Investigaciones en sanacion 1. La sanacion con los arboles, por Guillem Catala

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Descripción

METODOS DE SANACION LA SANACION POR LOS ARBOLES por Guillem Català

Pinos de las sierras del este de Andalucía (Sierra de los Filabres, Almería).

Se presentan algunas imágenes de sanaciones realizadas con árboles. Sólo pretendo dar algunas impresiones sobre esta manera tan peculiar de relacionarse, o mejor vincularse, con la naturaleza y específicamente con algunos árboles. Se trata de un trabajo chamánico. Pero es obvio que es también una antiquísima manera de trabar amistad con la naturaleza. Nada nuevo, pues, ya que es un saber que nunca se ha abandonado del todo. Un saber práctico, y una experiencia gratificante, hoy en día inesperada por no ser usual, ya que se suele tomar a los árboles como elementos inertes del paisaje o como decoración de un jardín. Pero un árbol es un ser vivo y sensible. Conectar con él es una experiencia vital pura, sólo accesible para los que aman a la naturaleza, la frecuentan en los bosques, y la respetan, hasta el punto de llegar a tener una intensa intimidad con ella, lo que es visceral y poco racionalizable. Además, ayuda (aunque no es imprescindible) que la persona que busca este encuentro tenga costumbre de meditar. La meditación se la define de muchas maneras, según cual sea la escuela que se practique. A mí me gusta la definición más básica y menos filosófica. Meditar es buscar en la calma la unidad de nuestro organismo, en la que deja de existir la artificial escisión de la existencia, el

cuerpo y la mente. Al meditar se abandona la omnipotencia de la mente y se siente con naturalidad que somos una unidad. Esto implica reconciliarse con la existencia y con nuestra dimensión corporal. A través del cuerpo, entendemos que somos parte inalienable de la Vida, como lo son los árboles y las diversas formas de existencia. Por encima de las diferencias la Vida toda es una sola. Los organismos no sólo están separados, también están unidos firmemente en la Vida. En este sentido, el profundo sentimiento de la naturaleza es meditación.

La vinculación con los árboles puede desglosarse en dos aspectos a efectos utilitarios, pero se trata de maneras de entender un solo y único fenómeno, el de la unidad. Desglosamos sólo a efectos de explicación. Los dos aspectos son: trabajar con un árbol el contacto con la vida, o una sanación específica mediante la vitalidad del árbol.

Como contacto puro con la naturaleza, relacionarse con un árbol representa la posibilidad de reconciliarnos con nuestros orígenes y con la vida. Sentir la intimidad con un árbol y cómo la vida palpita y resuena entre uno mismo y él, cómo nos transfiere un torrente de fuerza, y nos alivia de tensiones y pesadumbres, es una experiencia que no tiene precio. Muy útil para todo. Por ejemplo, es clarificadora cuando llega la vejez, se está deprimido, o enfadado con la vida. O cuando las dudas acechan, o sentimos que no sabemos ni dónde estamos. La vitalidad del árbol es contagiosa, trasmite serenidad y confianza, significado y sentido de la duración, y nos puede ayudar en esos momentos de desorientación. Además, disipa las tendencias depresivas e invita a imitarlo en su coraje para mantenerse firme. Si fallan las fuerzas, que no alcanzan para acabar el día, puede transferir energía y reforzarnos por un tiempo. O prepararnos para una operación quirúrgica, por aportar vitalidad para la prueba. O ayudarnos a enfrentar situaciones difíciles por absorber de él calma y sentido del propósito. Y usos similares.

