Isabel Cabrera y Carmen Silva (compiladoras), La religión a través de sus críticos, México, Instituto de Investigaciones Filosóficas-Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, 2011, 269 pp.

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Cuadernos Filosóficos - Segunda Época, N° IX/2012, pp.151-154.

Isabel Cabrera y Carmen Silva (compiladoras), La religión a través de sus críticos, México, Instituto de Investigaciones Filosóficas-Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, 2011, 269 pp.

La compilación preparada por Isabel Cabrera y Carmen Silva reúne once ensayos cuyo objetivo principal ha sido reconstruir las críticas que diversos pensadores y filósofos han realizado a la religión entre los siglos XVI y XXI. Según las autoras del compendio, la “razón obvia” que ha dado origen al texto es una experiencia histórica: el hecho según el cual más allá de los avances de la Ilustración, con sus logros científicos -que han contribuido al desencantamiento del mundo- y políticos -que han hecho lo propio en orden al avance de la secularización y la laicidad-, la religión sigue estando “muy presente en la realidad social” (5). De hecho, afirman, por más que parezca algo insólito, aún en los tiempos que corren la confesión de ateísmo sigue resultando incómoda, e incluso inoportuna, fuera de un reducido círculo intelectual o académico. Así, con el fin de contribuir a dar una mayor difusión a “algunas de las críticas más célebres que se han hecho a la religión” (6), frecuentadas en general sólo por los miembros de aquel restringido circuito de circulación, se ordenan los ensayos en forma cronológica. Comenzando con un estudio referido al humanista Michel de Montaigne (1533-1592) y finalizando con un duro análisis de las posiciones de dos filósofos contemporáneos, Richard Dawkins y Daniel Dennett, las criticas se organizan a partir de cuatro orientaciones básicas: la primera impugna a la religión el sostenerse sobre una concepción equivocada de Dios, concibiéndolo de un modo antropomórfico, como una suerte de superhombre; la segunda apunta sin rodeos a la debilidad de los argumentos que se han esgrimido en orden a fundamentar la existencia de Dios; la tercera concentra sus esfuerzos en desenmascarar los motivos ocultos de la creencia religiosa, es decir, aquellas motivaciones que no pueden ser explicitadas en términos científicos o racionales; la cuarta, por último, deja de lado los fundamentos en los que se sustenta la religión para apuntar directamente a las nocivas consecuencias que ha engendrado a lo largo de la historia: culpa, desprecio por el cuerpo, superstición, intolerancia, fanatismo. Hagamos un breve recorrido por los diversos artículos compilados, a fin de ilustrar mínimamente su contenido. Leonel Toledo dedica sus líneas a Michel de Montaigne, cuyo escepticismo “torna imposible cualquier fundamento dogmático de la religión” (18). Desde la perspectiva del ensayista, la pretensión de conocimiento religioso no es más que un signo de la vanidad propia de ser humano que desconoce la flaqueza de su condición. Asimismo, desde un humanismo radical -según lo define Toledo-, Montaigne señala el carácter contingente de las creencias religiosas, y el inmenso perjuicio -principalmente político- que implica

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establecer como verdades intemporales y divinas lo que no son sino productos culturales y humanos: “Somos cristianos por los mismos motivos que perigordinos o alemanes” será una de sus más importantes conclusiones. Luis Salazar, por su parte, analiza las críticas a la religión realizadas por Spinoza, distinguiendo cuatro planos: ontológico, epistemológico, histórico-político y ético. El primero conduce al filósofo judío a asimilar a Dios con la naturaleza (lo que lo convertiría, antes que un panteísta, en un naturalista); el segundo, a concebirlo como un “asilo de ignorancia” para aquellos que lo interpretan bajo concepciones equivocadas, i.e. antropomórficas; el tercero, a criticar la superstición y el fanatismo producidos por los engaños teológicos, y a defender la libertad de pensamiento y expresión, mientras que el cuarto lo lleva a postular el amor intelectual y compartido de Dios, es decir, del orden necesario de la naturaleza, como el fin más deseable para la vida humana. El capítulo a cargo de Mark Platts, dedicado a David Hume, podría dividirse en dos partes: la primera, dedicada a “dos críticas decisivas” que el escocés realiza al Argumento del Designio en sus Diálogos la religión natural;

