Introducción: Itinerarios culturales en la transición del orden colonial a la independencia

July 7, 2017 | Autor: Arrigo Amadori | Categoría: Historia Cultural, Identidades
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Itinerarios culturales en la transición del orden colonial a la independencia Jaime Peire, Mariano Di Pasquale y Arrigo Amadori

Las publicaciones que examinan el carácter de la cultura política en el período que se despliega entre las últimas décadas de la dominación española y la construcción del Estado nacional hacia fines del siglo XIX han irrumpido con gran vitalidad en la escena del campo historiográfico actual. Fruto de la renovación de la historia política en Europa y los Estados Unidos, emergió un enfoque más actual para comprender el proceso histórico abierto por la Revolución de Mayo en el que se resaltan los problemas referidos a los mecanismos de elección y de sufragio, a los procesos electorales, a los sujetos de imputación de la soberanía, a los diseños institucionales, a las formas de representación, a las dinámicas de los lenguajes políticos en circulación y a la formación de la opinión pública. Como se sabe, estos aportes consideran que las transformaciones ocurridas en los territorios americanos interactúan dentro de un espacio mayor y a partir de una coyuntura política particular: la crisis del imperio español. Este volumen presenta un conjunto de indagaciones orientadas por un movimiento complementario al de semejantes visiones, mostrando a través de estudios empíricos y de casos particulares la relevancia de introducirnos en la dinámica propia de la cultura política para examinar, desde el siglo XVII al XIX, cómo fue el tránsito –en distintos registros de análisis– hacia otra modalidad de sociedad y orden político. En un período de profundas transformaciones se trata de superar una concepción según la cual las culturas americanas, tanto de elite como populares, fueron meramente reactivas de los sucesivos posicionamientos metropolitanos. Esto no significa que se conceda autonomía propia a la región del Río de la Plata sin un 11

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referente peninsular, pero este referente, con la creación del Virreinato, se constituyó solo en eso. Este proceso de creciente autorreferencialidad del Río de la Plata, favorecido por la impotencia y la incomunicación imperial, se sumó posteriormente a los efectos originados por las invasiones inglesas y a las derivaciones ocurridas durante el ciclo revolucionario y las guerras de independencia. Esta coyuntura particular generó cambios relevantes que se insertaron en los que ya se estaban produciendo pues, como ha señalado Antonio Annino, una vez caído un imperio ya nada fue legítimo.1 Abre este libro el capítulo de Jaime Peire que refleja el tránsito de un determinado habitus, para decirlo según Pierre Bourdieu, hacia otro supuestamente más “moderno”. El relato está deliberadamente boicoteado por el autor, dada la imposibilidad de trazar con eficacia el comienzo, el recorrido, los hitos fundamentales y el cierre final. De lo contrario, terminaría en un relato lineal, simplista y teleológico al que una compulsa seria de las fuentes no autorizan, porque significaría la amputación de lo que de verdad el relato trata de mostrar en la estela del póstumo François-Xavier Guerra: la existencia de los híbridos. Partiendo de un planteo cultural y político, el autor se propone analizar ese tránsito –que no acabará de terminar como en un juego de espejos– entre dos fuentes de legitimar la existencia, especialmente en lo político: ¿cómo fue posible un cambio tan drástico en tan poco tiempo? Sin duda la explicación no es simple y Peire lo intenta. Para ello parte de una supuesta fundamentación teológica y teocrática de la existencia y del gobierno de los reinos de la Monarquía, que las fuentes se empeñan en demostrar casi obsesivamente. La fuente de la legitimidad de la Monarquía hispánica era la divinidad, hasta el punto de que algunos la hacían llegar hasta Israel. Las virtudes que este modelo de explicación exigía eran la obediencia al Rey en conciencia –aun si este era tirano– y la veneración a toda la cadena de mandos comenzando por el patriarca de la familia. Eso construía un diálogo social asimétrico en el que el honor era –como se observa también en el trabajo de Rodríguez Dolinka– el regulador del equilibrio social, configurando una armonía imagina1

Antonio Annino, “Epílogo”, en Annino y Guerra (2003), 686.

