Introducción, en Excavaciones Arqueológicas en el Albaicín, I, El Callejón del Gallo

May 23, 2017 | Autor: A. Adroher Auroux | Categoría: Iron Age Iberian Peninsula (Archaeology), Iron Age, Iliberri, Florentia Iliberritana, Roman Archaeology
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EXCAVACIONE S ARQUEOLÓGI CAS EN ELALBAICIN (GRANADA). I. EL CALLEIÓN DEL GALLO

Andrés lvI. Adrolrcr

Aurutt y Atttottio López Marcos (E ditore s

Científico s)

EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS EN EL ALBAICÍN

(GRANADA).r.

CALLEJÓN DEL GALLo

(Estudios sobre la ciudad ibérica y romana de lliberri)

Andrés Marla Adroher y Antonio López (editores científico)

GRANADA,2OOT I

I

i

@ de la edición: Fundación Patrimonio Albaicín-Granada @ de los textos e ilustraciones: autores correspondientes

Edita: Maquetación

Fundación Patrimonio Albaicln-Granada A. Adrohe¡ y A. López

Tiaducción al Inglés: Gracia Palma Diseño de Portada: Manuel López I.S.B.N.: 84-607-2313-5 Dep. l,egal GR-828/2001

lmpresión:

Proyecto Sur de Ediciones, S.L. e-mail: [email protected]

Tlf./Fax 958 55 03 8l

.

CAPíTULO 1. INTRODUCCIÓN Andrés

M" Adrohex Antonio

López, Manuel López

La excavación arqueológica que pr.r.rrt"-ás a continuación es el resultado de una colaboración interdisciplinar de diversos profesionales, cada uno de los cuales ha desarrollado una serie de técnicas de trabajo e hipótesis durante el proceso de investigación. Detrás de todos estaba una sola idea: arrojar un poco mrís de luz sobre las distintas sociedades que nos precedieron en el solar granadino. La arqueología representa uno de los mejores métodos para conocer el pasado, sobre todo de las sociedades preliterarias, aunque tampoco es escaso el conocimiento que proporciona sobre sociedades más complejas como la clásica, la de la Edad Media o, incluso, sobre algunas muy cercanas en el tiemPo, como la sociedad industrial. Y este conocimiento se debe, no sólo a la gran cantidad de información que aporta sobre lo cotidiano sino también, a los importantes avances que se han producido en las distintas técnicas auxiliares y que permiten una aproximación al medio donde se desarrollaban las sociedades del pasado, línea donde más ha avanzado la arqueologla durante los años 90. Esta obra pretende ser el primer intento de una Arqueología globalizadora en la ciudad de Granada: desde el trabajo de campo y el laboratorio, intentamos reconstruir una pequeña parcela de la Historia

de una ciudad con casi tres mil años de antigüedad. Sólo la yuxtaposición de otros trabajos con finalidades semejantes podrá llevarnos a conocer con cierta aproximación la configuración espacial y humana de la ciudad. Los hallazgos de materiales y objetos antiguos enlazona del Albaicín han sido consrantes a lo largo de toda su historia. Teniendo en cuenta los datos con los que actualmenre contamos, la antigüedad de la ocupación humana aquí no va más allá del siglo VII a.C.; claro que en una ciudad tan exrensa como la actual Granada pueden caber muchos yacimientos arqueológicos que responderían a entidades distintas; así, hay datos sobre la existencia de algunos restos de la Edad del Cobre en parre de la Alhambra, de la Edad del Bronce en disdntos puntos de la ciudad, del Bronce Final en la Gran Vía, ibéricos en la Calle Zacatín, en el Thiunfo o en la Plaza de Mariana Pineda y romanos en lugares tan dispares como los barrios de La Chana o El Zaidín Pero esos yacimientos, sin ser del todo independienres unos de otros, corresponderían a asentamientos humanos bien diferenciados de lo que aquí nos inreresa:lazona vieja del Albaicín, lo que se da en llamar Ncazaba Cadima (del árabe, "castillo o fortalezavieja"), que puede considerarse como el núcleo de lo que hoy es Granada y que comprendería, aproximadamente, l*zona existente entre la Cuesta de la Alhacaba, la plaza de San Nicolás, la Calle San Juan de los Reyes y la plaza de San Miguel Bajo.

