Introducción a la Historia. La construcción del discurso histórico

June 26, 2017 | Autor: Sergio Valerio Ulloa | Categoría: Historiografía, Teoría de la Historia
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INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA. LA CONSTRUCCIÓN DEL DISCURSO HISTÓRICO Sergio Valerio Ulloa1

Sobre el concepto y la palabra “historia” El presente texto tiene el propósito de ser una breve introducción al análisis del quehacer historiográfico. Lo primero que hay que hacer en estos casos es ponernos de acuerdo en los posibles significados de las palabras, porque de ahí se derivan muchas discusiones y confusiones. Antes que nada hay que decir que el término “historia” es un concepto. Según Reinhart Koselleck habría que distinguir entre palabras comunes y conceptos, aunque ambas suelen ser polisémicas, las primeras tienden a ser unívocas y particularizan al objeto referido; en tanto que los conceptos presentan un amplio conjunto de significados, y por tanto son necesariamente polisémicos. De modo que un concepto es más que una simple palabra. Sin embargo, antes de avanzar más debemos profundizar sobre la definición de lo que son los conceptos y cómo nos sirven para entender la realidad.2 Los seres humanos sólo podemos conocer el mundo a partir del lenguaje, toda nuestra actividad para pensar, comprender, explicar y describir la realidad está llena de palabras, unas más simples que otras, sin el lenguaje sería prácticamente imposible formar ideas y transmitirlas a otros. De tal manera que necesariamente utilizamos el lenguaje para aprehender la realidad. A partir del lenguaje, los seres humanos hacemos representaciones para poder explicar el mundo tanto físico como espiritual y en esas representaciones utilizamos palabras, conceptos, símbolos, códigos o imágenes que nos sirven para comprender el mundo. Por tanto, la realidad o el mundo sólo pueden ser comprendidos por nosotros en la medida en que lo representamos. Así podemos decir, junto con Arthur Schpenhauer, que “el mundo es mi representación” o como cada quien se los representa.3 1 Sergio Valerio Ulloa es Doctor en Historia por el Colegio de México y profesor investigador titular “C” de tiempo completo en el Departamento de Historia del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades en la Universidad de Guadalajara. 2 Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona, Editorial Paidós, 1993, pp. 105-126. 3 Arturo Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación. México, Editorial Porrúa, 1983, p. 19.

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Los conceptos son representaciones abstractas de la realidad, mientras que las palabras simples son representaciones empíricas o intuitivas, es decir se refieren al mundo visible. Los conceptos forman una clase especial de representaciones enteramente distintas de las representaciones intuitivas, pues no existen más que en el espíritu humano, son producto de la razón, la idea que de estas nos formamos son puramente abstractas y discursivas. Por tanto, sería absurdo exigir de ellos una demostración experimental, si se entiende por experiencia el mundo real exterior, que no es más que una representación intuitiva: es imposible poner estas nociones ente nuestros ojos, o presentarlas ante nuestra imaginación como si se tratase de objetos perceptibles por los sentidos. Los conocemos, no los percibimos, y únicamente sus efectos pueden ser objeto de experiencia.4 Como bien lo señala Jacques Le Goff, la palabra “historia” se deriva del griego antiguo Ιστορίŋ, (istorie), que a su vez se deriva de la raíz indoeuropea wid-wide (ver). De donde el sánscrito vettas (testigo), y el griego ιστωρ (testigo), en el sentido de “el que ve”. De ahí que para esta acepción la vista es la fuente esencial del conocimiento, lo cual lleva a la idea de que ιστωρ “el que ve” es también el que sabe ιστορεiv (istorien) signifique “tratar de saber”, “informarse”. De esta manera podemos decir que Ιστορίŋ, (istorie) significa “indagación”. Ese fue el sentido original que Herodoto le dio al comienzo de sus Historias, que son “indagaciones”, “averiguaciones”. Así, antes que nada la historia es una búsqueda para llegar al conocimiento de algo a través de la vista propia, o en ausencia de uno, de la vista de un testigo, quien da su testimonio o (su vi-

sión) de las cosas. Volveremos luego sobre el papel del testigo y del testimonio.5 Por otra parte, en las lenguas romance (y en otras) la palabra “historia” tiene al menos tres significados diferentes: 1. Es la indagación o estudio sobre las “acciones realizadas por los hombres”. La historia como ciencia. 2. Son las acciones mismas realizadas por los hombres, o sea el objeto de la indagación. La historia como el devenir de las acciones de los seres humanos. 3. La historia es un relato sobre las acciones humanas que puede ser verdadero o falso. Con una base de “realidad histórica”, o meramente imaginario (ficticio). Un relato da cuenta de las acciones humanas sean estas verídicas o imaginarias. Parece que en el idioma inglés hay una clara separación entre el relato “verídico” como history, y el relato ficción como story. Las demás lenguas europeas se esfuerzan más o menos por evitar esta ambigüedad, utilizan el término de historiografía para referirse al producto de la ciencia histórica, o sea, la escritura de la historia.6

La historia como el devenir de las acciones humanas

Pensemos primero en el concepto de la “historia” como ese devenir de las acciones humanas en el tiempo, desde esta perspectiva todo lo que hagan los seres humanos es parte de la historia. De manera que la historia se refiere en términos muy generales e inclusivos al paso de los seres humanos por el mundo a través del tiempo. Las acciones humanas necesitan de un tiempo y un espacio para desarrollarse, de tal manera que los

4 Ibid, p. 45. 5 Jacques Le Goff, Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso. Barcelona, Editorial Paidós, 1991, p. 21. 6 Ibíd, p. 22.