La sanación específica es lo mismo enfocado de otro modo. La llamo específica porque con ella se aspira a hacer frente a un problema concreto, respecto al que la fuerza arbórea nos sirva de apoyo. Ante algunas enfermedades es posible desarrollar un tratamiento que tenga moderada eficacia. Esto exige dedicación, no es cosa de dar un paseo alguna vez por un bosque o jardín. Requiere volver a plantearse el papel que juega la naturaleza en nuestra vida. Se trata de un tratamiento de apoyo, es decir, la curación la realiza el cuerpo y la mente. Cuando existe desequilibrio y desorientación, éstos no aciertan a desarrollar una estrategia que atenúe las perturbaciones. Cada problema suele tener un grado y tipo de disfunción que arruinan la coherencia que subyace a la salud. El trabajo con los árboles visa a aliviar el desequilibrio, la desorientación o la incoherencia, para que cuerpo y mente se vinculen mejor y conjuntamente afronten la situación y encuentren vías de solución. Los árboles tienen estas virtudes, que la persona ha perdido con la ruina de la salud o que por perderlas enfermó. Como son virtudes contagiosas, la intimidad con ellos permite que crezcan en nuestro organismo físico y espiritual, el cual por sí mismo y tras un largo esfuerzo se adentrará por el camino de restaurar el equilibrio original. En este sentido, tanto se trata de reequilibrarse como fortalecerse. Quien frecuente los bosques no tendrá duda alguna que el equilibrio y la armonía que poseen los árboles frondosos son contagiosas y con naturalidad nos benefician. No todas las perturbaciones tienen marcha atrás, pero la mayoría pueden pararse en el proceso de degradación. Hay enfermedades que requieren medicación, como las infecciones o ciertos cánceres, o cirugía, como una apendicitis o algunas artrosis. En estos males el cuerpo ha sido sobrepasado y algunos tejidos destruidos. La medicina alternativa sólo puede que ayudar a dar vitalidad para enfrentar un problema que requiere una acción enérgica artificial.

Ficus milleflora de un jardín público de València. Por la amplitud del tronco permite subirse y meditar en él

Una vez medicado o intervenido quirúrgicamente, el cuerpo queda magullado y la perturbación puede reproducirse, y es para evitarlo que un trabajo con los árboles puede ser útil. Por otro lado, la energía arbórea es una buena prevención contra todo esto y se puede evitar tener que medicarse o sufrir una intervención quirúrgica, que aunque sean necesarias, no dejan de ser verdaderamente catastróficas para el cuerpo y la mente. En otras muchas enfermedades es el cuerpo el que ha de encontrar la fuerza y la sabiduría para volver a un estado saludable. Por ejemplo, las enfermedades degenerativas ante las que, la verdad, con medicamentos y cirugía no se puede hacer demasiado. Y es aquí, en este reforzamiento de la energía vital, física y espiritual, donde los tratamientos naturales pueden ser muy eficaces. Y uno de ellos es el que da sentido a la relación con la vegetación, que al cabo es relación y revinculación con la Vida. No se olvide que somos una partícula del gran movimiento de la Vida. Sin relacionarnos con la Vida, nada somos, y es de ella de donde nos llega la vitalidad física, emocional o mental, además del aire puro y el alimento. La enfermedad es haber distorsionado el vínculo. Se tiende a recobrar la salud, o al menos a paralizar la degradación, si se empieza a restablecer el vínculo. Y esto no es mental, lo podemos hacer es a partir del cuerpo, y del sentido de nuestra existencia. Así, una vida sin significado es un camino seguro a la infelicidad y la depresión. En este sentido, el papel del árbol es facilitar la relajación y la calma, y transferir la energía que el cuerpo sabe cómo usar. Pero esto es posible profundizarlo, pues nada apoya más vigorosamente la recuperación de la salud que una meditación bien encaminada. Además, si ésta nos vincula con fuerzas concretas de la naturaleza que nos son afines, se multiplica el efecto. Se trata, pues, de encontrar la especie y dentro de esta el árbol que nos es afín.