Uno de los primeros problemas que suelen plantearse a la hora de abordar el estudio de la ciudad de Granada es la evolución de su nombre y el hecho de que para algunos no puede aceprarse la existencia de una ciudad en el Albaicín en época romana (lo que hay tras esta hipótesis debería conrrastarse con una publicación que aún esperamos). Si analizásemos la extensión de los restos hallados en el entorno del Albaicín nos encontraríamos que éstos aparecen dispersos por un área que superarla las 17 hectáreas de superficie, sin contar con las numerosas necrópolis que han sido localizadas, como era costumbre, en las probables entradas de la ciudad romana, si bien es cierro que ni han llegado hasta noso-

tros. Pero aunque nos encontramos con una ciudad de grandes dimensiones ftsicas con el status jurídico de municipium, no presenta muchos de los aspectos urbanlsticos y fisionomía que renemos en mente cuando de forma mecánica pensamos en una ciudad romana (teatros, anfiteatros u otros gran-

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des edificios construidos) debido, sin duda, a una formación excesivamente simplista de

lo que supo-

ne esa realidad urbana.

Hay algunos investigadores que consid"eran que una ciudad romana se parece a orra como dos goras de agua: al margen de los grandes edificios públicos (que, como veremos más adelante, sí existieron en el Albaicín), las ciudades romanas deberían tener una plaza enel centro de la misma (foro) y calles que se cruzaban en ángulo recto, todas ellas con grandes losas de piedras que formaríanlacalzada. En verdad, pocas ciudades del Occidente Romano responderían a estas características: la de Granada era una ciudad creada por los iberos, medio milenio antes de que los primeros romanos desembarcaran en las costas de la Península Ibérica (Escipión lo hizo en Ampurias en el 218 a.C.), y su fisionomía en época de Augusto (27 a.C.-14 d.C.), como en la de Tlajano un siglo más rarde, poco debió haber cambiado respecto al entramado urbano ibérico: las calles y los barrios debieron distribuirse con escasas reformas respecto a los períodos anteriores: así vemos cómo en algunas excavaciones (e. g. la del solar n" 2 de la plaza de San José, las casas construidas por los romanos en el altoimperio presentan idéntica disposición que las construidas por los iberos cinco siglos antes, hacia el año 300 a.C. (Burgos er al. 1997). En este sentido probablemente los principales cambios que sin duda debieron haberse producido se redujeron a la construcción de algunos edificios públicos (a las que sin duda habría que asociar los hallazgos de columnas en las excavaciones del Carmen de la Muralla dirigidas por Sotomayor y publicadas en 1984) y el foro, documentado en s. XVIII en las tristemente célebres excavaciones del Padre Flores (véase sobre este episoáio de la historia de Granada los trabajos de Roldán, l9S5 y Sotomayor, 1986). Granada, Pese a ser muy extensa, no fue una ciudad tan importante, desde el punto de vista administrativo, comq otras en el sur de la Península Ibérica. Nos enconrramos anre una ciudad que rápidamente capituló a las invasiones romanas con lo que apenas sufrió las embestidas de un ejército con los cambios que ese tipo de conquistas suelen provocar en la fisionomía de una ciudad. fuí se explica el hecho de que sea la segunda ciudad de la actual provincia de Granada que accede al statusjurídico de municipium (la primera es Almuñécar que alcanzó este derecho en época cesariana, entre el 45 y 27 a.C.), lo que implica, lógicamente, una colaboración profunda y sistemática con el nuevo poder romano que llevó a Roma a un respeto de las tradiciones y costumbres de los habitantes de la ciudad de Iliberri quienes pudieron mantener gran parte de su estructura econó mica y social, no sufriendo las profundas alteraciones de otros centros menos adeptos a Roma (viendo esto resulta lógico que los romanos mantuvieran el nombre de la ciudad al igual que hicieron en otros muchos casos como el de Guadix, Acci en ibérico y Colonia lulia Gemella Acci en época romana). fuí pues, no hay problemas en considerar válido que lo que los romanos llamaron Florentia lliberritana correspondería exacramenre a la ubicación de la población ibérica de lliberri, término de origen ibérico que, por ciertas concomitancias con el actual vasco podrla traducirse como "ciudad nueva" (del actual vasco iria, ciudad, y berri, nuevo, aunque esto no presupone una concordancia entre el ibérico y el actual vasco lo que debió provocar que entre ambos existieran préstamos lingüísticos). No es el único caso que conocemos: en el sur de Francia, cerca de Perpiñán, existe actualmente una población, llamada Elne, cuyo nombre anriguo es lliberri; al igual que la antigua Granada, también estuvo ocupada desde, al parecer, el siglo V o quizásYl a.C., si bien se sabe en relación a su evolución histórica hasta la Edad Media. Esta nominación aún hoy en día sigue tropezando con tergiversaciones y engaños históricos, consecuencia de intereses más o menos preclaros, que insisten en mantener una neblina diftcil de disipar y cuyos efectos se están haciendo ver de forma profunda en el estudio de nuestra Historia.

