Iuri Lotman en perspectiva zoosemiótica. El hombre, el animal y la competencia

June 24, 2017 | Autor: Ariel Gómez Ponce | Categoría: Animal Behavior, Cultural Semiotics, Zoosemiotics, Yuri Lotman, Iuri Lotman
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Descripción

Iuri Lotman in memoriam

Silvia N. Barei Editora

Ariel Gómez Ponce Cuidado de edición

UNC

Centro de Investigaciones FACULTAD DE LENGUAS ÁREA DE TRADUCTOLOGÍA

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Iuri Lotman in memoriam

Katya MANDOKI Enhebrar burbujas perceptuales: Notas sobre el concepto de semiosferas de Lotman ........................................ 123 Ariel GÓMEZ PONCE Iuri Lotman en perspectiva zoosemiótica. El animal, el hombre y la competencia .................................................... 133 José AMÍCOLA Los conceptos de inicio y fin en sistemas modelizantes secundarios ........................................................ 151 Pampa ARÁN Metamorfosis culturales. Ciencia, historia y arte en la última producción de Lotman ............................................ 163 Ariel GÓMEZ PONCE Lotman´s tradition. Cultural semiotics from a latin american perspective ....................................................... 177

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IURI LOTMAN EN PERSPECTIVA ZOOSEMIÓTICA EL ANIMAL, EL HOMBRE Y LA COMPETENCIA Ariel Gómez Ponce Grupo de Estudios de Retórica SECyT- Facultad de Lenguas Universidad Nacional de Córdoba [email protected]

Cuando el hombre apareció sobre la tierra, tiene que haber parecido un animal loco, y supongo que esta era la razón por la que una criatura relativamente débil pude sobrevivir y matar animales mucho más grandes… Iuri Lotman

Dentro de los numerosos aportes que nos ha legado, Iuri Lotman realizó algunos postulados que plantean interesantes reflexiones para la aplicación de modelos semióticos a fenómenos del mundo natural. Aunque esta perspectiva no fue central en su pensamiento, ciertos hilos de reflexión han dejado vestigios de una innegable preocupación por el funcionamiento de las formas de la vida en el ambiente natural que es el espacio donde el individuo es fuente y receptor de corrientes informacionales: intercambios con el entorno, entre las especies o dentro de estas (Lotman, 1988). Para Kalevi Kull (2013) estas ideas permiten trazar un rastro que en la teoría lotmaniana puede leerse como una Semiótica de la Naturaleza o una Ecosemiótica. Cuando Iuri Lotman conoce a Thomas Sebeok en 1966, surge una discusión (que continuará hasta casi sus últimas publicaciones) 133

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con el campo que el futuro biosemiótico acababa de conformar: la Zoosemiótica, ciencia del comportamiento que se ubica entre la semiótica y la etología, cuya hipótesis básica sostiene que la semiosis se presenta como manifestación dentro y a través del mundo animal y humano, y donde «toda alianza orgánica presupone cierta medida de comunicación» (Sebeok, 1967:153). Lotman terminará por afirmar, luego de numerosos intercambios de correspondencias y cruces teóricos, que una de las formas de acercamiento a los estudios biológicos surge a partir de la comunicación animal, en tanto sistema que puede ser descripto mediante las herramientas propias de la semiótica. Creemos en la importancia heurística que reside en el rastreo de aquellas ideas lotmanianas que nos permiten establecer una base zoosemiótica o aquello que el mismo Lotman denominó una Semiótica de los animales: el estudio de las constantes semióticas y los comportamientos heredados cuya reflexión permite cuestionar la ubicación del hombre en vinculación con las restantes especies del mundo natural. El punto de partida se encuentra en la interrelación de las especies biológicas y su diálogo más básico: los movimientos dentro del espacio, es decir, las reacciones físicas que, desde el punto de vista semiótico, son leídos como un lenguaje particular (una modelización primaria, diríamos en términos de Thomas Sebeok, 2001). Los movimientos (retracción, aproximación, huida, etc.) son gestos capaces de expresar determinada significación, y su acumulación en secuencias genera determinado simbolismo. Para Iuri Lotman, el cuerpo y su desplazamiento en el entorno generan «alguna significación»; «el movimiento es lenguaje y tiene su mensaje», afirmará rotundamente. «Seguime», «alejate» y «andá hacia allá» son ejemplos de la comunicabilidad del aparato biológico que se manifiesta en secuencias motoras, en esquemas etológicos o, utilizando un término de Albert Scheflen (1982), en un programa. La agresividad que implica el caminar de lado del felino y el temor manifiesto en la retracción de un cachorro que ha sido golpeado, siguen, en este sentido, la misma lógica que la seducción y la amenaza que puede comportar cierto caminar en el hombre. Todos 134