Existen varias maneras de enfocar el tratamiento. La que a mí más me ha interesado parte del hecho de que todas las personas con las que he realizado la sanación vivían cerca de una arboleda, y cerca del árbol con que se acabó por realizar la sanación. Y esto no es casual en el reconocimiento de una afinidad. Por lo general los pacientes vivían en pueblos rodeados de bosques. Pero también en ciudades, tal que la persona habitaba cerca de un jardín público saludable. No todos los jardines urbanos tienen un carácter saludable. Habitar cierto tiempo cerca de una arboleda, dormir no lejos de allí, y pasearse con frecuencia, preparara el terreno. Tenerle confianza a la naturaleza, es imprescindible. No se trata solo de un efecto placebo (aunque este influya también). La confianza y un profundo sentimiento de la naturaleza abren puertas y permite sintonizarse mejor con las tendencias de vida. Una sanación se realiza más o menos como sigue. La persona con problemas y yo vamos a pasear, sea al bosque o al jardín. Un paseo largo, que se busca sea placentero. De manera que la persona acaba por dejar de estar atrapada por la cháchara mental, inútil y repetitiva, y entra en un buen relax, o tal vez en un estado un poco contemplativo. Así uno se abre al entorno, y más aún si esta poblado de plantas. Cuando la persona comienza a relacionarse íntimamente con la naturaleza que le rodea, yo le pido que elija un árbol que sienta en especial atrayente, o que le resulte íntimo, como un viejo amigo. Curiosamente muchas personas saben encontrar el árbol ideal para ella con relativa facilidad. Pero si la persona no se aclara, por estar aturdida al haber abandonado el chismorreo mental que le amarga la vida pero que le ha generado adicción, soy yo quien le propone un juego con un árbol, una experiencia a la que ha de abrirse. Le propongo sentarse, o abrazare, a un árbol concreto, que yo siento que armoniza bien con la persona, y probar si la experiencia de la intimidad se produce. Juntos estamos mirando un tiempo el árbol y empapándonos de su energía, que poco a poco la persona siente amable y atractiva – y si no lo siente así, continuamos la búsqueda hasta hallar uno que le trasmita bienestar. Entonces, más confiada y relajada, y menos atribulada, la persona se sienta

contra el árbol o lo abraza. Sea que se siente recostándose contra el tronco, sea que lo abraza, se trata de abrirse y recibir al árbol. Y sentir que el árbol nos recibe a nosotros. La energía que nosotros movemos y la que mueve el árbol se funden en una sola. No es sólo un abrazo físico, es de alma a alma, por así decir. Se produce así un intercambio de energía, la persona cede algo de la degenerada que la enferma, y el árbol proporciona una joven y fresca. A los árboles les son útiles nuestras energías degradadas, pues la trasmutan en energía de vida que se despliega, tal como hacen con la tierra y el abono, o bien la dispersan. Hacen esto de manera semejante a como las plantas de interior regeneran el aire viciado. En esta manera de compartir ambos salen beneficiados, la persona y el árbol. Si lo que se necesita es una energía genérica, lo mejor es sentarse a meditar bajo el árbol, tocando con la espalda el tronco. Si se necesita algo más específico, es más útil el abrazo. La espalda rige la energía pura (yang), en un canal como los de acupuntura que sube paralelo a la columna, y esta acaba por especializarse allí donde es reclamada. Pecho y vientre transportan la energía y la transforman en fenómeno (yin) orgánico, estrechamente vinculado al funcionamiento de los vísceras, glándulas, tejidos y células. Por ello en el abrazo la energía de la vitalidad del árbol va más derecha al lugar donde se la reclama. Si la persona tiene práctica de la meditación el proceso se vuelve más fácil, incluso natural. Cuanto mejor medite la persona, y más tiempo se centre en la respiración, más fecunda es la fusión. Los árboles también respiran, aunque de forma diferente a la de los animales. Al cabo, se puede decir que se trata de fundir la respiración de la persona y la del árbol. Tal como yo lo veo no existe una relación entre el árbol y la enfermedad, es cuestión más bien del tipo de energía del árbol y la que la persona necesita. Es el organismo quien sabrá utilizar la energía que absorbe. En esto mi propuesta es similar a la del reiki y otras sanaciones genéricas. Lo cierto es que para una persona concreta y para un problema específico, intuitivamente se halla que una especie es más útil que otra. Cada estructura de personalidad puede vincularse con una especie, con la que muestra especial afinidad. Además, no todos los árboles de la especie requerida son útiles a este propósito. Sólo algunos se prestan, por ser fuertes y armónicos, o por haber tenido que superar duras pruebas y haberse reafirmado en su deseo de vida y crecimiento. Yo todo esto me lo represento como la relación íntima de una persona y un árbol, en la que cuenta más el árbol concreto que la especie de la que se trate.

