Interculturalidad transfronteriza. Una mirada desde la teoría política y jurídica

July 7, 2017 | Autor: C. Iuris Regionis | Categoría: Interculturalidad, Integración Regional
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INTERCULTURALIDAD TRANSFRONTERIZA. UNA MIRADA DESDE LA TEORÍA POLITÍCA Y JURÍDICA* Jorge Tapia Valdés** Universidad Arturo Prat de Iquique (Chile)

1. Las dificultades semánticas en torno a la interculturalidad

“La interculturalidad no es una realidad sino una tarea”, nos dice Fidel Tubino1, haciendo una afirmación no sólo correcta desde un punto de vista antropológico y socio-jurídico, sino también lingüístico. Nos dice de inmediato que no se trata de un “ser”, actual y estático, sino de un “deber ser”, y por tanto de algo dinámico, en proceso, en transformación. Este carácter cambiante del concepto de interculturalidad se torna más flexible si para su análisis se señalan como variables importantes el actual proceso de globalización y se demarca territorialmente su ámbito como mayor que la línea de frontera, extendiéndolo a lo transfronterizo. Una primera pregunta que aparece en el análisis que mira a este fenómeno en perspectiva internacional (o a través de las fronteras) es la diferencia entre “interculturalidad” e “integración”2. Hasta el presente se reserva el sustantivo “integración” para los procesos de convergencia económica que buscan mayor crecimiento y desarrollo de las economías de dos o más Estados, procesos iniciados y aprobados por los gobiernos centrales con relación a la totalidad de sus territorios y poblaciones. Estos planes económicos también abarcan la educación y la cultura y podría suponerse que abren camino a la interculturalidad. Aunque en determinadas circunstancias esto pudiere ser cierto, el mundo de la integración no es el mundo de la interculturalidad, porque su base es la Nación y no la etnia o minoría racial, y porque supone la unidad de la población y no su diversidad, en la relación con los demás Estados y sus pueblos. En otras palabras, Perú y Chile podrían ser partes y miembros de un avanzado proceso de integración económica y no obstante carecer de lazos interculturales. Generalmente, el problema de la interculturalidad se plantea al interior del Estado Nación en la medida que su población no es uninacional sino que está compuesta -desde su origen o debido a cambios territoriales u olas migratorias- por segmentos con distintas culturas. He visto el problema desde cerca en varios países de Europa, como Bélgica, Suiza, Hungría, así como en Canadá. Algo similar, pero diferenciable, se ha dado en Holanda, cuya tradicional forma de segmentación social dio origen a

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mediados del siglo pasado a la doctrina del verzuiling (pilarización) y de la democracia consocional. Pero todos estos casos se dan entre segmentos que recíprocamente se reconocen como iguales y pertenecientes a una misma unidad estatal, dentro de la cual buscan acuerdos para su adecuada expresión en la respectiva estructura de poder. No ocurre lo mismo en la propia Europa respecto de la multiculturalidad sobreviniente, producida por las corrientes migratorias procedentes de Africa, Indoamérica y aún el Medio Oriente. En tal situación, la cultura cristiana occidental que tipifica a Europa se ve confrontada por culturas integralmente diferentes que, vía reclamos de carácter intercultural, buscan un lugar fuera de sus contextos territoriales, raciales, religiosos y socio-económicos. Al hacerlo, tienen conciencia de que entran en conflicto con una cultura y un poder dominante, frente a los cuales aparecen como subordinados y de segunda categoría. Visto así el problema, parecería evidente que no tienen razón quienes limitan la existencia de la cuestión de interculturalidad al ámbito de los pueblos indígenas de América Latina, que luchan por rescatar su identidad y su derecho a igualdad de oportunidades y de participación dentro de los respectivos Estados. El fenómeno es o puede llegar a ser universal. Otras dos características que enmarcan la reflexión y acción contemporáneas sobre interculturalidad son su relación con la globalización y su extensión al campo de lo transfronterizo. Si bien la manifestación más masiva, cotidiana y común de las relaciones multiculturales se da al interior del Estado-Nación, también son parte del fenómeno de las relaciones entre pueblos distintos pertenecientes a distintos Estados, así como también entre miembros de un mismo pueblo perteneciente a distintos Estados.3 Mientras es evidente que las relaciones efectivas entre pueblos vecinos pertenecientes a distintos Estados y con diferentes lenguas, religión e historia entran también en el campo de lo intercultural en muchos de sus aspectos, ellas han sido habitualmente definidas y ubicadas en el campo de las relaciones internacionales de carácter cultural. En esto influye la naturaleza de tal tipo de relación, trabada “entre iguales” y sin pretensiones, al menos manifiestas, de hegemonía de un pueblo sobre el otro. Las precisiones precedentes ayudan a comprender la verdadera forma de existir y las características de un tipo de relación intercultural implícita en la convocatoria a estas Jornadas de reflexión. Lo que está detrás no es la simple relación de personas en la frontera o en el territorio inmediatamente adyacente a ella, sino entre miembros de una misma etnia coexistiendo en territorios estatales distintos y de extensión mucho mayor que aquel contiguo a las fronteras, aunque probablemente en áreas que son extensión del mismo. En otras palabras, se trata de aymaras -o quechuas, o guajiros, etcétera-, que habitan en extensos territorios de Bolivia, Chile y Perú, o Colombia y Venezuela. Lo que en estos casos importa y nos preguntamos es cómo

