INTRODUCCIÓN AL MATRIMONIO CATÓLICO

May 24, 2017 | Autor: Rufino Cabello | Categoría: Cristianismo, Matrimonio, Iglesia, Catolicismo, Matrimonio católico
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Descripción

Para mis nietos y para vosotros

INTRODUCCIÓN AL MATRIMONIO CATÓLICO

RUFINO CABELLO MORENO MARZO 2016

MIS DESEOS Juan Bautista Arriaza

Si Dios Omnipotente me mandara de sus dones tomar el que quisiera ni el oro ni la plata le pidiera ni imperios ni coronas deseara.

Si un sublime talento me bastara para vivir feliz, yo lo eligiera. Más cuantos sabios referir pudiera a quien su misma ciencia costó cara.

Yo solo pido al Todopoderoso me conceda propicio estos tres dones con que vivir en paz y ser dichoso.

Un fiel amor, en todas ocasiones; Un corazón sencillo y generoso y juicio que dirija mis acciones.

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PRÓLOGO Hoy hablaremos del matrimonio católico, (en adelante m. c.), antes de que esta palabra pierda su significado, debido al acoso que soporta desde hace décadas, por estar inmerso en una cultura dominante materialista y atea, pasando a ser algo marginal, en la sociedad; que querámoslo o no, sigue sustentándose en los matrimonios, para crecer y desarrollarse. Y preocupa que sean demasiados los contrayentes, que acuden al m. c. sin preparación alguna, por la frivolidad con la que es tratada esta institución divina, dando origen a más del 65% de los fracasos. Esto me sugiere traer a colación el texto de Mateo (Mt 7:24-27), que dice así: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a aquel hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa, pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a aquel hombre necio, que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente». La falta de cultura matrimonial, que no de matrimonios, es algo que siempre ha existido; antes por la mojigatería reinante, y ahora por todo lo contrario. El caso es que siempre se ha ido al m. c. sin preparación alguna o muy deficiente, dejándolo prácticamente todo a la propia naturaleza; ignorando con ello poner los cimientos en la roca, para sustentar debidamente el matrimonio, el hogar y la familia. Por lo que pretendo ahora, modestamente es dar a conocer los elementos necesarios para construir los cimientos del m. c. en la roca viva, con ayuda de la GER y el aliño de la experiencia. A vosotros os corresponderá después, edificar sobre dichos cimientos vuestro hogar y familia, para vivir felizmente vuestro matrimonio.

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Este texto, lo doy a conocer, porque está aprobado, por autoridad eclesiástica y es de fácil comprensión Os deseo, que algún día, os pueda servir de gran utilidad, si eligieseis el m. c. como estado de vida.

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INTRODUCCIÓN Matrimonio, viene de la contracción latina matris munium, igual a funciones, tareas, oficios de la madre; como patrimonio se refiere a los del padre. Es decir, que el nombre de matrimonio (m.) aunque aceptado por todo el mundo, desnaturaliza la esencialidad de «la unión del hombre y la mujer, con el fin de procrear, y ayudarse mutuamente, toda la vida». Que esto, sí es el matrimonio. El m. lo instituyó Dios, para fundar su propio pueblo, el de Israel. Y para darle mayor solemnidad por su importancia transcendental, Él mismo ofició la boda, y puso las condiciones precisas que se han de cumplir para garantizar el éxito matrimonial y que así se hiciera de generación en generación. Por lo que ninguna ley humana, puede alterar la naturaleza y finalidad del m. fijado por Dios, al principio del hombre y la mujer. Las normas que Dios impuso al hombre y a la mujer, para que siguieran siempre unidos en el m. han llegado a nuestros días a través de la Iglesia, porque como Adán y Eva no sabían leer, Dios las gravó en su mente y en su corazón, como ley natural. Después, Nuestro Señor Jesucristo, potenció el matrimonio, naciendo en Uno, en el que vivió 30 años; bendijo la boda de Caná, donde se dio a conocer, restableció las normas, y lo elevó a Sacramento Magnum. (Esto supone que si un bautizado, se casara solamente por lo civil, tal unión sería un concubinato). La Iglesia depositaria de las normas, se encargará después, de matizarlas, hasta quedar el decálogo actual, de uso obligatorio para los católicos. Reglas que generalmente no se cumplen por su desconocimiento; y de ahí el fracaso de tantos matrimonios. Pues hablemos ya de las reglas, para construir los cimientos del m. c.; el resto sería, como ya he dicho, cosa vuestra.