Hasta el presente, suelen utilizarse tres argumentos para determinar el nombre antiguo de una población actual: la toponimia, los textos escritos y los elementos epigráficos. Ninguno de ellos puede

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INTRODUCCIÓN

ser utilizado para la época ibérica, ya que esta cultura, si bien conocía la escrirura, lo hacía de una forma

muy limitada, por lo que nos ha legado pocos documentos escritos. Los romanos, a diferencia de los ellos, nos han dejado una documentación mucho más amplia; no hay que olvidar que nuesrro actual alfabeto es herencia suya, así como nuestra lengua. De los ües elementos a los que hemos hecho mención, la toponimia, la literatura y la epigrafta, contarnos con bastantes ejemplos en relación con la antigua Iliberri romana. En cuanto a la toponimia, resulta del todo coherente seguir la evolución de la palabra lliberrihxta la actual Elvira, cuya Sierra se sitúa en los márgenes septentrionales de la Vega. Como dato intermedio tenemos la expresión visigoda de Eliberri o Eliber refiriéndose a la misma población (en las monedas acuñadas en época de los reyes Recaredo, Viterico, Suintila, Chindasvinto o Égica). Pero la única referencia constatada en textos y en epígrafes que no plantean ningún género de duda acerca de su veracidad sobre la ubicación de una ciudad denominada de esa forma se refiere a la ciudad hispanomusulmana de Medinat llbira, situada en el término municipal de Atarfe, junto a la sierra del mismo nombre. Sin embargo, la actual Granada no ha mantenido ese nombre, y no existen relación alguna de carácter filológico entre lliberri y Garnata. Entonces ¿por qué defender que el nombre antiguo de la ciudad de Granada era lliberri, término, sin ningún género de duda, de origen ibérico? Llegados a este punto hay que echar mano de los antiguos escritores clásicos. En principio parece poco probable que se haya conservado en los textos el nombre de una ciudad ibérica, salvo que ésta haya tenido cierta importancia; en la ubicación de la Medinat llbira no existen restos ibéricos, aunque sí algunos romanos, entre ellos un gran número de tumbas que fueron excavadas en el siglo XIX y fechadas entre los siglos V o VI d.C., es decir, en plena época visigoda (Gómez Moreno 1888). Por tanto, si como defienden algunos autores, el topónimo (como apuntábamos, sin duda de origen ibérico) se ha fosilizado en un núcleo, éste debería haber estado ocupado en época ibérica, y ese, claramente, no es el caso de Medinat llbira. Resumidas cuentas, desde este punto de vista, no nos queda más remedio que acepmr que los topónimos pueden viajar en el espacio, al igual que perviven en el tiempo, y en el caso que nos ocupa así parece haber sucedido. Para saber algo más, nos desplazaremos hacia los textos escritos; son ellos los que, de forma implícita, nos refieren la continuidad del poblamiento desde época ibérica a épocaromana. Los romanos en su proceso de conquista de la Península Ibérica entre los siglos II y I a.C. sólo obligaban aI abandono de los oppida ibéricos cuando éstos se les enfrentaban, dejríndolos pervivir en el caso de que se convirtieran en aliados. De ambos casos tenemos ejemplos en la provincia de Granada: Molata de Casa Vieja

en Puebla de Don Fadrique o el Cerro de los Allozos en Montejícar fueron abandonados durante el proceso de conquista romana; otros como el Cerro del Real de Galera o el Albaicín, en Granada, continuaron en su ubicación anterior. De hecho, en el caso de lliberri, nos enconrramos anre un op?idum ibérico que debió apoyar el avance siendo "premiado" con la posibilidad de acuñar moneda (cualquier ciudad bajo el poder imperial debía pedir permiso al senado de Roma para poder emitir moneda), incluso con caracteres ibéricos. Para Leonardo Benévolo, importante urbanista italiano, el término de ciudad puede adoptarse en dos sentidos: para indicar la, organización concentrada e integrada de una sociedad o para indicar la escena física de esta sociedad (Benévolo , 1982). Es decir, que el concepto de ciudad puede tener dos acepciones bien disdntas aunque no necesariamente opuestas: la ciudad puede definirse como el conjunto de sus habitantes y sus relaciones socioeconómicas o bien representa solamente el entramado