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evitar que las fronteras políticas entre Estados sigan limitando el desarrollo natural de miembros de un mismo pueblo separado por los arreglos entre las elites que condujeron las guerras de la independencia contra España en los distintos sectores del imperio borbónico, y explorar en qué medida este restablecimiento de sus “fronteras naturales y originales” otorga a esos pueblos la capacidad para fortalecer y perfeccionar el total de las relaciones interculturales entre los respectivos EstadoNaciones. Lo anterior supone un debilitamiento y relativización de las actuales fronteras entre dichos Estados. Es aquí donde se ve la importancia de algunos de los efectos inherentes al proceso de globalización. Aunque parece indudable que los Estado-Naciones subsistirán aun por largo e indefinido tiempo, es también evidente que las fuerzas -más que poderes en sentido institucional- que hoy mueven las relaciones económicas internacionales actúan al margen y por sobre los estados y sus fronteras. Los productos, aciertos, desaciertos y daños de las empresas contemporáneas tienen carácter transfronterizo, como también las soluciones de los problemas que crean y enfrentan. La característica transfronteriza de los campos de acción adquieren, en la mayoría de los casos, un carácter fáctico o de hecho, es decir, no siguen ni requieren las líneas formales de acción de los Estados en cuanto poderes públicos. Les bastan las relaciones a nivel particular, o de Derecho Privado y dentro de la sociedad civil. Es esta característica de los procesos globalizadotes lo que se convierte en un poderoso elemento, sin duda al lado de otros, del resurgimiento de los pequeños nacionalismos, la reunificación de pueblos separados, y las reivindicaciones de tipo indigenista. Concluyamos por el momento reconociendo que las fuerzas de la globalización dan mayor impulso a las relaciones interculturales transfronterizas entre miembros de un mismo pueblo o de pueblos distintos, separados por las fronteras estatales. Otro elemento a tener presente en esta búsqueda semántica es la diferencia entre multiculturalidad e interculturalidad. Mientras la primera supone un enfoque meramente descriptivo del tejido social en sociedades culturalmente segmentadas, la segunda tiene una naturaleza “normativa” -al decir de Amilcar Forno- en cuanto “pone énfasis no ya en la yuxtaposición de distintas culturas sino en su interrelación, en la existencia de fronteras culturales y subculturales dinámicas, en el traspaso cultural, el sincretismo, los prestamos y apropiaciones culturales, los juegos de poder, la transculturización y la aculturización”4. Por definición se aparta del etnocentrismo y del relativismo transformado en cinismo u oportunismo. Esta posición, similar a la sostenida en Perú por Fidel Tubino, equivale a afirmar que mientras la multiculturalidad supone el conocimiento descriptivo del otro o de la alteridad, la interculturalidad se ubica en el ámbito en que “el uno o yo, y el otro”, se cruzan, porque la interculturalidad, como lo expresa Recasens, consiste en aprender a convivir armoniosamente con el otro, aceptando sus diferencias5. Esta comprobación nos hace pasar desde el campo gnoseológico al campo de la acción, lo

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que coloca el tema en el ángulo apropiado para ver la relación entre multiculturalidad y etnopolítica. 2. La Interculturalidad como Concepto Político