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DECÁLOGO MATRIMONIAL Todo empezó cuando Dios creó a Adán y le colocó en un huerto, que debía ser como un zoo completo, en medio de un arboreto. Y cuando éste puso nombre a todo bicho viviente, que por allí circulaba, parece que se aburría. Y entonces se dijo Dios: «No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gn 2:18). Y el Señor anestesió a Adán, le sacó una costilla y formó a una mujer y se la presentó; que al verla exclamó: «Ahora sí que esto es huesos de mis huesos y carne de mi carne». Se había producido un poderoso atractivo entre el hombre y la mujer; el milagro del enamoramiento. Y de ahí surgió la primera regla.

ARTÍCULO I «Los contrayentes deberán atraerse mutuamente a través del amor espiritual Ágape y del amor físico de Eros». El “eros”, está hoy al principio, en el mayor número de las relaciones matrimoniales. Es un amor de concupiscencia, pero en el sentido más noble. El “eros” busca complemento, enriquecimiento de vida, felicidad, plenitud en el ser amado. ¿Por qué? Sexo viene de sección, corte, separación. Y cuando algo se separa de la matriz de forma violenta, surge un fuerte deseo entre ambos, de volver a unirse, para ser felices. Si a un hombre le cortaran un brazo, estará deseando siempre la unión del brazo con su cuerpo; y el brazo de unirse a él, si pudiera pensar. Por eso cuando Adán se despertó y vio a Eva, deseó unirse a ella por ser hueso de sus huesos y carne de su carne. De ahí que el “eros” sea un amor centrípeto, de atracción carnal y egoísta. Pero con el tiempo no bastará el “eros” para sobrellevar todas las obligaciones del matrimonio, pues todas esas fuerzas se consumen lentamente. Por lo que el amor sensible tiene que unirse a aquel otro amor que S. Pablo llama “Ágape” o amor sobrenatural, que crece paulatinamente. De lo contrario el matrimonio está llamado al fracaso. Porque el “ágape” es paciente, benigno, desinteresado; no busca el enriquecimiento vital del propio yo, sino el 6

de la persona amada. No pretende ser feliz, sino hacer feliz al otro. Es un amor centrífugo, generoso, eterno. Al eros y al ágape, les es propicia una fuerza transformadora y así penetran y acrisolan lo sexual en el hombre, no para suprimirlo sino para ennoblecerlo. Esto excluye ir al matrimonio sólo por el atractivo físico, que es efímero; por el dinero; como remedio a la soledad; para resolver la vida; por consejo y menos por imposición.

ARTÍCULO II Este artículo se puede considerar como consecuencia del anterior; y dice así: «Los contrayentes irán totalmente libres al matrimonio para que éste sea válido». La libertad implica que ninguno de los dos va obligado por algo o por alguien, ni va engañado por el otro. Pío XI nos dice en Casti Connubii: «El matrimonio tiene solamente lugar a través del libre consentimiento de ambos cónyuges, objeto de esta unión de voluntades, que no puede ser sustituida, por ningún poder humano. Es con todo, solamente esto, que los contrayentes quieran o no contraer realmente matrimonio y a decir verdad, con una determinada persona». El noviazgo tiene como finalidad conocer a fondo todo lo que forma parte de la otra persona, en el sentido más amplio; como los factores y cualidades, que pueden enriquecer el amor “ágape” y aquellos que nos hagan pensar que hemos elegido con grandes posibilidades de acierto a nuestra futura pareja, con la que estamos llamados a ser felices, toda la vida. Además el conocimiento no se limita solo al de la persona amada, sino que también es necesario conocer el “pedigree” de su familia; padres y hermanos, porque sabemos que lo normal es que las rosas se den sólo en los rosales y que los olmos no den peras. 7

Este bagaje de conocimientos, que no es único, es muy conveniente, porque el matrimonio católico, una vez consumado, no tiene vuelta atrás. Por lo que de novios, sólo hay que seguir lo que dicten el entendimiento y el corazón. Sin desdeñar para nada el consejo de los padres si lo hubiera, aunque no sea obligatorio seguirlo. Pero sí habrá que tener en cuenta, que el “eros” tiene anteojeras y el “ágape” anteojos, por lo que cara al futuro, siempre debe prevalecer éste sobre aquel, aunque a veces no resulta fácil. Esto aconseja embridar al “ágape” y al “eros” como si fueran dos caballos desbocados sobre los que se cabalga, hacia un futuro imaginario todo feliz. Por otra parte, la naturaleza del matrimonio está completamente sustraída al capricho de los contrayentes, de modo que quien haya contraído una vez el matrimonio, se someta a las leyes divinas y a la naturaleza intrínseca del mismo. Superado lo anterior, antes de ir al altar, hay que pasar la prueba del cedazo de la Iglesia, que se desarrolla a continuación.

