“Ítaca no es lo que era. A propósito de Ulises o el retorno equivocado de Salvador S. Monzó” , P. Andrade, A. Conde & B. Fraticelli (edd.), Paisajes reales e imaginarios. Estudios sobre el paisaje en la literatura, el pensamiento y las artes, Madrid, Ediciones de La Discreta, 2007, pp. 183-191

September 8, 2017 | Autor: A. López Fonseca | Categoría: Theatre Studies, Classical Reception Studies, Classical Mythology, Teatro español contemporáneo
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Antonio López Fonseca Ítaca no es lo que era. A propósito de Ulises o el retorno equivocado de Salvador S. Monzó U.C.M. [email protected]

Esta contribución pretende ser un acercamiento a la obra de S. S. Monzó, uno de los muchos autores marginados de los escenarios comerciales, a través de los ecos clásicos del tema de la guerra de Troya y el regreso de Ulises que se convierten en imagen de nuestra posguerra. Su obra es una muestra del tratamiento de uno de los grandes temas de la existencia humana: el mal del hombre, pero también su valor.

A la memoria de mi padre. Sin él… la vida no es lo que era.

Es la historia de un retorno equivocado, de una vuelta a la realidad, al paisaje real, desde el paisaje imaginario: ANTÓN:(...) Esta tarde me decía que se había equivocado, que debía haberse quedado allá. Y me confesaba que la realidad siempre defrauda. Y que pensando en nosotros, era más feliz que ahora que ya está entre los suyos. Esta tarde me daba verdadera pena mi padre ... y tú también, y todos nosotros, porque no sabemos vivir lo mejor y nos enredamos en las maromas de nuestras quimeras. (p. 83) Esta intervención de Antón, el hijo de Juan Unger, Ulises, puede ser el claro reflejo de la seña de identidad de esta obra, obra que el propio autor, en la breve Introducción, ha definido como “la crisis de un ideal llevado a sus últimos extremos” (Monzó, 1958:12). Salvador S. Monzó escribe Ulises o el retorno equivocado en 1956, aunque no se publicó hasta 1958, tras recibir el Premio “Valencia” de Literatura-Teatro en 1957. Autor poco, o nada, conocido, sólo uno de

Paisajes reales e imaginarios. Estudios sobre el paisaje en la literatura, el pensamiento y las artes. Ediciones de La Discreta, 2007. Págs.: 183-191