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estos casos son gestos altamente simbólicos que pueden encontrarse aún en el encuentro de sujetos pertenecientes a familias biológicas diferentes. La comunicación tiene lugar entre seres que son, al mismo tiempo, diferentes y similares en la diversidad de especies, razas, sexos, edades o estatus social. En perspectiva semiótica, no habría imposibilidad de diálogo. Asimismo, considerar al movimiento de las especies como uno de los lenguajes más básicos, llevará al semiólogo a indicar la existencia de dos tipos de seres: aquellos de movimientos estereotipados, que responden de manera automática al entorno y poseen un número limitado de reacciones, y aquellos más complejos, cuyo repertorio es mayor y su movimiento está vinculado a un estado fisiológico. Esta última categoría responde a una «semiótica de los mamíferos», campo de estudio de un lenguaje particular (dominio al cual el hombre también responde). A partir de la postulación de este basamento etológico común y a lo largo de los años, Iuri Lotman irá más allá y va a proponer una serie de hipótesis para pensar las dinámicas comportamentales de ambas categorías de seres, desde los orígenes culturales del hombre mismo y en relación con una esfera que regula las conductas de todas especies. Revisemos algunos aspectos. Debemos considerar que en esta línea semiótica se determina a nivel cultural la existencia de aspectos biológicos/etológicos que son pensados como «primitivos semióticos». En primer lugar, Lotman especula sobre la existencia de un grado pre-semiótico: un «cero semiótico» a partir del cual se originaría la cultura misma. En otras palabras, el semiólogo hace referencia aquí a aquellos espacios temporales previos a las primeras formaciones sociales (paleolíticas) que eran descriptas como carentes de organización. Esta idea establece una coincidencia entre estos estadios culturales y el mundo animal donde se manifiesta «una conducta libre de toda clase de limitaciones: no organizada por nada, excepto por la práctica animal directa» (2000:195). Sin embargo, para Lotman, esta perspectiva entendida como «conducta de los salvajes» es errada, dado que el animal no procede de forma caótica. 135

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El estudio de los animales (la Zoosemiótica de Sebeok y la etología comparada de autores como Konrad Lorenz o Niko Tinbergen) ha demostrado que las restantes especies poseen una organización sumamente rígida: los momentos más importantes en su vida (el cuidado de las crías, la reproducción, la alimentación, el establecimiento de parejas, etc.) se presentan como una conducta ritualizada, que se repite de la misma forma generación tras generación. Así, prácticas como el apareamiento y la caza conllevan un «éxito» cuya incorporación a la memoria colectiva de los individuos del grupo garantiza su permanencia en el mundo: «Lo útil está fijado en la colectividad –dice Lotman–; lo casual y lo individual, han de ser olvidado» (2000:199). Es por esta razón que el teórico ha pensado en determinadas situaciones históricas en las que el comportamiento de los grupos sociales se ha dado en la forma de «manada»: el actuar es colectivo y la individualidad se somete a la voluntad del grupo. La idea de un comportamiento repetitivo, casi reflejo, ha sido percibida por las ciencias como rasgo propio del hombre primitivo, quien en estos estadios configura una «cultura prehumana», cuyo funcionamiento es análogo al de los mamíferos superiores y donde domina la memoria de la especie que es una «memoria biológica». Aunque en el mundo humano este ejercer de la memoria y el ritual pareciera limitar las posibilidades de acción (vuelve predecible la conducta individual), en el mundo animal, muy por el contrario, la repetición es la forma de conservación de experiencias adecuadas para la supervivencia. Es posible distinguir entonces entre dos tipos de comportamientos: uno programado, iterativo, que se repite siempre de la misma manera (tal como sucede en otros mamíferos con la reproducción y la alimentación) y uno lineal que es innovador, inesperado y creativo. Mientras el animal nunca inventaría un gesto, el hombre, por su parte, tiende constantemente al acto creativo. Lotman encuentra aquí una respuesta en clave semiótica para aquellos debates hartamente discutidos por la antropología, la psicología comparada y la etología del pasado siglo en los cuales el punto de convergencia o diferencia se centraba en las formas etológicas 136