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ria entre los cuerpos de la sociedad que se expresaba en la etiqueta ceremonial. A este modelo se le contraponía otro más “moderno” en el que la fuente de la legitimidad era “el pueblo”. Este modelo “tautológico y autónomo” –como ha dicho Marcel Gauchet para señalar que la legitimidad y normatividad le eran inmanentes– era totalmente distinto si lo tomamos en su versión postrevolucionaria. La pasión por la libertad y su gestión revolucionaria junto con la instauración de una virtud cívica eran las virtudes que tal concepción reclamaban. Se instauraría así un diálogo social en el que la igualdad regiría las relaciones interpersonales, construyendo una sociedad arquitectónicamente muy diferente de la anterior. Pero ni la sociedad colonial carecía totalmente de ideas igualitarias –que a veces parecen perforar la censura– ni la sociedad revolucionaria fue igualitaria, como proclamaba el nuevo “sistema”. Ni la virtud tardocolonial era tan distinta de las virtudes cristianas modeladas por el estoicismo del siglo XVIII, suerte de riel híbrido por donde corrió buena parte de este extraño tránsito que parece inacabado, ni las modernas virtudes cívicas se despegaban de aquel modelo. Tampoco el diálogo social era inexistente en el Antiguo Régimen, aunque fuera asimétrico. Después de la Revolución, las relaciones sociales tampoco cambiaron hacia un igualitarismo como si la Revolución hubiera producido un viraje en las relaciones sociales y en la cultura. Más bien hubo una larga pugna de modelos que no terminaban de consolidarse, siempre en tránsito. Basado en un amplio arco de fuentes, este estudio nos sumerge en un mundo rioplatense en cambio permanente. Arrigo Amadori, por su parte, nos introduce en el campo de las fracturas experimentadas por la teología política barroca, en el terreno de las prácticas y en el de la teoría, por las que irrumpieron de modo marginal e intermitente algunos elementos propios de una forma más autónoma de entender la actividad política, a la que se asociaron nuevos objetivos, virtudes, prácticas y referentes. El análisis se sitúa en el ámbito del poder central de la Monarquía –como un observatorio de ella desde su centro– durante la primera mitad del siglo XVII, coincidiendo con la hegemonía alcanzada en Madrid por la facción cortesana encabezada por el conde-duque de Olivares. 13

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Como muestra el autor, el rasgo distintivo de las dos décadas en las que Olivares actuó como el principal ministro de Felipe IV consistió en el intento de hacer frente a los complejos desafíos de la época, tanto de política interior como exterior, por medio de un doble programa de reforma y restauración inspirado en la doctrina de la Razón de Estado. En esta línea, la gestión del valido pareció marcar una transición por medio de la cual la acción política dejó de entenderse como el arte de gobernar una comunidad conforme a justicia y razón, para devenir en el modo de conservar el Estado, un fin que se convirtió en la fuente última de legitimidad de la acción del gobierno. Esta circunstancia marcó no solo una ruptura con el aristotelismo político, sino que sancionó la irrupción de la Razón de Estado, una auténtica “doctrina de la conservación”, que Olivares, muchas veces a su pesar, no dudó en aplicar según una racionalidad que se apartaba del contexto cultural predominante en Castilla, y frecuentemente se oponía a él. En este marco, Amadori examina las intrincadas relaciones que la inclinación del régimen del conde-duque generó con la alta administración de la monarquía, en este caso específico con el Consejo de Indias. El planteamiento del autor recupera los distintos niveles que conformaron esta interacción –institucional, relacional y cultural– y enfatiza el poder de la teoría del consejo como un elemento decisivo para explicar la capacidad que tuvo el sínodo para neutralizar los embates del valido. De hecho, consejo y valimiento son presentados como representantes de dos modos contrapuestos de entender la acción política; el primero de ellos se concibe como un componente esencial de la forma tradicional de gobierno que tenía su fuente de sentido en la divinidad, mientras que el segundo, en cambio, se contempla como la expresión de una política más “moderna” y autónoma. El texto de Eugenia A. Néspolo analiza de qué manera se hizo efectiva la gobernabilidad del espacio fronterizo bonaerense, un área marginal del mundo colonial, resaltando la especificidad que adquirió en el pago de Luján entre los años 1736 y 1784. Se trata de un estudio de caso en el que se abordan las respuestas elaboradas en el ámbito local para resolver la cuestión de los indígenas no sometidos y su incidencia en la formación y el desempeño de unos mecanismos capaces de asegurar la dominación colonial. En este sentido, la autora parte de las prácticas efectivas propias del gobierno y la defensa del 14