En algunas especies, los árboles interesa sean la flora original de la zona. En otras, no importa siempre y cuando esté bien adaptada. El esfuerzo por sobrevivir los ha fortalecido, y es a partir de esta firmeza que el intercambio de energía se vuelve fértil. Por ejemplo, los Ficus originarios de la India, han encontrado en la ciudad de València, que es muy húmeda y con aguas subterráneas, una excelente adaptación. También en otras ciudades del Mediterráneo. En concreto se observa en las fotografías un Ficus milleflora, la especie hermana del árbol del despertar de Buda, que crece en los jardines públicos. Es un árbol monumental, y por su forma es fácil subirse a él y en el cruce de las ramas meditar. O hacerlo sentado en sus enormes raíces. Creo que en la foto se percibe cómo acepta en su seno a la persona que se ha subido a las ramas, y como se produce un episodio energético muy peculiar. Y cabe decir que son árboles consolidados, plantados en 1869 y en 1920. Mi árbol predilecto – mi árbol personal – pertenecen a los “Gingko biloba”, que proceden de China. Cavanilles hacia 1800 consiguió el trasplante al clima mediterráneo. Son de una potencia y un porte notables, y en extremo resistentes. En muchas ciudades de toda Europa, incluso en el Norte, se los encuentra en los jardines públicos. Que gusten tanto no es extraño, dada su gran belleza. Se los reconoce con facilidad por la forma en abanico de las hojas.

Gingko biloba de las siguientes fotos (Jardí de Montfort, València)

Hay que tener en cuenta que es una especie singular, una verdadera superviviente. De su orden vegetal, que hace 100 millones de años dominaba la tierra, sólo queda esta especie. Las coníferas (pinos, abetos, etc.) las substituyeron, menos al Gingko, que se entestó en aguantar y lo ha conseguido hasta hoy. Los científicos lo denominan un “fósil viviente”. El poder extraordinario de este árbol creo que se percibe en las fotos, en las que yo mismo lo abrazo.