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ritualizadas que las especies podían o no compartir (Cfr. Fromm, 1975). Pero Lotman avanzará más allá. Si en las restantes especies aquellos sujetos que rompan con esta «iteración» serán alejados de la manada dado que su comportamiento es inmotivado (frenético, dirá), en el hombre ejercerá una lógica totalmente distinta. Desde el punto de vista de la organización social, estas conductas son causa de exclusión; pero, desde el punto de vista semiótico, son momentos de alto dinamismo. De allí que esta línea teórica piense que cuando el hombre se separa de las restantes especies (salto evolutivo, surgimiento de lo simbólico o irreversibilidad cultural), su comportamiento se vuelve anómalo a los ojos de los otros animales y es visto como un «loco». El animal «normal» no podía jamás predecir su conducta; el hombre, por su propia cuenta, se aleja de aquella manada, del colectivo animal: esa impredecibilidad, es decir, el que el hombre dispusiera de una cantidad mucho mayor de grados de libertad que sus adversarios, obligados a limitarse a un repertorio pequeño y predecible de comportamientos (gestos), colocaba al hombre en una posición preeminente, que compensaba con creces el que estuviera relativamente desarmado, en comparación con los animales (2000:198).

Este es el avance significativo en la evolución de los homínidos: su posicionamiento en la cima de la cadena alimenticia, su posibilidad de pensamiento creativo y el surgimiento de un nuevo modo cognitivo. En perspectiva semiótica, es la separación del hombre como especie. Hombre y animal, en este punto, se establecerán en dos mundos semióticos distintos. Sin embargo, las dos formas de repertorio de comportamientos, el repetitivo y el innovador, se conjugarán en el ser humano porque, para Lotman (1999), el hombre es un ser asimétrico y de doble naturaleza que se debate entre movimiento cíclico y lineal, aspectos que se reconcilian en una esfera del comportamiento, un espacio que articularía el funcionamiento de la biosfera (conducta individual, biológica) y la semiosfera (conducta es137

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pacial, semiótica). Es decir que, si bien el hombre comporta conductas imprevisibles que dan lugar a la creatividad cultural, existe aún en él un comportamiento programado que se rige por la ley de la repetición y cuyo carácter es ritualizado y compartido con los restantes seres vivos. Por esta razón, somos seres de comportamiento políglota. En estas formulaciones radica la posibilidad de concentrar tres hipótesis básicas en la «Semiótica de los animales» lotmaniana: 1. En la dinámica cultural, existen determinados aspectos biológicos/etológicos que son pensados como primitivos semióticos o como parte de una misma «esfera de comportamiento». 2. Los movimientos de las especies en el espacio real y semiótico, desde aquellos más básicos hasta los más complejos, son un tipo de lenguaje (una modelización primaria). 3. En los seres vivos (incluido el hombre), se manifiestan dos tipos de comportamientos: los programados y los dinámicos. Estas ideas llevarán a Iuri Lotman a afirmar que, pese al abismo que establece una evolución morfológica, genética y cognitiva, no puede excluirse categóricamente el mundo animal de la esfera cultural: el límite es siempre incierto, uno y otro están conectados de tal forma que una diferenciación tajante no podría darse, al menos no desde la perspectiva semiótica. Lotman planteó una esfera primitiva y pre-humana (programada) que comprende un sistema complejo de poses y gestos que, en los animales superiores, garantiza la ley de la existencia biológica. Pero el hombre no es ajeno a este «mundo arcaico». El semiólogo nos dice que, culturalmente, son formas atávicas de comportamiento a las que el humano no estaría totalmente sometido, ya que podría suprimirlas o hacerlas más o menos dinámicas. Vienen a explicar, de algún modo, el eslabón perdido entre hombres y animales, y justifican la creencia en una «naturaleza animal del sujeto». 138