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territorio, recuperando el complejo proceso de construcción de un poder local que desbordó el estrecho marco de los medios desplegados por la administración virreinal y dependió de los pobladores que establecieron y preservaron un espacio de frontera. Un espacio, en suma, definido tanto por el carácter de las relaciones interétnicas, fundamentalmente de conflicto pero también de complementariedad, como por el tipo de respuestas que conjuntamente ensayaron las autoridades coloniales y los pobladores para definir una línea defensiva frente a los grupos indígenas. Como puntualiza Néspolo, el mantenimiento del equilibrio fronterizo no solo guardó estrecha relación con los hacendados de la región, sino también con la presencia de familias de chacareros, asentadas como resultado de una política deliberada de las autoridades coloniales. Estos pobladores avanzados en el área de frontera resultaron funcionales por varios motivos: por un lado, abastecieron de recursos a la villa de Luján, mientras que, por otro, contribuyeron a sustentar el aparato militar necesario para contener las incursiones aborígenes. En la práctica, ni el fuerte ni las tropas de línea levantadas por la administración virreinal resultaron suficientes para la defensa, que debió ser satisfecha mediante la formación de cuerpos de milicianos. Esta circunstancia concentra la atención de la autora, quien recurre a la categoría “sociedad en armas” para resaltar el hecho de que el servicio militar de los pobladores de la campaña resultó un elemento definitorio de la experiencia fronteriza, al menos en dos planos. Así, al poderío militar que los contingentes de milicianos desplegaron en el área que contribuyó al control territorial, también hay que añadir el impacto que tuvo en las dinámicas de poder dentro de la villa. Aquí, el servicio en las armas, público y obligatorio, permitió “probar que la persona se sentía y actuaba como miembro de la comunidad” y acceder a la condición de vecino, que a su vez reconocía una serie de derechos sociales y políticos propios de los habitantes de la ciudad. De esta manera, la experiencia fronteriza en las armas contribuyó a modelar un espacio político en el que varios de estos nuevos vecinos se valieron de la comandancia de los cuerpos milicianos como una plataforma para intervenir en los asuntos propios de las autoridades militares de la villa. Algunos de ellos, incluso, consiguieron alcanzar una alcaldía en el cabildo local me15

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diante el hábil uso de las jerarquías propias de la lógica militar y de las redes interpersonales. La contribución de María Alejandra Fernández estriba en el análisis de las respuestas masculinas frente a las palabras, los gestos y las actitudes consideradas insultantes con el objetivo de precisar la racionalidad que justificaba el uso de la violencia y la justicia en el Buenos Aires virreinal. Partiendo de un extenso conjunto de causas por injurias, heridas y homicidios, la autora ofrece una visión compleja del fenómeno del insulto, precisando los detonantes de las reacciones violentas, las motivaciones del recurso a los tribunales, el desarrollo de los juicios, el papel del honor en las respuestas y las lógicas que subyacen al uso de la violencia y la judicialización de los enfrentamientos. Un referente fundamental del análisis de Fernández lo constituye la cultura del honor, elemento central de la regulación de las relaciones interpersonales en la sociedad colonial. En este marco, la autora se mueve con gran versatilidad, introduciendo una serie de matices que señalan unos límites concretos a la generalización del honor como elemento explicativo de las respuestas violentas a los insultos o a las provocaciones. Asimismo, cuestiona uno de los tópicos historiográficos que vinculan un tipo de reacción frente a los insultos que afectaban el honor de una persona a un determinado sector social, adjudicando a las elites el recurso a la justicia y a los sectores populares una tendencia a la violencia. La propuesta de Fernández, en cambio, sostiene una hipótesis muy dinámica –y también muy amplia en términos sociales– de la relación entre la violencia y la justicia como mecanismos para la resolución de los conflictos interpersonales. Los casos analizados evidencian la limitación que supone concebirlos como canales excluyentes, ya que con frecuencia los ofendidos podían combinarlos estratégicamente para defender su honor o sus intereses. En suma, entre la violencia y la justicia existían caminos de ida y vuelta que los individuos de diversos sectores sociales podían utilizar en su búsqueda de mecanismos adecuados para la reparación de un agravio o para solventar cualquier otra disputa. Dialoga con Fernández el trabajo de Mónica Rodríguez Dolinka, que resulta un interesante estudio sobre el honor en las clases bajas rioplatenses en la época tardocolonial. Ya que el honor, como 16