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conceptos de espacio y tiempo son consustanciales al actuar humano. Aquí cabe muy bien la frase muy conocida de “los hombres hacen la historia”, pero, ¿cómo la hacen?, la respuesta es muy sencilla: pues actuando, con acciones que tienen propósitos y fines. Sin embargo, me preguntarán, ¿qué tipo de acciones?, pues todas, todas las acciones humanas son parte de la historia como devenir de la humanidad. Pero es imposible hablar de todo lo que sucede y acontece en el devenir humano. Por eso al indagar sobre este devenir de las acciones humanas, el historiador clasifica y escoge qué tipo de acciones le interesa estudiar. Así las acciones humanas se clasifican como políticas, religiosas, bélicas, económicas, sentimentales, culturales, artísticas, públicas, privadas, sexuales, etcétera. Todas ellas hacen la historia de los seres humanos, pero no todas caben en un relato histórico. Pensar en un orden del tiempo progresivo o cíclico, ya es darle un orden. Señalar que hay un antes y un después, o que hay periodos y épocas, o distintas temporalidades como la larga duración, la mediana duración y el tiempo corto, ya es darle un orden que establecemos de manera un tanto arbitraria a ese devenir humano. El pasado en sí no tiene ni un orden ni una coherencia por sí mismo, es más no sabemos a qué realidad nos estamos refiriendo cuando aludimos a la “realidad del pasado”. El mundo al cual aludimos es un mundo que ya no existe, sabemos que existió, pero no podemos aprehenderlo tal como fue. Lo que podemos hacer a través de un gran esfuerzo es imaginarlo, pero para construir esa imagen hay que recurrir a la historia como ciencia, o como investigación, y a la narrativa histórica. Para imaginar ese pasado tal como posiblemente fue, como dice Paul Ricoeur, debemos hacer una operación historiográfica

que consiste en tres fases imbricadas una en la otra, no son fases sucesivas necesariamente. Hay una fase documental que consiste en buscar información sobre el pasado en las fuentes y lugares construidos y establecidos para ello. Otra fase consiste en tratar de explicar y comprender las acciones de los seres humanos en el mundo, se trata de responder a la pregunta ¿por qué esto? y ¿por qué lo otro?, buscando las interrelaciones, las causas, las razones, los motivos, y las consecuencias de ese actuar humano. La tercera fase es la representación historiadora, que consiste en la construcción de un discurso escrito o narrativo que se refiere al actuar de los seres humanos en el pasado, este discurso narrativo construye una imagen del pasado que pretende ser el pasado mismo, o cuando menos una imagen lo más fiel posible a dicho pasado. De esta manera, lo que la historia como historiografía nos da es una imagen del pasado, lo más cercana posible a lo que pudo haber sido.7

La indagación histórica o la fase documental

La diferencia entre el relato de ficción y el relato histórico es el compromiso que tiene este último con la verdad del pasado, o lo que realmente aconteció. Pero para llegar a la verdad histórica es necesario hacer un gran esfuerzo y aplicar distintos métodos y técnicas que dependen de las preguntas que se hace el historiador o lo que se quiere buscar. Para empezar debemos aclarar que el mundo al que pertenecieron los hombres que actuaron en el pasado ya no existe hoy. Ese mundo y esos hombres por los cuales preguntamos qué hicieron, ya son cosa del pasado, es decir no existen en nuestro presente, pero sí existieron realmente, que es otra cosa muy distinta. La primera pregunta

7 Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp. 183-370.