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En nuestra investigación, creemos hallar en la propuesta lotmaniana un importante aporte para vislumbrar cómo los textos de la cultura se sirven de la tensión hombre / animal para sofisticar la contigüidad entre mundo natural / mundo cultural. A partir de ciertos patrones de comportamiento, la cultura realizaría una operación en la cual traspone (traduce) formas etológicas programadas para complejizar conductas particulares: la competitividad, la agresividad, la sexualidad, la alimentación, etc., aquello que en el hombre puede ser pensado como automático, ritualizado y programado. Sin embargo, creemos que, en los textos de la cultura, el límite establecido entre lo cíclico y lo lineal se diluye para ser pensado como manifestación en bucle, espiralada o, más bien, rizomática, dado que el hombre en sus diversas producciones textuales (artísticas o científicas) vuelve, una y otra vez, a su presunta «naturaleza animal». En este sentido, nos resulta productiva la figura del rizoma (Deleuze y Guattari, 1996) que articula eslabones biológicos y semióticos, y que permite que el hombre «haga mapa abierto» con otras especies del mundo natural, donde no se une ni se fragmenta sino que establece una «circulación de estados» y una multiplicidad de dimensiones. Pensar en clave rizomática nos lleva a hacer foco en uno de los casos más básicos en todas las especies que hace visibles las distancias y las cercanías (las fugas y las convergencias) entre el ser humano y el animal: nos referimos a la competencia y el juego, que «se observa en muchos animales y acompaña al hombre desde la cuna hasta la tumba» (Lotman, 2000:68). Sabemos que el mundo natural nos ofrece numerosos ejemplos del comportamiento lúdico: las topeadas entre las crías de los ciervos, las embestidas de los pequeños jabalíes y la entrega de presas heridas a los cachorros que practican las madres leonas son conductas que, mediante práctica, generan aprendizajes en los animales. Igual que el ser humano, las otras especies incorporan comportamientos por medio de juegos y muchas teorías apuntan a que la perfección de las técnicas se da mediante un sistema de prueba y error. Lo instintivo, en este sentido, es complementado mediante imitación. Así, la biología ha afir139

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mado que la maduración nerviosa, producida por caudales de movimientos, es estimulada en los animales mediante prácticas de lucha y caza (Cebeira, 2009). Es por esta razón que el juego, en todas las especies, supone un proceso de dominación del propio cuerpo y del entorno: una forma de reconocimiento de las habilidades propias y del dominio corporal. Para la semiótica de la cultura, esta actividad lúdica es un modo de cognición, una de las herramientas para diferenciar situaciones reales de imaginarias, presente ya, por ejemplo, en aquellos animales que les enseñan a sus crías ciertas prácticas que solo son aprendidas mediante situaciones lúdicas y no automáticas (genéticas). El juego les «permite construir modelos de situaciones en las cuales la inclusión de un individuo no preparado supondría para éste una amenaza de muerte, o de situaciones cuya creación no depende de la voluntad del que le enseña» (1970:84). Entre sus rasgos, 1) permite que el individuo «congele» una situación en el tiempo y pueda volver a repetirla, 2) modela esta situación en su conciencia (imagina «cierto sistema amorfo de la realidad» como un juego y se apropia del conjunto de reglas que pueden o deben ser formuladas), y 3) le otorga al ser la posibilidad de una «victoria condicional» sobre lo inconquistable (la muerte, por ejemplo) o sobre un oponente muy fuerte (como el juego de la caza en la sociedad primitiva). En la perspectiva lotmaniana, los animales superiores (aquellos más complejos, es decir, mamíferos y hombres) se distinguen particularmente por esta capacidad lúdica. Ahora bien, veamos este mecanismo funcionando en representaciones propias de la dinámica de la cultura y más específicamente a partir de ciertos textos actuales que se sirven constantemente de la tensión con el animal para construir un modo particular de pensar la competencia: aquellos que pertenecen al deporte y su mundo publicitario, en los cuales la determinación de «lo humano» se liga a un modo de violencia animal1. Veamos algunos ejemplos. 1 Cabe destacar que estas construcciones discursivas determinan un modelo particular de «lo humano» o, para ser más específicos, de «el hombre»: aquel que res-