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dice Montesquieu en su introducción al Espíritu de las Leyes, era el valor que regía las relaciones interpersonales, esto equivale a decir que es un estudio de cuál era el posicionamiento que las clases bajas se asignaban a sí mismas. ¿Qué cosas eran honrosas y cuáles vergonzosas para estas personas? La duda flota deliberadamente en este trabajo, porque ellas mismas dudaban. No tenían un discernimiento absoluto, aunque se sentían honradas y avergonzadas por algunas cosas que las fuentes judiciales nos transmiten. Sabemos que estas fuentes a veces son dudosas, que no siempre dicen la “verdad”, pero nunca se alejan de una inteligibilidad de los hechos presentables con el fin de que quien tuviera que manipularlos pudiera hacerlo con cierta confianza. De modo que, tal como los actores nos presentaban los hechos, estos tenían cierta posibilidad de ser creídos. Así, pequeños comerciantes, artesanos blancos y mestizos, indios, negros libres y esclavos, todos desfilan por una masa documental consistente en juicios por injurias, disensos matrimoniales, causas criminales, probanzas de limpieza de sangre y otras que permiten reconstruir, de alguna manera, las normas de comportamiento impuestas y el respeto o violación de ellas. La pregunta que recorre el trabajo, interesante porque toca temas delicados que pocas veces nos son presentados, es si el razonamiento de estas personas de clases menos favorecidas leía el interrogante del título en situaciones límite otorgándose un lugar en el que la honra, el ser honrado, legitimaba su pobreza, que un modelo social y cultural elitista habría condenado. Y, de hecho, a veces lo hacía. ¿Pobres pero honrados?: Quizás sería esa la autolegitimación dentro de un modelo social que con mucha frecuencia los ubicaba tácitamente como delincuentes. El texto de Raúl Egitto tiene por objeto precisar la significación de las tensiones y las discordias experimentadas entre los distintos ámbitos porteños de poder –ya fuera la audiencia, el cabildo secular o el eclesiástico, los oficiales reales, etc.– en el ámbito del ceremonial virreinal rioplatense. Al ser el ceremonial un elemento simbólico fundamental del sistema de poder colonial, que definía y proponía en un meticuloso ejercicio de persuasión un modelo ideal y armónico de la organización y la racionalidad del cuerpo político, el autor asume que las disputas en torno a la etiqueta no resultaron un asunto irrelevante, sumando a lo que ha dicho la historiografía 17

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reciente el hecho de que canalizaban “verdaderos problemas de legitimidad y de poder en un Buenos Aires que se encontraba en un período de transición hacia la modernidad”. En este marco, el aporte original de la investigación de Egitto consiste en contemplar el ceremonial como a un mecanismo de expresión netamente barroco que en el cambiante contexto tardocolonial rioplatense, caracterizado, entre otras cosas, por una reorganización institucional y por las “oscilaciones en la mentalidad” que comenzaron a hacer posible el cuestionamiento de ciertas “verdades establecidas”, funcionó temporalmente como escenario de las nuevas tensiones. Según explica el autor, varias de las disputas analizadas en su texto revelan conflictos de legitimidad derivados de la creación de las nuevas autoridades que alteraron el equilibrio alcanzado en un período anterior. Asimismo, ponen de manifiesto algunas grietas en la teología política barroca, como la tendencia a distinguir entre “actos eclesiásticos y actos de pura ceremonia política”, la falta de respeto a las jerarquías o la irrupción del “espíritu de partido”. Habiendo identificado todos estos elementos en el seno de las discordias en el ceremonial tardocolonial, Egitto nos sitúa hábilmente ante algunos de los indicadores del lento agotamiento de un orden político, subrayando la incapacidad de sus mecanismos para encauzar las tensiones. Según concluye el autor, las fórmulas y las etiquetas virreinales se revelaron cada vez menos idóneas para asegurar la armonía, valor matriz de la sociedad colonial: la escena política se fue erosionando. El trabajo de Rodolfo e. Pastore aborda el problema de la presencia de la Ilustración hispánica en los debates económicos rioplatenses del período tardocolonial, a través del análisis del tratamiento que la cuestión agraria recibió en las memorias presentadas por Manuel Belgrano al Consulado de Buenos Aires entre 1795 y 1802. La centralidad que el autor concede a dicha cuestión no solo responde al papel destacado que la mejora de la producción agraria ocupó en la fuente estudiada, sino también a las posibilidades que ofrece para explorar nuevos sentidos de interpretación respecto de la recepción de ideas económicas en el ámbito rioplatense. El artículo parte de la hipótesis, propuesta hace unos años desde la historia de la cultura colonial –especialmente por los trabajos ya clásicos de José Carlos Chiaramonte–, que enfatizó la importancia 18