ARTÍCULO III «No podrá haber ningún impedimento que pueda anular el matrimonio». No hay que olvidar que estamos hablando del matrimonio católico, y es por lo tanto la Iglesia la que pone las condiciones, por razones protectoras a sus miembros. Por lo que no se podrá contraer matrimonio cuando haya causas que lo impidan, y que se relacionan a continuación como las más comunes: -

Que sean del mismo sexo: dos lesbianas o dos gays.

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Por defecto de capacidad: defecto de uso de razón o demencia.

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Por minoría de edad: el varón menor de 16 años y la mujer menor de 14 años.

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Por defecto de sexo: hermafroditas o pseudohermafroditismo.

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Por impotencia o esterilidad.

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Por ligamen: que esté casado aunque el matrimonio no se haya consumado.

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Orden sagrada: voto solemne, simple o de castidad.

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Razones de consanguinidad: Relaciones familiares próximas

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Otras: impedimento del crimen, rapto, prohibiciones cautelares, etc.

Si se desea ampliar la relación de las mismas se pueden consultar con el obispado o en internet. Si no se encuentra impedimento alguno y hay decisión firme de ir al altar, insisto en la conveniencia o, mejor, en la necesidad de que los contrayentes sepan claramente qué es el matrimonio, el por qué y para qué. Ello les abrirá los ojos sobre el paso que van a dar. Pues como ya se ha dicho, el matrimonio católico es irreversible. Para ello empezamos con las mismas palabras que dijo Dios a Adán y Eva cuando les casó. ARTÍCULO IV «Por esta razón dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán un solo cuerpo» (Gn 2:24). Es decir, Dios creó al hombre como guinda del pastel de la creación, y como éste se aburría solo, creó después a la mujer, como ayuda adecuada al hombre. Por eso somos complementarios, no iguales, (aunque les duela a las feministas); y con esas palabras les unió en matrimonio exclusivista para toda la vida. Además, está fuera de duda que después de la “picia” de Eva con la manzana, Dios concedió al hombre ser cabeza y jefe de la familia (Gn 3:16). Y también se afirma, en el enunciado de este ARTÍCULO, que dice Dios (lo digo en presente porque sus palabras no pasan): «El hombre se unirá a su mujer y los dos serán un solo cuerpo». Por lo tanto es obvio que en ese estado ninguno de los dos puede decidir ni actuar en solitario en algo que afecte a los dos. Por lo que necesariamen-

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te se deberá buscar el acuerdo entre ambos cónyuges, y si no lo hubiese prevalecerá la opinión del hombre, como cabeza y jefe de la familia. Esto tiene que ser así siempre, y cuando no es así, se obtiene un alto coste matrimonial con cargo al debe. Y ahora, veamos con detenimiento lo que dice la primera parte de este artículo. «Por esta razón dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer». Huelga decir, que en el padre y la madre con mayor razón están excluidos todos los demás. Ello no excluye, la obligación de todos los hijos, por precepto divino, de atender a los padres cuando estos lo necesiten. Es la única excepción. No obstante, nada impide acoger en el hogar a otra persona, temporal o indefinidamente, si previamente los dos cónyuges lo acuerdan expresa y libremente. Este acuerdo quedaría invalidado cuando uno de los dos así lo decidiera, sin necesidad de dar razones, porque cualquiera de los dos cónyuges está por encima de cualquier otra persona, esté o no amparada por parentesco, amistad o compromiso. Así debe ser, para que el matrimonio sea solo cosa de dos y no se resienta por influencias externas, en desviaciones de afectividad, con efecto preferencial y con deterioro de la fidelidad en el amor conyugal, causando serios daños al matrimonio por violar su intimidad y unión. En este sentido, es forzoso destacar, la gran influencia negativa que ejerce el MATRIARCADO en el matrimonio, hasta llegar a destruirlo en sus cimientos. Se denomina así, al «sistema de organización social, en la que se da preferencia al parentesco por línea materna» (D.L.E.). Por tanto este sistema, se opone frontalmente a lo ordenado por el mismo Dios en este precepto, por lo que practicarlo es una falta muy grave, que se perdona, si se llega a tiempo, con la reparación; compartiendo la arena, la esposa y su familia. Porque preferencia quiere decir: ventaja, primacía, predilección; en este caso, de la familia de la esposa sobre el esposo. Esto es una abe10