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que se hace el historiador es ¿cómo podemos acceder a ese mundo que ya no existe hoy y que por tanto es cosa del pasado? La primera respuesta es que, los historiadores de hoy no podemos acceder directamente a ese mundo del pasado como si fuéramos testigos directos, no lo podemos ver como lo vieron sus contemporáneos. El mundo que percibimos con nuestros propios ojos es el mundo en el que vivimos actualmente y del cual somos testigos. Pero el mundo al cual pertenecieron los hombres y mujeres del pasado ese ya no volverá jamás. No lo podemos reconstruir tal cual, lo que si podemos es imaginarlo. Esto es, construir una imagen más o menos fiel a ese mundo que existió y que ya no será jamás. Pero para construir esa imagen debemos hacer un gran esfuerzo y una cuidadosa investigación. Historia en el griego antiguo también significaba “tratar de saber”, “informarse”, “indagar” o “averiguar”. Para investigar sobre el pasado el historiador tiene que buscar en las distintas fuentes que nos den información de ese pasado. Pero antes de sumergirse en esta investigación, el historiador ya tiene que poseer una educación y una preparación previa para saber dónde buscar, cómo indagar, qué buscar y qué cosas posiblemente encontrará. El historiador irá armado con un aparato conceptual, un cierto nivel de conocimientos previo, y un plan con propósitos, objetivos y metas, más o menos establecido. De otra manera se perderá en la búsqueda. El historiador del mundo actual no parte de cero, comparte una tradición y una cultura historiográfica que lo dotan de los conocimientos, métodos, técnicas y formas de ver y contar la historia. De tal manera que cuando se propone hacer una investigación histórica ya tiene uno o varios modelos de cómo investigar y como construir la trama histórica. 8

Le Goff, 1991, p. 52.

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Los temas, las preguntas, y las preocupaciones de los historiadores actuales están determinados por el ambiente intelectual, académico, social, político e ideológico del mundo en el que vive el historiador contemporáneo. Por eso es muy cierto lo que dice Jacques Le Goff: “Toda historia es contemporánea en la medida que el pasado es captado desde el presente y responde a sus intereses ”.8 Por otra parte, las fuentes de información a las que acude el historiador para saber sobre el pasado también son construidas socialmente, y corresponde también a un desarrollo específico de la cultura histórica de la sociedad. Los archivos documentales privados o públicos, las bibliotecas, los monumentos, los museos, y todo tipo de vestigio o testimonio, están previamente situados, organizados, depurados, clasificados, codificados, y más o menos accesibles al historiador o al público en general, por instancias de una institución oficial o privada. De tal manera, que el acceso a la información del pasado está previamente seleccionado para la consulta del investigador. Ningún documento o información está sólo porque sí, guardado y almacenado en uno de estos lugares. Están ahí porque sirven a los propósitos o intereses de quienes los conservan, sea el Estado, las instituciones sociales o los particulares. Esto quiere decir que el documento se construye social e institucionalmente como fuente de información del pasado. Una vez aclarado este punto, pasemos al momento en que el historiador se enfrenta con las fuentes de información. Lo mejor que le puede ocurrir al historiador es contar con el testimonio de una persona que haya presenciado directamente los acontecimientos sobre los cuales el historiador quiere saber, ya que el historiador no estuvo ahí. Si el

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historiador hubiera presenciado los acontecimientos que le interesa conocer entonces estaría escribiendo sus memorias o autobiografía. Por tanto, ya que no estuvo en el momento y lugar de los acontecimientos, lo mejor para el historiador es contar con uno o varios testigos de esos acontecimientos. De esta manera, no toda indagación comienza en los archivos, sino con el testimonio, no hay nada mejor que el testimonio para asegurarnos de que algo ocurrió, algo sobre lo cual alguien atestigua haber conocido en persona, y que el principal, si no el único recurso a veces, aparte de otras clases de documentos, sigue siendo la confrontación entre testimonios.9 Pero, ¿por qué debemos de creerle a un testigo? La calidad y la credibilidad del dicho del testigo se basa fundamentalmente en “haber estado ahí” en el momento y en el lugar presenciando los acontecimientos. Su testimonio puede ser considerado con un grado mayor de credibilidad en relación a quienes no estuvieron en tal momento en dicho lugar. Sin embargo, lo dicho por un testigo, no puede ser tomado como la realidad tal cual de lo ocurrido, pues el testigo tiene su propio punto de vista, el cual puede acercarse a lo que “realmente” ocurrió, o falsear la realidad, esto es, tergiversar lo realmente acontecido. En todo caso, lo que el testigo aporta a la indagación es su muy particular punto de vista, los acontecimientos según él los vio. En una película de Akira Kurosawa titulada “Rashomon” (1950), el asesinato de un hombre en un bosque es relatado de muy diversas y contrapuestas formas por los testigos y actores involucrados: la esposa del hombre asesinado, el asesino, la víctima y un leñador que vio el crimen oculto tras los árboles.10 De tal manera que las acciones humanas pueden ser contadas de muchas maneras y tener distintas estructuras,

