de Hull, fue inamovible en Tokio la decisión de entrar en guerra contra Estados Unidos, una sociedad –se decía– con razas muy diversas, apenas capaces de aguantarse, que sufriría una implosión en caso de una contienda, ya que cada grupo perseguiría sus propios intereses, las huelgas aumentarían y la opinión pública no soportaría la prolon­ gación del sufrimiento. Esta percepción asumía que, con tales carencias, los nor­ teamericanos no podrían utilizar sus múl­ tiples recursos y enfrentarse con éxito al anillo nipón de defensa alrededor de los territorios conquistados, puesto que serían derrotados por la superioridad moral y espiritual nipona, teóricamente capaz de solventar cualquier contratiempo. Los pla­ nes ya estaban hechos, y solo faltaba la orden final en clave a la flota del almiran­ te Nagumo, que iba camino a Pearl Harbor: “Suba al monte Niitaka”. Las posibilidades de victoria de sus enemigos eran tan limi­

DECIR A JAPÓN QUE DEBÍA RETIRARSE DE LAS CONQUISTAS DE SUS ÚLTIMOS DIEZ AÑOS ERA UNA HUMILLACIÓN abrumado por la tarea: ni tuvo coraje pa­ ra enfrentarse a la opinión pública, ni fue capaz de negarle a la Marina sus peticiones ni tenía ambiciones propias. Su lealtad al emperador era absoluta, y por eso fue ele­ gido: Hiro Hito esperaba aplacar a los más radicales con su nombramiento y volver­ le del lado de los internacionalistas, como se llamó a los opuestos a la guerra. Alec­ cionado para buscar una resolución diplo­ mática, como primer ministro, Tojo dio un fuerte viraje a su actuación, revirtiendo el edicto del 6 de septiembre para dar más

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tiempo a las negociaciones. El nuevo mi­ nistro de Exteriores, Shigenori Togo, uno de los más convencidos pacifistas, impuso un ministro de Marina acorde y se asegu­ ró el apoyo de su propio ministerio pur­ gando a los proalemanes. La apuesta era fuerte en esta última opor­ tunidad. Tojo había aceptado que la prio­ ridad de su gobierno fuera lograr una paz con Estados Unidos, y se consiguió doble­ gar al Ejército y la Marina imperiales has­ ta niveles imposibles hasta entonces. En consecuencia, en noviembre, Japón estu­

vo dispuesto a aceptar la retirada inme­ diata de Vietnam del Sur a cambio de la suspensión del embargo de petróleo du­ rante tres meses. Eso sería un paso preli­ minar para incrementar la confianza mutua, que más adelante podría implicar la retirada de Vietnam del Norte y de Chi­ na e incluso la salida japonesa del Pacto Tripartito. Era una apuesta difícil, con muchos obstáculos, y ciertamente las ins­ trucciones a los diplomáticos en Washing­ ton indicaban empezar con concesiones menores y sacar el máximo rédito.

La respuesta del 26 de noviembre de Cor­ dell Hull fue decepcionante. El secretario de Estado se limitó a asegurar que sería mejor volver a comenzar las negociaciones (y hacerlas multilaterales) una vez que Japón se hubiera retirado de China. Decir a Japón que debía retirarse de las conquis­ tas de sus últimos diez años era una humi­ llación abierta que echaba al país en brazos de los más bélicos. Ni los más internacio­ nalistas pudieron defender siquiera man­ tener las conversaciones. Apenas hubo comentarios sobre la necesidad de precisar

tadas, incluso pensaron algunos, que no era necesario planificar a largo plazo. La guerra empezaba, pero de forma dife­ rente a la anterior. En Manchuria, había sido el propio ejército japonés el que había plantado una bomba de la que después acusó a “terroristas chinos”. El gobierno en Tokio se vio obligado por entonces a aceptar la política de hechos consumados favorecida por la popularidad de los triun­ fos militares. La guerra con China de 1937 también había comenzado sin apoyo del gobierno tras el incidente del Puente de

SHIGENORI TOGO, ministro japonés de

Asuntos Exteriores a partir de octubre de 1941.

Marco Polo. Un soldado japonés había aprovechado un tiroteo para escaparse, y su búsqueda había provocado tal escala­ da de violencia con la guarnición china vecina (sospechas de secuestro, uso de armamento pesado, solicitud de ayuda a otras tropas cercanas y muertos) que ya no se detuvo cuando el soldado regresó al cuartel. Los militares nipones, que pensa­ ron que era una excelente ocasión para dominar China, atacaron repetidamente, y, aunque el gobierno en Tokio se resistió, acabó mandando refuerzos. En 1941, el comienzo de la guerra con Es­ tados Unidos era distinto. Ya no eran solo unos fanáticos o radicales militaristas que arrastraban al país a la conflagración, si­ no que el Ejército simplemente lideraba a una nación envalentonada incapaz de detenerse. La narrativa del país víctima de las agresiones imperialistas, sin otra opción sino luchar para ayudar al continente asiá­ tico a levantarse (bajo su égida), había triunfado definitivamente. Apoyada no solo por el Ejército, sino también por la población y las élites. Los radicales habían llevado a Japón al abismo con un guion que había convencido al país, aunque mu­ chos de ellos eran conscientes de sus ca­ rencias, como el cerebro de la invasión de Manchuria, Kanji Ishiwara, famoso adver­ sario de Tojo. Como en tantas otras oca­ siones, la revolución había acabado co­ miéndose a sus propios hijos.

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