El discurso etnopolítico exhibe como características el reaccionar, responder y actuar conforme a un patrón cultural indígena en busca del reconocimiento como tal y como habitante originario. En tal sentido, tiene razón Tubino al afirmar que la interculturalidad es importante como parte de la agenda política indígena, en la cual los distintos movimientos o asociaciones, con pocas excepciones, se mueven al margen y diferenciándose de los partidos políticos -que generalmente han prestado mínima atención a la cultura y menos a la multiculturalidad- y adoptan como plataforma reivindicacionista lo étnico en lugar de la clase social. Queda en claro que, aparte los hallazgos de la antropología, o la sociología, encontramos en la interculturalidad un concepto de clara prosapia política, y un necesario objeto de la Ciencia Política y del Desarrollo Político. Lo que podríamos definir como su base o marco filosófico está constituido por una crítica del etnocentrismo, por el elogio de la tolerancia, y por una fuerte creencia en la diversidad y en la unidad fundada en ella6. Rechaza como ideológica la descripción de las sociedades latinoamericanas en cuanto estarían abrumadoramente constituidas y dominadas por una población criolla y mestiza, de la cual última formarían parte las distintas etnias indígenas. El reclamo de reconocimiento de la diversidad y de lo étnico no convierte a la interculturalidad en sinónimo de la etnopolítica. La primera se basa en la tolerancia, persigue la igualdad, y presupone el pluralismo, la diversidad y la participación. La etnopolítica, en cambio, es una rotunda lucha por el poder del Estado y podría conducir, en países con fuerte mayoría indígena, a situaciones en que se ataque al actual Estado Nación y el respectivo sistema político, dado que tendría una estructura de poder al servicio de minorías dominantes de raza blanca-criolla o mestiza7. Podría adoptar las características de una lucha contra un cierto tipo de apartheid, aspirar a un cambio en los valores y principios sustantivos y orgánicos de esa estructura y a un radical cambio de actores y roles. No es posible predecir que ello se haría dentro de las reglas del Estado Democrático de Derecho. Miradas así las cosas, la interculturalidad puede ser funcional a la etnopolítica pero esta última puede conducir a nuevas formas de discriminación y opresión. Para evitarlo se requiere, parafraseando a Vergara, “conectar la interculturalidad con una nueva noción de identidad, con una noción no esencialista, sino constructivista, relacional”.8 La sociedad fundada en la interculturalidad logra unidad en la diferencia y se organiza más cerca de las nociones de País, Patria y Estado que de la de Nación, de por si un concepto mono-étnico. Esto supone la existencia dentro de la sociedad de

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un área de diferencias conocidas y aceptadas, coordinadas en torno a un núcleo con fuerza homogenizante, función que ojalá corresponda a los principios democráticos. Por esto, la Interculturalidad supone y exige una sociedad y forma de poder consocional. 3. Factores a favor o contrarios a la multiculturalidad

3.1 Factores contrarios En forma sumaria, cabe reconocer como tales a la ideología de prosapia cristiano occidental que sirve la función de fuerza identificadora dentro de los sectores blanco-criollos y mestizos que dominan, política e ideológica o intelectualmente, las sociedades latinoamericanas, y que, salvo discursos de los labios para afuera, mantienen la diferencia entre “la gente” y el cholo, el roto o el indio. A partir de este factor, arribamos a otros más específicos, como ciertas manifestaciones de racismo y elitismo, injustas estructuras del derecho de propiedad sobre la tierra, combinaciones espúreas de órganos de poder y de intereses económicos, todo lo cual da a la mayor parte de los Estados Latinoamericanos el carácter de softstates -en palabras de G. Myrdal- o de Estados débiles cuya misión real es explicar por qué no se pueden aplicar las leyes alguna vez dictadas para calmar los reclamos de los sectores marginados o reprimidos. 3.2 Factores favorables Entre estos cabe señalar la convergencia de dos variables complejas: de un lado, el reconocimiento de los pueblos indígenas y autóctonos, y de la interculturalidad, por numerosos órganos e instrumentos del campo del Derecho Internacional Público; del otro lado, los avances de sectores importantes de los pueblos indígenas en materia de conocimiento y experiencia en las áreas de desarrollo estratégico, organización y liderazgo. Aquí se resalta la influencia que en la materia adquiere la urbanización masiva de pueblos indígenas, o su asentamiento permanente en grandes ciudades. Hoy existe, a nivel internacional y nacional, un mundo de normas jurídicas que favorecen la interculturalidad, en el que se han apoyado los procesos de recuperación de identidad, de otorgamiento de libertades y derechos antes negado, de situaciones de discriminación positiva, y de reforzamiento de los poderes de las regiones y comunas, áreas lejanas de las metrópolis y en donde efectiva y diariamente se expresa la interculturalidad. En estos procesos han jugado papeles varios sectores de la sociedad civil, en especial las universidades y algunas ONG.s y los procesos de descentralización y de autonomización de las instituciones de gobierno y administración interior lo cual ha favorecido el desarrollo de las relaciones paradiplomáticas. Por último, cabe citar