rración sangrante de consecuencias funestas, por la infidelidad afectiva, manifiesta y constante, instaurada en el matrimonio. Por ello hay que tener siempre presente que, como cónyuge, siempre se está unido al otro, y como tal, forma parte de los dos grandes amores de este mundo, junto con el de los hijos. Y que estos amores por ley natural y divina, se anteponen a todos los demás, sin excepciones; y hay que anteponerlos siempre. Y quién no lo entienda así, ha equivocado el camino. Pues que “nadie” venga a romper esa unión tan necesaria, porque lo que Dios ha unido que “nadie” lo separe. Nota: Patriarcado: es dignidad de patriarca; y/o ejercicios de sus funciones. (D.L.E) Ahora veamos por qué y para qué fundó Dios el matrimonio y con que mimbres.

ARTÍCULO V El matrimonio tiene los siguientes fines de obligado cumplimiento: A- La procreación, crianza y educación de los hijos como fin principal. Esto nos viene dado en la Biblia cuando nos dice Dios: «Creced y multiplicaos, llenad la Tierra y sometedla». Este objetivo por su importancia y extensión, se desarrolla en estudio a parte, para dar un trato preferente a la familia. B- La unión y ayuda mutua en todas y cada una de las circunstancias, que se presentan en la vida matrimonial. Este objetivo nace de dos enunciados que ya se han comentado antes: «No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una ayuda adecuada»; y en el artículo anterior: «El hombre se unirá a su mujer y los dos serán uno solo». En la ceremonia se advierte que estaréis siempre unidos, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.

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Fundamentalmente se refiere a compartir los cuidados, afanes y trabajos de sacar adelante una familia y un hogar según lo específico de cada uno de los esposos; de tal modo que dándose un auxilio recíproco, se extienda a un fin superior dentro del amor, como los derechos y obligaciones subjetivas entre marido y mujer, en la convivencia diaria; porque al ser complementarios, somos diferentes y esto nos hace vulnerables a los distintos roces por la diversidad de criterios. Pero el ágape, con la ayuda del eros, deben hacer su trabajo buscando siempre el perdón y el acoplamiento, para que aún arrastrando esas diferencias, el matrimonio siga caminando felizmente y prestándose toda la ayuda necesaria, lo mismo en la enfermedad, que en la pobreza, como en cualquier desgracia o contratiempo, haciéndolo florecer impregnado de amor. Las tareas del hogar y crianza de los hijos, que a cada cual corresponde, es bonito y necesario realizarlos, sin llevar su contabilidad. El trabajo no es castigo, es un bien que Dios nos da y que satisface mucho poder hacerlo, para la felicidad personal y de las personas queridas, porque es algo que da sentido a la vida. Esa es la paga que se anticipa y suple al agradecimiento expreso, en palabras o presentes. Aunque es verdad, que algunas veces aprendamos unos de otros, generalmente no hay razón alguna justificada, para cultivar las envidias, porque no aportan nada positivo al matrimonio ni son fiables ya que sólo vemos la fachada del vecino. Seamos nosotros mismos, porque además no podemos esclavizarnos a seguir la estela de otros, que son otros; nosotros no somos ovejas. Quizás si cuidásemos con suficiente esmero nuestro huerto, tendría mejores frutos que los del vecino. Y si no al tiempo. El lecho matrimonial o tálamo, por sus funciones, es lo más sagrado de la casa, llamado el altar del hogar en algunas civilizaciones y como tal debe ser respetado siempre. No debiendo ser utilizado para menesteres escasamente nobles, ni tampoco quebrar su finalidad. C- “Caminarán juntos mientras vivan”