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urbano en sí mismo, como entidad fisica. Si analizamos los textos de la antigüedad clásica observaremos cómo en ese momento y hasta la revolución industrial europea correspondía con la primera acepción de Benévolo. De hecho, es bien sabido que los habitantes de una .i.rdrd, si abanáonaban ésta, portaban consigo su nombre; de ello se desprende que el nombre no era una referencia topográfica, sino que representaba al conjunto de los habitantes de un lugar que, al trasladarse, manrenían con ellos el nombre de la misma; este ejemplo puede extraerse más claramenre a través de las lecturas de aurores clásicos como Tircídides (numerosas referencias en la Guerra del Peloponeso, e.g.: "... pues una ciudad consiste en sus hombre y no en unas murallas ni unas naves sin hombres."), Heródoto (en su Historia), Esquilo (Los Persas, 349. Reina: "¿Destruida no ha sido aún Atenas? Mensajero: "Mienrras queden habitantes, es un muro indestructible") o Sófocles (Edipo Re¡ 56. Sacerdote: ..."siendo soberano de esta tierra, mejor es que la gobiernes bien poblada como ahora está, que no que reines en un desierto; Porque de nada sirve una fortaleza o una nave sin ciudadanos que la gobiernen").

El traslado de un topónimo, por otra parte, no afecta cuand"o se trara de la fundación de una colonia por parte de una metrópolis, en cuyas circunstancias la nueva ciudad recibe, lógicamente, un nuevo nombre, ya que la anterior sigue con parte de su población original. Es decir, si como aceptamos en la reflexión anterior, el término llibeni viajó en el espacio, es muy probable que lo haya hecht como consecuencia de que los habitantes han cambiado su lugar de asenramienro, portando con ellos el nombre de su ciudad.

Por último, nos queda analizar la epigrafía. Aquí topamos con un viejo problema que ha hecho rnucho daño a la imagen de la arqueología granadina, la tan nombrada historia de Juan de Flores, quien realizó unas más que sospechosas excavaciones en el Albaicín, en una calle hoy desaparecida pero de sugerente nombre (Calle del Tesoro, que comunicaba la Cuesta de María la Miel con la Calle del Pilar Seco), en las que dijo encontrar numerosas muestras del pasado romano de la ciudad: resros arquitectónicos de un foro, inscripciones que hacían referencia a lliberri, etc. Todo ello forma parte de un capítulo de falsedades a medias y de aspectos aún ignotos, pero que respondían a una r.alidad social y cultural de la Granada del siglo XWII. Independientemente de que algunas, o incluso muchas de las inscripciones fueran falsas, parece quedar claro que otras, halladas en distinros momentos y en distintos puntos del Albaicín, no lo son en absoluto. De ser cierto el planteamiento que justifica la presencia de epígrafes romanos en esta ciudad como consecuencia del coleccionismo que caracre rizó alaEuropa del Renacimiento en Granada, tal y como hacen aún algunos autores (Malpica, 2000a), lo lógico hubiera sido introducir inscripciones procedentes de cualquier ciudad, pero no es así: entre rodas estas inscripciones, el único nombre referente a una entidad urbana que ha aparecido expresamente citado en los epígrafes localizados en la ciudad de Granadaes lliberri. Además, existe la circunsrancia de que algunas de las inscripciones fueron utilizadas como material de construcción en esrructuras anteriores a la llegada de los cristianos en 1492,lo que invalidaría definitivamente aquella hipótesis de coleccionismo. Recientemente, en una excavación de urgencia rcalizadajunto a laPlaza de San Miguel Bajo, se localizó otra inscripción que formaba parte de un relleno generado en la Edad Media (había sido reu:llizada según Parece ser por las cinco oquedades que presenra, circulares con fondo cóncavo dispuestas como los cinco Puntos de un dado, una en el centro y otras tantas en cada esquina)

la epigrafía, como cualquier otra fuente, presenta algunos problemas con los que debemos contar. En primer luga¡ existe cierta movilidad material de un epígrafe para ser reutilizado como, por ejemplo, material de construcción. De hecho, la mayor parte de las inscripciones romanas documentadas a lo largo de los siglos están en posición secundaria, sea reutilizadas o en rellenos sin contexto estructural. Thmpoco hay que olvidar que no hay, necesariamenre, una relación directa entre un topónimo presente en una epigrafia y la ubicación original de la misma. Cuando se realiza una inscripción Pero