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entre las fuerzas favorables, la globalización, particularmente por su influencia en el redescubrimiento de la importancia de lo regional y local en los procesos de toma de decisión y la puesta de manifiesto de la falta de equidad en la distribución del producto social. No se puede omitir una referencia al campo de los bienes inmateriales que forman lo que vulgarmente se denomina arte y cultura. En el campo de la música, la danza, el baile, la plástica, se ha producido cierta universalización de lo indígena, que ha contribuido a su reconocimiento. 4. Relaciones interculturales entre Tacna y Arica

Corresponde ahora aplicar los conceptos antes analizados desde el punto de vista de su pertinencia y utilidad al estudio de las relaciones multiculturales en el ámbito territorial de Tacna y Arica. El ámbito no es el de la mera frontera, sino una situación transfronteriza que abarca todos los territorios de los respectivos departamentos y provincias. El tráfico diario transfronterizo acelera los procesos de afirmación de identidad, de “parentesco” y de cooperación entre poblaciones autóctonas, principalmente Aymaras, pero también Quechuas. Su existencia y fortalecimiento pavimenta el camino para el mejoramiento general de las relaciones, en todos los planos, entre ambos pueblos, y constituye un importante avance en materia de construcción de confianza. Un plan y programa que facilite las relaciones interculturales en el área puede dar origen a un modelo de relaciones interculturales aplicable y replicable en otros ámbitos de la macro-región conocida como el COS o Centro-Oeste de América del Sur. Para tal objeto se requiere comprensión y apoyo de las autoridades estatales y comunales, pero el proyecto y su ejecución deben surgir de las propias bases. Tal plan debe conjugarse con los esfuerzos de las economías regionales para aprovechar de las ventajas y defenderse de las amenazas que supone la globalización. Para fomentar estos desarrollos se requiere, principalmente: 1. Una educación especial, que tanto permite conocer al “otro” cuanto “intimar” con el otro (personalizar relaciones), 2. Fortalecer la descentralización, la regionalización y el gobierno comunal, vía el principio de subsidiariedad, 3. Materializar la integración física y de transporte, y 4. Romper el regionalismo confrontacional y favorecer una integración “en los hechos”, en la cotidianeidad.

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Bibliografía Forno S., Amilcar, Multiculturalidad e Interculturalidad: explorando las determinantes contextuales de la identidad, Universidad de los Lagos, (Valdivia, 2002). Pilco Mallea, Rolando, Nación Aymara y movimientos indígenas en Latinoamérica: Retos y perspectivas, (Disponible en Internet, 2005). Portocarrero, Gonzalo, La interculturalidad en debate en el Perú, Entrevistas hechas por Arturo Quispe Lázaro, Punto de Partida (Internet, mayo 2004). Recasens Salvo, Andrés, Interculturalidad y Cooperación Transfronteriza en un proceso de Globalización, Seminario Internacional “Interculturalidad en zonas de Fronteras: Arica Tacna”. Consulado General de Chile. Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Instituto Nacional de Cultura Región Tacna. Universidad Privada de Tacna. Universidad de Tarapacá. 14 y 15 de julio de 2005. Strobele-Gregor, J., Cultural and political practices of Aymaras and Quechuas in Bolivia: autonomous forms of modernity in the Andes, en , Vol. 23. (Disponible en Internet, 2005). Tubino, Fidel, La inteculturalidad en debate en el Perú, Entrevistas hechas por Arturo Quispe Lázaro. Punto de Partida (Internet, Mayo 2004). Vergara E., Francisco, Comentario al texto base grupo de Trabajo FLAPE Colombia. Inclusión Social, Interculturalidad y Educación, (Universidad Academia de Humanismo Cristiano), Abril 2005, Internet.

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