De todas maneras, aparte estos casos de especies o ejemplares excepcionales, lo mejor es trabajar con las especies autóctonas, o las que llevan muchos siglos entre nosotros, aunque sean de fuera. Por ejemplo, el nogal, que trajeron los romanos y que se ha radicado y ya es como si fuera autóctono. Es un magnífico árbol, resistente y persistente, muy fortalecedor. Aparece aquí y allá, no suele formar bosques, pero como se aclimató se lo encuentra asilvestrado en zonas con humedad, cerca de fuentes, riachuelos o ríos. Los pinos es la especie hoy más común, incluso con cierto abuso. En los ecosistemas mediterráneos el pino solo existe en altura, pues necesita humedad. Esto puede parecer raro, ya que hoy en día los pinares abundan por todas partes, pero son repoblaciones modernas. Por la leña, el pino fue la usual repoblación en el siglo XIX. La mayoría de los pinares son repoblaciones de la década de 1940, para proporcionar materias primas a la industria papelera, durante los años de la autarquía y el bloqueo contra el régimen franquista. En esa época se llenó de pinos todos los baldíos y encima se hizo con una especie no adaptada a nuestro clima, con el pino de Alepo, que proviene del Mediterráneo Oriental. Estas políticas erróneas vienen a cuento de que el pino crece muy rápido y forma bosque en pocos años. Ahora bien, con la primera sequía parte del árbol muere. Y al poco, un incendio pavoroso arrasa el bosque de repoblación. Esta es la razón de los muchos y extensos incendios que asolan España. Es increíble que de inmediato se vuelva a repoblar con pinos otra vez, que a los pocos años se vuelven a quemar. De hecho, dichos pinares suelen tener árboles que están debiluchos. Yo no me he podido acostumbrar a usarlos para sanar, pues el mismo árbol está enfermo. A parte quedan algunos paisajes insólitos donde el pino es la especie natural, como El Saler, en València. Ocupa este el brazo arenoso que separa La Albufera del mar, terreno estéril y salado, en el que la única especie que puede prosperar el pino y donde consigue un desarrollo y exuberancia, dada la humedad, extraordinarios. Aunque muy frecuentado por visitantes, El Saler es un bosque extraordinario para la sanación con árboles. Un poco por toda la geografía de la Península Ibérica se pueden encontrar bosquecillos de pinos de muy antigua repoblación, que han radicado y se muestran con ejemplares imponentes. Es usual que se trate de pinos piñoneros, cuya producción siempre se ha apreciado. Algunos de dichos bosques son repoblaciones de época islámica que mil años después está totalmente naturalizada y sigue productiva. Se trata de excepciones, pues lo usual es que los bosques de pinos frondosos estén en las sierras de altura. En los inviernos, la nieve motea el terreno y proporciona la humedad imprescindible. En las fotos que siguen se muestra el bosque y una sanación realizada en la Sierra de los Filabres (Almería). A observar la hermosa y juvenil energía de estos pinos. Cuando es natural del lugar, como especie es extraordinariamente propicio para la sanación. Los de las fotos forman el bosque originario de la zona, al que se ve muy saludable. Los pinos emanan abundante energía vital. Si desean intentar el trabajo con los pinos les recomiendo que lo hagan en un bosque, no en jardín, y donde es natural el pino. Si son de repoblación, hay que localizar buenos ejemplares cerca de una vaguada o arroyo, tal que los pinos estén fuertes y lozanos por tener humedad. Si abundan de ramas secas tal vez no sean hábiles para trabajar con ellos.

La Sierra de los Filabres y su bosque originario de pinos

En la Península Ibérica se dan dos ecosistemas. El clima atlántico afecta al tercio norte de Portugal, Galicia, la cornisa cantábrica y la línea de las altas cumbres pirenaicas. En este la especie dominante es el pino. El clima mediterráneo es, pues, el de la mayor parte de Iberia. Aunque algunas costas se abran al Atlántico, como las del sur de Portugal y las de Huelva y Cádiz, el clima es mediterráneo. En éste la especie dominante es la encina. Y es la encina el árbol que ha conformado la personalidad de los paisajes de la Península Ibérica, y de buena parte del Mediterráneo. Y como el paisaje influye en los habitantes y los caracteriza, la encina es una de las fuerzas que nos ha moldeado. La encina es un árbol prodigioso por su fuerza y resistencia, capaz de soportar las más pertinaces sequías, y prosperar en terrenos estériles, sabio como para conformarse a las circunstancias más difíciles y aún así sobrevivir, persistente en el empeño. Por ejemplo, en algunos lugares aparecen largos afloramientos de masas de yeso, de formación mineral, extensiones de masas blancas y compactas, que forman grandes secarrales donde sólo consiguen vivir el esparto, el brezo y la omnipresente encina. Con la excepción de los terrenos salados o de mucha altura, la encina prospera en todas partes. En cuanto un riachuelo o una vena subterránea aporta humedad, el roble y el olmo aparece para acompañar a la encina. Ocasionalmente, algún alcornoque logra introducirse entre la abundancia del encinar. Todas ellas son especies hermanas. Antaño el centro y sur de Iberia estaba cubierto por un manto de encinares, tan espeso que formaban como un único bosque continuo, de costa a costa. Hoy puede parecer extraño, por la acción humana que transformó profundamente el paisaje. La encina y el roble son de crecimiento lento, y por la ganadería y las talas masivas han reculado, con los resultados de la desertización espantosa que sufre Iberia. El actual paisaje mediterráneo no es el que conocieron nuestros antepasados.