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INTRODUCCIÓN

honorífica a un personaje, es frecuente que se incluya la referencia a su lugar de origen: en Priego de Córdoba apareció, sin ir más lejos, una inscripción honorífica a un personaje de llurco,lo que nos indica que tampoco podemos determinar una relación directa entre la aparición de una inscripción y la existencia o ubicación de una ciudad romana.

No obstante, sin negar que

las inscripciones pueden aparecer en lugares de

lo

m¿ís dispar

y sin nece-

sidad de existir una relación directa, sí es cierto que la concentración de los hallazgos debe ser representativo de cierta realidad; y esto es lo que hay que explicar. En ese sentido nadie duda que la ciudad romana de Acci (conocida con el nombre completo de Colonia lulia Gemelk Acci) se encuentra bajo la actual Guadix, y tampoco han aparecido restos de entidad ni inscripciones in situ; inchxo, recientemente ha tenido lugar el hallazgo de una inscripción haciendo referencia a habitantes de Acci cerca de Iznalloz, a más de cuarenta kilómetros de la ubicación de la Colonia romana (Pastor 2000). Hasta el momento se

han estudiado casi unas 30 inscripciones del Albaicín, algunas en la Alhambra (dos o tres) y una de Cartuja; pero en el entorno de la Vega aparecen muchas más, que posiblemente nos permitan precisar el control de una ciudad sobre su territorio. Y es que una ciudad romana tenía unas tierras (ager), en nuestro caso las que podrían denominars e el ager iliberritanus o territorio de Ia ciudad de lliberri, donde es normal que aparezcan igualmente inscripciones relacionadas con el núcleo poblacional.

El conjunto de la Vega de Granada y sus aledaños más inmediatos parecen estar repartidas en tres importantes núcleos en época romana: Baxo, Ilurco e lliberri, de modo que algunos autotes establecen una distribución del dger correspondiente a cada una de ellas en relación a las inscripciones aparecidas; así, a llurco (Cerro de los Infantes, Pinos Puente) se asociarían los hallazgos de La Malahá, Alomartes, Molinos del Rey, Íllorr, Moclín, Ánsola o Brácana; a Baxo (aún no identificada), Moraleda de Zafayona, El Salar, Algarinejo, Loja, Ventas deZafarraya y Los Baños de Alhama. Con referencia expllcita a llibeni existen ocho inscripciones repartidas por Píñar, Cogollos Vega, Güevéjar, Peligros, Atarfe, Albolote, LaZubia y Las Gabias. A partir de la dispersión espacial de este conjunto de inscripciones podemos aproximarnos a la extensión del territorio de cada una de las ciudades, que en el caso de Iliberri, comprendería toda la zona oriental de la Vega y su salida natural hacia el norte, hasta llegar a la zona delznalloz, donde, según la inscripción a la que haclamos referencia con anterioridad, debería limitar con el territorio de la colonia de Acci; la zona nordoccidental de la Vega de Granada probablemente quedarla bajo el control del rnunicipium de llurco y Ia suroccidental de Baxo. Analizados todos los argumentos anteriores y visto algunos pros y contras, no nos queda sino volver la mirada hacia los datos que nos proporciona la fuqueología. Son muy pocas las excavaciones que se han llevado de forma más o menos rigurosa en el Albaicín; de hecho, muchas de ellas ni tan siquiera han publicado sus resultados, lo que hace difícil contextualizar espacial y estratigráficamente los hallazgos. A ello hay que unirle las constantes remociones y reestructuraciones urbanísticas que el Albaicín ha sufrido a lo largo de su historia y especialmente en dos momentos, en el siglo XI y en los siglos XVI/XVII, lo que ha provocado un profundo cambio de su fisonomla por un lado y un pésimo estado de conservación de restos arqueológicos, por otro. Así con todo, en algunas ocasiones pueden aparecer elementos de cierta entidad, como la imponente muralla ibérica documentada en el solar de la Mezquita de San Nicolás (Casado et al. 1998), los restos de columnas romanas localizados en el Carmen de la Muralla (Sotomayor et al. 1984),la domus con patio porticado del Callejón de los