ISBN: 84-96322-17-3 183

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los representantes “invisibles” del teatro, inexistente si atendemos a la función pública del teatro y al impacto en la sociedad de su obra; autor sin sitio en el teatro comercial cuya obra, como la de otros muchos, inéditas o estrenadas, aguardan un ambiente propicio de descubrimiento. Decía Adrados (1998:1) que “lucha y enfrentamiento entre los hombres y dentro de un hombre, así como pensamiento sobre esa lucha y su interpretación, son la esencia del teatro. Se toma un trozo de vida, circunscrito en determinados límites y coordenadas, se introducen los tipos humanos que viven esa vida para que se enfrenten, amen, destruyan o mueran. Y el público trata de pensar y de entender”. Y en esos trozos de vida es muy frecuente encontrar “ecos”, rumores o runrún de clásicos, sonidos que se perciben bien débil y confusamente, bien con insolente claridad, reflejados sobre el cuerpo duro del espesor de los siglos. Y ello porque esos primeros modelos ya hacen, casi, abstracción de todos los componentes de la peripecia humana. La dramatización de un hecho social por mediación de personas aparentemente modernas pero esencialmente intemporales se ha revelado como arrolladoramente eficaz. La ciudad como enclave decisivo para el error y el sufrimiento trágicos es una de las perdurables aportaciones de los dramaturgos antiguos. El horror sentido por el público se intensifica y agudiza cuando los personajes legendarios o exóticos se sustituyen por el simple convecino. Los tabúes antiguos casan con las frustraciones modernas. Como acertadamente señaló Díez del Corral (1957:76), “el tiempo está en ellas como suspendido, pero no anulado, convertido en un ahora puntual y abstracto; es, antes bien, el suyo un condensado ahora”. Cuando se habla de teatro hay que canalizar el interés literario del arte dramático con el social e histórico. Y puede atisbarse, por ejemplo, en los años del franquismo, un deseo de infundir en un público demasiado adormecido un mensaje de carácter ideológico capaz de suscitar la reflexión y el planteamiento de una nueva visión sobre los hechos culturales y, en última instancia, sobre los políticos y sociales. Lo realmente importante es que exista la necesidad de hacer un teatro que devuelva al hombre su dignidad perdida y le permita mirar hacia el futuro esperanzado (Gil, 1969:202). Es así que, en momentos de crisis, el carácter abierto de los mitos permite una utilización que los convierte en símbolo de valores alternativos del orden establecido (Ragué, 1992:15). La Guerra de Troya y sus retornos serán el núcleo de una gran número de obras, porque la Guerra Civil, y luego la II Guerra Mundial, habían exigido de manera traumatizante un teatro de intencionalidad política que contemplase de cara las circunstancias históricas de su tiempo (Ragué, 1994:68-69; Vilches, 1988). Así, cuando los personajes y temas de la Grecia Clásica en nuestro teatro son imágenes de la guerra y la posguerra, podemos decir que nos encontramos ante un teatro progresista, consciente de las profundas esencias de esos ecos capaces de acercarnos a los límites, a la libertad. Lo que podemos ver, pues, son transformaciones diegéticas completas, ya que los nombres, la situación, el momento histórico y social es radicalmente distinto,

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siendo una de las principales diferencias respecto a los tratamientos originarios la individualización del ámbito en que tiene lugar el proceso. Y esa transformación es la que permitirá un acercamiento al público y una humanización de la acción (Ortega Villaro, 1999:256). Ítaca se convierte en el paradigma del lugar al que se quiere regresar, y, como tal, en alimento del recuerdo. Al igual que en la Arcadia, encontramos la construcción y manipulación de una imagen de innegable fuerza comunicativa y una ulterior reconstrucción y reelaboración de mitos, de iconos y de historias que tuvieron un gran auge con la cultura del viaje. Y es que la guerra, el regreso a casa, es otro viaje del que no siempre se vuelve, precisamente, enriquecido. Podríamos decir que Ítaca es, en cierto sentido, el reflejo de la barbarie que acecha nuestro espejismo de civilización y, por otro lado, imagen de la beatitud, de la fidelidad, del entorno añorado, de la meta del regreso. Pero, claro, un lugar que no deja de ser real y por tanto cambiante, como sus habitantes. Ulises y su regreso a Ítaca han sido tema recurrente en el teatro español del siglo XX. Baste recordar algunos títulos como El retorno de Ulises de Gonzalo Torrente Ballester (1946), La tejedora de sueños de Antonio Buero Vallejo (1952), Penélope de Domingo Miras ([1971] 1995), o ¿Por qué corres Ulises? de Antonio Gala (1975), por citar sólo cuatro de los representantes más destacados (pueden consultarse para más detalles los trabajos de Paulino, 1992 y García Romero, 1999). El personaje de la obra que ahora nos ocupa es un combatiente de la División Azul, Juan Unger (que por cierto no es un personaje del drama, sino sólo un continuo punto de referencia), quien regresa a casa tras permanecer prisionero y enfermo varios años en un campo de concentración. Una obra que su propio autor califica como drama, cree que no llega a ser tragedia por cuanto falta que el que la leyese sintiera, mezclado, el sentimiento de horror y piedad que la verdadera tragedia despierta en el que la contempla, además del desamparo de los protagonistas ante unas fuerzas superiores que los aniquilan y contra las que es imposible luchar. Pero sí es un palpitante trozo de vida que bordea el sentido trágico. Antiguamente se reclutaba el protagonista entre los héroes con historiamito, esos hombres que eran casi dioses aunque más infelices, hoy día “entre la masa anónima que lo invade todo, en la que se rebusca, como en una basura, un héroe que, por desgracia, no está ocupado sino en mezquinos quehaceres. Pero quizá sea más digno de que se le comprenda” (Monzó, 1958:12). Se trata, pues, de temática griega en nuestra época, con nombres contemporáneos, que nos habla de la España franquista de mediados de siglo. Juan/Ulises regresa a casa tras la guerra; le esperan una mujer, María/Penélope, un hijo, Antón/Telémaco y una hija, Sofía, que apenas recuerdan su rostro; además, Pablo, el pretendiente, que ha hecho las veces del padre y que ha conseguido que la pequeña y ruinosa empresa que Juan dejó al marchar se convierta en un floreciente negocio. El recuerdo se manifiesta con una fuerza