secuencias, nudos, cambios o peripecias y distintos finales, al mismo tiempo que distintos sentidos, explicaciones e interpretaciones. Esto depende de quién cuente la historia y cómo la cuente, como dice un refrán popular: “cada uno cuenta la feria según le va en ella”. Cada testigo o testimonio da su propia versión de “los hechos”, según su particular punto de vista. En el caso de los juicios criminales o civiles, los testigos aportan su visión de “los hechos”, pero el juez o el jurado saben muy bien que la versión de los testigos no es necesariamente la verdad tal cual de “cómo pasaron realmente las cosas”. En el testimonio siempre hay un sesgo y una valoración subjetiva. Tal vez, la verdad objetiva y absoluta de lo que aconteció no se llegue a saber nunca, lo que se construye socialmente es una versión más o menos aceptable y convincente de “cómo sucedieron realmente los acontecimientos”, algo que el juez o el jurado dan como lo más cercano o parecido a la “verdad” de los acontecimientos en cuestión. Como el juez, el historiador indaga y cuestiona a una gran cantidad de testimonios, documentos escritos, pictóricos, monumentales, naturales, fotográficos, fílmicos, digitales, entre muchos otros, para llegar a saber cómo ocurrieron las cosas realmente. A pesar de todo, lo que construye el historiador es una visión de las cosas más o menos cercana, creíble o convincente de lo que ocurrió “realmente” en el pasado. Una imagen más o menos fiel, pretendidamente “realista” de los acontecimientos del pasado, pero que no deja de ser una visión subjetiva de las cosas. Por eso en los juicios judiciales se procura aportar el mayor número de testimonios y evidencias para llegar a una versión de los acontecimientos que sea la más convincente y aceptada posible y que se asemeje a lo

9 Ricoeur, 2004, p. 190. 10 Akira Kurosawa. Rashomon, Japón, Film de 1950.

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realmente acontecido. Dado que los jueces no estuvieron ahí, ni se pueden reproducir los acontecimientos tal y cual sucedieron, frente a los ojos de los mismos jueces. Llegar a la verdad a través de los testimonios y las evidencias es un proceso de análisis y de juicios de valoración, para acercarse lo más posible a la verdad de lo realmente ocurrido, o sea a la verdad histórica. Posiblemente se llegue a conocer la verdad histórica si los testimonios y las evidencias lo permiten, pero jamás se podrán reconstruir los acontecimientos tal y como estos sucedieron. Lo que tenemos es una versión más o menos convincente de ellos, y esto socialmente se acepta como la verdad de lo acontecido. Pero habrá casos en los que no se cuentan con los suficientes elementos o pruebas y entonces no se puede llegar a conocer lo que realmente pasó. Sin embargo, a excepción de las épocas relativamente recientes, los historiadores no contamos con testigos que todavía estén vivos y que hayan estado presentes en el momento y lugar de los acontecimientos que nos interesan para que nos digan lo que vieron. Para todas esas épocas pasadas no contamos con el testimonio de las personas vivas directamente involucradas. Esto no quiere decir que no podamos indagar por la verdad de lo realmente acontecido. Cuando el historiador no cuenta con el testimonio de una persona viva que haya presenciado los acontecimientos del pasado, entonces recurre a los archivos. El testimonio es originariamente oral, es escuchado, oído. El momento del archivo es el momento en que los historiadores acceden a la escritura. En los archivos, el historiador profesional se convierte en un lector. Como ya dijimos anteriormente, el archivo es configurado social e institucionalmente. Nadie recoge y acumula papeles sólo porque sí. Los papeles viejos se convierten en documentos históricos a través de una 6

operación archivística, por medio de la cual se clasifican, catalogan y ordenan los documentos en espera de que alguien los consulte. Esto que pasa con los documentos en los archivos sucede más o menos de forma similar en los museos o en los monumentos arqueológicos, de tal manera que todo vestigio pueda ser utilizado como una fuente de información sobre el pasado. Sin embargo, los documentos, los monumentos, las ruinas o los vestigios no son el pasado mismo. Pertenecieron en su momento a un mundo que hoy no existe más. Pero no son el pasado, ni mucho menos la historia. Estas cosas que existen en el presente, y que han sido rescatadas de su destrucción total, no son sino huellas, ruinas, vestigios o indicios de un pasado que ya no es. Para explicar la relación de estos objetos nos centraremos sobre el concepto de “huella”. Una huella es una marca, impresión o señal dejada por alguien o por algo en el mundo, ya sea de forma voluntaria o involuntaria, la cual ha llegado hasta nosotros en los tiempos actuales por su permanencia a través del tiempo. La huella nos dice que algo pasó, y la existencia de la huella es la evidencia de que efectivamente algo pasó. Si ponemos de ejemplo las huellas dejadas por el paso de un animal en la tierra podemos aclarar mejor este concepto. Las huellas impresas en la tierra nos dicen que algo pasó por ahí, sin embargo, debemos conocer previamente el tipo de huellas que deja una gran variedad de animales para saber a qué animal pertenecen las huellas encontradas en el camino. La huella no es el animal mismo, pero si es un indicio, una evidencia, o una prueba de que un animal con determinadas características pasó por ahí. Un experto cazador nos dirá con más precisión qué tipo de animal era, de qué tamaño, si iba herido o cargado, entre muchas otras cosas.