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Porque la unión de los dos es íntima y total, más íntima y prevalente que la de padres e hijos, una unión de características fundamentalmente distintas, ya que se trata de una unión que también es de orden física, corporal, conyugal; sin descuidar la espiritual, psicológica, cultural, moral y personal. Todo esto y más está comprendido o al menos sugerido, en el término hebreo “dabag” aglutinar, adherirse, unirse íntimamente hombre y mujer. Y así, y esto es una constante, deberán caminar en el matrimonio tirando los dos del carro, como una pareja de bueyes uncidos, de tal forma que ninguno vaya por libre. Esto, antes se materializaba simbólicamente, en el día de la boda, con una cinta o tela, que cubría a los dos por los hombros, haciendo de yugo. Naturalmente, nada impide que cada cual, actúe, libremente en sus funciones diarias con cargo a su profesión laboral y las concernientes a las de su rol familiar; así como las delegadas por el otro de forma tácita o expresa: como cuando éste es escasamente activo, está volcado en su profesión, o es esquizoide. Y naturalmente, aquellas que son intrascendentes o asépticas y en nada perjudican el matrimonio, ni a la familia. Pero se requiere que haya siempre acuerdo expreso o tácito. Lo bueno es hacer juntos todo aquello que podamos hacer juntos, como las tareas domésticas, las comidas, los rezos, asistencia a celebraciones religiosas, culturales, sociales, excursiones, viajes, paseos, etc. Y sobre todo, la asistencia a los hijos, en todas sus necesidades. D- “Remedio de la concupiscencia” Por propia experiencia, toda persona conoce el principio de desorden en ella latente, consecuencia del pecado original. Ese principio se manifiesta en la dificultad que el hombre tiene para conducirse en sus actos, de acuerdo con el dictado de la recta razón. De ahí que el recto orden, de la tendencia sexual, deba ser encauzado, en función del fin, que le es propio y en razón del cual, Dios le ha puesto en la naturaleza humana. Hay efectivamente tanto en el matrimonio, como en el uso del derecho conyugal, otros fines secundarios, además de la mitigación de la concupiscencia,

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cuya prosecución, en modo alguno, está negada a los esposos, siempre que quede a salvo, la naturaleza intrínseca del acto conyugal y por tanto, su debida ordenación al fin primario. Por lo que nadie, por razones egoístas, debe impedir un derecho del matrimonio. Pues bien, para remachar este fin, está el siguiente artículo.

ARTÍCULO VI «Derecho y deber del débito conyugal» El acto conyugal rectamente realizado, para el que los esposos se conceden mutuamente derecho, al contraer matrimonio, es por su propia esencia, honesto, digno y meritorio. El derecho a pedir el débito conyugal (es decir, aceptar y secundar la unión carnal), compete por igual a ambos esposos, de manera que hay obligación de darlo, siempre y cuando uno de los cónyuges, lo pida justa y razonablemente. Y esto por una razón de justicia y bajo pecado grave, en virtud del vínculo matrimonial, que recae precisamente sobre esta materia. Por eso dice la Sagrada Escritura: «El marido páguele a la esposa lo que es debido, e igualmente también la mujer al marido. La mujer no es dueña de su cuerpo, sino el marido, e igualmente tampoco el marido es dueño de su propio cuerpo, sino la mujer» (Cor. 7:3-4). Esta obligación, admite parvedad de materia, si existe justa causa. El derecho al débito conyugal y por consiguiente el relativo deber, cede su fuerza vinculante, cuando hay razones graves que la impidan. Por ejemplo, cuando el uso del matrimonio comparte un daño para la salud de uno de los cónyuges, o de la prole ya concebida; cuando el inmoderado deseo, por una de las partes, lo convierte en tortura para la otra, etc. Si todo funciona debidamente, se evitan las infidelidades; algo posiblemente inevitable, cuando alguno es reacio a cumplir con su obligación.

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Nota: Debe tenerse en cuenta que ni el remedio de la concupiscencia, ni el débito conyugal, son apartados que den protagonismo a los novios. Éstos deberán respetarse en sus cuerpos y espíritus, por el auténtico amor que se profesan y mantenerse en la castidad mientras dure el celibato. El poder del sexo, como instintivo impulso vital, está por su naturaleza, orientado a un fin que rebasa la esfera de lo individual: es un presupuesto para la propagación de la especie humana. Para salvaguardar un acto que es propio del matrimonio, Dios nos ha concedido, a diferencia de a los animales, el pudor, el conocimiento y la libertad, para dominar y espiritualizar la energía sexual y vivir castamente. Y no es una opresión antinatural, sino de una verdadera superación. Al mismo tiempo, el pudor deja que el amor crezca y madure, como fruta en el árbol, para poder servirla. Aunque la cultura actual, no está en esta línea por ser claramente hedonista, para los católicos que vivimos en este mundo, pero no somos de él, es bueno respetar a Dios, porque es Dios y a la pareja si la profesamos un verdadero amor. Y no es raro, me decía un sacerdote, de mi edad, ex profesor de la Universidad, que hoy como ayer, vayan parejas de novios vírgenes al matrimonio. Porque, si no es así, sería como empezar el banquete por el postre.