Negros (sin publicar) o la cisterna ibérica de la Casa del Almirante (en estudio), al margen de elementos aislados de mayor o menos entidad dispersados por una superficie que ronda las 17 hectáreas; sin olvidar la importante actividad artesanal que se desarrollaría en su entorno más inmediato, como lo demuestra el importante conjunto de hornos romanos localizados en Cartuja (Sotomayor 1966; Sotomayor 1970).

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La configuración de la ciudad romana se completa con los restos de las necrópolis romanas que han sido documentadas en distintos puntos de la ciudad antigua y que permiten dibu;"r los límites de la

misma, así como sus principales accesos, puesto que, como es sabido, en las ciudades romanas los cementerios se ubicaban extramuros bordeando los caminos que de la ciudad salían. Así tenemos los hallazgos de la Calle Panaderos, junto a PlazaLarga (Burgos etal. l99la; Burgos et al. 1991b), de la Calle de la Colcha (sin publicar y que quizás sean prolongación de los ,.rro, d. otro posible núcleo funerario en el entorno de la Iglesia de San José), en el Camino del Sacromonte y j.rnto a la Iglesia de San Juan de los Reyes (ambas referidas por Gómez Moreno), en San Miguel Alto (ciertas referencias en Burgos et al. 1991c) y en el Mirador de Rolando (con continuidad desde el siglo VI a.C., furibas 1967). Este conjunto de seis necrópolis nos está indicando la ubicación de una serie de puemas de acceso a la ciudad que, en líneas generales, coinciden con las puerras medievales: la del Sacromonte con la llamada Puerta de Guadix, la de Panaderos con el Arco de las Pesas, la de San Juan de los Reyes con el Puente del Cadí y la de la Colcha con la de Los Estereros. Las orras dos necrópolis pueden tener significado distinto, sobre todo la ubicada en el Mirador de Rolando que debió ser la consecuencia de la permanencia de la necrópolis ibérica preexistente.

En definitiva, y analizados todos los argumentos anteriores no hay ninguna duda sobre la existencia de un importante oppidum ibérico (unas 15 hectáreas) que pervivió en época romana, cambiando solamente algunos aspectos de su estructura urbana, pero no todos, pudienáo hablarse de una continuidad poblacional y urbanística, ya que se trara de una verdadera ciudad indígena que simplemente perdura en época romana, presencia esta última que además debió potenciar la actividad económica de este importante núcleo, ya que se vio ampliado, aunque a decir verdad, no demasiado (hasta unas 17 hectáreas), sobre todo en la ladera sudoeste, hacia la Calle Elvira, como puede verse por los numerosos restos de estructuras romanas documentados en las excavaciones que se han realizado en ese entorno, aunque aún no han sido publicadas. Llamar lliberri a esta ciudad parece que resulta lógico a tenor de los numerosos argumentos que apuntan en esa dirección. Para conseguir un importante avance en el conocimiento hay que ponerse atrabapr en equipos cada

vez mejor integrados, donde, lejos de discusiones y confrontaciones nada fértiles se establezcan canales de comunicación fluidos que favorezcan el intercambio de información, ya que es la única forma de que la Arqueología, y por ende, la Historia, se convierta en el verdadero objetivo de nuesrro trabajo de gestión y de investigación. Hay que exigir una calidad, una profesionalización en el sentido más amplio de la palabra, del arqueólogo, para que realice su actividad con garantía para ély parala comunidal en general.

Lo contrario, establecer un sistema dividido, sin control, donde pueden darse como válidas una serie de conclusiones sin considerar una premisa sólida y en muchas ocasiones partiendo de valoraciones mecanicistas, prácticamente ex nihilo, por falta de información o de comunicación es demasiado fácil, pero nada ventajoso: las publicaciones, los comentarios, las reflexiones, y las críticas son buenas y absolutamente necesarias para el avance en el conocimiento, para seguir siendo filósofos en el sentido etimológico de la palabra: amanres del saber.

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