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arrolladora. Todos recuerdan, todos miran haciaatrás para no mirar hacia adelante, y todos tienen miedo ante el regreso, a que Ítaca no sea, otra vez, el lugar de la felicidad y la paz: MARÍA: Tenías doce años cuando se marchó tu padre. A veces pienso, imagino... a lomejor no recuerdas ni su rostro. ANTÓN: Eso es lo mismo. Da igual. MARÍA: No es igual. No se puede querer un recuerdo que es incompleto. Yo sí que recuerdo muy bien su rostro. ... MARÍA:¡Pobre Juan! ¡Cuánto debe haber sufrido! Sólo desearía que esta casa fuera, otra vez, remanso de paz para él, de una manera tan absoluta que le borrásemos esos años vacíos. (p.18) ... MARÍA: Este es su mundo ahora, su único mundo. Es a través de nosotros como puede llegar a la vida normal y que, de primeras, estoy segura que no comprenderá. (p.19)... MARÍA: Tu padre vendrá muy cambiado. (p.21) ... MARÍA: Creo que nos devuelven algo que no es Juan. (p.38) El conflicto se enfoca desde la perspectiva de quien espera, lo que convierte a María/Penélope en el personaje principal. Ahí están esperando ella y sus hijos, y el pretendiente al que ha sabido mantener apartado porque ella ha preferido aguardar, pese a que su propio hijo es consciente que con el regreso se desvanece el último sueño de su madre, la última oportunidad de ser feliz (p.42). Un hijo joven que pretende disfrazar las marcas que en él ha dejado la ausencia de su padre intentando aparentar imperturbabilidad ante lo que le rodea, yendo siempre contra corriente: ANTÓN: Nada se borra, todo queda estampado en nosotros. ... ANTÓN: Él espera aquí, entre nosotros, la vida de hace ocho años. (p.25) ... ANTÓN: Los hombres, Úrsula, se dividen en hombres que sueñan, hombres que se aprovechan de los que sueñan y no piensan ni en soñar, y hombres que saben que son incapaces de soñar. (p.26) ... ANTÓN: Lo primero que hay que hacer es desprenderse de los afectos, después es todo muy fácil. (p.34) ... ANTÓN: La verdad siempre decepciona. (p.60) En realidad, detrás de todo ello no se esconde otra cosa que miedo: PABLO: Juegas con el retruécano y la paradoja porque no eres capaz de mirar la vida frente a frente. (p.43)