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de la vinculación intelectual de la elite reformista porteña con la Ilustración hispánica y con algunas corrientes marginales de la Ilustración europea, como el neomercantilismo italiano. De esta manera se conformó una visión compleja de la Ilustración rioplatense que postuló el impacto de otras influencias junto a las tradicionalmente consabidas del pensamiento fisiocrático y del liberalismo británico. Sin embargo, según señala el autor, desde la historia del pensamiento económico que ha estudiado la obra de Belgrano se ha soslayado esta perspectiva, adjudicando a sus memorias una impronta definidamente fisiócrata. Frente a esta lectura, el texto de Pastore propone una visión alternativa y más sutil que demuestra el impacto de la Ilustración hispánica en los escritos del secretario del Consulado, que también recurre al contexto concreto en el que se produjeron para explicar algunos de sus planteamientos. El autor articula su análisis en torno a un conjunto de cuestiones presentes en los escritos de Belgrano sobre la necesidad de fomentar la agricultura –como las fuentes de la riqueza y la interdependencia económica entre la agricultura, el comercio y la industria; el progreso agrario y el orden moral; la educación y la difusión de los nuevos saberes, y los estímulos al propio interés–, de donde hace emerger un pensamiento caracterizado por la diversidad de sus planteos y sus fuentes. Así, junto a los “economistas” franceses, Pastore percibe en las memorias belgranianas la presencia de elementos adscritos a la Ilustración hispánica, demostrando, por un lado, la prevalencia de una “amalgama intelectual” sobre el exclusivismo de la fisiocracia y, por otro, que tanto la recepción de ideas como el perfil agrarista propio de estos escritos respondieron a una “determinada percepción de las condiciones y los límites del contexto local”. El artículo de Adriana Porta nos ubica en la segunda mitad del siglo XVIII, en la Buenos Aires que abandonó su condición de ciudad marginal del virreinato del Perú para convertirse en la capital del nuevo Virreinato del Río de la Plata. La autora indica que el crecimiento causado por la “atlantización” de la economía y la centralidad de su puerto atrajo a un gran número de inmigrantes –sobre todo internos–, quienes, estimulados por las posibilidades del dinamismo porteño, contribuyeron al notable aumento demográfico y al despegue edilicio de la ciudad. En menos de tres décadas Buenos Aires se convirtió en una de las ciudades más densamente pobladas del 19

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Virreinato, ofreciendo una imagen casi irreconocible con respecto al pasado. La conocida retórica del “desorden” es lo suficientemente elocuente sobre el grado de “promiscuidad” y falta de reparo en las costumbres con las cuales se manejaban ciertos sectores de la sociedad colonial. Ante la necesidad de “orientar” el desarrollo urbano, las autoridades coloniales introdujeron novedades importantes para reorganizar y potenciar los dispositivos de poder de la ciudad. En este marco, Porta se dedica al estudio de la Casa de Recogidas de la Residencia, un interesantísimo laboratorio disciplinante que por su vitalidad participativa dentro del tejido institucional urbano replantea la necesidad de abordar el estudio de los dispositivos “desde abajo”, para poder apreciar el efecto que su poder condicionante ejercitaba sobre la vida de los individuos. Por su parte, Diego Fracchia analiza las relaciones existentes entre el poder político emergente de la Revolución de Mayo y la educación elemental. El autor examina las particularidades de un proceso en el que el poder político fue ensayando reformas tendientes a centralizar la gestión de la educación de primeras letras, desde el año 1810 hasta la implantación de un único sistema oficial en el contexto de las reformas rivadavianas. De modo similar a lo sucedido en otros ámbitos, la enseñanza elemental experimentó un avance de lo público sobre lo privado, lo cual produjo que se resignificaran sus características previas. El objetivo de este trabajo, pues, consiste en analizar los modos en que los sucesivos gobiernos de la primera década que sucedió a la Revolución intentaron forjar esa centralización y en examinar los debates acerca de los diferentes modelos educativos existentes. En el marco de la prensa de la época se disertaba sobre los modelos a emular, el alcance social que debían tener las escuelas, la participación de los religiosos en ellas y, especialmente, sobre el rol centralizador del poder político. La lectura minuciosa de estas fuentes permite que Fracchia acceda a ciertas representaciones de los distintos grupos que, si bien conformaban una elite política, también expresaban diferentes ideas a la hora de proyectar la sociedad futura. Esa mirada sobre la elite pensada como un grupo heterogéneo le permite al autor cuestionar las interpretaciones historiográficas tradicionales respecto de la educación en este período. Todas estas implicancias políticas en un escenario de crisis, transformaciones y 20