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La huella es pues, una evidencia del pasado. Lo conexión entre el pasado y el presente a partir de una operación referencial. De esta manera podemos decir que los documentos, monumentos, ruinas o vestigios, son huellas dejadas consciente o inconscientemente por los seres humanos del pasado, y que han llegado hasta nosotros a través de una política de conservación, restauración y de acceso al público por parte de las instituciones tanto públicas como privadas. La huella es al conocimiento histórico lo que la observación directa o instrumental a las ciencias de la naturaleza. Los documentos de los archivos son huellas escritas del pasado, también lo son los vestigios arqueológicos: cascos, herramientas, monedas, imágenes pintadas, fotografiadas o esculturas, mobiliario, objetos funerarios, monumentos, restos de viviendas, etcétera. Los documentos escritos y los vestigios pueden ser también considerados como “testimonios” porque su principal virtud y valor es que fueron contemporáneos a los acontecimientos que nos interesan del pasado, a los cuales se les pregunta por lo que realmente pasó. Sin embargo, como a los testimonios orales, no se les puede creer totalmente. Lo que prosigue una vez localizados los documentos y vestigios es hacer una crítica a estas fuentes, se tiene que analizar la calidad y la fiabilidad de estas fuentes, primero que sean auténticas y que provengan realmente del periodo estudiado. Después analizar la información que contienen y compararla con la de otras fuentes, para llegar a través de un análisis estricto a la “verdad” de los acontecimientos del pasado. Por lo tanto, podemos decir que los documentos escritos y los vestigios son huellas del pasado, pero no son el pasado mismo, ni tampoco la historia. Sin embargo, son el único medio para acceder al conocimiento del pasado y la única forma de construir una

imagen del pasado lo más cercana a lo que realmente aconteció. Podemos concluir en este apartado que tanto el testimonio, como los documentos escritos y los vestigios históricos, son elevados al rango de pruebas, fiadores o avales, de que lo que dice el historiador sobre el pasado tiene cierta veracidad, ya que preguntó y cuestionó sobre la realidad del pasado a una gran cantidad de testigos, documentos y vestigios. De esta manera, el historiador va construyendo la “verdad” sobre lo que realmente aconteció. Es cierto, que esa verdad construida por el historiador puede ser cuestionada en todo momento, pero al igual que cuando al testigo se le interroga, él mismo puede decir. “Si no me crees, pregúntale a cualquier otra persona”. El historiador aporta sus fuentes como pruebas, y si después de todo ese esfuerzo e investigación no se le cree, el historiador puede decir lo mismo que el testigo: “Si no me crees, pregúntale tú mismo a las fuentes”, entonces el lector podrá preguntar a esas mismas fuentes o a otras por la verdad del pasado en cuestión. Llegados a este punto podemos preguntar: ¿qué es lo que se prueba con los documentos y demás fuentes históricas? La respuesta es clara, un hecho, unos hechos, susceptibles de ser enunciados en proposiciones singulares, discretas, que incluyen, la mayoría de las veces, mención de fechas, de lugares, de nombres propios, de verbos de acción o de estado. Sin embargo, un hecho probado no coincide con lo que sucedió realmente. Incluso los testigos oculares del acontecimiento no dicen exactamente lo que pasó. El hecho no es el acontecimiento, devuelto a su vez a la vida de la conciencia de un testigo, sino el contenido de un enunciado que intenta representarlo. En este sentido, habría que escribir siempre el hecho de que esto o aquello aconteció. Así entendido, 7

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se puede afirmar que el hecho se construye por el procedimiento que lo separa de una serie de documentos de los que se puede decir en cambio, que son su fundamento. Esta reciprocidad entre la construcción y la fundamentación del hecho expresa el estatuto epistemológico del hecho histórico. Es este carácter proporcional del hecho histórico el que rige la modalidad de verdad o falsedad vinculada al hecho histórico.11 ¿De qué se habla cuando se dice que algo aconteció? Una cosa es lo que realmente aconteció, y otra cosa es lo que se dice de lo que realmente aconteció. El hecho histórico es lo que se dice de lo realmente acontecido. De tal manera que el hecho histórico es una construcción discursiva que hace referencia a lo realmente acontecido. En este respecto, la aserción de un hecho histórico marca la distancia entre lo dicho (la cosa dicha) y el objetivo referencial, que revierte el discurso al mundo. El mundo, en historia, es la vida de los hombres tal como fue.12

La

fase de la explicación/compren-

sión en la historia

Es en el nivel de la explicación/compresión donde la autonomía de la historia respecto a la memoria se afirma con más fuerza en el plano epistemológico. Esta operación ya estaba imbricada en la fase documental en la medida en que no existe documento sin explicación. El documento constituye una prueba precisamente en relación a la explicación. Sin embargo, lo que la explicación comprensión aporta de nuevo respecto del tratamiento documental del hecho histórico concierne a los modos de encadenamiento entre los hechos documentados. Explicar es, de modo general, responder a la pregunta “¿por qué?”, me11 Ricoeur, 2004, pp. 232-233. 12 Ibid, p. 234. 13 Ibid, p. 238. 14 Le Goff, 1991, p. 42.