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Como hemos dicho, Juan no es un personaje que intervenga y sus palabras siempre son reproducidas por otros. Así, la primera vez que “habla”, lo hace por boca de Úrsula, la fiel criada de la casa, para poner de manifiesto cómo todo ha cambiado: ÚRSULA: ... me ha dicho: “¡Qué cambiado está todo! Creo que desentono entre todo esto”. (p.40) E igual que él siente que todo ha cambiado, todos notan que él ha cambiado, sienten que no es el mismo: SOFÍA: Mi padre no es el mismo. (p.48) ... PABLO: ¿Y qué te dijo? SOFÍA: Que no nos comprendía, que todo le venía grande, que estaba como encogido ante lo que veía. (p.49) En realidad, Juan no es más que un recuerdo para los suyos: MARÍA: Para mí, un marido que era un recuerdo, por muy dulce que fuera ese recuerdo, y a ellos un padre... Era un recuerdo ya casi curado. (p.54) ... MARÍA: Yo siempre quise a tu padre. SOFÍA: (Sentándose junto a ella) Quisiste su recuerdo, amaste ese recuerdo en su ausencia. Pero dime, ¿crees que ha valido la pena? MARÍA: ¿Y me lo preguntas...? Sí... y lo haría mil veces. Yo quiero a tu padre... porque la vida y los hombres han sido crueles con él. No le quiero por triunfador, sino por derrotado, es posible que por lo que nunca ha sido. (pp.55-56) El recuerdo, siempre el recuerdo de lo que fuimos y tuvimos, el recuerdo que permite soportar la realidad. Pero ahora, ya en casa, se interpone el recuerdo de otra mujer, Olga, la enfermera que lo cuidó. Juan decía que su esposa siempre le esperaría y así se lo hace saber a la familia su compañero Anatolio: SOFÍA: Nombra mucho a una enfermera que le cuidó. Dice que le recordaba mucho a mamá porque se parecía extraordinariamente a ella. (p.47) ... ANATOLIO: Tengo ganas de conocer a la madre de ustedes. Juan la recordaba constantemente y creo que ha sido como la fuerza que le ha permitido seguir viviendo. A todos nos sostenía algo... algún recuerdo... algún afecto, que con la ausencia cobraba gran valor. ... ANATOLIO: Les habrá encontrado su padre muy cambiados, ¿no es cierto? (pp.60-61) ...

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ANATOLIO: Cuando se está ausente por mucho tiempo, todo el mundo se parece a los seres queridos. Cubrimos la realidad con el recuerdo. Es posible que se pareciera a su madre, pero también es difícil que se hubiese parecido. Para Juan, su esposa no tenía igual ni parecido en el mundo. Por eso tengo ganas de conocer a la madre de ustedes. Su padre decía que ella se parecía a Penélope, la esposa de Ulises, y que sabía que le esperaría hasta su muerte. SOFÍA: Sí, él se ha comparado a Ulises. No sé por qué. ANTÓN: Yo sí que lo veo. Ha sido todo igual. Lo único que ha faltado ha sido la matanza de los pretendientes. ANATOLIO: (Desconcertado) No sé, ¿no hablará usted en serio? SOFÍA: No, no habla en serio, mi hermano habla pocas veces en serio. Creo que aquí ha sido lo contrario en muchas cosas. Mi madre sí que ha sido Penélope, pero nadie ha dilapidado los caudales de mi padre, ni ha injuriado su memoria, antes al contrario, se le ha aumentado su hacienda. No ha habido pretendientes sino un gran amigo que ha velado por todos nosotros. Su ausencia ha sido guardada maravillosamente. Sí, puede compararse a Ulises en algo, en otras cosas, no. (pp.64-65) Todos han vivido de recuerdos y han fracasado. Ahora, necesitan volver al recuerdo para seguir adelante, al sueño como refugio, al paisaje de una vida mejor, esos sueños que, en palabras de María (p.75) dan un rincón amable para refugiarse cuando la vida presenta perfiles agrios. Pero el tiempo ha pasado y es irrecuperable, ha desintegrado la familia, y todos son conscientes de la amargura que ello provoca, como dejan patente las palabras de María: MARÍA: Creo que desde que estás aquí yo veo las cosas de forma diferente... no sabría decirte de qué manera y por qué, pero es así. (Pausa) No obstante, Juan, esto no es igual a aquello... a nuestra vida de hace ocho años, ¿por qué...? (Va hacia la puerta del cuarto de aseo y habla desde allí) ¿Crees que yo he cambiado? Tú decías que eras como Ulises de Itaca... ¿crees que yo no he sido como Penélope...? Te he aguardado siempre porque, igual que ella, algo había en mi corazón que me decía que regresarías, que no habías muerto para siempre. (Pausa) Yo sé cómo me has recordado estos años, sé lo que he sido para ti en la memoria, ¿por qué ahora no lo voy a ser en la realidad? (...) No sé... tú puedes haber encontrado también tu Circe... Pero no, es posible... estoy segura que nadie ha significado algo para ti en estos años. Comprende que no puedo renunciar a volver a ser lo que siempre fui para ti, y que no me resigno a no ser feliz después de volver a estar a tu lado. ¡Si tú supieras cuántas ilusiones he forjado...!