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Sabemos que el deporte se ha servido constantemente de las especies del mundo animal para bautizar a sus equipos. Argentina, en esta lógica, es poseedora de un vasto zoológico: Gallos, Leonas, Dogos, Cuervos, Murciélagos, etc. En este trabajo, nos quedamos con el seleccionado nacional de rugby: la Unión Argentina de Rugby. Si bien su logo está representado por la imagen del yaguareté que está presente en todo merchandising y promoción, en 1965 el equipo, por confusión de la prensa sudafricana, fue rebautizado con la especie andina. A partir de allí, la UAR se da a reconocer internacionalmente bajo el nombre de «los Pumas». El equipo se sirve de este juego de especies para darle forma a todo un campo semántico animalizado, que implica que al partido hay que «ponerle garra» y el himno nacional «es un grito de batalla, un rugido». En este aspecto, la promoción de los partidos de la selección argentina en el Rugby Championship 2013 (torneo anual donde solo participan los equipos más importantes del hemisferio sur: Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda y nuestro país) dio pie a numerosos juegos gráficos con el felino andino que representa al equipo. En estas promos, vemos en un primer momento una suerte de documental en el que el puma se encuentra con el animal pseudónimo del contrincante, convertido en presa: para el equipo africano, la gacela saltarina; para Australia, el wallabie; y, en un último comercial, el kiwi para Nueva Zelanda. En todos los casos, el puma se lanza al ataque y la presa huye porque «sabe que un puma nunca se rinde» o que «si hay algo difícil, es huir de un puma». Acto seguido, la imagen se cruza con un partido de la selección. Aquí, el deportista es leído en clave animal y el entorno de la fauna es reemplazado por el estadio: dos especies de ambientes diferentes apropiadas en un mismo entorno y ancladas en este mundo deportivo. Pero en estas publicidades quizá haya algo más profundo: la manifestación del pasado predador del hombre, su vínculo con la caza. Resulta muy probable que el germen del comportaponde a una lógica contemporánea de lo masculino y heterosexual en la cultura deportiva Occidental (Cfr. Michael Kimmel y Amy Aronson [eds.], Men and masculinities. A Social, Cultural and Historical Encyclopedia. Denver, ABC-CLIO) 141

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miento lúdico se encuentre en la práctica de la cacería de los primeros homínidos: el deporte, por consiguiente, posee el principio inspirador de perpetuar aquel pasado del hombre en el que aun se encontraba en la «órbita de existencia animal» (Ortega y Gasset, 1942). Erich Fromm entiende que la caza regresa al hombre al estado natural y que se produce una unión especial ya que «cuando persigue el hombre al animal, uno y otro devienen iguales» (1975:142). En esta experiencia «primitiva», diría Lotman, el animal le ha servido de modelo, de paradigma que pone de manifiesto su «naturaleza dual». Es la primera manifestación competitiva del hombre y el primer gesto de la actividad deportiva. Siguiendo esta lógica, autores como Umberto Eco (2013), entienden que el deporte es el «elemento disciplinante de la competitividad», aquello que hace emerger lo que hay de «no humano» en la relación social: «el hombre, como todo animal, tiene necesidad física y psíquica de jugar. Hay, por tanto, un derroche lúdico al que no podemos renunciar» (2013:235). En estas textualidades, podríamos decir que el equipo de los Pumas está sujeto a un «enmascaramiento animal» (Nekliudov, 2002), dado que el binomio depredador-presa se muestra en dos planos que permiten establecer analogías entre la competencia deportiva y la del mundo natural. La persecución en las restantes especies le recuerda al hombre su ethos de cazador: el anhelo de la depredación. En este sentido, los jugadores, predadores que compiten por el territorio y la pelota, comportan rasgos zoomorfos que manifiestan su naturaleza animal no por su aspecto sino por su conducta agresiva (más allá de que en la nueva camiseta oficial se aprecie el diseño animal print con las manchas del yaguareté). No obstante, otras publicidades trabajan la tensión animal, no por analogía, sino por contraposición. Si como indica Roland Barthes, el deporte es efectivamente un regreso a lo atávico, a un mundo antiguo, donde el ser humano se mide con los elementos naturales en lucha, debemos afirmar también que está «fundado en la demostración de una superioridad» (2003:18). El deporte, para 142

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01. Logo de la Unión Argentina de Rugby y el seleccionado nacional, Los Pumas, con la imagen característica del yaguareté.