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diante una diversidad de usos del conectivo “porque”. Para ello se debe recurrir a los enfoques de las distintas disciplinas científicas, caracterizados por recurrir, en formas diversas, a procedimientos de modelización sometidos a la prueba de la verificación. Por eso, modelo y prueba documental van juntos. El uso de modelos es obra del imaginario científico. Los modelos explicativos aplicados en la práctica historiadora poseen como rasgo común el referirse a la realidad humana como hecho social. En este sentido, la historia social no es un sector entre otros, sino el punto de vista desde el cual la historia escoge su campo, el de las ciencias sociales.13 Le Goff afirma que la historia, como toda ciencia, tiene que generalizar y explicar, el método de explicación en la historia es esencialmente deductivo.14 Sin embargo, la historia se distingue de las demás ciencias sociales, y principalmente de la sociología, porque pone énfasis en el cambio y en las diferencias o desviaciones que afectan los cambios. Lo cual manifiesta una connotación temporal. Para ello se utilizarán las diferentes temporalidades como la larga duración o el tiempo de las estructuras; la mediana duración o el tiempo de la coyuntura; y el tiempo corto o el tiempo del acontecimiento. Estas duraciones son construidas por el historiador. Aun cuando la historia se ingenie en alterar su orden de prioridad, el historiador modula la vivencia temporal siempre en términos de duraciones múltiples y, si es el caso, reaccionando contra la rigidez de arquitecturas de duraciones demasiado apiladas. El manejo por parte del historiador de esta pluralidad de duraciones es ordenada por la correlación de tres factores: la natu-

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raleza específica del cambio considerado – económico, institucional, político, cultural u otro-; la escala con la que es aprehendido, descrito y explicado; y finalmente, el ritmo temporal apropiado a esta escala. De esta manera el historiador le da una dimensión temporal a la acción social. Lo que la larga duración estructura en el plano temporal son prioritariamente series de hechos repetibles, más que acontecimientos singulares susceptibles de ser rememorados de manera distintiva; por esta razón son accesibles a la cuantificación y al tratamiento matemático. Con la historia serial y con la historia cuantitativa, nos alejamos del tiempo corto o del instante. Estamos en un tiempo construido, hecho de duraciones estructuradas y cuantificadas.15 Por otra parte, el historiador elige la escala para su observación historiadora, esta puede ser macro o microhistórica. Desde la perspectiva de la variación en las escalas, no son los mismos encadenamientos los que resultan visibles cuando se cambia de una escala a otra. La noción de escala está tomada de la cartografía, de la arquitectura y de la óptica. En historia no hay un modo privilegiado de explicación. Por el contrario, la historia despliega todo el abanico de modos de explicación capaces de hacer inteligibles las acciones humanas. Por tal motivo, la historia está en un permanente diálogo con las demás ciencias sociales y ciencias de la naturaleza, con el fin de encontrar los modos de explicación, las conexiones, los vínculos y las relaciones entre los distintos fenómenos que pretende analizar.

La

historia configuración narrativa

de la historia.

La fase representativa

Ahora abordemos la definición de la historia como relato. Tanto la historia

que se refiere a las acciones humanas realmente ocurridas, como el relato de ficción (digamos literario), que se refiere a las acciones humanas imaginarias o ficticias, comparten un medio y una estructura. Ambas utilizan el lenguaje, y específicamente el lenguaje escrito, como medio para comunicar lo que se dice de las acciones humanas, sean reales o ficticias. La forma en que se expresan la historia (historiografía) y el relato (literario) es a través del modo narrativo. Ambas dan cuenta de las acciones humanas. Y la forma en que se estructura esa narrativa es a través de la trama. El tramado es la manera en que una secuencia de sucesos organizada en un relato se revela de manera gradual como un relato de cierto tipo particular. Solamente dentro de una trama se hacen inteligibles y comprensibles las acciones humanas, dentro de ellas las acciones tienen una extensión, un desarrollo, una dirección y un fin. La trama consiste en conducir una acción compleja desde una situación inicial a otra final por medio de regulaciones reglamentadas que se presentan a una formulación apropiada dentro del marco de la narratología.16 La trama es la forma en que se representan las acciones humanas. Por lo menos hay cuatro modos diferentes de tramar o de organizar la secuencia de los sucesos: el romance, la tragedia, la comedia y la sátira. Puede haber otros, como la épica, y es muy posible que determinado relato histórico contenga relatos organizados en un modo como aspectos o fases del conjunto de relatos organizados de otro modo. Pero un historiador determinado está obligado a tramar todo el conjunto de relatos que forman su narrativa en forma de relato general o arquetípico. Lo importante es que toda historia, hasta la más