la segunda, a la explicación “la

explicación que Hume ofrece en su Historia natural [de la religión] de cómo la creencia religiosa surge de manera natural” (79) en los seres humanos, conduciéndolos del ateísmo al politeísmo, y de allí al monoteísmo. La crítica de Immanuel Kant a la teología y a la religión es reconstruida por Faviola Rivera. Analizando las dos primeras Críticas, Rivera refiere tanto a la imposibilidad de conocer a Dios por medio de la razón pura como a la necesidad de postularlo como fundamento último de la razón práctica. Dios, en tanto bien supremo, no es ni puede ser un conocimiento especulativo, y su ámbito propio no es la teología; es un postulado de la razón práctica que pertenece estrictamente al ámbito de la moral. Nuestra certeza respecto de su existencia -afirma Kant- es una fe racional. Fe que será socavada por un “arroyo de fuego” (en alemán Feuer-bach) que conduce al ateísmo. Feuerbach, según señala Paulo Mendoza Gurrola, compartió con los demás integrantes del ala izquierda del hegelianismo la convicción de que “Hegel había eliminado el Dios trascendente de la tradición, [y] que lo había sustituido por el espíritu, esto es, por la realidad humana en su abstracción” (113). Con esa certeza, atacó al unísono al hegelianismo y la religión, y sostuvo que Dios no es sino la esencia subjetiva y personal del hombre una vez objetivada. Fundó así un nuevo humanismo (pues la fe en Dios no es otra cosa que la fe en la dignidad humana) y devino, en palabras de Mendoza, una referencia obligada para los críticos de la religión de los siglos XIX y XX. Más aún, su fundamentación del ateísmo condujo inexorablemente hacia “las posteriores e inigualables críticas religiosas de los maestros de la sospecha” (132).

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Son las posiciones de Marx, Nietzsche y Freud, precisamente, las que se abordan en los tres capítulos siguientes. Pedro Reyes dedica sus líneas a los autores del Manifiesto pues imposible sería obviar a Friedrich Engels-, para quienes la religión no es sino un instrumento al servicio de las clases dominantes: contribuye a “la aceptación de una situación injusta como inevitable e inmodificable” (145) postergando la redención a la vida del más allá. María González Valerio y Greta Rivara hacen lo propio con Nietzsche, quien a partir de la crítica de la tríada religión-metafísica-moral ocupa un lugar central en la historia de la secularización del pensamiento occidental. Pedro Cerruti, por su parte, analiza cuidadosamente algunos de los textos del fundador del psicoanálisis en los cuales la religión es asimilada progresivamente con la neurosis obsesiva, la psicosis paranoica y el delirio de masas. La religión -dirá Freud- es una ilusión infantil: Dios no es otra cosa que el padre enaltecido; una protección contra la angustia del desvalimiento. Nora Rabotnikof lleva adelante un excelente análisis de posición asumida por Max Weber, desmitificando algunas de las opiniones comunes acerca de las tesis del sociólogo alemán: “En términos estrictos, -sostiene la autora- el desencantamiento del mundo no obedeció a un proyecto ni fue el objetivo de un plan reformador. Fue el resultado de un proceso complejo, signado por la paradoja de las consecuencias” (214). Zenia Yébenes, a su vez, dedica todos sus esfuerzos para desentrañar los rasgos fundamentales del existencialismo de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entendiendo esta posición como un humanismo ateo que busca en la humanidad el fin absoluto que tanto se ha anhelado encontrar en los cielos: “Es necesario que Dios muera, porque su muerte es la prueba palpable de la afirmación humana en la tierra” (237). Juan Cordero Hernández, por último, realiza un duro análisis de las tesis defendidas por dos miembros del movimiento Bright: Richard Dawkins y Daniel Dennett; quienes, desde una recuperación del proyecto de la Ilustración -una Ilustración excesivamente racionalista y cientificista, por cierto-, y en particular de las tesis de David Hume, mixturan sus argumentos con “las poderosas herramientas de la biología evolucionista” (262). No logrando, sin embargo, y según expresión del propio Cordero, más que una posición sostenida por una falacia de petición de principio y excesivamente circunscrita al ámbito estadounidense. Luego de este recorrido, y según concluyen un tanto audazmente las compiladoras: “No parece que haya quedado, después de estos autores, algo más que criticar de las religiones, o al menos de la religión judeocristiana” (11). Aunque -de acuerdo a las cuatro orientaciones básicas antes señaladas- esa observación pueda resultar correcta, lo cierto es que la lista de críticos podría ampliarse en forma considerable. Entre ellos, Pierre Bayle, con sus ácidas reflexiones acerca del problema del mal, o con su postulación de una

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sociedad de ateos, bien podría haber tenido un espacio. Lo mismo que Jean Meslier: cura ateo, revolucionario y comunista, que a pesar de su labor parroquial nunca dejó de ver en la religión un instrumento al servicio del poder y la dominación. Los Dialogues faits à l’imitation des anciens del libertino erudito François de La Mothe Le Vayer, con su crítica de la superstición, y su maquiavélica interpretación de la religión en términos políticos, quizás también habrían merecido un capítulo en esta excelente compilación. Tanto o más que algunos de los ya reconocidos manuscritos clandestinos; en los cuales, si atendemos a las palabras de José Emilio Burucúa, podríamos encontrar las primeras y más corrosivas caricaturizaciones de las religiones instituidas: “Todo el ateísmo moderno nace de libros burlescos, libros que presentaban a Moisés, Cristo y Mahoma como tres impostores. Como los tres grandes impostores. Esos son los textos fundacionales del ateísmo”1.

Manuel Tizziani Universidad Nacional del Litoral CONICET

Pablo Chacón, entrevista a José Emilio Burucúa, Ñ, Revista de Cultura, edición digital del 16/07/2012. http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/historia/Entrevista-Jose-Emilio-Burucua-caricaturas_0_737926403.html 1

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