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(...) ¡Dime que es cierto que nada ha pasado, que tú y yo somos los mismos, que aunque lo externo haya cambiado seguimos alentando las mismas ilusiones y la misma fe en la vida! No hagas que crea que yo he fracasado, que soy incapaz de volverte a hacer feliz... como antes (...) Alguna vez también pierdo la fe en la vida y pienso que todos estos años pasados ya no pueden aproximarnos, porque todo pasa y a la ceniza es imposible buscarle llama. (pp.76-77) Y María se atormenta por el recuerdo de la otra mujer y no acepta su existencia a pesar de que todos ven cómo se le escapa Juan, ahora que lo tiene ante ella: MARÍA: Pero tú sabes que esa mujer, casi insensiblemente, se nos va metiendo dentro de nuestra vida. Yo sé que tu padre me compara a ella y me considera inferior, estoy segura, aunque él nada dice. Pero es su ausencia, esa indefinida despreocupación por todo lo suyo..., por su familia..., por mí..., que he sabido esperarle. El se llama Ulises... y yo tengo derecho a pedir para mí el nombre de Penélope, también. ANTÓN: Hay algo que no le hemos podido dar al nuevo Ulises, ¿sabes? La matanza de los pretendientes. (pp.82-83) ... ANTÓN: Es difícil, muy difícil, pero lo estamos perdiendo cada día, como se pierde el tiempo, sabiendo que lo que perdemos ya no volverá. ... MARÍA: Yo pienso, muchas veces, si aquella mujer que imaginaba tu padre, que ocupaba su mente durante estos años, había existido alguna vez, si no sería un fantasma, a fuerza de idealizarlo, ¿no crees? ANTÓN: No, eras tú sin duda alguna, tal como te dejó... por unas banderas, como dices tú, o buscando su propia esencia que nunca la había encontrado junto a nosotros. Eras tú, no te quepa duda. (pp.8485) Y Ulises, ese nuevo Ulises paranoico, sustituye la matanza de los pretendientes por otra acción mucho menos heroica: el asesinato de una mujer que lo amó y que lo ha esperado fielmente. Penélope es asesinada por su marido que al regreso se encuentra una mujer de carne y hueso y no a la mujer que había idealizado en sus años de sufrimiento, esa Olga que no es más que un fantasma, una mujer inexistente, un recuerdo idealizado de su propia esposa, recuerdo que el regreso no pudo recuperar y que le llevó a la locura, al asesinato de su mujer real para poder seguir recordando el ideal que de ella se había creado. Hay una Penélope real, María, y otra soñada, Olga, que sólo existió en la imaginación de Juan y su locura: DOCTOR: La mató por otra mujer. Él lo confiesa sencillamente. La mató por Olga.