15 Ricoeur, 2004, p. 239. 16 Ibid, p. 317.

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“sincrónica” o “estructural”, está tramada de alguna manera.17 Así pues, no hay que asombrarnos ni espantarnos, la historia como historiografía comparte con el relato literario la forma narrativa y la estructuración de los sucesos de la trama. Contar una historia en cualquiera de los dos campos narrativos es dar cuenta de las acciones humanas. Sin embargo, lo que distingue a la historia del relato literario, es que la historia pretende ser “realista”, es decir, quiere narrar las acciones humanas que “realmente” sucedieron en el pasado, “tal y como realmente acontecieron”. De ahí pues, que la historia tenga por principio el compromiso de buscar o indagar la “verdad” sobre los acontecimientos del pasad Así pues, no hay que asombrarnos ni espantarnos, la historia como historiografía comparte con el relato literario la forma narrativa y la estructuración de los sucesos de la trama. Contar una historia en cualquiera de los dos campos narrativos es dar cuenta de las acciones humanas. Sin embargo, lo que distingue a la historia del relato literario, es que la historia pretende ser “realista”, es decir, quiere narrar las acciones humanas que “realmente” sucedieron en el pasado, “tal y como realmente acontecieron”. De ahí pues, que la historia tenga por principio el compromiso de buscar o indagar la “verdad” sobre los acontecimientos del pasado. Por su parte, el relato literario no tiene ese compromiso, este tiene toda la libertad de la imaginación y de la creatividad poética, puede inventar personajes, acciones, situaciones y mundos que no necesariamente deben ser “reales”, y por eso podemos llamarlo como un relato de “ficción”. Podemos poner por ejemplo los relatos futuristas, los relatos fantásticos, las novelas románticas y las novelas de ciencia ficción. En ninguno

de estos casos le exigimos al autor que nos cuente exactamente lo que en verdad pasó, pues ese no es el punto de partida del relato de ficción. Sabemos de antemano, que lo que nos cuenta el literato no necesariamente ocurrió realmente, ni los personajes, ni las situaciones son reales. Lo que sí le exigimos al autor de estos relatos es que sea coherente y convincente con su propia propuesta. Es decir, que la trama, los personajes, las situaciones, el mundo, y el desarrollo de las acciones sean tan coherentes que lleguen a convencernos de que ese mundo puede o pudo ser posible, es más, que nos haga creer que casi, casi, puede ser verdad. El escritor convence persuadiendo. Algo parecido ocurre con la novela histórica, aunque el autor de la novela tiene toda la libertad de inventar situaciones y personajes, se le exige que por lo menos sea coherente y corresponda a determinados parámetros que sitúen la trama en determinada época y lugar. No se le pide un compromiso total con la verdad histórica, ni se le exige que revele sus fuentes de información, para probar sus dichos, simplemente se le pide que lo que él relata corresponda en términos muy generales con el mundo, la sociedad y con la época en la cual sitúa a sus personajes. Mientras más se apegue a esta relación entre la imaginación y la realidad histórica, más convincente será su relato. Pero lo más importante de este relato de ficción con pretensiones históricas es su parte imaginativa y su poder de evocación. Aunque la novela histórica y la historiografía comparten el modo narrativo, el modo de tramar y su intención de reconstruir el mundo del pasado, parten de dos principios diferentes, la primera está comprometida con la libertad de la imaginación poética y la segunda con la búsqueda

17 Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México, Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 18-19.

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Vuelo libre. Revista de historia. No. 1

o indagación de la verdad histórica. Estos extremos a veces se confunden y se entrelazan borrando las fronteras entre una y otra. Un buen escritor de novelas históricas es aquel que se preocupa por investigar lo más posible sobre la época y sus personajes en las fuentes historiográficas y archivos documentales a donde acuden los mismos historiadores para hacer sus investigaciones. Mientras mejor informado esté el autor de novelas históricas, mayor credibilidad y coherencia tendrán sus relatos. Por su parte, el historiador que indaga sobre la verdad del pasado en una gran cantidad de fuentes documentales debe construir un relato de tal manera que sea inteligible y de interés para el posible lector. El historiador al momento de narrar las acciones humanas del pasado está construyendo una trama, y este acto de composición de la trama es un acto poético. El historiador construye la imagen del pasado por el poder evocativo de su trama. Por eso, más allá de la calidad de sus fuentes de información, el historiador tiene que ser un buen narrador, un buen constructor de tramas. El pasado al que alude el historiador sólo puede ser comprensible al lector a través de una trama bien estructurada, también que sea coherente y convincente. Sin embargo, a diferencia del autor de novelas históricas, al historiador siempre se le va exigir que lo que dice del pasado sea exactamente la “verdad”. Al historiador no le está permitido falsear la verdad del pasado histórico, ni inventar personajes o situaciones, como sí lo puede hacer el literato. Por eso el punto de partida que hace diferente a la historiografía de la novela histórica es el compromiso con la “verdad del pasado”. Esto no está peleado con la imaginación poética en la historia, que tiene que ver con el modo de tramar historias, y con el poder evocativo e imaginativo que tienen las tramas históricas.