ARTÍCULO VII «Se exige la igualdad de ambos en la dignidad personal y destino sobrenatural, debiendo permitir al consorte libertad para ejercer sus actos de fe, veneración y caridad». Es natural que ambos cónyuges, gocen de igual dignidad personal, aunque procedan de distinta escala social, distinto nivel cultural o de distinta raza, porque por la propia naturaleza intrínseca del matrimonio, no caben diferencias de trato, ni de consideración de ningún tipo. Por lo que está fuera de lugar, que uno se avergüence del otro, o le trate con menosprecio o falta de respeto, cuando debe ser todo lo contrario, incluso aunque su comportamiento habitual no sea un ejemplo a seguir. 15

Por lo tanto, en cualquier reunión familiar o social, grande o pequeña y en cualquier circunstancia, al consorte se le debe dar un trato igual o moderadamente mejor que a los demás, por obligación, por su dignidad, por lo que es y representa para el otro. Eso es lo preceptivo y natural. Igualmente en las conversaciones con amigos, conocidos o familiares, sería muy positivo poner medallas a la pareja, máxime si son merecidas, o simplemente elogiarla si llega la ocasión, reconociendo sus méritos, aunque sea con coste propio. Así como reconocer sus valores sin testigos. Esto para el aludido, es de una gran satisfacción y el otro demostraría cariño, nobleza, humildad y generosidad; robusteciendo con ello la necesaria felicidad del matrimonio. En este sentido podemos resumir que lo importante, es que si un consorte habla o actúa respecto al otro, que sea aséptico o para elogiarlo. Sin discursos, que no proceden; con una frase, una palabra o un gesto es suficiente. Estas cosas ayudarán mucho a la felicidad del matrimonio, porque los dos cónyuges se sentirán queridos el uno por el otro.

ARTÍCULO VIII «El matrimonio también por su naturaleza será una unidad económica». El aspecto económico del matrimonio, incluso enfocado desde el punto de vista de la creación de una familia; que en último término sea también una unidad económica necesaria para hacer frente a las necesidades creadas por el medio ambiente. Esto es un hecho, sociológico importante. Cualquier otra presunción, estaría fuera de lugar. El matrimonio es la institución humana hecha por Dios y no le caben enmiendas. La Ley Civil, apoyada en estas premisas, llama “bienes gananciales”, a todo lo que ingresa el matrimonio, a través de cualquiera de los cónyuges o de am-

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bos, así como la comunidad de gastos e inversiones, como una sociedad limitada. Es decir, sólo admite una sola “caja” para entradas y salidas. Pues que sea así, para que el matrimonio siga vivo y feliz.

ARTÍCULO IX «Consentimiento expreso de ambos». El consentimiento es el acto jurídico creador del matrimonio, y los restantes elementos, que concurren en su validez, actúan como requisitos personales o formales previos, para que el consentimiento pueda desplegar su natural eficacia. Por el consentimiento, se produce la entrega y aceptación, de los mutuos derechos y deberes sobre el cuerpo de la otra parte. Tales derechos y obligaciones, se refieren a los actos propios de la procreación, quedando pues excluidos del ámbito consensual, los actos que tengan la calificación de torpes o inmorales. Para que haya consentimiento matrimonial, se requiere ciertas exigencias de capacidad, voluntariedad y manifestación externa. El “SÍ QUIERO”, es equivalente a un juramento ante Dios y ante los hombres. Y esto exige su cumplimiento por encima del propio “yo”, de todas y cada una de sus obligaciones. El beso que sella el pacto, es como el apretón de manos entre caballeros que lo son; pero más íntimo, haciendo que el vínculo conyugal sea inviolable en todos sus términos. Si se rompe por alguno de ellos, que Dios se lo demande. Como en todo sacramento hay un ministro, una materia y una forma. En el matrimonio son ministros los propios contrayentes. La materia afecta al objeto sobre el que recae el contrato; el derecho mutuo, sobre los cuerpos de los contrayentes. La forma es el mismo consentimiento. Es requerido, la presencia del párroco, del ordinario del lugar u otro sacerdote con la debida delegación, como testigo particularmente cualificado, en orden a bendecir la unión.