el semiólogo, apela a la competencia que se logra con gestos excesivos y donde el cuerpo es el signo base que germina la actividad. De este aspecto se sirve la promo de la gira de exhibición por Australia de los British & Irish Lions. En un estadio vacío y con la voz de un niño cantando el himno de Australia, el jugador David Pocock se encuentra, frente a frente, con un león (emblema del equipo también). La pose de ferocidad de ambos y el rugido del felino sacan a relucir la agresividad que se gesta en el campo y, particularmente, en este tipo de deporte. Destacamos que el símil con el león es un recurso utilizado desde tiempos inmemoriales. Presente, por ejemplo, en la misma Ilíada, el símil establece comparaciones que no se dan rasgo por rasgo sino que se construye un vínculo particular, una nueva situación semántica en la obra. Culturalmente, este animal es poseedor de una gran fuerza simbólica: la «semántica del león» incluye la grandeza, el poder, el triunfo, la valentía y la dominación masculina (Toporov e Ivanov, 2002). Nos referimos a una criatura que, en su entorno salvaje, no participa de la caza (solo lo hacen las leonas), es el primero en alimentarse y se establece como el depredador superior en toda cadena alimenticia. En el hombre, sin lugar a dudas, debió hacer causado una impresión sin igual: en la cima de la pirámide, el ser humano había encontrado un par. Los British & Irish Lions, en clave publicitaria, reproducen aquel momento en la historia del hombre cuando, en los estadios 143

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02. David Pocock y su oponente animal, el león, en la publicidad de la gira de los British & Irish Lions.

primitivos de la cultura, el colectivo humano aun no lograba separarse de las restantes especies. Lo interesante en este comercial es que nos muestra un encuentro irresoluto. El tiempo del enfrentamiento se prolonga mediante gestos amenazantes que vuelven a la competencia un «combate ritual». Son casos también presentes en el mundo natural: para Konrad Lorenz (2005), formas de «reorientar» la agresividad innata de los seres, canalizarla y evitar el aniquilamiento. La etología los llama «juegos de intimidación»: el intercambio de rugidos entrecortados, los aullidos a la lejanía, los golpes que no buscan matar. Son combates por intimidación en los que solo se emplea una parte del potencial total (como la lucha libre y el catching en el hombre): quien claudica, no establece dominio. Si recordamos que, según Lorenz, el juego animal y el deporte humano son formas de seleccionar al «mejor» y establecer una jerarquía, en este encuentro bestia / humano, los Britsh & Irish Lions no apelan al encuentro directo sino que, tal como los partidos de exhibición que practican, recurren a la demostración de habilidades. En esta publicidad, resuenan las palabras de Aquiles quien, también en gesto altamente intimidante previo al encuentro, le dirá a Héctor: 144

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«no hay paz entre hombres y leones y tampoco existe concordia entre los lobos y los corderos, porque son encarnizados enemigos naturales unos de otros» (Homero, Canto XX). Por último, en dos ejemplos finales, la campaña de ropa deportiva Feirce! (Fiera) de la marca ES Collection y la de calzado Sketchers en su promoción del modelo GOrun, encontramos un escenario donde finalmente la naturaleza animal es subyugada: hombre domina bestia. En la sesión de fotos y en el video que publicitan la marca de ropa2, vemos al modelo Kirill Dowidoff posar con varias especies de depredadores: tigres, pumas, lobos, águilas, etc., es decir, los cazadores supremos del mundo natural bajo el control de la «fiera humana». Por su parte, en el segundo caso (Sketchers)3, nos

03. El modelo Kirill Dowidoff subyugando a los depredadores naturales en la sesión promocional de la campaña Fierce!, ES Collection. 2

Disponible en el canal oficial de ES Collection en YouTube: http:// www.youtube.com/watch?v=C5UqCSDUlw8 3 Disponible en el canal oficial de Sketchers en YouTube: http://www.youtube.com/ watch?v=u_eXdpr8zKQ 145

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04. Gesto triunfante entre hombre y animal en la imagen promocional del comercial Man vs. Chetaah del calzado GOrun, Sketchers.

encontramos nuevamente con el binomio depredador-presa (guepardo y gacela), pero en este caso interviene un tercer sujeto: el hombre. Ante la velocidad del guepardo, la gacela no tiene oportunidad. Sin embargo, aclara el relator, cuando se encuentra con un humano vistiendo este calzado «no se sabe qué puede pasar». En estas dos campañas, el contacto es directo y el hombre establece su primacía frente a las especies que se encuentran en lo alto de la pirámide alimenticia. Se expande así aquello que Barthes denominó el «antiguo duelo» con la Naturaleza. Al apelar al deporte y su vínculo con lo natural, las publicidades ponen de manifiesto el conflicto mismo con el mundo extracultural, en el cual el hombre se «resiste» a las cosas. Tanto en la práctica deportiva como en estas campañas, se exhibe la superioridad: importa «quién dominará mejor ese tercer enemigo común que es la naturaleza» (Barthes, 2008:53). Mientras Sketchers apela a la biomecánica de las especies (la rapidez de quien usa estas zapatillas no solo equipara, sino que supera al único animal que puede subir la velocidad a 95 km en 3 segundos), 146