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PABLO: (Hablando lentamente y como pensativo) Sí; esa mujer, cuando volvió del cautiverio, lo era todo para él. Todo lo que María, su mujer, ya no le significaba nada. ... DOCTOR: (...) Mata por una mujer que no tenía ni la más remota posibilidad de volver a ver, mata por un pasado, no por un presente. Él lo dice a quien quiere oírle. Mató a su propia mujer porque ya no era la que él había dejado, y comparándola con Olga, esa mujer de su cautiverio, todavía lo era menos. Se le fue haciendo odiosa de una manera incisiva y penetrante hasta llegar... al desenlace (...) Los días que pasó en su casa, junto a ustedes, han sido para él como una pesadilla. Ahora está tranquilo, como si se hubiese librado de una obsesión. (pp.105-106) ... PABLO: Creyó él, en su locura, muchas cosas. Esos tres meses estuvo loco furioso y no vio a ninguna mujer (...) Vuestro padre siempre se acordaba de su esposa, era su más maravilloso recuerdo, un ensueño de una mujer que con los años se iba deformando y transformándose en un ideal. Cada vez, ese ideal de vuestra madre, se parecía a ella, real, menos (...) Y era vuestra madre, al fin. Después oyó, posiblemente, un nombre de tantos, y con él tejió una historia fantástica, toda una historia de pasión con una mujer que no había existido sino en su imaginación. Es algo extraño, pero esa es la historia de Olga. Una mujer formada con el recuerdo de vuestra madre y que llegó a ser distinta de ella (...) Por eso la mató, para dar vida a un ideal formado con aquello mismo que destruía. ANTÓN: ¿Entonces mató a nuestra madre... por ella misma? ¿Era su propia rival? PABLO: Exacto. Pero una rival que era fabulosa, que era, por desgracia, mejor que ella, como la ilusión de la felicidad. (pp.129-130) Juan y María, Ulises y Penélope, no se reconocieron. Llevaban tanto tiempo esperándose, imaginándose, recordándose, que a la postre no pudieron evitar parecerse unos extraños. Y ello les hizo pensar más, aún más, en sus vidas, y recordar; en sus vidas, como las de tantos otros avasallados por la historia, condenados a llevar en la herida siempre abierta de su memoria una culpa que no es suya, a alimentar el recuerdo para soportar el presente, a ser perdedores en la batalla de la vida, a comparar lo que somos con lo que fuimos o lo que soñamos ser,... a no saber perdonarse a uno mismo. María es la víctima inocente del regreso de Ulises, retorno equivocado, porque Ítaca ya no existe. Como el autor señala (Monzó, 1958:13), “No importa, al fin, que los personajes como los hombres sufran, lo que importa es que, como humanos, se den cuenta que sufren y lo digan. Y hasta se rebelen”. Lo cierto es que quien regresa ya no es el mismo que se fue, o el lugar al que vuelve ya no es el mismo que dejó. Igual da; cualquier

Paisajes reales e imaginarios. ISBN: 84-96322-17-3 190

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cosa menos el entramado de miserias que nos aniquila. Este Ulises contemporáneo ha descendido de su pedestal, se ha humanizado y se ha convertido ¿en un loco? Sólo en un hombre que quiere contar una mentira a la cruel realidad... El caso es que Ítaca no es lo que era.

Nota Bibliográfica ADRADOS, F. R. (1998) “Tragedia y Comedia”, en J. A. López Férez (ed.), La comedia griega y su influencia en la literatura española, Madrid, Ediciones Clásicas, pp. 1-22. DÍEZ DEL CORRAL, L.(1957) La función del mito clásico en la literatura contemporánea, Madrid, Gredos. GARCÍA ROMERO, F. (1999) “El mito de Ulises en el teatro español del siglo XX”, Cuadernos de Filología Clásica. Estudios griegos e indoeuropeos 9, pp. 281-303. GIL, L. (1969) “Mito griego y teatro contemporáneo”, Estudios Clásicos XIII 5658, pp. 181,202. MONZÓ, S. S.(1958) Ulises o el retorno equivocado, Valencia, Diputación Provincial de Valencia. ORTEGA VILLARO, B.(1999) “La locura de Orestes en la literatura española contemporánea”, Florentia Iliberritana 10, pp. 251-262. PAULINO,J.(1992) “Ulises en el teatro español contemporáneo”, en El mundo clásico entre nosotros, Madrid, Asociación de Estudiantes Aletheia, pp. 28-38. RAGUÉ ARIAS, M. J. (1992) Lo que fue Troya. Los mitos griegos en el Teatro Español

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