El acontecimiento es parte fundamental del relato, sigue la suerte del relato, y no existe acontecimiento de base que pueda escapar a la narrativización, y no podemos prescindir de la noción misma de “acontecimiento”. En el plano narrativo, el acontecimiento es lo que, al sobrevenir, hace avanzar la acción: es una variable de la trama. Se llaman acontecimientos “súbitos” los acontecimientos que suscitan un viraje inesperado. La crítica que se le hace a un determinado modo de narrar la historia, como historia relato, es que está basada en acontecimientos, y los acontecimientos se definen como actos breves, súbitos y repentinos que constituyen una unidad. Sin embargo esa es una definición muy pobre del relato y del acontecimiento. Más allá de la historia episódica. Existen, si se puede llamar así, acontecimientos de larga duración, a la medida de la extensión, del alcance, de la historia narrada: el Renacimiento, la Reforma, la Revolución Francesa son tales acontecimientos con relación a una trama multisecular. La historia en su modo de narrativa escrita, no es sino la representación de los acontecimientos ocurridos en el pasado. Los “hechos históricos” es lo que se dice de las acciones humanas realmente acontecidas, por tanto los hechos históricos son una representación de la acciones humanas. Sin embargo, a pesar del compromiso del historiador de decir siempre la verdad del pasado, el discurso historiográfico no llega a ser el pasado mismo, o el pasado tal cual, por más realista que quiera o pretenda ser. Volvemos a insistir, la trama es la representación de las acciones humanas. La narración histórica es sólo un referente de lo realmente acontecido. Es la representación del pasado histórico. Contar una historia es narrar las acciones humanas durante cierto tiempo y en determinado espacio. Por tanto, narrar una 11

Introducción a la Historia. La construcción del discurso histórico

historia es un acto discursivo que utiliza el lenguaje, en este caso escrito, con el fin de comunicar al lector, lo que el autor del libro quiere decir acerca de dichas acciones humanas. El actuar de los seres humanos sólo puede ser entendido a partir de la composición o construcción de una trama, es a partir de ésta que se puede representar la acción y el tiempo humanos.18 Todo relato está conformado por dos tipos de representaciones que están íntimamente mezclados y en proporciones variables, por una parte, de representaciones de acciones y de acontecimientos que constituyen la narración propiamente dicha; y por otra, de representaciones de objetos o personajes que constituyen lo que se llama la descripción.19 Todo texto demanda ser leído, el objetivo final de escribir y narrar una historia es que alguien, en otro momento o en otro lugar, pueda leer y comprender la historia que se cuenta. Desde el primer momento en que el historiador hace el proyecto o plan de su futura obra historiográfica, presupone que alguien la leerá en algún momento, de tal manera que desde el primer momento hay una finalidad y una dirección, ser leída por un lector implicado, aunque este sólo sea un lector imaginario por el momento. Desde al principio de la operación historiográfica el autor, la obra y el lector implicado forman parte de un proceso de comunicación. El texto escrito es un discurso que comunica al lector lo que el autor quiso decir, por tanto es un proceso de comunicación, y este proceso sólo se completa o llega a su fin cuando el mundo del lector entra en contacto con el mundo discursivo del autor. Finalmente es

el lector el que al reinterpretar el texto juzga de manera crítica si lo que dijo el autor es convincente o no.20 El historiador prefigura la trama cuando esboza con su proyecto la realización de una obra historiográfica, para esto tiene que formar parte de una cultura historiográfica y adquirir todas las herramientas teórico metodológicas para saber construir una trama histórica. En un segundo momento, el autor configura la trama, cuando acude a los archivos, bibliotecas a investigar sobre el tema de su interés y lee todo lo relativo al asunto, al mismo tiempo que va escribiendo y narrando la obra con su capitulado. La obra es una unidad en sí misma cuando tiene un inicio, un desarrollo y una conclusión. La reconfiguración de la trama histórica ocurre cuando el lector vuelve a recorrer la obra desde el inicio hasta su final, lee, comprende, imagina y critica, la obra. Con este acto lecto-comprensivo, que es en sí una nueva representación, la operación historiográfica llega a su fin y cumple totalmente con su objetivo inicial, el ser leída.

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18 Paul Ricoeur. Tiempo y narración. Configuración del tiempo en el relato histórico. México: Siglo XXI Editores, 1995, t. I, pp. 80-112. 19 Gerard Gennette, “Fronteras del relato”. Roland Barthes, et al. Análisis estructural del relato. México: Ediciones Coyoacán, 1997, pp. 199-213. 20 Paul Ricoeur, Tiempo y narración. Configuración del tiempo en el relato histórico. México, Siglo XXI Editores, 1995, 3 vols. Historia y narratividad, Barcelona, Editorial Paidós, 1999.

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