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la sesión de fotos, por su parte, nos recuerda al estricto orden jerárquico que se establece en algunas especies fundado en la postura corporal, la agresividad y, sobre todo, el tamaño de los seres. El encuentro de los rivales (modelo humano y animal rapaz) está altamente codificado: se establece un sistema gestual y de posturas que determinan un lenguaje corporal. En uno, se mide la velocidad y la fuerza; en otro, el sistema de poses que establece dominancia. Son, para Lotman (1999), comportamientos significantes que tienen carácter de diálogo en el mundo animal. Es el uso de lo corporal como herramienta de comunicación: cuerpos «equipados» biológicamente que entran en competencia en este espacio natural que se vuelve extensión del cuerpo mismo. En los encuentros con estas especies, el ser humano renuncia por instante a su supremacía para luego volver a recuperarla. Como en la verdadera caza (la atávica, la paleolítica), «por gusto retrocede y reingresa en ella» (Ortega y Gasset, 1942:440). Analogía, oposición o dominación: en todas estas textualidades, hombre y animal convergen en un mismo estado de cosas. Como afirmó Iuri Lotman, el juego (y todas sus extensiones) comporta un modelo especial del mundo: reproduce alguno de los rasgos de la realidad y las traduce a un sistema de reglas (a un lenguaje particular) que requiere habilidades y práctica en determinadas situaciones condicionales. La cultura se ha servido de este basamento para una construcción particular del mundo natural donde el código zoomorfo es traducido al sistema deportivo y las habilidades del hombre y el animal son equiparadas, enfrentadas y puestas en tensión. La actividad deportiva, como proceso random, combina las dos conductas indicadas por Lotman: lo práctico y lo cognitivo (su realización simultánea, jamás alternativa, dice el semiólogo); es decir, lo ritualizado (las reglas del juego) y lo innovador (la posibilidad del juego mismo). Además, como forma de modelización, podemos indicar que la práctica deportiva incluye una apropiación cognitiva que vuelve sofisticado aquel aprendizaje que el hombre primitivo practicó con 147

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el desarrollo de la caza. Si efectivamente en el deporte hay una necesidad innata del ser humano como ha pensado el etólogo Konrad Lorenz (2005), parecería que este logra quebrantar lo cíclico, dinamizarlo y volver a encontrarse, rizomáticamente, con su «naturaleza animal». Nos referimos a una alianza simbiótica ente el animal y el hombre: en términos de Deleuze y Guattari, el devenir-animal. Porque sabemos que en el devenir no hay imitación, no hay semejanza, ni metáfora, sino que el sujeto «hace cuerpo con el animal» y se sumerge en un estado. El hombre-fiera que supone el deportista (en los partidos de rugby o en las campañas de ropa) determina progresiones, regresiones y continuidades con otras especies, donde las «relaciones objetivas de los animales entre sí se repiten con ciertas relaciones subjetivas del hombre con el animal» (Deleuze y Guattari, 2001:242). Como en la guerra, en el deporte el ser humano es invadido por el furor: está atrapado en devenires-animales irresistibles. Si la experiencia deportiva tiene su origen en lo hondo de la experiencia humana, por debajo de su manifestación fluyen entonces «primitivos semióticos» que permiten volver creativo aquello que es programado: somos una especie capaz de repensar nuestro afán predatorio. En este sentido, los textos de la cultura complican la tensión con el mundo natural y, de este modo, sigue vigente la afirmación que sostiene Iuri Lotman en la cual la distinción hombre/animal solo sería «distinción» en una lectura relativamente abstracta. Estos trazos zoosemióticos en la obra lotmaniana nos abren nuevas y complejas líneas de investigación ya que dejan más cuestionamientos que respuestas, inaugurando asimismo el espacio para formular la tensión hombre/animal desde una nueva pregunta: «la de la doble naturaleza del hombre como ser inserto en la naturaleza y que no encuentra lugar en ella» (Lotman, 1999:44).

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