IRÓNICAS DESILUSIONES: LA LITERATURA VERTIDA EN EL MITO

June 6, 2017 | Autor: E. Avalos Florez | Categoría: Ecuador, Ecuadorian literature, Provincia de Carchi, Ecuador
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IRÓNICAS DESILUSIONES: LA LITERATURA VERTIDA EN EL MITO ÉDISON DUVÁN ÁVALOS FLOREZ1 [email protected]

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n las obras anteriores que Luis Felipe Vásquez Narváez ha escrito individualmente o de manera conjunta –Tradición oral del cantón Tulcán (2004), Tulcán: pasión por la palabra (2006), Historia de la comuna la Esperanza (2008) e Historias de los mayores dibujadas por los niños (2011)- es evidente, más allá de la presencia de elementos pedagógicos, históricos y etnográficos, el análisis social del discurso mitológico. En otras palabras, su producción hasta ahora se ha caracterizado, principalmente, por tratar de entender cómo las historias orales de hechos sobrenaturales ejercen una fuerza al interior de la sociedad: la forma como esas historias determinan la escala de valores en una comunidad. En esta nueva obra, Irónicas desilusiones, sin embargo, Luis Vásquez da un paso bastante arriesgado. Ya no se acerca al discurso mitológico para diseccionar con el bisturí del análisis cada una de sus partes, cada una de sus repercusiones, cada una de sus transformaciones. No, ahora Luis Vásquez llega al discurso mitológico para adentrarse en sus profundidades y convertirse en Zeus, Júpiter, Pachacámac o Jehová, es decir, para convertirse, en definitiva, en un creador de nuevos mundos. A un lado quedó la voz neutral del científico social que miraba desde afuera; lo que se impone ahora es el grito apasionado del escritor que sangra su propio mito. En la primera parte de este libro -“Decires”-, Luis Vásquez, por ejemplo, aprovecha para sus propios intereses la fuerza de autoridad sagrada que impone el mito en cada sociedad. Todos los breves postulados de carácter filosófico que en esta parte aparecen, son relámpagos que, además de iluminar por su amplia cultura grecolatina, quedan retumbando en los oídos del lector porque lo subyugan a partir de la ironía. Pareciera que quien habla es, tal como se presenta en diferentes momentos, un ser “iluso y sin cayado”, “irracional”, “buscador de entelequias rizomáticas”, “alumno fiel del divino Paracelso”, “hijo menor del nadaísmo”, “estúpido del silencio”, que hace un “pequeño pedido” y que apenas adorna su “sentir con una que otra vocal”, es decir, un obediente cordero que llega a ofrecer con humildad el más simple consejo; pero cuando el lector descubre la burla que esconden estas palabras, el puñal ávido de sangre, la ironía, no puede evitar sentir que quien le habla es en realidad alguien que se cree “digno de

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Estudiante de la Universidad Andina Simón Bolívar.

Cervantes”, lleno de “genialidad”, que hace de su “vida una práctica perenne de la imaginación”, es decir, una autoridad que llega con látigo a imponer su voluntad. Los textos que componen la segunda parte –“Aproximaciones al pensamiento rizomático”- están atravesados por un estilo que nos remite a una de las obras que puede ser considerada como el máximo compendio mitológico, la Biblia, sobre todo al libro del Génesis, recopilado por el Elohista. Al igual que sucede en el sacrificio de Isaac, los textos de Luis Vásquez dan muy pocas pistas –en varios casos ninguna- sobre las referencias espaciales, temporales y factuales; es como si el autor hubiese borrado cualquier indicio que permita identificar un sitio, descifrar un periodo, dibujar un personaje. Son, en realidad, textos que se ambientan en un espacio sin lugar, en un tiempo sin medida, protagonizados por seres incorpóreos. Porque lo que ahí importa, al igual que en la Biblia, no es la recreación anecdótica de los sucesos, la descripción minuciosa de los hechos, la monotonía del diálogo decimonónico, sino la interpretación que esas historias dejan grabada para siempre en la mente del lector, la enseñanza moral que construyen dentro de la sociedad. Es, en cierta manera, lo humano contado como divino. Irónicas desilusiones es, a manera de conclusión, una experimentación literaria y filosófica donde Luis Vásquez ha vertido elementos que hacen parte de la naturaleza intrínseca del discurso mitológico. A la primera parte le imprimió, a partir de la ironía, el carácter de verdad sagrada para imponerse frente al lector como un legislador incuestionable de la normativa social; mientras que a la segunda parte le aplicó ese vacío que a primera vista, en una lectura poco juiciosa, podría señalarse como una falla creativa o una falta de condimento, pero que en realidad es la compleja construcción de un mundo sin espacio, sin tiempo y sin personajes: un detonador de la interpretación. Estos dos aspectos constituyen –sin tener en cuenta la propuesta política, los referentes artísticos y la búsqueda espiritual que se mencionan- el mayor acierto que a nivel estético presenta este libro, un hallazgo que le abre nuevas posibilidades creativas a la literatura. Luis Vásquez dejó plasmada aquí la herencia que recibió por tantos años dedicados al estudio del discurso mitológico. Ojalá, en sus nuevas producciones intelectuales, no vaya a seguir aumentando esa herencia -que es grande por lo que queda demostrado- sino que, tal como lo ha hecho en este libro, continúe gastándola en utopías literarias y filosóficas para el enriquecimiento de sus lectores.

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