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ARTÍCULO X «El matrimonio es indisoluble y exclusivo en la fidelidad mutua». Atendiendo al consentimiento de los contrayentes, se habla de indisolubilidad “intrínseca” que comporta la absoluta inmutabilidad del consentimiento y por tanto del vínculo matrimonial. Solo la muerte de uno de los esposo, desliga de ese vínculo. Por lo que mira a los cónyuges, no cabe efectivamente un amor mutuo y pleno, si de alguna manera, se pone en entredicho su estabilidad. El verdadero amor, excluye todo carácter provisional; cualquier tipo de reserva vendría a ser ya, fermento de corrupción y de infidelidad. También es poco aceptable la separación por los lazos de unión entre el matrimonio y los hijos, si los hubiera, porque si éstos se rompieran, por causa de los padres, ellos serían los responsables únicos y directos de las consecuencias funestas, que con su actuación puedan acarrear a su prole, y eso les pesaría como una losa, el resto de su vida. El matrimonio eclesiástico ya hemos dicho que no admite divorcio, pero sí nulidad. Y aquí recomiendo, si queréis conocer en qué casos, recurráis al obispado o vía internet. Aunque ya se ha comentado en el Artículo II, con cierta amplitud, qué es la fidelidad; por su importancia, es bueno que la veamos en otra panorámica. La fidelidad, es como la prolongación del amor conyugal, manifestado en la perseverancia, en él, a través de las diferentes circunstancias de la vida. La violación más grave del deber de la fidelidad, son las relaciones sexuales fuera del matrimonio, es decir, el pecado de adulterio. Es un pecado, tanto contra la castidad, como contra la justicia, y atenta contra el matrimonio en su totalidad, porque es una traición al otro y al juramento hecho a Dios ante los hombres. Este pecado gravísimo viene condenado en las Sagradas Escrituras en varias citas. La mayoría de los matrimonios se rompen por esta causa. Hasta hace poco, cuando nuestra sociedad, no había caído todavía en el “hedonismo”, éste pecado de adulterio estaba considerado como el de mayor

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degradación de la persona. Difícil de perdonar fuesen cuales fuesen las circunstancias. Aunque ya se ha comentado, insisto por su importancia que a la fidelidad se oponen también, aquellas relaciones entrañables, entre familiares o amistades, en las que se manifiesta clara preferencia, a la del cónyuge, en el trato habitual, que aunque no impliquen formalmente una infidelidad sexual, crean un ambiente propicio a ella, distanciando entre sí a los esposos, minando el amor exclusivo que deben tenerse. De una manera positiva, la fidelidad obliga a vivir todas las consecuencias prácticas de la entrega, de la propia persona: disponibilidad para el débito conyugal, cariño, preocupación del uno por el otro, comprensión y afecto, manifestado en obras y palabras etc. ¿Y qué es el AMOR CONYUGAL? Aquel que se encuentra como impregnando todos los bienes del matrimonio y en cierta manera unificándolos. Pues los esposos deben amarse con un amor pleno y exclusivo, como exigencia de su entrega matrimonial. Al casarse, «expresan la decisión de pertenecerse de por vida y de contraer a este fin, un lazo objetivo, cuyas leyes y exigencias, muy lejos de ser una esclavitud, son una garantía y una protección» (Pablo VI). Independientemente del amor que existiera entre los entonces novios, ahora están obligados a amarse con vínculos especiales; antes podían dejar de amarse; ahora el compromiso de entrega mutua, les obliga a hacer efectiva, la donación de la propia vida.

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COROLARIO Ya tenéis los cimientos de vuestro matrimonio y de vuestro hogar, que aunque esté construido sobre roca, el tiempo los va erosionando lentamente y terminan por necesitar una mano de pintura, un pulido de los suelos, cambiar algún mueble o, incluso, reformas. Pues bien, no tengáis temor ni pereza de acudir a un taller de acondicionamiento o reformas de los que tiene la Iglesia para estas ocasiones. Es gratis, os recibirán con los brazos abiertos y saldréis con un matrimonio renovado. Hacedlo antes de acudir al desguace y os alegraréis por vuestros hijos y por vosotros mismos. Y seréis felices, nuevamente.

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