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reestructuraciones encaminadas a instaurar un nuevo orden incitan al autor a preguntarse por los diferentes aspectos que atañen a la relación evidente que existió entre los factores de poder y la educación. Mariano Di Pasquale cierra la presente compilación realizando una aproximación a los saberes médicos tempranos en la ciudad de Buenos Aires entre 1819-1840. Para ello analiza los textos producidos por los llamados “ideólogos” rioplatenses en función de identificar las conexiones emergentes entre estos y las corrientes intelectuales europeas, especialmente las ligadas al pensamiento médico. El autor argumenta, a partir de la difusión de las obras de Juan Crisóstomo Lafinur, Juan Manuel Fernández de Agüero y Diego Alcorta, que los conocimientos ideologicistas tuvieron una presencia relevante en el ámbito académico de la Universidad de Buenos Aires. Estos discursos comenzaron a perfilar el desarrollo de una ciencia médica “moderna” a través de la introducción de los saberes sensualistas y biologicistas de Destutt de Tracy y Pierre-Jean-Georges Cabanis, a los que posteriormente se agregaron el vitalismo de Xavier Bichat y, más tarde, la fisiología de Claude Bernard. Además de poner en evidencia este nivel de análisis asociado al uso de las herramientas derivadas de la historia de la ciencia y de la historia intelectual, Di Pasquale propone cruzar estas cuestiones con un abordaje que contemple la dimensión socio-política. En tal sentido, este artículo tiene en cuenta el impacto de los textos en el marco académico-científico como así también en el espacio político. Es por ello que estudia el desafío de construcción de la profesión médica en relación a las lógicas del poder político mediante el programa reformador iniciado en la provincia de Buenos Aires por el círculo rivadaviano, continuando con el proceso abierto por el régimen rosista en su primera etapa. Entre otras cuestiones, el hecho de partir de una dimensión socio-política de la ciencia médica le permite al autor indagar en el intento de institucionalización de estos saberes, detectar la necesidad de establecer un proceso de profesionalización en consonancia con el reordenamiento político y abordar la propuesta renovadora de los saberes médicos que impulsa la elite gobernante frente a los conocimientos arcaicos y “supersticiosos” derivados de la herencia colonial. Junto con la existencia de los híbridos, producto del análisis de un período de transición, varios de los textos de esta compilación 21

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ofrecen aproximaciones complejas a sus respectivas problemáticas que se saldan, entre otras cosas, con la revisión de algunas premisas de notable vigencia o con la superación de interpretaciones esquemáticas que presentaban antagonismos aparentes. En este marco, algunas categorías pasan a construirse con múltiples elementos, como las contribuciones de Jaime Peire respecto de la cuestión de la soberanía y la mutación del modelo social, de Arrigo Amadori sobre la alta administración americana establecida en la corte de Madrid, y de Eugenia Néspolo acerca de la gobernabilidad colonial, conseguida mediante la concurrencia de la administración virreinal y de los propios pobladores. Asimismo, el trabajo de María Alejandra Fernández difumina un antagonismo relativo al uso de la violencia y la justicia basado en la adscripción social de los individuos. En su lugar, propone una lectura dinámica en la que destacan las elecciones estratégicas de los individuos frente a las posibilidades que les ofrecía un contexto cultural e institucional determinado, operación análoga a la que realiza Mónica Rodríguez Dolinka, quien bascula en la duda de si el honor salvaba ciertas distancias permitiendo un diálogo social asimétrico, o acaso este era imposible. Algo semejante podría decirse de la propuesta de Rodolfo Pastore, quien no solo señala el amplio repertorio de autores presentes en las memorias de Belgrano, sino también el tamiz que impusieron las condiciones del ámbito local a la recepción de ideas. Raúl Egitto, por su parte, elabora una visión compleja del ceremonial tardocolonial entendiéndolo como un espacio en el que se plasmó el agotamiento de un orden político. Finalmente, mientras que Diego Fracchia señala las fracturas de la elite política porteña en el terreno educativo, Mariano Di Pasquale refleja las rupturas en la dimensión de los saberes médicos y su relación con el proceso político entre la época virreinal y el período subsiguiente.

Referencias ANninno, Antonio y François-Xavier Guerra comp., Inventando la nación, México, Fondo de

Cultura Económica, 2003, 185-220.

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