Roble en sanación (de una de las rouredes cerca de Granollers)

Encina en un parque público y junto a una alquería. En las encinas es muy claro que sólo algunas se prestan al uso meditativo, y no depende del entorno, depende del árbol y su historia. Nada tiene de extraño que sean especialmente los ejemplares viejos los más interesantes al respecto, que han logrado salir adelante en difíciles condiciones. Son supervivientes que han tenido que enfrentar y resistir graves problemas

Roble y encina hacen extraña pareja. Más sabio aún el roble, que pierde las hojas en invierno. La encina, más perseverante, las conserva todo el año, con excesivo follaje en las ramas. Más imponente y longevo el roble, que ha sido adoptado como árbol tutelar por muchas culturas y que aparece en las leyendas del folclore, indicio seguro del gran papel que jugó en las épocas paganas – era el árbol totémico de druidas y chamanes. La encina, por el contrario, no ha sido demasiado valorada, a pesar de que es la especie valiosa económicamente, por las bellotas para el ganado. El esbelto roble ha sido siempre considerado un árbol bello, la encina no. Tal vez porque el roble tiene un aspecto extrovertido, mientras que la encina aparece como ensimismada. El abrazo al roble proporciona una inmediata comunicación de fuerza vital, y muy poderosa, de manera fácil y accesible. Menos directa es la encina para usarla en sanación, excepto los ejemplares viejos y robustos. Aún así, por ser tan común, no es raro encontrar ejemplares útiles a nuestro propósito. Personalmente, las encinas son mis preferidas para meditar, y a veces son ejemplares al lado del camino las más útiles y amistosas. Ir a un bosque original a pasear suele ser ir a un encinar o robledal. Si el lector desea intimar con un árbol, creo que es con encina y robles como puede iniciarse en esta experiencia.

Más raros son los hayedos. Pero el haya es árbol de gran fuerza, fácil de conectar con él. Cuando forman bosques, un paseo por los caminos de sombras densas y frescas es embriagador. Nada hace al caso que sean bosques de repoblación, puesto que el haya era una de las especies antaño comunes, y de gran utilidad por la dureza de la madera. Como resiste bien la altura, se tiende a plantarlos en lo alto de las montañas. En estas condiciones, se conjugan las virtudes del haya y la montaña, e ir a un hayedo a realizar la experiencia es fácil sea fructífera.

A parte están las especies de ribera. Plátanos, chopos o almeces, por ejemplo. El más accesible es el almez o litonero (lledoner, en catalán), un árbol que nos ha rendido grandes servicios. Es resistente y poco exigente, que crece sólo y sin cuidados, y del que todo se aprovecha, el follaje para el ganado, y la madera para el carpintero. Las herramientas del campo se hacían de su madera, dura pero fácil de trabajar. Era pues el compañero inseparable del modesto carpintero que todos los pueblos tenían. Por ello fácilmente aún se le encuentra a la vera de las masías y casas de campo. Es árbol exuberante, de gran belleza, que drena las humedades subterráneas y limpia la energía del entorno. Está, pues, muy hecho a la compañía de las personas, como muy humanizado. Es de los que más fácilmente se prestan para la sanación, sea un ejemplar campestre o de jardín. Las fotos que adjunto son de un ejemplar de jardín (el de Montfort, en València). El litonero es un árbol que he usado con frecuencia para fortalecer a personas decaídas, y siempre ha conseguido levantarles la energía y el ánimo.

Se observa que las virtudes salutíferas de los árboles comunes son las más interesantes. Nos han acompañado durante siglos y han sido imprescindibles para la supervivencia de las comunidades. Han sido usados en sanación desde hace milenios. Y pueden seguir usándose, a condición de estimarlos y abrirse a ellos.

Guillem Català, València, 1 de junio 2015

Litonero o almez (Jardí de Montfort, València)

Antes (arriba) y durante (abajo) la conexión con el litonero o almez de las fotos anteriores

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